0 Cantos de Vida y Esperanza
0 Cantos de Vida y Esperanza
0 Cantos de Vida y Esperanza
La literatura española del siglo XX empieza con Ruben Dario quien con este libro, Cantos
de vida y esperanza, afirma y confirma lo que ya sus dos libros anteriores, Azul (1888) y
Prosas Profanas y otros Poemas (1897) venían anunciando: una auténtica revolución
literaria, es decir un cambio en los conceptos de Estética, es decir de aquello que hay que
entender como belleza, y de Poética, es decir, el conjunto de recursos retóricos y estilísticos
de los que disponer para alcanzarla. Para entender el alcance de esta revolución habría que
dar cuenta de la situación a finales del siglo XIX en el campo de la poesía en una España,
encerrada en la tradición, cargada de pseudomoralismo y ensimismada de
rancioespañolismo, donde apenas se salvaban del prosaísmo realista, del desaliño estilístico
y del énfasis hueco y ripioso las voces postrománticas de ingenioso Campoamor y la lírica
honda, en lengua gallega, de Rosalía de Castro. Al otro lado del Océano entre un galimatías
de tonos impostados en perpetua celebración de las glorias de la independencia y de la
exhuberante naturaleza de sus paisajes, surgían sin embargo y aunque tímidamente, al calor
de la recepción del parnasianismo y simbolismo francés, claros intentos, Martí, Gutiérrez
Nájera, de abrirse a nuevos tonos y temas que anunciaban así el empuje de un movimiento
literario, el Modernismo, que habría de encontrar en Ruben Dario su hierofante, su
embajador y magister. Un movimiento que daría a conocer a su llegada a Espala, no sin
recelos y reservas, a los escritores españoles que no eran ellos precisamente los dueños de la
lengua castellana. “El verso, - escribirá el poeta José Hierro- hasta Rubén —y me refiero
siempre a los siglos XVIII y XIX con las excepciones de rigor—ha sido algo así como una
sonora servidumbre. Desde Rubén vuelve a ser libertad, forma única, insustituible, de
expresar lo que sólo poéticamente tiene una formulación.”
Porque los Cantos de vida y esperanza significan eso: la llegada a la literatura española
de un nuevo lenguaje, de una nueva tonalidad, de una nueva sensibilidad, de una nueva
mirada y hasta de una nueva semántica. Un viento fresco y lleno de vitalidad. A través de
Dario la poesía en lengua castellana que se venía moviendo de manera bastante monótona
en los reiteradas y un tanto anquilosados moldes del octosílabo y el endecasílabos heredados
del romanticismo, además de renovar el sistema de acentuaciones y promover una rítmica
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más elegante y seductora, ampliaría su repertorio formal utilizando una larga variedad de
moldes estróficos ya de arte mayor o menor, desde el pareado, la copla o el romance, hasta
la décima, el serventesio o el sonetillo pasando por las modalidades propias de la poesía
cancioneril. Con Dario el adjetivo vuelve a ser mágico e inesperado, las aliteraciones acarician
el verso, los ecos mecen la emoción y la idea. El poema se hace orquesta, resonancia, armonía,
brío, fuerza.
De pronto, con Dario, el castellano “suena”:
¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.
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La vida se soporta,
tan doliente y tan corta,
solamente por eso:
¡roce, mordisco o beso
en ese pan divino
para el cual nuestra sangres es nuestro vino!
En ella está la lira,
en ella está la rosa,
en ella la ciencia armoniosa,
en ella se respira
el perfume vital de toda cosa.
Nada extraño que Noé Jitrik en su delicioso libro de memorias Fantasmas del saber (Lo que
queda de la lectura), recuerde con entusiasmo sus primera lecturas de Dario: “Quedé electrizado,
sin poder comunicar la extraña emoción que esa lectura me iba produciendo; era algo absolutamente
nuevo, inimaginable, emanado de un mundo lejano y desconocido pero, al mismo tiempo,
producido por una mano de hombre, de un hombre cuyo nombre y apellido totulaban el objeto que
se estremecía en mis manos…. No puedo saber de dónde venía el encanto pero el encanto venía y
tal vez fuera una extrañeza de otro tipo que entraba en mis fantasías y desbordaba el mundo
cotidiano, limitado y pobrecito, en el que las mujeres-diosas eran absolutamente lejanas pero
maravillosas y palabras como escarlata y baccarat parecían emisarios venidos de otros planetas”.
La música de Ruben dario sonó en el campo de la literatura española como una melodía en
medio del ruído más prosaico. La aparición de su poesía en el campo de la literatura española
conllevó una auténtica renovación por no decir revolución y que, como el mismo Ruben señala al
hablar de su obra, "La evolución que llevará al castellano a ese renacimiento habría de verificarse
en América puesto que España está amurallada de tradición cercada y erizada de españolismo". Un
nueva voz que habría de provocar un antes y un después, algo que pocas presencias literarias han
logrado. Una melodía que no dejaría de resonar en la trayectoria poética de autores como Juan
Ramón Jimenez, Unamuno o Antonio Machado, tres nombres clave en la historia de la literatura
española del siglo XX: “Hubo un tiempo en que Machado y yo nos paseábamos por los altos de
Hipódromo, en las tardes de verano, recitando versos de Darío» recordará Juan Ramón. Imposible
no hablar de la admiración que despertaron en el autor de Arias tristes aquellos poemas de Rubén y
la posterior influencia directa, en clave de amistad personal, que el trato entre ambos poetas iba a
producir sobre él. Unamuno en una carta al “maestro mágico y liróforo celeste” habría de confesarle
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que “Los que una vez nos encontramos en la vida, donde se cruzaban nuestros caminos que
viniendo del infinito al infinito van, seguimos siempre en la vida juntos”, y Machado en su prólogo
a la edición de 1917 de Soledades, afirma: “Yo también admiraba al autor de Prosas profanas, el
maestro incomparable de la forma y de la sensación, que más tarde nos reveló la hondura de su
alma en Cantosde vida y esperanza”. Cierto también que en los tres, y muy especialmente en Juan
Ramón y Machado, se producirá un distanciamiento de los aspectos más formalistas de la la poesía
de Ruben para dar lugar a un proceso de interiorización alejado de lo que “la musicalidad” del
modernismo supone, evolucionando hacia una nueva línea – el llamado modernismo interior- que
va a caracterizar a la literatura peninsular de los años siguientes, aunque tampoco conviene olvidar
que ya en el Ruben Dario de los Cantos de vida y esperanza puede señalarse una clara inclinación
hacia la esfera de lo existencial donde se hace presente un sentimiento de angustia, doliente, íntimo
y confesional que va mucho más allá de un Dario al que identificar unicamente con una poesía
colorista, rítmica, risueña, ornamental y extremadamente sonora, centrada en un repertorio de temas
exóticos en el fondo intrascendentes; mucho más allá también de una estética donde la belleza no
dejaría de ser simple búsqueda de lo bonito. En cualquier caso resulta necesario subrayar como la
aparición de Rubén Darío en el campo de la literatura española hispanas conllevó una auténtica
renovación por no decir revolución, sin olvidar lo que este hecho supone además como giro o
cambio de dirección en las relaciones entre la literatur española y las hispanoamáricanas. El
modernismo que Rubén trae es quizá el prier momento literario donde es la metrópoli la que va a
recibir las influencias provenientes de latinoamérica, aspecto que a veces la historiografía literaria
española parece querer olvidar, pues, como el mismo Ruben señala al hablar de su obra, en "La
evolución que llevará al castellano a ese renacimiento habría de verificarse en América puesto que
España está amurallada de tradición cercada y erizada de españolismo". Uno de esos momentos en
que el “viceversa” de las relaciones entre las literaturas en castellano de uno y otro lado del
Atlántico se hace evidente.
Hoy en la memoria literaria parecen convivir dos Rubén Dario. Por un lado, sin duda el más
popular, reconocido y nada desdeñable el Dario sonoro y colorista de Margarita está linda la mar,
Ínclitas razas ubérrimas y Juventud divino tesoro que nos remite a la parte de su obra poética
caracterizada por la presencia de esa punta de cursilería que por desgracia acabaría por contagiar en
buena medida la creencia, popular, pero también hasta cierto punto académica, de lo que es
“escribir bien”. Ejemplo de esas “artes de adjetivación”tan propio de la escritura de Dario, en las
que señalaba Severo Sarduy “lo accesorio –el adorno- es lo esencial”. A ese respecto podría decirse
que la estética de Dario se mueve en las tentadoras y peligrosas cercanías de “lo bonito”
entendiendo por tal algo así como “la pereza de lo bello”. La belleza como glamour, como
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fotogenia, como una especie de profundidad horizontal donde todo se desliza sin demasiadas
fricciones o cuestionamientos. Por otro el Rubén Dario existencial, doliente, oscuro, escéptico y
pesimista de Lo fatal o de La vida es dura, amarga y pesa/ Ya no hay princesa a quien cantar. Dos
registros cuya presencia conjunta en Cantos de vida y esperanza hacen de este libro una de las
culminaciones de su obra. Un libro marcado por esa estética ácrata, desobediente, osada, que juega
continuamente con los contrastes y el choque entre la alegría de vivir y la inevitable melancolía que
la vida produce en su discurrir hacia la muerte, entre el amor como encuentro y gozo, y la pasión
como desgarro y dolor y extravío. Hay sin duda en los Cantos la presencia de lo ideal y lo
quimérico, pero quizá lo que hoy más puede llamarnos la atención es el acento que el poeta pone en
la materialidad, en lo sensitivo, en el colligo rosae y el carpe diem como actitud vital y virtud
estética. Valga recordar por ejemplo el destacado, abierto, demorado y singular tratamiento del
erotismo en el conjunto de su obra: “y la carne que tienta con sus frescos racimos ”. Dario, frente a
tanto poeta de la queja que hoy abunda -la queja como expresión de “noble sensibilidad”- sería el
poeta del “a pesar de todo o precisamente por eso merece la pena vivir”. Vivir duele pero ese dolor,
ese “dolorido sentir” de raíz garcilasiana, es justo lo que nos hace consciente del regalo, breve y
eterno, que la vida supone. Decía Azorin que en Darío lo momentaneo y lo permanente marcan su
sensibilidad. De ahí esa duplicidad donde conviven “lo ínclito” con “lo fatal y que hace de estos
Cantos de Vida y Esperanza un territorio literario todavía hoy habitable a pesar de la abundancia de
jardines, ninfas y tambores que no cumplen sino el papel de expresar, diría que casi en clave cínica,
el desacuerdo del poeta con la vida monótona, plana y predecible que la seriedad burguesa nos
propone como destino inevitable.
Puede ser que la belleza de Dario sea una belleza de abalorios y espejuelos pero es tambien y por
eso mismo, expresión de rebeldía, de “non serviám”, de que la vida podría ser otra cosa. La alegría,
con permiso de Gabriel Celaya, como arma cargada de futuro, la alegría insurgente. Dario nos deja
como legado una poesía que se atreve a hablar en voz alta y que va más allá de querer ser un
narcisista diálogo de intimidades. Una voz que al objetivarse en “lo afuera”, en ese exterior lleno de
materialidad, de tacto, de olor, de oído, da cuenta de una subjetividad, de una “vida interior”, que no
requiere del ensimismamiento para dejar constancia de su existencia. Todo un gesto poético – Lo
que el árbol desea decir y dice el viento- que, en tiempos del exhibicionismo del yo, se agradece tan
especialmente.