Grupo 1 - Responsabilidad Civil Del Abogado

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 28

FACULTAD DE DERECHO

ESCUELA EXPERIENCIA CURRICULAR DE:

DERECHO CIVIL VI-RESPONSABILIDAD CIVIL

LA RESPONSABILIDAD CIVIL DE LOS ABOGADOS

AUTORES

ORDOÑEZ RODRIGUEZ YULISSA

RODRIGUEZ DE LA CRUZ OFELIA

SUCLUPE AMAT Y LEON MONICA

VELARDE MALDONADO, HILARIO DEMETRIO

MENDOZA SAAVEDRA, DANIELA

CURSO

DERECHO CIVIL VI

DOCENTE

MAG. GABRIELA MENDOZA LAPOINT

PERU

2020

1
ÍNDICE

1. Introducción……………………………………………………………………………………………………3

2. Las obligaciones legales y contractuales del abogado. Fuentes……………………….4

3. Naturaleza de la relación. Contrato de servicios o contrato de


obra………………….5

4. Naturaleza de la responsabilidad profesional del abogado. Responsabilidad


Contractual y no extracontractual……………………………………………………………………7

5. Aspectos específicos de
responsabilidad…………………………………………………………..8

6. Relación de causalidad entre el incumplimiento profesional y el


daño……………….x

7. Casuistica………………………………………………………………………………………………………….x

8. Daños derivados de la actuación del abogado…………………………………………………..x

9. Formas de cuantificar el daño causado por el abogado…………………………………….x

10. Aseguramiento de la responsabilidad del abogado…………………………………………..x

Conclusiones…………………………………………………………………………………………………..11

Referencias bibliográficas
2

I. INTRODUCCION

En los últimos años se viene advirtiendo una cierta proliferación de acciones contra Abogados
en demanda de reclamación de daños derivados de una práctica profesional negligente,
normalmente en actividades judiciales.

El presente estudio tiene como propósito el de dar cuenta del tratamiento jurisprudencial de la
responsabilidad de los Abogados frente a sus clientes, con particular atención a sus aspectos
más problemáticos, como la naturaleza de esa responsabilidad, su alcance en relación con
otros profesionales (singularmente los procuradores de los Tribunales), los casos más
frecuentes de reclamación de daños la cuantificación de éstos, etc.

En cuanto a la naturaleza de la relación del Abogado con su cliente, cabe calificarla como de
contrato de prestación de servicios, y, como tal, cae dentro del ámbito de aplicación de la Ley
26/1984, de 19 de julio, General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios [LGDCU]),
particularmente en lo relativo al régimen de responsabilidad (capítulo VIII).
Aunque, por sorprendente que parezca, ese particular régimen de responsabilidad de la
LGDCU ha servido a nuestro Tribunal Supremo para objetivar la responsabilidad de los
servicios médicos, pues esta Ley estatuye, con carácter general, una responsabilidad de
naturaleza objetiva (art. 28.2). Algo que, al menos hasta ahora, todavía no ha llegado a los
Abogados, aunque las mismas razones que las esgrimidas para hacer objetivamente
responsables a los médicos avalan su aplicación al colectivo de letrados (y, en general, a todos
los prestadores de servicios).
Tratándose, normalmente, de una obligación de medios, al profesional sólo se le puede exigir
un comportamiento, no un resultado (salvo que el encargo encomendado sea de obra), y el
incumplimiento de su obligación se producirá, no por la insatisfacción del cliente en cuanto al
resultado obtenido, sino por el desarrollo de la actividad sin la diligencia requerida por la lex
artis.
En definitiva, fuera de las reglas que sobre responsabilidad contiene el capítulo VIII de la
LGDCU, para el caso de que la víctima sea un consumidor o usuario en el sentido del art. 1 de
la propia ley.

2
MARCO TEORICO
LA RESPONSABILIDAD CIVIL DE LOS ABOGADOS
Antecedentes
A partir del primer año del siglo XXI se viene advirtiendo un cierto incremento de acciones
contra abogados en demanda de reclamación de daños derivados de una práctica profesional
negligente, normalmente judiciales. Este suceso no era muy recurrente hasta antes del citado
periodo donde resultaba inusual que el litigante lesionado pudiera demandar a un abogado
por causar algún tipo de daño ya sea por negligencia y por falta de profesionalidad y que estos
afectaran los intereses o patrimonio de sus defendidos.

En el año 2008, el jurista español Ricardo de Ángel Yañez realizo un estudio respecto de los
criterios adoptados por el Tribunal Supremo Español a la hora de determinar cuál fue el daño
experimentado por el cliente, lo que lleva a encontrar sentencias en las que se condena al
abogado a indemnizar al cliente, basados en cuatro supuestos muy interesantes que desarrollo
uno a uno a lo largo de todo esa investigacion.

Los abogados están sujetos a responsabilidad civil en el ejercicio de su profesión cuando por
dolo o negligencia dañen los intereses que por obligación deben cuidar. El contrato de servicio
es el vínculo que une al cliente y al abogado. Si por negligencia causa algún perjuicio en el
patrimonio o en los intereses de su representado, el abogado puede incurrir en
responsabilidad civil. Cuando el cliente considere que ha sucedido, puede acudir a los
Tribunales de justicia para pedir su resarcimiento.

Base legal
Constitución Política del Perú, Artículo 2° inciso 1.
Código Civil de 1984, artículos 1330° y 1762°
3

2. LAS OBLIGACIONES LEGALES Y CONTRACTUALES DEL ABOGADO. FUENTES


La relación que une al Abogado con su cliente puede ser de muy variada condición, atendiendo
al objeto de la obligación de aquél. En el ejercicio libre de la profesión, normalmente se
concibe como un contrato de prestación de servicios, que en ocasiones se aproxima al
contrato de mandato, sustentado en la buena fe y, sobre todo, en una relación de confianza
entre Abogado y cliente.
En consecuencia, y en lo que ahora interesa destacar, para determinar el régimen de las
obligaciones del Abogado y, en concreto, el canon de diligencia que le es exigible, ha de
acudirse al Código Civil; concretamente a las normas sobre contrato de arrendamiento de
servicios (arts.1583 ss.), sobre contrato de mandato (arts. 1542 ss.), o, en su caso, sobre
contrato de obra (arts. 1588 ss. CC).
No obstante, tanto el régimen de responsabilidad del Abogado como el canon de diligencia
que le es exigible encuentran una formulación más específica en las normas que regulan la
profesión, si bien tienen un rango meramente reglamentario (o carecen de alcance
normativo). Así,
 El Estatuto General de la Abogacía Española (Real Decreto 658/2001, de 22 junio)
(EGAE).
Así lo ha declarado la STS de 4 febrero 1992 (RJ 1992\819), en un caso en el que en el recurso
de casación se denunció la infracción de las normas del ordenamiento jurídico contenidas en
los arts. 53, 54 y 102 del Real Decreto 2090/1982, de 24 julio, del Estatuto General de la
Abogacía, según el núm. 5. º Del art. 1692 los preceptos reglamentarios, y el soporte del art.
1902 del Código Civil.
El Código Deontológico de la Abogacía (CDA), fundamentalmente el artículo 13, sobre
“Relaciones con los clientes”. En su art. 11 sobre responsabilidad patrimonial de la sociedad
profesional y de los profesionales

3
3. NATURALEZA DE LA RELACIÓN. CONTRATO DE SERVICIOS O CONTRATO DE
OBRA
4

4. Naturaleza de la responsabilidad profesional del abogado. Responsabilidad


Contractual y no extracontractual

4
5. ASPECTOS ESPECÍFICOS DE RESPONSABILIDAD
[ CITATION Cre05 \l 10250 ] Hasta no hace mucho tiempo todos los profesionales
liberales eran admirados y venerados por los ciudadanos. Si tras someterse a una
operación quirúrgica el paciente fallecía, siempre se acudía al destino o a la
providencia para explicar este fatídico final. Los daños eran considerados castigos
divinos, y ante esta situación, a los ciudadanos sólo les quedaba una alternativa
posible: la resignación. Sin embargo, en los últimos tiempos, la actitud de los
ciudadanos frente a los daños que sufren ha experimentado un importante cambio. La
resignación de antaño ha dado paso a una búsqueda del culpable a quien demandar y
exigir la reparación de los daños sufridos. Para conseguir este objetivo, se ha utilizado
de forma indiscriminada la institución de la responsabilidad civil, olvidando, con ello,
que la responsabilidad, lejos de ser la norma constituye la excepción, pues la misma no
ha sido concebida como una vía ordinaria de satisfacción frente a cualquier revés de la
vida.

Así, pues, los profesionales liberales han pasado de ser intocables, a destinatarios de
infinidad de demandas de responsabilidad civil. Sin embargo, este proceso ha sido
gradual. De hecho, en un principio, el mencionado fenómeno afectó tan solo a
determinados profesionales; a los médicos primero y a los arquitectos, después. Pero
durante décadas, los abogados continuaron gozando de la inexplicable inmunidad que
les protegía. Prueba de ello es que, hasta 1995, no existe una sentencia del Tribunal
Supremo español que declare de forma expresa la responsabilidad civil de estos
profesionales del Derecho. Evidentemente, la ausencia de sentencias al respecto, hasta
esta fecha, no significa que, con anterioridad, los abogados hubieran sido siempre
diligentes. Lo que realmente ocurría es que, cuando el cliente descubría que había
sufrido la negligencia de su letrado, la compañía aseguradora de la responsabilidad
civil del profesional se encargaba de arreglar la cuestión mediante un acuerdo
económico que, al venir auspiciado por la aseguradora del abogado incumplidor,
resultaba poco ventajoso para el cliente.

La ausencia de sentencias estimatorias que se produce en un primer momento resulta,


en cierto modo, inexplicable, pues los especiales conocimientos científico-jurídicos de
los tribunales deberían facilitar la apreciación de los requisitos de la responsabilidad
civil de los abogados. A fin de cuentas, a diferencia de lo que sucede con el resto de
profesionales liberales, el análisis de la responsabilidad no exige recurrir a la ayuda de
los peritos; es decir, el juez puede, por sí mismo, sin necesidad de ayuda pericial,
comprobar si se cumplen los requisitos de la responsabilidad.

La explicación a esta situación de inmunidad probablemente haya de situarse en cierto


corporativismo mal entendido (pues al cliente perjudicado no le resulta fácil encontrar
a un abogado dispuesto a plantear la correspondiente acción de responsabilidad
contra un colega), como en la condición de profano del cliente que contrata los
servicios del letrado, lo que le impide descubrir que el daño que ha experimentado se
debe al comportamiento negligente del profesional. De hecho, la jurisprudencia
española está plagada de negligencias flagrantes y evidentes de los abogados, que, no
obstante, pasaron inadvertidas para sus clientes.
En palabras del profesor Mariano Yzquierdo Tolsada, si los clientes supieran por qué
los abogados a veces pierden los pleitos "tal vez habría tantas sentencias de
responsabilidad civil de abogados como las hay de médicos".

Además de las razones anteriores, la escasez de sentencias sobre el tema hasta hace
unos años se explica igualmente por las dificultades que plantea el propio EGAE
(principal norma corporativa reguladora de la profesión), que obliga a todo abogado,
antes de interponer cualquier tipo de acción contra un colega, a informar previamente
de ello al colegio profesional y solicitar la oportuna mediación del decano.

Por otra parte, el tipo de daños que se produce en estos casos -muchas veces de
carácter puramente económico-justifica, en cierto modo, el que las negligencias de los
abogados, ni llamen la atención de la opinión pública ni preocupen tanto a la doctrina
como la impericia de otros profesionales.

Pues bien, el cliente que descubre que los daños que ha sufrido derivan del
incumplimiento del letrado y que encuentra a otro abogado dispuesto a interponer las
acciones necesarias para exigir la reparación, todavía tendrá que probar los
presupuestos de la responsabilidad civil para conseguir que este profesional resulte
responsable civilmente. Como la obligación que normalmente compromete al jurista
frente al cliente es de medios y no de resultado, sólo podrá hablarse de
responsabilidad si en el desarrollo de su cometido el letrado no desplegó la diligencia y
habilidad técnica exigible al profesional de su condición, y ello tiene como
consecuencia un daño o perjuicio para la persona que contrató sus servicios que,
además, ha de encontrarse conectado causalmente a la actividad dañosa del
profesional. Así, de acuerdo con las normas procesales españolas (concretamente, el
artículo 217 Ley de Enjuiciamiento Civil) corresponderá al actor (en nuestro caso, el
cliente) probar los hechos constitutivos de su pretensión: esto es, el incumplimiento
del abogado, su falta de diligencia, el daño sufrido y la correspondiente relación de
causalidad. Sin embargo, la acreditación del nexo causal así como la determinación del
daño y la valoración del quantum, indemnizatorio, son cuestiones que entrañan una
gran dificultad probatoria. Tales dificultades disminuyen si lo comprometido es un
resultado y no se produce (v.gr., el abogado no concluye un dictamen en el tiempo
fijado), pues, en tal caso, corresponderá al profesional la prueba de que la inejecución
es debida a una causa extraña a él no imputable. En definitiva, en la mayoría de las
ocasiones recaerá sobre la parte más débil, el cliente, la carga de la prueba con todos
los inconvenientes que ello conlleva. Por ello, precisamente, la doctrina afirma que la
prueba de tales extremos puede llegar a convertirse en una prueba diabólica para el
cliente y, en consecuencia, en otro obstáculo a la exigencia de responsabilidad de los
profesionales del Derecho.

En cualquier caso, pese al tímido reconocimiento de que fue objeto la responsabilidad


de estos profesionales en un primer momento, la más reciente jurisprudencia del
Tribunal Supremo español constituye una prueba manifiesta de la superación de esta
reticencia inicial, pues cada vez son más numerosas las sentencias que reconocen la
responsabilidad de estos profesionales. Ahora bien, el dato que realmente nos permite
pronosticar la segura consolidación del fenómeno en el ordenamiento español es el
elevado número de sentencias dictadas últimamente por los tribunales inferiores, en
especial por las diferentes audiencias provinciales. Todo ello ha llevado a algunos
autores a afirmar -en mi opinión, de forma un tanto desproporcionada, que "se ha
abierto la veda para la caza del abogado".

Al incremento considerable de sentencias sobre el tema hay que sumar el cambio


cualitativo que está experimentando la jurisprudencia. Así, aunque los primeros
errores de abogados que llamaron la atención de los tribunales españoles fueron los
relativos a incumplimientos de plazos previstos en las normas procesales, en los
últimos tiempos el reconocimiento de responsabilidad de los abogados deriva del
incumplimiento de ciertos deberes accesorios que habitualmente acompañan a la
prestación principal. En concreto, son ya numerosas las sentencias que declaran la
responsabilidad del letrado por omitir información al cliente, por revelar el
secreto confiado por él mismo o por perder los documentos que le habían sido
entregados al inicio de la relación contractual. Incluso, existen sentencias que hacen lo
responsable de los daños que desencadena el irrazonable planteamiento técnico del
asunto; ahora bien, en estos últimos casos, el abogado sólo es declarado responsable
civilmente si ha incurrido en un error patente, indubitado e incontestable. En otras
palabras, los tribunales españoles han pasado de valorar comportamientos u
omisiones procesales que suponen un incumplimiento flagrante por parte del
abogado, a enjuiciar hipótesis menos evidentes, pero constitutivas igualmente de
inobservancia de la obligación.

En cualquier caso, independientemente del motivo desencadenante de la


responsabilidad del letrado, debe descartarse de manera categórica que pueda servir
de indicio de su responsabilidad civil la simple pérdida del pleito incoado por aquél.
Dicho de otra forma, aunque fracase el proceso, la responsabilidad civil del abogado
sólo podrá afirmarse si concurren los requisitos de la misma; esto es, si el fracaso
deriva de la defectuosa actuación o la omisión del jurista y ello provoca daños que se
encuentran conectados causalmente a tal comportamiento. Lo contrario podría
provocar el riesgo de extender de manera excesiva la responsabilidad de estos
profesionales, pues, como en la mayoría de los procesos suele haber una pretensión
que gana y otra que fracasa, potencialmente cabría imputar negligencia al cincuenta
por ciento de los abogados (los que pierden), lo que resulta totalmente inadmisible.

[ CITATION Cer03 \l 10250 ] El incremento exponencial de jurisprudencia sobre el


tema que se ha producido en los últimos años ha ido acompañado, paralelamente, de
una mayor atención por parte del legislador español, proceso que culmina con la
promulgación del Código Penaláe 1995. En el mencionado cuerpo legal se tipifican
como delitos conductas que tradicionalmente habían sido reprimidas sólo en el plano
deontológico o, a lo sumo, en el civil. Sirva como ejemplo el apartado segundo del
artículo 467 del CP, que atribuye consecuencias penales a la acción u omisión del
letrado que "perjudique de forma manifiesta los intereses que le fueron
encomendados". La amplia formulación del mencionado precepto ha sido criticada por
un sector de la doctrina penalista, ya que es previsible que en la práctica se planteen
problemas para diferenciar las acciones u omisiones del abogado reprimibles
exclusivamente en el plano deontológico o el civil, de aquellas otras que merezcan
sanción penal. Ante las facilidades que ofrece el Código Penal puede pronosticarse,
pues, un incremento de la jurisprudencia sobre el tema en esta jurisdicción debido a
que, a través de la vía penal, el cliente perjudicado puede alcanzar un doble objetivo:
la obtención de una indemnización (la denominada "responsabilidad civil derivada del
delito") y la correspondiente inhabilitación especial para el ejercicio de la profesión
(sanción penal prevista para la comisión por parte de los abogados de los delitos de
"obstrucción a la justicia y deslealtad profesional"), a la que algunos denominan, de
manera ciertamente desproporcionada, "la muerte civil" del letrado.

 La anterior predicción se ha visto confirmada recientemente tanto por sentencias del
Tribunal Supremo como de las diferentes audiencias provinciales, que sitúan bajo los
amplios y difusos contornos del artículo 467.2 del CP conductas que, hasta el
momento, sólo habían provocado su responsabilidad civil: supuestos de preinscripción
o caducidad de la acción que ha de interponer el profesional (STS -sala de lo penal- de
22 de mayo de 2002); la no personación ante la audiencia, a pesar de haber sido
emplazado, dejando decaer la posibilidad de ejercer la acción penal y civil (SAP
Castellón de 18 de noviembre de 2002); la retención de la documentación entregada
para la realización de las gestiones encomendadas al abogado (SAP Vizcaya de 20 de
diciembre de 2002); la inactividad del abogado en relación con la gestión
encomendada (STS -sala de lo penal- de 5 de febrero de 2002, SAP Valencia de 1 de
julio de 2002, SAP Castellón de 18 de julio de 2003 y SAP Toledo de 27 de diciembre de
2007), etcétera.

En el ámbito legislativo, otro importante paso en este proceso de exigencia de


responsabilidad a los profesionales del Derecho lo constituye la Ley 2/2007, de 15 de
marzo, de Sociedades Profesionales, que trata de dar respuesta a los problemas de
responsabilidad civil que surgen cuando el profesional liberal en general, y el abogado
en particular, ejerce el oficio junto a otros profesionales en el seno de una sociedad
profesional. Concretamente, la mencionada ley resuelve la cuestión de la
responsabilidad civil en los despachos o bufetes de abogados que se constituyen como
sociedades profesionales con la consiguiente inscripción en el Registro Mercantil. De
esta forma, tras diferenciar la responsabilidad derivada de las deudas sociales (que
sólo afectará a aquellos profesionales que reúnan la condición de socio y
cuyo quantum, dependerá del tipo de sociedad de que se trate), de la que
desencadena la mala praxis, la ley (principalmente, el artículo 11) hace responsable
del defectuoso, inexistente o inexacto cumplimiento de las obligaciones contractuales,
de forma solidaria, tanto a los profesionales -socios o no- que hayan actuado -con
independencia de la naturaleza del vínculo que les una a la sociedad profesional- como
a esta última.

Ello supone, pues, que, cuando el profesional del Derecho desempeñe su labor en el
seno de un despacho profesional, en caso de negligencia con consecuencias dañosas,
el cliente podrá dirigirse indistintamente contra cualquiera de los sujetos implicados
(esto es, contra el concreto profesional del que deriva tal actuación negligente, contra
cualquier otro profesional que haya participado en el asunto -v.gr., contra el director
del equipo-, o contra el despacho colectivo) o contra todos ellos a la vez, y exigirles por
entero el pago de la indemnización. La consagración de un régimen de responsabilidad
en términos tan generosos supone, no obstante, la legalización de una práctica
jurisprudencial constante y reiterada -aunque, todo sea dicho, contraria a la
presunción legal de mancomunidad que rige en las obligaciones contractuales ex
artículo 1137 del CC- de nuestro Alto Tribunal, que antes de la promulgación de la
citada ley ya apreciaba repetidamente la responsabilidad solidaria en casos como
estos.

Por otra parte, la citada ley impone a las sociedades profesionales la contratación de
un seguro que cubra la responsabilidad civil derivada del ejercicio profesional. En
definitiva, son tantas las medidas previstas en la Ley de Sociedades Profesionales a
favor de los clientes que solicitan y contratan los servicios prestados a través de
sociedades de abogados, que puede afirmarse que, en la actualidad, estas sociedades
suponen una mayor garantía para el cliente, que el tradicional profesional aislado y
particular o, en otras palabras, que el modo clásico de ejercer la profesión.

Como era de esperar, esta situación no ha dejado indiferentes a los colegios


profesionales, que contemplan con lógico recelo este fenómeno que ya no tiene
marcha atrás. Las citadas entidades encubren su malestar bajo una aparente
preocupación por los clientes que, según los mismos, serán los verdaderos
perjudicados por este proceso a largo plazo, pues -argumentan los colegios
profesionales-, serán quienes asuman los costos adicionales que éste implica. Así, para
proteger su ejercicio profesional, los abogados contratarán seguros cuyo costo
terminarán repercutiendo a sus clientes, a través de sus minutas. La existencia de tales
seguros tendrá, además, un doble efecto pernicioso: por un lado, desincentivará de
alguna forma la diligencia debida por parte del profesional, que probablemente
conduzca su actuación bajo la idea de que el seguro es el que paga. Por otro lado, se
corre el riesgo de que los jueces que conocen estos asuntos traten de favorecer a la
víctima, bajo la idea de que la compañía aseguradora es quien va a asumir finalmente
la carga de la reparación.

De igual forma, los colegios profesionales acusan a la responsabilidad profesional de


ser paralizante para la actividad de los abogados, pues, debido a su amenaza, éstos
procurarán no arriesgarse y defender únicamente pretensiones que presenten un alto
porcentaje de prosperabilidad. Sin embargo, esta crítica carece de fundamento por dos
razones básicamente. En primer lugar, los defensores de esta idea parecen partir de la
hipótesis de que la pérdida de un litigio constituye un indicio claro de la
responsabilidad civil del abogado que lleva el asunto, afirmación que ha de descartarse
por las razones expuestas anteriormente. En segundo lugar, si la pretensión que se
presenta ante el letrado tiene escasas probabilidades de prosperar, para protegerse de
futuras reclamaciones, lo único que tiene que hacer es informar de manera exhaustiva
al cliente de los riesgos y las probabilidades de éxito. A mi juicio, la exigencia de
responsabilidad civil, más que un lastre que paralice la actividad del abogado,
contribuye firmemente a elevar el nivel del ejercicio profesional.
6. RELACIÓN DE CAUSALIDAD ENTRE EL INCUMPLIMIENTO PROFESIONAL Y EL
DAÑO
Uno de los mayores obstáculos para la estimación de las demandas de responsabilidad civil del
abogado y procurador estriba en la demostración de la certeza del daño sufrido por el cliente y
de la relación de causalidad entre el incumplimiento del profesional y tal daño. Sin daño no
hay responsabilidad civil; por ello, su prueba deviene en presupuesto ineludible para su
afirmación.
Ocurre, sin embargo, que el daño imputable al incumplimiento del abogado o del procurador
puede ser configurado de distinta manera, pudiendo venir identificado con la pérdida del litigio
o la pretensión, con la pérdida de la oportunidad o la privación del derecho a la tutela judicial
efectiva. De la determinación, en cada caso, del daño sufrido por el cliente e imputable a la
conducta del profesional dependerá el desenlace de la reclamación de responsabilidad civil.
Las posiciones de la jurisprudencia sobre la identificación del daño: el daño por la pérdida de la
oportunidad.
[ CITATION Áng12 \l 10250 ] El panorama jurisprudencial no permite llegar a conclusiones
suficientemente claras sobre la identificación del daño sufrido por el demandante, una
vez apreciada la culpa o negligencia del abogado o del procurador, lo que, a su vez,
influirá en la determinación de la cuantía indemnizatoria, a pesar de que cada vez son
más numerosas las sentencias dictadas sobre esta materia por la Sala 1ª del TS. No
obstante, de éstas sí podemos extraer determinados criterios que adoptar frente a la
cuestión de la responsabilidad civil de estos profesionales.
Así, en primer lugar, son mayoría las sentencias que niegan que el daño generado por la
impericia o negligencia del abogado o del procurador venga identificado con la falta de
prosperidad de la pretensión del cliente deducida en el pleito, con la pérdida del litigio o la
privación de la pretensión. La imposibilidad de acreditar un nexo de causalidad entre el
incumplimiento y el daño así configurado justifican la desestimación de estas pretensiones
indemnizatorias.
De este modo, según el Tribunal Supremo, emergerá la responsabilidad del abogado, cuando
se acredite la relación de causalidad entre su incumplimiento y el daño, "sin que, por lo
general, ese daño equivalga a la no obtención del resultado de la pretensión confiada o
reclamación judicial: evento de futuro que, por su devenir aleatorio, dependerá al margen de
una conducta diligente del profesional, del acierto en la correspondencia del objetivo o la
respuesta judicial estimatoria o, en otras palabras, la estimación de la pretensión sólo
provendrá de la exclusiva e intrasferible integración de la convicción del juzgador" [SSTS de 23
de mayo de 2001 (RJ 2001, 3372) y 12 de diciembre de 2003 (RJ 2003, 9285)].
Por el contrario, si el cliente (demandante) consigue demostrar que el resultado desfavorable
--la privación de la pretensión--, en que se ha concretado el daño, deriva causalmente de una
actuación negligente del profesional, y puede ser imputado objetivamente a dicha conducta, la
responsabilidad deberá ser afirmada y la cuantía indemnizatoria deberá coincidir con dicho
resultado no obtenido. Así lo ha entendido el Tribunal Supremo en relación con las
reclamaciones extemporáneas ante órganos administrativos (FOGASA) de cantidades
acordadas por sentencia judicial firme [SSTS de 28 de enero de 1998, (RJ 1998, 357) y 3 de
octubre de 1998 (RJ 1998, 8587)59]. En estos supuestos no existe incertidumbre sobre cómo
hubiera finalizado el proceso, ya que se tratan de cantidades reconocidas judicialmente, en
virtud de sentencia firme, a los clientes de los abogados --a los que se exige responsabilidad
civil--. Por ello, si el letrado reclama fuera de plazo dichas cantidades no les está privando de
"una oportunidad" o de una expectativa de obtener ciertos ingresos, sino de las propias
cantidades, ya ciertas y determinadas.
En segundo lugar, el daño puede identificarse con la "pérdida de la oportunidad", sobre todo
en aquellos supuestos en que el incumplimiento del profesional ha impedido definitivamente
al cliente la prosecución normal de una instancia procesal (impidiendo el inicio del proceso o
de una ulterior instancia), dejando prescribir o caducar las acciones y los derechos. Sin
embargo, con tal aseveración, lejos de resolverse el problema surgen inmediatamente otras
cuestiones: ¿es la pérdida de la oportunidad un daño moral o material?; ¿cómo se demuestra
la certeza de dicho perjuicio, requisito imprescindible de su resarcibilidad? Y, por último,
¿cómo se valora este daño?.
En relación con la pérdida de la oportunidad podemos constatar distintas tendencias en la
jurisprudencia española.
Para la mayoría de las sentencias se considera un daño moral que se cuantifica
económicamente por el Juez, según su prudente arbitrio, y sin conexión alguna con el
montante de la pretensión frustrada por la conducta del profesional, sin entrar tampoco a
valorar las probabilidades de éxito de la demanda o el recurso no interpuesto por la
negligencia del abogado. De este modo, se desvincula el daño por la pérdida de la oportunidad
del hipotético juicio sobre las pretensiones u actos procesales omitidos por el letrado. Se
afirma que para el tribunal que resuelve sobre el juicio de responsabilidad del abogado o
procurador es imposible plantearse cuál hubiera sido el resultado (estimatorio o
desestimatorio) de las acciones o recursos frustrados, "pues ello pertenece al estricto campo
de las conjeturas".

En efecto, las dificultades probatorias del daño concretado en la "pérdida de la oportunidad"


llevan, con cierta frecuencia, a los tribunales a sostener que la mera privación del derecho a
iniciar o continuar el pleito, consecuencia de la conducta negligente del letrado o del
procurador, puede ser considerada en sí mismo un perjuicio, si bien de carácter moral. Ahora
bien, este perjuicio moral y la pérdida de la oportunidad son daños muy cercanos pero
diferentes.
El resarcimiento del daño moral por la privación del derecho a la tutela judicial efectiva o, más
correctamente, por privación del derecho a los recursos o a que la pretensión sea examinada
por los tribunales, no exige la previa indagación de las oportunidades o expectativas del
cliente. Dicho de otro modo, aún no existiendo dichas oportunidades, podrá existir daño
moral, porque al cliente se le impidió, por la actuación negligente del profesional, con carácter
definitivo, su legítima expectativa a obtener un pronunciamiento de un órgano judicial.
En ocasiones, este daño moral no existirá, a pesar de que los intereses económicos afectados
por el conflicto judicial sean muy elevados, porque no se le ha privado definitivamente del
acceso a los tribunales. Así, por ejemplo, si el abogado plantea demanda ante un juzgado
incompetente territorialmente, que provoca su desestimación y la condena en costas del
demandante (perjuicio, este sí, patrimonial). Sin embargo, si el demandante puede volver a
entablar demanda ante el tribunal competente no habrá daño
moral por la privación del derecho a que la pretensión sea examinada por los órganos
judiciales--STS de 14 de febrero de 2003 (RJ 2003, 2093)--. Tampoco habrá daño moral por la
privación del derecho de acceso a los tribunales --a que examinen la pretensión o el recurso--
si, antes de encomendar el asunto al letrado, el cliente ya no contara con el citado derecho
(por estar ya prescrito o caducada la acción).
En una línea parecida, pero no idéntica, otras sentencias califican de daño moral la pérdida de
la oportunidad, pero toman como pautas para cuantificarlo diversos factores, entre los que se
encuentran, la valoración de las expectativas del cliente, junto con los antecedentes y
circunstancias concurrentes en el proceso en que se privó a aquél del acceso a la justicia (por
ejemplo, cuantía de las costas, valor económico del asunto). En tal sentido, las STSS de 26 de
enero de 1999 (RJ 1999, 323) y 29 mayo de 2003 (RJ 2003, 3914) y SAP Islas Baleares de 26 de
mayo de 2006 (JUR 2003, 183399).
El juicio sobre la prosperabilidad de la pretensión del cliente, frustrada por la conducta
negligente del abogado o procurador, no sirve, según esta línea jurisprudencial, para acreditar
la existencia del daño, calificado de moral, sino que es un criterio más para su cuantificación.
Otras sentencias, no muy numerosas, califican el daño por la pérdida de la oportunidad como
daño material o patrimonial, vinculando su valoración económica con la viabilidad de la
pretensión frustrada por la conducta negligente del abogado o procurador, previo su completo
examen, atendiendo a las circunstancias concurrentes en el caso concreto. Se entiende
necesario, para acreditar la existencia de daño indemnizable, que el órgano judicial realice el
llamado "juicio sobre el juicio"
Por ello, si del examen de la prosperabilidad de la pretensión, frustrada por el abogado o el
procurador, se desprende que hubiera prosperado si el profesional hubiera actuado con la
diligencia y pericia exigibles, la cuantía indemnizatoria coincidirá con la cuantía que dejó de
percibir por el incumplimiento de aquél: SSTS de 30 de noviembre de 2005 (EDJ 207174) y 3 de
octubre de 1998 (RJ 1998, 8587)
Crítica sobre las posiciones jurisprudenciales. La prueba del daño por la pérdida de la
oportunidad
Llegados a este punto, conviene realizar un análisis crítico a las
posiciones jurisprudenciales expuestas en torno a la noción del daño por la pérdida de la
oportunidad. En primer lugar, se constata la facilidad con que los tribunales reconocen la
existencia del daño moral, que se convierte así en un remedio para solucionar esta clase de
conflictos sin entrar en la complejidad probatoria que implica valorar el éxito de una
pretensión no planteada o mal planteada. Sin embargo, a través de este daño moral se acaba
admitiendo el resarcimiento de pérdidas de tienen un estricto carácter económico o
patrimonial.
Frente a este supuesto daño moral identificado con la "privación del derecho de acceso a la
justicia" (a la tutela judicial efectiva ex art. 24 CE o al derecho a que la pretensión sea
examinada por los tribunales), la "pérdida de la oportunidad" es un daño, como regla general,
de naturaleza patrimonial o económica, que exige una labor investigadora de las
probabilidades de éxito de las pretensiones cliente en la demanda o el recurso non nato, a
través de cualquiera de los métodos que expondremos, ya que de otro modo no podrá
mantenerse que se ha sufrido un perjuicio consistente en la pérdida efectiva de unas
expectativas razonadas y fundadas de obtener un resultado útil.
Con la "pérdida de la oportunidad" no se trata de indemnizar al cliente unos lucros que
hubiera podido obtener de haber visto estimada su pretensión (ya que esto, normalmente, no
se podrá saber con certeza), sino de resarcir la privación de unas oportunidades reales de
obtener determinadas ventajas o resultados útiles, e incluso de evitar determinados perjuicios
o riesgos, lo que tan sólo será posible si se constata que aquellas oportunidades existían.
De otra parte, el daño por la pérdida de la oportunidad no es identificable con el daño moral
consistente en los padecimientos o sufrimientos del cliente a lo largo de un proceso, cuyo
resultado se le aparece como incierto y que, según el criterio del riesgo general de la vida, no
cabría imputar automáticamente a la conducta del abogado
En segundo lugar, y conforme a lo anterior, la acreditación del perjuicio "pérdida de la
oportunidad" exige la demostración de que el actor tenía unas "serias o razonadas
probabilidades" de ver estimada su pretensión y de que éstas se frustraron por la conducta
negligente del profesional (relación de causalidad e imputación objetiva del daño). "La
responsabilidad por pérdida de oportunidades exige demostrar que el perjudicado se
encontraba en una situación fáctica o jurídica idónea para realizarlas" [STS 27 de julio de 2006
(RJ 2006, 6548)].
Para acreditar la certeza de este daño, de que el actor tenía razonadas y fundadas
probabilidades de éxito, de que tenía, por tanto, oportunidad, son dos los procedimientos que
pueden emplearse y que pueden concurrir al no ser excluyentes: uno, el estadístico, referido al
estudio comparativo de las soluciones que los tribunales ofrecen a los mismos asuntos en el
que el profesional incurrió en negligencia; el otro, basado en la realización de un estudio
particular sobre las probabilidades de éxito en el caso concreto, el denominado "juicio sobre el
juicio".
Las SSTS de 29 de mayo y 28 de julio de 2003 (RJ 2003, 3914 y 5989) se plantean la utilización
de este último método ("el juicio sobre el juicio"), lo que implica realizar un juicio de
probabilidad sobre cuál hubiera sido el resultado final del conflicto de haber actuado con la
diligencia y pericia exigible el profesional, para lo que se deberán tener en cuenta todas las
circunstancias concurrentes en la obligación.
El TS ha objetado al empleo del método basado en el "juicio sobre juicio" la posible
vulneración de la cosa juzgada, que aparece como un límite infranqueable para el tribunal ya
que no puede reexaminar la causa en la que el profesional se comportó negligentemente. Sin
embargo, para que se vulnere la cosa juzgada es necesario que entre el pleito inicial y aquel en
que se hace valer ésta coincida tanto el objeto material del proceso como los sujetos (cfr. art.
222 LEC), lo cual no sucede en el caso que nos ocupa. Tampoco, sea cual sea el resultado del
"juicio sobre el juicio" realizado por el tribunal que conozca de la demanda de responsabilidad
frente al abogado, se modifica la situación jurídica declarada por la sentencia firme que puso
fin al proceso en que aquél incurrió en negligencia, por lo que la eficacia de cosa juzgada no
queda afectada
Se ha dicho también que la utilización de este método para valorar las probabilidades de éxito
del cliente, en los casos de pretensiones no civiles (penales, administrativas o laborales)
supondría realizar por parte del órgano jurisdiccional civil que conoce de la
demanda de responsabilidad del letrado un juicio de probabilidad sobre otra jurisdicción que
resulta "totalmente inadmisible". Sin embargo, no puede olvidarse que el ordenamiento
jurídico prevé que los jueces resuelvan cuestiones prejudiciales aplicando normas ajenas a su
ámbito jurisdiccional.
Es cierto que, como tienen declarado muchas de las sentencias apuntadas, nadie puede prever
con absoluta seguridad que la demanda, el recurso o la reclamación judicial, frustradas o mal
planteadas, hubieran sido acogidas, pero también lo es que, como dicen otras e incluso las
mismas sentencias, sí pueden ser examinadas las posibilidades de que la acción o el recurso,
de haber sido ejercitados diligentemente hubieran prosperado, como único medio para
aproximarse al alcance de los daños. No se trata de que los Tribunales del orden civil realicen
un exhaustivo enjuiciamiento de las pretensiones de las partes (una de ellas, el cliente-
demandante) cuyo efectivo conocimiento por el órgano judicial no fue posible por la conducta
negligente del letrado. Se trata más bien de realizar un análisis valorativo de la posición del
cliente en aquel procedimiento, similar al que se realiza para determinar el resarcimiento del
lucro cesante, con la finalidad de determinar si la pretensión frustrada era o no razonable y, en
consecuencia, si a la conducta del letrado se le puede atribuir una efectiva pérdida de las
oportunidades del cliente. Por ello, si del examen de esta valoración (juicio sobre el juicio) se
desprende que las probabilidades de éxito del recurso no interpuesto o de la acción frustrada
por la negligencia del abogado o del procurador eran nulas o escasas, no habrá perjuicio (por
pérdida de oportunidad) y, en consecuencia, responsabilidad.
La determinación del quantum indemnizatorio por el daño por la privación de la oportunidad
Una vez concluida la anterior operación y constatada la existencia de un perjuicio cierto, al
quedar probado que el cliente tenía fundadas probabilidades de ver estimada su pretensión o
recurso resta la segunda operación, esto es, la de valorar dicho daño en orden a fijar la cuantía
indemnizatoria. Esta operación implica la estimación o cuantificación económica de la
oportunidad perdida. En ella, son dos los parámetros básicos que el Tribunal deberá tener en
cuenta: de una parte, las efectivas probabilidades de éxito de la pretensión o el recurso
frustradas, expresadas en un porcentaje, y que ya habrá calculado para tener por acreditado el
daño; de otra, la cuantía litigiosa de la pretensión frustrada (y que se podría haber obtenido
con cierta probabilidad), teniendo siempre presente que esta última no puede venir
identificada con el perjuicio ocasionado al cliente (esto es, la "pérdida de la oportunidad")
No obstante, es posible que la operación de constatación de oportunidades, a través del "juicio
sobre el juicio" y del recurso a la estadística, arroje el resultado de que el cliente tenía un 100%
de probabilidades de ver estimada su pretensión. En tal caso, como venimos sosteniendo, el
daño sufrido ya no será la "pérdida de la oportunidad", sino la pérdida de la pretensión, la
privación de un derecho, de una ganancia (ahora sí) efectiva y cierta dejada de obtener. Así, se
ha resuelto en algunas sentencias ya mencionadas. En estos casos, el cliente, antes del
incumplimiento del profesional, no tiene una mera expectativa o una oportunidad de obtener
un beneficio, sino el derecho a obtener una cantidad cierta reconocido por un órgano judicial.

7. Casuistica
8. Daños derivados de la actuación del abogado
9. FORMAS DE CUANTIFICAR EL DAÑO CAUSADO POR EL ABOGADO

En más de treinta años de aplicación del Código Civil, no se ha podido establecer parámetros
de cómo se puede cuantificar el daño causado a los litigantes por mala praxis del letrado por
un actuar negligente ya sea con dolo o culpa para poder establecer una indemnización por el
daño causado. El tratadista colombiano François Chebas describe determinadas teorías para
determinar las formas de cuantificar el daño.

9.1. TEORÍA DE LA PÉRDIDA DE LA OPORTUNIDAD O CHANCE

La teoría de la perdida de la oportunidad o chance, se concentra en la certeza del daño,


sustentada en la certeza del daño, el profesor colombiano señala que el daño consiste en
privar a la víctima de la posibilidad de ganar algo, una competencia, un proceso; en caso de
responsabilidad médica, la posibilidad de salvar vidas con una atención oportuna y
conducente. En caso de responsabilidad del abogado no consistiría en la pérdida del proceso, o
de la pretensión formulada por el demandante o de las excepciones o medios de defensa
formulado por el demandado, sino en la perdida de oportunidad de lograr el resultado
deseado, sin que este resultado ofrezca siquiera atisbo de certeza, por ello, la indemnización a
cargo del abogado será parcial, dependiendo del número de posibilidades que en un asunto
judicial especifico tendría el actor, de manera que los ubica en el campo de la especulaciones,
proyecciones, anhelos, aspiraciones.

Esta teoría también se puede reflejar en la casación N° 2632-2011-Lima, donde la Sala Civil
Transitoria de la Corte Suprema de Justicia estableció que para determinar la responsabilidad
civil de los abogados en un caso específico, el juez deberá considerar la teoría de la perdida de
la chance. Esta teoría también conocida como la doctrina de la perdida de oportunidad, alude
a todos aquellos eventos en que una persona con la expectativa de conseguir un provecho o
evitar una perdida, pierde esa aspiración por el hecho o conducta de otro sujeto generando,
por un lado, la incertidumbre de saber si el efecto beneficioso se habría producido o no, y por
otro, la certeza de que se ha cercenado de modo irreversible una probable ventaja patrimonial

Según la Corte Suprema de Justicia, este hecho constituye por si mismo un daño indemnizable,
pues lo que realmente se priva a la víctima con esta teoría es la esperanza u oportunidad de
conseguir un resultado favorable. También considera que corresponderá al juez, en el
supuesto caso de responsabilidad civil de un abogado que actuó negligentemente, fijar si la
posibilidad perdida constituyo una probabilidad cierta, fundada y suficiente. Por lo que aun
cuando la estimación del daño pudiera resultar dificultosa, su apreciación responderá a la
determinación prudente que el magistrado efectué con arreglo a las circunstancias del caso.
Concluyendo que solo podrá hablarse de responsabilidad civil del abogado, si en el desarrollo
de su cometido el letrado no desplego la diligencia y habilidad técnica exigible al profesional
de su condición y, como consecuencia de ello, se produjo un daño en la persona que contrato
sus servicios.
9.2. JUICIO DE PROSPERABILIDAD, O JUICIO DEL JUICIO
El autor de la teoría de la perdida de la oportunidad señala que va de la mano de los
planteamientos que establece la presente teoría, una y otra con elementos propios, pero
ambas complementarias con el propósito de establecer o determinar el monto indemnizable
en asuntos de responsabilidad profesional del abogado. Si bien es cierto la aplicación y
materialización del principio de la perdida de la oportunidad o juicio de juicio, mejora y si se
quiere, aclara el panorama, para el establecimiento o la determinación de una aproximada
adecuación de la relación causal entre la conducta contractualmente reprochable del abogado
y el daño a la postre indemnizable, que conduzca a una tasación objetiva de daño, por lo
menos con mayor aproximación.

9.3.PAGO DEL INTERÉS TOTAL QUE SE REPRESENTABA EN EL PROCESO


La otra forma o modalidad que eventualmente podría servir de criterio para la cuantificación
del daño causado por la negligencia del abogado en la ejecución del contrato de prestación de
servicios profesionales, seria recurrir a la formula simple de condenar al profesional al total de
la pretensión o del interés que representaba en el proceso. El profesor Chabas expresa que
uno de sus elementos es precisamente “la ausencia de prueba del vínculo de causalidad entre
la perdida de esa ventaja esperada y la culpa”.

El destacado profesor colombiano analiza la siguiente hipótesis: Imaginese que la falta del
abogado fue la omisión del recurso de apelación frente a una sentencia desfavorable a su
mandante, así las cosas el abogado dejo vencer el termino y la sentencia desfavorable a los
intereses de su cliente de que su proceso y el fallo contrario a sus interese fuera revisado y
eventualmente revocado por el Superior en trámite de la segunda instancia.
Se ha planteado en algunos espacios académicos, que el solo paso del tiempo que tardaría en
resolverse el recurso en segunda instancia, ya sería un daño cierto para el afectado con el fallo
desfavorable en ´primera instancia.
El autor ilustra didácticamente en un típico caso colombiano. “Imaginémonos por ejemplo en
un contrato de arrendamiento de local comercial, con costo elevado de prima, posicionamiento
y acreditación del comerciante, ocupación del inmueble arrendado por varios años, y en el
proceso se dicte sentencia de primera instancia ordenando la restitución del inmueble a su
propietario. De haberse apelado la sentencia, es claro que no tendríamos la certeza de que
fuera revocada en segunda instancia, lo que vulnera es la posibilidad, pero dicha apelación, en
términos procesal oportuno, habría permitido al vencido en el proceso, su uso por lo menos
durante un año, tiempo promedio de duración de la segunda instancia, lo cual implicaría, por
desfavorable que fuera la sentencia, esto es, no obstante se ratificara la de primera instancia,
que ese comerciante habría tenido el uso, administración y explotación económica por un
tiempo más, pero al verse obligado al cumplimiento apremiante de la sentencia y su
consecuente entrega, ello le generara grandes perjuicios, expresados en daño emergente y
lucro cesante, representado en la necesidad de desmontar su negocio, ubicarse en otro lugar
diferente, los gastos de adecuación, de trasteo y el tiempo que tendrá que sacrificar de
ingresos por su inactividad, que de haber apelado la decisión lo habría legitimado para
permanecer allí por un tiempo adicional considerable, lo cual le habría permitido ubicarse con
tiempo, planeando su nueva ubicación y realizando los traslados si mayores traumatismos, por
ello, el solo espacio de tiempo que tardaría el trámite de la segunda instancia, podría
catalogarse como un daño cierto y determinado”
9.4.DAÑO MORAL
Finalmente se esboza la cuarta teoría tendiente a sustentar el monto indemnizable frente a la
negligencia del abogado. Se trata de indemnizar al perjudicado, a la víctima del descuido del
abogado con topes relativos a la tasación del daño moral. Se plantea que el mandante por lo
menos ha sufrido un daño moral, una tristeza, angustia o depresión por el hecho de habérsele
negado una importante oportunidad procesal, como cuando no se apela la sentencia que le
fue desfavorable, por la terminación anticipada de su causa a raíz de una perención,
desistimiento tácito, una sanción por inasistencia la audiencia de conciliación, etc. Es decir,
esta teoría plantea que ante la dificultad probatoria de la relación causal entre el
incumplimiento del profesional y el daño, es procedente afirmar que este mandante por lo
menos estará afectado personal e íntimamente en su estado de ánimo por la negligencia
profesional, sin entrar a analizar las posibilidades o no que tendría la acción con las teorías de
la perdida de la oportunidad o con el análisis del juicio de prosperabilidad.

10. Aseguramiento de la responsabilidad del abogado


Investigacion
Para efectos de investigacion del presente trabajo, se van a tomar como fuentes de
investigacion el siguiente material bibliográfico:
Álvarez A, (2007) La responsabilidad civil del abogado y su aseguramiento, Bogotá
Herrera E, (2019) El cerebro corrupto, Lima
Osorio A, (2011) El alma de la toga, México 2da ed
De Perez-Liorca (2000) La responsabilidad civil de abogados en la jurisprudencia del Tribunal
Supremo,
Castilla

Hipótesis

¿Por qué los abogados incurren en una responsabilidad civil?


Conclusión

Los abogados que egresan de las universidades nacionales y privadas no están bien formados
tanto en conocimiento, técnica y no cuenta con una formación ética sólida. No son
competitivos, defienden materias que no dominan (mala praxis de la profesión), generando
con ello una defensa irresponsable, una defensa no técnica. Entonces la defensa negligente e
irresponsable trae como consecuencia que se vean inmerso en una responsabilidad civil.

La cuantificación del daño generado por el abogado frente a su cliente debido a su falta de
diligencia, preparación, falta de idoneidad para un proceso especifico entre otros; es un tema
bastante sensible que aún no existe mucha jurisprudencia en nuestro país sobre el particular.
Esta valoración será de competencia del juez para lo cual deberá considerar la teoría de la
perdida de la chance y ordenar que el abogado indemnice a su litigante por su responsabilidad
civil frente a éste. La indemnización está en proporción a las lesiones e intereses afectados que
el agraviado tiene que probar.

https://www.asociacionabogadosrcs.org/doctrina/responsabilidadAbogadosTribunalSuprem
o.pdf

http://repositorio.usfq.edu.ec/bitstream/23000/894/1/98227.pdf
REFERENCIA

 https://www.asociacionabogadosrcs.org/doctrina/responsabilidadAbogadosTribunalS
upremo.pdfA




 Ángel Blasco Pellicer, A. S. (2012).

 Cervilla Garzón, M. D. ( 2003). "Una nueva visión de la responsabilidad profesional del


abogado".

 Crespo Mora, M. C. (2005). La responsabilidad del abogado en el Derecho civil,


Navarra. Ed. Thomson-Civitas.

También podría gustarte