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Carmen Herrero
Universidad de Salamanca
[email protected]
RESUMEN: El presente trabajo plantea la necesidad de que el Derecho y los tribunales utilicen el co-
nocimiento científico procedente de la psicología. Más concretamente, sugiere el papel de distintos
procesos y fenómenos psicológicos y sociales en la obtención, interpretación y valoración de la
prueba. Para ello, aborda la problemática del testimonio del experto y la admisibilidad de la prue-
ba aportando investigaciones empíricas que cuestionan la distintividad del razonamiento legal.
Se constata la diferente consideración o estatus otorgado a la psicología frente a otras disciplinas
forenses, se muestra la utilización por parte de los operadores jurídicos de creencias de sentido
común no validadas científicamente y se ilustran sus efectos negativos en distintos ámbitos y en
ciertas decisiones de la Sala Segunda de lo Penal del Tribunal Supremo Español. En particular, las
referidas a los criterios orientativos para valorar la credibilidad de la declaración de las víctimas.
Además, se proponen distintas áreas en las que el Derecho puede beneficiarse de los conocimientos
de la psicología jurídica y se sugiere una aproximación más amplia al rol del perito. Por otra parte,
se aplicará el conocimiento de la psicología, especialmente de la psicología cognitiva, para explicar
los errores en las pruebas forenses. Se analizan también las implicaciones para la prueba de los
hechos y para la calidad de la toma de decisiones. Finalmente, se aboga por una mayor interacción
entre académicos/profesionales de la psicología y el derecho, así como por la necesidad de estudios
empíricos con los profesionales del sistema de justicia.
PALABRAS CLAVE: Psicología Jurídica; testimonio del experto; sentido común; prueba; sesgos en las
ciencias forenses.
*
La autora agradece a los revisores que han contribuido a mejorar la calidad de este trabajo.
Quaestio facti. Revista Internacional sobre Razonamiento Probatorio / International Journal on Evidential Legal Reasoning
Año 2021 N.2 pp. 343-388 (paginación provisional) DOI: 10.33115/udg_bib/qf.i2.22533
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ABSTRACT: This paper raises the need for the Law and the courts to use scientific knowledge from
Psychology. More specifically, it suggests the role of different psychological and social processes
in obtaining, interpreting and evaluating the evidence. To do this, it addresses the problem of
the expert’s testimony and the admissibility of the evidence by providing empirical researches
that dispute the distinctiveness of legal reasoning. The different consideration or status granted
to Psychology compared to other forensic disciplines is verified, as well the use by legal operators
of not scientifically validated common-sense beliefs and its adverse effects, as it occurred in some
decisions of the Spanish Supreme Court. In particular, those referring to guiding criteria to assess
the credibility of the victims.
Additionally, different areas in which the Law can benefit from the knowledge of legal psychology
are proposed, and a broader approach to the role of the expert is recommended. On the other
hand, knowledge of Psychology, especially cognitive Psychology, will be applied to explain errors in
forensic tests. The implications for the finding of facts and the quality of decision-making are also
analysed. Finally, it is advocated for more significant interaction between academics/professionals
of Psychology and Law, as well as the need for empirical studies based on the professionals of the
justice system as participants.
KEYWORDS: Legal Psychology; expert testimony; common-sense; evidence; bias in forensic science .
Caso 1: Choque frontal de dos trenes cerca de los Ángeles. Uno de los accidentes
de mayor gravedad en el que murieron 25 personas en septiembre de 2008. Con de-
mandas millonarias en juego, las autoridades iniciaron una extensa investigación una
de cuyas claves era determinar si el conductor, que había fallecido, se había saltado
un semáforo en rojo por ir distraído enviando mensajes de texto con su teléfono. Si
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de ellos, permite especular que el problema estuvo mucho más relacionado con los
hechos, su determinación, interpretación o validez, que con «las reglas de juego»
utilizadas para alcanzar la decisión última, o con el variado conjunto de códigos, nor-
mativas o articulado que se les aplicaron, aunque sin la connivencia, e implicación
activa, de estos elementos hubiera sido imposible concebir tales fatídicos resultados.
Es más, no son pocos los que consideran que muchas de las reglas y procedimientos
asociados con los procesos legales, junto con otras metas diferentes a la búsqueda de
la verdad, así como ciertas carencias en el conocimiento y en los procesos de pensa-
miento de varios actores jurídicos, se convierten realmente en obstáculos e impiden
la consecución de la verdad en el proceso (Koehler y Meixner, 2015; Schauer y
Spellman, 2013).
Por lo expuesto, es esencial insistir en la calidad de la información, del conoci-
miento que se obtenga de todos los posibles elementos de prueba por medios lícitos,
de la interpretación, utilización y valoración que se haga del mismo. En definitiva,
la calidad de todas las actividades y fases relacionadas con la determinación y prue-
ba de los hechos. Afrontar tales requerimientos supone, por un lado, ir más allá
de las cuestiones de Derecho, aunque los juristas parecen haberse centrado más en
la problemática de la interpretación de las normas y han prestado menos atención
a la interpretación y al juicio sobre los hechos (Gascón, 2004). Por otro, implica,
aunque no exclusivamente, contar con distintos profesionales y académicos no juris-
tas, expertos en materias variadas, a los que se solicita sus conocimientos científicos,
técnicos, o de otro tipo, y su testimonio para ayudar, entre otras cosas, a tomar deci-
siones al juzgador, al tribunal, al jurado en su caso. También de la calidad, fiabilidad
y validez de tales contribuciones, de la adecuada interpretación que se haga de ellas
por parte de los actores jurídicos, así como de la valoración que de todo ello realice el
juzgador, dependerán en gran medida las decisiones que se alcancen en los tribunales.
Por lo tanto, el testimonio de los expertos se convierte en uno de los instrumentos
fundamentales en el proceso, concretado de diversas formas en los distintos sistemas
jurídicos (Vázquez, 2015a, 2015b, 2016; Gascón, 2013) y puede ir más allá de la
realización de un peritaje o la emisión de un dictamen.
Desatender más de lo deseable las cuestiones de hecho, «el maltratamiento» de las
mismas como refiere Andrés Ibáñez (2017) respecto a la formación de los jueces, el
circunscribir, cuando no reducir, la prueba a un mero suceder de normas procesales
puede tener consecuencias e implicaciones desafortunadas. Dejando al margen las de
carácter jurídico legal, quisiera señalar algunas: a) ausencia de la psicología/psicolo-
gía jurídica; b) la socialización de los juristas y otros profesionales; c) menor aprecio
por la investigación empírica. La primera, ha servido como excusa implícita para
dejar fuera de los asuntos jurídico-legales en general, y de los que tienen en mayor
medida que ver con el proceso en particular, los conocimientos y avances científicos
de ciertas disciplinas como la psicología o, una de sus denominadas aplicaciones, la
psicología jurídica que, supuestamente, poco tendrían que aportar a la aplicación
de unas normas (a unos hechos con significación y relevancia legales). Los avan-
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ces de otras disciplinas también habrían quedado excluidos, salvo los considerados
más imprescindibles de las denominadas «ciencias duras», siempre muy presentes y
apreciadas en el contexto forense (ej. ciencias forenses). Pero ¿no contribuirían todas
ellas, aun en diferente grado si se prefiere, a la determinación de unos hechos, a la
averiguación de la verdad? Si los hechos quedan al margen, las disciplinas que los
explican y permiten entenderlos también, y en particular si tienen que ver con el
comportamiento humano, para cuya interpretación cualquier ciudadano puede ser
«psicólogo ingenuo» o lego.
Sin pretender caer en un burdo «psicologicismo», podríamos afirmar que la psi-
cología 1 permea el derecho. Los legisladores y operadores jurídicos actúan como psi-
cólogos aplicados ingenuos, que manejan continuamente suposiciones y conjeturas
1
La delimitación o definición de los distintos ámbitos de la Psicología que se mencionan excede
lógicamente de los objetivos del presente trabajo. No obstante, puede ser de utilidad alguna breve
aclaración sobre ellos, si bien efectuada a grandes rasgos y sin los matices que probablemente fueran
necesarios. Me referiré a la psicología, en general, cuando sean múltiples y muy variados los temas y
perspectivas implicados sobre la mente y el comportamiento humanos, pero todos ellos abordados
científicamente. La referencia a la psicología cognitiva, como otros ámbitos disciplinares, supone una
perspectiva y no únicamente unas temáticas concretas, nos sitúa ante el estudio científico de los procesos
mentales por los que las personas perciben, almacenan, procesan, recuperan y utilizan la información.
La psicología social, y su perspectiva psicosocial, pone el acento en la interacción recíproca y el estu-
dio de las relaciones entre los procesos psicológicos individuales y los sociales. La literatura se refiere a
ella como el estudio científico de cómo los pensamientos, sentimientos y conductas de las personas están
influidas por la presencia real, imaginada o implícita de otros, del contexto y de las situaciones en las que
se encuentran los sujetos. Por ello se habla también de cognición social para poner el acento en el mismo
tipo de procesos referidos previamente pero aplicados fundamentalmente al mundo social. Esto es,
cómo pensamos sobre nosotros mismos y los demás y los comportamientos, así como sobre las relacio-
nes sociales, y cómo damos sentido y construimos todo ello. De hecho mucha de la literatura psicosocial
diría que toda cognición es necesariamente social, que nuestra mente está socialmente estructurada.
Mientras que la psicología social se centra en mayor medida en las semejanzas entre los sujetos fruto,
entre otras cosas, del contexto, de las situaciones sociales y cómo se construyen, la psicología de la perso-
nalidad presta más atención al estudio de las peculiaridades y diferencias individuales entre las personas.
Por su parte, la psicología jurídica se considera un campo aplicado que estudia todas las temáticas y
procesos relevantes en la interacción entre la Psicología y el Derecho, incluidos todos los que afectan a
los actores implicados. El campo se nutre principalmente de los conocimientos de la psicología básica,
de la psicología cognitiva o de la psicología social, pero también de la psicología del desarrollo, entre
otras. Cuando el ámbito de aplicación se concreta aún más y se centra en el estudio, por ejemplo, de la
exactitud y credibilidad de las declaraciones, así como de todo lo que ello implica, se habla de psicología
del testimonio. Por otra parte, cuando los profesionales de la psicología auxilian al sistema de justicia,
generalmente como peritos, podríamos hablar de psicología forense.
Todos los ámbitos disciplinares mencionados en el presente trabajo tienen un aspecto común que
debe subrayarse. Obtienen sus conocimientos a través de la investigación utilizando distintas herra-
mientas del método científico y requieren la realización de trabajo empírico para poner a prueba las
hipótesis de las que se trate. Dependiendo de los condicionantes del objeto de estudio concreto y de
contenidos implicados, se realizan experimentos, que permiten un mayor control sobre las variables y
establecer relaciones de causalidad, cuasi experimentos o estudios correlacionales, e incluso cualitativos,
y no solo en «el laboratorio» sino en contextos reales, con mayor dificultad de control, pero no por ello
menos relevantes o necesariamente menos fiables. Finalmente, todos los ámbitos mencionados en el
trabajo aportan conocimientos significativos y relevantes en el contexto jurídico.
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sobre cómo las personas piensan y actúan. El sistema legal, incluso, sería considerado
una institución de cognición social (Spellman y Schauer, 2012a, 2012b; Spellman
y Weaver, 2020). Su relevancia no se agota con los asuntos del testimonio, los tes-
tigos y su credibilidad, por muy importante que esta área haya sido y siga siéndolo.
De hecho, probablemente constituya el ámbito en el que se han producido varias de
las contribuciones más consolidadas (González y Manzanero, 2018; Mazzoni,
2019; National Research Council, 2014; Wells., Kovera, Douglass, Brewer,
Meissner, y Wixted, 2020), alguna de las cuales ha llegado, o empieza a hacerlo
cada vez más, también a los juristas en nuestro país. Y no se agota, además, porque
hay otros variados procesos psicológicos y psicosociales implicados en el contexto
jurídico legal que son significativos, incluso, más allá de los tribunales, no se sitúan
únicamente en la jurisdicción penal, al tiempo que la aportación de los profesionales
y académicos no se reduciría necesariamente a la realización de algunos peritajes
(Brank, 2019; Robbennolt y Hans, 2016; Rowell y Bilz, 202; Saks y Spellman,
2016; Stern, S. M. y Lewinsohn-Zamir, 2020; Sternlight y Robbennolt, J.
K., 2008). Reparar en todos ellos no solo amplía la perspectiva en relación con la
obtención e interpretación de los hechos en el proceso, sino que la sitúa más allá del
mismo, al tiempo que refleja la necesidad de una mayor interacción entre juristas y
otros ámbitos del saber. No hacerlo contribuye a la separación de mundos que de-
bieran ir de la mano.
La segunda de las implicaciones de relegar el asunto de los hechos referido más
arriba tendría que ver con su potencial efecto en lo que podríamos denominar la
socialización, y con ella en la práctica, de los futuros juristas y profesionales del de-
recho, así como en los de otras disciplinas relacionadas o con relevancia en el sistema
de justicia. Y de hecho, ayuda a explicar distintas creencias mantenidas por ellos.
Como ilustración, al menos parcial, de esta afirmación puede acudirse a las falsas
creencias, mitos e ideas pseudocientíficas ampliamente compartidas por el alumnado
del último curso de derecho (Herrero, 2016; Herrero, Masip y Picado, 2016)
y que venimos recogiendo los últimos años a partir de un proyecto de innovación
docente. Solo me referiré en este momento a tres de ellas: un alto porcentaje (70-
92 %, dependiendo de la afirmación de que se trate) consideran que los jueces es-
tán más capacitados, y disponen de mayores habilidades para pensar y razonar, que
No se puede afirmar que uno de ellos como «un todo» es más fiable que otro, dependerá del grado,
medida y adecuación con la que se utilicen las distintas herramientas del método. De este modo, las
afirmaciones y propuestas científicas deben basarse no solo en buenos métodos sino en la obtención de
evidencia suficiente y fiable. Como señala Reisberg (2014), por muy cuidadosos que sean los investi-
gadores en la utilización de procedimientos adecuados, una afirmación, propuesta, teoría o explicación
de un fenómeno no puede tenerse en cuenta si la evidencia es escasa o débil. En este sentido, el que un
ámbito disciplinar sea ampliamente aceptado y considerado fiable por la utilización del método científi-
co o la solidez de sus teorías no significa que cualquier propuesta, afirmación o conocimiento concreto
que se deriva de él tenga que ser igualmente aceptado y fiable. En este sentido, hay afirmaciones sobre
la mente y comportamiento humanos, de relevancia también en el contexto jurídico, que han obtenido
más sólida y mejor evidencia que otras, lo que habrá de analizarse y considerarse caso a caso.
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otras personas sin formación jurídica, a la hora de interpretar una prueba que un
perito/experto 2 presenta en el proceso. Estiman que la práctica y experiencia pro-
fesional de jueces, abogados o fiscales son determinantes para conocer cuándo un
testigo o un imputado está diciendo la verdad; o consideran que los jueces toman
mejores decisiones que los jurados. ¿En qué desempeño de rol respecto a los jue-
ces, por ejemplo, están pensando exactamente? ¿Tal vez, y en mayor medida, en
la interpretación jurídica? Los resultados, que no permiten por ahora resolver esta
cuestión y habrán de colocarnos en el terreno de la mera hipótesis, son muy similares
en muestras de alumnado de criminología, en menor medida de los de psicología,
pero con igual o más fuerza en una muestra de profesionales de la policía (con años
de experiencia y sin ella) y en algún pequeño grupo de operadores jurídicos (jueces,
abogados, fiscales, litigantes). Interesante, además, es la seguridad que manifiestan en
lo acertado de sus creencias.
La tercera, y última de las consecuencias, alude al poco aprecio que suele tenerse
por los estudios empíricos y su utilidad en el contexto jurídico (Edmond y Hamer,
2012; Schauer, 2006; Spellman, 2007; Schauer, 2010), en especial si provienen
del ámbito no nacional y no se circunscriben a nuestro sistema jurídico concreto. Y
no deja de ser un tanto desconcertante dado que, aunque no en exclusiva, la acumu-
lación de conocimiento a través de la investigación empírica es lo que permite poner
a prueba aquello que en el derecho solo son hipótesis pendientes de corroboración.
Este último aspecto sobre los estudios empíricos nos conduce a la siguiente idea que
quisiera formular y permite retomar, además, el problema del control de la calidad
de la información, de los elementos de prueba que entran en juego en el proceso,
generalmente a través del testimonio de los expertos y peritos.
La utilización de la ciencia en el proceso como medio (método) de averiguación
de la verdad, y no solo respecto a cuestiones de admisibilidad, es un asunto controver-
tido (Gascón, 2004, 2013; Faigman, 2006; Faigman et al., 2016, Tarufo, 2005a,
2013; Schauer, 2010b; Vázquez, 2015a) en el que este trabajo no tiene intención
de entrar. Pero si quisiera comentar alguno de los aspectos que le circundan. Acudir a
los conocimientos científicos no es sinónimo de hallar certezas absolutas, pero sí al-
gunas informaciones relevantes, sobre los hechos o los enunciados de los hechos. Es
inherente a la empresa científica moverse en el ámbito probabilístico (Broomell y
Kane, 2017), lo que supone manejar la incertidumbre. Y esto no suele admitirse de
buen grado ni por el púbico en general, ni por los profesionales de múltiples ámbitos
en particular. El razonamiento científico no es sencillo (Edmond y Hamer, 2012;
Es necesario aclarar que el hecho de que en ocasiones en el texto se utilicen simultáneamente los
2
términos de perito y experto no significa que se les esté otorgando el mismo significado. Los peritos son
expertos o especialistas pero los expertos no necesariamente son peritos. Un experto se convierte en pe-
rito, ya sea de parte o de confianza del juez, cuando este lo designa como tal. Por ello, dependiendo del
contexto en el que se estén utilizando será más adecuado la conceptualización del experto como perito,
y se utilizará preferiblemente ese término, mientras que en otras ocasiones aludiremos al experto más
allá de su rol pericial. De hecho, en el trabajo se propone precisamente no limitar la labor y actuación
del experto a la realización de un peritaje.
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Shah et al., 2017), como no lo es adaptar y aplicar los fenómenos generales que trata
de comprender la ciencia a los casos particulares (Faigman, Monahan y Slobogin,
2014; Fisher et al., 2015). Y este último es, en particular, uno de los problemas sus-
tanciales que continuamente habremos de sortear en las relaciones entre la psicología
y el derecho. De este modo, la acumulación de conocimiento a través de estudios
empíricos permite alejarnos del «todo vale», de que cualquier hipótesis, teoría o resul-
tado sea igualmente válido. Y cuando no lo permite, como plantea Reisberg (2014),
tal vez es mejor no decir nada. Tan sencillo como es esto desde la posición de acadé-
micos e investigadores, es un imposible en el proceso. Hay que alcanzar decisiones y
hacerlo en un tiempo limitado.
Abogar por la intervención de la ciencia en la prueba tampoco es sinónimo de
cientifismo (Haack, 2012, cit. Vázquez, 2015a), ni de objetivismo ingenuo, aunque
el «envoltorio» pudiera parecerlo. Simplemente, o no tanto, se trata de evitar que se
tomen decisiones utilizando la pseudociencia, admitiendo resultados e interpretacio-
nes que no son válidas científicamente, incluso aunque vengan de disciplinas con-
sideradas como tales. Esto implica que el conocimiento del experto, en sí mismo, y
en particular cuando se concreta en la función de perito, no es necesariamente fiable
ni válido. Habrá de determinar cómo se obtuvo y qué permite afirmar. Y para ello,
probablemente no sea suficiente acudir a sus credenciales.
Finalmente, no se está proponiendo que la investigación científica sustituya a la
jurídica, ni que el testimonio del perito, o del experto en general, lo haga respecto
del juzgador o, por ejemplo, del legislador. Tampoco que las probabilidades de error
aceptables para algún conocimiento científico determinado sean las que deban asu-
mirse en el contexto jurídico, aunque debieran tenerse en cuenta. Se trata, al menos,
de que las «máximas de la lógica y la experiencia» no sean absolutamente incompati-
bles con las de la ciencia. Porque si no es así ¿qué nos queda?
Estamos abocados al «sentido común», a la «cultura promedio» del «hombre razonable» … al
«acervo de conocimientos» personal que cualquier miembro de la sociedad tiene en su mente y
su memoria (Taruffo, 2013: 205).
La mayor contribución que pueden hacer los psicólogos al sistema jurídico no está en poner este
sistema `bajo el microscopio´, sino en hacer rápidamente disponible y accesible el conocimiento
alcanzado sobre los procesos cognitivos humanos, sobre la naturaleza humana, de manera que,
finalmente, sea indudable para todos como «sentido común» (King, 1984: 79, cit. en Garrido
y Herrero, 2006)
Con las premisas expuestas y el espíritu expresado por King en mente, el presente
trabajo tiene los siguientes objetivos. Demostrar la necesidad de que el Derecho, el
proceso y los operadores jurídicos acudan al conocimiento científico obtenido por la
psicología, en particular a los de la psicología jurídica. Acudiendo a una variedad de
estudios empíricos, pretende constatar la utilización de la mera intuición, de creen-
cias de sentido común en el ámbito jurídico e identificar algunos de los efectos perni-
ciosos que provoca alejarse del conocimiento acumulado a través de la investigación.
Se pondrá de manifiesto, igualmente, la intervención de supuestos y procesos psico-
lógicos o psicosociales en variados asuntos jurídicos, incluidos varios que atañen a
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Las sentencias aludidas pueden solicitarse a la autora del trabajo. SAP CU 10/2011, de 14 de
junio; SAP MU 20/2016, de 12 de enero; SAP V, 701/2014, de 28 de julio; AAP SE 87/2017, de 19
de enero; SAP M 216/2017, de 2 de junio; SAP M 419/2017, de 13 de diciembre; AAP CU 125/2018,
de 17 de abril; SAN 28/2018, de 25 de junio; STS 2/2019, de 1 de febrero; STSJ M 264/2019, de 10
de diciembre.
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resultan tan influenciados como los legos y ello afecta a sus decisiones (Demaine,
2008, 2012; Steblay, N. et al., 2006; Spellman y Saks, 2016; Wistrich, Guthrie
y Rachlinski, 2005). Por otra parte, y aunque los estudios con muestras de jueces
no han proliferado, contamos con ciertas líneas de trabajo relevantes que vuelven
a mostrar la vulnerabilidad de los profesionales a una gama variada de sesgos e in-
fluencias y que no son menos susceptibles a ellos que los jurados (Charman et al.,
2019; Garrido y Herrero, 1997; Guthrie, Rachlinski y Wistrich, 2002, 2007;
Oeberst y Goeckenjan, 2016; Rachlinski., 1998; 2000; Rachlinski, Wistrich,
y Guthrie, C, 2015; Redfield, 2017; Robbennolt y Hans, 2016; entre otros) 4. Así
mismo, no podemos olvidar a los abogados puesto que también tienen responsabi-
lidad y protagonismo en los asuntos de prueba, incluso en nuestro sistema, y cuyo
estudio empírico ha sido descuidado (Despadova, Kukucka y Hiley, 2020; Fox y
Birke, 2002; Sternlight y Robbennolt, 2008; Wechsler et al, 2015). Futuras
investigaciones debieran profundizar en lo que todo ello implica.
Finalmente, por lo que a las reglas de admisibilidad se refiere, quisiera mencionar
dos aspectos no menos controvertidos. El primero supone preguntarse si los jueces
tienen la capacidad para asumir la responsabilidad que les otorga Daubert. ¿Pueden
apreciar la fiabilidad y la validez del conocimiento científico? El segundo, alude a
cuál sea el momento más adecuado para ejercer el control, el filtro. Los estudios de
Gatowski et al., (2001), Groscup (2004), Tadei et al., (2016), o la línea de tra-
bajo de Kovera y McAuliff (Cutler y kovera, 2011; Kovera y Levett, 2015;
McAuliff y Groscup, 2009; McAuliff et al., 2009) muestran algunas realidades
que no conducen al optimismo. Jueces y abogados no parecen detectar fácilmente
problemas metodológicos que amenazan la validez o la fiabilidad de las conclusiones
presentadas en los tribunales por los expertos. Las salvaguardas legales, tales como la
contradicción, el contrainterrogatorio, etc. no parecen ser tan efectivas como podría
suponerse 5. Con estos, y otros resultados en mente, cabe reparar en la necesidad de
4
Debe recogerse un matiz que señala Schauer (2010a, nota 3 de su capítulo) y respecto del que
no le falta razón. Los estudios empíricos disponibles se han centrado casi exclusivamente en el papel
de los jueces, o en su caso jurados, en el momento de determinar lo que sucedió basándose solamente
en las pruebas presentadas en el tribunal por las partes («fact-finding») y no en otras responsabilidades.
Por tanto, sigue siendo válida la hipótesis de una potencial distintividad del razonamiento legal y el
autor afirma que
…the most plausible version of the claim to distinctiveness in legal reasoning would be the com-
parative statistical claim that some of the methods of reasoning that are located outside of legal
reasoning—arguments from precedent, reasoning from rules, and reliance on authority, most pro-
minently—are more highly concentrated in legal argument and decision making than in ordinary
reasoning and decision making, the difference being sufficiently great as to support the conclusion
that legal reasoning is, in the aggregate, substantially unlike the kind of reasoning that takes place
in other decision making domains (pp. 107).
5
Prueba de ello son los resultados emergidos recientemente en el estudio de Neal y colab. (2019).
En él realizaron una revisión de 364 herramientas de evaluación psicológica que los profesionales mani-
festaban haber utilizado en los tribunales. Además, efectuaron un análisis del grado en el que se rebatía
la admisibilidad de las evaluaciones psicológicas. Los datos mostraron que el 90% de las herramientas de
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aproximarnos al problema no solo desde las carencias mostradas por los operadores
jurídicos, sino situarlo igualmente en los expertos y sus estrategias o modos de co-
municar los hallazgos de sus disciplinas y aplicarlos a los casos (Garret y Mitchell,
2013). Y en este aspecto hay un amplio margen de mejora.
Sobre cuál sea el momento más adecuado para realizar el control sobre la calidad
científica de la prueba que se aporta en el proceso existen en la literatura dos posturas
contrapuestas. Por ejemplo, Vázquez (2015b, 2016) parece abogar por efectuarlo en
el momento de la valoración. Por su parte Gascón (2013) ofrece una distinción inte-
resante: habla de admisibilidad procesal y admisibilidad científica. Ambas resultarían
necesarias y, además, la científica debiera aplicarse en un momento diferente al de la
valoración de la prueba. Pues bien, dejando por un momento al margen los aspectos
jurídicos o procesales implicados ¿nos permitirían las investigaciones en psicología
realizar alguna sugerencia al respecto? Acudiendo, entre otros, a los estudios aludidos
sobre el modo de pensar y razonar de legos y profesionales 6, habría que sugerir que
el control se realizara antes y separado de la valoración de la prueba. De no hacerlo
¿podríamos estar seguros de que la información científicamente cuestionable no tu-
viera algún peso en la valoración con consecuencias no predecibles? Esta debiera ser,
probablemente, otra de las cuestiones que habría que poner a prueba.
En cualquier caso, los criterios Daubert, con todas sus ventajas e inconvenientes,
son aplicables a todo tipo de conocimiento, también al de la ciencia psicológica y
al de la ciencia forense. Para cualquiera de ellas, las afirmaciones científicas, como
señala Reisberg (2014), deben basarse en buenos métodos y en buenas evidencias
evaluación utilizadas habían sido sometidas a prueba empírica, pero solo el 67% se consideraban como
aceptadas por la comunidad científica de referencia. Así mismo, solo el 40% tenían revisiones favorables
respecto a sus propiedades psicométricas y técnicas. Los datos respecto a la admisión mostraban que el
cuestionamiento de la evidencia presentada era muy infrecuente, los abogados, además, rara vez rebatían
las valoraciones de los expertos.
Por su parte Gatowski et al., (2001) puso de manifiesto que los jueces, independientemente del
estándar de admisibilidad seguido en su estado no entendían la falsabilidad como criterio para admitir
prueba científica. A pesar del consenso respecto a la utilidad de examinar las tasas de error, sus respuestas
revelaban una falta general de entendimiento del significado científico de tasa de error (cuando se les
preguntaba cómo aplicarían el concepto de error para la admisibilidad, solo un 4% de los jueces mos-
traron su comprensión). Sin embargo, había un claro entendimiento del proceso de revisión por pares.
Finalmente, el factor de aceptación general, además de considerarlo útil o muy útil como los criterios
previos, era claramente entendido por el 82% de los jueces cuando se les pidió que discutieran cómo lo
aplicarían. Por su parte Groscup (2004) constató que los jueces no utilizaban los criterios Daubert, lo
que no significaba que se inhibieran de evaluar la fiabilidad del experto en sus decisiones de admisión.
Sencillamente acudían a otros indicios como las cualificaciones del perito o cómo su testimonio se ade-
cuaba a los hechos del caso. Sin embargo, es primordial orientar la valoración no hacia la persona del
perito y sus credenciales, sino a las afirmaciones vertidas en la pericia que esté realizando
6
En particular me refiero a los estudios sobre la incapacidad para no tener en cuenta información
que no es fiable o que no estaría permitida pero que se filtra, a veces intencionadamente por parte de
los abogados, en la práctica de la prueba (ej. determinadas preguntas, la introducción de valoraciones o
calificaciones, o dejar que aparezcan algunas respuestas de peritos y otros testigos, etc.).
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Con ámbito forense se hace referencia en este momento a los resultados investigaciones y análisis
realizados por disciplinas de las denominadas ciencias forenses y que pueden auxiliar a los tribunales en
diferentes causas penales, civiles, laborales, etc. En el ámbito penal, se suele utilizar la denominación cri-
minalística. Esta aclaración puede resultar necesaria dado que los profesionales de la psicología también
realizan una labor forense en múltiples contextos aunque se haya venido asociando en menor medida
esta disciplina a las ciencias forenses.
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LOS CONOCIMIENTOS DE LA PSICOLOGÍA MÁS ALLÁ DE LA PRUEBA PERICIAL 361
fico, y también a alejarla del derecho, del sistema legal o de los tribunales durante
largo tiempo. El escaso grado de socialización general en una cultura y razonamien-
to científicos, también juegan su papel. Esa deferencia al experto de otras ciencias
(Gascón, 2013), que se considera tan problemática en el ámbito probatorio, parece
dejar de serlo, con algunas relevantes excepciones, cuando a contenidos psicológicos
concierne.
El problema se acrecienta, sin embargo, cuando se necesita la intervención de
un perito, por ejemplo, en los tribunales o la participación de un experto (no nece-
sariamente perito) en otros ámbitos que mejorarían la calidad de las decisiones en
diversos contextos jurídicos. En el caso del perito su misión es asistir al juzgador
para entender, interpretar o determinar unos hechos. Pero si el propio juzgador, o
las partes implicadas, estima que ya se dispone del «acervo de conocimientos» que
tendría cualquier «persona media o razonable» sobre el comportamiento humano, y
que ello es suficiente para contribuir a resolver el objeto de controversia, fácilmente
se prescindirá de sus servicios. Esto no supondría graves consecuencias si el sentido
común de los implicados coincidiera con lo que la ciencia haya estipulado sobre
la cuestión de la que se trate, pero las investigaciones nos muestran un panorama
bastante diferente. Por otra parte, el testimonio experto del perito es mucho más fá-
cilmente admisible cuando se abordan asuntos que parecen exceder el conocimiento
común del juzgador o, como decíamos en las páginas iniciales, «la cultura promedio»
de cualquier persona. Afortunadamente, son cada vez más las causas en las que se
requiere la intervención del psicólogo (jurídico forense), pero suele ser casi siempre
en una misma dirección: realización de peritajes, o emisión de informes según los ca-
sos, en los que hay que evaluar o diagnosticar psicológicamente a los sujetos, valorar
daños o secuelas psíquicas, de competencia para declarar, cuando se trata de menores,
de abusos, de adopciones, del impacto de determinados delitos sobre víctimas, o in-
formes de los equipos psicosociales sobre casos de custodia o, menos frecuentemente,
pueden ser requeridos en el ámbito del derecho privado o laboral.
Las limitaciones y el contenido de las creencias de sentido común sobre temas
variados de psicología en general o de psicología jurídica en particular, han sido
investigadas a través de estudios empíricos. Se ha podido comparar las creencias y
conocimientos de distintos grupos con lo que descubierto por la psicología, así como
analizar las diferencias entre distintas muestras relevantes para el sistema de justicia.
¿Qué nos dicen tales estudios? En ciertos casos, como no podría ser de otro modo,
el sentido común del público en general y de los operadores jurídicos en particular,
coincide con la ciencia. Pero, en general, indican que los abogados, jueces, jurados
o potenciales jurados y la policía utilizan sus creencias, consideradas de sentido co-
mún, no validadas científicamente respecto a múltiples aspectos relacionados con
la memoria, con el grado de exactitud de los testigos y sus testimonios en adultos y
menores o con la detección del engaño, el desempeño profesional de los juristas, o
con la percepción del testimonio del experto (Benton et al., 2006; Desmarais and
Red, 2011; Granhag et al., 2005; Herrero et al., 2016; Houston et al., 2013;
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Knutsson y Allwood, 2014; Kassin et al., 2001, 2018; Magnussen et al., 2008,
2010, 2013; Otgaar et al., Wise et al., 2004, 201, 2014) y otras cuestiones que
implican procesos psicológicos y del comportamiento humano. Además, se detecta
el alto grado de certeza con el que las mantienen. Sin entrar pormenorizadamente
en cada una de sus aportaciones, debe subrayarse que, en especial cuando se trata de
jueces, se encuentra un conocimiento razonable sobre cuestiones generales de testi-
monio, pero también una amplia variabilidad en la consistencia con las opiniones de
los expertos que no se encuentra en otras muestras (Granhag et al., 2005; Wiser y
Safer, 2004). Prueba de ese conocimiento general sobre testimonio se aprecia en el
trabajo de Houston et al. (2013) cuyos resultados muestran que en el 67% de las
ocasiones los jueces coincidían con el conocimiento de los expertos. Alguna diferen-
cia se ha hallado también respecto al conocimiento sobre los indicios para detectar el
engaño (Brownsell, A. y Bull, 2011) de modo que los jueces mostraban de nuevo
mayor variabilidad y mantenían creencias menos estereotipadas e incorrectas sobre
los indicios no verbales.
Otros resultados relevantes, sin embargo, ponen de manifiesto que el conoci-
miento más detallado sobre otros múltiples temas es bastante más escaso, con lo que
mantienen creencias cuya generalización es sesgada e incompleta (ej., los testigos son
falibles o los menores son más sugestionables, etc.). De hecho, algún trabajo identifi-
ca (Tupper et al., 2017) el mantenimiento de al menos cinco mitos o falsas creencias
sobre el testimonio: a) todos los testigos son poco fiables; b) todo el mundo conoce
cuándo los testigos no son fiables; c) la consistencia es sello distintivo de los testigos
que son fiables; d) ¡cuanto más mejor! Si varios testigos lo dicen debe ser verdad; e)
«esto es solo sentido común»! Sobre temas que no se relacionan con el testimonio,
las creencias que no son acordes con el consenso de los expertos están bastante más
extendidas y aparecen en todas las muestras estudiadas. Es necesario, sin embargo,
obtener más evidencia empírica, en especial en nuestro país, donde los estudios con
jueces y operadores jurídicos son aún más escasos. Y hacerlo es relevante porque no se
trata simplemente de creencias, sino del efecto que generan en la práctica profesional
como tendremos ocasión de constar en las páginas siguientes.
4. CIENCIA PSICOLÓGICA
E INTERVENCIÓN DEL EXPERTO
Después de lo expuesto parecen claras las limitaciones del sentido común y que
las investigaciones en psicología jurídica ofrecen mejoras sustanciales al mismo. Por
otra parte, ya hemos visto varias de las carencias y asunciones psicológicas (en oca-
siones, sin fundamento) que intervienen en distintos momentos con relación a la
admisibilidad de la prueba y a la determinación de los hechos. Muchas de las pro-
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3.2. Contribuciones e implicaciones
del conocimiento experto en psicología jurídica
Más allá de los asuntos clásicos y otros más novedosos implicados en diversos
peritajes, o del importante papel que los psicólogos forenses realizan en distintos ám-
bitos de la administración de justicia, se muestran en este epígrafe ciertos ejemplos
que, desde mi punto de vista, darían pie a la discusión sobre la ampliación referida
en el epígrafe anterior. Así mismo, permiten ilustrar los efectos de la utilización de
creencias de sentido común, no validadas científicamente o, sencillamente, los de
no acudir a la evidencia empírica aportada por psicología. Sobre algunos me he
ocupado brevemente en otra parte (Herrero, 2019). Los retomaré y se añadirán
otros pero su abordaje pormenorizado excede las pretensiones del presente trabajo
así como el espacio disponible con lo que me limitaré a enunciarlos sucintamente.
a) Sobre las necesidades de las víctimas, testigos y ciudadanos en general: la psico-
logía social de la justicia es probablemente una de las aproximaciones más relevantes
cuando hablamos de víctimas, de sus necesidades y del tratamiento que reciben de su
entorno, así como de los profesionales que tienen algún contacto con ellas (Herre-
ro, 2019). Sin embargo, aludir al tratamiento de las víctimas en contextos jurídicos
suele entenderse principalmente como la posibilidad de aplicar atención, terapia o
realizar intervención psicológica con las personas afectadas por el delito. Uno de los
resultados más sólidos de esta línea de trabajo pone de manifiesto que sentirse tratado
justamente tiene más que ver con los procedimientos y/o procesos empleados para
tomar decisiones que afectan a las personas (víctimas, testigos, ciudadanos, delin-
cuentes, menores, etc.) y a la solución de sus casos que con los resultados obtenidos
a través de tales procedimientos. Ello supone que puede ser tanto o más importante
el «cómo» que el «qué», al menos más de lo que el mito del autointerés nos llevaría
a predecir y tiene implicaciones relevantes en el contexto jurídico. Este enfoque nos
permite ir más allá de la mera concienciación o sensibilización de los profesionales y
nos facilita el diseño de acciones concretas derivadas de las distintas dimensiones y
elementos de la justicia procedimental y que suelen ser desconocidas para los juristas.
b) Sobre la valoración-gestión del riesgo de violencia y reincidencia: esta cuestión
constituye uno de los tres aspectos más relevantes en la prevención de la violencia
(ej., de género). Los otros serían su detección (proactiva, temprana) y la denominada
intervención de «los espectadores» (Herrero, 2019). Sin embargo, distintas afirma-
ciones públicas realizadas por operadores jurídicos, las críticas vertidas sobre su efica-
cia así como lo escrito en algunos autos o sentencias 8, sugieren que pueda estar ope-
Una prueba de la problemática con la referida valoración puede ilustrarse en las siguientes afirma-
8
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víctima, obstinándose en mantener la relación a toda costa, oponiéndose a que se adopte la orden de
protección, así como justificando y minimizando los hechos… (A. G. Fiscal Violencia de Género,
2013, la negrita es añadida)
«No podemos descubrir a un potencial asesino de su pareja de 40 preguntas» R. B., juez de violen-
cia de género, reclama medios de control para los denunciados y califica la gestión de la violencia
machista de «coladero» (La Voz de Galicia, 1 de octubre de 2018)
… estamos ante un criterio de prevención especial sustentado en el concepto de peligrosidad del im-
putado. Se exige al juez que realice una prognosis a partir del hecho concreto y de las circunstancias
conocidas del imputado y que se especule sobre una posible conducta futura… La peligrosidad es
un pronóstico de futuras conductas a partir de inferencias sobre algunos datos de hecho del pasado.
El margen de error e incertidumbre es muy elevado al fundarse sobre bases poco rigurosas y criterios
poco asentados (aún los científicos, cuando existen). Los criterios científico clínico, estadístico o el
criminológica… no pueden ser aplicados por cuanto se necesitan medios personales y materiales…
que en este juzgado no existen; además cuando existan estos medios se necesitará tiempo de estudio
y reflexión por los expertos. Así las cosas, el criterio de decisión sobre la peligrosidad queda confiado
exclusivamente a la simple intención del juez a partir de unos datos muy escasos cuando existen
(v. gr. los antecedentes penales) y el juez debe resolver con una urgencia tal que la decisión puede
quedar huérfana de la necesaria reflexión, estudio y rigor, en la mayoría de los supuestos… pese a
estas carencias esenciales la decisión puede fundarse en este endeble e infundado (la mayor parte de
las veces) criterio de la peligrosidad (Auto de denegación de medidas cautelares en las diligencias en
un supuesto caso de violencia de género. Salamanca, octubre de 2016)
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hora, por ejemplo, de confeccionar guías o «libros blancos» que sirvan de pauta en
la práctica de los operadores jurídicos 9, con las ventajas que ello supondría.
d) Sobre el plazo de prescripción de algunos delitos: en Francia recientemente
se amplió el plazo de prescripción de los delitos de abusos sexuales a menores. La
justificación de la modificación fue la existencia de la represión (inconsciente) de
los recuerdos (rebautizado por otros como amnesia disociativa) para experiencias
traumáticas, y su posterior recuperación incluso muchos años después. Sin embargo,
tal fenómeno, de nuevo, es más bien una creencia extendida en contextos clínicos,
jurídicos o académicos que no viene apoyada por la evidencia científica (Dodier y
Tomas, 2019; Otgaar et al., 2019; Otgaar et al., 2020; Patihis et al., 2014). En
España, con la aprobación en junio del presente año del Proyecto de Ley Orgánica
de protección integral a la infancia y adolescencia frente a la violencia se extiende
también el tiempo de prescripción de tales delitos. Este comenzará a contar a partir
de que la víctima haya cumplido 30 años lo que supone que los delitos más graves
serán perseguibles hasta que sus víctimas alcancen los 45 años. En este caso, no
aparece alusión explícita alguna a la existencia de la represión de los recuerdos del
abuso. Se indica que la medida «evita la existencia de espacios de impunidad en de-
litos que estadísticamente se han probado de lenta asimilación en las víctimas en el
plano psicológico y, muchas veces, de tardía detección». No obstante, algunas de las
enmiendas presentadas y recogidas en el Boletín Oficial de las Cortes Generales, de 5 de
noviembre de 2020, elevan más el plazo empezando a contar a partir de los 40 años.
Cabe preguntarse, además, si con estos cambios normativos se mejora realmente
la posición de las víctimas o tendrán los efectos deseados, esto es, acabar con la im-
punidad de los agresores y que, por lo tanto, aumenten el número de personas de
incluso más de cuarenta años que denuncian los abusos sufridos en la infancia.
e) Sobre la eliminación de la dispensa de la obligación de declarar (art. 416 LE-
Crim): asunto controvertido donde los haya cuando se trata, por ejemplo, de vícti-
mas de violencia de género. Se ha defendido ampliamente su eliminación 10 y parece
9
En este sentido puede constatarse las deficiencias de algunas de las recomendaciones planteadas
en la «Guía de buenas prácticas para la toma de declaración de las víctimas de violencia de género»
(2018), aprobada por el grupo de expertas y expertos en violencia doméstica y de género del Consejo
General del Poder Judicial. Especialmente las referidas a las preguntas sobre la determinación de fac-
tores de riesgo, que acentúan la creencia no solo sobre lo inadecuado de la formulación y formato de
las preguntas, sino sobre los problemas en la concepción sobre la valoración y predicción del riesgo de
violencia. Así mismo, sorprende la seguramente bien intencionada recomendación respecto a cuando
no es posible que sea el juez/a el que tome declaración a la víctima por estar realizando otras diligencias.
En ese caso se considera «una buena práctica el especializar a alguno de los/las funcionarios/as para
tal cometido, desarrollando un guión o modelo de denuncia, a fin de evitar, cuando el procedimiento
tenga que ser inhibido a otro juzgado, una nueva declaración de la víctima con objeto de completar los
extremos de la denuncia».
10
Véanse las medidas adoptadas por el Pacto de Estado contra la violencia de Género, en concreto
la 142 del texto refundido (2019), así como el contenido de las comparecencias de los distintos expertos
ante el Congreso y Senado.
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haberse optado por ella, aunque no es pacífico el acuerdo sobre sus potenciales bene-
ficios (González-Monje, 2019). Sus partidarios la justifican por el elevado número
de mujeres que se acogen a ella lo que conduce supuestamente a la impunidad de
los maltratadores. Así mismo, parece asumirse con facilidad que las presiones de los
agresores o sus familias o el miedo a las represalias están en el origen de la renuncia
a seguir en el procedimiento. ¿Pero es esto realmente así? Asumiendo los desajustes
e incompatibilidades que tal artículo ocasiona con la propia Ley Orgánica 1/2004 y
algunas de sus modificaciones, o los múltiples argumentos jurídicos implicados, sería
recomendable que decisiones de tanto calado se tomasen conociendo exactamente
cuántas mujeres se acogen a la dispensa, pero sobre todo, cuáles son las razones para
hacerlo, bajo qué circunstancias y en qué momento o fase del proceso por el que
atraviesan las víctimas es más probable que ocurra, cómo interactúan las variables, y
entre ellas, cuáles constituyen auténticos predictores de la renuncia. Solo así se podrá
intervenir en el problema. En este sentido, son esclarecedores los trabajos de Cala y
colab. (Cala et al., 2012; Cala, Trigo y Saavedra, 2016; García-Jiménez, et al.,
2018) cuando ponen de manifiesto las variables sociodemográficas, psicosociales y
jurídicas que predicen la renuncia a continuar en la causa o el papel que juega el pro-
ceso de lo que denominan separación psicosocial por el que atraviesan las víctimas
(García-Jiménez, Durfee, Cala, y Trigo, 2020). Y de todo ello es imprescindible
que tengan conocimiento los operadores jurídicos, pero sobre todo los legisladores.
De nuevo, con la eliminación de la dispensa ¿se mejora la posición de la víctima o la
calidad de sus declaraciones? ¿Cuáles son los efectos esperados?
f ) Sobre inmediación, credibilidad y valoración de las declaraciones de las vícti-
mas: especial referencia a las sentencias y orientaciones de la Sala Segunda de lo Penal
del Tribunal Supremo (se aborda en el apartado 4.2.1).
g) Sobre psicología y derecho de daños: otro de los contenidos relevantes en los
que confluyen derecho y psicología tiene que ver con los daños, su valoración y la
asignación de responsabilidad. Como muestra el reciente trabajo de Robbennolt y
Hans (2016) el derecho de daños implica aspectos o contenidos sobre el compor-
tamiento humano con larga tradición en la teoría e investigación psicosocial. Desde
qué motiva a las personas a presentar una demanda, determinar si una conducta
particular es accidental o intencional, razonable o no razonable, cómo piensa la gente
sobre los factores causales del daño, cómo se asigna culpa o responsabilidad, la deter-
minación de compensaciones, son todos áreas de importante confluencia.
h) Sobre el impacto y manejo de herramientas visuales en la admisibilidad, pre-
sentación e interpretación de la prueba: los avances tecnológicos experimentados
en las sociedades han llegado también al ámbito jurídico y a los tribunales. Ello ha
supuesto, entre otras cosas, la utilización cada vez más frecuente de tecnologías de co-
municación e información, digitalización o presentación de información a través de
medios visuales y no únicamente como apoyo a la presentación de información por
parte de peritos, abogados u otros expertos y profesionales. El uso de videograbacio-
nes, videoconferencias, grabaciones de interrogatorios y declaraciones, reconstruc-
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ciones 3D, grabaciones de las cámaras corporales de la policía, además las más co-
munes presentaciones PowerPoint, fotografías, infografías, gráficas, etc., son algunas
de las posibilidades (Feigenson, 2010; Feigenson y Spiesel, 2011; Granot et al.,
2018; Henderson y Epstein, 2011, entre otros). ¿Qué influencia tiene la utilización
de este tipo de herramientas en el contexto jurídico, en el proceso? Distintos estudios
empíricos han puesto de manifiesto ciertos efectos positivos pero también otros po-
tencialmente contraproducentes. De modo que puede optarse por limitar normati-
vamente su utilización, por ejemplo, como apoyo en la presentación de información
e incluso como elementos de prueba útiles y relevantes. Pero entonces ¿nos privamos
de sus ventajas o, por el contrario, tenemos en cuenta las condiciones que permiten
acentuar sus beneficios al tiempo que se eliminan o atenúan los inconvenientes? La
investigación nos da algunas respuestas en esta segunda dirección.
i) Sobre los sesgos en la obtención e interpretación de la prueba y la toma de
decisiones en el contexto jurídico: otra de las líneas más sólidas en psicología social
y cognitiva tiene que ver con el conocimiento de los potenciales sesgos, cognitivos o
motivacionales, que pueden aparecer en cualquier persona como sujeto activo al per-
cibir, obtener, procesar, interpretar, etc. información, también en el contexto jurídico
y por parte de los operadores jurídicos. Un claro ejemplo de la utilidad de esta línea
se mostrará al explicar los errores en las ciencias forenses.
Sirvan esas sugerencias como pinceladas de las posibilidades en las que puede
intervenir el experto en psicología social y cognitiva, en psicología jurídica y que van
más allá de la realización de un peritaje concreto. Todos ellos, en cualquier caso, su-
gieren otros ámbitos de actuación y diversas formas de utilizar su experticia. Al tiem-
po, ponen sobre la mesa la idea de que los conocimientos que aporta esta disciplina
deberían incluso ser tenidos en cuenta en el diseño del proceso a nivel legislativo, así
como también en otras normas legales sustantivas o procesales.
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Pues bien, solo podemos calificar tal propuesta de inadmisible. Mucho de su con-
tenido, en lo que a contenidos psicológicos se refiere, está en contra de la evidencia
empírica más consolidada sobre evaluación de credibilidad y detección de la mentira
(Denault y Dunbar, 2019; Denault et al., 2019; Garrido, Masip y Herrero,
2006; Kassin et al., 2001, 2018; Masip, 2017; Masip y Herrero, 2015, 2015b, c;
Masip, Herrero, Garrido y Barba, 2011; Manzanero y Muñoz, 2011; Sporer,
2007; Vrij, 2018, Vrij, Hartwig y Granhag, 2019). Y ello porque acuden a la
necesidad de apreciación de factores que tienen que ver básicamente con indicadores
de comportamiento no verbal o a la consideración de cómo se declara (seguridad
en la declaración, expresividad descriptiva, seriedad expositiva, ausencia de lagunas,
entre otras). De hecho, se resalta expresamente la importancia del «lenguaje gestual»
de convicción. Cuestiones como estas son las que hacen plantear si la credibilidad y
su prueba, o la convicción judicial particularmente en el caso de la testifical, no son
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se declara, aspecto este que, salvo excepciones (Wixted y Wells, 2017), no puede
utilizarse como indicador de exactitud ni de credibilidad.
Una cuestión final respecto a los indicadores verbales. A pesar de su mayor pre-
cisión, hay que ser muy cautos cuando se acude a ciertas herramientas (SVA, uno
de cuyos elementos constituyentes, pero no el único, es el CBCA 11) que se han
popularizado entre los profesionales. La forma de entenderlas, su contexto adecuado
de utilización, su objetivo y alcance, así como su complejidad pueden estar también
desvirtuándose. Y ello cuando se rechaza como instrumento adecuado en el ámbito
forense, como cuando se acepta acríticamente sin ser conscientes de sus limitaciones
(Köhnken, Manzanero y Scott, 2015; Manzanero y Muñoz, 2011; Masip y
Alonso, 2011; Ramírez Ortiz, 2018). O cuando se tratan de aplicar aisladamente
alguno de sus criterios.
11
SVA: Statement Validity Assessment (Evaluación de la validez de las declaraciones); CBCA: Crite-
ria-Based Content Analysis (Análsis de Contenido basado en Criterios). SVA es un protocolo o procedi-
miento de generación y falsación de hipótesis sobre el origen de una declaración, y con él se pretende
recoger y evaluar la información de las declaraciones de las víctimas. Consta de tres elementos: 1) un
protocolo semi-estructurado de entrevista para recopilar información de modo no sesgado que se realiza
con unos parámetros determinados para no alterar los recuerdos o la declaración de la persona entre-
vistado y que habrá de transcribirse posteriormente; 2) el CBCA, una lista de 19 criterios con el que se
evalúa la entrevista; y 3) la denominada lista de comprobación de la validez. A pesar de la complejidad
y de los distintos elementos del protocolo, prácticamente ha sido el CBCA el que se ha popularizado
como si se tratase simplemente de «chequear» la aparición o no de unos criterios para inferir la credibi-
lidad. Una revisión de esta herramienta así como de sus limitaciones y advertencias de usos inadecuados
pueden encontrarse en Masip y Alonso (2011) en M Lameiras (Coords.), Violencia de género. Tirant o
en Köhnken, Manzanero y Scott (2015), en Anuario de Psicología Jurídica, 25: 13-19.
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Eyewitness Evidence, 1999; Wells et al, 2000, 2020). Pero no fue hasta que las
pruebas de ADN lo permitieron y se constató que tal falibilidad causaba decisiones
erróneas, cuando se concedió crédito a los hallazgos y demandas de la ciencia psico-
lógica.
Más sorprendente puede resultar la segunda de las causas, la que tiene que ver con
las ciencias forenses, consideradas la máxima expresión de la ciencia en los tribunales
y prácticamente sin posibilidad de error. Y sorprende acaso porque igual se está sien-
do vulnerable al denominado «efecto CSI» o, al menos, a alguna de sus facetas. Su-
puestamente tal efecto influye aumentando las expectativas, por ejemplo, de los jura-
dos debido a las avanzadas técnicas y pruebas científicas que aparecen en los variados
CSI del mercado. Fruto de tales expectativas, abogados, jueces, fiscales o periodistas
reclamaban que ser asiduo a estos programas genera absoluciones erróneas cuando
en los procesos reales no aparecen suficientes o determinadas pruebas forenses, o son
menos impactantes que las de tales series. Puede resultar ilustrativo que los resultados
del estudio de creencias referido previamente (Herrero et al, 2016) muestra que en
torno al 50% del alumnado de derecho y del grupo de profesionales juristas, cerca
de 300 encuestados, considera que los errores en las ciencias forenses (análisis de
huellas, marcas dentales, de calzado o sangre, análisis capilares, etc.) son una de las
principales causas por las que se puede condenar a personas inocentes. La cifra en una
muestra de 140 policías disminuye hasta el 28%. Así mismo, entre los primeros, el
45% cree en la existencia del Efecto CSI, mientras que entre los segundos asciende al
56%. Por sugerente que pudiera parecer el referido efecto, y a pesar de la controversia
generada, parece estarse de nuevo ante una ilusión, una falsa creencia originada de
la observación anecdótica y en absoluto sistemática realizada por periodistas, fiscales
y otros actores legales para explicar las absoluciones que consideran desconcertantes
(Cole y Dioso-Villa, 2011; Court Review, 2011; Klentz et al., 2020; Tyler,
2006; Schanz y Salfati, 2016; Smith et al., 2011).
Volvamos en este punto a recordar el caso Richardson (caso 5 de la introducción)
y añadamos tres más: el primero, el de S. Cowans Liberado después de pasar 6 años
en prisión: Condenado erróneamente por disparar a un policía. Fue el primer caso
de exoneración posterior en el que estuvieron implicadas las huellas que aparecieron
en un vaso utilizado supuestamente por Cowans, además de la declaración de dos
testigos. Pero ¿por qué sus huellas «no match» con las del vaso hasta después de ser
identificado como sospechoso y detenido? El segundo, el del español O.S.F, absuelto
después de pasar 600 días en prisión en Italia condenado por narcotráfico y como
jefe de una banda mafiosa. La policía española consideró que podía ser un caso de
suplantación de identidad. La prueba crítica resultó ser la identificación por voz
realizada a partir de unas escuchas. Y, por último, el ya famoso caso de Brandon
Mayfield (Kassin, Dror y Kukucka, 2013; Simoncelli, 2016) que nos sitúa en el
atentado del 11-M, de marzo de 2004, en el que explotaron varias bombas en trenes
de Madrid causando cerca de 200 muertos e innumerables heridos. Dos de las hue-
llas recuperadas de alguna de las mochilas que aparecieron en la investigación fueron
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compartidas por la Policía española con el FBI, que las introdujo en el sistema auto-
matizado de huellas (IAFIS). El cuarto en la lista de potenciales candidatos generados
por el sistema fue Mayfield. Un abogado de Oregon, americano musulmán, casado
con una egipcia y que había representado en alguna ocasión a personas vinculadas
al terrorismo. Siguiendo supuestamente el protocolo, varios analistas independientes
identificaron la huella.
La policía española no estuvo nunca de acuerdo con tal identificación y, de hecho,
denunció presiones por parte del FBI. Este, sin embargo, insistió en la certeza del ha-
llazgo. No había ninguna evidencia más que vinculara al abogado con los atentados
de Madrid, a pesar de las escuchas, seguimientos y registros que se realizaron. Mayfiel
fue detenido a principios de mayo y pasó en prisión tres semanas hasta que, final-
mente, la policía española asoció la huella al argelino O. Daoud. El error generó una
investigación interna en el FBI y el correspondiente informe por parte de la Oficina
del Inspector General de más de 300 páginas en las que aparecía el sesgo confirmatorio
entre las causas que contribuyeron a la identificación (OIG, 2006; 2011).
¿Qué sugieren de nuevo estos casos, además de la falibilidad de pruebas tradicio-
nalmente consideradas infalibles? ¿Simplemente «error humano»? Si así fuera, muy
probablemente estuviéramos siendo vulnerables al Error Fundamental de Atribución
(Ross, 1977) que estudiamos los psicólogos sociales. Volveríamos una vez más a
colocar todo el peso en los factores personales subestimando sobremanera los de
la situación. Y del mismo modo que ocurre con el testimonio y las variables que
afectan a la identificación, a las declaraciones, no podemos dejar de considerar «las
variables del sistema» (Wells, 2020; Wells y Loftus, 2003), aquellas sobre las que
el sistema de justicia puede tener control y que son fundamentales no solo para evitar
los errores, sino para guiar una práctica de calidad. Por lo tanto ¿Qué más podemos
aprender? (Loftus, 2004). Las situaciones y los contextos particulares son claves para
interpretar y valorar las distintas piezas de evidencia, las fuentes-medios de prueba.
Los sistemas y sus procedimientos son primordiales. Así mismo, es claro que no
suele haber una única fuente de error aislada si tenemos en cuenta toda una serie de
decisiones humanas y de procedimientos respecto a la investigación, a la obtención
de la prueba, a los testigos y su elevada confianza, y no únicamente los sesgos de los
investigadores, de los analistas, y de todos los actores implicados. Además, podría-
mos reparar, cosa que no suele hacerse, en el efecto potencialmente pernicioso de
las interacciones entre piezas de evidencia aparentemente diferenciadas pudiendo
producirse el denominado «bias snowball effect» (Dror, 2012). Dicho efecto pone
de manifiesto cómo el contexto (o informaciones de diferentes líneas de evidencia
o informaciones irrelevantes o sesgadas de un caso) puede afectar a los procesos de
decisión de analistas, de investigadores y, posteriormente si no son detectados, a las
decisiones y prácticas de los operadores jurídicos. Ocurre cuando la información que
se va obteniendo de un caso es percibida como siendo independiente y corroborativa
en una misma dirección, cuando en realidad puede haber sido o estado contaminada
por fuentes similares de información contextual (Kassin et al, 2013; Dror et al.,
2013; Dror, 2012; 2018; Edmond et al., 2015, 2017).
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Los casos referidos y, sobre todo, los análisis y controversias con ellos generados
contribuyeron a que en la primera década de este siglo se comenzara a gestar un
importante cambio de paradigma en las ciencias forenses que aún hoy continúa en
proceso. Veamos muy sucintamente algunos de los factores más importantes que
contribuyeron al cambio.
Más allá de todas las críticas recibidas y de los análisis que han mostrado facetas
problemáticas de la trilogía Daubert, Joiner, Kumho, no puede negarse que consti-
tuyó un hito con el que aumentaba el grado de exigencia y de control en la calidad
de la prueba, del conocimiento científico, técnico y/o artístico que se admitía en los
tribunales. Se requería un mayor o diferente escrutinio de la fiabilidad y validez que
el establecido en la sentencia previa Frye. Por otra parte, no puede olvidarse el auge,
los avances y mejoras que tuvieron lugar en las pruebas de ADN en esos momentos,
que permitieron, a su vez, realizar o repetir en su caso los análisis en personas conde-
nadas que, como se demostró, resultaron ser inocentes. Las cifras que se iban cono-
ciendo, así como distintas decisiones controvertidas y algunas publicaciones fueron
los detonantes perfectos para que se gestara el cambio. Entre tales decisiones resultó
impactante la del juez Pollak que no admitió como prueba de identificación las hue-
llas dactilares puesto que no reunía los criterios Daubert (Science, 2002, 295), aun-
que posteriormente rectificó su decisión. Así mismo, un editorial de Science (2003,
vol. 302) rezaba «Forensic Science: Oxymoron?». Faigman (2002) se preguntaba «Is
science different for lawyers?» o hablaba de los jueces como científicos «amateurs»
(Faigman, 2006).
Pero sin duda alguna, hubo otros dos factores determinantes. El primero, los
informes internacionales así como los trabajos de académicos y, en menor medida,
profesionales que exigían un cambio en las ciencias forenses (Saks y Faigman, 2008;
Saks y Koehler, 2005). La evaluación de estas disciplinas y el informe de la Natio-
nal Academy of Science (NAS, 2009) al que dio lugar, Strengthening Forensic Science
in the United States: A Path Forward, resultó implacable en su diagnóstico: excepto
algún tipo de análisis concreto de ADN, el resto de las pruebas forenses carecían
de validez científica. Era urgente que las áreas forenses trabajaran para hacer más
científicos sus fundamentos así como los de los análisis a los que daban lugar. Tam-
bién en Europa comenzaron los cambios (Champod, C. y Vuille; Law Commision,
2009, 2011). Todo ello generó la necesidad de abandonar el conocido paradigma
de la identificación/exclusión, imperante hasta esos momentos, e ir hacia otros más
acordes a los conocimientos científicos (Gascón y Lucena, 2010; Gascón, Lucena
y González, 2010; Neufeld y Scheck, 2010; Royal Statistical society, 2017;
Saks, 2010). El segundo, toda una línea de investigación sobre lo que podríamos
llamar el factor humano en las ciencias forenses y que abordamos seguidamente (Ed-
mond et al., 2019).
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Analizar el papel de psicología en este gran cambio supone reparar en los procesos
cognitivos y sociales implicados en la obtención, análisis e interpretación de las in-
formaciones y elementos de prueba efectuadas por los expertos (analistas, investiga-
dores, científicos forenses, policía, psicólogos o psiquiatras en el caso de la evaluación
psicológica forense, etc.). Dos aspectos, al menos, tenemos que contemplar. Por una
parte, cómo trabaja y procesa información nuestro sistema cognitivo. Y por otra, lo
que requieren las tareas de los expertos analistas, los que se encargan de examinar y
procesar los materiales de los que se trate. Podría añadirse un tercer elemento que
puede jugar algún papel en el tema que nos ocupa: la tecnología, pero siempre en
interacción con el ser humano. Y acaso este elemento forma parte de las tareas y re-
querimientos cognitivos que demandan los análisis correspondientes.
Respecto a la primera cuestión, y de modo muy general, la investigación pone
de manifiesto que las personas no somos perceptores pasivos, ni objetivos, de la in-
formación que buscamos o recibimos. Tal información interactúa con lo que «ya
llevamos en la mochila». Así, las percepciones, las cogniciones que tienen los sujetos
se ven muy influidas por la experiencia, las motivaciones, las expectativas, los estereo-
tipos o por el contexto. Esto va a ser determinante para entender con qué facilidad
en todos esos procesos pueden aparecer los sesgos (cognitivos) (charman et al, 2019;
Dror, 2012). Respecto a la segunda, y en contra de los que nos muestran las series
televisivas, se necesita mucho más que una máquina o una base de datos muy avan-
zada para aproximarse a la tarea de analizar huellas, marcas de mordeduras, trazas de
sangre, cabellos, balas, etc. Un aspecto común en tales análisis tiene que ver con la
percepción y comparación de patrones visuales. Pero en cualquier caso, un elemento
fundamental es la dosis de interpretación que requieren las tareas. Y es ahí dónde, de-
pendiendo de los procedimientos seguidos en la obtención, análisis e interpretación
de información, dependiendo del contexto, el analista puede ser vulnerable a los ses-
gos. Pensemos en lo siguiente. ¿Qué ocurriría si analizando unas trazas determinadas
al sujeto le llega información sobre algún aspecto del caso al que corresponde el ma-
terial? ¿Afectaría a sus interpretaciones? O por ejemplo, reparemos en lo que ocurre
cuando el analista que va a verificar (siempre hay verificación y a veces más de una)
un resultado, una interpretación previa de un compañero, llega a conocer la decisión
a la que aquel llegó, ¿afectaría a su conclusión? Muy probablemente alguien piense
que si realmente es un experto no debiera afectarle. O que si lo hiciera, se debió a la
falta de competencia o a alguna otra característica de la persona (Recordemos lo que
en páginas precedentes definíamos como el Error fundamental de Atribución, Ross,
1977). Eso nos lleva a la siguiente cuestión.
La investigación indica que precisamente por ser experto, y paradójicamente, se
ponen en marcha una serie de procesos cognitivos diferentes respecto a los no exper-
tos que, siendo ventajosos en muchos aspectos, conducen a la mayor vulnerabilidad
al sesgo y las interpretaciones inadecuadas. Ser un experto, en cualquier ámbito, no
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supone ser más inteligente, trabajar más rápido o más eficiente, sino aproximarse a
las cosas de forma diferente (Dror, 2011; MacLean, 2016). De este modo, es carac-
terístico de los expertos, por ejemplo, prestar atención selectiva, procesar la informa-
ción más automáticamente, fragmentar información o utilizar lo que denominamos
un procesamiento «top-down», esto es, ir de la teoría a los datos y no a la inversa.
Todas estas características facilitan la ejecución rápida y eficiente, pero también que
se pierda información, se atienda a las que no son relevantes, que los esquemas condi-
cionen, de forma inflexible, ir en una única dirección evitando buscar, por ejemplo,
teorías o hipótesis alternativas. Todo ello puede generar la denominada «visión túnel»
(Findley y Scott, 2006). Por lo expuesto, se infiere que cuando en este contexto
se habla de sesgos o errores (cognitivos), hay que subrayar que son no intencionales.
Por lo tanto, hay que distinguirlos de la interpretación que en ocasiones se otorga al
concepto de sesgo en el derecho como unido a la parcialidad que puede producirse
en los actores del proceso, por ejemplo, por intereses variados.
El problema más relevante en el origen de los posibles sesgos en el ámbito forense
se deriva de la influencia del contexto en las tareas y procesos requeridos para los
análisis, interpretaciones y conclusiones forenses. Ocurre cuando un juicio o deci-
sión está influido por información irrelevante o inapropiada que el analista o el que
toma la decisión obtiene de su contexto circundante (National Research Coun-
cil, 2009). Algunas guías (National Commision of Forensic Science, 2015) han
ido definiendo qué se considera información irrelevante para las situaciones y análi-
sis concretos 12. Los efectos del contexto se convirtieron en fuente de preocupación
cuando distintos estudios empíricos comenzaron a poner de relieve que, por ejemplo,
era menos probable que los examinadores de huellas comunicaran un «ajuste» entre
la huella recogida en la escena del delito y la del sospechoso cuando se les decía que
el sospechoso tenía una coartada sólida (Dror y Charlton, 2006; Dror y Ro-
senthal, 2008; Nist, Expert Working Group on Human Factors in Latent
Print Analysis, 2012). Si bien ha sido el examen de las huellas dactilares el que ha
suscitado mayor atención en las investigaciones (Stevenagem y Bennett, 2017),
en los últimos años se han publicado un buen número de trabajos sobre el examen
de escritura en documentos (Osborne, Bird y Stoel, 2019; NIST, Expert Wor-
king Group for Human Factors in Handwriting Examination, 2020), sobre
12
Por ejemplo, y siguiendo la referida guía, en el caso del examen de huellas dactilares latentes que
valora la proposición de que la huella sobre alguna superficie u objeto en la escena del delito procede de
un sospechoso X, se podría considerar información irrelevante el conocer los antecedentes penales del
sospechoso, o que el sospechoso se incriminó o atribuyó el delito, o que algún testigo lo identificó en
una rueda de reconocimiento, o que estaba implicado en otra de las piezas de evidencia física recogida
de la escena del delito (ej., ADN), o que otro examinador identificó al sospechoso como fuente de una
huella encontrada en un objeto o elemento diferente al examinado por el primer analista. No obstante,
hay que subrayar que la información que es irrelevante para tareas de análisis, como la comparación de
huellas, puede no serlo cuando se realizan otras tareas (ej., determinar qué se recoge de la escena de un
delito, o analistas cuya labor de consultar e intercambiar información con policías o abogados para ayu-
darles a entender el panorama que emerge del examen de múltiples elementos de prueba. Por lo tanto,
qué sea o no relevante para una tarea siempre dependerá de la naturaleza de esta.
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6. CONCLUSIONES
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respecto de otras disciplinas. Sin embargo, hemos constatado que los conocimientos
de la psicología social y cognitiva no solo han permitido explicar los sesgos de cien-
cias supuestamente infalibles, como las forenses, sino que han propuesto procedi-
mientos para atenuarlos e, incluso, eliminarlos. Ello está contribuyendo a un nuevo
enfoque de las prácticas forenses. También hemos mostrado los efectos perniciosos
que generan las creencias de sentido común y el ignorar los estudios empíricos reali-
zados en contextos jurídicamente relevantes.
La constatación de que se utilizan creencias de sentido común o que aparecen ses-
gos entre los operadores jurídicos, como ocurre en todos los seres humanos, incluidos
los psicólogos jurídicos y forenses, además de ser una obviedad, es insuficiente. Por
otra parte los profesionales juristas en ocasiones se quejan de la poca utilidad de
la ciencia cuando tienen que tomar una decisión concreta en un tiempo limitado.
Este potencial desencuentro no es únicamente responsabilidad de los juristas. La
psicología, especialmente de la Jurídica, no debería ser meramente una disciplina
interesante y hasta entretenida, sino útil. Así, sería deseable poder instruir a los ope-
radores jurídicos sobre cómo abordar más adecuadamente ciertos asuntos del com-
portamiento humano y cómo pueden, por ejemplo, evaluar la información que los
peritos introducen en los tribunales, o que los expertos aportan más allá del foro.
Necesitamos, por lo tanto, crear contextos de trabajo e interacción más efectivos que
no se reduzcan a la sala de justicia y a la realización de peritajes. Ello puede que re-
quiera también acortar las distancias entre la academia/investigación «psicojurídica»
y su práctica forense.
Todo ello requiere reparar en algún elemento relacionado con la formación de
juristas y psicólogos jurídicos. Respecto a la de los primeros, sería aconsejable que
se inicie en etapas tempranas, esto es, cuando están en las facultades de derecho. La
formación no debe concebirse únicamente como una acumulación de informaciones
sobre temas o contenidos puntuales, sino como un proceso que les permita sociali-
zarse también en una cultura del razonamiento científico y adquirir una perspectiva
más transversal. Para ello no es imprescindible acudir a los conocimientos de la psi-
cología. Otros ámbitos disciplinares pueden ser igual o más provechosos. Asimismo,
los psicólogos jurídicos debiéramos elevar nuestra formación respecto a los fines y
métodos del derecho, así como nuestros conocimientos sobre la esencia y fundamen-
tos de nuestro sistema jurídico y sus normas.
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