El Amigo Del Agua
El Amigo Del Agua
El Amigo Del Agua
Bioy Casares.
3era Lectura Programa Temático: Cuentos Cortos
Guía: http://wp.me/P1hMom-5b
Adolfo Bioy Casares (1914 – 1999). Escritor, periodista, traductor argentino. Amigo y co-escritor de
varios trabajos con Jorge Luis Borges
El señor Algaroti vivía solo. Pasaba sus días entre pianos en venta, que por lo visto nadie compraba,
en un local de la calle Bartolomé Mitre. A la una de la tarde y a las nueve de la noche, en una cocinita
empotrada en la pared, preparaba el almuerzo y la cena que a su debido tiempo comía con desgano.
A las once de la noche, en un cuarto sin ventanas, en el fondo del local, se acostaba en un catre en
el que dormía, o no, hasta las siete. A esa hora desayunaba con mate amargo y poco después
limpiaba el local, se bañaba, se rasuraba, levantaba la cortina metálica de la vidriera y sentado en un
sillón, cuyo filoso respaldo dolorosamente se hendía en su columna vertebral, pasaba otro día a la
espera de improbables clientes.
Acaso hubiera una ventaja en esa vida desocupada; acaso le diera tiempo al señor Algaroti para fijar
la atención en cosas que para otros pasan inadvertidas. Por ejemplo, en los murmullos del agua que
cae de la canilla al lavatorio. La idea de que el agua estuviera formulando palabras le parecía, desde
luego, absurda. No por ello dejó de prestar atención y descubrió entonces que el agua le decía:
“Gracias por escucharme”. Sin poder creer lo que estaba oyendo, aún oyó estas palabras: “Quiero
decirle algo que le será útil”. A cada rato, apoyado en el lavatorio, abría la canilla. Aconsejado por el
agua llevó, como por un sueño, una vida triunfal. Se cumplían sus deseos más descabellados, ganó
dinero en cantidades enormes, fue un hombre mimado por la suerte. Una noche, en una fiesta, una
muchacha locamente enamorada lo abrazó y cubrió de besos. El agua le previno: “Soy celosa.
Tendrás que elegir entre esa mujer y yo”. Se casó con la muchacha. El agua no volvió a hablarle.
Por una serie de equivocadas decisiones, perdió todo lo que había ganado, se hundió en la miseria,
la mujer lo abandonó. Aunque por aquel tiempo ya se había cansado de ella, el señor Algaroti estuvo
muy abatido. Se acordó entonces de su amiga y protectora, el agua, y repetidas veces la escuchó en
vano mientras caía de la canilla al lavatorio. Por fin llegó un día en que, esperanzado, creyó que el
agua le hablaba. No se equivocó. Pudo oír que el agua le decía: “No te perdono lo que pasó con
aquella mujer. Yo te previne que soy celosa. Esta es la última vez que te hablo”.
Como estaba arruinado, quiso vender el local de la calle Bartolomé Mitre. No lo consiguió. Retomó,
pues, la vida de antes. Pasó los días esperando clientes que no llegaban, sentado entre pianos, en el
sillón cuyo filoso respaldo se hendía en su columna vertebral. No niego que de vez en cuando se
levantara para ir hasta el lavatorio y escuchar, inútilmente, el agua que soltaba la canilla abierta.