Raul Porras Barrenechea y La Literatura
Raul Porras Barrenechea y La Literatura
Raul Porras Barrenechea y La Literatura
1
A la memoria de Antonio Cornejo Polar,
maestro y amigo de siempre.
2
3
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN..............................................................................................................
Tercer Capítulo: Tres autores claves para la modernidad en el Perú, según Raúl Porras
Barrenechea.................................................................................................................
4
BIBLIOGRAFÍA...............................................................................................................
5
INTRODUCCIÓN
Pocas obras tan fecundas como la de Raúl Porras Barrenechea (1897-1960). Ahora que
se cumple el centenario de su nacimiento, cabe preguntarse cuáles fueron sus aportes a
la cultura peruana. Su mérito tiene sin duda varias caras. Porras abordó con rigor y
precisión la historia del Perú. Fruto de esa indagación, allí está su libro Fuentes
históricas peruanas (1954). Preocupado siempre por las raíces vivas de nuestra
nacionalidad, Porras estudió la obra de los cronistas. Un torrente de páginas da cuenta
de su interés por la esencia mestiza del Perú.
Jamás él fue un colonialista. En sus libros se respira una sincera admiración por el
legado hispánico, pero también una profunda identificación con la cosmovisión que
aparece en los mitos y relatos andinos. El Perú es fruto del mestizaje, del cruce de
culturas. Y Porras lo entendía de manera plena.
Interesado en nuestra creación artística, Porras tuvo tiempo para terminar un
importante ensayo. ¿El título? El sentido tradicional en la literatura peruana (1969).
Escrito en 1945, este estudio revela su concepción acerca del proceso literario en el
Perú. La historia literaria no es una mera acumulación de fechas ni de nombres. Para él,
la tradición es algo vivo. Lo pasado aún resuena en el presente. Porras no admite
períodos rígidos de segmentación de nuestra historia, sino que percibe la unidad del
Perú sobre la base de la diversidad de culturas que habita en estas tierras.
Tampoco considera que la literatura es un fiel reflejo de la española. Estudia la
especificidad de la primera y el influjo que recibió de otras literaturas como la francesa.
En este ensayo intentamos analizar cuál es la visión que tiene Porras acerca del
proceso literario peruano. Consideramos que en la base de todo conocimiento está la
intertextualidad. En efecto, todo texto remite a otros textos. La crítica literaria de Porras
no nace en el vacío. Presupone el funcionamiento de una tradición que explica el
surgimiento de fenómenos en el ámbito de la cultura.
Los estudios literarios nacieron, desde el punto de vista historiográfico, en el Perú a
principios del siglo XX, con Carácter de la literatura del Perú independiente (1905), de
José de la Riva Agüero. Posteriormente, aparecen los trabajos de Luis Alberto Sánchez
y José Carlos Mariátegui. Sin embargo, Estuardo Núñez, con La poesía de Eguren
(1932), es, en sentido estricto, el fundador de los estudios literarios en nuestro país --
6
como lo dice Miguel Ángel Huamán-- porque está provisto de un método de análisis del
discurso y de una óptica hermenéutica consistente para el abordaje de los poemas
egurenianos. Porras entra en diálogo con estos investigadores. A veces está de acuerdo
con sus propuestas; en otras ocasiones, discrepa de las opiniones de otros críticos. Por
tal razón, única y exclusivamente la intertextualidad permitirá hurgar en los tejidos del
pensamiento de Porras. Se trata, pues, de comparar puntos de vista, ideas y visiones del
mundo.
La obra de Porras está vigente. No pertenece a un museo, sino que dialoga con
nuestra vida cotidiana. Por eso, resulta pertinente preguntarse en qué medida algunas
ideas de Porras se encuentran vivas en los planteamientos de críticos literarios como
Ángel Rama o Alejandro Losada.
Este estudio tiene tres capítulos. En el primero, analizamos cómo la literatura tiene
para Porras una esencia mestiza. Allí también abordamos la visión de este último acerca
de Mariano Melgar, de César Vallejo, entre otros autores. Asimismo, cotejamos las
propuestas de Porras con las de otros críticos en lo que concierne a las particularidades
del romanticismo peruano.
La idea de Porras acerca de la esencia mestiza de nuestra literatura nos lleva a
estudiar, en el segundo capítulo, el funcionamiento del concepto de transculturación que
es medular en la cosmovisión de Porras. No cabe duda de que este último es el primer
crítico literario que emplea esa categoría antropológica en el Perú. Nos interesa trazar
lazos entre el punto de vista de Porras y el de Ángel Rama, quien ha retomado el
concepto de transculturación para el estudio de la obra de José María Arguedas. Será
conveniente analizar algunos fragmentos de crónicas para verificar las hipótesis de
Porras. Pero no es nuestro principal objetivo agotar el tan complejo tema de las crónicas
que motivó innumerables páginas de reflexión a Porras.
En el tercero, analizaremos los planteamientos de Porras acerca de tres autores que
él consideraba claves para la modernidad en el Perú: Ricardo Palma, Manuel González
Prada y José Santos Chocano. Sin estos escritores, no es posible comprender de manera
plena cómo el Perú se articula con raíces propias y distintivas a la cultura occidental.
Porras era un gran escritor. Bellas metáforas pululan en sus textos. Él nos enseñó
que la crítica es también una cuestión de estilo y que el contenido no debe opacar a la
expresión. Por eso, el crítico debe cuidar su prosa y deleitar al lector.
7
Quisiéramos que este ensayo sea solo un homenaje que impulse a releer las obras de
Porras para apreciar, en los albores de un nuevo siglo, el mensaje que late en sus
páginas.
8
PRIMER CAPÍTULO
9
Ha sido una tarea asaz difícil la de precisar el concepto de literatura. Críticos literarios y
escritores no se han puesto de acuerdo acerca del sentido de aquella problemática
palabra: literatura. Por ejemplo, Aristóteles en su Poética incorpora por vez primera dos
términos que han tenido fortuna en el ámbito del desarrollo de la teoría literaria:
mímesis y verosimilitud.
Para el Estagirita, el arte es mímesis. Esta última es sinónimo de imitación. En
efecto, la creación estética imita a la naturaleza en tanto fuerza creadora que es capaz de
hacer surgir nuevos productos, aunque estos previamente no hayan existido. Además, el
arte “copia” a la naturaleza del mismo modo como la escultura de la época copiaba el
cuerpo humano. E inventa a partir de la naturaleza, en la medida en que no es posible
salirse de ese marco para la invención. El hombre imita porque la imitación es
connatural a él. Con ella, sin duda, obtiene placer.
Un concepto vecino es el de la verosimilitud. Con frecuencia se confunde lo
verosímil con lo verdadero. Craso error. El científico encerrado en su laboratorio anhela
llegar a la verdad, verificar sus hipótesis. En cambio, lo verosímil es lo creíble. La
poesía es una práctica discursiva que representa lo posible. En la teoría literaria
moderna, se habla de una verosimilitud estructural. Es decir, lo posible de acuerdo con
la estructura del texto. Es creíble, por ejemplo, que el padre intente matar al hijo en La
metamorfosis porque la coherencia semántica del discurso de Kafka sí justifica
plenamente esa intencionalidad.
Recién en las primeras décadas de este siglo comienza a manifestarse un nuevo
concepto de literatura, sustentado en una idea que ha levantado polvo y paja. Se trata del
nacimiento de una nueva escuela: la formalista. Sklovski, Jakobson y Tinianov son sus
más conspicuos exponentes. El segundo indaga una característica propia de los textos:
la literariedad. Se trata de una propiedad específica, distintiva de los discursos
literarios, donde el mensaje llama la atención sobre sí mismo. De acuerdo con este
punto de vista, el crítico debe auscultar los mecanismos sobre la base de los cuales
aparece, como un astro, la literariedad.
10
La semiótica de la cultura de Lotman ha cambiado la senda de los estudios
literarios. Una marea de conceptos ha permitido comprender la misteriosa literatura. Es
literario, según Lotman, el texto que cumple una función estética dentro de los ámbitos
de un sistema de cultura. Y para ello ha de poseer una estructura determinada. En cada
época existe un mecanismo organizativo y clasificatorio ―determinado por las poéticas,
manifiestos y tratados― que le asigna a un texto el valor artístico correspondiente1.
El propósito de este capítulo es precisar la concepción de la literatura peruana que
esgrime Raúl Porras Barrenechea. Además, ¿cómo se entiende el proceso literario en el
Perú, según Porras? ¿En qué se distingue Porras de José de la Riva Agüero en lo que
concierne a la valoración de los más importantes momentos de nuestra tradición
literaria?
Resulta pertinente observar cuál es la visión de Porras acerca de ciertos autores
representativos de nuestra literatura, ya que tenemos particular interés en revelar sus
principales propuestas teóricas y poner en evidencia cómo él se sitúa en el ámbito de los
estudios literarios en el Perú.
Solo una vez un débil y quejumbroso rumor de quenas se dejó oír lejos de la capital
orgullosa. Era la angustiosa y dolida poesía de los yaravíes de Melgar. Venía desde las
hondas regiones del pasado, era la voz del indio (...). Voz que surgía de las mitas, de la
1
Cf.
Reisz
de
Rivarola,
Susana.
Teoría
literaria.
Lima,
Pontificia
Universidad
Católica
del
Perú,
1986;
p.44.
2
Cf.
Prado
Chirinos,
Jorge.
“La
contribución
del
Raúl
Porras
al
estudio
de
la
literatura
quechua”.
En:
Literaturas
andinas.
Año
3.
Nos.
5-‐6.
Lima,
primer
y
segundo
semestres
de
1991;
pp.65-‐76.
Este
texto
nos
ha
sido
de
una
enorme
utilidad
para
nuestra
investigación
sobre
el
pensamiento
de
Porras.
11
tierra regada con sudor y sangre, de los campamentos y los obrajes, del desierto desolado y
frío (...)3.
Aunque todavía sesgado por una visión hispanista que luego superará y que no
explicita plenamente la especificidad de nuestra literatura, Porras ya manifiesta un
interés por la voz del indígena en el ámbito de la tradición literaria peruana. También se
observa que Porras subraya la oralidad de la cultura andina, de ahí la reiteración
obsesiva de la palabra “voz”.
En 1924, Porras da a conocer un estudio que se publica en la revista Variedades.
Allí afirma sin ambages:
La literatura vernácula peruana, la que fue trasunto del alma del “inca sensual y fino”
desapareció con la ruina del Tahuantinsuyo o permanece impenetrada en el arcano de los
‘quipos’ o de los ideogramas herméticos. Vagos testimonios y fragmentos felices atestiguan
sin embargo la existencia de una literatura plena en el imperio de la maravilla.
Sobrepasaron los quechuas las formas hímnicas, que fueron el balbuceo literario de todas
las culturas indígenas americanas, porque cultivaron a más del canto guerrero y de la
plegaria sacra, la canción erótica cuya dulzura sabían los labios del “haravec”4.
3
Porras
Barrenechea,
Raúl.
La
literatura
peruana.
Lima,
Imp.
Sagrados
Corazones,
1918;
pp.
[5]-‐6.
4
Porras
Barrenechea,
Raúl.
“La
literatura
peruana”.
En:
Variedades,
Año
XX,
No.841.
Lima,
12
de
abril
de
1924;
p.
[930].
5
García-‐Bedoya,
Carlos.
Para
una
periodización
de
la
literatura
peruana.
Lima,
Latinoamericana
Editores,
1990;
pp.65-‐67.
12
casta guerrera”6. De esta cita cabe inferir dos conclusiones: el agrarismo de la poesía
quechua y la lírica como manifestación popular. En ese sentido, la de Porras es una
visión un tanto diferente de la de Luis Alberto Sánchez7. Este último resalta que el
haylli es expresión de la casta dominante; en cambio, Porras destaca más bien lo
colectivo de dicho canto, aunque no niega el dominio de un linaje guerrero.
Porras también hace referencia al haraui o canción de amor. Por su parte, Sánchez
pone de relieve el carácter nostálgico del haraui. El tercer canto, según Porras, es el
taqui. En él “se exaltaban las alegrías de la guerra y del trabajo, la veneración a los
dioses y a los héroes tutelares y todos los impulsos báquicos de la alegría”8.
Sánchez está influido por el positivismo. Él habla del paisaje, del clima y del
temperamento como categorías de análisis. Por el contrario, Porras desea con fervor
precisar la psicología del pueblo indígena. Para él, este último revela alegría y
optimismo. Sánchez considera, por el contrario, que el hombre andino es más bien triste
y melancólico. Mariátegui piensa que la sobriedad es una de las características
medulares del arte andino: “lo indígena, lo inkaico, es fundamentalmente sobrio (...). El
indio esquematiza, estiliza las cosas con un sintetismo y un primitivismo hieráticos”9.
Pero también hace alusión al pesimismo del indígena que se expresa con frecuencia en
imágenes y símbolos antropomórficos.
Según Porras, en el Perú existieron formas poéticas evolucionadas que revelan un
ánimo colectivo y una lengua unificadora: el Runasimi. En otros pueblos, diferentes del
mexicano y del peruano, lo indígena no alcanzó un alto grado de desarrollo. Porras
destaca la unidad que fue la primera lección que dieron los incas. Una indesmayable
vocación de unidad impulsó a los indígenas a juntar las piedras y levantar ingentes
templos a sus dioses. Guiadas por el dios Sol, las masas se unían y trabajaban como
hormigas día tras día. Se trata de la tecnología inca como base para el auténtico
desarrollo humano.
Algunos autores han adscrito la producción literaria prehispánica al período que
denominan como “etapa de autonomía andina”. Sin embargo, hay que considerar que:
6
Porras
Barrenechea,
Raúl.
El
sentido
tradicional
en
la
literatura
peruana.
Miraflores,
Instituto
Raúl
Porras
Barrenechea,
1969.
Este
texto
fue
escrito
en
1945
y
apareció
como
prólogo
con
el
nombre
de
“Reseña
de
la
historia
cultural
del
Perú”
en
el
volumen
Tradiciones
peruanas,
de
Ricardo
Palma.
Selección
por
Raúl
Porras
Barrenechea.
Buenos
Aires,
W.M.
Jackson,
INC.
Editores,
1945.
(Colección
Panamericana).
Allí
ya
emplea
Porras
el
término
“transculturación”.
7
Sánchez,
Luis
Alberto.
Panorama
de
la
literatura
del
Perú.
(Desde
sus
orígenes
hasta
nuestros
días).
Lima,
Ed.
Milla
Batres,
1974;
p.24.
8
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
12.
9
Mariátegui,
José
Carlos.
7
ensayos
de
interpretación
de
la
realidad
peruana.
56ta.
Edición.
Lima,
Biblioteca
Amauta,
1991;
p.
271.
13
Las agrupaciones humanas autóctonas no fueron barridas, no son simplemente el recuerdo
de un orden cancelado, sino una continuidad actuante en nuestro devenir social y cultural,
sin la cual resultaría inexplicable nuestra conflictividad presente10
García-‐Bedoya,
Carlos.
Op.cit.,
p.
63.
10
11
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.cit.,
p.13.
12
Cornejo
Polar,
Antonio.
“Literatura
peruana:
totalidad
contradictoria”.
En:
Revista
de
crítica
literaria
latinoamericana,
Año
IX,
No.18.
Lima,
Latinoamericana
Editores,
2do.
Semestre
1983;
p.39.
14
de cauce como un río que se roza con otros a la orilla de una montaña. Porras asiente de
manera categórica que “[e]l idioma y las formas literarias o artísticas importadas tienen
que tomar en cuenta las creaciones del espíritu indio, o subconscientemente adaptarlas y
mezclarlas con las formas de la cultura hispánica importada”13.
El factor telúrico es el que produce la modificación. Cuando una lengua, como la
castellana, llega a una nueva tierra, esta última la impregna de elementos de carácter
lingüístico o cultural. La nueva tierra está habitada por otros rostros, otras costumbres.
¿Acaso la lengua castellana no incorporó vocablos indígenas? ¿Los cronistas no recogen
voces mayas o aztecas o andinas?
Existen puntos comunes entre el pensamiento de Mariátegui y el de Porras. Acaso
aquel es más rotundo que este en lo que concierne a ciertas afirmaciones acerca de las
particularidades de la literatura peruana. El amauta afirma que:
Si bien Porras reconoce la enorme importancia del legado hispánico, no llega a una
conclusión tan definitoria como Mariátegui. Sin embargo, tanto Porras como este último
admiten la existencia de una literatura oral indígena.
La invasión española, sin duda, significó una ruptura de nuestra continuidad
cultural. Los españoles impusieron su dominio colonial y desestructuraron la cultura
vigente en el Tahuantinsuyu. No obstante, la cultura andina revela una envidiable
plasticidad porque sigue viva en los productos transculturales (poemas, novelas,
canciones, vestimentas, etc.) que evidencian en el cruce de culturas, una visión mítico-
religiosa de la naturaleza y de la sociedad.
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
pp.
12-‐13.
13
14
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
p.
235.
15
Es imposible hablar del mesticismo telúrico de Porras sin hacer alusión a una corriente
del pensamiento que ha tenido enorme importancia en la historia cultural del Perú. Se
trata del indigenismo. En un artículo póstumamente publicado sobre el tema15, José
María Arguedas prescinde del legado de Manuel González Prada porque este, según él,
deseaba modernizar al indígena y, en cierto modo, hacerle perder algunas de sus
legendarias raíces. Arguedas precisa tres períodos en el proceso del indigenismo como
corriente ideológica en el Perú.
El primero es el indigenismo “arqueológico”, novecentista, representado por Julio
C. Tello, quien reconoce los grandes aportes de la cultura inca que se dieron a conocer
en los hallazgos arqueológicos y bibliográficos. Pero Tello parece no valorar de manera
cabal la cultura quechua poshispánica.
El segundo constituye el indigenismo “dualista”, liderado por José Carlos
Mariátegui, que reduce el problema a un conflicto entre la costa y la sierra, y no observa
los distintos tipos de comunidades indígenas ni las diferentes clases de terratenientes.
Tampoco dispone de mucha información sobre la cultura andina. Pensamos que
Mariátegui no avanza hacia una visión antropológica. Se queda en una sociología de la
literatura. Sin embargo, las ciencias sociales en la época de Mariátegui no estaban
suficientemente desarrolladas, razón por la cual no podemos pedir peras al olmo. En
este segundo período, se sitúa también, con disímiles componentes, el pensamiento de
Luis E. Valcárcel. Menos lúcido y mucho más mecanicista que Mariátegui, Valcárcel
plantea su andinismo de manera ingenua. Reniega del mestizaje y llega a decir que “[se]
han mezclado las culturas. Nace del vientre de América un nuevo ser híbrido: no hereda
las virtudes ancestrales sino los vicios y las taras. El mestizaje de las culturas no
produce sino deformidades”16.
El tercer período está representado por el indigenismo “culturalista” de Arguedas y
Ciro Alegría. Estos últimos se encuentran muy influidos por Mariátegui. Si bien ellos
mantienen las demandas socioeconómicas, ponen de relieve la subjetividad, los mitos y
las creencias del hombre andino. El término “indigenismo” es discutido porque tanto
Arguedas cuanto Alegría hablan de todas las sangres que fluyen en el Perú.
15
“Razón
de
ser
del
indigenismo
en
el
Perú”.
En:
Formación
de
una
cultura
nacional
indoamericana,
de
José
María
Arguedas.
Compilación
y
prólogo
de
Ángel
Rama.
México,
Siglo
XXI,
1975.
Cf.
en
especial
las
páginas
196
y
197,
donde
Arguedas
habla
acerca
de
la
narrativa
indigenista.
Este
artículo
fue
publicado
originalmente
en
Visión
del
Perú,
No.5.
Lima,
Junio
de
1970.
Tomamos
en
cuenta
la
creativa
interpretación
de
los
planteamientos
de
Arguedas
que
formula
Ángel
Rama.
Véase
el
libro
de
Rama
Transculturación
narrativa
en
América
Latina.
2da.
Edición.
México,
Siglo
XXI,
1985;
pp.
180-‐182.
16
Valcárcel,
Luis
E.
Tempestad
en
los
andes.
Lima,
Ed.
Universo,
1972;
p.
107.
La
edición
original
es
de
1927.
16
Arguedas no analiza de manera detallada la propuesta de Gamaliel Churata y el
grupo Orkopata. En Puno nació la consigna de hacer un arte autóctono sobre la base de
la asimilación creativa de los aportes de la cultura europea17.
Pero precisamente tanto Arguedas, Alegría como Churata hacen una literatura que
va más allá de todo indigenismo. Crean una escritura mestiza que no solo habla del
hombre andino, sino de la cultura peruana, articulada al entorno internacional.
Para precisar con cierta minuciosidad el pensamiento de Porras, emplearemos el
método comparativo. En ese sentido, vamos a cotejar las propuestas de Porras con las
de Riva Agüero y las de Mariátegui. Nos interesan, en particular, algunos temas
fundamentales para el estudio de la literatura peruana como son la poesía de Melgar, el
romanticismo, la lírica de Eguren, la obra de Valdelomar y la escritura vallejiana,
porque servirán de marco de discusión para situar con propiedad a Porras en el ámbito
de la crítica literaria peruana.
En los albores del siglo XX, José de la Riva Agüero sustentó su tesis Carácter de la
literatura del Perú independiente (1095). Se trata de uno de los textos que inicia la
reflexión sistemática acerca de nuestro proceso literario. Primero, señalemos lo que dice
Porras acerca de Riva Agüero como miembro de la Generación Arielista. Segundo,
comparemos las propuestas de ambos pensadores en los que respecta a las
particularidades de la literatura peruana.
Porras destaca el nacimiento de la Generación Arielista en el ámbito de la cultura
peruana. Los claustros universitarios de San Marcos fueron su cuna. Porras dice que
estos intelectuales pensaron el Perú como una unidad y cultivaron la tolerancia y el
idealismo generoso. Los arielistas, para Porras, volcaron:
17
Cf.
Wise,
David.
“Vanguardismo
a
3800
metros:
el
caso
del
Boletín
Titikaka
(Puno,
1926-‐1930)”.
En:
Revista
de
crítica
literaria
latinoamericana,
Año
X,
No.20.
Lima,
Latinoamericana
Editores,
2do.
Semestre
1984;
pp.
89-‐100.
18
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
85.
17
En cuanto a Riva Agüero, Porras define aquel temple positivista que era una
permanente afirmación de los valores de la cultura castellana. Carácter de la literatura
del Perú independiente es, según Porras, “revelador del proceso de nuestra historia
literaria”19. Veamos la valoración que Porras hace del legado de Riva Agüero:
Parece ser que Porras manifiesta una visión un tanto edulcorada acerca del Carácter
de la literatura..., obra polémica de Riva Agüero y, hoy, hito importante pero endeble
de la crítica literaria peruana. Si hiciéramos una comparación entre la visión
aristocrática de Riva Agüero y la de Porras, algunas diferencias saltarían a la vista.
En principio, Riva Agüero en Carácter de la literatura... no posee ese culto a lo
nacional que sí expresa Porras en El sentido tradicional en la literatura peruana. En
efecto, el primero revela un gusto neoclásico y preceptivo porque anhela dar normas que
posibiliten el desarrollo de la literatura peruana; Porras, por el contrario, sí tiene una
clara concepción de nación, heredera de la visión romántica que idealiza el pasado. De
acuerdo con él, la identidad nacional bebe de dos manantiales: el hispánico y el
indígena. He ahí su propuesta mesticista.
Riva Agüero consideraba que “[l]a literatura del Perú, a partir de la Conquista, es
literatura castellana provincial, ni más ni menos que la de las islas Canarias o la de
Aragón o Murcia, por ejemplo”21. Situado en un disímil contexto histórico, Porras sí
valora los aportes de la literatura colonial peruana, donde la crónica constituye un
género mestizo. Y Comentarios reales, del Inca Garcilaso de la Vega, es “[l]a obra más
representativa del espíritu peruano, la que podría llamarse el primero vagido de la
nacionalidad”22.
Riva Agüero restringe la literatura peruana a la escritura en castellano y de ese
modo excluye la creación literaria en lenguas aborígenes. Como Boileau en la Francia
19
Ibídem,
p.
86.
Ibídem,
pp.
89-‐90.
20
21
Riva
Agüero,
José
de
la.
Carácter
de
la
literatura
del
Perú
independiente.
Introducción
de
Víctor
Andrés
Belaúnde.
Prólogo
de
José
Jiménez
Borja.
Notas
de
César
Pacheco
Vélez
y
Enrique
Carrión
Ordóñez.
Con
un
ensayo
crítico
de
Miguel
Unamuno.
Lima,
Pontificia
Universidad
Católica
del
Perú,
1962;
p.
[261].
(Obras
completas
de
José
de
la
Riva
Agüero,
tomo
I)
22
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
pp.
19-‐20.
18
del siglo XVII, Riva Agüero impone un tipo de escritura y se halla recluido en sus libros
al margen del río de las multitudes. En efecto:
la literatura peruana [según Riva Agüero] sería, así, únicamente, la de raíz, forma y espíritu
hispánicos (con lo que quedan excluidas las literaturas indígenas) y la que obedece al canon
estético culto de las naciones europeas (con lo que se margina vastos sectores de la
literatura popular)23.
De acuerdo con Antonio Cornejo Polar, “las literaturas excluidas del sistema
nacional no tendrían [para Riva Agüero] ni valor artístico ni representatividad social”24.
Riva Agüero representa el pensamiento de la oligarquía ilustrada y transpone a su visión
de la literatura un ideal aristocrático que defiende la necesidad de las profundas
diferencias socioeconómicas para el desarrollo nacional.
Sin embargo, las limitaciones de Riva Agüero son también las de su época. El
positivismo se hallaba anclado en la crítica literaria, el contexto posterior a la guerra con
Chile no era favorable para la investigación académica, la recopilación de literatura oral
era aún muy escasa.
Obviamente Porras no está de acuerdo con el punto de vista de Riva Agüero. Este
último no comprendía plenamente las particularidades de las literaturas aborígenes.
Pensaba que la literatura peruana debía ser una mera provincia de la peninsular. En
cambio, Porras habla de la poesía mítica de los incas, donde se
mezclan, sin duda, como los demás pueblos, hechos reales e imaginarios, los que
transcurren, por lo general, en el reino del azar y de lo maravilloso. Pero todos ofrecen
indicios históricos, porque está presente en ellos el espíritu del pueblo creador25.
25
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Mito,
tradición
e
historia
del
Perú.
Lima,
Ed.
Peisa,
[1974];
pp.
24-‐25.
26
Ibídem,
p.
25.
19
Porras pone de relieve la importancia del dios Viracocha como principio ordenador
del mundo andino, pues simboliza la civilización y la fecundidad. Asimismo, analiza el
relato de los hermanos Ayar, donde la barreta de oro que se hunde en la tierra fértil
constituye un poste cósmico de ordenación del mundo. Según Porras, el peor castigo en
el ámbito de las leyendas incaicas “es siempre el de verse convertido en piedra, que es
el símbolo mayor de la esterilidad”27.
Hay un sentimiento histórico que palpita tanto en el haylli como en el purucalla,
“representación mímica de los hechos de los incas y de sus triunfos guerreros”28. Sin
embargo, la historia oficial dormía en los quipus, dispuesta a ser despertada por la
sabiduría de los quipucamayocs. Aquella tenía un profundo sentido moralizador, ya que
se “excluía de la recordación histórica a los malos gobernantes y a los que vulneraban
las leyes o el honor”29.
Pero no solo en la valoración del pensamiento mítico difieren Riva Agüero y Porras,
sino también en el análisis de algunos autores de la literatura colonial.
Uno de los mayores puntos de discordancia es la obra de Juan de Espinosa
Medrano. El gongorismo constituye, según Riva Agüero, uno de los males endémicos
de nuestra literatura virreinal. Los sermones y versos están infestados por él. El término
“infestado” muestra a todas luces el desprecio que Riva Agüero siente por el barroco
hispanoamericano. Esta literatura es:
Espinosa Medrano es, para Riva Agüero, ejemplo de baja adulación y trasnochado
gongorismo31. Distinta es la opinión de Porras, quien reconoce los inanes excesos de
este último; pero, a la vez, valora el mensaje de El apologético en favor de don Luis de
27
Ibídem,
p.
28.
Utilizamos
la
versión
de
Pedro
Sarmiento
de
Gamboa
del
relato
de
los
hermanos
Ayar.
Cf.
Historia
del
Tahuantinsuyu,
de
María
Rostworowski
de
Diez
Canseco.
Lima,
IEP,
1988;
p.
33.
Allí
se
afirma
que
“El
mismo
cronista
[Sarmiento
de
Gamboa]
menciona
que
Mama
Huaco
era
uno
de
los
caudillos
del
grupo
y
que
en
el
pueblo
de
Matagua,
esta
mujer
‘fortísima
y
diestra’
tomó
dos
varas
de
oro
y
las
lanzó
hacia
el
norte,
una
cayó
en
Colcabamba,
pero
la
tierra
no
permitió
que
hincase.
La
segunda
la
arrojó
a
un
terreno
llamado
Guayanaypata
donde
penetró
suavemente.
Otros
informantes
contaron
a
Sarmiento
de
Gamboa
que
fue
Manco
Cápac
y
no
Mama
Huaco
quien
arrojó
el
bastón
mágico
que
debía
indicar
el
asentamiento
definitivo”.
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
28.
28
29
Ibídem,
pp.
31-‐32.
30
Riva
Agüero,
José
de
la.
Op.
cit.,
p.
76.
31
En
un
texto
posterior,
Riva
Agüero
modificó
su
punto
de
vista
sobre
el
Lunarejo.
En
un
discurso
de
1939,
afirma:
“El
mejor
apologista
de
Góngora,
el
más
certero
y
penetrante
en
lo
paradojal,
fue
el
canónico
mestizo
cuzqueño
Espinosa
Medrano,
apodado
el
Lunarejo,
prosista
y
poeta
eximio
en
castellano
y
en
quechua”.
En:
Del
inca
Garcilaso
a
Eguren.
Estudios
de
literatura
peruana.
Lima,
PUC,
1962;
p.
595.
(Obras
completas
de
José
de
la
Riva
Agüero,
tomo
II).
20
Góngora y Argote que es una paladina expresión de “la más tersa prosa del siglo XVII
peruano, escrita en defensa y exégesis de los alambicamientos culteranos de Góngora y
al que Menéndez y Pelayo calificó de ‘perla caída en el muladar de la retórica
culterana’”32.
La historia en gran medida ha dado la razón a Porras. En un reciente estudio, Mabel
Moraña asocia al Barroco con el nacimiento de una conciencia criolla en
Hispanoamérica. Los criollos van afianzando su poder político y este hecho motivó el
surgimiento de un espíritu crítico. Espinosa Medrano:
algo más grave que exageraciones de forma advierto en lo que digo de las letras coloniales.
Como los literatos peruanos vivieron y escribieron bajo la dominación española no podían
entrar en mi trabajo sino de manera incidental, confieso que leí sus obras de prisa, y noto
que respecto de ellas he incurrido en positivos errores. En mi deber indicarlos34.
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
28.
32
33
Moraña,
Mabel.
“Barroco
y
conciencia
criolla
en
Hispanoamérica”.
En:
Revista
de
crítica
literaria
latinoamericana,
Año
XIV,
No.
28,
Lima,
Latinoamericana
Editores,
2do.
Semestre
1988;
p.
240.
34
Riva
Agüero,
José
de
la.
Op.
cit.,
p.
308.
21
Riva Agüero valora dos palpables manifestaciones de la lírica virreinal: Epístola a
Belardo y Discurso en loor a la poesía. También hace lo mismo con La cristiada, de
Diego de Hojeda. Reconoce que esta última obra sí forma parte de la literatura peruana.
Y además considera que:
En cuanto al poema de Hojeda, Porras dice que se trata de “la mayor epopeya
mística de la Literatura Española”36. De la misma manera que Riva Agüero, aunque con
mayor énfasis, Porras pone de relieve el efluvio lírico de Amarilis que “superará en el
lenguaje del amor y en la desmayada técnica de los metros líricos al propio Lope de
Vega”37.
Veamos ahora cuáles son las coincidencias y discrepancias entre Riva Agüero y Porras
en lo que concierne a la poesía de Mariano Melgar para concluir con una nueva visión
acerca de los yaravíes del vate arequipeño. ¿Cuál es la razón que justifica la elección de
aquel objeto de estudio? Resulta evidente que los yaravíes melgarianos han sido motivo
de controversia y son fundamentales para la búsqueda de la identidad nacional en el
Perú.
¿Qué sostiene el autor de Paisajes peruanos acerca del poeta arequipeño? Dice que
la temprana y heroica muerte de este último ha contribuido a su fama como rimador.
Riva Agüero piensa que:
Los arequipeños han querido tener en él su poeta, y le han prodigado excesivos elogios. Se
ha ido hasta estampar que en lo descriptivo llega a colocarse al lado de Virgilio. Cuando,
35
Ibídem,
p.
320.
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
24.
36
37
Ibídem.
22
después de hipérbole tan necia, se leen los versos de Melgar, cuesta trabajo contener el mal
humor y el fastidio38.
No es evidente (...), como afirma Mariátegui, que Riva Agüero trate “desdeñosamente” a
Melgar. Sin duda Riva Agüero pronuncia sobre Melgar un juicio prudente y sin entusiasmo,
pero en algunos de sus poemas descubre “destellos de algo que ya es poesía, que dista
mucho de las enfadosas e insulsas producciones coloniales”. Algo que ya es poesía: el
elogio es contenido pero no desdeñoso, sobre todo en Riva Agüero que siempre tuvo el
desdén muy efusivo43.
38
Riva
Agüero,
José
de
la.
Op.
cit.,
pp.
78-‐79.
39
Ibídem,
p.79.
40
Ibídem,
p.80.
Ibídem.
41
42
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
p.267.
43
Loayza,
Luis.
Sobre
el
900.
Lima,
Mosca
Azul,
1990;
p.84.
23
literatura colonial. Riva Agüero renegaba de la Independencia, anhelaba que la peruana
sea una provincia de la literatura peninsular; pero ello no quiere decir que
necesariamente tenga que admirar la poesía peruana colonial.
Sánchez manifiesta un tercer punto de vista distinto del de Mariátegui y Riva
Agüero. Piensa que Melgar posee un:
acento nuevo —nuevo porque cantó su amor de él, no ajeno; porque revive el yaraví
popular y quechua; porque apela a la fábula peculiar de los indios; porque inicia el
romanticismo erótico— no queda en la categoría de “momento curioso” de nuestra
literatura, como lo ha calificado un crítico incomprensivo, sino como el “momento inicial”
de la literatura peruana, cancelando en parte la discutible “literatura del Perú”44.
Porras considera que Melgar es un “intrépido cantor del mar”45. Aquí se pueden
enfatizar dos características de esta poesía: ella está asociada al canto y su temática
remite al mundo de la naturaleza. Porras asevera sin ambages que “Melgar no atruena el
espacio con el fúlgido destello de Olmedo, pero se queda gimiendo en las cuerdas de la
guitarra y en los ayes lastimeros de la quena porque inventó la forma más peruana de
quejarse, el yaraví46.
De esta cita se pueden colegir dos conclusiones: la poesía de Melgar tiene menor
calidad que la de Olmedo y el poeta arequipeño creó el yaraví. Esta última idea es sin
duda inexacta. El yaraví como forma poética popular existía antes de Melgar. Era de
carácter oral. Además, el yaraví popular y el de Melgar son de disímil naturaleza.
Para realizar una diferenciación precisa, creemos pertinente referirnos a la teoría de
los sistemas que Antonio Cornejo Polar incorpora a los estudios literarios en el Perú. Él
toma como punto de partida la idea de que la peruana no es una literatura que tiene
como rasgo principal la unidad, sino la pluralidad contrastante y conflictiva. Distingue
tres sistemas en el ámbito de la literatura peruana: el de la literatura “ilustrada”, escrita
en castellano y que utiliza géneros europeos como la novela; el de las literaturas
aborígenes (quechua, aymara, lenguas amazónicas), que emplea tanto la oralidad cuanto
la escritura, y el de la literatura popular en castellano, donde la oralidad se encuentra
muy vinculada a la música. Estos tres sistemas entran en permanente correlación. Uno
de ellos puede asimilar elementos del otro. Por ejemplo, Arguedas se sitúa en el primer
44
Sánchez,
Luis
Alberto.
Op.
cit.,
p.
75.
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
39.
45
Ibídem.
46
24
sistema, pero asimila elementos del segundo (las canciones quechuas y la cosmovisión
andina). Ricardo Palma también forma parte del primer sistema, pero sus tradiciones
manifiestan la asimilación de componentes del tercero (la oralidad y los refranes
populares, verbigracia).
Sobre la base de esa fundamentación teórica, Cornejo Polar se preocupa mucho más
por la propuesta formal de los textos poéticos de la emancipación. Es decir, cree
necesario auscultar la ideología del poeta poniendo sobre el tapete el tipo de escritura y
de lengua que este último emplea en sus versos.
De modo riguroso, Cornejo Polar distingue una literatura de la emancipación entre
comillas y otra sin comillas. En la primera se sitúan los poemas sobre la Independencia.
“A la victoria de Junín” de Olmedo, la poesía patriótica de Melgar y otros textos
escritos bajo la norma del neoclasicismo español. La segunda, en cambio, está
constituida por los yaravíes de Melgar que sí afirman una independencia estilística en
relación a la norma neoclásica de raigambre hispánica.
Cornejo Polar piensa que es erróneo atribuir a los yaravíes melgarianos una filiación
romántica. De ese modo, “se mutila o recorta el significado popular-indígena de estas
canciones, gracias a lo cual se conserva imperturbablemente el preconcepto de la unidad
de la literatura (y de la sociedad) peruana”47. Pero no confunde el yaraví popular con el
de Melgar. Aquel forma parte del sistema de la literatura popular en castellano; por el
contrario, el yaraví melgariano se adscribe al primer sistema, pero asimilando elementos
tanto del segundo cuanto del tercero, porque entra en correlación con el yaraví popular y
también con el haraui quechua. La de Melgar es una poesía mestiza y heterogénea y así
afirma su libertad en relación al neoclasicismo español.
En la “literatura de la emancipación”, Cornejo Polar observa que la expresión
formal parece traicionar al contenido. Un análisis que intente relacionar las instancias
temático-referenciales con las formales, constata de inmediato una contradicción. Los
textos de la “literatura de la emancipación” asumen la emancipación como tema o
referente, pero:
repiten sin variantes la norma del neoclasicismo español, y en esa repetición no se perciben
rasgos de una conciencia que señale la contradicción que subyace en el acatamiento de tal
modelo. No está de más recordar, como ilustración complementaria, que un periódico tan
47
Cornejo
Polar,
Antonio.
“Sobre
la
literatura
de
la
emancipación
en
el
Perú”.
En:
Sobre
literatura
y
crítica
latinoamericanas.
Caracas,
Universidad
Central
de
Venezuela,
1982;
p.
64.
25
liberal, independentista y antiespañol como La abeja republicana se anuncia bajo el
epígrafe de unos versos patrióticos de Quintana48.
Esta idea ha sido aceptada por numerosos estudiosos de la historia del Perú. Por
ejemplo, José Ignacio López Soria afirma que:
La vida republicana se asienta, pues, sobre las mismas estructuras, jerarquías, privilegios y
valores de la sociedad colonial. La república se construye de acuerdo al esquema
tradicional: aristocracia de la tierra feudalizante y autonomista, burguesía comercial
reducida pero nutrida de privilegios, sector intelectual escasamente conocedor de nuestra
realidad , militares ávidos de poder y con las miras puestas en las tierras abandonadas por
los españoles, y una enorme masa de indios, mestizos, negros y mulatos sin status
ciudadano50.
48
Ibídem,
p.
55.
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
p.
249.
49
50
López
Soria,
José
Ignacio.
“La
época
del
rompimiento”.
En:
Araníbar,
Carlos
et
al.
Nueva
historia
del
Perú
(un
compendio).
Lima,
Mosca
Azul,
s/f.;
pp.
104-‐105.
26
amor; sin embargo, constituye un acto de autonomía creadora, pues tiene una matriz
indígena muy clara: el haraui andino. Además, se vincula con la tradición del yaraví
popular en castellano. El yaraví melgariano “realiza en el plano que específicamente les
corresponde como obras literarias esa dimensión emancipadora que la ‘literatura de la
emancipación’ proclama pero no cumple”51. Cornejo Polar supera los enfoques
mecanicistas que intentan explicar las características del texto literario apelando a un
sociologismo positivista y ramplón como el de Miguel Gutiérrez52. De ese modo, abre la
posibilidad de abordar los poemas prestando atención a los componentes formales de
estos últimos con el claro propósito de superar el análisis puramente contenidista de los
discursos poéticos.
Por las razones antes expuestas se puede afirmar que Porras cometió un pequeño
desliz al confundir el yaraví popular con el de Melgar. El primero está incluido en el
sistema de las literaturas populares en castellano; en cambio, el segundo se sitúa en el de
la literatura “ilustrada” en castellano.
Otro de los temas en que coinciden y difieren Riva Agüero y Porras es el romanticismo
peruano. En este caso, se hará el análisis de cómo ambos pensadores valoran este
movimiento literario que se asocia al nacimiento de la modernidad en Europa. Más
adelante, vamos a abordar la obra de Ricardo Palma, que merece un estudio particular.
Riva Agüero señala el carácter tardío del romanticismo peruano. Según él, esta
corriente artística feneció en Europa en el período que se extiende desde 1845 a 1850.
Fue durante esos años que los primeros relámpagos del romanticismo comenzaron a
asomar en el Perú. Riva Agüero afirma que:
El período romántico de la literatura peruana principió, pues, en 1850 (o, como quiere
Palma, en 1848). A partir de esa fecha se nota una nueva tendencia: la imitación directa de
la poesía francesa. Sin embargo, siguió predominando la imitación española53.
51
Cornejo
Polar,
Antonio.
Op.
cit.,
p.
61.
52
Por
ejemplo,
en
La
Generación
del
50,
un
mundo
dividido.
Lima,
Sétimo
Ensayo,
1988.
Allí
Miguel
Gutiérrez
defiende
una
crítica
sociologista,
heredera
de
Lukács.
53
Riva
Agüero,
José
de
la.
Op.
cit.,
p.
136.
27
El drama histórico romántico, para Riva Agüero, no tuvo un gran desarrollo en el
Perú por dos razones. La primera, no había un público que apreciara ese tipo de obras.
La segunda, los escritores carecían de un pasado que pudiera alimentar la temática del
drama histórico.
Tampoco la leyenda romántica como género pudo aclimatarse en el Perú. Riva
Agüero reconoce que “a uno de los dos de la generación romántica (...), a Ricardo
Palma (...), estaba reservado encontrar en sus Tradiciones la única forma de adaptación
que tuvo el género legendario entre nosotros”54.
El género predilecto del romanticismo peruano fue el lírico, aunque Riva Agüero,
reconoce los aportes de dos novelas de Luis Benjamín Cisneros: Julia y Edgardo.
De la misma manera que Riva Agüero, Porras pone de relieve el carácter tardío del
romanticismo en el Perú. Afirma que:
El romanticismo llega al Perú más tarde que a otras partes de América y siempre a través de
España. Pardo y Aliaga, a pesar del coturno clásico de sus odas y de su amistad literaria y
personal con Andrés Bello, había hecho sentir el malestar romántico en su composición La
despedida (1827) inspirada en el dulce influjo de Meléndez Váldez. Pero la explosión
romántica, preñada de lamentos y sollozos, de ansias lejanas, y de nostalgias sepulcrales, el
romanticismo 1830, lúgubre y ceniciento, la epidemia en buena cuenta del “mal del siglo”
solo llega al Perú hacia 185055.
28
amor y la melancolía inundarán la novelística de Luis Benjamín Cisneros. Pero lo
sepulcral alude a una de las fuentes de la poesía romántica peruana: la obra de Gustavo
Adolfo Bécquer. Veamos la rima LXXVI:
En la imponente nave
Del templo bizantino
Vi la gótica tumba, a la indecisa
Luz que temblaba en los pintados vidrios.
Su llegada [de Fernando Velarde] pone de moda a los bardos peninsulares de entonces, los
deliquios de Bécquer, las orientales zorrillescas, las doloras a lo Campoamor y las
canciones desesperadas y los metros largos y cortos de Espronceda57.
56
Bécquer,
Gustavo
Adolfo.
Rimas.
Prólogo
de
Fermín
Estrella
Gutiérrez.
Buenos
Aires,
Ed.
Losada,
1979;
p.
87.
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
46.
57
29
inauténtico, “fruto de un contagio imprevisto y foráneo”58. Y otro que es más
espontáneo y se halla sustentado en la batalla por la libertad.
Refiriéndose al primero, Porras afirma que:
El estado del alma romántico no surge, pues, en el Perú, como el resultado de un malestar
social, de una insurgencia literaria o una urgencia de libertad interior. El romanticismo, que
fue en otras partes una escuela poética, una moda o una enfermedad, tuvo en el Perú los
caracteres de una intoxicación59.
60
Ibídem,
p.
48.
30
Como muestras de ese florecimiento tenemos las siguientes obras: El poeta cruzado, de
Nicolás Corpancho; Abel o el pescador americano, y El pueblo y el tirano, de Carlos
Augusto Salaverry. Estas dos últimas piezas dramáticas son testimonio del inicio de la
corriente indigenista en el teatro.
Como hemos indicado antes, Porras piensa que hubo un segundo romanticismo que
se hallaba rodeado por el halo de la autenticidad. Un romanticismo bañado por las
propuestas políticas de la época. Para los escritores de esta vertiente:
El poeta debía ser anunciador, el guía mesiánico del pueblo y la poesía una especie de
magisterio civil y democrático. Mármol trajo al Perú, en 1852, la emoción de los proscritos
argentinos y de su lucha contra la tiranía de Rosas61.
nació como un populismo ilustrado, se desarrolló articulado a la lucha del partido liberal
planteando una utopía revolucionaria y una literatura inserta en la modernidad, se resolvía
con una producción literaria ligada predominantemente a la vida privada sin lograr crear
una auténtica tradición literaria con obras de relevancia estética63.
61
Ibídem,
pp.
48-‐49.
62
Cf.
Losada,
Alejandro.
La
literatura
en
la
sociedad
de
América
Latina.
Frankfurt,
Verlag
Klaus
Dieter
Vervuert,
1983.
63
Díaz,
Jesús.
“Sobre
La
literatura
en
la
sociedad
de
América
Latina,
de
Alejandro
Losada”.
En:
Revista
de
crítica
literaria
latinoamericana,
Año
X,
No.20.
Lima,
Latinoamericana
Editores,
2do.
Semestre
1984;
p.
333.
31
masa popular “elaborando los medios que permitan la regeneración y emancipación del
pueblo argentino dentro de un nuevo proyecto democrático”64.
Hemos visto en qué discrepan y coinciden Riva Agüero y Porras. Ahora vamos a
comparar la visión de Mariátegui con la de Porras poniendo un particular énfasis en la
obra de Eguren, de Valdelomar y Vallejo por ser temas de interés para el estudio de la
literatura peruana.
En 1928, aparecía un libro que significó un cambio de paradigma en la crítica
literaria en el Perú: 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. La última parte
de este volumen está dedicada al estudio de nuestra literatura. Por vez primera, se
planteaba la necesidad de un enfoque sociológico de estirpe marxista que echara luz
sobre el proceso literario.
En primer lugar, vamos a poner de relieve cómo Mariátegui es visto por Porras.
Después, haremos un análisis comparativo para precisar concomitancias y diferencias
entre el pensamiento del Amauta y el de Porras en lo que concierne a la valoración de
las obras de José María Eguren, de César Vallejo y Abraham Valdelomar, en vista de
que estos autores son fundamentales para la percepción histórica que tiene Mariátegui
acerca del proceso de la literatura peruana.
Según Porras, el Amauta es el más conspicuo representante del movimiento
antiacadémico. Después de viajar a Europa, Mariátegui vuelve al Perú y aborda de
modo concienzudo el estudio de la problemática socioeconómica. Porras afirma que:
64
Ibídem.
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
102.
65
32
Como se puede observar, Porras distingue con claridad la tesis dualista de
Mariátegui: la costa frente a la sierra. Asimismo, constata la influencia de González
Para en el pensamiento de Mariátegui. Resulta indudable que tanto este último como
César Vallejo recibieron el influjo del autor de Horas de lucha. De acuerdo con Porras,
Mariátegui lucha contra lo hispánico, hecho que se puede apreciar cuando cuestiona a la
Generación Arielista, representada por Riva Agüero. No es tan exacto decir que
Mariátegui luche contra lo limeño. El autor de 7 ensayos afirma que:
En lima, algunos escritores que del estetismo d’annunziano importado por Valdelomar
habíamos evolucionado al criticismo socializante de la revista España, fundamos hace diez
años Nuestra Época, para denunciar, sin reservas y sin compromisos con ningún grupo y
ningún caudillo, las responsabilidades de la vieja política. En Lima, algunos estudiantes,
portavoces del nuevo espíritu, crearon hace cinco años las universidades populares e
inscribieron en su bandera el nombre de González Prada66.
No cabe duda de que Porras comete un leve desliz en este caso. Mariátegui critica la
perspectiva colonialista que subsiste en algunos sectores intelectuales limeños, pero no
está en contra de lo limeño.
Es interesante que Porras subraye la tendencia indigenista y cosmopolita del
pensamiento de Mariátegui en el Perú. La historia le ha dado nuevamente la razón a
Porras. La de Mariátegui es una concepción de lo nacional, sustentada en la
preeminencia de la cultura andina, pero se articula al acontecer internacional. La revista
Amauta es un paladino ejemplo de ello. En esta publicación, hay un conjunto de
reflexiones acerca de la literatura europea al lado de una permanente meditación sobre
la identidad nacional. Mariátegui era un intelectual abierto a la asimilación creativa de
los aportes de la cultura europea. No obstante, ponía de relieve las raíces andinas de
nuestro país.
De ese modo, Porras está caracterizando algunos aspectos del indigenismo en el
Perú. En efecto, la vertiente indigenista, representada por Mariátegui, manifiesta una
apertura cosmopolita; sin embargo, no olvida la trascendencia del mundo andino para la
formación de la identidad nacional.
66
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
pp.
253-‐254.
33
Eguren es un poeta innovador. Su misteriosa poesía ha caído en el abismo de la
incomprensión. Ni Riva Agüero ni Sánchez han podido apreciar en su real magnitud el
sutil mensaje de este escritor. Cuando los críticos rendían culto a Chocano, Eguren, de
modo silencioso, producía una de las obras más originales de la literatura
hispanoamericana.
Amauta, dirigida por Mariátegui, le dedicó un sentido homenaje al poeta de la
filigrama. Fue, sin duda, una importante pero un tanto aislada muestra de aprecio. En un
célebre ensayo sobre Eguren, Jorge Basadre dice que:
José de la Riva Agüero concluye su elogio de Garcilaso sosteniendo que el genio literario
peruano es fundamentalmente clásico y que cuando se ha querido apartar de sus reglas
simétricas, solo ha producido engendros. Ventura García Calderón, sin dejar de ser por ello
acaso el primero crítico literario de América, omite el valor de Eguren en sus ensayos sobre
nuestra literatura y en su antología. Clemente Palma pone una nota dejando constancia de
su disconformidad con el elogio que de Simbólicas hace Pedro S. Zulen en Ilustración
peruana. Pocos son los que toman en serio al poeta, inicialmente67.
34
dos o más períodos. Pone de relieve la lucha entre las más disímiles visiones del mundo,
así como considera que existe un colonialismo que sobrevive en la época republicana.
¿Cómo Mariátegui sitúa a Eguren? Este último es un precursor del período
cosmopolita porque asimila creativamente los aportes de la lírica simbolista francesa.
Según Mariátegui, la obra de Eguren es una crítica de la poesía coyuntural (odas a
los héroes de América, por ejemplo) y del poema filosófico:
El arte de Eguren es la reacción contra este arte gárrulo y retórico, casi íntegramente
compuesto de elementos temporales y contingentes. Eguren se comporta siempre como un
poeta duro. No escribe un solo verso de ocasión, un solo canto sobre medida. No se
preocupa del gusto del público ni de la crítica. No canta a España, ni a Alfonso XIII, ni a
Santa Rosa de Lima. No recita siquiera sus versos en veladas ni fiestas. Es un poeta que en
sus versos dice a los hombres únicamente su mensaje divino69.
Eguren, poeta misántropo, aclamado por las revistas de vanguardia social y estética solo a
partir de 1916, a pesar de su falta absoluta de emoción social, es el introductor del
simbolismo en el Perú y de una teoría de figuras leves e incorpóreas que pasan ante la luz
incierta de “la niña de la lámpara azul”, como trasgos medievales o viñetas extraídas de los
cuentos de Grimm o de vitrales góticos70.
Porras resalta los homenajes que dos revistas tributaron a Eguren: uno, en Colónida,
el año 1916; el otro, en Amauta71. El primero impulsado por Abraham Valdelomar; el
segundo, por Mariátegui. En la expresión “vanguardia social y estética”, observamos
que porras vincula la renovación del lenguaje literario con las propuestas nuevas en el
ámbito de la política.
Mariátegui afirmaba que Eguren no comprendía ni al pueblo ni a la civilización que
él llama burguesa. Porras, cercano a Mariátegui en este caso, remarca que Eguren carece
69
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
p.
294.
70
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
87.
71
Cf.
Amauta,
No.21.
Lima,
febrero-‐marzo
de
1929.
Allí,
hay
ensayos
de
Xavier
Abril,
Luis
Alberto
Sánchez,
Estuardo
Núñez,
Jorge
Basadre,
Gamaliel
Churata,
María
Wiesse
y
José
Carlos
Mariátegui.
35
de emoción social. Mariátegui y Porras cometen un desliz porque manifiestan un punto
de vista tal vez poco sutil en el análisis de la poesía agureniana. En nuestra opinión, la
emoción social está presente en esta última. Por ejemplo, el poema “Tiza blanca” dice
así:
No olvidaba el canastillo
de alfeñiques y blanquillo.
Si problemas esnsayaba
con la tiza se pintaba.
Resolvía azul misterio
del errante planisferio,
Si al tablero se acercaba
con la tiza conversaba.
A su vera los negados
36
florecían avisados.
Karel Kosík73 señala que las relaciones entre individuos se han cosificado. En el
mundo moderno, la praxis utilitaria de los hombres configura una pseudoconcreción. El
ser humano está cautivado por el universo de las apariencias. Todo se vuelve utilitario.
Esta pseudoconcreción asume un aspecto natural y oculta su lado histórico. Vale decir,
se autoasume como el espacio natural del hombre. Así, en las relaciones intersubjetivas
suelen estar ausentes el lado estético, el juego como forma de conocimiento. En la
modernidad, se ha reducido la relación entre sujeto y el objeto. El individuo es
concebido, por los grupos de poder, como un simple manipulador de objetos.
Frecuentemente reduce toda la realidad a la realidad física.
El poema “Tiza blanca” constituye, sin duda, una crítica del mencionado
utilitarismo. En los versos “Si al tablero se acercaba con la tiza conversaba”,
observamos que el objeto “tiza” no constituye una mercancía en el sentido tradicional
del término. Es mucho más que eso. La tiza es un personaje capaz de dialogar con la
maestra, de comunicar afecto, de producir cultura. Produce un acto de habla. La tiza
tiene personalidad y visión del mundo. Y, en realidad, una de las estrofas puede
reducirse a un diálogo entre dos tizas: la Tiza Blanca con mayúscula, es decir, la
maestra; y la tiza con minúscula, el interlocutor de la profesora. Si las alumnas llaman a
la profesora “Tiza Blanca”, manifiestan una perspectiva muy particular porque expresan
un punto de vista lúdico acerca de las relaciones entre el individuo y el entorno que lo
rodea. Los objetos del mundo exterior no sirven en principio para algo, sino que
dialogan con los sujetos. La praxis utilitaria ha sido reemplazada por una praxis lúdica,
donde los objetos tienen rostro humano.
Los científicos sociales suelen aludir a la fetichización de la mercancía en el mundo
moderno. Eguren hace que los objetos tengan un cariz antropomórfico. No interesa la
tiza como mercancía, sino que ella ocupa la posición de un sujeto que habla y expresa
72
Eguren,
José
María.
Poesías
completas.
Lima,
Universidad
Nacional
Mayor
de
San
Marcos,
1961;
pp.
239-‐240.
Cf.
Kosík,
Karel.
Dialéctica
de
lo
concreto.
México,
Ed.
Grijalbo,
1979;
pp.
87-‐88.
73
37
afecto. Hace llegar su palabra dialogante a la maestra, la cual tiene el mismo nombre (se
llama Tiza Blanca), pero, a la vez, constituye un ente distinto y peculiar.
Como se puede observar, sostener como Porras que Eguren carece de emoción
social no tiene mucho sustento. La de Eguren es una escritura donde se critica el
utilitarismo que reina en el mundo para poner de relieve lo lúdico como fundamento del
conocimiento y de las relaciones intersubjetivas.
Porras coincide con Mariátegui en que Eguren desciende del Medioevo. Sin
embargo, esa afirmación debiera merecer una comprobación textual para poder verificar
dicha hipótesis.
Porras asevera que “[e]n contraste con la musa pálida y anémica de Eguren y de sus
imágenes y ripios infantiles está la musa fértil, espontánea y retozona de Leonidas
Yerovi”74. La oposición entre Eguren y Yerovi no es tan clara porque en ambos lo
lúdico permite al hombre el conocimiento. En efecto, el homo ludens aflora en ambas
obras y, por lo tanto, ese contraste es muy discutible. Como Mariátegui, Porras
considera que en Eguren hay la pervivencia de una sensibilidad de niño. La expresión
“ripios infantiles” tiene un evidente matiz peroyativo. Es indudable que a Porras,
admirador de Chocano, la fina cadencia de Eguren no deleitaba tanto sus oídos.
Cuando escriben sobre Eguren, Mariátegui y Porras están influidos por el
positivismo. Este último manifestaba una fe en los métodos de las ciencias naturales. Ni
el mito ni el juego eran comprendidos por la doctrina de Comte. Ella planteaba tres
estadios en el desarrollo lineal del conocimiento humano: el teológico (asociado a la
infancia), el metafísico (vinculado a la juventud) y el científico. Para los positivistas, la
observación era el método por antonomasia y el tercer estadio es el que revela la
madurez del hombre. Este último es superior a los dos primeros.
Cuando Porras habla de los “ripios infantiles” de Eguren está actuando como un
positivista que relega al poeta al estadio teológico del conocimiento.
Pensamos que la misteriosa poesía de Eguren no puede ser comprendida sobre la
base de la metodología propugnada por Comte porque es una poesía antipositivista
(antecedente de la vanguardia literaria en el Perú), que se complace en el misterio.
A diferencia de Mariátegui, Porras enfatiza una de las fuentes de la lírica de Eguren:
los cuentos de Grimm. No obstante, ambos coinciden en señalar la vena gótica del
poeta.
74
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
87.
38
Por su parte, Sánchez tampoco comprende al autor de Simbólicas. Afirma que “[e]n
él [Eguren] no hay latido humano. Todo es resonancia deshumanizada. Sus personajes
carecen de médula: son fantoches, siluetas movibles, sin llegar a trasgos ni
fantasmas”75.
Eguren, como lo ha señalado Westphalen76, espera aún una sagaz valoración que
eche luz sobre las particularidades de su fascinante universo poético.
75
Sánchez,
Luis
Alberto.
Op.
cit.,
p.
128.
76
Westphalen,
Emilio
Adolfo.
“Eguren
y
Vallejo:
dos
casos
ejemplares”.
En:
Escritos
varios
sobre
arte
y
poesía.
México,
Fondo
de
Cultura
Económica,
1996;
pp.
[177]-‐182.
77
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
p.
283.
39
Valdelomar incorporó a nuestra literatura algunos componentes del
cosmopolitismo, pero también se sintió muy atraído por el criollismo y el incaísmo.
Mariátegui remarca el humorismo, la visión panteísta y la sensualidad que afloran en la
obra de Valdelomar. En la primera característica Mariátegui ya observa algunos matices
de la literatura vanguardista.
Porras tiene una visión distinta. Subraya que “Colónida” sí fue un grupo de
escritores más o menos orgánico, aunque advierte algunas ambivalencias de
Valdelomar, quien proclamó su antiacademicismo, pero luego asumió lo académico de
manera parcial.
Porras afirma que:
inició la revisión crítica de nuestra literatura, con un gallardo tono de panfleto, rebatiendo
las valoraciones críticas de Ventura García Calderón en sus ensayos recientes. More levantó
bandera por González Prada contra Palma y el limeñismo y reivindicó a Yerovi, a Gibson y
a Eguren, dos de ellos limeños, frente a los valores consagrados de la generación
novecentista79.
40
escritor polémico. Se opuso al punto de vista de la Generación Arielista sobre el proceso
de la literatura peruana. More influyó en el propio Mariátegui. La dialéctica fustigadora
de More revelaba, señala Porras, un alto grado de apasionamiento, un temple
iconoclasta mayor que el de González Prada. Aquella va a ser incorporada por
Mariátegui, quien le añadirá la interpretación marxista para el análisis de la realidad
peruana.
Porras coincide con Mariátegui en señalar el humorismo de Valdelomar y el influjo
de D’Annunzio en la obra de este último. Sostiene que:
En Valdelomar predominan, como en todos los snobs del novecientos, el desdén por la
multitud y el deseo de asombrar al burgués (...) Pero había hallado la huella original en
cuentos en que se transparentan el paisaje de la costa y puras emociones infantiles, como en
El Caballero Carmelo, que es página de antología de nuestra literatura80.
Ibídem,
p.
94.
80
81
Basadre,
Jorge.
Op.
cit.,
p.
52.
41
ausente en la cena de Pascua” es un antecedente de “A mi hermano Miguel”, poema de
Los heraldos negros. La madre es un importante personaje en la lírica de Vallejo. Lo es
también en la obra de Valdelomar.
Sin embargo, existen diferencias. Valdelomar fue un escritor modernista y avanzó
tímidamente hacia la vanguardia. En cambio, Vallejo —quien comenzó bajo el influjo
del credo de Rubén Darío y Herrera y Reissig— escribió un poemario que significó un
cataclismo en la literatura de lengua castellana: Trilce. Publicado en 1922, Trilce es sin
lugar a dudas un libro vanguardista.
La poesía de Valdelomar es delicada y sensual. No admite cacofonías que afecten la
cadencia musical de las estrofas. Por el contrario, Vallejo sustentaba la perentoria
necesidad del uso de la cacofonía en el tejido del poema82. Valdelomar prefiere el
alejandrino, verso de catorce sílabas; Vallejo, el endecasílabo.
Cabe mencionar que el primer poemario de Vallejo espergaba un prólogo de
Valdelomar, a quien el poeta de Santiago de Chuco admiraba mucho. Valdelomar murió
en 1919 y no pudo escribirlo.
¿Cuál es el punto de vista de Mariátegui y Porras acerca de la obra de Vallejo?
El Amauta ve en la lírica de Vallejo el nacimiento de una nueva poesía en el Perú.
Auténtico representante del periodo nacional de nuestra literatura, Vallejo revela el
sentimiento indígena. Mariátegui lo compara con Melgar. En este último, lo andino es el
acento. En vallejo, es el verbo. Melgar aún se halla preso en las redes de la técnica
clásica. Por el contrario, Vallejo utiliza una técnica nueva.
Lo distintivo de Vallejo es, según Mariátegui, su nota indígena. Él revela un
americanismo auténtico y no solo localista o descriptivo. La actitud típica de Vallejo es
la nostalgia. Siguiendo las observaciones de Valcárcel, Mariátegui afirma que la tristeza
del indio no es sino manifestación de nostalgia:
82
De
acuerdo
con
Paoli,
Vallejo
subraya
la
fisicidad
del
dolor
que
se
hace
materia
fónica
e
incluso
hiriente
cacofonía
en
el
propio
discurso
literario
y
así
recusa
un
tipo
de
acercamiento
sensual
a
la
realidad.
Cf.
Mapas
anatómicos
de
César
Vallejo,
de
Roberto
Paoli.
Florencia,
D’Anna,
1981;
pp.
27-‐28.
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
p.
311.
83
42
Para Mariátegui, Vallejo es un escritor pesimista. Si Mariátegui hubiera podido leer
Poemas humanos y España aparta de mí este cáliz, habría cambiado de opinión. En
estos poemarios Vallejo es, muchas veces, optimista en relación al futuro de la
humanidad. Poemas como “Los desgraciados” o “Himno a los voluntarios de la
República” anuncian la llegada de una sociedad donde la justicia ilumine como una
estrella el cielo.
Además, Mariátegui no parece comprender la voluntad innovadora de Trilce. Los
ejemplos que transcribe en este libro son bastante insuficientes para entender la
complejidad del vanguardismo vallejiano. En realidad, centra su análisis en el libro de
1918: Los heraldos negros.
Porras tiene el innegable mérito de ser uno de los que impulsaron la publicación de
Poemas humanos en 1939. El título de este libro no pertenece a Vallejo sino a Porras y
a Georgette ―la compañera del poeta―, quienes dieron a conocer el poemario. Para
Porras, en Vallejo se fusionan dos espíritus: el hispánico y el indígena. Su poemario de
1918 expresa un movimiento de rostros y gestos en un hogar provinciano:
Su primer libro de versos Los Heraldos Negros (1918), aunque impregnado todavía de la
melodía modernista, denunció un poeta más patético y humano, en el que afloraba una
angustia ancestral. Desde el primer momento, dice Federico de Onís, su estro se identifica
con el dolor de la raza indígena84.
84
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
97.
85
Vallejo,
César.
Obra
poética.
México,
Colección
Archivos,
1989;
p.
36.
43
junco y capulí”86. En el segundo, afirma: “Arriero, con tu poncho colorado te alejas, /
saboreando el romance peruano de la coca”87.
De la misma manera que Mariátegui, Porras no comprende de manera plena el
mensaje ni la experimentación formal de Trilce. Pone de relieve que Vallejo en este
libro “[s]e abstrae y se deshumaniza a veces en los repliegues cerebrales del
ultraísmo”88.
No parece tan clara la influencia del ultraísmo en Trilce. Dicha corriente
vanguardista tiene como máximos representantes a Jorge Luis Borges y Guillermo de
Torre. Según el primero, el ultraísmo se reduce a cuatro principios: a) reducción de la
lírica a su elemento primordial: la metáfora, en vista de que ella presupone una
identificación voluntaria entre dos conceptos, por ejemplo: campos de zafir, donde la
idea de “campo” se vincula a la de “zafir”; b) tachadura de las frases medianeras, los
nexos, y los adjetivos inútiles, porque resulta imprescindible el proceso vanguardista de
fragmentación del discurso; c) abolición de los trebejos ornamentales, el
confesionalismo, las prédicas y la nebulosidad rebuscada, pues se trata de sugerir y no
de mostrar con espíritu didáctico la coherencia de una ideología; y d) síntesis de dos o
más imágenes en una, que ensancha de ese modo su facultad de sugerencia, a casusa de
que esta última constituye el fin supremo del arte89. El segundo nos recuerda a una de
las propuestas del creacionismo de Vicente Huidobro: “El adjetivo, cuando no da vida,
mata”90.
Resulta evidente que la metáfora no va a ser el recurso fundamental del Vallejo de
Trilce. Borges pone un ejemplo de metáfora nominal, donde el núcleo “campos” se
asocia al complemento “de zafir”. Es un tipo de figura literaria que, en algunos casos,
será evitada por Vallejo en su poesía posterior a Los heraldos negros. De acuerdo con
Borges, el tercer principio es la eliminación del “confesionalismo”. Cuando Porras
disiente de los “repliegues cerebrales del ultraísmo”, toma distancia de este
planeamiento de Borges.
Sin embargo, Vallejo se caracteriza por hacer una poesía altamente emotiva. El
poeta quiebra la sintaxis habitual, asocia sonidos de manera sugestiva y expresa una
poética de los números, donde cada guarismo adquiere una significación peculiar. El
86
Ibídem,
p.
72.
87
Ibídem,
p.
106.
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
98.
88
89
Borges,
Jorge
Luis.
«Ultraísmo».
En:
Verani,
Hugo
(comp.)
Las
vanguardias
literarias
en
Hispanoamérica
(manifiestos,
proclamas
y
otros
escritos).
Roma,
Bulzoni
Editore,
1986;
p.
289.
90
Huidobro,
Vicente.
«Arte
poética».
En:
Ibídem,
p.[209]
44
tema de la madre, envuelto en un tono confesional, es uno de los motivos medulares de
Trilce:
No usa [Vallejo] la comicidad, un humor de situaciones risibles, sino más bien la ironía, el
humor idiomático. Trilce rebosa de picardía verbal (...). El humor de Vallejo “desacraliza la
poesía”; ella deja de ser un culto solemne, un sancta santorum a donde solo puede
accederse con vestimentas sacerdotales. La poesía se aplica así al mundo en su totalidad;
comprende también lo menor, lo trivial, lo cotidiano93
91
Vallejo,
César.
Op.
cit.,
p.
201.
Porras
y
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
98.
92
93
Yurkievich,
Saúl.
Fundadores
de
la
nueva
poesía
latinoamericana.
Vallejo,
Huidobro,
Borges,
Neruda,
Paz.
Barcelona,
Barral
Editores,
1970;
p.
35.
45
SEGUNDO CAPÍTULO
46
En este capítulo, precisaremos el concepto de “transculturación”. Luego, observaremos
cuáles son las resonancias del empleo de dicha categoría en el ámbito de los estudios
literarios latinoamericanos. Para lograr ese propósito, vamos a desarrollar, además, la
teoría de Ángel Rama acerca de la transculturación narrativa.
Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso
transitivo de una cultura a otra, porque este no consiste solamente en adquirir una cultura,
que es lo que en rigor indica la voz anglo-americana aculturación, sino que el proceso
implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que
47
pudiera decirse una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente creación de
nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse neoculturación94.
Resulta evidente que hay la pérdida de elementos de las culturas tradicionales. Estas
últimas tenían un carácter oral. Es decir, la oralidad era en ellas el eje para la
transmisión del conocimiento. La Conquista, subraya Porras, impuso dos poderosos
elementos de dominación: el libro y la escuela. Ellos van a ir reemplazando a la
oralidad. Pero esta no desaparece sino que invade el terreno de la escritura.
“Transculturación” se asocia, en el pensamiento de Porras, a “mestización”, es decir, a
cruce de culturas y de razas.
Para Porras, los cronistas son los principales impulsadores de la transculturación.
Destaca, en particular, el Inca Garcilaso de la Vega, quien contempla con nostalgia la
caída del Imperio Incaico. Se trata de una parcial desculturización. Garcilaso decide
escribir su crónica (género europeo) en castellano (lengua occidental) y con una visión
heredera del Renacimiento. Pero en Comentarios reales incorpora creativamente voces
y mitos quechuas.
Asimismo, tenemos el caso de Cieza de León, cronista español. Él admira el sistema
político inca y, en realidad, lamenta la caída de este último. Cieza escribe una crónica
guerrera, heredera de las novelas de caballería. Sin embargo, inserta palabras indígenas
en su texto redactado en español.
Ortiz,
Fernando.
Contrapunteo
cubano
del
tabaco
y
el
azúcar.
Caracas,
Biblioteca
Ayacucho,
1978;
p.
86.
94
48
El crítico uruguayo Ángel Rama tiene una audaz propuesta acerca del proceso de
transculturación. Él se apoya en las formulaciones de Vittorio Lanternari. Este afirma
que hay tres respuestas de las culturas tradicionales al impacto modernizador occidental.
Primero, la vulnerabilidad cultural. Consiste en la aceptación acrítica de las
proposiciones externas y, de ese modo, se renuncia sin resistencia alguna a las
tradiciones propias. Por ejemplo, Roberto, persona de “Alienación” de Julio Ramón
Ribeyro, que desea ser un blanco y no un negro. Por ello, imita ciegamente las
costumbres de la juventud de los Estados Unidos. Segundo, la rigidez cultural. Se trata
del proceso contrario, pues implica el rechazo de toda aportación nueva. El sujeto quiere
preservar a como dé lugar todos los valores de la cultura propia. Verbigracia, Luis E.
Valcárcel, quien en Tempestad en los Andes, asevera que el “virus moderno del
parasitismo elegante penetra al Perú por la puerta abierta de su capital europeizada”96.
Tercero, la plasticidad cultural. En este caso, hay una opción creativa que:
procura incorporar las novedades, no sólo como objetos absorbidos por un complejo
cultural, sino sobre todo como fermentos animadores de la tradicional estructura cultural, la
que es capaz así de propuestas inventivas, recurriendo a sus componentes propios97.
Los ejemplos son abundantes en la literatura peruana. Ciro Alegría y José María
Arguedas son dos casos representativos. Los perros hambrientos (1939) y Los ríos
profundos (1958) hablan del mundo andino empleando un género europeo: la novela.
Arguedas, por su parte, incorpora canciones y una cosmovisión que remiten a la cultura
quechua.
Existen tres momentos en el proceso transculturador en el ámbito de los textos
literarios. En el primero, se produce una parcial desculturación, hecho que afecta zonas
tanto de la cultura como de la praxis literaria. En el segundo, hay una incorporación
creativa de los elementos que proceden del impacto modernizador. En el tercero, existe
una recomposición sobre la base del empleo de componentes que proceden tanto de la
cultura originaria cuando de la invasora.
Las operaciones tranculturadoras se producen en tres niveles: la lengua, la
estructuración literaria y la cosmovisión. Por ejemplo, Guamán Poma optó por escribir
96
Valcárcel,
Luis
E.
Op.
cit.,
p.
104.
Rama,
Ángel.
Op.
cit.,
pp.
30-‐31.
97
49
en muchas lenguas: castellano, quechua, aymara, entre otras. Estructuró su obra como
crónica dirigida al monarca español. Pero la cosmovisión es, sin duda, indígena.
50
simbólico, pues, equivale a las palabras con las que podemos asir la esfera de lo posible
y verificable: la realidad.
No existe (no puede existir) relación de identidad antes de una primordial relación
de alteridad. Los afectos se construyen en el decir con las palabras. El conflicto entre
ellos es de modo fundamental una pugna entre palabras.
Porras considera que, en la óptica de un hombre instruido en la cultura occidental,
“el imperio Incaico se occidentaliza, inconscientemente, en tanto que el cronista se
indianiza, a menudo, y prende en amor por las cosas de la tierra”100.
Cuando habla de los cronistas del Perú antiguo, Porras distingue tres tipos: los
pretoledanos, los toledanos y los postoledanos. El punto de partida de dicha
segmentación es el gobierno del Virrey Toledo que abarca desde 1569 hasta 1581.
Los cronistas pretoledanos escriben entre 1550 y 1569. De acuerdo con Francisco
Carrillo, estos autores “iniciaron la reivindicación del Incario; encontraron en el indio
gran actitud intelectual, perfección y bondad en la organización del Imperio”101. El más
representativo es Pedro de Cieza de León, quien conoce, aunque no domina, la lengua
aborigen. Él funda la etnografía incaica porque realiza investigaciones acerca del pasado
indígena.
Según Porras, Cieza pone de relieve la labor civilizadora de los incas. Estos últimos
significaron la luz y el orden frente al reinado del caos y la oscuridad. Cieza revela su
simpatía hacia el Imperio, pues le atrae en particular el sistema político inca.
Sustentándose en los planeamientos de Porras, Carillo afirma que:
Pedro Cieza de León sí lo exalta [al imperio Incaico] lo engrandece, lo mira con madurez y
bondad, y a menudo hace resaltar diversa cualidades del Imperio, exponiendo, por otro
lado, la crudeza del conquistador (...). Cieza ha aprendido algo del idioma indio, ha viajado
por todo el Perú, ha entrevistado a diversos quipucamayos y con todo esto y su gran
entusiasmo ha escrito dos de los libros más sólidos sobre le incario, la Crónica del Perú y
El señorío de los Incas102.
Los cronistas toledanos producen sus obras durante el gobierno del Virrey Toledo,
vale decir, entre 1569 y 1581. Para justificar la violencia contra el indígena, ellos
sostienen que los incas fueron gobernantes despóticos que impusieron los sacrificios
100
Ibídem,
p.
60.
101
Carrillo,
Francisco.
Cronistas
del
Perú
antiguo.
Lima,
Ed.
Horizonte,
1989;
p.
13
(Enciclopedia
histórica
de
la
literatura
peruana
4).
102
Ibídem,
pp.
13-‐14.
51
humanos. Como instrumentos del poder español, las crónicas toledanas condenan las
“idolatrías” y “supersticiones” de los incas. Para estos cronistas, “[e]l Imperio se formó
súbitamente, por la violencia y las armas, en los reinados de Pachacútec y Túpac
Yupanqui”103. Los dos principales exponentes de la crónica toledana son Sarmiento de
Gamboa y Juan de Matienzo. El primero es autor de Historia índica; el segundo, de
Gobierno del Perú.
Por último, los cronistas postoledanos escriben a fines del siglo VXI y parte del
siglo XVIII. Una de las características fundamentales es que ellos dominan la lengua
aborigen y tienen la posibilidad de comprender con mayor profundidad el pensamiento
mítico del hombre andino. Además, desean “unificar la historia bíblica con la historia
india. Y sin que exista contradicción, son más fieles a la realidad histórica peruana, por
un lado, y por otro se expanden en leyendas, en cuentos y en fantasías”104. Los dos
principales cronistas son Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala105. El primero
es autor de los Comentarios reales; el segundo, de Nueva crónica y buen gobierno.
Porras afirma que Garcilaso es el primer mestizo en el Perú por dos razones. En
primer lugar, por el sentimiento de la tierra y del paisaje que aflora con claridad
meridiana en sus escritos. En segundo término, por la unión de dos legados espirituales:
el andino y el español. De acuerdo con Porras, la obra más representativa de la
nacionalidad peruana es los Comentarios reales. En efecto:
103
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Los
cronistas
del
Perú
(1528-‐1650)
y
otros
ensayos.
Lima,
Banco
de
Crédito
del
Perú,
1986;
p.
39
(Biblioteca
Clásicos
del
Perú
2).
104
Ibídem,
p.
19.
105
Es
necesario
señalar
que
Porras
no
comprendió
plenamente
el
mensaje
de
Guamán
Poma
de
Ayala.
Cf.
su
libro
Los
cronistas
del
Perú
(1528-‐1650)
y
otros
ensayos.
Lima,
Banco
de
Crédito
del
Perú,
1986;
pp.
[615]-‐
671.
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
21.
106
52
occidental, ya que él mismo poseía una alta formación renacentista que se revela en su
traducción de los Diálogos de amor, de León el Hebreo.
Para Porras, en Garcilaso se observan el alma peruana y sus más notorias
características. La timidez india se une con el orgullo español. Lo nostálgico y
evocativo ―que remiten a la cosmovisión quechua, en este caso― se fusionan con el
renacentista deseo artístico de perfección formal en el ámbito de la escritura.
Para precisar algunas de las hipótesis de Porras, resulta pertinente analizar dos
fragmentos: uno perteneciente a la Crónica del Perú, de Cieza de León, y otro, a los
Comentarios reales, de Garcilaso de la Vega.
En la segunda parte trataré el señorío de los yngas yupangues, reyes antiguos que fueron del
Perú, y de sus grandes hechos y gobernación; qué número de ellos hubo, y los nombres que
tuvieron; los templos tan soberbios y suntuosos que edificaron; caminos de extraña
grandeza que hicieron; y otras grandes que en este reino se hallan. También en este libro se
da relación de lo que quentan estos indios del diluvio, y de cómo los yngas engrandenscen
su origen108.
53
y que manifiesta un intento o un impulso hacia la integración”109. Es decir,
Tahuantinsuyu no quiere decir Imperio, ya que el significado cultural de este último
término no corresponde a los modos andinos de representación del mundo, sino que
implica la utilización de conceptos traídos de otros continentes.
Sin embargo, debemos matizar nuestra afirmación. Cieza es un cronista, y no un
historiador en la aceptación moderna del término. La crónica es sobre todo un discurso
y el autor suele usar su inventiva para reconstruir el pasado de un pueblo.
Esto lo observamos con claridad meridiana cuando Cieza dice “en este libro [la
segunda parte de Crónica del Perú] se da relación de lo que quentan estos indios del
diluvio, y de cómo los yngas engrandescen su origen”. El escritor imagina que el
hombre andino conocía el tema del diluvio antes de la llegada de los españoles. Para
Cieza, la oralidad andina remitía a la escritura sagrada occidental. Los indígenas, según
él, hablaban acerca de un asunto, cuya principal fuente es un texto escrito: la Biblia.
Para verificar las hipótesis de Porras acerca de las crónicas, hemos elegido un
fragmento de Señorío de los Incas porque nos permitirá sustentar con datos textuales la
relación entre oralidad y escritura.
Cieza toma como punto de partida la oposición entre caos y orden110. La etapa
preinca representa al primero; los incas, al segundo. En efecto, los incas elegían tres o
cuatro ancianos para que estos tuvieran en su memoria el pasado sagrado del
Tahuantinsuyu. Dicho tiempo pretérito, guardado en los quipus, no podría ser dicho sino
ante el inca. Cuando moría este último, un sucesor asumía el gobierno. Cieza afirma que
los ancianos le daban noticia de lo que había pasado durante el reinado del inca
antecesor. Ellos empleaban las siguientes palabras:
“¡O Ynga grande y poderoso, el Sol y la luna, la tierra, los montes, los árboles, las piedras y
tus padres te guarden de Ynfortunio e hagan próspero, dichoso y bienaventuado sobre todos
qantos nacieron! Sábete que las cosas que sucedieron a tu antecesor son éstas”. Y luego, en
diziendo esto, los ojos puestos en el suelo, e baxadas las manos, con gran umildad les davan
quenta y razón de todo lo que ellos sabían”111.
110
Cieza
de
León,
Pedro
de.
Op.
cit.,
pp.
30-‐32.
111
Ibídem,
p.
30.
54
afirma que “oy dia son testigos los que acá estamos e los oymos”112. El discurso oral del
hombre andino aparece representado, desde un punto de vista occidental, en la escritura
de Cieza.
La cosmovisión revela un cruce de elementos indígenas y occidentales. Por
ejemplo, se habla del culto al sol y la luna, a la tierra, a los árboles y piedras. Son
componentes sagrados de la religión andina. Pero, a la vez, se incorpora el término
“bienaventurado” que remite sin duda a la Biblia como texto occidental.
Cieza dice que estos ancianos son cronistas, razón por la cual podemos percibir que
el concepto de “crónica” adquiere una inflexión totalmente diferente en este caso. Los
sabios indígenas guardan su “crónica” en los quipus, manifestación de una escritura no
gráfica. En cambio, Cieza es ―él mismo― un cronista a la usanza occidental que
emplea un conjunto de grafías para comunicar su mensaje al lector español.
Sobre la base de la perspectiva mesticista de Porras, podemos decir que en este caso
hay un proceso de transculturación. El vocablo “crónica” que llega a otras tierras
cambia su significación y adquiere nuevos sentidos.
En el Nuevo Mundo hay cronistas indios, como Guamán Poma, que emplean
dibujos para denunciar las atrocidades de los funcionarios españoles. Asimismo, las
estructuras gramaticales castellanas van a ser quechuizadas por Arguedas. Los ejemplos
pueden multiplicarse. Lo que resulta indiscutible es que la literatura se torna en un
producto mestizo, donde la pluralidad de culturas configura el rostro heterogéneo del
Perú contemporáneo.
Uno de los fragmentos más cautivantes de Comentarios reales es el que relata el origen
de los incas. Allí se hermanan la escritura y la oralidad, fusión no exenta de pugnas ni
conflictos. Dicho proceso permitirá observar la transculturación sustentada por Porras y
desarrollada posteriormente, con matices distintivos, por Ángel Rama.
El narrador afirma que:
Ibídem,
pp.
30-‐31.
112
55
Después de haber dado muchas trazas y tomado muchos caminos para entrar a dar cuenta
del origen y principio de los Incas, reyes naturales que fueron del Perú, me pareció que la
mejor traza y el camino más fácil y llano era contar lo que en mis niñeces oí muchas veces
a mi madre y a sus hermanos y tíos y a otros sus mayores acerca de este origen y principio.
Porque todo lo que por otras vías se dice de él viene a resolverse en lo mismo que nosotros
diremos. Y será mejor que se sepa por las propias palabras que los Incas lo cuentan, que no
por las de otros autores estraños113 .
Una de las grandes oposiciones que se establece es entre lo propio y lo ajeno. Este
último es lo extraño. El escritor emplea dos expresiones fundamentales (“otras vías” y
“otros autores estraños”), las cuales se oponen a otras dos (“mi madre” y “este origen”)
que remiten al tiempo de inicio y de la cosmogonía. El narrador quiere ahondar en el
tema del origen. Por eso, rememora sucesos que acaecieron en el momento de fundación
del Tahuantinsuyu.
Asimismo, el narrador desea tomar distancia del cronista español que desconoce el
sentido de los vocablos quechuas, cuya polisemia Garcilaso intenta desentrañar.
El hablante ha oído en sus niñeces algo que ahora va a transmitir por medio de
grafías. La tradición oral es, sin duda, una de las grandes fuentes de la crónica de
Garcilaso. Pero la oralidad representada en la escritura alfabética es una oralidad
soñada, no es la real. Se trata de una reconstrucción discursiva porque “la historia no es
el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente, historizado en el presente
porque ha sido vivido en el pasado114.
Ello se ve con claridad meridiana cuando Garcilaso dice que:
De las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes: lloraban sus reyes
muertos, enajenado su imperio y acababa su república, etc. Estas y otras semejantes pláticas
tenían los Incas y Pallas en sus visitas. Y con la memoria del bien perdido siempre
acababan su conversación en lágrimas y llanto, diciendo: “Trocósenos el reinar en
vasallaje”, etc. En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y salía muchas veces donde
ellos estaban y me holgaba de oírlas como huelgan los tales de oír fábulas115.
113
Garcilaso
de
la
Vega,
Inca.
Comentarios
reales
de
los
incas.
Edición
de
Carlos
Araníbar.
México,
FCE,
1991;
tomo
I,
p.
39
(Se
trata
de
una
edición
modernizada).
114
Lacan,
Jacques.
Seminario.
Libro
1.
Los
escritos
técnicos
de
Freud.
Barcelona,
Ed.
Paidós,
1986;
p.
26.
Garcilaso
de
la
Vega,
Inca.
Op.
cit.,
p.
40.
115
56
El narrador evoca con nostalgia que él escuchaba con placer el relato oral de los
mitos del Tahuantinsuyu. Desea representar esa lejana oralidad. Para cumplir con ese
propósito, utiliza la escritura y construye una oralidad soñada sobre la base de sus
frágiles y escurridizos recuerdos. La expresión “Trocósenos el reinar en vasallaje” es
suficientemente ilustrativa. Los incas como funcionarios políticos estaban en una
posición privilegiada. Aprovechando las pugnas entre Huáscar y Atahualpa, los
españoles impusieron el castellano y la religión católica. La cultura quechua fue
sojuzgada, pero no se resignó a un oscuro destino. Entonces, comenzó el largo proceso
de resistencia de la cultura andina.
Resulta interesante cómo Garcilaso explica al lector español las particularidades del
Tahuantinsuyu sobre la base de un marco cognitivo occidental. Sin embargo, a la vez
asimila creativamente componentes del pensamiento quechua. Emplea los términos
occidentales “rey”, “reinar” y “república” para explicitar que el inca era un monarca.
Pero, en otra parte de Comentarios reales, Garcilaso incorpora cantos quechuas:
Se puede percibir cómo el tono evocativo, señalado por Porras, inunda las páginas
de Garcilaso. Este último es un escritor transculturador porque revela una evidente
plasticidad cultural. Habla de la oralidad a partir de la escritura. Aquella se asocia con el
goce de su niñez; esta última, con el Renacimiento.
116
Ibídem,
p.
131.
117
Cf.
Paz,
Octavio.
Los
hijos
del
limo.
Vuelta.
Colombia,
Ed.
Oveja
Negra,
1985;
p.
9.
118
Cf.
Cornejo
Polar,
Antonio.
La
formación
de
la
tradición
literaria
en
el
Perú.
Lima,
CEP,
1989;
p.
21.
57
como propia solo a la tradición literaria peruana, compuesta por los textos escritos en
castellano. Los poemas en quechua, para él, no formaban parte de la literatura119.
Recientes estudios han demostrado que la heterogeneidad es una característica
medular de nuestra producción literaria. Hablar del Perú como nación es un abuso de
lenguaje120. En realidad, varias naciones (aymara, quechua, shipibo, etc.) habitan
nuestro país. La geografía del Perú es también muy variada. Diferentes religiones
asoman en ella. El hombre andino rinde culto a la huaca. La piedra, para él, es un objeto
de culto. En cambio, el cristiano adora al Señor de los Milagros.
Los pintores de la Escuela Cusqueña, en la Colonia, dibujaron a la Virgen desde una
perspectiva diferente. De manera recóndita, incorporaron elementos andinos. Así, la
falda de la virgen simula las sinuosidades de un cerro. Estos artistas realizaban una
transculturación descollante en el ámbito de las artes plásticas.
El hombre andino fue agredido de manera constante por el occidental. Pero las
migraciones del campo a la ciudad variaron el panorama étnico-cultural de Lima. Las
tradiciones quechuas han sabido adaptarse a tiempos difíciles. Y uno de sus más
grandes propulsores, José María Arguedas, escribió un libro para las barriadas: El zorro
de arriba y el zorro de abajo.
Vallejo decía “¡Sierra de mi Perú, Perú del mundo, / y Perú al pie del orbe; yo me
adhiero!”121, y pocas veces se ha leído con suficiente penetración el mensaje del poeta.
En efecto, Vallejo sustenta las raíces andinas de nuestro país pero insertas en el ámbito
internacional. Según él, la cultura peruana es también parte de la universal. No se trata
de rechazar toda influencia externa. Una literatura del todo nacional es una ilusión122.
Por eso, Vallejo no olvida sus raíces quechuas, pero tampoco quiere imitar ciegamente
la cultura occidental. Propugna una escritura mestiza, donde se den cita la escritura con
la oralidad.
Uno de los grandes poetas contemporáneos peruanos es, sin duda, Jorge Eduardo
Eielson, quien estuvo muy influido por Vallejo123. Según él, este último hace poesía
sobre la tragedia social de la existencia humana, dando relieve a la figura del hombre
119
Es
necesario
matizar
esta
afirmación,
pues
Riva
Agüero
también
dirigió
un
homenaje
al
Inca
Garcilaso.
Sin
embargo,
es,
en
general,
válida
en
lo
que
respecta
al
Carácter
de
la
literatura
del
Perú
independiente.
Ahora,
en
Del
Inca
Garcilaso
a
Eguren,
hay
un
cierto
interés
por
la
producción
cultural
quechua.
Hay
que
considerar,
asimismo,
que
en
la
época
de
Riva
Agüero
no
había
suficientes
recopilaciones
de
literatura
oral
quechua.
La
frase
se
le
atribuye
al
historiador
Pablo
Macera.
120
121
Vallejo,
César.
Op.
cit.,
p.
361.
122
Cf.
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
p.
235.
Allí
el
Amauta
dice
que:
“De
Sanctis
constata
lo
siguiente:
‘Verdaderamente
una
literatura
del
todo
nacional
es
una
quimera’”.
123
Aquí
transcribo
algunas
líneas
de
mi
libro
Las
huellas
del
aura.
Lima,
Berkeley,
Latinoamericana
editores,
1996.
58
andino: “Vallejo (...) rompió el tejido castellano y arcaico en que naciera con su grito
indio salvaje y corrosivo”124.
En esta cita percibimos que, en la poesía de Vallejo, la subjetividad del mundo
moderno está caracterizada por la poderosa presencia de la cultura andina. Eielson
formula, en su valoración de la obra de Vallejo, una síntesis de lo universal y lo
particular; vale decir, Vallejo se inserta sólidamente en el cauce de la poesía
contemporánea, pero, a la vez, cavila sobre la cultura andina como eje de la
nacionalidad en el Perú. Vallejo es, pues, el defensor de la unidad humana. No divide la
problemática nacional de la universal; por el contrario, asume las armas del
pensamiento dialéctico para hablar de la cultura nacional pero engarzada a la meditación
sobre la humanidad universal.
En el artículo “Poesía y realidad de América”, Eielson señala la conflictiva relación
entre la cultura europea y la latinoamericana. Lo que Perú puede ofrecer “no es sino
poesía”125. Eielson valora el gran aporte de la cultura prehispánica, lo cual lo lleva a
meditar sobre la invasión española. La sangre hispánica, pues, contaminó el linaje
indígena. La sociedad poshipánica no pudo sustituir a la bien articulada sociedad
prehispánica; sin embargo, Eielson no cae en el ámbito del regionalismo. Considera que
no es posible el desarrollo de la cultura latinoamericana al margen de la cultura
universal que ha unificado al hombre. El europeo, según Eielson, quiere colocar a
nuestro país al margen del progreso y desarrollo occidentales. Actualiza una
racionalidad, donde el progreso es sinónimo de cultura europea; por el contrario, el mito
y la leyenda son propios de la cultura latinoamericana.
Esta equivocada dicotomía va a ser recusada por Eielson, quien plantea, no
obstante, un enriquecimiento mutuo entre la cultura europea y la latinoamericana,
porque “en su embriaguez progresista, europeizante, americanizante, nuestro países
descuidan de alimentar, precisamente, en el seno de la cultura occidental, los rasgos
peculiares que hacen de América una tierra y una humanidad virginales126.
La asfixiante marea de la sociedad tecnológica que viene de Europa amenaza el
proyecto de una América universal que pueda articular a esta con raíces propias al
universo de la cultura internacional. Es el vínculo espiritual el que nos interesa. Pero la
sociedad tecnológica de los robots puede infestar al hombre si presupone la aniquilación
de las inmensas conquistas del espíritu humano.
Eielson,
Jorge
Eduardo.
“Homenaje
a
César
Vallejo”.
En:
La
Prensa.
Lima,
26
de
mayo
de
1946;
p.
7.
124
125
Eielson,
Jorge
Eduardo.
“Poesía
y
realidad
del
América”.
En:
El
Comercio.
Lima,
20
de
enero
de
1956;
p.
2.
Ibídem.
126
59
En ese marco de reflexión sobre la modernidad en el Perú se sitúa el pensamiento
de Porras. Él concibe que una de las características centrales de la literatura peruana es
su profundo tradicionalismo. No cabe duda de que Porras, como Vallejo y Eielson,
anhela una América universal. Por eso, concluye su estudio de la literatura peruana
afirmando que:
son prueba de este anhelo peruano de eternizar su propia huella , de vencer al azar y a la
circunstancia, con la perpetuación de los mismos ritmos ancestrales y de las mismas formas
de vida, a fin de conservar intacto el oro de la grandeza antigua que sólo con el correr del
tiempo adquiere la pátina de un blasón130 .
60
En un reciente estudio, Carlos García- Bedoya remarca que El sentido tradicional
en la literatura peruana es “un breve ensayo en el que [Porras] intenta destacar el
tradicionalismo que a su entender distingue a la literatura peruana, proveniente tanto de
la herencia indígena como de la española”131.
La influencia que el curso de Porras tuvo sobre mí fue tan grande que durante esos primeros
meses en la universidad llegué muchas veces a preguntarme si debía seguir Historia en vez
de Literatura, pues aquélla, encarnada en Porras Barrenechea, tenía el color, la fuerza
dramática y la creatividad de ésta y parecía más arraigada en la vida133.
García-‐Bedoya
Maguiña,
Carlos.
Op.
cit.,
p.
44.
131
132
Vargas
Llosa,
Mario.
La
utopía
arcaica.
José
María
Arguedas
y
las
ficciones
del
indigenismo.
México,
FCE,
1996;
[p.
7].
133
Vargas
Llosa,
Mario.
El
pez
en
el
agua.
Memorias.
Barcelona,
Seix
Barral,
1993;
pp.
236-‐237.
134
Ibídem,
p.
236.
61
No cabe duda de que el mito es uno de los temas centrales del pensamiento de
Porras. Él piensa que “[e]l mito, la leyenda y el cuento fueron las formas populares y
poéticas anunciadoras de la historia”135.
Para Porras, el pensamiento mítico no es manifestación de subjetividad pura, sino
que posee una estructura y evidencia el funcionamiento de una racionalidad. No es
posible entender la psicología de los pueblos sin el mito. Porras dice que “[e]n el mito
es posible hallar, como lo sugiere Cassirer, un orden cronológico de las cosas y los
acontecimientos, para una cosmología y una genealogía de los dioses y los hombres”136.
En la expresión “orden cronológico” está implícito el sentido estructura. Es decir, cada
parte adquiere sentido solo en relación a las otras partes.
Porras piensa que el tiempo mítico está un tanto al margen del discurrir histórico,
pero el relato también contiene elementos reales que posteriormente han sido
confirmados por la arqueología contemporánea. El mito como discurso también interesa
a Porras, quien pone de relieve los diversos términos quechuas para hacer referencia a
diferentes formas de relato. Así, sauca hahua ricuycuna significa el “relato de fábulas
de pasatiempo” y hahuary cuy simi quiere decir “contar cuentos de admiración
fabulosos”137.
En el mito, según Porras, está manifiesta el alma del pueblo creador. El dios
Viracocha representa la fecundidad y el triunfo sobre los furores de la naturaleza. Porras
hace alusión a un mito de enjundioso mensaje: “La mujer que baja del cielo y se cobija
en el árbol de la coca, trae también un mensaje consolador, pues desde entonces las
hojas del árbol dañino mitigan el hambre y hacen olvidar las penas”138.
Este relato es una estructura cuya principal oposición se da entre lo alto y lo bajo. El
cielo es manifestación de lo primero; el árbol, de lo segundo. En efecto, el árbol de la
coca está asociado a la protección y a la posibilidad de cambio y de progreso en la
sociedad rural. La mujer se liga a la fecundidad y a la Madre Tierra que cobija a sus
hijos.
Veamos otras estructuras míticas a las que hace referencia Porras:
La Luna o quilla suscita dulces y sonrientes consejas de celos y amor. Algunas veces es la
esposa del Sol; otras, el Sol, envidioso de la blancura de su luz, le echa a la cara un puñado
135
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
28.
Ibídem,
p.
24.
136
137
Ibídem,
p.
23.
138
Ibídem,
p.
27.
62
de ceniza que la embadurna para siempre, aunque también se asegura que las manchas
lunares son la figura de un zorro enamorado de la luna, que trepó hasta ella para raptarla y
se quedó adherido al disco luminoso139.
Quien cree que las piedras tienen “encanto” y “cantan de noche”, o que el zumbido de un
trompo puede llevar un “mensaje” allende los ríos y las cordilleras porque es “brujo”
(layk´a) y que los indios colonos pueden ahuyentar a la peste con gritos, cree cosas muy
bellas y poéticas pero su visión del mundo es un acto de fe, no un producto del
conocimiento racional, el que se funda en la experiencia y subordina sus hipótesis al cotejo
con la realidad objetiva (...). Una cultura mágico-religiosa puede ser de un notable
refinamiento y de elaboradas asociaciones ―de hecho, lo son la mayoría de ellas―, pero
será siempre primitiva si aceptamos la premisa de que el tránsito entre el mundo primitivo y
tribal y el principio de la cultura moderna es, justamente, la aparición de la racionalidad, la
actitud “científica” de subordinar el conocimiento a la experimentación y al cotejo de ideas
y las hipótesis con la realidad objetiva140.
Ibídem,
p.
26.
139
140
Vargas
Llosa.
Op.
cit.,
pp.
186-‐187.
63
No obstante, la antropología contemporánea ha demostrado, hace ya más de treinta
años, lo contrario. Claude Lévi- Satruss, en sus numerosos trabajos, prueba que la
actitud del “primitivo” revela una racionalidad.
Su libro El pensamiento salvaje (1962) demuestra con varias centenas de ejemplos
que los “primitivos” tienen una gran capacidad para el pensamiento abstracto. Los
“primitivos”, según Lévi- Strauss, realizan actos intelectuales y emplean procedimientos
de observación, comparables (en cierto modo y con distinto grado de complejidad) a los
de la ciencia moderna. En un libro sobre Lévi-Strauss, Octavio Paz afirma que:
141
Paz,
Octavio.
Lévi-‐Strauss
o
el
nuevo
festín
de
Esopo.
Barcelona,
Barral
Editores,
1993;
pp.
76
y
78.
Este
ensayo
fue
publicado
por
vez
primera
en
1967.
142
Lévi-‐Strauss,
Claude.
El
pensamiento
salvaje.
México,
FCE,
1975;
p.
23.
Para
él,
no
hay
culturas
primitivas,
por
eso,
usa
el
término
“primitivos”
entre
comillas.
143
Ibídem,
p.
24.
64
Según Lévi-Strauss, estos ejemplos con diferentes matices y particularidades se
pueden encontrar en todas las regiones del mundo. Los “primitivos” tienen exigencias
intelectuales. Por consiguiente, el pensamiento salvaje revela un rigor taxonómico
envidiable. Manifiesta una racionalidad diferente de la occidental, pero racionalidad que
posee una gran coherencia.
Ahora bien, el mito expresa el funcionamiento de una lógica y una racionalidad
porque “parte de una estructura, por medio de la cual emprende la construcción de un
conjunto (objeto+acontecimiento)144. En efecto, “la reflexión mítica se nos manifiesta
como una forma intelectual del bricolage”145. ¿En qué consiste el bricolage, en este
caso? Quiere decir elaborar conjuntos estructurados utilizando trozos, residuos de
acontecimientos, “testimonios fósiles de la historia de un individuo o de una
sociedad”146.
Vargas Llosa, pues, se equivoca al atribuirle una irracionalidad al pensamiento
mítico. Él cree que la única racionalidad es la occidental. Conclusión totalmente errada,
cuyas bases epistemológicas han sido ya superadas por la antropología contemporánea.
El concepto de modernidad de Vargas Llosa denota una perspectiva eurocentrista, pues
considera que los actos de Ernesto, en Los ríos profundos, son irracionales cuando este
obedece a un proceso de aprendizaje y busca sabiduría acorde con la concepción andina
del mundo. Y de ahí una actitud evidentemente racional.
Vargas Llosa le niega a la cultura andina cualquier tipo de racionalidad. Su visión
es fundamentalista y un poco autoritaria porque revela la imposición de un paradigma
eurocentrista de carácter técnico-instrumental como criterio de conocimiento. De ese
modo, considera que el hombre occidental es dueño de la racionalidad y, por lo tanto,
superior al hombre andino. Idea obviamente insostenible.
Sabemos que la “racionalidad” no es un concepto totalmente concluyente y que
siempre hay que ampliar su base epistemológica para dar a conocer un abanico de
posibilidades en el ámbito cognitivo. Además, el propio concepto de racionalidad,
esgrimido por Vargas Llosa, actualmente está en crisis en la posmodernidad y merece
una insoslayable revisión.
Porras, por el contrario, considera que la cultura andina sí posee una racionalidad.
Los incas, para él, son un vivo testimonio de organización y unidad política. Porras
afirma, que el mito andino sí tiene una estructura donde la dualidad es el principio
fundamental.
144
Ibídem,
p.
49.
145
Ibídem,
p.
42.
Ibídem.
146
65
En tal sentido, Vargas Llosa revela una opción por la vulnerabilidad cultural.
Páginas atrás hemos dicho que esta última se caracteriza por la asimilación un tanto
ciega de los aportes de la cultura externa que reemplazan a los de la tradicional. Vargas
Llosa desea, a veces, que el Perú olvide su matriz andina147; en cambio, Porras
manifiesta la plasticidad cultural porque anhela poner de relieve la riqueza de los
productos híbridos como las crónicas de Garcilaso o las tradiciones de Palma.
El propio Porras desea quizá ser un escritor transculturador porque asimila en su
discurso innumerables voces quechuas y relata, gozoso, los mitos andinos.
Él se intensifica con el Tahuantinsuyu, pero también con el legado hispánico. Porras
oscila entre los mitos y la historia narrada por el hombre occidental. Por eso, uno de sus
libros se llama: Mito, tradición e historia del Perú.
Vargas Llosa no está a favor de la perspectiva transculturadora, representada por la
praxis literaria de Arguedas. Como hombre arraigado en la cultura andina, Arguedas no
distingue entre un árbol y un ser humano. Los últimos estudios antropológicos han dado
la razón al autor de Los ríos profundos, ya que el mito tiene una racionalidad,
demostrada por Claude Lévi-Strauss en sus diferentes estudios.
Vargas Llosa llama “arcaico” a Arguedas, pero en realidad el arcaico es él porque
impone una racionalidad positivista de estirpe decimonónica. Comte y sus seguidores
habían tomado como punto de partida del conocimiento a la observación de los
fenómenos físicos, idea que los conducía a la inducción como método científico por
antonomasia. Como hemos visto anteriormente, la concepción positivista subrayaba el
carácter lineal de la historia y ponía de relieve tres estadios del saber: el teológico, el
metafísico y el científico.
Cuando Vargas Llosa dice que Arguedas es “arcaico”, está actuando como un
positivista que coloca al mito en el estadio teológico de conocimiento. La historia no es
una línea recta, sino que está hecha de cortes, interrupciones, discontinuidades. El
pasado está vivo en el presente. Como dice Michel Foucault, la “historia será efectiva en
la medida en que introduzca lo discontinuo en nuestro mismo ser”148.
El mito no significa un estadio primitivo, como cree Vargas Llosa. Se ha
transformado y está en el centro de la reflexión en el mundo contemporáneo. El zorro
de arriba y el zorro de abajo, compleja novela que Vargas Llosa no comprende,
demuestra precisamente esa hipótesis.
147
Resulta
pertinente
matizar
esa
afirmación,
pues
Vargas
Llosa
ha
intentado
acercarse
al
mundo
andino
en
su
novela
Lituma
en
los
andes.
Foucault,
Michel.
El
discurso
del
poder.
México,
Folios
Ediciones,
198;
p.
147.
148
66
TERCER CAPÍTULO
67
En este capítulo intentaremos analizar la visión que tiene Raúl Porras Barrenechea
acerca de tres escritores que él considera fundamentales para la modernidad en el Perú:
Ricardo Palma, Manuel González Prada y José Santos Chocano. Emplearemos la
perspectiva comparativa que nos permitirá trazar vínculos entre Porras y otros críticos
literarios como Riva Agüero, Sánchez o Mariátegui.
Por tal razón, antes de referirnos al punto de vista de Porras sobre Palma, González
Prada o Chocano, vamos a desarrollar los planteamientos de Riva Agüero, Sánchez y
Mariátegui acerca del tema en discusión.
Riva Agüero sitúa a Palma en el ámbito de la tradición literaria peruana. Afirma que
Felipe Pardo y Aliaga es un precursor de Palma, pues aquél representa las costumbres
criollas. Sin embargo, lo criollo, que era algo secundario en Pardo, llegar a ser esencial
en la obra de Palma. Este último hace una literatura orientada hacia el pasado; en
cambio, el autor de Frutos de la educación describe la sociedad de su tiempo. “Las
Tradiciones ―según Riva Agüero― es obra de reconstrucción histórica, y toda
reconstrucción histórica procede del romanticismo (...). Las tradiciones son novelas de
Walter Scott en miniatura”149.
No obstante, Riva Agüero precisa una diferencia entre la leyenda romántica y las
Tradiciones peruanas. La primera está anclada plenamente en el universo de la fantasía,
sustentado en una imprecisa memoria colectiva; por el contrario, las tradiciones beben
del manantial de los datos históricos, aunque recreados por la imaginación del artista.
Mariátegui tiene una visión diferente. Dice que Riva Agüero se sentía descontento
del temple irreverente y heterodoxo de Palma que aflora en las Tradiciones peruanas.
Para Mariátegui, Palma revela una filiación democrática. En efecto:
149
Riva
Agüero,
José
de
la.
Op.
cit.,
p.
182.
68
La sátira de Tradiciones no cala muy hondo ni golpea muy fuerte; pero, precisamente por
esto, se identifica con el humor de un demos blando, sensual y azucarado. Lima no podía
producir otra literatura. Las Tradiciones agotan sus posibilidades. A veces se exceden a sí
mismas150.
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
p.
248.
150
151
Sánchez,
Luis
Alberto.
Op.
cit.,
p.
96.
152
Cf.
Tres
ensayos
sobre
Ricardo
Palma,
de
Raúl
Porras
Barrenechea.
Lima,
Ed.
Mejía
Baca,
1954.
69
Es la gran historia realizada con la técnica fragmentaria y liviana de un pintor de azulejos.
La intuición histórica antes que la verdad documental, la forma de narrar breve y concisa,
una maestría innata para no extraviarse de los ágiles linderos de la gracia en la pesadez y
extensión de otros géneros y la forma “ligera y regocijada como unas castañuelas”,
salpicada de refranes españoles y limeños y de guasonadas criollas y andaluzas, forman la
esencia de la tradición153 .
De la misma manera que Riva Agüero, Porras hace una observación medular en este
caso. El amor imprime su sello en ambos géneros. Tanto la leyenda romántica cuanto la
“tradición” comparten una persistente orientación hacia el pasado. Pero la primera está
invadida por un hálito de misterio y de tragedia. En cambio, la última revela una base
histórica auténtica, aunque obviamente recreada un tanto por la ávida imaginación del
hacedor.
La ironía irreverente de la “tradición” brilla por su ausencia en la leyenda
romántica. Un ejemplo permitirá iluminar el panorama. ¿Sería posible el uso de la ironía
en una leyenda de Bécquer? Evidentemente no. La solemnidad de esta última es
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
pp.
58-‐59.
153
154
Ibídem,
p.
58.
70
indiscutible. Por el contrario, la “tradición” permite arrancar al lector el brillo de una
sonrisa.
¿Cuál es el vínculo entre la “tradición” y la historia? Dejemos que el propio Porras
lo diga con sus propias palabras:
Algunos han objetado a Palma, para disminuir su significado nacional, su predilección por
la Colonia o la poca atención que presta a la época prehispánica. Las tradiciones incaicas e
indígenas que fueron las que Palma explotó primero, en su etapa romántica, disminuyen en
efecto en número y desaparecen en el resto de las Tradiciones. Riva Agüero lo explica
afirmando que Palma no siente ni tiene amor por el Imperio Incaico. Es verdad que el
carácter grave o dramático de muchas de sus leyendas no se aviene bien con el género
festivo de Palma, pero lo es también que, en su época, las fuentes históricas y folklóricas,
Ibídem,
p.
57.
155
71
en que pudo hacer su botín legendario, no estaban completamente exhumadas ni
difundidas156 .
Como se puede observar, Porras no está de acuerdo con la lectura que señala a
Palma como escritor que idealiza la Colonia. El género cultivado por Palma no siempre
permitía la incorporación de las leyendas sobre le Tahuantinsuyu. Además, las fuentes
históricas acerca del Incanato todavía no eran suficientes para la plena comprensión del
pasado indígena.
Porras señala que la única gran fuente de leyendas incaicas que tenía Palma era los
Comentarios reales. Pero Palma tenía que luchar con la página en blanco para obtener
un estilo original.
Para él, imitar a Garcilaso era asunto de poca monta. Lo leía con fervor y admiraba
los vericuetos de su prosa renacentista, pero sabía que su propio proyecto narrativo era
de tonalidad diferente.
Según Porras, agrupar las tradiciones por épocas permite conocer lo que pasó
durante cada siglo en el Perú. Por ejemplo, en el siglo XVI, se manifiesta el fragor de
las luchas civiles. Asimismo, la encomienda y la horca son dos triste epílogos. En el
siglo XVII, brota el misticismo que será recreado por la prosa socarrona de Palma. La
preeminencia del Santo Oficio marca dicha época. El halo de los milagros, las querellas
teológicas y la vida de frailes son evidencias del florecimiento de la vida conventual. En
el siglo XVIII, la sensualidad y el amor cortesanos son manifestaciones de una vida más
laica. En efecto, las tradiciones de Palma tienen “como personajes sugestivos el fraile
libertino, el lector de libros prohibidos, el obispo enciclopedista, el jesuita expulsado y
sobre todo la figura seductora de la más genuina de las limeñas, Micaela Villegas, la
Perricholi157.
Porras pone de relieve la predilección de Palma por husmear en la vida íntima de
caudillos y libertadores. La pasión que inundaba aquellos predios aparece retratada en
las tradiciones, pues “conoce a los caudillos, a través de un confesor indulgente, como a
hijos pecadores de Eva por las faldas que siguieron”158.
¿Qué es lo más característico de las Tradiciones, según Porras? Sin duda, el estilo
hijo de la tradición española y criolla, donde se dan cita “latinazgos de colegial,
Ibídem,
pp.
59-‐60.
156
157
Ibídem,
p.
63.
158
Ibídem,
p.
64.
72
jaculatorias de beata, dicharachos de abuelas picarescas, términos hurtados a
taurómacos o tahúres”159, entre otras expresiones lingüísticas.
Se trata de un estilo transculturador. El narrador escribe en castellano, crea un
nuevo género (la “tradición”) y habla, por ejemplo, acerca de los incas ajedrecistas. Su
propio discurso escrito está teñido de oralidad callejera. Los españoles, aquellos que
trajeron el idioma a estas nuevas tierras, resultan satirizados por Palma. Con un ánimo
independentista y liberal, se burla de episodios novelescos de nuestra historia.
Si Palma formaba parte del movimiento romántico, González Prada estaba muy influido
por el pensamiento positivista que se manifestaba en la literatura de corte realista.
Riva Agüero comienza su estudio de la obra de González Prada con una apreciación
acerca de su poesía. En Minúsculas, libro publicado en 1901, se advierte la influencia de
Bécquer y Heine. “Simpática y elegante colección con que contamos de rimas (...),
superior a las Nieblas y las Filigramas de Ricardo Palma”160. Riva Agüero pone de
relieve una particularidad fundamental de la poesía de González Prada: la búsqueda y
adaptación de nuevas formas poéticas, procedentes de las literaturas europeas.
En efecto, González Prada empleó, por ejemplo, el triolet, estrofa tomada de la
lírica francesa. Asimismo, en Ortometría, un tratado de métrica, teorizó acerca de esas
nuevas formas poéticas.
Riva Agüero discute también el papel que cumplió González Prada como ideólogo.
Afirma que:
Ideas propias, originales, en rigor no las tiene (González Prada), pero sería injusto y aún
extravagante exigir originalidades del pensamiento en pueblos como el nuestro (...). Basta
leer Pájinas Libres, para comprender que casi siempre se inspira en autores franceses. A
quien más le debe es, según él mismo lo ha confesado, a Luis Ménard. Es, pues, un
propagandista y vulgarizador161 .
Ibídem,
p.
65.
159
160
Riva
Agüero,
José
de
la.
Op.
cit.,
p.
233.
161
Ibídem,
p.
235.
73
Aquí podemos observar que Riva Agüero le niega toda originalidad a nuestra
literatura. Manifiesta, pues, una perspectiva colonialista. Piensa que la peruana está
condenada a imitar la producción intelectual europea. No admite destellos novedosos.
De ese modo, expresa el punto de vista oligárquico que le cierra el paso al nacimiento
de una genuina tradición poética del Perú.
Según Riva Agüero, los discursos de González Prada no poseen unidad. Ellos
revelan el apasionamiento del polemista. Para él, los dardos de González Prada son los
de un hombre iluso y soñador. Sin embargo, Riva Agüero proclama su admiración por
algunos destellos del estilo de González Prada, los cuales aparecen en las metáforas que
revelan una fecunda imaginación. Pero señala que sus proyectos políticos son
desastrosos. Cuestiona, por ejemplo, la formación de partidos de principios, propugnada
por González Prada:
Ibídem,
p.
245.
162
163
Sánchez,
Luis
Alberto.
Op.
cit.,
pp.
104-‐105.
74
cómo este ligaba la literatura a la política. La cultura de González Prada era literaria y
filosófica. Él era un literato y no tanto un político.
Porras sitúa a González Prada en un determinado contexto histórico. Afirma que la
guerra con Chile en 1879 “abre un paréntesis sombrío en la historia del Perú”164 porque
el Perú había gozado de las riquezas del guano. Sin embargo, Chile anheló apoderarse
de estas últimas. Nuestro país vio que su territorio era invadido por las huestes chilenas.
“El desastre moral ―subraya Porras― fue tan grande como el desastre militar y
económico”165.
Pero entre los escombros brotarán voces renovadoras. La más ilustre fue la de
González Prada. Él dirigía sus consignas a la juventud. Famoso en su discurso en el
Politeama en 1888. La ignorancia, según él, alimentaba la ceguera de los gobernantes. Y
el pueblo se hallaba sumido en la servidumbre.
Como Riva Agüero, Porras admira las metáforas de González Prada que eran giros
cargados de un tono de proclama política. De acuerdo con Porras, el temple anárquico
de González Prada procede del espíritu hispánico que invadía sus páginas. No obstante,
destaca su interés por los pensadores franceses. En ese sentido, Mariátegui y Porras
coinciden en algo. González Prada, según ellos, leía con asiduidad a los autores
franceses.
El Parnasianismo, en el Perú, apareció con dos poemarios: Minúsculas y Exóticas.
Porras advierte aquellos “impecables ejercicios métricos”166, de los cuales hace gala
González Prada. Al margen de ello, Baladas peruanas le parece “un frío y convencional
ensayo de poesía indigenista”. No parece acertada la visión de Porras acerca del
poemario Baladas peruanas porque el mencionado poemario abrió, en el plano de la
lírica, la posibilidad de explorar una temática andina, aunque con una estructura formal
que no era la más adecuada.
Pensamos que González Prada marca el inicio de una nueva concepción en el
ámbito de la poesía peruana, idea que es sugerida por Porras. En primer lugar, el poeta
se convierte en un especialista que debe estudiar los distintos tipos de estrofa. González
Prada, en su Ortometría, analizó las más importantes formas métricas de la lírica
francesa. Ellas fueron empleadas en Minúsculas y Exóticas. En segundo término,
González Prada es el primer poeta peruano que manifiesta una gran conciencia crítica.
Es decir, un cotejo intertextual de su escritura poética con su Ortometría echará luces
164
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
66.
Ibídem.
165
166
Ibídem,
p.
68.
75
acerca de cómo él tuvo un consciente manejo de las formas estróficas. El teórico y el
poeta no se disocian nunca, sino que se fusionan en la trayectoria de González Prada.
Este, sin duda, es el precursor del surgimiento de la poesía contemporánea en el Perú.
Sin él, Eguren y Vallejo no adquieren pleno sentido en el largo camino de nuestra
tradición literaria.
Veamos ahora qué dice Porras acerca de los discursos de González Prada. Riva
Agüero consideraba que estos no tenían unidad; en cambio, Porras remarca que ellos
son panfletos armoniosos. Si bien reconoce que Pájinas Libres y Horas de lucha
revelan un tono admirable, Porras admite que:
Al margen de ello, reconoce que en este escritor se debe valorar su lucha contra el
pasado y su espíritu de rebeldía que se manifiestan en el brillo de la prosa.
Porras discute una idea de Ventura García Calderón, conspicuo representante de la
Generación del 900. Este creía que González Prada era el menos peruano de nuestros
escritores. Mariátegui ya había cuestionado este punto de vista168. En su crítica política,
el Amauta refutó esa concepción, donde palpitaba un dogmatismo recalcitrante. Porras
coincide con Mariátegui y disiente de García Calderón:
De Prada se ha dicho, sin embargo, que fue el menos peruano de nuestros escritores. No
cabe negarse que, en ciertas formas de su vida y su arte, fue un desadaptado o un exotista.
En sus lecturas cosmopolitas, en sus estudios arcaizantes de métrica y en su fobia contra
Lima y lo colonial. Pero era peruano, por sus mismas negaciones apasionadas, porque la
antítesis es tan necesaria a la síntesis como la propia tesis y porque la negación es una
forma militante del amor169.
Ibídem,
p.
70.
167
168
Mariátegui,
José
Carlos.
Op.
cit.,
p.
254.
169
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
72.
76
estudio de las formas poéticas, hecho que plantea la necesidad de una modernización del
lenguaje de la lírica en el Perú.
Asumiendo la idea de que la crítica es una forma de amor, Porras pone de relieve
que Palma y González Prada son los más importantes exponentes de la literatura
republicana en el Perú. La obra de Palma estaba más orientada hacia el pasado; la de
Prada, hacia el porvenir. Pero, según Porras, “del culto y el respeto del pasado y la
esperanza del porvenir se forma el alma nacional de un pueblo”170.
77
y de su grandilocuencia”174. Si Riva Agüero es un descendiente del Virreinato, Chocano
es heredero de la Conquista. Para Mariátegui, esta fue una empresa heroica; en cambio,
la época colonial terminó ahogada por un burocratismo aristocrático.
Mariátegui pone de relieve que esta poesía “nos coloca, primero, ante un caso de
individualismo exasperado y egoísta, asaz frecuente y casi característico en la falange
romántica. Este individualismo es todo el anarquismo de Chocano”175. La única nota
autóctona en Chocano es su panteísmo. Sin embargo, el poeta ha ido abandonando
paulatinamente ese temple animista que brotaba en sus versos.
Sánchez coincide con Mariátegui en señalar que los antecedentes históricos de la
poesía de Chocano están en la literatura peninsular. Chocano, según él, no pudo adaptar
su estro a la música modernista. Está más cerca de los poetas españoles que de Rubén
Darío. Sánchez pone de relieve que el americanismo de Chocano es meramente
“exterior, paisajista, visible”176.
Sánchez menciona algo muy importante. Chocano “padece de un defecto
estéticamente irredimible: no permite que el lector imagine, cierra los cauces a la
fantasía de su público, se opone al libre examen de su auditorio”177.
Creemos que Chocano no asume la concepción de la obra abierta que ha
caracterizado al arte moderno. A partir del Simbolismo del siglo XIX, la poesía
contemporánea ha tenido, como uno de sus rasgos, el de plantear la poética de la obra
abierta.
La apertura de la obra artística es permisible de ser entendida en dos sentidos. El
primero alude a la apertura como condición sine qua non del goce estético; en suma,
cada lector aporta, con nuevas emociones, una interpretación cada vez más imaginativa
y, de esa manera, completa el circuito comunicativo apenas esbozado por el productor
del texto.
El segundo sentido es el que más nos interesa. Hace referencia a la apertura
explícita de algunas obras artísticas contemporáneas. Hay modernas obras musicales
(por ejemplo, la Sequenza per flauto solo de Luciano Berio) que no proponen un
mensaje definido, una organización de carácter unívoco, sino que, por el contrario,
dejan al intérprete la posibilidad de múltiples organizaciones; el intérprete, por
174
Ibídem,
p.
273.
175
Ibídem,
p.
274.
176
Sánchez,
Luis
Alberto.
Op.
cit.,
p.
111.
177
Ibídem.
78
consiguiente, se autoasume como un sujeto que realiza una improvisación creadora de
“infinitas” posibilidades de significación.
En las obras barrocas aparece, aunque no de manera consciente, un manifiesto de
apertura. Frente al relativo estatismo de la estructura artística renacentista en torno a un
eje antropocéntrico, el Barroco invita a un efecto indeterminado y “sugiere una
dilatación progresiva del espacio, la búsqueda de lo móvil y lo ilusorio”178. Es, sin duda,
la subjetividad barroca la primera manifestación organizada de la sensibilidad moderna
porque “el hombre se sustrae al canon establecido (garantizado por el orden cósmico y
por la estabilidad de las esencias) y se encuentra tanto en el arte como en la ciencia,
frente a un mundo en movimiento que requiere actos de invención179.
Aunque existen elementos de la poética de la obra abierta en los planteamientos
románticos de Novalis, la primera ocasión en que aparece de modo consciente es con el
Simbolismo de la segunda mitad del siglo XIX. Paul Verlaine hablaba de un sentido
vago e inestable en su “Art poétique”, formulación que posee vínculos con las ideas de
Novalis sobre el “puro poder evocador de la poesía”, que origina la apertura de un
ingente cúmulo de posibilidades significativas180. Pero fue Mallarmé el que dio el gran
salto cuando planteaba que nombrar un objeto es sugerirlo para contemplar el rotundo
triunfo del sueño181. Mallarmé empleaba el juego tipográfico a lo largo y ancho de la
página en blanco, procedimiento que hace explosionar el sentido en innumerables y
hasta opuestas direcciones semánticas.
El problema de la poesía de Chocano es que no asume plenamente la poética de la
obra abierta, planteada por los poetas simbolistas franceses. Es decir, Chocano sugiere
poco o muestra demasiado. Su escritura es a veces muy didáctica. Y, por consiguiente,
construye obras cerradas, cuyo sentido no permite al lector imaginar creativamente la
significación del discurso poético.
Veamos cuál es la óptica de Porras acerca de la lírica de Chocano. Este es el poeta
del paisaje:
178
Eco,
Humberto.
Obra
abierta.
México,
Ed.
Planeta,
1984;
p.
69.
179
Ibídem.
180
Ibídem,
p.
70.
181
Ibídem.
79
magnolia, elogiados no en el verso antiguo y clásico de Bello, sino en el esplendor tropical
de las metáforas más audaces y de las comparaciones intuitivas más nuevas182 .
Mariátegui encuentra que su poesía grandilocuente (de Chocano) tiene sus raíces en España
y que es español por ser limeño y hombre de la costa peruana, y hasta por su énfasis
literario. Pero lo hispánico es tan esencial en lo americano como lo indio y Chocano funde
“las dos castas en épico fragor”185 .
182
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
pp.
73-‐74.
183
Ibídem.
p.
73.
184
Rama,
Ángel.
Rubén
Darío
y
el
modernismo.
Circunstancia
socioeconómica
de
un
arte
americano.
Caracas,
Universidad
Central
de
Venezuela,
1970;
p.
36.
185
Porras
Barrenechea,
Raúl.
Op.
cit.,
p.
74.
80
Según Porras, Chocano ponía de relieve el animismo andino, la sensibilidad por la
tierra y el panteísmo cósmico. Chocano dialoga con los ríos y con las cumbres. Ello es
testimonio de un cierto temple indígena que nace en sus versos.
De acuerdo con Porras, hay tres vertientes en la poesía de Chocano. Una primera
(Iras santas) que enfatizaba el “canto épico ungido de emoción histórica”. La segunda
(En la aldea), que “dio expansión a su vigoroso poder descriptivo, y de gran sensitivo,
dominador de todas las percepciones de olor, color y sonido”. Y una tercera (Azahares,
Alma América y Fiat lux), que “es la lírica, la de los recuerdos autobiográficos y
familiares”186, pero llena de elementos épicos.
Palma, González Prada y Chocano son, según Porras, tres grandes escritores
peruanos. A ellos debe sumarse el Inca Garcilaso de la Vega. No es posible la
modernidad como proyecto social en el Perú sin la presencia de sus obras. Cada uno, a
su manera, buscó en el pasado elementos para una mayor conciencia del presente.
Por eso, cuando Porras habla del Cusco, dice que es “la urbe imperial de los Incas,
el ombligo del mundo, la Roma de la América precolombina”187.
186
Ibídem,
p.
78.
187
Ibídem,
p.
8.
81
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