Nehamas Alexander - El Arte de Vivir
Nehamas Alexander - El Arte de Vivir
Nehamas Alexander - El Arte de Vivir
Reflexiones socráticas
de Platón a Foucault
Alexander Nehamas
Traducción de
J orge B rioso
p r e -t e x t o s
Título de la edición original en lengua inglesa:
The Art ofLiving. Socratic Reflectionsfrom Plato to Foucault
ISBN: 84-8191-701-X
V-3974-2005
D e p ó s ito le g a l:
[.. .3 ¿Qué clase de hombre soy yo? Soy de aquellos que acep
tan gustosamente que se les refute, si no dicen la verdad, y
de los que refutan con gusto a su interlocutor, si yerra; pero
que prefieren ser refutados a refutar a otro, pues pienso que
lo primero es un bien mayor, por cuanto vale más librarse del
peor de los males que librar a otro; porque no creo que no
existe mal tan grave como una opinión errónea sobre el tema
que ahora discutimos” (458a2-bl).
¿Qué otra cosa podría ser esto sino un eco de los Ensayos, en
cuya página final escribe Montaigne, como ya había escrito in
numerables veces, que “buscamos otras cualidades por no saber
usar de las nuestras y nos salimos fuera de nosotros por no
saber estar dentro5? 18 Nietzsche era consciente de la conexión.
Montaigne significaba para él “un conseguir serenarse en uno
mismo, un pacífico ser para sí y espirar”.19 Nietzsche pone a
Montaigne junto a Sócrates, y con esto llegamos al tema de
nuestro libro: “Ya Sócrates se había puesto en guardia con tocia
la fuerza que tenía contra ese orgulloso descuido de lo humano
en beneficio del hombre y se complacía en recordar, citando
a Homero, los auténticos límites y el verdadero objeto de todo
cuidado y de toda reflexión: ‘Existe y sólo existe lo bueno y
lo malo que me sucede”’ (El caminante y su sombra 34, 6; 2:542-
43).20
Nietzsche toma la historia, la cita de Homero por Sócrates, de
Diógenes Laercio.21 Pero una imagen tan positiva ele Sócrates,
quien se había apartado de “el servicio del estado, el avance de
la ciencia y de la acumulación de reputación y bienes”, nos hace
recordar elementos que son comunes al retrato de Sócrates que
hacen Jenofonte y Montaigne. Sin embargo, es interesante apun
tar que Nietzsche termina siendo tan poco fiel a sus fuentes
como lo fue Montaigne a las suyas. Su Sócrates, por ejemplo,
no se ocupa del beneficio de la raza humana, como lo hacía
el de Jenofonte. Su única preocupación real es sobre el cuidado
de sí mismo; en este sentido está mucho más cerca de la ima
gen que encontramos de Sócrates tanto en los primeros diálo
gos de Platón como en Montaigne. A pesar de su predilección
por las generalizaciones sobre la historia mundial, Nietzsche
le da una gran importancia a este giro hacia el interior, que él
mismo lleva a cabo en todas sus últimas obras. En Crepúsculo
de los ídolos ? 2 por ejemplo, afirma, con la hipérbole que lo
caracteriza, que “se malentiende a los grandes hombres cuando
se los mira desde la mísera perspectiva de un provecho público.
Acaso el que no se sepa extraer de ellos ningún provecho fo rm e
parte incluso d e la g ra n d eza ( Crepúsculo d e los ídolos 50,
. . . ”
135).23
Es extraño, y difícil de explicar, por qué, mientras estaba es
cribiendo Las consideraciones intempestivas y H um ano dem a
siado hum ano , y mientras se estaba emancipando gradualmente
de Schopenhauer y Wagner, empezó a sentirse atraído por Só
crates, a quien había atacado de una manera tan implacable
en El nacim iento de la tragedia sólo unos pocos años antes.24
En esa obra,25 por ejemplo, define a Sócrates como el asesino
de la tragedia y la oscura metáfora con que describe la in
fluencia de Sócrates es “como una sombra que se hace cada
vez mayor en el sol del atardecer” (El nacim iento de la trage
dia 125, 15; 1:97). Dos años más tarde, sin embargo, en Scho
p en h a u er com o ed u cad or escribe que “no han mejorado en los
tiempos modernos las condiciones para el nacimiento del genio,
y la repugnancia por los hombres originales ha aumentado en
tal grado que Sócrates no habría podido vivir entre nosotros
o, en cualquier caso, no hubiera llegado a los setenta años”
(128, 6; I: 285-2S6).26
El cambio de actitud de Nietzsche, aunque temporal, fue serio.
En una nota de 1875 afirmaba que: “El Sócrates de Platón, en
un sentido muy real, es una caricatura, un Sócrates excesivo”.27
En 1878, sentía que era posible estar de acuerdo con Sócrates
y Platón: “Sócrates y Platón tenían razón: haga lo que haga el
hombre, siempre hace el bien, es decir, lo que le parece bueno
(útil), según su grado de inteligencia, según la medida actual
de su razonamiento” (.Humano demasiado humano , 100; 102).28
Sin embargo, su acuerdo con esta posición moral no duró
mucho tiempo. Nietzsche con el transcurso del tiempo aban
donó la tesis de que toda acción tiene como objetivo el bien
sin ningún otro tipo de condicionamiento. A partir de que su
actitud hacia Sócrates cambió, una vez más, hacia un tono con
denatorio, aún más radical que su rechazo de Sócrates en El
nacimiento de la tragedia , Nietzsche empezó a creer que Pla
tón defendía ese punto de vista en contra de su voluntad, debi
do a la influencia perniciosa de Sócrates: “Ese modo de razonar
huele a plebe, la cual no ve en el obrar mal más que las con
secuencias penosas, y propiamente juzga que ‘es estúpido obrar
mal', mientras que identifica el bien, sin más preámbulos, con
lo ‘útil y lo agradable’” (Más allá del bien y del m al 119, 190;
5:111).
La mención de la “plebe” nos lleva a “El problema de Sócra
tes”, la última discusión extensa de la figura de Sócrates en las
obras publicadas de Nietzsche y el principal tema de este ca
pítulo:29 “Sócrates pertenecía, por su ascendencia, a lo más bajo
del pueblo: Sócrates era plebe. Se sabe, incluso se ve todavía,
qué feo era” (Crepúsculo de los ídolos 45, II: 3; 6:68). El tono
personal, se podría decir no filosófico, de este pasaje particu
lar no es de ninguna manera excepcional, el ensayo en su to
talidad está plagado de desdén y animosidad. Casi todas las
críticas que Nietzsche hace de Sócrates en sus últimas obras son
personales. ¿Por qué?
Aparte de Schopenhauer y Wagner, ninguna otra figura fue
más importante para el desarrollo individual e intelectual de
Nietzsche que la de Sócrates. De hecho, Nietzsche estuvo más
profundamente vinculado a la figura de Sócrates que con cual
quiera de las otras dos, y lo sabía: “Sócrates, para confesarlo de
una manera simple, está tan cerca de mí que casi siempre estoy
luchando en contra de él”.30 Pero ¿por qué, aparte de la tregua
que tuvo con él durante las obras de su etapa intermedia (y con
una excepción que discutiremos más tarde), Nietzsche nunca
le mostró la generosidad de espíritu, el respeto y la gratitud e
incluso el amor que tuvo por sus otros educadores? ¿Por qué,
en el caso de Sócrates, la rara habilidad que tiene Nietzsche
de ver las cosas desde diferentes puntos de vista, de ser en su
sentido objetivo, “utilizar en provecho del conocimiento ca
balmente la div ersidad de las perspectivas y de las interpreta
ciones nacidas de los afectos” (.La g en ea lo g ía d e la m o r a l31
138-9, IIL12; 5:364-65), lo abandona? ¿Es Nietzsche tan parcial
como su escritura sobre Sócrates indica? ¿O las cosas no son
lo que parecen? Su extraordinaria dureza sugiere que no son así.
Nietzsche generalmente se niega a aceptar las posiciones ab
solutas. Por ejemplo, se niega a creer que el rechazo de los pla
ceres terrenales que predica el ascetismo cristiano a pesar de
su estridencia sea, como aparenta ser, una negación de la vida.
Quizás debemos aplicar su diagnóstico del ascetismo a su tra
tamiento de Sócrates. Quizás debemos decir que su inequívoco
odio por Sócrates, al igual que el odio por la vida de los ascé
ticos, “tiene que ser una especie de expresión provisional, una
interpretación, una fórmula, un arreglo, un malentendido psi
cológico de algo cuya auténtica naturaleza no pudo ser enten
dida, no pudo ser designada en s í durante mucho tiempo” CLa
gen ealogía de la m,oral 139, IIL13, 5:365).
Antes de que leamos al más suspicaz de los intérpretes con
tal sospecha de nuestra parte, es razonable preguntarse si Só
crates fue de hecho uno de los educadores de Nietzsche.
¿Sócrates ejerció un rol similar al que tuvieron Schopenhauer
y Wagner en el pensamiento de Nietzsche o fue simplemente
su enemigo? Si Sócrates no desempeñó tal rol, entonces la ine
quívoca negación por Nietzsche de su figura puede que real
mente sea poco significativa. Pero aunque la pregunta sea le
gítima, la imagen de Nietzsche en constante lucha con Sócrates
no nos puede inducir al error de negar que el filósofo griego
ocupó un lugar muy similar al que tuvieron Schopenhauer y
Wagner en su vida y su pensamiento. Nietzsche nunca creyó
que la resistencia excluyera el aprendizaje. Un bello pasaje de
La gaya cien cia32 así lo afirma sin dejar lugar a la duda: “Dis
cípulos indeseables. ¡Qué haré con estos dos jóvenes! -exclamó
con fastidio un filósofo que corrompía a la juventud, tal como
una vez la corrompió Sócrates-, discípulos indeseables. Este no
sabe decir que no, y aquel a todo dice: así, así. Suponiendo que
abrazaran mi doctrina, el primero sufriría demasiado, pues mi
modo de pensar requiere un alma guerrera, la voluntad de hacer
mal, el deleite de la negación, un pellejo duro, languidecería
por las heridas abiertas e internas”33 (La g ay a cien cia, 89-90,
32; 3:403). Este malhumorado filósofo, que puede que no sea
tan diferente del propio Nietzsche,34 quiere discípulos que pue
dan decir “no”. Si pueden decir “no” de un modo general, ellos
también podrán decirles “no” a sus maestros: “Se recompensa
mal a un maestro si se permanece siempre discípulo”.35 Incluso
así, el hecho de haber mantenido una guerra con Sócrates no
era suficiente para que Nietzsche se sintiera como su discípulo.
Para ver si Nietzsche fue realmente o no un discípulo de Só
crates tenemos que continuar nuestra búsqueda.
A través de sus escritos, desde El nacim iento de la tragedia
hasta Lícce H om o, Nietzsche asociaba a Sócrates con una serie
de actitudes y puntos de vista que podemos caracterizar, de
un modo muy esquemático, de la siguiente manera. En primer
lugar, Sócrates negaba la importancia del instinto y enfatizaba,
en su lugar, el valor de la razón y la dialéctica, las cuales con
sidera como las actividades humanas más importantes. En se
gundo lugar, introduce la noción de moralidad en el mundo.
Esto, para Nietzsche, significa que Sócrates introdujo una ma
nera de pensar que justifica la acción humana al apelar a las ra
zones por la cuales las personas emprendieron, estas acciones.36
Entendido de esta manera, el énfasis de Sócrates en la morali
dad es sólo un ejemplo de su noción de que la razón es nues
tro principal rasgo como seres humanos. Y ya que Nietzsche
piensa que las razones son por su propia naturaleza universa
les -si alguna cosa puede ser definida como racional, enton
ces hay una razón para todos los seres racionales- también cree
que la moralidad debe ser aplicada a todos de la misma ma
nera.37 La moralidad, como Nietzsche la ve, supone que si los
individuos están bajo las mismas circunstancias se puede dar
por sentado que actuarán de la misma manera, ya que en cual
quier aspecto moral relevante estas personas son iguales -que
es simplemente decir que son seres racionales-. La moralidad
es para Nietzsche esencialmente universalista, o, para decirlo
con sus palabras, dogmática. La moralidad sólo concibe un con
junto de motivos y un código de conducta a los cuales todos
tienen que adecuarse.38 En tercer lugar, por medio de la razón
y la moralidad, Sócrates destruye el mundo trágico griego y su
arte e introduce las semillas de lo que hoy somos: él es, en sen
tido estricto, el primer individuo moderno.
En El n acim iento d e la tragedia, como hemos visto, Nietz
sche había denunciado a Sócrates como el asesino de la trage
dia.39 De acuerdo con la imagen más bien ingenua de Nietzsche
acerca de la Grecia arcaica y clásica, la cultura que se expre
saba a través de las tragedias de Esquilo y Sófocles no creía que ¡
el mundo, o la vida, requería una justificación explícita.40 Los
primeros griegos aceptaban el mundo y la vida tal como eran
y celebraban, incluso, sus más horribles aspectos. En particu
lar, la tragedia, la más grande de sus artes, glorificaba los es
fuerzos, inevitablemente condenados al fracaso, de los grandes
individuos por domesticar y usar aquellos aspectos del mundo
que son totalmente indiferentes a nuestro destino y que no po
demos explicar. Según Nietzsche, la tragedia exalta, en la per
sona del héroe, el individuo que se enfrenta en vano a un
mundo inmune a la acción humana, mientras, a través de la voz
del coro, la tragedia se regodea en ese mismo mundo del cual,
al final, el individuo forma parte. Los individuos pertenecen a
la naturaleza y sus esfuerzos por someterla son, en sí mismos,
naturales y, por lo tanto, son productos de la naturaleza que
ellos intentan conquistar. El conflicto entre el individuo y la co
lectividad, entre la cultura y la naturaleza, es sólo aparente. Los
individuos que se enfrentan al mundo, como las culturas que
tratan de cambiar el curso de la historia, representan para Nietz
sche nada más que creaciones artísticas de este propio mundo.
En un famoso pasaje, Nietzsche escribe que:
Pero ¿qué significa afirmar el todo del que cada uno de estos
rasgos y acontecimientos se han hecho partes? La respuesta la
provee la idea del retorno. Este concepto no es igualable a
la absurda idea de que todo en el mundo ya ha ocurrido y ocu
rrirá de nuevo exactamente de la misma manera un sin número
de veces. Más bien, este concepto responde a la idea de que
si fuéramos a vivir de nuevo querríamos la misma vida que ya
tuvimos, exactamente la misma vida hasta en sus mínimos de
talles y nada más:59 “Mi fórmula para expresar la grandeza del
hombre es am or fati; no querer que nada sea distinto, ni en el
pasado, ni en el futuro, ni por toda la eternidad. No sólo so
portar lo necesario, menos aún disimularlo -tocio idealismo es
mendacidad frente a lo necesario-, sino am arlo... ” (E cceH om o
54, 11:10; 6:297). En las palabras de Zaratustra: “¿Habéis dicho
sí alguna vez a un solo placer? Oh amigos míos, entonces di
jisteis sí también a todo dolor. Todas las cosas están encade
nadas, trabadas, enamoradas. ¿Habéis querido en alguna
ocasión dos veces t¿na sola vez, habéis dicho en alguna oca
sión ‘¡tú me agradas, felicidad! ¡Sus! ¡Instante!? ¡Entonces qui
sisteis que todo vuelva” (Así habló Zaratustra IV, “La canción
del noctámbulo”, 435, 10; 4:402). Desear la eterna repetición de
nuestra propia vida es el resultado de estar perfectamente feliz
con la vida que hemos vivido.
La segunda tarea presupuesta por el esfuerzo de convertirse
en quien uno es realmente requiere que el todo que uno cons
truye sea significativamente diferente de los demás. Si no es así,
entonces uno no es distinguible del resto del mundo: uno no
se ha transformado en un individuo. Pero para ser diferente
de un modo significativo, uno tiene que autocrearse, se tiene
que convertir en algo significativamente nuevo. Para conver
tirse en algo significativamente nuevo, se necesita desarrollar
una manera de hacer las cosas, de pensar, sentir y vivir, que
no tenga precedentes. Y para lograr eso, en cambio, será ne
cesario romper con reglas largamente aceptadas, algunos prin
cipios y prácticas que se han dado por sentadas hasta ahora.
Este es el primer aspecto del inmoralismo de Nietzsche: “Para
poder levantar un santuario hay que derruir un san tu ario: esta
es la ley” (La genealogía de la m oral 108, II 24; 5:335).
La construcción nietzscheana del yo, como la de Montaigne,
es esencialmente un proyecto individual. No permite que se
siga, en ningún sentido estricto, el ejemplo creado por otra per
sona, en lugar de dedicarse a la autocreación de un yo único
se estaría imitando entonces a esta otra persona. Individual
mente, sin embargo, no sólo constituye una amenaza si se imita
a otra persona, sino que también, de un modo más oscuro y
peligroso, si otros nos pueden imitar. Nietzsche se distingue
entre los filósofos del arte de vivir debido a que era muy cons
ciente de este peligro y estaba muy perturbado por su posibi
lidad. El éxito en la autocreación puede causar el propio fracaso.
Pues si otros nos imitan, si nuestro modo de vida resulta lo
suficientemente atractivo al resto del mundo y puede conver
tirse en un paradigma de cómo la vida puede ser vivida, en-
tonces lo que nos distingue del mundo se convierte en parte
de ese propio mundo. Es imposible seguirse reconociendo en
ese modo de vida que ha sido absorbido por el mundo, que
se ha convertido, como Nietzsche podría haber dicho, en un
hecho: “Imitadores. -A. ¿Cómo? ¿No quieres tener imitadores?
-B. No quiero que alguien imite algo mío; quiero que cada cual
se enseñe algo a sí mismo: lo mismo que hago yo. -A. ¿En
tonces...?”60 (La g a y a cien cia 199, 255; 3:516). La individuali
dad, como el estilo, requiere multiplicidad y oposición. Si todo
el mundo adopta un estilo particular, entonces el estilo desa
parece; se convierten en el modo normal de actuar, vida al
grado cero. La individualidad de nuestra propia historia está
amenazada tanto porque puede ser la imitación de un modelo
suplido por otra persona como porque puede convertirse en
un modelo que otros a su vez pueden imitar. La combinación
de estos dos peligros es una de las razones por las que la ac
titud de Nietzsche hacia Sócrates tiende a ser tan compleja,
como ya veremos, *
Nietzsche es muy consciente de que la vida que él conformó
para sí mismo no necesita, no puede y probablemente no debe
ser propuesta como un ejemplo para la imitación. Este es un
aspecto de su perspectivismo. Cree, al igual que Montaigne,
que la vida de los individuos consiste de una única combina
ción de sucesos. No existe un método general para organizar
nuestra historia; si tal historia existe, será nuestra propia histo
ria y no la historia dictada por los estándares aceptados gene
ralmente por nuestro mundo. Los individuos tienen que ser, al
menos parcialmente, independientes de los estándares que go
biernan su mundo. Pero Nietzsche cree que estos estándares
generalmente determinan cuáles acciones son consideradas
como morales y buenas. Insiste en que los seres humanos son
“animales gregarios” porque creen que ser buenos es concor
dar con el mundo, no distinguirse de los otros, amenazar o cues
tionar la vida que la mayoría de las personas son capaces de
vivir. Los estándares de lo que son las buenas acciones obli
gan a todo el mundo a actuar de un modo similar. Han sido
usados para convencer a muchos, que actúan de un modo di
ferente, a negar su diferencia y a hacerse miembros de la grey.61
Esta es la segunda parte del inmoralismo de Nietzsche. La mo
ralidad, como él. la ve, es un esfuerzo por prevenir la creación
de nuevas posibilidades, por prevenir la destrucción del tem
plo: “‘¿A quién es al que más odian estos?’ Al c re a d o re s al que
más odian: a quien rompe tablas y viejos valores, al quebran
tado^ llámanlo delincuente. Los buenos, en efecto, no pue
den crear: son siempre el comienzo del final. Crucifican a quien
escribe nuevos valores sobre nuevas tablas”62 (Así h ab ló Z a
ratustra III, “Viejas y nuevas tablas” 298, 26; 4:266). En térmi
nos generales, la moralidad empieza por enfocarse en los
principios dictados por las necesidades de un grupo particu
lar. Estos principios están condicionados por el deseo del grupo
de sobrevivir tal como es, nadie que niegue este deseo nece
sita seguir al grupo. Pero la moralidad oculta los orígenes in
teresados y parciales de tales principios condicionales. La
moralidad requiere que estos principios no sean aceptados por
su utilidad para un tipo de persona particular y concreta, ni que
sólo sean considerados útiles a este tipo de persona. La mora
lidad afirma que estos principios son incondicionales, que ne
cesitan ser aceptados simplemente porque son los principios
correctos de la acción en general y por eso vinculan a todas las
personas, cualesquiera sean sus opiniones particulares, deseos
y necesidades, y no sólo a un grupo particular con vista a sus
fines propios. Por ejemplo, el imperativo moral de no causar
daño, “[...] escuchado con frialdad y sin ninguna presunción,
no significa en realidad más que lo siguiente: ‘Nosotros los dé
biles somos desde luego débiles; conviene que no hagamos
nada p a r a lo cu al no somos bastante fu ertes1. Pero esta amarga
realidad de los hechos, esta inteligencia de ínfimo rango, po
seída incluso por los insectos [...] se ha vestido, gracias a ese
arte de la falsificación y a esa automendacidad propias de la
impotencia, con el esplendor de la virtud renunciadora, callada,
expectante, como si la debilidad misma del débil -es decir, su
esencia, su obrar, su entera, única, inevitable, indeleble reali
dad- fuese un logro voluntario, algo querido, elegido, una a c
ción, un mérito” (L ag en ealog ía d é la m o ra l52-53,1 :13, 5:280).
La moralidad, por lo tanto, convierte la prudencia en virtud y
la necesidad en opción.
Fue Sócrates quien, según afirma Nietzsche, primero convir
tió los juicios de valor en juicios morales. En el contexto origi
nal de la cultura griega temprana, los juicios de valor eran
hechos de un modo rutinario, sobre la implícita asunción de
que la cultura y su supervivencia lo necesitaban. Estos juicios
estaban, por lo tanto, supeditados al bienestar de esta cultura
particular; en términos kantianos, eran hipotéticos y pruden
ciales. Pero Sócrates afirmaba que el valor de los juicios debe
ría ser incondicional. Argumentaba que para que los juicios
estuvieran vinculados a alguien, tenían que estar apoyados por
razones que fueran aplicables a todos, cualesquiera fueran sus
necesidades y propósitos. Sócrates dio origen a la opinión que
afirma que el hecho de que un modo de vida se desarrolle a
partir de los intereses y propósitos de personas o grupos par
ticulares no supone nunca una razón moral que conlleve su
aceptación. Debemos adoptar un curso de acción sólo si es co
rrecto, si incorpora valores que son reales y opiniones que son
verdaderas. Seguir un modo de vida por razones prudenciales
es una opción relacionada al deseo de ser como aquellos cuya
vida sigue esos patrones, independientemente de si esta vida
es o no una buena vida. Seguir un particular modo de vida por
razones morales es una obligación relacionada al reconoci
miento de su verdad. El bien y la verdad, como la virtud y el
conocimiento, van juntos.
Nietzsche niega el dogmatismo que reconoce un solo modo
de vida como bueno. Su perspectivismo niega que la verdad
y el valor estén intrínsecamente conectados e insiste en que di
ferentes personas necesitan vivir de diferentes maneras.63 El
perspectivismo tiene dos componentes. El primero es episte
mológico. Es una negación de “la teoría de correspondencia de
la verdad”, la idea de que todas nuestras opiniones verdade
ras son verdaderas porque tienen una particular relación -la re
lación de correspondencia- con el mundo. Nietzsche, que
escribió “solo hay hechos. Y quizá, más que hechos, interpre
taciones. No conocemos ningún hecho en sí y parece absurdo
pretenderlo” (La voluntad d e p o d er; 337, 476; 12:315), no es
posible que acepte tal idea. Pero ¿son las interpretaciones o
perspectivas simplemente un problema de gusto? Y si esto es
cierto, ¿qué le da validez a su verdad?
Arthur Danto ha tratado de responder esta pregunta afir
mando que las perspectivas son verdaderas si y sólo si “enri
quecen y facilitan la vida”. Nietzsche, de acuerdo a. la influyente
interpretación de Danto, “desarrolló un criterio pragmático de
la verdad: p es verdadero y q es falso si p funciona y q no”.64
Algunos pasajes de Nietzsche parecen sugerir que estaba ten
tado a aceptar esta teoría.65 Pero otros muestran que él niega el
pragmatismo en los términos más tajantes: “La vida no es un ar
gumento. Nos hemos fabricado un mundo en que podemos
vivir suponiendo cuerpos, líneas, planos, causas y efectos, mo
vimiento y reposo, forma y contenido: ¡sin estos artículos de
fe no hay quien pueda vivir ahora! Pero no por ello son algo
demostrado. La vida no es un argumento; entre las premisas de
la vida bien pudiera figurar el error”66 (La g ay a cien cia 158,
121; 3:477-78). Las ideas más básicas que aseguran la supervi
vencia pueden, como todos sabemos, ser todavía falsas. Nietz
sche se niega a aceptar la identificación por los pragmatistas
entre la verdad y la utilidad.
Dejando las pruebas textuales a un lado, atribuir a Nietz
sche esta identificación es abrir su pensamiento a una de sus
centrales objeciones al dogmatismo. ¿Por qué creemos que el
valor de la verdad es incondicional, que “nada es más necesa
rio que la verdad, y comparado a ella todas las otras cosas tie
nen un valor de segundo rango”? Ningún cálculo de utilidad
puede llevar a tal convicción:
1. L a iro n ía p la t ó n ic a : a u t o r y a u d ien c ia
1N. del T: En lo que sigue cito ele la versión al español de Mario Verdaguer
de La montaña mágica. Barcelona: Edhasa, 1997.
2 H erm ann J. W eigand, “ The Magic Mountain”: A Study of Thomas Mann’s
Novel (1933; reim presión, Chapel Hill: University o f North Carolina Press,
1965), 63.
3 Ver páginas 158-159 (donde están presentes juntos la cerveza, la música y
el sentido de decadencia y muerte), 246-246 (donde Hans observa el ex a
m en físico ele su primo y reflexiona sobre cóm o la enferm edad se está co
m iendo por dentro ese cuerpo que luce tan sano por fuera) y 301-302 (Hans
mira su propia m ano a través de los rayos X y siente que mira “su propia
tumba Í...J com prendió que está destinado a morir. Al com prender eso, tenía
una exp resió n sem ejan te a la que ponía cuando escu ch ab a m úsica, una
expresión bastante estúpida, soñolienta y piadosa, con la b o ca entreabierta
y la cabeza inclinada en el hom bro”; ver adem ás la nota 6 m ás abajo y las
páginas 402, 541, 656, 772 y 861.
4 El autoengaño, com o ha sugerido Mark Johnston, es un tipo de acción orien
tada hacia un fin pero no de carácter intencional; tiene un carácter mental
pero no consciente, es más un tipo de “tropism o mental, un patrón carac
terístico cuya existencia dentro de la m ente no es más sorprendente, dado
lo que hace por nosotros, que el h ech o de que una planta se oriente hacia
el so l” que una actividad d eliberad a ( “S elf-D ecep tio n and the Nature o f
the Mind”, en Brian McLaughlin y Amélie O ksenberg Rorty, eds., Perspec-
tives on Self-Deception [Berkeley: University o f California Press, 1988], 86).
5 De hech o, la historia d e la m ujer tien e una fuerte co n e x ió n con H ans y
Joachim. De la misma m anera qu e Castorp fue diagnosticado de tubercu
losis durante su visita a su primo, el segundo hijo d e la mujer viene a visi
tar a su hermano convaleciente y, com o muchos otros visitantes a la montaña
mágica, se enferm a de tuberculosis y muere.
6 Un episodio similar ocurre un p o co después en la novela. Castorp, ahora
seriamente enam orado de Clawdia Chauchat y exh ibiend o síntomas claros
de tuberculosis, está esperando a que los m édicos del sanatorio le hagan
unas pruebas de rayos X. Castorp sabe qu e el m édico principal, Hofrat B eh -
rens, ha estado pintand o el retrato de Clawdia - e s t o le provoca grandes
celos al ingeniero y la o casió n d e un ep isodio muy divertido en el qu e
' manipula a B ehrens para que le m uestre su m ediocre pintura, que elogia
extravagantem ente para pod er m antenerla a su lado por un rato™. En este
momento, Hans está totalm ente consum ido con el h ech o de que el d octor
le vaya a hacer, tam bién, un “retrato interior” con los rayos X a Clawdia,
quien espera en la sala contigua: “D e pronto, se le ocurrió a Hans Castorp
que ella estaba allí esp erand o tam bién la radioscopia. El doctor Behrens la
pintaba, reprod ucía su ap arien cia ex terio r so bre una tela y ahora, en
la penumbra, dirigía so bre ella los rayos hum anos qu e le descubrían el in
terior del cuerpo. Y al pensar en eso , Hans Castorp volvió la cabeza con
un gesto de pudor som brío y co n una experiencia de discreción y reserva,
cosa que creía deber hacer ante aquel pensam iento” (294). Q ue Castorp c o
necta los rayos X. co n la m uerte y que esta conexión, por lo tanto, explica
su “remilgada distancia” se vuelve obvio más adelante. H abiéndosele p er
mitido ver la placa de rayos X de Jo ach im , ve allí “la form a sepulcral de
Joachim , su osam enta de cadáver, aquella armazón despojada, aquel m e-
mentó de una delgadez alargada”. En el próxim o párrafo, mientras mira su
propia m ano a través de la pantalla de los rayos X, Hans ve “lo que ya debía
haber esperado, p ero que en suma no está hecho para ser visto por el. h om
bre, y que nunca hubiera creído que pudiera ver: miró dentro de su pro
pia tum ba”.
7 Hans es totalm ente consciente de las faltas de Clawdia: ella siempre da un
portazo cuando entra en el com edor (adonde, por costum bre, llega tarde);
se com e las uñas; no sabe com portarse; nunca m antiene su cabello tan or
denado com o le gustaría a Hans. Clawdia no es de ninguna manera un m o-
délo de decoro, y eso, de hecho, es muy importante para la atracción que
Hans - a pesar de o quizás a causa de su carácter ex ig en te- siente por ella.
8 La separación de estos puntos de vista em pieza en serio sólo después del
suicidio de Pieter Peeperkorn, cuando solamente nos queda por leer una
séptima parte de la novela, la sección llamada “El gran em brutecim iento”.
Desde ese momento, sabemos mucho m enos acerca de lo que piensa Hans;
y lo que sí sabemos se nos dice como si el narrador estuviera observando
a su héroe desde afuera.
9 Una de estas características, el temblor de la barbilla asociada a la enfer
medad física y a la angustia mental, se vuelve progresivam ente más im
portante mientras se desarrolla la novela. Cuando Hans sale a dar un paseo
solo, por ejemplo, y sufre una crisis física y espiritual, su cab eza tiembla
“com o antaño le ocurría al viejo Hans Lorenz Castorp” (1 6 7 ). El tem blor
sigue (188-189, 256-257), y finalmente Hans lo controla co m o lo hacía su
abuelo, apoyando la barbilla en el cuello durante las comidas, lo que “le re
sultaba penoso y casi lamentaba que llegara la hora de las com idas” (188).
Hans es consciente que el temblor se debe no sólo a con d icion es físicas
sino también “por su agitación interior, y provenía directamente de esas ten
siones y curiosidades que implicaban”. ¿Qué son esos episodios y por qué
causan este perturbador temblor a pesar de ser tan entretenidos e intere
santes? Hans no trata de buscar una respuesta razonada para estos proble
mas y la narrativa sugiere que, de hecho, se resiste a hacerlo. Sólo un poco
después de mencionar esos “episodios y diversiones”, Mann describe en un
nuevo párrafo la entrada de Frau Chaucha!, al com edor con la expresión
“Hans Castorp ivusste das auch genau ” que sugiere que aunque Castorp es
consciente de sus sentimientos por Clawdia se niega a admitir que tanto
su atracción por ella como la existencia del temblor son síntomas de su “sim
patía por la muerte”. Es interesante señalar que otro personaje está sujeto
a los mismos síntomas. Es el personaje de Fraulein Engeihart, la com pañera
de mesa con quien Hans tiene un jueguecito sórdido sobre los encantos
de Frau Chauchat: él finge, y esta criatura triste y solitaria lo sigue porque
lo ama, que ella está enamorada de Clawdia para poder molestarla y poder
hablar abiertamente de Clawdia sin admitir sus propios sentimientos. Y aun
que el temblor de Fraulein Engeihart le provoca un "profundo disgusto” a
Hans, el “hecho” de que ella está enferma pone el tem blor de Hans bajo
una luz equívoca: física no menos que psicológica, orgánica no m enos que
espiritual. Para ver más semejanzas entre Hans y su abuelo, ver la sección
“Inquietud naciente. Los dos abuelos y un paseo en barca en el crepúsculo”.
10 La asociación es mucho menos frecuente hoy que en la ép oca de la novela,
cuando los eufemismos para la tuberculosis eran mucho más com unes. Pero
morir de problem as en los pulm ones, de todo tipo de variedad, era un fe
nóm eno muy com ún.
11 Este es el segu nd o ep iso d io de este tipo en la vida de Hans. El prim ero
había ocurrido cuando, de niño, se había enam orado de su com pañera de
colegio, Pribi.sl.av H ippe, cuya sem ejanza física co n Clawdia es central en
la novela. Causas psicológicas aparte, los síntomas físicos están claros. La
auscultación de B erreen revela “un entorpecim iento respiratorio, y los en
torpecim ientos respiratorios provienen de antiguas lesiones en las qu e la
esclerosis ya se ha producid o o, si lo prefiere, qu e ya están cicatrizadas.
Es usted un viejo enferm o, Castorp”. Los síntomas de los nuevos brotes de
la enferm edad, asociados con el am or de Hans por Clawdia, tam bién son
audibles para B eh ren s en la misma ocasión, y cu and o finalm ente le h ace
el exam en con los rayos X “las observaciones ópticas habían confirm ado
las acústicas co n toda la precisión que podía exigir el honor de la ciencia.
Habían aparecido tanto las antiguas lesiones com o las recientes y u nos ‘li
gamentos' form aban surcos con ‘nud os’ que se extendían hasta los pulm o
nes” (302). Volverem os sobre la etiología de la enferm edad de Hans en el
transcurso de nuestra lectura.
12 "Sus mejillas [...] eran realm ente púrpuras.” El rubor de Behrens es uno de
los leitmotivs que lo acom pañan a través de la novela. (N. del T,: Traduzco
directamente del inglés en este caso por la clara divergencia que existe entre
la traducción al inglés qu e usa N eham as y la traducción española. La tra
ducción al esp añ ol dice: “Lo qu e Jo ach im había d icho de sus m ejillas se
confirm aba plenam ente: eran azules” [72].
13 Para no m encionar la ironía implícita en la promesa de Joach im de que Hans
"se pondrá m ejor d esp ués de p o co tiem po”. “P on erse m ejor” en este co n
texto no es sino ciarse cuenta de qu e uno está enferm o y acostum brarse a
los síntomas de la tuberculosis.
14 Aun después de qu e Hans ha d ecidido, no sin razón, seguir el program a
diario de los pacientes tuberculosos del sanatorio y ha com prado las m an
tas adecuadas para poder hacer su reposo en el balcón , todavía insiste en
atribuir su debilidad a la anem ia (146). D e la misma m anera, cuando en su
primer día descubrió que al toser había m anchado su pañuelo de sangre,
“no tuvo fuerzas para inquietarse, a pesar de que era muy aprensivo y de
sus tendencias hipocondríacas” (115). El efecto de este incidente es bastante
com plejo. El h ech o de qu e Castorp no piense en la sangre la hace p arecer
m enos im portante de lo que es, especialm ente ya qu e se nos dice qu e él
se preocupa m u cho por sí mismo. A la vez, sin em bargo, la referencia a la
hipocondría de Hans nos predispone a no tom arnos tan en serio, co m o lo
hubiésem os h ech o en otro caso, sus síntomas y sus quejas.
15 Hans y Jam es cenan tarde en eí restaurante del sanatorio a la llegada de
este, así com o Hans había com ido con Jo ach im cuando este llegó. “Jam es
bebió y comió mucho, com o tenía por costum bre” (595), com o Hans, quien
regularmente “tenía la costum bre de com er en abundancia, incluso cuando
no tenía hambre, por consideración a sí m ism o”. Se nos dice qu e durante
la comida las sienes de Jam es estaban inflamadas, recordándonos que “la
cara de Hans estaba com o el fuego” en el restaurante durante su primera
noche en el sanatorio. Jam es soltó una carcajada sorprendente y no carac
terística: “Quiso contenerse, reprimir la carcajada, se dom inó casi co n es
panto, se esforzó en disimular aquella veleid ad absu rd a” (5 9 7 ). Hans,
también, se había reído m ucho durante su primera n o ch e en el Berghof,
primero cuando escuchó lo de los cuerpos que eran transportados en tri
neos y después durante toda la cena: "Hans Castorp se sintió de nuevo presa
de la risa, él [Joachim] rió también y pareció disfrutar de ella de buena gana”
(29). La lengua de Jam es “se hacía un p oco torpe” (598) y “[...] p o co a poco
com enzó a sentir tan claram ente la inm ensa fatiga del viaje qu e, a las diez
y media, propuso subir al cuarto y sintió una m ediocre satisfacción al en
contrar todavía en el vestíbulo al doctor Krokovski [...] En respuesta a las
palabras enérgicas y vivas que el doctor le dirigió, el cónsul n o supo con
testar más que: ‘Seguram ente; com prend id o’”. Lo mism o le p asó a Hans.
Durante su cena juntos, Jo ach im repen tin am ente se dio cu en ta de qu e
“[Hans] estaba a punto de dormirse, si no lo había h echo ya” (30). Y cuando
salían del restaurante los primos se encontraron con el m ism o doctor Kro
kovski: “Era im presionante observar los esfuerzos de Hans Castorp para
mostrarse amable y dominar sus deseos de dormir” (31). Los paralelos se
pueden multiplicar. Cuando los co n o ce por primera vez, la enferm era prin
cipal les dice tanto a Hans (231) com o a Jam es (600) qu e están enferm os.
Jam es se siente atraído por Frau Redisch (604, 605) casi inm ediatam ente
después de conocerla de la misma m anera qu e Hans em p ez ó a en am o
rarse de Clawdia Chauchat m ucho antes de que él mismo se diera cuenta.
Jam es le pregunta a Behrens (606) sobre el cuerpo hum ano de la misma
manera exaltada, y con el tono poético que Hans había utilizado anterior
m ente para sus preguntas sobre el mismo tema, revelando su preocupación
incipiente tanto con la enfermedad com o con Clawdia, y B eh ren s les con
testa exactam ente de la misma manera: reductiva, deflacionaria y m ateria
lista (365-366, 606). ‘“Comprendido -d ijo el cónsul a la bizarra disquisición
del consejero-. Al día siguiente por la mañana había d esap arecid o” (606)
¿Qué podem os pensar de esto? ¿D ebem os decir que Jam es tam bién estaba
enfermo? ¿O los paralelos, extensivos al caso y com portam iento de Hans,
sugieren que el joven ingeniero no estaba enfermo? ¿Es su enferm edad, si
es enfermedad, fisiológica o psicológica? Estas son preguntas de difícil res
puesta que discutirem os aunque sea brevem ente en lo que sigue.
16 Es tam bién relevante m encionar aquí el episodio de la m ujer de la que se
dice salió de una habitación de un paciente varón - e l abogado E inhu f- muy
tarde. El hecho “[era] escand aloso, no sólo en n om bre de la moral en g e
neral, sino tam bién escan d alo so y ofensivo para Hans Castorp, ten ien d o
en cuenta sus esfuerzos espirituales” (409). Hacia el final de la novela, Hans
se vuelve incapaz de reaccionar de esta manera.
)7 El presente incidente está explícitam ente conectado a la experiencia origi
nal de Hans no só lo por la alusión a la música sino tam bién porque M ann
acentúa las actividades del ruso y la indiferencia de Hans hacia ellas: “Man
harte das Ehepaar vom schlechten Russentiscb... Und Hans Castorp nahm
Seitenlage ein, in Erwartung des Schlafes”.
18 He tratado de dem ostrar cuán profundam ente equívoca es la etiología de
la enferm edad de tod os los personajes principales de la novela en “G et-
ting IJsed to Not Getting Used To It: Nietzsche in The Magic Mountain”, Phi
losophy and Literature 5 (1981): 73-89. En ese artículo, sin embargo, h ago
dos distinciones entre el caso de Hans y los de los otros personajes; m e gus
taría poder matizar mi idea en lo que resta de este capítulo dedicado al aná
lisis de esta novela.
19 irving Stock, “The Magic Mountain”, Modern Fiction Studies 32 (1986), 501,
20 Esta idea es contraria a la de C, J. Reed, Thomas Mann: The Uses ofTradi-
tion (Oxford: Clarendon Press, 1974), quien afirma que Mann originalmente
concibió la enferm edad de Hans co m o causada, de m anera freudiana, por
sus fijaciones eróticas p ero después, co m o resultado ele trabajar en la n o
vela por más de una década, decidió atribuirla a la vacuidad de la ép oca
en que vivía Hans. R eed encuentra las dos ideas presentes en la novela y
explica su presencia sucesivam ente. Considera la última concepción b as
tante inverosímil. P ero lo que es aún más inverosím il es que Mann haya
tomado alguna vez una actitud inequívoca hacia los orígenes y la natura
leza de la enfermedad, de Hans. La historia m édica ele la familia de Hans,
com o hem os visto, sugiere que la enferm edad puede obedecer, tam bién,
a factores fisiológicos. D e la misma m anera, Reed considera “la ex p e cta
tiva del regreso ele Clawdia com o la verdadera razón de por qué Hans Cas
torp rechaza salir del sanatorio cuando Behrens declara cjue ya está curado”,
inclinándose por una explicación psicosom ática ele la enfermedad ele Hans.
Aunque tal exp licación es sin duda verdadera dentro de los límites de su
alcance, no llega lo suficientem ente lejos. Decir ejue B ehrens declara a Hans
“curado” es sim plificar las cosas más allá ele una po sib le justificación. D u
rante el episodio en el que ocurre esta escena, se dem uestra que Beh ren s
ya está furioso cuando los primos lo van a visitar. Ha estado fumando, lo
cual siem pre lo vuelve “m elancólico”, y está furioso por la relació n que
existe entre dos de sus pacientes. Esta había sido la causa de su decisión
de concederles permiso para dejar el sanatorio, no sólo a ellos dos sino a
un tercer paciente, que había hecho pública la relación entre ellos a causa
de los celos. En ese momento, Joaquín entra en su sala de exám enes y anun
cia que independientemente de lo que B ehrens piense, va a term inar su tra
tam iento y regresará a su regimiento. Behrens se distrae, grita a Castorp y
cuando este dice que no saldrá sin el perm iso del doctor, con clu ye rápi
dam ente el exam en m édico y repentinam ente le dice que ya está “curado”
(5 7 9 ). En el proceso, contradice su propio diagnóstico anterior sobre el
origen de la fiebre de Hans, al que regresar cuando Hans transija sin nin
gún tipo de explicación o disculpa. Su exam en, com o dijimos, no es serio:
“B ehrens le cogió por el brazo, le golpeó y auscultó. No dictó nada. La cosa
fue rápida” (579). Es el resultado de un agudo caso de resentim iento y no
tiene com o resultado un diagnóstico explícito que diga que Hans está cu
rado. Por qué Plans decide quedarse a pesar de esta d eclaración formal es
otra cuestión.
21 Weigand, “Magic Mountain”, 63.
22 C. E. Williams, for ejem plo, en “Not an Inn, but a H ospital” (en Thomas
Mann’s “TheMagic Mountain”: Modern CriticalInterpretations de Harold
Bloom , ed. [New I-laven: Chelsea, 1986], 39), escribe que “b a jo las influen
cias de fuerzas externas una materia originalmente vil es purgada y trans
formada en algo de un orden más alto”. Esto, sin em bargo, m e parece una
lectura muy unívoca del progreso de Castorp en la m ontaña y una versión
muy simplista de la naturaleza del joven. Su materia no es “v il” en el sen
tido que entiende Williams -e s a es precisam ente una de las ideas de Mann:
Hans no vio “ninguna razón positiva para esforzarse-”; había estado en a
m orado de Pribislav Hippe y com o resultado de eso desarrolló las prim e
ras manchas en su piel, lo cual es una señal de que no pertenece a la llanura.
Además hay que recordar que estuvo expuesto a la m uerte a una edad tem
prana. Él es, a pesar de su normalidad, una persona inusual; pero la ironía
de Mann, la cual discutiremos en lo que sigue, no nos perm ite afirmar que
Hans es solamente inusual, lina presentación clásica de la idea de que Hans
logra una trascendencia de los opuestos que ninguno de los otros pacien
tes logra se puede encontrar en Jen s Rieckm an, “DerZauberberg”: Einegeis-
tige Autobiographie Thomas Manns (Stuttgart: Heinz, 1977). Ver tam bién
W alter W eiss, Thomas Manns Kunst der sprachlichen und tbematischen
Integration, Hefte zur Zeitschrift Wirkendes Wort 13 (D üsseldorf: Schwann,
1964), y Theodore Ziolkowski, Dimensión of the Modern Novel (Princeton:
Princeton University Press, 1969).
23 Sobre el episodio en su totalidad ver Ludwig Volker, “‘Experim ent’, A b e n -
teuer’, ‘Traum’ in Thom as Manns Rom án DerZauberberg: Struktur-Idee-Tra-
dition”, en Heinz Saueressig, ed., Besicbtigung des Zauberbergs (B iberach:
Wege und G estalten, 1974), 157-82. Reed, Thomas Mann, está de acuerdo
con las afirm aciones en bastardilla que Mann pon e en boca de Hans du
rante su sueño mientras está perdido en la torm enta de nieve, “el hom bre
no debe dejar qu e la m uerte reine sobre sus pensam ientos en nom bre de
la bondad y del am or”, com o el Ergebnissatz de la novela (Thom as Mann,
Fragment über das Religioso, en Gesammelte Werke, vol. II [Frankfurt: Fi-
scher, 1960]). R eed cree que Mann “tenía muy claro qu e Hans Castorp sufre
un desarrollo positivo cuya esencia se encuentra en el capítulo ‘S ch n ee’ y
que el sentido de este capítulo es el m ensaje de la novela, el sentido ex-
tralingüístico que el lector saca de su lectura” (254).
24 Ver Jurgen Scharfschw edt, ThomasMann und der deutsche Bildungsroman
(Stuttgart: Kohlham m er, 1967), 142 y ss.
25 jill Anne Kowalik, “Sym pathy with D eath: Hans C astorp’s Nietzschean Re-
sentm ent”, Germán Quarterly 58 (1985): 27-48. Kow alik ofrece una lectura
puramente negativa de Castorp, co m o un hom bre qu e no puede v en cer su
resentim iento. “El Zauberberg”, escrib e ella, “no cu en ta cóm o un jo v e n
típico llega a sintetizar dos fuerzas opuestas; en vez de esto docum enta
las co n secu en cias para aqu ellos qu e no pueden o n o quieren re co n o cer
sus señas de identidad [...] Castorp se va de la m ontaña mágica con su p ro
pio sentido de resentim iento más solidificado que cuando llegó [...] pero
no se va com o un h om bre que ha tenido un crecim iento espiritual o em o
cional” (28, 40). Adem ás de esto, Hans regresa al hum anism o superficial
de Settembrini una vez qu e los efecto s de su visión en la nieve se ex tin
guen, a pesar de su declaración de qu e ha sido liberado de sus “p ed ag o
g o s”, Settem brini no m enos que Naptha, el jesuita hedonista que batalla
con Settem brini p o r p o seer el alm a intelectual de H ans y quien tam bién
está, naturalm ente, asolado por la enferm edad. En p ocas palabras, nada de
gran im portancia le pasa en la m ontaña. Dada mí opinión de que la n o
vela se resiste a to d o acercam ien to in equ ívo co co m o este, a mí m e p a
rece qu e el artícu lo de K ow alik, au nq u e muy in teresan te, es en últim a
instancia no satisfactorio.
26 Sobre la am bivalencia narrativa ver Francis Bulhof, Transpersonalismus und
Synchronizitat: Wiederholung ais Strukturelement in lloomas Manns “Zau
berberg’3(G roningen: Drukkerij van Denderen, 1966).
27 Paul Fríedlander, Plato, 2a ed., vol. I (Princeton: Princeton University Press,
1969), 137, ha observado que la ironía de Mann se p arece m ucho a la iro
nía de Platón. El capítulo entero de Fríedlander so b re la ironía p latónica
es muy sugerente pero Friedlander no trata de encontrar d e un m odo sis
tem ático las conexiones a las que alude y finalm ente se satisface con algu
nas generalidades. Eso seguramente es lo que ha llevado a R. B. Rutherford
en TheArt ofPlato: TenEssays in Plutonio Interpretation (Cambridge, Mass.:
Harvard University Press, 1995), 77 n. 20, a describir la escritura de Fried
lander sobre la ironía de Platón com o “útil aunque un p o co m ística”.
La expresión viene del ensayo de Richard Rorty, “Philosophy as a Kind of
Writing” en Consequences of Pragmatism: Essays, 1972-1980 (M inneapo-
lis: University of M innesota Press, 1982).
ArthurC. Danto, “Philosophy as/and/of Literature”, en The Philosophical Di-
senfranchisement ofArt (New York: Columbia University Press, 1986), 154.
N. del T.: Para las traducciones de Platón al español uso la ed ición en seis
volúm enes de Credos (Madrid, 1992). Vol. I: Apología, Gritón, Eutifrón, Ión,
Lisis, Cármides, ITipias Menor; Hipias Mayor; Laques, Protágoras. Traduc
ció n de J. Calonge Ruiz, E. Lledó Iñigo, C. G arcía Gual. Vol. II: Gorgias,
Menéxeno, Eutidemo, Menón, Crátilo. Trad. de J. Calonge Ruiz, E. Acosta
M éndez, F, J. Olivieri, J. L. Calvo. Vol. III: Fedón, Banquete, Fedro. Trad.
de C. G arcía Gual, M. Martínez Hernández, E. Lledó Iñigo. Vol. IV: Repú
blica. Trad. ele Conrado Eggers Lan. Vol. V: Parménides, Teeteto, Sofista, Po
lítico. Trad. de María. Isabel Santa Cruz, Alvaro Vallejo Cam pos, Néstor Luis
Cordero. Vol. VI: Filebo, Timeo, Critias. Trad.: María Á ngeles Duran, Fran-
ciso Lisi.
Considero las primeras obras ele Platón las siguientes obras listadas en orden
alfabético: Apología, Cármides, Gritón, Eutifrón, Hipias Menor, Ion., Laques,
Protágoras. Un p o co posteriores, pero conectadas a ellas en cuanto que
intentan encontrar solución a los problem as planteados en estos primeros
diálogos pero qu e tam bién ofrecen intensos problem as todavía pendien
tes de respuesta, son las siguientes: Gorgias, Hipias Mayor, Lisis, Menéxeno,
Menón. Entre las obras intermedias de Platón yo cuento las siguientes, en
su probable orden cronológico: Banquete, Fedón, República, Eutidemos,
Crátilo, Parménides, Fedro, Teeteto. Las últimas obras de Platón incluyen,
de nuevo en probable orden cronológico, Timeo, Critias, Sofista, Político,
Filebo, Leyes.
Mi lista sigue ele cerca la de Leonard Brandw ood, A Word Index to Plato
(Leeds: W. S. Maney and Son, 1976), xvii, y no es muy diferente a la lista
ofrecida por Gregory Vlastos, Sócrates: Ironist and Moral Philosopher (Cam
bridge: Cambridge University Press, 1991), 46-47. Pero a diferencia ele Vlas
tos, que cuenta el Gorgias com o un diálogo central del prim er grupo, yo
pongo el Gorgias, al igual que Brandw ood, entre los diálogos del segundo
grupo (a veces llamado “de transición”). Es importante para Vlastos contar
el Gorgias com o un diálogo del primer grupo para poder interpretar las doc-
trinas de la obra co m o forma de expresión de las ideas del Sócrates histó
rico, cuya reconstru cción es parte del propósito del libro. Pero su princi
pal razón para esta clasificació n es qu e el Gorgias despliega el m éto d o
elénctico de Sócrates “co n gran elegancia” com o ninguna otra obra en el se
gundo grupo. Sin em bargo, esta afirm ación no es cierta. El elencbos, el
m étodo tradicional de Sócrates de h acer preguntas y pedir respuestas, es
usado principalm ente en el Menón co m o tam bién en el primer libro de la
República (por lo que Vlastos, de m anera poco convincente, cree qu e fue
com puesto por separado respecto al resto de la obra y junto con otros de
los primeros diálogos).
Una cronología radicalm ente diferente de los diálogos socráticos de Pla
tón la ofrece Charles Ii. Kahn, Plato and the Socratic Dialogue: The Philo-
sophical Use of a Literary Form (Cam bridge: Cam bridge University Press,
1996). Las principales sinopsis de sus ideas se encuentran en una serie de
artículos que em piezan a aparecer a partir de 1981, Ver particularmente “Pla-
to’s Charmides and the Proleptic Reading o f Socratic D ialogues”, Journal of
the History of Philosophy 85 (1988): 541-49. Ver tam bién Holger T h esleff,
“Studies in P laton ic C hron ology”, Commentationes humanarum littera-
rum 70 (Helsinki: Societas Scientiarium Fennica, 1982), ahora com p lem en
tada por su “Platonic C hronology”, Phronesis 34 (1989): 1-26.
32 El arconte rey (pacnXev<¿) estaba encargado de las funciones religiosas para
el estado ateniense y por lo tanto tam bién de los procesam ientos religiosos.
Ya que la acu sación en contra de Sócrates involucraba su falta de creencia
en los dioses de la ciudad y el h aber introducido nuevas deidades (Cf. Ap.
24b8-CI y Jen o fo n te Ap. Soc. 10), sus cargos eran de impiedad (áaepeia) y
por consiguiente estaba sujeto a la jurisdicción del arconte rey. Lo m ism o
sucedía con el caso de Eutifrón, ya qu e el asesinato se creía que traía una
contam inación religiosa, (juíacjia) qu e afectaba a familias y a com unidades
enteras. Ver tam bién Richard J. Klonoski, “The Portico o f the Archon Basi-
leus: On the Significance o f the Setting o f Plato’s Eutryphrd\ ClassicalJour
nal 81 (1986): 130-37.
33 Platón, Eu. 4a-b. Ver Jo h n Burnet, ed,, Plato’s “Euthyphnj\ “Apology of Só
crates”a?id “Grito” (Oxford: Clarendon Press, 1924), 21.
34 Jam es A. Arieti, Interpreting Plato: The Dialogues as Drama (Savage, Md.:
Rowman and Littlefield, 1991), 143-144, 148. Aunque Arieti tiene razón al
enfatizar la im portancia del “au to en g añ o ” de Eutifrón para, el diálogo en
su totalidad, subestim a la importancia, intrínseca de la discusión dialéctica.
35 R. E. Alien, Plato’s “Euthyphro” and the Earlier Theory ofForms (London:
Routledge and Kegan Paul, 1970), 5.
36 Las “introducciones” a diálogos com o el Laques, el Cármides, el Protágoras,
el Lisis y el Ripias Mayor ocupan entre una quinta parte y la mitad de estas
obras. Incluso llamarlas introducciones es tomar una decisión controvertida
con respecto al propósito principal de cada diálogo (cf. la descripción de
G eorge Grote del “propósito platónico” del Eutifrón: “la bú squed a de la
idea general de la santidad” [Plato and the Other Companions of Sokrates,
vol. I (London: Russell, 1865), 3171) y por lo tanto adoptar un acercam iento
disputable a la interpretación, de las obras aun antes de que uno com ience
a leerlas.
37 Una breve lista de tales obras tendría que incluir las siguientes: Arieti, ln~
terpreting Plato; Charles L. Griswold Jr., ed., Platonic Writings/Platonic Rea-
dings (New York: Routledge, 1988), un interesante volumen que confronta
aquellos que consideran esencial la forma del diálogo para la escritura pla
tónica con aquellos que prefieren ignorarla, aunque el libro en última ins
tancia no consigue entablar un diálogo entre los dos grupos de autores;
Jam es C. Klagge y Nicholas D. Smith, eds., Method ofInterpreting Plato and
His Dialogues (Oxford Studies in Ancient Pbilosophy 10 [1992]: Supplement),
reseñado m eticulosam ente por Stephen G. Salkever en Bryn Mawr Classi-
cal Review (edición electrónica, 1992); Gerald A. Press, ed., Plato’s Dialo
gues: New Studies and Interpretations (Lanham, Md.: Rowman and Littlefield,
1993), que se concentra de un m odo casi exclusivo en los argum entos de
Platón; David Roochnik, The Tragedy ofReason: Toward a Platonic Con-
ception of the Logos (New York: Routledge, 1990), que no se en fo ca princi
palm ente en la form a del diálogo pero ocasionalm ente h a ce algunas
afirm aciones extravagantes sobre este género; Kenneth Seeski, Dialogue
and Discovery: A Study in Socratic Method (Albany: State University of New
York Press, 1987), una discusión equilibrada de varios tem as sobre el m é
todo y la sustancia; y C. Jan Swearingen, “Dialogue and D ialectic: The Logia
o f Conversation and the Interpretaron o f logia”, en Tullio M aranhao, ed.,
The Interpretación ofDialogue (Chicago-, University of Chicago Press, 1990).
38 Los fragmentos existentes de los primeros socráticos, con la ex cep ció n de
aquellos de Esquines, pueden ser encontrados en Cario G iannantoni, So-
cratis et Socraticorum relinquiae (Roma: Bibliopolis, 1990). Para Esquines,
ver Heinrich Dittmar, Aischines von Sphettos: Studien zur Literaturgeschichte
der Sokratiker (Berlin: Weidmann, 1912). Ver tam bién A. E. Taylor, “Aes-
chines o f Sphettos”, en Philosophical Studies (London: M acm illan, 1934).
39 D iógenes Laercio, Vidas defilósofos ilustres, 2.14.3, escribe qu e Simón, un
zapatero a cuya zapatería iba Sócrates, “fue el primero en co m p on er diá
logos socráticos”.
40 Rosen, “Piety and Justice: Plato’s Euthyphro”, Pbilosophy 43 (1 9 6 8 ): 109.
41 Leo Strauss, The City and Man (Chicago: University o f C hicago Press, 1964),
cap. 2. Ver tam bién el artículo de Alian B loom “Interpretative Essay” en su
traducción de la República (New York: Basic B ooks, 1968) para una exp li
cación más detallada d e la lectura de la obra de Strauss.
42 Entre los m uchos libros qu e siguen este tipo de aproxim ación m erecen la
pena ser m encionados el de Ja c o b K ein Plato’s Trilogy: “Theaetetus”, the
“Sophis”and the “Statesman”(Chicago: University o f Chicago Press, 1977)
y ei de Ronna L. Burger Plato’s “Phaedrus”: A Defense of a Philosophie Art
ofWriting (Birm ingham : University o f Alabama Press, 1980): el m ism o tí
tulo de Burger, en vista del ataque platónico sobre la escritura en el Pedro,
ejem plifica el tipo de acercam iento del que hablo aquí.
El acercam iento de Strauss a Platón d epend e de otro principio: ya que Pla
tón escribió diálogos d onde no aparecía com o personaje, él “ocultaba sus
opiniones” (City and Man, 59) y en to n ces la distancia qu e crea entre él y
las ideas expresad as en sus obras prod uce una ironía que está ab solu ta
m ente presente en todas partes. Este acercam iento ha sido defendido re
cientem ente, entre otros, por Stanley R osen, Plato’s “Symposium” ( N ew
Haven: Yale University Press, 1968), xxv: “la ironía platónica quiere d ecir
que todas las afirm aciones en un diálogo d eben ser entendidas en térm inos
de su contexto d ram ático”. A esto se d ebe objetar qu e la pregunta so b re
cuándo el co n texto no es en sí el producto de un autor irónico no es de
ninguna manera más fácil de responder qu e aquella sobre el significado del
enunciado en cuestión. D e la misma m anera, Charles L. Griswold Jr. cree
que “la distancia de Platón hacia sus personajes provee la base para la iro
nía platónica” (Self-Knowledge in Plato’s *Phaedrus” [New Haven: Yale Uni
versity Press, 1986], 12). A mí m e p arece demasiado extrem a esa posición,
tanto com o un recu ento de la ironía y com o un principio para la interpre
tación de Platón, parcialm ente por las mismas razones que Christopher Row e
da en “Platonic Irony”, Nova Tellus 5 (1987): 83-101. El artículo de Row e,
que contiene m uchas afirm aciones interesantes, asum e la ironía platónica
com o un tipo de ironía qu e "sirve para desinflar las pretensiones del autor
m ism o” (89) -u n tipo de ironía qu e recuerda la descripción de la ironía ele
Mann dada por Herm ann W eigand - Pero Rowe, a pesar de su idea de qu e
ese tipo de ironía se aplica a los diálogos platónicos en su totalidad (9 5 ),
mayormente limita su atención a los pasajes en el Pedro donde Platón, según
su interpretación, com bina elem entos serios y lúdicos. Entonces, por ejem
plo, entiende que la referencia al daimonion de Sócrates (242b9-d2) y a sus
pies descalzos (229a3-4), y el poem a cóm ico sobre Bros (252b8-9) y el e lo
gio de los poetas (2 4 5 a l-8) en el gran discurso de Sócrates, constituyen un
ejem plo de este tipo de com binación: “Con la introducción de elem entos
verdaderos de la paidia, Platón redu ce el alcance de sus palabras: a p esar
de las apariencias, no se supone que lo sigamos totalm ente en sus viajes de
la im aginación com o luego oímos por b o ca de Sócrates” (9 8 ). La dificultad
aquí, sin em bargo, es que tal com binación de seriedad y ju eg o no ayuda de
ninguna manera a Platón a lograr lo que aparentem ente qu iere hacer con
ello: principalm ente distinguir el discurso escrito del hablado, tales com bi
naciones ocurren con perfecta naturalidad en am bos m edios.
Los com entaristas del diálogo no están de acuerdo sobre la cu estión de si
se alcanza a definir o no el concepto de piedad en el desarrollo del mismo.
G rote explícitam ente niega que la piedad sea definida tanto en el Eutifrón
o en cualquier otro texto platónico ( Plato and the Other Companions of
Sokrates, I: 322). J. Adam, ed., Platonis “Euthyphnf (Cambridge: Cambridge
U niversity Press, 1890), xii, argum enta qu e el diálogo sí logra definir la
piedad com o “el servicio apropiado a los dioses”. Más recientem ente, W, G,
Rabino witz ha realizado una lectura com pleja y esotérica del diálogo, pro
curando demostrar que la piedad es finalm ente definida com o una ayuda
a los dioses para que contem plen las form as platónicas ( “P laton ic Piety:
An Essay towards the Solution o f an Enigm a,” Phronesis 3 [1958]: 108-20).
Alien, sin em bargo, afirma con rotundidad que “el Eutifrón term ina en el
fracaso: no se nos da ni tam poco se nos insinúa ninguna definición de la
piedad. No hay 'm áscara’ que al ser retirada nos revele el verdadero signi
ficado del diálogo” (Plato’s “Euthyphro”and tbe Earlier 7'heory ofForms, 6).
44 Ver Crátilo, 396cl4-8, donde Sócrates afirma que la disquisición entusiasta
de Eutifrón sobre la etimología lo ha inspirado. En 399al, se le atribuye el
m ismo efecto, y otras referencias a su pasión por la etim ología pueden ser
encontradas en 400al, 407cl6-8, 409dI-2 y 428c7. Esta inform ación sirve poco
para la interpretación del Eutifrón, desconectada com o lo está con las pre
ocupaciones de Eutifrón en ese diálogo, aunque vagamente sugiere que Eu
tifrón puede haber sido una figura histórica genuina.
45 Este es el p roceso seguido, por ejem plo, en Gritón, Laques, Protágoras y
el Hipias Menor. Aun en los diálogos co m o el Gorgias, donde Sócrates pa
rece tom ar la iniciativa, Platón usualm ente le ofrece una bu en a razón para
hacerlo: el Gorgias com ienza con Calicles diciéndole a Sócrates que, aun
que faltó a una sesión pública donde Gorgias respondió todas las pregun
tas, sobre todos los temas que se le preguntaron, Sócrates pu ed e tener la
oportunidad ele reunirse con Gorgias y preguntarle lo que quiera, en pri
vado. La imagen de Sócrates vagando por el ágora y hablando con gente
casi al azar, aunque tiene un fundamento (debatible) en la Apología (29d-
30c, 31b), es m ucho m enos prominente en los diálogos platónicos ele lo que
creem os. Parte elel d ebate se puede encon trar en mí artículo “W hat Did
Sócrates Teach and to W hom Dicl He Teach It?”, Review ofMetapbysics 46
(1992): 279-306.
46 Tá<;évT(pA\)KEup 8 ia /tpipa<;,) 2a 1-2; cf. Eutidemo, 2 7 1 a l Banquete, 223d8 Z&ís;
203a 1 Fedro y Esquilo eKa0r||U£0a ¡uev ém xcov Oockxov év Auicsup, ou oí á0Xo0ém i
xóv áycpva ÓumOéaaiv. Sócrates realm ente parece h aber pasado más tiem po
en el Lyceum qu e en el agora, a pesar de su testim onio de Apología. 17c8.
47 Sobre el 6ai¡u'oviov de Sócrates, ver Apología. 31c7-d 6, 40a2-b6; Eutidemo.
272e3-4; 49óc3-5; Teeteto. 151a2-5; Fedro. 242b9-c3, así com o tam bién Al-
cibíades. I 103a4-bl y Teages 129eI-9. Ver tam bién Jen o fo n te, Memorabüia
1 .1 .2 ; 4.8.1, 5, donde a daijj'oviov se le da a veces un sentido positivo y otras
negativo; Ap. Soc. 4-13. P odem os encontrar d iscu sio n es más tardías del
Sat/joviov, que van m ás allá de la escasa evidencia aportada por Platón y
Jenofonte, en Plutarco, De genio Socratis, y Apuleyo, De deo Socratis.
® Ver Burnet, ed., Plato’s ‘Euthyphro”, “Apology of Sócrates ” and “Crito " 5,
y Klonoski, “T h e Portico o f the A rchon Basileus”, 133-134.
49 Maurice Croiset, ed ., Platón: Oeuvres completes, vol. 1 (Paris: Les B e lle s
Lettres, 1920), 179, y W illiam D. Furley, “The Figure o f Euthyphro in Pla
to’s D ialogue”, Pbronesis 30 (1985): 201-8.
50 ¿Qué pasa con la p red icción de Eutifrón de que Sócrates ganaría su caso?
Arieti, Jnterpreting Plato, 144, escribe que Eutifrón “se presenta co m o un
hom bre infinitam ente seguro de sus facultades. Un m om ento más tarde Eu
tifrón predice qu e el caso de Sócrates saldrá bien (3 e) y nos damos cuenta
por la ironía dram ática d e qué tan bu en profeta él e s ”. D esde el punto de
vista de Eutifrón, para quien el éxito significa la absolución, el argum ento
de Arieti es bu eno. ¿Pero es tan evidente que el caso de Sócrates, desde el
punto de vista de Sócrates, no sale bien? Durante su juicio, Sócrates se niega
a involucrarse en cualquier acción injusta, y, por su idea de que ninguna
persona injusta pu ede causar daño a una justa, sale de su juicio declarado
culpable pero ileso. En un giro más irónico, enton ces, ¡Eutifrón pudo h ab er
tenido razón!
La afirmación de Eutifrón, “écxvTtep aKoScaaí-jé {i o u Aáyovxoc;”, sugiere que está
acostumbrado a no ser tom ado en serio.
52 Ma0r)xpr)^: 5a4, a8, b5; (iáGco: 15c'12; páOcóv: 15e6; |ae|aa0r)KD/i:a<;-: 12e4; A iS a o
ketv: 6d2, dlO, e3, 7a4, 9a 1, c3, d8, 11 e3, 1 2 el, I 4 c l; 8i§áoKaÁo<;: 5b2. Zocpía,
ao(p6<;,ao(p<í)Tepoc;: 5b 1, 9 a 2, b3, 12a5 (dos veces), 14d 4, l6 a l . Cf. eí5évai:
15d4, e l.
53 La definición original está en 6eI0-7aI, mejorada un p o co en 9eI-3.
54 Friedlander, Plato, I: 142.
55 Gregory Vlastos, “T h e Paradox o f Sócrates”, en The Pbilosophy ofSócrates:
A Collection of Critical Essays (Garden City, N.Y.: Doubleday, .1971), 6.
56 Laszlo Versenyi, Socratic Humanism (New Haven-. Yale University Press,
1963), 38.
57 Seeskin, Dialogue and Discovery, 78.
58 Roslyn W eiss, “Euthyphro’s Failúr Journal of the History of Philosophy
24 (19 8 6 ): 437.
59 Es solam ente en I4e8, cerca del final del diálogo, cuando Eutifrón demuestra
su prim era señal de impaciencia.
60 Este es el punto de vista de Versenyi, Socratic Humanism, 38.
61 Sobre actitudes com unes hacia1Hesíodo, ver Isócrates, Bousiris, 38, 40; Eu
rípides, Hércules Furioso, 1346.
62 Versenyi, Socratic Humanism, 38.
63 Arieti, Interpreting Plato, 143.
64 D e hecho, hay algunos que disienten de esta idea. D iógenes Laercio (2.5.29)
afirma que: ¡Eutifrón en verdad suspendió su caso en contra de su padre
co m o resultado de una conversación con Sócrates! Ha encontrado un dis
cípulo m oderno en R. E. Alien: “Sí Eutifrón hubiera seguido co n su caso,
lo qu e hizo otro día; no habría esperado hasta que viera al Rey. Sus accio
nes, aunque no sus palabras, indican que ha em pezado a darse cuenta de
la lecció n que las preguntas de Sócrates pretendían enseñarle: qu e en rea
lidad ignora todo sobre el asunto en qu e se creía ex p erto " (Plato1 's
“Euthyphro” and the Earlier Theory ofForms, 64). Esta idea es dramática
m ente insostenible: no encaja con nada de lo que se nos d ice del perso
n aje de Eutifrón en el diálogo. Alien, en un tour de forcé de literalism o,
afirma qu e Eutifrón (a pesar de la afirm ación contraria de B urnet [Plato’s
"Euthyphro ”, “Apology of Sócrates”and “Crito”, 21) no pudo h ab er visto el
Archon Basileus antes de que su conversación co n Sócrates com enzara
(“si eso fuera verdad, la introducción al diálogo lo hubiese sugerido, y no
lo h a c e ” [Alien, Plato’s “Euthyphro” and. the Earlier Theory ofForms, 64
n. I]) y entonces su salida repentina de la escena demuestra qu e ha em pe
zado a teñer dudas sobre sus acciones. No h ace falta repetir qu e está claro
que el diálogo simplemente no nos da suficiente inform ación para decidir
sobre el tema de la entrevista de Eutifrón con el rey Archon. Este tema no
es, de hecho, parte de la preocupación del diálogo.
65 Lionel Trilling, Sincerity and Authenticity (Cambridge, Mass.: Harvard Uni
versity Press, 1971), 16.
66 M ichael Erede, “Plato’s Arguments and the D ialogue Form ”, en Ja m es C.
Klagge y Nicholas D, Smith, eds,, Methods oflnterpreting Plato andPlisDia
logues, Oxford Studies in Ancient Philosophy 10 (1992): Suplem ento, 215.
67 Ibid., 216.
68 Esa es, si lo entiendo bien, la idea de Griswold en Selj-Knowledge in Pla
to’s ‘Phaedrus". Griswold presenta una versión sofisticada del acercam iento
straussiano a la lectura de los diálogos, y explícitam ente niega que ia iro
nía, junto con otras técnicas literarias y dramáticas, sea “una estrategia para
crear una ‘doctrina esotérica' inaccesible o ‘una enseñanza secreta’”. Pero
su noción de ia ironía platónica es más amplia que la mía, La ironía plató
nica, para Griswold, “d epend e de la diferencia entre el hech o de que el diá
logo está escrito y de que lo que está escrito d ebe ser un diálogo hablado
y por lo tanto no escrito” y requiere una distinción “entre el significado apa
rente de un pasaje en particular y el significado co m o parte de una totali
dad” (13). La ironía platónica consiste de un m odo general en el h ech o de
que Platón no aparece dentro de sus obras, y no, co m o he argumentado,
en que ponga a su audiencia en la misma posición donde pone a los per
sonajes a los que él qu iere que desprecien. El acercam iento “dialógico” que
propone Griswold “insiste en que los diferentes niveles de palabras y obras
sean integrados a su in terp retación ” (13-14). Mi op in ió n es que au n q u e
los diálogos d ep en d en tanto de la acció n com o de los argumentos, no hay
ninguna razón a prior-i para asumir qu e cada acción es esencial para la in
terpretación del diálogo (co m o tam poco hay razón para creer que absolu
tamente todo lo que se dice en un diálogo es esencial para entenderlo). Q ue
las acciones sean tan im portantes co m o los diálogos depende de si p u e
den ser interpretadas co m o relevantes para el total de la obra, y eso sólo
puede ser decidido caso por caso.
Ver, por ejem plo, Protágoras 351b-359a, M. 77b-78b, Mucha literatura ha
surgido acerca de este tema. Una buena bibliografía selectiva se puede en
contrar en Richard Kraut, ed., Tbe Cambridge Companion to Plato (N ew
York: Cambridge University Press, 1992).
70 Tal iclea es atribuida a N ietzsche p o r Randall H avas, Nietzsche’s Genea
logy: Nibilism and tbe Will to Knowledge (Ithaca: Cornell University Press,
1995), cap. I.
2. L a iro n ía s o c r á t ic a . C a rá c t er e in t er lo c u t o r e s
ese juego: hasta le gusta. Pero no hay ninguna evidencia de que se lo tom e
en serio o que haya tenido algún efecto beneficioso, a largo plazo, en él.
72 D ebe notarse qu e una vez que el esquem a ed u cacio n al y político d e la
República se ha desplegado, el reconocim iento de lo bueno y el h ech o de
ser bueno se distinguen claram ente. A la gente en la ciudad se les en señ a
a creer que los filósofos son los m ejores entre ellos a pesar de que ello s
mismos caen m u ch o m ás bajo qu e los filósofos co n respecto a la dcTieTT)
(arete).
73 También debem os argumentar, por supuesto, que ya que Sócrates es la crea
ción literaria de Platón, la ironía que muestra hacia los lectores de Platón
es en última instancia la ironía de Platón tam bién. ¿Qué sería esa ironía?
No creo que Platón esté afirm ando im plícitam ente saber por qué Sócrates
hacía lo que hacía. En vez de esto, se presenta co m o un autor que im plí
citam ente niega tener control total de su material y crea un personaje que
es “más fuerte” que él. Ese es un punto de con exión entre la ironía plató
nica y la rom ántica, que niega la om nipotencia que tradicionalm ente les
había sido dada a sus autores sobre su material.
74 Laques 190c6; cf. Jen ofon te, Mem. 4.6.1.
75 Para la ép oca en la que escribió la República, Platón ya había expu esto un
núm ero de reservas acerca de los m étodos de Sócrates. Por ejem p lo, cri
tica que se permita a la gente joven -g e n te de la misma edad que aquellos
de los que Sócrates se ro d eab a- practicar el elencbos y la dialéctica en ge
neral. Prefiere esperar hasta que envejezcan un p o co y puedan lidiar más
constructivam ente co n la debilitación de los valores existen tes en lo que
el elencbos sobresale (539bl~540c4). En el Sofista (231b3-8), describe el elen
cbos co m o un tipo de sofística, aunque un tipo b u en o, una sofística de
“linaje noble” según la traducción de Cornford de la expresión^ Xeveiyevvaía
ao(piaTiKT) ( Plato’s Theory ofKnowledge [Indianapolis: Bobbs-M errill, 1957],
181). William Cobb, ed., Plato’s “Sophist” (Savage, Md.: Row m an and Lit-
tlefield, 1990), la traduce com o “el arte de la sofística nacido de cuna n o ble”
(aunque ni Burnet, en su Platonics opera [Oxford: Clarendon Press, 1990],
ni Lewis Campbell, The “Sophistes”and “Politicus" ofPlato 1.1867; repr., New
York: Arno Press, 1973], ni la nueva versión de la O xford Platonis opera,
ed. de E. A. Duke, W. F. Hicken, W. S. M. Nicoll et al. [Oxford: Clarendon
Press, 1995], indican que hay algún problem a textual aquí). Alguna discu
sión sobre este tema se puede encontrar en Richard S. Biuck, Plato’s “So-
phist”: A Commentary (.Manchester: Manchester University Press, 1975), 40-52;
Blu ck prefiere su propia “sofística de familia n o b le” a la de Cornford, “li
naje n o b le”, basado en que la suya indica “que este procedim iento, a dife
ren cia ele otros asp ectos o tipos de sofística, está rela cio n a d o (co m o
im itación) al arte n oble de la verdadera filosofía” (46). Yo en cuen tro esta
sugerencia poco convincente, y tengo mis dudas acerca de las traducciones
de la frase dadas arriba, ¿Por qu é d ebe ser de ascen d en cia n o b le el m é
tod o dialéctico de Sócrates, presupuesto sobre el que se sustentan todas
estas versiones? D em etres G lenos, en su traducción y com entario del diá
logo (.Platona Sophistis, ed. de G iannes Kordatos [1940; repr., G reek-Euro-
pean Youth Movement, 1971], 224 n. 35), acepta el mismo tipo de traducción
e intenta justificarla al afirmar que está prevista para qu e nos recuerde que
“la sofística” no tenía un sentido negativo originalm ente, y qu e Platón está
tratando de reclam ar ese sentido original para Sócrates aquí. Pero este ar
gum ento tam poco es persuasivo. La solución, creo, se encuentra en acep
tar que Y8vo<; significa no ascendencia sino progenie. Por ende, el elencbos
es una sofística conprogenie noble en el sentido de que al despojar la mente
del estudiante de todas las nociones preconcebidas, al igual que de la ig
norancia de la propia ignorancia, prepara el terreno para la dialéctica tal
com o Platón ahora la co n cibe: una form a de producir el bien vivir.
76 Los estudios están de acuerdo co n qu e Platón llegó a ver que la m etafísica
y la epistem ología que apoya la estructura política de la República p resen
taban problem as serios, algunos de los cuales señ aló en el Parménides.
En sus últimos diálogos, parece h aber hecho un nuevo intento para revi
sar esos aspectos de sus ideas interm edias que presentaban dificultades. Pa
ralelo con esos cam bios A. A. Long ha argumentado que el Teeteto, una de
las últimas obras de Platón, constituye una nueva apología de Sócrates y
de su m anera de h acer filosofía; ver su “Plato’s A pologies and Só crates”,
e n jy l Gentzler, ed ., Metbod in Ancient Philosophy (O xford: O xford Uni-
versity Press, 1997).
77 Amélie O ksenberg Rorty, “A IJterary PostScript: Characters, Persons, Selves,
Individuáis", en The Identities of Persons (B erkeley: University o f C alifor
nia Press, 1976), 306.
78 Una discusión m agistral cié las diferentes representaciones antiguas a las
que Sócrates dio vida, en diferentes autores filosóficos y literarios, es dada
por O lo f G igon, Sokrat.es: Sein Bild in Dichtung und Geschichte, 2.a ed.
(Bern: A. Francke, 1970). El trabajo de G igon es indispensable para un e s
tudio com pleto del problem a socrático com o ha sido con cebido tradicio
nalm ente. Su co n clu sió n es qu e el Sócrates histórico se ha perdido para
siempre.
79 E. Ii. Gombrich, Meditations on a Hobby-Horse (London: Phaidon, 1963), 10.
80 Friedrich Schlegel, “O n Incom prehensibility”, en Friedrich SchlegeVs “Lu~
ánde”and the Fragmente, trad. de Peter Firchow (M inneapolis: University
o f M innesota Press, 1971), 259. El original está en Schlegel, “Über Unver-
stándlichkeit”, en Kritische Scbriften (München: Cari Hanser, 1938), 340-52.
81 Friedrich Schlegel, Lyceum Fragmente, no. 108, en Friedrich SchlegeVs “Lu-
ánde”and the Fragments, 156; Kritische Scbriften, 19.
82 Friedrich Schlegel, “Ü ber W ilhelm M eister”, en Kritische Scbriften, 262-82.
83 Friedrich Schlegel, en Kritische Friedrich-Schlegel-Ausgabe, ed, de Ernst B eh-
ler et al., vol. 18 (M ünchen y Padenborn: Schoningh, 1987), 85.
84 Por supuesto, no quiero negar que un Sócrates histórico existió, pero sí creo
que sabem os acerca de él m ucho m enos de lo que creem os. Ver A lexan-
der Nehamas, “V oices o f Silence: O n Gregory V lastos’s Sócrates”, Arion,
3d ser., 2 (1992): 156-86.
85 Una selecció n m uy interesante de tales escritos, ju n to co n una so rp ren
dentem ente extensa bibliografía, puede ser encontrada en Mario Montuori,
De Socrate iuste damnato: Ihe Rise of the Socratic Problem in the Eighteenth
Century (Amsterdam: J. C. G ieben, 1981). El problem a socrático tiene una
historia inmensamente larga y com pleja, y es otro tema más que no trataré
de abordar aquí. He expresado algunas de mis ideas acerca de esto en “Voi-
ces o f Silence”. Una buena discusión se puede encontrar en V. de Maga-
Ihaes-Vilhena, Le Probléme de Socrate: Le Socrate historique et le Socrate de
Platón (París: Presses Universitaires de France, 1952), y otro resum en más
corto hecho por P. J. FitzPatrick, “The Legacy o f Sócrates”, en G ow er and
Stokes, Socratic Questionsy 153-208. Una bibliografía anotada ha sido com
pilada por Luis E. Navia y Ellen L. Katz, Sócrates: An Annotated Bibliography
(New York: Garland Publishing, 1988). Una excelente com pilación de fuen
tes ha sido hecha por Joh n Ferguson, Sócrates: A Source Book (London: Mac-
millan, 1970). La última contribución al debate es la de Vlastos, Sócrates:
Ironist and Moral Philosopher. Su idea de que el Sócrates histórico puede
ser reconstruido a través de los diferentes puntos en que Platón, Jen ofon te
y Aristóteles están de acuerdo (Vlastos no toma en cuenta las Nubes de Aris
tófanes) lo anticipa J. Brucker, quien en su Historia, critica philosophiae
(Leipzig, 17Ó7) afirma que sólo los tem as donde Platón y Jen o fo n te están
de acuerdo constituyen una buena evidencia para las ideas del Sócrates his
tórico. Ver FitzPatrick, “Legacy of Sócrates”, 175-76. Sobre el juicio de Só
crates, ver la discusión de W. R. Connor, “T h e O ther 399: Religión and the
Trial o f Sócrates”, Bulletin of the Institute ofClassical Studies 58 (1991): Su
plemento, 49-56. Connor argumenta convincentem ente que la idea de I. F.
Stone en The Trial of Sócrates (Boston: B eacon Press, 1988) de que Sócra
tes fue juzgado y cond enad o a m uerte por razones puram ente políticas,
com o un enem igo de la dem ocracia, necesita tener en cu en ta co m o otro
factor posible la religión, debido a la importancia que esta adquirió en un
núm ero de juicios del mismo periodo. La evidencia de C onnor de que la
actitud de Sócrates hacia el sacrificio era inusual es contundente y agrega
una nueva dimensión a este difícil tema.
86 yer Priedrich Schleiermacher, “Über den Wert des Sokrates ais Philosophen,”
en Sdmtliche Werke, vol. 2 (Berlín, 1838), 287-300, esp. 297. El ensayo ori
ginal fue publicado en 1818.
87 En este contexto, no debem os subestimar la creciente im portancia de la crí
tica del Nuevo Testam ento, que buscaba separar los hech os alrededor del
Jesú s histórico de las versiones que sus discípulos daban de su vida.
88 Mario Montuori, Sócrates, Pbysiology of a Mitb, London Studies o f Classical
Philology 6 (Amsterdam: J. C. G ieben, 1981), 32.
89 Ver capítulo 4, p. 109 del libro de Montuori.
90 Hegel, Lectures on the History of Philosophy, trad. de Haldane, 1:414; Vor-
lesungen über die Geschichte der Philosophie, V. 312 (ver tam bién 3:1049-
54).
91 Ver la crítica de H egel Schlegel en las Lectures on tbe History ofPhilosophy,
1:400-402. El original esta en su Vorlesungen über die Geschicbte der Phi-
losophíe, 1:302-4. Pero ver tam bién D añe, Critical Mythology of Lrony, 83:
“Hegel, uno de los críticos más vehem entes de la n o ción de ironía de Frie-
drich Schlegel, se volvió, un p o co paradójicam ente, una de las figuras m ás
influyentes en el desarrollo de varias teorías de la ironía rom ántica”. Pai*a
su visión, m u cho m ás positiva, de la ironía de Solger, ver D añe, ca p í
tulo ó.
92 para un resum en de Sócrates en el siglo xvin, y para una corrección de m u
chas de las sim plificaciones ofrecidas aquí, ver B ren n o Bohm , Sokrates irn
achtzehnten Jahrhundert (Leipzig: Q uelle und Meyer, 1929). Es indiscuti
ble, sin em bargo, que la biografía más influyente de Sócrates en el siglo x v tii
es la escrita por Frangois Charpentier, La Vie de Socrate, originalm ente pu
blicada en París en 1650 (reim presa en 1657, 1666, 1668, 1669) y eventual
mente agregada a la traducción de Charpentier de la Memorabilici: Les Coses
memorables de Xenophon (Amsterdam, 1699). Aunque Charpentier utiliza a
Platón y D iógenes Laercio com o tam bién a Cicerón, Séneca, Plutarco y Apu-
leyo, su apoyo en Je n o fo n te es m ucho más extenso. Sin duda, la biografía
de Charpentier fue escrita en el siglo xvn, pero tuvo una larga vida, parti
cularmente después de su traducción al alemán h ech a por Christian T h o-
masium com o Das ebenbild eines wabren und ohnpedantischenphilosophi;
oder, Das leben Socratis; aus dem frantzósischendes der berrn Charpentier
ins teutsche übersetzt von Christian Thornas (Halle, 1693).
93 Esta evalu ación negativa del Só crates de Je n o fo n te ha sido cu estion ad a
por varios ensayos en Van der Waerdt, ecl., SocraticMovement. Ver tam bién
Donald Morrison, “X e n o p h o n ’s Sócrates on the Ju st and the Lawíul”, An-
cient Pbilosopby 15 (1 9 9 3 ): 329-48. A pesar del interés que tienen varias
de las escrituras de Jen o fo n te, su retrato de Sócrates todavía me parece co n
siderablem ente m enos atractivo que el de Platón.
94 Jen ofon te, Mem. 1.1.4, 4.8.1; Ap. Soc. 13.
95 Ver Eduard Zeller, Die Philosophie der Griechen, 4 .a ed., vol. 2, pt. 1 (Leip
zig: Fues, 1889), 91-100. Una traducción al inglés de la parte relevante puede
ser encontrada en Eduard Zeller, Sócrates and tbe Socratic Scbools, trad.
de Oswald J. R eichel (N ew York: Russell and Russell, 1962), 82-86. A un
que adhiriéndose al can o n de Schleierm acher, Z eller m inimizó la im por
tancia de Je n o fo n te . Ya en 1901, Karl Jo e l, en su Der echte und der
xenopbontischeSokrat.es, 2 vols. (Berlín: R. Gaentner, 1893-1901), podía des
cartar todo el testim onio de Jen o fo n te, y su idea, aunque atacada p o r H.
W eissenborn en su d isertación de Je n a de 1910, De Xenopbontis in com-
mentariis scribendis fide histórica (Jena: G. N evenhahni, 1910), ha so b re
vivido (ver referencia arriba en la n. 92). Ahora nosotros nos estarnos en
frentando con una inversión bastante irónica. Un núm ero d e autores re
cientes que quieren articular una versión de Sócrates influenciados por el
tratamiento de Jen o fo n te, particularm ente en la fun ción d el daimonion>
están usando ios textos de Platón co m o el estándar co n el cu al se d ebe
juzgar su interpretación: tal1ha sido el éxito del Sócrates p latón ico com o
un reflejo que sustituye al original, Esa es, por ejem plo, la crítica de Gre-
g oiy Vlastos de Thom as C. B rickhou se y Nicholas D, Sm ith, Sócrates on
Triol, en su crítica del libro, Times Literary Supplement, 15-21 D ecem ber
1989, 1393 (pero ver tam bién la respuesta de B rickh ou se y Smith, Times
Literary Supplement, 5-11 January 1990, de Mark McPherran, “Sócrates and
the Duty to Philosophize”, SoutherJournal ofPhilosophy 24 (1986): 541-60.
96 Sobre la insistencia de Jen o fo n te en el h echo de haber estado presente en
las conversaciones de Sócrates ver Mem. 1.3.1, 1.3.8, 1 .6.14, 2.4.1, 2.5.1,
2.7.1, 4.3.2. Casi todas estas afirm aciones son bastante inverosím iles, com o
la declaración de Jen ofon te de que estuvo presente en la fiesta que describe
en su Symposium (1.1), ya que el evento debió de haber ocurrido alrede
dor de 422 o 421 a. C. (cf. Athenaeus, Deipnosophistai 5 .5 7 .2 l6 d ), y Je n o
fonte era un niño (si había nacid o) en esa ép oca, Tales an acronism os
abundan en las escrituras de Jen o fo n te sobre Sócrates, y han sido bien do
cum entados; ver, por ejem plo, Jo el, Derechte und der xenophontische So~
krates, 2:108-91. Paul Van der Waerdt ha demostrado cuán profundam ente
endeudada está la Apología de Sócrates de Jen ofon te con la Apología de Pla
tón (y cóm o Jenofonte manipula su material platónico para sus propios pro
pósitos) en “Socratic Justice and Self-Sufficiency: The Story o f the D elphic
O racle in X enop hon’s Apology ofSocratef, trabajo presentado en la Society
for Ancient Greek Philosophy, New York City, octubre de 1990.
97 El Sócrates de Jen o fo n te no es sólo un buen hom bre, sino que tam bién es
un hom bre inofensivo. Si, co m o afirm aré en el capítulo 4, lo ú nico que
poseyéram os ahora fueran las escrituras socráticas de Jen o fo n te, encontra
ríamos difícil si no im posible entender por qué los aten ien ses m andaron
matar a Sócrates. Eso demuestra cuán adm irablem ente Jen o fo n te logró su
propósito, que era precisam en te h acer la ejecu ció n de Sócrates in co m
prensible. Como escribe Kierkegaard, “su intención fu e m ás b ien mostrar
que los atenienses condenaron a Sócrates por necedad o por equivocación.
Dado que Jenofon te defiende a Sócrates de manera que este resulta no sólo
in o cen te, sino por com p leto inofensivo, uno no pu ed e m en o s que pre
guntarse, con ei más hondo extrañam iento, qué dem onio puede haber h e
chizado a los atenienses hasta el punto de haber podido estos ver en él algo
más que un tipejo cualquiera, alguien locuaz y b on ach ón qu e no hace ni
el bien ni el mal y que, sin m olestar a nadie, busca de corazón lo m ejor para
todos” ( Sobre el concepto de ironía, 87).
98 Ver capítulo 5.
99 Una discusión interesante del trasfondo ético general en el cual los filóso
fos griegos clásico s prod ujeron sus ideas puede ser encontrado en K. J.
Dover, Greek Popular Morality in tbe Time of Plato and Aristotle (B e rk e -
ley: University o f California Press, 1974). Sobre algunas diferencias im por
tantes entre las co n cep cio n es hom éricas y arcaicas de justicia por un lado
y platónicas por otro, ver Hugh Lloyd-Jones, TbeJustice ofZeus (Berkeley:
University o f California Press, 1971), 164: “Platón y los otros destructores de
la cultura anterior afirmarían, y m uchos de sus discípulos m odernos esta
rían de acuerdo en que lograron contacto con una realidad más alta que sus
antepasados; pero no era la realidad en este mundo su preocupación prin
cipal”.
Ver n. 75 arriba. La ed u cació n m atem ática y m etafísica que Platón en la
República consid era n ecesaria para la vida filosó fica es tam bién a jen a
a la actitud de Sócrates.
4. U n a c a r a p a ra , l a r a z ó n d e S ó c r a t e s : “d e l a f i s o n o m í a ” d e M o n t a i g n e
1 N. del T:
Cito los ensayos de M ontaigne de la siguiente manera. Prim ero
doy el título del ensayo y luego el núm ero de página de la edición de D o
lores Picazo y Almudena M ontojo. M ontaigne agregó bastante material a los
ensayos durante su vida, y las diferentes capas de sus adiciones a v eces
necesitan ser notadas. Cuando este sea el caso, yo seguiré el m étodo qu e
usa Nehamas en este capítulo y usaré las letras “A ”, " B ” y “C” para indicar,
respectivam ente, el texto publicado antes de 1588, el de 1588 y las ad icio
nes hechas después de 1588. La traducción al español que utilizo de los tex
tos de M ontaigne es la ed ición en tres volúm enes editada por Cátedra y
traducida por D olores Picazo y Almudena Montojo.
2 Vale la pena notar, sin em bargo, que los intereses de Jen o fo n te no p u ed en
ser correctam ente descritos com o filosóficos. Jo h n C ooper ha argüido qu e
el rechazo de nuestro siglo de Jen o fo n te com o fuente para el Sócrates his
tórico se debe a la idea de que su m eta es principalm ente filosófica y qu e
las ideas que Jen o fo n te atribuye a Sócrates deben ser com paradas directa
m ente con las de Platón (en relación a las cuales, para decirlo sin grandes
aspavientos, quedan opacadas): “Independientem ente de nuestra reacción
a las afirm aciones de Jen o fo n te de ser fiel al personaje histórico, se d eb e
tener en cuenta que Jen o fo n te no se propone dar una versión de Sócrates
com o filósofo: de su manera de tratar las preguntas filosóficas com o tales,
de sus teorías u opiniones filosóficas, de su co n cep ció n d e lo que era y
podía (o no podía) conseguir la filosofía, y los m étodos apropiados para
su trabajo. Es el Sócrates educador, en el sentido más am plio de la pala
bra, el que le preocupa” (“Notes on Jen o fo n te’s Sócrates”, en Reason and
Emotion: Essays on Ancient Moral Psychology and Ethical Tbeory [Prince-
ton: Princeton IJniversity Press, 1998]). D espués de que nos dam os cuenta
de la gran diferencia de propósitos entre Jen o fo n te y Platón, según Cooper,
podem os notar que Jenofonte está describiendo un ángulo de la persona
lidad de Sócrates que a Platón no le interesaba, pero en. el cual Jen ofon te
encontró su más importante y provechoso aspecto. Aunque no estoy seguro
de aceptar la conclusión, con algunas atenuantes, de C oo p er de qu e se
puede demostrar que Jenofonte tiene considerable valor histórico con res
pecto a las ideas verdaderas de Sócrates, creo que la distinción que hace
entre los propósitos literarios de Platón y Jen o fo n te es im portante y n ece
sita ser considerada. Sobre las virtudes y la importancia de Jen o fo n te com o
biógrafo, y sobre su influencia en la form a que la biografía, ha tom ado en
general, ver Arnaldo M omigliano, The Development of Greek Biography
(Cambridge, Mass.: Harvard IJniversity Press, 1971), 45-56.
Algunas de las ocasiones en las cuales Jen o fo n te afirma h aber presenciado
las conversaciones socráticas son las siguientes: En Mem. 1.3-Bff., es un per
sonaje en la conversación; en 1.4.2, dice que va a contar lo que escuch ó a
Sócrates decirle a Arístodemo acerca del daimonion; el Oeconomicus se
abre con su declaración de que estaba presente en la discusión que sigue,
aunque es evidente que el tema de m anejo de bienes, que era tan impor
tante para él, no le importaba a Sócrates; finalm ente, Je n o fo n te em pieza
su Simposio con la declaración de qu e form aba parte de los invitados, aun
que incluye m uchos detalles que demuestran que el evento ocurrió alre
dedor de 421 a.C., cuando aún no tenía diez años.
Frangois Salignac de la M othe-Fénelon, Abrégé des vies des anciens pbilo-
sophes, en Oeuvres completes de Fénelon, vol. 7 (París: J. Leroux et Jou by,
1850), 39-42.
El movimiento anti-jenofónico alcanzó su culm inación co n Karl Jo e l y su
Der ecbte und derjenofontetische Sokrates, 2vols. (Berlin: R. Gaentner, 1893-
1901), y Heinrich Maier y su Sokrates (Tubingen: J.C. B. Mohr, 1913).
Michael Frede, “Euphrates o f Tyrus”, m ecanoescrito (K eb le College, Oxford
IJniversity, 1995), 18.
Jbid., 40.
En Nietzsche: Life as Literature (Cambridge, Mass: Harvard IJniversity Press,
1985) propongo la idea, que a Nietzsche no le interesan tales recetas sino
que trató de hacer de sí mismo algo inusual, de tal manera que otros no lo
pudieran imitar (ver el capítulo 5). Robert Solom on hizo esta pregunta a
mi observación: “¿Estaba tratando [Níetzsche] de decirnos cóm o vivir, dar
nos recetas y recom en d acion es, y si es así, por qu é no las siguió él? Y si
no quería darnos recetas y reco m en d acio n es [...] ¿para qué todo el a lb o
roto?” ( “Nietzsche and N eham as’ N ietzsche”, International Studies in Phi-
losophy 2 1 [1989.1: 56).
9 La intensa relación de M ontaigne, a través de toda su vida, con Sócrates le
hizo a Hugo Friedrich escribir que “no se puede encontrar nada en las es
crituras eu ropeas del siglo xvi, ni anteriores a este siglo, que se com p are
con el renacim iento de Sócrates en los Essaif (H ugo Friedrich, Montaigne,
ed. de Philippe D esan, trad. de D aw n Eng [Berkeley: University o f Califor
nia Press, 1991], 53).
10 Michel de M ontaigne, “Al lector”, 35.
11 Montaigne, "D el arte de conversar”, 192.
12 Montaigne, “D el m entir”, 4'l6.
!3 Friedrich, Montaigne, 2. Ver tam bién Philip P. Hallie, 7 he Scar ofMontaigne
(Middletown, Conn.: W esleyan University Press, 1966), 68: “Su filosofía es
personal en tres sentidos diferentes: es francam ente el retrato de una p er
sona llamada M ichel de M ontaigne; habla de la m ente humana co m o un
instrumento, no para encontrar la Verdad objetiva im personal, sino para pre
servar la salud y vida de una persona; y habla a personas individuales qu e
quieran co n o cer a este h om bre”.
14 Se aplica a todos sin ex cep ció n en Kant, basado en nuestra naturaleza en
com ún com o seres racionales. Se aplica a todos, aunque en diferentes gra
dos, dependiendo de las habilidades de cada uno, en Platón, Aristóteles y
tal vez en el esto icism o . M ichel Foucault, cuyas id eas exam inarem os en
detalle en el capítulo 6, les atribuyó a los estoicos “una estética de la exis
tencia” individualista (ver, por ejem plo, su discusión en The Care ofthe Self
vol. 3 de The History of Sexuality, trad. de Robert Hurley [New York: Ran-
dom House, 1986], 42-46). Pierre H adot ha objetado, sin em bargo, qu e el
propio pro y ecto individualista de Foucault p ro v o có que no enfatizara
el deseo estoico de vivir de acuerdo con los dictados de la razón universal,
que conecta su m étodo más con los de Platón y Aristóteles que con la ac
titud socrática qu e estoy exam inando en este libro ( “Reflections o f the No-
tion of ‘The Cultivation o fth e S e lf ”, en Timothy J. Armstrong, trad., Michel
Foucault, Philosopher [New York: Routledge, 1992], 225-32).
15 Ver la obra de Pierre Villey Les Sources el Vevolution des Essais de Montaigne,
vol. 2 (París: H achette, 1908), 423. Una versión un p o co diferente (y hasta
donde puedo ver m enos correcta) es dada por Elain Limbrick, “M ontaigne
and Sócrates”, Renaissance and Reformation 9 (1 9 7 3 ): 46.
16 Montaigne, “Del ejercicio”, 6 3 .
17 Montaigne, "Del arrepentimiento”, 26.
18 Algunos autores tienden a no enfatizar tanto la dependencia que tenía Mon
taigne de Platón. Ver, por ejemplo, John O ’Neill, Essaying Montaigne: A Study
of the Renaissance Institución ofReading and Writing (London: Routledge
and Kegan Paul, 1982), 109: “La opinión que Montaigne tiene de Sócrates
le debe poco a Platón, cuya influencia él m ayormente evitó”. Sin embargo,
O ’Neill le atribuye a Montaigne una lectura platónica de Sócrates cuando es
cribe que Montaigne se sentía atraído por Sócrates porque, “más que cual
quier otra cosa, Sócrates no nos dejó ninguna enseñanza, por lo m enos no
directamente. Sócrates conducía sus inquisiciones por medio de un arte con
versacional que dependía de la presencia dialógica de otros” (132). El hecho
de que Montaigne pensaba que esto era una característica del Sócrates de
Platón se hace evidente en el pasaje de la “Apología de Raimundo Sabunde”
citada, más abajo, en la nota 54. Floyd Gray, “Montaigne and the Memora-
bilia”, Studies in Philology 58 (1961): 130-139, tam bién enfatiza la depen
dencia que tenía M ontaigne de Jen o fo n te: “el retrato de Sócrates de
Montaigne”, escribe Gray, “en lo principal, no está basado en Platón [...] El
Sócrates de Platón es el mayor ejem plo que él co n o ce de simplicidad natu
ral, de ignorancia irónica, o una actitud caracterizada por una continua bús
queda de autoconocimiento. Este Sócrates es principalm ente el Sócrates de
Jen o fo n te” (130). Pero “ignorancia irónica” y “búsqueda continua de auto-
eonocim iento” son (especialm ente la ignorancia irónica) características cru
ciales del entendimiento platónico, no jenofóntico, de Sócrates.
19 Montaigne leyó la Memorabilia en la traducción latina de 1551 de Castai-
llon. Se refiere a la muerte de Castaillon y lam enta que un “[A] personaje
ex celso ” murió porque era demasiado pobre para encontrar com ida ( “De
un d efecto de nuestra organización”, 286). Su gran am igo É tien n e ele la
B o étie había traducido el Oeconomicus en 1562. H abiendo sido criado ha
blando sólo latín., Montaigne también estaba muy familiarizado co n Cicerón
y Séneca, La naturaleza de su educación fue decidida por su padre, quien
le dio un tutor alemán que no sabía hablar francés “y muy versado en latín”.
Ver Montaigne, “D e la educación de los hijos”, 230. Sobre el griego, M on
taigne escribe en el mismo ensayo: “apenas p oseo co n ocim ien to alguno”
(231). Montaigne tam bién conocía bien el Platón latino de Ficino y la ver
sión francesa de la Moraíia de Plutarco de Amyot. Además del Platón de Fi
cino, com o el Lesplus illustres etplus notables sentences, receuillies de Platón,
publicada por A. Briere después de una traducción al fran cés clel Ban
quete, en París en 1556. Ver Margaret M. M cGown, Montaigne ’s Deceits: The
Art ofPersuasión in the “Essais”(London: IJniversity o f London Press, 1974),
189 n. 2. Una buena discusión sobre la actitud de M ontaigne hacia (y el uso
de) Platón puede ser encontrada en Frederick Kellerm an, “Montaigne, Rea-
der o f Plato,” Comparativo Literature 8 (1956): 307-22. Kellerman d em u es
tra que M ontaigne, a pesar de m uchas diferencias entre su acercam iento a
la filosofía y el de Platón, cita a Platón extensiva y constantem ente al en
fatizar sobre lo que entendió com o el lado escép tico de la filosofía griega.
Un buen ejem plo de la lectura que M ontaigne hace de Platón puede ser en
contrado en “Apología de Raimundo Sabunde” (221): “unos consideraron
dogmático a Platón; otros, dubitativo; otros, en algunas cosas lo uno y en
otras lo otro. [C] Sócrates, el director de estos d iálogos, va siem pre p re
guntando y prom oviendo el debate, jam ás lo detiene, jam ás satisface, y dice
no tener otra ciencia que la de oponerse. Homero, su autor, estableció igual
m ente las bases para todas las sectas filosóficas co n el fin de m ostrar cuán
indiferente era por d ón de fuéram os. D ícese que de Platón nacieron diez
sectas distintas. Así, a mi parecer, jam ás existió enseñanza más titubeante
que la suya y m enos aseverativa”. Para las fuentes de Montaigne, aunque
no necesariam ente en el curso ex acto de su desarrollo, la obra fundam en
tal sigue siendo la de Pierre Villey Les Sources et Tevolution de “Essais” de
Montaigne. Ver tam bién a D onald M. Frame, “Pierre Villey (1879-1933): An
Assessm ent”, Oeuvres et critiques 8 (1983): 29-43.
20 Cicerón, Tusculanas 5.4.10; cf. Acad. 1.4.15. (N. del T.: la traducción al es
pañol de las Tusculanas que utilizo en mi texto es de Jo sé Antonio Enrí-
quez González y Ángela Ropero Gutiérrez editada en Madrid por la editorial
Coloquios, 1986.)
21 Sócrates, por su puesto, no es el q u e dirige el diálogo en el Timeo. P ero
expresa un interés agudo en la cosm ología que el personaje que lleva el
nom bre del diálogo ex p o n e en su curso.
22 Ver A, A. Long, “Sócrates in H eílenistic Philosophy”, Cíassical Quarterly 38
(1988): 153.
23 Platón, Apología 20e-23c. En el Pedro (229e-230a), Sócrates afirma qu e la
orden de co n o cerse a sí mismo lo ha alejado de actividades com o la inter
pretación de mitos tradicionales. En vez de eso, se dedica al au toexam en
para determ inar "si se ha vuelto una fiera más enrevesada y más hinchada
que el m itológico T ifó n ”; es decir, para entender la naturaleza de su alma.
Es interesante notar que Platón h ace que Sócrates utilice otra im agen m i
tológica al estar d escribien d o sus razones para el descuido de la m ito lo
gía.
24 Montaigne, “D e la vanidad”, 263.
25 Ver Timothy Ham pton, “M ontaigne and the Body o f Sócrates: Narrative and
Exemplarity in the Essais?’, MLN 104 (1989): 890; 622F.
26 N. del T.: Jen o fo n te. Memorias. Trad. de Francisco de P. Samaranch. Madrid:
Aguilar, 19 6 7 .
27 Montaigne, “De tres com ercios”, 44.
28 La declaración clásica, del escepticismo de Montaigne se encuentra en “Apo
logía de Raimundo Sebundo”, pero la idea permea los Ensayos en su tota
lidad, desde los primeros hasta los últimos. Una tesis central del libro de
Villey Les Sources et Vévolution des “Essais" de Montaigne es qu e Montaigne
pasó por tres fases de desarrollo diferentes, que él caracterizó com o “es
toica”, “escéptica” y “epicúrea”. Aunque esta tesis ha sido muy influyente,
debe ser matizada, especialm ente ya que el entendim iento de Villey del
escepticismo implica que es imposible seguir esta escuela y vivir una vida
humana y que Montaigne, entonces, estaba obligado a renunciar a este tipo
de vida. Pero esta idea del escepticismo nos resulta hoy controvertida. Ver
Hallie, Scar ofMontaigne, capítulo 2, y el debate entre M. F. Burnyeat, “Can
the Skeptic Iive B is Skeptícism?” en Malcolm Schofíeld, Myles Burnyeat y
Jonathan Barnes, eds., Doubt and Dogmatism: Studies in Hellenistic Lipis-
temoíogy (Oxford: Clarendon Press, 1980), y Michael Frede, “T h e Sceptic’s
Tw o Kinds of Assent and the Question of the Possibility o f Know ledge”,
en Richard Rorty, J. B. Schneewind y Quentin Skinner, eds., Pbilosophy in
History (Cambridge: Cambridge University Press, 1984).
29 La expresión que Montaigne inscribió es “Mentre si puo”. Para una visión
más general sobre la relación entre Montaigne y Jen ofon te ver Gray, “Mon
taigne and the Memorabilicf. Como argumenté en la n. 18 arriba, sin em
bargo, no estoy seguro de que pueda estar de acuerdo co n Gray al
considerar la “ignorancia irónica” y “una búsqueda continua del autocono-
ci miento” (130) como las características principales del Sócrates jenofóntico.
Ver también Limbrick, “Montaigne and Sócrates”, 46 (cf. 4 7 ): “M ontaigne
se inclina más hacia la evaluación del Sócrates de Jen ofon te ya que él en
fatizó'la moralidad práctica que Sócrates enseñó”. Pero, para repetir, el Só
crates de las primeras obras de Platón también satisface esta descripción.
Además, tiene menos consejos que darles a los otros que la versión de J e
nofonte, y esa característica seguramente es importante para el proyecto in
dividualista de Montaigne. La discusión de Friedrich en su Montaigne, 52-55,
vale la pena consultarla.
30 Ver, sin embargo, el fragmento de 1.2.3 de Memorabilia, el cual, se debe
admitir, no es consistente con muchas otras declaraciones en el resto de la
obra: “Puedes estar seguro de que nunca hizo profesión de enseñar esto
[arete1, sino que, dejando que su propia luz brillara, llevó a sus discípulos
a la esperanza de que, imitándole a él, habían de alcanzar tales virtudes”.
En esta ocasión, Jenofonte parece estar de acuerdo con el retrato del Só
crates platónico como un personaje reservado que no hacía ninguna de
claración de su habilidad, de mejorar a los hombres. En la m ayoría de los
casos, el Sócrates de Jen o fo n te no dem uestra ninguna duda al acon sejar a
otros y presentarse co m o su maestro.
31 Aun así, el Sócrates de Jen o fo n te no está totalm ente desprovisto de ironía.
Aparte del ejem plo discutido en el libro de Gregory Vlastos, Sócrates: Iro-
nisí and Moral Philosopher (Cam bridge: Cambridge University Press, 1991),
30 (.Mem. 3.11.16), tam bién debem os notar 4,2.3 y 4.2.9, donde está siendo
irónico hacia Eutidem o. Pero su ironía no es tan aguda com o la de su co n
traparte platónica; m ás im portante aún, no es un arm a en su in teracción
ética con los otros.
32 Soren Kierkegaarcl, Sobre el concepto de ironía, 87. G regory Vlastos ha. d e
fendido el mismo argum ento, “T h e Paradox of Sócrates”, en The Pbilosophy
of Sócrates: A Collection of Critical Essays (Garden City, N.Y.: D oubleday,
1971), 3- D onald M orrison, en “O n Professor Vlastos’ X en o p h on ”, Ancient
Pbilosophy 1 (19 8 7 ): 19, ha respondido que “es un tributo a la grandeza
de Jen o fo n te co m o escritor que engañó al profesor Vlastos para que p en
sara que su Sócrates era muy convencionalm ente piadoso para haber sido
encontrado culpable. La Memorabüia es un discurso ele defensa, y J e n o
fonte co n o ce a su audiencia. Los aspectos de Sócrates que van a apelar a
las actitudes atenienses convencionales se enfatizan hábilm ente, y los as
pectos controvertid os son dism inuidos”. M orrison tien e razón. P ero e so
no quiere decir, co m o infiere Morrison, que el Jen o fo n te de Sócrates “suena
más creíb le”. Sí quiere d ecir que, dado el propósito ele Jen o fo n te, la Me
morabüia es tod o un éxito. En mi opinión, ésa es la única conclusión le
gítima que podem os derivar del texto de Jen ofonte.
33 Jenofonte, Memorabüia l . l . 'l .
34 M ontaigne, “De las costu m bres”, 167-68. El énfasis ele Sócrates en la im
portancia del cuidado del yo es una característica central de las obras pri
meras de Platón. Los prim eros capítulos del primer libro de la Memorabüia
están llenos de afirm aciones que tienen que ver con los aspectos co n v en
cionales del com portam iento de Sócrates. El Gritón de Platón es la fuente
de Montaigne para la actitud de Sócrates hacia las leyes ele la ciudad, una
actitud e]ue aunque está basada en el nuevo principio radical de que la in
justicia nunca se d ebe devolver, resulta en su determ inación de o b ed ecer
los dictados del tribunal. Tanto Platón (.Apología 34a.2-31) com o Jen o fo n te
(Mem. 1.2.31-35) discuten la desobediencia de Sócrates a los treinta tiranos.
35 Ver la Apología de Sócrates de Jen o fo n te, 14-18.
36 Montaigne, “Apología ele Raimundo Sabunde”, 208.
37 Pero ver M arianne S. M eijer, “G uessw ork 01* Facts: C onnections b etw een
M ontaigne’s Last T h ree Chapters (III: 11, 1.2 y 13)”, Yale French Studies 64
(1983): 167-79.
38 Ver, entre otros, Micháel Baraz, L’Étre et la connaissance selon Montaigne
(Paris: Corti, 1968), 185. Sobre la noción de “cara” o “apariencia” en Mon
taigne, con una discusión sobre el ensayo sobre la fisonom ía, ver Frangois
Rigolot, “Les ‘Visages’ de Montaigne”, en Marguerite Soulie, ed., La Littéra-
ture de la Renaissance: Mélanges offerts á Henri Weber (G eneva: Slatkine,
1984), 357-70. Ver también Steven Rendall, Dintinguo: Reading Montaigne
Differently (Oxford: Clarendon Press, 1992), capítulo 6, “F a ces”.
39 Montaigne, “De la fisonomía”, 303-
40 Ver Desiderius Erasmus, Sileni Alcibiadis, en Desiderii Erasmi Roterodami
opera omnia, vol. 2, pt. 5, ed. de Félix Heinimann y E m m anuel Kienzle
(Amsterdam: North Holiand, 1981), 159-90. Erasmo tam bién d escribe al cí
nico Diógenes, Epicteto, Juan el Bautista y los apóstoles co m o similares a
Sileno. La imagen, que en última instancia se puede rastrear desde Platón,
Banquete 215a-b, también se encuentra, según Erasmo, en Jen o fo n te (Sym-
posium, 4.19, 7.7) y en Ateneo ( Deipnosophistai, 5.188d). Una breve dis
cusión de la historia de la imagen se puede encontrar en la nota editorial
al dicho en las pp. 159 -61 del volumen 2 , parte 5 , de las obras citadas aquí.
Más información se puede encontrar en R. Maree!, “Saint Socrate, patrón de
l’humanisme”, Revue internationale de pbilosopbie 5 (1 9 5 1 ): 135-43. Una
versión en inglés del dicho 2.201 es dada por Margaret Mann Phillips, Eras-
mus on His Times: A Sbortened Versión of tbe 1Adages” of Erasmus (Cam
bridge: Cambridge University Press, 1967), 77-97.
41 Desiderius Erasmus, Convivium religiosum, en Desiderii Erasmi Roterodami
opera omnia, vol. 1, pt. 3, ed. de L.-E. Halkin, F. Bierlaire, y R. H oven (Ams
terdam: North Holiand, 1972), 254. Los paralelos que Erasmo encuentra entre
Sócrates y san Pablo, particularmente acerca de la idea de qu e el cuerpo
es la tumba del alma, los saca del Fedón de Platón.
42 Frangois Rabelais, Gargantúa y Pantagruel, 21-22. Trad. de íñigo Sánchez-
Paños. Madrid: Ediciones Hiperión, 1986
43 Ver, por ejemplo, Joshua Scodel, “The Affirmation o f Paradox: A Reading
o f Montaigne’s Essayf, YaleFrencb Studies 64 (1983): 211. Raymond B. Wad-
dington, “Sócrates in Montaigne’s Traicté de la phisionom ie’”, ModernLan-
guage Quarterly 41 (1980): 328-45, expresa una idea similar, siguiendo a
Baraz, L’Etreet la connaisance selon Montaigne, 198 n. 44.
44 Ver la excelente discusión de la función del adjetivo “vyle” en este co n
texto en Raymond C. La Charité, “Montaigne’s Silenic Text: ‘D e la phisio
nom ie’”, Le Parcours des “Essais”: Montaigne 1588-7988 (Paris: Aux
Amateurs de livres, 1989), 63. La Charité conecta el térm ino con su etim o
logía latina y argumenta que, al igual que el propio Sócrates según M on
taigne, lleva el sentido de ser “encontrado en grandes cantidades, abundante,
com ún”.
45 platón, Banquete 221d -222e. La idea qu e Sócrates siem pre usaba ejem plos
com unes tam bién pu ed e ser encontrada en Platón, G. 491a-b, y Jen o fo n te,
Mem. 1.2.37.
46 N. del T.: Traduzco directam ente del inglés com o h e h ech o continuam ente
en esta traducción siem pre que hay una diferencia notable entre la traduc
ción al español y la traducción que provee Nehamas. La cita está tom ada
de Alexander Nehamas y Paul W oodruff, trad., Plato: “Symposium”(India-
napolis: Hackett, 1989). Fi pasaje está traducido al español de la siguiente
manera: “todo hom bre inexperto y estúpido se burlaría de sus discursos.
Pero si uno lo ve cuando están abiertos y penetra en ellos, encontrará, en
primer lugar, que son los únicos discursos que tienen sentido por dentro
[...]”
47 Jen ofon te, Mem. 4.2.14-15- Tam bién debem os notar que aunque Jen o fo n te
usaba el motivo de Sileno, no lo desarrolló de la misma manera que Platón:
ver Symp. 4.19, 7.7.
48 Montaigne, “D el arrepentim iento”, 32.
■ 49 Jen ofonte, Mem. 4.1.1. La m ejor parte de Mem, 4 es, de hecho, el esfuerzo
por demostrar cuáncbtp£/U|io^ (“útil”) era Sócrates a sus amigos, Referencias
a o)cpÉÁi|uo<; y sus cogn ad os com o tam bién a xó crojj/pepov (“lo útil, lo p rove
ch oso”) son ubicuas.
5° Kierkegaard, Sobre el concepto de ironía, 94-95-
51 La referencia a “un paso relajado y ordinario” pudiera ser una referencia a
la Apología de Sócrates, 27 de Jen o fo n te: “Se fue, co n ten to en su m irada...”.
Sobre la palabra “relajad o” (ípaiSpót;), ver abajo, n. 63.
Es importante resaltar qu e M ontaigne, quien está interesado en distinguir la
simplicidad, de Sócrates de la grandeza de Catón, en realidad ilustra su
descripción de Sócrates com o un hom bre que “no se propuso vanas fan
tasías: fue su fin p rop orcionarn os co sas y precep to s qu e sirvieran real y
estrecham ente a la vida” ( “De la fisonom ía”, 304) y qu e no era com o Catón,
a quien “siéntesele siem pre m ontado sobre sus grandes caballos” (3 0 4 ), y
también usa. una cita de la Farsalia para describirlo (2.381), “Servare modum,
finemque tenere, / Naturamque sequi”( “Conservar el justo medio, no per
der de vista el objetivo, / Y seguir la naturaleza”), qu e Lucano había usado
para describir, por supuesto, a Catón. Este es un caso de la práctica de M on
taigne de “o cu ltar” sus préstam os “disfrazándolos y deform ándolos para
nuevo servicio” ( “D e la fisonom ía”, 328), a lo que regresarem os abajo.
52 Rendall, Distingue, sugiere que este pasaje, que insinúa que Sócrates es
un p ersonaje qu e co n o ce m o s bien , entra en co n flicto con la im agen de
Sócrates com o Sileno, qu e implica qu e su aspecto interior es radicalm ente
diferente al exterior. Rendall luego afirma que M ontaigne declara “el prin-
cipio fisognóm ico” de acuerdo co n el cual el interior correspond e al exte
rior, y "trata a Sócrates com o una ex cep ció n a la regla g en eral” (103). La
situación, com o admite Rendall, es com pleja, y la exam inarem os en deta
lle conform e sigamos.
El contraste entre la salud y la enferm edad es tan im portante en este en
sayo com o lo es para la obra de M ontaigne en general; ver, por ejem plo,
las páginas 1 0 3 8 ,1 0 3 9 , 1041, 1043 , 1049. Aquí, en particular, Montaigne in
siste en la idea de que lo que tomarnos com o una m edicin a ben eficiosa
termina siendo veneno, y lo aplica a la enseñanza y a la guerra civil. Para
una discusión más extensa de este pasaje del Protágoras de Platón, ver el
capítulo 3- [N. del T.: Todas las referencias a los ensayos de M ontaigne dadas
por Nehamas en esta nota provienen de la edición de Pierre Villey Les es-
sais de Micbel de Montaigne, 3 vols. (París: Presses Uni versitaires de France,
1965)].
Ver Scodel, “Affirmation of Paradox”, 230. Scodei cree que la crítica de Mon
taigne de las Tussulanas supone una crítica de la manera de “seguir la natu
raleza” de Sócrates, dejando a Montaigne com o la única persona que sigue
la naturaleza correctamente. Concluye que en este ensayo Sócrates es real
mente el oponente de Montaigne. En mi discusión, trataré d e demostrar que
la actitud de Montaigne hacia Sócrates es considerablem ente más positiva.
Ver, por ejem plo, la pregunta ele M ontaigne, “¿Qué fruto podem os estimar
qu e dio a Varrón y a Aristóteles el conocim ien to de tantas cosas? ¿Acaso
les libró de los males humanos?” (“Apología de Raimundo Sabunde”, p. 192).
Y aunque parte del escepticism o de la “Apología de Raim undo Sabunde”
pudiera estar dirigida en contra de la idea socrática de que el conocim iento
es virtud, “no lo creo [...] que la ciencia es la madre de todas las virtudes y
qu e todo vicio está producido por la ignorancia” (“Apología de Raimundo
Sabunde”, 132), ios com entarios de M ontaigne acerca de esta tesis, “si esto
es verdad, es susceptible de larga interpretación” ( 1 3 2 ), sugieren que con
“cien cia” aquí quiere decir aprendizaje escolar y no el au toconocim iento
por el que elogia a Sócrates continuam ente a través de su obra ( “Apología
de Raimundo Sabunde”, 208, 2 1 1 ), “el hom bre más sabio qu e jam ás exis
tió, cuando le preguntaron lo que sabía, respondió que sabía esto, qu e no
sabía nada” ( 2 1 1 ).
Ver Montaigne, “Y es el caso que tengo cierto natural im ítam onos... Cual
quiera al que mire con atención m e imprime fácilm ente algo suyo. Aque
llo que observo, usúrpolo: una necia postura, una desagradable m ueca, una
m anera de hablar ridicula. Más los vicios; pues, al lacerarm e, cuélganse de
mí y no se van a no ser que me los sacuda” ( “Sobre unos versos de Virgi
lio ”, 1 1 2 ).
57 A. Tournon ofrece una interesante versión de la génesis gradual del texto,
sugiriendo que el material sobre la guerra civil fue interpolado un año des
pués de la com p osición inicial en 1586 en su Montaigne: La Glose et Vessai
(Lyon: Presses Universitaires de Lyon, 1983), 274-75. Tournon llega a su idea
porque no puede co n ectar las diferentes partes del ensayo, particularm ente
la discusión sobre la guerra civil. En lo que sigue, yo ofrezco una h ip óte
sis que sí las conecta. Eso no dem uestra que Montaigne com puso el ensayo
de una vez. P ero sí dem uestra qu e todas las partes diferentes del e n sa
yo, no muy diferente a los ensayos en toda, su variedad y colores, son teji
dos en un patrón com ún.
58 “[B] La situación de mi casa y el trato co n los hom bres de mi vecindad p re
sentaban mi vida co n un aspecto y mis actos con o tro ” ( “D e la fisonom ía”,
312-13). M ontaigne frecuentem ente se refiere a los diferentes ángulos de su
personalidad, que a v eces se acercan a la inconsistencia, y a su intención
de mostrarse en toda su com plejidad. Ver, por ejem plo, “[B] nuestra propia
sabiduría y opinión sigue la mayoría de las veces la m archa del azar. Vuél-
vense mi voluntad y mi juicio ora hacia un lado ora hacia otro, y hay m u
chos de estos m ovim ientos que se g obiernan sin mí. T iene mi razón
impulsos y agitaciones diarias y casu ales” ( “Del arte de conversar”, 183).
También: “[C] P reséntem e de pie y tum bado, por delante y por detrás, por
la derecha y por la izquierda, y en todas mis actitudes naturales” (“D el arte
de conversar”, 193). No h ace falta decir que el h ech o de que M ontaigne
se describa co m o m u ltifacético y a v eces hasta in co n sisten te no im pide
que su autorretrato sea co n sisten te y co h erente. Sus “v icio s” no o p a ca n
sus "virtudes”; al contrario, le dan m ayor valor, m ás vida; de esta m ism a
forma Nietzsche co n ceb ía la vida de los grandes com positores: “¿Emplear
las debilidades com o un artista? Si n o hay más rem edio que tener deb ili
dades y reco n o cer que estas responden, en definitiva, a leyes que están por
encima de nosotros, por lo m enos d eseo a cada cual que tenga las actitu
des necesarias para dar relieve a sus virtudes por m edio de sus debilidades,
de forma que con estas nos haga interesarnos. Esto es lo que han sabido
hacer los grandes m úsicos en un grado extraordinario. Muchas veces se o b
serva en la música de B eeth o ven un tono grosero, obstinado, im paciente;
en Mozart, una jovialidad de bravo camarada cuyo corazón y espíritu tie
nen que contentarse con p oco; en Richard Wagner, una inquietud huidiza
e insinuante, que al más paciente le p o n e a punto de perder la com postura,
justo en el m om ento en qu e el com positor recobra su fuerza [...] y lo m ism o
sucede con los dem ás. Todos ellos han provocado en nosotros, co n sus
debilidades, un ham bre voraz por sus virtudes, y un paladar diez veces m ás
sensible a cada gota de espíritu m usical, de belleza y de bondad m usical”
( Aurora, 2 18 ,1 9 6 ). Ver también la buena discusión de Frangoise Joukovsky,
“Qui parle dans le lívre III des EssaiáRevue d'bistoire littéraire de la Frunce
88 (1988): 813-27.
5? Jenofonte, Memoria 4.8.9: “Ahora, en cambio, si he de morir injustamente,
los que injustamente me den muerte tendrán que llevar la vergüenza de
ello. Pues, si com eter una injusticia es algo vergonzoso, todo lo que se hace
injustamente debe llevar consigo la vergüenza”. Es m ucho más posible,
sin embargo, que M ontaigne se esté refiriendo a la declaración de Futí-
frón: “Si acaso intentara [Meleto] hacer una acusación contra mí, encontra
ría yo, según creo, dónde está su punto débil y hablaríamos en el tribunal
más sobre él que sobre mí” (5b7-c3).
60 N. del T.: Para la m ejor intelección de este pasaje he citado a Montaigne
de un modo más extenso. La cita de Nehamas en su texto em pieza en: “los
restos de su en señ an za...”.
61 En “De la experiencia”, Montaigne contrasta el entendimiento de Sócrates
de la naturaleza con el de ios académ icos, los peripatéticos y los estoicos,
quienes han causado que confundamos la “pista” de la naturaleza con “hue
llas artificiales” (“De la experiencia”, 399).
62 Las últimas adiciones que Montaigne hizo a ese pasaje tienen que ver con
la franqueza, la veracidad y la naturaleza.
63 Diógenes Laercio, Vida de Sócrates, 2.2.40.
64 Jenofonte, Apología de Sócrates, 1, 5-9.
65 I b id 27: “Después de pronunciar estas palabras se retiró con semblante,
actitud y paso sereno, muy de acuerdo con las palabras que acababa de
pronunciar”. Esta versión es de Jenofonte, Conversations of Sócrates, trad.
de Tredennick y Waterfield, 47-48. (N. del 71; La v ersión al español que
utilizo es Recuerdos de Sócrates. Económico. Banquete. Apología de Sócra
tes. Trad. de Juan Zaragoza. Madrid: Gredos, 1993 )
66 “ f ’ayme une sagesse gaye et civile”(p. 74).
67 “La vertue est qualitéplaisante et gaye" (p. 74).
68 Voltaire, en una carta fechada el 21 de agosto de 1746, asumió la tarea de
defender a Montaigne de este cargo común. Montaigne, escribió Voltaire,
no simplemente citó y com entó sobre los antiguos. Los citaba para utili
zarlos para sus propios propósitos, para luchar en contra de ellos y deba
tir con ellos, con sus lectores y consigo mismo. Ver Essais de Michel de
Montaigne, ed. de Villey, 1197. D e una manera similar, Claude Blum argu
menta que Montaigne continuamente usa lo que presta, las alusiones y las
citas en los Ensayos, para socavar la autoridad del pasad o y no p erp e
tuarla; ver “La Fonction du ‘deja dit’ dans les Essais: Emprunter, alleguer,
citer”, Cahiers de VAssociation Internationale des Études Frangaises 33 (1981):
35-51-
69 Una cita de este tipo pu ed e ser encontrada en un pasaje de la “A pología
de Raimundo Sabu nd e” (209), donde M ontaigne no indica claram ente qu e
está parafraseando extensivam ente a Cicerón, De natura deorum 1.17.
70 Montaigne se refiere a su ensayo com o el “tratado de fisionom ía” ("le traicté
de la phisionom ie”, 328).
?! Cicerón, Tusculanas 4.3780; cf, Defato 5.10. Una adición a [C] aquí se lee
de la siguiente manera: “mas considero que al decirlo burlábase, com o aco s
tumbraba a hacer, y jam ás alma tan excelen te hízose a sí misma” ( “D e la
fisonom ía”, 330). Yo creo que Waddington tiene razón en “Sócrates in M on-
taigne’s Traicté de phisionom ie’” 338, al afirmar que cuando Montaigne es
cribe que el arte no puede en señar la perfección de Sócrates, M ontaigne
“claram ente quiere decir arte en el sentido que ha definido a través de su
ensayo, arte co m o artificio; en térm inos más convencionales, está descri
biendo el gran ejem plar de naturalidad com o u no qu e ha p erfeccion ad o
el arte suprem o y m ás exacto de la autocreación”. En su muy interesante
discusión del ensayo sobre la fisonom ía y el ensayo "D e la crueldad”, Ti-
mothy Hampton ( “M ontaigne and the Body o f Sócrates: Nature and Exem -
plarity in the Essais*’, MLN104 [1989]: 880-98) argumenta que los diferentes
tratam ientos de M ontaigne de la relació n entre el alm a de Sócrates y el
cuerpo “llevan a form ulaciones paradójicas” (892) y que “Montaigne se niega
a resolver el problem a. Es, de h ech o , im posible decidir cuál versión de la
vida de Sócrates tiene autoridad” (894). Le debo m ucho al ensayo de Ham p
ton, aunque sospech o que M ontaigne finalmente desarrolla una versión uni
ficada de Sócrates y de su relación co n él. Se d ebe señalar que la afirm ación
de Montaigne de que “[C] al decirlo [que su fealdad revelaba una parte de
su alma que había corregido por educación] burlábase com o acostum braba
a hacer, y jam ás alma tan excelen te hízose a sí m ism a” [330 ], agregada d es
pués de 1588, está contrabalanceada por otra afirm ación, tam bién agregada
en ese tiem po (y citada m ás abajo en el texto): "[C] esa razón que e n d e
reza a Sócrates de su desviación viciosa...” (“De la fisonom ía”, 332). Ver tam
bién Rendall, Distingue>, 102-10.
72 La actitud de M ontaigne hacia la decisión de Sócrates de no escapar de la
cárcel mientras que aún tenía la oportunidad de hacerlo es bastante eq u í
voca. Mientras que en “D e las costum bres” escribe que el “[A] gran Só cra
tes rechazó salvar su vida d eso b ed ecien d o al m agistrado, a pesar de ser
un magistrado injusto e inicuo” (168), en “De lo útil y de lo honrado”, donde
hace un contraste entre la justicia universal y la nacional, cita con ap ro b a
ción la idea de “[BJ el sabio Dandamys, oyendo contar las vidas de Só cra
tes, Pitágoras, D iógenes, juzgolos grandes personajes en todo lo demás, mas
sujetos en demasía al respeto de las leyes, para autorizar y secundar las
cuales la verdadera virtud ha de privarse de m ucho de su vigor original”
(16-17).
73 “Mon metier et mon arl\ c'est vivre. ”
14 Montaigne, “Del afecto de los padres por los hijos”, p. 70. Sobre la impor
tancia de la melancolía para* Montaigne en general, ver M. A. Screech, Mon
taigne and Melancholy: The Wisdomofthe “Essays”(London: Penguin, 1991).
En particular, ver la discusión de este pasaje en la p. 65. S cree ch argu
menta que la traducción de Frame de “reverte” com o “en su eñ o ” es muy
débil. La palabra, él dice, aquí “significa no soñar vagam ente sino en un fre
nesí de locura [...] bajo la influencia de la m elancolía adusta, peculiarm ente
peligrosa a un hombre recientem ente entrado en una vida de jubilación,
Montaigne concibió la idea de retratarse a sí mismo, de ensayarse a sí mismo.
Era el tipo de noción que se le podía ocurrir a un lunático”. En su traduc
ción de los Ensayos, Screech traduce “reverie” com o “preocu p ación deli
rante”: ver Michel de Montaigne: The Complete Essays, trad. de M. A. Screech
(London: Penguin, 1991), 333. [N. del T.\ Como notará el lector, la traduc
ción española que utilizamos traduce “reverie”com o de fantasía”.]
75 Jean Starobinski, Montaigne in Motion, trad. de Arthur G oldham m er (Chi
cago: University of Chicago Press, 1985), 35; cursivas en el original.
76 Sobre la metáfora de Montaigne acerca de dibujar su retrato en su escritura,
ver “De la presunción”: “Vi un día en Bar le Duc ofrecer al rey Francisco II
para honrar la memoria de Renato, rey de Sicilia, un retrato que él había
hecho de sí mismo. ¿Por qué no va a poder cada cual igualm ente pintarse
con la pluma, como si se pintara con un lápiz?” (403).
77 “Esta última es la historia del horrible fin de los acusadores de Sócrates”
(1054, 807 F). Ver Plutarco, De invidia et odio, 3, tal vez una exageración de
Jenofonte, Apología de Sócrates, 31.
78 Ver nota 68 arriba.
79 Terence Cave, The Cornucopian Text: Problems ofWriting in the French Re-
naissance (Oxford: Clarendon Press, 1979), 306.
80 Cave, debo notar, procede a discutir este asunto él m ismo, y vale la pena
consultar su discusión. “La única oportunidad de re-escribir a Sócrates, o
-m ejor aún- de re-escribir la naturaleza”, afirma, "es aceptar la desviación
como una segunda naturaléza” (ibid., 307). Entiendo esto co m o otra ma
nera de decir que la única manera de ser com o Sócrates es ser diferente a
él, aunque no estoy seguro de que Cave aceptara mi interpretación.
81 Scodel, “Affirmation of Paradox”, 217-18. Cursivas en el original.
82 Aun la caracterización de Sócrates com o una “criatura de la tradición” es
problemática, ya que no existe una única tradición que establezca su na
turaleza verdadera.
83 Starobinski, Montaigne inMotion, 4, 32. A la pregunta de Montaigne, “¿por
qué no va a poder cada cual igualm ente pintarse co n la pluma?” (“D e la pre
sunción”, p. 403), vale la pena recordar la respuesta de Virginia Woolf, una
respuesta que co n ecta ei autorretrato de M ontaigne co n su propósito pri
vado y exhibe su dificultad; “A. primera vista, uno podría responder, no sólo
es legal (perm isible), sino que nada es más fá cil Otras personas nos p u e
den evadir, pero nuestras propias características son casi demasiado fam i
liares. Em pezam os. Y entonces, cuando intentamos la tarea, la pluma se cae
de nuestras m anos; es un asunto de dificultad profunda, misteriosa y abru
m adora” (“M ontaigne”, en 'Ihe Common Reader: First Series [New York: Har-
court Brace, 1984], 58).
84 Los cam pesinos de los que M ontaigne habla pueden ser una ex cep ció n a
esta regla, pero su ejem plo no es uno que las personas educadas puedan
seguir todavía. M ontaigne no está predicando un regreso tonto a la natu
raleza, un p ro y ecto de m udar nuestro saber, ed u cació n y yo social para
recuperar una in ocen cia que ha sido perdida para siem pre.
85 Montaigne, “D e tres co m ercio s”, p. 48.
86 7/ n ’est ríen si beau et legitime que de faire bien Vhomme et deuement, ny
Science si ardue que de bien et naturellement sávoir vivre cette vie. ” La adi
ción de “naturalmente” después de 1588 demuestra que Montaigne está p en
sando claram ente en la naturaleza com o el prod ucto de “ju e g o ” y
“adquisición”, ideas que él podría no haber visto tan claramente en la pri
mera versión de su ensayo.
87 “Je n ’enseignepoinct, je raconte. "
88 Montaigne, “D e la vanidad”, p. 202.
89 Montaigne, “Del m entir”, p. 4 l6 .
90 Montaigne, “Del arrepentim iento”, p. 26. Montaigne tam bién aplica una des
cripción similar relacionada a su m anera de viajar a su vida en su totali
dad: “[B] Puede mi proyecto truncarse en cualquier m om ento; no se funda
en grandes esperanzas; cada día es su fin. E igual m archa lleva el viaje de
mí vida” ( “D e la vanidad”, 234). Tony Long me ha señalado que M ontaigne
podría estar refiriéndose aquí a la idea de Séneca de que el tiempo corre
en círculos co n cén tricos ( Epistulae morales 12.6). En general, la filosofía
de Séneca tuvo una profunda influencia en M ontaigne, y en no m enor m e
dida su co n cep ción de la filosofía co m o el arte de vivir ( artifex vitae, 14.2).
91 Montaigne, “D e la exp erien cia”, p. 367.
92 Starobinski, Montaigne in Motion, 18.
93 Montaigne, “D el arte de conversar”, p. 168.
5. U na ra z ó n para la cara d e S ó c r a t es : N ie t z s c h e y "el p r o b l em a
de S ó c ra tes ”
1 N. del T.: El criterio que uso para seleccionar una traducción al castellano
de Nietzsche sobre otra depende, sobre todo, de la cercanía qu e la misma
tenga con la versión al inglés que usa Nehamas (ver bibliografía para las
traducciones al inglés de Nietzsche usadas por Nehamas). La m anera en que
se citan los textos de N ietzsche dependerá de la fuente usada. Siempre
que se cite de una traducción al castellano se hará de la siguiente manera:
se pondrá en el cuerpo del texto, tal com o hace Nehamas, título del libro
y la página (de la traducción al español), núm ero de división (en los casos
que sea necesario y en números rom anos), núm ero de la secció n (en nú
m eros arábigos) y luego volum en y página en la que ap arece en Sámtli-
che Werks: Kritísche Studienausgabe, 15 volúm enes, ed. de G iorgio Coli y
Mazzino Montinari (Berlín: De Gruyter, 1980). Cuando se traduzca directa
m ente del inglés se dará toda la información anterior m enos, por supuesto,
la paginación de la traducción al español. Siem pre que se traduzca direc
tam ente del inglés se indicará en nota y en caso que esté disponible se pro
veerá la traducción al castellano. Sólo traduzco d irectam ente del inglés,
com o he hecho a través de todo el libro, si hay una diferencia notable en
la traducción que provee Nehamas y la traducción disponible en español,
o en caso de que no exista una edición al español del texto citado.
2 N. del T: Scbopenbauer como educador. Tercera consideración intempes
tiva. Trad. de Luis Fernando Moreno Claros. Madrid: Valdemar, 2001.
3 El presente pasaje continúa: “Schopenhauer tiene en com ún co n Montaigne
una segunda cualidad aparte de esa otra de su honradez: una genuina se
renidad que nos sosiega. Áliis laetus, sibi sapiens?. D e hecho, N ietzsche en
tiend e mal la referencia de M ontaigne a Plutarco, “ Je ne le puis si peu
racointer que je n’en tire cuisse ou aile”( “On som e verses o Virgil”, 875,
666F), la cual Donal Frame traduce com o: “No puedo estar con él ni un rato
sin que me salga un palillo de tam bor o un ala” y escribe: “kaum hube icb
einen Blick. auf ihn geworfen, so ist mir ein Bein oder ein Flügel gewa-
schen”. Ver Hugo Friedrich, Montaigne, ed. de Philipe Desan, trad. de Dawn
Eng (Bekerley: University o f California Press, 1991), 377 n. 1. Friedrich es
cribe que Nietzsche suaviza drásticamente la afirmación de M ontaigne, pero
yo sospecho que en realidad no la entendió, ya que el acto de que “le crezca
una pierna” parece más bien una mala metáfora para referirse al préstamo
de inspiración al que se refiere Montaigne. Arrowsmith (en N ietzsche, Un-
modern observations. ed. y trad. de Arrowsmith, 171 n. 6) afirma que "el
francés de Montaigne ha sido mal transcrito” (com o indica una nota al mar
gen en el manuscrito) por Nietzsche.
4 “Tévoiooío^eaaifxaOcóv”: Píndaro, Pytb. 2.73. Ver Alexander Nehamas, Nietzs-
che: Life as Hterature (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1985),
capítulo 6 y p. 250 n. 3.
5 N, del 7!; Ecce Homo. Trad. de Andrés Sánchez Pascual, citada,
6 “En la tercera y la cuarta Intempestivas son confrontadas, com o señales hacia
un concepto superior de cultura, hacia la restauración del concepto de ‘cul
tura’, dos imágenes del más duro egoísmo, de la más dura autodisciplina, tipos
intempestivos par excellence, llenos de soberano desprecio por todo lo que
a su alrededor se llamaba ‘Reich’, ‘cultura5, ‘cristianismo’, ‘Bismarck’, ‘éxito’,
Schopenhauer o Wagner, o, en una palabra, Nietzsche...” {EcceHomo, 74).
7 N. del T.: Trad. de Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza Editorial, 1988.
s Ver la introducción de Gary Brow n a la traducción de Arrowsmith del en
sayo (Nietzsche, Unmodern Obsewations, ed. y trad. de Arrowsmith, 229-
30) y Ronald Hayman, Nietzsche: A Critical Life (New York: Oxford University
Press, 1980), 184-86.
9 Para Schopenhauer, ver entre m uchos otros, Friedrich Nietzsche, Más allá
del bien y del mal seccio n es 16, 19, 186, La genealogía de la moral 111:5-
10. Para Wagner, ver tam bién “El caso W agner” y “N ietzsche contra W ag
ner”. La historia de la relación de N ietzsche con W agner es especialm ente
com pleja, y no tengo nada que agregar a la extensa literatura sobre el tema.
El libro de Ernest Newm an The Life of Richard Wagner; 4 vols. (1937; repr.
Cambridge: Cambridge University Press, 1980), 4:525, contiene invaluable
material sobre la relación entre los dos hom bres, au nque Newman natu
ralmente tiende a contar la historia d esd e el punto de vísta de W agner y
considerar que la exp eriencia de N ietzsche en Bayreuth en 1876 fue el fa c
tor d ecisivo de la ruptura entre ellos, Q ue Nietzsche detestaba Bayreuth
no cabe duda, pero su ruptura con W agner fue un asunto m ucho más co m
plejo, co n raíces más largas, e involucraba una serie de incongruencias in
telectuales, personales e ideológicas entre Wagner y el discípulo que decidió
hacer su propia m arca en el mundo.
10 N. del T.: La voluntad depoder Trad. de Aníbal Froufe. Madrid: Edaf, 2002.
11 N. del T.: Más allá del bien y del mal. Trad. de Andrés Sánchez Pascual.
Madrid: Alianza Editorial, 1988.
12 El alemán original para las tres frases citadas es “ein wirklicher Philosoph ”
Genealogía de la moral M III: 5 (5:345); “Aberglaube”, Más allá del bien y
del mal 16 (5:2 9 ); y "Ein Volks-Vorurteil”, Más allá del bien y del mal 19
(5:32).
13 N. del T.: “El caso W agner ”14203-204, 5; 6:23, en Escritos sobre Wagner. Trad.
de Jo a n B. Linares. Madrid.: B iblioteca Nueva, 2003.
14 Ecce Homo 45, II: 3.
15 Pero cf. Ecce Homo 42,11:3: “el que yo tenga en el espíritu, ¡quién sabe!, qui
zás tam bién en el cuerpo-algo de la petulancia de M ontaigne”.
16 N. del T.: El caminante y su sombra. Trad. de Luis Díaz Marín. Madrid: Edi-
mat Libros, 1999.
17 El caminante y su sombra 33-34, 6; 2: 542-43
18 M ontaigne, “De la experiencia”, 402,
19 “Richard Wagner en Bayreuth (Consideraciones Intem pestivas, Cuarto Vo
lum en)” en Escritos sobre Wagner. Traducción ele Jo a n B. Limares. Madrid:
B iblioteca Nueva, 2003.
20 El caminante y su sombra, 34; 6; 2: 542-43.
21 La cita (.Odisea 4:392) se encuentra en la vida de Sócrates de D iógenes Laer-
cio (2.21); D iógenes reporta que D em etrio de Bizancio fue la persona que
le contó esa historia sobre Sócrates,
22 N. del T.: Crepúsculo de los ídolos. Trad. de Andrés Sánchez Pascual. Ma
drid: Alianza Editorial, 1998.
23 Ver tam bién La voluntad de poder: “Es una m edida del grado de fu erza de
voluntad, que se posee hasta qué punto podem os funcionar sin darle un
sentido a las cosas, en qué medida se puede sobrevivir en un mundo ca
rente de sentido, porque se ha sido capaz de organizar una pequeña par
cela del m ism o” (La voluntad de poder 585; 12:366). N ietzsche no quiere
decir que lo que uno h ace no puede tener con sencu encias am plias para el
m undo en general: Sócrates es un ejem plo perfecto de eso. Lo que sí quiere
decir es que los m ejores seres hum anos no eran aquellos que fueron di
rectam ente útiles al estado o a la sociedad. Eso es sin duda una exagera
ción y es, en un sentido estricto, falso. Pero su aseveración de que nosotros
estam os demasiado listos a asociar la grandeza con la utilidad pública es
una verdad aceptada. (N. del T.: Traduje la cita de Nietzsche directam ente
de la edición y traducción de Will lo Power de W a ter Kauffm ann debido a
qu e la traducción al inglés y al castellano leen el fragm ento de form a to
talm ente diferente. La versión al castellano traduce: “El qu e no d eb e poner
su voluntad en las cosas, el que carece de fuerza y de voluntad, sabe por
lo m enos prescindir del sentido en las cosas, hasta qué punto se soporta
en el mundo que no tiene sentido: porque se organiza un pequ eñ o trozo
de sentido” (577). Es im portante notar tam bién que hay u na divergencia
en la manera en que ambas traducciones dividen los fragm entos del texto
de Nietzsche.)
24 El nacimiento de la tragedia fue publicado en 1872. Las cuatro Considera
ciones intempestivas com pletas fu eron publicadas entre 1873-1876, y las tres
partes ele Humano demasiado humano aparecieron entre 1878-1880. Au
rora, que p ertenece al periodo interm edio ele Nietzsche, pero manifiesta
una nueva anim osidad hacia Sócrates, fue publicado en 1881. Fue seguido
por los cuatro libros de La gaya ciencia, que n o aparecieron hasta 1887;
estos dos últimos libros p ertenecen a las obras tardías de Nietzsche.
25 N. del T.: El nacimiento de la tragedia. Trad. de Andrés Sánchez Pascual.
Madrid: Alianza Editorial, 1997.
26 Ver tam bién la II Intem pestiva, Sobre la utilidad y el prejuicio de la histo
ria para la vida-. “Ya Sócrates m antenía que im aginarse la posesión de una
virtud que realm ente no se poseía era un mal cercan o a la locura; y, cier
tamente, una im aginación m ucho más peligrosa que la imaginación opuesta:
padecer de un error, de una carencia. Porque, gracias a esta ilusión, aún
quizás es posible ser mejor, pero por esa imaginación el hombre o una ép oca
se hacen continuam ente peores, es decir, en este caso, m ucho más injus
tos” (84). N. del T.: Sobre la utilidad y el peligro de la historia para la vida
(IIIntempestiva). Trad, de G erm án Cano. Madrid: Biblioteca Nueva, 2003-
27 Friedrich Nietzsche, “We Classicists”( “W C”), trad. de William Arrow-Smit, en
Unmodern Observations, sec. 193; 8:95.
. 28 Humano demasiado humano. Trad. ele Carlos Vergara. Madrid: Edaf, 2003.
29 “El problem a de Sócrates” está en la segunda parte del Ocaso de los ídolos,
que apareció en 1888.
30 El pasaje aparece en las notas de Nietzsche para un ensayo no term inado,
“W issenschaft und W eisheit im K am pfe”, 8: 97. Una traducción al inglés de
las notas aparece en Friedrich Nietzsche, Philosophy and Truth: Selections
from Nietzsche’s Notebooks of the Early 187Os, ed. y trad. de D aniel Bra-
zeale (Atlantic Highlands, N.J.: Humanities Press, 1979), 127-46.
31 Lagenealogía de la moral. Trad. de Andrés Sánchez Pascual. Madrid: Alianza
Editorial, 1996.
32 La gaya ciencia. Trad. de Charo Crego y Ger Groot. Madrid: Akal, 1988.
33 El pasaje continúa: “Y el otro en todas las causas que defienda transigiría
y por lo tanto la com prom etería; discípulo tal se lo d eseo a mi en em ig o ”.
34 Si esa hipótesis es correcta, la co n exió n entre el filósofo “m alhum orado” y
Sócrates se vuelve muy im portante. Exam inarem os ese asunto en el trans
curso de nuestra lectura.
35 Friedrich N ietzsche, Así habló Zaratustra, “De la virtud que hace regalos”
122, 3; 4:101: “¡Ahora yo me voy solo, discípulos míos! ¡También vosotros
os vais ahora solos! Así lo quiero yo. En verdad, este es mi consejo: ¡Ale
jaos de mí y guardaos de Zaratustra! Y aún mejor: ¡avergonzaos de él! Tal
vez os ha engañ ad o [...I Ahora os ord eno que m e perdáis a mí y q u e os
encontréis a vosotros; y só lo cu an d o todos hayáis renegado de mí, v o l
veré entre vosotros” ( Zaratustra, “D e la virtud que h ace regalos” 122-23).
La idea de qu e sólo negando los m odelos se pu ed e establecer algo q u e es
verdaderam ente p rop io es central para N ietzsche al entender la filosofía
com o el arte de vivir (m odelar una personalidad radicalm ente nueva y un
modo de vida). (/V. del T.: Así habló Zaratrusta. Trad. de Andrés Sánchez
Pascual, Madrid: Alianza Editorial, 2003.)
36 u na discusión muy interesante de la idea de Nietzsche del contraste entre
la Grecia arcaica, donde la gente actuaba com o actuaba porqu e así lo per
mitía la tradición, y el requisito radical de Sócrates de que aquellos que si
guieran esa tradición ofrecieran razones de por qué lo h acían, se puede
encontrar en Randall Havas, Nietzscbe’s Genealogy: Nibilism and the Will
to Knowledge (Ithaca: Cornell University Press, 1995), cap ítulo 1. La idea
de Havas es importante y atractiva, aunque no estoy con ven cido de su con
clusión general de qu e N ietzsche quiere reestab lecer una cultura con la
autoridad que, de acuerdo con él, la G recia arcaica alguna vez poseyó. Mi
posición, la cual no puedo debatir aquí, es que Nietzsche podría haber te
nido la meta de establecer tal cultura en sus primeros años pero en sus obras
tardías, particularmente las grandes obras de los 1880, dejó de pensar que
la filosofía podía tener, en general, una influencia tan directa en la cultura.
En lugar de esto, dedicó su obra a un proyecto m ucho m ás individualista
de autocreación, estableciéndose como un individuo que modeló un modo de
vida distintivo y quizás hasta inimitable. Tendrem os más qu e decir sobre
este asunto mientras continuem os nuestra lectura.
En un nivel histórico, debem os notar que Bernard Williams, a pesar de su
gran deuda con Nietzsche, ha dem ostrado que la discontinuidad entre el
pensam iento ético griego hom érico y arcaico, por un lado, y las ideas más
tardías, tanto griegas com o contem poráneas, sobre asuntos similares, por el
otro, no es tan grande com o muchas v eces se ha supuesto.V er su Sbame
andNecessity (Berkeley: University o f California Press, 1993), especialm ente
capítulos 2 y 3 -
37 El que Nietzsche frecuentem ente (aunque no siem pre) entendiera la m o
ralidad en términos tan kantianos está b ien argüido en la disertación de
Ph. D. de Maudemarie Clark, “Nietzsche’s Attack on Morality’* (University of
Wisconsin, 1975).
38 Ver Más allá del bien y del mal 202; 133-135, donde Nietzsche co n ecta a Só
crates con la moralidad m oderna, cristiana o “de animal de reb añ o ”, de la
cual dice es “el movimiento dem ocrático”. Las ideas políticas de Nietzsche
han estado bajo un gran escrutinio últim am ente. Libros que vale la pena
consultar sobre este tem a son Tracy Strong, Friedrich Nietzsche and the
Politics oflramfiguration, exp. ed. (Berkeley: University o f California Press,
1988); Mark Warren, Nietzsche and Political Tbought (Cam bridge, Mass.:
MIT Press, 1988); Bruce Detweiler, Nietzsche and the Politics of Aristocra-
tic Radicalism (Chicago: University o f Chicago Press, 1990); Peter Bregmann,
Nietzsche: “The Last Anlipolitical Germán” (Bloom ington: Indiana Univer-
sity Press, 1987); Leslie Paul Thiele, Friedrich Nietzsche and the Politics of
the Soul (Princeton: P rinceton University Press, 1990); y, particularm ente
sobre las con exio n es entre Nietzsche y el pensam iento dem ocrático, Law-
r e n c e j. Hatab, A Nietzschean Defense ofDemocracy (Chicago: O pen Court,
1995).
39 El nacimiento de la tragedia 11-15; 1: 75-102.
*o Para una valoración concisa, balanceada y m ayorm ente positiva del trata
m iento que le da N ietzsche a los griegos, ver Hugh Lloyd-Jones, “N ietz
sche and the Study o f the Ancient World”, en Jam es C. O ’Flaherty, Tim othy
F. Sellner y Robert M. Helm, eds., Studies in Nietzsche and the Classical Tra-
dition (Chapel Hill: University o f North Carolina Press, 1979), 1-15.
41 Con esto N ietzsche qu iere decir la naturaleza del m undo mismo, el cu al
piensa en térm inos sorprendentem ente antropom órficos a lo largo de este
libro.
42 N. del T: He extend id o consid erablem en te la cita qu e h ace Neham as del
texto original para facilitar la lectura de esta traducción. La cita de N ietz
sche en el texto de Neham as se limita a la siguiente frase: “to touch ivhose
very hem wouldgive us thegreatest happiness”.
43 “Basta con recordar las con secu encias de las tesis socráticas: la virtud es el
saber, se peca sólo por ignorancia, el virtuoso es el feliz; en esas tres for
mas básicas del optim ism o está la muerte de la tragedia. Pues ahora el héroe
virtuoso tiene qu e ser un dialéctico, ahora tiene que existir un lazo n e c e
sario y visible entre la virtud y el saber, entre la fe y la moral, ahora la so
lución trascendental de la justicia de Esquilo queda degradada al principio
banal e insolente de la justicia poética con su habitual deus ex machina”
(El nacimiento de la tragedia 122, 14; 1:94-95).
44 Aurora. Trad. de G erm án Cano. Madrid: B iblioteca Nueva, 2000.
45 Humano demasiado humano 118, 126; 2:122. Es interesante com parar la
evaluación de N ietzsche del daimonion de Sócrates co n la de M ontaigne:
“IB] El dem onio de Sócrates era si acaso cierto im pulso de la voluntad qu e
se le presentaba sin esperar el co n sejo de su razón. En alma tan depurada
com o la suya y preparada para el continuo ejercicio de la sabiduría y de la
virtud, es verosímil qu e esas inclinaciones, aunque tem erarias e indigestas,
fuesen siempre im portantes y dignas de ser tenidas en cuenta” (“De los p ro
nósticos”, 83). M ontaigne aquí distingue entre las decisiones racionales de
Sócrates y sus im pulsos más instintivos. Veremos que la racionalidad de Só
crates no es tan equívoca com o N ietzsche la. hace parecer.
46 Platón, Fedón 118a7-9-
47 Una discusión detallada de la “d ecad en cia” en co n exió n co n Sócrates se
puede encontrar en D aniel R. Ahern, Nietzsche as Cultural Physician (Uni
versity Park: Pennsylvania State University Press, 1995), cap ítu lo 3. De
acuerdo con Ahern, "los síntomas de decadencia que N ietzsche identifica
con Sócrates incluyen la racionalidad ele Sócrates ( Crepúsculo de los ídolos
3:10), su papel en destruir el arte trágico (El nacimiento de la tragedia 12),
su ‘moralidad’ (La voluntad de poder 433), y su fracaso co m o m édico de la
cultura (Crepúsculo de los ídolos 3:1 1 )” (58). El análisis de A hern del tema
es valioso aunque tengo serías reservas acerca de su idea, qu e tiene que ver
con la idea de Ha vas en Nietzsche’s Genealogy, de que N ietzsche conside
raba que el papel de la filosofía es la construcción y articulación de una
alternativa, general "saludable” a la cultura contem poránea.
48 Las ideas de Nietzsche sobre la im portancia de (dtycov) para la cultura griega
en general son expresadas en un ensayo inédito, recien tem en te incluido
com o “Homer on Com petition”, en Friedrich Nietzsche, On the Genealogy
of Morality, trad, de Carol D iethe (Cambridge: Cambridge University Press,
1994), 187-94. El texto original, titulado “I lom ers W ettkam pf”, se incluye en
el KritischeStudienausga.be> 1:783-92.
49 Cf. La gaya ciencia 353; 589-90, donde Nietzsche argumenta que la parte
más im portante del fundar una nueva religión es localizar una manera de
vida que ya estaba allí, “verla”, “elegirla.” y “adivinar” por primera vez “cóm o
se puede utilizar, cóm o se puede interpretar”. Por lo tanto, los fundadores
de religiones generalm ente no inventan nuevos m odos de vida; sólo traen
a primer nivel y re interpretan, para sus propios propósitos, form as que ya
existían antes. En general, a pesar de su énfasis en la creación y en dejar
el pasado atrás, Nietzsche es agudamente consciente de la necesidad de de
pender del material que siempre está listo allí. Discuto este tema con más
detalle en "Nietzsche, Aestheticism, M odernity,” en Bernd Magnus y Kath-
leen M. Higgins, eds., The Cambridge Companion toNietzsche (Cambridge:
Cambridge University Press, 1996),
50 Nietzsche frecuentem ente sugiere que Sócrates no sim plem ente “destruyó”
la cultura trágica de los griegos: la cultura misma, afirma Nietzsche, ya se
estaba cayendo a pedazos, y Sócrates aceleró el final. Si eso es así, él nunca
explica por qué la cultura griega em pezó a caer en la decadencia, que él en-
cu entra personificada en Sócrates. Ver, por ejem plo, Más allá del bien y
del mal, 212, que discutiremos con más detalle abajo, y Ahern, Nietzsche
as Cultural Physician, 71-77.
51 Me parece que Nietzsche escoge sus palabras con m ucho cuidado. Cuando
d escribe a Sócrates com o “una caverna de malos d eseo s” ( “eine Hóhle aller
scblimmen Begierden> y), está casi con seguridad, aludiendo a la metáfora más
fam osa de Platón: la m etáfora de la vida humana diaria, llena de pasión e
ilusión com o un encarcelam iento no consciente en una caverna de la cual
sólo el filósofo, quien está m odelado en Sócrates, puede escapar. Por m edio
de su descripción, Nietzsche sugiere que Sócrates está todavía más atrapado
en la caverna de Platón que la gente com ún cuyas vidas Platón pensó qu e
estaba describiendo (Rep. 5 l4 a l- 5 1 7 c 6). Estoy agradecido a Duncan Large,
quien, al cu estionar la precisión de la traducción inglesa de este p asaje,
me ayudó a darm e cuenta de cuán importante es este pasaje. (N. del T.: La
posible analogía con la caverna de Platón se pierde en la traducción al e s
pañol del Crepúsculo de los ídolos. La traducción de Walter Kaufmann en
la cual se apoya el texto de Nehamas traduce este fragm ento com o “a cave
ofbad appetites”)
52 Crepúsculo de los ídolos V :2;6:83.Nietzsche había ya escrito en la secció n
anterior que: “La iglesia com bate la pasión con la extirpación, en todos los
sentidos de la palabra: su medicina, su cura, es el castradismo [...] en todo
tiem po ha cargad o el acen to de la disciplina so b re el exterm inio (d e la
sensualidad, del orgullo, del ansia de dominio, del ansia de posesión, del
ansia de vengan za)” (60). Pero co m o ya había argum entado en La genea
logía de la moral 1, especialm ente en las secciones 13-15, tal práctica p re
serva lo que quiere elim inar porque necesita utilizar los impulsos que niega
para destruirlos (ver tam bién N eham as, Nietzsche: Life as Literature, 211-
12). Montaigne tam bién tuvo una idea similar: “No hay otra hostilidad más
ex celen te que la cristiana. Nuestro ce lo hace maravillas cuando secun d a
nuestra inclinación al odio, a la crueldad, a la am bición, a la avaricia, a la
denigración, a la reb elió n ... Nuestra religión está h ech a para extirpar los
vicios; mas los en cu b re, alim enta e incita. (“A pología de Raim undo Sa-
bu nde”, 139).
53 la gaya ciencia 290; 3:530-31- He discutido este pasaje y todo el asunto e x
puesto aquí co n m ás detalle en Nietzsche: Life as Literature, 184-99.
54 En el prefacio de Más allá del bien y del mal, Nietzsche se refiere a la Cris
tiandad com o “el platonism o ‘para la g en te’”. No h ace falta decir que su m a
nera de en tend er la co n cep ció n de Sócrates y Platón acerca del alm a es
dem asiado sim plista. Aunque es verdad que en el Fedón Platón atribuye
cada bajo impulso al cuerpo e identifica el alma con la razón, la división tri
partita de la República considera n o só lo la razón sin o tam bién la em o
ción y las bajas pasiones com o partes del alma hum ana. No obstante, Platón
indica con gran énfasis que lo que es más característicam ente hum ano es
la razón, el “elem ento regidor” del alma.
55 Ha sido acusado de ser am bas cosas por Jürgen Habermas, en The Philo-
sopbical Discourse ofModernity, trad. de Frederick Law rence (Cam bridge,
Mass.: MIT Press, 1987), capítulo 2. H aberm as atribuye esas ideas a Nietz
sche basándose en lo que y o considero una mala lectura de El nacimiento
de la tragedia. Ver Nehamas, “Nietzsche, Aestheticism, M odernity”, 228-30..
y “T h e Ends o f Philosophy”, NewRepublic, 30 May 1988, 32-36.
56 Y continúa: “¿Qué significa pues la reacción de Sócrates qu e recom ienda
la dialéctica com o un cam ino para la virtud y que se divertía al ver que la
m oral no podía fundarse de una manera lógica,..? [...1 los juicios morales han
perdido el carácter condicionado de donde salieron y que les daba un solo
sentido; se les ha desarraigado de su suelo griego político para desnatura
lizarlos, b ajo la apariencia de una gran elevació n [...] [se les] inventa un
m undo del que proced en y en el que se encuentran com o en su casa” (La
voluntad de poder 301, 424; 13:288),
57 Las afirm aciones que siguen forman la idea central y son discutidas en de
talle por Nehamas en Nietzsche: Life as Literature.
58 Aquí no estoy de acuerdo con la distinción radical entre el p royecto “pri
vad o” de autocreacíón y la tarea “pública” de afectar a la sociedad en ge
neral, una distinción que Richard Rorty hace en Contingency, Irony and
Solidarity (Cambridge: Cambridge University Press, 1989), esp. capítulo 5.
He dado algunas razones para rechazar la idea de Rorty en “N ietzsche, Aes
theticism , M odernity”, 236-38, y en “A Touch o f the P oet”, Raritan Quar-
terly 10 (1990): 101-25.
59 Ver Nehamas, Nietzsche: Life as Literature, capítulo 5.
6° Ver la nota de Walter Kaufmann a este pasaje en su traducción (2 1 7 ) para
una p o sib le lectura alternativa que él co n v in cen tem en te d em uestra que
no puede estar en lo correcto.
61 Esto es parte del argum ento de La genealogía de la moral I: 16 y III: 13;
5:285-88, 367-72 . La metáfora de Nietzsche de los seres hum anos com o ani
m ales de m anada es rica y llena de m atices; m erece m ás a ten ció n de la
qu e se le ha dado y m ucha más de la que le puedo dar ahora.
62 Las im ágenes de Nietzsche aquí sugieren que está pensando en el “creador”
co m o una figura religiosa, particularmente com o alguien que configura un
m odo de vida universal. Pero, en primer lugar, com o El anticristo demuestra,
N ietzsche no pensaba que Jesú s representaba tal m odo de vida; ver esp e
cialm ente las seccion es 29, 33, 35. Segundo, com o verem os m ás adelante
co n más detalle, cuando Nietzsche habla de “escribir nuevos valores sobre
nuevas tablas”, siem pre debem os estar listos para preguntar para quiénes
eran pensados esos valores. La presunción de que deben ser pensados para
todos no es justificable.
63 He discutido algunos de los temas acerca del perspectivism o en Nietzsche:
Life as Literature, capítulo 2. M audemarie Clark ha presentado una inter-
prefación alternativa en Nietzsche on Truth and Philosophy (Cam bridge:
Cambridge University Press, 1990). En general, no estoy satisfecho con los
tratamientos anteriores del perspectivism o, incluyendo el mío, porque pres
tan atención casi exclusiva a las cuestiones epistem ológicas presentadas por
este concepto sin tom ar en cuenta el h ech o de que la divergencia entre la
verdad y el valor p arece ser más im portante para N ietzsche. Ese es el tem a
al que me referiré más adelante,
64 ArthurC. Danto, Nietzsche as Phílosopher (New York: Macmillan, 1965), 71,
72; cf. 79, 99- La interpretación pragm ática de D anto no es aceptada por
todo el que escribe sobre Nietzsche, p ero ninguna otra idea ha tenido más
apoyo en los últimos treinta años. Richard Schacht, Nietzsche (London: Rou-
tledge and Kegan Paul, 1983), capítulo 2, atribuye a Nietzsche varias teorías
sobre la verdad, d ependiendo de los tipos de afirm aciones que están siendo
evaluadas, mientras qu e M audemarie Clark, Nietzsche on Truth and Philo
sophy, capítulo 2, afirma que Nietzsche acepta una versión “minimalista” de
la teoría de la corresp ond en cia qu e n o adopta ningún com prom iso serio
ya sea acerca de la naturaleza del m undo o acerca de nuestras habilidades
para conocerlo.
65 La más famosa entre ellos viene de Más allá del bien y del mal. “La false
dad de un juicio no es para nosotros [necesariam ente] ya una ob jeción co n
tra el mismo; acaso sea en esto en lo que más extraño su ene nuestro nuevo
lenguaje. La cu estión está en saber hasta qué punto ese juicio favorece la
vida, conserva la vida, conserva la esp ecie, quizá incluso selecciona la e s
p ecie” (24, 4; 5:18). Podem os hacer dos com entarios sobre esto. Primero,
aún aquí Nietzsche no necesita rechazar totalm ente la falsedad com o razón
para objetar un juicio. Su calificativo (inoch” (qu e Kaufm ann traduce, de
un m odo más fuerte, co m o “necesariam ente”) sugiere que no está diciendo
que la falsedad nunca sea una razón para negarse a aceptar un juicio. El
pragmatismo de N ietzsche tiene m atices. Segundo, un pragmático estricto
identifica la verdad co n la utilidad y la falsedad co n la inutilidad. No pu ed e
haber un cuestionam iento de una sentencia que es falsa y, a la vez, “salva
la vida”, ya que ser falso significa no tener utilidad y salvar la vida es ser
verdadero. El pasaje no puede apoyar una estricta interpretación pragm á
tica de Nietzsche. (N. del T.: Para facilitar el entendim iento de la nota de Ne
ham as, agregué en tre co rch etes el calificativo “n ecesariam en te” q u e no
aparece en la traducción al español de Más allá del bien y del mal).
66 Ver tam bién Ecce Homo, así com o Humano demasiado humano: “Visión fun
damental: No hay arm onía preestablecida entre el progreso de la verdad y
el bien de la hum anidad” (277, 517; 2:323)
67 Nietzsche hace afirm aciones similares en Más allá del bien y del mal 1, 5:15
y en La genealogía déla moral 111:23-27; 5:395-411.
68 “pues carecem os de órganos para el conocim iento, para la ‘verdad’, sab e
mos (o creem os o nos im aginamos) justam ente tanto cuanto pu ed e ser útil
a los intereses del rebaño hum ano, de la esp ecie; y aun eso que aquí se
llama utilidad es, en definitiva, tan sólo una creencia, un producto de nues
tra im aginación y a lo mejor, precisam ente, esa fatalísima estupidez que
un día provocará nuestra ruifia” {La gaya ciencia 272, 354; 3:593). Este pa
saje deja claro que si Nietzsche está ofreciendo una teoría de algo aquí es
una teoría de por qué aceptam os ciertas creencias com o si fueran la ver
dad, Pero el h echo de que nuestra hipótesis (que son verdaderas porque
son útiles) pueda ser incorrecta muestra que esta teoría no puede explicar,
en el fondo, por qué una creencia es verdadera.
69 La voluntad de poder 449, 319; 13:446-47 “¿Por qué trata de dem ostrarse la
verdad? Por el sentim iento de mayor poder, por la utilidad, p or su carácter
indispensable: en resum en, por conseguir ciertas ventajas, P ero esto es un
prejuicio, un indicio de que en el fondo no se trata de la verdad”.
70 El término fue usado por primera vez por Peter G each, quien cree que Só
crates no com etió tal falla, en su "Plato’s Buthypforo: An Analysis and Com-
mentary”, Monist 50 (1966): 369-82. Para una discusión, ver Jo h n Beversluis,
“D oes Sócrates Com m m it the Socratic Fallacy?”, American Pbilosophical
Quarterly 24 (1987): 211-23, y mi “Confusing Universáis and Particulars in
Plato’s Early D ialogues”, Review of Metaphysics 29 (1975): 287-306.
7:1 En “The Folly o f Trying to D efine Truth” (Journal of Pbilosophy 93 [1996]:
263-87), Donald Davidson argumenta, em pezando con un paralelo entre los
esfuerzos contem poráneos para definir la verdad y el intento de Platón de
ofrecer una definición de las virtudes (y en el Teeteto, sobre el conocim iento),
que la verdad es “un concep to indefinible. Pero eso no quiere decir”, Da
vidson continúa, “que no podam os decir nada revelador acerca de esto: p o
dem os hacerlo si la relacionam os con otros con cep tos co m o la creencia,
el deseo, la causa y la acción. Tam poco la indefinibilidad de la verdad im
plica que el concep to sea m isterioso, am biguo o no fiab le” (265). Esa es
más o m enos la posición que le estoy atribuyendo a Nietzsche.
72 Danto, Nietzsche as Philosopher,; 80. La objeción es muy com ún; he inten
tado referirme a ella en Nietzsche: Ufe as Literature, 65-67.
73 Para ciertos propósitos, yo puedo, por supuesto, pretender creerlo, o ac
tuar com o si lo creyera. Lo que no p u ed o hacer es realm ente creer algo
sabiendo que es falso. Tam bién puedo tener cierta idea aunque sepa que
no me beneficia tenerla. Pero no puedo decidir que, ya que m e beneficia,
esa idea es falsa.
14 La persistencia de la confusión entre perspectivism o y relativism o es lo
que da cuenta de la convicción de que el perspectivism o, co m o el relati
vismo, debilita su propia verdad.
Lo que Nietzsche llama "nihilism o”, la convicción de que no hay valores y
de que todo cam ino de acció n es o arbitrario o no vale la pena tom arlo,
es resultado de la co n statació n de q u e los valores objetiv os p ropu estos
por la Cristiandad y garantizados por D ios no existen. “La muerte de D io s”
deja un espacio vacío allí donde antes existían los valores seguros. Puede
haber dos reacciones ante este descubrim iento. Uno puede pensar que la
oportunidad ahora está abierta para la creación de nuevos valores o qu e
(si se necesita todavía de valores que son dados independientes de núes-
tra voluntad) no hay valores para nada. Las ideas de Nietzsche sobre este
conjunto de cu estion es son com plejas, y no es posib le examinarlas aquí.
Pero vale la pena notar qu e M ontaigne había tenido una idea similar: “el
vulgo, careciendo de la facultad de juzgar las cosas en sí mismas, dejándose
llevar por el azar y las apariencias, una vez que le han puesto en la m ano
la osadía de despreciar y enjuiciar las ideas que había reverenciado en ex
tremo, com o ocurre co n aquellas de las que depende su salvación, y qu e
se han puesto en duda y en la balanza algunos artículos de su religión,
■ entrega enseguida y fácilm ente a la misma incertidumbre todos los dem ás
puntos de su fe, que no gozaban para él de más autoridad ni fundam ento
que aquellos que le han destruido” (“Apología de Raimundo Sabunde” 133).
Montaigne oficialm ente desaprueba el “ateísmo ex ecrab le”, la tentación que
este pasaje analiza, y la atribuye a la estupidez de “la m anada com ún”. P ero
el fenóm eno que d escribe es precisam ente lo que N ietzsche quiere d ecir
con “la muerte de D io s”. Y donde M ontaigne ve estupidez, Nietzsche ca
racterísticamente encuentra debilidad.
76 La verdad no deriva su valor incondicional, de acuerdo a La gaya ciencia
344, de consideraciones prudentes al caso que siem pre es malo ser en g a
ñado, lo cual es claram ente falso, pero Nietzsche afirma del com prom iso
moral: “no quiero engañar, ni aun a mí m ism o”, D ado que: “la vida tiende
a la apariencia, es decir, al error, el engaño, la sim ulación, el deslum bra
miento, el autodeslumbrarniento [...] Tal propósito es acaso, por decir p o co ,
un quijotismo, una esp ecie de extravío sentimental, mas pudiera ser tam
bién algo más grave: un principio antivital, destructor...” (252-253). N ues
tros esfuerzos por diferenciarnos del resto de la naturaleza, de acuerdo a
Nietzsche, están cond enad os al fracaso. Pero al engendrar la noción ele qu e
som os seres radicalm ente diferentes de todo lo demás, la moralidad es para
Nietzsche “hostil a la vida”.
77 Esa es la idea de Clark, Nietzsche on Truih and Philosophy, 160, 162, y de
Arthur Danto, “Som e Remarks on The Genealogy ofM o r a l en Robert C.
Solom on y Kathleen M. Higgins, eds., Reading Nietzsche (New York: O x
ford University Press, 1988), 13-28.
78 Clark, Nietzsche on Truth and Philosophy, 163.
79 Ihid., 202.
80 N. del T: La traducción al español no incluye el adjetivo "gen u in o” ni el plu
ral de “filósofos” enfatizados por Nehamas.
81 En Más allá del bien y del mal, 211; 5:144-45, Nietzsche ya ha rechazado a
Kant y a Hegel, a quienes m enosprecia co m o "trabajadores filosóficos”, in
cap aces de crear nuevos valores y satisfechos co n codificar los valores que
ya existían en el mundo.
82 Para una discusión m ás amplia de este pasaje y los tem as q u e presenta,
v er mi "W ho Are £the Philosophers o f the Future?; A Reading o f Beyond
Good and EvW\ en Solom on and Higgins, eds., Reading Nietzsche, 46-67.
83 Ahern, Nietzsche as Cultural Physician, capítulo 3, presenta un argumento
interesante al indicar que Nietzsche puede recon ocer a Sócrates com o un
gran filóso fo y aun así rechazarlo por su "d eca d en cia ”. D e acu erdo con
Ahern, “en un organismo saludable la fuerza de todos sus instintos es usada
para crecer. En la decadencia, la situación se invierte: el instinto de con
servación se vuelve dom inante [y todo funciona] para la estabilidad” (63).
Ahern define la estabilidad máxima com o la muerte misma y entonces acusa
a Sócrates ele llevar a la cultura griega a “abrazar la m uerte” (6 1 ). Pero Só
crates aún era una gran figura porque “reveló el deber g en u in o del filó
so fo de ser el m éd ico de la cultura. P ero este gran m o d elo d el filósofo
para los siglos venideros necesariam ente prom ovió la enferm edad que él
creía estar com batien d o” (76). Sócrates, concluye Ahern, “dem uestra que
hay veces cuando, al enfrentarse a la enferm edad, la única cura del m é
dico es una inyección letal” (77-78). Esta es de m uchas m aneras una inter
pretación atractiva y estoy de acuerdo co n muchas de las ideas de Ahern.
P ero aún tengo dudas serias acerca de si Nietzsche continu aba creyendo
qu e el deber de los filósofos es ser “m édicos culturales” en el sentido de
o frecer un conjunto de ideas y valores -u n a “cura” para la cultura en su
totalidad™, Mi propia p osición es que N ietzsche se retiró a una posición
m u cho más individualista en sus obras tardías y asum ió qu e su tarea era
articular su propio m odo de vida, un m odo que puede o (probablem ente)
no puede ser apropiado para el resto del mundo.
84 Jen o fo n te, Simposio 5.5.
85 Para una presentación detallada de los m étodos que N ietzsche utilizó para
ese propósito, ver Nehamas, Nietzsche: Life as Literature, capítulo 1.
86 El prim er término es de Walter Kaufmann, en Nietzsche: Phílosopher; Psy-
chologist, Antichrist, 4a ed. (Princeton: Princeton University Press, 1974),
391. El segundo es de W erner Dannhauser, en Nietzsche's View of Sócrates
(Ithaca: Cornell University Press, 1974), 272. A pesar de m i desacuerdo
con la idea final de D annhauser, su libro me pareció muy útil al apuntar y
discutir la “tregua” entre N ietzsche y Sócrates durante las obras in term e
dias de Nietzsche,
87 Mi tratam iento de Só crates y N ietzsche está, por supuesto, muy lejo s de
ser com pleto. La investigación más exhaustiva, quizás hasta enciclopédica
de este tema, adem ás de una bibliografía muy copiosa, se puede e n c o n
trar en H erm ann-Josef Schmidt, Nietzsche und Sokrates: Philosophische Un-
tersuchungen zu Nietzscbes Sokratesbild (M eisenheim : Hain, 1969) ■
88 Nietzsche escribe esto en una nota n o publicada (1 1 :4 4 0 ). Él afirma qu e la
magia de Sócrates consiste en tener “un alma, y otra detrás de esta, y otra
detrás de esta”. Jen o fo n te, dice Nietzsche, “se puso a dormir” en la prim er
alma de Sócrates, Platón en la segunda, y en la tercera fue Platón de nuevo,
pero con su propia segunda alma.
89 El caminante y su sombra 86. El pasaje continúa: “Sócrates es superior al
fundador del cristianism o por su forma alegre de ser serio y por esa sabi
duría suya llena de rasgos de buen humor que constituye el estado más h er
m oso del alma humana. Además, su inteligencia era superior” {El caminante
y su sombra 81-82). N ietzsche, quien escribe aquí qu e Sócrates p osee “die
fróhliche Art des Ernstes" quizás recordaba que M ontaigne alguna vez había
atribuido a Sócrates “una sabiduría feliz y so ciab le”.
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