Ensayo. Resiliencia. Indira Laya

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

UNIVERSIDAD CATÓLICA ANDRÉS BELLO


INSTITUTO DE ESTUDIOS RELIGIOSOS
CARACAS – VENEZUELA

METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN
Resiliencia: el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional.

Laya R. Indira C.
C.I. 17.936.718

Octubre de 2020
BORIS CYRULNIK
Neurólogo, psiquiatra y psicoanalista y uno de los fundadores de la etología
humana. Profesor de la Universidad de Var en Francia y responsable de un grupo
de investigación en etología clínica en el Hospital de Toulon.

Nace en Burdeos, el 26 de julio de 1937, siendo de familia judía. Su padre, Aaron


Cyrulnik, fue un ebanista, deportado con su esposa, Nadia de Cyrulnik, a los
campos de concentración nazi. Siendo un niño, presencia como sus progenitores
son sentenciados a muerte.

Con tan solo seis años de edad consigue escapar del campo de concentración, de
donde el resto de miembros de su familia, rusos judíos emigrantes, jamás
regresaron. Empieza entonces para el joven huérfano una etapa errante por
centros y familias de acogida. A los ocho años la Asistencia pública francesa le
instala en una granja y a punto está de hacer de él un niño granjero analfabeto;
pero se convierte, sin embargo, en un médico empeñado en entender sus propias
ganas de vivir.

Hoy es uno de los principales expertos en resiliencia del mundo y se lo llama


“psiquiatra de la esperanza” entre los franceses. Es un resiliente, su infancia
destruida por la guerra no le impidió convertirse en un hombre de provecho. Es un
hombre que habla de sus heridas “en tercera persona”, ha logrado transformar sus
debilidades en ventajas.
¿Es la resiliencia, como forma de vida, una novedad para la humanidad? ¿Podría
decirse que hoy existen más razones para sufrir o sentirse vulnerables ante el
dolor o el sufrimiento? Mientras escuchaba la explicación del doctor Boris sobre la
resiliencia como capacidad de transformarse y superar las propias limitaciones de
cara a una situación de sufrimiento, y las condiciones, tanto internas como
externas, en las que es posible desarrollar esta actitud personal, me preguntaba
cuál ha sido la visión que nuestros predecesores en relación al dolor, al
sufrimiento y las dificultades a las que como sociedad han tenido que hacer frente.

Me llama la atención que el doctor señala la necesidad de crecer en un ambiente


capaz de transmitir seguridad y confianza para que el niño pueda desarrollar la
capacidad de ser empático con su entorno; así como la importancia de establecer
vínculos afectivos que le harán una persona con una autoestima saludable,
posibilitando un proceso de aprendizaje más eficiente. Esto, según el doctor, le
convertirá en una persona más sólida, más integrada, segura de sí misma y con
mayor tolerancia al dolor, le “preparará” por así decirlo, para sortear de una mejor
manera las adversidades o conflictos que sobrevienen, ineludiblemente de las
circunstancias propias de la vida.

Es mucho más interesante aún que quien plantee esta teoría sea una persona que
desde muy pequeño se vio sometido a un constante estado de amenaza,
sufrimiento y carencias. Tal vez sea precisamente por esto que el doctor afirma
“es la carencia lo que invita a la creatividad”, es algo que puede decir con
propiedad a raíz de la propia experiencia.

El dolor como realidad ontológica ha acompañado la existencia humana a lo largo


de la historia. A través de las distintas épocas de la sociedad se puede tomar nota
de situaciones concretas que han llevado a la humanidad al límite de sus
capacidades, que han tocado hondamente su condición efímera, dejando
expuesta la realidad de su vulnerabilidad y, al mismo tiempo, dando fe de la
capacidad que tiene el ser humano para superarse a sí mismo y evolucionar hacia
el desarrollo de fortalezas personales y comunitarias.
He notado en los últimos tiempos cierta insistencia en señalar la necesidad de que
el desarrollo de la persona, sobre todo durante los primeros años de vida, se de en
ambientes estables, sanos, capaces de ofrecer condiciones favorables en torno a
la seguridad, confianza, libertad, valoración y afecto en relación a la persona en
desarrollo. Es, en parte, lo que plantea el doctor Cyrulnik. Pareciera que, al ver las
características del adulto contemporáneo, muchos han reflexionado sobre la
necesidad de evaluar esos procesos de crecimiento a fin de que, en un futuro, sea
posible conducir a la sociedad por nuevos senderos, quizás mejores.

Aparentemente vivimos un momento en el que nos sentimos más vulnerables


antes las heridas emocionales y psicológicas que dejan el dolor y/o sufrimiento.
Cada vez hay más teorías e iniciativas que buscan hacernos conscientes de las
secuelas internas que dejan las situaciones de dolor que experimentamos, y de
sus inevitables consecuencias en relación a nuestra manera de relacionarnos con
los demás. Hay un especial cuidado para evitar, en la medida de lo posible, el
dolor, con la esperanza de contribuir al desarrollo de personas más felices y
comunidades más sanas. Sin embargo, me cuestiona profundamente si la manera
de revertir las tendencias individualistas, hedonistas y de crisis del sentido de la
vida, tan marcadas en nuestra época actual sea la de seguir replegándonos sobre
nosotros mismos.

Es cierto que es necesario seguir reflexionando sobre la condición humana y los


caminos que debemos transitar en miras de alcanzar siempre el bien mayor y el
bien común, pero pienso que, si nuestros predecesores se hubiesen centrado
tanto en el cuidado y cultivo de las condiciones “óptimas” para el desarrollo
personal, muchos de los signos del desarrollo social no se hubiesen dado. La
realidad es que el sufrimiento siempre nos ha acompañado y siempre lo hará
porque es una situación inherente a la vida misma. Es un factor que, en muchos
casos, va más allá de nuestro control. Solo basta extender la mirada hacia
diversas latitudes para darnos cuentas que el mundo está lejos de ser un lugar
capaz de garantizar estos estadios de seguridad y estabilidad, nunca lo ha sido.
Considero más bien que en lugar de desarrollar técnicas paliativas o herramientas
más o menos factibles, resultaría de mayor provecho ir un paso más allá, o
debería decir, más adentro. A mi parecer no es la falta de un ambiente seguro lo
que nos hace resilientes, no son siempre los vínculos afectivos, no es la ausencia
de dificultades la que me hace menos vulnerable al dolor. Es tener una razón por
qué seguir viviendo lo que nos ayuda a superar las dificultades, así sea el simple y
sencillo deseo de vivir. Es la fuerza vital que nos anima y nos invita
constantemente a existir lo que nos ayuda a ver el dolor en perspectiva, e incluso,
nos hace mirar como oportunidad aquello que otros ven como limitación.

La fe tiene mucho que decir al hombre en este sentido. El hombre para quien no
existe Dios o no lo tiene como fundamento de su vida, tendrá que cargar durante
el tiempo que viva con una existencia a la deriva, carente de origen y, por
consiguiente, carente de fin último. Está destinado a batallar siempre con una
existencia sin sustento ni substancia, de ahí que se sentirá constantemente
expuesto a una realidad que lo supera, tenderá a ver lo pasajero como
permanente y lo circunstancial como absoluto, lo hará también con las
experiencias de dolor. Se sentirá continuamente víctima de las circunstancias en
lugar de tener la fortaleza de sobreponerse y transformarlas.

Visto desde la fe el dolor esconde un poder liberador, transformador, salvador.


Dios no quiere que el hombre sufra, el sufrimiento es consecuencia del pecado del
hombre, que por decisión personal hace lo que no le conviene. Con todo, Dios ha
tornado esta realidad inevitable, pues “todos han pecado” (Romanos 3,23) en
fuente de vida y fortaleza.

Cuando el hombre logra descubrir su existencia en relación a la Verdad, que es


Dios, y comprende que su destino definitivo es vivir la vida para la que fue creado,
en comunión con Dios, de quien recibe el origen y la plenitud de su ser; cuando se
hace consciente de su realidad espiritual y trascendente, desarrolla una nueva
escala de valores que le permiten hacer frente a realidades que se tornan
temporales, como el dolor, el sufrimiento, el placer, la seguridad, la razón, la vida,
la muerte, entre otros. La vida toma otro sentido y lo que antes parecía
infranqueable, ahora se asume como lo que es, una circunstancia, un momento,
un hecho limitado en el tiempo, que no tiene la fuerza de determinar la manera
propia de vivir. Desde la fe, el sufrimiento tiene la fuerza de redimir la existencia,
nos renueva y nos fortalece.

Esto lo demuestran el sinnúmero de testimonio de creyentes, quienes estando


despiertos a la esperanza que les da la fe en Dios, han sido capaces de soportar
grandes sufrimientos físicos y morales a lo largo de la historia de la humanidad.
Algunos de ellos, incluso convirtiéndose en fuente de inspiración y transformación
para sociedades enteras.

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