26.de Las Políticas A Los Ciudadanos
26.de Las Políticas A Los Ciudadanos
26.de Las Políticas A Los Ciudadanos
De las
a los
Políticas
Ciudadanos
Rosalía Winocur
Rosalía Winocur
Agradecimientos
Esta serie de estudios ha sido coordinada por la Unidad de Sociedad Civil bajo la supervisión del Director del
Área de Gobernabilidad Democrática, Diego Antoni, y el apoyo de Paola Gómez. El trabajo no hubiese sido
posible sin el liderazgo de Cristina Martin; los aportes y el seguimiento de Flor María Ramírez; y el trabajo
logístico-administrativo de Laura Patricia Morales.
Publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en el marco del Proyecto 00060565, Fortalecimiento y
construcción de políticas culturales equitativas y diversas en el Distrito Federal.
El análisis y las recomendaciones aquí expresadas, no reflejan necesariamente las opiniones del PNUD, de su Junta Ejecutiva
o de sus Estados Miembros, ni de la institución que ha patrocinado su publicación.
Ni esta publicación ni parte de ella pueden ser reproducidas, almacenadas, mediante cualquier sistema o transmitidas,
en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, de fotocopiado, de grabado o de otro tipo,
sin el permiso previo de PNUD México.
Este proyecto se implementa gracias al apoyo de la Fundación Cultural de la Ciudad de México y la Secretaría de Cultura
del Gobierno del Distrito Federal.
Índice
Introducción 5
Conclusiones 33
Bibliografía 27
Documentos Consultados 38
Referencias 39
De las Políticas a los Ciudadanos
Introducción
El interés surgido durante las últimas décadas por los temas culturales en América Latina, vinculado a
una nueva concepción del desarrollo que le otorga un valor estratégico a la cultura, se ha reflejado en
la realización de diversas encuestas nacionales que muestran diferentes prácticas de consumo cultural
asociadas a los perfiles socio-demográficos de cada ciudad o región y a las preocupantes desigual-
dades en el acceso y disfrute de los bienes y servicios culturales.1 Por ejemplo en México, se dispone
de la Encuesta Nacional de Prácticas y Consumos Culturales 2004, realizada por Conaculta (2004:185).2
Sin dejar de reconocer el aporte fundamental de las encuestas citadas, en el sentido de que mapean
las prácticas de consumo cultural de diversos grupos socio-culturales y nos dan cuenta de las enormes
desigualdades que existen en la distribución y el acceso de los bienes culturales, coincidimos con
Chaves y Speroni (2006:49) y Wortman (2006:66), que no nos explican cuáles son los significados de
esas prácticas para quiénes las ejercen en el contexto de sus modos de vida e imaginarios identitarios:
Saber cuántas personas leen diarios, cuál es su preferencia de noticias, cuántas horas están expuestos a la TV o si asisten
más a fiestas religiosas o barriales, no nos permite inferir los sentidos que los actores le dan al diario, la noticia, la TV
o la fiesta. La encuesta mide el resultado de algo, nada dice del proceso de producción de ese resultado (2006: 49).
Ninguna de las encuestas mencionadas, a excepción de la realizada en Uruguay (“Primer Informe
Nacional sobre Consumo Cultural e Imaginarios” 2002), se pregunta tampoco por las representaciones
sobre la cultura y el tiempo libre que sustentan los modos de practicar, consumir y valorar la cultura,
ni por las condiciones de apropiación de los bienes culturales, ni por la manera como los ciudadanos
perciben y valoran la oferta cultural. Asumen de manera implícita que conceptos fundamentales
como cultura, consumo, tiempo libre, participación y derecho tienen el mismo significado para todos
los individuos y grupos sociales, aunque sus prácticas culturales sean diferentes. Y eso no sólo tiene
consecuencias para la construcción de indicadores y la elaboración de los instrumentos de indaga-
ción, sino para la interpretación y análisis de los datos. De suerte que la larga cadena de “sobreenten-
didos” y los sesgos que estos provocan, se trasladan al diseño de las políticas culturales:
Observamos (en las encuestas) la presencia de ciertas experiencias y objetos relevados y no otros. La decisión del qué
se mira, construye un dato y no otro, posibilita una información y no otra, visibiliza determinadas prácticas y no otras.
(Chaves y Speroni, 2006:52).
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CULTURA Y DESARROLLO HUMANO • Aportes para la Discusión
Y obviamente esto se refleja en el diseño de las preguntas y de las opciones para responder: “Las
‘respuestas’ a ‘preguntas’ hechas por los encuestadores no resultan siempre tales en verdad, sino
enunciados hechos en marcos conceptuales diversos que a veces erróneamente son interpretadas
por los analistas como respuestas a sus preguntas sobre la base de significados compartidos” (Krotz y
Winocur, 2006). En consecuencia, los datos de las encuestas sobre consumo cultural reúnen la doble
cualidad de su fortaleza representativa a nivel local, regional o nacional, y de su fragilidad interpreta-
tiva para reconstruir las necesidades culturales de los ciudadanos ubicados en las diversas realidades
representadas en las muestras:
Los propios datos de una encuesta son insinuaciones, resultados frágiles, en los que están involucrados las selecciones
intencionadas de su diseño, el significado azaroso de las percepciones de los entrevistados, e inclusive, las motivaciones
desconocidas que orientan sus respuestas. Una encuesta es un bosquejo muy preliminar, que sin embargo permite
rastrear algunas tendencias (Rey, 2002).
Estimamos que la falta de interrogantes acerca de las representaciones que diversos grupos tienen
sobre la cultura y sus prácticas, se ha convertido en un obstáculo conceptual y político para seguir avan-
zando en el diagnóstico de las realidades culturales de los ciudadanos latinoamericanos. Difícilmente
podremos cumplir con el mandato de la UNESCO del reconocimiento de la diversidad que contem-
ple las necesidades de distintos grupos socio-culturales, ampliando su estructura de oportunidades
y el margen de libertad para ejercerlas, si no sabemos cuáles son esas necesidades, o lo que es más
preocupante, las hemos definido a priori sobre la base de suponer que todos los ciudadanos se sienten
identificados o interpelados por la filosofía y las acciones de nuestras políticas culturales.
En la perspectiva planteada, asumir la tarea de reconstruir las realidades culturales de los habitan-
tes del Distrito Federal (DF) en el contexto de los imaginarios y prácticas de vida en común, implica
preguntarse cuáles son las representaciones3 sobre cultura, consumo, derecho, tiempo libre y partici-
pación, que facilitan o inhiben su participación en actividades culturales, su capacidad de creación, y
su reconocimiento de la cultura como un derecho. En el marco de las preocupaciones señaladas, este
documento se plantea los siguientes objetivos:
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1) Revisar críticamente los supuestos que orientan la mayoría de las encuestas sobre prácticas
de consumo y participación cultural en América Latina, que de alguna manera actúan
como sentido común incorporado no sólo en el diseño de los estudios y diagnósticos sino
en el diseño de las políticas culturales.
2) Desarrollar un marco conceptual y un conjunto de hipótesis que orienten posteriormente
la elaboración de indicadores y el diseño teórico-metodológico de un instrumento para
indagar las prácticas y representaciones culturales de los habitantes de la Ciudad de México,
a partir de recuperar la perspectiva de los ciudadanos en la definición, apropiación y valori-
zación de esas realidades.
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De ahí que con la palabra cultura puede ocurrir algo parecido que con la palabras democracia o par-
ticipación (Krotz y Winocur, 2007). Las encuestas asumen que todos los ciudadanos comparten la misma
definición, le asignan el mismo sentido, o la valorizan de igual forma y no se preocupan por indagar
la variedad de significados que pueden denotar la cultura en distintas realidades socio-culturales.
Este trabajo no tiene la intención de discutir las diversas nociones de cultura que subyacen en la dis-
cusión académica y en las políticas, programas y estudios sobre consumo y participación cultural en
la Ciudad de México y en América Latina. No obstante, no podemos eludir la cuestión de la definición
en la medida que compromete la orientación de la propuesta de diagnóstico sobre las representacio-
nes y prácticas culturales de los habitantes del DF. Es difícil renunciar a la concepción amplia de cul-
tura referida a los diversos modos de convivencia propuesta por la UNESCO sin traicionar el espíritu
que anima la perspectiva del desarrollo humano. Pero si no hacemos un esfuerzo de precisión de lo
que entendemos por cultura cuando hablamos de políticas culturales por una parte, y de prácticas y
representaciones culturales de los ciudadanos, por otra, corremos el riesgo de que se diluyan los
objetivos del diagnóstico.
El desafío consiste, pues, en delimitar los espacios físicos y simbólicos de los ciudadanos objeto
de prácticas, de representaciones y de políticas culturales, pero situándolos para su indagación, com-
prensión y análisis en el ámbito más amplio de la cultura concebida como “la práctica y el imaginario
de la vida en común” (Informe de Desarrollo Humano en Chile 2002).
Para los fines de este trabajo entenderemos como la realidad cultural de un individuo o de un
grupo, al espacio constituido por: a) la disponibilidad y la calidad de la oferta cultural, b) los recursos
simbólicos, físicos y materiales para apropiarse de la misma; y c) el margen de libertad para ejercerlos,
entendido como la mayor o menor capacidad de los ciudadanos de seleccionar lo que más les
conviene según sus necesidades, ampliando y potenciando permanentemente la estructura de opor-
tunidades individual y grupal.
En el caso concreto de la Ciudad de México, la oferta cultural está integrada por los múltiples
programas y acciones de diversas instituciones como el Gobierno de la Ciudad de México, las Dele-
gaciones Políticas, el Gobierno Federal, las fundaciones, los sindicatos, los partidos políticos, las ONG,
las organizaciones vecinales y los centros comunitarios, que de manera formal o informal, brindan y
promueven espacios culturales de participación, creación y recreación.
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Cuando hablamos de apropiación nos referimos al conjunto de procesos socio-culturales que inter-
vienen en el uso, la socialización y la significación de los bienes y servicios culturales en diversos grupos
socio-culturales. Si adecuamos la definición de Thompson (1998:66), que fue concebida originalmente
para los mensajes mediáticos, para pensar nuestras realidades culturales, podríamos compartir con él
la idea de que: apropiarse de un bien cultural consiste en tomar su contenido significativo y hacerlo
propio. Cuando nos apropiamos de un mensaje lo adaptamos a nuestras vidas y a los contextos en que
vivimos, un proceso que algunas veces tiene lugar sin esfuerzo, y otras supone un esfuerzo conciente.
La estructura de oportunidades y el margen de libertad de un sujeto, están inscritas en principio
en los modos de vida de su grupo socio-cultural, entendidos como “el conjunto de las prácticas que
cada persona realiza y el significado que le atribuye en escenarios tales como: la familia, el consumo,
el tiempo libre, la religiosidad, la amistad, el consumo televisivo y cultural, y la autoimagen identitaria.
El conjunto de estas visiones configura una determinada manera de ver y de vivir la vida” (Informe de
desarrollo Humano Chile 2002:21). En principio quiere decir que estos modos de vida tenderán a organizar
subjetivamente la reproducción de las representaciones sobre cultura, derecho y participación que
los sujetos admitan implícita o explícitamente como válidas y aceptables dentro de su universo sim-
bólico de pertenencia, pero no necesariamente clausurarán las posibilidades de ampliarlas y modificar-
las para conseguir un mayor aprovechamiento o mejoramiento de la estructura de oportunidades
disponibles, y en consecuencia, un mayor margen de libertad para ejercerlas. Esto último dependerá
de la manera como se combinen en la experiencia individual del sujeto sus condiciones sociales de
existencia con su proyecto personal de vida. La siguiente reflexión incluida en la sinopsis final del
Informe de Desarrollo en Chile 2002, nos parece altamente significativa al respecto:
Esto es, el proceso mediante el cual las personas toman distancia de las tradiciones heredadas y afirman el derecho a
definir por su cuenta y riesgo lo que quieren ser. Pero esa tarea no puede realizarla cada uno solo. Es el conjunto de la
sociedad el que proporciona las legitimaciones, relaciones y recursos que la hacen posible. Se trata pues de un fenómeno
cultural. En el Chile actual, los cambios en la convivencia social amplían las opciones de las personas para que desa-
rrollen su individualidad. Sin embargo, de acuerdo a los estudios realizados, existe un acceso desigual a los objetos,
símbolos, vínculos y valores que aporta la sociedad al proceso de individualización. Las diferentes capacidades indivi-
duales para la autorrealización constituyen una de las más relevantes y menos analizadas desigualdades sociales. Así,
por ejemplo, casi dos tercios de los entrevistados de estrato bajo creen que el rumbo de su vida no depende de ellos
(Sinopsis, Informe de Desarrollo Humano Chile 2002).
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y se convirtió en un mal salvaje, incivilizado en nuestras sociedades occidentales. Aunque en Estados Unidos y Europa
son una realidad concreta, los que los vuelve amenazadores no es su presencia en las calles, sino su inquietante visita
en nuestra salita de ver la televisión (Winocur, 2008:34).
Pero también, como bien lo expresa Silverstone, los medios pueden ayudar a asimilar a los otros median-
te el borramiento de sus identidades, volviéndolos aceptables en nuestros propios marcos culturales
de comprensión de las diferencias:
La tecnología puede aniquilar la distancia del modo contrario. Puede acercar demasiado al otro, a tal punto que nos
impida reconocer la diferencia. El entrelazamiento de imágenes globales; la apropiación de las culturas para nuestros
propios planes, […] la expectativa de que si tuviera la más mínima oportunidad, el mundo sería exactamente igual a
nosotros […] Y aún las imágenes documentales de otros mundos tienen que ajustarse a nuestros preconceptos. […]
La familiaridad tecnológicamente inducida tal vez no alimente el desprecio, pero es posible que nutra la indiferencia.
Si las cosas están demasiado cercas no las vemos. En ese aspecto la tecnología también puede aislar y aniquilar al Otro.
Y sin el Otro estamos perdidos (Silverstone, 2004: 219-220).
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Los ciudadanos del DF son objeto de políticas culturales que tienen como propósitos básicos:
No podemos asumir que esta oferta tan diversa, variable y desigualmente distribuida, sea percibida y
valorizada de la misma forma. Como bien lo expresa Thompson:
El significado que un mensaje posea para un individuo dependerá en cierta medida de la estructura que él o ella uti-
lice para interpretarlo […] al interpretar las formas simbólicas, los individuos las incorporan dentro de su propia
comprensión de sí mismos y de los otros. Las utilizan como vehículo para reflejarse a sí mismos y a los otros, como
base para reflexionar sobre sí mismos, sobre los otros y sobre el mundo al cual pertenecen (1998:66).
Como hemos señalado, muchas personas realizan prácticas que son definidas por ellos como cultu-
rales, como por ejemplo, tener buenos modales o estudiar para alcanzar cierto nivel de escolaridad,
que no son reconocidas como prácticas culturales por las políticas y los organismos encargados de
promover y difundir la cultura. Y a la inversa, muchos de los usos y costumbres de algunos grupos,
que sí son definidas como culturales por las políticas –como consumir ciertos alimentos, vestir deter-
minadas prendas, o hablar la lengua nativa–, pueden no ser reconocidas de la misma forma por quienes
las practican, simplemente porque son parte de la vida cotidiana y no requieren de ninguna definición.
Cualquiera de las dos situaciones suele provocar desencuentros de significados y expectativas entre
quienes se encargan de instrumentar las políticas culturales y sus destinatarios, aunque estos desen-
cuentros nunca se expliciten, y más bien se manifiesten sintomáticamente en rechazo o indiferencia.
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• El derecho de los ciudadanos a disponer y a exigir una oferta cultural de calidad, variable, y
suficiente que contemple no sólo los valores que se han legitimado como universales de la
cultura, sino los valores propios.
• El derecho de todos los ciudadanos a obtener un reconocimiento (propio y de los otros) de
sus recursos simbólicos, físicos y materiales (con sus potencialidades y limitaciones) y a exigir
una ampliación de los mismos con miras a apropiarse creativamente de la oferta cultural
disponible.
• Y el derecho a exigir y disponer de recursos y opciones educativas, digitales e informativas,
formales e informales, que les permitan incrementar desde el punto de vista objetivo y subje-
tivo, la estructura de oportunidades individual y grupal.
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Sin embargo, en la percepción y valoración que muchos ciudadanos tienen acerca de su realidad social
y cultural, puede que la cultura no sea un derecho reconocido ni exigible, y por lo tanto no forme
parte de lo que cabe esperar como parte de la realización personal, o de las obligaciones del Estado
hacia los individuos y comunidades. De ahí que la primera tarea que sugiere la conceptualización que
proponemos para el reconocimiento de la cultura como un derecho, es indagar si efectivamente existe
ese reconocimiento y quiénes lo asumen de esa forma. A diferencia del reconocimiento casi unánime
de que la educación es un derecho fundamental (Gutiérrez y Winocur, 2006), podemos suponer razo-
nablemente que el derecho a la cultura no es reconocido del mismo modo por la mayoría de los
ciudadanos.
La principal dificultad para reconocer a la cultura como un derecho radica, como observamos en
el apartado anterior, en las representaciones que prevalecen sobre la cultura en el imaginario social y
en los usos cotidianos. Si la representación dominante de la cultura se asocia con la educación, y a la
otra cultura, la de los emprendimientos creativos, se la considera algo accesorio y no indispensable
para el bienestar y el desarrollo individual, entonces el derecho reconocido plenamente se vincula
con la escuela y sus posibilidades de movilidad social. Esto nos lleva a pensar hipotéticamente que la
fuerte representación de la cultura asociada a la educación actúa como un factor inhibidor del reco-
nocimiento de otras actividades culturales.
También podríamos asumir que para que algo pueda ser visualizado y apropiado como un derecho
no es suficiente que el Estado lo proclame, necesita ser reconocido primero como algo significativo
y socialmente relevante desde el punto de vista del imaginario del grupo acerca de su identidad y de
su condición socio-cultural:
Entendido de este modo el estudio del imaginario está en la base de toda
política cultural que se considere coincidente con los deseos y necesidades
de grupos localizados. Este estudio implica la identificación de las unidades
invariables de imagen que predominan en un grupo y en su articulación con
las unidades de imagen producidas por ese grupo de manera localmente
determinada (Coelho, 2000:283).
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En el sentido expuesto las prácticas culturales siempre están situadas en espacios y tiempos dentro y
fuera de la casa, reales y virtuales, con una profunda carga simbólica. De ahí que la familia no es la
sumatoria de los consumos individuales de sus miembros sino un ámbito constitutivo de sentido
atravesado por lógicas de poder, de género y diferencias generacionales:
Las relaciones que la definen (a la familia), los mitos, los relatos y valores que la sostienen, los conflictos o las crisis que
la amenazan, brindan uno de los ambientes sociales básicos donde los individuos se debaten, día por día, con los
problemas de la vida cotidiana. Así cuando el consumo de medios se realiza en la familia, ello ocurre en una situación
social compleja donde se expresan (a través de los variados subsistemas de relaciones conyugales, parentales o fraternales
y a través de las relaciones que los miembros de las familias mantienen entre sí y con el mundo exterior) diferentes
pautas de cohesión y disgregación, de autoridad y sumisión, de libertad y constreñimiento (Silverstone, 1996:64).
El consumo sirve para pensar, sostiene García Canclini (1995:41) recreando a Mary Douglas, y con ello
hace referencia a que no existe un solo acto de consumo, por modesto o suntuario que sea, que no
lleve implícito un universo de sentidos. Sentidos que lógicamente cambian de una cultura a otra, e
incluso de un grupo social a otro, lo que en ciertas culturas puede considerarse un derroche, en otras ad-
quiere sentido ritual. El consumo también está vinculado al capital cultural de distintos grupos (Bourdieu,
1988), determinadas adquisiciones, como la de una obra de arte, en algunos segmentos sociales consti-
tuyen un símbolo de estatus o de apreciación estética, y en otros ni siquiera forman parte del repertorio
de objetos apreciados, es decir, que valga la pena tener aunque no se pueda comprar.
El consumo también puede entenderse como un proceso ritual (Douglas e Isherwood, 1990), en
el sentido que comprar, utilizar, adornar, o distribuir los objetos tanto en los espacios públicos como
en los privados ayudan a establecer un cierto orden y control sobre el flujo de significados, a “distin-
guir” unos espacios de otros y a explicar y testimoniar porque las cosas deben ser de una forma y no
de otra en distintas momentos y realidades culturales e históricas. Y también, como señala Martín Barbero,
[…] el consumo no es sólo reproducción de fuerzas, sino también producción de sentidos: lugar de
una lucha que no se agota en la posesión de los objetos, pues pasa aún más decisivamente por los usos
que les dan forma social y en los que se inscriben demandas y dispositivos de acción que provienen
de diferentes competencias culturales (1987:231).
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La misma ambivalencia puede presentarse respecto al consumo de productos extranjeros como series,
comics, telenovelas, que pueden ser calificados como enlatados, culebrones, etcétera, pero que táci-
tamente son aceptados y disfrutados. Y esto nos plantea desde el punto de vista metodológico, por
una parte, la necesidad de indagar la distancia entre discurso y práctica, entre valores normativos que
condenan, censuran o descalifican ciertas prácticas de consumo en el tiempo libre y apropiaciones
que los desmienten; y por otra, la conveniencia de utilizar la palabra consumo en nuestra exploración
de las prácticas culturales. Tal vez sea pertinente atender la sugerencia del genial pensador de la vida
cotidiana, Michel de Certeau, 1990:
A la palabra “consumidor” marcada por un prejuicio social cuyo sentido no es muy claro, la sustituyo por la palabra
practicante y me intereso en el uso que estos practicantes hacen del espacio urbano construido, de los sistemas de
productos originados por el supermercado, o de los relatos y las leyendas distribuidas por su periódico habitual (1990).
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Fuera del trabajo, también se reconoce un tiempo de descanso, pero éste se asocia básicamente con
el consumo de la televisión, mirar películas, organizar o asistir a fiestas familiares, practicar un deporte,
ir al tianguis, al centro comercial o salir a comer afuera. El tiempo de ocio, tan valorizado en los sectores
medios y altos para el cuidado del cuerpo y la mente, la recreación, la participación en diversos talleres
y cursos (yoga, teatro, música, cerámica, expresión corporal, pilates, danzas, etcétera), la práctica de
deportes, la lectura de novelas, o la asistencia a espectáculos, museos, exposiciones de arte y presen-
taciones de libros, suele ser considerado un tiempo inútil y desaprovechado entre los sectores bajos
y medios bajos.6
No obstante lo anterior, en los grupos de menores ingresos podrían
advertirse diferencias significativas en su apreciación del tiempo libre entre
hombres y mujeres y en diferentes grupos de edad. Es muy probable que
los jóvenes estén mucho más abiertos a valorizar los espacios de participa-
ción en actividades culturales destinados para ellos, aunque existan códigos
familiares que las censuren. Y en general, podríamos asumir esta hipótesis
para todos los ciudadanos independientemente de su pertenencia socio
cultural, en el sentido de que las variables s exo y edad pueden ser deter-
minantes para marcar representaciones diferenciadas sobre la cultura y la
participación en actividades culturales.
Una investigación muy interesante sobre el tiempo libre de hombres
y mujeres en la Ciudad de México, muestra otro aspecto que nos parece
clave para considerar en la elaboración de indicadores. El estudio demuestra
que en la vida cotidiana las mujeres y hombres no tienen tan diferenciado
el tiempo libre del tiempo de trabajo, particularmente esto es evidente
en el caso de las mujeres. Realidad que además acentúa la incorporación
de las nuevas tecnologías de información y comunicación en el hogar.
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Frente a la dicotomía tiempo libre-trabajo asalariado, no aparece en el caso de las mujeres el tiempo libre de obligaciones
o residual y reporta, a diferencia de los varones, mayor cantidad de tiempos indiferenciados, traslapados, empalmados,
concatenados o simultáneos, sin delimitación clara. Revela no sólo la inexistencia de la dicotomía tiempo libre-trabajo,
sino un mayor dinamismo en las relaciones femeninas con el tiempo libremente elegido […] .Las mujeres concedan
una jerarquía menor al tiempo libremente elegido y una mayor atención al trabajo doméstico y al cuidado de los
demás como manifestación de adecuación al habitus de género que se le ha asignado a lo largo de la historia […]
Con lo anterior se constata una vez más, que no hay linealidad ni oposición binaria entre tiempo libre y trabajo, ya que
hay pocos tiempos lineales ni totalmente libres o totalmente obligatorios, sobretodo en el caso de las mujeres entre-
vistadas que tienden puentes constantes entre ambos sin delimitarlos como libres o como no libres. En el caso de los
varones, se registran más cortes temporales como evidencia de una mayor capacidad culturalmente adquirida por
alinear tiempos –separar, terminar o cortar– aunque no quiere decir que no existan ciertos niveles de promiscuidad
en los tiempos masculinos, como muestra la imagen del espectro (Mc Phail Fanger: 2006:399).
El tiempo libre también está segmentando y desigualmente distribuido, y en ello intervienen lógicas
de clase, de género, y diferencias generacionales. Los pobres tienen mucho menos tiempo libre que
los ricos, y las mujeres tienen menos tiempo libre que los hombres, y los adultos menos que los jóve-
nes. Pero a su vez los jóvenes y los adultos mayores tienen más tiempo libre pero menos recursos
económicos para invertir. Es cierto que el tema del tiempo efectivo se ha convertido en una variable
relativa en todos los grupos sociales de la Ciudad de México por las dimensiones que ha adquirido la
ciudad, el tráfico, la conflictividad social (plantones y manifestaciones), y el tiempo necesario para
trasladarse, no obstante esta realidad, los sectores de menores recursos la padecen especialmente.
Como usan el transporte público y viven muy alejados de sus centros de trabajo el tiempo de trasla-
do se les duplica, por lo general trabajan jornadas extenuantes, en trabajos mal remunerados y poco
gratificantes. Pero esto no se debe sólo a las condiciones objetivas de existencia, sino a la manera como
estas condiciones han favorecido en la subjetividad del individuo ciertas representaciones sobre las
maneras de usar y aprovechar el tiempo libre, como veíamos más arriba.
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En el caso de muchas mujeres, especialmente entre las más pobres, a lo anterior se suma la denomi-
nada doble jornada de trabajo (llegan a su casas y continúan trabajando en labores domésticas). En
el caso de los jóvenes, a lo anterior se suma la falta de oportunidades laborales y la criminalización de
su presencia en las calles. Y en el caso de los adultos mayores, a lo anterior se suma la escasez de
ofertas culturales, sus deterioradas condiciones de salud, la dependencia de los familiares para poder
trasladarse, y en muchos casos, la falta de autonomía para tomar decisiones.
La incorporación de las TIC en el hogar ha propiciado cambios sustantivos en las prácticas de
consumo cultural y en la representación sobre el ocio, y esto también puede arrojar diferencias signi-
ficativas en la apreciación de la cultura a nivel social y generacional. Quienes tienen acceso a Internet
pueden diversificar sus opciones de consumo cultural y entretenimiento y ampliar su capital cultural
sin salir de la casa lo cual refuerza otras desigualdades en el acceso a los bienes culturales.
Por último, cualquier indagación sobre las realidades culturales de los habitantes del DF no
puede desconocer la creciente importancia de las NTIC en la vida personal, social, política, y acadé-
mica de los jóvenes que está transformando los modos tradicionales de organización y participación,
no necesariamente en la dirección de desaparecer o de ser reemplazados, sino en la ampliación de
sus posibilidades o en la modificación de sus sentidos (Winocur, 2006). La red contiene todo lo que
en las culturas juveniles se ha vuelto relevante y significativo de exhibir y compartir con los otros:
La información actual es uno de los valores fundamentales del consumo audiovisual y digital de los jóvenes […]. Los
jóvenes construyen redes de intercambio conversacional. Hacen de la información un objeto de relación cotidiana con
los otros. En esos relatos, editados y reescritos con material de sus imaginarios tecnológicos, los jóvenes afirman su
identidad social y cultural […]. La información posibilita la relación social con los pares. Y eso, en las culturas juveniles,
tiene el más alto sentido simbólico (Cabrera Paz, 2001: 60-61).
Hasta principios de los noventa el material simbólico básico de muchas prácticas culturales de los
jóvenes lo proporcionaban el cine y la televisión, ahora Internet, el IPOD y el teléfono celular no sólo
han incrementado considerablemente los temas y espacios de sociabilidad y entretenimiento, sino
que también ha cambiado la naturaleza del intercambio social y cultural, ya no sólo se comparte in-
formación sino nuevas experiencias de interacción social, competencias y habilidades para socializar
y manipular la red (Winocur, 2006).
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Un mismo grupo o sujeto pueden dar definiciones distintas de la participación dependiendo a qué
instancia o situación nos estemos refiriendo o él interprete que les estamos solicitando en la encues-
ta. Aun en el caso de que la pregunta establezca claramente que lo estamos interrogando sobre su
participación en actividades culturales, no dirá lo mismo si le pedimos que se sitúe en su localidad,7
y le hacemos referencia a la organización de eventos comunitarios,8 que si le pedimos su opinión
sobre los espacios que organiza o promueve el gobierno del DF, el gobierno federal, o delegacional.
Las modalidades de participación en diferentes realidades socio culturales pueden estar atravesa-
das por distintas representaciones de lo público, lo privado, y lo colectivo. Según la Encuesta Nacional
de Prácticas y Consumos Culturales (Conaculta, 2004), reunirse con amigos y familiares es la segunda
actividad más practicada y valorada en el tiempo libre de todos los sectores sociales del DF (39.4%),
pero esta actividad en algunos casos puede limitarse a una reunión con los parientes más cercanos
en un restaurante o en el interior de la vivienda, y en otros casos puede ampliarse a una reunión en
las aceras o en las calles de la colonia con baile y música con la familia extensa que incluye no sólo a
los familiares, sino también a los compadres y a los vecinos. Y, obviamente, en la perspectiva planteada
en este trabajo, los dos tipos de eventos familiares pueden tener impactos diferentes en la recons-
trucción del sentido de la participación en el contexto de sus realidades culturales. De la encuesta ya
citada del Conaculta 2004, y de la Encuesta Nacional de la Juventud (2005), se deduce que la familia y
los pares son los referentes más importantes para compartir el tiempo libre. Y esto puede ser un factor
que inhiba la participación en actividades culturales organizadas desde las instituciones de promoción
de la cultura si la familia no se siente convocada.
Por otra parte, en muchas localidades pequeñas la distinción entre lo público y lo privado no suele
estar diferenciada en el sentido clásico. Es probable que si las preguntas de una encuesta establecen
un marco de diferenciación entre actos públicos y privados donde todos los eventos de origen fami-
liar son considerados de carácter privado y familiar, la trascendencia e implicaciones culturales de una
fiesta con la familia “extensa” pasarán inadvertidas. El encuestador simplemente no la tomará en cuenta
porque dentro de sus opciones no está encuadrada como un acto de participación cultural y, ade-
más, los propios pobladores tampoco la definirán en esos términos. En muchas colonias populares y
localidades semi-rurales en el DF, la participación se define como un acto de cooperación en diversas
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Bibliografía Consultada
Achugar, Hugo, Rapettí, Sandra, Dominzain, Susana, Radacovich, Rosario Imaginarios y consumo cultural. Primer Informe
Nacional sobre consumo cultural e imaginarios. Uruguay 2002. Universidad de la República, Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación. Editorial Trilce. Montevideo 2003.
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consultarse en: http://www.unesco.org.uy/centro-montevideo/informecultura.pdf
38
De las Políticas a los Ciudadanos
Referencias
1) Podemos destacar en Chile las Encuestas de Consumo Cultural y Uso del tiempo libre 2004 y 2005, que se plan-
teaban como objetivos obtener “Información fundamental para la elaboración de políticas culturales regionales que
permitan considerar la diversidad y las particularidades”; en Uruguay el Primer Informe Nacional sobre Consumo
Cultural e Imaginarios” (2002) que señalaba como propósito “Aproximarse a una realidad cultural –el consumo– poco
conocida […] y a partir de su reconceptualización tomar en cuenta las dinámicas propias que adoptan la localización
y deslocalización en arraigo o no de los trayectos culturales” (Achugar, et al 2002); en Argentina, las dos Encuestas
de Consumo Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, (2004). En una de ellas el propósito general se relacionaba con
“identificar comportamientos y expectativas de los ciudadanos en aspectos ligados a sus actividades genéricamente
denominadas culturales para alinear las políticas con dichas aspiraciones ciudadanas” (2004:3), y en la segunda se
procuraba “contar con información confiable, a fin de generar políticas que garanticen el cambio cultural, como
parte del proceso de despegue y reactivación que ha puesto en marcha el Gobierno Nacional” (2005:7). Y, la más
reciente en Colombia, “La Encuesta de Consumo Cultural 2007”, la última disponible, que indica como objetivo
general: “Caracterizar prácticas y escenarios de consumo de bienes y servicios culturales de la población de 5 años
y más residente en las cabeceras municipales del país”, y como objetivos particulares: “1. Construir una línea de
base sobre prácticas y escenarios de consumo cultural, 2. Caracterizar preferencias del uso del tiempo libre y con-
sumo cultural, 3. Identificar el acceso a bienes y servicios culturales, 4. Identificar motivos para el no consumo de
bienes y servicios culturales, 5. Producir información pertinente, actualizada y confiable para la gestión y evalua-
ción de políticas, planes, programas, proyectos y actividades tanto públicas como privadas relacionadas con el
consumo cultural y el uso del tiempo libre” .
2) Esta encuesta estableció como objetivos “Conocer la frecuencia del uso y la evaluación que los mexicanos hacen de
la infraestructura cultural en el país, así como de las prácticas de consumo de bienes culturales”, y “realizar la medición
de las percepciones y valoraciones con respecto a la cultura y de la participación de los mexicanos en este ámbito”
(2004:185).
3) En el enfoque dado a este trabajo entendemos a las representaciones sociales en la perspectiva de la psicología social
como: “Imágenes que condensan un conjunto de significados; sistemas de referencia que nos permiten interpretar
lo que nos sucede, e incluso dar un sentido a lo inesperado, categorías que sirven para clasificar las circunstancias,
los fenómenos y a los individuos con quienes tenemos algo que ver; teorías que permiten establecer hechos sobre
ellos” (Jodelet, 1986:472). “[…] una manera de interpretar y de pensar nuestra realidad cotidiana, una forma de cono-
cimiento social. Y correlativamente, la actividad mental desplegada por individuos y grupos a fin de fijar su posición
en relación con situaciones, acontecimientos, objetos y comunicaciones que les conciernen. Lo social interviene ahí
de varias maneras: a través del contexto concreto en que se sitúan los individuos y los grupos; a través de la comuni-
cación que se establece entre ellos; a través de los marcos de aprehensión que proporciona su bagaje cultural; a través
de los códigos, valores e ideologías relacionadas con las posiciones y pertenencias sociales específicas” (Ibid: 473).
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CULTURA Y DESARROLLO HUMANO • Aportes para la Discusión
4) La encuesta 2007 de Colombia incluye los siguientes indicadores: módulo tiempo libre: Promedio de horas invertidas
en el tiempo libre; módulo presentaciones y espectáculos culturales: Proporción de personas que asisten a pre-
sentaciones y/o espectáculos culturales y Proporción de personas que asisten a presentaciones y/o espectáculos
culturales de entrada gratuita; módulo publicaciones: Promedio anual de libros leídos por persona; módulo audio-
visuales: Proporción de personas que asisten a cine y a cine colombiano y Proporción de personas que consumen
videos, videojuegos, televisión, radio y música grabada.
5) En el marco del Estudio de los impactos sociales del cambio de horario entre la población Mexicana, encargado
por la Secretaría de Energía al /IISUNAM/UAM y coordinado por el Dr. Pablo Mulás, la autora participó en la sección
del estudio correspondiente al “Impacto del horario de verano en el tiempo libre”, que tenía como objetivo relevar
las actividades de la población en su tiempo libre y determinar si el cambio de horario había provocado algún
cambio significativo en las mismas.
6) Ibid.
7) Para el problema específico al que nos estamos refiriendo, entendemos por localidad el ámbito más cercano a la
vivienda –puede ser su colonia, su pueblo o su barrio– de los sujetos de sectores populares ubicados en zonas mar-
ginales densamente pobladas o en ámbitos rurales. Con esta precisión no estamos asumiendo que todas estas
localidades sean iguales en términos sociales, económicos, históricos o políticos, ni tampoco negando la impor-
tancia de todas estas variables en la representación que los sujetos tienen sobre sus prácticas culturales. Lo que
estamos recuperando es la noción de proximidad en el entretejido social de sus prácticas cotidianas porque ésta
aparece como marco de referencia permanente en el discurso para definir lo que entienden por participación.
8) Entendemos por evento comunitario, la organización de diversos festejos, actividades y tareas que implican la
participación colectiva de los sujetos en una localidad rural o urbana, ya sea en la preparación o en el momento
del evento. Es interesante hacer notar que en la mayoría de localidades no existe la comunidad en los términos
antropológicos clásicos, pero los sujetos se refieren a su localidad como la comunidad y definen su participación
en los actos colectivos como comunitaria (véase para esto Winocur 2001:338).
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Políticas
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