1a CLASE
1a CLASE
1a CLASE
a. Análisis historiográfico.
- Delimitación espacial.
- Método y metodología.
- Perspectivas de investigación.
b. Análisis de contenido
- Ideas reiterativas.
“Un estudio sobre la Historiografía de la Emancipación del Nuevo Reino de Granada, nos lleva al
conocimiento de los diversos métodos, fuentes y corrientes interpretativas que han utilizado los
historiadores en la investigación de esta coyuntura…” (p. 9)
1
Javier Ocampo López, Historiografía y bibliografía de la emancipación del Nuevo Reino de Granada, Tunja,
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1969.
Un primer problema es el de la periodización: la Emancipación no es una época definida de larga
duración, sino una coyuntura entre dos épocas: La Colonia, en la cual se estructuró el sistema de
vigencias de España; y la República, en la cual se implantó el nuevo sistema político.
La periodización presenta sus dificultades. Esta no debe entenderse como un todo absoluto para la
historia sino como un camino fácil en la aprehensión del pasado, se individualiza épocas, aunque
bajo un análisis más profundo tengan poca validez; así que, “[…] por tradición, las épocas nos son
más familiares y así más comprensibles en el aspecto pragmático”. (p. 10)
Para algunos historiadores la crisis comenzó con el Movimiento Comunal de 1781, teniendo en
consideración las aspiraciones de cambio político que manifestaron los jefes en la última fase de
los Comuneros. Es el caso del historiador Pablo E. Cárdenas Acosta quien presentó en su obra “El
movimiento Comunal de 1781 en el Nuevo Reino de Granada” abundante material probatorio
sobre las aspiraciones de los líderes comuneros. Se refiere a las cartas de Vicente de Aguiar y
Dionisio Contreras, supuestos nombres de Juan Francisco Berbeo y Jorge Lozano de Peralta, cuyas
propuestas tienden a la independencia absoluta y a la búsqueda de apoyo de Inglaterra para
iniciar la guerra contra la metrópoli española.
Otros historiadores plantean a 1794 como fecha de inicio de la crisis, cuando se verificaron los
procesos de la publicación de los Derechos del Hombre, los pasquines y el ambiente de sedición.
En dicho año se nota la ruptura sentimental en la sociedad neogranadina; se declaró la hostilidad
entre las autoridades españolas y los criollos ilustrados. Este es el planteamiento de Forero
Benavides, quien cita una carta de un español que refleja el ambiente de sedición en cabeza de
Nariño, Zea y otros criollos, así como la persecución por parte de las autoridades españolas. (p. 11-
12)
“Si tenemos en cuenta los diversos aspectos que estimulaban el sentido nacionalista en el Nuevo
Reino de Granada y el espíritu del liberalismo individualista en la generación precursora, podemos
deducir que el corte de periodización para la fase precursora de la independencia se presenta
desde la segunda mitad del siglo XVIII, hasta el año de 1810 cuando explota la crisis y se tiende
hacia la Emancipación.” (p. 12)
A partir de la Revolución de 1810, la Emancipación del Nuevo Reino de Granada presenta tres
fases bien definidas:
Para este análisis es necesario tener en cuenta la interpretación de los historiadores, sus métodos
y técnicas de investigación. El significado que los historiadores le dan a la Independencia varia por
diversas causas, sea por la tendencia historiográfica de la época, o por diversos intereses, ora
políticos, religiosos, hispanistas, anti-hispanistas, de grupo social, etc., que innegablemente
influyen en la interpretación dada por el historiador. “debemos comprender la estrecha relación
existente entre las ideas e interpretaciones del historiador, con las vigencias del momento que
vive, sin que neguemos por consiguiente su propia originalidad”. (p. 41)
La historiografía romántica
Es la tendencia predominante en los estudios que se produjeron en el siglo XIX. Esta concepción
influyó en los diversos órdenes de la concepción del mundo en el siglo XIX. Manifiesta una
oposición sistemática a la ordenación de la vida propia del racionalismo del siglo XVIII y se
presenta como una corriente que sobrevalora el sentimiento y la pasión sobre la razón. La
opinión de los hombres nacidos a finales del XVIII y principios del XIX –dice Jean Touchard–, era la
de vivir una época de transición entre un período acabado y un futuro incierto. Toda esa
generación tuvo la sensación, tras la Revolución, que una época terminaba y que otra nueva y
diferente comenzaba. Ello estimuló en unos sentimientos de exaltación y en otros, sentimientos
de nostalgia.
Estos fueron los sentimientos que se manifestaron en Hispanoamérica y Nueva Granada respecto
de la separación absoluta de la metrópoli española y de la organización de un nuevo Estado.
Como las reacciones ante la Revolución se expresaron en diferente forma de acuerdo con la
mentalidad y los intereses de los diversos grupos, la historiografía de la emancipación en el siglo
XIX no se puede desligar de las dos tendencias que se presentaron: la Tradicionalista y la Liberal,
sin las cuales no se puede comprender el movimiento historiográfico del siglo XIX.
“La mentalidad tradicionalista trató de demostrar el sentido único y orgánico del movimiento
emancipador. El está ligado al pasado y es una superación, pero sin que surja aislado, pues en la
Historia todo es un continuo fluir y en ella nada queda desconectado”. Esta concepción de
continuidad histórica llevó a los representantes de esta corriente a hacer la defensa del legado
español, como símbolo de la tradición. Uno de ellos fue Miguel Antonio Caro, defensor de la obra
de España en América, “quien lejos de renegar del pasado colonial, considera que en él se
encuentran los antecedentes lógicos de nuestra historia contemporánea”. (p. 43) La
Independencia fue la culminación de un proceso que se fue gestando en la sociedad colonial; así
expresa: “no hay duda de que la revolución de independencia ha de tener antecedentes en la
época colonial; porque no hay fruto sin árbol que lo produzca, ni planta sin raíz que la sustente”.
Para Caro la Independencia no puede entenderse a cabalidad sin tener en cuenta las raíces
hispánicas, la raza, la formación intelectual de los héroes, etc. El grito de Independencia “puede
considerarse como una repetición afortunada de tentativas varias que datan de época de la
conquista”. La educación de los próceres, la sangre y su ascendencia familiar y la formación de su
mentalidad se adquirió con el legado español, por ello dice Caro: “El sentimiento que animó a los
Padres de la Patria y pone timbre de unidad a su obra, fue el de la libertad civil en el sentido
cristiano”. (p. 43)
La mentalidad liberal, por su parte se caracteriza por hacer una crítica a la colonización española
y en algunos casos por compararla con la anglosajona para demostrar lo dañina y funesta de la
tradición española en la conformación de las naciones hispanoamericanas; negaron y
despreciaron el contenido cultural de los tres siglos de dominación española. Atacaron los
privilegios de la Iglesia y el clero, considerándolos como puntales vivos del antiguo orden;
defendieron la libertad de religión, de imprenta y en general las garantías para el cumplimiento
de los derechos humanos. (p. 44)
José María Samper en su “Ensayo sobre las revoluciones políticas y condición social de la
repúblicas colombianas”, al hacer una crítica de la colonización española, considera que ella se
fundó en la centralización política absoluta, el monopolio comercial, el descuido de la instrucción
pública, la inquisición, la censura, el fanatismo y la superstición, “por una población
esencialmente iconólatra más que cristiana y pervertida por los ejemplos de mendicidad, de
disipación en el juego, de soberbia en las costumbres de las clases privilegiadas; destinada por los
cruzamientos de diversas y muy distintas razas a vivir bajo el régimen de igualdad, y sin embargo
sujeta a instituciones abiertamente aristocráticas”. Respecto a la Revolución de Independencia,
Samper opina que se presenta con un carácter esencialmente social: “La revolución de 1810,
comenzada en parte en 1808, fue espontánea, súbita, imprevista. Estalló entonces porque los
hechos de esta clase jamás son imputables al cálculo de ningún hombre o partido”. (p. 45) (Subr.
O. L.)
Ambas tradiciones estuvieron marcadas por la cercanía del acontecimiento, que en unos y otros
infundió sentimientos de rencor, consecuencia de toda guerra; o sentimiento de reconocimiento
por la obra de España en la formación de los nuevos estados. Así, de un lado está la tendencia que
considera la emancipación como una separación por mayoría de edad de las colonias respecto de
la metrópoli, cuyos ideales se encuentran incrustados en la misma tradición española pues de allí
obtuvo sus fuentes. Y la que considera la Independencia como aquel corte de lazos políticos con
la metrópoli, en el cual una generación luchó contra la tradición española, el derrocamiento del
antiguo régimen y el establecimiento de nuevas vigencias basadas en los ideales de la Ilustración.
(p. 45)
En la técnica de investigación de ambos autores, se puede decir que se basaron en las fuentes
narrativas que personalmente conocieron; muchas de las cuales fueron obtenidas en los
incipientes archivos de las altas esferas oficiales. (p. 46) Plasmaron sus experiencias personales
como testigos presenciales, y en el caso del historiador Restrepo, como actor principal en algunos
de los acontecimientos. Confrontaron sus aseveraciones son otros testigos presenciales, caudillos
de la Independencia, escritores, periodistas, etc., aprovechando muchos de sus documentos
oficiales y personales, escritos, folletos, hojas volantes, etc. Gracias a esa información directa, en
algunos casos despejaron las incógnitas de la Independencia, e hicieron la narración romántica
de determinados episodios, de especial importancia para la heurística de la emancipación.
La obra de José Manuel Groot, por su parte, tiene un espíritu de defensa a la Iglesia y a la tradición
española. Los volúmenes 2, 3, 4 y 5, están dedicados al estudio de la Independencia, desde el
movimiento de los Comuneros hasta la disolución de la Gran Colombia. Incluye abundante
documentación de primera mano, que presenta las reacciones de los dos bandos contendientes en
la coyuntura. Relata en forma detallada diferentes aspectos de la historia del país, de los cuales
destaca el eclesiástico, como una réplica a los detractores de la obra civilizadora de la Iglesia.
Narra los sucesos mezclándolos con interesantes descripciones de las costumbres y de las ideas y
personalidad de los individuos más representativos de la Independencia.
Historiografía positivista
La meta de esta es equilibrar a la historia con las demás ciencias, enfocando su estudio a la
búsqueda de leyes en la evolución de la sociedad humana. Al buscarlas se tiene una proyección al
porvenir, que lleva a encadenar las leyes como un proceso de causa a efecto. Los historiadores de
esta tendencia analizan con minuciosidad las causas de la emancipación; insistieron en buscar y
rebuscar fuentes, documentos inéditos en publicar colecciones de documentos seleccionados. Los
positivistas esperan que con la aplicación rigurosa del método se neutralizará la parcialidad; por
ello insisten que la Historia debe atenerse al rigor de las fuentes.
Bajo esta influencia se publicaron numerosas colecciones documentales sobre Santander, Bolívar y
algunas instituciones. Historiadores venezolanos como Vicente Lecuna, José Félix Blanco Lombana
y Ramón Azpurúa; y colombianos como Eduardo Posada, Ernesto Restrepo Tirado, Antonio B.
Cuervo; Roberto Cortázar, Raimundo Rivas, etc.
Como una transición hacia la historiografía científica debe tenerse en cuenta la denominada
corriente Revisionista, en la cual se han destacado notables historiadores como Indalecio Liévano
Aguirre y Arturo Abella. La idea es la de que a través de una historia oficial se han presentado
modelos que deben revisarse, porque tanto la utilización de las fuentes como las formas de
interpretación no corresponden a la realidad histórica. Obras como Los Grandes Conflictos sociales
y económicos de la Historia, de Indalecio Liévano Aguirre; El Florero de Llorente y Don Dinero en la
Independencia de Arturo Abella son ejemplos de este revisionismo. (p. 50)
- Historia religiosa: 0,9%, se refieren a Expulsión de los jesuitas e influencia del clero en la
Independencia.
- Faltan estudios que se alejen del sentido patriotero y expongan las actitudes y tendencias
en el lado español.
- Faltan estudios sobre las actitudes de los criollos realistas de Pasto, Santa Marta y otras
regiones.
- Faltan estudios sobre la movilidad de los grupos sociales para comprobar o destruir las
tesis de la rigidez e inmovilidad social de los grupos en la Independencia.
Entre las fuentes mencionadas por Ocampo López, pueden resultar de utilidad:
Ernesto Restrepo Tirado, “DE Gonzalo Jiménez de Quesada a don Pablo Morillo”, que
incluye documentos inéditos sobre la Primera República Granadina.
o Real Audiencia
o Virreyes
o Milicias y Marina
o Miscelánea de Cartas
o Miscelánea General
o Hojas de Servicio
o Títulos Militares
o Archivos Notariales
- Archivos Departamentales
- Archivos Municipales
- Archivos eclesiásticos
- Archivos Privados:
- Archivos extranjeros:
Consejo de Indias
Patronato
Papeles de Correos
Audiencia de Santafé
o Archivo de Simancas
Patronato Real
Patronato eclesiástico
Cámara de Castilla
Secretaría de Estado
Secretaria de Guerra
o Archivos de Roma
Archivo Consistorial
Biblioteca vaticana
o Archivos de Inglaterra:
Chattam Papers.
o Archivos de París
Marco Palacios
La guerra peninsular marcó el paso del imperio a la nación. En América española más vale
emplear el plural. Las diferencias regionales, provinciales, locales, se nutrían de muchos
factores. Se alude, por ejemplo, a la antigüedad y solidez de las instituciones sociales y
jurídicas en los virreinatos del Perú y la Nueva España, en contraste con los de la Nueva
Granada y el Río de la Plata, o las capitanías generales y audiencias de las reformas
administrativas de los Borbones.
Tenemos entonces en este período, de 1808 a 1825, tres zonas bien delimitadas:
Bajo esta perspectiva, desde las llamadas reformas borbónicas y pombalinas hasta el
presente los países latinoamericanos parecen condenados a recorrer la lógica circular de la
trampa 22, el término acuñado por Joseph Heller en su novela. Lograda la independencia,
en una primera fase, C. 1825-1870, las nuevas naciones debían alcanzar simultáneamente el
crecimiento económico y la integración política nacional. Semejante proyecto exigía
insumos básicos tales como legitimidad política, ingresos fiscales estables y administración
pública eficiente.
Pero, con marcados grados nacionales de diferencia, Hispanoamérica aparecía limitada para
integrarse política y económicamente. Había que superar restricciones estructurales tales
como los altos costos internos de transporte, la fuga de empresarios y capitales, las secuelas
de la devastación económica, la desorganización político-institucional, el faccionalismo
político de las élites criollas, la bancarrota fiscal y una profunda crisis de legitimidad
política, originadas todas en las guerras de independencia.
En efecto, era tal la urgencia de poner fundamento legal a las naciones inventadas sobre la
marcha que los constituyentes del Río de la Plata consagraron una soberanía "sin mapa" (v.
Ternavasio 165 y ss.), algo que, por ejemplo, también puede predicarse de la república que
Bolívar imagina y consigue en un formato constitucional grandilocuente en 1819 y 1821,
república que empieza a desbaratarse en 1825 y desaparece en 1830.
EL PROBLEMA TELEOLÓGICO:
Como el resto de autores, Van Young también critica la teleología inherente a las historias
patrias. Subraya que la mitología nacionalista referida a la independencia mexicana (la
separación de España en 1821) suprime o acalla el disenso, "y los caminos no transitados
son borrados del mapa de la memoria histórica de un pueblo". Se refiere a la forma en que
la insurrección de Hidalgo y Morelos, que hacia 1815 estaba prácticamente derrotada,
quedó subsumida en una narrativa central que supone que fue un "grupo" más de los que
participaron en el movimiento independentista y que por definición deseaba el resultado
obtenido en 1821 por Iturbide y el Ejército Trigarante o de las tres garantías: religión,
independencia y unión.
Conforme al espíritu de estos tiempos apolíticos y mediáticos, es difícil prever si, como en
la Francia del bicentenario de la Revolución, en las celebraciones oficiales ya programadas
en todos los países hispanoamericanos, las ideologías políticas que movieron la era
revolucionaria habrán de ser remplazadas "por declaraciones moralizadoras que conmueven
un instante, pero pronto aparecen como irrisorias, hipócritas, e incluso manipuladoras. [...]
La destrucción de la ideología moderna llegó a su término en cuanto los publicitarios se
encargaron de celebrar el segundo centenario de la Revolución Francesa que ha perdido
todo sentido y que se ha convertido en un objeto kitsch. Los que apelaban a la vuelta de las
grandes causas y de los grandes valores, que querían volver a dar un sentido a la historia,
[...] aparecieron entonces como ideólogos atrasados frente a la reducción oficial, puro
espectáculo de masas, cuyo contenido es tan diverso y cambiante como los programas de
televisión" (cf Touraine 247-248).
Es saludable recordar que hace rato tal hito fundacional quedó "petrificado, generador de
héroes y modelos sociales que han devenido en verdaderos fósiles que han impedido la
identificación, el conocimiento y el protagonismo de nuevos modelos y valores sociales,
más acordes con la trayectoria nacional del siglo XX" (v. Sagredo 209).
¿Celebrar qué?
Así, aparte de las agendas oficiales, ¿qué podemos celebrar los ciudadanos
hispanoamericanos? Aunque los niveles de ingreso per cápita hayan aumentado
considerablemente en estos dos siglos los datos sobre la desigualdad siguen apabullando.
Las cifras de la salud pública, de niños desnutridos que mueren como moscas a causa de
enfermedades curables y prevenibles, ante una indiferencia social generalizada, ¿qué
pueden decirnos al conmemorar doscientos años de gesta independentista? ¿Qué de la
marginalidad de los pueblos originarios de América como lo comprueban los índices de
pobreza y necesidades básicas insatisfechas en México y Guatemala, Perú, Bolivia,
Ecuador, Paraguay, los países de más altas densidades indígenas?
Los modelos de los patriotas. Los criollos ilustrados en papel de conductores de nuevos
Estados se buscaban frecuentemente en las historias de Grecia y Roma antiguas. En su
temprano, único y excepcional experimento autárquico (1811-1840) el Dr. Francia en
Paraguay apeló a las figuras del derecho público romano: el consulado y la dictadura (v.
Potthast 190-191). Ese período hispanoamericano confronta una cadena de conjuras,
asesinatos políticos y golpes de Estado, a la que se adosaron prolijas listas de caudillos y
redes caciquiles; jefes de a caballo y hombres providenciales de sacoleva; de guerras y
guerritas internacionales y civiles; de dictaduras militares feroces y dictablandas
pragmáticas; de corrupciones administrativas y políticas.
No deja de sorprender la fuerza del continuo bipolar del sustrato social y cultural
hispanoamericano, la desigualdad básica en las relaciones de clase y raza, en la propiedad y
en el ingreso. Por ejemplo, al fin del período colonial era manifiesta la polaridad social en
Perú y el Alto Perú, con sus matices diferenciales: "la contradicción españoles-indios,
aparte de coincidir con la de oligarquía-pueblo o la de ricos-pobres, se extendía a la que
tradicionalmente suele darse entre ciudad y campo" (v. Contreras y Soux 250). Tesis que no
excluye la existencia de estratos medios entre los polos.
Si bien el arco de las luchas de independencia se extiende de 1808 a 1825, los historiadores
debaten diferentes temporalidades del fenómeno según la perspectiva de interpretación
adoptada. Puede decirse que las retiradas de Gran Bretaña, Francia, España y Portugal del
escenario americano "comparten el mismo origen en la competencia entre Estados europeos
por territorio y comercio en la última parte del siglo XVIII, cuando las frecuentes guerras
en las Américas provocaron nuevas tensiones en las relaciones de las potencias europeas
con sus posesiones de ultramar" (v. McFarlane 54).
La historiografía de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, puso el acento en el
rezago económico español en el concierto europeo. Historiadores como John Lynch,
Stanley y Barbara Stein o Tulio Halperín Donghi subrayaron la necesidad de estudiar el
fenómeno en perspectivas de largo plazo. En efecto, a comienzos del siglo XVII ya era
evidente el puesto cada vez más subalterno de la monarquía hispánica en la rivalidad de
Francia e Inglaterra, las dos potencias mercantilistas en ascenso, cuyas guerras alcanzarían
todo el mundo conocido cien años después.
ANTECEDENTES
Los diagnósticos más implacables del atraso material de España y sus colonias y de los
remedios que para superarlo debían tomarse en ambos lados del océano venían de atrás,
como se aprecia en informes y comentarios de funcionarios reales de los siglos XVII y
XVIII, imbuidos de celo reformista. Cuando los ministros ilustrados leían y releían
informes como el de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748) concluían con alarma que en la
América española imperaba un extendido sistema de corrupción. Símbolo de este espíritu
es, por ejemplo, el cambio del título del monarca de "rey de las Españas y de las Indias" a
"rey de España y emperador de América". Lo simbólico quiso acentuar una representación
más moderna de la cabeza del Estado y del Estado mismo: modernización del discurso
político y constitucional en el período c. 1750-1812.
REFORMAS BORBÓNICAS
La corriente modernizadora ganó más fuerza después de la desastrosa Guerra de los Siete
Años y catapultó proyectos como las expediciones científicas (las de Malaspina en el
Pacífico o las de la Nueva Granada y la Nueva España) y, con carácter de urgencia,
reformas fiscales, militares, comerciales que asegurasen la incorporación de América en un
Estado español centralizado. Estas, junto con el control al clero (la expulsión de los jesuitas
y la expropiación de sus bienes o la "consolidación de los vales reales", por ejemplo),
parecen ser el meollo del programa de "reformas borbónicas" que se administró en
desorden, alcanzó el apogeo en el reinado de Carlos III (1759-1788) y se frenó por miedo a
la Revolución francesa en el momento del ascenso de Carlos IV (1788-1808).
Con este proyecto político la monarquía española se fijó la tarea monumental de dar unidad
administrativa a los reinos americanos y transformarlos en colonias productivas, como se
entendía el término en la Europa del XVIII. Al momento de la vacatio regis de 1808 salió a
la luz su fracaso y la complejidad social, la vastedad geográfica, las variedades regionales y
locales abigarradas del imperio.
De acuerdo con la argumentación de los ensayos hay una sucesión de fechas importantes en
el primer constitucionalismo hispanoamericano:
- 1809-1810, cuando se convoca a los americanos a participar en los cuerpos que conservan
"el depósito de la soberanía regia".
Vista por sus secuelas directas, la época de la independencia terminó hacia mediados del
siglo XIX. Un debate sigue abierto: ¿fueron décadas perdidas en términos de crecimiento?
McFarlane sugiere que sí y Prados que no o que no tanto. El asunto sigue pendiente, lo que
no debe inhibirnos de formular otra pregunta: ¿era suficiente la magnitud relativa de los
recursos económicos y fiscales para armar Estados modernos conforme a los estándares del
siglo XIX?
Los ensayos describen las actitudes confusas del liderazgo criollo con vocablos como
"prudencia", "cautela", "duplicidad", "conveniencia". Gritos como "!Viva Fernando!
Mueran los franceses!" y expresiones de Fernando VII, como el "deseado", el "adorado",
así parecen mostrarlo, independientemente del fingimiento en el nuevo teatro político como
es el caso de la llamada "máscara de Fernando VII".
Federalismo y centralismo.
En este punto conviene apreciar en qué forma los dirigentes se arropaban en el vocabulario
del constitucionalismo moderno que aún perdura, aunque hayan cambiado sus contenidos:
federalismo y centralismo, tópico de las historias patrias, develado por la crítica
historiográfica (cf Chiaramonte). Los significados de palabras como "federalismo" y
"centralismo" parecen cambiar de la década de 1810 a la de 1820, dependen de las
circunstancias políticas y de la escala en que se apliquen. No es lo mismo el "federalismo"
como municipalismo dentro del Ecuador o de Centroamérica que el "federalismo"
reclamado por los caraqueños desde 1821 y que parece oponerse a "monarquía" bolivariana
en el contexto de la crisis de la Gran Colombia entre 1825 y 1827.
El cierre a las autonomías americanas, que marcaron sucesivamente y con signo político
diametralmente opuesto la Constitución de la monarquía de 1812 y su repudio por parte de
Fernando VII al regresar al trono, impulsó la transformación de los medios de lucha
política. El juntismo inicial, con la formidable excepción de la insurrección mexicana,
promueve lo que se ha descrito como guerras patricias y municipales; después de 1812 va
llevando a la dinámica de guerrillas u "hordas", y remata con el experimento "jacobino" de
los "ejércitos nacionales" de proyección continental de San Martín y Bolívar.
EL CASO MEXICANO
Si hablamos del lenguaje en el contexto geopolítico del colapso de imperio español bien
vale transcribir esta observación: "El vocabulario sobre la nación como unidad política está
lleno de trampas. Desde los siglos XVI o XVII 'nación' ha sido la palabra más empleada en
Europa occidental para designar la unidad política mayor: así se explica la parquedad de
derivados del vocablo 'Estado' y sus equivalentes y, en su lugar, el uso de palabras como
'nacional' y 'nacionalización'. Los reinos de los Habsburgos y Romanovs no eran naciones
sino imperios; y la descolorida palabra 'Estado' los definía así, como también a las naciones
de Europa occidental y a los numerosos y pequeños Estados italianos y alemanes. En
Europa central y oriental el vocablo 'nación' y sus equivalentes denotan un grupo racial o
lingüístico y no tienen un significado político antes del siglo XIX, cuando fue
prevaleciendo la doctrina según la cual tales grupos tenían derecho a la independencia
política y a la estatalidad ('autodeterminación'). Del mismo modo, más tarde fue usual
hablar de nacionalismo escocés, galés o indio aunque fuese muy raro decir nación escocesa,
galesa o india.
Su uso en Estados Unidos complica más la terminología, pues allí 'nación' se reserva para la
unidad mayor de la cual los 'Estados' son componentes que no son sujetos del derecho
internacional.
Esta cita nos permite preguntar directamente si las reformas de los Borbones españoles
consiguieron modernizar el imperio que heredaron de los Austrias. De acuerdo a los
ensayos de este libro, la respuesta apunta a un no, claramente enunciada en el caso
ecuatoriano que aparece como "uno de los más significativos para explicar la complejidad
del proceso de formación estatal en territorios que pertenecían a ese gran conjunto político
multicomunitario que era la monarquía española" (v. Morelli 127). En este conjunto,
"pueblo" o "territorio" aparecen como nociones fluidas, fragmentadas, entremezcladas con
cuerpos tradicionales que a veces hablan una nueva lengua, de naturaleza aún más incierta
y babélica en aquellas unidades a las que se aplicó el nuevo municipalismo de la
Constitución de Cádiz (v. Morelli 139 y ss.).
Siguiendo esta veta interpretativa, ni Cuba ni Puerto Rico ofrecían dificultad en definir
"pueblo". No participaban de la célebre composición "república de españoles-república de
indios". En este sentido eran "modernos" de entrada, como todas las economías de
plantación esclavista, desde el sur de las trece colonias y luego los Estados Unidos, al
Brasil, pasando por el Caribe francés, británico y holandés, y, quizás, la modernización
imperial, bajo la "nación española" del siglo XIX, pueda interpretarse como el triunfo
circunscrito de las reformas borbónicas.
¿A partir de qué condiciones podían construirse Estados? Quizás, como en otras partes del
mundo a partir de formas localistas, personalistas y difusas de poder. Unidos primariamente
por lazos de sangre, pertenencia a un lugar y clientela, los criollos americanos pudieron
apoyarse en redes formales e informales de poder, en los entramados del latifundio-
hacienda-plantación, el comercio legal e ilegal, la Iglesia, la universidad, el municipio, el
tribunal, los nuevos ejércitos. Con base en la familia y la localidad, la cooptación y la
clientela, los criollos se lanzaron al gran proyecto de construir naciones liberales. Sobre
esta traza abigarrada de sociedades locales y provinciales extraordinariamente desiguales y
heterogéneas se construyó una fachada constitucional y constitucionalista.
Ilustrados o no, exaltados o no, después de 1824 muy pocos criollos estuvieron realmente
dispuestos a valerse de la proclamada soberanía nacional para que la revolución
constitucional barriera las bases de su propio poder difuso, local y corporativo, que había
sobrevivido las tormentas de la independencia. Se decía que eso llevaría a la anarquía antes
que a instaurar un nuevo orden.
Mientras las nuevas repúblicas fueran de papel, aéreas, como dijera mordazmente Bolívar,
el orden político restaba en los precarios balances de los poderes fácticos. En el vacío de
legitimidad política que había dejado la abdicación del rey y sin que fuera claro quién o
cómo podría ser reemplazado, se consolidaron esos poderes y hubo la pretensión de
establecer sobre ellos consensos para construir instituciones nacionalistas y liberales. En
este ejercicio el carisma y la clientela pudieron contar más que decenas de documentos
constitucionales y legales.
Los criollos debían domesticar la república y mantener el orden público liberal. La tarea
tomó medio siglo, o más. En un solo proceso debían construir Estado moderno, nación,
democracia electoral, y promover el crecimiento económico. No había, sin embargo, bases
materiales suficientes ni tradiciones fuertes para erigir una administración nacional
jerarquizada y profesional, abolir las tiranías de la ignorancia y la distancia (con inversiones
en educación y vías de trasporte), garantizar la moneda sana y el crédito interno y externo,
dislocado por las guerras, y organizar un sistema electoral creíble.
En este círculo vicioso vivió Hispanoamérica hasta la década de 1870, con breves
excepciones de tiempo y lugar. La historia de las instituciones de la igualdad civil fue
protagonizada por los liberales, que se presentaron como abanderados de la lucha política
por democratizar los derechos de propiedad y eliminar las trabas al funcionamiento de
mercados libres de tierra y mano de obra. La ficción de estas nuevas instituciones políticas
consistía en que en las estructuras sociales no había un lugar preciso, mucho menos
propicio, para que los blancos y mestizos pobres, los ex esclavos o los indígenas más o
menos liberados de las cargas corporativas, pudieran transformarse en los sujetos políticos
autónomos del gobierno civil de Locke, o en los sujetos libres para concurrir a la formación
de la voluntad general de Rousseau.
En suma, el desorden y destrucción material de las guerras, la discordia entre las élites, la
perturbación y devaluación social de las creencias populares, la movilización militar de los
esclavos (con la promesa de la libertad), el reconocimiento político de los mestizos, una
cierta indiferencia ante los indios, amparados en el vocablo de ciudadanos, pasó una factura
de difícil pago en términos de construir naciones modernas, liberales y democráticas.
- El asalto al orden colonial por parte de las elites sociales y financieras criollas.
- Reformas borbónicas.
Financiación militar era el rubro más cuantioso del gasto total de la administración colonial.
Estudiar el circuito económico para cubrir gasto militar, permite conocer los mecanismos
de capitalización de la economía americana, en el período 1770-1810 y el binomio capital
comercial-capital financiero en los centros de poder económico americanos.
El circuito financiero militar generó un extenso circuito económico y financiero más allá de
lo militar, de importancia como factor capitalizador de la economía americana, de clara
incidencia en las relaciones entre capital comercial y capital financiero, y utilizando la plata
de la Real hacienda.
Un sistema de flujos y reflujos de capital que relacionó entre sí distantes y diversas áreas
del continente. Las transferencias de capital entre los focos productivos y la metrópoli no
dejaron de tener importancia, pero las que se daban entre estos focos productivos y otras
áreas americanas que centralizaban el gasto militar fueron cada vez más relevantes.
La aceleración de estos flujos de capital en las últimas décadas del siglo XVIII y la
extensión de este circuito a cada vez más amplias zonas del continente y el acaparamiento
de las elites locales (mediante el manejo de la deuda pública) de estos flujos financieros,
devendrá su estrecho control de la estructura militar americana. Elites locales serán los
principales beneficiarios
Los Situados2 y otros rubros de la Hacienda dedicados a gastos militares, aparecen como
uno de los determinantes económicos más importantes para la ciudad o el área sobre las que
se aplicaron.
El incremento sucesivo del gasto militar en el período obligaba a incrementar los Situados,
tanto los ordinarios como los extraordinarios, lo que generaba mayor liquidez en el circuito
local-militar: proveedores y suministradores, receptores de sueldos, economías domésticas
de las familias militares, etc., y afectaba al total de la estructura económica del área local.
Ante el déficit de las Cajas locales, había dos soluciones: a) presupuestar el déficit en el
Situado del año siguientes, incrementándolo o solicitando la remisión de un Situado
extraordinario, declarando suspensión de pagos hasta su llegada; b) solicitar préstamos a los
capitales privados locales, con la garantía de devolución a la llegada de los caudales.
Ambas soluciones tuvieron que ser aplicadas simultáneamente. Esta combinación resultó
letal para la Real Hacienda, en la medida que la acumulación de la deuda entregó los
Situados (ordinario y extraordinarios) al grupo de prestamistas.
De esta manera, aquellos prestamistas controlaron el flujo de plata proporcionado por los
situados, y manejando buena parte de la liquidez del mercado local; una consecuencia:
encarecimiento de los productos de consumo.
2. La guerra para los oficiales ilustrados: algo más que una cuestión de eficacia
El ejército de América fue creciendo a lo largo del siglo XVIII y estuvo conformado por
tres grandes colectivos:
Principales sublevaciones:
1765: en el reino de Quito se dio un grave conflicto para cuya sofocación se enviaron
unidades veteranas desde Panamá y Lima.
1781: estalló la sublevación de los Comuneros del Socorro que se extendió por el interior
de la Audiencia de Nueva Granada, a la par que surgían otros conflictos en Quito (Ambato
y Alausí) y Venezuela.
Empezó a discutirse cual debía ser la estructura defensiva de los territorios americanos.
Alguno técnicos propusieron que debía recaer en todo el peso de la defensa en el ejército
veterano, desmantelando las milicias y enviando a las plazas y zonas más expuestas
unidades procedentes de la península, bien pertrechadas, pagadas y con experiencia en
combate contra tropas europeas. Las tropas veteranas o fijos americanos debían ser
sustituidas por unidades peninsulares, y en las ciudades importantes, estas tropas veteranas
se encargarían de las instrucción de algunas unidades de vecinos para que ayudaran en la
defensa. Esta era la idea del Conde de Ricla, hasta cierto punto de O´Reilly y desde luego
de Juan de Villalba. Éste decía desde Nueva España que la nobleza y familias de mayor
comodidad y jerarquía no mira las armas como carrera que guía al heroísmo, son delicados,
entregados al ocio, al vicio y no estaban elevados por sus padres a ideas más superiores…
son raros los que se han presentado para obtener empleos militares.
El Capitán General de Chile, coronel Ambrosio de Benavides informaba que por la guerra
permanente con los araucanos, el establecimiento de nuevas milicias o su reforma era tarea
inútil, y que aduras pena, la tropa veterana, pagada y reglada, podía mantener la frontera en
calma. Con los milicianos era duro y decía, entre otras cosas: “Les es violenta y gravosa la
sujeción y obligación del alistamiento”, por estar acostumbrados a la desidia, ociosidad y
libertinaje. Habla de su rusticidad e incultura, por la distancia entre Santiago y sus lugares
de residencia, podía pasar un año sin que los jefes vean a muchos soldados y oficiales.
Inconvenientes:
- Elevado costo.
José Galvez, Ministro de Indias, le decía al virrey Flores de la Nueva Granada que aquello
sería una “empresa imposible aun cuando el Rey de España tuviese a su disposición todos
los tesoros, los Ejércitos y los almacenes de Europa. La necesidad obliga a seguir un
sistema de defensa acomodado a nuestros medios […] la necesidad y la política exigen que
se saque de los naturales del país todo el partido que se pueda. Para esto es preciso que los
que mandan los traten con humanidad y dulzura, que a fuerza de desinterés y equidad les
infundan amor al servicio, y les hagan conocer que la defensa de los derechos del rey está
unida con la de sus bienes, su familia, su patria y su felicidad.”. (pp. 95-96)
La escasa entidad del ejército de dotación frente a la magnitud del objetivo a cubrir y la
imposibilidad económica de mantener el ejército de operaciones peninsular
permanentemente en América, obligaba a reorganizar el sistema de milicias, dotándolas de
un Reglamento y transformándolas en " disciplinadas" , al igual que las peninsulares, con
oficiales veteranos que las mantuviesen instruidas, incorporando a las élites locales en sus
cuadros de ofíciales y animando a los sectores populares a integrar los distintos batallones y
regimientos.
Siguiendo este organigrama, diseñado y puesto en práctica por O'Reilly en Cuba y Puerto
Rico y luego aplicado a otras zonas (Buenos Aires, Perú, Nueva España, Nueva Granada,
etc.); se organizaron multitud de unidades milicianas, repartidas por todo el continente,
atendiendo al volumen de población y en función de las distintas etnias que la
conformaban: blancos, pardos, morenos, cuarterones, zambos, etc.
Se dotó a todos los milicianos del fuero militar (que comportaba la exención de la
jurisdicción judicial ordinaria, entre otros importantes privilegios) y, en casos concretos, se
concedieron beneficios y dispensas a las élites locales a cambio de asegurar su pertenencia
a la oficialidad. Tenían obligación de sufragar algunos gastos de sus unidades, potenciar y
facilitar la recluta y ejercer un control efectivo sobre esta población a sus órdenes,
Comprometiéndose así con la Administración colonial a ser garantes y defensores de la
política reformadora de la Corona.
La aplicación y aceptación del fuero militar varió en función de las posibilidades que tenían
las élites de controlar el sistema a nivel local. Así, en los casos en que las autoridades
consolidaban en la cúpula del sistema miliciano a un grupo poderoso de peninsulares,
fueran militares o comerciantes, las élites criollas rechazaban de plano la pertenencia a la
institución, pues entendían que el fuero militar, más que defenderles, les haría rehenes de la
competencia comercial y social de los "chapetones". Tales fueron los casos de Nueva
Granada y Nueva España, en la década de los setenta y primeros ochenta.
En cambio, en otras zonas donde los peninsulares eran escasos y quedó en manos de los
grupos locales criollos el control de las unidades -lo que equivalía a transformarlas en una
guardia pretoriana al servicio de sus intereses- y de los tribunales militares, las élites
americanas se incorporaron rápidamente, como sucedió en Perú, donde más del 80 por
ciento de los oficiales de las milicias eran criollos adinerados y dueños de la tierra en cada
jurisdicción.
Esta situación, por una parte, originó que las milicias se transformaran en un instrumento de
control social y político de las élites sobre los sectores populares (tanto urbanos como
rurales) encuadrados en las unidades bajo su mando (en muchos casos los peones de sus
haciendas o sus aparceros), generando unas fuertes relaciones de clientelismo político y
usando esta fuerza como presión para salvaguardar sus intereses en caso de problemas con
sus subordinados.
Pero, por otra parte, el sistema miliciano generó también recelos en algunos altos
funcionarios de la administración colonial, civiles y militares, para los cuales la idea de
armar a los sectores populares mediante las milicias, instruirlos militar y tácticamente,
sobre todo después de las grandes sublevaciones de la década de los ochenta, era totalmente
errada, diabólica y descabellada; aún cuando estas masas estuvieran bajo un supuesto
control de las élites criollas, opinaban algunos; precisamente por eso, argumentaban otros.
Así, el virrey de Nueva España Marqués de Cruillas, escribió a Julián de Arriaga, secretario
de Indias:
Medite V. E. si las cosas están ahora en tan crítico estado, si la plebe desarmada
desunida se halla ya insolentada y va acabando de perder el temor y el respeto...
¿Cuál será la suerte de este Reino cuando a esta misma plebe de que se han de
componer las tropas milicianas se le ponga el fusil en la mano y se le enseñe el
modo de hacerse más temible?
El peligro que verían algunos altos oficiales peninsulares en mantener a los sectores
populares armados se contradecía con el hecho de que esas milicias resultaban del todo
inútiles si no se las instruía. La discusión entre los que consideraban más o menos
ventajoso, más o menos improcedente y peligroso, más o menos costoso, un sistema
defensivo interno y externo en el que el peso recayera sobre las tropas peninsulares, las de
dotación o las milicias, nunca se dio por finalizada.
La normativa general para acceder a la oficialidad quedó fijada, por último, con carácter
territorial: “Los coroneles se escogerán entre los más cualificados y titulados de cada
partido... los demás jefes y oficiales entre los caballeros hidalgos y los que viviesen
noblemente, aunque fuesen comerciantes... los sargentos entre los que se hallaren más a
propósito sin exigirles otra cualidad... los soldados entre los vecinos de todo estado y
condición”.
Por tanto, se estableció una equiparación formal entre los nobles de sangre (peninsulares) y
los nobles de vida (criollos), puesto que el requisito de la limpieza de sangre era de fácil
consecución y más aún para aquellos cuya distinción económica y social era elevada. Con
esta equiparación entre nobleza española y "nobleza" americana, se produce la vinculación
entre el ejército de América y los grupos de poder locales más poderosos desde el punto de
vista económico y social, cumpliéndose así los objetivos básicos trazados por la
administración: hacer propio de estas clases altas criollas la defensa de América como
defensa de sus intereses y otorgando facilidades para que estos militares americanos no
tuvieran que abandonar sus ocupaciones particulares.
Con respecto a los oficiales peninsulares, cuyo número fue disminuyendo drásticamente a
lo largo del último tercio del siglo XVIII, la mayor parte de ellos se casaron en América
con extraordinaria rapidez. Del estudio de los expedientes matrimoniales se deduce que
estos matrimonios fueron siempre con criollas de elevado nivel económico, puesto que las
autoridades militares exigían, antes de dar su consentimiento para la boda, que la elegida
fuera de familia de prestigio y aportara una dote importante.
El oficial peninsular obtenía el acceso al poder económico americano, ya que las hijas de
terratenientes y comerciantes criollos casaban con estos oficiales de escasa fortuna pero de
evidente prestigio, en cuanto a su condición de militares, españoles y representantes de la
autoridad, cuando no ejecutores directos de la misma. Los descendientes eran, por tanto,
criollos, hijos de militares, jóvenes oficiales, nobles y con estrechas vinculaciones con los
mecanismos de poder económico americano. [Nota 53: Para 1800, la oficialidad al mando
de las unidades del Ejército de Dotación, que representaban el 87 por ciento de las tropas
veteranas en el continente, estaba compuesta por 6.432 individuos, desde Coroneles a
sargentos y su origen geográfico era el siguiente: 18 por ciento de peninsulares; 77 por
ciento de americanos; 5 por ciento de extranjeros. Entre los jefes de Batallón y Regimiento,
el 86 por ciento era peninsular o extranjero, pero ya entre Tenientes Coroneles y Capitanes,
los criollos eran más del 65 por ciento.]
Con respecto a la tropa que componía el Ejército de dotación, una muestra porcentual de la
misma en la que se estudia su origen geográfico, arroja los siguientes porcentajes: