Permitiria Un Dios de Amor El Infierno

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Permitiria un Dios de amor el Infierno?

La Biblia habla de un castigo eterno. ¿Cómo puede eso conciliarse con el amor de Dios?
Personalmente, no puedo siquiera aceptar la idea de la existencia de un Dios amoroso y la realidad
de un infierno”. ¿Cómo, pues, responder ante ese comprensible rechazo?

La mentalidad moderna lleva inevitablemente a las personas a pensar que el infierno funciona de
la siguiente manera: Dios nos da un cierto período de tiempo y, si al final de nuestra vida no
hemos tomado las decisiones adecuadas, arroja al infierno las almas perdidas por toda la
eternidad. Según van cayendo las almas hacia ese terrible lugar, claman en su angustia pidiendo
misericordia, a lo que Dios responde: “¡Demasiado tarde! ¡Tuviste tu oportunidad y la
desaprovechaste! ¡Ahora te corresponde sufrir!”. Esta forma un tanto caricaturesca de entenderlo
comete el error de no entender debidamente la verdadera naturaleza del mal. Lo que la Biblia dice
es que el pecado nos separa de la presencia de Dios, que es la fuente de todo gozo, de todo amor,
de toda sabiduría, y de toda posible cosa buena. Dado, además, que fuimos creados en origen para
estar en la presencia de Dios, únicamente delante de su rostro podremos prosperar y realizar el
máximo de nuestras potencias. En verse por completo apartados de su presencia, es en lo que
consiste el infierno –en la ausencia de capacidad para dar y recibir amor y poder sentir gozo.

El Infierno y el lenguaje en las Escrituras. 

Una forma muy común de representar el infierno en la Biblia es mediante fuego. Debe tenerse en
cuenta que en un sentido todas las representaciones y descripciones del cielo y del infierno que
aparecen en la Biblia son simbólicas y metafóricas. Cada una de esas metáforas sugiere un aspecto
particular de la experiencia que supone el infierno. (Por ejemplo, “fuego” nos pone en
antecedentes de una desintegración, mientras que “oscuridad” connota aislamiento.) Una vez
dicho esto, no queda implícito que ni el cielo ni el infierno sean en sí metáforas. Son, por el
contrario, verdaderas realidades. Jesús ascendió (con un cuerpo físico) a los cielos. La Biblia
propone claramente que el cielo y el infierno son verdaderas realidades, pero indicando al mismo
tiempo que todo lenguaje relacionado es de carácter alusivo, metafórico y parcial. El fuego todo lo
desintegra. Pero incluso en la vida presente podemos ver cómo el alma va desintegrándose por
estar en exceso centrado en uno mismo. Sabemos que el egoísmo y el interés desmedido en los
propios intereses dan lugar a lacerante amargura, a envidia implacable, a ansiedad paralizante, a
pensamientos paranoicos, y a negaciones y distorsiones mentales como secuela inevitable. La
pregunta que cabe hacer sería: “¿Qué pasaría si al morir no se produjera un fin, sino que nuestra
vida espiritual se prolongase en la eternidad?”. El infierno sería entonces la trayectoria de un alma
que vive centrada exclusivamente en sí misma por los siglos de los siglos.

El Infierno en las Escrituras. 

La parábola de Lázaro y el hombre rico, en Lucas 16, da credibilidad a esa visión nuestra del
infierno. Lázaro es un hombre pobre que pide limosna ante la puerta de un hombre rico pero
cruel. Al morir, Lázaro va al cielo, y el hombre rico al infierno. Desde allí, eleva la mirada hacia
donde está Lázaro en los cielos “en el seno de Abraham”:
Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que
moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta
llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también
males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima
está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros,
no pueden, ni de allá pasar acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de
mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos
también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él
entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se
arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán
aunque alguno se levantare de los muertos. (Lucas 16:24–31)

Lo sorprendente del relato es que aun a pesar del abismal cambio en su respectiva condición, el
hombre rico parece no ser consciente de lo ocurrido. Sigue por ello esperando todavía que Lázaro
sea su siervo, y le trata como si fuera un simple aguador. No pide ser sacado del infierno, dando
sin embargo a entender que Dios no le dio en vida toda la información necesaria sobre la vida tras
la muerte. Los comentaristas del relato han notado ahí una tremenda negación, una expropiación
de culpa, y la ceguera espiritual de esta alma en pena. Otro punto señalado es que, a diferencia de
Lázaro, al rico no se le pone nombre. Se alude a él únicamente como “un hombre rico”, dándose a
entender que, puesto que su identidad depende de sus riquezas y no de Dios, una vez perdidas
estas habrá perdido igualmente su singularidad.

Conclusion. 

En resumen, el infierno es consecuencia de una identidad de propia elección, con independencia


de Dios, en una trayectoria que desemboca en la eternidad. Este es de hecho el proceso que
encontramos actuando, a escala menor, en las adicciones a las drogas, al alcohol, al juego y a la
pornografía. En primer lugar, se produce una desintegración progresiva porque, a medida que
pasa el tiempo, se necesita mayor cantidad de esa sustancia adictiva para conseguir el efecto
inicial, lo que supone una disminución igualmente progresiva de la satisfacción que se deriva.

En segundo lugar, está el aislamiento, como resultado de culpar a las circunstancias y a los demás
en justificación del propio comportamiento. “¡Nadie me entiende! ¡Todo el mundo está en contra
de mí!”. Acusaciones que tienen su origen en una actitud de propia conmiseración y un estar
centrado en uno mismo. Cuando construimos la vida sobre algo que no es Dios, ese “algo”, por
muy buena cosa que pueda ser, acaba por esclavizarnos, convirtiéndose en algo que hay por
fuerza que tener para poder ser felices. La desintegración personal se produce a gran escala,
siendo una constante en la eternidad. La soledad, la negación, el autoengaño, y el estar centrado
en uno mismo van igualmente en aumento.  Cuando se pierde toda noción de humildad se pierde
también el contacto con la realidad. Nadie pide que le saquen del infierno, quizás porque la
noción de cielo se percibe como algo falso.

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