Antígona Furiosa o La Afirmación de La Vida
Antígona Furiosa o La Afirmación de La Vida
Antígona Furiosa o La Afirmación de La Vida
Resumen:
La obra teatral Antígona furiosa de Griselda Gambaro
fue representada por primera vez en 1986, tres años
después de que concluyera uno de los peores períodos
de la historia argentina: la dictadura militar. Leído en
ese contexto, el texto de Gambaro asumía resonancias
diferentes al texto canónico de Sófocles.
En el presente trabajo intentamos, justamente, analizar los procedimientos
intertextuales de Antígona furiosa, procedimientos que apuntan, a nuestro juicio,
a desbaratar discursos autoritarios de la dictadura militar y a desmontar prácticas
del “olvido” presentes en algunas políticas democráticas.
El texto comienza con Antígona ya muerta:
(Antígona ahorcada. Ciñe sus cabellos con una corona de flores
blancas, marchitas. Después de un momento, lentamente,
afloja y quita el lazo de su cuello, se acomoda el vestido blanco
y sucio. Se mueve, canturreando) (Gambaro, 1989: 197).
Antígona, muerta, se presenta ante Corifeo y Antínoo. De esta manera, brutal, el
texto se dedicará a (re)construir el ciclo de violencia en el que, una y otra vez,
Antígona debe morir, perpetuando así, el poder asesino de Creonte y la
complicidad silenciosa –o no– de Corifeo.
Ni restos, ni silencios: las voces del texto
Gambaro, como se dijo, recurre a la intertextualidad como “fuerza de memoria”
en un texto que permite, en clave, leer el discurso que, aun en la época en que la
obra fue estrenada, seguía ejerciendo su poder a través de ciertas marcas, y de
una voluntad política de olvido. Hablamos de la dictadura, pero también de
aquellas prácticas que, desde la democracia, buscaban subsanar las heridas
provocadas por los llamados “años de plomo” a través de leyes como la del “Punto
Final”.
Este problema ideológico y estético, suscitará en los primeros años de democracia,
muchas especulaciones. Varios debates sobre el rol del intelectual se producen en
la Argentina en esta época. Para Andrés Avellaneda (7), ya sea apelando a narrar
lo “real” o apostando a narrar el funcionamiento mismo del relato sobre lo real, ya
sea destacando los grados segundos de la alusión o la alegoría, o el grado cero de
la hiperliterariedad (8), la literatura argentina es una literatura sobre (hacia) los
sentidos aún vacíos de la historia reciente.
En el texto que analizamos, Gambaro recurre a un mito para “contar” la historia
reciente y cuestionar su presente de enunciación. Habría que preguntarse, ahora,
por qué Gambaro elige “narrar” la historia desde la tragedia. En primer lugar,
creemos que, por el estatuto de lo trágico (9) –la lucha contra un destino
inexorable, el conflicto que se instala entre el hombre, el poder, las pasiones y los
dioses– el tema de “la abrumadora impotencia” de la protagonista (protagonista
de un texto construido en Argentina, en los primeros años de la democracia)
frente a la injusticia y al olvido de esa injusticia, adquiere una mayor
significación. Por otra parte, se trata de la reescritura de Antígona, no sólo de la
Antígona mítica o sofocleana, sino de Antígona y el peso de todas sus reescrituras;
un drama paradigmático de la lucha contra el poder y de la asunción de una ética.
No es un dato menor, entonces, que el género elegido para hablar de los
desaparecidos y de las estrategias de “acallamiento” propiciadas por el gobierno
de Alfonsín, sea la tragedia.
El procedimiento de reescritura de mitos fue común a esta época, tanto durante la
dictadura, como durante los años que la siguieron. Ante los horrores de la
dictadura, la literatura eligió, en una de sus formas, hablar del presente en clave
de pasado, utilizando los mitos para referirse, veladamente, a lo que debía
callarse. Andrés Avellaneda habla de la narrativa, pero las estrategias son comunes
al teatro:
(se debía) trabajar en los bordes confusos de los mitos para
abrir a la comprensión los discursos sociales que son todavía
borrosos y titubeantes. El ‘comentario sobre lo real’ que hacen
estos textos parecería consistir ahora en una discusión sobre la
función de la memoria social, a propósito de mitos culturales y
políticos profundamente arraigados en la historia argentina
reciente (en Bergero, Reati, 1997: 171).
Los textos se presentan así, como una invitación a la construcción de múltiples
sentidos y no a la imposición mimética y lineal de un sentido único.
Podemos cuestionarnos la validez de los discursos “comprometidos” como
transgresión en un momento en el que posiciones estéticas –y éticas– sobre el arte
se habían modificado con la llegada de la democracia. Como ya se ha estudiado
largamente, el enorme gesto de -entre otros- el Teatro Abierto, durante la
dictadura en cuanto al compromiso –gesto que los colocaba en la zona de riesgo y
del circuito under– con la llegada del gobierno de Alfonsín, se rompe en tanto
transgresión o denuncia. La denuncia a los vejámenes de la dictadura se coloca,
por así decirlo, en una zona de visibilidad y de legitimidad –en tanto Ley– que
convierte al discurso “prohibido” en “oficial” y “verdadero”. Ya no sólo no está
estigmatizado sino que, políticas culturales mediante, se lo vive como “justo” y
por lo tanto “consagrado”.
Pero, aunque denunciar los hechos de la dictadura no estuviera prohibido, sino,
incluso, alentado por el gobierno de turno, la denuncia efectuada por Gambaro va
más allá. Coincidimos con Magda Castellvi de Moor cuando dice: “con admirable
persistencia, el teatro de Gambaro continúa exponiendo y criticando la perversión
del poder, cualquiera éste sea, y la pasividad de quienes quedan sometidos a
merced de la autoridad y la violencia” (10) (en Pelletieri, 1992: 147). Lo que se
construye en el texto analizado es una puesta en discurso, una necesidad de
“mostrar” lo que, en medio de reivindicaciones que asumían el estatuto de
“monumentos a la memoria”, estaba siendo anestesiado por las políticas de
borramiento del pasado a través del indulto, la amnistía o como se las llamara
desde el Poder.
El problema persiste, sin embargo, porque ¿de qué modo la denuncia puede atacar
al poder y, al mismo tiempo, eludir la trampa de convertirse en panfleto? y,
además, ¿de qué modo podría ese discurso no erigirse en un nuevo discurso
autoritario con inverso signo?
La respuesta, para Mayer, sería que, al margen de toda manipulación, la literatura
–y por lo tanto el teatro– permaneciera como el artificio de lo posible, la zona en
que la imaginación pueda diseñar alternativas a la imposición monológica del
autoritarismo que sólo se reconoce en su propia versión de la realidad. Frente a la
linealidad y la literatura como mímesis, lo que la literatura propone es el juego.
Gambaro juega en el texto de Antígona furiosa: por eso, Corifeo puede ser
Creonte, asumir su voz. Juega, además con las voces: Antígona, es –asume la
identidad de– Hemon o Ismena o Polinices. Se incorpora un nuevo personaje:
Antínoo. No hay mímesis: el espectador sabe que los trajes de calle de Corifeo y
Antínoo no son verosímiles en la tragedia clásica. Antígona puede morir y revivir y
volver a morir en escena, impidiendo con ese gesto, que haya clausura de sentido.
Antígona, creemos, puede volver cada vez que el poder cometa una injusticia.
El juego, entonces, debe ser honesto: advertir al espectador o al lector que esto
es eso, un juego, y que la realidad, en todo caso, es la propia: que abandonando la
lectura o la butaca, lo de “afuera”, aquellos que llamamos “realidad”, sigue
sucediendo. Debe dejar leer, en los intersticios, que esto no es real, pero que
juega a serlo. Pero para que esa denuncia no copie los modos del discurso
autoritario, debe transgredir, deformar esos modos. Debe decir, sin Ley, que la
memoria persiste, porque, en todo caso, el juego configura su propia ley, ley
exclusiva de ese texto. El texto debe ser, entonces, su propia realidad. Debe ser
una celebración lúdica de la palabra. Sólo así, la denuncia puede no ser leída
como documental ni perder vigencia.
Antígona es válida en cuanto discurso, leemos la denuncia, porque el juego está
planteado desde el lenguaje. Porque sólo el juego puede comprometernos a todos:
a los que escriben y a los que leemos.
Re-cordar o la memoria de lo que se niega
Sobre Antígona, Steiner señala: “creo que solamente a un texto literario le ha sido
dado expresar todas las constantes principales de conflicto propias de la condición
de hombre (…) Que yo sepa ningún otro momento en las creaciones sagradas o
seculares de la imaginación alcanza esa totalidad”. (Steiner, 1987: 179-180)
La posibilidad infinita de relectura de esta tragedia deja abierta la puerta a la
denuncia en el texto Antígona furiosa de Griselda Gambaro. Antígona es la “loca”
que reclama por su muerto, es Ofelia que muere sin ser desposada, es Hamlet que
busca justicia, un Hamlet que no puede descansar ante el olvido –y la palabra se
carga aquí de todas las connotaciones– del oprobio. Para la Antígona de esa
incipiente democracia la ética es denunciar las políticas de des-memoria: es re-
cordar, etimológicamente: volver a pasar por el corazón. Por eso la furia es
también hacia ese Corifeo que da la espalda y acepta que la ley que prevalece es
la del poder, no la de la justicia.
Fenoy sostiene que Antígona nos enfrenta a nuestros propios límites, pero que
también es una afirmación de la vida: allí donde la muerte extiende su reino,
donde los cuerpos quedan sin sepultura, o se tapan con la desmemoria; Antígona
vuelve a hablar.
Antígona es, en todos los casos, la memoria de lo que se niega. Y por eso, muere y
revive una y otra vez. Si este ciclo eterno de vida-muerte nos resulta verosímil, es
porque sabemos que es un juego que se construye desde el lenguaje. Porque el
compromiso, en todo caso, es jugar a que…
Notas
1. Llurba, Ana María: “Antígona furiosa, ¿una voz femenina?” en
http://www.salvador.edu.ar/gramma/1/ua1-7-gramma-01-01-17.htm. Volver
2. Graham- Jones, Jean: “De la euforia al desencanto y al vacío: la crisis nacional
en el teatro argentino de los 80 y los 90” en Bergero, Reati (1997:264). Volver
3. Bajtin no habla, estrictamente, de intertextualidad. Va a ser Kristeva quien, defina el
concepto basándose en el trabajo del investigador ruso. En su estudio sobre Bajtin, Kristeva
señala: “todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y
transformación de otro texto. En lugar de la noción de intersubjetvidad se instala la de
intertextualidad, y el lenguaje poético se lee, al menos, como doble.” (Kristeva, 1981:189).
Al propósito señala Barei (2001), la operación polifónica (intertextual) se realiza al menos de
dos maneras:
a) por migración de fragmentos textuales (formas explícitas de la
intertextualidad) y,
b) por reminiscencia (la palabra está tanto en Bajtin como en Kristeva), o sea,
remisión a otros textos o fragmentos discursivos bajo formas menos explícitas o
reconocibles (como la estilización, la alusión, la versión, etc.). Volver
4. Decimos violencia simbólica, en tanto la dictadura no sólo asesinó, torturó,
violó y secuestró, sino que construyó discursos que dejarían su estigma aun
después de terminado el período militar terrorista. Estos discursos no sólo se
imponían en el orden político o económico, también construían un modo de “ser
argentino” Como asevera Avellaneda: “Este discurso estipula qué es cultura, qué
es moral, y qué es, en consecuencia, “ser argentino”. Según este discurso oficial
del estado militar terrorista la cultura y el arte poseen una “noble misión” que no
debe ser alterada y debe subordinarse siempre a lo moral. Hay un sistema cultural
que se define como falso cuando representa lo no- moral (…). Las disposiciones y
los decretos-leyes que lo traducen se entrecruzan semánticamente y engendran
prácticas prescriptivas que a su vez estipulan códigos muy precisos en el caso de
algunos productos culturales”. (En Bergero, Reati et al., 1997: 174-175). Volver
5. Moraña, Mabel: “Impertinencia de la memoria histórica en América Latina” en
Bergero, Reati, 1997. Volver
6. Ver nota 3 de este trabajo. Volver
7. Avellaneda, Andrés: “Lecturas de la historia y lecturas de la narrativa
argentina de la década del ochenta” en Bergero, Reati et al., 1997. Volver
8. Para Avellaneda, en el artículo citado, hiperliterariedad significaría que la
escritura no es el resultado de una operación introspectiva ni depende de la
expresividad subjetiva, sino que es fundamentalmente un trabajo de retórica, los
géneros, los discursos y los modos de representación. Volver
9. Lo trágico, entendido desde su sentido clásico. Volver
10. Magda Castellvi de Moor: “La parodia en el teatro de Gambaro:
interdiscursividad y voluntad de estilo”, en Osvaldo Pellettieri (editor), 1992,
Teatro y teatristas. Estudios sobre teatro iberoamericano y argentino. Buenos
Aires, Ed. Galerna/Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Volver
Bibliografía
Bajtin, Mijaíl, 1986. Problemas de la poética de Dostoievski, México, F.C.E.
Barei, Silvia, 2001. Recorridos Teóricos: Texto-Discurso, Córdoba, Époke.
Bergero, Reati et al., 1997. Memoria colectiva y políticas del olvido, Rosario, Ed.
Beatriz Viterbo.
Fenoy, Liliana, 2008. “Psicoanálisis y literatura: la red de las cuerdas se desgarra.
Sobre Antígona” en Simón, Gabriela, Gásquez, Gabriela y Loza, Marina (coords.)
El espacio textual. (Entre literatura, psicoanálisis y filosofía), Córdoba. Alción.
Gambaro, Griselda: “Antígona furiosa”, en Griselda Gambaro, 1989. Teatro 3.
Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
Kristeva, Julia, 1981. Semiotiké I, Madrid, Espiral.
Llurba, Ana María: “Antígona furiosa, ¿una voz femenina?”.
Mayer, Marcos, 1995. Remiendos del paraíso, Buenos Aires, Ed. Paradiso.
Pellettieri, Osvaldo (editor), 1992. Teatro y teatristas. Estudios sobre teatro
iberoamericano y argentino, Buenos Aires, Ed.Galerna/Facultad de Filosofía y
Letras, UBA.
Steiner, George, 1987. Antígonas, Barcelona, Gedisa.