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Cultura17 feb. 2017 - 10:56 p. m.

Por: Camila Builes / @CamilaLaBuiles

Hasta mañana se exhibe en Cine Colombia “Inferno”, la historia de una de las obras de arte más
importantes de la historia.

“Así descendí del círculo primero al segundo, que abarca menor espacio y mayor dolor, dolor que
arranca desgarradores ayes.

Allí está el horrible Minos, que, rechinando los dientes, examina las culpas a la entrada, juzga y
señala lugar según las vueltas que se da con la cola. Digo que cuando el alma pecadora se le
presenta, se confiesa con él; y aquel gran conocedor de los pecados ve qué lugar del infierno le
corresponde, y se ciñe con la cola tantas veces como el número del círculo en que quiere que el alma
sea colocada”.

Ese es el inicio del Canto V de la Divina comedia, del poeta florentino Dante Alighieri (1265-1321),
cuyos manuscritos datan del siglo XIV y en los que se basó el pintor Sandro Botticelli (1445-1510)
para crear una de sus obras más reconocidas: Infierno.

***

Mi nombre es Botticelli, Sandro Botticelli. Soy de Florencia, la ciudad de los artistas y de los genios.
He perpetuado la belleza, el nacimiento de la Venus. Antes que yo, nadie se atrevió. Durante siglos
han tratado de imitarme y seguir mis pasos. Pero también he visto el abismo y pinté lo que vi.

En las bóvedas de la biblioteca del Vaticano se guardan algunos de los tesoros más importantes de la
humanidad. Un centenar de obras que rastrean el origen del hombre: su pensamiento, su cultura, sus
sueños, sus miedos. Las puertas de la Biblioteca Apostólica rara vez se abren para poder admirar una
de las mayores obras de la historia del arte: El mapa del infierno, de Botticelli.

El año pasado, en un discreto edificio del Vaticano, la obra de Botticelli fue sometida a un proceso sin
precedentes. La conservación digital es un método que permite nuevos descubrimientos de la
pintura. La exploración científica de los manuscritos permite tanto su conservación como su difusión.
El mapa del infierno pasó por un escáner especial que capturó los detalles, pigmentos y tonos con
mayor precisión que el ojo humano. ¿Para qué? Para tratar de descubrir si quinientos años atrás el
pintor florentino dejó mensajes en su obra.

Botticelli comenzó a dibujar en el taller orfebre de su padre. Al principio pintaba las formas de los
anillos y collares a los que luego daría forma con oro. Luego empezó a sentir que no quería ir a
trabajar: el peso del hierro destruía sus manos y convenció a su papá de dibujar todos los pedidos.

Cuando dejó la orfebrería —en la que estuvo dos años— se hizo aprendiz de uno de los pintores más
grandes de su época: Filippo Lippi. Allí encontró su vocación. Absorbió el estilo y la calidad. Abrió su
primer taller a los 24 años, en medio de una calle abarrotada de artesanos. Las calles de la putrefacta
Florencia de mediados de 1400 comenzaron a destellar todo lo que luego veríamos en su obra: los
colores, las texturas. La mirada. Las epidemias de la Edad Media volcaban a la gente a la ribera del río
para escapar de ese infierno. Y eso lo vio Botticelli. Lo guardó en su mente: esas imágenes de cuerpos
abiertos en medios de las calles y restos de animales flotando en el agua.

¿Me llaman artesano? ¿Nada más que un pintor de muros llenos de color? ¡No! ¡Soy un artista! ¡Veo
más que todos ustedes! Mi tarea es observar y documentar. Es por eso que he confiado al arte mi
proyecto para la eternidad. El horror, el castigo. El infierno.

Hubo un escritor italiano que lo revolucionó todo con unos versos. Dante Alighieri cambió la forma
de pensar y de ver el mundo. Y ese mismo escritor se convirtió en el cliente de Botticelli.

El pintor recreó la obra de Dante en una novela gráfica de más de trescientas páginas. Los dibujos de
Botticelli estaban dirigidos a ilustrar una de las partes o cánticas del libro, Infierno, que viene a
sumarse a otras dos: Purgatorio y Paraíso.
La pintura de Botticelli se relacionaba con diosas, con ángeles, con melancolía, con belleza. Cuando
hizo El mapa del inferno mostró un lado completamente desconocido de sí mismo. No sólo de su
obra, sino de su pensamiento. Tanto la obra de Dante como la de Botticelli viajan a través de un
infierno constituido por nueve círculos: el primero (limbo), el segundo (lujuria), el tercero (gula), el
cuarto (avaricia y prodigalidad), el quinto (ira y pereza), el sexto (herejía), el séptimo (violencia), el
octavo (fraude) y el noveno (traición).

El trayecto de los pergaminos es un misterio. Se sabe que una parte fue comprada en Francia por el
duque de Hamilton: un millonario que apreciaba el arte en todas sus demostraciones y que, además,
lo usaba para jactarse de su dinero frente a la sociedad escocesa. Luego de que Hamilton cayera en la
ruina total vendió los manuscritos al Museo de Berlín, que hoy guarda parte de la colección. Sólo 85
dibujos llegaron a Berlín. Siete fueron separados. Según los curadores del Museo, tres de los
separados eran a color, incluyendo el mapa del infierno.

La reina de Suecia logró comprar de alguna manera algunos de esos diseños perdidos. Ella, una
protestante convertida, fue quien terminó siendo la dueña de El mapa del inferno. De alguna forma,
esos siete dibujos perdidos llegaron al Vaticano. Pero justamente ahí su importancia artística era
desconocida.

Sólo en 1887, después de que llegaran a Berlín, un histórico del arte austriaco llamado Josef
Strzygowski se dio cuenta de que esos siete dibujos eran considerados una simple ilustración de la
Divina comedia. Desde ese momento, los dibujos tuvieron una suerte distinta. En el Vaticano se
percataron de que eran de Botticelli y que, además, hacían parte de un códice.

En uno de los dibujos que hay en Berlín se puede ver a un hombre con un papel y un nombre escrito
en él: Sandro Botticelli. Es el dibujo de la misericordia. Quinientos años atrás, Botticelli pedía perdón
de forma casi invisible a través de una pintura.

La belleza yace a mis pies, pero ya no puede salvarme. No he logrado concluirlo porque me faltaban
las fuerzas en estos días oscuros.

Yo, Sandro Botticelli, estoy abrumado por las dudas. Ahora que he llegado al final me pregunto si el
mundo sabrá reconocer lo que traté de crear. ¿Sabrá verlo realmente? ¿Lo comprenderá?

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