Sastre, Marcos - El Salón Literario
Sastre, Marcos - El Salón Literario
Sastre, Marcos - El Salón Literario
EL SALON
LITERARIO
OJEADA FILOSÓFICA SOiBRE EL ESTADO
PRESENTE Y LA SUERTE FUTURA DE LA
NACIÓN ARGENTINA
por
D. M arcos Sa st r e
Señores:
Si el establecimiento literario, cuya apertura habéis tenido a
bien solemnizar con vuestra presencia, fuera semejante a los que
con el nombre de Gabinetes de Lectura se ven en todas las ciu
dades cultas, ni os hubiera molestado pidiéndoos la honra de
vuestra concurrencia, ni me creería en el deber de manifestar
ante vosotros, y ante toda la Nación —su plan, su objeto, su
tendencia, y mis miras y esperanzas como fundador de él.
Fácil me hubiera sido reunir en esta biblioteca un gran número
de esos libros que tanto lisonjean a la juventud; de esa. mul
titud de novelas inútiles y perniciosas, que a montones abortan
diariamente las prensas europeas. Libros que deben mirarse como
una verdadera invasión bárbara en medio de la civilización euro
pea y de las luces del siglo; vandalismo que arrebata a las
huestes del progreso humano un número inmenso de inteligen
cias vírgenes, y pervierte mil corazones puros. Porque sacando
a la pública luz las pasiones más vergonzosas, los extravíos más
secretos de un corazón corrompido, la crónica escandalosa de
las costumbres, pican sobremanera la curiosidad de los jóvenes,
halagan sus pasiones, los aleccionan para la intriga y la seduc
ción; o cuando menos, con la novedad de las aventuras, y con
lo agradable y picante del estilo, atraen innumerables lectores a
esos gabinetes, proporcionando así a sus propietarios un gran
lucro; que es su único objeto y anhelo.
Pero es noble, es puro, es sagrado el fin de nuestro estable
cimiento. Así su fundador, como los muy estimables individuos
que concurren con sus luces y sus recursos para fomentarlo y
sostenerlo, han sido impulsados únicamente por el amor a la sa-
10(5 MARCOS SASTRE
4 Esta obra, en cuyo elogio quizá soy exagerado, porque toda ella está en
armonía con mi corazón tiene por título: Ideas de Angelo Pairini, y su editor
será D. Juan María Gutiérrez. Sé que este señor tiene adelantados otros va
rios trabajos: tales son las Efemérides de la Provincia de Buenos Aires desde
i 8 i o \ una traducción de Jos Deberes del hombre, de Silvio Pellico; y una
Carta de los viajes de descubrimiento y expediciones militares, hechos en la
Provincia de Buenos Aires.
5 El título de este übro será Clamores de un Cristiano. N o me es permi
tido nombrar al autor.
6 Los trabajos botánicos que aquí anuncio son debidos al señor D . Vicente
o je a d a filo só fica 121
por
Señores:
No hace muchas mañanas que el cañón de Mayo vino a qui
taros el sueño, para advertiros que estaban cumplidos 27 años
que nosotros entramos en un movimiento nuevo y fecundo.
Pero, señores, no pudiéramos saber por qué y para qué entra
mos en este movimiento; porque estoy creído que mal nos será
; dado caminar si no sabemos de dónde venimos, y a dónde vamos.
Aquí tenéis, pues, nuestra revolución en presencia de la filo
sofía, que la detiene con su eterno por qué y para qué.
Cada vez que se ha dicho que nuestra revolución es hija de
las arbitrariedades de un virrey, de la invasión peninsular de Na
poleón, y otros hechos semejantes, se ha tomado, en mi opinión,
un motivo, un pretexto por una causa. Otro tanto ha sucedido
cuantas veces se ha dado por causa de la revolución de Norte
américa la cuestión del té; por causas de la Revolución Francesa,
los desórdenes financieros y las insolencias de una aristocracia
degradada. No creáis, señores, que de unos hechos tan efímeros
hayan podido nacer resultados inmortales. Todo lo que queda, y
continúa desenvolviéndose, ha tenido y debido tener un desen
volvimiento fatal y necesario.
128 JU A N BAUTISTA ALBERDI
¿Y este camino, y esta forma, y este día, son los que han seguido
y en que han llegado la Francia, o la Confederación de Norte
américa? A la vista de nuestra carrera constitucional, pudiera de
cirse que nosotros lo hubiésemos creído así; pero evidentemente
si así lo hemos creído, nos hemos equivocado.
El desarrollo, señores, es el fin, la ley de toda la humani
dad; pero esta ley tiene también sus leyes. Todos los pueblos se
desarrollan necesariamente, pero cada uno se desarrolla a su
modo; porque el desenvolvimiento se opera según ciertas leyes
constantes, en una íntima subordinación a las condiciones del
tiempo y del espacio. Y como estas condiciones no. se reproducen
jamás de una manera idéntica, se sigue que no hay dos pueblos
que se desenvuelvan de un mismo modo. Este modo individual
de progreso constituye la civilización de cada pueblo; cada pue
blo, pues, tiene y debe tener su civilización propia, que ha de
tomarla en la combinación de la ley universal del desenvolvi
miento humano, con sus condiciones individuales de tiempo y
espacio. De suerte que, es permitido opinar, que todo pueblo
que no tiene civilización propia, no camina, no se desenvuelve,
no progresa, porque no hay desenvolvimiento sino dentro de
las condiciones del tiempo y del espacio; y esto es por desgracia
lo que a nosotros nos ha sucedido. Al caer bajo la ley del des
envolvimiento progresivo del espíritu humano, nosotros no hemos
subordinado nuestro movimiento a las condiciones propias de
nuestra edad y de nuestro suelo; no hemos procurado la civili
zación especial que debía salir como un resultado normal de
nuestros modos de ser nacionales; y es a esta falta, que es me
nester referir toda la esterilidad de nuestros experimentos cons
titucionales.
¿Qué es lo que nosotros hemos hecho, señores? El tiempo es
corto; permitidme cambiar por un instante la pluma por el pincel.
La España nos hacía dormir en una cuna silenciosa y eterna;
y de repente aquella nación que no duerme nunca, y que parece
13 0 JU A N BAUTISTA ALBERDI
par
D. J u an M a r ía G u t ié r r e z
Señores:
Alzar la voz en medio de vosotros no era tal vez misión de
un hombre nuevo* La palabra que persuade y convence en ma
terias de saber y de estudio, parece que resuena más poderosa
en nuestros oídos, cuando nace de los labios de un hombre que el
tiempo ha sazonado. El respeto y el amor hacia la persona que
exhorta o alecciona, son sentimientos de que debe estar embe
bido el ánimo del que escucha. Siempre que la fantasía me re
presenta la imagen material de aquellos genios beneméritos de
la humanidad, que descubrieron verdades, introdujeron leyes
nuevas en el mundo de la inteligencia y predicaron sus doctrinas,
es bajo la forma de un hombre encanecido, de sentidos debili
tados, de frente impasible, y hermoseada con aquellas arrugas,
que más son cicatrices de las heridas del alma, que huellas de
los años, según la expresión de un gran poeta.
Y o vengo aquí, no confiado en mi capacidad ni en mi sufi
ciencia; cedo a las instancias de un amigo, cuyas generosas espe
ranzas y miras sentiría ver malogradas, si se equivocó al encomen-
í. darme este corto y modesto trabajo.
Por poco que meditemos acerca de los elementos que consti-
f tuyen un pueblo civilizado, veremos que las ciencias, la literatura
y el arte existen a la par de la religión, de las formas guber
nativas; de la industria, en fin, y del comercio, que fortalecen
y dan vigor al cuerpo social. Aquéllas son como el pensamiento
y el juicio; éstos como el brazo y la fuerza física, que convierte
en actos y hace efectiva la voluntad. Las ciencias y la literatura
viven en la región de las abstracciones, y se dignan de cuando
en cuando descender hasta la tierra, cargadas de ricos descubri
mientos, ya para mejorar nuestra existencia material, ya para
138 JU A N MARÍA GUTIÉRREZ
por
D. Esteban E c h e v e r r ía
PRIMERA LECTURA
Señores:
Véome aquí rodeado de un concurso numeroso y sin saber
aún por qué ni para qué. T a l vez muchos de ios que me es
cuchan lo ignorarán también; tal vez otros esperan de mi labio
palabras elocuentes, pero ¿sobre qué rodarían ellas? i Cuál sería el
asunto digno de vuestra expectación! ¿A qué objeto deberán
encaminarse nuestras investigaciones? ¿En qué límites circuns
cribirse? En una palabra, ¿qué cuestiones deben ventilarse en
este lugar? Hemos, llenos de ardor y esperanza, emprendido
la marcha; pero ¿a dónde vamos? ¿Por qué camino y con qué
mira? He aquí, en concepto mío, lo que importa averiguar antes
de emprender la tarea.
En otros tiempos, señores, en los tiempos de nuestra infancia,
solía el estruendo del cañón o el repique de las campanas arre
batarnos del teatro de nuestros juegos infantiles y llevarnos en
pos de sus mágicos acentos. ¿Cuál era esa voz omnipotente que
hacía hervir de júbilo nuestra sangre? Era la voz de la Patria
que nos convocaba al templo del Dios de los ejércitos para que
allí le tributásemos gracias por una nueva victoria del valor
argentino, o para que entonásemos himnos al sol de Mayo,
reunidos al pie del sencillo monumento que consagró a su me
moria el heroísmo. E l entusiasmo, entonces, era el genio bien
hechor que nos movía; nuestro amor a la patria y a la libertad
una religión sin más fundamento que la fe, y los homenajes
que le tributábamos un culto espontáneo de nuestro corazón que
se exhalaba en vivas y coros de alabanza. L a patria en aquel
tiempo no podía exigir más de nosotros ni pedía otra cosa que
víctores que inflamasen el pecho de sus heroicos hijos, porque
para ser independiente necesitaba victorias. Necesitaba menos la
razón que analiza y calcula que la decisión que obra; más del
154 ESTEBAN ECHEVERRÍA
1 Contrato Social.
160 ESTEBAN ECHEVERRÍA
Este parto monstruoso salía a luz sin fuerza ni vigor, casi exá
nime y sin vida, lo desconocía y desechaba el sentido popular;
salía a luz para ser hollado y escarnecido, para provocar más y
más el menosprecio de toda ley y de toda justicia y dar. margen
a los desafueros de la anarquía. ¿ Y esto hacían nuestros legis
ladores cuando su misión era organizar? Sí, señores, lo hacían
de buena fe, porque iban a tientas y se retiraban muy satisfechos,
creyendo haber legislado, como si el legislar consistiese sola
mente en dictar leyes, y no en que éstas lleven en sí mismas
virtud suficiente para su sanción o ejecución. E l poder de los
legisladores, decía un convencional, Henauld Sechelles, estriba
todo en su genio, y éste no es grande sino cuando fuerza la
sanción y protege las conveniencias nacionales; y observad, seño
res, que éste no es un cargo ni una acusación, sino referir hechos.
Nuestros padres hicieron lo que pudieron: nosotros haremos lo
que nos toca.
Léanse nuestros estatutos y constituciones orgánicas, documen
tos en que debe necesariamente haberse refundido toda la ciencia
política de nuestros legisladores y se verá, aunque es duro de
cirlo, cuán a tientas hemos andado y cuán poco podemos enva
necernos de nuestra ilustración. ¿Qué resultó de este extravío
de los legisladores y escritores que pretendieron ilustrar la opi
nión? A la vista, señores, está. Sobreabundan, como he dicho
antes, las ideas entre nosotros; pero éstas son la mayor parte erró
neas, incompletas, porque el verdadero saber no consiste en tener
muchas ideas sino en que sean sanas y sistematizadas y consti
tuyan un fondo de doctrina o una creencia, por decirlo así,
religiosa para el que las profesa. M ás vale ignorancia que ciencia
errónea, pues el que ignora puede aprender; y es difícil olvidar
errores para adquirir verdades. ¿Qué más resultó de ahí, señores?
Confusión, caos, anarquía moral de todas las inteligencias. Cada
uno poseyendo un fragmento de teoría, una idea vaga y vacilante,
una chispa de luz, se creyó sabio y en plena posesión de la ver
dad. Cada cual se juzgó capaz de hablar con magisterio, porque
podía articular algunas frases pomposas que no entendía, y ha
bía recogido de paso en la prensa, en la tribuna o los libros
164 ESTEBAN ECHEVERRÍA
Señores:
En la anterior lectura bosquejando el estado de nuestra cul
tura intelectual, de la cual nos proponemos hacer un completo
y circunstanciado inventario, hemos deducido: que no tenemos
ni literatura ni filosofía; que nuestro saber político nada esta
ble y adecuado ha producido en punto a organización social; que
nuestra legislación está informe; que de ciencias positivas apenas
sabemos el nombre; que la educación del pueblo no se ha empe
zado; que existen muchas ideas en nuestra sociedad pero no un
sistema argentino de doctrina políticas, filosóficas, artísticas; que,
en suma, nuestra cultura intelectual permanece en estado em
brionario, y que con nada o muy poco contamos para iniciar Ja
grande obra de la emancipación de la inteligencia argentina.
Ahora bien, ¿cómo daremos principio a ella? ¿De qué mate
riales nos valdremos? He aquí la cuestión que me propongo
ventilar antes de hablaros 'de la Crítica.
Señores: se ha escrito ya: los elementos que constituyen la
civilización humanitaria son: el elemento industrial, el científi
co, el religioso, el político, el artístico, el filosófico. N o hace
a nuestro propósito estudiarlos desde su origen en la sociedad
primitiva, siguiendo su desarrollo en el tiempo o en la vida de
la humanidad. Los tomaremos tales como los presentan la civili
zación del siglo y las actuales conclusiones de la filosofía. Basta
decir que en las grandes civilizaciones, en la civilización asiática
y en la europea, estos elementos coexisten, no en un completo
desenvolvimiento porque la vida de la humanidad es infinita,
sino en un grado inmenso y multiforme de desarrollo, y que
algunos de ellos ya en este o aquel clima europeo, han progre
sado más que en otro según las circunstancias, modo de ser so
cial y espíritu de cada nación.
170 ESTEBAN ECHEVERRÍA
3 "Hasta aquí llegan los fragmentos de esta lectura, los únicos que hemos
podido descifrar entre los manuscritos, confusos y desordenados, que tenemos
a la vista.” {Nota de J. M . Gutiérrez al publicar esta lectura por vez pri
mera en 18 7 3.}
* Este pequeño párrafo, del cual nos ha resultado imposible descifrar el
.comienzo, se encuentra escrito en una hojílla suelta de los manuscritos perte
necientes a Echeverría. [Esta nota corresponde a la citada edición crítica del
Dogma Socialista publicada por la Universidad Nacional de La Plata.]
A P É N D IC E
CARTA DE D. FLORENCIO V ARELA A
D. JU A N M ARIA GUTIÉRREZ
Montevideo, i ? de agosto de J 8 ^7 .
Queridísimo amigo:
: Tiene usted razón cuando cree que sólo algún motivo insuperable
puede hacer que yo converse con usted más a menudo. Mi última
enfermedad, y el atraso de mis negocios, consiguientemente a ella,
no me han dado lugar para contestar sus dos últimas cartas; y aún
ahora mismo muy poco más haré que acusarle recibo de ellas.
Por la primera me anuncia usted el establecimiento y apertura
del Salón de lectura, y me acompaña usted los discursos, que en esa
ocasión se pronunciaron. Usted, Juan María, puede comprender me
jor que otros el interés que yo tomo en los progresos de la inte
ligencia, en nuestro país, y el placer que me causa cualquier mejora
que tienda a promover esos progresos. Esto le explicará a usted cuánto
me ha complacido la fundación de ese nuevo establecimiento. Pero
temo que ese placer no sea duradero; porque preveo un término no
muy remoto a la institución del señor Sastre. Y o creía que había más
cooperadores, más personas interesadas en su sostén, que las que veo
hasta ahora, y eso es para mí de mal agüero. Después de eso, amigo
mío, me parecen capacidades muy heterogéneas, si así puede decirse,
las que ahí se reúnen. Por supuesto que De Ángelis va a que los
demás le aplaudan y a reírse, y mofarse de todos: conozco profun
damente su carácter, como literato; y nada me ha sorprendido ver,
en una carta de ésa, la burla que hace de algunos de los discursos
que se pronunciaron. De ese caballero no esperen ustedes cooperación
eficaz y sincera.
Don Vicente López y Planes no puede pertenecer a las ideas que
ustedes tratan de promover: sus estudios, su carácter, sus hábitos, sus
trabajos pertenecen a la Generación que ustedes quieren (sin razón
a juicio mío), alejar de la escena.
184 CARTA DE F. VARELA A J". M. GUTIERREZ'
F l o r e n c io V arela
CARTA DE D. FLORENCIO G. BALCARCE A
D. FÉLIX FRÍAS
obra italiana que fué, ni aun con el pequeño Manual que va ahora.
Esta escasez de obras españolas sobre pintura, me hace acordar de
la sociedad de Sastre que se me iba quedando en el tintero. Ármese
de resignación, porque todavía antes de ver tierra tiene que atravesar
otro pliego. ¿A raí qué me importa? El deseo de hablar español y
de hablar con mis amigos me hace con gusto molerles la paciencia.
He leído los discursos de Sastre y Gutiérrez en el Diario de la
Tarde. Me alegraría infinito de que la sociedad progresase, es decir,
que durase y mejorase sus principios; porque las ideas emitidas en
los dos discursos hacen ver que ha nacido tan contrahecha que antes
de poder desarrollarse debe morir, si el ejercicio y la edad no mo
difican sus defectos de constitución. En primer lugar, el origen de
la sociedad no es muy limpio. En una institución, de esa clase,
todo lo que tenga visos de interés personal en los fundadores perju
dica a la dignidad de la misma sociedad. En segundo lugar, la con
tribución mensual la irá matando; porque en nuestros ilustrados com
patriotas no hay uno en cada 500 capaz de sacrificar una hora de
teatro, de tertulia o de jarana a una hora de sociedad literaria gratis.
¿Qué será cuando a la calidad de literaria, que basta ya para espantar
a muchos de ellos, vean unida una contribución pecuniaria? Raro
seíá el qüe no prefiera gastar con una mujer pública ese dinero
que se le pide para sostener un establecimiento tan útil a él como
honroso al país. Otro síntoma mortal es la desproporción de instruc
ción, moralidad y educación entre los socios. No habiendo unidad de
pensamiento en la sociedad no puede ésta durar; y esa unidad no
existe, por las calidades de los socios y por lo vago y lo falso
del objeto que se han propuesto. Y o no puedo suponer que Don V i
cente López y Don Pedro Ángeüs adopten las ideas de Alberdi sobre
el lenguaje y sigan sus huellas. Para vencer este inconveniente, Sastre
se ha reservado la dirección de los trabajos y la formación del Re
glamento, pero con dificultad se encontrará una persona menos apta
para desempeñar una función de esa clase. Y o he formado este juicio
desde que he leído su discurso. Fuera de la instrucción, para dirigir
una sociedad de individuos casi todos díscolos y presumidos, es pre
ciso tener sangre fría que prevea, flexibilidad que se doblegue a
las primeras exigencias, y humildad, a lo menos aparente, que no
ofenda el amor propio. Pero Sastre no ha entendido de bromas;
desde que le han abierto la puerta ha salido pegando cornadas a
diestro y siniestro; ha envuelto todas las novelas en una misma con
CARTA DE F. G. BALCARCE A F. FRÍAS 195