Sastre, Marcos - El Salón Literario

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 89

MARCOS SASTRE - JU A N BA U TISTA ALBERDI

JU A N M ARÍA GUTIÉRREZ - ESTEBAN ECHEVERRÍA

EL SALON
LITERARIO
OJEADA FILOSÓFICA SOiBRE EL ESTADO
PRESENTE Y LA SUERTE FUTURA DE LA
NACIÓN ARGENTINA

por

D. M arcos Sa st r e
Señores:
Si el establecimiento literario, cuya apertura habéis tenido a
bien solemnizar con vuestra presencia, fuera semejante a los que
con el nombre de Gabinetes de Lectura se ven en todas las ciu­
dades cultas, ni os hubiera molestado pidiéndoos la honra de
vuestra concurrencia, ni me creería en el deber de manifestar
ante vosotros, y ante toda la Nación —su plan, su objeto, su
tendencia, y mis miras y esperanzas como fundador de él.
Fácil me hubiera sido reunir en esta biblioteca un gran número
de esos libros que tanto lisonjean a la juventud; de esa. mul­
titud de novelas inútiles y perniciosas, que a montones abortan
diariamente las prensas europeas. Libros que deben mirarse como
una verdadera invasión bárbara en medio de la civilización euro­
pea y de las luces del siglo; vandalismo que arrebata a las
huestes del progreso humano un número inmenso de inteligen­
cias vírgenes, y pervierte mil corazones puros. Porque sacando
a la pública luz las pasiones más vergonzosas, los extravíos más
secretos de un corazón corrompido, la crónica escandalosa de
las costumbres, pican sobremanera la curiosidad de los jóvenes,
halagan sus pasiones, los aleccionan para la intriga y la seduc­
ción; o cuando menos, con la novedad de las aventuras, y con
lo agradable y picante del estilo, atraen innumerables lectores a
esos gabinetes, proporcionando así a sus propietarios un gran
lucro; que es su único objeto y anhelo.
Pero es noble, es puro, es sagrado el fin de nuestro estable­
cimiento. Así su fundador, como los muy estimables individuos
que concurren con sus luces y sus recursos para fomentarlo y
sostenerlo, han sido impulsados únicamente por el amor a la sa-
10(5 MARCOS SASTRE

biduría, por el deseo de perfeccionar su instrucción, o contribuir


a la de ía juventud argentina. ;
Primero: Reuniendo en esta biblioteca las obras más impor­
tantes de la república de las letras, y particularmente las produc­
ciones modernas ;que siguen la marcha del espíritu humano; ha­
ciéndolas venir directamente de la Europa, o de donde quiera
que aparezca el genio o el talento; de modo que nos sea fácil
conocer los progresos de las ciencias y de las artes, en el mismo
orden y tiempo del desarrollo de las ideas, y de los descubri­
mientos. Formando una biblioteca escogida, que alimentando
constantemente la curiosidad con lo nuevo ,útil, bello y agrada­
ble, aficione a la juventud a los estudios serios, llene de ideas
su inteligencia, y de sentimientos su corazón; para que esta ge­
neración nueva, en quien reposa toda la esperanza de la Patria,
se vea siempre rodeada de una atmósfera benéfica de ideas su­
blimes, de pensamientos grandiosos, que mantendrá en sus almas
aquel temple divino dé la religión y la virtud, que engendra y
alimenta en la mente el ansia de saborear todo lo bello, todo
lo grande, todo lo útil, y nos hace hollar con desdén esas saban­
dijas literarias, ique se revuelcan en el cieno amontonado por
sus corazones corrompidos; con el cual, si no atollan, salpican
al menos la blancura de las almas que a ellos se acercan. Muy:
distante está el fundador de este Salón Literario de creerse do­
tado de los conocimientos, del buen gusto y tino indispensables
para juzgar del mérito de los libros que deban admitirse o re­
chazarse; pero el éxito que tengan a su publicación, la crítica
de los sabios y el juicio de nuestros literatos, será el criterio que
le guíe, el bieldo que empuñará para separar el trigo de la cizaña,
y de la paja. En una palabra, señores, todo libro que dé un
impulso notable al progreso social, tendrá un lugar en esta biblio­
teca; sí no, no.
Segundo: Estableciendo un curso de lecciones, o más bien de
lecturas científicas, que tengan por objeto: ya exponer las altas
OJEADA FILOSÓFICA 107

concepciones filosóficas de los. sabios, tales como Vico, Herder


y Jouffroy; ya expresar en nuestro idioma los acentos poéticos y
religiosos de almas como las de Lamartine y Chateaubriand; ya
dar cuenta de los progresos de las artes industriales, discurriendo
sobre su intromisión, y aplicación en nuestro país; ya comuni­
car ideas y nociones importantes sobre la religión, la filosofía,
la agricultura, la historia, la poesía, la música y la pintura.
Acabo de exponeros el plan y los objetos de este estableci­
miento; pero muy lejos está de haberse llenado completamente
desde el día de su apertura. La obra está empezada, el tiempo
la llevará a su perfección.
El primer objeto, el de la reunión de libros, se llenará en
razón de los recursos que proporcionen las personas que se sus­
criban por amor a la ilustración y al bien público. En cuanto
al desempeño del segundo objeto, el de las lecturas científicas, se
deberá todo al sacrificio que quieran hacer en obsequio de las
ciencias, de la religión y de la patria, las capacidades intelectua­
les de nuestro país. Y mientras no concurran a esta sagrada^ ins­
titución todos los talentos distinguidos que honran la nación,
el curso de lecturas que desde hoy se establece, estará limitado a
fias materias que toman a su cargo, por un empeño a que los
obliga mi amistad, los señores, D. Vicente López, D. Juan María
Gutiérrez, D. Juan Bautista Alberdi, D. Pedro de Ángelis,
D. Esteban Echeverría. Sé muy bien la gravedad del empeño,
y lo intenso del sacrificio; pero conociendo sus talentos y su
entusiasmo científico, no temo que abandonen tan laudable y
fecunda empresa.
¡Ah, señores!, si como arde mi alma en el amor de la cien­
cia, tuviera los conocimientos técnicos, y los talentos literarios
que me faltan, yo reuniría aquí todo el saber argentino, y se
levantaría una institución científica, de que pudieran gloriarse
muchas naciones cultas, y que produciría inmensos bienes a la
108 m arco s sa stre

Patria. Porque yo veo, señores, que el país ha dado un gran


paso hacia su engrandecimiento.
Porque tengo por indudable que estamos en la época más pro­
pia y que presenta más facilidades para dar un empuje fuerte
a todo género de progresos.
Porque el actual gobierno es el único conveniente, el único
poderoso para allanar los caminos de la prosperidad nacional.
El gran Rosas es el hombre elevado por la sola fuerza de su
genio al alto grado de influencia y de fama, que le pone en apti­
tud de rechazar toda reacción extraña o anárquica que intente
oponerse a la realización de las esperanzas de la nación.
Porque los espíritus todos están preparados a la adopción del
gran principio’ del progreso pacífico, que debe ser efectuado;;
por el tiempo, y dirigido por las luces.
Porque encuentro en nuestra sociedad grandes elementos, gran
riqueza de inteligencia, para dar un impulso veloz al progreso
pacífico.
Porque veo ya dispuesta a la nueva generación a conocer todos
los errores que han entorpecido el desarrollo intelectual, y por
consecuencia la marcha pacífica del progreso; errores que pueden
reducirse a esta simple expresión:

Error de plagio político;


Error de plagio científico;
Error de plagio literario.

Porque veo que está dispuesta a abjurar el triple plagio, y


declarar solemnemente:
Su divorcio de toda política y legislación exóticas;
Su divorcio con el sistema de educación pública', transplanta­
do de la España;
Su divorcio de la literatura española, y aún de todo modelo
literario extraño.
OJEADA FILOSÓFICA 109

Y por fin, que el país se dispone a adoptar:


Una política y legislación propias de su ser; un sistema de
instrucción pública acomodado a su ser; y una literatura propia
y peculiar de su ser.
He aquí, señores, el análisis de la siguiente división de mi
discurso, a la que no pasaré sin apoyarme de nuevo en vuestra
indulgencia.
Las verdades más importantes, cuando salen por primera vez
al público, o son acogidas y proclamadas con entusiasmo por los
espíritus inteligentes y generosos (y éstos son raros); o van a
estrellarse contra las cabezas torpes (y éstas son muchas); o son
rechazadas por el amor propio de los que no pueden sufrir
que otros alcancen a ver más allá del horizonte de su capacidad
(y esto es lo más frecuente).
Empero las verdades que acabo de enunciaros, no tienen que
temer nada de este rechazo, porque estriban en la observación
de los hechos, y los hechos son indestructibles.
Esta observación hará aparecer con evidencia la consoladora,
y luminosa verdad de que el país ha dado un gran paso hacia
su engrandecimiento.
Veámoslq:
En un pueblo que al conquistar su independencia se encontró
en la escala más elevada de la civilización —la democracia— sin
poseer las virtudes republicanas, las luces, la civilización, que
son los elementos de un gobierno popular; sin industria, sin artes,
sin costumbres, sin conocimiento de sus derechos y sus deberes,
¿cómo podrían las instituciones liberales crear las virtudes y las
luces, cuando ellas mismas necesitan del apoyo de las luces y
las virtudes? Levantáronse por todas partes las aspiraciones, la
ambición y la codicia, e invocando los nombres sagrados de Patria
y libertad, atrajeron a su alrededor una muchedumbre, que, ca­
reciendo de toda propiedad e industria, se halla siempre dispuesta
a seguir el primer partido que le ofrezca algunas esperanzas, y
110 m arco s sastr e

establecieron con el sable el reinado de la anarquía. En vano


se hacen esfuerzos por restablecer el imperio de la razón y de
las leyes,, repitiendo el error de echar mano de los principios
democráticos; pues la libertad no puede refrenar el desorden
que es un abuso de la libertad. E l único poder que puede su­
ceder a la anarquía es el absoluto. Conducida por la licencia
nuestra sociedad a los críticos momentos de realizar esta terrible
verdad en medio de las tempestades civiles, llegó la hora en
que para evitar el naufragio que la amenazaba, se presentaba
la necesidad de un poder fuerte; y encontrando un hombre do­
tado de valor y virtudes, de tanta actividad, como energía, de
tanto amor al orden, como inflexibilidad, se apodera de él, lo
eleva al poder, y este hombre, superior a la pesada carga que se
le impone, consiente en aceptarla; el genio lo inspira; se engran­
dece su alma; se multiplican las fuerzas de su espíritu; ¡salva
a la Patria! Este hombre, señores, no necesitáis que os lo nombre.
Dotado de gran capacidad, activo, infatigable, y felizmente ani­
mado de un sentimiento de antipatía contra toda teoría extraña;
de aquel temple de alma vigorosa, y enérgico que le d a , un
predominio misterioso sobre todo espíritu díscolo y altivo; éste
es el hombre que la Providencia nos presenta más a propósito
para presidir la gran reforma de ideas y costumbres que ya ha
empezado. Él refrena las pasiones, mientras las virtudes se for­
tifican, y adquieran preponderancia sobre. los vicios. La paz y:
el orden son los grandes bienes de su gobierno. E l crimen es
castigado, la virtud y la religión respetadas, los habitantes de los
campos viven tranquilos en sus hogares, porque ven en seguri­
dad sus bienes y sus personas, y el agricultor laborioso se afana
en cultivar la tierra, porque no teme que le cambien el arado
por el sable. E l hombre ilustrado también debe esperar de este
orden, que aumentándose el amor al trabajo, multiplicándose los,
hombres propietarios o industriosos, mejorándose las costumbres
con la educación y que la instrucción, y la libre circulación de
o je a d a filo s ó fic a 111

las ideas, de las luces de todo el mandó que existe en nuestro


país, obrando grandes, aunque lentas reformas en los sentimien­
tos del pueblo, se prepare la época más venturosa.
El conocimiento, pues, del verdadero estado del país debe
llenar de satisfacción a todo hombre honrado, amante del orden;
debe hacerlos apreciar nuestra época, concebir grandes esperan­
zas del Gobierno, apoyarlo, ayudarlo y concurrir cada uno con
sus luces a la grande obra de la prosperidad nacional.
jSeñores! Ya es tiempo que se revele el gran tesoro ignorado
que posee la nación; la prueba clásica de nuestro progreso social,
y el más seguro garante de la futura prosperidad. Una nueva
generación se levanta, llena de virtudes, de actividad y de ta­
lentos, que promete a la Patria hermosos días de grandeza y
de gloria. La nación tiene en su seno una juventud adornada de
las más bellas cualidades que pueden ennoblecer al hombre;
una juventud dotada de los más puros, nobles y generosos sen­
timientos: llena de capacidad, animada del más grande amor a
la sabiduría, y de los más ardientes deseos de consagrarse al bien
público. Con tanta virtud y talento, con tan poderosos elemen­
tos, ¿qué cosa habrá, por ardua y grande que sea, que no pueda
alcanzarse?
i Oh jóvenes dignos de la estimación de la nación y de los¡
hombres! ¿Cómo es que permanece oculto hasta ahora vuestro
mérito? ¿Y cómo es que vosotros mismos no conocíais el tesoro
inestimable que poseían en su pecho vuestros jóvenes compa­
triotas?
¡Oh! i Cómo he visto yo esos corazones ardientes y puros,
esos entendimientos llenos de ideas grandes, entregados al des­
aliento creyéndose aislados en nuestra sociedad, sin encontrar
quien los comprendiese, y viendo a cada paso ofendido su he­
roico entusiasmo por la mortífera insensibilidad del egoísmo,
o el hielo de la ignorancia! Os he visto ocultaros recíprocamente
vuestros nobles sentimientos, temiendo no hallar la simpatía que
112 MARCOS SASTRE

une deliciosamente las almas que se comprenden. Pero he aquí


que yo os presento los unos a los otros: conoceos y amaos.
Todos sois virtuosos, sensibles e ilustrados, amantes del saber, y
tal vez posesores de los gérmenes del genio. Unid vuestras almas
con los divinos vínculos del amor; trabajad de consuno en ins­
truiros y perfeccionaros. Que la armonía de vuestros sentimien­
tos, y la fragancia de vuestras virtudes, despierte del letargo del
vicio, o del abandono, a esa parte considerable de la juventud,
que no ha tenido ni vuestras luces ni vuestra resolución para
no dejarse enseñorear de las pasiones. ¡Mil veces dichosas la
sociedad que os posee!
Ved, señores, si con razón he aseverado que el país marcha
hoy a su engrandecimiento; que cuenta con una gran riqueza
intelectual; y que estamos en la época más favorable a los pro­
gresos. Pero es necesario qtie esta, marcha progresiva se la deje
sujeta a la ley del tiempo; que jamás se intente precipitarla con
la espada, porque no pueden usurparse impunemente los dere­
chos del tiempo.
La gran sociedad sudamericana debe anticiparse a proclamar
el gran principio del progreso pacífico de la civilización, que es el
alma de la perfectibilidad. La adopción de este principio la con­
ducirá a empuñar algún día el cetro del poder, de la riqueza y
de la inteligencia. "Conozcamos, pues, la época presente; que
ya es tiempo de levantarnos del sueño del error, porque está
nuestra salud más cerca que lo que creíamos. Desechemos, pues,
las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz: Abjicia-
mus ergo opera tenebrarum, et induamur arma lucís.'’ 1 Ésta es
la voz del apóstol, que consagra el principio sublime del poder
irresistible de las luces, por medio de su pacífico progreso. Éste
es el gran lema que expresa el espíritu de este establecimiento:
palabras llenas de sabiduría, que hacen resonar todas las fibras

1 Estas últimas palabras se hallan inscriptas, sobre la biblioteca: son el


capítulo X III, vers. n y 12 de la carta de S. Pablo a los Romanos.
OJEADA FILOSÓFICA 113

del corazón y de la inteligencia. Abandonemos, pues, para siem­


pre las obras de las tinieblas, todas aquellas acciones que se
ocultan de la claridad del día, o que salen de la tenebrosa fábrica
de las pasiones — la bajeza, la intriga, la violencia, y la san­
gre, y la desolación y la muerte: abjkiamus ergo opera tenebra-
rum; y empuñemos únicamente las armas de la luz, las armas
de la razón, del convencimiento, de la instrucción, de las vir­
tudes, del desarrollo intelectual, que no hay quien las resista;
et induamm arma lucis.
¿Cómo podrán el acero y el fuego, instrumentos de destruc­
ción, en manos de las pasiones, dar a los pueblos los bienes so­
ciales que son el fruto de la inteligencia, de los esfuerzos del
saber humano? ¿Pueden acaso adquirirse la ilustración y la virtud
a precio de sangre? Las costumbres, la ilustración son progresos
del espíritu, y para los progresos del espíritu se necesita orden,
: paz y tiempo. Éste es el buen camino, la marcha directa. Ésta es
la que sigue la naturaleza en todas sus obras: ninguna violencia,
ningún salto, nada repentino; todo es lento y progresivo en la
naturaleza. Afortunadamente la experiencia ya ha revelado al
pueblo esta verdad. Hasta los hombres menos instruidos tienen
antipatía a toda idea revolucionaria, porque han visto mil veces
que lo que el sable levanta, el sable lo destruye, y que al fin
no le quedan al pueblo sino vicios, miseria y ruina.
Puesta, señores, nuestra sociedad en el buen camino, ya no
le falta más, para dar un impulso rápido a los progresos, que
conocer y abjurar todos los errores que la han hecho sufrir vein­
tiséis años de quebrantos y de incertidumbres.
Ya el error clásico en política, que tan funesto ha sido a
la nación, comienza a manifestarse con evidencia aún a aquellos
entendimientos que con más fe y entusiasmo le habían abrazado.
La razón y la experiencia han puesto al descubierto el extravío
yde una marcha política, que guiada sólo por teorías exagera­
das, y alucinada con el ejemplo de pueblos de otra civilización,
114 MARCOS SASTRE

no ha hecho más que imitar formas e instituciones extranjeras;


cuando todo se debía buscar en el estudio de la naturaleza de
nuestra sociedad, de sus vicios y virtudes, de su grado de ins­
trucción y civilización, de su clima, su territorio, su población
y sus costumbres; y sobre estos datos establecer el sistema gu­
bernativo que mejor los llenase. Esa errada marcha es la que he
designado con el nombre de error de plagio político. Repug­
nando esta acción extraña al instinto nacional, éste la ha rechaza­
do constantemente, hasta que al fin venció la naturaleza, y se
adoptó el sistema federal apoyado por la mayoría.
Es, pues, la época de la federación la expresión de la vo­
luntad instintiva del pueblo, y por consiguiente el tránsito del
error a la verdad; de las teorías erróneas, o inaplicables, a
las instituciones adecuadas a su modo de ser, que le conducirán
a la perfección democrática, a que llama el cristianismo a los
pueblos.
]Señores! Para que se efectúe esta gran reforma moral, toda­
vía tenemos que luchar contra el error de plagio científico, que
aún reina entre nosotros, y que consiste particularmente en los
absurdos sistemas de instrucción pública que debemos a la España.
El objeto de la educación, es dirigir el desarrollo de los
órganos y de las facultades intelectuales del hombre. La ense­
ñanza pública, según se ha practicado en nuestro país, es respon­
sable de los males causados a la sociedad por la cultura exclusiva
de algunos conocimientos, con perjuicio de otros quizá más esen­
ciales para formar al hombre.
¿Una enseñanza vacía de ideas y de sentimientos, será capaz
de producir algún bien moral en el corazón humano? Ocupar las
facultades nacientes de la niñez con un estudio árido y difícil,
a[/] que no se puede aplicar sino por fuerza o con gran repug­
nancia, ¿no es más bien encadenar el pensamiento, ahogar el ta­
lento, rehusarle los alimentos que únicamente podían nutrirlo,
para atestarlo de otros sin substancia? ¿Qué hay para el desarro-
OJEADA FILOSÓFICA 115

lio físico del hombre en esa enseñanza de ocho o diez años?


¿Qué cosa hay para la moral y la religión? ¿Hay algo que ilustre
a la razón; que toque y conmueva el corazón, que dirija el pen­
samiento al Ser Supremo, autor de las maravillas que nos presenta
el estudio de la naturaleza, y criador de esos mundos innumera­
bles, que ocupan el espacio; cosas que se acostumbra a la . ju­
ventud a mirar con indiferencia? ¿Hay alguna cosa que hable
al alma; que le inspire sentimientos nobles; que sea conforme
a su destino sublime y a su inmortalidad? ¿Hay algo que ins­
pira a la juventud el amor a nuestros semejantes que es la pleni­
tud de la moral y de la ley; ese entusiasmo ardiente por el bien
de los hombres, fuego sagrado, para el que los pechos juveniles
no son más que un puro combustible?
| Sólo vosotros, jóvenes estimables, podréis sentir profundamen­
te la amarga verdad de estas observaciones: vosotros, los que
en medio del fastidio y disgusto de los estudios universitarios,
huyendo de la fatal inanición a que os veíais conducidos, os ha­
béis buscado una nueva senda por medio de estudios nobles,
bebiendo en las verdaderas fuentes de esa ciencia vivífica, que
os hace hoy rebosar de inteligencia y de vida para prodigaros
por la felicidad de la patria. Todo, todo lo debéis a vuestros he­
roicos esfuerzos.
Empero, (cuántos hay que abrumados con el rudo peso de
las aulas, no han tenido fuerzas ni tiempo para buscar el verda­
dero camino del saber! Se ha secado su inteligencia, se ha he­
lado su corazón, y no viendo ya en los estudios más objeto que
el lucro, salen de las universidades a explotar la sociedad para
su provecho; y como los gusanos que no se alimentan sino de
muerte y corrupción, tienen que buscar su sustento en las dolen­
cias y en los vicios de los hombres. Estos son, después, los que
primero y más obstinadamente rechazan la luz y la verdad;
porque a favor de las tinieblas de la ignorancia engordan impu­
nemente con los frutos de la mentira y del error. Éstos' son los
116 MARCOS SASTRE

que holían la moral y la justicia, por tragarse las dignidades y


las riquezas. Éstos los que, tan henchidos de presunción como
obstinados, llenos de confianza en su capacidad, y admiradores
de sí mismos, se entrometen en dirigir los destinos de los pue­
blos, creyéndose investidos de tan alta misión, y no hacen más
que añadir yerro sobre yerro, absurdo sobre absurdo; todo lo
atrasan, todo lo arruinan; porque espíritus tardos (o mediocres
cuando más), todo lo hacen por imitación y por plagio. He
aquí, señores, una de las primeras causas de los grandes errores
políticos, y de los crueles males que ha sufrido esta tierra.
Mas todavía veo al régimen universitario producir otro fruto
mortífero entre nosotros, y este mal es común a las naciones
más civilizadas, en que aún se conservan vestigios de este siste­
ma absurdo de instrucción. Arrojada la niñez de golpe a estu­
dios clásicos y exclusivos, sin hacerla subir por la escala de las
nociones indispensables para formar el corazón; sin hacerla echar
una mirada siquiera sobre la naturaleza, sobre la moral y la
religión, quedan sus corazones vacíos de sentimientos, y sus cabe­
zas llenas de orgullo. ¿Qué puede esperar la sociedad de hom­
bres así confeccionados? Arrancados por una educación tan mal
dirigida de las diversas posiciones sociales en que, sin desdoro,
hubieran buscado su bienestar, se lanzan en alas de su orgullo*
queriendo levantarse a la elevada esfera que sólo corresponde al
talento y al genio. Así se encuentra la Nación sobrecargada con
una juventud presuntuosa y llena de aspiraciones, en un país
en que son tan limitados los caminos que por medio de las
letras conducen a la elevación, o a la riqueza. Se agolpan todos
a las únicas sendas señaladas que no pueden dar lugar para
todos. Sienten la necesidad de un más dilatado campo de aspira­
ciones; y como éste no puede presentarse en los días de orden,
se ven como a pesar de sí mismos, atraídos por la perspectiva
halagüeña de los nuevos caminos para engrandecerse que se
ofrecen en el trastorno del orden público, en esos espantosos
OJEADA FILOSÓFICA 117

interregnos de la razón y de las leyes. Porque en los días de


desorden todo se toma por sorpresa, sin tener que esperar la
marcha lenta del tiempo, o el arduo camino del mérito: el he­
roísmo, el talento, la astucia, la audacia y aún la misma estupidez,
sirven para satisfacer la ambición, la codicia, las venganzas, las
aspiraciones de toda clase.
Ved ahí, señores, la causa secreta del espíritu de oposición
que se ha observado en nuestra juventud en todos los gobiernos.
Todo demuestra el gran vacío que hay en la instrucción pú­
blica de nuestro país, la imperfección de nuestros métodos de
estudios, y la necesidad que tiene la juventud estudiosa de recibir
otras ideas, adquirir otros conocimientos, ocuparse de otras lec­
turas, que den pábulo a su talento, elevación a su alma, nobleza
a sus sentimientos; encendiendo en sus pechos el amor de la
sabiduría y de la humanidad.
; ¿Y deberemos renunciar a la esperanza de ver desaparecer esta
fatal dolencia inoculada con tanto empeño a cada generación?
No, señores; ya ha llegado el tiempo de la fecundación del
germen intelectivo argentino. El desarrollo de la inteligencia
Requiere ya alimentos más vigorosos: necesita una instrucción
que enriquezca los espíritus de todo el pueblo con los tesoros
de la ciencia moderna, sin salir del círculo de los estudios que
convíénen a las exigencias del país, y a sus progresos. Nuevos
estudios, nuevas ideas, los frutos nutritivos de la ciencia mo­
derna, es lo que demanda; y este establecimiento científico,
como resultado espontáneo de esos sentimientos, está destinado
á llenar, en parte, esa exigencia de la intelectiva nacional. Por
lo que hace a la obra completa de un sistema sabio de instruc­
ción pública, ella será con el tiempo un efecto necesario de los
progresos de la inteligencia.
También he observado, señores, que los esfuerzos de ésta se
dirigen a sacudir las perniciosas influencias de la literatura espa­
ñola. Encontrándonos sin la gloria de una literatura nacional nos
118 MARCOS SASTRE

lisonjeábamos con la idea de participar de los honores de la


literatura española, por la identidad de origen y de idioma; y
con esta vana satisfacción, no sólo nos empeñábamos en ver
cosas grandes en las producciones de la España, sino que hemos
encadenado nuestro entendimiento con el estéril estudio, y la
mezquina imitación de los autores clásicos de aquella nación;
y éste es el error que os he enunciado con el epíteto de plagio
literario. Y a la verdad, señores, nada sublime, nada grande,
nada importante, se ve resaltar en todo el campo de los trabajos
de la inteligencia española. ¿Qué importa que en los anti­
guos códigos de España se vean proclamados los derechos del
hombre, conminado el despotismo, y señalados los límites de la
autoridad de los reyes? ¿Qué importa que un Vives, haya seña- !
lado antes que Bacon la senda que deben seguir las ciencias,
si estas ideas importantes han quedado sepultadas en los infolios,
y bajo el manto mortuorio de un idioma ininteligible para el
pueblo? Sí se citara un solo libro español que haya revelado
verdades importantes, que adelanten los progresos del entendi­
miento humano; aun preguntaría si debe estudiarse y tomarse
por modelo una literatura que apenas produce un libro bueno.
¿Pero qué hemos recibido hasta ahora de las prensas españolas?
Compilaciones monstruosas e indigestas, ideas rancias, pésimas
traducciones, poesías insípidas, novelas insulsas, y despropósitos
periódicos. Apliquémosles, pues, el abpciamm opera tenebrarum
y busquemos la luz entre las otras naciones que han cultivado
las ciencias, pero a ninguna tomemos por modelo, porque la li­
teratura debe ser una pura expresión de la intelectiva nacional.
i Señores! Substrayéndose hoy nuestra juventud de la acción
soporosa de la literatura española, de la acción nociva de los
sistemas de estudios traídos de una nación atrasada en las ciencias,
y de la acción funesta de toda política extraña; ha tomado su
inteligencia un vuelo elevado que encumbrará la nación sobre
OJEADA FILOSÓFICA 119

otras que la han precedido en la admirable carrera de la civi­


lización.
Ya empieza a brillar la aurora de la literatura argentina en
nuestro despejado horizonte intelectual. Ya se ven bajo la prensa
obras filosóficas, de mayor interés social,2 y se preparan otras,
que harán mucho honor a la literatura nacional.3 Saldrá a luz
un libro, que sin duda dará un gran impulso a la mejora social;
porque descubriendo su autor las cuerdas de la sensibilidad que
se ocultan en todos los corazones sabrá conmoverlas, y despertar
a los hombres del sueño del egoísmo, gritándoles en lo hondo
de sus pechos que ¡todos son hermanos! y que deben unirse
por los dulces vínculos del amor. Un libro, que insinuando blan­
damente en las almas la voz de la razón, y de la religión, las
dispondrá a recibir con gozo el benéfico rocío de la enseñanza;
que levantará la indignación contra el vicio y el engaño, y hará
conocer las dulzuras de la virtud. Una obra de poesía, pero qué
sin sujeción a la rima, obliga al hermoso idioma de Cervantes

2 Aludimos a la obra que D. Juan Bautista Alberdi ha anunciado coa el


título de Fragmento preliminar al estudio del Derecho. [Este libro, con pró­
logo de B. Canal Feijóo ha sido publicado en esta misma Colección "E l Pasado
Argentino” . N , del E.~\
3 El Curso de filosofía, dictado por el señor D. Diego Alcorta en la Uní- ’
versidad de Buenos Aires, es una de las obras que altamente merece esta ca­
lificación. [Este Curso fué publicado por Paul Groussac en 1902. — N. del £ .]
N o hago mención de la importante obra que está publicando el señor de
Ángelis, y que ya ha- sido recibida con aplauso en varias sociedades científicas
de Europa; porque no se habla aquí sino de literatura nacional. Tampoco me
ocupo, como pudiera, de varías producciones literarias de mérito que han
salido a luz en nuestro país, porque sólo se trata del impulso que recibe
hoy nuestra literatura. Debo también prevenir que yo menciono únicamente las
obras literarias inéditas de que tengo noticia y conocimiento; pues indudable­
mente hay entre la juventud argentina muchos talentos apreciables, que se
ocupan en trabaj-os literarios y artísticos, que por la estrechez de mis reía-
dones no he podido conocer; y por eso no me he aventurado a recomendarlos,
como lo merecerán. Pero no faltará ocasión en que, proveído de los datos
indispensables, haya lugar de hacer honorífica mención de ellos, para corrobo­
rar los asertos que he avanzado en este discurso.
12 0 MARCOS SASTRE

a prestarse a giros tan armoniosos y nuevos, como los que nos


deleitan en Fenelón, en Saint-Pierre, en Macpherson y Chateau­
briand.4
Nos falta un libro para el pueblo; y el pueblo es el que más
necesita la instrucción. ¿Dónde está el libro escrito para el pue­
blo; que sea buscado y entendido por el pueblo; que sea el conse­
jero de las familias; que enseñe a las madres y a los padres
cómo deben criar, educar y dirigir a sus hijos; que esparza las
semillas de las virtudes en los años fértiles de la infancia y la
juventud; -que enjugue las lágrimas de la desgracia; que levante
algunos de la sima de los vicios, y guíe a todos, por el áspero
camino de la vida, al fin dichoso y eterno de las almas? Pues
bien, señores: este libro tan útil, tan necesario, aparecerá entre
nosotros. Escrito en aquel lenguaje natural y sensible, lleno de
imágenes y de símiles, que sin recurrir a los argumentos filosó­
ficos, hace palpables al pueblo las verdades más importantes;
será como la suave claridad del crepúsculo, que sin ofender los
ojos habituados a la noche de la ignorancia, los prepara a recibir
la luz de la sabiduría en todo su esplendor.5
Y no sólo se ocupa el talento de la mejora moral del hombre,
sino que también atiende a lo que toca a su conservación, a su
salud y a su comodidad. Atraído por la admirable feracidad de
nuestro suelo, se ha dado al estudio delicioso de las plantas que
le adornan y enriquecen, examinando sus usos, su aplicación a
las artes y particularmente sus virtudes medicinales.6 Y ¡ ojalá

4 Esta obra, en cuyo elogio quizá soy exagerado, porque toda ella está en
armonía con mi corazón tiene por título: Ideas de Angelo Pairini, y su editor
será D. Juan María Gutiérrez. Sé que este señor tiene adelantados otros va­
rios trabajos: tales son las Efemérides de la Provincia de Buenos Aires desde
i 8 i o \ una traducción de Jos Deberes del hombre, de Silvio Pellico; y una
Carta de los viajes de descubrimiento y expediciones militares, hechos en la
Provincia de Buenos Aires.
5 El título de este übro será Clamores de un Cristiano. N o me es permi­
tido nombrar al autor.
6 Los trabajos botánicos que aquí anuncio son debidos al señor D . Vicente
o je a d a filo só fica 121

tan ilustre ejemplo, atraiga a nuestra juventud al estudio de


la naturaleza, que es el más digno del hombre, el más útil, el que
más nos llena de sabiduría y de deleite; cuyas dulzuras sólo
pueden ser comparadas con el enajenamiento del más puro y
tierno amor!
Un poeta, inspirado por el espectáculo de nuestra naturaleza,
prepara poemas, en que toda entera se refleja. Tomando por
fondo de sus cuadros nuestras extensas llanuras, busca en ellas
y canta nuestros hombres libres, poéticos, esforzados; no conoci­
dos hasta ahora a pesar del interés que presentan al literato y
al artista, en nada inferior al que nos ofrecen los árabes y sus
desiertos. Poema enteramente original, sólo debido a la inspira­
ción de las bellezas de nuestro suelo.7
Sabemos que se desempeña admirablemente por otro poeta
argentino una versión de la Eneida, que llevará mucha ventaja
a las traducciones españolas de este poema.
También conocemos muchas excelentes versiones, ya prepa­
radas para la prensa, de obras útiles, que en Alemania y en
Francia han tenido mucha parte en el gran progreso científico
de estas naciones, y que en la nuestra producirán grandes bienes.8
Vemos jóvenes de una imaginación fecunda y de un talento

López. Aunque no hayan todavía llegado a la perfección que deseará darles,


haría con su publicación un gran beneficio a sus compatriotas.
7 Este poema, que se titula La Cautiva, es de D. Esteban Echeverría; y es­
peramos que muy pronto vea la luz con otras poesías inéditas del mismo autor.
8 Una de las interesantes traducciones, cuyo juicio me atrevo a anticipar
es la que ha hecho del idioma francés D. José Manuel Sánchez de la obra
alemana titulada: Nuevos cuadros de familia, por.Augusto Lafontaine. Son tan
sabios los documentos que graba en el corazón de los que la leen, y excita
tan gratos y nobles sentimientos, que debe reputarse por un merecido elogio
de toda la obra, el epígrafe que se ve al frente de cada tomo. "‘La erudición
pasará o se aumentará, el saber humano puede variar; pero mientras haya
corazones sensibles, se conmoverán leyendo mi obra; y como en todos tiempos
ha de haber padres, hijos y esposos, cuyos sentimientos escribo con toda la
efusión de mi alma, estoy seguro de encontrar siempre lectores.”
122 m a r c o s sa st h b

prodigioso, hacer progresos admirables en la sublime arte de la


pintura.9
Todo, todo, señores, nos demuestra la virtud heroica, la gran
capacidad, la gran fuerza intelectiva de nuestra juventud. ¡Cosa
admirable! ¡Ella sola!; sin guía, sin estímulos, sin el auxilio de
esas famosas escuelas que en la Europa derraman la ciencia a
torrentes; sin la inspiración de las obras inmortales de los gran­
des artistas; i ella sola conquista, arrebata la ciencia, vuela a la
inmortalidad y la gloria!
jEa, jóvenes argentinos! jAbrasaos más y más en el santo,
entusiasmo de la virtud, y la sabiduría! Trabajad más y más en
la grande obra del porvenir. Mirad que el tiempo se pasa: mirad
que hemos entrado en la senda de los progresos, y que la na­
ción con el solo hecho de poseeros ha dado ya un gran paso
hacia su engrandecimiento.
La sociedad marcha; el espíritu adelanta; se desarrolla la in­
teligencia; pasó la noche del error, el día de la verdad se acérca­
los obstáculos desaparecen; los males se disminuyen; crecen los
bienes; el país se encuentra vigoroso; el gobierno, fuerte y sabio;
reina la paz; el orden está asegurado. Todo nos anuncia una
época venturosa.
Todos, pues, debemos esforzarnos en sostener la marcha del
progreso pacífico de la nación.
A vos, particularmente, juventud virtuosa y sabia, está enco­
mendada la alta misión de dar ciencias, artes, industria y gloria
a la nación. ¡Oh, feliz generación, que le ha tocado en suerte el
tiempo más oportuno para llegar al templo de la Inmortalidad
y la Gloria! No de esa inmortalidad y esa gloria conquistadas a
costa de sangre y de lágrimas; sino de la verdadera gloria, de
aquella fama inmortal que se adquiere al precio de hacer bien

9 No trepido en asociar los nombres de D. Marcelina Saint Arroman, D. Fer­


nando García, D, Carlos Morel y D. Antonio Sometiera: porque presiento
que de todos ellos se gloriará algún día la nación.
OJEADA FILOSÓFICA 123

a los hombres; de esa fama, de esa gloria pura, que no deja


en la humanidad sino dulces recuerdos e inmensos beneficios.
ij{Jóvenes!!! Medio siglo debe pasar ante vosotros: Conside­
rad cuánto puede hacerse en medio siglo. (Fe en el porvenir!
¡Sed el ejemplo de todas las virtudes: Sed los apóstoles de la
paz, de la moderación y de la sabiduría! y cumpliréis vuestra
misión.
DOBLE ARMONIA ENTRE EL OBJETO DE ESTA
INSTITUCIÓN, CON UNA EXIGENCIA DE NUESTRO
DESARROLLO SOCIAL; Y DE ESTA EXIGENCIA CON
OTRÁ GENERAL DEL ESPIRITU HUMANO

por

D. J u an Bau t ist a A lberd i


A D V E R T E N C I A

El que se crea obligado a decir que no son exactas las aserciones


contenidas en este discurso, puede pedir antes al autor algunas ex­
plicaciones sobre ellas, que no tendrá obstáculo en dar, y puede
ser que de 'estas explicaciones salga su evidencia, y el desgano de
refutarlas. N o , seria extraño que la concisión esencial de un discurso
de esta naturaleza, hubiese esparcido alguna oscuridad sobre ideas
que se vuelven claras desde que se cuenta con algunos antecedentes
históricos y filosóficos.

Señores:
No hace muchas mañanas que el cañón de Mayo vino a qui­
taros el sueño, para advertiros que estaban cumplidos 27 años
que nosotros entramos en un movimiento nuevo y fecundo.
Pero, señores, no pudiéramos saber por qué y para qué entra­
mos en este movimiento; porque estoy creído que mal nos será
; dado caminar si no sabemos de dónde venimos, y a dónde vamos.
Aquí tenéis, pues, nuestra revolución en presencia de la filo­
sofía, que la detiene con su eterno por qué y para qué.
Cada vez que se ha dicho que nuestra revolución es hija de
las arbitrariedades de un virrey, de la invasión peninsular de Na­
poleón, y otros hechos semejantes, se ha tomado, en mi opinión,
un motivo, un pretexto por una causa. Otro tanto ha sucedido
cuantas veces se ha dado por causa de la revolución de Norte­
américa la cuestión del té; por causas de la Revolución Francesa,
los desórdenes financieros y las insolencias de una aristocracia
degradada. No creáis, señores, que de unos hechos tan efímeros
hayan podido nacer resultados inmortales. Todo lo que queda, y
continúa desenvolviéndose, ha tenido y debido tener un desen­
volvimiento fatal y necesario.
128 JU A N BAUTISTA ALBERDI

Si os colocáis por un momento sobre las cimas de la historia,


veréis al género humano marchando, desde los tiempos más
primitivos, con una admirable solidaridad, a su desarrollo, a su
perfección indefinida. Todo, hasta las catástrofes más espanto­
sas al parecer, vienen a tomar una parte útil en este movimiento
progresivo- La caída del Oriente en manos de Alejandro es el
complemento del mundo griego; la caída del mundo griego
es el desarrollo del mundo romano; la destrucción del mundo
romano es la elevación del mundo europeo; las victorias emanci­
padoras de América son la creación del mundo universal, del
mundo humano, del mundo definitivo.1
Vos veis, pues, esta eterna dinastía de mundos generarse suce­
sivamente para prolongar y agrandar las proporciones de la
vida del linaje humano: cada civilización nace, se desarrolla*
se resume en fin en una palabra fecunda, y muere dando a luz
otra civilización más amplia y más perfecta.
La causa, pues, que ha dado a luz todas las repúblicas de las
dos Américas; la causa que ha producido la Revolución Fran­
cesa, y la próxima que hoy amaga a la Europa, no es otra que
esta eterna impulsión progresiva de la humanidad.
Así, señores, nuestra revolución es hija del desarrollo del
espíritu humano, y tiene por fin este mismo desarrollo: es un
hecho nacido de otros hechos, y que debe producir otros nuevos:
hijo de las ideas, y nacido para engendrar otras ideas: engen­
drado para engendrar a su vez, y concurrir por su lado al sostén
de la cadena progresiva de los días de la vida humanitaria. Ten­
gamos, pues, el 25 de Mayo de 1810 por el día en que nosotros
fuimos envueltos e impelidos por el desenvolvimiento progresivo
de la vida de la humanidad, cuya conservación y desarrollo es el
fin de nuestra revolución, como de todas las grandes revolucio­
nes de la tierra. Pero para alcanzar este fin ¿no hay más que
un solo medio, un solo camino, una sola forma, y un solo día?
1 Expresión de Jouffroy.
DOBLE ARMONÍA 129

¿Y este camino, y esta forma, y este día, son los que han seguido
y en que han llegado la Francia, o la Confederación de Norte­
américa? A la vista de nuestra carrera constitucional, pudiera de­
cirse que nosotros lo hubiésemos creído así; pero evidentemente
si así lo hemos creído, nos hemos equivocado.
El desarrollo, señores, es el fin, la ley de toda la humani­
dad; pero esta ley tiene también sus leyes. Todos los pueblos se
desarrollan necesariamente, pero cada uno se desarrolla a su
modo; porque el desenvolvimiento se opera según ciertas leyes
constantes, en una íntima subordinación a las condiciones del
tiempo y del espacio. Y como estas condiciones no. se reproducen
jamás de una manera idéntica, se sigue que no hay dos pueblos
que se desenvuelvan de un mismo modo. Este modo individual
de progreso constituye la civilización de cada pueblo; cada pue­
blo, pues, tiene y debe tener su civilización propia, que ha de
tomarla en la combinación de la ley universal del desenvolvi­
miento humano, con sus condiciones individuales de tiempo y
espacio. De suerte que, es permitido opinar, que todo pueblo
que no tiene civilización propia, no camina, no se desenvuelve,
no progresa, porque no hay desenvolvimiento sino dentro de
las condiciones del tiempo y del espacio; y esto es por desgracia
lo que a nosotros nos ha sucedido. Al caer bajo la ley del des­
envolvimiento progresivo del espíritu humano, nosotros no hemos
subordinado nuestro movimiento a las condiciones propias de
nuestra edad y de nuestro suelo; no hemos procurado la civili­
zación especial que debía salir como un resultado normal de
nuestros modos de ser nacionales; y es a esta falta, que es me­
nester referir toda la esterilidad de nuestros experimentos cons­
titucionales.
¿Qué es lo que nosotros hemos hecho, señores? El tiempo es
corto; permitidme cambiar por un instante la pluma por el pincel.
La España nos hacía dormir en una cuna silenciosa y eterna;
y de repente aquella nación que no duerme nunca, y que parece
13 0 JU A N BAUTISTA ALBERDI

encargada de ser la centinela avanzada en la gran cruzada del


espíritu humano, hace sonar hasta nosotros un cañón de alarma,
en los momentos en que recién paraba el cañoneo de la emanci­
pación del Norte. Nosotros entonces despertamos precipitados,
corrimos a las armas, buscamos las filas de los gigantes, mar­
chamos con ellos, peleamos y vencimos. El mundo nos bate las
manos, se descubre, se inclina, nos saluda hombres libres, y nos
abre sus rangos. El estrépito del carro y las trompetas de nuestra
gloria, aturde nuestra conciencia; y nos figuramos de la esta­
tura del mundo libre, porque habíamos tomado un papel en su
inmenso drama.
Un día, señores, cuando nuestra patria inocente y pura son­
reía en el seno de sus candorosas ilusiones de virilidad, de re­
pente siente sobre su hombro una mano pesada que le obliga a;
dar vuelta, y se encuentra con la cara austera del Tiempo que:
le dice: está cerrado el día de las ilusiones; hora es de volver;
bajo mi cetro.
Y entonces conocemos que mientras los libres del Norte y de
la Francia no habían hecho más que romper las leyes frágiles
de la tiranía, nosotros nos empeñábamos en violar también las;
leyes divinas del tiempo y del espacio.
Luego, señores, nuestra situación quiere ser propia, y ha de
salir de las circunstancias individuales de nuestro modo de exis­
tir juvenil y americano.
Entretanto, el movimiento general del mundo, comprometién­
donos en su curso, nos ha obligado a empezar nuestra revolu­
ción por donde debimos terminarla: por la acción. La Francia
había empezado por el pensamiento para concluir por los he­
chos; nosotros hemos seguido el camino inverso, hemos princi­
piado por el fin. De modo que nos vemos con resultados y sin
principios. De aquí las numerosas anomalías de nuestra sociedad:
la amalgama bizarra de elementos primitivos con formas perfec-
tísimas; de la ignorancia de las masas con la república represen­
DOBLE ARMONÍA 131

tativa, Sin embargo, ya los resultados están dados, son indestruc­


tibles, aunque ilegítimos: existen mal, pero en fin existen. ¿Qué
hay que hacer, pues, en este caso? Legitimarlos por el desarrollo
del fundamento que les falta; por el desarrollo del pensamiento.
Tal, señores, es la misión de las generaciones venideras; dar a la
obra material de nuestros padres una base inteligente, para com­
pletar de este modo nuestro desarrollo irregular; de suerte que
somos llamados a ejecutar la obra que nuestros padres debieron
de haber ejecutado, en vez de haber hecho lo que nosotros de­
biéramos hacer recién.
Así, señores, seguir el desarrollo, no es hacer lo mismo que
hicieron nuestros padres, sino aquello que no hicieron, y debie­
ron hacer. Continuar la vida principiada en Mayo, no es hacer
lo que hacen la Francia y los Estados Unidos, sino lo que nos
manda hacer la doble ley de nuestra edad y nuestro suelo; seguir
el desarrollo es adquirir una civilización propia, aunque imper­
fecta, y no copiar las civilizaciones extranjeras, aunque adelanta­
das. Cada pueblo debe ser de su edad y de su suelo. Cada
pueblo debe ser él mismo; lo natural, lo normal nunca es re­
prochable, La infancia no es risible con toda su impotencia;
lo que la ridiculiza es la pretensión de virilidad. Hasta lo per­
fecto es ridículo fuera de su lugar; o mas bien, no hay más
perfección que la oportunidad.
i, Estamos, pues, encargados, los que principiamos la vida, de
investigar la forma adecuada en que nuestra civilización deba
desarrollarse, según las circunstancias normales de nuestra actual
existencia argentina; estamos encargados de la conquista de las
vías de una civilización propia y nacional.
| Es cierto que en Mayo de 1810 comenzamos nuestro desarro­
llo; pero es cierto también que ló comenzamos mal. Lo comenza­
mos sin deliberación; lo hemos seguido sin conciencia; nosotros
no nos hemos movido; hemos sido movidos por la impulsión fatal
de otras cosas más grandes que las nuestras. Así es que nosotros
13 2 JU A N BAUTISTA AEBERDI

sabíamos que nos movíamos, pero no sabíamos ni por qué n i


para qué. Y si sabíamos en fin, no conocíamos ni su distancia,
ni el rumbo especial; porque se ha de notar, oque en virtud de
una perfecta semejanza de las leyes de la gravitación del mundo
físico con las leyes de la gravitación del mundo moral, cada pue­
blo, como cada cuerpo material, busca un solo fin ; pero por
camino peculiar, y mil veces opuesto. Y a es tiempo, pues, de
interrogar a la filosofía la senda que la nación argentina tiene
designada-para caminar al fin común de la humanidad. Es, pues,
del pensamiento, y no de la acción material, que debemos esperar
lo que nos falta. La fuerza material rompió las cadenas que nos
tenían estacionarios, y nos dio movimiento; que la filosofía
nos designe ahora la ruta en que debe operarse este movimiento.:
Por fortuna de nuestra patria, nosotros no somos los primeros;;
en sentir esta exigencia; y no venimos más que a imitar el ejem­
plo dado ya en la política, por el hombre grande que preside
nuestros destinos públicos. Y a esta grande capacidad de intuición, :
por una habitud virtual del genio, había adivinado lo que nues­
tra razón trabaja hoy por comprender y formular: había ensa­
yado de imprimir a la política una dirección completamente na­
cional; de suerte que toda nuestra misión viene a reducirse a
dar a los otros elementos de nuestra sociabilidad, una dirección
perfectamente armónica a la que ha obtenido el elemento polí­
tico en las manos de este hombre extraordinario.
Pero si la percepción de la ruta en que deba caminar nuestra
sociabilidad, debe salir del doble estudio de la ley progresiva
del desarrollo humano, y de las calidades propias de nuestra na­
cionalidad, se sigue que dos direcciones deben tomar nuestros
trabajos inteligentes: i 9 La indagación de los elementos filo­
sóficos de la civilización humana. 2 9 E l estudio de las formas
que estos elementos deben de recibir bajo las influencias par­
ticulares de nuestra edad y nuestro suelo. Sobre lo primero es
menester escuchar a la inteligencia europea, más instruida y más
DOBLE ARMONÍA 133

versada en las cosas humanas y filosóficas que nosotros. Sobre


lo segundo no hay que consultarlo a nadie, sino a nuestra razón
y observación propia. A sí nuestros espíritus quieren una „doble
dirección extranjera y nacional, para el estudio de los dos ele­
mentos constitutivos de toda civilización: el elemento humano,
filosófico, absoluto; y el elemento nacional, positivo., relativo.
En estos dos objetos tenemos que hacer estudios nuevos. La
Europa que no cesa de progresar en el primero, tiene hoy ideas
nuevas, que nuestros predecesores no pudieron conocer, y que
nosotros somos llamados hoy a importar en nuestro país. Con la
Revolución Francesa de [ 1 7 ] 8 9 termina el siglo x v iíi su misión
inteligente. E l imperio hace contraer el pensamiento a la naturale­
za y a la observación; y el Instituto, y la Escuela Norm al tienen
desarrollo. La Restauración, de naturaleza ecléctica, imprime su
carácter mixto al pensamiento de su época, y Platón y Kant,
y Hegel, son presentados y asociados a Condillac, por Royer
Collard y Víctor Cousin.
D e aquí una nueva filosofía que termina con la revolución de
Julio y por ella; porque esta revolución no siendo en el fondo
otra cosa que la destrucción del eclecticismo de la Carta de
18 14 , viene también a destruir el eclecticismo de la filosofía res­
tauradora, y una nueva dirección toma el pensamiento. Todos
estos movimientos sociales y políticos proporcionan a las ciencias
morales numerosas conquistas. Mas, como estos movimientos y
í estas conquistas pertenecen a nuestro siglo, nuestros padres no
han podido elevarse sobre el espíritu moral del siglo anteceden­
te. Estoy obligado aquí a confesar que esta aserción está llena
i de brillantes excepciones. Y o he dicho la Francia, cuando he
hablado de la Europa, porque en materias de inteligencia, la
Francia es la expresión de la Europa. Y o he dicho las ciencias
morales, cuando he hablado del pensamiento humano, porque son
por ahora las ciencias que nos importan: ellas son por esencia y
por misión las ciencias de los republicanos, porque, en efecto,
13 4 JU A N BAUTISTA ALBERDI

la república no es en el fondo otra cosa que ía más alta y la


más amplia, realización social de la moral, de la razón y la moral
del evangelio.
En cuanto al segundo objeto, el estudio de lo nacional, es
un trabajo nuevo, en que no se entró con decisión en nuestro
país; sin duda porque no se coñoció bastantemente que lo na­
cional era un elemento necesario de nuestro desenvolvimiento
argentino. Bien, pues, señores, es el pensamiento de esta doble
exigencia inteligente de nuestra patria, el que ha presidido a
la elección de los libros que forman la colección, cuyas lecturas
vamos a abrir desde este día. Y a veis, pues, que aquí no se
trata de leer por leer. Habría sido frívolo suscribirse con un
semejante objeto. Se trata nada menos que de alistarse para
llenar una exigencia de nuestro desenvolvimiento social. Habéis
visto salir esta exigencia de la comparación de nuestro desarrollo
histórico, con la ley filosófica de todo progreso nacional; para
lo cual he principiado por mostraros que estamos en desarrollo,
y que estamos, así, porque tal es la ley de todos los pueblos del
mundo. M e ha sido, pues, indispensable, para informaros del in­
terés público de esta institución, de señalaros la doble armonía
que existe entre ella, con una exigencia de nuestra marcha pro-
gresiva, y entre esta marcha nuestra con la marcha de toda la
humanidad.
FIS O N O M ÍA D E L S A B E R E SP A Ñ O L ; C U A L D E B A SER
E N T R E N O SO TR O S

par

D. J u an M a r ía G u t ié r r e z
Señores:
Alzar la voz en medio de vosotros no era tal vez misión de
un hombre nuevo* La palabra que persuade y convence en ma­
terias de saber y de estudio, parece que resuena más poderosa
en nuestros oídos, cuando nace de los labios de un hombre que el
tiempo ha sazonado. El respeto y el amor hacia la persona que
exhorta o alecciona, son sentimientos de que debe estar embe­
bido el ánimo del que escucha. Siempre que la fantasía me re­
presenta la imagen material de aquellos genios beneméritos de
la humanidad, que descubrieron verdades, introdujeron leyes
nuevas en el mundo de la inteligencia y predicaron sus doctrinas,
es bajo la forma de un hombre encanecido, de sentidos debili­
tados, de frente impasible, y hermoseada con aquellas arrugas,
que más son cicatrices de las heridas del alma, que huellas de
los años, según la expresión de un gran poeta.
Y o vengo aquí, no confiado en mi capacidad ni en mi sufi­
ciencia; cedo a las instancias de un amigo, cuyas generosas espe­
ranzas y miras sentiría ver malogradas, si se equivocó al encomen-
í. darme este corto y modesto trabajo.
Por poco que meditemos acerca de los elementos que consti-
f tuyen un pueblo civilizado, veremos que las ciencias, la literatura
y el arte existen a la par de la religión, de las formas guber­
nativas; de la industria, en fin, y del comercio, que fortalecen
y dan vigor al cuerpo social. Aquéllas son como el pensamiento
y el juicio; éstos como el brazo y la fuerza física, que convierte
en actos y hace efectiva la voluntad. Las ciencias y la literatura
viven en la región de las abstracciones, y se dignan de cuando
en cuando descender hasta la tierra, cargadas de ricos descubri­
mientos, ya para mejorar nuestra existencia material, ya para
138 JU A N MARÍA GUTIÉRREZ

reveíamos derechos que desconocíamos, ya para aligerar los pa­


decimientos del corazón, ya para perfeccionarnos. Para perfec­
cionarnos, i se ñ o re s!.... Para levantamos paso a paso ai sublime
y misterioso puesto que la Providencia reserva al hombre para
más remotas y venturosas edades.
Pero ¿de qué servirán estas palancas de ía perfectibilidad si
no se aplican dentro de la esfera de su acción? ¿De qué nos
serviría la brújula si no tuviésemos mares que surcar? ¿De qué la
palabra si careciésemos de ideas? La historia general filosófica
ha demostrado que cada pueblo debe, según sus necesidades,
según su suelo y propensiones, cultivar aquellos ramos del saber
que le son análogos; que cada pueblo tiene una literatura y un
arte, que armoniza con su moral, con sus creencias y tradiciones,
con su imaginación y sensibilidad. La literatura, muy particu­
larmente, es tan peculiar a cada pueblo, como las facciones deí
rostro entre los individuos; la influencia extraña es pasajera en
ella; pero en su esencia no está, ni puede estarlo, sujeta a otros
cambios que a los que trae consigo el progreso del país a que
pertenece. La ciencia es una matrona cosmopolita, que en todas
las zonas se aclimata, y se nutre con los frutos de todos los climas.
L a literatura es un árbol que cuando se trasplanta degenera: es
como el habitante de las montañas, que llora y se aniquila lejos
de la tierra natal.
En esta inteligencia, me propongo decir cuáles sean los obje­
tos a que la inteligencia del pueblo argentino deba contraerse*
cuál deba ser el carácter de su literatura.
Antes es preciso volver atrás la vista, para examinar el ca­
mino que hemos andado, y apartamos de él si le seguíamos extra­
viados.
A l empezar toda obra útil y grande, al buscar un estímulo
para acometer cualquiera empresa de las que honran al hombre,
todo americano debe recordar aquel portentoso suceso que dio
nacimiento al suelo en que nació. SÍ así lo hace se ensanchará
FISONOMÍA DEL SABER ESPAÑOL 139

su mente; su actividad cobrará brío, y al traer a la memoria los


prodigios que rodearon la cuna de su patria ¿cuál será el obs­
táculo que no venza? ¿Cuáles no serán los mundos también
nuevos, que no se revelen a su inteligencia?
Expiraba el décimoquinto siglo, cuando a la mente fecunda
de un hombre inmortal le fué revelada la existencia de un he­
misferio nuevo. Este genio, nacido en la patria de Dante y de
Galileo, miraba más allá del mare magnum de los romanos, que
los geógrafos antiguos poblaban de sirtes destructores y de vora­
ces monstruos, un cielo más puro que el de Europa, un suelo
más rico y lleno de maravillas. Llevó de corte en corte sus su­
blimes ensueños: en todas fué tratado de visionario; y la Am é­
rica aun fuera todavía un misterio no revelado, si la exaltada
imaginación de Isabel la Católica, ávida de sucesos fantásticos,
no hubiese alentado las esperanzas de aquel italiano inmortal.
L a vh gen d e l mundo, como la apellida un moderno, surgió
inocente y bella del seno del Océano, como la madre de todos
los seres en la ficción antigua.
E l hierro y el fuego de la conquista destruyeron de consuno
los monumentos de nuestros padres. Moctezuma y Atahualpa; los
sacerdotes de sus dioses; las vírgenes consagradas a su culto,
enterraron consigo la ciencia que poseían, y los testimonios de
una civilización que se encaminaba a su zenit. Sin embargo,
algunos hombres sabios y laboriosos han reedificado con sus
escombros, el templo del saber americano, y enseñado, que aque­
llos denominados bárbaros habían llegado a un grado de cultura
en nada inferior a la de los caldeos y egipcios. Las figuras sim­
bólicas, y los quipos de los mejicanos (cuyo imperio se alzaba
en medio de la América, para difundir por toda ella sus luces,
como desde un centro) prueban que el desarrollo intelectual no
contaba en aquella región los largos siglos que en el viejo mun­
do, desde la época inmemorial en que brilló la luz de la razón
en el Oriente; y a pesar de esto ¿qué les faltaba para cons-
14 0 JU A N MARÍA GUTIÉRREZ

truir uíí pueblo civilizado? ¿N o tenían una creencia que Clavijero


no ha trepidado en parangonar con la de los griegos y de los
romanos? ¿N o tenían un gobierno paternal y poderoso? ¿Un
monarca rodeado de suntuosidad y de riquezas? ¿No tenían una
legislación y unas costumbres, que pueden llamarse sin exagera­
ción, sabia a la una, humanas a las otras? A sí lo dicen escri­
tores ilustres, filósofos y desapasionados.
¡Señores) Es preciso respetar los altos designios de la Pro­
videncia; es preciso inclinar nuestra orgullosa frente, y replegar
el atrevido vuelo de nuestra razón, al meditar sobre aquellos
mismos designios. Si así no fuera, si no viésemos que la inva­
sión de bárbaros que asoló la Europa romana, trajo regenera­
ción y nueva vida a un mundo ya caduco y corrompido, yo de­
ploraría la suerte de nuestro continente, que no pudo alimen­
tarse con su propia substancia, sino hasta los primeros albores
de la décimasexta centuria. Y o me atrevería a desear que. el velo
del espacio ocultase aún a los ojos del otro hemisferio la exis­
tencia del que habitamos; y que para otras edades más remotas ■
hubiese quedado reservado su descubrimiento. SÍ cupiera en lo
posible este vano e hipotético deseo, la civilización americana,
original, sin influencia alguna extraña, se habría desenvuelto y
crecido a la manera de la de otras naciones, de que sólo su
historia y nombre conocemos. ¿Cuál sería el carácter de esta
civilización?.. . He aquí un problema que no tiene solución;
pero que, sin embargo, daría materia a una inteligencia vasta
y a una imaginación poética como la de Herder, para fraguar
un sistema seductor y bellísimo, partiendo de los datos conoci­
dos, y pintándonos lo que pudo ser, sabiendo lo que fu é en
realidad.
L a conquista cortó el hilo del desenvolvimiento intelectual
americano. Esta bella parte meridional del nuevo mundo se trocó
en hija adoptiva de la España, se pobló de ciudades, recibió cos­
tumbres análogas a las de sus conquistadores; y la ciencia y la
FISONOMÍA DEL SABER ESPAÑOL 14;

literatura española fueron desde entonces nuestra ciencia y nues­


tra literatura.
La nación española presenta un fenómeno que sólo puede ex­
plicarse con conocimiento de su historia política. Dotada de un
suelo feraz y variado, fecunda en hombres de talento y de ima­
ginación, atrevidos en la guerra, sufridos en los trabajos, cons­
tantes en las grandes empresas, nunca ha salido de un puesto
humilde e ignorado en la escala de la civilización europea. M u­
chos de sus hijos en diferentes épocas se han esforzado en hacer
apologías de su importancia literaria, que los extraños le negaban;
pero se han reducido a darnos una nomenclatura de escritores
amenos y ingeniosos; de artistas, que a sus lienzos, mármoles,
o monumentos, han sabido imprimir el sello de sus almas apasio­
nadas y fogosas, de sus imaginaciones atrevidas; mas que apenas
son conocidos de los eruditos. Estos tesoros son como los del
avaro, estériles para sus semejantes, pues que se hallan enterra-,
dos en las entrañas de la tierra. Los conocimientos sólo son
Útiles cuando se derraman en provecho de la humanidad, cuando
revelan leyes y verdades no conocidas y aplicables, que ensan­
chan la esfera del saber y de la inteligencia humana.
La Italia, acordándose que fúé madre de los romanos, ha pro­
ducido a Dante, a Galileo, a M iguel Angel, a Cristóbal Colón,
a Filangieri y a Beccaria; la Inglaterra, a Shakespeare, a Bacon, a
Newton; la Alemania, aquella Alemania, bárbara e inculta, cual
nos la dio a conocer Tácito, es una fuente fecunda de ideas
valientes, de erudición profunda, de crítica eminente; y la Fran­
cia, colocada como centinela avanzada del mundo intelectual, no
permite que una sola idea se pierda o desvirtúe, de cuantas
emiten los hombres de todos los climas, en todos los idiomas.
Y o busco un español que colocar al lado de los que dejo nom­
brados, y no le encuentro. Busco algún descubrimiento, algún
trabajo inmortal de la razón española, y no le encuentro; es decir,
142 JU A N MARÍA GUTIÉRREZ

no encuentro hombres como Newton y G alileo; descubrimientos


como los de la atracción universal y el movimiento de la tierra.
¿ Y se le podrá pedir menos a una nación que ha vivido dieciocho
siglos?
Es de admirar como las ciencias físicas y exactas, y particu­
larmente la astronomía, no han llegado en España, no diré a
su esplendor, pero ni a la altura que han alcanzado en las demás
naciones; siendo así que los árabes, sus dominadores por algún
tiempo, las cultivaron con tan gran suceso; siendo así que D . A l­
fonso X de Castilla, único de sus reyes que haya alentado aque- ;
líos conocimientos, enviaba hasta el Egipto, a costa de muchos
caudales, en busca de un sabio, primoroso en los movimientos
que face la esfera, como él mismo dice en la introducción a su
libro d el Tesoro. Pero sus sucesores al trono no siguieron este
digno ejemplo, ni reconocieron la máxima de Alfonso, dé que
siempre a los sabios se debe el honor. D . Juan II en 14 3 4 auto­
rizó con su silencio la destrucción de la biblioteca y escritos del
famoso marqués de Villena, hombre que con amor y talento
cultivaba las ciencias naturales. Felipe II no díó importancia
alguna a los trabajos geodésicos del maestro Esquivel, que logró
formar un mapa general de la península durante el reinado de
aquel monarca; naciendo de esta indiferencia, el que un trabajo
tan importante pasase ignorado y se perdiera completamente*
quedándonos apenas una vaga noticia de él. Después acá (dice
el autor del discurso sobre la Ley agraria) perecieron estos im­
portantes estudios, sin que por eso se hubiesen adelantado los
demás. Las ciencias dejaron de ser para nosotros un medio de
buscar la verdad, y se convirtieron en un arbitrio para buscar
la vida. Multiplicáronse los estudiantes, y con ellos la imper­
fección de los estudios; y a la manera de ciertos insectos que
nacen de la podredumbre, y sólo sirven para propagarla, los
escolásticos, los pragmáticos, los casuistas y malos profesores de
FISONOMÍA DEL SABER ESPAÑOL 143

las facultades intelectuales, envolvieron en su corrupción los prin­


cipios, el aprecio, y hasta la memoria de las ciencias útiles.
Si hemos de dar crédito al ilustrado Blanco White, se ense­
ñaba en sus días, en las universidades de España, el sistema
de Copérnico, bajo la suposición de que era erróneo. En fin,
para completar este cuadro lamentable, baste decir, que cuando
Descartes aplicaba el cálculo algebraico a la resolución de los
problemas de geometría, y Leibniz y Newton inventaban el in fi­
nitesimal, los españoles calificaban de matemáticos a los que
aprendían solamente las proposiciones de Euclides.
Sólo cegados con tan denso velo de ignorancia, pudieron
dejar los españoles desconocidas por tanto tiempo, la geografía
y la historia natural de la América. Esta bella porción que nos­
otros habitamos, en donde la naturaleza se presenta portentosa
y rica; en donde empezando por el hombre y terminando por el
más ruin gusanillo, todo es raro, todo es nuevo, todo nunca
visto para el antiguo mundo: las llanuras sin horizonte como el
Océano; las montañas que encumbran más allá de las nubes; los
fenómenos celestes y las constelaciones de un hemisferio nuevo,
nada de esto fué examinado ni estudiado por sus poseedores y
señores, y lo poquísimo que hicieron, o ha sido pasto de las
llamas en el incendio del Escorial, o existe inédito en el polvo
de los archivos. Preciso ha sido que el genio y la constancia de
Humboldt mostrasen al mundo las maravillas que por tres des­
graciados siglos habían mirado los españoles con indiferencia;
preciso ha sido, que un sabio y laborioso francés desenvolviese
y aclarase las investigaciones de Azara, para que llegasen a al­
canzar la importancia que tienen en el día, como acertadamente
se ha dicho ya entre nosotros.
E l campo de las bellas letras no está menos despoblado de esos
frondosos y fragantes árboles, a cuya sombra se abriga con placer
y con amor el hombre que se dedica al estudio.
¿N o habéis experimentado, señores, en vuestros paseos sólita-
14 4 JU A N MARÍA GUTIÉRREZ

rios — en aquellas horas, en que el alma, acordándose de su


destino, quisiera levantarse de la tierra, y respirar aires de mejor
mundo— , no habéis experimentado la necesidad de un libró
escrito en el idioma que habláis desde la cuna? ¿De uno de esos
libros que encierran en sí a la vez, poesía, religión, filosofía;
la historia del corazón, las inquietudes o la paz del espíritu, y el
embate de las pasiones? ¿Un libro, en fin, que conteniendo todos
estos elementos, destile de ellos un bálsamo benéfico para nues­
tras enfermedades morales? Sí, sin duda, habéis experimentado
una necesidad semejante, sin poderla satisfacer con ninguna pro­
ducción de la antigua, ni de la moderna literatura española.
En toda ella no encontraréis un libro que encierre los tesoros
que brillan en cada página de René; en cada canto de Childe
Harold; en cada meditación de Lamartine; en cada uno de los
dramas de Schiller.
Mucho se ha celebrado la imaginación de los escritores espa­
ñoles; mucho el colorido de sus descripciones; mucho la armonía
y grandilocuencia de su lenguaje. Algunos extranjeros de núes-
tros días, a modo de arqueólogos y numismáticos empeñosos,
se han propuesto desenterrar las riquezas que se decían desco­
nocidas e ignoradas; dándonos ya colecciones de poesías anti­
guas castellanas, ya ediciones lujosas de Calderón o de Lope de
Vega. El crítico Schlegel ha levantado hasta las nubes a éstos
y los demás infinitos dramáticos de la península. Pero, señores,
en este amor exaltado, en esta estima exagerada, ¿no se ence­
rrará algún excusable engaño? ¿Algunas de esas ilusiones a que
están expuestos los hombres sistemáticos y de imaginación fogosa A
y movible? ¿Qué extraño es que se mida el mérito de un escritor
por el trabajo que ha costado el entenderlo? ¿No es natural que
después de leer con dificultad y con fatiga un centenar de autos
sacramentales, se quiere hallar un prodigio en cada extravagan­
cia? El genio y la imaginación española pueden compararse a un
extendido lago, monótono y sin profundidad; jamás sus aguas
FISONOMÍA DEL SABER ESPAÑOL 145

se alteran, ni perturban la indolente tranquilidad de las naves


que le surcan. Crecen en su orilla árboles sin frutos nutritivos,
aunque lozanos, cuya sombra difunde un irresistible sopor.
Este es m i sentir, señores; al llenar el objeto que en estas
cortas líneas me he propuesto, he caído naturalmente en estas
consideraciones; y estoy muy lejos de pretender que se me consi­
dere infalible. Por inclinación y por necesidad he leído ios clá­
sicos españoles, y mi alma ha salido de entre tanto volumen,
vacía y sin conservar recuerdo alguno, ni rastro de sacudimien­
tos profundos. Sólo en los oídos me susurran aún armoniosa­
mente las églogas de Garcilaso, o los cadenciosos períodos de
Solís.
N o faltan, a más de éstas, otras ilustres excepciones al juicio
¡desfavorable que me he atrevido a formar de la literatura de
la España. Su teatro, como acabo de indicar, es estimado por
Iliteratos de renombre, y las odas del maestro León y de Herrera
son dignas de leerse muchas veces. Juan de Mena, puede com-
pararse por la sublimidad de concepción que desplegó en su
Laberinto, al autor de la D ivina Comedia; y Manrique, en su b í­
blica elegía a la muerte de su padre, fué como el cisne de la
poesía patria que entona al perecer un himno inmortal.
N ula, pues, la ciencia y la literatura española, debemos nos­
otros divorciarnos completamente con ellas, y emanciparnos a
este respecto de las tradiciones peninsulares, como supimos
hacerlo en política, cuando nos proclamamos libres. Quedamos
aún ligados por el vínculo fuerte y estrecho del idioma; pero
éste debe aflojarse de día en día, a medida que vayamos en­
trando en el movimiento intelectual de los pueblos adelantados
de la Europa. Para esto es necesario que nos familiaricemos con
los idiomas extranjeros, y hagamos constante estudio de aclima­
tar al nuestro cuanto en aquéllos se produzca de bueno, inte­
resante y bello.
Pero, esta importación del pensamiento y de la literatura euro­
14 6 JU A N MARÍA GUTIÉRREZ

pea no debe hacerse ciegamente, ni dejándose engañar del bri­


llante oropel con que algunas veces se revisten las innovaciones
inútiles o perjudiciales. Debemos fijarnos antes en nuestras ne­
cesidades y exigencias, en el estado de nuestra sociedad y su índo­
le, y sobre todo en el destino que nos está reservado en este
gran drama del universo, en que los pueblos son actores. Tratemos
de darnos una educación análoga y en armonía con nuestros
hombres y con nuestras cosas; y si hemos de tener una literatura,
hagamos que sea nacional; que represente nuestras costumbres y
nuestra naturaleza, así como nuestros lagos y anchos ríos sólo
reflejan en sus aguas las estrellas.de nuestro hemisferio.
Antes de ser sabios y eruditos, civilicémonos; antes de descu­
brir y abrir nuevos rumbos en el campo de las ciencias físicas o
morales, empapémonos del saber que generosamente nos ofrece
la Europa culta y experimentada. Adquiramos aquellos conoci­
mientos generales que preparan al hombre a entrar con suceso
al desempeño de los variados destinos a que debe ser llamado
en un país, donde todos somos iguales; en donde, desde, el seno
del humilde giro mercantil, del interior de los campos, y de
en medio de las faenas rurales, somos llamados a la alta misión
de legislar, de administrar la justicia, de ejecutar las leyes. Todo
argentino debe llenar el vacío que en su educación ha dejado
un vicioso sistema de enseñanza, y la falta de escalones inter­
medios entre la escuela de primeras letras y los estudios uni­
versitarios.
Nuestros padres todos han recibido las borlas doctorales sin
conocimiento de aquellas leyes más palpables que sigue la natu­
raleza en sus fenómenos; sin una idea de la historia del género
humano; sin la más leve tintura de los idiomas y costumbres
extranjeras. Jamás los perturbó en medio de. las pacíficas ocupa­
ciones del foro, de la medicina o del culto, el deseo de indagar
el estado de la industria europea. Jamás creyeron ni soñaron que
la economía pública era una ciencia, y que, sin conocer la esta­
FISONOMÍA DEL SABER ESPAÑOL 14 7

dística y la geografía de un pueblo, era imposible gobernarlo.


. E l estudio práctico de las leyes, la lectura de sus glosadores,
la inteligencia oscura e incompleta de algún poeta o historiador
latino, he aquí el caudal intelectual de nuestros antiguos letra­
dos; he aquí los títulos en que apoyaban su renombre de litera­
tos. Y , ¿a esto, señores, estarán reducidas las ciencias y el saber?
¿Acaso el hombre ha recibido de Dios la inteligencia para empo­
brecerla y amenguarla con tan reducidas aplicaciones? [No, se­
ñores! Y o ofendería, si quisiera inculcar más sobre este punto, y
si pretendiera trazar el círculo dentro del cual debe moverse nues­
tra facultad de pensar; porque este círculo es como aquel de que
nos habla Pascal, cuyo centro está en todas partes, y su circun­
ferencia en ninguna.
N o olvidemos que nuestros tesoros naturales se hallan igno­
tos, esperando la mano hábil que los explote; la mano benéfica
que los emita al comercio y los aplique a las artes y a la industria;
que la formación y origen de nuestros ríos (vehículos de acti­
vidad y de riqueza) aún son inciertos y problemáticos; que la
tierra, fértil, virgen, extensa, pide cultivo, pero cultivo inteli­
gente; y en fin, que las ciencias exigen ser estudiadas con f i­
losofía, cultivadas con sistema, y la literatura requiere almas
apasionadas, próvidas, sensibles a lo bello, y eminentemente po­
seídas de espíritu nacional.
A quí un campo no menos vasto y más ameno se presenta.
Sobre la realidad de las cosas, en la atmósfera más pura de la
región social, mueve sus alas un genio que nunca desampara a los
pueblos; que mostrando al hombre la nada de sus obras, le
impele siempre hacia adelante, y señalándole a lo lejos bellas
utopías, repúblicas imaginarias, dichas y felicidades venideras,
infúndele en el pecho, el valor necesario para encaminarse a ellas,
y la esperanza de alcanzarlas. Este genio es la poesía. Que a
este nombre, señores, no se desplieguen vuestros labios con la
sonrisa del desprecio y de la ironía. Que este nombre no traiga
148 J U A N MARÍA GUTIÉRREZ

a vuestra memoria la insulsa cáfila de versificadores que plaga el


Parnaso de nuestra lengua. Recordemos sí los consuelos y luz
que han derramado los verdaderos padres del canto sobre el cora­
zón y la mente de la humanidad. Recordemos lo que pasa en
nuestras almas al leer las obras de los modernos, Byron, Man-
zoni, Lamartine, y otros infinitos, y confesemos a una voz, que
la misión del verdadero poeta es tan sagrada como la del sacerdo­
cio. Recordemos que la poesía no es una hacinación armoniosa
de palabras desnudas de pensamientos y de afectos, sino el fruto
de una fantasía fértil y poderosa, que expresa con rara vivaci­
dad y con palabras inmortales las cosas que la hieren; que es la
contemplación fervorosa y grave que hace el alma sobre sí mis­
ma, y sobre los grandiosos espectáculos que presenta la natura­
leza. Consiste unas veces en los raptos del corazón de un hombre
religioso, que como Milton experimenta una vaga turbación en
lo íntimo de su ánimo; la poesía es otras veces un sentimiento
tierno y candoroso, que se interesa eficazmente por las cosas
más humildes, y deteniéndose a contemplar el cáliz de una flor,
no se contenta con describirla, sino que se conmueve y entusias­
ma al contemplar esta belleza imperceptible de la creación.
Si la poesía es una necesidad de los pueblos adelantados y
viejos, es una planta ¡que nace espontáneamente en el seno de
las sociedades que empiezan a formarse. Ley es del desarrollo
humano, que el joven más se guíe por los impulsos del instinto,
que por los consejos de la razón; y que derrame en himnos y
en cantares los efectos que rebozan en su corazón. Importa,
empero, que esta tendencia de nuestro espíritu no se extravíe y
que cuando con el transcurso de los tiempos, llegue a form ar un
caudal abundante, conserve su color propio al entrar en el océa­
no de la poesía universal.
He aquí reducido a limitados términos el espacio en que puede
moverse la inteligencia argentina, que tantos frutos indígenas y
preciosos promete a la patria. Para remover y dar vida a toda
FISONOMÍA DEL SABER ESPAÑOL 14?

idea fecunda, para adquirir todo género de conocimientos, para


mantener y dar pábulo a ese dulce comercio que debe existir
entre los hombres que se consagran al estudio, un compatriota,
celoso de la ilustración y que cuento con orgullo entre mis
amigos, ha concebido la idea de este establecimiento a que es
particularmente llamada la juventud, esa parte interesante de
la república que aún no se ha maniatado con la rutina, ni cegado
con la triste incredulidad de una filosofía ya caduca; cuyo pecho
está libre de odios y temores; cuya alma, como el cáliz de un
vegetal, en el instante de su florescencia, está dispuesta a recibir
el rocío benéfico de la ciencia, y el amor á la paz que nacen de la
contemplación de la naturaleza, y de la armonía de las palabras
del sabio.
En esta sala modesta, cual conviene a una institución que co­
mienza, se encierran ya muchos libros, reunidos a costa de esfuer*
zos y erogaciones; algunas personas, recomendables por su saber,
se han comprometido a comunicar sus conocimientos como en
una conversación amistosa, y es de esperar, que todos los llama­
dos a un fin tan laudable se empeñen en mostrarse dignos de
la elección que en ellos ha recaído.
Y o pido al Cielo que bendiga la simiente del árbol que hoy
se planta, y lo levante sobre los cedros. Que a su sombra llegue a
descansar la juventud venidera, del mismo modo que nosotros,
de esa terrible lucha que el hombre mantiene en su interior
entre la duda y la verdad.
L E C T U R A S P R O N U N C IA D A S E N E L
"S A L Ó N LIT E R A R IO ;”

por

D. Esteban E c h e v e r r ía
PRIMERA LECTURA

Señores:
Véome aquí rodeado de un concurso numeroso y sin saber
aún por qué ni para qué. T a l vez muchos de ios que me es­
cuchan lo ignorarán también; tal vez otros esperan de mi labio
palabras elocuentes, pero ¿sobre qué rodarían ellas? i Cuál sería el
asunto digno de vuestra expectación! ¿A qué objeto deberán
encaminarse nuestras investigaciones? ¿En qué límites circuns­
cribirse? En una palabra, ¿qué cuestiones deben ventilarse en
este lugar? Hemos, llenos de ardor y esperanza, emprendido
la marcha; pero ¿a dónde vamos? ¿Por qué camino y con qué
mira? He aquí, en concepto mío, lo que importa averiguar antes
de emprender la tarea.
En otros tiempos, señores, en los tiempos de nuestra infancia,
solía el estruendo del cañón o el repique de las campanas arre­
batarnos del teatro de nuestros juegos infantiles y llevarnos en
pos de sus mágicos acentos. ¿Cuál era esa voz omnipotente que
hacía hervir de júbilo nuestra sangre? Era la voz de la Patria
que nos convocaba al templo del Dios de los ejércitos para que
allí le tributásemos gracias por una nueva victoria del valor
argentino, o para que entonásemos himnos al sol de Mayo,
reunidos al pie del sencillo monumento que consagró a su me­
moria el heroísmo. E l entusiasmo, entonces, era el genio bien­
hechor que nos movía; nuestro amor a la patria y a la libertad
una religión sin más fundamento que la fe, y los homenajes
que le tributábamos un culto espontáneo de nuestro corazón que
se exhalaba en vivas y coros de alabanza. L a patria en aquel
tiempo no podía exigir más de nosotros ni pedía otra cosa que
víctores que inflamasen el pecho de sus heroicos hijos, porque
para ser independiente necesitaba victorias. Necesitaba menos la
razón que analiza y calcula que la decisión que obra; más del
154 ESTEBAN ECHEVERRÍA

entusiasmo fogoso y turbulento, que de la silenciosa y pacífica


reflexión, porque sabía que el león que duerme nunca rompe
sus cadenas.
Esa época pasó, señores, y pasó para siempre porque en la
vida de los hombres como en la de los pueblos hay algo fatal
y necesario; pasó para nosotros porque dejamos de ser niños;
pasó para nuestra sociedad porque emancipada ya no tiene cam­
po digno donde hacer alarde de sus heroicas virtudes. La pri­
mera, la más grande y gloriosa página de nuestra historia perte­
nece a la espada. Pasó por consiguiente la edad verdaderamente
heroica de nuestra vida social. Cerróse la liza de los valientes,
donde el heroísmo buscaba por corona de sus triunfos los espon­
táneos Víctores de un pueblo; abrióse la palestra de las inteli­
gencias, donde la razón severa y meditabunda, proclama otra
era; la nueva aurora de un mismo sol; la adulta y reflexiva
edad de nuestra patria. Dos épocas, pues, en nuestra vida social,
igualmente gloriosas, igualmente necesarias: entusiasta, ruidosa,
guerrera, heroica la una, nos dió por resultado la independencia,
o nuestra regeneración política; la otra pacífica, laboriosa, refle­
xiva, que debe darnos por fruto la libertad. La primera podrá
llamarse desorganizadora, porque no es de la espada edificar,
sino ganar batallas y gloria; destruir y emancipar; la segunda or­
ganizadora, porque está destinada a reparar los estragos, a curar
las heridas y echar el fundamento de nuestra regeneración social.
Si en la una obraron prodigios el entusiasmo y la fuerza, en la
otra los obrarán el derecho y la razón. Ahora bien, sentados
estos preliminares ¿qué buscamos aquí, señores? ¿Qué causa nos
ha reunido en este recinto? Fácil es discernirla. Ahora que no
nos pide la patria una idolatría ciega, sino un culto racional;
no gritos de entusiasmo, sino la labor de nuestro entendimiento;
porque el entusiasmo ardoroso y la veneración idólatra, si bien
útiles y necesarios en épocas heroicas para conmover y electrizar
los pechos, no lo son en aquellas en que debe reinar la fría y
despreocupada reflexión. Y a no retumba el cañón de la victoria,
ni tumulto alguno glorioso despierta en nosotros espíritu mar­
cial y nos abre el camino a la gloria; pero tenemos patria y.
PRIMERA LECTURA 155

queremos servirla, si no con la espada, al menos con la inte­


ligencia. Somos ciudadanos y como tales tenemos derechos que
ejercer y obligaciones que cumplir; somos ante todo entes racio­
nales y sensibles, y buscamos pábulo para nuestro entendimiento
y emociones para nuestro corazón. Fácil nos sería encontrarlos
en el bullicio de los placeres y de la disipación; pero la vida
es demasiado corta para malgastarla toda en frívolos pasatiem­
pos. Y la razón, llamando a nuestra puerta, nos ha dicho ¡hasta
cuándo! Corridos y aleccionados hemos entrado en nosotros
mismos con el fin de conocemos, hemos procurado discernir el
mundo que nos rodea, lo que la patria exige de nosotros y
el blanco a donde deben encaminarse nuestras nobles ambiciones.
En una palabra, hemos querido saber cuál es la condición actual
de nuestra sociedad, cuáles sus necesidades morales, y cuál es,
por consiguiente, la misión que nos ha cabido en suerte. He
aquí, sin duda, el secreto m óvil que nos ha impelido.
Lejos estoy de pensar que ninguno de los que me escuchan
venga aquí por un mero pasatiempo, ni con otro interés que el
de instruirse por un cambio mutuo de ideas. L a mezquina vani­
dad de hacer muestra de un falso saber para atraer sobre sí una
aura fugitiva de consideración, no puede reunir a jóvenes sensa­
tos, que cansados de oírse llamar niños, por la ignorancia titu­
lada o la vejez impotente, ambicionan ser hombres y mostrarse
dignos descendientes de los bravos que supieron dejarles en
herencia una patria.
Nuestro compromiso, señores, es grave; llevemos por divisa la
buena fe, por escudo una conciencia sin mancha, y a falta de
ciencia traigamos a este lugar un vivo deseo de instruirnos,
de fija r nuestras ideas y de adquirir, sobre todo, profundas con­
vicciones, pues sólo ellas son capaces de formar grandes y virtuo­
sos ciudadanos.
Señalado el punto de partida, determinada nuestra posición,
¿qué debemos hacer antes de ponernos en marcha? Echar una
mirada sobre el vasto campo cuya exploración intentamos.
H e dicho, señores, que nuestra sociedad ha entrado en una
época reflexiva y racional. N o es esto significar que antes hubiese
156 ESTEBAN ECHEVERRÍA

carecido de dirección inteligente, sino -que ahora más que nunca


siente la necesidad de apoyar su vida y bienestar en la fuerza
moral, de aleccionarse con el conocimiento de lo pasado pára
precaverse en lo porvenir, de adquirir luces, de agrandar, en fin,
la esfera de sus ideas para continuar la grande obra de la revolu­
ción de Mayo, y engalanar los trofeos de sus armas con las ricas
joyas del pensamiento.
¿Pero falta acaso ilustración, faltan ideas en nuestra patria?
No, señores, sobreabundan. Desde el principio de la revolución,
las luces del mundo civilizado tienen entrada franca entre nos­
otros. Desde entonces se han acogido y proclamado por la prensa,
en la tribuna y hasta en el pulpito, las teorías más bellas, los
principios más sanos, las mejores doctrinas sociales, y al ver
su abundancia se diría que nuestra sociedad ha marchado, en
punto a riqueza intelectual, casi a la par de las naciones europeas.
Si abundan, pues, ideas de todo género en nuestro país, ¿cómo
es que su influjo no se ha extendido más allá de un corto nú­
mero de individuos? ¿Cómo es que no ha penetrado en las masas?
¿Cómo no se ha incorporado en las leyes y constituido un go­
bierno? ¿Cómo no ha logrado formar una opinión moral y
compacta, un espíritu público tan robusto y omnipotente que él
solo imperase, y a un tiempo diese vida y dirección a la máquina
social? He aquí cuestiones arduas que es preciso resolver antes
de formular.
¿Repetiremos, señores, como muchos reputados hombres de
nuestro país, que nuestra sociedad, envuelta todavía en los paña­
les de la infancia, no estaba en estado de aprovecharse de esas
ideas, de esas luces que difundía la prensa o la tribuna? N o ;
porque este sofisma envuelve una injuria contra la especie huma­
na; porque con él algunos hombres siempre niños procuran
escudar su incapacidad; con él algunos pueblos pusilánimes e im­
prudentes pretenden cohonestar sus extravíos echándolos a cargo
de su inexperiencia; con él, en fin, los gobiernos suelen legitimar
su despotismo, poner mordaza a la palabra, sofocar la razón y
embotar los resortes del pensamiento.
El hombre es criatura sensible y racional y en todo tiempo y
PRIMERA LECTURA 157

en cualquier clima hábil por consiguiente para concebir la ver­


dad, e ilustrarse con los consejos de la razón. ¿Será culpa del
pueblo si no se aprovecha de esos consejos, o de los que debie­
ron instruirlo y encaminarlo como encargados de su dirección?
Las sociedades además no son jóvenes ni viejas ni pasan por las
edades del hombre porque constantemente se regeneran. Cada
nueva generación deposita nueva sangre y nueva vida en las
venas del cuerpo social y de aquí nace ese engendramiento conti­
nuo, esa existencia idéntica y perpetua de los pueblos y de la
humanidad. Sólo los individuos orgánicos nacen, crecen y mueren
y están sujetos a todos los accidentes y edades de la vida. Los
pueblos, pues, no deben esperar a ser grandes y viejos para ser
pueblos, porque jamás les llegará su día y nunca saldrán de paña­
les. La ley franca de la condición social es el progreso, porque
la sociedad para él y por él existe. Permanecer siempre en in­
fancia y estacionario es, por consiguiente, obrar contra la natu­
raleza y fin de la sociedad. Moverse sólo para comer o satisfacer
sus necesidades físicas, es hacer lo que el salvaje, que después
de harto y cansado se echa a dormir para no despertarse sino
al sentir otra vez el aguijón del apetito. Guarecer su impotencia
con el sofisma de la infancia es no sólo injuriarse a sí mismo
injuriando al pueblo, sino también blasfemar contra la razón del
género humano y la Providencia.
Pero hay más. Nosotros fuimos parte integrante de la socie­
dad española y, dado que los pueblos pasen por las edades del
hombre, debimos contar cuando estalló la revolución los siglos
de existencia que aquella tenía. Verdad es que la España entonces
era la más atrasada de las naciones europeas y que nosotros en
punto de luces, nos hallábamos, gracias a su paternal gobierno,
en peor estado; pero también es cierto que la revolución, rom­
piendo el vasallaje y derribando las murallas que nos separaban
de la Europa civilizada, nos abrió la senda del progreso y puso
a nuestra disposición todas las teorías intelectuales, patrimonio
de las generaciones, que había sucesivamente acaudalado los
siglos. D ejó de ser para nosotros vedado el árbol de la ciencia,
y siendo de hecho emancipados debimos creernos adultos y dar
158 ESTEBAN ECHEVERRÍA

de pie a las andaderas de la infancia. N o lo hicimos, sin duda,


perdido hemos el tiempo de nuestra robustez y energía en vanas
declamaciones, en gritos al aire, en guerras fratricidas y después
de 25 anos de ruido, tumultos y calamidades hemos venido a
dar al punto de arranque; hemos anulado las pocas instituciones
acertadas en los conflictos de la inexperiencia; hemos declarado
a la faz del mundo nuestra incapacidad para gobernarnos por
leyes y gozar de los fueros de emancipados; hemos creado un
poder más absoluto que el que la revolución derribó y deposi­
tado en su capricho y voluntad la soberanía; hemos protestado
de hecho contra la revolución de Mayo, hemos realizado con
escándalo del siglo una verdadera contra-revolución.
¿ Y este mísero fruto sólo ha producido tanta sangre derrama-
da3 tanta riqueza destruida^ tan brillantes y halagüeñas esperan­
zas? Cuando vasallos dormíamos al menos el sueño de la in-
dolencia dejando a nuestros amos el cuidado de nuestra suerte:
nada deseábamos porque nada conocíamos. Ahora independien­
tes, nuestra condición ha empeorado: más esclavos que nunca
llevamos en la imaginación el tormento de haber perdido o más
bien vendido una libertad que nos costó tantos sacrificios, y de
la cual usamos como insensatos. ¿ Y qué, la grande revolución
de Mayo pudo tener solamente en mira adquirir a costa de sangré
¡una independencia vana que no ha hecho más que sustituir a la
tiranía peninsular, la tiranía doméstica; a la abyección y serví-*
dumbre heredada, una degradación tanto más profunda e infa­
mante, cuanto sólo ha sido obra de nuestros propios extravíos?
N o. E l gran pensamiento de las revoluciones, y el único que
puede justificarlas y legitimarlas en el tribunal de la razón, es la
emancipación política y social. Sin él sería la mayor calamidad
con que la Providencia puede afligir a los pueblos.
Tenemos independencia, base de nuestra regeneración política,
pero no derechos ni leyes, ni costumbres que sirvan de escudo y
salvaguardia a la libertad que ansiosamente hemos buscado. Nos;
faltaba lo mejor, la techumbre, el abrigo de los derechos, el
complemento del edificio político - - l a libertad— , porque ésta
no se apoya con firmeza sino en las leyes y las costumbres.
PRIMERA LECTURA 159

Hemos sabido destruir, pero no edificar, los bárbaros también


talan. . .
¿Qué nos ha faltado para concluir la obra de nuestra com­
pleta emancipación? Grandes hombres. Sólo el heroísmo de
nuestros guerreros y de algunos cuantos iniciadores de Mayo
cumplió con su deber y satisfizo las esperanzas de la revolución.
Por lo demás, han pululado talentos mediocres de todo género,
políticos, científicos, literarios; pero la mediocridad nada pro­
duce; de suyo es infecunda. Si literaria, se contenta con imitar,
si científica almacena en la memoria lo que otros aprendieron
y descubrieron, si política, sierva de sus propias pasiones o de la
ambición de las más diestras, es azote y ludibrio de los pueblos.
Sólo el genio estampa en sus obras el indeleble sello de su in­
dividualidad, y deja por donde pasa vivos e indelebles rastros.
Entretanto, señores, es doloroso decirlo, ningún pueblo se halló
en mejor aptitud que el argentino para organizarse y constituirse,
al nacer a la vida política. Nuestra sociedad entonces era homo­
génea; ni había clases, ni jerarquías, ni vicios, ni preocupacio­
nes profundamente arraigadas; reunía en sí lo que el pueblo
ideal de Rousseau, es decir, " la conciencia de un pueblo antiguo,
con la docilidad de uno nuevo” .1 La revolución no encontró más
resistencia que las que le oponían los intereses pecuniarios de un
puñado de españoles, una fuerza lejana. Ésta cayó vencida al pri­
mer amago en Tucumán y Montevideo; aquélla capituló con la
necesidad, y el campo le quedó libre. La revolución pudo casi
al principio concentrar toda su fuerza al objeto de constituirse;
y tenía todo por sí; un pueblo dócil y despreocupado; potencia
moral y física, todos los elementos necesarios para realizar sus
miras; y los encargados de dirigirla se hallaron en la mejor apti­
tud para haber dado al cuerpo social como a un pedazo de cera,
la forma que hubiesen querido. E l pueblo argentino no era
como el de París o Londres que se matan por pan y al toque
de asonada se regocijan; gozaba del bienestar que apetecía. Si lo
llamaba el tambor, iba lleno de ardor y entusiasmo, pasaba los
Andes, batallaba y vencía; si lo dejaban quieto, se entretenía

1 Contrato Social.
160 ESTEBAN ECHEVERRÍA

en su pacífica labor. Sólo deseaba paz, orden, libertad. ¿Qué le


dieron nuestros gobernantes, los encargados de su bienestar y pro­
greso? Tiranía, tumultos, robos, saqueo, asesinato.
¿Por qué no obraron, pudiendo, el bien los que dirigieron el
timón del Estado? ¿Qué les faltó, echando a un lado la perversi­
dad o los extravíos de las pasiones? Capacidad, ideas; y no ideas
vagas, erróneas, incompletas, que producen la anarquía moral,
mil veces más funesta que la física, sino ideas sistematizadas,
conocimiento pleno de la ciencia social, de su alta y delicada
misión y de las necesidades morales de la sociedad que incauta­
mente puso en ellos su confianza. Los gobiernos son la Provi­
dencia de los pueblos; si aquéllos oprimen o dormitan, éstos
se dejan estar, porque su vicio radical es la inercia y el apego
a sus hábitos. La potestad que el pueblo les ha confiado- debe
especialmente desvelarse en promover la instrucción, único medio
capaz de formar la opinión pública interesada en el sostén del
orden, las leyes y autoridades de donde emanan el bienestar y
protección de todos los ciudadanos. La falta de espíritu público
en los gobiernos, dice Constant, es una prueba infalible o de la
falta de aptitudes en los gobernantes o de imperfección en las
mismas instituciones: y éstas son imperfectas siempre ¡que la
influencia de algunos hombres puede arrastrar al Estado al borde
del abismo.
La revolución tuvo espadas brillantes, y es lo único de que
puede vanagloriarse; faltóle dirección, inteligencia, y se extra­
vió e inutilizó su energía. Se soltaron' entonces las pasiones fre­
néticas, y reinó la anarquía; y la violencia y el crimen fueron
el derecho común. Y el hecho elocuente está ahí señores; visible,
palpable, yo no hago más que notarlo. Toda la labor inteligente
de la revolución se ha venido abajo en un día y sólo se ven los
rastros sangrientos de la fuerza bruta sirviendo de instrumento
al despotismo y la iniquidad. Y a juzgar por los resultados que
han dejado en pos de sí, ¿cómo calificar la imperturbable sere­
nidad e impavidez con que tantos hombres vulgares se han sen­
tado en la silla del poder y arrastrado la pompa de las dignida­
des? ¿Se creyeron muy capaces, o pensaron que eso de gobernar
PRIMERA LECTURA 161

y dictar leyes no requiere estudio ni reflexión y es idéntico a


^cualquier negocio de la vida común? L a silla del poder, señores,
no admite medianía, porque la ignorancia y errores de un hom­
bre pueden hacer cejar de un siglo a una nación y sumirla en
un piélago de calamidades. La ciencia del estadista debe ser
completa, porque la suerte de los pueblos gravita en sus hombros.
Si los gobiernos nada han creado estable y adecuado en ma­
teria de instituciones orgánicas, si nada han hecho por la educa­
ción política del pueblo y han burlado las esperanzas de la
revolución, busquemos también en otra parte el origen de la poca
influencia de las ideas que, como he dicho antes, sobreabundan
en nuestra sociedad.
Es un hecho, señores, que entre nosotros se ha escrito y ha­
blado mucho sobre política; que todas las opiniones, las doctri­
nas más abstractas como las más positivas, han tenido abogados
■hábiles y elocuentes defensores; sin embargo, gran parte de ese
inmenso trabajo ha sido estéril; sólo existe para la historia puesto
que no ha alcanzado viva y permanente realidad.
N os preguntamos otra vez ¿qué faltó a nuestra educación po­
lítica para ser verdaderamente fecunda? A mi juicio, señores,
dirección hábil, dirección sistematizada, dirección elemental. Fal­
taron hombres, que conociendo el estado moral de nuestra socie­
dad y profundamente instruidos quisiesen tomar sobre sí el em­
peño de encaminar progresivamente al pueblo al conocimiento
de los deberes que le imponía su nueva condición social. Falta­
ron escritores diestros que supiesen escoger el alimento adecuado
a su inculta inteligencia, infundirle claras y completas ideas sobre
la ciencia del ciudadano, y hacerlo concurrir con su antorcha al
ejercicio de la augusta soberanía con que lo había coronado
la revolución.
Abundaron, en suma, ciudadanos instruidos, patriotas virtuo­
sos, que henchidos de entusiasmo y buena fe proclamaron, ya
en la tribuna, ya por la prensa, verdades útiles por cierto; pero
cuyo influjo fué efímero, por cuanto ni echaron honda raíz en
la conciencia popular, ni menos tuvieron fuerza para conciliar
los intereses ni uniformar las opiniones de los partidos.
16 2 ESTEBAN ECHEVERRÍA

La prensa, además, en lugar de ser la tribuna de la razón,


fué a menudo la arena en donde las pasiones más bajas se hi­
cieron guerra con dicterios calumniosos y sarcasmos: otras veces
convertida en órgano imprudente de teorías exóticas, cuya inteli­
gencia presuponía conocimiento anterior que no teníamos, cuya
bondad no era, ni podía ser absoluta, cuya aplicación a nuestro
estado social era extemporánea, contribuyó eficazmente a ena­
jenar los ánimos y confundir las ideas.
Representantes, periodistas, ministros, cuidaban más de hacer
alarde de una instrucción fácil de adquirir, de profesar opinio­
nes ajenas y citar autores, que de aplicar al discernimiento de
nuestras necesidades morales y políticas la luz de su propia
reflexión; al progreso de nuestra cultura intelectual su labor
propia; a la consolidación de un orden político permanente, los
elementos de nuestra existencia como pueblo o nación distinta
de las demás.2 Cuando las circunstancias estrechaban, cuando ha­
llaban inscrita en el orden del día una cuestión importante, un
problema vital o una ley orgánica, estando desprovistos del caudal
de luces que suministra la propia reflexión, acudían ansiosos a
buscarlas en los publicistas y autores que tenían a la mano en
la historia o leyes de otros países y corrían ufanos a entrar en lid
con ajenas armas. Veíalos entonces la tribuna o la prensa divi­
didos en tantos bandos como autores habían leído; veíalos, digo,
abogando con calor, al parecer, la causa del pueblo, cuando
sólo defendían obstinadamente las opiniones falibles de un hom­
bre cuyas doctrinas eran el resultado o del examen filosófico de
hechos históricos de otras naciones o sistemas abstractos conce­
bidos por la razón europea. Se gritaba, se disputaba encarniza­
damente; era preciso resolverse; y en el acaloramiento de la
disputa, en los conflictos de la necesidad se adoptaba un partido,
o cada uno se quedaba con su opinión, o se dictaba una ley,
ajustada, si se quiere, a los más sanos principios; pero no al voto
público, pero no a las necesidades y exigencias del país; pero no
fruto sazonado de una robusta, independiente e ilustrada razón.

2 E l que se mezcla en dar instituciones a un pueblo debe saber dominar las


opiniones y procurar gobernar las pasiones de los hombres. R o usseau .
PRIMERA LECTURA 16 3

Este parto monstruoso salía a luz sin fuerza ni vigor, casi exá­
nime y sin vida, lo desconocía y desechaba el sentido popular;
salía a luz para ser hollado y escarnecido, para provocar más y
más el menosprecio de toda ley y de toda justicia y dar. margen
a los desafueros de la anarquía. ¿ Y esto hacían nuestros legis­
ladores cuando su misión era organizar? Sí, señores, lo hacían
de buena fe, porque iban a tientas y se retiraban muy satisfechos,
creyendo haber legislado, como si el legislar consistiese sola­
mente en dictar leyes, y no en que éstas lleven en sí mismas
virtud suficiente para su sanción o ejecución. E l poder de los
legisladores, decía un convencional, Henauld Sechelles, estriba
todo en su genio, y éste no es grande sino cuando fuerza la
sanción y protege las conveniencias nacionales; y observad, seño­
res, que éste no es un cargo ni una acusación, sino referir hechos.
Nuestros padres hicieron lo que pudieron: nosotros haremos lo
que nos toca.
Léanse nuestros estatutos y constituciones orgánicas, documen­
tos en que debe necesariamente haberse refundido toda la ciencia
política de nuestros legisladores y se verá, aunque es duro de­
cirlo, cuán a tientas hemos andado y cuán poco podemos enva­
necernos de nuestra ilustración. ¿Qué resultó de este extravío
de los legisladores y escritores que pretendieron ilustrar la opi­
nión? A la vista, señores, está. Sobreabundan, como he dicho
antes, las ideas entre nosotros; pero éstas son la mayor parte erró­
neas, incompletas, porque el verdadero saber no consiste en tener
muchas ideas sino en que sean sanas y sistematizadas y consti­
tuyan un fondo de doctrina o una creencia, por decirlo así,
religiosa para el que las profesa. M ás vale ignorancia que ciencia
errónea, pues el que ignora puede aprender; y es difícil olvidar
errores para adquirir verdades. ¿Qué más resultó de ahí, señores?
Confusión, caos, anarquía moral de todas las inteligencias. Cada
uno poseyendo un fragmento de teoría, una idea vaga y vacilante,
una chispa de luz, se creyó sabio y en plena posesión de la ver­
dad. Cada cual se juzgó capaz de hablar con magisterio, porque
podía articular algunas frases pomposas que no entendía, y ha­
bía recogido de paso en la prensa, en la tribuna o los libros
164 ESTEBAN ECHEVERRÍA

mal traducidos. Todos en suma pensaron que nada más obvio,


más fácil, nada que menos exigiese talento, estudio y reflexión
que sentarse en la silla del poder a presidir los destinos de un
gran pueblo. Y o podría, señores, preguntaros cuáles son los prin­
cipios de nuestro credo político, filosófico y literario; podría ha­
cer la misma pregunta a esa multitud de hombres doctos tan
vanos de suficiencia y avaros de su saber. ¿Qué me contestarán?
El uno yo soy utilitario con Helvecio y Bentham, el otro yo
sensualista con Locke y Condillac; aquél, yo me atengo al eclec­
ticismo de Cousin; éste, yo creo en la infalibilidad de Horacio
y de Boileau; muchos con Hugo dirán que ésta es absurda. Cada
uno en suma daría por opiniones suyas las de su autor o libro
favorito. ¿Se cree acaso que la ciencia consiste en leer mucho,
tener memoria y saber traer a cuento un texto o una cita? N o,
señores, la verdadera ciencia es el fruto de la doble labor del
estudio y la reflexión. El verdadero ingenio no es erudito ni
pedante; hace sí uso de la erudición para robustecerse y agran­
darse; pero no suicida su inteligencia convirtiéndose en órgano
mecánico de opiniones ajenas. Nuestros sabios, señores, han es­
tudiado mucho pero yo busco en vano un sistema filosófico,
parto de la razón argentina y no lo encuentro; busco' una lite­
ratura original, expresión brillante y animada de nuestra vida
social, y no la encuentro; busco una doctrina política conforme
con nuestras costumbres y condiciones que sirva de fundamento:
al Estado, y no la encuentro. Todo el saber e ilustración que
poseemos no nos pertenece; es un fondo, si se quiere, pero no
constituye una riqueza real, adquirida con el sudor de nuestro
rostro, sino debida a la generosidad extranjera. Es una vesti­
dura hecha de pedazos diferentes y de distinto color, con la cual
apenas podemos cubrir nuestra miserable desnudez. Y o no dudo,
y debo creerlo, pues lo oigo a menudo repetir, que nuestro país
cuenta con talentos distinguidos, con muchos hombres de luces;
pero, señores, esa tan decantada sabiduría ¿por qué no sale a
luz, por qué no muestra sus obras? ¿De qué sirve al país, mien­
tras permanece encerrada como una ciencia oculta y misteriosa
destinada solamente a los adeptos? ¿De qué nos sirve a nos­
PRIMERA LECTURA 165

otros, que andamos en tinieblas y descaminados por falta de luz?


¿Dónde están los testigos fehacientes de ella; o estamos en tiem­
pos todavía de creer en diplomas de sabiduría y sobre la palabra
de los interesados como cuando nadie se atrevía a dudar de la
infalibilidad de Aristóteles y del Papa? Hemos visto al contrario
.que cada vez que el vaivén de la revolución ha puesto a esos
hombres en posesión de hacer alarde de su saber y con todos
los elementos necesarios para obrar el bien del país, no han co­
metido sirio desaciertos y burlado miserablemente sus esperanzas.
¿A qué debemos atenernos? ¿A lo que dice o piensa el vulgo
sobre su intrínseco mérito, o a lo que depone contra ellos el
testimonio elocuente y doloroso de los hechos y desastres de
la revolución, y la situación presente de nuestra mísera patria?
Ellos contestarán si pueden. Entretanto, si como es probable ca-
’ duca y muere esa ciencia sin haber producido frutos, ¿será digno
de hombres, será digno de los [hijos de los} héroes de la inde­
pendencia echarse a dormir esperando en la incertidumbre. El
tiempo no da espera, él nos llama a trabajar por la patria; acuda­
mos, como nuestros padres de Mayo y Ju lio . . .
Si bajamos de la clase que se llama ilustrada al pueblo, a
las masas, [qué encontraremos! La ignorancia ínfima, sin nin­
gún medio para salir de ella; ninguna noción de derechos y
deberes sociales, ni de patria, ni de soberanía ni de libertad;
cuando más las palabras; porción de preocupaciones absurdas;
buena índole, pero costumbres depravadas por la anarquía y la
licencia y retroceso más bien que progreso en esta parte. El po­
bre pueblo ha sufrido todas las fatigas y trabajos de la revolu­
ción, todos los desastres y miserias de la guerra civil y nada,
absolutamente nada, han hecho nuestros gobiernos y nuestros
sabios por su bienestar y educación. Nuestras masas tienen casi
íodas los vicios de la civilización sin ningunas de las luces que
las modera. Pero alejemos, señores, la vista de verdades tan amar­
gas, para todo buen argentino.
Todas las doctrinas, todos los sistemas y opiniones tienen,
si se quiere, partidarios hábiles en nuestra sociedad; pero coexis­
ten en el caos los primitivos elementos de la creación; y así
166 ESTEBAN ECHEVERRÍA

permanecerán en lucha hasta que resuene el fiat omnipotente y


generador, hasta que aparezca el genio destinado por la Pro­
videncia a enfrenarlos y a infundirles vida nacional y americana.
Y ¿qué hará, señores, ese genio predilecto? Beberá en las fuen­
tes de la civilización europea, estudiará nuestra historia, exami­
nará con ojo penetrante las entrañas de nuestra sociedad y enri­
quecido con todos los tesoros del estudio y la reflexión, procurará
aumentarlos con el caudal de su labor intelectual para dejar en
herencia a su patria obras que la- ilustren y la envanezcan. Hasta
entonces, señores, el influjo de las ideas será casi nulo y con­
tribuirá muy escasamente al progreso intelectual de nuestra so­
ciedad; porque es ley providencial revelada en la historia: que
para que las ideas triunfen de la preocupación, la ignorancia y
la rutina, para que se esparzan, arraiguen y predominen en los
espíritus, es preciso que se encarnen en un hombre, en una secta
o en un partido, de cuya inteligencia brotarán, como Minerva,
de la fuente de Júpiter, revestidas de hermosura, prestigio e
irresistible prepotencia.
Ved, señores, el cristianismo consumando a un tiempo la ruina
del mundo antiguo y echando el cimiento de la sociedad mo­
derna. ¿ Y qué otra cosa es el cristianismo, hablando humana­
mente, sino la sabiduría de los siglos encarnada en Jesucristo?
V ed en el siglo XV la filosofía renaciendo de la cabeza de al­
gunos pensadores solitarios: más tarde Lutero luchando cuerpo
a cuerpo con el coloso decrépito del Vaticano y aniquilando su
infalibilidad; el siglo xvra, que no e? más que una secta de
filósofos engendrando todas las revoluciones modernas y una
nueva era de la humanidad en el xix, Hugo y su escuela eman­
cipando el arte; y entre nosotros, señores, cuatro hombres, en
Mayo, haciendo brotar de la nada una nación; y Bolívar, des­
collando sobre tantos héroes, como el genio marcial de la inde­
pendencia americana. Si lo que acabo de asentar es una verdad
incontestable, resulta que el triunfo y predominio de un partido
importa más a nuestro progreso político que la coexistencia de
muchos siempre en lucha encarnizada y por lo mismo cada día
más extenuados e impotentes.
PRIMERA LECTURA 16 7

Os Be bosquejado, señores, el carácter de nuestra época y el


estado de nuestra cultura intelectual. Ahora bien, en vista de esos
antecedentes, ¿qué debemos hacer, cuál será nuestra marcha? ¿Se
cree acaso poder con escombros , y ripio echar los cimientos de
un grande y sólido monumento? ¿Se piensa con vagas e incom­
pletas ideas, con teorías exóticas, con fragmentos de doctrinas
ajenas, echar la base de nuestra renovación social? ¿Podremos
persuadirnos que con tai débil apoyo, entraremos con paso firme
en las vías del progreso y en la grande obra de realizar las mi­
ras de la revolución? N o nos alucinemos. N o nos basta el en­
tusiasmo y la buena fe; necesitamos mucho estudio y reflexión,
mucho trabajo y constancia: necesitamos sobre todo mucha pru­
dencia y método para no descarriarnos y caer en los extravíos de
nuestros antecesores. Hagamos de cuenta que nada nos sirve la
instrucción pasada sino para precavernos; procuremos, como D es­
cartes, olvidar todo lo aprendido, para entrar con toda la energía
de nuestras fuerzas en la investigación de la verdad. Pero no de
la verdad abstracta sino de la verdad que resulte de los he­
chos de nuestra historia, y del conocimiento pleno de las cos­
tumbres y espíritu de la nación. Procuremos hacer uso de nuestra
libre reflexión, que es el principio y fin de la filosofía. Si es­
tamos en la época reflexiva, que nuestros pasos sean calcula­
dos y medidos. Nuestra marcha será lenta, pero segura. H a­
bremos emprendido una obra que los hijos de nuestros hijos
consumarán.
Sacudamos, entretanto, el polvo a nuestra pereza, rompamos
la venda a nuestra presuntuosa ignorancia, confesemos ingenua­
mente que después de 26 años de vida política sólo tenemos
por resultado positivo la independencia, que nuestra literatura y
nuestra filosofía están en embrión; que nuestra legislación está
informe y la educación del pueblo por empezar; que en política
hemos vuelto al punto de arranque, y que, en fin, con nada o
muy poco contamos para poner mano a la empresa de la eman­
cipación de la inteligencia argentina. Estudios profundos, con­
fianza varonil en nuestras fuerzas, y marchemos. N ada se ha
hecho para lo que queda sin hacer. La obra debe renovarse o
168 ESTEBAN ECHEVERRÍA;

más bien empezarse desde el cimiento. N o han faltado operarios


en ella, pero todos, más bien intencionados que hábiles, han visto
desmoronarse el edificio aéreo que fabricó su imprudencia. V i­
vamos como vivimos, vegetando; renunciemos a la dignidad de
hombres libres, si hemos de estrellarnos en los errores pasados.
N o vengamos a renovarlos, a malgastar el tiempo, y a sembrar,
como nuestros antecesores, esperanzas para recoger desengaños
amargos. Debemos buscar los materiales de nuestra futura gran­
deza, en la ilustración del siglo; sin eso no hay salud; sin eso
será frágil y caerá a plomo. Nuestra sociedad necesita empuje,
y empuje vigoroso para alcanzarla, pero trabajando con tesón
será nuestra. E l tiempo da espera, si no a nosotros, a las gene­
raciones venideras, cuya herencia y porvenir están vinculados en
los esfuerzos de la generación presente. N o consintamos que ellas
lloren y maldigan nuestra pereza y desidia, como nosotros llora­
mos y maldecimos los extravíos de nuestros padres y sufrimos
el castigo de ajena culpa. N o cuando en todos los ámbitos de la
tierra la humanidad se mueve y marcha permanezcamos inmobles.
Hinquemos la consideración en esta idea: que Dios al dotar al
hombre de inteligencia y darle por teatro la sociedad, le impuso
la obligación de perfeccionarse a sí mismo, y de consagrar sus
esfuerzos al bienestar y progreso de su patria y sus semejantes;
y llenos de buena fe y entusiasmo, amparándonos de los tesoros
intelectuales que nos brinda el mundo civilizado, por medio del
tenaz y robusto ejercicio de nuestras facultades, estampemos en
ellos el sello indeleble de nuestra individualidad nacional. A l
conocimiento exacto de la ciencia del siglo x ix deben ligarse nues­
tros trabajos sucesivos. Ellos deben ser la preparación, la base,
el instrumento en suma, de una cultura nacional verdaderamente
grande, fecunda, original, digna del pueblo argentino, la cual
iniciará con el tiempo la completa palingenesia y civilización de
las naciones americanas.
En otra lectura demostraré, que, por lo mismo que estamos
en la época reflexiva y racional, nuestra misión es esencialmente
crítica porque la critica es el instrumento de la razón.
SEGUNDA LECTURA

Señores:
En la anterior lectura bosquejando el estado de nuestra cul­
tura intelectual, de la cual nos proponemos hacer un completo
y circunstanciado inventario, hemos deducido: que no tenemos
ni literatura ni filosofía; que nuestro saber político nada esta­
ble y adecuado ha producido en punto a organización social; que
nuestra legislación está informe; que de ciencias positivas apenas
sabemos el nombre; que la educación del pueblo no se ha empe­
zado; que existen muchas ideas en nuestra sociedad pero no un
sistema argentino de doctrina políticas, filosóficas, artísticas; que,
en suma, nuestra cultura intelectual permanece en estado em­
brionario, y que con nada o muy poco contamos para iniciar Ja
grande obra de la emancipación de la inteligencia argentina.
Ahora bien, ¿cómo daremos principio a ella? ¿De qué mate­
riales nos valdremos? He aquí la cuestión que me propongo
ventilar antes de hablaros 'de la Crítica.
Señores: se ha escrito ya: los elementos que constituyen la
civilización humanitaria son: el elemento industrial, el científi­
co, el religioso, el político, el artístico, el filosófico. N o hace
a nuestro propósito estudiarlos desde su origen en la sociedad
primitiva, siguiendo su desarrollo en el tiempo o en la vida de
la humanidad. Los tomaremos tales como los presentan la civili­
zación del siglo y las actuales conclusiones de la filosofía. Basta
decir que en las grandes civilizaciones, en la civilización asiática
y en la europea, estos elementos coexisten, no en un completo
desenvolvimiento porque la vida de la humanidad es infinita,
sino en un grado inmenso y multiforme de desarrollo, y que
algunos de ellos ya en este o aquel clima europeo, han progre­
sado más que en otro según las circunstancias, modo de ser so­
cial y espíritu de cada nación.
170 ESTEBAN ECHEVERRÍA

En las sociedades nuevas como la nuestra, es claro que estos


elementos deberán manifestar su acción o desarrollarse gradual­
mente, porque un pueblo que empieza a vivir es como un hom­
bre cuyas facultades se van sucesivamente manifestando y ejerci­
tando hasta que llega a completa madurez, y porque, según las
necesidades físicas y morales que una sociedad experimenta en
su vida, van los hombres aplicando la energía y actividad de su
inteligencia y sus brazos a encontrar los medios de satisfacerlas.
A sí, pues, el desarrollo de estos elementos es normal en cada
sociedad y sigue una ley necesaria en relación con el espacio y
el tiempo. Nosotros no podemos abrigar la quijotesca pretensión
de poseer en el día todo el caudal de luces industriales, filosó­
ficas, políticas, artísticas de la Europa civilizada; porque nuestra
sociedad comienza a vivir; pero marchamos a su conquista. Cada
cosa tiene su tiempo, y cada ser animado, cada hombre, cada
pueblo, destinado por la Providencia a progresar, o lo que es
lo mismo, a ejercer la actividad de su vida, debe hacerlo en los
límites incontrastables del tiempo. '
E l estado, por consiguiente, embrionario de nuestra civiliza­
ción es y debe ser normal; y esta confesión no debe humillarnos
ni desalentarnos. N o está por eso cerrado para nosotros el ca­
mino del más alto y perfectible progreso. Pertenecemos a una
raza privilegiada, a la raza caucasiana, mejor dotada que ninguna
de las conocidas, de un cráneo extenso y de facultades intelec­
tuales y perceptivas. Dejamos atrás pocos recuerdos y ruinas, te­
nemos delante, como el joven adolescente, un mundo de espe­
ranzas y una fuente inagotable de vida, y marchamos a la vista
de Dios en busca de un porvenir incógnito. ¿Quién podrá de­
tener nuestra marcha? Quizá el nuevo mundo sea el taller de una
nueva civilización y el grandioso templo augusto donde la Pro­
videncia revele sus recónditas miras sobre los destinos de la
humanidad.
Verdad es que desde la revolución acá poco hemos adelantado;
pero no será difícil reparar él tiempo perdido si dejamos la
pereza heredada de nuestros abuelos y trabajamos con tesón en
SEGUNDA LECTURA 171

fecundar en nuestra patria los elementos de la civilización más


conforme con su estado y necesidades actuales.
Para que nuestras tareas sean verdaderamente fecundas es pre­
ciso circunscribirlas a la vida actual de nuestra sociedad, a las
exigencias vitales por el momento para el país. N o abundan aquí
como en Europa los operarios de la obra civilizadora. A llí mien­
tras multitud de talentos traen cada uno una piedra al grande
edificio que descansa ya sobre sólidos cimientos, otros se entre­
tienen solitarios en profetizar su grandeza y hermosura. El nues­
tro no tiene todavía comienzo, está por empezar, los materiales
son escasos y los operarios en corto número. ¿Emplearíamos nos­
otros nuestro sudor en fabricar un edificio aéreo, empezando por
la techumbre, violando la ley del tiempo y usurpando sus dere­
chos a las generaciones venideras? Aunque quisiéramos no podría­
mos hacerlo porque somos muy débiles.
Dejémonos de utopías y de teorías quiméricas para el por­
venir. Harto haremos con satisfacer a las exigencias actuales de
nuestro país. Consagrando a este objeto nuestras fuerzas, prepa­
remos al porvenir, y a nuestros hijos la tierra donde sembrarán
y recogerán opimos y delicados frutos. Los padres plantan el oli­
vo y el dátil para los hijos de sus hijos (L an d o). Cada hombre,
cada generación tiene una misión que resulta del estado actual
de la sociedad que le engendra y de cuya vida, votos, deseos y
esperanzas-participa. Nuestro primer deber, pues, debe ser para
nosotros, generación nueva y robusta, observar qué deseos, qué
esperanzas, qué necesidades manifiesta nuestra sociedad actual­
mente y qué género de luces imperiosamente demanda; en qué
forma y de qué modo exige desarrollarse cada uno de los ele­
mentos de la civilización que he enumerado.
Comenzaré por aquellos que a mi juicio más importan, y ha­
blaré primero del elemento industrial, porque la industria es
fuente de la riqueza y poder de las naciones.
La industria es el trabajo o la actividad humana aplicándo­
se a modificar y transformar la materia, a remover los obstáculos
que la estorban y a hacer propio y útil a su bienestar cuantas
cosas le brinda la creación inerte y la organizada. La industria
172 ESTEBAN ECHEVERRÍA

está siempre en relación con las necesidades de un pueblo porque


es hija de la necesidad. Aumentar las necesidades de un pueblo,
hacerle conocer las comodidades, es aguijonearle para que sea in­
dustrioso. La industria de los salvajes se confunde con la de los
brutos. La dé nuestra sociedad es mezquina, porque a pesar de
que conocemos gran parte de las necesidades de los pueblos
europeos, nos faltan medios para satisfacerlas. N o bastan, pues,
las necesidades para que la industria progrese, se necesitan tam­
bién otros resortes, otros elementos para agrandarla y vivificarla.
Estos medios son los brazos, los capitales y el espíritu de aso-
. dación.
El humilde artesano puede en su taller bastarse a sí mismo
para ganar lo suficiente para la vida y satisfacer sus limitados
deseos; pero las grandes operaciones de la industria fabril, mer­
cantil, agrícola, exigen capital y brazos. Nosotros carecemos de
uno y de otros, y de aquí resulta que tengamos que mendigar
del extranjero lo necesario en estos ramos para satisfacer nues­
tras necesidades, dándole en cambio los escasos productos de
nuestra industria.
Si carecemos de esos indispensables elementos para promover
con suceso esos géneros de industria, debemos aplicarnos a fo ­
mentar aquellos que existen ya y han tomado grande incremento;,
tales son, la industria agrícola y el pastoreo.
La industria, además, está en relación con las localidades. U n :
pueblo que habita las montañas no ejerce los mismos géneros de
industria que uno que habita los valles. Esta nación está desti­
nada por la naturaleza a dar un poderoso ensanche a la indus­
tria mercantil ligada con la fabril; aquélla a la manual. Ginebra
se enriquece con sus relojes, Inglaterra con sus manufacturas, el
Brasil con su azúcar y algodón; nosotros enriquecemos con nues­
tras pieles y granos, y aglomeraremos capital para llevar con el
tiempo nuestra actividad a otra clase de industrias. Pero nosotros
no hemos aprendido todavía a sacar todo el partido que pode­
mos de nuestras vastas y fértiles llanuras. Verdad es que los
campos y haciendas han tomado después de la revolución un
valor infinitamente mayor que el que antes tenían, merced a la
SEGUNDA LECTURA 173

libertad de comercio; pero este valor no es debido a ninguna


transformación ni mejora en la cría de animales ni en los pro­
ductos de nuestra industria, sino a la concurrencia del extranjero
en demanda de esos frutos, y al aprecio y estimación que de ellos
hace. Debemos esa riqueza, más a la naturaleza que a nuestra
industria y trabajo. Sin embargo, no puede negarse que el espí­
ritu de mejora y progreso se va introduciendo en nuestras faenas
rurales, que se abandonan viejas rutinas y que sin duda ellas
ofrecen más lucro, empleándose en explotarla mayor número de
capitales y de hombres activos e inteligentes; que el orden, la
actividad y la economía se van introduciendo en nuestros campos
y que ellos prometen ser la fuente inagotable de nuestra futusa
grandeza. Pero también, esforcémonos para que los productos
de los animales que se crían en nuestros campos, aun brutos y
sin beneficio alguno, los elabore y transforme la industria in­
dígena para darles el valor que el extranjero les da en su país
y del cual los recibimos manufacturados por doble o mayor precio
de aquel a que los hemos vendido.
He aquí el modo de ensanchar la esfera de nuestra industria,
empleando las materias que tenemos a mano. ¿Quién duda que
las pieles de vacuno y caballar podrían salir curtidas y prepa­
radas de nuestro mercado? ¿Que las crines y lanas podrían be­
neficiarse y adquirir más precio que el que tienen? Lo que gana
el curtidor, el limpiador y el escardador europeo, nosotros po­
dríamos ganarlo. N o nos hallamos en estado de fabricar con
nuestras lanas paños, ni con nuestras pieles y crines cosas útiles,
porque nos faltan elementos; pero la industria puede imprimir­
les más valor, aumentando su precio antes de ponerles en manos
del extranjero.
M i objeto, como veis, es anunciar que para que nuestra indus­
tria progrese de un modo normal y seguro es preciso que echan­
do mano de las materias primeras que ofrece nuestra tierra, la
transforme y beneficie cuanto sea dable, les imprima un valor y
estimación, y así los expenda al extranjero, y nadie negará que
esto es muy realizable en todos y con todos los productos vacunos
y lanares; es preciso que no malogre su trabajo en grandes em­
174 ESTEBAN ECHEVERRÍA

presas de lucro dudoso y que exigen elementos que no tienen;


que antes de ser fabril y mercantil procure ser rural pero no
como hoy día sino extendiendo su acción y especulaciones; que
antes de construir canales y puertos, piense en mejorar los cami­
nos, en facilitar los medios de transporte, en remover las infini­
tas trabas naturales que se oponen a su desarrollo, que se afane
más para fundar el resultado de sus especulaciones en el cálculo
y la diligencia y la actividad, que se ponga a cubierto de las
inclemencias de la naturaleza, que cave pozos, que construya
aguadas permanentes para abrevar sus haciendas, que no se entre­
gue a la Providencia, sino que confíe en su trabajo y diligencia,
que a esas cosas da Dios el galardón.
Doloroso es ver que nuestra industria rural, ahora como antes
de la revolución, esté sujeta a los movimientos de la atmósfera.
Si no llueve, su vida se agota, nada produce: los animales se
mueren y las sementeras se esterilizan. La principal fuente de
nuestra riqueza se convierte en manantial de miseria y calami­
dades y que lo deberemos todo siempre a la naturaleza y al acaso.
¿No podrán arbitrarse medios, si no para evitar, al menos para
minorar esos males y hacer menos precaria la suerte de nues­
tros industriales? Si los individuos no lo pueden, a los gobier­
nos toca como instituidos para el bien y prosperidad común,
emplear los caudales que emplean en vanas e improductivas em­
presas, en fomentar, proteger y estimular la industria. Y o sé bien
que el interés individual es casi siempre el mejor consejero de
la industria; pero también conozco que un pueblo como el nues­
tro donde se vive con poco porque se desea poco, el interés in­
dividual suele dormirse y necesita el estímulo de la autoridad.
Además, está acostumbrado por la indolencia de nuestros padres
a esperarlo todo de la P roviden cia.. .
L a industria que no se vale activamente a sí misma para pro­
ducir, no es industria, es el apetito del salvaje que sólo se mueve
para recoger el fruto o perseguir la caza. Por lo demás, lo que
la industria requiere para prosperar no son restricciones y trabas
sino fomento y libertad. La libertad es un derecho suyo natural.
SEGUNDA LECTURA 175

Cada hombre puede ejercer la que le parezca 7 del modo que


le parezca, con tal que no dañe el derecho de otro a la misma
libertad. Otorgar privilegios, poner restricciones es destruir la
igualdad y la libertad, sofocar las facultades del hombre, y violar
un derecho sagrado suyo, y atentar a la más sagrada de las pro­
piedades, su sudor, su trabajo personal.
¿Qué pediremos, pues, nosotros para la industria? Libertad,
garantías, protección y fomento por parte de los gobiernos. Sólo
en estas condiciones nuestra industria puede p ro gre sa r.. .
Ütil e interesante será indagar las transformaciones que ha
sufrido el valor de la propiedad rural y bestial desde fines del
siglo pasado hasta hoy; calcular el número de animales que exis­
tía entonces en nuestros campos, el que la guerra civil y él que
la seca ha destruido sin fruto, el consumido productivamente en
este período y el que hoy existe. A sí podríamos averiguar si
en punto a riqueza debemos algo a la revolución o si en éste
como en otros muchos hemos más bien retrogradado. Averiguar
también la población de entonces y de ahora, el valor de las prin­
cipales mercancías peninsulares que se consumían entonces y el
que han tomado nuevamente las extranjeras desde la revolución.
Calcular la riqueza, lo que se insumía en esa época en objetos
de primera necesidad peninsulares y la que se insume hoy en
los mismos, para ver hasta qué punto han aparecido nuevas
necesidades en nuestra sociedad y se han extendido en ella las
comodidades. SÍ contamos hoy con más riqueza real que en aque­
llos tiempos cuando circulaba mucho oro y plata y estaba a granel
en las casas. Si el sistema prohibitivo colonial era más produc­
tivo de riqueza que el comercio libre, etc.
Estos datos y otros muchos podrían engendrar con el tiempo
una ciencia económica verdaderamente argentina, y estudiada
nuestra industria, la ilustraría con sus consejos y le enseñaría la
ley de la producción. Por más que digan los economistas euro­
peos, lo que ellos dan por principio universal y leyes invaria­
bles en el desarrollo de la riqueza y la industria, no son más
que sistemas o teorías fundadas sobre hechos, es verdad, pero
176 ESTEBAN ECHEVERRÍA;

tomados de la vida industrial de las naciones europeas. Ninguno


de ellos ha estudiado ilna sociedad casi primitiva como la nues­
tra, sino sociedades viejas que han sufrido mil transformaciones
y revoluciones, donde el hombre ha ejercido la actividad de su
fuerza, donde la industria ha hecho prodigios, donde sobreabun­
dan los capitales y los hombres, y donde existen en pleno des­
arrollo todos los elementos de la civilización. Verdad es que
ellos han descubierto porción de verdades económicas que son de
todos los tiempos y climas; pero si se exceptúan ellas, de poco
pueden servirnos sus teorías para establecer nada adecuado a
nuestro estado y condición social. Además, cada economista tiene
su sistema, y entre sistemas contradictorios' fácil es escoger en
abstracto, pero no cuando se trata de aplicar a un país nuevo
en donde nada hay estable, todo es imprevisto y dependiente de
las circunstancias, de las localidades y de los sucesos; en donde
es necesario muchas veces obrar contra la corriente de las cosas
por ajustarse a un principio cuya verdad no es absoluta.- H e­
mos sin embargo visto, en nuestras asambleas, como en política,
disputar en economía, cuando se trataba de fundar un impuesto,
de arbitrar medios para el erario, de establecer bancos, etc., a
nombre de tal o cual economista; echar mano de la economía
europea para deducir la economía argentina sin tener en consi­
deración nuestras localidades, nuestra industria, nuestros medios
de producción, casi ninguno de los elementos que constituyen
riqueza y nuestra vida social. A sí las providencias de nuestros
legisladores a este respecto unas veces han sido ineficaces o ilu­
sorias como en la contribución directa, otras han producido más
mal que bien como el Banco y el papel moneda, y ninguna
ha tenido en mira poner a cubierto al estado de insolvencia,
y de no poder hacerse nada por falta de recursos pecuniarios
en caso de bloqueo o guerra con alguna potencia extranjera, es­
tableciendo un impuesto sobre bases sólidas, permanentes, y no
sobre el recurso precario de la s , importaciones y exportaciones
extranjeras.
Además este impuesto indirecto no sólo es precario sino mons­
SEGUNDA LECTURA 177

truosamente injusto porque recae principalmente sobre el ma­


yor número de consumidores, sobre los pobres. ¿Pero cuándo
nuestros gobiernos, nuestros legisladores se han acordado del pue­
blo, de los pobres? ¿Cuándo han echado una mirada compasiva
a su miseria, a sus necesidades, a su ignorancia, a sus industrias?
Nada, absolutamente nada han hecho por él, y antes al con­
trario, parece haberse propuesto tratarlo como a un enjambre
de ilotas o siervos.
Los habitantes de nuestra campana han sido robados, saquea­
dos, se les ha hecho mat^r por millares en la guerra civil. Su
sangre corrió en la de la Independencia, la han defendido y
la defenderán, y todavía se les recarga con impuestos, se les
pone trabas a su industria, no se lés deja disfrutar tranquila­
m e n te de su trabajo, única propiedad con que cuentan mientras
los ricos huelgan.
Se ha proclamado la igualdad y ha reinado la desigualdad más
■■espantosa: se ha gritado libertad y ella sólo ha existido para un
cierto número; se han dictado leyes, y éstas sólo han protegido
al poderoso. Para los pobres no han hecho leyes,ni justicia, ni
■ derechos individuales, sino violencia, sable, persecuciones injus­
tas. Ellos han estado siempre fuera de la ley.

Sabido es que la labranza o industria agrícola entre nosotros


I está reducida a la siembra del trigo y maíz, y que la mayor parte
de los que ejercen esta industria son unos pobres labradores
que no cuentan con más capital que el arado y sus bueyes, un
campo,' las más veces arrendado y su trabajo personal. El pri­
mer renglón de subsistencia de la Provincia, depende del buen
éxito del trabajo de esos pobres labradores. Entretanto ese hom­
bre esperó exclusivamente de la bondad del año. Si hay seca
o mucha lluvia en ciertas épocas, la cosecha se pierde; si viene
plaga de langosta la cosecha se pierde; y si en la sementera ha
brotado mucha maleza, la cosecha es mala. Ella depende, en fin,
178 ESTEBAN ECHEVERRÍA

de m il accidentes que pueden sobrevenir y que la industria ni


precave ni estorba con su diligencia.
M alograda la cosecha, los infelices pierden su trabajo, se em­
peñan sobre el fruto de su trabajo venidero para poder subsistir
mientras llega el tiempo; y lejos de hacer ahorros para acumular
riquezas, nunca salen de la miseria. Si la cosecha es buena, o ha
sido bueno el año, unos para recoger su trigo, piden prestado;
otros enajenan el derecho de recogerlo a medias; otros lo venden
en la sementera, porque ninguno tiene recursos para hacer frente
a los gastos de levantarla. Contados son los que llevan su trigo
(por los crecidos gastos de transporte) y logran un precio aco­
modado por su trabajo.
A quí vemos dos hechos: por una parte, los labradores sin ga­
rantía ninguna de buen éxito y adelanto en su industria, y por
otra parte la subsistencia de esta provincia pendiente del preca­
rio trabajo de esos labradores y de los accidentes naturales que
pueden malograrlo. ¿ Y es posible que no se hayan tomado pro­
videncias por nuestros gobiernos para fomentar este ramo de
industria? ¿Es posible que tierras tan fértiles como las nuestras,
consagradas únicamente al pastoreo y siembra de trigo y maíz,
apenas produzcan lo suficiente para el consumo de la Provincia,
cuando podían abastecer medio mundo? ¿Es posible que cuando
la cosecha es mala media población no coma pan, y la otra
media, caro y malo?
¿No podrían, tantos caudales consumidos en vanas empresas,
ser empleados en establecer emigraciones regulares en las tierras
de chacras? ¿No podrían estimularse y protegerse a los labra­
dores industriosos que no tienen campo de propiedad suya, dán­
doles suertes de chacras que se han malvendido? ¿N o podría
premiarse a los más diligentes, suministrándoles recursos para
cosechar, con un fondo público que se destinase a este objeto
para que no malgastasen y empeñasen su trabajo, e hiciesen aho­
rros?
Pero lejos de hallar protección en los gobiernos, ios labra­
dores, la industria rural no encuentra sino inestabilidad y des-
seg u n d a lec t u r a 179

alieí-to. E l estado de guerra en que nos hallamos desde la revo­


lución y con los salvajes y aun con nosotros mismos, y el ré­
gimen militar que reina en la cam p añ a.. . 3
4

renta que será progresiva a medida que aumentare el valor de


Jos terrenos. La propiedad territorial que como la única, al me­
nos es la primera que debe imponerse en nuestra provincia por­
que ella es la más productiva y la que recompensa con más creces,
en rigor de verdad, la industria del hombre. Los capitales que
más pagan en el día son los que menos producen y están más
sujetos a las pérdidas irreparables. Cuando se piense entre nos­
otros, en fundar un impuesto sobre bases sabias, sólo lo encon­
trarán en nuestros campos, fuente inagotable de nuestra riqueza.

3 "Hasta aquí llegan los fragmentos de esta lectura, los únicos que hemos
podido descifrar entre los manuscritos, confusos y desordenados, que tenemos
a la vista.” {Nota de J. M . Gutiérrez al publicar esta lectura por vez pri­
mera en 18 7 3.}
* Este pequeño párrafo, del cual nos ha resultado imposible descifrar el
.comienzo, se encuentra escrito en una hojílla suelta de los manuscritos perte­
necientes a Echeverría. [Esta nota corresponde a la citada edición crítica del
Dogma Socialista publicada por la Universidad Nacional de La Plata.]
A P É N D IC E
CARTA DE D. FLORENCIO V ARELA A
D. JU A N M ARIA GUTIÉRREZ

Montevideo, i ? de agosto de J 8 ^7 .

Sr. D. Juan María Gutiérrez,

Queridísimo amigo:
: Tiene usted razón cuando cree que sólo algún motivo insuperable
puede hacer que yo converse con usted más a menudo. Mi última
enfermedad, y el atraso de mis negocios, consiguientemente a ella,
no me han dado lugar para contestar sus dos últimas cartas; y aún
ahora mismo muy poco más haré que acusarle recibo de ellas.
Por la primera me anuncia usted el establecimiento y apertura
del Salón de lectura, y me acompaña usted los discursos, que en esa
ocasión se pronunciaron. Usted, Juan María, puede comprender me­
jor que otros el interés que yo tomo en los progresos de la inte­
ligencia, en nuestro país, y el placer que me causa cualquier mejora
que tienda a promover esos progresos. Esto le explicará a usted cuánto
me ha complacido la fundación de ese nuevo establecimiento. Pero
temo que ese placer no sea duradero; porque preveo un término no
muy remoto a la institución del señor Sastre. Y o creía que había más
cooperadores, más personas interesadas en su sostén, que las que veo
hasta ahora, y eso es para mí de mal agüero. Después de eso, amigo
mío, me parecen capacidades muy heterogéneas, si así puede decirse,
las que ahí se reúnen. Por supuesto que De Ángelis va a que los
demás le aplaudan y a reírse, y mofarse de todos: conozco profun­
damente su carácter, como literato; y nada me ha sorprendido ver,
en una carta de ésa, la burla que hace de algunos de los discursos
que se pronunciaron. De ese caballero no esperen ustedes cooperación
eficaz y sincera.
Don Vicente López y Planes no puede pertenecer a las ideas que
ustedes tratan de promover: sus estudios, su carácter, sus hábitos, sus
trabajos pertenecen a la Generación que ustedes quieren (sin razón
a juicio mío), alejar de la escena.
184 CARTA DE F. VARELA A J". M. GUTIERREZ'

N o conozco, los extranjeros que usted me nombra, y no puedo


juzgar de su cooperación..
La del joven Alberdi no puede ser ninguna. Se ha apresurado
muchísimo a escribir, y publicar antes de estudiar; y ha perdido
completamente, en mi sentir, el sendero bueno; y el lugar que hoy
debía ocupar, para subir después a otro más alto. Tengo que re­
prochar a usted, entre otros, el haber contribuido a extraviar aquel
joven, en cuya capacidad tenía yo grandes esperanzas. Nada pierde
más a un joven que los elogios inmerecidos; y usted ha elogiado,
bajo su firma, y en público, producciones de aquél, que usted mismo
debía juzgar muy malas. Eso no es[tá} bien hecho: el que ama la cien­
cia, y la verdad; el que desea los progresos de sus conciudadanos,
no debe contentarse, con poner de su caudal, lo que pueda por ilus­
trarlos, debe también aconsejar, dirigir al extraviado; y sobre todo,
no empeñarle más en su error mostrándole, como aciertos, los ex­
travíos más notables.
Los esfuerzos del señor Echeverría, de usted, y de otros, sosten­
drán por algún tiempo el establecimiento; pero luego no bastarán
porque no podrán soportar solos la carga.
En cuanto a los discursos, diré a usted, muy rápidamente mi jui­
cio, por el orden en que aparecen en el ejemplar que usted me
remitió.
Comprendo bien las ideas del pronunciamiento por el señor Sastre;
participo de ellas, en el fondo; pero he visto pocas cosas escritas
con menos gusto, y en un estilo más propio para cansar. Cuando
digo que participo, en el fondo, de las ideas del señor Sastre, quiero
dar a entender que deseo, como él, que ajustemos a nuestro carácter,:
a nuestras costumbres, a nuestras necesidades, y aun a nuestras pre­
ocupaciones los sistemas de educación política, moral y literaria;
Pero la conveniencia, y necesidad, de hacerlo así, me parece un axioma;
demostrado, más bien que un teorema por demostrar. Creo que todos
los que pimsan, están conformes en eso; y que se ha tomado mu­
chísimo trabajo en demostrar lo que todos saben. Hay, además,
muchísimo de falso, en ese discurso; y el que se precia de filósofo
no debe empañar la verdad con el soplo de una adulación, tanto
más repugnante cuanto menos necesaria.
El discurso del señor Alberdi será muy bueno, o muy malo, pero
yo no puedo decidirlo, porque a excepción ( jvV) de la idea domi­
nante (que también es falsa) digo a usted, con la más sincera ver­
dad, que no comprendo una sola de sus frases;, no sé lo que quieren
CARTA DE F. VARELA A J . M. GUTIÉRREZ 185

expresar, ni a dónde se dirige su autor. Por mucho que quiera yo


comprender en el abpciamus opera tenebrarum, no puedo disipar
las que cubren mi inteligencia, o las concepciones, y el estilo del
joven Alberdi. A mi juicio su discurso no dice nada y nadie lo
ha entendido, no podría entenderle, aun haciendo lo que dice la
advertencia preliminar.
Ese discurso, además, como el del señor Sastre, adolece en mi
sentir, de la singular, y contradictoria, manía de prodigar ciertas
palabras y frases, tomadas de autores extranjeros contemporáneos
que suenan más de lo que expresan; y también de haber expresado
en muchas páginas lo que se encerraría en una.
El discurso del señor Gutiérrez, escrito con templanza, con gusto,
con conocimiento, y examen, de la materia que trata, me parece que
sobresale inmensamente sobre los otros; y que no hay término de
comparación entre él y cualquiera de los anteriores. Adolece, sin
embargo, a juicio mío, de varios errores: digo a juicio mío, porque
yo los creo tales; sin pretender que el joven Gutiérrez, u otros, los
crean como yo. Creo que el autor del.discurso combate un enemigo
que no existe. En cuanto yo he podido ver y juzgar, en mi país,
no sé que haya joven alguno, ni hombre nuevo que haya pensado
seguir como modelo, la educación, ni los estudios españoles: que
haya desconocido que esa nación es la más atrasada, en todo y muy
principalmente en lo que tiene relación a la inteligencia, y sus pro­
gresos, comprimidos por la potencia del fanatismo, y del gobierno
absoluto.
Creo también injusto, y falso; o cuando menos exagerado, el decir
que en Buenos Aires no se ha hecho más que seguir la rutina de
nuestros padres. La filosofía, el derecho, las ciencias físicas, la eco­
nomía política, que se han enseñado en los últimos años en Buenos
Aires no son, sin duda, como la que estudiaron nuestros padres y,
cuando menos, nos han puesto en el camino de conseguir la perfección.
Juzgo también muy exagerado lo que el doctor Gutiérrez dice
acerca de la falta absoluta de buenos libros españoles. En cuanto a
mí creo que los españoles no tienen nada, nada, en ciertos géneros,
pero que tienen mucho bueno, en otros. En la poesía lírica, por
ejemplo, creo que podrían citarse muchas piezas capaces de sostener
el parangón con las mejores extranjeras, muchas que dejan en el
alma esa impresión que dejan las de Lamartine y Byron, y que el doc­
tor Gutiérrez dice, que no ha sentido, leyendo poetas españoles.
Otro error muchísimo más esencial, hallo en este discurso, y que,
186 CARTA DE F. VARELA A J. M. GUTIÉRREZ

sin embargo, me parece formar parte del sistema literario de su


autor, porque le he visto ya sostenido en una carta, fecha primero
de mayo, que tuvo la bondad de escribirme.
El señor Gutiérrez quiere que no leamos libros españoles, de temor
de impregnarnos de sus ideas menguadas; quiere que nos hagamos
menos puristas, y que relajemos algo la severidad respecto de lá
admisión (o importación como ahora se llama) de ciertas frases
extranjeras en nuestra habla. Yo no puedo convenir en que, por
leer en castellano, nuestro espíritu haya de afectarse de las ideas de
los autores españoles; creo que sólo el que carezca de juicio y dis­
cernimiento, puede correr ese riesgo; pero no el que lee, discurre, y
elige, separando lo bueno de lo malo. No puedo comprender que
para expresar nuestras ideas, con claridad, con vigor, con belleza,
sea necesario tomar frases ni vocablos, del extranjero: y pienso que,
si los franceses y los ingleses, pueden expresar esas ideas, como lo
han hecho Voltaire y Hume, Dupin y Burke, Lamartine y Byron,
valiéndose de idiomas mucho menos ricos y sonoros que el nuestro,
nosotros las podremos expresar con más facilidad, mayor pureza y
lozanía mayor, manejando un idioma más caudaloso y lleno de ar­
monía. Amigo mío, desengáñese usted: eso de emancipar la lengua.
no quiere decir más que corrompamos el idioma, ¿Cómo no lo eman­
cipa Echeverría?
El doctor Gutiérrez mismo ha mostrado en su discurso, que no
juzga acertados los principios en este punto; porque ha escrito con
toda la corrección, y pureza posibles, sin que se advierta una sola
frase extranjera, ni tampoco la novedad de sintaxis que él ha elo­
giado en otros; y que yo ni he comprendido ni deseo.
A más de eso, querido amigo: si el objeto principal que busca:
el doctor Gutiérrez, es sacudir la influencia extraña en nuestra edu­
cación, y literatura, y darles un carácter puramente nacional, ¿cómo
ir a tomar del extranjero parte de los elementos con que se ha de
obrar esta reforma? Tengamos una literatura nuestra y alteremos
nuestro idioma, mezclándole con los extraños: esto me parece con­
tradictorio.
Por último, no estoy conforme con el doctor Gutiérrez sobre la
influencia que él quiere dar a la poesía. Y o pienso que ésta no puede
entrar en la política, en la legislación, en la filosofía, en la historia,
sino como un auxiliar muy remoto y que es preciso manejar con
suma economía. La poesía pertenece a los dominios de la imagi­
nación, necesita más galas que solidez; y no puede profundizar los
CARTA DE F . VARELA A j . M. GUTIÉRREZ 187

abismos de la historia, los arcanos de la metafísica. El Ensayo de


Pope, es un discurso filosófico, más bien que un poema. Es preciso
tomar el mundo como es; y como necesariamente debe ser, cada
día más. La tendencia universal del siglo, producto del convenci­
miento, de los progresos de la razón, y de las lecciones de la historia,
se dirige a conseguir la mayor suma posible de beneficios sólidos,
materiales — mayor libertad civil y religiosa— : mayor riqueza, más
medios de producir, y de conservar las producciones, de vivir con­
tento, tranquilo, y seguro: Nada de esto, mi amigo, puede obtenerse
por medio de la Poesía. Ella es, y no puede dejar de ser, un adorno;
y, entre todos los poetas que usted respeta, y que se lo habrán pro­
bado, cuento yo a mi distinguido compatriota Echeverría. Ése es un
poeta en todo el rigor de la voz; y vea usted si ha pensado en le­
gislar, ni en enseñar la historia, en sus versos. Nos halaga (stc),
nos deleita, nos arranca lágrimas; y cuando nos enseña, es sólo aque­
llas máximas suaves de la moral, a que no alcanza la legislación, y
quedan bajo el dominio del filósofo, del orador, del poeta. Esto
pienso yo.
No crea usted, querido amigo, que me he demorado más anali­
zando este discurso que los anteriores, porque me lleva el mayor
afecto a su autor: no; créamelo usted; lo he hecho porque, siendo
el más perfecto bajo todos respetos se presta más al análisis. Aque­
llos otros no ofrecen materia, a mi juicio, ni aun para censurarlos.
Muchísimo temo que usted no me hable acerca de mis juicios, con
la franqueza que yo lo hago sobre los discursos; y me pesará ver
realizado mi tema.
Por lo demás, eso me muestra que la inteligencia no duerme,
que se hacen esfuerzos, laudables en sumo grado; y que si hay erro­
res, ellos sirven de primeros escalones para llegar a la cumbre de
la verdad.
Basta de esto: figúrese usted qué puede salir de una cabeza ates­
tada de pleitos que dan asco, de leyes que forman un caos, de doc­
trinas que consumen la imaginación y el juicio; y qué puede dar
una pluma que corre sobre el papel sin que haya tiempo ni aun
para pensar lo que ella estampa. Disculpe usted el desaliño de esta
carta.
Recibí el Calderón, en la víspera de comprarle yo. Doy a usted
por ello mil gracias, y conservaré ese nuevo recuerdo de su cariño
y bondad. Aún no he visto a su recomendado, a quien procuraré servir.
Otro petardo: Estoy enojado con Delille porque estropeó a Mílton,
18 8 CARTA DB F. VARELA A J . M. GUTIERREZ.

y puede que me meta a paladín, y trate de volver por la fama del


ciego bribón, traduciendo yo diez o doce pasajes que me gustan
más. Tengo el original del Paraíso perdido pero es ajeno, y no me
gusta tener libros que no son míos. Ruego a usted que me busque
por ahí un ejemplar de Milton en inglés, lo más completo posible:
si es buena edición y bien encuadernado me alegraré más. Ocurra
usted por el precio, a Marianito Cañé, mi hermano. N o se canse us­
ted de mí; ni crea que pronto me ocuparé de esa traducción: no
tengo tiempo para nada.
Juan Cruz ha venido: estuvo expirando, pero está muy mejorado,
bueno enteramente. Creo que se ha determinado, al fin a dar a luz
sus poesías: y, por supuesto, no quiere que las vean fuera de su país.
Por encargo suyo, y conforme a lo que usted me dijo antes, pido a
usted que me dé los datos necesarios para realizar este pensamiento.
Los versos de Juan C., incluso el primer libro de la Eneida (sin
comprender las tragedias), compondrían dos volúmenes en octavo,
como de 400 páginas: no hay en ellos cosas que deban contrariar
a las ideas dominantes hoy en Buenos Aires; pero hay piezas en
elogio de instituciones, reformas, y medidas, debidas a hombres pros­
criptos, y como el autor mismo de esas piezas lo está; quiero saber de
usted si eso será obstáculo para hacer ahí la impresión.
Igualmente espero que me diga usted, con conocimiento de causa,:
y con verdad, si se puede contar ahí con alguna suscripción, y cuáles
las que usted calcula. Por último qué facilidades, o inconvenientes,
habrá por lo tocante a lo material de la impresión; y, sobre todo,
si se encargaría usted u otro, de corregir las pruebas, con una escru­
pulosidad extremadísima. Dígame usted, en respuesta, todo lo que
crea conducente al mejor acierto a este negocio, importante para
Juan C., y para mí.
A Dios: no puedo escribir más: recuérdeme usted al señor Eche­
verría, pienso distraerle pronto, con una carta proponiéndole un
trabajo. A Thompson y Manuel Eguía mil cariños míos. N o puedo
escribir a ninguno de los dos, aunque de ambos tengo cartas. A Ma­
nuel dígale usted que esta carta responde a su curiosidad sobre los
discursos.
Justita, Rufino, Miguel, etc., etc., envían a usted mil recuerdos:
—A Dios— Le quiere a usted muchísimo.

F l o r e n c io V arela
CARTA DE D. FLORENCIO G. BALCARCE A
D. FÉLIX FRÍAS

París, octubre 29 de 1837.


Querido Félix:
Cuando reciba usted esta carta habrá ya tenido el gusto de pasar
su examen, y con un sobresaliente agregado a la media docena de
antes estará disfrutando de aquellas vacaciones que dejan tantos re­
cuerdos y de que no puede gozar su amigo hace dos años. Y o con­
tinúo, como siempre, atacado por ciertas ideas que me persiguen o
me acompañan según la época y el lugar en que estoy. Durante los
dos meses de navegación estuve embebido en los sueños del prove­
cho que sacaría de mi viaje; me subía a la gavia y señalaba en un
pedazo de papel la marcha que iba seguir en mis estudios, como la
planilla que hacíamos en la clase de Filosofía. Un mes después empe­
cé a echar de menos a mis amigos, cobré odio al francés, y por no
hablarlo me pasé días enteros sin saludar a nadie y leyendo a gritos
en español. Cuando me fijé en París estuve otro mes aturdido, sin
saber a qué dedicarme, intentando aprender a un tiempo todo y
conociendo que no aprendía nada. En fin, desde que empezó el mes
de octubre me ha entrado la manía con los exámenes de Buenos
gAires. De día me envuelvo en mi capotón hasta los ojos y me paso
horas enteras pensando en aquellas reuniones que teníamos para pre­
pararnos en el año 35, en aquellas noches que nos pasábamos en
vela en el 33 discutiendo sobre el nominativo de persona que hace
y el nominativo de persona que padece; en aquellos días que nos
pasábamos oyendo al bueno de D. Mariano Guerra que comentaba
el texto de Sintaxis grace latina constmctio (sic). De noche no me
duermo hasta tarde con el mismo recuerdo que unas veces me hace
reír, otras me entristece, y siempre me distrae de todo otro pensa­
miento.
Hace algún tiempo que empezaron en la Sorbona los exámenes
de los que aspiran al grado de Bachiller en letras, y tuve el gusto de
asistir a ellos dos días seguidos. A primera vista, nada corresponde
19 0 CARTA DB F. G. BALCARCE A F. FRÍAS

allí a la grandeza de la idea que nos formamos de la Universidad de


París. En la sala caben apenas cincuenta personas, y la mayor parte
de éstas tienen que permanecer de pie porque [sólo hay} seis bancos de
pino que hoy están ocupados por los examinandos. La falta de ven­
tilación hace imposible estar -allí más de media hora, y los mismos
examinadores se levantan, así que hacen sus preguntas y pasan a
una habitación contigua. Y o creo que han calculado bien al cerrar
los balcones: si el aire circulase, todos los asistentes se dejarían estar
hasta el fin de los exámenes; pero obligados a salir de media en
media hora, pueden entrar los que están en las escaleras y por medio
de esta renovación se suple a los inconvenientes de la falta de espacio,
evitando al mismo tiempo los de una concurrencia numerosa. La
sala es una habitación común en el 2^ alto, sin más adorno que
un estante con los libros necesarios, y una baranda de madera que la
divide en dos partes; una destinada para el público, es decir, para
cincuenta personas, y otra para los examinadores. Ésta es una circuns­
tancia que merece notarse; porque remedia un mal que entre nos­
otros casi no ha fijado la atención. Allá el estudiante que no sabe
puede deber a su buen oído una clasificación superior a su mérito;
los estudiantes que saben tienen la obligación de auxiliar a sus com­
pañeros desde que el orden establecido les facilita los medios para
ello; pero aquí no. En primer lugar los examinadores no están
allá en el fondo de una sala escondidos en sillones de j acaranda,
ni sobre una tarima que elevándolos los separa de los estudiantes;
en segundo lugar, el que se examina está en medio del espacio des*;
ocupado, sentado contra la mesa, como en una conversación familiar;
con sus jueces. Así se le inspira confianza quitándole todos los
medios de fraude. Cuanto mayor es el aparato con que se presenta:,
el tribunal mayor es la confusión en el que va a ser juzgado; y un
estudiante tiene ya en la importancia de un examen bastante motivo
para turbarse, sin necesidad de que la tarima, y las sillas, y la cam­
panilla vengan a aumentar su confusión aumentando la distancia qué
hay de él a los jueces. Además, los concurrentes agrupados sin orden
en la parte de la sala que tienen destinada, no dejan ni el recurso de;
poner un amigo en un lugar fijo, para que haga signos en los casos
de apuro. Los examinadores, lejos de mostrar empeño en hacer ver
la ignorancia del joven que examinan, parecen más bien amigos
interesados en hacerle salir con lucimiento. Aquí está la verdadera:
superioridad sobre nosotros. Usted debe haber observado que teñe*
mos examinador que cree comprometida su reputación si sus preguntas
CARTA DE F. G. BALCARCE A F. FRÍAS 19 1

no presentan dificultades insuperables; y que se goza como de haber


alcanzado un triunfo cuando consigue confundir a un estudiante.
El grado de Bachiller en letras es necesario para obtener matrícula
en las aulas de Derecho; así como el de Bachiller en ciencias pata
las de Medicina. De este modo se reduce el número de los abogados
y médicos dando sólo entrada a los que tienen los conocimientos
elementales necesarios. Vea usted de cuánta utilidad sería entre nos­
otros un artículo semejante. Pero a nadie se le pasa por la imagi­
nación preguntar si los estudios han sido hechos en la Universidad
o en la orilla del Río, sólo es necesario presentar certificados de
haber seguido un curso de Filosofía por un año, en su casa o en un
colegio establecido, con el objeto de evitar las consecuencias de los
estudios precipitados. Los jóvenes admitidos deben tener más de dieci­
séis anos, artículo que unido con el del examen hubiera impedido
en Buenos Aires la admisión ridicula de Ugarte en la clase de Dere­
cho. Las materias del examen son: traducción griega entre veinte
obras distintas; traducción latina entre otras tantas; Retórica, Historia
Antigua, de la Edad Media y Moderna, Geografía ídem, Filosofía,
; Matemáticas elementales, Física, Química, y Astronomía. Todas estas
ciencias están divididas en tres series de cuestiones, numeradas
éstas desde uno hasta cincuenta. En el momento de presentarse un
estudiante a examen el secretario revuelve en una urna 50 bolitas
con los mismos números, y saca una de ellas que indica todas las
cuestiones a que debe responder el estudiante. Por ejemplo, el N 9 5
indica la 59 cuestión de Retórica, la 5* de Historia, y la 5? de la
tercera serie, que comprende la Filosofía, las Matemáticas &. Hay
un examinador para cada serie, además del de latín y griego; pero
todos pueden exigir explicaciones al estudiante sobre sus respuestas.
Esto permite que un examinador se retire concluyendo sus pregun-
: tas, sin que su ausencia perjudique; porque su voto sólo recae sobre
un ramo. Aunque cada uno de ellos podría examinar sobre todas las
materias exigidas, a mi modo de ver se prefiere con razón que cada
uno se limite a cuestionar sobre la ciencia a que se ha consagrado
especialmente. Un individuo que posee a fondo un ramo de los
conocimientos, se expresa naturalmente con más claridad, abunda
más en cuestiones y las dirige a los puntos que la experiencia le ha
señalado como más importantes. Usted recordará a este respecto
la diferencia que encontrábamos entre las preguntas de Mosotti o de
Alcorta, y las de D. Ingeniero Ferros; entre las de Alsína, y las del
Rector o de Vanegas. Todos los examinadores son aquí hombres
192 CARTA DE F. G. BALCARCE A F. FRÍAS

distinguidos nombrados" hoc por el Ministro de la Instrucción


pública. En cuanto a su integridad como jueces, usted juzgará por
lo que voy a decirle. He presenciado los exámenes de 15 estudiantes,
entre los cuales uno solo ha sabido responder a todas las cuestiones,
y uno a ninguna. En nuestra Universidad se habría satisfecho el
Reglamento poniendo al primero la clasificación de sobresaliente y
reprobando al segundo. Clasificaciones que anunciadas por escrito
habrían dado crédito al uno y hecho perder la vergüenza al otro.
Este inconveniente es evitado aquí dando un carácter entre privado
y público, pero terrible, a la opinión de los jueces. Los asistentes
forman un auditorio reducido ai número necesario para dar solem­
nidad al acto. El que respondió bien fué elogiado sucesivamente
por los jueces, presentado como un ejemplo a lós otros, e incitado a
estudiar para no descender en la consideración a que en aquel mo­
mento se elevaba; el que no supo, fué reprendido enérgicamente
por haber osado presentarse ante un tribunal como aquel sin estar
preparado, se le pintó el porvenir de un ignorante en la sociedad
actual, la influencia que el crédito adquirido en la edad temprana
ejerce sobre el resto de la vida, y se le incitó a estudiar para borrar
k ; mancha que aquel examen echaba sobre su reputación. Todos
estos elogios y amonestaciones siguen inmediatamente a la respuesta
del estudiante, porque los jueces no tratan de encubrir su voto. Están
convencidos de que desde aquella mesa preparan el porvenir del
país, son en cierto modo responsables de los errores y de las injusticias
cometidos por los magistrados futuros y deben además por respeto
al mérito presente establecer una total separación entre el saber y la
ignorancia. Pero dejemos a un lado la dignidad de los examinadores
para que mi carta no degenere en plática. De los quince estudiantes
de que iba hablando, seis fueron reprobados, ocho admitidos con
una clasificación equivalente a nuestro bueno, y uno elogiado, que
nosotros llamaríamos sobresaliente. El resultado de esta visita mía a
la Universidad fué el proyecto que formé y en que persisto de dar
mis exámenes para bachiller. Y a usted ve que tengo adelantada la
charla para merecer el título. He tomado mi proyecto con tanto empe­
ño que en veinte días he estudiado la Historia Antigua, a excepción
de Roma, un largo período de la Edad Media, la Astronomía ele­
mental, una parte de la Geografía descriptiva moderna, y estoy hacien­
do temas griegos como si dentro de algunos meses hubiera de ir a
conversar con Homero y Platón. Afortunadamente yo tenía ideas
anteriores sobre todo; el trabajo se ha reducido a metodizarlas, y si
CARTA DE F. G. BALCARCE A F. FRÍAS 193

tuviera un maestro hubiera adelantado tres veces más. Este proyecto


lleva ya trazas de duradero: yo conozco palpablemente lo que ade­
lanto; y dentro de seis meses pienso hallarme en estado de pedir
mi diploma de bachiller. Las vacaciones me favorecen hasta ahora;
cuando la Universidad se abra a mediados del entrante, tendré menos
tiempo para consagrar a este trabajo. Como estoy incierto del tiempo
que debo permanecer aquí, no quiero perder las lecciones de De­
recho de Gentes y Economía Política, que me servirán notablemente
en Buenos Aires. Escribo a usted tan circunstanciadamente sobre la
Universidad, porque supongo que todo lo que tiene relación con ella
le interesa tanto como a mí. Cuando los cursos empiecen le daré la
razón del régimen anterior del establecimiento. Los medios que tienen
aquí los estudiantes para instruirse son tantos que llegan al exceso.
Hay puentes alfombrados, en toda la parte que no huellan las ca­
rretas, de libros usados que compra uno por una friolera, si no pone
en cuenta el tiempo que emplea en revolverlos y buscar lo que ne­
cesita; porque el chalán nunca sabe las obras que tiene; hay además
miles de librerías en que alquilan obras por tomo o por mes; en
todas las calles hay también gabinetes de lectura, donde por 5 fr.
mensuales lee uno las' gacetas francesas y muchas veces también
las italianas, españolas e inglesas, las obras recién publicadas y las
clásicas todas. Hay gabinetes hasta de 30.000 volúmenes, con su
museo de anatomía, su laboratorio de física, etc., etc. Hay además
cinco grandes Bibliotecas públicas entre las cuales están distribuidos
dos millones de volúmenes impresos y cien mil manuscritos. En cuanto
a las láminas para los que cultivan el dibujo, la Biblioteca Real
solamente posee quince millones. Hay además museos de medicina,
de marina, de artillería, de escultura, de arquitectura, pintura, etc.,
etc. A propósito de pintura, se me olvidaba decirle que me he hecho
concurrente infalible a los museos del Luxemburgo y del Louvre los
domingos, que son los días de entrada pública. Antes me reía yo
de la pintura como de la música; ahora me detengo un cuarto de hora
delante de cada cuadro, porque descubro la relación más íntima
entre la pintura y la poesía, en que, de paso, siempre meto mi cu­
charada.
Pero la pintura no existe entre nosotros, y no le importa [a] usted
sobre todo, a quien nunca he oído nombrarla sino cuando me en­
cargó un libro que tratare de ella. Antes de mí llegada había sido
enviado: aquí no hay nada en español que pueda competir con la
19 4 CARTA DE F. G. BALCARCE A F. FRÍAS

obra italiana que fué, ni aun con el pequeño Manual que va ahora.
Esta escasez de obras españolas sobre pintura, me hace acordar de
la sociedad de Sastre que se me iba quedando en el tintero. Ármese
de resignación, porque todavía antes de ver tierra tiene que atravesar
otro pliego. ¿A raí qué me importa? El deseo de hablar español y
de hablar con mis amigos me hace con gusto molerles la paciencia.
He leído los discursos de Sastre y Gutiérrez en el Diario de la
Tarde. Me alegraría infinito de que la sociedad progresase, es decir,
que durase y mejorase sus principios; porque las ideas emitidas en
los dos discursos hacen ver que ha nacido tan contrahecha que antes
de poder desarrollarse debe morir, si el ejercicio y la edad no mo­
difican sus defectos de constitución. En primer lugar, el origen de
la sociedad no es muy limpio. En una institución, de esa clase,
todo lo que tenga visos de interés personal en los fundadores perju­
dica a la dignidad de la misma sociedad. En segundo lugar, la con­
tribución mensual la irá matando; porque en nuestros ilustrados com­
patriotas no hay uno en cada 500 capaz de sacrificar una hora de
teatro, de tertulia o de jarana a una hora de sociedad literaria gratis.
¿Qué será cuando a la calidad de literaria, que basta ya para espantar
a muchos de ellos, vean unida una contribución pecuniaria? Raro
seíá el qüe no prefiera gastar con una mujer pública ese dinero
que se le pide para sostener un establecimiento tan útil a él como
honroso al país. Otro síntoma mortal es la desproporción de instruc­
ción, moralidad y educación entre los socios. No habiendo unidad de
pensamiento en la sociedad no puede ésta durar; y esa unidad no
existe, por las calidades de los socios y por lo vago y lo falso
del objeto que se han propuesto. Y o no puedo suponer que Don V i­
cente López y Don Pedro Ángeüs adopten las ideas de Alberdi sobre
el lenguaje y sigan sus huellas. Para vencer este inconveniente, Sastre
se ha reservado la dirección de los trabajos y la formación del Re­
glamento, pero con dificultad se encontrará una persona menos apta
para desempeñar una función de esa clase. Y o he formado este juicio
desde que he leído su discurso. Fuera de la instrucción, para dirigir
una sociedad de individuos casi todos díscolos y presumidos, es pre­
ciso tener sangre fría que prevea, flexibilidad que se doblegue a
las primeras exigencias, y humildad, a lo menos aparente, que no
ofenda el amor propio. Pero Sastre no ha entendido de bromas;
desde que le han abierto la puerta ha salido pegando cornadas a
diestro y siniestro; ha envuelto todas las novelas en una misma con­
CARTA DE F. G. BALCARCE A F. FRÍAS 195

denación, y se ha valido de un lenguaje que de violento se hace


ridículo. Esas opiniones generales, y por consiguiente exageradas,
anuncian siempre falta de buen fondo en el que las emite. Y o des­
cubro toda un alma de jesuíta en esa declaración contra las novelas
y no contra los malos libros de cualquier clase que sean. Hubo tiempo
en que no había sermón sin su pedrada a los libritos de pasta do­
rada; sin embargo, los sermones se fueron a un cuerno, y los libritos
quedaron y quedarán. La moda es ahora declamar contra las novelas.
Estos hombes que gritan y se desesperan contra todo lo nuevo no
son primitivamente mal intencionados; sino que por una mala elección
en sus lecturas sólo han cultivado la parte más añeja de la litera­
tura, de modo que cuando han querido seguir la marcha de la so­
ciedad se han encontrado atrás sin esperanza de alcanzarla. Entre
lo que ellos han estudiado y lo que la literatura actual produce hay
un grado que no han recorrido, de modo que sería perder tiempo
y trabajo querer hacerles sentir las bellezas y la benéfica influencia
de W. Scott o de Víctor Hugo. Para desempeñar Sastre su papel el
día de la apertura, debió haberse reducido a exponer las ventajas
de una sociedad literaria, por la influencia que ejerce sobre la for­
mación del buen gusto, porque éste es el fin que debe ella proponerse.
El buen gusto no es más que el hábito de juzgar bien en literatura:
desde que está formado, los malos libros desaparecen, porque nadie
los lee. Y o no conozco una persona que guste de Pigault Lebrun
lo mismo que de W. Scott. El uno excluye al otro y sólo se confunden
por aquellos puntos comunes al talento, por mal empleado que esté.
Pero no parece que la sociedad quiere ejercer esa influencia sobre
el gusto. Según Sastre, ella va a perseguir las novelas, hasta debajo
de tierra; según Gutiérrez, su objeto es formar un lenguaje na­
cional, dejando las novelas en paz de Dios y aun aumentando su
número siempre que sea en lenguaje nuevo. Hágame usted el gusto
de explicarme en lo qué consiste esta formación d$l lenguaje nacional,
porque la llamaría un solemne disparate si no estuviera anunciada por
el mismo Gutiérrez. Comprendería yo, si dijesen literatura nacional;
porque significaría una poesía que reprodujese nuestras costumbres,
nuestros campos y nuestros ríos; pero salir de buenas a primeras que­
riendo formar un lenguaje dos o tres mozos apenas conocidos en
un pequeño círculo por algunos escritos de gaceta, es anunciar una
presunción ridicula, es atribuirse una influencia que sólo ejercen
los talentos de primer orden. El primer paso para modificar el len­
196 CARTA DE F. G. BALCARCE A F. FRÍAS

guaje es modificar las ideas; la diferencia que existe ya entre el


español y el americano no proviene de ahí. El lenguaje científico,
es decir, el que expresa ideas invariables con respecto a las diversas
naciones, es el mismo en todas éstas, a excepción de una ligera mo­
dificación producida por el uso. La nación que hace un descubri­
miento presta a las otras la palabra que ha inventado para designar­
le. En esta parte el español tiene que someterse a la influencia del
inglés, del francés y el alemán, pero sin perder su carácter primitivo,
so pena de degenerar en una algarabía semejante a la de Alberdi en
su Prospecto. La diferencia notable de los idiomas está en las locu­
ciones familiares y en la parte que sirve para representar la natura­
leza física, por la razón muy sencilla de que estos objetos han exis­
tido simultáneamente en todos los países, varían en todos y por
consiguiente varían también y se multiplican las relaciones. El len­
guaje americano en esta parte es ya tan distinto del español que
merece ser designado con diferente nombre. Vea usted una prueba
de esta verdad en el lenguaje de la campaña, donde la naturaleza
de objetos y costumbres desconocidos en España, ha hecho inventar
un idioma incomprensible para un castellano. Lo único, pues, que
puede hacer la sociedad es publicar obras literarias en que se repre­
senten las escenas de nuestro país; pero tendrán que conformarse al:
lenguaje que existe; porque para modificarlo es preciso tener un
prestigio de talento o instrucción escogida y sobresaliente. La influen­
cia de los mejores autores en la primera época del lenguaje se re­
duce siempre a fijar su forma. No Rizo más Garcílaso en la literatura
española. A nadie se le ha ocurrido más que a Góngora una eman­
cipación como la que propone y practica Alberdi en su Prospecto.
Pero al menos éste es consecuente consigo mismo; si sus ideas son
extravagantes, su lenguaje no lo es menos. Pero Gutiérrez que mani­
fiesta conformidad en los pensamientos se sirve de locuciones tan
españolas que son ya inusitadas entre nosotros. Dos o tres hay que
ningún español moderno se atrevería a emplear, porque pertenecen
al siglo xvi. En cuanto a los ataques a la literatura española, me
parece que sólo sirven para desacreditar la sociedad a los ojos de los
pocos hombres ilustrados que hay en el país. Es cosa de muchachos
reunirse un domingo y, entre música y cohetes, declarar que no vale
nada lo antiguo, es decir, lo que ha servido para crear lo que existe.
Y o siento en el alma que desdé el primer día empiecen manifestando
así el deseo de llamar la atención por la novedad, a expensas del
CASTA DE F. G. BALCARCE A F. FRIAS 197

buen sentido. En todo esto no veo más que el término inmediato


de la sociedad: quisiera' que durase, y haría todo empeño por perte­
necer a ella. Otra causa de su pérdida ha de ser la publicidad con
que ha empezado. Hay ciertas épocas en que es deshonroso mostrarse
al público. Salir hablando de literatura, que es lujo en la sociedad, al
son de las descargas que diezman la población parece hacer burla
de las desgracias públicas. Un Don Vicente López u otra persona
que tenga su reputación formada podrá dar sus lecciones y mos­
trarse sin temor ejerciendo una influencia benéfica; él no trabaja para
sí sino para los otros: pero un joven no puede sin desventaja presen­
tarse solicitando aplausos, cuando todos tienen el cuchillo a ' la gar­
ganta. Por noble que sea el amor a la fama, se hace vergonzoso
cuando es extemporáneo y denota insensibilidad a los infortunios
del país. La sociedad literaria puede influir mucho en la mejora
de las costumbres, fomentando la industria y generalizando los libros
de una aplicación local. Pero, ¿cómo quiere hacer el bien a son de
caja cuando hay un poder irresistible interesado en prolongar y aumen­
tar el mal? En fin, la falta de amistad en los socios es otro dato
que me hace pronosticar la disolución de la sociedad. Gutiérrez
no puede ser amigo sincero de Sastre, si no ha variado en sus senti­
mientos de un año a esta parte: Sastre se ríe de los escritos de
Gutiérrez, no puede oír nombrar las poesías de Echeverría, y sigue
la opinión general con respecto a Alberdi. Y o he visto esto muchas
veces con mis propios ojos. Ángelis se burla de todos.
Y a voy a acabar porque me caigo de sueño y la carta va larga
como por toda la temporada que ha de pasar antes que escriba a
usted otra vez. Dígame algo del discurso inaugural de Alberdi, que
no ha sido publicado. A Luis, su hermano, dígale que me quedo
con un pliego de papel en que no he escrito más que M i querido Luis,
sin poder pasar más adelante. Escribirle una carta para decirle que
soy su amigo y que me acuerdo de él me ha parecido cosa de coma­
dres. He sabido que Don Tomás Guido pensaba llevarse a Tomasito,
de lo que me he alegrado mucho. La navegación debe establecer entre
ellos una intimidad que no existe y que debe salvar a Tomás de la
disipación.
19 8 CARTA DE F. G. BALCARCE A F. FRÍAS

Expresiones a todos los compañeros, y usted crea en la amistad


de su condiscípulo.
F l o r e n c io G. B a l c a r c e .

P. S. Espero de usted noticias sobre la Universidad, sobre la Sociedad lite­


raria, sobre las publicaciones importantes de allá, sin excluir los artículos de
diario, particularmente sobre el modo de pensar general. Hágame el gusto
de decirme cuál es la opinión de Alcorta sobre la Sociedad. El Ensayo sobre el
empleo, etc., no ha ido porque la edición está agotada. Sólo be encontrado
un ejemplar de la segunda edición ( 18 14 ) que contiene apenas la mitad de
la de 18 23. He creído mejor no comprarlo.

Sr. D. F élix G. Frías1:.


Buenos Aires.

También podría gustarte