Mijaíl Bakunin - Obras Completas (Vol. II - 1977) PDF

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BAKUNIN

OBRAS COMPLETAS

Volumen 2

Prólogo de Max Nettlau


Prefacio de Sam Dolgoff
Edición y Traducción: Diego A. de Santillán.

LAS EDICIONES DE
edición Ed, Tierra y Libertad, Barcelona 1938
Cubierta: Roberto Turégano

Las Ediciones de la Piqueta


Seseña, 59. Madrid-24. Diciembre, 1977
ISBN, 84-7443-016-X (Tomo II)
ISBN: 84-7443-007-0 (Obra Completa)
Depósito legal: M. 42.821-1977
Impreso en: Técnicas Gráficas, S.L.
Las Matas, 5. Madrid-29
INDICE
Páginas

Prefacio ................................................... 7
Prólogo....................................................... 13
El imperio knutogermánico y la revolu­
ción social.Primera entrega ............ 53
La alianza rusa y la rusofobia de los
alemanes ............................................ 116
Historia delliberalismo alemán. . . . 135
Fragmento................................................. 156
La Comuna de París y la noción de! Es­
tado ..................................................... 163
Advertencia para El imperio knutoger­
mánico ............. ................................. 185
Tres conferencias a los obreros del Valle
de Saint-Imier .................................. 219
I ...................................................... 219
I I ...................................................... 228
II I ..................................................... 239
PREFACIO

La compilación del volumen primero y los escritos d el


segundo constituyen una sola obra que cubre el periodo de la
guerra franco-prusiana y la Comuna de París en 1870-18/1.
Como se advirtió ya, en el prefacio al volumen primero, esta
introducción examinará solamente aspectos de los escritos de
Bakunin que tienen trascendencia para los nuevos tiempos y
los nuevos problemas. Una introducción pormenorizada y un
trasfondo histórico de esos trabajos han sido proporcionados
por el gran historiador anarquista, el Dr. Max Nettlau.
En su Imperio knuto-germánico y la revolución social (en
la primera parte de j.'ste volumen), Bakunin, además de otros
temas, desarrolló más ampliamente las ideas esbozadas en
las Cartas a un francés y en la Carta a Esquiros, del volumen
primero. En el prefacio a aquel volumen señalábamos que las
ideas anticipadas por Bakunin fueron llevadas a la práctica
por los anarcosindicalistas durante la guerra civil española y
la revolución de 1936-1939.
Me he referido a ideas como defensa de la revolución por
el «pueblo en armas», milicias; a la autogestión obrera de la
industria; a cómo atraer los campesinos a la revolución; a
cómo las colectividades libertarias y las industrias socializa­
das que se establecieron durante la guerra civil y la revolu­
ción, tomaron el carácter anticipado por Bakunin; a las ad­
vertencias de Bakunin contra la usurpación del poder por in­
cluso un gobierno «socialista» totalitario que dictará a las
masas las normas a seguir desde arriba, por decretos; lo
mismo que en Rusia, en China, en Cuba. Y a cómo anticipó
8 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

Bakunin dos grandes problemas que todavía se debaten en


España y en los movimientos revolucionarios internacionales,
es decir, cómo guiar la revolución en un sentido libertario y
cómo podrían los anarquistas obstruir la toma del poder por
los autoritarios —como Lenin— sin instituir su propia dicta­
dura.
Más que cualquier otro pensador de su tiempo, Bakunin
anticipó la emergencia de uno de los grandes problemas cru­
ciales que ha de afrontar la sociedad actual; previno que el
monopolio y el abuso del poder es una tentación perpetua,
que, en las modernas sociedades «socialistas» o «democráti­
cas.», conduce inevitablemente al control de la economía, de
la vida social y también de la vida individual por una com­
pleja clase burocrática de administradores, funcionarios, téc­
nicos y científicos subsidiarios por el Estado o por grandes
corporaciones —lo que llamó Bakunin «... una nueva clase
político-científica gobernante»...

II'

Bakunin insistió en que la libertad es compatible con el


orden o «disciplina» —para Bakunin disciplina era sinónimo
de orden—. Sostuvo que una sociedad sin orden, (disciplina),
es inconcebible. Pero el orden tiene que garantizar y estimu­
lar la libertad e independencia de los individuos, grupos y
asociaciones. En las páginas de El imperio Knuto-germánieo
y la revolución social, en este volumen. Bakunin ilustra la
diferencia entre «... orden jerárquico... y obediencia pasiva,
que son el fundamento de todo despotismo...» y la autodisci­
plina, «... la sincera expresión de la libertad de cada uno...»
Bakunin resume sus puntos de vista a este respecto en el
siguiente pasaje de El imperio Knuto-germánico y la revo­
lución social, en este volumen:
«...una cierta especie de disciplina, no automática sino
voluntaria... disciplina que armoniza perfectamente con
la libertad de los individuos, es y será siempre necesa­
ria cuando un gran número de individuos, libremente
unidos, emprenden alguna especie de tarea o acción co­
lectiva. En tales condiciones, la disciplina es simple­
mente la coordinación voluntaria e intelectual de todos
los esfuerzos individuales hacia un objetivo común... en
PREFACIO 9
el momento de ta acción, naturalmente son distribuidas
las funciones en concordancia con las aptitudes de cada
uno... unos dirigen y disponen, mientras otros realizan
¡as órdenes o acuerdos. Pero ninguna función perma­
nece petrificada de modo «permanente», nada está irre­
vocablemente ligado a una persona y el orden jerár­
quico y la promoción no existen... el ejecutivo de ayer
puede convertirse en el subordinado de hoy. Nadie es
encumbrado por encima de los demás. E incluso si al­
guien, por un tiempo, se eleva por encima de los de­
más, es sólo para caer de nuevo en su posición ante­
rior... el del nivel saludable de igualdad... en tal sis­
tema, hablando propiamente, el poder no existe... el
poder es difundido en ta colectividad (entre los indivi­
duos y asociaciones que realizan y ejecutan tas funcio­
nes de la sociedad...).
Estos puntos de vista son extremadamente importantes.
Aplicados, por ejemplo, a la C.N.T. de España: la C.N.T.
limita el término del cargo de sus representantes elegidos, y
estos se hallan sujetos a ser sustituidos en cualquier mo­
mento. No son funcionarios permanentes. La clase obrera no
deja que un funcionario llegue a ser un burócrata del trabajo,
sino que en ta mayor parte de los casos cumple sus deberes
después de la jornada laboral ordinaria. Si tiene que cumplir
deberes eñ forma permanente es subvencionado con el
mismo salario que ganaba en su oficio. Vuelve a sus tareas
al finalizar el término de su cargo, requerido por los miem­
bros que lo designaron para el mismo.
Las ideas de Bakunin están siendo expuestas ahora en va­
rias formas por el vasto movimiento internacional en favor de
la autogestión de las industrias por los trabajadores mismos;
concuerda en que el movimiento autogestionario tiene que
basarse en la convicción de Bakunin de que el orden es com­
patible con la libertad; .que la autodisciplina es la precondi-
ción indispensable de ¡a autogestión; que la autogestión es
diametralmente opuesta a todas las formas de regimentación,
pues éstas son (como lo advirtió Bakunin) «... el fundamento
de todo despotismo...»
10 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

III

Las ideas de Bakunin acerca de las precondiciones para


limitadas alianzas de frentes únicos, con partidos ideológi­
camente distintos, para fines específicos, y particularmente
sus advertencias sobre los peligros inherentes a tales alianzas,
fueron desgraciadamente confirmadas sesenta años más
tarde por la experiencia de los anarcosindicalistas en el frente
antifascista durante la guerra civil v la revolución española
(1936-1939):
«... el partido sincero... se convierte necesariamente en
la víctima y en el engañado por los otros partidos que
carecen de toda sinceridad... y explotan la alianza en
su exclusivo beneficio... los revolucionarios no pueden
aliarse ni siquiera con la facción autoritaria burguesa
más avanzada... sin convertirse inmediatamente, y con­
tra su voluntad, en instrumentos para el sostén de las
ambiciones políticas...» (Imperio Knuto-germánico y la
revolución social, en este volumen).
La historia entera de las relaciones de los anarcosindica­
listas y sus no amistosos aliados en el frente antifascista
(comunistas, partido socialista, republicanos burgueses y el
gobierno mismo de la República) confirma la exactitud del
análisis de Bakunin —que él mismo había aprendido en su
día de las propias relaciones con los políticos. La revolución
española fue aplastada; la C.N.T. ¿no fue privada de armas
y traicionada por los falsos aliados?

IV

La selección sobre la Comuna de París y la idea del Es­


tado (en este volumen) constituye un brillante resumen de la
ideología bakuniniana. Entre otras razones es siempre impor­
tante, porque señala con claridad las diferencias fundamenta­
les entre la ideología marxista autoritaria y las concepciones
anarquistas: una diferencia de opinión y un conflicto que di­
vide siempre al movimiento socialista:
... soy un partidario de la Comuna de París por encima
de todo, porque es una audaz negación del Estado, cla­
ramente formulada... contraria a la creencia de los co­
munistas autoritarios (marxistas) de que una revolución
PREFACIO II
social puede ser decretada por una dictadura o una
asamblea constituyente (democracia burguesa)... la re­
volución tiene que ser hecha por ¡a organización espon­
tánea del trabajo, por la colectivización de la propie­
dad, por las asociaciones de productores libremente or-
ganizadas, y por la federación igualmente espontánea
de las Comunas para reemplazar al Estado paternalista
dominante... los comunistas necesitan organizar las
fuerzas obreras para adueñarse del poder político del
Estado. Los socialistas revolucionarios [uno de los si­
nónimos de Bakunin para referirse a los anarquistas]
creen que la humanidad ha sido demasiado largo
tiempo sometida para ser gobernada; que la causa de
sus perturbaciones no está en una particular forma de
gobierno, sino en el principio fundamental y en la exis­
tencia del gobierno mismo» (La Comuna de París... en
este volumen.
Hago resaltar estas palabras porque Bakunin establece el
punto extremadamente importante que el Estado no es, como
insisten los marxistes, simplemente una agencia de la clase
dominante, sino que también constituye una clase en sí
mismo; que el Estado no es solamente el productor sino el
creador y perpetuador de la desigualdad económica, política
y social.
En la selección El Imperio Knuto-germánico Bakunir de­
clara que «... el despotismo no se manifiesta sólo en ía
forma, sino en el principio del Estado... y el poder político en
un Estado republicano puede ser tan despótico como en una
monarquía...»
La tendencia libertaria a reemplazar el Estado por la fe ­
deración de Comunas y por la tendencia a la autogestión de
la industria por los obreros mismos en la Comuna, encontró
su réplica moderna en el desarrollo en escala masiva de las
industrias españolas socializadas y de las colectividades rura­
les libertarias; una de las más grandes revoluciones sociales
de los tiempos modernos.
Como los comunalistas libertarios de su tiempo, el trágico
dilema de la C.N.T.-F.A.l. en la guerra civl y la revolución
española consistía en elegir entre la colaboración con los
enemigos ideológicos en el frente antifascista común en ei
gobierno republicano — una violación de los principios anar­
quistas— y la toma del poder mediante la dictadura de la
OBRAS COMPLETAS DE HAKUNIN

minoría anarquista —una violación igualmente grave de los


principios anarquistas.
Para valorar el profundo impacto de la revolución espa­
ñola, críticos anarquistas y no anarquistas de la conducta y
la política de nuestros camaradas, se haría bien en ahondar
estas palabras de Bakunin, que, aunque escritas sobre los
comunalistas de París, siguen siendo importantes con res­
pecto a tos problemas que los trabajadores españoles tuvie­
ron que afrontar:
«... muchos socialistas, muy lógicos en su teoría, censu­
ran a nuestros amigos de París por no haber actuado
suficientemente como socialistas en sus hechos revolu­
cionarios... necesito llamar la atención de los teóricos
más estrictos de la emancipación proletaria, sobre el
hecho que son injustos con respecto a nuestros herma­
nos de París, pues entre las teorías correctas y su apli­
cación práctica hay una enorme diferencia... tenían que
mantener una lucha diaria contra la mayoría jacobina
(estatistas autoritarios). En medio del conflicto tenían
que alimentar varios millares de obreros [millones en
España], organizarías y armarlos, y mantener una
aguda vigilancia sobre los hechos de los sectores reac­
cionarios. Todo esto en una ciudad enorme como París
[España republicana] sitiada, afrontando la amenaza
del hambre, y presa de las intrigas infames de la reac­
ción...» (La Comuna de París...)
Aquí hay mucho que debe ser tenido en cuenta en rela­
ción con los triunfos y los fracasos de Bakunin y de los pre­
cursores que combatieron por la libertad hace más de cien
años.

Sam Dolgoff
Febrero, 1978
P R Ó L O G O

Los tres primeros escritos de este volumen constituyen


parte del esfuerzo literario de Bakunin suscitado por la
guerra francoalemána de 1870 71 desde agosto de 1870, si­
guiendo los acontecimientos hasta después de la Comuna
de París, o sea, hasta el verano de 1871; el cuarto escrito lo
hace aparecer como conferenciante en medio de los obreros
del Jura, en la primavera de 1871. Sus escritos de agosto
de 1870 a junio-julio de 1871, tienen las más diversas for­
mas, pero el mismo fin: contribuir en la medida de sus
fuerzas a dar a los acontecimientos un carácter revolucio­
nario, y cuando esto no fué posible para él, dar una voz a su
crítica revolucionaria y presentar en esa ocasión el con­
junto de sus ideas ante el público europeo. Primero, las
cartas concernientes a una acción; el folleto de actualidad,
luego; después, el folleto o el libro de crítica política re­
trospectiva, histórica, el libro de crítica filosófica y la ex­
posición de las bases de sus ideas tan profundamente an­
tirreligiosas. Cuando el gran acontecimiento de la Comuna
de París intervino, otra vez la crítica actual, socialista y
revolucionaria. De todo eso hay en algunas publicaciones
de la misma época, en originales más numerosos sacados de
los manuscritos para las O&tivres de la edición de París
(1895-1910) y aún más, en los fragmentos inéditos que no
fueron analizados más que en mi Biografía de Bakunin,
en 1899.
Le fué imposible a Bakunin hallar un cuadro literario,
una forma de publicación bastante amplia, rápida y fun­
14 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

dada sobre una base material sólida para exponer ante el


público todo lo que quería decir, y hasta le fué imposible
coordinar esa masa de materiales que prodigaba. Partiendo
de la actualidad, de su marcha de Lyon y de su carta a
Palix del 29 de noviembre, fué absorbido en su crítica del
momento por lo que veía acontecer en Francia: hace la crí­
tica de los alemanes, llega a los comunistas antiautorita­
rios, luego a los filósofos doctrinarios, consigue dar el fon­
do de sus ideas antirreligiosas en un escrito que separa del
conjunto como apéndice, aparta aún otros materiales pa­
ra un Apéndice getmanoeslavo ; pero antes de hablarnos
de sus ideas sobre socialismo y anarquía, la Comuna de
París lo vuelve a la actualidad, y no nos dejó sólo un busto,
sino todo un taller lleno de bustos. Es lamentable desde el
punto de vista literario, pero tenemos al menos en los nume­
rosos fragmentos elaboraciones precisas de muchas series
de sus ideas, que podemos examinar a nuestro gusto, lo que
es preferible a encontrarlas, de una manera reducida qui­
zás, adaptadas al cuadro siempre restringido de un solo
libro.
Bakunin carecía de tiempo para producir libros bien pro­
porcionados; tampoco tuvo probabilidad para ello en el
invierno de 1870-71, encontró demasiado poco reposo. No
estaba muy contento de la manera como James Guillaume
había sacado de sus abundantes manuscritos el pequeño
folleto (43 páginas) de las Lettres á un Franqais; quería
pasar sin Guillaume y no le quedó más que Ginebra, donde
el trabajo de impresión fué muy mal hecho; la única base
material era la garantía de un estudiante ruso de pagar una
entrega (505 francos), lo que hizo. Recurrió de nuevo a
Guillaume, pero no había dinero para imprimir otra cosa.
Bien pronto, en julio, eliminaron completamente el pro­
yecto presente otros trabajos para la Internacional y con­
tra Mazzini.
A pesar de tales adversidades, su aislamiento y sus gran­
des preocupaciones materiales durante dicho invierno, fué
incansable en ese trabajo y a él se dedicó con su mejor
esfuerzo: las partes tituladas más tarde Dios y el Estado
—aparecerán en su cuadro original en el tomo IV de esta
edición— dan fe de ello. Aunque esos meses de noviembre
de 1870 a marzo de 1871 fueron, desde hacía muchos años,
PROLOGO 15

la época más tranquila de la vida de Bakunin, en la que no


se trató de acción y de propaganda, sino solamente de estu­
dios, de lecturas y de elaboración sucesiva de muchos ma­
nuscritos, vale la pena, por consiguiente, ocuparse de ese
trabajo de su pensamiento aquí. No es un espectáculo dema­
siado frecuente, por desgracia, ver a un anarquista remover
totalmente sus ideas después de grandes acontecimientos
históricos, tratando de relacionarlas con la acción que ve a
su alrededor en el mundo profundamente conmovido. No
digo que Bakunin haya encontrado el buen camino y haya
sido infalible en sus apreciaciones; pero lo intentó al me­
nos e hizo una vasta labor intelectual, y siempre es inte­
resante seguir de cerca un trabajo serio.

II

De regreso en Locarno, en los últimos días de octubre


de 1870 (1), debió de entenderse con sus amigos rusos de
Ginebra, el viejo Ogaref y Ozerof, para hacer imprimir en
la Imprenta Cooperativa su trabajo proyectado en entregas
que formarían grandes folletos. Nos queda sólo una carta
escrita el 19 de noviembre a Ogaref, donde dice en lengua
rusa:
M i querido y vie ja amigo A ga:
T e has vu elto excesivam ente avaro en cartas. ¿ E s que bebes de
nuevo? Cuidado, hermano, abstente. B eb e con m oderación para no
p e rd e rte y o lv id a rte de ti m ism o, de lo s am igos y aun de la causa.
V eo p o r tu últim a m isiva que lees m is cartas m uy distraídam en te
y es probable que no las leas hasta el fin. M e escribes que reci­
b iste de m í el final d el fo lle to , pero te escribía que enviaba la
últim a rem esa, que enviaré todavía muchas, muchas hojas, de suer­
te que no resultará un fo lle to , sino todo un lib ro . Tengo ya cua­
renta páginas lista s y e sto no es el fin, fa lta m ucho, y si no las
en vío es porque m e es indispensable tenerlas cerca de m í para• te r ­
m inar una cuestión d ifícil. P o r fa vo r, m i querido am igo, ocúpate
seriam ente de este asunto y no de un m odo cualquiera, porque si
haces esto de una manera sucia, no saldrá una cosa, sino una su cie­
dad. P rim eram ente, y o no tengo fieb re ni en general e sto y apre­
surado p o r im p rim ir lo más pronto p o sib le, como O ze ro f procede.
M e habría apresurado com o él si hubiese tenido la intención de
escribir un fo lle to para influir lo m ás pron to p o sib le sobre la

(1) V&ite el prólogo d«l prim er tomo do ««tas Obras.


16 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

opinión pública. P ero no• tengo ese p ro p ó sito p o r ahora; no lo


tengo porque no tengo ya fe en lo s fo lle to s, cualesquiera que sean;
ni aun con las empresas y a ctos p rá ctico s inm ediatos se puede
m odificar ahora la marcha de lo s acontecim ientos- Según m i opi­
nión, el sistem a m entiroso de G am bett 3 ba ganado ya en la prác­
tica una fu erza tal y ha vencido y logrado despojar hasta tal grado
nuestro sistem a que, si Gam betta incluso quisiera cam biarlo ahora,
no sucedería nada menos que ía pérdida defin itiva de Francia. Su
sistem a se ha hecho más fu erte que él m ism o y bien o mal debe
segu ir su curso inevitable y dar todos sus fru to s antes de que sea
p o sib le d erribarlo. P o r esta razón, no e sto y de ningún m odo im pa­
ciente p o r im prim ir. E scribo un esbozo patológico d e la Francia
presente y de Europa, para edificación de lo s hom bres de acción
m ás pró x im o s del porvenir, y tam bién para, justificación de m i
sistem a y d e m i modo de obrar. Y p o r tanto, quiero escribir algo
com pleto y to talm en te ín teg ro , N o aparecerá un fo lle to , sino un
libro. { Se sabe esto en la Im prenta C ooperativa? A causa de ello,
eviden tem en te, deben m odificarse tes condiciones, y os he escrito
sobre eso, a ti especialm ente. O zero f m e escribe que las pruebas
las leerás tú solo. T e ruego, querido amigo, que tom es por asis­
ten te a Juk [Jukow ski] que, e sto y convencido, no rehusaré ni a ti
ni a m í el ser tu colaborador en este asunto. Un espíritu , un ojo,
y especialm ente el tuyo, son buenos; pero dos valen todavía más.
S i él está de acuerdo, estaré tranquilo; sin eso pediré que me en­
víes una segunda prueba para la impresión definitiva. H az esto, te
ruego, viejo Aga, y rem ítele inmediatamente ¡a carta adjunta.
A p ro p ó sito ; ¿adonde ha ido O zero f con su m u jer? Tú escribes
que m archó; pero a dónde, con qué fin y por cuánto tiem po tú no
m e lo dices y me es indispensable saberlo■ Yo lo espero, Escr/Ae
sobre él todo lo que sepas y dale o envíale m i últim a carta, aña­
diendo las dos cartas de Zurich que espero no habrás extraviado.
E scribe pronto, viejo Aga, y p o r consideración a nuestra am is­
tad, a nuestro honor común, a la causa misma, te ruego que bebas
con m oderación. Tu inalterable,
M . B.
Tú lees m i escritura muy m al, de manera que, si corriges solo
las pruebas, resultará sin duda una confusión. M e obligarás a decir
otra cosa [que he escrito ya] y eso me llevaría a la desesperación.
E s necesario para m í que el fo lle to o el libro esté im preso correc­
tam ente, y a causa de eso re p ito : un espíritu es bueno; pero dos
valen más.
A braza a M aría por mí.

Se ve que Bakunin no se hacía ilusiones sobre el débil


apoyo que le prestaría Ogaref, y también la delicadeza con
que manejaba al viejo, que estaba más o menos en descom­
posición física e intelectual. Recibí en otro tiempo de Ju-
kowski comunicación de la carta dirigida, a él, en ruso
también:
PROLOGO 17
19 de n o viem b re de 1870. L ocarno.
Querido J u k ; H e recib id o tu carta [que debió de llegarle de Mar­
sella, donde se encontraba Jukowski después de la marcha de Bakú-
nin, y donde M roczkow ski y su mujer se hallaban también enton­
c es]. E n vié la carta de Z. S. [la señora O bolenska] a G am buzzi
[que atendía sus asuntos en Ita lia ], el cual, cediendo a m is p e r­
suasiones, ha vu elto a N ápoles de la m itad d el camino [quería ir
ft Francia tam bién] y probablem en te será elegido diputado [lo que
no sucedió]. E spero la carta más extensa que m e pro m etes [sobre
los acontecim ientos de M a r se lla ]; tam bién A lerin i, de M arsella,
m e prom ete una carta sem ejan te [A lerini, en efecto, escribió una
carta muy detallada, desde el 9 al 12 de noviem bre, informando a
Bakunin sobre el m ovim iento desencadenado por las noticias de
la capitulación de M etz. H e reproducido largos extractos en la
B iografía, págs. 517 a 520].
¡ Y ahora al grano! E scrib o y publico en este m om ento, no un
fo lle to , sino todo un lib ro , de cuyas correcciones y publicación se
ocupa O garef• P ero él so lo no tiene fuerza para ello. A yúdale,
te lo ruego, en nom bre de nuestra v ie ja am istad que, aunque ú lti­
m am ente un poco oscurecida p o r nubes, a pesar de todo —hablo
juzgando según m i opinión— , no ha term inado, y por consiguiente
te ruego ayudes a A ga en la publicación, la im presión y ¡as pru e­
bas. O garef te com unicará tod o s los detalles, y cuento con tu apoyo
y espero tu larga carta. Tu
M , B.

También Jukowski prestó sólo un débil apoyo, y no figu­


ra en la correspondencia de Bakunin en enero y febrero
de 1371, Encontramos allí a Ogaref y a Ozerof, y a partir
del 9 de febrero los envíos del manuscrito son hechos a
Guillaume [Neuchátel], del cual Bakunin anota, el 12 de
febrero, una “buena carta”, pero que no se ocupó tampoco
de la impresión hecha en Ginebra hasta que fué demasiado
tarde.
No hubo durante ese invierno ninguna comunicación en­
tre Bakunin y los jurasianos, aunque Guillaume fué infor­
mado sobre el libro que preparaba Bakunin. El 17 de enero,
uno de los camaradas jurasianos más activos, el grabador
A. Schwitzguébel, escribió a Jukowski proponiéndole la
publicación de una serie de folletos que comprendía; El
capital y el trabajo, E l patronado y el salariado, Las huel­
gas y las cajas de resistencia, De la cooperación, De la pro­
piedad, De la organización comunal y de la federación de
las comunas, De la instrucción integral, Del proceso histó­
rico entre la burguesía y el proletariado, o Ja revolución so­
cial, y el 22 de enero Guillaume le escribió que esa idea le
!K OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

parecía excelente. “Justamente hemos hablado últimamente


con él y Ozerof de la necesidad que había de exponer en
una obra, que sería la contrapartida de EJ Capital, de Marx,
nuestra teoría anarquista y revolucionaria. Sólo que hacer
un gran volumen exige dos cosas: un estudio muy profun­
do de todos los detalles de la cuestión social, estudio que
es muy difícil que haga un hombre completamente solo,
después de mucho tiempo. Así, la realización de este plan
me pareció imposible. Por lo demás, "Miguel” escribe en
este momento un libro que parece responder hasta cierto
punto al deseo expresado.
Pero la idea de Schwitzguébel descarta las dificultades.
En lugar de un gran libro, obra de uno solo —obra necesa­
riamente defectuosa y débil en varios puntos—, en lugar
de un volumen, que cuesta caro, reparte la m ateria: se con­
viene un plan, una serie de capítulos que forman una serie
de folletos a la vez independientes unos de otros y comple­
mentarios. Estos folletos serán escritos todos según los
mismos principios, por hombres que estén de acuerdo en la
teoría, y sin embargo habrá variedad, y serán obra de espe­
cialistas que tratarán cada uno el asunto que les es fa­
miliar.’'
Advierte aún con qué cuidado habría que examinar la
división de la tarea y dice: “No sería de opinión que se
pidiese la colaboración de los franceses y de los belgas en
general; primero, no es fácil que estén de acuerdo con nos­
otros; después, puede suceder que no sean capaces de ayu­
darnos, y aun es posible que no estén “dispuestos” a ha­
cerlo. Propondría que se hablara de la cosa sólo a Robin y
a De Paepe. Este último podría tratar con mano maestra las
relaciones entre las ciencias y el socialismo, mostrar la
necesidad histórica y natural de la igualdad. Robin podría
tratar la instrucción integral, que es su especialidad. Tú
[Jukowski], Schwitzguébel y yo haríamos lo demás. Pienso
que Sentiñon [médico de Barcelona] está demasiado ocu­
pado para ayudarnos...”
Guillaume debió de saber por Ozerof el trabajo que reali­
zaba Bakunin, e incluso que éste se hallaba de nuevo en Lo-
carno hacía meses, porque cuenta ( L ’Internationale, II,
página 131) que hasta enero había ignorado dónde estaba
Bakunin. Según él, habría escrito entonces a Bakunin afee-
PROLOGO 19

tilosamente, ofreciéndole sus servicios para vigilar la im­


presión. El diario de Bakunin no anota esa primera carta,
pero esas notas de cada día no tienen la pretensión de ser
completas. En todo caso, el aislamiento de Bakunin en esa
cpoca resalta también de lo que Guillaume escribió enton­
ces y después sobre ese período. Sólo A. Rosa [Sayin], que
había ido a verlo a-Locarno en noviembre, le prometió re-
unir dinero para el libro entre los estudiantes rusos, y halló
probablemente a Alejandro Sibiriakof, que pagó en efecto
la factura del 19 de abril, que se elevaba a 505 francos.
He ahí en qué circunstancias de aislamiento y de coope­
ración precaria compuso Bakunin su libro entrevisto, soña­
do, pero no concluido.

III

Pone aparte primero el manuscrito de 114 páginas sobre


la situación política en Francia, escrito en Marsella, y que
se encuentra en el tomo I de esta edición. Da también a su
nuevo manuscrito (hablo del texto impreso) la forma de
una carta a un amigo francés. En las primeras ochenta ho­
jas, promueve ciertas cuestiones que discutirá más tard e:
las razones que no le permiten enaltarse por el sufragio uni­
versal —las razones de la decadencia absoluta del republi­
canismo burgués— el incidente de Lyon, durante el cual
el famoso republicano Andrieux puso en libertad a los fun­
cionarios y policías bonapartistas arrestados, y la solidari­
dad en el crimen entre los bonapartistas y sus predecesores,
los asesinos del proletariado en junio d.e 1848. Y en toda
la última parte, que se ocupa aún de Francia (hojas 85-87),
denuncia el cálculo de los bonapartistas de volver a Napo­
león I I I por el triunfo definitivo de los alemanes, realizado
por la paralización de todos los esfuerzos “patrióticos y
necesariamente revolucionarios”, a lo cual llegarían por el
camino más corto y más seguro, “por la convocación inme­
diata de una Asamblea constituyente"; habría, pues, discu­
tido rudamente la Asamblea Nacional elegida el 8 de fe ­
brero.
Después de haber llegado a la página 80 de su manus­
crito, vacila. Acaba de preguntarse por qué Julio Favre,
20 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

del Gobierno provisional, no emplea contra los bonapartís-


tas esa ferocidad despiadada que manifestó en junio de
1848 contra los obreros socialistas. En el manuscrito que
se imprimió llega a la conclusión de que ese Gobierno, por
odio a la revolución, entrega o hace entregar Francia a los
prusianos. Copia casi textualmente, sin tener en cuenta el
anacronismo, un párrafo del manuscrito de Marsella con
una fecha de los primeros días de octubre (“He aquí pron­
to un mes”...) (1), pero pasa en seguida a una nota sobre
Emilio de Girardin. Escribió esa nota el 23 de enero (“por
la noche un poco más [del escrito] arreglado Emilio de
Girardin”) ; había anotado el 22: "de nuevo vuelve a co­
menzar el folleto a partir del impreso”, y el 23 por la ma­
ñana: “folleto poco” [escrito]. Se puede deducir de eso
que el texto fué compuesto primeramente hasta la pági­
na 80 del manuscrito (pág. 69 del folleto) y que el trabajo
se había detenido allí durante bastante tiempo, desde no­
viembre probablemente. Estas diez semanas sirvieron para
hacer estudios y para la redacción de manuscritos cuidado­
samente elaborados, pero desechados por el autor.
Guillaume (Oeuvres, tomo III, 1908, pág. XII, nota 1)
cree que estos trabajos están perdidos; habría podido ver
las páginas 534 a 538 que se conservaron en parte, en gru­
pos de hojas que el autor quiso conservar, aun destruyendo
probablemente una cantidad de hojas intermedias a las que
no atribuyó ninguna importancia.
Así, hay “un manuscrito de las páginas 81 a 93” que dis­
cute el Gobierno provisional más o menos como el texto
impreso; luego pasa a los bonapartistas: su único medio es
la corrupción. El autor expone que toda mala acción, mien­
tras el individuo permanece fiel a los intereses de su clase,
no es corrupción. Da como ejemplo las cuadrillas de bandi­
dos, los jesuítas y Andrieux, el procurador burgués que ac­
tuaba como reaccionario bajo la República. Pero traición y
corrupción existen cuando un obrero elegido vuelve la es­
palda al pueblo, como lo hizo Brialou, de Lyon. Pasa a
observaciones históricas sobre la corrupción y discute las
bandas de mercenarios, el individualismo y las ciudades de
la Edad Media; habla mucho de Italia, la madre de la civi-

(I) Confrontar la s página- 198 del tomo I de esta edición y 115 del presente.
PROLOGO 21
lización moderna; de Maquiavelo y del Estado; de la cen­
tralización; en fin, de Inglaterra y de América. Falta la
continuación del manuscrito.
Se sabe que existe “aún otra versión manuscrita de estas
páginas a partir de la 81”, donde el autor comienza el nue­
vo texto con estas palabras: “La revolución, por lo demás,
no es ni vindicativa ni sanguinaria. No exige ni la muerte
ni la deportación en masa, ni siquiera individual, de esa
turba bonapartista...” Y continúa: “La revolución, desde
que reviste el carácter socialista, cesa de ser sanguinaria y
cruel. El pueblo no es cruel de ningún modo, son las clases
privilegiadas las que lo son." “He mostrado el furor de
los burgueses en 1848. Los furores de 1792, 1793 y 1794 fue­
ron igualmente, exclusivamente, furores burgueses”, y
prueba esta proposición con extractos de Michelet, una
fuente sobre la cual Guillaume (Oeuvres, III, pág. 189, no­
ta) hace restricciones muy juiciosas. El aspecto popular
de la revolución francesa, que tanto fascinó a Kropotkin,
era ignorado en tiempos de Bakunin, quien afirma de la
revolución de 1793: “dígase lo que se quiera [haciendo alu­
sión quizás a Les Hebertistes, de Gustavo Tridon, 1864, y
a otra literatura semejante del 60], no era ni socialista ni
materialista... Fué esencialmente burguesa, jacobina, meta
física, política e idealista”. Soñaba lo imposible, “el esta­
blecimiento de una igualdad ideal, en el seno mismo de la
desigualdad material", y Bakunin demuestra que “la explo­
tación excluye la fraternidad y la igualdad”. Discute esto
largamente, después pasa a la “libertad” y llega a esa larga
disertación, todo un libro, al cual dió más tarde el título
de Consideraciones filosóficas sobre el fantasma divino,
sobre el mundo reaj y sobre el hombre, páginas 105 a 254
del manuscrito, que permaneció inconcluso. Este manus­
crito está impreso en Oeuvres, III, págs. 183 a 405, y ha­
llará su puesto en el tomo III de la edición presente, al
lado de Antiteologismo, con el cual se relaciona. Se com­
prende cuánto tiempo llevó a Bakunin ese trabajo en los
últimos meses de 1870; aceptó, sin embargo, ese texto en
su obra como apéndice y habla como tal de él en la con­
tinuación del manuscrito principal (que se hallará en el
tomo I II de esta edición).
En el texto impreso del Imperio knutogermánico, la par­
OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

te francesa se interrumpe bruscamente después de la pro­


mesa de mostrar el carácter reaccionario de la convocación
inmediata de una Asamblea constituyente, con las pala­
bras: "Pero primero creo útil demostrar que los prusianos
pueden y deben querer el restablecimiento de Napoleón III
en el trono de Francia” —tesis que la Historia, tal como la
conocemos ahora, no ha confirmado, pero que un autor que
escribió en la tercera década de enero de 1871 ha podido
muy bien construir y motivar—. Sigue la parte intitulada
por Guillaume, en 1871, “La Alianza rusa y la rusofobia de
los alemanes” (lo que quiere decir la alianza rusa de los ale­
manes y su rusofobia) y la parte histórica, “Historia del
liberalismo alemán”, terminada en detalle hasta el si­
glo XVI y continuada hasta el tiempo presente por notas
generales, concluyendo a sí: “Si se quisiese juzgarla [a Ale­
mania], al contrario, según los hechos y los gestos de su
burguesía, debería considerársela como predestinada a rea­
lizar el ideal de la esclavitud voluntaria”.
Estas partes (págs. 87 a 138 del manuscrito) fueron en­
viadas a Guillaume el 9, el 11 y el 16 de febrero (págs. 81
a 138); para fecharlas no hay más que estas indicaciones:
“Folleto alemanes” (26 de enero) y “La literatura moderna
de Alemania” (28 de enero); esta última observación, según
yo creo, se aplica a las páginas que preceden la “Historia
del liberalismo alemán”.
En el manuscrito precedente, este asunto fué igualmente
tratado, a juzgar por las notas desde 1.® de enero: “acabado
cuadros históricos” ; éstos son los cuadros cronológicos de
los progresos humanos y de los principales acontecimientos
históricos. Bakunin los elaboró muy extensamente según el
conocido libro de Kobb sobre la Historia de la cultura;
existen en, manuscrito, pero es posible que haga alusión
aquí a los extractos de esos cuadros hechos para el capítulo
histórico que meditaba. El 2 de enero: “folleto, Alemania,
historia”. “Nota muy larga”. El 5: “investigaciones históri­
cas sobre Alemania”. El 10: “folleto bastante bien — Ale­
manes”. Trabaja en él todos los días, claro está, y el 22 ano­
ta : “folleto — libertad” ; pero por la noche de ese día reini-
cia todo ese trabajo: “de nuevo recomienza folleto a partir
de lo impreso” y se dedica al texto definitivo.
Un fragmento manuscrito (pág. 97 a 140), interrumpido
PROLOGO 23
en esta última página, redactado en forma de nota, es qui­
zás lo que llama, el 2 de enero, “nota muy larga”. La pros­
peridad material, el desenvolvimiento y la libertad intelec­
tual y moral..., todo debe ser sacrificado al solo fin de la
grandeza, expansión y omnipotencia del Estado: “tal es el
único sentido “oficial" de la palabra patriotismo en el Im :
perio de todas las Rusias”. “He ahí esa Rusia de quien los
eslavos austríacos esperan aún hoy torpemente su libera­
ción” (Bakunin no deja nunca de zaherir la rusolatría de
los políticos checos, de los Palacky, Rieger, Brauner y
otros que, en 1867, en la época de la mayor represión de los
polacos, habían hecho la llamada “peregrinación” de Mos­
cú). Pasa luego a la carta de Marx en el periódico ruso Na-
rodnoe Dyelo (1870), que discute también en el texto de­
finitivo.
Después discute el protestantismo en Inglaterra (Crom-
well) y en América y sus efectos en Francia, Habla de las
guerras de los campesinos alemanes, polemizando contra
una opinión emitida por Lassalle.
Esto, al parecer, termina una discusión “del siglo XVI",
porque pasa al desenvolvimiento intelectual de Francia
“en el siglo X V II”, Gassendi, etc,: de ahí se deriva la
Francia moderna. Sus relaciones con Holanda, Suiza e
Inglaterra. La incipiente independencia del espíritu inglés;
Hobbes, Hume, Gibbon. Desenvolvimiento semejante en
Italia. Sólo Alemania y España quedan enteramente fuera
de esa solidaridad internacional, de la opinión pública que
se forma. España, por su catolicismo; Alemania, por su
protestantismo.
Continúa sobre Francia, sobre los jansenistas, etc. “No
tenemos que ocuparnos de España. Pero debemos hablar de
Alemania, Primero, analicemos los hechos”. Después sigue
una primera versión de la “Historia del liberalismo alemán"
(sin este título), bastante semejante al texto definitivo,
pero más explícita sobre el asunto de los eslavos: un largo
pasaje sobre el espíritu de la raza eslava. “En mi calidad
de eslavo, no puedo hablar de la insurrección memorable de
los eslavos de Bohemia, en el siglo XV, sin un sentimiento
de justa altivez”, etc. Prosigue sobre los campesinos pola­
cos, sobre el odio entre alemanes y eslavos, sobre el pan-
germanismo después de la guerra, sobre las tendencias pa­
24 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

trióticas de los socialistas alemanes, sobre las calumnias


del Volksstaat contra Bakunin. Habla del Congreso eslavo
de Praga en 1848, de sus ideas sobre los eslavos austríacos.
En fin, alude a los obreros alemanes y a sus perspectivas
revolucionarias, nulas en aquel entonces.
Otro fragmento, páginas 98 a 122, trata del sistema que
ha puesto a Francia en su posición terrible, de la cual no
puede salir sino por medio de la revolución social: “...es el
sistema que el triunfo del protestantismo ha hecho asentar
en Alemania sobre las ruinas del viejo Imperio germánico;
porque la acción de la reforma religiosa, emancipadora y
estimulante en todas partes, ha producido en ese país de
respetuosa subordinación y de piadoso quimerismo un efec­
to singular: paralizó en él completamente, durante dos si­
glos por lo menos, el florecimiento de los espíritus, y esta­
bleció definitivamente la religión del poder temporal, el
culto a la autoridad de los príncipes y a los empleados del
Estado..,” Es un primer esbozo de esa idea y el texto está
interrumpido (pág. 99), correspondiendo en parte al texto
impreso y conservado hasta una discusión del clero ruso;
el resto falta. Otra página discute las consecuencias
del protestantismo para Alemania: “...lo que se demuestra
por la inmovilidad casi absoluta del espíritu alemán y por
la ausencia casi completa de toda iniciativa nacional, tanto
política como comercial e iftdustrial, durante los dos siglos
y cuarto aproximadamente que han seguido a las primeras
manifestaciones triunfantes del movimiento al principio
completamente popular de la Reforma”. Añade en nota:
“¿No es, en efecto, una cosa digna de ser notada que el pro­
testantismo, que en todas partes ha producido un espíritu
de libertad.,.” etc. “ (en Holanda)?”, etc.
En dos fragmentos (págs. 107 a 120 y págs. 108 a 111)
señalados Alemania 2 y 1, se trata de Rusia, que no habría
nunca amenazado a Alemania ni ejercido una influencia
reaccionaria sobre ella. El centro de la reacción era Metter-
nich (Austria), más tarde fué Prusia. Discute el período
desde Alejandro I (primer cuarto del siglo XIX). Nessel-
rode, el canciller ruso, estuvo a sueldo de A ustria; Metter-
nich impidió a Alejandro I dar una constitución a Rusia,
como ahora impide Bismarck a Alejandro II hacerlo; la
reacción reina en Rusia desde 1819.
PROLOGO 25

Luego se refiere a Austria, su disgregación inmediata,


las nacionalidades que componen ese país. Polemiza contra
el doctor Rieger (jefe político entonces de los checos) y el
Estado checo. Menciona a los jefes checos en 1848, que
estaban "desgraciadamente formados en la doble escuela
de los jesuítas austríacos y de la ciencia política, burocrá­
tica, jurídica e histórica de los alemanes” ; recuerda su pe­
regrinación a Moscú, en 1867, al “Imperio tártaro-bizantino-
germánico de todas las Rusias”.
Otros fragmentos (págs. 110 a 123 y 124 a 130) se ocupan
de los liberales alemanes de 1830 y 1840 y de 1848. Hace la
crítica del parlamento de Francfort (1848-49), y habla so­
bre las insurrecciones de mayo de 1849 (a las cuales prestó
él mismo su apoyo en Dresde) cuando la "...Baviera renana
y el Gran Ducado de Badén, al mismo tiempo que una parte
del reino de Sajonia y algunas ciudades de Prusia, movidas
por un último esfuerzo del Partido Democrático, se habían
insurreccionado, bajo el pretexto de apoyar las resoluciones
de la Asamblea Nacional de Francfort...”, y sobre los ale­
manes en general, que no poseían la “jiba” de la rebelión,
contando que los obreros alemanes de Norteamérica eran
partidarios de los demócratas, es decir, del partido escla­
vista, y que los colonizadores alemanes en Rusia no se rebe­
laban jamás. (A esto se podría responder que la participa­
ción de los alemanes en la guerra civil de Norteamérica, en
los ejércitos del Norte, su lucha contra los esclavistas, es
un hecho demasiado conocido para ser descuidado, y que
los campesinos alemanes inmigrados a Rusia para fundar
allí aldeas, bien pronto florecientes y qué gozaban de una
cierta autonomía, abandonados a su tranquilidad después
de haber hecho los pagos concedidos y conservando su idio­
ma, se abstenían de participar en la vida pública y más aún
en la vida revolucionaria del pueblo ruso, fenómeno no muy
extraordinario; pero no discuto aquí las observaciones de
Bakunin.)
Según él, en ese manuscrito, los alemanes reúnen cuali­
dades que no se hallan juntas habitualmente: trabajo, ho­
nestidad y esclavitud, valor, inteligencia, ciencia y obe­
diencia resignada. Eso los hace tan peligrosos para la liber­
tad; “son instrumentos natos del Estado”. Bismarck com­
prende que el que da a los alemanes la unidad, puede tra-
O t« s de Bakunin. - I I 3
26 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

tarlos como esclavos. Habla de Bismarck, Napoleón I y III,


de la Francia posterior a junio de 1848 y diciembre de 1851,
de la burguesía desde 1830, de Guizot, de Cousin, del justo
medio también en la literatura, de la tendencia aristocrá-
ticoburguesa de esa literatura francesa de entonces, que
ponía su más alta aspiración en ser aceptada en los salo­
nes “...Aun en la bohemia artística y literaria —cuya mise­
ria espantosa, parece, habría debido abrir el espíritu y el
corazón— esa indiferencia y esa hostilidad [se refiere al
movimiento ascendente y a las aspiraciones progresivas de
las masas populares] eran tan completas como en los más
célebres representantes de la literatura y de las artes...”
(Aquí habla de lo que pudo observar él mismo en París,
de 1844 a 1847, en los años del supremo triunfo de la clase
burguesa.)
Dejo de lado algunos fragmentos más pequeños y llego
a las páginas 124 a 140, escritas todas en nota (a las pági­
nas 112 a 123) y que comienzan así: "Los teóricos del co­
munismo alemán, Fernando Lassalle y muchos otros, im­
pulsados por su antipatía singular —pero sistemática y que
descubre su instinto burgués— contra todo movimiento re­
volucionario de campesinos o de trabajadores de la tierra,
han enunciado esta idea barroca: que la derrota de los
campesinos insurrectos de Franconia en 1825... fué de una
inmensa ventaja desde el punto de vista del desenvolvi­
miento racional y normal de la libertad y del socialismo
para Alemania, porque los campesinos —dicen— tendiendo
entonces como hoy a la propiedad individual, representa­
ban y continúan representando aún el elemento aristocrá­
tico, feudal, agrario; mientras que las ciudades.;.”, etc. Esta
concepción es combatida y pasa al asunto de la burguesía
y del proletariado, de Napoleón y de Bismarck, etc.
El autor observa que fué siempre adversario de la “es­
cuela histórica fatalista y optimista a la vez”, que repre­
senta los acontecimientos, no sólo como inevitables, sino
también como útiles. Cree que todo no ha podido suceder
de otro modo a como ha sucedido, pero no reconoce por
eso que las cosas más abominables hayan sido necesarias,
buenas, útiles, y nunca será su apologista. Algunas veces,
puede resultar lo bueno del mal, porque no hay nada que
PROLOGO 27
sea absolutamente malo. ¿Qué es lo bueno y lo malo en la
Historia?
Pasa a la «libertad», y eso nos recuerda que anota esta
palabra: “folleto-libertad” por la mañana del 22 de enero,
el mismo día que recomienza de nuevo su manuscrito. Este
fragmento, que no termina, marca, pues, al lado del último
fragmento (págs. 132 a 148 y 149 a 159), el último período
de su tanteo antes de la redacción definitiva,
“Por «libertad» —dice— no entiendo el libre albedrío. El
libre albedrío es una imposibilidad, una insensatez, una in­
vención de la teología y de la metafísica que nos lleva de­
rechamente al despotismo divino, y del despotismo celeste
a todas las teologías de la tierra, la consecuencia es nece­
saria y segura. Así, todos los tiranos de la tierra, todos los
que bajo un título cualquiera pretenden imponerse a la so­
ciedad humana como gobernantes...” etc.; a esta concepción
nefasta opone: “no hay libre albedrío, no se puede más que
conocer y reconocer las leyes de la naturaleza...”
“La «libertad» no tiene, pues, propiamente más que un
sentido social. El hombre no puede, no debe, no quiere ser
libre más que ante los otros hombres, tomados aislada o co­
lectivamente. Toda su libertad consiste, pues, en esto: en no
obedecer más que a sus propias convicciones, a su propio
pensamiento, a su propia voluntad, y en no dejarse deter­
minar por las convicciones, por el pensamiento y por la
voluntad ajenos, mientras no los haya hecho suyos. De don­
de resulta que el hombre no es, no puede llegar a ser libre
cuando se encuentra ya en relaciones con sus semejantes;
que la libertad humana únicamente ha podido nacer en la
sociedad humana, y que, por consiguiente, ésta última ha
sido por fuerza anterior a la primera” (la libertad humana).
Añade otra prueba y concluye: “Por tanto, no fué, al
comienzo de la Historia, la libertad quien creó a la socie­
dad, sino, al contrario, es la sociedad la que crea sucesiva­
mente la libertad de sus miembros, orgánicamente unidos
en su seno por la naturaleza, independientemente de todo
contacto, de toda premeditación y de toda voluntad de su
parte”. Es preciso considerar la “sociedad humana” como
"un ser colectivo natural fatalmente producido por la na­
turaleza e impuesto como tal a cada individuo humano
como base única de su existencia”. ¿Qué ley fundamental
28 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

la domina? “Es la constitución del orden o de su organiza­


ción interior por el desenvolvimiento cada vez más amplio
de la libertad de sus miembros”.
Cita entonces algunas páginas del Antiteologismo (inédi­
to todavía; Oeuvres, I, págs. 136-139) y se da el placer de
mencionar el famoso pasaje anarquista de las Untersuchttn-
ger iiber Thierstaateti, del naturalista Carlos Vogt, su an­
tiguo amigo, libro publicado en 1851, reimpreso de la revis­
ta alemana Deutsche Monatschrift (Stuttgart; enero de
1850, págs. 129-131), donde apareció ese pasaje. Se reimpri­
mieron esas notas de Bakunin y la cita libertaria de Vogt
en el suplemento de La Révclte, enero de 1893. Bakunin, que
quiso hacer ese honor a su amigo —o más bien a su ex ami­
go, porque Vogt y él no estaban ya en relaciones— hace,
por lo demás, restricciones a las opiniones demasiado indi­
vidualistas propuestas por Vogt. Se aplica a demostrar los
lazos de solidaridad absoluta que ligan a cada individuo
con la sociedad; no se tiene más que pensar en los dos ins­
trumentos más poderosos dei desenvolvimiento del hombre,
en el '‘pensamiento*’ y en la “palabra”. El pensamiento pre­
supone la palabra, el idioma es un producto colectivo. Des­
pués de algunas polémicas contra las tendencias libertici­
das de un Volksstaat y contra esa libertad individual preco­
nizada por los proudhonianos extraviados y por los positi­
vistas en el Congreso de Basilea de la Internacional (1869),
termina con las siguientes palabras: “Nosotros queremos
la emancipación universal de todos los indiv; dúos humanos,
la libertad íntegra y completa de cada uno, igual, no sólo
en cuanto al derecho, sino también en cuanto a los medios
de su realización para todos. Y esa libertad únicamente po­
drá ser obtenida cuando no haya ni derecho, ni propiedad
jurídica, ni gobierno político, ni Estado: cuando la huma­
nidad se haya libertado, en fin, para sie nprfc, de todos sus
gobernantes y tutores. E n una palabra, corno el señor Car­
los; Vogt, queremos la anarquía”.
Si no existiese la nota “folleto-libertad” del 22 de enero,
se creería que el manuscrito siguiente fué escrito después;
en todo caso, marca el último punto alcanzado por las ten­
tativas literarias que preceden a esa fecha. Estas son, en
paquetes separados, las páginas 132 a 148 y 148 a 159. Al
dorso de la hoja 136 se encuentran notas sobre el contenido:
PROLOGO 29
“1. Restauración. Romanticismo. Literatura burguesa. So­
cialismo. Libertad”.
“2. Apología de la esclavitud histórica”.
“3. Revueltas de los campesinos alemanes. San Bartolo­
mé. Escuela fatalista”.
Se encuentra allí la última parte de una descripción del
socialismo francés de los años anteriores a 1848, las pri­
meras palabras conservadas son: “de Fourier, de Considé-
rant, de Pedro Leroux, de Cabet, de Luis Blanc y de
Proudhon...” Después dice que la influencia más grande
sobre la juventud fué ejercida entonces por Lamennais, pero
sobre todo por Michelet y por Quinet, de lo cual da una
bella descripción.
Luego, hablando de la esclavitud, dice entre otras cosas:
“...Pero en todas partes donde hay reflexión hay rebeldía.
Sólo los burgueses alemanes son y han sido siempre excep­
ciones: son animales muy reflexivos, muy sabios, y a pe­
sar de todo están domesticados e irreconciliablemente ape­
gados a sus amos”.
“Pero dejemos a los burgueses alemanes y hablemos del
esclavo humano, del esclavo normal, en el que se desarro­
llan paulatinamente el sentimiento de su esclavitud penosa,
vergonzosa, el odio al amo y el instinto, el pensamiento, la
voluntad de la santa rebeldía”.
Después habla de Comte, del Estado popular, de la nota
de Lassalle sobre las guerras de los campesinos en Alema­
nia, sobre los campesinos y la Revolución francesa, que Las-
salle debía rechazar también, porque dió la tierra a los cam­
pesinos como propiedad privada. Se halla la observación:
“Estoy lejos de ser un admirador absoluto de Suiza. En­
cuentro en ella, desgraciadamente, muchas estrecheces y
muchas miserias. Pero, comparada con Alemania, es un pa­
raíso de hombres altivos, de hombres libres; mientras Ale­
mania no presenta hoy más que un infierno de esclavos”.
En fin, llega a la “escuela fatalista y optimista” (como
en el manuscrito anteriormente citado). Augusto Comte es,
naturalmente, de ese número; se detiene al discutir este
asunto.
He ahí, pues, una cantidad de trabajos inéditos que ha­
brían debido hallar un puesto entre las dos grandes partes
que componen E l imperio knutogermánico, la parte que cri­
30 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

tica lo que pasó en Francia desde el 4 de septiembre, y la


parte que discute el asunto primero: alemanes y rusos, y
que luego hace un proceso histórico de los alemanes.
Para juzgar propiamente el acta de acusación de inferió-
ridad histórica y casi natural contra los alemanes, sería
preciso conocer todos los materiales adicionales envueltos
en estas páginas inéditas de que no he indicado apenas más
que el contenido. Espero poder publicar la mayor parte
posible algún día.
Este acta de acusación fué escrita entre el 22 de enero
y el fin de dicho mes; por tanto, algunos días después de
la proclamación del Imperio alemán en Versalles, el 18 de
enero de 1871, y poco antes o durante la capitulación de
París, en un momento, por consiguiente, en que ese nuevo
imperio tenía las apariencias del más fuerte, por el momen­
to, y en el que agradó más a Bakunin lanzar un desafío
aplastante,al vencedor, lo que hizo. Su manera de instruir
ese proceso histórico es un buen ejemplo de su verbo, de
su solidaridad con los más débiles de la hora; pero, según
mi opinión al menos, eso es todo.
Su crítica contiene indicaciones interesantes que verda­
deros estudios históricos profundizarían y verificarían, o
al contrario, según el caso; pero eso no es historia ni mé­
todo científico aplicado a la historia. Libelos semejantes
han sido escritos en enorme cantidad en todos los pueblos.
E n cada período de guerra o de tirantez de relaciones entre
Estados, pulula semejante literatura; ¡cuántos libros no
hay en Inglaterra sobre las malas acciones de Francia, en
Francia sobre las de Inglaterra y de Rusia, y así por el
estilo! E l nombre y el prestigio de Bakunin no debieran,
pues, cubrir esa manera de envilecer a un pueblo con un
libelo apasionado escrito durante semanas de gran excita­
ción. Bakunin lanzó su desafío al más poderoso de la hora,
muy bien; pero ¿correspondía a un internacionalista sem­
brar así el odio nacional? No podía obrar de otro modo;
dijo absolutamente lo que pensó toda su vida y lo que dijo
y escribió en muchas ocasiones antes y después. Pero
el lector moderno que se inspire en su espíritu socialista,
libertario y rebelde, no tiene ninguna razón para seguirle
también en sus predilecciones y en sus prejuicios, que le
son propios como a todo hombre, pero que sería perjudicial
PROLOGO 31
aceptar ciegamente, sin abrir los ojos críticos. En una pala­
bra, como toda apreciación rápida sentada en las luchas de
cada día, así esta parte de apariencia "histórica” en la obra
de Bakunin exige un escrutinio “crítico” para separar lo
que es válido de las partes en que la pasión del día falsea
el juicio sobrio (1).

IV
Las otras partes del gran manuscrito serán analizadas
cuando se publiquen en los tomos I I I y IV de la edición
presente. E l 25 de febrero, al expedir a Guillaume las pá­
ginas 149 y 169 del texto definitivo, le escribió: “Te ruego,
querido amigo, que envíes todo el manuscrito corregido a
Ozerof, que lo pide a grandes gritos. En total, con esto te
envié 89 páginas (81-169)”. No se tenía, pues, siempre ori­
ginal en Ginebra para continuar la composición; pero un
poco más tarde, en abril, Bakunin debió luchar para que
no se suprimiese su segunda parte (alemana), limitando el
folleto a cinco pliegos.
He aquí sus cartas de la época, las únicas que se conocen
y que dan una muestra viva de sus impresiones de la Co­
muna de París, que luchaba entonces contra los versalleses.
El 5 de abril, escribió a Ogaref, a Ozerof y a Varlin; al
primero le dice:
Y bien, am igo Aga, escríbem e tú tam bién aunque no sea m ás que
una línea, ¿Q ué piensas d el m ovim ien to desesperado de P arís?
Acabará com o pueda, p ero , es preciso d ecirlo, son atrevid o s. En
P arís se ha encontrado precisam en te lo que n oso tro s hem os bus­
cado en vano en L yo n y en M arsella: una organización y hom bres
decididos a ir hasta el fin. [S e refiere a la Guardia N acional y a
su Comité central, organizaciones creadas primeramente para la
defensa de París, pero que habían perm itido a los republicanos
avanzados y a los obreros socialistas estar en contacto constante
con el pueblo, lo que facilitó una acción colectiva el 18 de marzo

(I ) Una carta de su m ujer, carta de la que no conozco uíSs que un resumen,


habla de U grave crisis m aterial que sufría B akunin entonces. Dice, e l 25 de
enero de 1S71: M, B. se encuentra en un estado muy abrumado; dice: "¿Qué
hacer? Soy demasiado viejo para comenzar a ganar mi pan, no me queda mucho
tiempo de vida.’’; ¡a cuestión económica le abruma de tej modo que pierde toda
su energía y se mata moraimente, y todo eso después de haber sacriBcado su
vida a la libertad y a la humanidad, olvidándose de sí mismo. Los hermanos han
permanecido siempre indiferentes, inactivos hasta el crimen; M. B, piensa
obligar a los hermanos a darle s u parte de la herencia.
32 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

y después.] Probablem ente serán vencidos. P ero es probable tam ­


bién que para Francia no baya en ¡o su cesivo ninguna existencia
exceptuada la revolución social. E l E stado francés está perdido
para siem pre. A llí, ¡os revolucionarios son más terrib les que lo s
cinco m il m illones, ¡ y cuán diversas naciones! 1) ¡os campesinos,
2 ) los obreros, 3 ) la pequeña burguesía, 4 ) la gran burguesía, 5 ) lo s
nobles que salen del otro m ando, 6 ) lo s eternos vam piros de la
sombra,, los sacerdotes, en íin , 7 ) el mundo de la burocracia y 8 ) el
proletariado de la pluma. E n tre esta s naciones no existe ninguna
solidaridad más que ¡a de¡ odio mutuo y la frase patriótica.
Con L., tam bién esto y m u y contento. H e desenterrado en él un
vie jo am igo; el mism o caballero, el m ism o últim o de lo s mohica-
nos entre los nobles; sólo que ahora se preocupa po r la coopera­
ción. Tam bién se ha ocupado calurosam ente, sinceram ente y de
buena gana de m i asunto y tiene la esperanza de que se arre-
glará (1 ).
Tú también, m i viejo am igo, escríbem e. H o y te telegrafié pidien­
do me envíes contra reem bolso dos libras de te. Envíalas, pues.
¿ Y qué hace m i ángel M aría? [M ary Sutterland] ¿Cóm o va su
salud y ¡a tuya tam bién?
E scribe pron to. Tu
M . B.
L ee m i carta a Varün y di tu opinión.

***

Para Juan [O zerof].


S de abril de 1871. Locarno.
H e aquí para' ti una carta para Varlin. T e ¡a envío ahora para el
caso en que, incitado por nuestro im paciente amigo R oss, te hayas
decidido a ir a París antes de que las circunstancias me perm itan
ir a tu casa [Bakunin no salió de Locarno hasta el 25 de abril].
Sobre esto te escribí a ti y a R oss [de los cuales había recibido
carta ese mismo día].
R em ite esta carta a Varlin, no de otro m odo que en sus propias
m anos. Según todas las probabilidades, ¡os prusianos perecerán;
pero no perecerán en vano, habrán hecho a¡go; que arrastren con­
sig o al menos la m itad de P arís. L as ciudades de provin cias: L yon,
M a rsella 'y otras, están desgraciadam ente mal como hasta aquí, al
menos a juzgar según las noticias que me llegaron. L o s v ie jo s
jacobinos me inquietan tam bién m ucho; lo s D elesclu ze, lo s Flou-
rens, lo s P y a t y aun Blanqui, que se han hecho m iem bros de ¡a
Comuna. Tem o que tiren so b re el antiguo carril cabezas quemadas,

(1) Se tra ta de u» raso llam ado Luniguin que Bakunin acababa de encon­
trar, en marzo, en Florencia y que habla prom etido com unicarse en R usia to n
sus hermanos sobre ei asunta de la herencia. H a debido de recordar a Bakunin
otra persona que él y Ogaref conocían. E n 188Í, apareció en P a rís \in folleto*
L es Alteles et ¡e mouveznent coopetatíf, por W . Luniguin, quien dice en é l:
“he vivido y obrado en ese m edio de cooperación” . E ste es, sin duda, el mismo
de que habla Bakunin,
PROLOGO 33
p e to aliviándoles lo s b o lsillo s. E n ton ces, todo esta ia perdido. Una
e in d ivisib le, eso lo ai m inará todo y ante todo a si m ism os. T odo
el m érito de esta revolución consiste propiam ente en que es una
revolución de lo s trabajadores. H e ahí lo que trae la organización
N u esu os amigos, en la época d el asedio, han logrado y safado or­
ganizar y han fundado así una fu erza enorm e; p e to lo s nuestros,
en L yo n y en M arsella, han quedado com o antes. En París, se con­
centró un número de hom bres bastante grande, capaces y enéigicos,
tanto, que tem o que se m olesten lo s unos a lo s otros. Si hay aún
tiem p o , es preciso in sistir para que vaya d t P arís el m ayor núm ero
de delegados sinceram ente revolu cionarios a provincias. ¿Cóm o
cayó C luseret en el C om ité? ¿ E s verdad? Sería sim plem ente un
u ltraje, si fuera cierto . [Bakunin había concebido en Lyon, en el
curso de los acontecim ientos del 28 de septiembre, una mal* opi­
nión de Cluseret que, en efecto, fué uno de los jefes m ilitares de
la Comuna.] ¡Q u é posición m ás diabólicam ente d ifíc il1 Pi>r und
parte, la cohesión policíaca de lo s prusianos con la reacción fran­
cesa, por otra, la estu p id ez de las provincias. Sólo las medidas-'
más desesperadas y el estar d isp u esto a d estru irlo todo consigo
pueden salvar la causa. T e ruego que escribas todo lo qae sep a s
da L yo n y de M arsella,' pero tam bién sobre París. James, ¿marche
o no? [Jam es Guillaume explicó él m ism o que debia haber ido ya
en lebrero, de acuerdo con una proposición que le fué hecha por
Fernando Buisson, a París, com o m aestro del orfelinato fundado
por Buisson durante el asedio, al m ismo, en B atignolles, del que
salió el O rfelinato P revost, en el que Pablo Robín realizó más
tarde algunas de sus ideas pedagógicas. Este viaje no tenía nada
que ver con la Comuna y fué abandonado por causas privadas».]
¿P or qué mi libro se im prim e en papel tan g ris y sucio?
Q uisiera darle o tro títu lo :
E l imperio knutogermánico y la revolución social.
S í no ha sid o hecha aún la im presión defin itiva, cam biad eso.
Y si está ya enteram ente im preso, entonces q u e quede vu estro tí­
tulo del lib ro [ “La revolución social o la dictadura m ilitar” ].
Te íu eg o m e envíes inm ediatam ente todos lo s p lieg o s im presos
en 20 ejem plares, y envía ejem plares a A lerini, d e M arsella, a algu­
no d e L yon , es decir, a R ich ard ( 1 ) o a la señora Blanc, a Sentiñon
y a Farga P ellicer, de B arcelona. Sus direcciones y tam bién la de
A le n m las tom arás d e casa de Juk.
Y Juk y U tin, ¿no irán a P a rís? E nvía L ’E galité. ¿ Y qué hay
con La Solidarité? [La S o lid a rité, redactada por Jukowski, apaie-
cía entonces en Ginebra, a partir del 28 de m arto, 4 nüm eios.j
Sf partes, la am iga Sasha [la mujer de O zerof] perm anecerá sin
duda p o r algún tiem po en Ginebra. E spero una respuesta con im ­
paciencia.
Y L azaref, ¿dónde vuela con su máquina? ¿N o sabes nada de P .?
L . [Lum guin?] dice que p ron to habrá en R usia más de dos m illo - -
nes de soldados, y que están to d o s arm ados; lo s soldados: disci-

(1) E n el texto ruso impreso, se lee Riter, pero no pue4s *er otro que
Alberto Richard.
34 OBRAS COMPLETAS DE BAKVNIN

phnados según el nuevo sistem a prusiano, y lo s oficiales, excelen­


tem ente in struidos. ¿ Y qué es lo que se espera de N etchaef y com­
pañía.3
A pren de a leer m i carta a V arlin y léesela tú m ism o, si es posi­
ble con algunas o tra s cartas [aquí falta una palabra]- Y sería bueno
que pudiésem os vernos antes de vuestra marcha. E nviad dinero.
I r é despu és d el 13 ó el 15 de abril.

E l 7 de abril llega una carta de Ozerof, entonces en el


Ju ra ; la respuesta, del mismo día, se perdió. El 9, escribe
Bakunin a Ogaref:
9 de abril de 1871. Locarno, dom ingo d e P as­
cua; en tre n osotros, [en R usia], parece que to ­
davía no.
M i querido A g a :
H e recibido el te ; gracias. Y , según parece, gratis, como ofrenda
am istosa; dos v e ces gracias por eso. E spero con im paciencia cartas
d e ti y d e O zero f, una respuesta a tre s cartas [4, S y 7 de abril].
N o re p e tiré lo v ie jo . P ero quiero d isc u tir contigo sobre la prim era
e r tie g a d e m i lib ro . N u estro p o b re am igo O zero f delira ahora con
lo s am igos de ¡as montañas a p ro p ó sito de P arís y d e Francia, y
no xe puede psnsar que, a pesar d e toda su buena voluntad, dedique
algún pensam iento a e ste produ cto de mi plum a. Yo tam bién be
ten id o el d elirio , pero no lo ten g o ya, V eo dem asiado claramente
que el ju ego está perdido. L o s franceses, aun lo s obreros, no están
bastante penetrados de ello, p ero la lección ha sido terrible. Sin
em bargo, fu é todavía poco. Se necesitan m ás calamidades, sacu­
didas más fu ertes. Las circunstancias son tales, que eso no faltará,
y entonces quizás se d esp ierte el diablo. Y antes de esa época seria
crtm m al y estúpido, p erd er nu estros pobres m edios y nuestros po­
cos h om bies. Esta es m i opinión d efin itiva. M e esfu erzo —y es­
fu érza te tú ta m b ié n ~ con todas m is energías por reten er a nuestro
am igo, a nuestros am igos O zero f y R o ss, y tam bién a nuestros am i­
gos de las montañas. E n ese sen tid o escribí ayer a Adhemar.
ÍS ch w itzgu éb el; carta comenzada el 6 y enviada el 8 de abril],
D h e lo a O ze ro f; p o r lo dem ás, él leerá esta carta, que se refiere
exactam ente tanto a él com o a ti. Y ahora vu elvo a m i lib ro :
L a primera, entrega debe com ponerse de ocho pliegos. [Com­
prende 119 páginas, por tanto, i y 2 pliegos.]
' P iim e ra pregunta: ¿ T en éis m aterial para ocho pliegos? S i no,
que se naga el cálculo en la tipografía sobre el número de páginas
de m i m anuscrito que faltan aún. L as enviaré inm ediatam ente.
2, ¿Se continúa im prim iendo, o no hay bastante dinero para
pagar ocho plieg o s? Y s i no, ¿qué m edidas fueron tom adas para
ten er ese dinero?
3. Tu, v ie jo amigo, atiende para que se im prim a el libro sin fal­
tas. ¿ N o s e puede em plear el fran cés que ha corregido tan bien en
o tro tiem po las pruebas en casa de C zerniecki, o, s i no está ahí,
algún o tr o ?
PROLOGO 35

i. Sería bueno que la primera entrega constituyera un conjunto,


en lugar de estar interrumpida en medio de una frase.
5. H e rogado a O ze ro f que m e en víe 20 ejem plares d e lo s pliegos
,m presos y que envíe algunos ejem plares a las d ireccion es indica­
das. Os ruego que hagáis esto lo antes posible.
Adiós. Te abrazo a ti y a tu M aría. E scríbem e so b re tu vida,
sobre lo que haces. A ntonia [la m ujer de Bakunin] os saluda. Tu
M. B.

Entre el 9 y el 16, Bakunin experimenta nuevas molestias


sobre su libro y es preciso que ponga otra vez las cosas
en orden; es la última carta relativa a él que conocemos.
Hela aquí:
16 d e abril, 1871.
M i querido A g a ;
A y e r be recibido tu. carta; hoy respbndo. Tú, m i v ie jo amigo¿ no
lo dudes, tu s cartas no s e pierden, llegan exactam ente y y o pienso
y respondo explícitam en te a todas las observacion es y cuestiones.
Tú escribes ahora que decidieron publicar la p rim e ia enttega
com puesta de S p liegos. Tú m e escrib es esto antes de haber reci­
bido m i últim a ca ita donde im ploro, aconsejo, pid o , en fin, exijo
que Ja prim era entrega com prenda tam bién toda la historia ale­
mana, hasta el m ovim ien to de lo s cam pesinos inclusive, y que
acabe exactam ente antes d e l capítulo que h e b a u tizado: Sofism as
h istó rico s d e lo s com unistas alem anes. [E s lo que se hizo en
efecto.] Añadí adem ás que ese títu lo ha sid o cam biado por Guillau-
m e quizás, borrado por él, p ero no sin duda hasta el grado de ha­
berse hecho ileg ib le. En una palabra, el fin debe e sta r a llí donde
com ienzan propiam ente, o m ás bien antes de su com ienzo, las con­
sideraciones filo só fica s so b re la lib erta d , el d esen volvim ien to del
hom bre, el idealism o y el m aterialism o, etc. T e ruego, Ogaref, y os
ruego a to d o s lo s que tom áis p a rte en la im presión del libro, que
hagáis exactam ente com o os lo m e g o ; es indispensable para mí.
D e este modo, s i toda la historia alemana, coñ la guerra de los
cam pesinos, está com prendida en la p rim era en trega, esta entiega
tendrá 6 ,7 ó aun tal v e z 8 p liegos. [T ien e 7% .] N o puedo d ete rm i­
nar eso aquí, vosotros, p o d éis hacerlo. N ada im porta que resu lte
m ayor d e lo que habéis p ro p u esto , y a que escrib es tú m ism o que
hay dm ero para d ie z plieg o s. P ero puede suceder que la copia
destinada p o r m í para la prim era entrega sea in su ficien te para lle ­
nar el ú ltim o p lie g o , el se x to , sép tim o u o ctavo. En este caso ha­
ced e sto :
1, E nviadm e en seguida to d o e l re s to d e l m anuscrito, es d ecir
todo lo que no entra en la prim era entrega hasta la página 285 in ­
clusive. [E sta s últim as páginas, 273 a 285, habían sido enriadas por
el autor el 18 de marzo, el día antes de su partida para Florencia.]
2. E n viad igualm ente la últim a página de la parte que debe en­
trar en la primera entrega (e n original, o en copia, con indicación
d e l número de la página, si alguno quiere tom arse el trabajo de
tra n scrib irlo ) 3 fin de que pueda añadir una, conclusión. Y pedid
OBRAS COMPLEJAS DE B A K LK IN

que s e haga un cálculo en la im prenta sobre e l número de páginas


necesario para term in ar el pliego. A ñadiré inm ediatam ente todo
lo que sea preciso y en d os días, nada más, os enviaré de nuevo el
m anuscrito Sólo que no debes olvid a rte de enviarm e esa últim a
página, sin la cual es im posible escribir una continuación.
T e lu ego, O g a rei: Inclínate graciosam ente a m i ruego y a mi
legitim a demanda y han exactam ente y pron to todo lo que pido y
exactam ente com o lo pido. Todavía otra v e z: eso m e es indispen­
sa b le; pero por qué eso es indispensable, te lo d iré cuando nos
veam os, lo que espero debe ocurrir pronto.
P id e s siem pre que te d irija la conclusión. M i querido amigo, en­
viaré inm ediatam ente m aterial para la segunda entrega de ocbo
p lieg o s: p ero eso no será todavía el fin. Comprendo que he com en­
zado un fo lleto , y que lo he terminado como un libro. E sto no tiene
fi>ima¡ pero no hay nada que hacer, y o m ism o so y am orfo, y aunque
a m o ifo , el lib ro será sólido y vivien te. Lo he escrito ya casi com ­
pletam en te. N o hay más que poner el todo en orden. E s m i prim ero
y mi últim o libro, m i testam ento espiritual. P o r lo tan to, querido
am igo, no pongas obstáculos. Tú sabes que es im posible renunciar
a un plan fa v o rito , a un últim o pensam iento, ni m odifica ilo si­
quiera. A rrojad lo natural, vuelve a¡ g di ope- S e trata d e l dinero.
En to ta l no se reunió más que para d iez pliegos y no habrá menos
de vein ticu atro. N o te preocupes, he tom ado ya m edidas para re ­
unir la suma necesaria. La cosa principal es que haya dm e¡o para
la p n m era entrega de 6, 7 u 8 p lieg o s; im prim id, pues, y publicad
a trevidam en te la prim era entrega exactam ente en las dim ensiones
que:idas p o r m í ( y no en las fijadas p o r v o so tro s). D io s da el día,
D ios da tam bién e l pan. [Proverbio ruso.]
E s claro„ creo y o , y ahora haced como os pido, exactam ente y
pron to y todo irá bien.
Si dependiera de mí, no dejaría a R oss ni al del lago [el hom­
bre del lago de Neuchatel, es decir, James Guillaume] ir a París,
sobre todo a este ú ltim o [que habría ido por razones privadas, pro­
yecto ya abandonado]. P e ro respeto la lib erta d de m is am igos y
cuando esté convencido de que la decisión d e m archar es in alte­
rable, no seré un obstáculo. R oss ha marchado ya. T em o que caiga
én lances no a m istosos antes de llegar a P a rís; lo s h ijo s de perra
están ahora exasperados contra todos los extran jeros; en M arse­
lla, han fusilado garibaldinos con particular delicia. M ien tras no
haya un m ovim ien to serio en provincias, no veo salvación para
P arís. V eo que P arís está fu erte y decidido, gracias a lo s dioses.
E n fin. han pasado d e l período de la frase al de la acción. Cual-
qm ei a que sea el fin, han establecido sin em bargo un hecho h istó ­
rico enorm e. M as para el caso de un fracaso, me quedan d o s v o to s
aue h a cer: 1 ) que lo s versalleses no venzan a P arís de o tro m odo
que con la ayudq d irecta de los prusianos, 2 ) que los parisienses,
al p erecer, hagan p e re c e r ju nto con ellos la m itad de P a rís por lo
menos. E n ton ces la cu estión de la revolución social, a despecho d e
todas la s vic to ria s d<s la guerra, se planteará com o un hecho enor­
m e irrefu table.
PROLOGO 37
S i se puede hacer todavía e l cam bio, titu la d m i lib ro asi: E l im­
perio knutogerm ánico y la revolución social. Tu
If. B.
Faé tarde para cambiar el título, puesto que la primera
hoja, ya' impresa entonces, pero que Bakunin no había visto,
contiene el título antiguo (que según la carta del 5 de abril,
¿no habría sido dado por Bakunin mismo?) La revolución
social o la dictadura militar (1). Pero se conformaron a las
demás instrucciones de Bakunin que, como se advierte, de­
bió tomarse una molestia increíble para que sus auxiliares
de Ginebra llevaran a buen fin un trabajo sin embargo bas­
tante sencillo. A pesar de todas las dilaciones y una corres­
pondencia continua entre el autor y Ogaref y Ozerof, nadie
tuvo la idea de enviarle una prueba, y se horrorizó con
justa razón y se enfureció cuando vió el texto estropeado
de la edición en rústica pronta a aparecer así con una tapa
sin título. No quiso tratar más con la Imprenta Coopera­
tiva e hizo imprimir en Neuchátel, en la imprenta de Gui-
llaume, una lista de erratas completada aún por Guillaume.
Se imprimió también allí una nueva cubierta que lleva en
fin el título que se conoce. Se habían impreso 1000 ejem­
plares: la factura de SOS francos calcula 480 francos por
8 pliegos, precio aumentado “en razón de la copia casi ile­
gible” (dice la factu ra); se pagó, pues, más caro el lodazal
que se hizo con el texto de un autor que había tenido dema­
siado confianza en los cuidados y la competencia de sus
amigos. Se había compuesto, además, una parte de la se­
gunda entrega, por 102 francos, y además los gastos de
Neuchátel ascendieron a 80 francos. El dinero fué pagado,
principalmente con la ayuda de un estudiante ruso, Sibí-
riakof. entonces en Munich. Se contaba con éste para su­
fragar los gastos de una segunda entrega, impresa en Neu­
chátel, 8 pliegos por 512 francos; pero Sibiriakof escribió,
el 2 de junio, que no podía prometer nada, lo cual hizo inte­
rrumpir la publicación.
Es verdad que Bakunin conservó todavía la esperanza;
escribió, el 10 de junio, a James Guillaume:
(1) Se ene'!entran en la parte escrita a fine» de febrero las p a la b rea : ‘"El
’o
im pr1 prusogerm ánico o k ñuto germánico que el patriotism o alem án levanta
hov «soWí las ruinas y en la sangre de Francia". H e aquí el Origen del íltu ld
donde el adjetivo in u to reem plaza, pues, en la intención del autor, e l adjetivo
jmvíW7, y por consiguiente nada tiene que ver con Rusia ^ o n el knut ruso).
38 OBRAS COMPLL1 \S DE BAKU M N

Q uerido am igó: T e envío la carta de Sibiriakof [del 2 de junio];


adjunto ana carta que, s i tú crees útil, puedes enviar. Sin duda has
recib id o la que escribí el S de este m es y que te he enviado, como
habíamos convenido, para el amigo de Zurich [el estudiante ruso
Ponom arefl ¿ Qué piensas d e l arreglo que te propuse > M e parece
realizable. S i venden 40 ejem plares [de E l im perio in d o g e r m á ­
nico] en Sbint-Im ier, La Chaux-de-Fonds, L óele, lo que no me pa­
rec e im posible, eso dará 60 francos; con ¡os SO trancos enviados de
M unich [ejem plares para Sibiriakof y sus am igos], eso dará 90.
D e ésos 40 francos para: L óele, o tro s 40 pata SonviTíier, 6 que
debo com o responsable de La Solidarité [d éficit del periódico],
4 francos de gasto de correo [eso quiere decir que Bakunin pagó
asi lo que debía en el Jura por el pago de su m antenim iento]. Q ue­
daré debién dote p o r dos libras de te, si me las envías; si no m e las
en viaste ya, no lo hagas, porque espero de Ginebra...
En cuanto a la suma necesaria para la segunda entrega, tengo
la confianza de que se encontrará pronto, y el manuscrito de esa
entrega no tardará en llegarte com pleto. E l amigo de Zurich se
preocupa p o r com pletar la suma y además tendría o tros am igos
Envíam e lo m is pronto p o sib le lo s 210 ó 200 ejem plares para que
¡os expida a Italia, donde los am igos lo s esperan y i
T e en vié esta mañana p o r el correo, no ocho, sino once volú­
m enes de G rote [H istoria de G recia] y cuatro volúm enes de A u­
gusto Comíe [Curso de filo so fía positiva]. Te ruego envíes inm e­
diatam ente esto s últim os a F r itz R o b ert, al que se lo s he pro­
m etid o ...
H e recib id o una carta de R o ss [había telegrafiado primero desde
Zurich que estaba de regreso de París, donde otro camarada, el
joven polaco Lankiewicz, había muerto en los com bates]. L e in cito
a que escriba su diario lo más detallado y lo más severam ente v e rí­
dico [sobre la Comuna; no lo h izo ]. N o sotros lo traducirem os. p ri­
m ero para lo s amigos ín tim os, porque toda la verdad no puede
decirse en público. N o debem os dism inuir el prestigio de ese hecho
inm enso, la Comuna, y debem ós defender' incondicionalm ente en
este m om ento incluso a lo s jacobin os que han m uerto p o r ella.
H echa la traducción, tú verás la parte que se puede sacar para el
público. ¿N o es así? E spero con im paciencia tu caria. Tu abnegado
M B.
Según una nota que había conservado Guillaume y que
me comunicó, recibió de Ginebra 376 ejemplares en rústica;
Ozerof recibió 124 para introducirlos en Saboya y en Fran­
cia: 250 ejemplares fueron enviados a Italia; he aquí 750
ejemplares; la suerte de los otros 250 me es desconocida.
E l volumen entró muy poco en la circulación general; du­
rante mucho tiempo hubo depósitos, pero desde hace bas­
tantes años todo ha desaparecido y se ha hecho muy raro,
aunque no tanto como un gran número de los demás e s ­
critos de Bakunin en ediciones originales.
PROLOGO 39
V

De regreso en Locarno el 1 de junio, después de su viaje


por el Jura, de lo que se hablará aún, Bakunin recibe noti­
cia de la grandeza del desastre de París, de la matanza de
los combatientes de la Comuna. Su diario anota, el 3 y el 4:
“Tristes noticias de' París.” El 5, se siente impulsado, se
diría, a reivindicar la causa, vencida por el momento, de la
Comuna, y habla de ella en un preámbulo para la segunda
entrega de E l imperio knutogermánico (véase carta a Gui­
llaume del 10 de junio) que prepara. Escribe lentamente,
por lo demás, con interrupciones y mucha correspondencia
a qué atender, hasta el 23 de junio, catorce hojas. Esa intro­
ducción al libro llega pronto a su asunto principal: ‘‘El so­
cialismo revolucionario acaba de intentar una primera ma­
nifestación brillante y práctica en la Comuna de París", y
continúa: "Soy un partidario de la Comuna de París"., etc.
Estas páginas fueron sacadas por primera vez de los pa­
peles de Bakunin por Eliseo Reclus, quien las publicó en
la revista anarquista ginebrina Le Travailleur, en abril de
187S (págs. 6-15), bajo el título por él creado de La Comuna
de París y la noción del Estado. Más tarde se remitió el
manuscrito a Bernardo Lazare, que lo publicó en los Entre-
tiens Poli tiques et Litteraires (París, núm. 29, agosto de
1892, págs. 59-70), edición más correcta que la primera im­
presión ; pero, desgraciadamente, el manuscrito original no
be ha vuelto a encontrar desde entonces. Esta apreciación
de la Comuna fué frecuentemente reimpresa y traducida
desde esa época en folleto; una traducción rusa (Ginebra.
1892, 20 páginas) está acompañada de una carta de P. Kro-
potkin que sería interesante recoger.
Es lástima que este manuscrito no haya sido continuado*
y vale la pena examinarlo con gran atención, teniendo en
cuenta lo que hemos experimentado de las luchas sociales
de nuestro tiempo y lo que vamos a ver todavía y quizás a
vivir nosotros mismos. No se ha aprovechado bastante la
experiencia de la Comuna, que reunió en su seno precisa­
mente las mismas dos tendencias, la autoritaria y la liber­
taria, que encierran los movimientos de nuestros días y que.
en el fondo, son los componentes inevitables de todo movi­
miento revolucionario: habrá siempre en ellos libertarios;
40 OBRAS COMPLEJAS DE B A K L M N

pero, desgraciadamente, por mucho tiempo aún, la mayoría


será de los autoritarios. En la Comuna, los dos grupos se
. llamaban mayoría y minoría, jacobinos e internacionales.
Pero el desastre de la Comuna, la espantosa carnicería de
la semana de mayo, las prisiones, la deportación, el destie­
rro —y también el valor y la energía iguales de los parti­
darios convencidos de ambas tendencias— los rodeó a todos
con la misma aureola de luchadores y de mártires y la crí­
tica se impuso silencio. Bakunin dice eso en la carta a
Guillaume, el 10 de junio, y lo practica en su manuscrito,
que no oculta su punto de vista libertario, lejos de eso, pero
que se conforma a las exigencias completamente naturales
de la solidaridad revolucionaria. Se tendrán en cuenta este
hecho inevitable al leer sus páginas, como la mayoría de las
apreciaciones corrientes sobre la Comuna. Si la crítica seria
(no la polémica personal, que no ha faltado) sobre la Co­
muna de París hubiese tenido más vigor —sin descuidar por
eso el deber de solidaridad contra la burguesía y los go­
biernos—, se habría estado mejor preparado para recibir
los acontecimientos de 1917 en Rusia y en otras partes; se
habría podido obrar en lugar de ser deslumbrado, mal infor­
mado, vacilante, ingenuo y cualquier otra cosa menos ac­
tivo, y los años posteriores no se habrían sucedido en Eu­
ropa en el caos intelectual, por decirlo así, del mundo revo­
lucionario. Nunca es demasiado tarde para saber, y la crí­
tica de Bakunin, aunque esté velada, es siempre digna de
atención.
P or lo demás, la Comuna no es el asunto predominante
más que en la pequeña parte de ese preámbulo que se escri­
bió El autor llega pronto a una tesis más general: “La abo­
lición de la Iglesia y del Estado debe ser la condición pri­
mera e indispensable de la liberación real de la sociedad;
después de eso, sólo ella puede y debe organizarse de otro
modo...”, y entra en el vasto asunto de la emancipación
religiosa, muy bellas páginas interrumpidas en las palabras:
“Si el progreso de nuestro siglo no es un sueño mentiroso,
debe terminar con la Iglesia”.
Según sus notas diarias, estaba bastante ocupado en los
últimos días, cuando trabajaba en ese escrito; anota tres
veces: “Preámbulo, poco” (el 20, 21 y 23 dé junio); recibe
la visita de Fanelli (del 19 al 26); escribe una “larga carta
PROLOGO 41

cifrada a Sonvillier”, que envía por Zurich (para Schwit


guébel, por Ponomaref); una larga carta a Ross; le ocupan
correspondencias para Italia y España, etc. El 25 anota:
"Recomienza advertencia”.
¿Vió que la parte teórica del “Preámbulo” tomaba gran­
des proporciones y se apartaba demasiado del contenido del
libro? (1) ¿O buscó de nuevo el asunto de más actualidad,
el enemigo victorioso de la hora, para combatirlo de frente ?
Este enemigo no fué ya en primer grado, en ese moment >.
Alemania por su triunfo m ilitar efímero, ni la burguesía
francesa personificada en Thiers, que había aplastado la
Comuna de París; lo fué esa burguesía, la 4“burguesía ru­
ral", la antigua aristocracia, y con y tras ella la “Iglesia,
Roma”, la eterna esclavitud religiosa, y contra eso es con­
tra lo que la Advertencia, escrita del 25 de junio al 3 de
julio (48 páginas de manuscrito), está dirigida en prime;
lugar. La burguesía de las ciudades, por odio al socialismo
dejó degollar al pueblo de París, y abdicó por eso mismo de
todo carácter agresivo, y la “burguesía rural” (los “rura­
les”, como todo el mundo decía entonces) se convirtió en
“la clase realmente dominante en Francia” ; pero no era
más "que un instrumento pasivo y ciego en manos del cle­
ro”. Será, pues, “la intriga ultramontana”, “será la Iglesia
de Roma, en una palabra, la que se encargará en lo sucesivo
del gobierno de Francia y la que, formando una alianza
denfensiva y ofensiva con la razón del sable y la moralidad
de la bolsa, la tendrá en sus manos hasta la hora más o me­
nos cercana en que triunfe la causa de los pueblos, la de la
humanidad, representada por la revolución socia1". Hac
pues, lo que llama “nuestros estudios históricos sobre el
desenvolvimiento del partido del orden en Francia”, en es­
pera de la hora de la liberación por la revolución social.
Son páginas brillantes en que zahiere ese horrible “par­
tido del orden” que conocemos tan bien en nuestros días.

( i ) Cabe aún la posibilidad de que haya existido «na p a rtí im portan


del m anuscrito y le encuentre perdida h asta el presente. Conozco uu* carta
de filíseo Reclus * la m ujer de Bakunin, del 13 de junio de 878. donde dice
que grandes obstáculos económicos im piden la continuación, flf ]g re v iste Le
T'availIeuT, “pero íso no nos im pedirá p rep arar para la im presión los a-rtíc'ilo'!
4e B akunin. El fin del articulo... está listo. H allarem os los medios de pubi
rs/ío'* E l, pues, posible que el m anuscrito de B akunin que se Sabia copia.,
fin duda, en e¿a ocasión, ha?* iid o extraviado entonces- Reclus no verífii
ot-n publicación desde entonces hasta la im presión de Jios y ¡Untado, en 188
Obras de Btkunin. - I f S
42 OBRAS COMPLETA S DE BAKL'M N

Agota para estas páginas, tan rápidamente esbozadas, su


piopia experiencia, los años pasados en París en las postri
merías de Luis Felipe, su observación de la vida política y
social europea desde 1862. Creo que esas páginas perte­
necen a lo más bello y sólidamente establecido que haya
escrito, porque en el fondo de cada nota hay una abundan­
cia de hechos que conoce bien y todo está impregnado del
más puro espíritu libertario, del verdadero pensamiento
libre. En una discusión de los diputados campesinos es in­
terrumpido y perdemos así la continuación de uno de sus
escritos mejor inspirados.
Existe una variante inédita, las páginas 22 a 29, sobre
las cuales ha escrito al reverso como asunto principal: “Bo­
napartistas. hombres fuertes”, que corresponde en efecto
al contenido del texto, de las páginas 21-22 de la Adverten­
cia (Oeuvres. tomo IV, págs. 3C5-6). No tengo a mi dispo­
sición en este momento ese manuscrito, pero es todavía un
fragmento inédito que espera su publicación.
No hay por qué asombrarse de que Bakunin haya dirigido
entonces su mayor atención al asunto de la Iglesia de
Roma. Si lo comprendo bien, la derrota del proletariado
de París, la asfixia del socialismo en Francia por un nú­
mero indefinido de años, marcó para él el fin de ese perío­
do ascendente, lleno de esperanzas, de 1860-70, el período
de Garibaldi, de la insurrección polaca y de la Internacio­
nal. Veía demasiado claro la reacción estatista brotar de la
nueva Alemania victoriosa y la reacción antisocialista pri­
mero, clerical luego, evolucionar de la Francia de los rura­
les, luego del “Gobierno del orden moral” victorioso sobre
el pueblo de París, y dió la voz de alarma sobre ambos peli­
gros. Se ve por diferentes notas escritas algunos años más
tarde que sopesaba el peligro del Estado y el peligro de la
Iglesia para ver cuál sería él mal mayor, y concluyó que
la esclavitud mental, la imbecilidad psíquica que crea la
Iglesia es aún más funesta que el sometimiento físico por
el Estado. Siguió las diversas luchas de los años siguientes
contra el clericalismo con el mayor interés. El escrito pre­
sente, la Advertencia, expresa, pues, sentimientos que le
afectaban hondamente.
Pero una cuestión de solidaridad demandó su atención
inmediata: las intrigas ginebrinas contra la sección de la
PROLOGO

Alianza de la Democracia Socialista exigían una defensa


común, e hizo lo que estaba de su parte, más que los otros,
y entregó a eso todo su tiempo desde el 4 de julio La A d ­
vertencia. quedó inconclusa. Después de eso comienza la
defensa de la Internacional y de la Comuna contra los ata­
ques verdaderamente malvados de Mazzini, y desde enton­
ces el nuevo movimiento italiano lo absorbe. Y cuando en
el otofio fué posible imprimir un folleto, imprime La teo-
logia política de Mazzini y la Asociación Internacional de
los Trabajadores y no una segunda entrega de su libro.
E n noviembre-diciembre de 1872, comienza un largo es­
crito, cuyas primeras páginas faltan, pero que designa en
la página 58 como Segunda entrega de E l imperio ktiuto-
germánico.., Permaneció inédito y fué publicado en las
Oeuvres, (t. IV, págs. 395-510, 1910); encontrará su puesto
en el tomo IV de la presente edición.

VI
Las Tres conierencias a Jos obreros del Valle de Saint-
Imier, en el Ju ra bernés, en mayo de 1871, por Bakunin, que
forman la conclusión del volumen presente, nos muestran
un trabajo improvisado de propaganda socialista inmediata,
pero que mantiene ese nivel elevado del pensamiento que
Bakunin sabía dar a todos sus esfuerzos. Redactó el texto
completo para leerlo en Sonvillier, donde permaneció des­
de el 28 de abril hasta mediados de mayo en casa de Adhe-
mar Schwitzguébel, a quien dejó el manuscrito. Este hizo
una copia y remitió el original a Guillaume. En 1893, me
comunicó Schwitzguébel en Bienne su copia, en la que fal­
taba una hoja. Antes de publicar ese texto incompleto
—pero notable, sin embargo, y bastante correctamente co­
piado del manuscrito del autor que, como tan a menudo,
contenía algunas palabras de lectura difícil— en la Societé
NovveUe, de Bruselas (marzo y abril de 1895), me había
dirigido a Guillaume para coleccionar y completar la copia
de acuerdo con el original; pero no juzgó entonces impor­
tante u oportuno ver publicado ese manuscrito. Relato este
detalle a causa de su crítica un poco exagerada del primer
texto ( Oeirvres, tomo V, pág. 298), donde no se dice que
Je hubiera sido muy cómodo facilitar entonces la edición
44 OBRAS COMPLETAS Dé B A K L M h

de un texto completo y correcto. La edición de 1895 fué


traducida varias veces, entre otras al español, en E l Escla­
vo (Tampa, F lorida); pero, evidentemente, todas esas edi­
ciones habría que modificarlas de acuerdo con el texto com­
pleto de Oeurres (t. V, págs. 298-360, 1911).
Bakunin, como se sabe, fué sorprendido por el movimien­
to puramente local de París del 18 de marzo, como todo el
mundo. Estaba absorbido entonces —como se verá en deta­
lle en el prólogo del tomo I I I — por las partes más abstrac­
tas y difíciles de su libro proyectado, y al lado de eso los
esfuerzos para arreglar su situación material desesperada
hicieron necesario un viaje a Florencia para ver a ciertas
personas; partió el 19 de marzo y volvió el 3 de abril a
Locarno. Entonces fué cuando recibió noticias de sus ín­
timos camaradas rusos, Ozerof y Ross, dispuestos a partir
para París, y escribió el 4 una carta a Varlin, que Ozerof
debería remitirle en propias manos, pero Ozerof no llegó
a París entonces. Ya el 9 de abril, escribió a Ozerof que
había comenzado a delirar (como él dice) lo mismo que sus
amigos, pero que volvió en sí y consideró perdida la causa
de París. Escribe en este sentido a Schwitzguébel (carta del
8 de abril). En la carta del 16, admira la firmeza de París,
pero la abstención de las provincias le hace desesperar de
la salvación de la Comuna parisiense.
Según lo que me dijo Guillaume, no existía hasta enton­
ces ningún proyecto colectivo; no se trataba más que de
la marcha de los camaradas más ardientes a París, lo que
Bakunin pudo alentar al principio; después previno a sus
amigos; pero respetó su libertad y los dejó hacer. Existía
independientemente de él, en Ginebra, el plan todavía rudi­
mentario de formar un cuerpo de guerrilleros, compuesto
sobre todo de garibaldinos, que habría penetrado en Fran­
cia para sembrar la rebelión en favor de la Comuna, pero no
había dinero. James Guillaume, que estaba particularmente
ligado a Varlin, supo comunicarse con éste por medio de
un obrero de Lóele que se dirigió a París y logró remitir
a Varlin una pequeña nota de Guillaume. Era todavía en la
época del Comité central, en las primeras semanas después
del 18 de marzo, y el contenido de la respuesta de Varlin
fué ‘*que no se trataba de una revolución social, como se
imaginaban; que no había «más que un movimiento espontá­
FRGIUGO 45
neo e inesperado de la Guardia Nacional en favor de un
consejo municipal, un asunto completamente local: París
demanda la Comuna «elegida».'*
Varlin creía que ee estaba en vías de arreglarse pacífica­
mente con el Gobierno, que después de las elecciones próxi­
mas el Comité central presentaría su dimisión y que todo
habría acabado. Sería locura querer hacer una revolución
seria con los prusianos a las puertas de París. En cuanto a
sostener el proyecto mencionado con dinero, no había que
pensar .en ello; existía una contabilidad regular y la idea
de enviar diez o veinte mil francos sería romántica e irrea­
lizable. Se pensaba entonces que se tenían los millones de
la Banca de Francia “para protegerlos y no para derroch r-
los”. Tales sentimientos animaban a los mejores en París
hasta que fué demasiado tarde; algunas semanas después,
cuando los versalleses se reforzaron e hicieron la guerra
abierta a la Comuna para exterminarla, hubo algunos emi­
sarios de París que fueron hasta Ginebra, desde donde sé
estaba en relaciones con los lyoneses; éstos prepararon mo­
vimientos parciales, pero abortaron. Los camaradas de Ba­
kunin. Jukowski y otros prestaban su concurso, pero todos
e3tos esfuerzos carecían de verdadero ímpetu.
Bakunin estaba, sin duda, al corriente de las cosas lyone-
sas mediante una correspondencia frecuente con Ozerof.
E l 13 de abril, anota: “carta de Ozerof—anuncia llegada
de Parraton a Ginebra (uno de los lyoneses del 28 de sep­
tiembre de 1870); el 17: “carta de Camilo Carnet. Carta a
Carnet y a Ozerof, enviada”. Camilo Carnet, permaneció en
Suiza, 1872, y en España, 1873, en el medio íntimo anar­
quista de entonces. Jukowski conservó esta nota del 17 .de
abril, dirigida a Carnet:
E ste 17 de abril de 1871, L ócam e
M i querido a m ig o : E s to y m uy conten to d e saber que aun e s t i
con vid a y lib e rta d y espero que tam bién con buena salud. S ó lo
e s to y asom brado d e qu e no haya buscado ni encontrado a n u estro
am igo Juan [O zero f] que se halla en Ginebra (p id a su dirección a
M . Z am perint [un in tem acionalista italiano], 12 en la CIu$e) y que
se habría alegrado de ve rle. H abría p o d id o darle to d o s ¡os d eta lles
io b r e lo que a m í se refiere. E scríbam e en seguida a la dirección
sig u ien te: L o car no, cantón del Tesino. Señora T eresa Pedr&zzim.
Para ía señora A ntonia.
E rpero con im paciencia su carta.
M . Bakunin
46 OBRAS COMPLETAS DE B A K l '\ I \

El 25 de abril, pues, Bakunin partió, se reunió con Gui­


llaume el 27 en Neuchátel y a partir del 28 se estableció en
Sonvillier, en casa de Schwitzguébel, su primera visita a
esa parte del Jura, aunque conocía desde 1869 la región
neuchatelense de las montañas. Guillaume cuenta que fué
a verle una vez (L ’lnternationale, tomo II, pág. 151) y “co­
menzaba a hastiarse, y me lo dijo. Si entre los obreros hay
algunas naturalezas de “élite”, un gran número de ellos
carecen de la solidez de carácter, que es lo único que puede
hacer revolucionarios serios y seguros; los "gritadores” y
“bebedores”, como dijo [en las últimas palabras de la te r ­
cera conferencia], podrían muy bien ser arrastrados a un
acto de rebeldía en un momento de exaltación pasajera,
pero no eran capaces de acción reflexiva, voluntaria y pro­
funda”. En abril, antes de la llegada de Bakunin, Schwitz­
guébel escribió a Jukowski* “Tuvimos fiesta estos días
pasados; algunos de nuestros miembros se exaltaron bebien­
do y han tenido ideas que perjudicarán más que beneficia­
rán. Pero los acontecimientos harán olvidar esa torpe sali­
da”. Tales detalles explican la ligera crítica que encierran
las últimas palabras de las conferencias.
De estas semanas data la fotografía de Bakunin hecha
por Silvano Clement, de Saint-Imier (el mismo de quien
habla en la segunda conferencia); le muestra muy viejo,
completamente cano, en gran contraste con la fotografía
muy popular hecha en Ginebra en el otoño de 1867,
“A mediados de mayo —continúa Guillaume—, salió del
valle de Saint-Imier para volver a detenerse en Lóele {Ho­
tel des Trois Sois], donde debía hallar otra vez un medio
Conocido por él [desde 1869] y donde además estaba más
cerca de la frontera francesa. Se habían poco a poco pre«
cisado proyectos de acción en nuestros espíritus.* el pen­
samiento de dejar luchar solos a nuestros hermanos de
París, sin procurar ir en su ayuda, nos era insoportable. No
sabíamos lo que nos sería posible hacer, pero resueltamente
queríamos hacer algo.”
Según lo que me contaron los Camaradas jurasianos de
esta época, uno de los planes fué el de entrar en Francia
en banda, con Ozerof a la cabeza, ir de pueblo en pueblo
como una avalancha para crear una fuerza de apoyo a Pa­
PROLOGO 41

ría. Otro plan era el de un movimiento local parecido al de


la Comuna si ésta se mantenía.
Guillaume informa de otro proyecto más de que da fe
una carta de Bakunin a él (19 de mayo), que reproduce:

...T e prevengo que A dhem ar Ha escrito a.„ [Besangón] y que es


p o sib le que un am igo de allá vaya a fi? casa mañana, sábado [20J;
o el dom ingo [21], a la d irección directa que Adhem ar [Schw itz-
guébel] le en vió .

Y añade:
N o so tro s irem o s, naturalm ente, el dom ingo, lo s loclen ses y y o
con e l p rim er tren de L o d e [a N e u c h lte l]. <57 no puedes vem r tú
m ism o a recibirn os en la estación, envíam e a tu hermanó y d tle el
nombre d e l h otel en el que, conform e a m i ruego, has hecho con­
servar una habitación para m í y para O ze ro l, a tin de que pueda
transportar a llí inm ediatam ente mis. cosas, H asta pronto. Tuyo
M. B.

Esta reunión se ocupó de los asuntos de la Internacional


jurasiana; pero —dice Guillaume— fué también discutido
el movimiento proyectado; “y entonces fué cuando se deci­
dió que Treyvand y yo fuésemos a preparar el terreno'”. No
es seguro que Bakunin haya asistido a esa reunión. Todos
estaban vigilados entonces por la policía; Bakunin y Oze­
rof se habían alojado en un hotel cerca de la estación y
—cuenta Guillaume— “el teniente de la gendarmería Cha-
telain se instaló en el piso bajo del hotel, en donde tomaba
los nombres de cuantos iban a visitar a los dos rusos”.
Algunos socialistas, relojeros de Besan;on que tenían
relaciones con los jurasianos para el contrabando de impre­
sos, habían propuesto a éstos ir hacia dicha localidad algu­
nos centenares y proclamar allí la Comuna con ayuda de
los camaradas locales. Se habría ido con armas, en tres o
cuatro grupos. Guillaume era muy pesimista; esas erán
operaciones m ilitares en las que les faltaba la experiencia,
y la población de Besangon no era comparable a la de París.
Preveía una catástrofe, pero no se habría abstenido por eso.
Bakunin no promovió objeción alguna contra el proyecto.
No hubo apresuramiento, porque no se tenía ninguna idea
de que la caída de la Comuna fuese inminente.
48 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

Lo fué en efecto, porque el mismo domingo que se deli­


beró en Neuchátel, entraban los versalleses en París (21 de
mayo). El viaje a Besangon no tuyo, pues, lugar. Se des­
arrolló la semana sangrienta y llegaban día a día con una
intensidad creciente noticias de la muerte de sus camara­
das y amigos, de la matanza general, de los incendios que
convertían en ruinas una parte de París.
'•Bakunin —cuenta Guillaume— no tuvo debilidad. Espe­
raba la derrota; no temía más que una cosa, o sea, que en
la catástrofe final los comunistas careciesen de audacia y
de energía. Pero cuando supo que se defendían como leones
y que París estaba en llamas, lanzó un grito de triunfa:
“lMuy bien! ¡Son hombres!”, dijo a Spichiger, al entrar
bruscamente en el taller cooperativo, golpeando con su bas­
tón sobre la mesa”. Según lo que se me contó, había dicho
antes que sería necesario que las Tullerías ardiesen, y cuan­
do sucedió esto entró a grandes pasos en el taller coope­
rativo, golpeando con su bastón la mesa y gritando: “j Muy
bien, amigos míos, las Tullerías arden 1 Os pago a todos un
ponche”. Estaba lleno de entusiasmo; sus cartas a Ogaref
confirman por lo demás estos recuerdos. Quería en la revo­
lución la destrucción completa, el hecho realizado, cortadas
las vías de regreso, y, si era preciso morir, la muerte de
Sansón, destruyendo a sus enemigos al matarse.
Se vió aún con los jurasianos militantes en su visita se­
manal en Couvers, el 28; pasó una noche en casa de Gui­
llaume, en Neuchátel, el 29, donde se mostró un conversa­
dor ameno en un medio familiar, relatando su vida y sus
viajes; partió el 30 para Locarno, adonde llegó el 1 de ju-
nio. Sentía vencida la revolución, postergada por largo
tiempo, sabía que no la vería más, lo que no le impidió tra­
bajar por ella como hasta entonces todo el resto de su vida.
He aquí en estas dos introducciones de los tomos I y I I
de esta edición casi un año de la vida de Bakunin, desde
agosto de 1870 hasta junio de 1871. Hizo todo lo posible
por pasar de la idea a la acción, pero sus fuerzas y las de
sus camaradas eran todavía demasiado débiles para hacer
algo más que tocar someramente el curso de los aconteci­
mientos. Pero nos ha dejado sus ideas, reunidas en estos
dos volúmenes y en otros dos que seguirán. Estudiemos
esas ideas con espíritu crítico, y que se realice por fin lo
PROLOGO 49
que aun queda de válido con los medios mucho más gran­
des ahora disponibles. Se ven en estos relatos, no adultera­
dos por la exageración, la debilidad de los medios mate­
riales de Bakunin para obrar y el poder de sus ideas. | Que
se medite un poco sobre lo que habría intentado, soñado
si se quiere, hacer con las masas y las fuerzas de que dispo­
ne el movimiento obrero de nuestros días y lo que nosotros
hacemos I Al recorrer estos volúmenes con la ayuda de nues­
tra experiencia actual, encontraremos muchos motivos de
reflexión seria y de interés siempre vivo.
Max Nettlan

28 de octubre de 1923.
EL IMPERIO KNUTOGERMÁNICO
Y LA R E V O L U C I Ó N S O C I A L
P R IM E R A E N T R E G A

(Locarno, mediados de noviembre de 1870


a m ediados de marzo de 1871)
EL IMPERIO KNUTOGERMANICO
Y LA R E V O L U C I Ó N S OC I A L
PRIM ERA ENTREGA

29 de septiembre de 1870, Lyon,


Querido am igo:
No quiero marchar de Lyon sin haberte dicho mi última
palabra de despedida. La prudencia me impide ir a estre­
chante la mano otra vez. No tengo nada más que hacer aquí.
Había venido a Lyon para combatir o para morir con vos­
otros, Había venido porque tengo la suprema convicción de
que la causa de Francia se ha convertido hoy en la de la
humanidad y de que su caída, su sometimiento al régimen
que le será impuesto por las bayonetas de los prusianos,
será la mayor desgracia que, desde el punto de vista de la
libertad y del progreso humano, pueda sucederle a Europa
y al mundo.
He tomado parte en el movimiento de ayer y he firmado
con mi nombre las resoluciones del Comité Central de Sal­
vación de Francia, porque, para mí, es evidente que, después
de la destrucción real y completa de toda la máquina admi­
nistrativa y gubernamental de vuestro país, no queda otro
medio de salvación para Francia que la sublevación, la orga­
nización y la federación espontánea, inmediata y revolucio­
naria de sus comunas, fuera de toda tutela y de toda direc­
ción oficiales.
Todos esos pedazos de la antigua Administración del
país, esas Municipalidades compuestas en gran parte de bur­
gueses o de obreros convertidos a la burguesía, gentes ru­
tinarias si las hay, desprovistas de inteligencia, de energía
y de buena f e ; todos esos procuradores de la República,
esos prefectos y esos subprefectos —y prinfcipalmente esos
comisarios extraordinarios provistos de plenos poderes mi-
34 OBRAS COMPLETAS DÉ BAKU NIN

litares y civiles, y a los que la autoridad fabulosa y fatal


de ese pedazo de Gobierno que reside en Tours acaba de
investir en este momento con una dictadura impotente—,
todo eso no vale más que para paralizar los últimos esfuer­
zos de Francia y para entregarla a los prusianos.
E l’movimiento de ayer, si hubiese triunfado —cosa que
habría atontecido si el general Cluseret, demasiado aficio­
nado a agradar a todos los partidos, no hubiese abandonado
la causa del pueblo tan pronto— ese movimiento que habría
derribado la inepta Municipalidad de Lyon, impotente y
reaccionaria en sus tres cuartas partes, y la habría reem­
plazado por un comité revolucionario, omnipotente como
expresión inmediata y real, no ficticia, de la voluntad popu­
lar; ese movimiento, digo, habría podido salvar a Lyon y
con Lyon a Francia.
He aquí que han transcurrido veinticinco días desde la
proclamación de la república. ¿ Qué se ha hecho para prepa­
rar y organizar la defensa de Lyon? Nada, absolutamente
nada,
Lyon es la segunda capital de Francia y la llave del
Mediodía. Además de la misión de su propia defensa, tiene
un doble deber que cumplir: el de la organización de la
sublevación armada del Mediodía y el de libertar a París.
Podía hacer, puede aún, lo uno y lo otro. Si Lyon se suble­
va, arrastrará necesariamente con él todo el Mediodía de
Francia. Lyon y Marsella se convertirían en los dos polos
de un movimiento nacional y revolucionario formidable,
de un movimiento que, al sublevar al mismo tiempo los
campos y las ciudades, levantaría centenares de millares de
combatientes y opondría a las fuerzas militarmente organi­
zadas de la invasión la omnipotencia de lá revolución.
Por el contrario, debe ser evidente para todo el mundo
que si Lyon cae en manos de los prusianos, Francia estará
irremediablemente perdida. Desde Lyon a Marsella, no en­
contrarán obstáculos. ¿Y entonces? Entonces, Francia se
convertirá en lo que fué Italia tanto tiempo frente a vues­
tro emperador: un vasallo de Su Majestad el Emperador de
Alemania. ¿Es posible caer más bajo?
Sólo Lyon puede ahorrarle esta caída y esta muerte ver­
gonzosa. Pero es necesario para eso que Lyon se despierte,
que obre sin perder un día, sin perder un instante. Desgra­
EL IMPERIO K N U IO G E P M W IC O 55

ciadamente, los prusianos no pierden el tiempo. Se han


olvidado de dorm ir: sistemáticos, como lo son todos los ale­
manes, siguiendo con una desesperante precisión sus pla­
nes sabiamente combinados, y uniendo a esa antigua cuali­
dad de su raza, una rapidez de movimientos que se había
considerado hasta aquí patrimonio exclusivo de las tropas
francesas, avanzan resueltamente, más amenazadores que
nunca, hacia el corazón de Francia. Marchan sobre Lyon.
¿Y qué hace Lyon para defenderse? Nada.
Y sin embargo, desde que Francia existe, nunca se en­
contró en una situación más desesperada, más terrible. To­
dos sus ejércitos están destruidos. La mayor parte de su
material de guerra, gracias a la honradez del Gobierno y de
la Administración imperial, no existió nunca más que en el
papel, y el resto, gracias a su prudencia, fué tan bien en­
terrado en las fortalezas de Metz y Estrasburgo que proba­
blemente servirá más ai ejército de la invasión prusiana que
al de la defensa nacional. Este último carece de cañones,
de municiones, de fusiles en todos los puntos de Francia, y,
lo que aún es peor, carece de dinero para comprar todo eso.
No quiero decir que el dinero falte a la burguesía de Fran­
cia; al contrario, gracias a las leyes protectoras que le han
permitido explotar ampliamente el trabajo del proletariado,
sus bolsillos están repletos. Pero el dinero de los burgueses
no es patriótico, y prefiere ostensiblemente hoy la emigra­
ción, hasta las requisas forzadas de los prusianos, al peli­
gro de ser invitado a concurrir a la salvación de la patria
en la miseria. En fin, jqué no podré decir I, Francia no tie­
ne ya Administración. La que existe aún y el Gobierno
de Defensa Nacional ha tenido la debilidad criminal de
conservar, es una máquina bonapartista, creada para el uso
particular de los bandidos del 2 de diciembre y, como lo
dije ya en otra parte, sólo capaz, no de organizar, sino de
traicionar a Francia hasta el fin y de entregarla a los pru­
sianos.
Privada de cuanto constituye la potencia de los prusia­
nos, Francia no es ya un Estado. Es un inmenso país, rico.,
inteligente, lleno de recursos y de fuentes naturales, pero
completamente desorganizado, y condenado en medio de
esa desorganización espantosa a defenderse contra la inva­
sión más asesina que jamás haya acometido a una nación.
56 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

¿Qué- puede oponer a los prusianos? Nada más que la or­


ganización espontánea de una inmensa sublevación popu­
lar: Ja revolución.
Aquí oigo gritar a todos los partidarios del orden públi­
co, a los doctrinarios, a los abogados, a todos esos explota­
dores dé guante amarillo del republicanismo burgués, y a
un gran número también de sedicientes representantes del
pueblo, como vuestro ciudadano Brialou, por ejemplo, tráns­
fugas dé la causa popular, y a quienes una ambición misera­
ble, nacida ayer, impulsa hoy al campo de los burgueses:
‘•¡La revolución! ¡Pensad en ello; -sería el colmo de la
desgracia para Francia! \ Sería un desgarramiento interior,
la guerra civil en presencia de un enemigo que nos aplasta,
que nos abruma 1 La confianza más absoluta en el Gobierno
de Defensa Nacional, la más perfecta obediencia ante los
funcionarios militares y civiles en quienes haya delegado el
poder, la unión más íntima entre los ciudadano* de opinio­
nes políticas, religiosas y sociales más diferentes, entre to­
das las clases y todos los partidos: he ahí los únicos medios
para salvar a Francia".
** *

La confianza produce la unión, y la unión crea la fuerza,


He ahí, sin duda, verdades que nadie intentará negar. Mas
para que sean verdad son necesarias dos cosas: es preciso
que la confianza no sea una tontería y que la unión, igual­
mente sincera de-todas las partes, no sea una ilusión, una
mentira, o una explotación hipócrita de un partido por otro.
E s preciso que los partidos que se unen, olvidando comple­
tamente, no para siempre, sin duda, sino para el tiempo que
deba durar esa unión, sus intereses particulares y necesaria­
mente opuestos —intereses y fines que en tiempos ordina­
rios los dividen—, se dejen absorber igualmente en le pro­
secución del fin común. De otro modo, ¿qué sucederá? E l
partido sincero se convertirá necesariamente en la víctima
y en el engañado del que lo sea menos o del que no lo, sea
absolutamente nada, y se verá sacrificado, no al triunfo de
la causa común, sino en detrimento de esa causa y en bene­
ficio exclusivo del partido que haya explotado hipócrita­
mente esa unión.
EL IM PERIO K M j IQ G E R M A M C O 57

Para que la unión sea real y posible, ¿ no es necesario por


lo menos que el fin en nombre del cual los partidos deben
unirse sea el mismo? ¿Sucede eso hoy? ¿Puede decirse que
la burguesía y el proletariado quieren en absoluto la misma
cosa? De ningún modo.
Los obreros franceses quieren la salvación de Francia a
todo precio: aunque se debiese, para salvarla, hacer de
Francia un desierto, hacer saltar todas las casas, destruir e
incendiar todas las ciudades, arruinar todo lo que es tan
querido por los burgueses: propiedades, capitales, industria
y comercio; convertir, en una palabra, el país entero en una
inmensa tumba para enterrar a los prusianos Quieren la
guerra incondicional, la guerra bárbara, a cuchillo si es
preciso. No teniendo ningún bien material que sacrificar,
dan su vida. Muchos de ellos, y precisamente la mayoría de
los miembros de la Asociación Internacional de los T ra­
bajadores, tienen la plena conciencia de la alta m kión que
incumbe hoy al proletariado de Francia. Saben que si Fran­
cia sucumbe, la causa de la hurpanidad en Europa se per­
derá al menos por medio siglo. Saben que son responsables
de la salvación de Francia, no tan sólo ante Francia, sino
ante el mundo entero. Éstas ideas no están difundidas, sin
duda, más que en los medios obreros más avanzados, pero
todos los obreros de Francia, sin distinción alguna, com­
prenden instintivamente que el sometimiento de su país
al yugo de los prusianos sería la muerte de todas sus espe­
ranzas en el porvenir; y están resueltos a morir antes que
legar a sus hijos una existencia de miserables esclavos.
Quieren, pues, la salvación de Francia a todo precio y a
pesar de todo.
La burguesía, o al menos la inmensa mayoría de esta res­
petable clase, quiere absolutamente lo contrario. Lo que le
interesa ante todo y a pesar de todo, es la conservación de
sus casas, de sus propiedades, de sus capitales; no tanto
la integridad del territorio nacional como la integridad de
sus bolsillos, que llenó el trabajo del proletariado por ella
explotado bajo la protección de las leyes nacionales. E n
su fuero interno, y sin atreverse a confesarlo en público,
quiere, pues, la paz a cualquier precio, aunque deba com­
prarla con el empequeñecimiento, la decadencia y la sumir
sión de Francia.
Obras de Bakunin. - I I *
OBRAS COMPLEJAS DE BAKUNIN

Pero si la burguesía y el proletariado de Francia persi­


guen objetivos, no ya diferentes, sino absolutamente opues­
tos. ¿por qué milagro se establecería entre ellos una unión
real y sincera? Está claro que esta conciliación tan sermo­
neada, tan predicada, nunca será más que una mentira. Esta
mentira ha matado a Francia; ¿se espera que le devuelva
.la vida? Por más que se condene la división, no existirá
menos en la realidad, y puesto que -existe, puesto que, por
la fuerza misma de las cosas, debe existir, sería pueril, diré
más, sería funesto, desde el punto de vista de la salvación
de Francia, ignorar, negar, no confesar francamente su
existencia. Y ya que la salvación de Francia os llama a la
unión, olvidad, sacrificad todos vuestros intereses, todas
vuestras divisiones, y todas vuestras ambiciones personales:
olvidad y sacrificad, hasta donde sea posible hacerlo, todas
las diferencias de partido; pero en nombre de esa misma
salvación, preservaos de toda ilusión: en la situación pre­
sente, las ilusiones son mortales. No.busquéis la unión más
que con aquellos que quieren tan seriamente, tan apasiona­
damente como vosotros mismos salvar a Francia a cualquier
precio.
Cuando se va al encuentro de un inmenso peligro, ¿no
vale más marchar en pequeño número, con la plena certi­
dumbre de no ser abandonados en el momento de la lucha,
que arrastrar consigo una multitud de falsos aliados que
traicionarán en el primer campo de batalla?
** *

Lo mismo que con la unión sucede con la disciplina y


la confianza. Son cosas excelentes cuando están bien colo­
cadas, funestas cuando se dirigen a quien no laB merece.
Amante apasionado de la libertad, confieso que desconfío
mucho de los que tienen siempre la palabra disciplina en la
boca. Es excesivamente peligroso, sobre todo en Francia,
donde la disciplina significa, la mayor parte de los veces,
por una parte despotismo y por otra automatismo. En Fran­
cia. el culto místico de la autoridad, el amor al mando y la
costumbre de dejarse mandar, han destruido en la sociedad,
tanto como en la mayoría de los individuos, todo sentimien­
to de libertad, toda fe en el orden espontáneo y viviente,
E L IMPERIO K*f VIOGER MAMICtí 59

que nadie más que la libertad puede crear, Habladles de la


libertad y gritarán: janarquía!, porque les parece que desde
el momento en que esa disciplina del Estado, siempre opre­
siva y violenta, cese de obrar, toda la sociedad debe desga­
rrarse entre sí y durrumbarse. Ahí yace el secreto de la
asombrosa esclavitud que la sociedad francesa soporta des­
de que hizo su Gran Revolución. Robespierre y los jaco­
binos le han legado el culto a la disciplina del Estado. E n­
contraréis ese culto absolutamente en todos vuestros repu­
blicanos burgueses, oficiales y oficiosos, y él es quien pier­
de a Francia hoy. La pierde al paralizar la tínica fuente y
el único medio de liberación que le queda: el libre desplie­
gue de sus fuerzas populares, y ál obligarla a buscar su
salvación en la autoridad y en la acción ilusoria de un E s­
tado que no representa hoy otra cosa que una pretensión
despótica acompañada de una impotencia absoluta.
Por enemigo que sea de lo que se llama en Francia dis­
ciplina, reconozco siempre que una cierta disciplina, no au­
tomática, sino voluntaria y reflexiva, en perfecto acuerdo
con la libertad de los individuos, es y será siempre necesa­
ria, siempre que muchos individuos, unidos libremente, em­
prendan un trabajo o una acción colectiva cualquiera. Esta
disciplina no es más que la concordancia voluntaria y refle­
xiva de todos los esfuerzos individuales hacia un fin común.
En el momento de la acción, en medio de la lucha, las
tareas se dividen, naturalmente, según las aptitudes de cada
uno, apreciadas y juzgadas por la colectividad entera: unos
dirigen y mandan, otros ejecutan los mandatos. Pero nin­
guna función se petrifica, ni se fija, ni queda irrevocable­
mente asociada a una persona. El orden y el avance jerár­
quicos no existen, de suerte que el comandante de ayer pue­
de convertirse en el subalterno de hoy. Nadie se eleva por
encima de los demás, y cuando se eleva no es más que para
caer un instante después, como las olas del mar, volviendo
siempre al nivel saludable de la igualdad.
En este sistema, no hay propiamente Poder. El Poder se
funde en la colectividad y se convierte en la expresión sin­
cera de la libertad de cada uno, en la realización fiel y seria
de la voluntad de todos; se obedece tan sólo porque el jefe
del día manda lo que cada uno desea ejecutar.
He ahí la disciplina verdaderamente humana, la disci­
t
50 OBRAS COMPLETAS Di. BAKUNIN

plina necesaria para la organización de la libertad. Esa no


es la disciplina predicada por vuestros estadistas republica­
nos. Estos quieren la vieja disciplina francesa, rutinaria y
ciega. El jefe, no elegido libremente y sólo para, un día,
sino impueBto por el Estado para largo tiempo si no para
siempre, manda; es preciso obedecerle. La salvación de
Francia —os dicen —y aun la libertad de Francia, no pue­
den verificarse más que a ese precio. La obediencia pasiva,
base de todos los despotismos, será también la piedra angu­
lar sobre la que fundaréis vuestra república.
Pero si mi jefe me manda volver las armas contra esa
república o entregar Francia a los prusianos, ¿debo o no
obedecerle? Si le obedezco, traiciono a Francia; y si le des­
obedezco, violo, rompo esa disciplina que queréis imponer­
me como único medio de salvación para Francia. Y no di*
gáis que este dilema que os ruego resolváis es un dilema
ocioso. N o; está animado por la actualidad, porque es en él
donde se encuentran prisioneros vuestros soldados. ¿ Quién
no sabe que sus jefes, sus generales y la inmensa mayoría
de sus oficiales superiores son en cuerpo y alma devotos del
régimen imperial? ¿Quién no ve que conspiran abiertamen­
te y por todas partes contra la República? ¿Qué deben ha­
cer los soldados? Si obedecen, traicionan a Francia; si des
obedecen, destruirán lo que os queda de tropas regular­
mente organizadas.
Para los republicanos, partidarios del Estado, del orden
público y de la disciplina, ese dilema es insoluble. Para
nosotros, revolucionarios socialistas, no ofrece ninguna di­
ficultad. Sí, deben desobedecer, deben rebelarse, deben rom­
per esa disciplina y destruir la organización actual de las
tropas regulares, deben, en nombre de la salvación de Fran­
cia, destruir ese fantasma del Estado, impotente para el
bien, poderoso para el mal; porque la salvación de Francia
no puede venir ahora más que de la única potencia real que
le queda: la revolución,
* 9 ■>

Y ahora, ¿ qué decir de esa confianza que se os recomien­


da como la más sublime virtud de los republicanos? Antes,
cuando se era republicano de veras, se recomendaba a la de*
EL IMPERIO Á\ ÜTOGLRM i M í O 61

mocracia la desconfianza. Por otra parte, no Había tampo o


necesidad de aconsejarla: la democracia es desconfiada por
posición, por naturaleza y también por experiencia histó­
rica ; porque en todos los tiempos ha sido la víctima y la
engañada de todos 1 s ambiciosos, de todos los intrigantes,
clases e individuos, que, con el pretexto de dirigirla y de
conducirla a buen puerto, la han engañado y explotado
eternamente. No hizo hasta aquí otra cosa que servar de
pedestal.
Ahora, los señorea republicanos del periodismo burgués
le aconsejan confianza. Pero ¿en qué? ¿Quiénes son ellos
para atreverse a recomendarla y qué han hecho para mere­
cerla ellos mismos? Han escrito frases de un república'
nismo muy pálido, impregnadas de un espíritu estrechamen­
te burgués a tanto la línea. ¿Y cuántos pequeños Olliviera
hay en germen entre ellos? ¿Qué hay de común entre ellos,
defensores interesados y serviles de los interese» de la clase
posesora, explotadora, y el proletariado? ¿Han compartido
alguna vez los sufrimientos de este mundo obrero al que se
atreven desdeñosamente a dirigir sus amonestaciones y sus
consejos? ¿Han simpatizado siquiera con ¿1? ¿Han defen­
dido jamás los intereses y derechos de los trabajadores
contra la explotación burguesa? Muy al contrario, siempre
que la gran cuestión del siglo, la cuestión económica, ha
sido planteada, se hicieron los apóstoles de la doctrina bur­
guesa, que condena al proletariado a la eterna miseria y a
la eterna esclavitud, en provecho de la libertad y de la pros­
peridad material de una minoría privilegiada.
He ahí las gentes que se creen autorizadas para reco­
mendar al pueblo confianza. Pero veamos, sin embargo,
quién ha merecido y quién merece hoy esa confianza,
¿Será la burguesía? Pero, sin hablar del furor reaccio­
nario que esa clase ha mostrado en junio de 1848 y de
la cobardía complaciente y servil de que dió pruebas en los
veinte años siguientes, bajo la presidencia lo mismo que
bajo el imperio de Napoleón I I I ; sin hablar de la explota­
ción despiadada que. hace pasar a sus bolsillos todo el pro­
ducto del trabajo del pueblo, dejando apenas lo estricto a
los desdichados asalariados; sin hablar de la avidez insa­
ciable y de esa atroz e inicua ambición que, al fundar la
prosperidad de la clase burguesa sobre la miseria y sobré
62 OBRAS COMPLEJAS DE BAKVNIN

la esclavitud económica del proletariado, hacen de ¿11? el


enemigo irreductible del pueblo, veamos cuáles pueden ser
los derechos actuales de esa burguesía a la confianza de
éste.
Las desgracias de Francia, ¿la habrán transformado re­
pentinamente? ¿Se habrá vuelto francamente patriota, re­
publicana, demócrata, popular y revolucionaria? ¿Habrá
mostrado disposición a levantarse en masa y a dar su vida
y su bolsa por la salvación de Francia? ¿Se habrá arrepen­
tido de sus viejas iniquidades, de sus infames traiciones de
ayer y de anteayer, y se habrá vuelto a echar francamente
en brazos del pueblo, llena de confianza en él? ¿Se habrá
puesto cordialmente a la cabeza de ese pueblo para salvar
el país?
Amigo mío, basta, ¿no es cierto?, plantear estas pregun­
tas para que todo el mundo, en vista de lo que pasa hoy,
esté obligado a responder negativamente, jA yl, la burgue­
sía no se ha transformado, ni enmendado, ni arrepentido.
Hoy como ayer, y aun más que ayer, desenmascarada por la
lu¿ reveladora que los acontecimientos vierten sobre los
hombres tanto como sobre las cosas, se muestra dura, egoís­
ta, ambiciosa, estrecha, tonta, a veces brutal y servil, feroz
cuando cree poder serlo sin mucho peligro, como en las ne­
fastas jornadas de junio, siempre prosternada ante la auto'
ridad y la fuerza pública, de la que espera su salvación, y
enemiga del pueblo eternamente y en todas las ocasiones.
La burguesía odia al pueblo precisamente a causa del
mal que le ha hecho; lo odia porque ve en la miseria, en la
ignorancia y en la esclavitud de este pueblo, su propia con­
dena, porque sabe que ha merecido justamente el odio po­
pular y porque se siente amenazada en su existencia, por
ese odio que cada día se presenta más intenso y más irri­
tado. Odia al pueblo porque le causa miedo; lo odia doble-
mente hoy porque, como único patriota sincero, despertado
de su torpeza por la desgracia de esa Francia —que por lo
demás no ha sido, como todas las patrias del mundo, más
que una madrastra para él—, el pueblo se atreve a levan­
tarse ; se reconoce, se cuenta, se organiza, comienza a hablar
alto, canta La Matsellesa en las calles, y por el ruido que
hace, por las amenazas que profiere ya contra los traidores
EL IMPERIO RA LIOGERM ÁNICO 63

de Francia, perturba el orden público, la conciencia y la


quietud de los señores burgueses.
La confianza no se gana más que con la confianza. ¿Acá*
ba de mostrar la burguesía la menor confianza en el pue­
blo? Lejos de ello. Todo lo que ba hecho, todo lo que hace,
prueba al contrario que su desconfianza contra él ha sobre­
pasado todos los límites. Hasta el punto de que, en un mo­
mento en que el interés, la salvación de, Francia exigen
evidentemente que todo el pueblo esté armado, no ha que­
rido darle armas. Habiéndole amenazado el pueblo con to­
marlas por la fuerza, debió ceder. Pero después de haberle
entregado los fusiles, hizo todos los esfuerzos posibles para
que no se le dieran municiones. Debió ceder una vez más.
Y ahora que el pueblo está armado, a los ojos de la burgue­
sía se ha hecho más peligroso y más detestable.
Por odio y temor al pueblo, la burguesía no quiso y no
quiere la república. No lo olvidemos nunca, querido am igo:
en Lyon, en Marsella, en París, en todas las grandes ciuda­
des de Francia, no es la burguesía, es el pueblo, son los
obreros los que han proclamado la república. En París, no
fueron siquiera los poco fervientes republicanos irreconci­
liables del Cuerpo legislativo, hoy casi todoB miembros del
Gobierno de Defensa Nacional, fueron los obreros de La
Villete y de Belleville los que la proclamaron contra el de­
seo y la intención claramente expresada de esos singulares
republicanos de la víspera. El espectro rojo, la bandera del
socialismo revolucionario, el crimen cometido por los se­
ñores burgueses en junio, les han hecho pasar el gusto de
la república. No olvidemos que el 4 de septiembre, habiendo
encontrado los obreros de Belleville al señor Gambetta y
habiéndolo saludado con el grito de “¡Viva la República!”,
les respondió con estas palabras: “jViva FranciaI os
digo yo”,
E l señor Gambetta, como todos los demás, no quería en
absoluto la república. Quería mucho menos la revolución.
Lo sabemos por todos los discursos que ha pronunciado
desde que su nombre atrajo la atención pública. El señor
Gambetta quiere llamarse estadista, republicano prudente,
moderado, conservador, racional y positivista (1), pero tie­

(1) Ver su carta a L» Vtogiss, de Lyon. (Bakunin.)


64 OBRAS COMPLETAS DE B A K V M S

ne horror a la revolución. Quiere gobernar ai pueblo, pero


no dejarse dirigir por él. Todos los esfuerzos de Gambetta
y de sus colegas de la izquierda radical en el Cuerpo legis­
lativo no han aspirado, e l 3 y-el 4 de septiembre, más que a
un solo objetivo; evitar a toda costa la instalación de un
gobierno salido de una revolución popular. En la noche del
3 al 4 de septiembre, se esforzaron de un modo inaudito
para hacer aceptar a la derecha bonapartista y al ministerio
Palikao el proyecto del señor Julio Favre, presentado la
víspera y firmado por toda la izquierda radical, proyecto
que no pedía más que la institución de una Comisión guber­
namental nombrada legalmente por el Cuerpo legislativo,
consintiendo en que los bonapartistas fuesen mayoría y no
poniendo otra condición que la entrada en dicha comisión
de algunos miembros de la izquierda radical.
Todas estas maquinaciones fueron rotas por el movimien­
to popular que estalló la noche del 4 de septiembre. Pero,
en medio mismo de la sublevación de los obreros de París,
cuando el pueblo había invadido las tribunas y la sala del
Cuerpo legislativo, el señor Gambetta, fiel a su pensamien­
to sistemáticamente anturevolucionario, recomendó todavía
al pueblo que guardase silencio y respetase la libertad de
los debates (!), a fin de que no se pudiese decir que el go­
bierno, qué idebía salir del voto del Cuerpo legislativo, ba­
hía sido constituido bajo la presión violenta d e l 'pueblo.
Como un abogado verdadero, partidario de la ficción legal
en todas las circunstancias, el señor Gambetta había pen­
sado. sin duda, que un gobierno que hubiera sido nombrado
por ese Cuerpo legislativo salido del fraude imperial y que
encerraba las infamias más notorias de Francia, habría sido
mil veces más importante y más respetable que un gobierno
aclamado por la desesperación y por la indignación de un
pueblo traicionado. Ese amor a la mentira constitucional
había cegado al señor Gambetta de tal modo que no com­
prendió, no obstante su perspicacia, que nadie podría n i
querría creer en la libertad de un voto emitido en semejan*
tes circunstancias. Felizmente, la mayoría bonapartista,
asustada por las manifestaciones cada vez más amenazado­
ras de la cólera y del desprecio populares, huyó; y el señor
Gambetta, solo con sus colegas de la izquierda radical en
la sala del Cuerpo legislativo, se vió obligado a renunciar,
EL IM PERIO K Vi lO G E R U A M C O 65

contra su deseo, sin duda, a sus sueños de poder legal, y a


soportar que el pueblo depositase en las manos de esa iz­
quierda el poder revolucionario. Diré en seguida qué clase
de uso miserable han hecho él y sus colegas, durante las
cuatro semanas que transcurrieron desde el 4 de septiem­
bre, del poder que les ha sido confiado por el pueblo de
ParÍB para que provocasen en toda Francia una revolución
salvadora, y del que ellos se sirvieron hasta el momento, al
contrario, para paralizarla en todas partes.
Bajo este aspecto, el señor Gambetta y todos sus colegas
del Gobierno de Defensa Nacional no han sido más que la
justa expresión de los sentimientos y del pensamiento do
minante de la burguesía. Reunid todos los burgueses de1
Francia y preguntadles lo que prefieren: la liberación de
su patria por una revolución social, o el sometimiento al
yugo de los prusianos. Si se atreven a ser sinceros, por poco
que se encuentren en una posición que les permita decir su
pensamiento sin peligro, las nueve décimas, j qué digo I, las
noventa y nueve centésimas, o aun las novecientas noventa
y nueve milésimas partes, os responderán sin vacilar que
prefieren la subyugación a la revolución. Preguntadles aún
si, suponiendo que el sacrificio de una parte considerable
de sus bienes, de sus propiedades, de su fortuna mobxliaria
e inmobiliaria sea necesaria para la salvación de Francia,
se sienten dispuestos a hacer ese sacrificio, y si —para ser­
virme de la figura retórica de Julio Favre— están decidida­
mente dispuestos a dejarse enterrar bajo los escombros de
sus ciudades y de sus casas antes que entregar éstas a I03
prusianos. Os responderán unánimemente que prefieren res­
catarlas de los prusianos. ¿Creéis que si los burgueses de
París no se encontrasen bajo la mirada y el brazo siempre
amenazador de los obreros de París, hubiese opuesto esta
ciudad a los prusianos una resistencia tan gloriosa?
*o *

¿Es que yo calumnio a los burgueses? Querido amigo,


sabes bien que no. Y por lo demás existe ahora, a la vista y
conocimiento de todo el mundo, una prueba irrefutable de
la verdad, de la justicia de todas mis acusaciones contra la
burguesía. La mala voluntad y la indiferencia de la bür-
66OBRA 5 COMPLEJAS DE BAKL \ l \

guesía se han manifestado harto claramente en la cuestión


del dinero. Todo el mundo sabe que la hacienda del país
está arruinada, que no hay un céntimo en las cajas de ese
Gobierno de Defensa Nacional que los señores burgueses
parecen sostener ahora con un celo tan ardiente y tan inte­
resado. Todo el mundo comprende que ese Gobierno no pue­
de llenarlas por los medios ordinarios de los empréstitos
y de los impuestos. Un gobierno irregular no halla crédito;
en cuanto al rendimiento de los impuestos, se ha hecho nulo.
Una parte de Francia, que comprende las provincias más
industriosas, más ricas, está ocupada y entregada al saqueo
regulado por I o b prusianos. El comercio, la industria, todas
las transacciones, en todas partes están detenidas. Las con­
tribuciones directas, no dan nada o casi nada. Y esto en un
momento en que Francia tendría necesidad de todos sus re­
cursos y de todo su crédito para subvenir a ios gastos extra­
ordinarios, excesivos, gigantescos de la defensa nacional.
Las personas menos habituadas a los negocios, deben com­
prender que, si Francia no encuentra inmediatamente dine­
ro, mucho dinero, le será imposible continuar su defensa
contra la invasión prusiana.
Nadie debería entender esto mejor que la burguesía, ella
que pasa toda su vida en el manejo de Io b negocios y no
reconoce otra potencia que la del dinero. Debería concebir
también que, no pudiendo Francia procurarse ya, por los
medios regulares del Estado, el dinero necesario para su
salvación, está obligada, tiene el derecho y el deber de to­
marlo donde se encuentre. ¿Y dónde se encuentra? Cierta­
mente, no en los bolsillos de ese miserable proletariado al
que apenas deja la avaricia burguesa con qué alimentarse;
está, pues, únicamente, exclusivamente, en las cajas de cau­
dales de los señores burgueses. Ellos solos poseen el dinero
necesario para la salvación de Francia. ¿ Han ofrecido es­
pontáneamente, libremente, tan sólo una pequeña parte?
Volveré, querido amigo, sobre este asunto del dinero,
que es la cuestión principal cuando se trata de medir la
sinceridad de los sentimientos, de los principios y del pa­
triotismo burgueses. Regla general: ¿Queréis reconocer de
un modo infalible si el burgués quiere sinceramente tal o
cual cosa? Preguntadle si para obtenerla ha sacrificado di­
nero. Porque, estad seguros, cuando los burgueses quieren
E L IM PERIO K h L’IO G E R M A M C O 67

alguna cosa con pasión, no retroceden ante ningún sacri­


ficio de dinero. ¿No gastaron sumas inmensas para matar,
para ahogar la República en 1848? Y más tarde, ¿no han
votado con pasión cuantos impuestos y empréstitos Napo­
león I I I les ha pedido, y no encontraron en sus cajas de
caudales sumas fabulosas para suscribir todos esos em­
préstitos? En fin, proponedles, mostradles el medio de res-
dblecer en Francia una buena monarquía, muy reacciona-
lía, muy fuerte y que les dé, con el querido orden público
y la tranquilidad en las calles, la dominación económica, el
precioso privilegio de explotar sin piedad ni vergüenza,
legalmente, sistemáticamente, la miseria del proletariado,
jy veréis si son avaros l
Prometedles sólo que una vez expulsados los prusianos
del territorio de Francia se restablecerá esa monarquía, sea
con Enrique V, sea con un duque de Orleans, sea con un
retoño del infame Bonaparte, y persuadios de que sus cajas
de caudales se abrirán inmediatamente y de que encontra­
rán todos los medios necesarios para la expulsión de loa
prusianos. Pero se les promete la república, el reino de la
democracia, la soberanía del pueblo, la emancipación de
la canalla popular, y no quieren ni vuestra república ni esa
emancipación a ningún precio, y lo demuestran teniendo
su? arcas cerradas, no sacrificando ni un céntimo,
Cabes mejor que yo, querido amigo, cuál ha sido la suerte
de ese desgraciado empréstito abierto para la organización
de la defensa de Lyon por la Municipalidad de esta ciudad.
¿Cuántos suscriptores hubo? Tan pocos, que los predica­
dores del patriotismo burgués se muestran humillados, de­
solados y desesperados.
jY se recomienda al pueblo que tenga confianza en esa
burguesía! La burguesía tiene el cinismo de pedir esa con­
fianza, ¡qué digo!, de exigirla. Pretende gobernar y admi­
nistrar por sí sola toda esta República, que en el fondo de
su corazón maldice. En nombre de la República, esfuérzase
por restablecer y reforzar su autoridad y su dominación
exclusivas, quebrantadas por un momento. Se apoderó de
todas las funciones, ha ocupado todos los puestos, no de­
jando sino algunos libres para los obreros tránsfugas que se
consideran felices al sentarse entre los señores burgueses.
¿Y qué uso hacen del Poder de que se apoderaron así? Pue­
68 OBRAS COMPLEJAS DE BAKI Kíty

de juzgarse de ello al considerar los actos de vuestra Mu­


nicipalidad.
Pero —se dirá— no tenéis el derecho de atacar a la Mu­
nicipalidad; porque, nombrada después de la revolución,
por la elección directa del pueblo mismo, es el producto del
sufragio universal, Por ésta causa debe seros sagrada.
*# *

Confieso, querido amigo, que no comparto, de ningún


modo, la devoción supersticiosa de vuestros burgueses radi­
cales o de vuestros republicanos burgueses por el sufragio
universal, En otra carta expondré las razones por las que
no me entusiasmo por él. Básteme dejar aquí sentada en
principio una verdad que me parece incontestable y que no
me será difícil demostrar después, tanto por el razonamien­
to como por un gran número de hechos tomados en la vida
política de todos los países que gozan en la hora actual de
instituciones democráticas y republicanas, a saber: que el
sufragio universal, mientras sea ejercido en una sociedad en
que el pueblo, la masa de los trabajadores, esté económica­
mente dominado por una minaría detentadora de la pro­
piedad y del capital, por independiente que sea por otra
parte o que Jo parezca desde el panto de vista político, no
podrá nunca producir más que elecciones ilusorias, antide-
mocráticas y absolutamente opuestas a las necesidades, a
los instintos y a la voluntad real de las poblaciones.
Todas las elecciones que se hicieron directamente por el
pueblo en Francia desde el golpe de Estado de diciembre,
¿no han sido diametralmente contrarias a los intereses de
ese pueblo, y la última votación sobre el plebiscito impe­
rial, no ha dado siete millones de “Sí” al Emperador? Se
dirá, tal vez, que el sufragio universal nunca fué ejercido
libremente bajo el Imperio, pues estaban proscriptas la li­
bertad de prensa, la de asociación y la de reunión, y el
pueblo estaba entregado sin defensa a la acción corruptora
de una Prensa estipendiada y de una Administración infa­
me. Sea; pero las elecciones de 1848 para la Constituyente
y para la presidencia, y las de mayo de 1849 para la Asam­
blea legislativa, fueron absolutamente libres; tal creo. Se
hicieron fuera de toda presión o intervención oficial, en las
EL IM PE R IO K X V T O G C R M A N iC O 69
condiciones de la más absoluta libertad, Y sin embargo,
¿qué han producido? Nada más que la reacción.
"Uno de los primeros actos del Gobierno provisional
—dijo Proudhon (1)—, aquel que se ha aplaudido más, es
la aplicación del sufragio universal. El mismo día en que el
decreto fué promulgado, nosotros escribimos estas propias
palabras que podían pasar entonces por una paradoja: E l
sufragio universal es la contrarrevolución. Se puede juzgar,
después de su advenimiento, si nos hemos engañado. Las
elecciones de 1848 han sido hechas, en su inmensa mayoría,
por los sacerdotes, por los legltimistas, por los dinásti­
cos, por todo lo que Francia encierra de más reaccionario,
de más retrógrado. No podía suceder de otro modo.”
No. e s o n o p o d ía o c u r r ir y a u n n o o c u r r ir á d e o tr o m o d o ,
n i e n tr a s la d e s ig u a ld a d d e la s c o n d ic io n e s e c o n ó m ic a s y
s o c ia le s d e la v id a c o n t in ú e n p r e v a le c ie n d o e n la o r g a n iz a ­
c ió n d e la s o c ie d a d ; m ie n t r a s la s o c ie d a d e s t é d iv id id a en
d o s c la s e s , d e la s c u a le s u n a , la c la s e e x p lo ta d o r a y p r iv i­
le g ia d a , g o c e d e t o d a s la s v e n t a j a s d e la f o r tu n a , d e la
in s tr u c c ió n y d e l o c io , y la o tr a , q u e c o m p o n e to d a la m a sa
d e l p r o le ta r ia d o , n o t e n g a p o r p a tr im o n io m á s q u e el tr a b a ­
j o m a n u a l a p la s ta d o r y fo r z a d o , la ig n o r a n c ia y la m ise r ia
y bu o b lig a d o c o r t e j o , la e s c la v it u d , n o d e d e r e c h o s in o d e
hecho.
Sí, la esclavitud, porque por amplios que sean los dere­
chos políticos que concedáis a esos millones de proletarios
asalariados, verdaderos forzados del hambre, no llegaréis
nunca a sustraerlos a la influencia perniciosa, a la domina
ción natural de los diversos representantes de la clase privi­
legiada» desde el sacerdote hasta el republicano burgués
más jacobino, más rojo; representantes que, por divididos
que parezcan o que estén realmente entre sí en las cuestio­
nes políticas, no están menos unidos en un intérés comúr
y supremo: el de la explotación de la miseria, de la igno­
rancia, de la inexperiencia política y de la buena fe del
proletariado en beneficio de la dominación económica de
la clase posesora.
¿Cómo el proletáriado de los campos y de las ciudades
podrá resistir a las intrigas de la política clerical, nobiliaria

(1) Idies rtifclatieoDiiirea (Bakunln.)


OBRAS COMPLE1 if> DE BAKL-Mto

y burguesa? No tiene paTa defenderse más que un arma, su


instinto, que tiende casi siempre a lo verdadero y a lo justo,
porque él es la principal si no la única víctima de la iniqui­
dad y de todas las mentiras que reinan en la sociedad ac­
tual. y porque, oprimido por el privilegio, reclama natural­
mente, la igualdad para todos.
Pero el instinto no es un arma suficiente para salvar ai
proletariado contra las maquinaciones reaccionarias de las
clases privilegiadas. £1 instinto, abandonado a sí mismo,
mientras no está transformado en conciencia reflexiva, en
un pensamiento claramente determinado, se deja desorien­
tar fácilmente, falsear y engañar. Pero le es imposible ele­
varse a la conciencia de sí mismo sin la ayuda de la instruc­
ción. de la ciencia; y la ciencia, el conocimiento de los
negocios y de los hombres, la experiencia política, faltan
completamente a! proletariado. La consecuencia es fácil de
deducir: el proletariado quiere una cosa; los hombres há­
biles, aprovechando su ignorancia, le hacen hacer otra, sin
que él se dé cuenta de que hace todo lo contrario de lo que
quiere; y cuando al fin se percata, es de ordinario demasia­
do tarde para reparar el mal que ha hecho y del cual es
siempre, naturalmente, necesariamente, la primera y prin­
cipal víctima.
Así es cómo los sacerdotes, los grandes propietarios y
toda esa Administración bonapartista que, gracias al dolce
far m ente criminal del Gobierno que se intitula de Defensa
Nacional (í), puede continuar tranquilamente hoy su pro­
paganda imperialista en los campos; así es como todos esos
factores de la reacción franca, aprovechándose de la igno­
rancia crasa del campesino de Francia, tratan de sublevarlo
contra la República en favor de los prusianos. |Y lo con­
siguen! Porque, ¿no vemos a las comunas,, no ya abrir las
puertas a los prusianos, sino denunciar y expulsar a los
cuerpos francos que acuden para ayudarlas?
¿Habrán cesado los campesinos de Francia de ser fran­
ceses? De ningún modo. Pienso que en ninguna parte el
patriotismo, tomado en el sentido más estrecho y más ex»
elusivo de la palabra, se ha conservado tan poderoso y tan

(D ¿No aería más justo calificarlo d« Gobierno de la ruina da Franela?


(Bakunifi.)
h.L IMPERIO K M TOGERMAMCO 71

s in c e r o c o m o e n tr e e ll o s ; p o r q u e , m á s q u e la s o tr a s p artea
d e la p o b la c ió n , t ie n e n e s e a p e g o a l s u e lo , e l c u lt o a la
tie r r a , q u e c o n s t it u y e la b a se e s e n c ia l d e l p a t r io tis m o . ¿ C ó ­
m o e s q u e n o q u ie r e n o q u e v a c ila n a ú n e n le v a n ta r s e p a r í
d e fe n d e r e s a tie r r a c o n tr a loa p r u s ia n o s ? | A h ! , e s p o r q u e
f u e r o n e n g a ñ a d o s y lo s o n to d a v ía . P o r u n a p r o p a g a n d a
m a q u ia v é lic a , c o m e n z a d a e n 1848 p o r lo s le g i t i m is t a s y p o r
l o s o r le a n is t a s , d e c o m ú n a c u e r d o c o n l o s r e p u b lic a n o s m o ­
d e r a d o s, c o m o e l se ñ o r J u l i o F a v r e y c o m p a ñ ía , y d e s p u é s
c o n tin u a d a , c o n m u c h o m á s é x i t o , p o r la P r e n s a y la A d m i­
n is t r a c ió n b o n a p a r tis ta , s e h a lle g a d o a c o n v e n c e r lo s d e que
lo s o b r e r o s s o c ia lis ta s ; lo s d e l r e p a r to , n o p ie n s a n en n a d a
m e n o s q u e e n c o n f is c a r s u s t ie r r a s ; q u e s ó lo e l E m p e r a d o r
h a q u e r id o y p u d o d e f e n d e r lo s c o n tr a e sa e x p o lia c ió n , y
q u e , p a ra v e n g a r s e , l o s r e v o lu c io n a r io s s o c ia lis t a s lo h a n
e n tr e g a d o a é l y a su e j é r c it o a lo s p r u s ia n o s ; p e r o q u e é l
R e y d e P r u s ia a cab a de r e c o n c ilia r s e c o n e l E m p e r a d o r y
q u e l o v o lv e r á a tr a e r v ic t o r io s o p ara r e s ta b le c e r e l o r d e n
e n F r a n c ia .
Esto es muy estúpido, pero es así. En muchas, mejor
dicho, en la mayoría de las provincias francesas, el campe­
sino cree sinceramente en todo eso. Y esa es la única razón
de su inercia y de su hostilidad contra la República. Es
una gran desgracia, porque es claro que si los campos que­
dan inertes, si los campesinos de Francia, unidos a los
obreros de las ciudades, no se levantan en masa para expul­
sar a los prusianos, Francia está perdida. Por grande qüi
sea el heroísmo que desplieguen las ciudades —y es prec o
que todas desplieguen mucho—, las ciudades, separadas de
los campos, estarán aisladas como oasis en el desierto. De­
berán sucumbir forzosamente,
* e *

Si una cosa prueba a mis ojos la profunda inepcia de este .


singular Gobierno de Defensa Nacional, es que, desde el
primer día de su advenimiento al Poder, no ha tomado
inmediatamente todas las medidas necesarias para instruir
a los campesinos sobre el estado actual de las cosas y para
provocar, suscitar por todas partes la sublevación armada
de los campesinos. ¿Era tan difícil comprender esta cosa
72 OBRAS COMPLETAS DE B A K L M N

tan simple, tan evidente para todo el mundo, que de la


sublevación en masa de los campesinos, unida a la del pue­
blo de las ciudades, ha dependido y depende aún la salva­
ción de Francia? Pero el Gobierno de París y de Tours,
¿ha dado hasta hoy un solo paso, ha tomado una sola medi­
da para provocar el levantamiento de los campesinos? Nada
hizo para sublevarlos, pero, al contrario, lo hizo todo para
imposibilitar esa sublevación. Tal es su locura y su crimen:
locura y crimen que pueden matar a Francia.
Ha hecho imposible la sublevación de los campos, mante­
niendo en todas las comunas de Francia la administración
municipal del Imperio: los mismos alcaldes, jueces de paz,
guardas rurales, sin olvidar los señores curas que no han
sido escogidos, instituidos y protegidos por los señores pre­
fectos y subprefectos, tanto como por los obispos imperia­
les, más que con un solo fin: el de sirvir contra todos y
contra todo, contra los intereses de Francia incluso, los
intereses de la dinastía; esos mismos funcionarios que han
hecho las elecciones del Imperio, comprendido el último
plebiscito, y que en el mes de agosto último, bajo la direc­
ción del señor Chevreu, ministro del Interior en el Go­
bierno Palikao, habían promovido contra los liberales y los
demócratas de todo color, en favor de Napoleón III, en el
mismo momento en que éste entregaba Francia a los pru­
sianos, una cruzada sangrienta, una propaganda atroz, di­
fundiendo en todas las comunas la calumnia tan ridicula
como odiosa de que los republicanos, después de haber lle­
vado al Emperador a la guerra, se aliaron contra él con los
soldados de Alemania.
Tales son los hombres que la mansedumbre o la estupidez
igualmente criminales del Gobierno de Defensa Nacional
han dejado hasta hoy a la cabeza de las comunas rurales de
Francia. Esos hombres, de tal modo comprometidos y para
quienes todo retroceso se hizo imposible, ¿pueden retrac­
tarse ahora y —cambiando repentinamente de dirección, de
opinión, de palabras— obrar como partidarios sinceros de
la República y de la salvación de Francia? Los campesinos
se les reirían en la cara. Están, pues, obligados hoy a obrar
y a hablar como lo hicieron ayer, forzados a defender y a
abogar por la causa del Emperador contra la República, de
la dinastía contra Francia, y de los prusianos, hoy aliados
E l IM PERIO K M .’T O O E R M A M C O 73
del Emperador y de su dinastía, contra la defensa nacional.
He aquí lo que explica por qué todas las'comunas, lejos de
resistir a los prusianos, les abren sus puertas.
Lo repito aún: es una gran vergüenza, una gran desgra­
cia y un inmenso peligro para Francia, y toda la culpa re­
cae Bobre el Gobierno de Defensa Nacional. Si las coBas
continúan marchando así, si no se cambia pronto la dis­
posición de los campos, si no se subleva a los campesino
contra loa prusianos, Francia está irremediablemente per­
dida,
Pero, ¿cómo sublevarlos? He tratado esta cuestión am­
pliamente en otro folleto (1). Aquí no diré sino muy poca:;
palabras. La primera condición, sin duda, es la revocación
inmediata y en masa de todos los funcionarios comunales
actuales, porque mientras estos bonapartistas queden en su
puesto, no habrá nada que hacer. Pero esta revocación sola
sería una medida negativa. Es absolutamente necesaria,
pero no es suficiente. Sobre el campesino, naturaleza des­
confiada como no hay otra, no se puede obrar eficazmente
más que por medios positivos. Baste decir que los decreto
y las proclamas, aunque estén firmadas por todos los miem­
bros —que le son por otra parte completamente desconoci­
dos— del Gobierno de Defensa Nacional, lo mismo que los
artículos de los periódicos, no le causan ningún efecto. El
campesino no lee. Ni su imaginación ni su corazón están
abiertos a las ideas, cuando estas últimas se presentan bajo
una forma literaria y abstracta; para que las aprehenda, se
le deben manifestar por la palabra viva de los hombres y
por ía potencia de los hechos. Entonces escucha, comprende
y acaba por dejarse convencer.
¿Hay que enviar a los campos propagandistas, apóstoles
de la República? El medio no sería malo ; sólo que presenta
una dificultad y dos peligros. La dificultad consiste en
esto: el Gobierno de Defensa Nacional, tanto más celoso de
su poder cuanto que ese poder es nulo, y fiel a su desgra­
ciado sistema de centralización política, en una situación en
que esa centralización se ha hecho absolutamente imposible,
querrá elegir y nombrar él mismo todos los apóstoles, o bien
encargará de esta tarea a sus nuevos prefectos y comisarios
(1) Carita a un francés sobre la crisis actual,, septiem bre; de 1870. (lia-
tcunin.)
Qbrmi da Bakuüitj, - I I 5
74 OBRAS COMPLETAS DE B A kU N IN

• extraordinarios, pertenecientes todos o casi todos a la mis­


ma religión política que él (es decir, que todos o casi todos
no son más que republicanos burgueses, abogados o redac­
tores de periódicos, adoradores, sea platónicos —y éstos
son los mejores, pero no los más sensatos—, sea interesados
de una república de la que recibieron la idea, no en la vida,
sino en los libros, y que promete a los unos la gloria con la
palma del martirio, a los otros carreras brillantes y puestos
lucrativos; por lo demás, son muy moderados, los republi­
canos conservadores, racionales y positivistas, como el se­
ñor Gambetta, y, como tales, enemigos encarnizados de la
revolución y del socialismo y adoradores incondicionales
del poder de Estado).
Estos honorables funcionarios de la nueva República no
querrán, naturalmente, enviar a los campos como misioneros
más que a hombres de su propio temple y que compartan ab­
solutamente sus convicciones políticas. Serían necesarios
para toda Francia cuando menos algunos millares. ¿Dónde
diablos los encontrarán? ¡Los republicanos burgueses son
hoy tan raros, aun entre la juventud! Tan raros, que en una
ciudad como Lyon, por ejemplo, no se encuentran bastantes
para llenar las funciones más importantes y que únicamente
deberían ser confiadas a republicanos sinceros.
El primer peligro consiste en esto: que, aun cuando los
prefectos y subprefectos encontrasen en sus respectivos
departamentos un número suficiente de jóvenes para llenar
el oficio de propagandistas en los campos, esos misioneros
nuevos serían necesariamente casi siempre y en todas par­
tes inferiores, por su inteligencia revolucionaria y por la
energía de sus caracteres, a los prefectos y a los subpre­
fectos que les enviasen, como estos últimos son también
evidentemente inferiores a esos hijos degenerados o más o
menos castrados de la Gran Revolución que, llenando hoy
las supremas funciones de miembros del Gobierno de De­
fensa Nacional, se han atrevido a recibir en sus débiles ma­
no» los destinos de Francia. Descendiendo así más y más,
de la impotencia a la más grande impotencia, no se encon­
trará nada mejor para enviar como propagandistas de la
República a los campos que republicanos del género del
señor Andrieux, procurador de la República, o del señor
Eugenio Veron, redactor del Progrés de Lyon; hombres
EL IMPERIO K ,\ l . lOGLRM A VACO

que, en nombre de la República, harán propaganda para la


reacción. ¿Piensas, querido amigo, que esto puede dar a loa
campesinos el gusto de la República?
IAy!, temo lo contrario. Entre los pálidos adoradores
de la república burguesa, de aquí en adelante imposible, y
el campesino de Francia, no positivista y racional como el
señor Gambetta, pero muy positivo y lleno de buen sentido,
no hay nada de común. Aunque estuviesen animados de las
mejores disposiciones del mundo, verán fracasar toda su
retórica literaria, doctrinaria y abogacil ante el mutismo
astuto de estos rudos trabajadores de los campos. No es
cosa imposible, pero es muy difícil apasionar a los campe­
sinos. Para ello es preciso ante todo llevar en sí mismo esa
pasión profunda y poderosa que remueve las almas y pro­
voca y produce lo que en la vida ordinaria, en la existencia
monótona de cada día se llaman milagros; milagros de ab­
negación, de sacrificio, de energía y de acción triunfal. Los
hombres de 1792 y de 1793, Danton sobre todo, tenían esa
pasión, y con ella y por ella tuvieron la potencia de esos
milagros. Tenían el diablo en el cuerpo, y habían consegui­
do meter el diablo en el cuerpo a toda la nación; o máB bien,
fueron ellos mismos la expresión más enérgica de la pasión
que animaba a la nación.
Entre todos los hombres de hoy y de ayer que componen
el partido radical burgués de Francia, ¿habéis encontrado o
sólo oído hablar de uno de quien se pueda decir que lleva en
su corazón algo que se acerque al menos un poco a esa pa­
sión y a esa fe que animaron a los hombres de la Gran Re­
volución? No hay uno siquiera, ¿no es cierto? Más tarde os
expondré las razones a las que debe atribuirse, según mi
opinión, esa desoladora decadencia del republicanismo bur­
gués. Me contento ahora con comprobarlo y con afirmar en
general, cosa que demostraré más tarde, que el republica­
nismo burgués ha sido intelectual y moralmente castrado,
se ha vuelto estúpido, impotente, falso, cobarde, reacciona­
rio y ha sido definitivamente rechazado como tal de la
realidad histórica por la aparición del socialismo revolu­
cionario.
Hemos estudiado juntos, querido amigo, a los represen­
tantes de ese partido en el mismo Lyon. Los hemos visto
en la práctica. ¿Qué han dicho, qué han hecho, qué hacen
OBRAS COMPLETAS DE 8AK.ÜWN

en medio de la crisis terrible que amenaza devorar a Fran­


cia? Nada más que la miserable y la pequeña reacción. No
se atreven siquiera a hacer la reacción en grande escala. Dos
semanas han bastado para demostrar al pueblo de Lyon que
entre los autoritarios de la república y los de la monarquía
no hay más diferencia que la del nombre. Es la misma am­
bición de un poder que detesta y teme el examen popular»
la misma desconfianza en el pueblo, el mismo entusiasmo y
las mismas complacencias ante las clases privilegiadas. Y
sin embargo, el señor Challemel-Lacour, prefecto, y hoy,
gracias a la servil cobardía de la Municipalidad de Lyon,
convertido en el dictador de esta ciudad, es un amigo ínti­
mo del señor Gambetta, su querido elegido, el delegado
confidencial y la fiel expresión de los más íntimos pensa­
mientos del gran republicano, de ese hombre viril, de quien
espera hoy Francia, estúpidamente, su salvación. Y sin em­
bargo, el señor Andríeux —hoy procurador de la Repúbli­
ca, y procurador digno de ese nombre, porque promete so­
brepasar pronto, por su celo ultrajurídico y por su amor
desmesurado al orden público, a los procuradores más celo­
sos del Imperio— se había presentado bajo el régimen pre­
cedente como un librepensador, como el enemigo fanático
de los sacerdotes, como un partidario abnegado del socialis­
mo y como un amigo de la Internacional. Hasta creó que,
pocos días antes de la caída del Imperio, ha tenido el in­
signe honor de ser encarcelado por esa causa y que ha sido
sacado en triunfo de la prisión por el pueblo de Lyon.
¿Cómo es que estos hombres han cambiado y que, revolu­
cionarios ayer, se han convertido en reaccionarios tan deci­
didos hoy? ¿Será este el efecto de una ambición satisfecha?
¿Será que, encontrándose hoy colocados, merced a una re­
volución popular, bastante lucrativamente, bastante altos,
se preocupan más que de otra cosa de la conservación de
sus puestos? |Ahl, sin duda el interés y la ambición son
poderosos móviles y han depravado a muchas gentes, pero
no pienso que dos semanas de Poder hayan podido bastar
para corromper los sentimientos de estos nuevos funciona­
rios de la República. ¿Habrán engañado al pueblo, presen­
tándosele, bajo el Imperio, como partidarios de la revolu­
ción? Francamente, no puedo creerlo; no han querido enga­
ñar a nadie, pero se han engañado ellos mismos por su
EL IMPERIO K \ LTOGERMAMCO 77
propia cuenta, imaginándose que eran revolucionarios. Ha­
bían tomado su odio muy sincero, si no muy enérgico ni
muy apasionado, contra el Imperio, por un amor violento
a la revolución, e, ilusionados en si mismos, no se daban
cuenta de que eran partidarios de la República y reaccic
narios al mismo tiempo.
“El pensamiento reaccionario que el pueblo no olvida
nunca —dice Proudhon (1)— ha sido concebido en el mis-
mo seno del partido republicano”. Y después añade que ese
pensamiento nace en su “celo gubernamental”, quisquillóse.,
meticuloso, fanático, policíaco y tanto más despótico cuan­
to que se cree autorizado a todo, pues su despotismo tiene
siempre por pretexto la salvación de la República y de la
libertad.
Los republicanos burgueses identifican injustamente su
república con la libertad. Esa eB la fuente de sus ilusione
cuando se encuentran en la oposkión, de sus decepciones
y de sus inconsecuencias cuando tienen en sus manos el
Poder. Su república está fundada sobre esa idea del poder
y de un gobierno fuerte, de un gobierno que debe mostrarse
tanto más enérgico y poderoso cuanto que ha salido de la
elección popular; y no quieren comprender esta verdad, sin
embargo tan sencilla y confirmada por la experiencia de
todos los tiempos y de todos los países: que todo poder
organizado, establecido, que. actúe sobre el pueblo, excluye
necesariamente la libertad del pueblo. No teniendo el Es­
tado político otra misión que la de proteger la explotación
del trabajo del pueblo para las clases económicamente pri
vilegiadas, el poder del Estado sólo puede ser compatible
con la libertad exclusiva de esas clases cuyos intereses re­
presenta, y por la misma razón debe ser contrarío a la li­
bertad del pueblo. Quien dice Estado o Poder, dice domina
ción; pero toda dominación presupone la existencia de
masas dominadas. El Estado, por consiguiente, no puede
tener confianza en la acción espontánea y en el movimiento
libre de las masas, cuyos intereses más caros son contrarios
a su existencia. Es su enemigo natural, el opresor obligado
y debe obrar siempre como tal, cuidándose bien de no con*
fesarlo.

(1 ) Id ée gérttrní« d é ¡a R e vo lu tio n . (B ak u n in .)
78 OBRAS COMPLEJAS DE B A K b.W N

He aquí lo que lá mayor parte de los jóvenes partidarios


de la república autoritaria o burguesa no comprenden
mientras están en la oposición, en tanto que no han experi­
mentado la detentación del Poder. Porque detestan desde el
fondo de su corazón, con toda la pasión de que esas pobres
naturalezas bastardas, enervadas, son capaces, el despotis­
mo monárquico, se imaginan que detestan el despotismo en
general; porque quisieran tener el poder y el valor para
derribar un trono, se creen revolucionarios; y no se ima­
ginan que no es al despotismo a quien odian, sino sólo a
su foma monárquica, y que este despotismo, por poco que
revista la forma republicana, encontrará sus más celosos
defensores en ellos mismos.
Ignoran que el despotismo no está tanto en la form a del
Estado o del Poder, como en él principio del Estado y del
poder político mismo, y que, por consiguiente, el Estado
republicano debe ser por su esencia tan despótico como el
.Estado gobernado por un emperador o por un rey. Entre
estos dos Estados no hay más que una sola diferencia real.
Ambos tienen igualmente por base esencial y por fin el
sometimiento económico de las masas en beneficio de las
clases posesoras. Pero difieren en esto: en que para llegar
a este fin, el poder monárquico, que en nuestros días tiende
fatalmente a transformarse en todas partes en dictadura
militar, no admite la libertad de ninguna clase, ni la de
aquella a quien protege en detrimento del pueblo. Quiere
y está forzado a servir los intereses de la burguesía, pero
sin permitirle intervenir de un modo serio en el gobierno
de los asuntos del país.
Este sistema, cuando está aplicado por manos inhábiles
o por deshonestos, o cuando pone en oposición demasiado
iiagrante los intereses de una dinastía con los de los explo­
tadores de la industria y del comercio d.el país, como acaba
•ie suceder en Francia, puede comprometer gravemente los
intereses de la burguesía. Presenta otra gran desventaja,
muy grave, desde el punto de vista de los burgueses: les
hiere en su vanidad y en su orgullo. Los protege, es verdad,
y íes ofrece, desde el punto de vista de la explotación del
trabajo popular, una seguridad perfecta; pero al mismo
tiempo los humilla al establecer límites estrechos a su ma­
nís palabrera y, cuando se atreven a protestar, lós maltrata.
EL IMPERIO K M T O G L P M W IC O 79

Esto impacienta, naturalmente, a la parte más ardiente, si


queréis la más generosa’y menos reflexiva de la clase bur­
guesa, y así es como se forma en su seno, como odio a esa
opresión, el partido republicano burgués.
¿Qué quiere este partido? ¿La abolición del Estado? ¿El
fin de la explotación de las masas populares, oficialmente
protegida y garantizada por el Estado? ¿La emancipación
real y completa para todos por medio de la emancipación
económica del pueblo? Nada de eso. Los republicanos bur­
gueses son los enemigos más encarnizados y más apasio­
nados de la revolución social. En los momentos de crisis
política, cuando tienen necesidad del brazo potente del pue­
blo para derribar un trono, condescienden basta prometer
mejoramientos materiales a esa clase tan interesante de los
trabajadores; pero como, al mismo tiempo, están anima­
dos de la más firme resolución de conservar y mantener
todos los principios, todas las bases sagradas de la sociedad
actual, todas esas instituciones económicas y jurídicas que
tienen por consecuencia necesaria la servidumbre real del
pueblo, sus promesas, naturalmente, quedan en agua de bo­
rrajas. El pueblo, decepcionado, murmura, amenaza, se re­
bela, y entonces, para contener la explosión del descontento
popular, se ven forzados, como revolucionarios burguesee
a recurrir a la represión omnipotente del Estado. De donde
resulta que el Estado republicano es tan opresivo como el
Estado monárquico; sólo que no lo es para las clases poseso
ras, no lo es más que contra el pueblo exclusivamente.
Ninguna forma de gobierno hubiese sido tan favorable
a los intereses de la burguesía, ni tan amada de esta clase
como la república si tuviese en la situación económica ac
tual de Europa el poder de mantenerse contra las aspiracio­
nes socialistas cada vez más amenazadoras de las masad
obreras. De lo que el burgués duda, por tanto, no es de la
bondad de esa república, que está completamente en su
favor; es de su potencia como Estado, o de bu capacidad de
mantenerse y de protegerlo contra las rebeliones del prole­
tariado, No hay un burgués que no os diga; “La república
es una cosa hermosa, sólo que es imposible; no puede durar,
porque no encontrará nunca en sí la potencia necesaria para
constituirse en Estado serio, respetable, capaz de hacerse
respetar y de hacernos respetar ante las masas”. Adorando
80 OBRAS COMPLEJAS DE BAkLNIlSi

la república con un amor platónico, el burgués tiende, pot


consiguiente, a ponerse siempre bajo la protección de una
dictadura militar que detesta, que lo desprecia, que lo hu­
milla y que acaba siempre por arruinarlo tarde o temprano,
pero que al menos le ofrece todas las condiciones de la
fuerza, de la tranquilidad en las calles y del orden público.
Esta predilección fatal de la inmensa mayoría de la bur­
guesía hacia el régimen del sable, constituye la desespera­
ción de los republicanos burgueses. Por eso han hecho y
hacen hoy precisamente esfuerzos sobrehumanos para ha­
cerle amar la república, para demostrarle que, lejos de per­
judicar los intereses de la burguesía, les será, al contrario,
completamente favorable, lo que equivale a decir que estará
siempre en contra de los intereses del proletariado, y que
tendrá toda la fuerza necesaria para imponer al pueblo el
respeto a las leyes que garantizan la tranquila dominación
económica y política de los burgueses.
Tal es hoy la preocupación principal de todos los mien*
bros del Gobierno de Defensa Nacional, lo mismo que la
de todos los prefectos, subprefectos, abogados de la Repú­
blica y de los comisarios generales que han sido delegados
a los departamentos. No se trata tanto de defender a Fran­
cia contra los prusianos como de demostrar a los burgueses
que ellos, republicanos y detentadores actuales del poder
del Estado, tienen toda la buena voluntad y toda la potencia
deseadas para contener las revueltas del proletariado. Co­
locaos en ese punto de vista y comprenderéis todos los ac­
tos, de otro modo incomprensibles, de estos singulares de­
fensores y salvadores de Francia.
Animados de este espíritu y persiguiendo este fin, son,
forzosamente, impulsados hacia la reacción. ¿Cómo podrían
servir y provocar la revolución, aunque la revolución sea,
como lo es evidentemente hoy, el único medio de salvación
que le queda a Francia? Estas gentes que llevan la muerte
oficial y la parálisis de toda la acción popular en sf mismos,
¿cómo habrían de llevar la vida y el movimiento a los cam­
pos? ¿Qué podrían decir a los campesinos para sublevarlos
contra la invasión de los prusianos, en presencia de esos
curas, de esos jueces de paz, de esos alcaldes y de esos guar­
dias rurales bonapartistas, a quienes su amor desmesurado
al orden público les ordena respetar y que hacen en lo»
EL IMPERIO K M IO O E R M A M C O

campos, y continuarán haciendo, de la mañana a la noche


y armados de una influencia y de una potencia de acción
mucho más eficaces que la suya, una propaganda absoluta­
mente contraria? ¿Se esforzarán por conmover a los campe­
sinos á fuerza de frases, cuando todos los hechos serán
opuestos a esas frases?
Sabedlo bien: el campesino odia todos los gobiernos. Los
soporta por prudencia; les paga regularmente los impuestos
y tolera que le quiten sus hijos para hacerlos soldados,
porque no ve cómo podría obrar de otro modo, y no presta
ayuda a ningún cambio porque se dice que todos los gobier •
nos se equivalen y que el gobierno nuevo, sea cualquiera
que sea su nombre, no será mejor que el antiguo, y porque
quiere evitar los riesgos y los gastos de un cambio inútil.
Por lo demás, de todos los regímenes, el gobierno republi­
cano le es el más odioso, porque le recuerda los céntimos
adicionales de 1848 primero, y luego, durante los veinte
años siguientes, hubo quien se ocupó de ennegrecerlo en su
opinión. Es su bestia negra, porque representa a sus ojos
el régimen de la violencia sofrenada, sin ventaja alguna, al
contrario, con la ruina material. La República, para él, as
el reino de lo que detesta más que otra cosa cualquiera: la
dictadura de los abogados y de los burgueses de la ciudad,
y, dictadura por dictadura, tiene el mal gusto de preferir la
del sable.
¿ Cómo esperar entonces que los representantes brídales
de la República puedan convertirlo a la República? Cuando
se sienta más fuerte, se burlará de ellos y los expulsará de
su aldea; y cuando sea más débil, se encerrará en su mutis-*
mo y en su inercia. Enviar republicanos burgueses, aboga-*
dos o redactores de periódicos a los campos, para hacer allí
propaganda en favor de la República* sería, pues, dar el
golpe de gracia a la República.
¿Qué hacer entonces? No hay más que un solo medio, es
el de revolucionar los campos tanto como las ciudades. ¿Y
quién puede hacerlo? La única clase que lleva hoy en su
seno realmente, francamente, la revolución; la clase de los
trabajadores de las ciudades.
Pero, ¿cómo se las arreglarán los trabajadores para revo­
lucionar los campos? ¿Enviarán a cada aldea obreros aisla* ,
dos como apóstoles de la República? Pero, ¿de dónde saca-
82 OBRAS COMPLEJAS DL B A K L M N

rán el dinero necesario para cubrir loa gastos de esa propa­


ganda? Es verdad que los señores prefectos, los subprefec-
tos y los comisarios generales podrían enviarlos a expensas
del Estado. Pero, entonces, no serían ya delegados del
mundo obrero, sino del Estado, lo cual cambiaría singular­
mente su carácter, su misión y la naturaleza misma de su
propaganda, que se convertiría por eso, no en una propa­
ganda revolucionaría, sino forzosamente reaccionaria; por­
que la primera cosa que estarían obligados a hacer, sería
inspirar a los campesinos la confianza en todas las autori­
dades nuevamente establecidas o conservadas por la Repú­
blica, por lo tanto también la confianza en esas autoridades
bonapartistas cuya acción malhechora continúa pesando aún
sobre los campos. Por lo demás, es evidente que los señores
subprefectos, prefectos y los comisarios generales, de acuer­
do con esa ley natural que hace preferir a cada uno lo que
concuerda con él y no lo que le es contrario, elegirían para
llenar esa misión de propagadores de la República los obre­
ros menos revolucionarios, los más dóciles o los más com­
placientes. Esto ,sería siempre la reacción bajo la forma
obrera; y, ya lo hemos dicho, sólo la revolución puede revo­
lucionar los campos.
En fin, es preciso añadir que la propaganda individual,
aunque fuese ejercida por los hombres más revolucionarios
del mundo, no podría tener una influencia mayor sobre los
campesinos. La retórica, para ellos, no tiene encanto, y las
palabras, cuando no son la manifestación de la fuerza y no
van acompañadas inmediatamente por los hechos, no son
para ellos más que palabras. El obrero que sólo vaya a pro­
nunciar discursos a una aldea, correrá el riesgo de ser be­
fado y expulsado como un burgués,
¿Qué hacer, pues?.
E s preciso enviar a los campos, cemo propagandistas de
la revolución, cuerpos de francotiradores.
Regla general: Quien quiera propagar la revolución, debe
ser él mismo francamente revolucionario. Para sublevar a
los hombres, es preciso tener el diablo en el cuerpo; de otro
modo, no se hace más que pronunciar discursos que abortan,
sólo se produce un ruido estéril, no hechos. Por consiguien­
te, ante todo, los cuerpos francos propagandistas deben es­
tar revolucionariamente inspirados y organizados; deben
ÉL IMPERIO KNL'TOGERM 1V/L O 83

llevar la revolución en su seno, para poder provocarla y


suscitarla a su alrededor; además, deben trazarse un sis-
tema, una línea de conducta conforme al fin que se pro­
ponen.
¿Cuál es ese fin? No es el de imponer la revolución a los
campos, sino el de provocarla y el de suscitarla. Una revo­
lución impuesta, sea por decretos oficiales, sea a mano ar­
mada, no es la revolución, sino la contrarrevolución, porque
provoca necesariamente la reacción. Al mismo tiempo, loa
cuerpos francos deben presentarse a los campos como una
fuerza respetable y capaz de hacerse respetar; no para vio­
lentar a los campesinos, sino para quitarles la gana de reír
y de maltratarlos antes de haberlos escuchado, lo que podría
suceder a los propagandistas individuales y no acompa­
ñados de una fuerza respetable. Los campesinos son un
poco toscos, y las naturalezas toscas se dejan arrastrar fá­
cilmente por el prestigia y por las manifestaciones de fuer­
za, salvo la contingencia de rebelarse después contra ella, si
esa fuerza les impone condiciones demasiado contrarias a
sus instintos y a sus intereses.
He aquí de lo que los cuerpos francos deben guardarse
bien. No deben imponer nada, sino suscitarlo todo. Lo que
pueden y lo que deben naturalmente hacer es desviar desde
el principio cuanto pudiera obstaculizar el éxito de la pro­
paganda. Así, deben empezar por quebrar toda la Adminis­
tración municipal, necesariamente infestada de bonapartis-
mo, cuando no de legitimismo o de orleanismo; atacar y
expulsar y, en caso de necesidad, arrestar a todos les seño­
res funcionarios comunales, lo mismo que a todos los gran­
des propietarios reaccionarios, y al señor cura con ellos, por
ninguna otra causa que por su connivencia con los prusia­
nos. La Municipalidad legal debe ser reemplazada por un
Comité revolucionario formado por un pequeño número de
campesinos, los más enérgicos y los más sinceramente con­
vertidos a la revolución.
Pero antes de constituir este comité es preciso haber pró'
ducido una conversión real en la disposición, si no de todos
los campesinos, al menos de la gran mayoría. Es preciso que
esa mayoría se apasione por la revolución, ¿Cómo producir
ese milagro? Por el interés. El campesino francés es avari­
cioso, se dice; pues bien, es preciso que su misma avaricia
84 OBRAS COMPLETAS DE BAK IM IN

se interese en la revolución. Hay que ofrecerle y darle inme­


diatamente grandes ventajas materiales.
* * *

No hay que protestar contra la inmoralidad de un siste­


ma semejante. En el tiempo que corre y en presencia de los
ejemplos que nos dan todos los graciosos potentados que
tienen en sus manos los destinos de Europa, sus gobiernos,
sus generales, sus ministros, sus altos y bajos funcionarios,
y todas las clases privilegiadas, clero, nobleza, burguesía,
se incurriría verdaderamente en una equivocación al rebe­
larse contra él. Sería inútil hipocresía. Los intereses lo go­
biernan hoy todo, lo explican todo. Y puesto que los inte-
reses materiales y la avaricia de los campesinos pierden hoy
a Francia, ¿por qué no habrían de salvarla los intereses y la
avaricia de los campesinos? Tanto más cuanto que la salva­
ron ya una vez, en 1792.
Escuchad lo que dice sobre este asunto el gran historia­
dor de Francia, Michelet, al que ciertamente nadie acusará
de seT un materialista inmoral (1):
N o hubo nunca una fcbor com o la de octubre del 91, aquella en
que el labrador, seriam ente advertido por Varennes y P illn itz,
pensó por primera v ez, arrolló espiritualm ente sus peligros y todas
la s conquistas de la revolución que se quería arrancarle. Su tra­
bajo, animado por una indignación guerrera, era ya para ¿1 una
campaña en espíritu. Labraba la tierra como soldado, imprimía al
arado e l paso m ilitar y picando a su s anim ales con un aguijón más
agudo gritaba a uno: “|H u é , P ru sia l” y al otro: “jFuera, A ustria 1”
E l buey marchaba com o un caballo, la reja iba áspera y rápida,
el negro surco humeaba, llen o de alien to y lleno de vida.
E s que este hombre no soportaba e l verse turbado así ea su p o se­
sió n reciente, e n ese primer m omento en que la dignidad humana
se había despertado en él. L ib re y pisando un campo libre, sentía
bajo sus p ies una tierra sin trib u to s ni diezm os, que era ya suya o
que seria suya mañana... ¡N o m ás señ o res/ Todos sefiores, todos
reyes, cada cual sobre su tierra, realizado el viejo adagio: H om bre
pobre, en su casa es rey.
E n su casa y fuera. ¿ E s que Francia entera no es ahora su casa?

Y más lejos, hablando del efecto causado en loa campesi­


nos por la invasión de Brunswick:
:1) H istoirt de la Revolution transíise, por Michelet, tomo I I I . (B t-
kumn-J
EL IMPERIO K M rC G B R M A M C O 85
Brunswick, entrado en Verdun, se encontró allí tan cómoda­
m ente que perm aneció una semana en «sta ciudad. L os em igrados
que rodeaban al R ey de Prusia, com enzaron a recordarle las pro­
mesas que había hecho. E ste príncipe había dicho a l partir estas
extraña*? palabras (H ardenberg las o y ó ): “Que no se m ezclaría
en las cuestiones internas d el Gobierno de Francia, que no haría
más que devolver al rey la autoridad absoluta”. D ev olver al rey la
realeza, las iglesias a los sacerdotes, las p ropiedades a lo s p ro p ie ­
tarios, esa era su ambición. Y a cambio de todos estos bene­
ficios, ¿qué pedía a Francia? N inguna cesión de territorio, nada
más que lo s gastos de una guerra emprendida para salvarla
E sta palabrita: d e v o lv e r la s p ro p ied a d es, contenía m ucho. E l
gran propietario era el clero, se trataba de restituirle vn bien de
cuatro m il m illon es, de anular las ven tas que se habían hecho p o r
valor d e m il m illon es en enero del 92 y que después, a lo s nueve
m eses, se habían enorm em ente acrecentado, ¿En qué se convertían
una infinidad de contratos de los que esa operación había «ido la
ocasión directa o indirecta? N o eran só lo lo s compradores los
lesionados, sin o todos los que les prestaban e l dinero, lo s subadqui-
sidores a quienes habían vuelto a vender, una m ultitud de otras
personas..., un gran pueblo y verdaderam ente asociado a la revo lu ­
ción p o r un interés resp eta b le. E sta s propiedades, desviadas desde
hace sig lo s del fin de sus piadosos fundadores, habían sido devu el­
tas por la revolu ción a su verdadero d e stip o , a la vid a y al m ante­
nim iento d el pobre. H abían pasado d e la mano m uerta a la v iva ,
de lo s perezo so s a lo s trabajadores, d e lo s abates lib ertin os, de lo s
canónigos ventrudos, de lo s obispos fa stu o so s, ftl labrador honesto.
S e había form ado en ese co rto espacio de tiem po una Francia nue­
va. Y lo s ignorantes (lo s em igrados) que traían al extranjero no se
imaginaban eso...
E l cam pesino prestó atención a estas palabras sign ificativas de
restauración de los sacerdotes, de restitución, etc., y comprendió
que era la contrarrevolución la que entraba en Francia, que una
m utación inm ensa de las personas y d e las cosas iba a ocurrir. T o ­
dos n o tenían fusiles, pero lo s que lo s tenían lo s tom aron; e l que
tenía una horca tom ó una horca y el que tenía una hoz, una hofc
Tuvo lugar un fenóm eno sobre la tierra de Francia. P areció cam­
biada repentinam ente al paso del extranjero. S e convirtió en un
desierto. L os granos desaparecieron y com o si un torbellino Iot;
hubiera llevado, marcharon al oeste. N o quedó en el camino máf
que una cosa para el enem igo: las raíces verdes, la enfermedad
y la muerte.

Y más adelante, traza Michelet este cuadro de la suble


vación de los campesinos de Francia:
L a población corrió al com bate con un ímpetu tal, que la auto­
ridad comenzaba a asustarse y la retenía en la retaguardia.
M asas confusas, casi inerm es, se precipitaban hacia un mism o
punto; n o se sabía cóm o alojarlas y alim entarlas. E n el E ste, espe
86 OBRAS COMPLETAS DE BAKL'NIN

cialm ente en Lorena, las colinas, todos loe puestos dom inantes se
hablan convertido en campos toscam ente fortificados por lo s árbo­
le s derribados, al m odo de nuestros v iejos cam pos de la época de
César, V ercingétorix s e habría imaginado, ante ese paisaje, en
plena Galia. L o s alem anes tenían muchos m otivos para preocuparse,
pues cuando avanzaban dejaban tras s í eso s campos populares.
¿Cuál sería para ello s el regreso?... D ebían apercibirse: no era un
ejército a quien tenían allí, era justam ente a Francia.

* * *
¡Ay! ¿No es todo lo contrario de lo que vemos hoy?
Pero, ¿por qué esta misma Francia, que en 1792 se había
levantado unánimemente para rechazar la invasión extran­
jera, no se levanta hoy que está amenazada por un peligro
mucho más terrible que el de 1792? ¡Ah!, es que en 1792
ha sido electrizada por la revolución y hoy está paralizada
por la reacción, protegida y representada por su Gobierno
llamado de Defensa Nacional.
¿Por qué los campesinos se habían sublevado en masa
contra los prusianos de 1792, y por qué quedan no ya iner­
tes, sino más bien favorables a esos mismos prusianos con­
tra la República? ¡Ah!, es que para ellos no es la misma
República. La República fundada por la Convención Na­
cional, el 22 de septiembre de 1792, era una República emi­
nentemente popular y revolucionaria. Había ofrecido al
pueblo un interés inmenso, o, como dice Michelet, respe­
table. Por la confiscación en masa de los bienes de la Igle­
sia, primero, y más tarde de la nobleza emigrada o insu­
rrecta, o sospechosa o decapitada, le había dado la tierra,
y para hacer imposible la restitución de la tierra a sus anti­
guos propietarios, el pueblo se había levantado en masa.
Mientras que la República actual, de ningún modo popu­
lar, sino, al contrario, llena de hostilidad y de desconfianza
contra el pueblo, República de abogados, de impertinentes
doctrinarios y burguesa, no le ofrece nada más que frases,
un aumento de los impuestos y de los riesgos, sin la menor
compensación material.
Tampoco el campesino cree en esta República, pero por
otra razón que los burgueses. No cree en ella precisamente
porque la encuentra demasiado burguesa, demasiado favora­
ble a los intereses de la burguesía, y alimenta en el fondo
de su corazón contra los burgueses un odio disimulado, que,
EL IMPERIO K hU TO üE R M A M C O s"7

bien que se manifieste én una forma diferente, no es menos


intenso que el odio de los trabajadores de las ciudades
contra esa clase que hoy es tan poco respetable.
Los campesinos, al menos la inmensa mayoría de los
campesinos, no lo olvidemos nunca, aunque convertidos en
propietarios en Francia no viven meaos del trabajo de m s
brazos. Es eso lo que les separa profundamente de la clase
burguesa, cuya mayoría vive de la explotación lucrativa del
trabajo de las masas .populares; esto les une por lo demás
a los trabajador.es de las ciudades, a pesar de la diferencia
de sus posiciones, en desventaja de estos últimos, y la dife­
rencia de ideas y las confusiones en los principios que re­
sultan desgraciadamente demasiado a menudo.
Lo que mayormente aleja a los campesinos de los obreros
de las ciudades es una cierta aristocracia de la inteligencia,
muy mal fundada por otra parte, que los obreros tienen el
error de atribuirse.. Los obreros sou, no cabe contradicción,
más instruidos; su inteligencia, su sabiduría, sus ideas es­
tán más desarrolladas. En nombre de esta pequeña superio­
ridad científica sucede algunas veces que tratan a los cam
pesinos desde un plano de altura, haciéndoles notar su des­
dén. Y, como lo hice observar ya en otro trabajo (1), los
obreros obran injustamente, porque, con ese mismo título,
y con mucha más razón aparente, los burgueses, que son
más sabios y están más desarrollados que los obreros, ten-
drían aún más derecho a despreciar a estos últimos. Y los
burgueses, como se sabe, no dejan de hacer uso de ese ar­
gumento.
* * *

Permíteme, querido amigo, repetir aquí algunas páginas


del escrito que acabo de citar (2).
L os cam pesinos —he dicho en esc folleto— consideran a lo s obre­
ros de las ciudades com o lo s del reparto, y tem en que lo s socia
listas vayan a confiscar su tierra, a la que aman sobre todas la a
cosas.

(1) Cartas a un francés sobre ¡a crisis actual, septiembre de 1870 (Bá­


tanlo.)
(2) Los párrafos a continuación reproducidos, no repiten exact»mente . 1»,
redacción que se les dió en Cartas a un ¡rancia sobre la crisis actual, ll Wen
lps conceptos ton los mismos. (N ots del traductor.)
38 OBRAS COMPLETAS DE BAKÜMM

¿Q ué deben, pues, hacer lo s obreros para vencer esta descon­


fianza y esta animosidad de lo s cam pesinos contra ellos 7 Prim e­
ramente, deben cesar de testim oniarles su desprecio, cesar de d es­
prestigiarlos. E so e s necesario para la salvación de la revolución
y de ellos m ism os, porque el odio de los campesinos constituye un
inm enso peligro. S i no existiera esa desconfianza y ese odio, la
revolución habria sido hecha desde hace mucho tiempo, porque
la animosidad que desgraciadamente existe en los campos contra
las ciudades constituye, no só lo eri Francia, sino en todos lo s paí­
ses, la base y la fuerza principal de la reacción. Por lo tanto, en in­
terés de la revolución que debe emanciparlos, los obreros deben
cesar lo más pronto posible de testim oniar ese desprecio a lo s cam­
pesinos. L o deben por justicia, porque verdaderamente no tienen
ninguna razón para desprestigiarlos y para detestarlos. L o s cam­
pesin os no son parásitos, son rudos trabajadores com o ellos m is­
m os, sólo que trabajan en condiciones diferentes. H e ahí todo. E n
presencia d e l burgués explotador, e l obrero debe sen tirse hermano
d e l campesino.
L os cam pesinos marcharán con los obreros de las ciudades a I?.
salvación de la patria tan pronto como estén convencidos de que
lo s obreros de is s ciudades no pretenden im poner su voluntad ni
un orden p o lític o y socia l cualquiera inventado po r las ciudades
para la m ayor felicid a d de lo s cam pos; tan pronto com o hayan ad­
quirido la seguridad de que loa obreros no tienen intención de arre­
batarles la tierra.
P ues bien, es absolutam ente necesario que los obreros renuncien
realm ente a esa pretensión y a esa intención, y que renuncien de
m odo que los cam pesinos lo sepan y se convenzan realmente de
ello- L os obreros deben renunciar a eso, porque, aunque esas pre­
tensiones fueran realizables, serían soberanamente injustas y reac­
cionarias; y ahora que su realización se ha hecho im posible, no
constituirían más que una locura criminal.
¿Con qué derecho impondrían los obreros a los campesinos una
form a determinada de gobierno o de organización cualquiera? Con
e l derecho de la revolución, se dice. P ero la revolución no es revo­
lución cuando en lugar de provocar la revolución en las masas,
su scita la reacción en su seno. E l m edio y la condición, si no el
fin de la revolución, es el aniquilam iento del principio de auto­
ridad en todas sus m anifestaciones posibles, es la abolición
com pleta del Estado p olítico y jurídico, porque el Estado, her­
m ano menor de la Iglesia, com o lo ha demostrado perfectam ente
Proudhcn, es la consagración h istórica de todos los despotism os,
d e todos los privilegios, la razón política de todoB lo s som etim ien­
tos económ icos y sociales, la esencia misma y el centro de toda
reacción. Cuando en nombre de la revolución se quiere hacer E s­
tado, aunque no sea m ás que un Estado transitorio, se hace reac­
ción y se trabaja por el despotism o, no por la libertad; por la
institución del privilegio contra la igualdad.
E sto e s claro como la luz del día. P ero los obreros socialistas
d e Francia, educados en las tradiciones políticas de lo s jacobinos,
no han querido comprenderlo jamás.. Ahora estarán obligados a
EL IMPERIO A V ITO G ERM AM C O 89
comprenderlo, por suerte para la revolución y para ellos m ism os.
I D e dónde les viene esa pretensión tan ridicula com o arrogante, taa
injusta com o funesta- de imponer su ideal p olítico y «social a diez
m illones de cam pesinos que no lo quieren? E s, evidentem ente, una
herencia burguesa, un legado p olítico del revolucionarism o bur­
gués. ¿Cuál es el fundamento, la explicación, la teoría de esa pre­
tensión? E s la superioridad pretendida o real de la inteligencia
de la instrucción, en una palabra, de la civilización obrera sobre
la civilización de lo s campos. Pero, ¿sabéis que con sem ejante
principio se pueden legitim ar todas las conquistas, consagrar todas
las opresiones? L os burgueses no se sirvieron nunca de otro pargt
demostrar su m isión de gobernar o, lo que equivale a decir lo m is­
mo, de explotar al mundo obrero. D e nación a nación, tanto com o
dr; clase a clase, este principio fatal, y que. no es otra cosa que
el de la autoridad, explica y presenta como un derecho todas las
Invasiones y todas las conquistas. L os alemanes, ¿no se han servido
siem pre de él para excusar sus atentados contra la libertad y con­
tra la independencia de los pueblos eslavos y para legitim ar su
germ anización violen ta y forzada? E s —dicen— la conquista de
la civilización sobre la barbarie. Tened cuidado; los alemanes
comienzan a creer ya que la civilización germánica, protestante, es
muy superior a la civilización católica representada, en general,
por los pueblos de raza latina, y a la civilización francesa en par­
ticular, Tened cuidado que no se imaginen pronto que tienen la
m isión de civilizaros y de haceros dichosos, com o os im agináis
vosotros tener la m isión de civilizar y de emancipar a vuestros
compatriotas, a vuestros hermanos, los cam pesinos de Francia.
Para mí, una y otra pretensión son igualm ente odiosas, y os declaro
que, tanto en las relaciones internacionales como en las relaciones
de clase a clase, estaré siem pre de parte de aquellos a quienes se
quiera civilizar por este procedim iento. Me rebelaré con ellos con­
tra todos los arrogantes civilizadores, llámense obreros o alemanes,
y robelándome contra ellos, serviré a la revolución contra la reac­
ción.
P ero si e3 así, se dirá, ¿es preciso abandonar a los campesinos
ignorantes y supersticiosos a todas las influencias y a todas las
intrigas de la reacción? D e ningún modo. E s preciso aplastar la
reacción en los cam pos lo m ism o que en las ciudades; m as para
eso es necesario atacarla en los hechos y no hacerle la guerra a
golpes de decretos. L o he dicho ya: no se extirpa nada con los
decretos. A l contrario, lo s decretos y todos los actos de la auto­
ridad consolidan lo que quieren destruir.
E n lugar de querer tomar a los campesinos las tie'rras que po­
seen hoy, dejadles seguir su instinto natural. ¿ Sabéis lo que suce­
derá entonces? E l cam pesino quiere tener toda /a tie rra , mira aJ
gran señor y al rico burgués, cuyos vastos dominio», cultivados
por brazos asalariados, empequeñecen su campo, como extraños y
usurpadores. La revolución de 1789 ha dado a los campesinos las
tierras de la Ig lesia ; quisieran aprovechar otra revolución para
ganar las de la nobleza y de la burguesía.
Pero si sucediera esto, si lo s campesinos echaran mano a toda
Obres de Bakunin. - I I •
OBRAS COMPLETAS DE B AKL'SIN
j:-y**'■'*:. " f
la porción de tierra que no les pertenece todavía, ¿no se reforza­
ría con ello d e un modo escandaloso el principio de la propiedad
individual, y no serían los campesinos m ás que nunca hostiles a los
obreros de las ciudades?
N o, porque una v e z abolido « / E stado, la consagración jurídica
y p o lítica , le s faltará la garantía de la propiedad por e l E stado. La
propiedad no será ya un derecho, será reducida al estado d e un
sim p le hecho.
E so será entonces la guerra civil, diréis. N o siendo ya la propie­
dad individual garantizada por ninguna autoridad superior, polí­
tica, adm inistrativa, judicial, policíaca, y no estando ya defendida
m ás que por la energía del propietario, cada cual querrá apode­
rarse del bien ajeno, lo s más fuertes saquearán a lo s m ás débiles.
E s cierto que al principio las cosas no transcurrirán de un modo
perfectam ente pacífico, habrá luchas; el orden público, e l archi-
santo de los burgueses, será perturbado, y los primeros hechos que
resulten de un sem ejante estado de cosas podrán constituir lo que
se convino en llamar la guerra civil. ¿Pero preferís entregar
Francia a los prusianos?.,.
P or lo demás, no temáis que los cam pesinos se devoren mutua­
m ente; si quisieran tratar de hacerlo al com ienzo, no tardarían en
convencerse de la im posibilidad m aterial de persistir en ese camino,
y entonces se puede estar seguros de que tratarán de entenderse,
de transigir y de organizarse entre sí. La necesidad de com er y de
alim entar a su s familias, y por consiguiente la necesidad de conti­
nuar lo s trabajos del campo, la necesidad de garantizar sus casas,
sus fam ilias y su propia vida contra lo s ataques im previstos, todo
eso lo s obligará indudablemente a entrar pronto en el camino de
lo s arreglos mutuos,
Y no creáis tampoco que en estos arreglos d irigidos fuera de
to d a tu tela oficial, por la sola fuerza de las cosas, lo s más fuertes,
lo s más ricos, ejercerán una influencia predominante. La riqueza
de los ricos, no estando ya asegurada por las instituciones jurídicas,
cesa tá -le ser una potencia, Los ricos no son hoy tan influyentes
sin o porque, cortejados por los funcionarios del Estado, son pro­
teg id o s especialm ente por el Estado. Faltándoles este apoyo, su
p oten cia desaparecerá repentinamente. E n cuanto a lo s m ás astu­
to s, a los más fuertes, serán anulados por la potencia colectiva de
la m asa de los pequeños campesinos, así com o por lo s proletarios
d e lo s campos, masa reducida hoy al sufrim iento mudo, pero a la
que el m ovim iento revolucionario armará de un poder irresistible.
N o pretendo, notadlo bien, que los campos que se organicen así,
de abajo arriba, crearán desde el primer m om ento una organización
ideal, conform e en todos lo s puntos a la que nosotros sonamos. De
lo que esto y convencido e s de que será una organización v ir a y,
com o tal, m il veces superior a la que ex iste ahora. P or lo demás,
esta organización nueva, que queda siem pre abierta a la propaganda
de las ciudades, y que no puede ser fijada y por decirlo así petri­
ficada poi la sanción jurídica del Estado, progresará libremente,
desarrollándose y perfeccionándose de un m odo indefinido, pero
siem pre vivien te y libre, nunca decretado y legalizado, hasta llegar
EL IMPERIO K \ £ IOGER WAh ICO
i un punto tan razonable com o puede esperarse en nuestros días
Como la vida y los actos espontáneos, suspendidos durante sigl«s
por la acción absorbente del E stado, habrán sido devueltos a .la s
comunas, es natura] que cada comuna tom e com o punto de partida
de su nuevo desenvolvim iento, no el estado intelectual y moral en
que la ficción oficia l la supone, sino e l estado real de su civiliza­
ción; y com o el erado de la civ ilización real es m uy diferente en
las comunas de Francia, tanto com o en las de Europa en general,
resultará necesariam ente una gran diferencia de desarrollo; pero
e l acuerdo mutuo, la "armonía, el equilibrio establecido por un
acuerdo común, reemplazarán la unidad artificial y violen ta de lo s
Estados. Habrá a llí una vida nueva y un mundo nuevo...
M e diréis; P ero esa agitación revolucionaria, esa lucha interior
que debe nacer necesariam ente de la destrucción de las in stitu cio­
nes jurídicas y políticas, ¿no paralizará la defensa nacional y, en
lugar de rechazar a los prusianos, no entregará, al contrarío, Fran­
cia a la invasión?
D e ningún modo. La H istoria nos prueba que nunca las naciones
se m ostraron tan poderosas en el exterior como cuando se sin tie­
ren profundamente agitadas y turbadas en el interior, y que, al
contrario, nunca fueron tan débiles como cuando aparecían unidas
y iranquilas bajo una autoridad cualquiera. En el fondo, nada más
natural : la lucha es el pensam iento activo, es la vida, y este pensa­
m iento a ctivo y vivo, es la fuerza. Para convenceros, comparad
entre sí algunas épocas de vuestra H istoria. Poned frente a frente
la Francia de la Fronda, desarrollada, aguerrida por las luchas de
la Fronda, bajo la juventud de L uis X IV , y la Francia de su vejez,
la monarquía fuertem ente establecida, unificada, pacificada, por el
gran rey: la primera resplandece de victorias, la segunda marcha
a la ruina de derrota en derrota. Comparad igualm ente la Francia
de 1792 con la Francia de hoy. Nunca fué Francia tan desgarrada
por la guerra civ il com o en 1792 y 1793; el m ovim iento, la lucha,
una lucha a vida o m uerte, se producía en todos los puntos de ía
República; y sin embargo Francia ha rechazado victoriosam ente la
invasión de casi toda la Europa coligada contra ella. E n 1870, la
Francia unida y pacificada del Im perio es derrotada por lo s ejér­
cito s de A lem ania y se m uestra desm oralizada hasta tal grado que
se debe tem er por su existencia.
Aquí se presenta una cuestión: la revolución de 1792 y
de 1793 ha podido dar a los campesinos, no gratis, pero a
un precio muy bajo, los bienes nacionales, es decir las tie­
rras de la Iglesia y de la nobleza emigrada, confiscadas por
el Estado. Pero —se objeta— hoy no tiene ya nada que
darle. |Oh, sí!, la Iglesia, las órdenes religiosas de ambos
sexos, gracias a la connivencia criminal de la Monarquía
legítima y del segundo Imperio sobre todo, ¿no volvieron a
enriquecerse? Es verdad que la mayoría de sus riquezas ha
sido prudentemente movilizada, en previsión de revolucio­
92 OBRAS COMPLETAS DE B A K U hW

nes posibles. La Iglesia que, junto a sus preocupaciones


celestes, no descuidó nunca sus intereses materiales y se
distinguió siempre por la hábil profundidad de sus especu­
laciones económicas, colocó, sin duda, la mayor cantidad de
sus bienes terrestres —que continúa acrecentando cada día
para mayor bien de los desdichados y de los pobres— en
toda suerte de empresas comerciales, industriales y banca-
rías, tanto privadas como públicas, y en las rentas de todos
los países, de manera que no sería necesaria nada menos
que una bancarrota universal, que sería la consecuencia in­
evitable de una revolución social universal, para privarla
de la riqueza que constituye hoy el principal instrumento
de su potencia, por desgracia demasiado formidable toda­
vía. Pero no es menos verdad que posee hoy, sobre todo en
el mediodía de Francia, inmensas propiedades en tierras y
en construcciones, lo mismo que en ornamentos y utensilios
del culto, verdaderos tesoros en plata, en oro y en piedras
preciosas. Pues bien, todo eso puede y debe ser confiscado,
no en beneficio del Estado, sino de las comunas.
# **

Existen además los bienes de est09 millares de propieta­


rios bonapartistas que, durante los veinte años del régimen
imperial, se distinguieron por su celo y han sido protegidos
ostensiblemente por el Imperio. Confiscar esos bienes no
sería solamente un derecho, sería también un deber. Porque
el partido bonapartista no es un partido ordinario, históri­
co, salido orgánicamente y de un modo regular de los desen­
volvimientos sucesivos, religiosos, políticos y económicos
del país, y fundado sobre un principio racional cualquiera,
verdadero o falso. Es una cuadrilla de bandoleros, de asesi­
nos, de ladrones que, apoyándose por una parte en la cobar­
día reaccionaria de una burguesía temblorosa ante el espec­
tro rojo, y roja ella misma aún por la sangre de los obreros
de París1, derramada con sus propias manos, y por la otra
en la bendición de los sacerdotes y en la ambición criminal
de los oficiales superiores del ejército, se había apoderado
calladamente de Francia, “una docena de Robertos Macaire
de la vida elegante, solidarizados por el vicio y por una
común penuria arruinados, perdidos en su reputación y en
EL IMPERIO K S l TOGCR MAbilCO 93
sus deudas, y que para rehacer una posición y una fortuna
no han retrocedido anee uno de los atentados más horribles
que conoce la Historia. He aquí en pocas palabras toda la
verdad sobre el golpe de Estado de diciembre.
"Los bandidos han triunfado. Reinan desde hace diecio­
cho años sin responsabilidad sobre el más hermoso país de
Europa y al que ésta considera con mucha razón como el
centro del mundo civilizado. Han creado una Francia ofi­
cial a su imagen. Han conservado poco más o menos intacta
la apariencia de las instituciones y de las cosas, pero han
trastornado el fondo, rebajándolo al nivel de sus costum­
bres y de su propio espíritu. Todas las viejas palabras han
quedado. Se habla allí como siempre de libertad, de justicia,
de dignidad, de derecho, de civilización y de humanidad;
pero el sentido de estas palabras se ha transformado com­
pletamente en sus labios, pues cada palabra significa todo
io contrario de lo que parece querer expresar: se diría una
sociedad de bandidos que, por una ironía sangrienta, hi­
ciera uso de las más honestas expresiones para discutir los
designios y los actos más perversos. ¿No es ese, todavía
hoy, el carácter de la Francia imperial?
"¿Hay cosa más desagradable, más vil, por ejemplo, que
el Senado imperial, compuesto, en los términos de la Cons­
titución, por todos los ilustres del país? ¿No es, segúii
sabe todo el mundo, la casa de inválidos de todos loa cóm­
plices del crimen, de todos los decembristas cansados y
repuestos? ¿Se conoce cosa más deshonrada que la justicia
del Imperio, que todos esos tribunales y esos magistrados
que ignoran otro deber que el de sostener en todas las oca
siones y a pesar de todo la iniquidad imperial?” (1).
He ahí lo que en el mes de marzo, cuando el Imperio
florecía aún, escribía uno de mis más íntimos amigos (2).
Lo que decía de los senadores y de los jueces, era aplicable
igualmente a toda la gente oficial y oficiosa, a los funciona­
rios militares y civiles, comunales y departamentales, a to
dos los electores consagrados, así como a todos los diputa
dos bonapartistas. La cuadrilla de bandidos, primero no
muy numerosa, pero mayor de año en año, atrayendo a su
(1) Los osos de Berna y el oso de Sao Pelersburgo. Lamentación patrie tica
ai un suizo humillado y desesperado. Neuchatel, 1870. (B a k u n in )
(2) Bakunin mismo. (N ota del traductor.)
94 OBRAS COMPLEJAS DE B A K U M N

seno, por el lucro, todos los elementos pervertidos y podri­


dos, después reteniéndolos por la solidaridad de la infamia
y del crimen, había acabado por cubrir a toda Francia,
sujetándola con sus anillos como un inmenso reptil.
He ahí lo que se llama el partido bonapartista. Si hubo
alguna vez un partido criminal y fatal para Francia, fué
éste. No solamente violó su libertad, degradó su carácter,
corrompió su conciencia, envileció su inteligencia, deshonró
su nombre; ha destruido, por un saqueo desenfrenado, ejer­
cido durante dieciocho años, su fortuna y sus fuerzas, des­
pués la entregó desorganizada a la conquista de los pru­
sianos. Aun hoy, cuando se hubiera debido creerlo desga­
rrado por los remordimientos, muerto de vergüenza, ani­
quilado bajo el peso de su infamia, aplastado por el despre­
cio universal, después de algunos días de inacción aparente
y de silencio, vuelve a levantar la cabeza, se atreve a hablar
de nuevo, y conspira abiertamente contra Francia, en favor
del ihfáme Bonaparte, que es desde ahora aliado y prote­
gido de los prusianos.
Este silencio y esta inacción de corta duración habían
sido ocasionados, no por el arrepentimiento, sino únicamente
por el miedo atroz que le había causado la primera explosión
de la indignación popular. En los primeros días de septiem­
bre, los bonapartistas habían creído en una revolución y,
sabiendo muy bien que no había castigo que no hubiesen
merecido, huyeron y se ocultaron como cobardes, temblando
ante la justa cólera del pueblo. Sabían que la revolución no
ama las írases, y que, una vez que se despierta y obra,
avanza decididamente. Los bonapartistas se creyeron, pues,
políricamente aniquilados, y durante los primeros días que
siguieron a la proclamación de la República, no pensaron
más que en poner en lugar seguro sus riquezas acumuladas
por el robo y sus queridas personas.
Fueron agradablemente sorprendidos al ver que podían
efectuar una cosa y otra sin la menor dificultad y sin el
menor peligro. Como en febrero y en marzo de 1848, los
doctrinarios burgueses y los abogados que se encuentran
hoy a la cabeza del nuevo Gobierno provisional de la Repú­
blica, en lugar de adoptar medidas de salvación, hicieron
frases; ignorando la práctica revolucionaria y la situación
real de Francia tanto como sus predecesores, teniendo como
EL IMPERIO K.M 'IO G ERM AM C O 95

ellos horror a la revolución, los señores Gambetta y compa­


ñía quisieron asombrar al mundo con una generosidad caba­
lleresca y que no sólo fué intempestiva, sino criminal; cons­
tituyó una verdadera traición a Francia, puesto que devol1
vió la confianza y las armas a su enemigo más peligroso, a
la banda de los bonapartistas.
Animado por ese deseo vanidoso, por esa frase, el Gobier­
no de Defensa Nacional tomó, pues, todas las medidas nece­
sarias, y esta vez aun las más enérgicas para que los señóles
bandidos, los saqueadores y los ladrones bonapartistas pu­
diesen salir tranquilamente de París y de Francia, llevando
consigo toda su fortuna movilizable y dejando bajo su pro­
tección especial sus casas y sus tierras, que no pudieron
llevarse. Fué, en su asombrosa servicialidad hacia esa banda
de asesinos de Francia, hasta el punto de arriesgar toda
su popularidad al protegerlos contra la demasiado legítima
indignación y la desconfianza populares. Principalmente
en varias ciudades de provincia, el pueblo, que no entiende
nada de esa exhibición ridicula de una generosidad tan mal
aplicada, y que, cuando se levanta para obrar, marcha siem­
pre derecho a su fin, detuvo algunos altos funcionarios del
Imperio que se habían distinguido de un modo especial por
la infamia y por la crueldad de sus actos, tanto oficiales
como privados. Apenas el Gobierno de Defensa Nacional,
y principalmente Gambetta, como ministro del Interior,
tuvo conocimiento de ello, valiéndose de ese poder dictato­
rial que cree haber recibido del pueblo de París y del cual,
por una singular contradicción, no cree de su debei hacer
uso más que contra el pueblo de las provincias, pero no en
sus relaciones diplomáticas con el invasor extranjero, se
apresuró a ordenar del modo más orgulloso y más perento­
rio que se pusieran inmediatamente todos esos picaros en
plena libertad.
Te recuerdas, sin duda, querido amigo, de las escenas que
se sucedieron en la segunda mitad de septiembre en Lyon.
a consecuencia de la liberación del antiguo prefecto, del
procurador y de los agentes de policía del Imperio. Tal
medida, ordenada directamente por Gambetta y ejecutada
con celo y dicha por el señor Andrieux, procurador de la
República, asistido por el Consejo municipal, ha repug­
nado tanto más al pueblo de Lyon cuanto que a esta hora se
36 OBRAS COMPLETAS DE BAKUM N

encuentran en los fuertes de esa ciudad presos muchos sol­


dados, aherrojados por el solo crimen de haber manifestado
netamente su simpatía por la República, y para los cuales
el pueblo reclamó en vano la liberación hace varios días.
Volveré sobre este incidente, que fué la primera mani­
festación de la escisión que debía producirse necesariamen­
te entre el pueblo de Lyon y las autoridades republicanas,
tanto municipales electivas, como nombradas por el Go­
bierno de Defensa Nacional, Me limitaré ahora, querido
amigo, a hacer observar la contradicción más que extraña
existente entre la indulgencia extrema, excesiva, diré más,
imperdonable de este Gobierno hacia gentes que han arrui­
nado, deshonrado y traicionado al país, y que continúan
traicionándolo aun hoy, y la severidad draconiana de que
ha hecho uso contra los republicanos, más republicanos t
infinitamente más revolucionarios que él. Se diría que ei
poder dictatorial le ha sido dado, no por la revolución, sino
per la reacción, para tratar con rigor la revolución, y que
únicamente para continuar la mascarada del Imperio se da
el nombre de Gobierno republicano.
Se diría que no_ ha libertado y salvado de las prisiones
a los servidores más celosos y más comprometidos de Napo­
león III sino para hacer lugar en ellas a los republicanos.
Usted ha sido testigo y en parte también víctima de la ofi­
ciosidad y de la brutalidad con que se han puesto a perse­
guirlos, a detenerlos y a encarcelarlos. No se contentaron
con esa persecución oficial y legal; recurrieron a la más
infame calumnia. Se atrevieron a decir que esos hombres
que, en medio de la mentira oficial que sobrevive al Imperio
y que continúa arruinando las últimas esperanzas de Fian-
cia, se han atrevido a decir la verdad, toda la verdad, al
pueblo, eran agentes pagados por los prusianos.
Libertan a los prusianos del interior, notorios, confesos,
los bonapartistas —porque ¿quién puede poner en duda aho­
ra la alianza ostensible de Bismarck con los partidarios de
Napoleón III ?—; realizan por sí los asuntos de la invasión
extranjera ;*en nombre de no sé qué legalidad ridicula y de
una dirección gubernamental que no existe más que en sus
frases y sobre el papel, paralizan en todas partes el movi­
miento popular, la sublevación, el armamento y la organi­
zación espontánea de las comunas que, en las terribles cir­
EL IMPLRiO ÁA UIOGERM AM CO 97
cunstancias en que se encuentra el país, son lo único que
puede salvar a Francia; y por eso mismo, los defensores
nacionales la entregan infaliblemente a los prusianos. Y no
contentos con detener a los hombres francamente revolu­
cionarios, por el solo crimen de haberse atrevido a denun­
ciar su incapacidad, su impotencia y su mala fe, y de haber
mostrado los únicos medios de salvación para Francia, se
permiten aún echarles en cara este sucio nombre de j pru­
sianos! jAh!, cuánta razón tenía Proudhon cuando decía
(permitidme citar todo este pasaje; es demasiado bello y
demasiado verdadero para que se pueda suprimir una sola
palabra):
jAyl , nunca se es traicionado más que por los propios amigos
En 1848. com o en 1793, la revolución fué detenida por los que la
representaban. N uestro republicanism o no es, com o el v iejo jaco­
binismo, más que un ¿am or burgués, sin principio y sin plan, que
q u iete y no quiere, que murmura siem pre, sospecha de todos y no
es por eso m enos engañado; que no ve en todas partes, aparte del
corrillo, más que facciosos y anarquistas; que huroneando los
archivos de la P o lic ía no sabe descubrir allí más que las debilida­
des. verdaderas o supuestas, de los patriotas; que im pide el culto
de C h itel y hace cantar m isas por el arzobispo de P a rís, que e s ­
quiva la palabra propia so b re to d o s lo s asuntos por m iedo a com
prom eterse, se reserva ante todo, no decide nunca nada, desconfía
de las razones com pren sibles y d e ¡as posicion es elai as. Ahí está
otra vez Robespierre, el hablador sin iniciativa, que encuentra a
D aaton demasiado viril, que injuria las osadías generosas de que
é l se sien te incapaz, que se abstiene el 10 de agosto [com o el señor
Gambetta y com pañía hasta e l 4 de septiem bre], que no aprueba ni
desaprueba las matanzas de septiem bre [com o estos m ism os ciuda­
danos ante la proclam ación de la R epública por el pueblo de Pa­
r ís], que vota 1& constitución del 93 y su postergación para la paz»
que zahiere la fiesta de la R azón y establece la del S er Suprem o,
que persigue a Carrier y apoya a Fouquier-T inville, que da el beso
de paz a Camilo D esm oulins por la mañana y lo hace detener por
io. noche, que propone la abolición de la pena de muerte y redacta
la ley del 22 pradial; que encarece sucesivam ente a Sieyes, a M ira-
beau, a Bam ave, a P etion, a Danton, a Marat, a H ebert, y después
hace guillotinar y proscribir a uno tras e l otro, a H ebert, a D an-
ton, a Petion, a Barnave, a l primero com o anarquista, al cuarto
como constitucional; que no tien e'estim a m ás que para la 'burgue­
sía gubernam ental y para el clero refractario; que lanza el descré­
d ito sobre la revolu ción, tanto a propósito del juramento eclesiás­
tico, como en ocasión de los asignados; que no respeta más que a
aquellos a quienes el silen cio o el suicidio aseguran un refugio, y
que sucumbe, en fin, e l día en que, casi so lo con lo s hom bres del
98OBRA S COMPLEJAS DE B A k L N IN

térm in o m edio, traía de encadenar en su beneficio, y de acuerdo


cqb ello s, la revolución (1 ).

] Ah!, sí, lo que distingue a todos estos republicanos bur­


gueses, verdaderos discípulos de Robespierre, es su amor a
la autoridad del Estado y el odio a la revolución. Ese odio y
ese amor, lo tienen en común con los monárquicos de todos
los colores, hasta con los bonapartistas, y es esa identidad
de sentimientos, esa connivencia instintiva y secreta, lo que
los hace precisamente tan indulgentes y tan singularmente
generosos hacia los servidores más criminales de Napo­
león III. Reconocen que entre los hombres de Estado del
Imperio hay muchos criminales y que todos causaron a
Francia un mal enorme y apenas reparable. Pero, después
de todo, eran hombres de Estado; los comisarios de policía,
esos espías patentados y condecorados, que denunciaron
constantemente a las persecuciones imperiales todo lo que
quedaba de honesto en Francia; los agentes de policía mis­
mos, atormentadores privilegiados del público, ¿no eran
después de todo servidores del Estado? Y entre los hombres
de Estado se deben consideraciones, porque los republica­
nos oficiales y burgueses son hombres de Estado ante todo
y podrían mucho contra aquel que se permitiera ponerlo en
duda. Leed sus discursos, los del señor Gambetta principal­
mente. Encontraréis en ellos, en cada palabra, esa preocupa­
ción constante del Estado, la pretensión ridicula e ingenua
de presentarse como estadistas.
No hay que perderlo de vista, porque eso lo explica todo:
su indulgencia para los bandidos del Imperio y sus seve­
ridades contra los republicanos revolucionarios. Monárqui­
co o republicano, un estadista no puede menos de tener
horror a la revolución y a los revolucionarios, porque la
revolución ea el derrumbamiento del Estado, y los revolu­
cionarios son los destructores del orden burgués, del orden
público.
¿Creéis que exagero? Os demostraré con hechos lo que
digo. «
Estos mismos republicanos burgueses que en febrero y
en marzo de 1848 habían aplaudido la generosidad del Go­

(1) Proudbon, I d i t généiale de la Revolution. (Bakunln.)


EL IMPERIO K S ü l OGLRMAÑILO 99
bierno provisional que protegió la huida de Luis Felipe y
de todos los ministros, y que después de haber abolido la
pena de muerte por delitos políticos tomó la resolución
magnánima de no perseguir a ningún funcionario público
por las malas acciones cometidas bajo el régimen prece’
dente; esos mismos republicanos burgueses, comprendido,
sin duda, el señor Julio Favre, uno de los representantes
más fanáticos, como se sabe, de la reacción burguesa en la
Constituyente de 1848 y en la Asamblea Legislativa de 1849,
y hoy miembro del Gobierno de Defensa Nacional y repre­
sentante de la Francia republicana para el exterior, estos
mismos republicanos burgueses, ¿qué han decretado y he­
cho en junio? ¿Han empleado la misma mansedumbre con
las masas obreras impulsadas a la revolución por el ham­
bre?
El señor Luis Blanc, que es un estadista, pero un esta­
dista socialista, os responderá (1):

Q uince mil ciudadanos fueron detenidos después de lo s aconteci­


m ientos de junio, y cuatro m il trescien tos cuarenta y ocho afecta­
dos por la deportación sin juicio, p o r m edida de seguridad general.
Durante dos años, pidieron jueces: se les enviaron com isiones de
clem encia, y las liberaciones fueron tan arbitrarias como sus arres­
tos. ¿Creeríase que hubo un hombre que se atrevió a pronunciar
ante una asamblea en pleno siglo X I X estas palabras: "Sería im ­
posible juzgar a los deportados de B elle Isle; contra m uchos de
ellos no existen pruebas m ateriales"? Y como, según la afirmación
de este hombre, que era Earoche [e l Baroche del Imperio y en
1848 cóm plice de Julio Favre, y con él m uchos otros republicanos,
en el crimen com etido en junio contra todos lo s obreros], no exis-
tian pruebas m ateriales que diesen de antemano la certidumbre de
que el juicio terminaría en una condena, se condenó a cuati ocien-
to s sesenta proscriptos de las prisiones, sin juzgarlos, a ser trans-
ladados a Argelia. Entre ellos figuraba Lagar de, ex presidente
de lo s delegados del Luxemburgo. E scrib ió desde B rest a los obre­
ros de París la admirable y punzante carta siguiente:

“Herm anos: Aquel que a consecuencia de los acontecim ientos de


febrero de 1848 fué llamado al insigne honor de marchar a vuestra
cabeza, aquel que desde hace diecinueve m eses sufre en silen cio,
le jo s de su números? fam ilia, las torturas del m ás m onstruoso cau­
tiv erio ; aquel, en fin, que acaba de ser condenado sin juicio a, diez
años de trabajos forzados en tierra extranjera, y esto en virtud de

( 1) Histoire de la Revohitioo de 1S4S, por Luis Blanc, tomo U . (Ba


k q n itl.)
100 OBRAS COMPLETAS Di. B A K U N I\

ana ley retroactiva, de una le y concebida, votada y promulgada


bajo 1.9. inspiración del odio y del miedo [por los republicanos bur­
gueses] i aquel, digo, no ha querido abandonar el suelo de la madre
p a tiia sin conocer los m otivos por los que un m inistro audaz se
atrevió a andamiar la más terrible de las proscripciones.
"En consecuencia, se d irigió al comandante de la prisión La Gue-
rriére, «1 cual le dió com unicación de lo que sigue, textualm ente
extraído de las notas adjuntas a su expediente:
“Lagarde, delegado del Luxembnrgo, hombre de una probidad
"incontestable, m uy pacífico, instruido, generalmente amado, y por
‘'eso mismo m uy peligroso para la propaganda.”
"N o doy m ás que este hecho a la apreciación de m is conciuda­
danos, convencido de que su conciencia sabrá juzgar bien quién,
lo s verdugos o la víctim a, m erecen más su compasión.
"En cuanto a vosotros, hermanos, permitidme deciros: {Marcho,
pero no esto y vencido, sabedlo bien! Marcho, pero no os digo
adiós.
"No, hermanos, no os digo adiós. Creo en el buen sentido del
pueblo; tengo fe en la santidad de la causa a la qué consagré todas
mis facultades intelectuales; tengo íe en la República, porque es
imperecedera com o el mundo. Por esto os digo: ¡hasta la vistaI,
y, sobre todo, ; unión y clem encia í
¡V iv a la R epública!
En la rada de Brest, prisión La Guerríére.
Lagarde,
Ex presidente de los delegados
del Luxemburgo

¿Se quiere algo más elocuente que estos hechos? ¿No se


tuvo mil veces razón al decir y repetir que la reacción bur­
guesa de junio, cruel, sanguinaria, horrible, cínica, desver­
gonzada, ha sido la verdadera madre del golpe de Estado de
diciembre? El principio era el mismo, la crueldad imperial
no ha sido más que la imitación de la. crueldad burguesa,
no habiéndola superado más que en el número de las vic­
timas deportadas y asesinadas. En cuanto a los muertos,
no se está aún seguro, porque la matanza de junio, las eje­
cuciones sumarias hechas por la Guardia Nacional burgue­
sa en los obreros desarmados, sin ningún juicio previo, y
no el mismo día, sino al siguiente de la victoria, han sido
horribles. En cuanto al número de deportados, la diferencia
es notable. Los republicanos burgueses habían detenido a
quince mil y deportado a cuatro mil trescientos cuarenta y
ocho obreros. Los bandidos de diciembre han detenido a
su vez cerca de veintiséis mil ciudadanos y deportado poco
más o menos la mitad, trece mil aproximadamente. Es evi­
EL IMPERIO KW 'TOGERM ANICO 10)
dente que, de 1848 a 1851, hubo progresos, pero sólo en la
cantidad, no en la calidad. En cuanto a la calidad, es decir,
al principio, se debe reconocer que los bandidos de Napo­
león III han sido mucho más excusables que los republica­
nos burgueses de 1848. Eran bandidos, sicarios de un dés­
pota; por consiguiente, asesinando republicanos abnegados,
ejercían su oficio; y se puede decir también que, deportan­
do a la mitad de sus presos, no asesinándolos a todos a la
vez, han dado en cierto modo prueba de generosidad; mien­
tras que los republicanos burgueses, deportando sin juicio
alguno, por medida de seguridad general, a cuatro mil tres­
cientos cuarenta y ocho ciudadanos, han pisoteado su con­
ciencia, escupido a la cara de su propio principio y al pre­
parar, al legitim ar el golpe de Estado de diciembre, han ase­
sinado a la República.
Sí, lo digo abiertamente: a mis ojos y ante mi conciencia,
los Morny, los Baroche, los Persigny, los Fleury, los Pietri
y todos sus compañeros de la sangrienta orgía imperial, son
mucho menos culpables que el señor Julio Favre, hoy miem
bro del Gobierno de Defensa Nacional, menos culpable que
los demás republicanos burgueses que en la Asamblea Cons­
tituyente y en la Asamblea Legislativa de 1848 a diciembre
de 1851 han votado con él. ¿No será también el sentimiento
de esta culpabilidad y de esta solidaridad criminal con los
bonapartistas lo que los hace hoy tan generosos y tan in­
dulgentes con éstos?
Hay otro hecho digno de observación y de meditación.
Exceptuados Proudhon y Luis Blanc, casi todos los histo­
riadores de la revolución de 1848 y del golpe de Estado de
diciembre, así como los más grandes escritores del radica­
lismo burgués, los Víctor Hugo, los Quinet, etc., han habla­
do mucho del crimen y de ios criminales de diciembre, pero
no se han dignado jamás detenerse sobre el crimen y los
criminales de junio (1). ¡Y, sin embargo, es tan evidente

(1) Guillaume hace en su edición de las Onuvres de Bakunin la npor^ina


observación siguiente: “No podían calificar de “ crimen” la represión de la in ­
surrección de junio y de "crim inales” a los que se dedicaron a eaa oV a <¿n*
Ruinaría, puesto que ellos m ism os estuvieron entre los ejecutoies. V íctor Hn^o
bir "uno de los sesenta representantes enviados por la Constituyente para r t -
pHmir la insurrección y dirigir las colum nas de a ta q u e " ,. y el 25 de junio
“h^eía frente a la insurrección en una de las calles vecinas (de la pla*a -de
los V osgos)”. (Véase Actes et paroles, depuis l’exil, por V íc to r Hupo^. E n
OBRAS COMPLETAS DE B A K LN IN

que diciembre no fué otra cosa que la consecuencia fatal


y la repetición en grande de junio!
jjPor qué este silencio sobre junio? ¿Es porque los cri-
mmaletí de junio eran republicanos burgueses de quienes
los escritores nombrados han sido moralmente cómplices?
I Cómplices de su principio y necesariamente cómplices in­
directos de su acción?
Esta razón es probable. Pero hay otra todavía que es
segura: el crimen de junio no afectó más que a los obreros,
a los socialistas revolucionarios, por consiguiente a Joé ex­
traños a la clase y a los enemigos naturales del principio
que representan todos esos escritores honorables. Mientras
que el crimen de diciembre hirió y deportó a millares de
republicanos burgueses, sus hermanos desde el punto de
vista político. Y por otra parte, todos ellos han sido más o
menos víctimas. De ahí su extrema sensibilidad para diciem­
bre y su indiferencia para junio.
Pegla general: un burgués, por republicano rojo que sea,
será mucho más vivamente afectado, conmovido y lesio­
nado por una desventura 'de que sea víctima otro burgués,
aunque ese burgués sea un imperialista rabioso, que por la
desgracia de un oorero, de un hombre del pueblo. En esa
diferencia hay, sin duda, una gran injusticia, pero esa injus­
ticia no es premeditada, es instintiva. Proviene de que las
condiciones y los hábitos de la vida, que ejercen sobre los
hombres una influencia siempre más poderosa que sus ideas
y sus condiciones políticas, esas condiciones y esos hábitos,
esa manera especial de existir, de desarrollarse, de pensar
y de obrar, todas esas relaciones sociales —tan múltiples
y al mismo tiempo tan regularmente convergentes al mismo
fin— que constituyen la vida burguesa, el mundo burgués,
establecen entre los hombres que pertenecen a ese mundo,
cualquiera que sea la diferencia de sus opiniones políticas,
una solidaridad infinitamente más real, más profunda, más
poderosa y sobre todo más sincera, que la que podría esta­
blecerse entre los burgueses y los obreros, a consecuencia

cuanto a Quinet, £1 mismo ha dicho: "Coronel de undécima legión, encargado


dr la guardia de la Asamblea, la cubrí. Los bonapartistas estaban en el fondo
de la insurrección (sic); yo defendía a la República... Quizás, Luis Bonaparte
habría llegado, si hubiese triunfado la insurrección de junio" (Ergard Quinet
avant I'exil), (Nota del traductor.)
E l IMPERIO Á'V UTOOEFM liNICO 103
de una comunidad más o menos grande de convicciones y de
ideas.
La vida domina el pensamiento y determina la voluntad.
He aquí una verdad que no se debe perder jamás de vista,
cuando se quiere comprender algo en los fenómenos polí­
ticos y sociales. Si se quiere, pues, establecer entre los hom­
bres una comunidad sincera y completa de pensamientos y
de voluntad, es preciso fundarla sobre las mismas condicio­
nes de vida, sobre la comunidad de intereses, Y como hay,
por las condiciones de su existencia respectiva, un abismo
entre el mundo burgués y el mundo obrero, porque el uno
es el mundo explotador y el otro el mundo explotado y
víctima, concluyo que si un hombre nacido y educado en
el medio burgués quiere convertirse sinceramente y no de
palabra en el amigo y en el hermano de los obreros, debe
renunciar a todas las condiciones de su existencia pasada,
a todos sus hábitos burgueses, romper todas sus relaciones
de sentimiento, de vanidad de espíritu con el mundo bur­
gués y, volviendo la espalda a ese mundo, convertirse en su
enemigo y declararle una guerra irreconciliable, debe lan­
zarse enteramente sin restricciones ni reservas en el mundo
obrero.
Si no encuentra en sí una pasión de justicia suficiente
para inspirarle esta resolución y este valor, que no se enga­
ñe y que no engañe a los obreros; nunca llegará a ser su
amigo. Sus pensamientos abstractos, sus sueños de justicia,
podrán arrastrarlo en los momentos de reflexión, de teorfa
y de calma, cuando nada se mueve en el exterior, d** parte
del mundo explotado. Pero que llegue un momento de gran
crisis social, cuando esos mundos irreconciliables opuesíoi
se encuentren en una lucha suprema, y todos los lazos de
su vida le lanzarán inevitablemente al mundo explotador.
Esto es lo que ha sucedido precedentemente a muchos de
nuestros amigos y es lo que sucederá siempre a todos los
republicanos y socialistas burgueses.
Los odios sociales, como los odios religiosos, son mucho
más intensos, más profundos que los odios políticos. He
ahí la explicación de la indulgencia de vuestros demócratas
burgueses con los bonapartistas y su excesiva severidad con
los revolucionarios socialistas. Detestan mucho menos a Ion
primeros que a los últimos; lo que tiene por consecuencia
104 OBRAS COMPLETAS DE BAKUW to

necesaria su unión con los bonapartistas en una común


reacción (1).
** «

Los bonapartistas, primero excesivamente espantados, se


percataron pronto de que tenían en el Gobierno de Defensa
Nacional y en ese mundo casi republicano y oficial nuevo,
improvisado por dicho Gobierno, aliados poderosos. Debie­
ron de asombrarse y regocijarse mucho —ellos, que a falta
de otras cualidades tienen al menos la de ser hombres real­
mente prácticos y la de querer aprovechar los medios que
conducen a su fin— viendo que ese Gobierno, no contento
con respetar sus personas y dejarles gozar en plena liber­
tad del fruto de sus rapiñas, había conservado, en toda la
Administración militar, jurídica y civil de la nueva Repú­
blica, los viejos funcionarios del Imperio, contentándose
solamente con reemplazar los prefectos y los subprefectos,
los procuradores generales y los procuradores de la Repú­
blica, pero dejando todas las oficinas de las prefecturas,
lo mismo que los ministerios, repletos de bonapartistas, y
la inmensa mayoría de las comunas de Francia bajo el yugo
corruptor de las Municipalidades nombradas por el Gobier­
no de Napoleón III, de esas Municipalidades que hicieron
el último plebiscito y que, bajo el ministerio Palikao y bajo
la dirección jesuítica de Chevreu, hicieron en el campo una
propaganda tan atroz en favor del infame.
Debieron de reírse mucho de esta tontería verdaderamen­
te inconcebible en los hombres de inteligencia que compo­
nen el Gobierno provisional'actual, que les hizo esperar que,
desde el momento en que ellos, republicanos, estuvieran al
frente del Poder, toda esa Administración bonapartista se
haría republicana también. Los bonapartistas obraron de
otro modo en diciembre. Su primer cuidado fué arrojar
hasta el más pequeño funcionario que no quiso dejarse co­
rromper, expulsar toda la Administración republicana y co­
locar en todas las funciones, desde las más elevadas hasta

í l ) B akunin conserva h asta aquí la form a epistolar con que habla comen­
tad o ep !o -sucesivo no se tra ta ya de una carta, sino de una exposición de la
situación histórica en que no se tiene en cuenta al presunto amigo. (N ota del
traductor.)
EL IMPERIO K K l IO G ERM AhICO 105
las más inferiores y mínimas, adeptos de la banda bonapar-
tista. En lo que respecta a los republicanos y a los revolu­
cionarios, deportaron y encarcelaron en masa a los últimos,
y expulsaron de Francia a los primeros, no dejando en el
interior del país más que a los inofensivos, a los menos
resueltos, a los menos convencidos y a los más tontos, o
bien a los que de una manera u otra habían consentido en
venderse. Así es como llegaron a apoderarse del país y a
maltratarlo sin ninguna resistencia de su parte durante más
de veinte años, puesto que, como he observado ya, el bona-
partismo procede de junio y no de diciembre, y el señor
Julio Favre y sus amigos, republicanos burgueses de la
Asamblea Constituyente y Legislativa, han sido los verda­
deros fundadores.
Es preciso .ser justo para todo el mundo, aun para los
bonapartistas. Estos son cobardes, es verdad, pero cobardes
muy prácticos. Han tenido, lo vuelvo a repetir, el conoci­
miento y la voluntad de aprovechar los medios que condu­
cían a su fin, y bajo ese aspecto se han mostrado infini­
tamente superiores a los republicanos que pretenden gober­
nar a Francia hoy. En este momento mismo, después de su
derrota, se muestran superiores y mucho más poderosos que
todos esos republicanos oficiales que ocuparon sus puestos.
No son los republicanos, son ellos los que gobiernan actual­
mente a Francia todavía. Reasegurados por la generosidad
del Gobierno de Defensa Nacional, consolados al ver reinar
en todas partes, en vez de la revolución que temen, la reac­
ción gubernamental; volviendo a encontrar en todas las par­
tes de la Administración de la República a sus viejos ami­
gos, sus cómplices, que les están indefectiblemente enca­
denados por esa solidaridad de la infamia, y del crim en dé
que hablé ya y sobre la cual volveré aún, y conservando en
sus manos un instrumento terrible, la inmensa riqueza que
han acumulado en veinte años de horrible saqueo, los bona­
partistas han vuelto a levantar decididamente la cabeza.
Su acción oculta y potente, mil veces más potente que la
del rey de Yvetot colectivo que gobierna en Tours, se siente
en todas partes. Sus periódicos, La Patrie , Le Constituti&n-
nel, L e Pays, L e Peuple del señor Duvernois, La Liberté
del señor Emilio de Girardin, y muchos, otros aún, conti­
núan apareciendo. Traicionan al Gobierno de la República
O b ra s de B skunin, - I I i
106 OBRAS COMPLETAS DE BÁKU NÍN

y hablan abiertamente, sin temor ni vergüenza, como si no


hubiesen sido los traidores asalariados, los corruptores, los
vendedores, los sepultureros de Francia. El señor Emilio
de Girardin, que había enmudecido en los primeros días de
septiembre, ha vuelto a encontrar su voz, su cinismo y su
incomparable locuacidad. Como en 1848, propone generosa­
mente al Gobierno de la República “una idea por día”. Nada
le turba, nada le asombra; desde el momento que oyó que
no se tocará ni a su persona ni a su bolsillo, se reaseguró
y se siente de nuevo sobre tierra firme. "Estableced sola­
mente la República —escribe— y veréis las bellas reformas
políticas, económicas y filosóficas que os propondré”. Los
periódicos del Imperio moldean abiertamente la reacción en
provecho del Imperio. Los órganos del jesuitismo comien­
zan otra vez a hablar de los beneficios de la religión.
La intriga bonapartista no se limita a esa propaganda
de la prensa. Se ha hecho omnipotente en los campos y en
la3 ciudades también. En los campos, sostenida por una mul­
titud de grandes y de pequeños propietarios bonapartistas,
p o r los señores curas y por todas esas antiguas Municipali­
dades del Imperio, tiernamente conservadas y protegidas
por el Gobierno de la República, predica más apasionada­
mente que nunca el odio a la República y el amor al Impe­
rio. Desvía a los campesinos de toda participación en la
defensa nacional y les aconseja, al contrario, acoger bien
a los prusianos, esos huevos aliados del Emperador. En las
ciudades, apoyados por las oficinas de las prefecturas y
subpxefecturas, si no por los prefectos y subprefectos mis­
mos; por los jueces del Imperio, si no por los abogados
generales y por los procuradores de la República; por los
generales y por casi todos los oficiales superiores del ejér­
cito, sí no por los soldados que son patriotas, pero que están
encadenados por la vieja disciplina; apoyados también por
la gran mayoría de las Municipalidades, y por la inmeñsa
mayoría de los grandes y de los pequeños comerciantes, in­
dustriales, propietarios y tenderos; apoyados también por
esa multitud de republicanos burgueses, moderados, timo­
ratos, antirrevolucionarios en todas las ocasiones y que, no
hallando energía más que contra el pueblo, hacen el negocio
del bonapartismo sin saberlo y sin quererlo; sostenidos por
todos esos elementos de la reacción inconsciente y cons-
EL IMPERIO Á '\ UlOGERMANICO
cíente, los bonapartistas paralizan todo lo que es movimien­
to, acción espontánea y organización de las fuerzas popula­
res, y por eso entregan incontestablemente las ciudades lo
mismo que los campos a los prusianos y por medio de los
prusianos al jefe de su banda, al Emperador. En fin, ¿qué
diré?, entregan a los prusianos las fortalezas y los ejércitos
de Francia; ahí están como pruebas las capitulaciones infa­
mes de Sedán, de Estrasburgo y de Ruán (1). Mptán a
Francia.
o* #
El Gobierno de Defensa Nacional, ¿debía y podía tole­
rarlo? Me parece que a esta pregunta no puede correspon­
der más que una respuesta: no, mil veces no. Su primer. 3U
más grande deber desde el punto de vista de la salvación de
Francia, era extirpar hasta su raíz la conspiración y la ac­
ción malhechora de los bonapartistas, ¿Pero, cómo extir­
parla? No había más que un medio: hacer arrestar v encar­
celar primeramente a todos, en masa, en París y en provin­
cias, comenzando por la emperatriz Eugenia y su séquito,
todos los altos funcionarios militares y civiles, senadores,
consejeros de Estado, diputados bonapartistas. geni»,ales-
coroneles, capitanes en caso de necesidad, arzobispos y
obúpos, prefectos y subprefectos, alcaldes, jueces de paz,
todo el cuerpo admfnirtrativo y judicial, sin olvidar la poli­
cía, todos los propietarios notoriamente adictos al imperio,
todos los que, en una palabra, constituyen la banda tona-
partista.
¿Era posible ese arresto en masa? Nada más fácií. El
Gobierno de Defensa Nacional y sus delegados en provin­
cias no tenían más que hacer un signo, recomendando ain
embargo a las poblaciones que no maltratasen a nadie, y se
podía estar seguro de que en pocos días, sin mucha violen­
cia y sin mucha efusión de sangre, la inmensa mayoría de
los bonapartistas, sobre todo los ricos, los influyentes y los
notables de ese partido, habrían sido detenidos y encarce­
lados en toda la superficie de Francia, ¿No habían detenido
a muchos las poblaciones de los departamentos por su pro-

1; Según Guillaum s, las palabras "y de Ruán" no «stáS en el m aaascrltt


y fueron añadidas en la prueba. Rufin cayó, en poder de los prusianos el 8 d f
diciem bre de 1870. (N ota del traductor.)
OBRAS COMPLETAS DE B A k U N ¡ \

pío impulso en la primera mitad de septiembre y, notadlo


bien¿ sin hacer mal a nadie, del modo más cortés y más hu­
mano del mundo?
La crueldad y la brutalidad no están en las costumbres
del pueblo francés, sobre todo no están en las costumbres
del proletariado de las ciudades de Francia. Si quedan algu­
no vestigios, hay que buscarlos en parte entre los campesi­
nos, pero sobre todo en la clase tan estúpida como numerosa
de los tenderos, j Ah, éstos son verdaderamente feroces! Lo
han demostrado en junio de 1848 (1) y muchos hechos prue­
ban que no han cambiado hoy de naturaleza. Lo que sobre
todo hace al tendero tan feroz es la cobardía, al lado de su
estupidez desesperante, es el miedo y su insaciable avaricia.
Se venga del miedo que se le hace experimentar y de los
riesgos que se han hecho correr a su bolsa, que constituye,
como se sabe, junto con su gran vanidad, la parte más sen­
sible de su ser. No se venga sino cuando puede hacerlo sin
el menor peligro para él mismo, j Oh, pero entonces no tie­
ne piedad!
El que conozca los obreros de Francia sabe que si los
verdaderos sentimientos humanos, tan fuertemente dismi­
nuidos y sobre todo tan considerablemente falseados en
nuestros días por la hipocresía oficial y por la sensiblería
burguesa, se han conservado en alguna parte, es entre ellos.
Es la única clase de la sociedad de quien se puede decir que
es realmente generosa, demasiado generosa por el momento,

(1) He aguí cu qué términos describe el señor Lufa Blanc «1 día siguiente
de la victoria obtenida en junio por I b Guardia Nacional burguesa sobre loa
obreros de P arís;
“ Nadie podría pintar la situación y el aspecto de París durante las horas
que precedieron y siguieron inmediatamente al fin de ese drama inaudito. Ape-
nab declarado el estado de sitio, los comisarios de policía fueron en todas
direcciones a ordenar a los transeúntes que entraran en sus domicilios. tV
desgraciado J e l que reapareciese hasta nueva decisivo en el umbral de su
puerta I Si el decreto os habla sorprendido vestido de paisano lejos de ruestra
morada, erais reconducido de puesto a puesto y obligado a encerraros. Hablan
sido detenidas algunas mujeres que llevaban mensajes ocultas es s'is cabellos
y *e descubrieron cartuchos ocultos en los pliegues de las carrocerías de al­
gunos coches de punto; por lo tanto, todo fu l motivo de sospecha. Los féretros
podían contener pólvora: se desconfió de los entierros, y los cadáveres, en el
camino del eterno reposo, fueron indicados como sospechosos. La bebida dada
» lo¡> soldados (de la Guardia Nacional, claro está) podía estar envenenada: se
detuvo por precaución a los pobres vendedores de limonada y los vivanderos d«
quince años se amedrentaron. Se prohibió a los ciudadanos asomarse a las ven­
tanas y dejar las persianas abiertas: porque el espionaje y la muerte estaban
alK, sin duda, al acecho. Una lim para agitada detrás de un vidrio, los reflejos
de 1». luna sobre la p iiarra de un tejado, bastaban para difundir el es®auto.
Deplorar el extravio de los insurrectos, llorar entre tantos vencidos a loa qu«
EL IMPERIO KlS U7 OGÉRMANICO 109
y demasiado olvidadiza de los crímenes atroces y de las
traiciones odiosas de que fué tan frecuentemente víctima.
Es incapaz de crueldad. Pero tiene al mismo tiempo un
instinto justo que le hace marchar derechamente al fin, un
buen sentido que le dice que cuando se quiere poner fin al
mkl es necesario detener y paralizar primeramente a lo
malhechores. Estando Francia evidentemente traicionada,
era preciso impedir a los traidores que continuaran traicio­
nando. Por esto en casi todas las ciudades de Francia, el
primer movimiento de los obreros fué la detención y el en­
carcelamiento de los bonapartistas.
El Gobierno de Defensa Nacional los hizo poner en li­
bertad inmediatamente en todas partes. ¿Quién erró el ca­
mino, los obreros o el Gobierno? Sin duda este último. No
hubo solamente error, se cometió un crimen al hacerlos po­
ner en libertad. ¿Por qué no ha hecho poner en libertad al
mismo tiempo a todos los asesinos, los ladrones y los ■cri­
minales de toda categoría que están detenidos en las cárce­
les de Francia? ¿Qué diferencia hay entre ellos y los bona­
partistas? Los primeros han robado, atacado, maltratado,
asesinado individuos. Una parte de los últimos han cometi­
do literalmente los mismos crímenes, y todos juntos han
saqueado, violado, deshonrado, traicionado, asesinado y,
vendido a Francia,.a un pueblo entero. ¿Qué crimen es mín
yor? Sin duda el de los bonapartistas.

se habla amado, nadi se hubiese atrevido <t hacerlo impunemente. /He tusiló a
una joven porque habla hecho vendas en una ambulancia de insurrectos» para bU
amante, quizás para su esposo, para su padre!
‘"L,i fisonomía de París fué, durante algunos días, la de una ciudad tomar. .
por asalto. El número ds la, casas en ruinas y de los edificios a los cuales
el catión habla hecho brechas testimoniaba elocuentemente /« pótentela del gri.
esfuerzo de un pueblo acorralado. Filas de burgueses uniformado» cortabas
las calles; patrullas ajoradas acotaban el pavimento... j Hablaré Je la re­
presión?
“ i Obreros 1” y todos los que tenéis levantadas las armas contra, la Eep1
"blica; Una últim a vez, en nombre de todo lo que hay de respetable de is rti,
"de sagrado para los dombres. deponed las armasI La Asamblea Nacional, la
"nación entera os lo piden. S e os dice que os esperan crueles venganzas- st
"vuestros enemigos, los vuestros, quienes hablan asi. Venid a nosotros, venid
"como hermanos arrepentidos y sumisos a la ley y los brazos de la República
"estén dispuestos; a recibiros”.
” T jl1 era la proclama que el 23 de junio dirigió el general Cavaígnac a loa
insurrectos. (Boi la segunda proclama, dirigida el 26 a la Guardia Nacional jr
al ejército, decía: “E n París veo vencedores y vencidos. Que mi nombre
"maldito si consintiese que haya víctimas".
"Seguramente nunca hablan sido pronunciadas palabras más hermosas en
un momento semejante. Pero iqué lejos estuvo esa promesa de ser cumplid
justo Cielo 1...
no OBRAS COMPLETAS DE B A K U M N

El Gobierno de Defensa Nacional, ¿habría hecho más mal


a Francia si hubiese libertado a todos los criminales y for
zados detenidos en las cárceles y que trabajan en los pre­
sidios, habría hecho más daño que el que hizo al respetar
y hacer respetar la libertad y la propiedad de los bonapar-
tistas, dejándoles consumar libremente la ruina de Francia?
No, mil veces no. Los forzados, libres, matarían algunas
decenas, digamos algunas centenas, o bien algunos millares
de individuos —los prusianos matan muchos más cada
día—; pero -serían detenidos de nuevo y reencarcelados por
el pueblo mismo. Los bonapartistas matan al pueblo, y por
poco que se les deje hacer todavía algún tiempo, es al pue­
blo entero, es a Francia a quien aprisionarán.
Pero, ¿cómo arrestar y mantener en la cárcel tanta gente
sin juicio alguno? Eso no importa. Por poco que se halle
en Francia un número suficiente de jueces íntegros, y por
poco que se tomen la molestia de hojear en los actos pasa­
dos de los servidores de Napoleón III, encontrarán, sin
duda, materia para condenar a las tres cuartas partes de
ellos a presidio y muchos de ellos, a muerte, aplicándoles
simplemente y sin severidad excesiva el código criminal.
Por otra parte, ¿no han dado el ejemplo los bonapartistas
mismos? ¿No han detenido y encarcelado más de veintiséis
mil ciudadanos patriotas, durante y después del golpe de
Estado de diciembre, y deportado a Argelia y a Cayena

" .Las represalias temaron en algunos lugares un carácter salvaje: asi fué
torro /oí prisioneros amontonados en el jardín de las Tullerí*», en el fondo del
subterráneo del borde del agua, fueron muertos a/ azar por les balas íu e sr lea
«avitban ¿ través de las lumbreras; así fu i como los prisioneros fueron fusilado»
en mentón en la llanura de Grenelle, en el cementerio de Montparnassej en la*
ca'.TttdS de Montmartre, en el patio del Hotel de Cluny, en el claustro de Sas
Benito, v c o j i j o jm humillante terror dqmin,^ acabada 1a lucha, «abre el Parí»
devastado-
". Otio tase» completáis t i cuadro,
" E l 3 de julio, un número bastante grande de pfisIdHefCs fueron retirados
de los sótanos de la Escuela M ilitar para ser conducidos a la Prefectura de
Policía y de «111 a los fuertes. Se les ató de cuatro en cuatro por, ]as manos y
con cuerdas taity ceñidas. Después, cuando estos desdichados apenas podían
CMüinar, agotados como estaban por el hambre, les llevaron escudillas de sopa.
Como teñían ¡as manos ligadas, se vieron obligados a acostarse sobre el vientre
} a arrastrarse hasta las escudillas como anlmalez, en medio de las explosiones
ae risa ce .os oficiales de la escolta, que llamaban a eso el socialismo en la
Piictic* Tergo «1 dato da uno de los que soportaron epte suplicio", ( Histoire
de la Rrvolution de 1S4S, por Luis Blanc, tomo II.
H e iquíj ¡pues; la humanidad burguesa, y hemos visto cftmo, más tatole,
la iu*rtic¡a de los republicanos burgueses se manifestó por la deportación sin
ju icio , por simple medida de seguridad general, de cuatro mil Uescientoa cua-
rt.it-3 y ocho ciudadanía detenidos. ¿B?kunin>)
EL IMPERIO A\ L'TOOERMA MCO 111
más de trece mil? Se dirá que les estaba permitido obrar
así, porque eran bonapartistas, es decir, gentes sin fe, sin
principio, bandidos; pero que los republicanos, que luchan
en nombre del derecho y que quieren hacer triunfar el prin­
cipio de la justicia, no deben, no pueden transgredir las
condiciones fundamentales y primarias. Entonces citaré
otro ejemplo:
En 1848, después de vuestra victoria de junio, señores
republicanos burgueses, que os mostráis tan escrupulosos
ahora sobre esa cuestión de justicia, porque se trata de
aplicarla a los bonapartistas, es decir, a los hombres que,
por su nacimiento, su educación, sus hábitos, su posición en.
la sociedad y por su manera de encarar la cuestión social,
la cuestión de la emancipación del proletariado, pertenecen
a vuestra clase, son vuestros hermanos; después de este
triunfo obtenido por vosotros en junio sobre los obreros
de París, la Asamblea Nacional —en la que estaba usted,
señor Julio Favre, en la que usted estaba, señor Cremieux, y
en el seno de la cual está en este momento usted al menos,
señor Julio Favre, con el señor Pascual Duprat, su compa­
dre, uno de los órganos más elocuentes de la reacción fu­
riosa—, esa Asamblea de republicanos burgueses, ¿no ha
tolerado que durante tres días consecutivos fusilase la bur­
guesía furiosa, sin juicio alguno, a centenares, por no decir
a millares de obreros desarmados? E inmediatamente des­
pués, ¿no hizo arrojar a las prisiones quince mil obreros,
sin ningún juicio, por sim ple medida de seguridad pública ?
Y después de haber quedado allí meses y meses, deman­
dando en vano esa justicia en nombre de la que hacéis tan­
tas frases ahora, en la esperanza de que esas frases podrán
enmascarar la connivencia con la reacción, esa misma
Asamblea de republicanos burgueses, que lo tiene siempre a
la cabeza, señor Julio Favre, ¿no ha hecho condenar a cua­
tro mil trescientos cuarenta y ocho a la deportación, tam­
bién sin juicio y siempre por medida de seguridad general?
IMárchense, no son más que odiosos hipócritas!
¿Cómo es que el señor Julio Favre no ha encontrado eñ
sí mismo y no creyó bueno emplear contra los bonapartistas
un poco de esa altiva energía , un poco de esa ferocidad
despiadada que ha manifestado tan ampliamente en jumo
de 1848, cuando se trataba de herir a los obreros socialistas?
%■112 OBRAS COMPLETAS DE B A K U M N

, ¿O piensa que los obreros, que reclaman su derecho a


■ la vida, a las condiciones de. una existencia humana, que
piden con las armas en la mano la justicia igual para to­
dos, son más culpables que los bonapartistas que asesinan
a Francia?
{Pues bien, sí!, tal es, innegablemente, no el pensamiento
explícito —tal pensamiento no se atrevería a confesárselo a
sí mismo—, sino el instinto profundamente burgués —y a
causa «Le eso, unánime— que inspira todos los decretos del
Gobierno de Defensa Nacional, lo mismo que los actos de
la mayor parte de sus delegados provinciales: comisarios
generales, prefectos, subprefectos, procuradores generales
y procuradores de la República que, perteneciendo, sea al
colegio de abogados, sea a la prensa republicana, represen­
tan, por decirlo así, la flor del radicalismo burgués. A los
ojos de esos ardientes patriotas, lo mismo que en la opinión
históricamente comprobada del señor Julio Favre, la revo­
lución social constituye* para Francia un peligro más grave
todavía que la invasión extranjera misma . Quiero creer que,
si no todos, al menos la mayor parte de esos dignos ciuda­
danos harían de buena gana el sacrificio de su vida por sal­
var la gloria, la independencia y la grandeza de Francia;
pero estoy igualmente más seguro, por otra parte, de que
una mayoría mucho más considerable todavía de ellos pre­
ferirá ver más bien a esta noble Francia sufrir el yugo tem­
poral de los prusianos que deber su salvación a una franca
revolución popular que demolerá inevitablemente del mis­
mo golpe la dominación económica y política de su clase.
De ahí su indulgencia repulsiva, pero obligada, hacia los
partidarios tan numerosos y desgraciadamente todavía tan
potentes de la traición bonapartista, y su severidad apasio­
nada, sus persecuciones implacables contra los socialistas
revolucionarios, representantes de esas clases obreras que
son las que toman únicamente hoy en serio la liberación
del país.
Es evidente que no son vanos escrúpulos de justicia, sino
el temor de provocar y de animar la revolución social, lo
que impide al Gobierno proceder contra la conflagración
evidente del partido bonapartista. De otro modo, ¿cómo
explicar que no lo haya hecho ya el 4 de septiembre? ¿Ha
podido dudar un solo instante, él, que se atrevió a tomar la
EL IMPERIO KMC TOQERMA NICO 113
terrible responsabilidad de la salvación de Francia, de Su
derecho y de su deber de recurrir a las medidas más enérg,
cas contra los infames partidarios de un régimen que, no
contento con haber sumido a Francia en un abismo, se
esfuerza todavía por paralizar sus medios de defensa, en
la esperanza de poder restablecer el trono imperial con la
ayuda y bajo el protectorado de los prusianos?
Los miembros del Gobierno de Defensa Nacional detes­
tan la revolución, sea. Pero cuando se sabe y se hace de
día en día más evidente que en la situación desastrosa en
que .se encuentra colocada Francia no le queda otra alterna­
tiva que esta: o la revolución o el yugo de h s prusiano I»;
no considerando la cuestión más que desde el punto de vista
del patriotismo, esos hombres que han asumido el poder
dictatorial en nombre de la salvación de Francia, ¿no serán
criminales, no serán ellos mismos traidores a su patria si
por odio a la revolución entregan a Francia, o la dejan
solamente entregar a los prusianos? (1).

** #

He aquí pronto un mes que el régimen imperial, derri­


bado por las bayonetas prusianas, ha rodado por el lodo.
Un Gobierno provisional compuesto de burgueses más o
menos radicales ha ocupado su puesto. ¿Qué hacer para sal­
var a Francia?
Tal es la verdadera cuestión, la única cuestión. En cuan­
to a la de la legitimidad del Gobierno de Defensa Nacional
y de su derecho, diré más, de su deber de aceptar el Poder
de manos del pueblo de París, después que este último ba­
rrió por fin la podredumbre bonapartista, fué planteada al
día siguiente de la vergonzosa catástrofe de Sedan por los
cómplices de Napoleón III, o, lo que quiere decir lo mismo,

(1). Al llegar aquí se bifurca el manuscrito de Bakuninj continúa por una


parte en 1c que titulS Apéndice: Consideraciones Élosóácas sobre el /antas
divino, sobre el mondo real y sobre el hombre, y por otra en lo qae se repro­
duce a continuación. Pero como las primeras hojas del Apeodice prosiguen
mismo tema discutido en este libro, las incluimos en el presente volmnen, de.
jaado las Consideraciones para el tomo III. Por consiguiente, el Ot i l prin­
cipio de la bifurcación se hallará al final del presente trabajo (Nota del tra­
ductor.)
114 OBRAS COMPLETAS D I B A K U M \

por los enemigos de Francia. El señor Emilio de Girardin


estuvo naturalmente entre ellos (1).
Si el momento no hubiese sido tan terrible, se habría
podido reír mucho al ver el descaro incomparable de estas
gentes. Sobrepasan hoy a Roberto Macaire, el jefe espiri­
tual de su iglesia, y a Napoleón III, que es el jefe visible.
I Cómo! Han matado la República y hecho subir el digno
emperador al trono por los medios que se sabe. Durante
veinte años consecutivos, han sido los instrumentos intere­
sados y voluntarios de las más cínicas violaciones de todos
los derechos y de todas las legitimidades posibles; han co­
rrompido sistemáticamente y desorganizado a Francia; han
atraído por fin sobre esa desgraciada víctima de su avaricia
y de su vergonzosa ambición desgracias cuya inmensidad
sobrepasa todo lo que la imaginación más pesimista haya
podido prever. En presencia de una catástrofe tan horrible
y de la que han sido los actores principales, aplastados por

IU Nadie personifica m ejor la inm oralidad política y social de la burgue­


sía actual que el señor E m ilio de Girardin. C harlatán intelectual bajo las apa-
ciencias de un pensador serio, apariencias que han engañado a muchas perdonas
— al m ismo f ’rcmdhoc, que tuvo la ingenuidad de creer que el señor Crt-
r a 'í i n podía asociarse de buena fe y por com pleto a un principio cualquiera—
«1 en 0t t 0F tiem pos redactor de La Press? y de La Liberté, ea peor que un
biAbíí, js un falsificador de todos los principios. B asta que toque la idea m ás
«■imple, m is verdadera, m í» útil, p a ra que sea inm ediatam ente adulterada y
envenenada, Por otra parte, no inventó nada nunca, pues su negocio consistió
en falm iiear siem pre las Invenciones ajenas. Se le considera, en un cierto mundo,
como el más hábil creador y redactor de periódicos. Ciertamente, su naturaleza
de explotador y de falsificador de las ideas de los demás, y su descarado cbar*
lata cu m o , han debido da h acerle m uy apropiado para ese oficio. T oda su natura-
lata , todo su ser, se resum en en estas dos palabras: rédam e y chantkge.
D íba au fortuna al periodism o; y por medio de la prensa no se hac* uno rico
si p#iransu»ce honestam ente bajo la misma convicción y la m ism a bandera. N adie
ct>mo £1 llevó tan lejos el a rte da cam biar hábilm ente y a tiem po ius convic­
ciones y sus ta n d e ra s . H a sido sucesivam ente o rlta n ista, republicano y bona-
p artista, y en caso de necesidad se habría hecho legitim ista o comunista. Se
d u la que e stá dotado del in stin to de las ra ta s, porque ha sabido abandonar
siem pre el barco de! E stado e s la víspera del naufragio. Así volvió las es­
paldas al Gobierno de L uis F elipe algunos m eses antes de la revolución de
febrero, no por la s razones que im pulsaron a F rancia a d errib ar el trono da
Jul’o, s-iio por razones particulares, y entra las cuales las dos principales fueron,
n a o jo a, su am bición vanidosa y su am or al lucro. Al día siguiente d« febrero,
ee -ufo republicano ardiente, m ás republicano que los republicanos de la v ís­
pera, p ib p i'io sus ideas y su persona: una idea por día, naturalm ente robada
a uguno, pero preparada, trancform ada por 'Emilio de Girardin mismo, de modo
qve e n v en e n ase,» quien l a aceptara de b u s m anos; un* apariencia de verdad,
«on un inagotable fondo de m en tira; y su persona, que lleva naturalm ente esa
rae^tira, y con ella el descrédito y la desgracia sobre todas las causas que
a fr^ sa Ideas y persona fueron rechaiadas por el desprecio'popular. Entonces,
ti s ¿ñor G irardin se hizo enemigo im placable de la República. N adie conspiró
ta.i «.¿Iradam ente cont.a ella, nadie contribuyó tanto, al m enos con la intención,
a •-!) caída. N o tardó en convertirse en uno de los agentes m ás activos y m ás
i- i'.» í-itc . de B onaparte. E ste periodista y este estadista estaban hechos para
E l IMPERIO K N Ü T O O É R M A M C O 115

los remordimientos, por la vergüenza, por el terror, por el


temor de un castigo popular mil veces merecido, habrían
debido enterrarse, ¿no es así?, o refugiarse al menos como
su amo bajo la bandera de los prusianos, la única que hoy es
capaz de cubrir su suciedad. Pues bien, no; reasegurados
por la indulgencia criminal del Gobierno de Defensa Na­
cional, han quedado en París y se han esparcido por toda
Francia, clamando en alta voz contra ese Gobierno que
■declaran ilegal e ilegítimo en nombre de los derechos del
pueblo, en nombre del sufragio universal.
E l cálculo es justo. Una vez convertida la decadencia de
Napoleón I I I en un hecho irrevocablemente realizado, no
entenderse. Napo'.eón I I I realizaba, en efecto, todos loa sueños del xeSoc de
G irardin. E ste era el hom bre fuerte que a* burlaba como £1 de todos los p rin ­
cipios, y dotado de un corazón bastante amplio como para elevarse &ob¿e todos
loa vanos escrúpulos de conciencia, por sobre todo* los estrechos y ridiculos
prejuicios de la honradez, de la delicadeza, del honor, de la m oiaíiaad p ú b 'ita
y privada, por encim a d e todos los sentim ientos de humaxiMad, «sc-úpulos, pre
juicios y sentim ientos que no pueden m enos que obstaculizar la acción poli :
era el hombre de la época, en una palabxa, evidentem ente llam ado a coo
el mundo. D urante los p.im eros di as que siguieron al golpe d e Estado, hubo
asi como una brum a liviana entre el augusto soberar.o y el augusto perio d ista
Pero no fué o tra cosa que un enojo de am antes, no una disidencia de principio
E l señor E m ilio d e G irardin no se crey6 juficientórnente recom pensado. 4)n
duna ama mucho el dinero, pero le hacen fa lta tam bién honores, una p a rticip a ­
ción en el Poder. H e aquí lo que Napoleón I I I , a pesar de to d a su buen? vo­
luntad, s u pudo concederle jam ás. Tuvo siem pre cerca d e £1 alg ú n M oray, algún
Flflury, algún B idault, algún Rouher que lo im pidieron. D e uverto que nt> ti
sino nacía fines de su reinado cuando pudo conferir a l señor E m ilio d a G i/ rd
la dignidad de senador del Im perio. Si E m ilio Ollivíer, e l am igo de corazó el
hijo adoptivo y en cierto modo la creación de E m ilio de G irardin, no hubiese
caído ta n pronto, sin duda hubiéramos v isto de m in istro a l gran periodista. E l
señor E m ilio de G irardin fué uno de los principales actores del m inisterio
O llivíer. D esde entonces, bu Influencia política se acrecentó. F u é inspirador y
consejero perseverante de los dos últim os actos políticos d el E m perador qus
tuvieron la v irtu d de perder a F ran cia: el plebiscito y la .guerra. A dorador en
lo sucesivo de N apoleón £11, am igo d el general P rim en E spaña, p adre espi­
ritu a l de E m ilio O lliviar y senador del Im perio, el señor E m ilio de G im rdin
se cíente dem asiado gran hom bre al fin para cóutinuar su periodism o. A bandonó
la redacción de ¿ a Liberté a su sobrino y discípulo, el propagador fiel d e «us
ideas, señor D etroyat, y, como un joven que se prepara pura la prim era rom
t u te , sa encerró e n u n recogim iento m editativo, a fin de re cib ir con toda la
dignidad conveniente el Poder tan to tiem po am bicionado, y que por fin ib a &
t a e r en b u s m anas, i Qué pmarga desilusión! Abandonado esa vez por su in stin ­
to ordinario, el sellar E m ilio de G irardin no había sentido que el Im p erio se
derrum baba y que eran precisam ente sus inspiraciones y sus consejos lo «fus
lo im pulsaban a l abisma, No habla tiem po para cam biar de fre rte . A rrastrado
e n su caída, el seEor de G irardin cayó desde la a ltu ra de Rus sueños ambiciosos,
en el m ismo m om ento en que 'parecía que se ib an 4. realizar. Cayó aplanado 7
esta vez definitivam ente anulado. D esde el 4 d e septiembre^ se esfuerza enorme­
m ente, poniendo en juego sus antiguos artificios, por a tra e r sobre sí la aten'Jión.
No pasa una sem ana sin que su sobrino, el nuevo redactor de La L ’herté, 10
Í «rocíame el prim er estadista de Francia y d e E uropa. Todo eso es in ú til. N adie
ee La Liberté y Francia tiene otras cosas que hacer que ocuparse d e las g ra n ­
dezas d el señor E m ilio de G irardin. E sta vez, ha m uerto d e veras, v D ios quiera
que el charlatanism o m oderno de la prensa, que él pontribuyó a c ria r, haj-a
m uerto igualm ente con él. (Bakunin.).
; H6 OBRAS COM PLETAS DE B A K V M .N

queda otro medio para reponerlo en Francia que el triunfo


definitivo de los prusianos. Mas para asegurar y para ace­
lerar ese triunfo, hay que paralizar todos los esfuerzos pa­
trióticos y necesariamente revolucionarios de Francia, des­
tru ir en su raíz todos los medios de defensa, y para llegar a
este fin la vía más corta, la más segura, es la convocación
inmediata de una Asamblea constituyente. Lo demostraré.
Pero, primero, creo útil demostrar que los prusianos
pueden y deben querer el restablecimiento de Napoleón I I I
en el trono de Francia.

LA ALIANZA RUSA
Y LA RUSOFOBIA DE LOS ALEMANES (1)

La posición del Conde de Bismarck y de su amo el rey


Guillermo I, por triunfadora que sea, no es absolutamente
fácil. Su objetivo es evidente: la unificación semiforzada y
semivoluntaria de todos los Estados de Alemania bajo el
cetro real de Prusia, que se transformará pronto, sin duda,
en cetro imperial; la constitución del más poderoso imperio
en el corazón de Europa. Apenas hace cinco años que, en­
tre las cinco grandes potencias de Europa, Prusia era con­
siderada como la última. Hoy, quiere convertirse en la pri­
mera, y, sin duda, va a serlo. ¡Y cuidado entonces con la
independencia y la libertad de Europa! (cuidado, sobre
ledo, con los pequeños Estados que tienen la desgracia de
poseer en su seno poblaciones germánicas o que fueron ger­
mánicas en otro tiempo, como los flamencos por ejemplo).
E l apetito del burgués alemán es tan feroz como es enorme
su servilismo, y apoyándose en ese patriótico apetito y en
ese servilismo completamente alemán, el señor Conde de
Bismarck, que no tiene escrúpulos y que es un estadista
como para no escatimar la sangre de los pueblos y respetar
su bolsa, su libertad y sus derechos, será muy capaz de em­
prender la realización de los sueños de Carlos V en benefi­
cio de su amo.
Una parte de la tarea que se impuso, está liquidada. Gra-

(1) ftst-: título {né puesto por Jam es Guilleume, pero no apareció en el
fo ilu o ósprebc, (N ota del traductor.)
EL IMPERIO A VÍ lOGERM ANICO 117 "

cías a la connivencia de Napoleón III, al que engañó, gra­


cias a la alianza de Alejandro II, a quien engañará, logró
ya aplastar a Austria. Hoy, la mantiene en respeto por la
actitud amenazadora de su aliada fiel, Rusia,
En cuanto al Imperio del Zar, después del reparto de
Polonia y precisamente por ese reparto, está enfeudado al
Reino de Prusia, como este último está enfeudado al Impe­
rio de todas las Rusias, No pueden hacerse la guerra, a
menos de emancipar las provincias polacas que le fracasa*
ron, lo que es también imposible para uno como para otro,
porque la posesión de esas provincias constituye para cada
uno de ellos la condición esencial de su potencia como E s­
tado, No pudiendo hacerse la guerra, no/ens voleas deben
ser íntimos aliados. Basta que Polonia se mueva para que el
Imperio de Rusia y el Reino de Prusia estén obligados a
experimentar uno para otro un acrecentamiento de pasión,
Esta solidaridad forzosa es el resultado fatal, a menudo
desventajoso y siempre penoso, del acto de bandidaje que
han perpetrado ambos contra esa noble y desgraciada Polo
nia. Porque no hay que imaginarse que los rusos, aun los
oficiales, quieran a los prusianos, ni que estos últimos ado­
ren a los rusos. Al contrario, se detestan cordialmente, pro­
fundamente. Pero como dos bandidos, encadenados uno a
otro por la solidaridad del crimen, están obligados a mar­
char juntos y a ayudarse mutuamente. De ahí la inefable
ternura que une a las cortes de San Petersburgo y Berlín
y que el Conde de Bismarck no se olvida jamás de mantener
por medio de algún regalo, por ejemplo por la entrega de
algunos desgraciados polacos de tanto en tanto a los ver
dugos de Varsovia o de Vilna. . : *
En el horizonte de esta amistad sin nubes se muestra ya,
sin embargo, un punto negro. Es el problema de las pro­
vincias bálticas. Esas provincias, se sabe, no son ni rusas ni
alemanas. Son letonas o finlandesas, pues la población, ale
mana, compuesta de nobles y burgueses, no constituye más
que una minoría ínfima allí. Estas provincias habían perté- ¿
necido primero a Polonia, después a Suecia, más tarde fuík
ron conquistadas por Rusia. La mejor solución para ellas,
desde el punto de vista popular —y yo no admito otro—
sería, según mi opinión, su vuelta, junto con Finlandia, no
a la dominación de Suecia, sino a una alianza federativa
1 (S OBRAS COMPLETAS DE B A K b N IS

íntima con ella, a título de miembros de la Federación Es­


candinava, que abarcaría Suecia, Noruega, Dinamarca y
toda la parte danesa del Schleswig. Que no disguste a los
señores alemanes. Esto sería justo, sería natural,, y estas
dos razones bastan para que desagraden a los alemanes.
Pero pondría, en fin, un límite saludable a sus ambiciones
marítimas. Los rusos quieren rusificar esas provincias, los
alemanes quieren germanizarlas. Unos y otros se engañan.
I¿a inmensa mayoría de la población, que detesta igualmen­
te a los alemanes y a los rusos, quiere seguir siendo lo que
es, es decir, finlandesa y letona, y no podrá hallar el respeto
de su autonomía y de su derecho, ser ella misma, sino en
la Confederación Escandinava.
Pero, como he dicho ya, eso no se concilia de ningún
modo con las avaricias patrióticas de los alemanes. Desde
hace algún tiempo, hay mucha preocupación por este asun­
to en Alemania. Ha sido despertada por las persecuciones
dei Gobierno ruso contra el clero protestante, que en esas
provincias es alemán. Esas persecuciones son odiosas, como
lo son todos los actos de un despotismo cualquiera, ruso o
prusiano. Pero no sobrepasan a las que el gobierno prusia­
no comete cada día en sus provincias rusopolacas, y sin em­
bargo ese mismo público alemán se guarda bien de protestar
contra el despotismo prusiano. De todo eso resulta que para
los alemanes no se trata, de ningún modo, de justicia, sino
de adquisición, de conquista. Ambicionan esas provincias,
que les serían efectivamente muy útiles desde el punto de
vista de su potencia marítima en el Báltico y no dudo que
Bismarck alimente ya en algún repliegue muy recóndito
de su cerebro la intención de apoderarse tarde o temprano,
de una manera o de otra, de ellas. Tal es el punto negro que
surge entre Rusia y Prusia.
Por negro que sea, no es capaz de separarlas. Tienen de­
masiada necesidad una de otra. Prusia, que desde ahora
no podrá tener en Europa otra aliada que Rusia —porque
todos los demás Estados, sin exceptuar Inglaterra, al sentir­
se hoy amenazados por su ambición, que pronto no recono­
cerá limites, se vuelven o se volverán tarde o temprano con­
tra ella—, Prusia se guardará bien, pues, de plantear aho­
ra una cuestión que necesariamente debería malquistarla
con su única amiga, Rusia. Tiene necesidad de su ayuda,
EL IMPERIO K N V TOGLRMANICO 119
o de su neutralidad, mientras no haya aniquilado comple­
tamente, al menos por veinte años, la potencia de Fran­
cia, destruido el imperio de Austria, y englobado la Suiza
alemana, una parte de Bélgica, Holanda y toda Dinamarca;
la posesión de estos últimos reinos le es indispensable para
la creación y consolidación de su potencia marítima. Todo
eso será la consecuencia necesaria de su triunfo sobre
Francia, si ese triunfo es definitivo y completo. Pero todo
eso, suponiendo las circunstancias más felices para Prusia,
no podrá realizarse de un golpe. La ejecución de esos pro­
yectos inmensos necesitará muchos años y durante ese tiem­
po Prusia tendrá más necesidad que nunca del concurso de
Rusia; porque es preciso suponer que el resto de Europa,
por cobarde y estúpido que se muestre al presente, acabará
sin embargo por despertarse cuando sienta el cuchillo en
su garganta, y no se dejará acomodar a la salsa prusoger-
mánica sin resistencia y sin combates. Sólo que Prusia, aun­
que triunfe, aun después de haber aplastado a Francia, será
demasiado débil para luchar contra todos los Estados de
Europa reunidos. Si Rusia se volviese también contra ella,
estaría perdida. Sucumbiría aun con la neutralidad rusa;
necesitará forzosamente el concurso efectivo de Rusia; ese
mismo concurso que le hace hoy un servicio inmenso
teniendo en jaque a A ustria: porque es evidente que si
Austria no estuviera amenazada por Rusia, ai día siguiente
de la entrada de los ejércitos alemanes en el territorio de
Francia, habría lanzado los suyos sobre Prusia, sobre la
Alemania desguarnecida de soldados, paia reconquistar su
dominio perdido y para obtener un brillante desquite de
Sadowa.
E l señor Bismarck es un hombre demasiado prudente
para malquistarse, en medio de circunstancias semejantes,
con Rusia. Ciertamente, esta alianza debe de serle desagra­
dable bajo muchos aspectos. Le impopulariza en Alema­
nia. El señor Bismarck es, sin duda, demasiado estadista
para dar un valor sentimental al amor y a la confianza de
los pueblos. Pero sabe que ese amor y esa confianza consti­
tuyen en ciertos momentos una gran fuerza, la única cosa,
a los ojos de un profundo político como él, verdaderamente
respetable. Por consiguiente, esa impopularidad de la alian­
za rusa le molesta. Debe lamentar, sin duda, que la única
120 OBXAS COMPLEJAS DE B A KLÑIN

alianza que queda hoy a Alemania sea precisamente la que


rechaza el sentimiento unánime de Alemania.
** *
Cuando hablo de los sentimientos de Alemania, me re­
fiero, naturalmente, a los de su burguesía y a los dé su pro­
letariado. La nobleza alemana no odia a Rusia, porque no
conoce de Rusia más que el imperio, cuya política bárbara
y cuyos procedimientos sumarios le agradan, adulan sus
instintos, convienen a su propia naturaleza. Tuvo por el
difunto emperador Nicolás una admiración entusiasta, un
verdadero culto. Este Gengis-Kan germanizado, o más bien,
este príncipe alemán mogolizado, realizaba a sus ojos el
sublime ideal del soberano absoluto. Vuelve a encontrar
hoy la imagen fiel en su rey-coco, el futuro emperador de
Alemania. No es, pues, la nobleza alemana, la que se opon­
drá a la alianza rusa. La apoya, a i contrario, con una doble
pasión: primero por simpatía profunda hacia las tendencias
depóticas de la política rusa; luego porque su rey quiere
esa alianza, y en tanto que la política real tienda a la sumi­
sión de los pueblos, esa voluntad será sagrada para ella.
No sería así, claro está, si el rey, repentinamente infiel a
todas las tradiciones de su dinastía, decretase su emancipa­
ción. Entonces, pero sólo entonces, será capaz de rebelarse
contra él, lo que por otra parte no sería muy peligroso,
porque la nobleza alemana, por numerosa que sea, no tiene
ninguna potencia propia. No tiene raíces en el país, y no
existe como casta burocrática y militar sobre todo sino
gracias al Estado. Por lo demás, como no es probable que
el futuro emperador de Alemania firme nunca libremente
y por su propio impulso un decreto de emancipación, se
puede esperar que la conmovedora armonía que existe entre
él y su fiel nobleza, se mantendrá siempre. Siempre que
continúe siendo un déspota franco, ella será su esclava
abnegada, dichosa de prosternarse ante él y de ejecutar sus
órdenes, por tiránicas y feroces que sean.
No sucede lo mismo con el proletariado de Alemania.
Me refiero principalmente al proletariado de las ciudades.
E l de los campos está demasiado aplastado, demasiado ani­
quilado por su posición precaria, por sus relaciones habi­
tuales de subordinación ante los campesinos propietarios,
EL IMPERIO K W T O G E R M iM C O 121
por la instrucción, sistemáticamente envenenada de menti­
ras políticas y religiosas, que recibe en las escuelas prima­
rias, para que pueda él mismo saber cuáles son sus sentí-
mientos y sus anhelos. Sus pensamientos raramente sobre­
pasan el horizonte demasiado estrecho de su existencia mi­
serable. Es necesariamente socialista por posición y por
naturaleza, pero sin saberlo. Unicamente la revolución so­
cial francamente universal, y muy amplia, mucho más uni­
versal y más amplia que la que sueñan los demócrc .as socia­
listas de Alemania, podrá despertar al diablo que duerme
en él. Despertado en su seno ese diablo —el instinto de la
libertad, la pasión de la igualdad, la santa rebeldía—, no
volverá a adormecerse. Pero hasta ese momento supremo, él
proletario de los campos seguirá siendo, de acuerdo con las
recomendaciones del señor pastor, el humilde súbdito de
su rey y el instrumento maquinal en manos de todas las
autoridades públicas y privadas posibles.
En cuanto a los campesinos propietarios, están inclina­
dos en su mayoría más bien a sostener la política real que
a combatirla. Tienen para eso muchas razones: primera­
mente, el antagonismo del campo y de la ciudad que existe
en Alemania como en todas partes, y que se ha establecido
sólidamente desde 1525, cuando la burguesía alemana, con
Lutero y Melanchthon a su cabeza, traicionó de un modo
tan vergonzoso y tan desastroso para sí misma la única
revolución de campesinos que hubo en Alemania: además,
por la instrucción profundamente retrógrada de que hablé
ya y que domina en todas las escuelas de Alemania y sobre
todo de Prusia; el egoísmo, los instintos y los prejuicios
de conservación, inherentes a todos los propietarios grandes
y pequeños; por fin, el aislamiento relativo dé los traba­
jadores del campo, que disminuye de una manéra excesiva
la circulación de las ideas y el desenvolvimiento de las pa­
siones políticas. De todo esto resulta que los campesinos
propietarios de Alemania se interesan mucho más en sus
negocios comunales, que les conciernen más de cerca, que
en la política general. Y como la naturaleza alemana, gene­
ralmente considerada, está mucho más inclinada a la obe­
diencia que a la resistencia, a la piadosa confianza que a la
rebeldía, se sigue que el campesino alemán se entrega vo­
luntariamente —en lo que respecta a los intereses generales
Obras i» B akm ia. - I I t
12? OBRAS COMPLETAS DE BAKONIN

del país— a la sabiduría de las altas autoridades instituidas


por Dios. Llegará, sin duda, un momento en que el cam­
pesino de Alemania despierte también. Será cuando la gran­
deza y la gloria del nuevo Imperio prusogermánico que está
en vías de fundarse hoy —no sin una cierta simpatía mís­
tica e histórica de b u parte— se traduzca para él en pesados
impuestos, en desastres económicos. Será cuando vea su
pequeña propiedad, gravada con deudas, hipotecas, tasas y
sobretasas de toda especie, fundirse y desaparecer entre sus
manos, para ir a redondear el patrimonio creciente de los
grandes propietarios; será cuando reconozca que, por una
ley económica fatal» es arrojado a su vez al proletariado.
Entonces se despertará y probablemente se rebelará tam­
bién. Pero ese momento está todavía lejos, y si hay que
esperarlo, Alemania, que sin embargo no peca nunca de
una impaciencia excesiva, podría muy bien perder la pa­
ciencia.
El proletariado de las fábricas y de las ciudades se en­
cuentra en una situación completamente contraria. Aunque
asociados como siervos por la miseria a las localidades en
que trabajan, los obreros, al no tener propiedad, no tienen
intereses locales. Todos sus intereses son de otra naturale­
za, no nacional, sino internacional; porque la cuestión del
trabajo y del salario, la única que les interesa directa, real,
diaria, vivamente, que se ha convertido en el centro y en la
base de todas las otras cuestiones, tanto sociales como polí­
ticas y religiosas, tiende hoy a tomar, por el simple desen­
volvimiento de la omnipotencia del capital en la industria
y en el comercio, un carácter absolutamente internacional.
Es eso lo que explica el maravilloso crecimiento de la Aso­
ciación Internacional de los Trabajadores, asociación que,
fundada hace apenas seis años, cuenta ya en Europa sola­
mente con más de un millón de miembros.
Los obreros alemanes no han quedado atrás. En e B o s
años sobre todo, han hecho progresos considerables, y no
está lejos el momento en que podrán constituirse en una
verdadera potencia. Tienden a ello, es verdad, de una ma­
nera que no me parece la mejor para llegar a ese fin. En
lugar de tratar de formar una potencia francamente revolu­
cionaria, negativa, destructiva del Estado, lo único que, se­
gún mi convicción profunda, puede tener por resultado la
EL IMPERIO K \ U TO G ERM \N K O 123

emancipación íntegra y universal de los trabajadores y del


trabajo, desean, o más bien se dejan arrastrar por sus jefes
a soñar la creación de una potencia positiva, la institución
de un nuevo Estado obrero, popular ( Volksstaat). necesaria­
mente nacional, patriótico y pangermánico, lo que les pone
en contradicción flagrante con los principios fundamenta­
les de la Asociación Internacional y en una posición muy
equivocada ante el imperio prusogermánico nobiliario y
burgués que el señor Bismarck está en vías de instaurar.
Esperan, sin duda, que por el camino de una agitación legal
primero, seguida después de un movimiento revolucionario
más pronunciado y decisivo, llegarán a apoderarse y a trans­
formarlo en un Estado puramente popular. Esa política,
que considero como ilusoria y desastrosa, imprime ante todo
a su movimiento un carácter reformista y no revolucionario,
lo que, por otra parte, tiene también quizás algo de la na­
turaleza particular del pueblo alemán, más dispuesto a las
reformas sucesivas y lentas que a la revolución. Esa polí­
tica ofrece aún otra gran desventaja, que no es, por lo de­
más, sino una consecuencia de lo primero: la de poner el
movimiento socialista de los trabajadores de Alemania a
remolque del partido de la democracia burguesa. Se quiso
renegar más tarde de la existencia de esa alianza, pero se ha
comprobado sobradamente por la adopción del programa
socialista aburguesado del doctor Jacoby como base de una
entente posible entre los burgueses demócratas y el prole­
tariado de Alemania, así como por los diversos ensayos de
transacción intentados en los congresos de Nurenberg y de
Stuttgart. Es una alianza perniciosa en todos los aspectos.
No puede aportar a los obreros ninguna utilidad, aunque
sea parcial, porque el partido de los demócratas y de los
socialistas burgueses en Alemania es verdaderamente un
partido demasiado nulo, demasiado ridiculamente impoten­
te para ayudarle con una fuerza cualquiera; pero ha con­
tribuido mucho a restringir y a falsear el programa socia­
lista de los trabajadores de Alemania. El programa de los
obreros de Austria, por ejemplo, antes de que se hubiesen
dejado regimentar en el Partido de la Democracia Socialis­
ta, ha sido mucho más vasto, infinitamente más vasto y más
práctico también que lo es en la actualidad.
Sea como quiera, es más bien un error de sistema que
124 OBRAS COMPLETAS DE BAKI N L \

de inatinto. El instinto de los obreros alemanes es abierta­


mente revolucionario y lo será más cada vez. Los intrigan­
tes a sueldo del señor Bismarck, por bien que sepan obrar,
no lograrán jamás enfeudar la masa de los trabajadores ale­
manes a su imperio prusogermánicó. Por lo demás, el tiem­
po de las coqueterías gubernamentales con el socialismo ha
pasado. Teniendo de aquí en adelante de su parte el entu­
siasmo servil y estúpido de toda la burguesía alemana, la
indiferencia y la pasividad obediente, si no las simpatías de
los campos, toda la nobleza alemana, que no espera más que
un signo para exterminar la canalla, y la potencia organi­
zada de una fuerza militar inmensa inspirada y conducida
por esa misma nobleza, el señor Bismarck, necesariamente,
querrá aplastar al proletariado y extirpar en su raíz, a san­
gre y fuego, esa gangrena, esa maldita cuestión social en
que se ha concentrado todo lo que queda de espíritu de re­
beldía en los hombres y en las naciones. Será una guerra
a muerte contra el proletariado, en Alemania como en todas
partes. Pero, aun invitando a los obreros de todos los países
a prepararse bien, declaro que no temo esa guerra. Cuento
con ella, al contrario, para poner el diablo en el cuerpo
de las masas obreras. Cortará corto todos esos razonamien­
tos sin desenlace y sin fin que adormecen, que agotan sin
aportar ningún resultado, y alumbrará en el seno del pro­
letariado de Europa esa pasión sin la cual no hay jamás
triunfo. ¿Quién puede dudar del triunfo final del proleta­
riado? La justicia, la lógica de la Historia están con él.
El obrero alemán, haciéndose de día en día más revolu­
cionario, ha vacilado, sin embargo, un instante, al comienzo
de esta guerra. Por un lado, veía a Napoleón III, por el
otro a Bismarck con su rey-coco; el primero representaba
la invasión, los dos últimos la defensa nacional. ¿No es
natural que, a pesar de toda su antipatía a esos dos repre­
sentantes del despotismo alemán, haya creído un instante
que su deber de alemán le mandaba colocarse bajo su ban­
dera? Pero esa vacilación no duró mucho. En cuanto las
primeras noticias de las victorias de las. tropas alemanas
fueron anunciadas en Alemania, se hizo evidente que los
franceses no podrían pasar el Rin, sobre todo después de la
capitulación de Sedán y la caída memorable e irrevocable
de Napoleón I I I en el fango; en cuanto la guerra de Ale-
EL ¿MPERIO k N LTOGLRM AM CO

manía contra Francia, perdiendo su carácter de legitima


defensa, tomó el de una guerra de conquista, el de una
guerra del despotismo alemán contra la libertad de Fran­
cia, los sentimientos del proletariado alemán cambiaron re-
peniinamente y adquirieron una dirección abiertamente
opuesta a esa guerra y profundamente simpática para la
República francesa. Y aquí me apresuro a hacer justicia a
los jefes del Partido de la Democracia Socialista, a todo
su Comité directivo, a los Bebel, a los Liebknecht y a tan'
tos otros que tuvieron, en medio de los clamores de la gente
oficial y de la burguesía de Alemania, rabiosa de patriotis­
mo, el valor de proclamar abiertamente loS derechos sagra­
dos de Francia, Han cumplido noblemente, heroicamente,
su deber, porque les ha sido preciso, en verdad, un valor
heroico para atreverse a hablar un lenguaje humano en me­
dio de toda esa animalidad burguesa rugiente.
* * *

Los obreros de Alemania son naturalmente los enemigos


apasionados de la alianza y de la política rusa. Los revolu­
cionarios rusos no deben asombrarse, ni siquiera afligirse
demasiado, si alguna vez los trabajadores alemanes envuel­
ven al pueblo ruso mismo en el odio tan profundo y tan
legítimo que les inspira la existencia de todos los actos
políticos del Imperio de todas las Rusias, como los obreros
alemanes, a su vez, no deberán asombrarse ni ofenderse de­
masiado si el proletariado de Francia llegara en lo sucesivo,
algunas veces, a no establecer una distinción conveniente
entre la Alemania oficial, burocrática, militar, nobiliaria y
burguesa y la Alemania popular. Para no lamentarse dema­
siado, para ser justos, los obreros alemanes deben juzgar
por sí mismos, ¿No confunden muy a menudo, demasiado
a menudo, siguiendo en eso el ejemplo y las recomendacio­
nes de muchos de sus jefes, al Imperio ruso y al pueblo
ruso en un mismo sentimiento de desprecio y de odio, sin
pensar que ese pueblo es la primera víctima y el enemigo'
irreconciliable y siempre rebelde de ese Imperio, como he
tenido frecuentemente ocasión de probarlo en mis discursos
y en mis folletos, y como estableceré de nuevo en el curso
de este escrito? Pero los obreros alemanes podrán objetar
•<26 OBRAS COMPLEJAS DE BAK U NIS

que no tienen en cuenta las palabras, que su juicio está


basado sobre ios hechos y que todos los hechos rusos que
se han manifestado al exterior han sido antihumanos, crue­
les, bárbaros, despóticos. A esto los revolucionarios rusos
no tienen nada que responder. Reconocerán que hasta cieito
punto los obreros alemanes tienen razón; porque cada pue­
blo es más o menos solidario de los actos perpetrados por
su Estado, en su nombre y por su brazo, hasta que haya
derribado y destruido ese Estado. Pero si eso es verdad
para Rusia, debe ser igualmente verdadero para Alemania.
Ciertamente, el Imperio ruso representa y realiza un sis­
tema bárbaro, inhumano, odioso, detestable, infame. Adju­
dicadle todos los adjetivos que queráis, no soy yo el que me
quejaré, Partidario del pueblo ruso y no patriota del Estado
o del Imperio de todas las Rusias, desafío a quien quiera
que sea a odiar a este último más que yo. Sólo que, como
ante todo hay que ser justo, ruego a los patriotas alemanes
que quieran observar y reconocer que, aparte de algunas
hipocresías de forma, su Reino de Prusia y su viejo Impe­
rio de Austria de antes de 1866 no han sido mucho más
liberales ni más humanos que el Imperio de todas las Ru­
sias, al cual el imperio prusogermánico o knutogermánico,
que el patriotismo alemán levanta hoy sobre sus ruinas y
en la sangre de Francia, promete superar en horrores. Vea­
mos: el Imperio ruso, por detestable que sea, ¿ha hecho
nunca a Alemania, a Europa, la centésima parte del mal que
Alemania hace hoy a Francia y que amenaza hacer a Eu­
ropa entera? Ciertamente, si alguien tiene derecho a detes­
tar al Imperio de Rusia y de las Rusias, son los polacos.
E s verdad: si los rusos se han deshonrado alguna vez y si
han cometido horrores, ejecutando las órdenes sanguinarias
de sus zares, fué en Polonia. Pues bien, apelo a los polacos
mismos: los ejércitos, los soldados, y los oficiales rusos,
tomados en masa, ¿han realizado jamás la décima parte de
los actos execrables que los ejércitos, los soldados y los ofi­
ciales de Alemania tomados en masa realizan hoy en Fran­
cia? Los polacos, he dicho, tienen el derecho a detestar a
Rusia. Pero los alemanes, no, al menos que no se detesten
a sí mismos al mismo tiempo. Veamos: ¿qué mal les hizo
nunca el Imperio ruso? ¿Es que un emperador ruso cual­
quiera ha soñado jamás con la conquista de Alemania? ¿Lé
EL IMPERIO K V b TOGERM i \/C O 127

arrancó alguna vez una provincia? ¿Han ido tropas rusas


a Alemania para aniquilar su república, que no ha existido
jamás, y para restablecer sobre el trono a sus déspotas, que
no han cesado nunca de reinar?
Dos veces solamente, desde que las relaciones internacio­
nales existen entre Rusia y Alemania, han hecho los empe­
radores rusos un mal positivo a esta última. La primera
vez fué cuando Pedro III, apenas en el trono, en 1761, salvó
a Federico el Grande y al reino de Prusia con él, de una
ruina inminente, ordenando al ejército ruso, que había com­
batido hasta allí con los austríacos contra él, a unirse a él
contra los austríacos. O tra vez fué cuando el emperador
Alejandro I, en 1807, salvó a Prusia de un completo aniqui­
lamiento.
He aquí, sin contradicción, dos malos servicios que Rusia
hizo a Alemania, y si ea de eso de lo que se quejan los
alemanes, debo reconocer que tienen mil veces razón, por­
que al salvar dos veces a Prusia, Rusia, si no forjado, al
menos ha contribuido innegablemente a forjar las cadenas
de Alemania. De otro modo, no sabría comprender verda­
deramente de qué pueden quejarse los buenos patriotas ale­
manes.
En 1313, los rusos han ido a Alemania como libertadores,
y no han contribuido poco, digan lo que quieran los señores
alemanes, a libertarla del yugo de Napoleón. ¿O bien guar­
dan rencor a ese mismo emperador Alejandro porque im­
pidió en 1814 al mariscal de campo prusiano Blücher en­
tregar París al saqueo, de lo cual había expresado la inten­
ción? —lo que prueba que los prusianos han tenido siem­
pre los mismos instintos y que no han cambiado de natura­
leza—. ¿No quieren al emperador Alejandro por haber casi
forzado a Luis X V III a dar una constitución a Francia,
contra los votos expresados por el rey de Prusia y por el
emperador de Austria, y por haber asombrado a Europa y
a Francia al mostrarse, él, emperador de Rusia, más huma­
no y más liberal que los dos grandes potentados de Ale­
mania?
¿Quizás los alemanés no pueden perdonar a Rusia el
odioso reparto de Polonia? ] Ay!; no tienen derecho a ello,
porque han tomado su parte en el pastel. Claro está, ese
reparto fué un crimen. Pero entre los bandidos coronados
128 OBRAS COMPLEJAS DE B A K IS ’Ih

que lo realizaron hubo un ruso y dos alemanes: la empe­


ratriz María Teresa de Austria y el gran rey Federico II
de Prusia. Podría decir aún que los tres fueron alemanes,
porque la emperatriz Catalina II, de lasciva memoria, no
era sino una princesa alemana de pura sangre. Federico II,
se sabe, tenía buen apetito. ¿No había propuesto a su buena
comadre de Rusia repartir igualmente Suecia, donde rei­
naba su sobrino? La iniciativa del reparto de Polonia per­
tenece a él por completo. El reino de Prusia ha ganado allí
mucho más que los otros dos copar ti cipantes, porque si se
ha constituido como una verdadera potencia ha sido por la
conquista de la Alta Silesia y por el reparto de Polonia.
E n fin. ¿odian los alemanes al Imperio de Rusia por la
represión violenta, bárbara, sanguinaria de las dos revolu­
ciones polacas, en 1830 y en 1863? Pero, precisamente, no
tienen ningún derecho, porque, en 1830 como en 1863, Pru-
sida ha sido la cómplice más íntima del Gabinete de San
Fetersburgo y la proveedora complaciente y fiel de sus ver­
dugos, El Conde de Bismarck, canciller y fundador del
futuro imperio knutogermánico ¿no consideraba un deber
entregar a los Muravief y a los Bergh todas las cabezas
polacas que cayesen bajo sus manos? y esos mismos lugar­
tenientes prusianos que ostentan ahora su humanidad y su
liberalismo pangermánico en Francia, ¿no han organizado
en 1863, 1864 y 1865, en la Prusia polaca y en el Gran Du­
cado de Posen, como verdaderos gendarmes —de lo que
por lo demás tienen toda la naturaleza y los gustos— una
caza en regla contra los desgraciados insurrectos polacos
que huían de los cosacos, para entregarlos encadenados al
Gobierno ruso? Cuando en 1863 Francia, Inglaterra y Aus­
tria enviaron sus protestas en favor de Polonia al príncipe
Goitchakof, únicamente Prusia se negó a protestar. Le ha­
bía sido imposible protestar por la simple razón de que,
desde 1860, todos los esfuerzos de su diplomacia tendieron
a disuadir al emperador Alejandro I I de que hiciera la
menor concesión a los polacos (1).
(JJ Cuando el em bajador de la G ran B retaña en Berlín, lord Bloomfield, ai
tío m. engaño, propuso al señor B ism arck que firmara en nombre de F rusta la
f - ^ o s a piotesta de las cortes de Occidente, Bism arck 'ehusó hacerlo diciendo
¿1 em bajador in g lés: “ ¿Cómo queréis que protestem os cuando desde hace tre s
añiis no hacem os m ás que repetir a Rusia u n : sola cosa, o sea, que no haga
l'*nguaa concesión a P olo n ia?” (Bakunin.)
E l IMPERIO hU LTIC G lR MAN ICO 129
Se ve que bajo estas relaciones, los patriotas alemanes no
tienen derecho a reprochar nada al Imperio ruso. Si cantó
falso, y ciertamente su voz es odiosa, Prusia, que. consti­
tuye hoy la cabeza, el corazón y los brazos de la gran Ale­
mania unificada, no le rehusó jamás su acompañamiento
voluntario. Queda, pues, un solo agravio, el último:
"Rusia —dicen los alemanes— ha ejercido, desde 1815
hasta el día, una influencia desastrosa sobre la política ex­
terior e interior de Alemania. Si Alemania ha permanecido
tanto tiempo dividida, si permanece esclava es a esa influen­
cia a lo que se debe”.
Confieso que este reproche me pareció siempre excesiva­
mente ridículo, inspirado por la mala fe e indigno de un
gran pueblo; la dignidad de cada nación, como la de cada
individuo, debería consistir, según mi opinión, principal­
mente en esto: en que cada uno acepte la responsabilidad
de sus actos sin tratar de rechazar miserablemente los de­
fectos sobre los demás. ¿No serían algo muy tonto las jere­
miadas de un muchachote que se quejara lloriqueando de
que otro lo hubiese depravado, arrastrado al mal? Pues
bien, lo que no le es permitido a un muchacho, con tanta
más razón debe estarle prohibido a una nación, prohibido
por el respeto que se debe tener a sí misma (1)

f l) Confieso que m e asom brí profundam ente a l encontrar este m ism o agra­
vio en u fa carta dirig id a el año pasado por el señor Carlos Marx, el célebre
jefe de los com unistas alem anes, a los redactores de una pequeña .toja que se
publicaDa en lengua ru sa en Ginebra, Pretende que si Alem ania no está todavía
Oiganrzada dem ocráticam ente, la culpa es sólo d i Rusia Desconoce ■Singularmente
la historia de su propia país, al enunciar una cosa cuya im posibilidad, dejando
spurte los hechos históricos, se dem uestra fácilm ente poi i t t!xper ie'<c.i¿ df todijí»
los tiem pos y d e todos los países, ; S e ha visto a una nación inferior en civili­
zación im poner o inocular sus propios principios a un país ■micho v a s ' ívili-ado.
a m enos que no lo haga por la v ía de la conquista? P e ra A lem an a, que yo
<iepa. no fu i nunca conquistada por Rusia. Es, po* consiguiente cormjietd’aen te
im posible que h aya podido adoptar un principio ruso cualquiera; pe* o el m4s
que orobable, es cierto que, v ista su vecindad inm ediata y a causa de la pre­
ponderar cia incontestable de su desenvolvim iento politice, adm inistrativo, ju ­
rídico, industrial, comercial, científico y social, Alemania, al cont-arú), hecho
pasar m uchas de sus propias ideas a Rusia, lo que loo alem anes conceded ge­
neralm ente cuando dicen, no sin orgullo, que R usia debe a A lem ania io poco
de civilización que posee. Felizm ente para nosotros, par* el porvenir de Rusia,
esa civilización no ha {asado m ás allá de la Rusia oficial, al pueble Pero, en
efecto, es a los alem anes a quienes debemos nuestra educación politice, adm i­
nistrativa, policiaca, m ilita r y burocrática, y todo el perfeccionam iento df a u e ^ ro
edificio im perial, aun nuestra augusta dinastía. •„
Q ur la vecindad de un gran em ir m ogol-bizantino-germ ánico ha sido m ás
agradable a los déspotas de A lem ania que a sus pueblos; m i» favorable al
desarrollo de su servidum bre Indígena, com pletam ente aacional, germ ánica, que
desarrollo de la s ideas liberales y dem ocráticas im portadas de Francia, e quién
puede dvdarlc? A lem ania se habría desenvuelto mucho m ás pronto *n el aon-
no OBPAS COM PLETAS DE B A K V M \

Al final de este escrito, al echar un vistazo sobre la cues


tión germano eslava, demostraré con hechos históricos irre­
cusables que la acción diplomática de Rusia sobre Alema-
* nía —y no hubo otra jamás, tanto bajo el aspecto de su des­
envolvimiento interior como bajo el de su extensión exte­
rior— ha sido nula o casi nula hasta 1866, mucho más nula
en todos los casos de lo que estos buenos patriotas alema­
nes y de lo que la diplomacia rusa se han imaginado. Y de-
mostraré que, a partir de 1866, el Gabinete de San Peters-
burgo, reconocido al concurso moral, si no a la ayuda mate­
rial, que el de Berlín le aportó durante la guerra de Crimea,
y más ligado a la política prusiana que nunca, ha contri­
buido poderosamente, por su actitud amenazadora contra
Austria y Francia, al completo logro de los proyectos gi­
gantescos del Conde de Bismarck y, por consiguiente, tam­
bién a la edificación definitiva del gran imperio prusoger-
máníco, cuyo próximo establecimiento va por fin a coronar
todos los anhelos de los patriotas alemanes.
Como el doctor Fausto, estos excelentes patriotas han
perseguido dos fines, dos tendencias opuestas: una hacia
una poderosa unidad nacional, otra hacia la libertad. Ha-
t'd o de la libertad y de la igualdad si, en lugar del Imperio ruso, hubiese tenido
po, vecino a los E stados U nidos de Norteamérica, por ejemplo. Por otra
t.R tfu id o un vecino <iue la separaba del Im perio moscovita, E ra Polonia, nt>
dem oc ática, es verdad, sino nobiliaria, fundada sobre la servidum bre de Ion
tW te s in o s "Orno la Alem ania feudal, pero mucho menos aristocrática, libe­
ral, snM a m e ro a todas las influencias hum anas que esta últim a. Pues bien,
Alemania, w p a c ie n te par esa vecindad turbulenta, tan contraria a sus hábitos
ar. oiden, de servilism o piadoso y de leal sumisión, le devoió una buena untan,
d íliíid o Ir otra m ita d a l zar m oscovita, a ese Im perio de todas las R usias de
T'.e <>t h? convertido por ese acto en vecina inmediata. | Y ahora se queja, de
: s , acuidad' Ep ridiculo.
RfS>a liaO’-ía igualm ente ganado mucho si, en lugar de Alemania, tuviese
?«■ .«ciña en el Occidente a Francia! y en lugar de China en O riente, la
A -tiínoa del N orte Pero los socialistas revolucionarios o, como se comienza a
flatnano*. <-r Alemania, le? anarquistas rusos, están demasiado orgullosos de la
d ^ u á ú d ve ¡u pueblo para rechazar toda la culpa de su esclavitud sobre los
p ^ n a p e s o Bobie los chinos. Y sin embargo, con mucha más razón h áb il ¡tr to-
iiirki el derecho h istérico de echarla tanto sobre unos como sobre Qtras Poique,
eti fiii, ni verdad que las hordas m ogólicas que conquistaron a Rusia vimevon
por lü iro n tfp china. Es verdad que durante más de das siglos la tuvieron
jdrr'.t.c'a ’ ^ o B” yugo. Dos siglos de yugo bárbaro, ¡qué educación 1 Felizm ente,
et? educación no penetró nunca en el pueblo ruso propiam ente dicho, en la
matar ce 'o í campesinos, que continuaron viviendo bajo su ley consuetudinaria
comii-'ai, ignorando y detestando toda otra política y jurisprudencia, como lo
hícefl actualm ente. Pero depravó completamente a la nobleza y en gran p arte
tíTTMén si clero ruso, y estas dos clases privilegiadas, igualm ente brutales, igual*-
me"ir. ie i íi'es- pueden ser consideradas como las verdaderas fundadorps ¿«1 Itn-
p r r ij mosíio^ita E s verdad que este im psrio fué fundado principalm ente por si
STraetiirií’’to del pueblo, y que el pueblo ruso, que no recibió en el reparto esa
viitiid ae it, i-esignacióp de que parece datado en tan alto grado el pueblo ale-
ifliíi, no ces* nunca de d etestar ese imperio, ni de rebelarse contra ¿1. H a (ido
EL IMPERIO K M TOGERMXMCO 131
hiendo querido conciliar estas dos cosas inconciliables, han
paralizado largo tiempo una por otra, hasta que al fin, alec­
cionados por la experiencia, se han decidido a sacrificar
una para conquistar la otra. Y así, sobre las ruinas, no de su
libertad —no han sido jamás libres—, sino de sus sueños
liberales, están en vías de construir ahora su gran imperio
prusogermánico. Constituyen de aquí en adelante por su
propio deseo, libremente, una nación poderosa, un Estado
formidable y un pueblo esclavo.
## *

Durante cincuenta años consecutivos, desde 1815 hasta


1866, la burguesía alemana vivió en una singular ilusión
con relación a sí misma: se había creído liberal, y no lo
era de ningún modo. Desde la época en que recibió el bau­
tismo de Melanchthon y de Lutero, que la asociaron reli­
giosamente al poder absoluto de los príncipes, perdió defi­
nitivamente todos sus instintos de libertad. La resignación
y la obediencia se convirtieron más que nunca en su hábito
y en la expresión reflexiva de sus más íntimas convicciones,
en el resultado de su culto supersticioso hacia la omnipo-
j e¡ todavía JOy el único verdadero socialista revolucionario en Rusta Sut r e ­
vueltas o m i» bien sus revoluciones (en 1612, en 1667, en 1771) lian amenazado
frecuentem ente Ja existencia del Im perio m oscovita y tengo la firme convicción
de que, sin ta rd a r demasiado, una nueva revolución socialista popular, esta vez
triunfante, lo derribará por completo. E s verdad que sí los zacea de Moscú, m is
tai de em peradores de San Petersburgo, triunfaron hasta aquí de esta tena* y
violenta resistencia popular, ha sido gracias a la ciencia política, adm inistra­
tiva, burocrática y m ilita r que nos h a n dado los alemanes que, a l dotarnos de
tantas bellas cosas, no se olvidaron de regalarnos, no han podido dejar d e J e -
galerno», su culto, no oriental, sino p r o t e s t antegeiTnánico, y al bt»Der*i<0, re p re ­
sentante psibonai de la razón de E stado, la filosofía del servilismo nobiliario,
burgués, m ilita r y burocrático erigido en sistem a, lo que fué una desgracia, según
m i opinión. Porque la esclavitud oriental, bárbara, rapa»., saqveadoia de nues­
tra nobleza y de nuestro clero, era el producto bruta), pero conrpletam erte na­
tural, df> las circunstancias histó ricas desgraciadas, d r una profunda ígrforancl®
-j de una situación económ ica y política todavía m is desgraciada E sta escla­
vitud era un hecho natural, no u n sistem a, y como tal podía y debía m odificarse
bajo la influencia bienhechora de las ideas liberales, democráticas, socialistas >
hum anitarias de Occidente. Se modificó, en efecto, de suerte que. n a .a no hacer
m ención sino de los hechos m ás característicos, hemos visto de 1818 a 1835
varios centenares de nobles, la fiar de la nobleza, pertenecientes a la ciase m ás
iT,°tru¡da y m ás rica de Rusia, form ar una conspiración m uy serla y m uy
amenazadora contra el despotism o imperial, con él fin de fundar «obre sus rum as
una constitución m onáquica liberal, según el deseo de unos, o una república
federativa y dem ocrática según el del m ayor número, teniendo por b a te uno y
otro la em ancipación com pleta de los campesinos con la propiedad de la tie rra.
Desde entonces, no hubo u n a sola conspiración en Rusia en que los jóvenes
nobles, a m enudo muy rico», no hayan participado. Por otra parte, todo ei
urimdo sabe que io n precisam ente los hijos de nuestros sacerdote*» loa ««tu-
132 OBRAS COMPLETA i DE BAKUNIN

tencia del Estado, El sentimiento de la revuelta, ese orgu


lio satánico que rechaza la dominación de todo amo, divino
o humano, y que crea en el hombre el amor a la independen­
cia y a la libertad, no sólo le es desconocido, sino que le
repugna, la escandaliza y la espanta. La burguesía alemana
no sabría vivir sin amo; experimenta demasiado la necesi­
dad de respetar, de adorar, de someterse a quien quiera que
sea. Sí np es a un rey, a un emperador, será a un monarca
colectivo, el Estado y todos los funcionarios del Estado,
como fué hasta ahora el caso de Francfort, Hamburgo, Bre-
men, Lübeck, llamadas ciudades republicanas y libres, y
que pasaron a la dominación del nuevo emperador .de Ale­
mania sin darse cuenta de que han perdido su libertad.
Lo que descontenta al burgués alemán no es, pues, el
tener que obedecer a un amo, porque ahí está su hábito, su
segunda naturaleza, su religión, su pasión; es la insigni­
ficancia; la debilidad, la impotencia relativa de aquel a
quien debe y quiere obedecer. El' burgués alemán posee en
el más alto grado ese orgullo de todos los criados que refle­
ja s en sí mismos la importancia, la riqueza, la grandeza, la
potencia de su amo. Así es como se explica el culto retros­
pectivo de la figura histórica y casi mítica del emperador

diantes de nuestras academias y de nuestros sem inarios loa que constituyen 1*


¿•lau se sagrada del Partido Socialista Revolucionario en Rusia. Que los tcEores
patrio tas ¿lemanes, en presencia d e estos hechos incontestables y que tod» su
proverbial tóala fe no legrará destruir, quieran decirme si hubo ja m is en Ale­
m ania mueno'! nobles y estudiantes de teología que hayan conspirado contra <>1
E stado y por la emancipación del pueblo. Y, sin embargo, no es que le falten
ni npbi-b ni teólogos. ¿De qué procede, pues, esa pobreza, por no decir esa
ausencia de sentim ientos liberales y, dem ocráticos en la nobleza, en «1 clero
i dixé tam bién, para ser sincero h asta el fin, en la burguesía de Alemania?
E s que -a todas esas clases respetables, representantes de la civilización ale­
mana, ‘.1 servilism o no es sola un hecho natural, producto de causas n a tu ra l» ;
!¡e h a convertido en un sistema, en una ciencia, en una especie de culto re li­
gioso. y a causa de eso m ismo constituye una enfermedad incurable. ¿ Podéis
uinigipfros un burócrata alemán, o bien un oficial del ejército alemán, com pi­
lando o rebelándose por la libertad, por la em ancipación de los pueblos? No,
B.n duda. Hemos v isto últim am ente a los oficiales y a altos funcionarios de
Ht>/n>ov',r conspirar contra Bism arck, pero ¿con qué fia? Con el de restablecer
eoDrt el trono un rey déspota, un rey legitim o. Pues bien, la burocracia y Va
oficialidad tu sa s cuentan en sus filas muchos conspiradores por el bien del
pueblo He ahí la diferencia; está todavía e n 'fa v o r de Rusia Es, pues, n atural
que, aunque la acción servilizadora de la civilización alem ana no haya po­
dido oot omi>cr completamente los cuerpos privilegiados y oficiales de Rusia,
íií debido de ejercer constantem ente sobre esas clases una influencia m alsana.
Y, lo repito, es una gran dicha para el pueblo ruso que no haya sido alcanzado
por et>a civilización, lo mismo que no fué alcanzado por la civilización de los
mogoles
C onii» to d as estos hechos, ¿podrán los burgueses patriotas alemanes J t a r
une solo que dem uestre la influencia de la civilización m ogóiicobizantina d e la
R usta oficial sobra Alem ania? Les sarta com pletam ente imposible hacerlo, pu«sto
ZL IMPERIO K lSl ’TOGERMAMCO B'i
de Alemania, culto nacido en 1815 simultáneamente con el
seudoliberalismo alemán, del que fué después siempre el
obligado acompañamiento y al que debía necesariamente
ahogar y destruir tarde o temprano, cono acaba de hacerlo
en nuestros días. Tomad todas las canciones patrióticas de
los alemanes, compuestas desde 1815. No hablo de las can­
ciones de los obreros socialistas que abren una era nueva,
profetizan un mundo nuevo, el de la emancipación univer­
sal. No, tomad las canciones de los patriotas burgueses, co>
menzando por el himno pangermánico de Arndt. ¿Cuál es
el sentimiento que domina allí? ¿Es el del amor a la liber­
tad? No, es el de la grandeza y el de la potencia nacionales:
“¿Dónde está la patria alemana?” —se pregunta—. Y res­
ponde: “En todas partes donde resuena la lengua alemana”.
La libertad no inspira sino muy mediocremente a estos can­
tores del patriotismo alemán. Se diría que no hacen men­
ción d¿ ella por decencia. Su entusiasmo serio y sincero
peitenece únicamente a la unidad. Y hoy mismo, ¿de qué
argumentos se sirven para probar a los habitantes de Alsa-
cia y de Lorena, que fueron bautizados franceses por la re­
volución y que en este momento de crisis tan terrible para
ellos se sienten más apasionadamente franceses que nunca,
que son alemanes y que deben volver a ser alemanes? ¿Les
que ios rosos no han ido nunca a Alem ania n i como conquistador*!» al come
piof«sores, ni como adm inistradores; de donde resulta que ¡>i A le m a n a tomó
realm ente algo da la Rusia oficial, lo que niego form alm ente, no o-ido mfis
que por inclinación y por gusto.
S e iít verdaderam ente un acto mucho m ás digno de un excelente patriota
aiem ?a y de u r dem ócrata socialista sincero, como lo es indudablem ente el sefio-
Callos M arx, y sobre todo m ucho m ás provechoso para la Alerotviia popular,
qué, en lugar de f ^ t a r de consalar la vanidad n a c i o n a l , »tribv y rrd o « l a m e r t e
las faltas, los crím enes y la vergüenza d e A lem ania a un? írfluencia ex tranjera
Q u i s i e r a emplear su erudición inm ensa para piobar, conforme a \» justicia v t
la verdad históricas, que A lem ania ha producido, llevado y deiairollado h istó ­
ricam ente en sí misma todos los elem entos de fu esclavitud actual Le habrír
abandonado voluntariam ente la ta re a de realizar u» trabajo ian útil, « c e s a rlo
m ayorm ente desde el punto de v ista de la emancipación del pueblo alem án s
que, salido de i\i carebio y de su plum a, apoyado en esa erudición asombrosa
in»e la cual m e he in c li^ d o ya, seria, es natural, infinitam ente m ás completa
Pein como no espero que encuentre nunca conveniente y nenesaMo decir todc
'a verdad sobre este punto, m e encargo yo, y me esforzaré poi dem oíitai en él
curno de este escrito, aue la esclavitud, los crím enes y la vergüenza de la Ale­
m ania actual son los productos com pletam ente genutnog de cuatro glande*! ra u sat
históricas: el feudalism o nobiliario, cuyo espíritu, lejos de haber Mdt> \on cid r
como en Fianci?, se incorporó a la constitución actual de A lem án-a, el ansoltf-
tism o d e 1 soberano, sancionado por el protestantism o y transform ado p"'- íl en
un objeto de culto; el sevilism o perseverante y crónico de la bureueti'a de Al*
mama, y la paciencia a toda prueba de stt pueblo. Una quinta causa, en fin que
>e refiere por otra p arta m uy de cerca a las cuatro prim aras, e!> la de! nao-
/Manto y la rápida form ación de la potencia com pletam ente m ecánica \ com
pietam ente antinacional del E sta d o de Prusia. (B abanto.)
'34 OBRAS COMPLEJAS DE BAKL'MN

prometen la libertad, la emancipación del trabajo, una gran


prosperidad material, un noble y vasto desenvolvimiento
humano? No, nada de eso. Estos argumentos les conmueven
tan poco a ellos que no comprenden que puedan conmover
a los demás. Por otra parte, no se atreverían a llevar tan
allá la mentira, en un tiempo de publicidad en que la men­
tira se hace tan difícil, si no imposible. Saben, y todo el
mundo lo sabe, que ninguna de esas bellas cosas existe en
Alemania, y que Alemania no puede convertirse en un gran
imperio knutogermánico más que renunciando a ellas por
largo tiempo, aun en sus sueños, pues la realidad se ha
hecho demasiado sorprendente hoy, demasiado brutal para
que haya puesto y ocio en eila para los sueños.
A falta de todas estas grandes cosas a la vez reales y
humanas, los publicistas, los sabios, los patriotas y los poV*
tas de la burguesía alemana, ¿de qué les hablan? De la
grandeza pasada del imperio de Alemania, de ios Hohen-
staufen y del emperador Barbarroja. ¿Están locos? ¿Son
idiotas? No, son burgueses alemanes, patriotas alemanes.
¿Por qué diablos estos buenos burgueses, estos excelentes
patriotas adoran ese gran pasado católico, imperial y feu­
dal de Alemania? ¿Encuentran en él, como las ciudades de
Italia en los siglos X II, X III, XIV y XV, recuerdos de
potencia, de libertad, de inteligencia y de gloría burgufcsa?
La burguesía, o si queremos escuchar esta palabra confor­
me al espíritu de estos, tiempos retrasados, la nación^ el
pueblo alemán, ¿ fué entonces menos oprimido por sus prín­
cipes despóticos y por su nobleza arrogante? No, sin duda;
lo fué más que hoy. Pero entonces, ¿qué quieren buscar en
los siglos pasados esos sabios burgueses de Alemania? La
potencia del amo. Es la ambición de los criados.
En presencia de lo que pasa hoy, la duda no es posible.
La burguesía alemana no amó nunca, ni comprendió ni quiso
Ja libertad. Vive en su servidumbre, tranquila y feliz como
una rata en un queso, pero quiere que el queso sea grande.
Desde X815 hasta nuestros días, no ha deseado más que una
sola cosa, pero esa cosa la ha querido con una pasión perse­
verante, enérgica y digna de un objeto más noble: ha que­
rido sentirse bajo la mano de un amo poderoso, aunque sea
un déspota feroz y brutal, siempre que pueda darle, en
compensación de su necesaria esclavitud, lo que llama su
EL IMPERIO K N U O G E R M A toC G

grandeza nacional; siempre que haga temblar a loa pueblos,


comprendido el pueblo alemán, en nombre de la civilización
alemana.
Se me objetará que la burguesía de todos los países de­
muestra hoy las mismas tendencias; que en todas partea
corre presurosa a refugiarse bajo la protección de la dictó-
dura militar, su último refugio contra las invasiones más y
más amenazadoras del proletariado. En todas partes re­
nuncia a su libertad, en nombre de la salvación de su bolsa,
y para conservar sus privilegios renuncia en todas partei
a sus derechos. El liberalismo burgués se ha convertido en
todos los países en una mentira, pues no existe apenas más
que de nombre.
Sí, es verdad. Pero al menos, en el pasado, el liberalismo
de los burgueses italianos, suizos, holandeses, belgas, ingle­
ses y franceses ha existido realmente mientras que el de la
burguesía alemana no existió nunca. No encontraréis ningún
rastro de él ni antes ni después de la Reforma.

H ISTO RIA DEL LIBERALISM O ALEMAN


La guerra civil, tan funesta para el poder de los Estado#,
es al contrario, y a causa de eso mismo, Favorable siempre
para^el despertar de la iniciativa popular y el desenvolvi­
miento intelectual, moral y aun material de los pueblos.
La razón es muy sencilla: perturba, rompe en las masas esa
disposición carneril, tan querida por todos los gobiernos y
que transforma a los pueblos en otros tantos rebaños a los
que se apacenta y esquila a voluntad. Quebranta la mono­
tonía embrutecedora de su existencia cotidiana, maquinal,
desprovista de pensamiento y, forzándolos a reflexionar so­
bre las pretensiones respectivas de los príncipes o de los
partidos que se disputan el derecho a explotarlos y a opri­
mirlos, los lleva muy a menudo a la conciencia, si. no refle­
xiva, al menos instintiva de esta profunda verdad: que los
derechos de los unos son tan nulos como los derechos de
los otros y que sus intenciones son igualmente malas. Ade­
más, desde el momento en que el pensamiento, habitualmen­
te dormido, de las masas se despierta sobre un punto, se ex­
tiende necesariamente a todos los demás. La inteligencia
del pueblo se rebela, rompe su inmovilidad secular y, sa-
116 OBRAS COM PLETAS D E B A K V N IN

Herido de los límites de una fe maquinal, rompiendo el yugo


de las representaciones o de las nociones tradicionales y
petrificadas que lo habían tenido atado ante toda idea, so-
mete a una crítica severa, apasionada, dirigida por su buen
sentido y por su honesta conciencia —que valen a menudo
más que la ciencia—, sus ídolos de ayer. Así es como se
despierta el espíritu del pueblo. Con el espíritu nace en él
el instinto sagrado, el instinto esencialmente humano de la
revuelta, fuente de toda emancipación, y se desarrollan si­
multáneamente sji moral y su prosperidad material, hijas
gemelas de la libertad. Esa libertad, tan benéfica para el
pueblo, encuentra un apoyo, una garantía y un aliento en
la guerra civil misma que, al dividir a sus opresores, a sus
explotadores, a sus tutores y a sus amos, disminuye natu­
ralmente la potencia maléfica fde unos y de otros. Cuando
los amos se desgarran entre sí,' el pobre pueblo, libertado al
menos en parte de la monotonía del orden público, o más
bien de la anarquía y de la iniquidad petrificadas que se le
impusieron bajo ese nombre de orden público por «u autori­
dad detestable, puede respirar un poco más a sus anchas.
Por lo demás, las partes adversas, debilitadas por la divi­
sión y la lucha, tienen necesidad de las simpatías de las
masas para triunfar unas sobre otras. El pueblo se convierte
en querida adulada, solicitada, cortejada. Se le hacen toda
suerte de promesas, y cuando el pueblo es bastante inteli­
gente como para no contentarse con promesas, se le hacen
concesiones reales, políticas y materiales. Si no se emancipa
entonces, la culpa es suya.
El procedimiento que acabo de describir es precisamente
aquel por el cual se han emancipado más o menos en la
Edad Media las comunas de todos los países del occidente
de Europa. Por el modo de emanciparse y sobre todo por
las consecuencias políticas, intelectuales y sociales que han
sabido sacar de su emancipación, se puede juzgar de su
espíritu, de b u s tendencias naturales y de sus temperamen­
tos nacionales respectivos.
Así, hacia fines del siglo XI ya, vimos a Italia en pleno
desenvolvimiento de sus libertades municipales, de su co­
mercio y de sus artes nacientes. Las ciudades de Italia
saben aprovechar la lucha memorable de los emperadores
y de los papas que comienza, para conquistar su indepen­
EL IMPERIO KN LTOÚERM iAlCO 13?

dencia. En ese mismo siglo, Francia e Inglaterra se encuen­


tran ya en plena filosofía escolástica, y como consecuencia
de este primer despertar del pensamiento en la fe y de esta
revuelta implícita contra la fe, vemos en el mediodía de
Francia el nacimiento de la herejía valdense. En Alemania,
nada. Trabaja, reza, canta, construye sus templos, sublime
expresión de su fe robusta e ingenua, y obedece sin mur­
murar a sus sacerdotes, a sus nobles, a sus príncipes y a su
emperador que la embrutecen y le roban sin piedad ni ver­
güenza.
En el siglo X II, se forma la Liga de las ciudades inde­
pendientes y libres de- Italia contra el emperador y contra
el papa. Con la libertad política, comienza naturalmente la
rebeldía de la inteligencia. Vemos al gran Arnaldo de Bres-
cia quemado en Roma por herejía, en 1155. En Francia, se
quema a Pierre de Bruys y se persigue a Abelardo; y lo que
es más, la herejía verdaderamente popular y revolucionaria
de los albigenses se subleva contra la dominación del papa*
de los sacerdotes y de los señores feudales. Perseguidos, se
esparcen por Flandes, por Bohemia, hasta Bulgaria, pero
nc por Alemania. En Inglaterra, el rey Enrique I Beauclerc
es obligado a firmar una constitución, base de todas las li­
bertades ulteriores. En medio de ese movimiento, única­
mente la fiel Alemania queda inmóvil e intacta. Ni un pen­
samiento, ni un acto que denote el despertar de una volun­
tad independiente o de una aspiración cualquiera en el
pueblo. Sólo dos hechos importantes. Primero, la creación
de dos órdenes caballerescas nuevas, la de los cruzados teu­
tónicos y la de los portaespadas livonianos, encargadas am­
bas de preparar la grandeza y el poder del futuro imperio
knutogermánico por la propaganda armada del catolicismo
y del germanismo en el noroeste y el norte de Europa. Se
conoce el método uniforme y constante de que hicieron uso
estos amables propagandistas del evangelio de Cristo para
convertir y germanizar las poblaciones eslavas bárbaras y
paganas. Es el mismo método que sus dignos sucesores em­
plean hoy para moralizar, para civilizar, para germanizar a
Francia: estos tres verbos tienen en los labios y en los
pensamientos de los patriotas alemanes el mismo sentido.
Es la matanza en masa y en detalle, el incendio, el saqueo,
la violación, la destrucción de una parte de la población y
Qbras <¡t Bakunin. - II 9
lis OBRAS COMPL E TA S D E B A K U M N

el sometimiento del resto. En el país conquistado, alrededor


de los campos atrincherados de estos civilizadores armadoB,
se formaban luego ciudades alemanas. En medio de ellos
iba a establecerse el santo obispo, que bendecía siempre to­
dos los atentados cometidos o emprendidos por estos nobles
bandidos; con él venía una tropa de sacerdotes y bautizaba
por la fuerza, a los pobres paganos que habían sobrevivido
a la matanza; después se obligaba a esos e s c la v o s a cons­
tru ir iglesias. Atraídos por tanta santidad y gloria, llega­
ban después los burgueses alemanes, humildes, serviles, co­
bardemente resptuosos ante la arrogancia nobiliaria, de ro­
dillas ante todas las autoridades establecidas, políticas y
religiosas, achatados en una palabra ante todo lo que signi­
ficaba un poder cualquiera, pero excesivamente duros y lle­
nos de desprecio y de odio hacia las poblaciones indígenas
vencidas i por otra parte, uniendo a estas cualidades útiles,
ya que no brillantes, una fuerza, una inteligencia y una
perseverancia de trabajo muy respetables, y no sé qué po­
tencia vegetativa de crecimiento y de expansión invasora,
se hacían estos laboriosos parásitos muy peligrosos para la
independencia y la integridad del carácter nacional, aun
en el país adonde habían ido a establecerse no por derecho
de conquista, sino por favor, como en Polonia, por ejemplo.
Así es como la Prusia oriental y occidental y una parte del
Gran Ducado de Posen se vieron un buen día germaniza­
das. El segundo hecho alemán, que se realiza en este siglo,
es el renacimiento del derecho romano, provocado, claro
que no por iniciativa nacional, sino por voluntad de los em­
peradores que preparan las bases del absolutismo moderno
al proteger y propagar el estudio de las Pandectas de Jus-
tiniano encontradas.
En el siglo X III, la burguesía alemana parece por fin
despertar. La guerra de los güelfos y gíbelinos, después de
haber durado cerca de un siglo, logra interrumpir sus can­
tos y sus sueños y sacarla de su piadosa letargía. Comienza
verdaderamente con un golpe maestro. Siguiendo, sin duda,
el ejemplo que le habían dado las ciudades de Italia, cuyas
relaciones comerciales sé habían extendido por toda Ale­
mania, más de sesenta ciudades alemanas forman una liga
comercial y necesariamente política, formidable, la famosa
Hansa,
EL IMPERIO K \ L IOOERM AM CO 139
Si la burguesía alemana hubiese tenido el instinto de la
libertad, aunque parcial y restringido, lo único que habría
sido posible en esos tiempos lejanos, hubiera podido con­
quistar su independencia y establecer su poder político ya
en el siglo X III, como lo había hecho mucho antes la bur­
guesía de Italia. La situación política de las ciudades ale­
manas, por otra parte, se parecía mucho a la de las ciudades
italianas, a las que estaban asociadas doblemente por las
pretensiones del Santo Imperio y por las relaciones más
reales del comercio.
Como las ciudades republicanas de. Italia, las ciudades
alemanas no podían contar más que consigo mismas. No po­
dían apoyarse como las comunas de Francia en el poder
creciente de la centralización monárquica, no habiendo po­
dido jamás consolidarse y echar raíces en Alemania el po­
der de los emperadores, que residía mucho más en su capa­
cidad y en su influencia personales que en las instituciones
políticas, y que por consiguiente variaba con el cambio de
las personas. Por lo demás, ocupados siempre con los nego­
cios de Italia y con su lucha interminable contra los papas,
pasaban las tres cuartas partes de su tiempo fuera de Ale­
mania. Por esta doble razón, la potencia de los emperadores,
siempre precaria y siempre disputada, no podía ofrecer,
como la de los reyes de Francia, un apoyo suficiente y serio
para la emancipación de las comunas.
Las ciudades de Alemania no podían tampoco aliarse
como las comunas inglesas con la aristocracia territorial
contra el poder del emperador para reivindicar su parte de
libertad política; las casas soberanas y toda la nobleza feu­
dal de Alemania, al contrario de la aristocracia inglesa, se
habían distinguido siempre por una ausencia completa de
Fentido político. Eran simplemente un amasijo de brutales
bandidos, bestiales, estúpidos, ignorantes, sin gusto más que
para la guerra feroz y rapaz, para la lujuria y el desenfreno.
No valían más que para atacar a los mercaderes de la? ciu­
dades en los gj-andes caminos, o bien para saquear las ciuda­
des cuando se sentían con fuerza para ello, pero no para
comprender la utilidad de una alianza con éstas.
Las ciudades alemanas, para defenderse contra la brutal
opresión, contra las vejaciones y contra la rapiña regular
v no regular de los emperadores, de los príncipes soberanos
140 OBRAS CO M PLEJAS D E B A K L \ I . \

y de loa nobles, no podían contar realmente más que con


sus propias fuerzas y con la alianza entie sí. Mas para que
esa alianza, esa misma Hansa, que nunca fué más que una
alianza casi exclusivamente comercial, pudiese ofrecerles
una protección suficiente, habría sido preciso que tomase
un carácter y una importancia decididamente política: que
interviniese como parte reconocida y respetada en la cons­
titución misma y en todos los asuntos tanto interiores como
exteriores del Imperio.
Las circunstancias, por lo demás, eran enteramente favo­
rables. La potencia de todas las autoridades del Imperio
había, sido considerablemente debilitada por la lucha de los
gibelinos y de los güelfos; y puesto que las ciudades alema­
nas se habían sentido bastante fuertes para formar una liga
de defensa mutua contra todos los ladrones coronados o no
coronados que las amenazaban por todas partes, nada les
Impedía dar a esa liga un carácter político mucho más po­
sitivo: el de una formidable potencia colectiva que recla­
mase e impusiese respeto. Podían hacer más: aprovechán­
dose de la unión más o menos ficticia que el místico Santo
Imperio había establecido entre Italia y Alemania, las ciu­
dades alemanas habrían podido aliarse o federarse con las
ciudades italianas, como se habían aliado con las flamencas
y más tarde con algunas ciudades polacas ¡ deberían haberlo
hecho, naturalmente, no sobre una base exclusivamente ale­
mana, sino ampliamente internacional; y quién sabe si tal
alianza, añadiendo a la fuerza nativa y un tanto pesada y
bruta de los alemanes, el espíritu, la capacidad política y
al amor a la libertad de los italianos, habría dado al desen­
volvimiento político y social del Occidente una dirección
del todo diferente y mucho más ventajosa para la civiliza­
ción del mundo entero. La única desventaja probablemente
resultante de tal alianza, hubiera sidu la formación de un
nuevo mundo político, poderoso y libre, al margen de las
masas agrícolas y por consiguiente contra ellas; los campe­
sinos de Italia y de Alemania habrían sido entregados más
resueltamente aún a la merced de los señores feudales, re­
sultado que por otra parte no fué evitado, puesto que la
organización municipal de las ciudades ha tenido por con­
secuencia separar profundamente los campesinos de los bur­
gueses y de sus obreros, en Italia como en Alemania.
EL IMPERIO RNLTO O ERM AM CO 14J

Pero no soñemos por estos buenos burgueses alemanes.


Sueñan bastante ellos mismos; la desgracia es que sus sue­
ños jamás han tenido la libertad por objeto. No han tenido
nunca, ni entonces ni después, las disposiciones intelectua­
les y morales necesarias para concebir, para amar, para que­
rer y para crear la libertad. El espíritu de independencia
les ha sido siempre desconocido. La rebeldía les xepugna
tanto como les espanta. Es incompatible con su carácter re­
signado y sumiso, con sus hábitos pacientes y apaciblemen­
te laboriosos, con su culto a la vez razonado y místico de
la autoridad. Se diría que todos los burgueses alemanes
nacen con la jiba de la piedad, con la jiba del orden público
y de la obediencia incondicional. Con tales disposiciones,
nadie se emancipa nunca, y aun en medio de las condiciones
más favorables se queda uno esclavo.
Esto es lo que sucedió a la liga de las ciudades hanseáti*
cas. Nunca salió de los límites de la moderación y de la
prudencia, y no exigió más que tres cosas: que se le dejase
enriquecerse apaciblemente con su industria y con su co­
mercio, que se respetase su organización y su jurisdicción
interna y que no se le exigiesen sacrificios de dinero dema­
siado grandes a cambio de la protección o de la tolerancia
que se le concedía. En cuanto a los asuntos generales del
Imperio, tanto interiores como exteriores, la burguesía ale­
mana lbs dejó de buen grado a los grandes señores (de-n
grossen Herren), demasiado modesta para mezclarse en
ellos,
Una moderación política tan grande ha debido de ser
acompañada, necesariamente, o más bien hasta es un sín­
toma cierto, de una gran lentitud en el desenvolvimiento
intelectual y social de una nación. Y en efecto, vemos que
durante el siglo X III, el espíritu alemán, a pesar del gran
movimiento comercial e industrial, a pesar de la prosperi­
dad material de las ciudades alemanas, no produjo absolu­
tamente nada. En ese mismo siglo se enseñaba ya en las
escuelas de la Universidad de París, no obstante el Rey y
el Papa, una doctrina cuyo atrevimiento habría espantado
a nuestros metafísicos y a nuestros teólogos, doctrina que
afirmaba, por ejemplo, que siendo eterno el mundo no ha­
bía podido ser creado, y negaba la inmortalidad de las almas
y el libre albedrío. En Inglaterra, encontramos al gran
¡42 O BRAS COM PLETAS D E B A K L M N

monje Roger Bacon, el precursor de la ciencia moderna


y el verdadero inventor de la brújula y de la pólvora, aun­
que Jos alemanes quieren atribuirse esta última invención,
sin duda para hacer mentir al proverbio. En Italia, nacía
Dante. En Alemania, noche intelectual completa.
En el siglo XVI, Italia posee ya una magnífica literatura
nacional: Dante, Petrarca, Boccacio; y en el orden político
a Rienzi, a Miguel Lando, el obrero cardador, confaloniero
en Florencia. En Francia, las comunas, representadas en
los Estados generales, determinan definitivamente su carác­
ter político, apoyando a la realeza contra la aristocracia y
el papa. Ese es también el siglo de la jacquerie, esa primera
insurrección de los campos de Francia, insurrección para la
cual los socialistas sinceros no tendrán, sin duda, el desdén
ni el odio de los burgueses. En Inglaterra, Juan Wiclef,
el verdadero iniciador de la reforma religiosa, comienza a
predicar. En Bohemia, país eslavo, que desgraciadamente
constituía parte del Imperio germánico, hallamos en las ma­
sas populares, entre los campesinos, la secta tan interesante
y tan simpática de los fraticelli, que se atrevieron a tomar,
contra el déspota celeste, el partido de Satanás, ese jefe
espiritual de-todos los revolucionarios pasados, presentes y
del porvenir, el verdadero autor de la emancipación humana
según el testimonio de la Biblia, el negador del imperio
celeste como nosotros lo somos de todos los imperios te
rrestres, el creador de la libertad: aquel mismo a quien
Proudhon, en su libro sobre la justicia, saludaba con una
elocuencia llena de amor. Los fraticeJli prepararon el te*
rreno para la revolución de Huss y de Ziska. La libertad
suiza, en fin, nace en este siglo.
La revuelta de los cantones alemanes de Suiza contra el
despotismo de la casa de los Habsburgo, es un hecho tan
contrario al espíritu nacional de Alemania, que tuvo por
consecuencia necesaria, inmediata, la formación de una nue­
va nación suiza, bautizada en el nombre de la revuelta y de
la libertad, y como tal separada desde entonces por una ba­
rrera infranqueable del Imperio germánico*
Los patriotas alemanes tienen gueto en repetir, con la
célebre canción pangermánica de Arndt, que “su patria se
extiende tan lejos como resuena su idioma, cantando ala­
banzas a Dios”.
EL IMPERIO KNL.TOOERMA.SICO 143

S o w e it d ie deutsch e Zunge kling,


Und G o tt im H im m el L ie d e r s in g ti
Si quisieran conformarse más bien al sentido real de su
historia que a las inspiraciones de su fantasía omnívora,
habrían debido decir que su patria se extiende tan lejos
como la esclavitud de los pueblos y cesa donde comienza
la libertad.
No sólo Suiza, sino las ciudades de Flandes, ligadas sin
embargo con las de Alemania por intereses materiales, pot
los de un comercio creciente y próspero, y no obstante for­
mar parte de la liga hanseática, tendieron, a partir de este
mismo siglo, a separarse siempre más bajo la influencia de
esa misma libertad.
En Alemania, durante todo ese siglo, en medio de una
prosperidad material creciente, no se percibe movimiento
alguno intelectual ni social. En política, dos hechos única­
mente : el primero es la declaración de los príncipes del Im­
perio que, arrastrados por el ejemplo de los reyes de Fran­
cia, proclaman que el Imperio debe ser independiente del
Papa y que la dignidad imperial no procede más que de
Dios solo. El segundo es la institución de la famosa Bula
de Oro, que organiza definitivamente el Imperio y decide
que habrá en la sucesivo siete príncipes electores, en honor
a los siete candelabros del Apocalipsis.
Henos aquí llegados al siglo XV. Es el siglo del Renaci­
miento. Italia está en plena florescencia. Armado con la
filosofía que volvió a encontrar en la Grecia antigua, rom­
pe la dura prisión en que había sido encerrado durante
diez siglos el espíritu humano. La fe cae, el pensamiento
libie renace. Esta es la aurora resplandeciente y alegre de
la emancipación humana. El suelo libre de Italia se cubre
de libres y atrevidos pensadores. La Iglesia misma se hace
pagana. Los papas y los cardenales desdeñan a San Pablo
por Aristóteles y Platón, abrazan la filosofía materialista
de Epicuro y, olvidadizos del Júpiter cristiano, no juran
ya más que por Baco y Venus; lo que no les impide perse­
guir por momentos a los librepensadores, cuya propaganda
sugestiva amenaza aniquilar la fe de las masas populares,
ese recurso de su poder y de sus rentas. El ardiente e ilus­
tre propagador de la fe nueva, de la fe humana. Pico de la
OBRAS COMPLETAS DE B A Ü U \l\

Mirándola, muerto tan joven, atrae principalmente contra


él los rayos del Vaticano.
En Francia y en Inglaterra, época de estancamiento En
la primera mitad de este siglo, hay una guerra odiosa, es­
túpida, fomentada por la ambición de los reyes y sostenida
tontamente por la nación inglesa, una guerra que hizo re­
troceder un siglo a Inglaterra y a Francia. Como los pru­
sianos hoy, los ingleses del siglo XV habían querido des­
truir, someter a Francia. Se habían apoderado de París. lo
que los alemanes, a pesar de toda su buena voluntad, no
lograron todavía hacer hasta aquí (1), y habían quemado a
Juana de Arco en Ruán, como los alemanes ahorcan hoy a
los francotiradores. Fueron, por fin, expulsados de París
y de Francia como, lo esperamos siempre, los alemanes aca­
barán también por serlo. En la segunda mitad del siglo XV,
vemos en Francia el nacimiento del verdadero despotismo
real, reforzado por esa guerra.
Es la época de Luis XI, un rudo colega que vale por sí
solo un Guillermo I con sus Bismarck y Moltke, el funda­
dor de la centralización burocrática y militar de Francia,,
el creador del Estado. Se digna también algunas veces apo­
yarse en las simpatías interesadas de su fiel burguesía, que
ve con gusto a su buen rey abatir las cabezas, tan arrogantes
y tan altivas, de sus señores feudales; pero se ve ya en el
modo de comportarse con ella que si ésta no quisiera apo­
yarlo. podría muy bien obligarla a ello. Toda independen­
cia, nobiliaria o burguesa, espiritual o temporal, le es igual­
mente odiosa. Suprime la caballería e instituye las órdenes
m ilitares: eso para la nobleza. Impone a sus buenas ciuda­
des su conveniencia y dicta su voluntad a los Estados ge­
nerales: eso para la burguesía. Prohíbe en fin la lectura
'de las obras de los nominales y ordena la de los reales; eso
para el librepensamiento. Pues bien, a pesar dé una compre­
sión tan dura, Francia da un Rabelais a fines del siglo X V :
un genio profundamente popular, galo, desbordante de ese
espíritu de rebeldía humana que caracteriza el siglo del
Renacimiento.
E n Inglaterra, a pesar del debilitamiento del espíritu
(11 E stas páginas h an sido escrita* antes de haber recibido Bakunin la
noticia de la capitulación de P a rís , ■y constituyen p arte del envío de m anus­
crito» Que me hizo el autor el 16 de febrero de 1871 (h o ja s 81-109). ÍJ. Gut-
Uaume.)
EL IMPLRiO K M nO G E R M A M C O t45

popular, consecuencia natural de la guerra odiosa que habla


hecho a Francia, vemos durante todo el siglo XV a lós
discípulos de W iclef propagar la doctrina del maestro* no
obstante las crueles persecuciones de que son víctima», y
preparar así el terreno a la revolución religiosa que estalló
un siglo más tarde. Al mismo tiempo, por la vía de una pro­
paganda individual, sorda, invisible e insecuestrable, pero
sin embargo muy vivaz, en Inglaterra tanto como en Fran­
cia, el espíritu libre del Renacimiento tiende a crear una
filosofía nueva. Las ciudades alemanas, amantes de su li­
bertad y fuertes en su prosperidad material, entran en ple­
no en el desenvolvimiento artístico e intelectual moderno,
separándose por eso mismo más y más de Alemania.
En cuanto a Alemania, la vemos dormir su más hermosa
sueño durante toda la primera mitad de este siglo, Y sin
embargo sucedió en el seno del Imperio y en la vecindad
más inmediata de Alemania un hecho inmenso que hubiese
bastado para sacudir la somnolencia de cualquier otra na­
ción, Quiero hablar de la revuelta religiosa de Juan Huss,
el gran reformador eslavo.
* * *
Con un sentimiento de profunda simpatía y d« altivoz
fraternal, pienso en ese gran movimiento nacional de un
pueblo eslavo. Fué más que un movimiento religioso, fué
una protesta victoriosa contra el despotismo alemán, con­
tra la civilización aristocráticoburguesa de los alemanes;
fué la revuelta de la antigua comuna eslava contra el Estado
alemán. Dos grandes revueltas eslavas habían tenido lugar
ya en el siglo XI. La primera fué dirigida contra la piadosa
opresión de esos bravos caballeros teutónicos, antepasados
de los lugartenientes junkers actuales de Prusia. Los insu­
rrectos eslavos habían quemado todas las iglesias y extermi­
nado a los sacerdotes. Detestaban el cristianismo, y cor
mucha razón, porque el cristianismo era el germanismo er..
su forma menos agraciada; era el amable caballero, el vir­
tuoso sacerdote y el honesto burgués, los tres alemanes de
pura sangre y representantes como tales de la idea de auto
ridad incondicional y de la. realidad de una opresión brutal,
insolente y cruel- La segunda insurrección tuvo lugar una.
treintena de años después, en Polonia. Esa fué la primaré.
OBRAS COMPLETAS DE B A kU N iN

y la única insurrección de los campesinos propiamente' po­


lacos. Fué ahogada por el rey Casimiro. He aquí cómo es
juzgado ese acontecimiento por el historiador polaco Lele*
wel, cuyo patriotismo y hasta una cierta predilección por la
clase que él llama democracia nobiliaria no pueden ser pues-
tos en duda por nadie: “El partido de Maslaw [el jefe de
los campesinos insurrectos de Masóvia] era popular y alia­
do del paganismo; el partido de Casimiro era aristocrático
y amigo del cristianismo” [es decir del germanismo]. Y aña­
de más lejos: “Es preciso absolutamente considerar este
movimiento desastroso como una victoria obtenida sobre las
clases inferiores, cuya suerte no podía menos de empeorar
en su consecuencia. E l orden iué restablecido, pero la mar­
cha del estado social se hizo desde entonces grandemente
desventajosa para las clases inferiores”. (Historia de Polo­
nia, Joaquín Lelewel, tomo II, pág. 19.)
Bohemia se había dejado germanizar todavía más que
Polonia. Como esta última, jamás había sido conquistada
por los alemanes, pero se había dejado depravar profunda­
mente por ellos. Miembro del Santo Imperio desde 3U for­
mación como Estado, no había podido, por desgracia, sepa­
rarse jamás de él, y había adoptado todas las instituciones
clericales, feudales y burguesas. Las ciudades y la nobleza
de Bohemia se habían germanizado en parte; nobleza, bur­
guesía y clero eran alemanes, no de nacimiento sino de bau­
tismo, así como por educación y por posición política y so­
cial; la organización primitiva de las comunas eslavas no
adm itía ni sacerdotes, ni clases. Solos, los campesinos de
Bohemia se habían conservado puros de esa lepra alemana y
eran naturalmente las víctimas. Esto explica sus simpatías
instintivas hacia todas las grandes herejías populares. Así
vimos la herejía de los valdenses esparcirse por Bohemia
ya en el siglo X II y la de los fraticelíi en el siglo XIV, y
hacia el fin de este siglo le tocó la vez a la herejía de Wi-
clef, cuyas obras fueron traducidas en idioma bohemio.
Todas esas herejías habían llamado igualmente a las puer­
tas de Alemania; hasta debieron atravesarla, para llegar a
Bohemia. Pero en el suelo del pueblo alemán no encontra­
ron el menor eco. Llevando en sí el germen de la revuelta,
debieron deslizarse, sin poder afectarla, sobre su felicidad
inquebrantable, no llegando siquiera a turbar su sueño pro­
EL IMPERIO K N b l O G B R M i M C O

fundo. Al contrario, encontraron un terreno propicio en


Bohemia, cuyo pueblo, sometido pero no germanizado, mal-
decía desde el fondo de su corazón esa servidumbre y toda
la civilización aristocráticoburguesa de los alemanes. Esto
explica por qué, en el camino de la protesta religiosa, el
pueblo checo se ha adelantado en un siglo al pueblo alemán.
Una de las primeras manifestaciones de ese movimiento
religioso en Bohemia fué la expulsión en masa de todos los
profesores alemanes de la Universidad de Praga, crimen
horrible que los alemanes no pudieron perdonar jamás al
pueblo checo. Y sin embargo, si se mira más de cerca, se
deberá convenir que ese pueblo tuvo mil veces razón para
expulsar a estos corruptores patentados y serviles de la
juventud eslava. A excepción de un corto período, de trein­
ta y cinco años más o menos, entre 1813 y 1848, durante los
cuales la desvergüenza del liberalismo, hasta del democra­
tismo burgués, se había deslizado por contrabando y se ha­
bía mantenido en laB universidades alemanas, representado
por una veintena, por una treintena de sabios ilustres y ani­
mados de 'un liberalismo sincero, ved lo que han sido loa
profesores alemanes hasta esa época y lo que han llegado a
ser bajo la influencia de la reacción de 1849: los aduladores
de todas las autoridades, los profesores del servilismo. Sali­
dos de la burguesía alemana, expresan conscientemente sua
tendencias y su espíritu. Su ciencia es la manifestación fiel
de la conciencia esclava. Es la consagración ideal de una
esclavitud histórica.
Los profesores alemanes del siglo XV en Praga eran al
menos tan serviles, tan lacayos como lo son los profesores
de la Alemania actual. Estos están entregados en cuerpo y
alma a Guillermo I, el feroz, el amo próximo del imperio
knutogermánico. Aquéllos estaban servilmente dedicados
de antemano a todos los emperadores que pluguiera a los
siete príncipes electores apocalípticos de Alemania dar al
Santo Imperio germánico. Poco importaba para ellos quién
era el amo, siempre que lo hubiese, siendo una sociedad sin
amo una monstruosidad que debía rebelar necesariamente
su imaginación burguesaalemana. Eso hubiese sido el de­
rrumbamiento de la civilización germánica.
Por lo demás, ¿qué ciencias enseñaban estos profesores
alemanes del siglo XV? La teología católica f:«nana y el
148 OBRAS COMPLEJAS DL BAKl M \

código de Justiniano, dos instrumentos del despotismo.


Agregad a ello la filosofía escolástica, y eso en una época
en que después de haber hecho, sin duda, en los siglos pa­
sados, grandes servicios a la emancipación del espíritu, se
había detenido y como inmovilizado en su pesadez mons­
truosa y pedante, batida en brecha por el pensamiento mo­
derno que animaba el presentimiento, si no todavía la pose­
sión, de la ciencia viva, Añadid a esto un poco de medicina
bárbara, enseñada como lo demás en un latín muy bárbaro,
y tendréis todo el bagaje científico de esos profesores.
¿Valía le pena retenerlos para eso? Había una gran urgen­
cia en alejarlos: además de depravar la juventud con su
enseñanza y su ejemplo servil, eran agentes muy activos,
muy celosos de esa fatal casa de Habsburgo que ambiciona­
ba ya a la Bohemia como presa.
Juan Huss y Jerónimo de Praga, su amigo y su discípulo,
contribuyeron mucho a su expulsión. Asi, cuando el em­
perador Segismundo, violando el salvoconducto que les ha­
bía sido concedido, los hizo juzgar primero por el Concilio
de Constanza, después quemar a los dos, uno en 1415 y otro
en 1416, allá, en plena Alemania, en presencia de una in­
mensa concurrencia de alemanes que habían acudido desde
lejos para asistir al espectáculo, ninguna voz humana se
levantó para protestar contra esa atrocidad desleal e in-
famt. Fué preciso que pasasen cien años todavía para que
Lutero rehabilitase en Alemania la memoria de estos dos
grandes reformadores y mártires eslavos,
Pero si el pueblo alemán, probablemente todavía ador­
mecido y en sueños, dejó sin protesta ese odioso atentado,
el pueblo checo protestó por una revolución formidable. El
grande y terrible Ziska, ese héroe, ese vengador popular,
cuya memoria vive todavía como una promesa de porvenir
en el seno de las campiñas de Bohemia entera, s« levantó,
y a la cabeza de sus taboritas, recorriendo toda Bohemia,
quemó las iglesias, maté a los sacerdotes y barrió toda la
podredumbre imperial o alemana, lo que entonces significa­
ba la misma cosa, porque todos los alemanes en Bohemia
eran partidarios del emperador. Después de Ziska fué el
gran Procopio el que llevó el terror al corazón de los ale­
manes. Los mismos burgueses de Praga, por otra parte mu­
cho más moderados que los husitas de los campos, hicieron
E l IMPERIO K N l'IO C kR M A N iC O 149

saltar por las ventanas, según el antiguo uso de ese país,


a los partidarios del emperador Segismundo, en 1419, cuan
do ese infame perjuro, ese asesino de Juan Huss y de Jeró
nimo de Praga, tuvo la audacia insolente y cínica de pre
sentarse como competidor de la corona vacante de Bohemia,
j Un buen ejemplo a seguir! Así es como deben ser tratadas,
en interés de la emancipación universal, todas las personas
que quieran imponerse como autoridades oficiales a las ma­
sas populares bajo cualquier máscara, bajo cualquier pre­
texto y bajo cualquier dominación que sea.
Durante diecisiete años, estos taboritas terribles, que vi­
vían entre sí en comunidad fraternal, derrotaron todas las
tropas de Sajonia, de Franconia, de Baviera, del Rin y de
Austria que el Emperador y el Papa enviaron en cruzada
contra ellos; limpiaron la Moravia y la Silesia y llevaron
el terror de sus armas al corazón mismo de Austria. Fueron,
en fin, batidos por el emperador Segismundo. ¿Por qué?
Porque fueron debilitados por las intrigas y por la trai­
ción de un partido checo también, pero formado por la
coalición de la nobleza indígena y de la burguesía de Pra­
ga, alemanas por educación, por posición, por ideas y cos­
tumbres, si no de corazón, y que se llamaban, por oposición
a los taboritas comunistas y revolucionarios, el partido de
los calixtinos; pedían reformas sabias, posibles; representa-
ban, en una palabra, en esa época, en Bohemia, esa misma
política de la moderación hipócrita y de la impotencia hábil
que los señores Palacki, Rieger, Brauner y compañía repre­
sentan tan bien hoy.
A partir de esa época, la revolución popular comenzó
a declinar rápidamente, cediendo el jm esto primeio a la in­
fluencia diplomática y un siglo más tarde a la dominación
de la dinastía austríaca. Los políticos, los modelados, los
hábiles, aprovechándose del aborrecido Segismundo se apo­
deraron del gobierno, como lo harán probablemente en
Francia después del fin de esta guerra y para desgracia de
Francia.-Sirvieron, los unos conscientemente y con mucha
utilidad para la amplitud de sus bolsillos, los otros torpe­
mente, sin imaginarlo, de instrumentos de la política aus­
tríaca, como los Thiers, los Julio Favre, los Julio Simón,
los Picard, y muchos otros servirán de instrumentos a Bi&-
marck. Austria los magnetizaba y les inspiraba. Veinticin­
'50 OBRAS COMPLEJAS DE B A K l/M S

co años después de la derrota de los husitas por Segismun­


do, esos patriotas hábiles y prudentes dieron el último golpe
a la independencia de Bohemia, haciendo destruir por ma­
nos de su rey Podiebrad la ciudad de Tabor, o más bien el
campo fortificado de los taboritas. Así es como los republi­
canos burgueses de Francia proceden y harán proceder a
su presidente o a su rey contra el proletariado socialista,
este último campo atrincherado del porvenir y de la digni­
dad nacional de Francia.
En 1526, la corona de Bohemia cayó por fin en la dinas­
tía austríaca, que ya no se desprendió más de ella. En 1620,
después de una agonía que duró poco menos de cien años,
Bohemia, entregada al fuego y a la sangre, devastada, sa­
queada, asesinada y medio despoblada, perdiendo de un
solo golpe lo que le quedaba aún de independencia, de exis­
tencia nacional y de derechos políticos, se encontró encade­
nada bajo ei triple yugo de la administración imperial, de
la civilización alemana y de los jesuítas austríacos. Espe­
ramos, para honor y salvación de la humanidad, que no pase
lo mismo con Francia.
** *
Al comienzo de la segunda mitad del siglo XV, la na­
ción alemana dió, en fin, una prueba de inteligencia y de
vida, y esa prueba, preciso es decirlo, fué espléndida: inven­
tó la Imprenta, y por ese camino, creado por ella misma, se
puso en relación con el movimiento intelectual de toda Eu
ropa. El viento de Italia, el siroco del librepensamiento,
sopló sobre ella y bajo ese soplo ardiente se fundió su indi­
ferencia bárbara, su inmovilidad glacial. Alemania se hizo
humanista y humana. -
Además del camino ae la Imprenta, tuvo otro aún, menos
general y más vivo. Viajeros alemanes que volvían de Italia
a fines de este siglo le aportaron ideas nuevas, el evangelio
de la emancipación humana, y lo propagaron con religiosa
pasión. Y esta vez, la semilla preciosa no fué perdida.
Encontró en Alemania un buen terreno, preparado para
recibirla. Esta gran nación despertó al pensamiento, a la
vida, a la acción, iba a tomar a su vez la dirección del mo­
vimiento del espíritu. Pero, ¡ayl, se halló incapaz de con­
servarla más de veinticinco años en sus manos.
E b preciso distinguir entre el movimiento del Renací-
LL IMPERIO K M ’IO G IR M A V IC O 153

miento y el de la Reforma religiosa. En Alemania, el pri­


mero precedió algunos años al segundo. Hubo un corto pe­
ríodo, entre 1517 y 1525, en que estos dos movimientos
parecieron confundirse, aunque animados de un espíritu
completamente opuesto: el uno representado por hombres
como Erasmo. como Reuchlin, como el generoso, el heroico
Ulrico von Hutten, poeta y pensador de genio, el discípulo
de Pico de la Mirándola y el amigo de Franz von Sickin-
gen, de Oecolampade y de Zwingli, el que formó en cierto
modo el lazo de unión entre el quebrantamineto puramente
filosófico del Renacimiento, la transformación estrictamen­
te religiosa de la fe por la Reforma protestante y la suble­
vación revolucionaria de Iaa masas, provocada por las pri­
meras manifestaciones de esta última; el otro, representado
principalmente por Lutero y Melanchthon, los dos padre»
del nuevo desenvolvimiento religioso y teológico de Alema­
nia. El primero de estos movimientos, profundamente hu­
manitario, tendía mediante los trabajos literarios y filosó­
ficos de Erasmo, de Reuchlin y de otros a la emancipación
completa del espíritu y a la destrucción de las tontas creen­
cias del cristianismo y tendía al mismo tiempo, por la ac­
ción más práctica y más heroica de Ulrico von Hutten, de
Oecolampade y de Zwingli, a la emancipación de las masas
populares del yugo nobiliario y principesco; mientras que
el movimiento de la Reforma, francamente religioso, teoló­
gico y como tal lleno de respeto divino y de desprecio hu­
mano, supersticioso hasta el punto de ver al diablo y de
arrojarle tinteros a la cabeza —como se dice que sucedió a
Lutero en el castillo de W artburgo, donde se muestra to^
davía en el muro una mancha de tinta—, debía convertirse
necesariamente en el enemigo irreconciliable de la libertad
de espíriu y de la libertad de los pueblos.
Hubo sin embargo en él, como he dicho ya, un momento
en que esos dos movimientos tan contrarios debieron con­
fundirse realmente, siendo el primero revolucionario por
principio, y estando el segundo forzado a sello por posi­
ción. Por lo demás, en Lutero había una contradicción evi­
dente. Como teólogo, era y debía ser reaccionario; pero
como naturaleza, como temperamento, como instinto, era
apasionadamente revolucionario. Tenía la naturaleza del
hombre del pueblo, y esa naturaleza poderosa no estaba he­
'52 OBRAS COMPLETAS DE B A K ü V I \

cha para sufrir pacientemente el yugo de quienquiera que


fuese. No quería plegarse más que ante Dios, en el que
tenía una fe ciega y del cual creía sentir la presencia y la
gracia en su corazón ; y en nombre de Dios es como el dulce
Melanchthon, el sabio teólogo, y nada más que teólogo, su
amigo, su discípulo, en realidad su maestro y el freno de
esa naturaleza leonina, llegó a encadenarlo definitivamente
a la reacción.
Los primeros rugidos de ese grande y rudo alemán fue­
ron completamente revolucionarios. No puede uno imagi­
narse. en efecto, nada más revolucionario que sus manifies­
tos contra Roma, que las invectivas y las amenazas que
lanzó al rostro de los príncipes de Alemania, que su polé­
mica apasionada contra el hipócrita y lujurioso déspota y
reformador de Inglaterra, Enrique V III. A partir de 1517
hasta 1525, no se escucharon ya en Alemania más que los
estallidos de trueno de esa voz que parecía llamar al pueblo
alemán a una renovación general, a la revolución.
Su llamamiento fué oído. Los campesinos de Alemania se
levantaron con un grito formidable, el grito socialista:
¡Guerra a los castillos, paz a las chozas!, que se traduce hoy
por este grito más formidable a ú n : “j Abajo todos los ex­
plotadores y todos los tutores de la humanidad; libertad y
prosperidad al trabajo, igualdad y fraternidad del mundo
humano, constituido libremente sobre las ruinas de todos
los Estados !H
Ese fué el momento crítico para la Reforma religiosa
y para todo el destino político de Alemania. Si Lutero hu­
biese querido ponerse a la cabeza de ese movimiento popu­
lar, socialista, de las poblaciones rurales insurgidas con­
tra sus señores feudales; si la burguesía de las ciudades lo
hubiese apoyado, habría terminado el imperio, el despo­
tismo principesco y la insolencia nobiliaria de Alemania.
Mas para apoyarlo, habría sido preciso que Lutero no fue­
se teólogo, más preocupado de la gloria divina que de la
dignidad humana, ni se indignara porque los hombres opri­
midos, los siervos, que no debían pensar más que en la sal­
vación de sus almas, se hubiesen atrevido a reivindicar su
porción de felicidad humana sobre esta tierra; hubiera sido
preciso también, que los burgueses de las ciudades de Ale­
mania no fueran burgueses alemanes,
EL W PLfílO K M IOOEKMAMCO

Aplastada por la indiferencia y en gran parte también


por la hostilidad notoria de las ciudades y por las maldi­
ciones teológicas de Melanchthon y de Lutero, mucho más
aún que por la fuerza armada de los señores y de los prín­
cipes, esa formidable revuelta de los campesinos de Ale
mania fué vencida. Diez años más tarde fué igualmente
ahogada otra insurrección, la última provocada en Alemania
por la Reforma religiosa. Quiero referirme a la tentativa de
una organización místicocomunista por los anabaptistas
de Münster, capital de Westfalia. Münster fué tomada y
Juan de Leyde, el profeta anabaptista, condenado ai supli­
cio en medio de los aplausos de Melanchthon y de Lutero.
Por otra parte, ya cinco años antes, en 1530, los dos
teólogos de Alemania habían puesto los sellos en su país
a todo movimiento ulterior, aun religioso, al presentar al
emperador y a los príncipes de Alemania su confesión de
Ausburgo que, petrificando de un solo golpe el libre flore­
cimiento de las almas, renegando de la misma libertad de
las conciencias individuales en nombre de la cual se había
hecho la Reforma, imponiéndoles como una ley absoluta y
divina un dogmatismo nuevo, bajo la salvaguardia de los
príncipes protestantes reconocidos como los protectores na­
turales y los jefes del culto religioso, constituyó una nueva
Iglesia oficial que, más absoluta aún que la Iglesia de Bi-
zancio, fué en lo sucesivo, en manos de esos príncipes pro­
testantes, un instrumento de despotismo terrible, y condenó
a toda la Alemania protestante, y por contragolpe también
a la católica, a tres siglos por lo menos de la esclavitud
más embrutecedora, una esclavitud que, según creo, no pare­
ce hoy mismo estar dispuesta a dejar plaza a la libertad (!)■
( i ) Para convencerse del espíritu servil que caracteriza a la Iglesia lu te­
rana er. Alemania, aun en nuestros dfas, b asta leer la fórm ula de declaración
o promesa escrita que todo m inistro de esa Iglesia, en el rem o de P'U*ia, debí
firmar y jurar observar antes de entrar en funciones. Ciertamnnte, no sobre-
pa*a, vero iguala en servilismo a las obligaciones im puestas ¿1 cleiO roso. Cada
m inistro <iel Evangelio, en Prusia, presta juram ento de ser durante toda su
vida un súbdito abnegado y sumiso de su señor y amo, no el bden Píos, sino
el rey de P rusia; observar escrupulosamente y sierap.e sus santos mandamien­
tos y no perder jamás de vista los intereses sagrados de Su M ajestad; incul­
car ese mismo respeto y esa misma obediencia absoluta a sus ovejas, y de­
nunciar al Gobierno todas las tendencias, todas las empresas, todos los actos
que podrían ser contrarios a la voluntad, o sea, a los intereses del Gobifcrnó. jY
es a semejantes esclavos a los que se coniía la dirección exclusiva de las e s­
cuelas populares en PrusUl Esa instrucción tan alabada, no es m¿4 que un
envenenamiento de las nusas, Una propagación sistem ática de la doctrina de la
esclavitud. (Bakimín.)
Obras de Bakumo. - t i 1C
154 O B R iS C0M PLL1AS DE B A K V W S

Ha sido una dicha para Suiza que el Concilio de Estras­


burgo, dirigido en ese mismo año por Zwingli y Bucer,
haya rechazado esa constitución de la esclavitud; una cons­
titución llamada religiosa y que lo era en efecto puesto que
en nombre de Dios se consagraba el poder absoluto de los
príncipes. Salida casi exclusivamente de la cabeza teológica
v sabia del profesor Melanchthon, bajo la presión evidente
del respeto profundo, ilimitado, inquebrantable, servil, que
todo burgués y profesor alemán bien nacido experimenta
por la persona de sus maestros, fué ciegamente aceptada por
el pueblo alemán porque sus príncipes la habían aceptado;
síntoma nuevo de la esclavitud histórica, no sólo exterior,
sino interior, que pesa sobre ese pueblo.
Esta tendencia, por lo demás tan natural, de los prín­
cipes protestantes de Alemania, a repartir entre sí los res­
tos del poder espiritual del Papa, o a constituirse en jefes
de ía Iglesia en los limites de sus países respectivos, la vol­
veremos a encontrar igualmente en otros países monárqui­
cos protestantes, en Inglaterra, por ejemplo, y en Suecia;
pero ni en urio ni en otro llegó a triunfar del altivo sen­
timiento de independencia que se había despertado en los
pueblos. En Suecia, en Dinamarca y en Noruega, el pueblo
y la clase campesina mayormente, supieron mantener su
libertad y sus derechos tanto contra las invasiones de la
nobleza como contra las de la monarquía. En Inglaterra, la
lucha de la Iglesia anglicana y oficial con las Iglesias libres
de los presbiterianos de Escocia y de los independientes de
Inglaterra, terminó en una grande y memorable revolución,
de la cual parte la grandeza nacional de la Gran Bretaña.
Pero en Alemania, el despotismo tan natural de los prínci­
pes no encontró los mismos obstáculos. Todo el pasado del
pueblo alemán, tan Heno de sueños, pero tan pobre de pen­
samientos libres y de acción o de iniciativa popular, había­
lo fundido, por decirlo así, en el molde de la piadosa sumi­
sión y de la obediencia respetuosa, resignada y pasiva; no
encontró en sí mismo, en ese momento crítico de su historia,
la energía y la independencia, ni la pasión necesaria para
mantener su libertad contra la autoridad tradicional y bru­
tal de sus innumerables soberanos nobiliarios y principes­
cos. En el primer momento de entusiasmo, había tomado,
sin duda, un ímpetu magnífico. En ese momento, Alemania
EL IMPERIO K M 'T O G E RU A M C O

pareció demasiado estrecha para contener el desbordamien­


to de su pasión revolucionaria. Pero no fué más que un
momento, y como el efecto pasajero y ficticio de una infla­
mación *cerebral. Pronto le faltó el aliento, y pesada, sin
aliento y sin fuerza, se rindió sobre sí misma; entonces,
embriagada de nuevo por Melanchthon y por Lutero, se
dejó conducir tranquilamente al redil, bajo el yugo histó­
rico y salvador de los príncipes.
Había tenido un sueño de libertad y se despertó máa
esclava que nunca. Desde entonces, Alemania se transfor­
mó en el verdadero centro de la reacción en Europa. No
contenta con predicar la esclavitud con su ejemjjlo, y con
enviar sus príncipes, sus princesas y sus diplomáticos para
introducirla y para propagarla en todos los países de Eu­
ropa, la hizo objeto de sus más profundas investigaciones
científicas. En todos los demás países, la Administración,
tomada en la acepción más amplia como la organización
de la explotación burocrática y fiscal ejercida por el Estado
sobre las masas populares, es considerada como un arte: el
arte de embridar a los pueblos, de mantenerlos bajo una se­
vera disciplina y de esquilmarlos siempre sin hacerles gritar
En Alemania, este arte es enseñado como una ciencia en las
universidades, ciencia que podría ser llamada teología mo­
derna, la teología del culto del Estado. En esa religión del
absolutismo terrestre, el soberano toma el puesto del buen
Dios: los burócratas son los sacerdotes, y el pueblo, la víc­
tima sacrificada siempre en el altar del Estado.
Si es verdad, como es mi firme convicción, que sólo por el
instinto de la libertad, por el odio a I ob opresores, y por
el poder de rebelarse contra todo lo que lleva el carácter de
la explotación y de la dominación en el mundo, contra toda
especie de explotación y de despotismo, se manifiesta la
dignidad humana de las naciones y de los pueblos, es pre­
ciso convenir que, desde que existe una nación germánica
hasta 1848, sólo los campesinos de Alemania han probado
por su revuelta del siglo XVI que esta nación no es abso­
lutamente extraña a esa dignidad. Si se quisiese juzgarla,
al contrario, según I ob hechos y gestos de su burguesía,
debería considerársela como predestinada a realizar el ideal
de la esclavitud voluntaria.
156 OBR.AS COMPLEJAS DE B A k I'W M

FRAGMENTO {I>
La revolución, por lo demás, no es ni vindicativa ni san­
guinaria. No exige ni la muerte ni la deportación en masa,
ni siquiera individual, de esa turba bonapartista que, arma­
da de medios poderosos y mucho mejor organizada que la
República misma, conspira abiertamente contra la Repú­
blica, contra Francia. No exige más que la prisión de todos
los bonapartistas, por simple medida de seguridad generaJ,
hasta el fin de la guerra, y hasta que esos picaros y esas
picaras hayan desembuchado las nueve décimas partes por
lo menos de las riquezas que han robado a Francia. Después
de lo cual les permitirá marcharse con toda libertad a donde
quieran, dejando aún algunos millares de renta a cada uno
a fin de que puedan alimentar su vejez y su vergüenza. Ya
lo veis, no sería una medida de ningún modo cruel, pero
muy eficaz, justa en el más alto grado y absolutamente ne­
cesaria desde el punto de vista de la salvación de Francia.
La revolución, desde que reviste el carácter socialista,
cesa de ser sanguinaria y cruel. El pueblo no es cruel, de
ningún modo, son las clases privilegiadas las que lo son.
Se levanta en ciertos momentos furioso contra todos los
engaños, contra todas las vejaciones, contra todas las opre­
siones y torturas de que es víctima, y entonces se lanza
como un toro enfurecido, no viendo nada más ante sí y rom­
piendo todo lo que encuentra a su paso. Pero esos son mo­
mentos muy raros y cortos. Ordinariamente, es bueno y
humano. Sufre demasiado para no padecer con los sufri­
mientos ajenos. A menudo, jáyl, demasiado a menudo, ha
servido de instrumento al furor sistemático de las clases
privilegiadas. Todas esas ideas nacionales, religiosas y po­
líticas por las que vertió su propia sangre y la sangre de
b u s hermanos, los pueblos extraños, no sirvieron más que
a los intereses de esas clases, y se han transformado siem-
f l ) Incluim os en e ste lugar las p rim e n » páginas de 1* bifurcación que M
ha advertido anteriorm ente, puco continúan el pensamiento del autor sobre a l
asunto tratad o en la prim era entrega de E l imperto knutogermáaiclo. Guillame»
las coloca antea de las Consideraciones Élosóócts sobre el ftn tts m t divino etc.
Nosotros hem os juzgado que hallan un puesto m is conveniente en este lugar.
-{Nota de4 traductor.)
FL IMPERIO K .\ T'IOCER M A S ICO 15'
pre en nueva opresión contra él. En todas las escen
furiosas de la historia de todos los países, en las que las
masas populares, enfurecidas hasta el frenesí, se destru­
yeron mutuamente, hallaréis siempre tras esas masas agi­
tadores y directores que pertenecen a las clases privile­
giadas: de los oficiales, de los nobles, de los sacerdotes y
de los burgueses. No está en el pueblo, pue&; está en los
instintos, en las pasiones y en las instituciones políticas y
religiosas de las clases privilegiadas, en la JgleBia y en el
Estado, en sus leyes y en la aplicación despiadada e inicua
de esas leyes: es ahí donde hay que buscar la cruelad y el
furor frío, concentrado y sistemáticamente organizado.
He mostrado el furor de los burgueses en 1848. Los Fu­
rores de 1792, 1793 y 1794 fueron igualmente, exclusiva­
mente, furores burgueses. Las famosas matanzas de Aviñón
(octubre de 1791), que abrieron la era de los asesinatos
políticos en Francia, fueron dirigidas y también en parte
ejecutadas por un lado por los sacerdotes y los nobles, y
por otro por los burgueses. Las matanzas de la Vendée,
ejecutadas por los campesinos, fueron igualmente manda­
das por la reacción de la nobleza y de la Iglesia coligadas.
Los ordenadores de las matanzas de septiembre fueron to ­
dos. sin excepción, burgueses, y lo que se conoce menos
es que los iniciadores de la ejecución misma, la mayoxía de
los asesinos principales, pertenecieron igualmente a esa cla­
se (1). Collot d'Herbois, Pañis, el adorador de Robespierre,
(1) Par* dem ostrarlo, cito <sl testim onio de A- M ic h e l« J
“ Se hubiese podido asesinar fácilm ente a los presea en su p a s ió n : pero Ja
tosn so h u b ia p podido presentirse entonces como un safo espontaneo de¡ pue­
blo. E ia preciso que hubiese una apariencia de casualidad; ai nubieten hecho
la ruta a pie, el azar hubiera servido mSs pronto la intención d t las «freglnoi)
pero pidieron coches. Los veinticuatro presos Be colocaron en s e n carruaje»;
eso les p rotegía u n poco. E ra necesario que los ásennos encúnttasei. medie o
de irrita r a los presos a fuerza de ultrajes, h asta que perdiesen la paciencia.
Se sublevasen, olvidando el cuidado d e sus vidas y pareciese que nabina pro*
vocado, m erecido su desgracia; o bien íi'm era preciso irritar puebjo, sub/e-
rmr su furor costra los presO i; es lo que se tra tó de hacer prim ero. La pro­
cesión lenta da los seis coches tuvo todo el carácter de una cruel exhibición:
" iH e lo s aquí —gritab an los asesinos—, ne aquí a los tra id o re s1 ios pue entsre-
■geron a Verdun, los que iban a degollar vuestras m ujeres j vuestros hijos- .
” l Vamos, ayudadnos, m atadlos I”
"Eso no se consiguió■. La multitud,, es verdad, aullaba a¡rededor, puro 10 obra­
ba- No «e obtuvo ningún resultado a lo largo del muelle, ni e r la travesía del
Puente Nuevo, ni en la calle Dauphine, Se llegó a la en cnlci'ada 33u< L-Tca da.
la Abbaye, sin haber podido cansar la paciencia de los presos, « d e c id ir t i
pueblo a poner la mano sobre ellos. Se iba a e ntrar en la prisión y. no balda
tiem po que perder. Si se les m ataba sin que la cosa fuese preparada por alguna
dem ostración sem ipopular, se haría viiib ie que perecerían p o r orden y b m b o d t
U autoridad. En la encrucijada, donde se hallaba «1 teatro d* loa a líitjjm e n t
158 obras co m pletas d e bak u m m

Chaumette, Bourdon, Fouquier-Tinville, esa personifica­


ción de la hipocresía revolucionaria y de la guillotina, Ca-
rrier, el ahogador de Nantes, toda esa gente fué burguesa,
£1 Comité de Salvación Pública, el terror calculado, frío,
legal, la guillotina misma, fueron instituciones burguesas.
El pueblo no fué sino espectador y algunas veces tam­
bién, desgraciadamente, el que aplaudió estúpidamente esas
exhibiciones de la legalidad hipócrita y del furor político
de los burgueses. Después de la ejecución de Danton, co­
menzó a convertirse en víctima.

» * *

La revolución jacobina, burguesa, exclusivamente polí­


tica, de 1792 a 1794, debía llegar necesariamente a la hipo­
cresía legal y a la solución de todas las dificultades y de
todas las cuestiones por el argumento victorioso de la gui­
llotina.

había muchos obstáculos, una eran m ultitud, Allí, lo» asesinos, aprovechando!»
de la confusión, tom aron su resolución y comenzaron a re p artir sablazos y lan-
^z ^Jas <le«de ia¿ coche*. Un preso que tenia un bastón, tea por instinto de de-
fcii&a, sea por desprecio a los m iserables que pegaban a gentes desarma das, ¿16
A uno da ellos un bastonazo en la cara. Dió asi el pretexto que *e esperaba.
Alguno* £ue,on m uertos en los coches mismos, otros al bajar al patio de la
Abbfye- , Es* f u i la prim era m a ta n z a ...
‘■Los a&esinatoí, continua ion en la Abbaye. 4 Es curioso saber quiénes eran los
« e s in o s f
"L os p u n ir o s , 'os hemos v isto ; eran federados marselleses- aviSoneses y
otrod de. Mediodía, a los cuales se unieron, si hay que creer a la tradición,
algunos muchachos carniceros, algunas personas de rudos oficios, Jóvenes sobre
-todo, p illu d o s ya robustos y en estado de hacer mal, aprendices a quienes se
•duca cruelm ente a fuerza de golpes, y que en tales días los devuelven i l pri­
m er llegado, n :ibía, en tre otros, un pequeño peluquero que m ató a varios por
tU propia ma.iu.
"P e o rl informe que se di6 más tarde sobre los septem bristas, no mencio­
naba n i un i m otra de estas dos clases, ni los soldados del Mediodía, ni la turba
populai que, sin -luda, habiendo pasado el tiempo, ya no pudo encontrarse.
D e v an a sólo gentes establecidas sobre quienes podía echarte mano, en total
■uar-uent» y ti es persona» de la vecindad, casi todos comerciantes de le cali*
8arnle-Ma<-garit( y de la s callea vecinas a ésta. Pertenecen a todas la s profe-
tio n es •¿lojertJSj cafeteros, salchicheros, fruteros, zapateros, cofreros, panadero»,
et'.éí-eií No hay más que un soio carnicero establecido. H ay varios sastra»,
entre ellos rtos alem anes o ta l vez alsacianos.
'"Si se cree esa información, ta l g en te se habría alabado, no sólo de haber
m atarlo un gran núm ero de presos, sino de haber ejercido espantosas atrocidades
é i los cddévpres.
com erciantes de los alrededores de la Abbaye, vecinos de los F ran­
ciscanos. de M srat, y sin duda suf? lectores Habituales, ¿eran una selección de
m a ra tist» . que la Comuna llamó para comprom eter a la Guardia Nacional *n !•
m atanza, c u b r ila con el uniform e burgués, im pedir que la gran m ata da la
G iifru a N acloaal lntervim es» para detener la efusión de sangre? No •• inve­
rosím il.
I. tMPt.MV KSL'lO Ol R\1\MCO I '>

Cuando para extirpar la reacción se cree suficiente atacai


sus manifestaciones sin tocar su raíz y las causas que la
producen siempre de nuevo, se llega forzosamente a la ne­
cesidad de matar mucha gente, de exterminar, con o sin
fuerzas legales, muchos reaccionarios. Sucede fatalmente
entonces que, después de haber matado mucho, los revolu­
cionarios se ven llevados a esa melancólica convicción de
que no han ganado nada, ni dado un solo paso siquiera en
favor de su causa; que, al contrario, la han perjudicado y
que han preparado con sus propias manos el triunfo de la
reacción. Y esto por una doble razón: la primera es que
habiendo sido respetadas las causas de la reacción, ésta se
reproduce y se multiplica bajo formas nuevas; y la segunda
es que la matanza, el asesinato, acaban por indignar siemprs
ío que hay de humano en los hombres y por hacer volver
pronto el sentimiento popular de parte de las víctimas.
La revolución de 1793, dígase lo que se quiera, no era
ni socialista ni materialista, o, para servirme de la expre-

"Sia embargo, no es absolutamente necesario recurrir a esta hipótem Declp-


raron ellos mismos, en el informe, que los presos les insultaban, les ptovüksIipJI
toaos los dias a través de las- rejas, que les am enazaban con la llegada de lo*
prusianos y con los castigos que les esperaban.
"Lo más cruel ya se experimentaba: era la cesación del comercio en nbhoiuta,
Isti quiebras, e! cierre de Jos negocios, la ruina y el hambre, la muerte de
£1 obrero soporta a m enudo m ejor el hambre que el com erciante la quiebra. E sa
se debe a m uchas causas, a una principalm ente que no hay que o lv id a r; es. que
en F rancia no es una sim ple desgracia (como en In g laterra o en A m érica), fino
la pérdida del honor (*) H acer honor a sus negocios, es un proveroio IrtUiEés
que sólo existe en F ran cia, E l com erciante en quiebra, aquí, se vuelve m>*v
feroz.
"JSsa gente había esperado tres años que la revolución terminase; ¡ cisiao
por ua momento que el rey la acabaría apoyándose en Lafayeite. ¿Q uién lo h a ­
bla impedido sino los cortesanos, los sacerdotes que se tenían en la Aobaye?
"Nos han perdido y se han perdido — decías esos mercader);.? fu nOsOs— . -Jiíc
mueran ahora".
"Nadie duda que el pánico, baya influido mucho en su fu ro r L b « lííw a ¡es
turbaba el espíritu [com o hoy los cantos patrióticos con que Itera n la s calle1:
los obreros de. L yon y de M arsella, im piden dorm ir a I dstenderos], si cañón
que se disparaba les producía el efecto del cañón de los prusianos ¿¿ruinados,
desesperados, ebrios de rabia y de miedo, se lanzaron sobre el enemigo, al m e­
nos sobre aquel que se encontraba a su alcance, desarmado, poco difícil de
vencer, y que podían m ata r a capricho, casi sin sa lir de casa” Se d r í a q ü í
M kh-fiet ha escrito estas páginas después de haber sido testigo de la* jornadas
de junio y de las horribles m atanzas realizadas fríam ente por los Buifcüebcs de
P&rÍB, sobre obreros desarm ados, durante los días que siguieron. (BaJmnMt.)

(*) M ichelet se engaña; no es la pérdida del honor lo que inqm cte al l in ­


dero, sino la pérdida del crédito y la lesión de su vanidad burguesa. E l tendei u
íe Atiene tan poco a su honor, que no quiere nada m ejor que fa ltar a *;liíi com-
'j-omisos, si puede hacerlo ganando y no perdiendo. £ n cuanto a su honor, bf
m&niñesta com pletam ente en los falsos pesos y en la falsa medida, tan to como
en la adulteración de sus m ercaderías. (Bakunín.)
OHrtW f.()\*PLt. IAS 0>, 8 A k Ú W \

sión presuntuosa del señor Gambetta, no fué de ningún


modo positivista. Fué esencialmente burguesa, jacobina,
metafísica, política e idealista. Generosa e infinitamente
amplia en sus aspiraciones, había querido una cosa imposi­
ble ; el establecimiento de una igualdad ideal, en el seno
mismo de la desigualdad material. Al conservar como ba­
ses secretas todas las condiciones de la desigualdad econó­
mica, había podido creer poder reunir y envolver a todos
los hombres en un inmenso sentimiento de igualdad frater­
nal, humana, intelectual, moral, política y social. Este fué
su sueño, su religión, manifestados por el entusiasmo y los
actos grandiosamente heroicos de sus mejores, de sus más
grandes representantes. Pero la realización de ese sueño
era Imposible, porque era contrarío a todas las leyes natu­
rales y sociales.
LA COMUNA DE PARÍS
Y LA NOCIÓN DE ESTADO

(Locarno, ¿tal 5 al 23 de junio de 1871)


LA COMUNA DE PARIS
Y LA NOCION DE ESTADO(1)

Esta obra, como todoB los escritos, poco numerosos, que


publiqué hasta aquí, nació de los acontecimientos. Es con­
tinuación natural de las Cartas a un francés (septiembre
de 1870), en las cuales tuve el fácil y triste honor ce prever
y predecir las horribles desgracias que hieren ho> a Fran­
cia, y con ella a todo el mundo civilizado; desgracias con­
tra las que no había ni queda ahora más que un remedio : la
revolución social.
Probar esta verdad, en lo sucesivo incontestable, por el
desenvolvimiento histórico de la sociedad y por los hechos
que se desarrollan ante nuestros ojos en Europi, de modo
que sea aceptada por todos los hombres de buma fe, por
todos los investigadores sinceros de la verdad, 7 luego ex­
poner francamente, sin reticencias, sin e q u ív o c o , los prin­
cipios filosóficos tanto como los fines prácticas que cons­
tituyen, por decirlo así, el alma activa, la base y el fin de
lo que llamamos la revolución social, tal es j1 objeto del
presente trabajo.
La tarea que me he impuesto no es fácil, 1* sé, y se me
podría acusar de presunción si aportase a efte trabajo la
menor pretensión personal, Pero no hay ta cosa, puedo
asegurarlo al lector. No soy ni un sabio ni m filósofo, ni
siquiera un escritor de oficio. Escribí muy p«co en mi vida
y no lo hice nunca sino en caso de necesidíd, por decirlo
así, y solamente cuando una convicción apasionada me for­
zaba a vencer mi repugnancia instintiva contra toda exhibi­
ción de mi propio yo en público.
(1> Conservamos al presente fragm ento, cuyo títu lo originario sai Pritiny-
hule para la segunda entres a d t S i imperio knatogtrminico, el nombre dado
por S llseo R ecluí, que lo publieá por p r im e n Te* en 1871 (Natft del traauetor.)
164 OBRAS COMPLETAS DE BAX U M H

¿Qué soy yo y qué me impulsa ahora a publicar este


trabajo? Soy un buscador apasionado de la verdad y un
enemigo no menos encarnizado de las ficciones perjudicia­
les de que el partido del orden, ese representante oficial,
privilegiado e interesado de todas las ignominias religiosas,
metafísicas, políticas, jurídicas, económicas y sociales, pre­
sentes y pasadas, pretende servirse hoy todavía para em­
brutecer y esclavizar al mundo. Soy un amante fanático de
la libertad, considerándola como el único medio en cuyo
seno pueden desarrollarse y crecer la inteligencia, la
dígniddd y la dicha de los hombres; no de esa libertad for­
mal, otorgada, medida y reglamentada por el Estado, men­
tira eterna, y que en realidad no representa nunca nada
más que el privilegio de unos pocos fundado sobre la escla­
vitud de todo el mundo; no de esa libertad individualista,
egoísta, mezquina y ficticia, pregonad* por la escuela de
J. J. Rousseau, asi como por todas las demás escuelas del
liberalismo burgués, que consideran el llamado derecho de
todos, representado por el Estado, como el límite del dere­
cho de cada uno, lo cual lleva necesariamente y siempre a
la reduccién del derecho de cada uno a cero. No, yo entien­
do por ella la única libertad que sea verdaderamente digna
de este nonbre, la libertad que consiste en el pleno desen*
volvimíentc de todas las potencias materiales, intelectuales
y morales ^ue se encuentran en estado de facultades la­
tentes en cada uno; la libertad que no reconoce otras res­
tricciones qie las que nos trazan las leyes de nuestra propia
naturaleza; ie suerte que, hablando propiamente, no tiene
restricciones, puesto que esas leyes no nos son impuestas
por un legislidor de afuera, que reside sea al lado, sea por
encima de nototros; nos son inmanentes, inherentes, cons­
tituyen la ba;e de todo nuestro ser, tanto material como
intelectual y noral; en lugar de ver en ellas un límite, de­
bemos considerarlas como las condiciones reales y como la
razón efectiva de nuestra libertad.
Me refiero a esa libertad, de cada uno que, lejos de dete­
nerse como arte un límite frente a la libertad de otro,
encuentra, aí centraño, allí su confirmación y su extensión
hasta lo infinita; la libertad ilimitada de cada uno por la
libertad de todá, la libertad por la solidaridad, la libertad
en la igualdad.; a libertad triunfante sobre el principio de
LA COMUNA DE PARÍS f LA SOCION DEL ESTADO 165
la fuerza brutal y el principio de autoridad, que no fué
nunca más que la expresión ideal de esa fuerza: la liber­
tad que. después de haber derribado todos los ídolos celes­
tes y terrestres, fundará y organizará un mundo nuevo, el
de la humanidad solidaria, sobre la ruina de todas las Igle­
sias y de todos los Estados.
Soy un partidario convencido de la igualdad económica
y social, porque sé que, fuera de esa igualdad, la libertad,
la justicia, la dignidad humana, la moralidad y el bienestar
de los individuos, lo mismo que la prosperidad de las na-
ciones, nunca serán más que otras tantas mentiras. .Pero,
partidario incondicional de la libertad, esa condición pri­
mordial de la humanidad, pienso que la igualdad debe esta­
blecerse en el mundo por la organización espontánea del
trabajo y de la propiedad colectiva de las asociaciones pro­
ductoras libremente organizadas y federadas en las comu­
nas, y por la federación también espontánea de las comunas,
pero no por la acción suprema y tutelar del Estado.
Este es el punto que divide principalmente a los socialis­
tas, o colectivistas revolucionarios, de los comunistas auto­
ritarios, que defienden la iniciativa absoluta del Estado.
Su fin es el mismo; un partido y el otro quieren igualmente
la creación de un orden social nuevo, fundado exclusiva­
mente sobre la organización del trabajo colectivo inevita­
blemente impuesto a cada uno y a todos por la fuerza mis­
ma de las cosas, en condiciones económicas iguales para
todos, y sobre la apropiación colectiva de los instrumentos
de trabajo.
Ahora bien; los comunistas se imaginan que podrán lle­
gar a eso por el desenvolvimiento y por la organización de
la potencia política de las clases obreras, y principalmente
del proletariado de las ciudades, con ayuda del radicalismo
burgués, mientras que los socialistas revolucionarios, ene­
migos de toda ligazón y de toda alianza equívocas, piensan
al contrario, que no pueden llegar á ese fin más que por el í
desenvolvimiento y por la organización de la potencia no
política, sino social, y por consiguiente antipolítica, de las
masas obreras, tanto de las ciudades como de los campos,
comprendidos en ellas los hombres de buena voluntad de las
clases superiores que, rompiendo con todo su pasado, quie-
166 OBRAS COMPLETAS DE B 4 k U \ I \

ran reunirse francamente a ellas y aceptar íntegramente su


programa.
He ahí dos métodos diferentes. Los comunistas creen de­
ber organizar las fuerzas obreras para posesionarse de la
potencia política de los Estados; los socialistas revolucio­
narios se organizan teniendo en cuenta la destrucción, o,
si se quiere una palabra más cortés, teniendo en cuenta la
liquidación de los Estados. Los comunistas son partidarios
del principio y de la práctica de la autoridad; los socialis­
tas revolucionarios sólo tienen confianza en la libertad.
Partidarios unos y otros de la ciencia que debe matar la fe,
los primeros quisieran imponerla; los otros se esforzarán
por propagarla, a fin de que los grupos humanos, conven­
cidos, se organicen y se federen espontáneamente, libre­
mente, de abajo arriba: por su movimiento propio, y con­
forme a sus intereses reales, pero nunca según un plan tra­
zado de antemano e impuesto a las masas ignorantes por
algunas inteligencias superiores.
Los socialistas revolucionarios piensan que hay mucha
más ra¿ón práctica y espíritu en las aspiraciones instinti
vas y en las necesidades reales de las masas populares, que
en la inteligencia profunda de todos esos doctores y tuto­
res de la humanidad que, a tantas tentativas frustradas para
hacerla feliz, pretenden añadir todavía sus esfuerzos. Los
socialistas revolucionarios piensan, al contrario, que la hu­
manidad se dejó gobernar bastante tiempo, demasiado
tiempo, y que la fuente de sus desgracias no reside en tal
o cual forma de gobierno, sino en el principio y en el hecho
del gobierno, cualquiera que sea.
Esta es, en fin. la contradicción ya histórica que existe
entre el comunismo científicamente desarrollado por la es­
cuela alemana y aceptado en parte por los socialistas ame­
ricanos e ingleses, por un lado, y por otro el proudhonismo
ampliamente desenvuelto y llevado hasta sus últimas con­
secuencias, aceptado por el proletariado de los países la­
tinos (1).
E l socialismo revolucionario acaba de intentar una pri­
mera manifestación brillante y práctica en la Comuna de
París,
( l j E s Igualm ente aceptado y lo será cada vez má» por al instinto *>«B-
cislincnte antipolítica de los pueblos «slavos. (B atunin.)
LA COMI S A DE PARIS > IA \O C I O \ DEL L S I ADO 167
Soy un partidario de la Comuna de Paría, que, por haber
sido aplastada, sofocada en sangre por los verdugos de la
reacción monárquica y clerical, no por eso ha dejado de
hacerse más vivaz, más poderosa en la imaginación y en el
corazón del proletariado de Europa; soy partidario de ella
mayormente porque ha sido una negación audaz, bien pro­
nunciada, del Estado.
Es un hecho histórico inmenso el que esa negación del
Estado se haya manifestado precisamente en Francia, que
ha sido hasta aquí el país por excelencia de la centraliza­
ción política, y que sea precisamente París, la cabeza y el
creador histórico de esa gran civilización francesa, el que
haya tomado la iniciativa, París, que abdica su corona y
proclama con entusiasmo su propia decadencia para dar la
libertad y la vida a Francia, a Europa, ai mundo entero;
París, que afirma de nuevo su potencia histórica de inicia­
tiva al mostrar a todos los pueblos esclavos (¿y cuáles son
las masas populares que no son esclavas?) el único camino
de emancipación y de salvación; París, que da un golpe
mortal a las tradiciones políticas del radicalismo burgués
y una base real al socialismo revolucionario; París, que
merece de nuevo las maldiciones de todas las gentes leac
clonarías de Francia y de Europa; París, que se envuelve
en sus ruinas para dar un solemne mentís a la reacción
triunfante; que salva con su desastre el honor y el porvenir
de Francia y demuestra a la humanidad consolada que «i
la vida, la inteligencia, la fuerza moral se han retirado de
las clases superiores, se conservaron enérgicas y llenas de
porvenir en el proletariado; París, que inaugura la era
nueva, la de la emancipación definitiva y completa de las
masas populares y de su solidaridad en lo sucesivo comple­
tamente real, a través y a pesar de las fronteras de íoa
Estados; París, que mata el patriotismo y funda sobre sus
ruinas la religión de la hum anidad; París, que se proclama
humanitario y ateo y reemplaza las ficciones divinas por
las grandes realidades de la vida social y la fe en la ciencia;
las mentiras y las iniquidades de la moral religiosa, poli-
tica y jurídica por los principios de la libertad, de la jus­
ticia, de la igualdad y de la fraternidad, estos fundamentos
eternos de toda moral humana; París heroico, racional y
creyente, que confirma su fe enérgica en los destinos de
168 OBRAS COMPLEJAS DE B A K IM N

la humanidad por su caída gloriosa, por su muerte, y que


la transmite mucho más enérgica y viviente a las generacio­
nes venideras; París, inundado en la sangre de sus hijos
más generosos, es la humanidad crucificada por la reacción
internacional coligada de Europa, bajo la inspiración in­
mediata de todas las Iglesias cristianas y del gran sacerdo­
te de la iniquidad, el Papa; pero la próxima revolución in­
ternacional y solidaria de los pueblos será la resurrección
de París.
Tal es el verdadero, sentido y tales las consecuencias bien­
hechoras e inmensas de los dos meses memorables de la
existencia y de la caída imperecedera de la Comuna de
París.
La Comuna de París ha durado demasiado poco tiempo
y ha sido demasiado obstaculizada en su desenvolvimiento
interior por la lucha mortal que debió sostener contra la
reacción de Ver salí es, para que haya podido, no digo apli­
car, sino elaborar teóricamente su programa socialista.
Además —es preciso reconocerlo—, la mayoría de los miem­
bros de la Comuna no eran socialistas propiamente y, si se
mostraron tales, es que fueron arrastrados invenciblemente
por la fuerza irresistible de las cosas, por la naturaleza de
su ambiente, por las necesidades de su posición y no por
su convicción íntima. Los socialistas, a la cabeza de los
cuales se coloca naturalmente nuestro amigo Varlin, no
formaban en la Comuna más que una minoría ínfima; a
lo sumo no eran más que unos catorce o quince miembros.
E l resto estaba compuesto por jacobinos. Pero, entendámo­
nos, hay jacobinos y jacobinos. Existen los jacobinos abo^
gados y doctrinarios, como el señor Gambetta, cuyo repu­
blicanismo positivista (1), presuntuoso, despótico y for­
malista, habiendo repudiado la antigua fe revolucionaria y
no habiendo conservado del jacobinismo más que el culto
de la unidad y de la autoridad, entregó la Francia popular
a los prusianos y más tarde a la reacción interior; y existen
los jacobinos francamente revolucionarios, los héroes, los
últimos representantes sinceros de la fe democrática de
1793, capaces de sacrificar su unidad y su autoridad bien
amadas a las necesidades de la revolución, antes que doble-

{l’J V er carta 4 L ittré en Le Progrés, de Lyou*. (B&kunin.)


LA COM ÜSA DE PARÍS i LA LO CIO N DEL ESTADO 169
gal su conciencia ante la insolencia de la reacción. Estos
jacobinos magnánimos, a la cabeza de los cuales se coloca
naturalmente Delescluze, un alma grande y un gran carác­
ter, quieren el triunfo de la revolución ante todo; y como
no hay revolución sin masas populares, y como esas masas
tienen eminentemente hoy el instinto socialista y no pue­
den ya hacer otra revolución que una revolución económica
y social, los jacobinos de buena fe, dejándose arrastrar cada
vez más por la lógica del movimiento revolucionario, aca­
barán por convertirse en socialistas a su pesar.
Tal fué precisamente la situación de los jacobinos que
formaron parte de la Comuna de París. Delescluze y mu­
chos otros con él firmaron proclamas y programas cuyo
espíritu general y cuyas promesas eran positivamente so­
cialistas. Pero como, a pesar de toda su buena fe y de toda
su buena voluntad, no eran más que socialistas mucho más
arrastrados exterior mente que interiormente convencidos;
como no tuvieron tiempo ni capacidad para vencer y supri­
mir en sí mismos una masa de prejuicios burgueses que
estaban en contradicción con su socialismo reciente, se com­
prende que, paralizados por esa lucha interior, no pudieran
salir nunca de las generalidades, ni tomar una de esas me­
didas decisivas que hubiesen roto para siempre su solidari­
dad y sus relaciones con el mundo burgués.
Fué una gran desgracia para la Comuna y para ellos;
quedaron paralizados y paralizaron la Comuna; pero no
se les puede reprochar como una falta. Los hombres no se
transforman de un día a otro y no cambian de naturaleza
ni de hábitos a voluntad. Han probado su sinceridad ha­
ciéndose matar por la Comuna. ¿ Quién se atreverá a pedirr
les más ?
Son tanto más excusables cuanto que el pueblo de París
mismo, bajo la influencia del cual han pensado y obrado,
era mucho más socialista por instinto que por idea o con­
vicción reflexiva. Todas sus aspiraciones son en el más alto
grado y exclusivamente socialistas; pero sus ideas o más
bien sus representaciones tradicionales están todavía bien
lejos de haber llegado a esta altura. Hay todavía muchos
prejuicios jacobinos, muchas imaginaciones dictatoriales y
gubernamentales en el proletariado de las grandes ciudades
de Francia y aun erT el de París. El culto a la autoridad,
QffTBfs de gakupin. - U U
170 OBRAS COMPLEJAS DE BAKVNIJS

producto fatal de la autoridad religiosa, esa fuente históri­


ca de todas las desgracias, de todas las depravaciones y de
todas las servidumbres populares, no ha sido desarraigado
aún completamente de su seno. Esto es tan cierto que hasta
los hijos más inteligentes del pueblo, los socialistas más
convencidos, no han llegado aún a libertarse de una manera
completa de ella. Investigad en su conciencia y encontra­
réis ai jacobino, al gubernamentalista, rechazado hacia al­
gún rincón muy oscuro, con aspecto muy humilde, es ver­
dad, pero no enteramente muerto.
Por otra parte, la situación del pequeño número de los
socialistas convencidos que han constituido parte de la Co­
muna era excesivamente difícil. No sintiéndose suficiente­
mente sostenidos por la gran masa de la población pari­
siense, no abrazando apenas sino unos millares de indivi­
duos. muy imperfecta aún la organización de la Asociación
Internacional, debieron sostener una lucha diaria contra
la mayoría jacobina. ¡Y en medio de qué circunstancias!
Les fué necesario dar trabajo y pan a algunos centenares
de millares de obreros, organizados, armarlos y vigilar al
mismo tiempo las maquinaciones reaccionarias en una ciu­
dad inmensa como París, asediada, amenazada por el ham­
bre, y entregada a todas las sucias empresas de la reacción
que había podido establecerse y que se mantenía en Versa-
lies, con el permiso y por la gracia de los prusianos. Les
fué necesario oponer un gobierno y un ejército revolucio­
narios al gobierno y al ejército de Versalles, es decir, que
para combatir la reacción monárquica y clerical debieron,
olvidando y sacrificando las primeras condiciones del so­
cialismo revolucionario, organizarse en reacción jacobina.
¿No es natural que, en medio de circunstancias semejan­
tes, los jacobinos, que eran los más fuertes, puesto que
constituían la mayoría en la Comuna y que además poseían
en un grado infinitamente superior el instinto político, la
tradición y la práctica de la organización gubernamental,
hayan tenido inmensas ventajas sobre los socialistas? De lo
que hay que asombrarse es de que no hayan aprovechado
mucho más de lo que lo hicieron, de que no hayan dado a
la sublevación de París un carácter exclusivamente jacobi­
no, y de que se hayan dejado arrastrar, al contrario, a una
revolución social.
LA C O M Í,.\A DF PARIS í LA \O C IO N DEL ESIAD O 1?1
Sé que muchos socialistas, muy consecuentes en su teo­
ría, reprochan a nuestros amigos de París el no haberse
mostrado suficientemente socialistas en su práctica revolu­
cionaria, mientras que todos los ladradores de la prensa
burguesa los acusan, al contrario, d t haber seguido dema­
siado fielmente el programa del socialismo. Dejemos por
el momento a un lado a los innobles delatores de esa pren­
sa; haré observar a los teóricos severos de la emancipación
del proletariado que son injustos con nuestros hermanos
de París; porque, entre las teorías más justas y su prác­
tica, hay una distancia inmensa que no se franquea en algu­
nos días. El que ha tenido la dicha de conocer a Varlin, por
ejemplo, para no nombrar sino a aquel cuya muerte es cier­
ta, sabe hasta qué punto han sido apasionadas, reflexivas y
profundas en él y en sus amigos las convicciones socialis­
tas. Eran hombres cuyo celo ardiente, cuya abnegación y
buena fe no han podido ser nunca puestas en duda por na­
die de los que se les hayan acercado. Pero precisamente
porque eran hombres de buena fe, estaban llenos de descon­
fianza en sí mismos en presencia de la obra inmensa a que
habían dedicado su pensamiento y su vida: jse considera­
ban tan pequeños! Tenían, por lo demás, la convicción de
que en la revolución social, 'diametralmente opuesta —en
esto como en todo lo demás— a la revolución política, te
acción de los individuos debe ser casi nula y la acción es­
pontánea de las masas debe serlo todo. Cuanto los indivi­
duos pueden hacer, es elaborar, aclarar y propagar las ideas
que corresponden al instinto popular y además contribuir
con sus esfuerzos incesantes a la organización revoluciona­
ria de la potencia natural de las masas, pero nada m ás; y el
resto no puede ni debe hacerse sino por el pueblo mismo.
De otro modo, se llegaría a la dictadura política, es decir,
a la reconstitución del Estado, de los privilegios, de las
desigualdades, de todas las opresiones del Estado, y se lle­
garía por un camino desviado, pero lógico, al restableci­
miento de la esclavitud política, social, económica de las
masas populares.
Varlin y sus.amigos, como todos los socialistas sinceros>
y en general como todos los trabajadores nacidos y educa­
dos en el pueblo, compartían en el más alto grado esa pre­
vención perfectamente legítima contra la iniciativa conti­
172 OBR a S COMPLB1 45 DE BAKVNIM

nua de los mismos individuos, contra la dominación ejer­


cida por las individualidades superiores: y como ante todo
eran justos, dirigían también esa prevención, esa descon­
fianza, contra sí mismos más que contra todas las otras
personas.
Contrariamente a ese pensamiento de los comunistas au­
toritarios, según mi opinión completamente erróneo, de que
una revolución social puede ser decretada y organizada sea
por una dictadura, sea por una asamblea constituyente sa­
lida de una revolución política, nuestros amigos, los socia­
listas de París, han pensado que no podía ser hecha y lleva­
da a su pleno desenvolvimiento más que por la acción es­
pontánea y continua de las masas, de los grupos y de las
asociaciones populares.
Nuestros amigos de París han tenido mil veces razón.
Porque, en efecto, por genial que sea, ¿cuál es la cabeza, o
sí se quiere hablar de una dictadura colectiva, aunque es­
tuviese formada por varios centenares de individuos dota­
dos de facultades superiores, cuáles son los cerebros, por
potentes que sean, bastante amplios por abarcar la infinita
multiplicidad y diversidad de los intereses reales, de las
aspiraciones, de las voluntades, de las necesidades cuya
suma constituye la voluntad colectiva de un pueblo, y para
inventar una organización social capaz de satisfacer a todo
el mundo? Esa organización nunca será más que un lecho
de Procusto sobre el cual la violencia más o menos marcada
del Estado forzará a la desgraciada sociedad a extenderse.
Esto es lo que ha sucedido siempre hasta ahora, y es preci­
samente a este sistema antiguo de organización por la fuer­
za a lo que la revolución social debe poner un término, dan­
do a las masas su plena libertad, a los grupos, a las comu­
nas. a las asociaciones, a los individuos mismos, y destru­
yendo de una vez para siempre la causa histórica de la vio­
lencia, el poder y la existencia del Estado, que debe arras­
trar en su caída todas las iniquidades del derecho jurídico
con todas las mentiras de los cultos diversos, pues ese dere­
cho y esos cultos nunca han sido nada más que la consa­
gración obligada, tanto ideal como real, de ,1a violencia re­
presentada, garantizada y privilegiada por el Estado.
Es evidente que la libertad no será dada al género huma­
no, y que los intereses reales de la sociedad, de los grupos,
LA COM ü \ h DE PARÍS 1 LA \ O C i O \ DLL ESTADO 173

de las organizaciones locales así como de los individuos que


forman la sociedad, no podrán encontrar satisfacción real
sino cuando no haya Estado. Es evidente que los intereses
llamados generales de la sociedad que el Estado pretende
representar, y que en realidad no son otra cosa que la nega­
ción general y consciente de los intereses positivos de las
regiones, de las^ comunas, de las asociaciones y del mayor
número de individuos sometidos al Estado, constituyen una
ficción, una abstracción, una mentira, y que el Estado es
como una carnicería o como un inmenso cementerio donde,
a la sombra y con el pretexto de esta abstracción, acuden
generosamente, beatíficamente, a dejarse inmolar o enterrar
todas las aspiraciones reales, todas las fuerzas vivas de un
país; y como ninguna abstracción existe nunca por sí mis­
ma, como no tiene ni piernas para marchar ni brazos para
crear, ni estómago para digerir esa masa de víctimas que
se le da para devorar, es claro que así como la abstrac­
ción religiosa o celestial, Dios, representa en realidad los
intereses positivos, reales, de una cauta privilegiada, el cle­
ro —su complemento terrestre—, la abstracción política,
el Estado, representa los intereses no menos positivos y
reales de la clase hoy principalmente sino exclusivamente
explotadora y que tiende a englobar todas las demás; la
burguesía. Y así como el clero estuvo siempre dividido y
hoy tiende a dividirse todavía más en una minoría muy
poderosa y muy rica y una mayoría muy subordinada y has­
ta cierto punto miserable, así la burguesía y sus organiza­
ciones diversas, políticas y sociales, en la industria, en la
agricultura, en la banca y en el comercio, tanto como en
todos los órganos administrativos, financieros, judiciales,
universitarios, policíacos y militares del Estado, tiende a
escindirse cada día más en una oligarquía realmente domi­
nadora y en una masa innumerable de seres más o menos
vanidosos y más o menos decaídos que viven en una per­
petua ilusión, rechazados inevitablemente y cada vez con
mayor persistencia hacia el proletariado por una fuerza
irresistible, la del desenvolvimiento económico actual, y re­
ducidos a servir de instrumentos ciegos a esa oligarquía
omnipotente.
La abolición de la Iglesia y del Estado debe cer la con­
dición previa e indispensable de la liberación real de la
174 OBRAS COMPLETAS DE BAKii \ ’I \

sociedad; después de eso, sólo ella puede y debe organizar­


se de otro modo, pero “no de arriba abajo y según un plan
ideal, soñado por algunos sabios, o bien a golpes de decre­
tos lanzados por alguna fuerza dictatorial o hasta por una
asamblea nacional, elegida por el sufragio universal. Tal
sistema, como lo he dicho ya, llevaría inevitablemente a la
creación de un nuevo Estado, y por consiguiente a la for­
mación de una aristocracia gubernamental, es .decir, de una
clase de gentes que no tienen nada de común con la masa
del pueblo, y, ciertamente, esa clase volvería a explotar y a
someter con el pretexto de la felicidad común, o para salvar
al Estado.
La futura organización social debe ser hecha solamente
de abajo arriba, por la libre asociación y federación de los
trabajadores, en las asociaciones primero, después en las
comunas, en las legiones, en las naciones, y finalmente en
una gran federación internacional y universal. Unicamente
entonces se realizará el orden verdadero y vivificador de la
libertad y de la dicha general, ese orden que, lejos de rene­
gar, afirma al contrario y pone de acuerdo los intereses
de los individuos y los de la sociedad.
Se dice que el acuerdo y la solidaridad universal de loa
intereses de los individuos y de la sociedad nunca podrá
realizarse realmente, porque esos intereses, siendo contra­
dictorios, no están en situación de contrabalancearse recí­
procamente o bien de llegar a un acuerdo cualquiera. A tal
objeción, responderé que si hasta el présente los intereses
no han estado nunca ni en ninguna parte en acuerdo mutuo,
ha sido a causa del Estado, que ha sacrificado los intereses
de la mayoría en beneficio de una minoría privilegiada. He
ahí por qué esa famosa incompatibilidad y esa lucha de in­
tereses personales con los de la sociedad no es más que otro
engaño y una mentira política, nacida de la mentira teoló­
gica que imaginó la doctrina del pecado original para des­
honrar al hombre y destruir en él la conciencia de su propio
valor. Esa idea falsa del antagonismo de los intereses fué
creada también por los sueños de la metafísica que, como
se sabe, es próxima pariente de la teología. Desconociendo
la sociabilidad de la naturaleza humana, la metafísica con­
sideraba la sociedad como un agregado mecánico y pura­
mente artificial de individuos, asociados repentinamente,
LA COMUNA DE PARIS Y LA NOCION DEL ESTADO 175

en nombre de un tratado cualquiera formal o secreto, con­


cluido libremente o bien bajo la influencia de una fuerza
superior. Antes de unirse en sociedad, esos individuos, do­
tados de una especie de alma inmortal, gozaban de una
absoluta libertad.
Pero si los metafísicos, sobre todo los que creen en la
inmortalidad del alma, afirman que los hombres fuera de
la sociedad son seres libres, nosotros llegamos entonces in­
evitablemente a esta conclusión: que los hombres no pue­
den unirse en sociedad sino a condición de renegar de su
libértad, de su independencia natural y de sacrificar sus
intereses, personales primero, locales después. Tal renun­
cia y tal sacrificio de sí mismos deben ser por eso tanto
más imperiosos cuanto más numerosa es la sociedad y
más compleja su organización. En tal caso, el Estado es la
expresión de todos los sacrificios individuales. Existiendo
bajo semejante forma abstracta, y al mismo tiempo violen­
ta, no ea preciso decirlo, continúa perjudicando cada vez
más la libertad individual en nombre de esa mentira que
se llama “felicidad pública”, aunque es evidente que no re­
presenta, exclusivamente, otros intereses que los de la clase
dominante. El Estado, de ese modo, se nos aparece como
una negación inevitable y como una aniquilación de toda
libertad, de todo interés, particular lo mismo que general.
Se ve aquí que en los sistemas metafísicos y teológicos
todo se asocia y se explica por sí mismo. He ahí por qué
los defensores lógicos de esos sistemas pueden v debefi,
con la conciencia tranquila, continuar explotando las masas
populares por medio de la Iglesia y del Estado. Llenando
los bolsillos y saciando todos sus sucios deseos, pueden al
mismo tiempo consolarse con el pensamiento de que penan
por la gloria de Dios, por la victoria de la civilización y por
la felicidad eterna del proletariado.
Pero nosotros, que no creemos ni en Dios ni en la inmor­
talidad del alma, ni en la propia libertad de la voluntad,
afirmamos que la libertad debe ser comprendida, en si*
acepción más completa y más amplia, como fin del progreso
histórico .de la humanidad. Por un entraño aunque lógico
contraste, nuestros adversarios, idealistas de la teología y
de la metafísica, toman el principio de la libertad como
fundamento y base de sus teorías, para concluir buenamente
176 OBRAS COMPLETAS DE B A K IN IN

en la indispensabilidad de la esclavitud de los hombres.


Nosotros, materialistas en teoría, tendemos en la práctipa a
crear y hacer duradero un idealismo racional y noble. Nues­
tros erfemigos, idealistas divinos y transcendentales, taen
hasta el materialismo práctico, sanguinario y vil, en nombre
dfe la misma lógica, según la cual todo desenvolvimiento es
la negación del principio fundamental. Estamos convenci­
dos de que toda la riqueza de! desenvolvimiento intelectual,
moral y material del hombre, lo mismo que su aparente in­
dependencia, de que todo eso es el producto de la vida en
sociedad. Fuera de la sociedad, el hombre, no solamente no
será libre, sino que no será verdadero hombre, es decir, un
ser que tiene conciencia de sí mismo, que siente, piensa y
habla. Unicamente el concurso de la inteligencia y del tra ­
bajo colectivo ha podido forzar al hombre a salir del estado
de salvaje y de bruto que constituía su naturaleza primaria
o bien su punto inicial de desenvolvimiento ulterior. Esta­
mos profundamente convencidos de está verdad, de que la
vida de los hombres —intereses, tendencias, necesidades,
ilusiones, hasta tonterías, tanto como las violencias, las in­
justicias y todos los actos que tienen la apariencia de vo­
luntarios— no representa más que la consecuencia de las
fuerzas fatales de la vida en sociedad. La gente no puede
adm itir la idea de independencia mutua sin renegar de la
influencia recíproca de la correlación de las manifestació-
nes de la naturaleza exterior.
E n la naturaleza misma, esa maravillosa correlación y
filiación de los fenómenos no se ha conseguido, ciertamen­
te, sin lucha. Al contrario, la armonía de las fuerzas de la
naturaleza aparece como resultado verdadero de esa lucha
constante que es la condición misma de la vida y del movi­
miento. E n la naturaleza y en la sociedad, el orden sin lu­
cha es la muerte.
Si en el universo el orden natural es posible, es única­
mente porque ese universo no es gobernado según algún
sistema imaginado de antemano e impuesto por una volun­
tad suprema. La hipótesis teológica de una legislación di­
vina conduce a un absurdo evidente y a la negación, no sólo
de todo orden, sino de la naturaleza misma. Las leyes natu­
rales sólo son reales en tanto que son inherentes a la natu­
raleza, es decir, en tanto que no son fijadas por ninguna
LA COMUNA D E PARIS Y LA SOCJON DEL ESTADO 17"

autoridad. Estas, leyes no sdn más que sim pes ma*ifesfa-


clones o bien continuas modalidades del desenvolvimiento
de las cosas y de las combinaciones de estos hechos müy
variados, pasajeros, pero reales. El conjunto constituye lo
que llamamos “naturaleza”. La inteligencia humana y la
ciencia observaron estos hechos, los comprobaron experi­
mentalmente, después los .reunieron en un sistema y' los
llamaron leyes. Pero la naturaleza no conoce leyes; obra
inconscientemente, representando por sí misma la variedad
infinita de los Fenómenos, que aparecen y se repiten de una
manera fatal. He ahí por qué, gracias a esa inevitabilidad
dé la acción, el orden universal puede existir y existe de
hecho.
Un orden semejante aparece también en la sociedad hu­
mana, que evoluciona en apariencia de un modo lim ad o
antinatural, pero que en realidad se somete a la marcha na­
tural e inevitable de las cosas, Sólo que la superioridad del
hombre sobre los otros animales y la facultad de pensar,
llevaron a su desenvolvimiento un elemento particular,
completamente natural, sea dicho de paso, en este sentido,
que. como todo lo que existe, el hombre representa el pro­
ducto material de la unión y de la acción de las fuerzas.
Este elemento particular es el razonamiento, o bien esa
facultad de generalización y de abstracción gracias a la
cual el hombre puede proyectarse por el pensamiento, exa­
minándose y observándose como un objeto exterior extraño.
Elevándose, por las ideas, por sobre sí mismo, así como por
sobre el mundo circundante, llega a la representación de la
abstracción perfecta, al nada absoluto. Este límite último
de ¡a más alta abstracción del pensamiento, ese nada abso­
luto es Dios.
He ahí el sentido y el fundamento histórico de toda doc­
trina teológica. No comprendiendo la naturaleza y las cau­
sas materiales de sus propios pensamientos, no dándose
cuenta tampoco de las condiciones o leyes naturales que le
son particulares, no pudieron suponer ciertamente los pri­
meros hombres en sociedad, que sus nociones absolutas fue­
sen el resultado de la facultad de concebir ideas abstractas.
He ahí por qué consideraron esas ideas, sacadas de la na­
turaleza, como objetos reales ante los cuales la naturaleza
misma cesaba de ser algo. Luego se dedicaron a adorar s u "
i?8 o b r a s c o m p l e t a s d e. b a k u m n

ficciones, sus imposibles nociones del absoluto, y a pro­


digarles todos los honores. Pero era preciso, de una manera
cualquiera, figurar y hacer sensible la idea abstracta de la
nada o de Dios. Con este fin inflaron la concepción de la
divinidad y la dotaron, por acrecentamiento, de todas las
cualidades y fuerzas, buenas y malas, que encontraban sólo
en la naturaleza y en la sociedad.
Tal fué el origen y el desenvolvimiento histórico de to­
das las religiones, comenzando por el fetichismo y acaban­
do por el cristianismo.
No tenemos la intención de lanzarnos en la historia (fe
los absurdos religiosos, teológicos y metafísicos y menos
aún de hablar del despliegue sucesivo de todas las encar­
naciones y visiones divinas creadas por siglos de barba
rie. Todo el mundo sabe que la superstición dió siempre
origen a espantosas desgracias y obligó a derramar ríos de
sangre y de lágrimas. Diremos sólo que todos esos repul­
sivos extravíos de la pobre humanidad fueron hechos histó­
ricos inevitables en .el crecimiento normal y en la evolución
de los organismos sociales. Tales extravíos engendraron en
la sociedad esta idea fatal que domina la imaginación de
los hombres, la idea de que el universo es gobernado por
una fuerza y por una voluntad sobrenaturales. Los siglos
sucedieron a los siglos, y las sociedades se habituaron hasta
tal punto a esta idea, que finalmente mataron en ellaB toda
tendencia hacia un progreso más lejano y toda capacidad
para llegar a él.
La ambición de algunos individuos primero, de algunas
clases sociales en segundo lugar, erigieron en principio vi­
tal la esclavitud y la conquista y enraizaron, más que otra
alguna, esta terrible idea de la divinidad. Desde entonces,
toda sociedad fué imposible sin estas dos instituciones
como base: la Iglesia y el Estado. Estas dos plagas sociales
Son defendidas por todos los doctrinarios.
Apenas aparecieron estas dos instituciones en el mundo,
se organizaron automáticamente dos castas sociales: la de
los sacerdotes y la de los aristócratas, que sin perder tiem­
po se preocuparon de inculcar profundamente al pueblo
subyugado la indispensabilidad, la utilidad y la santidad
de la Iglesia y del Estado.
Todo eso tenía por fin transformar la esclavitud brutal
LA COMI NA DE PARIS Y LA NOCION DEL ESJAD O P9

en una esclavitud legal, prevista, consagrada por la volun­


tad del Ser supremo.
Pero los sacerdotes y los aristócratas, ¿creían sincera­
mente en esas instituciones, que sostenían con todas 3us
fuerzas en su interés particular? ¿E ran uftos mistificado­
res y unos embusteros ? N o ; creo que al mismo tiempo eran
creyentes e impostores.
Ellos creían también, porque compartían natural e inevi­
tablemente los extravíos de la masa y únicamente después,
en la. época de la decadencia del mundo antiguo, fué cuando
se hicieron escépticos y embusteros sin vergüenza. Otra
razón permite considerar a los fundadores de los Estados
como gentes sinceras. E l hombre cree fácilmente en lo que
desea y en lo que no contradicé sus intereses. No importa
que sea inteligente e instruido: por b u amor propio y por
su deseo de vivir con sus semejantes y de aprovecharse de
su respeto, creerá siempre en lo que le es agradable y útil-
Estoy convencido de que, por ejemplo, Thiers y el Gobier-
.no versallés se esforzaron a toda costa por convencerse de
que matando en París algunos millares de hombres, de mu­
jeres y de niños salvaban a Francia.
Pero si los sacerdotes, los augures, los aristócratas y los
burgueses, de los viejos y de los nuevos tiempos, pudieron
creer sinceramente, no por eso dejaron de ser siempre mis­
tificadores. No se puede, en efecto, admitir que hayan creí­
do en cada una de las absurdidades que constituyen la fe
y la política. No hablo siquiera de la época en que, según
Cicerón, “dos augures no podían mirarse sin reír”. Aun en
los tiempos de la ignorancia y de la superstición general, es
difícil suponer que los inventores de milagros cotidianos
hayan estado convencidos de la realidad de esos milagros. Se
puede decir lo .mismo de la política, que es posible resumir
a s í: “Es preciso subyugar y expoliar al pueblo de tal modo,
que no se queje demasiado alto de su destino, que no ae
olvide de someterse y no tenga el tiempo necesario para
pensar en la resistencia y en la rebelión”.
¿ Cómo, pues, imaginarse, después de eso, que las gentes
que han transformado la política en un oficio y conocen su
objeto -—es decir, la injusticia, la violencia, la mentira, la
traición, el asesinato en masa y aislado—, puedan creer sin­
ceramente en el arte político y en la sabiduría del Estado
1.80 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNÍN

generador de la felicidad social? No pueden haber llegado


a ese grado de estupidez, a pesar de toda su crueldad, La
Iglesia y el Estado han sido en todos los tiempos grandes
escuelas de vicios. La Historia está ahí para atestiguar sus
crímenes; en tódas partes y siempre, el sacerdote y el esta­
dista han sido los enemigos y los verdugos conscientes,
sistemáticos, implacables y sanguinarios de los pueblos.
Pero, ¿cómo conciliar, sin embargo, dos cosas en apa­
riencia tan incompatibles: los embusteros y los engañados,
los mentirosos y los creyentes? Lógicamente, eso parece
difícil; sin embargo., en la realidad, es decir, en la vida
práctica, esas cualidades se asocian muy a menudo.
En enorme mayoría, las personas viven en contradicción
consigo mismas, y en continuas confusiones; no lo advier­
ten generalmente hasta que algún acontecimiento extraor­
dinario las saca de la somnolencia habitual y las obliga a
echar un vistazo sobre ellas y sobre su alrededor.
En política como en religión, los hombres son máquinas
en manos de los explotadores. Pero ladrones y robados,
opresores y oprimidos, viven unos al lado de otros, gober­
nados por un puñado de individuos que conviene considerar
como verdaderos explotadores. Son las mismas personas,
libres de todos los prejuicios políticos y religiosos, las que
maltratan y oprimen conscientemente. En los siglos XVI
y X V III, hasta la explosión de la Gran Revolución, como
en nuestros días, mandan en Europa y Obran casi a su ca­
pricho. Es necesario creer que su dominación no se prolon­
gará largo tiempo.
E n tanto que los jefes principales engañan y pierden a
los pueblos con toda conciencia, sus servidores, o las hechu­
ras de la Iglesia y del Estado, se aplican con celo a sostener
la santidad y la integridad de esas odiosas instituciones.
Si la Iglesia —según dicen los sacerdotes y la mayor parte
de los estadistas— es necesaria a la salvación del alma, el
Estado, a su vez, es también necesario para la conservación
de la paz, del orden y de la justicia; y los doctrinarios de
todas las escuelas g ritan : “ Sin Iglesia y sin Gobierno no
hay civilización ni progreso”.
No tenemos que discutir el problema de la salvación
eterna, porque no creemos en la inmortalidad del alma. Es­
tamos convencidos de que la más perjudicial de las cosas,
LA C O M l \ A DE PARIS 1 LA XO CiO N DEL EST ADO 181
para la humanidad, para la libertad y el progreso, es la
Iglesia. ¿Y puede ser otra? ¿No es a la Iglesia a quien in ­
cumbe la tarea de pervertir las jóvenes generaciones, las
mujeres sobre todo? ¿No es ella la que por sus dogmas,
sus mentiras, su estupidez y su ignominia tiende a matar
el razonamiento lógico y la ciencia? ¿Es que no afecta a
la dignidad del hombre, pervirtiendo en él la noción de loa
derechos y de la justicia? ¿No transforma en cadáver lo
que es vivo? ¿No pierde la libertad? ¿No es ella la que
predica la esclavitud eterna de las masas en beneficio de los
tiranos y de los explotadores? ¿No es ella, esa implacable
Iglesia, la que tiende a perpetuar el reinado de las tinieblas,
de la ignorancia, de la miseria y del crimen?
Si el progreso de nuestro siglo no es un sueño engafíoao,
debe terminar con la Iglesia............................................ .... .
(E l manuscrito se interrum pe aquí.)
ADVERTENCIA
PARA EL IMPERIO KNUTO GERMÁNICO

(Locarao, del 25 de junio al 3 de julio d s 1871)


ADVERTENCIA
PARA EL IMPERIO KNUTOGERM ANIC O

Eata obra, como todos mis escritos, poco numerosos, que


publiqué hasta aquí, nació de los acontecimientos. Es la
continuación natural de mis Cartas a un francés, publica­
das en septiembre de 1870. En esas cartas tuve el fácil y
triste honor de prever y de predecir todas las horribles des­
gracias que hieren hoy a Francia y con ella a todo el mun­
do civilizado; desgracias contra las que no había entonces»
ni hay hoy, más que un solo rem edio: la revolución social.
Desde el comienzo de la guerra, y sobre todo después
de las dos primeras victorias brillantes obtenidas por los
alemanes sobre los ejércitos de Napoleón III, en presencia
del pánico singular que se había apoderado de estos últi­
mos, era evidente que Francia debía ser vencida. Y para
quien tenía idea, por un lado de la desorganización y de la
desmoralización horrorosa que, bajo el nombre de orden
público y de salvación de la civilización, habían dominado
en este desdichado país durante los veinte años del régimen
imperial, y por el otro sabía todo lo que hay de brutal ava­
ricia y de vanidad a la vez servil y feroz en el patriotismo
alemán, de instinto despótico y cruel, de insolencia impla­
cable y de desprecio humano en los Bismarck, los Mol ti
y en todos los otros jefes coronados y no coronados de
Alemania, debía ver claro que Francia como Estado, como
dominación política y como potencia de primer orden, es­
taba perdida. Aniquilada como Estado, Francia sólo podía
renacer a un poder nuevo, a una grandeza nueva, no ya
política esta vez, sino social, por la revolución, a menos
que prefiriese arrastrar una existencia miserable como Es­
tado de segundo o de tercer orden, con el permiso especial
Obras de Bakuain. ■I I 12
186 OBRAS COMPLEJAS DE B A K l'M N

del señor Bismarck y bajo la protección poco graciosa de


eBe gran imperio knutogermánico que acaba de reemplazar
hoy al imperio de Napoleón III.
Toda la cuestión estaba, pues, allí: Francia, después de
haber hecho bancarrota como Estado, y hallándose por eso
mismo incapaz de oponer a la invasión knuto germánica una
fuerza política y administrativamente organizada, ¿encon­
trará en sí, como sociedad, como nación, bastante genio y
bastante poder vital para buscar su salvación en la revolu­
ción? Y como hoy no existe otra revolución posible que la
revolución social; como la sublevación unánime y sincera­
mente popular de una nación contra una invasión extran­
jera detestada, significa guerra sin cuartel, guerra a cuchi­
llo y a tea incendiaria —como lo hemos visto ya en España
y después en Rusia, cuando los rusos respondieron a la
invasión de Napoleón I con el incendio de Moscú, así como
acabamos de verlo en fin en esa heroica ciudad de París,
cuyo proletariado magnánimo, tomando en serio una expre­
sión magnífica que no había sido más que una frase repul­
siva e hipócrita en los labios de los señores Julio Favre y
compañía, ha preferido enterrarse bajo las ruinas antes que
rendirse a los odiosos extranjeros de Versalles unidos a
los prusianos de Saint-Denis—, se trataba de saber qué par­
te de la sociedad francesa encontraría en su seno bastante
energía, grandeza intelectual y moral, abnegación, heroísmo
y patriotismo para hacer esa revolución y esa guerra, para
realizar ese inmenso sacrificio a cuyo precio únicamente
podría ser salvada Francia.
Para el que conozca un poco la moral y el espíritu actual
de las clases posesoras, que por irrisión sin duda se llaman
clases superiores, cultas o instruidas, debía ser evidente
que no había que esperar nada de esa parte para la salva­
ción de Francia; únicamente frases más o menos hipócritas
y siempre ridiculas y odiosas, porque, impotentes cuando
prometen el bifen, sólo son serias cuando predicen el mal;
nada más que inepcia, traición y cobardía. En cuanto a mí,
no puedo conservar sobre este punto duda alguna. Desde
hace varios años, me he entregado con una especie de vo­
luptuosidad amarga y cruel al estudio especial de esa im­
potencia intelectual y moral asombrosa de la burguesía ac­
tual. Y cuando hablo de la burguesía, comprendo igualmen­
ADVERTENCIA PAR,* EL IMPERIO 187

te en esta denominación a toda la clase nobiliaria que, ha­


biendo perdido en todo el continente de Europa y en gran
parte en Inglaterra mismo todos los rasgos distintivos que
hicieron de ella antes una clase política y socialmente dis­
tinta, se ha aburguesado completamente hoy bajo la presión
irresistible del movimiento capitalista actual. Comprendo
también en esa palabra a la masa innumerable de los gran
des y de los pequeños funcionarios militares, civiles, judi­
ciales, religiosos, escolares y policíacos del Estado, menos
los simples soldados que, sin ser burgueses, son sin embar­
go la providencia visible, la tínica razón de ser y como los
arcángeles forzados de la burguesía y del Estado, los sos­
tenes únicos e indispensables de lo que los burgueses lla­
man hoy civilización.
Denomino, pues, burgués a todo el que no es trabajador
de las fábricas, de los talleres o de la tierra; y pueblo a
toda la masa de los obreros propiamente dichos, lo mismo
que a los campesinos que cultivan con sus brazos, sea su
propia tierra, sea la tierra de otro. Yo, que escribo, soy, des
graciadamente, un burgués. No obstante, se podría consi­
derar como no burguesa y como perteneciente al proleta­
riado a esa masa de trabajadores de la ciencia y de las artes
que apenas consiguen ganar su vida y que se aplastan mu­
tuamente en una competencia espantosa; su existencia es
a menudo más precaria y más miserable que la de los obre­
ros propiamente dichos. En realidad, no son más que prole­
tarios; para hacerse tales sólo les falta una cosa, y es vol­
verse proletarios por la voluntad, por el santhmento y por
la* idea. Pero eso es lo que los separa precisamente del pro
letariado. Son en gran parte burgueses por sus prejuicios,
por sus aspiraciones y por sus esperanzas siempre ilusorias,
y sobre todo por su vanidad. Lo mismo puede decirse de esa
masa más numerosa aún de pequeños industriales y de pe­
queños comerciantes que, no queriendo ver y rehusando
comprender que el concurso de las fuerzas económicas ac­
tuales les lleva fatalmente al proletariado, se imaginan loca­
mente que son solidarios de los intereses de la alta bur
guesía.
Ese mundo burgués, actualmente es, desde el punto de
vista intelectual, impotente y está moralmente podrido. Ha
renegado de sus dioses, no tiene fe en nada, ni en sí mismo,
188 OBRAS COMPLETAS DF BAK Ü NI V

y no vive sino de la hipocresía y dé la violencia. De todas


las religiones que ha profesado y que considera bueno apa­
rentar aún, no ha conservado más que una serie: la de la
propiedad de la riqueza adquirida, siempre aumentada y
mantenida a todo precio y por cualquier medio que sea. Con
semejante disposición de ánimo y de espíritu, únicamente
hay una forma política posible: la dictadura militar, indí­
gena o extranjera, porque no hay duda —y los hechos que
se sucedieron en Francia lo han demostrado por otra par­
te— que todo burgués bien pensado y bien nacido, sacri­
ficando la patria sobre el altar de la propiedad, preferirá
siempre el yügo del déspota extranjero más insolente, más
duro, a la salvación de su propio país por la revolución
social.
He tenido el triste honor de predecirlo, hace dos añoB,
en una serie de artículos publicados en UEgaJité, de Gine­
bra (1). Habiendo publicado el Comité central de la Liga
de la Paz y de la Libertad, que reside en esa ciudad, un
programa en el que proponía al estudio de sus raros fieles
esta cuestión: ¿Qué misión está llamada a desempeñar la
dase burguesa, y la burguesía radical principalmente, en
prese ocia d¡e la cuestión social que hoy se impone de un
modo verdaderamente formidable a todos los países de E u­
ropa?, yo respondí que, según mi opinión, sólo le quedaba
una misión que llenar: “morir con gracia”. Sí, inmolarse
generosamente, como se había inmolado la nobleza de Fran­
cia en la noche memorable del 4 de agosto de 1789.
Pero esa nobleza, por degenerada y corrompida que es­
tuviese por varios siglos de existencia servil en la corte de
los reyes, había conservado aún, hafeta fines del siglo X V III
y en el momento en que la revolución burguesa le daba
un golpe mortal, un resto de idealismo, de fe, de entu­
siasmo. A falta de su corazón, su imaginación permanecía
abierta a las aspiraciones generosas. ¿No había saludado,
protegido, difundido las ideas humanitarias del siglo? ¿No
había enviado sus más nobles hijos a América para sostener
con las armas en ía mano la causa de la libertad contra el
despotismo? Lá noche del 4 de agosto fué en parte la ex-
(1) A rtículos titulados Los adormideras, publicados del 24 de junio al 24 de
ju lio de 1869, Ten L'Egalité. S e in je rta n ea el toma V I de estas OWras. (Mota
del traductor.)
ADVER7E \ CIA PARA EL IMPERIO m

presión de ese espíritu caballeresco que hizo de ella en


cierto modo el instrumento, por lo demás casi siempre in­
consciente, de su propia destrucción.
fís verdad que I o b acontecimientos influyeron también
mucho. Si los campesinos no hubiesen atacado los castillos,
destruido los palomares (1) y quemado los pergaminos no­
biliarios, esas leyes de la servidumbre rural, no es segure
que los representantes de la nobleza en la Asamblea Nacio­
nal se hubiesen ejecutado tan graciosamente. Es verdad
igualmente que la nobleza emigrada, al volver a Francia
con los Borbones en 1814, se mostró animada de disposicio­
nes muy poco generosas y caballerescas, Comenzó pot
hacerse pagar mil millones de indemnización, y manifestó,
en el reparto de esa indemnidad, un espíritu de mentira y
de avaricia que probó que no había heredado ninguna de las
cualidades reales o supuestas de sus padres, y que poseía
en cambio una gran dosis de codicia rapaz y de vanidad
fanfarrona y senil, Veinticinco años de emigración forzada,
habían bastado para aburguesar completamente la nobleza
de Francia. La revolución de 1830 la transformó definitiva­
mente en una nueva categoría de la clase burguesa, la de los
propietarios de la tierra, la burguesía rural.
La burguesía rural, en otro tiempo noble, mezclada con
mucho de burguesía y aun de campesinado pura sangre,
que se dicen nobles porque han adquirido propiedades más
o menos respetables que hacen cultivar por brazos asala­
riados, esa burguesía nobiliaria se distingue hoy de la bur­
guesía propiamente dicha o de la burguesía de las ciudades
por un grado mayor de estupidez, de ignorancia y de pre­
sunción. La mayor parte de sus hijos es educada por loe
sacerdotes, por los buenos padres de Jesús. Es dura, egoís­
ta, sin convicciones, sin habilidad, sin honor, sin ideas, pero
excesivamente vanidosa y presuntuosa; ávida de comodidad
material y de goces groseros; capaz de vender, por algunos
millares de francos, padre, madre, hermanos, hermanas, hi­
jos, pero con la boca siempre llena de sentencias morales
sacadas de las enseñanzas del catecismo cristiano i acude
uiuy regularmente a misa, aunque en el fondo de su cora­
zón no se cuida ni de Dios ni del diablo, y no conserva de
(1 ' Antiguam ente, s61o loa caballeros podían tener palom ares en F^sucif
(N ota del traductor.)
!90 OBRAS COMPLETAS DE BAKUMM

los tres objetos consagrados por el culto antiguo de >us


padres, patria, trono y altar, más que los dos últimos.
La nobleza de Francia no es patriota, es ultramontana
primero, después realista. Le es necesario ante todo el
Papa, luego un rey sometido a ese Papa, y que reine por su
gracia. A la realización de este ideal, está dispuesta a sa­
crificar a Francia, Un justo instinto, ese instinto de egoís-
rao que se encuentra en los animales más torpes, le advier­
te que la prolongación de su existencia ridicula sólo es
posible a ese precio. Es un espectro, un vampiro que no
puede vivir ya sino bebiendo la sangre joven del pueblo
y que para legitimar su crimen tiene necesidad de la san­
ción igualmente criminal del representante visible del fan­
tasma divino sobre la tierra, del llamado vicario de un su­
puesto dios, del Papa,
La nobleza de Francia, por lo demás, no fué nunca ex­
cesivamente patriota. Durante el largo período de la for­
mación del Estado monárquico, hasta Luis XIV, conspiró
constantemente, se sabe, contra la unidad nacional, repre­
sentada por los reyes, con el Papa, con España, con Ale­
mania, con los ingleses. Los jefes de las más grandes casas
nobiliarias de Francia han vuelto sus armas contra Francia
y vertido sangre de sus conciudadanos bajo banderas extra­
ñas. El patriotismo forzado de la nobleza francesa, no data
más que de la muerte del cardenal Mazzarino, y sólo tuvo
una corta duración de treinta años aproximadamente, has­
ta 1792.
Luis XIV la hizo patriota sometiéndola definitivamente
al Estado. Enemiga y explotadora siempre del pueblo,
m ientras había conservado frente al despotismo de los re­
yes su independencia, su noble altivez, había sido igual­
mente la enemiga de la patria como Estado. Sometida a
éBte por la mano tan pesadamente real de Luis XIV, se con­
virtió en su servidora, tan obsequiosa e interesada como
celosa, sin cesar de ser la enemiga natural y la explotadora
despiadada del pueblo. Lo oprimió doblemente, como pro­
pietaria exclusiva de la tierra y como funcionario privile­
giado del Estado. Hay que leer las memorias del Duque de
Saint-Simon y las cartas de Madame de Sevigné, para darse
una idea del grado de rebajamiento a que había reducido la
indolencia y la fatuidad despótica del más arbitrario de los
ADVERTENCIA PARA EL IMPERIO 191
soberanos a estos nobles señores feudales, antes los iguales
de sus reyes, que se convirtieron en sus meros cortesanos,
en sus lacayos; y para comprender esta transformación en
apariencia tan repentina, pero en realidad largamente pre­
parada por la Historia, es preciso recordar que la pérdida
de b u independencia se encontró compensada ampliamente
por grandes ventajas materiales. Al derecho de apalear sin
conmiseración a sus siervos, añadieron dos títulos extrema­
damente lucrativos: el de mendigos privilegiados de la cor­
te y el de ladrones consagrados del Estado, y del pueblo
también por la potencia del Estado. Tal fué el secreto y el
verdadero fundamento de su nuevo patriotismo.
Habiéndoles privado repentinamente la revolución de
estos privilegios preciosos, los nobles de Francia cesaron
de comprender el patriotismo francés. En 1792, un cuerpo
armado, casi formado exclusivamente de nobles emigrados
de Francia, invadió el territorio francés bajo la bandera
alemana del Duque de Brunswick; y desde entonces, obli­
gados a batirse vergonzosamente en retirada ante el pa­
triotismo democrático de las tropas republicanas, conspira- •
ron contra Francia, como en los días más hermosos de su
independencia feudal, con todo el mundo y en todas par­
tes: con el Papa, en toda Italia, en E spaña^en Inglaterra
con Pitt, en Alemania con Prusia y Austria, en Suecia mis­
mo, y en Rusia con la virtuosa Catalina II, hasta la época
en que las victorias fulminantes de Napoleón, cónsul y em­
perador, hubieron, no aniquilado, sino forzado a enterrar
en el secreto, en la intriga, esa conspiración primeramente
tan ruidosa de la nobleza de Francia contra Francia.
Tal es, pues, la verdadera naturaleza de ese patriotismo
de que hace hoy tanta ostentación. Reducido a sus elemen^
tos más simples, es el desinterés económico del burgués
mezclado a la altivez del cortesano y a la humanidad de la
sacristía; es la fidelidad siempre dispuesta a venderse y a
vender a Francia, mas abrigándose siempre bajo la bandera
nacional, siempre que esa bandera sea blanca (1) e mmacu
( t ) L a bandera blanca iiordelisada fu i la bandera de los reyes de Francia
y la que m antenía come enseña la noble*» de este p a ís. D urante la Restauración,
su stitu y ó a la tricolor. E n 1873, el Conde de Chambord, llam ado E nrique V por
los realistas, hizo d e sistir a éstas del propósito de in ten tar una nueva re stau ra ­
ción, por negarse a aceptar la . enseña tricolor en lugar de la bandera blanca,
como íe proponían. (N ota del traductor,)
192 OBRAS COMPLETAS DE BAKUNIN

lada como ,ella misma, paño bendito de la Iglesia, talismán


maravilloso y fecundo en beneficios para los propietarios
de Francia, pero un sudario para el pueblo de Francia,
pata la dignid&d intelectual y moral de esta grande y mí­
sera nación.
¡Quién no sabe la historia del envilecimiento o del abur­
guesamiento definitivo de esa pobre nobleza! Vuelta con
los Borbones por amos, en lo s furgones de los ejércitos
aliados contra Francia, en 1814 y en 1815, había t r a t a d o d e
restaurar su pasado, no feudal, sino cortesano. Quince años
de dominación le bastaron para ir a la bancarrota. Fantasma
ella misma, no como propietaria de la tierra, sino como
aristocracia política, arrastró en su caída otro fantasma»
su aliado y su eterno santificado^ la Iglesia. La burguesía,
fortalecida por su riqueza y de inteligencia positiva, volte­
riana, expulsó a una y otra del poder político y de las ciu­
dades, después de lo cual la nobleza, lo mismo que la Igle­
sia, se repusieron ambas en los campos y de allí data prin­
cipalmente su influencia nefasta sobre los campesinos.
Excluidas de la vida política por la revolución de Julio,
y viéndose por tanto privadas repentinamente de toda in­
fluencia social en los grandes centros de la civilización
burguesa, encentrándose, por así decirlo, desterradas de Pa­
rís y de las otras ciudades importantes de Francia, se re­
fugiaron y se fortificaron en la Francia rural, y, más alia­
das que nunca, uniendo sus esfuerzos, una llevando el peso
de sus riquezas materiales y su influencia de gran propie­
taria, otra su acción sistemáticamente inmoral y embrute-
cedora sobre la superstición religiosa de los campesinos y
en especial sobre la de sus mujeres, llegaron a dominarlos.
La revolución de 1830 había quitado la corona, derribado
políticamente, pero no desposeído a la nobleza de Francia,
que no por eso quedó menos como propietaria por excelen­
cia de la tierra. Sólo que el carácter de es a. propiedad había
cambiado enteramente. Feudal,'inmueble y privilegiada en
la Edad Media, había sido transformada por la revolución
en propiedad completamente burguesa, es decir,, sometida
a todas las condiciones de la producción capitalista, en
medio del trabajo asalariado.
Durante la Restauración, la nobleza había tratado de
hacer revivir, si no el trabajo forzado y las otras servidum­
ADVERTENCIA PARA EL IMPERIO 193
bres rurales que íueron la base esencial de la propiedad feu­
dal, al menos el principio de la inalienabiftdad de la tierra
en sus manos, instituyendo los mayorazgos, por un^ legisla­
ción especial que en fin de cuentas no llegó más que a un
aólo resultado, al obstaculizar la venta de las propiedades:
el de hacer el crédito territorial poco menos que imposible.
Pero hoy, propietario o no propietario, el que no tiene cré­
dito no tiene capital, y el que no tiene capital no puede
asalariar el trabajo, ni procurarse instrumentos perfeccio­
nados, las máquinas, y por consiguiente no puede producir
riquezas. Por lo tanto, toda esa legislación ridicula y que,
a primera vista, parecía deber proteger la propiedad, la
esterilizaba al contrario en manos de los propietarios y
condenaba a éstos últimos a la pobreza. La revolución de
julio puso fin a todas esas tentativas ridiculas de volver
a la Edad Media. La propiedad territorial se movilizó, ca­
sándose con el capital, y sometiéndose forzosamente a to­
das las vicisitudes de la producción capitalista.
Hoy, los grandes propietarios de la tierra, como los otros
capitalistas, son fabricantes, especuladores, mercaderes. Es­
peculan y juegan mucho a la Bolsa, compran y venden ac­
ciones, toman parte en toda especie de empresas industria­
les reales o ficticias, y venden todas las cosas, su concien*
cia, su religión y ante todo su honestidad.
El sentimiento social de la nobleza, -en otra época tan
exclusivo, se moviliza y se aburguesa al mismo tiempo que
su propiedad. Antes, una mala alianza era considerada como
una vergüenza, como un crimen. A partir del primer Impe­
rio, bajo la Restauración misma, y sobre todo bajo el régi­
men de Julio, se transformó en un lugar común. La nobleza,
empobrecida por la revolución y no indemnizada suficiente­
mente por el millar de millones que le dió la Restauración,
tenía necesidad de rehacer su fortuna. Sus hijos se casaron
con las burguesas y dió sus hijas a los burgueses. Soportó
que estos últimos se cubrieran de títulos nobiliarios a los
que no tenían derecho alguno. Se burló, es verdad, pero
no se opuso. Al principio, estas usurpaciones ridiculas sal­
varon en cierto modo las apariencias. ¿No era preferible
poder llamar a su yerno conde, marqués, vizconde o barón
que llamarlo simplemente señor Jourdain? Además, había
una utilidad social evidente en esas mascaradas bufonas.
O BRAS COM PLETAS DE B A K V M H

Nobleza obliga. Un burgués que se cubre con un título que


no le pertenece debe guardar el decoro, debe darse al me­
nos la apariencia de un hombre bien nacido y bien criado;
debe ostentar sentimientos aristocráticos, despreciar la ca­
nalla, aparentar sentimentalidad religiosa e ir regularmen­
te a misa.
La venta de los bienes nacionales y después las transac­
ciones territoriales habían hecho caer muchas grandes pro*
piedades en manos de los burgueses. Si estos burgueses pro­
pietarios hubiesen continuado formando banda aparte; si*
llevando sus costumbres y sus opiniones volterianas y libe­
rales a los campos, hubiesen proseguido su lucha encarni­
zada contra la nobleza y contra la Iglesia, no habría podido
arraigar la influencia de éstas entre los campesinos. Era
preciso, pues, asimilarse a todo precio, y para eso no había
mejor medio que dejarlos ennoblecerse y disfrazarse de des­
cendientes de los cruzados. Este medio era infalible, porque
estaba calculado principalmente sobre la vanidad, pasión
que ocupa el puesto más considerable en el corazón de los
burgueses, después de la avaricia; la avaricia representa
su ser real, que la vanidad trata de enmascarar en vano
bajo apariencias sociales. Como el hidalgo de Moliere, todo
burgués capitalista ó propietario de Francia, está abrasado
por el deseo de convertirse por lo menos en barón y de
acostarse con alguna marquesa, aunque no sea más que una
vez en su vida.
Así se formó, bajo el reinado de Luis Felipe, en los cam­
pos, en las provincias, cooperando la vanidad burguesa y la
comunidad de los intereses, una sociedad nueva, la burgue­
sía rural, en la que imperceptiblemente se perdió por com­
pleto la antigua nobleza. El espíritu que animó después a
esa clase fué un producto complejo de diversos elementos.
La burguesía contribuyó con su positivismo cínico, la bru­
talidad de ¡as cifras, la dureza de los intereses materiales;
y la nobleza con su vanidad cortesana, con su falsa caba­
llerosidad en la que el honor había sido reemplazado desde
hacía mucho tiempo por el pundonor ; sus distinguidas ma­
nera* y sus hermosas frases, que disimulan tan agradable­
mente la miseria de su corazón y la nulidad desoladora de
su espíritu; su vergonzosa ignorancia, su filosofía de sa­
cristía, su culto al hisopo y su hipócrita sentimentalidad
ADVERTENCIA P \R A EL IMPERIO 195

leligiosa. La Iglesia, en fin, siempre práctica, siempre en­


carnizada en la persecución de .sus intereses materiales y
de su poder temporal, sancionó con su bendición ese connu­
bio monstruoso entre dos clases antes enemigas, pero con­
fundidas en lo sucesivo en una nueva clase para desdicha
de Francia. Esa clase se transformó necesariamente en el
Don Quijote del ultramontanismo. Tal fué precisamente su
rasgo distintivo y que la separa hoy de la burguesía de las
ciudades. Lo que identifica a esas dos clases es la expío-
tación brutal y despiadada del trabajo popular, y la impa­
ciencia por enriquecerse a costa de cualquier medio' y a
cualquier precio, y el deseo de conservar en sus manos el
poder del Estado, como el medio más seguro para garanti­
zar y ensanchar esa explotación. Lo que les une, en fin, es
el objetivo. Mas lo que las separa profundamente son los
medios y las rutas, es el método que cada una cree deber
emplear para llegar a ese objetivo. La burguesía rural es
ultramontana, y la burguesía de las ciudades es galicana;
lo que quiere decir que la primera cree poder llegar más
seguramente á su fin por la subordinación del Estado a la
Iglesia, mientras que la segunda, por lo contrario, tiende a
la subordinación de la Iglesia al Estado. Pero ambas están
unánimes sobre eBte p u n to ; que es absolutamente necesaria
para el pueblo una religión.
En otro tiempo, antes de la Gran Revolución, y aun antes
de la revolución de Julio, bajo la Restauración, se podía
decir que la nobleza era religiosa y que la burguesía era
irreligiosa. Pero hoy no es lo mismo. La nobleza, o más
bien la burguesía rural que reemplazó definitivamente a la
nobleza, no ha conservado la sombra de ese antiguo fervor,
de esa sencillez y de esa profunda ingenuidad religiosa
que se había mantenido mayormente entre los caballeros
del campo hasta los primeros años del siglo presente. Lo
que domina entre los caballeros actuales no es ya el senti­
miento, es la imbecilidad y la crasa ignorancia; no es la
abnegación caballeresca, heroica, fanática, es la frase de
todo eso, que enmascara hipócritas cálculos. En el fondo,
lo repito, no hay más que una ambición miserable, una vani­
dad ridicula, una avaricia feroz, y una necesidad insaciable
de sensuales goces materiales, eo decir, lo contrario del
verdadero sentimiento religioso. Todas estas tendencias
)% OBRAS COMPLETAS DE B A K U N l\

innobles, que caracterizan hoy la nobleza o la burguesía ru­


ral de Francia, están agrupadas bajo la bandera del ultra-
montanismo.
Esta clase es ultramontana porque está educada en gran
parte por los jesuítas y habituada desde la infancia a la
alianza de los sacerdotes, sin los cuales no llegaría nunca
a dominar en el campo: envidiosa, por lo demás, de la bur­
guesía de las grandes ciudades que la aplasta por su inteli­
gencia y por una civilización mucho más ampliamente des­
arrollada, considera a la Iglesia como la más segura garan­
tía dé su poder político y de sus privilegios materiales, y le
sacrifica con gusto el Estado, es decir, la patria, que garan­
tiza, al contrario, más los intereses y el poder exclusivo de
la burguesía de las grandes ciudades.
Por su parte, esta última, fiel en eso a sus antiguas tra­
diciones, da al Estado la preferencia sobre la Iglesia. No
se ha hecho religiosa, pero cesó de hacer alarde de ateísmo
y hasta de su indiferencia ante las mentiras tan útiles de la
religión. Desde 1830, es decir, desde que se apoderó defini­
tivamente de todos los'poderes del Estado, había comen
zado a comprender que únicamente las promesas celestiales
de la religión podían impedir al proletariado, cuyo tra­
bajo le enriquece, sacar consecuencias terrenales de la fór­
mula revolucionaria Libertad, Igualdad y Fraternidad, de
que ella se había servido para derribar el poder de su her­
mana mayor la nobleza. El socialismo, no el socialismo teó­
rico elaborado por los pensadores generosos salidos de su
seno, sino el socialismo práctico de las masas obreras, sur­
gido del instinto y de los sufrimientos mismos de esas ma­
sas y que hizo su primera manifestación brillante y san­
grienta en Lyon, en 1831, y más ampliamente en París, en
1848, acabó de abrir los ojos a los burgueses. Y cuando en
estos últimos años el proletariado, no de Francia sólo, sino
de Europa y de América, organizado en una inmensa aso­
ciación internacional, levantó audazmente la bandera del
ateísmo, es decir de la rebelión contra toda autoridad d i­
vina y humana, entonces los burgueses comprendieron que
no había para ellos más salvación que el mantenimiento a
toda costa de la religión. Despreocupados, libertinos, vol­
terianos y ateos, después de un siglo de lucha heroica con­
tra los absurdos de la fe y contra la depravación religiosa.
AD \E R 1£M C IA PARA EL IMPERIO m

comenzaron a decir ahora, como Enrique IV, de burguesa


memoria, lo había dicho de París, que “la conservación del
bolsillo burgués bien vale una misa".
Y van a misa, acompañan de nuevo a ella a sus castas
esposas y a sus hijas inocentes, ángeles sumidos en el amor
divino y en la moral de la Santa Iglesia Católica, de la que
son servidoras consagradas, y que Jes hace bendecir hoy las
ejecuciones horribles, la matanza en masa de la canalla re­
publicana y socialista de París, comprendidos los niños y
las mujeres, por los salvadores de Versalles, como sus abue­
los, dirigidos por esa misma Iglesia, habían aplaudido, hace
justamente tres siglos, las matanzas no menos meritorias
y no menos grandiosas de las jornadas de San Bartolomé.
A tres siglos de distancia, ¿no se repite la misma cuestión,
el mismo crimen? ¿No han sido los hugonotes lo que los
comunalistas son hoy: rebeldes criminales e impíos contra
el yugo salvador de Dios y de todos sus dignos represen­
tantes sobre la tierra? Entonces, esos representantes, esos
salvadores, se llamaban el Papa, la Compañía de Jesús, el
Concilio de Trento, Felipe II, el Duque de Alba, Carlos IX,
Catalina de Médicis, los Guisas y todos los santos héroes
de la Liga; hoy se llaman el Papa, la Compañía de Jesús,
el Concilio del Vaticano, el Consistorio de Berlín, el empe­
rador Guillermo I, el Príncipe de Bismarck; y al lado de
esas terribles figuras, como figuras menores, los Thiers,
Julio Favre y Julio Simón, con toda su patriótica Asam­
blea Nacional de la que son flor y nata; el honesto Tro-
chu, el austero Picard, Dufaure el justo, el heroico Mac-
Mahon, el caballeresco Ducroy, antiguo degollador de P a ­
rís, y ese viejo general Changarnier, que no puede conso­
larse por no haber tenido nunca ocasión de asesinar más
que árabes; ese dulce Gallifet, este buen Napoleón III, el
gran hombre desconocido y caído, la piadosa Eugenia con
su granuja imperial bautizado por el Papa, Enrique V, el
predestinado, todos esos amables príncipes de Orleans, vie­
jos y jóvenes, que mueren de gana de sacrificarse por ía
salvación de Francia, y tantos otros pretendientes legíti­
mos e ilegítimos, pájaros de presa, bestias feroces más o
menos hambrientas que giran sobre ella en este momento,
impacientes por devorarla.
Sí, toda esa horrorosa canalla, dirigida por el doble re­
198 OBRAS COMPLETAS DE

negado de la filosofía y de la República, Julio Simón, débe


ir a misa, y los burgueses volterianos de Francia deben
seguirla. Impulsados por una fuerza en lo sucesivo irresis
tibie; renunciando a todo lo que había constituido antes
su honor, a la verdad, a la libertad, a la justicia, y a todo
lo que se llama conciencia y dignidad humana; retroce­
diendo ante la lógica de su propio pasado; no atreviéndose
ni a afrontar ni a encarar siquiera el porvenir, y conde­
nados fatalmente a no buscar su salvación sino en la nega­
ción más vergonzosa de todo lo que habían adorado y, ser'
vido en los días de su grandeza intelectual y moral, ae
dejaron arrastrar hasta besar, por no decir otra cosa, la
pantufla del Papa, ese jefe espiritual, ese santificador y
ese inspirador consagrado de todos los absurdos, de todas
las iniquidades, de todas las ferocidades, de todas laB in­
famias y torpezas que se instalan hoy de nuevo triunfal-
mente en e! mundo.
Irán, pues, a misa, pero irán contra su voluntad; se aver­
gonzarán de sí mismos y he ahí lo que constituye su debili­
dad relativa ante la burguesía rural de Francia, y lo que les
dará una posición necesariamente inferior con relación a
ésta, no ya en las cosas de la religión, sino, necesariamente,
también en los asuntos políticos. Es verdad que el cinismo
de los burgueses, estimulado por la cobardía y por la ava
ricia, va muy lejos. Mas por cínico que se sea no se llega
jamás a olvidar completamente el pasado. A falta de la con­
ciencia del corazón, se conserva la conciencia y el pudor
de la inteligencia. Un burgués consentirá mejor en pasar
pOr pillo ^hasta se vanagloriará de ello, porque es un título
de gloria en los ambientes y en las épocas de villanía au­
daz; pero difícilmente se resignará a pasar por tonto. Que­
rrá explicarse, por consiguiente, y como no hay explicación
para la tontería aumentada por la cobardía, se embarazará
y se enredará en razonamientos inextricables. Se sentirá
despreciado, se despreciará a sí mismo, y con sentimiento
semejante nadie se hace fuerte. Sú misma inteligencia y su
instrucción superior le condenarán a una debilidad inven*
cible y, débil, se dejará arrastrar fatalmente por los que se
sientan y en efecto sean más fuertes. j Ah, si, esos buenos
burgueses de Francia deberán triscar la hierba como Nabu-
codonosorl
ADVERTENCIA PARA U IMPERIO 199

Los más fuertes hoy son los nobles duques, Jos marque
ses, los condes, los barones, los ricos propietarios, en una
palabra toda la burguesía del campo; lo son también los
pillos francos de la banda bonapartista, los bandidos ele­
gantes: estadistas, prelados, generales, coroneles, oficiales,
administradores, senadores, diputados, comerciantes, gran^
des y pequeños funcionarios y policías formados por Na­
poleón III. No obstante, es necesario establecer una distin­
ción entre estas dos categorías que están llamadas a darse
la mano, como se la dieron ya bajo el segundo Imperio.
La banda bonapartista no peca ni de tontería ni de ig­
norancia. Cuando está representada por sus jefes, al con­
trario, hasta es muy inteligente, muy sabia. No ignora el
bien y el mal, como nuestros primeros padres antes de
haber probado el fruto del árbol de la ciencia, o como lo
hace en parte en nuestros días la clase burguesa rural a
la cual una santa y crasa ignorancia y la profunda estu­
pidez inherente al aislamiento de la vida del campo rehi­
cieron una especie de virginidad. Cuando los bonapartistas
hacen mal, no pueden menos de hacerlo y lo hacen cons­
cientemente y sin forjarse la menor ilusión sobre la natu­
raleza, los móviles y el fin de sus empresas, o más bien, han
llegado a ese punto del desenvolvimiento intelectual y mo­
ral en que la diferencia entre el bien y el mal no existe ya,
y en que todas las nociones sociales, las pasiones políticas,
aun los intereses colectivos de las clases, lo mismo que to­
das las creencias religiosas y todas las convicciones filosó­
ficas, perdiendo su sentido primitivo, su sinceridad, su se­
riedad, se transforman en otros tantos excelentes pretextos
o disfraces de que se sirven para ocultar el juego de sus
pasiones individuales.
La burguesía rural, los caballeros campesinos están lejos
de haber llegado a ese nivel. Su fuerza relativa en relación
a la burguesía de las ciudades, no está de ningún modo en
su ciencia, ni en su esp íritu ; reside precisamente en esa
crasa ignorancia y en esa estupidez increíble gracias a las
cuales se encuentra al abrigo de las tentaciones del demonio
moderno: la duda. La nobleza campesina no duda de nada,
ni aun del milagro de la Salette. Demasiado indiferente y
demasiado perezosa para fatigar inútilmente el cerebro,
acepta sin la menor crítica y sin vacilación alguna los ab-
200 OBRAS COMPLEJ AS DE SAKU KIN

gurdos más monstruosos, siempre que la Iglesia considere


bueno imponerlos a su fe. Ninguna tontería, por enorme
que sea, podría repugnar a su espíritu sistemáticamente'
embrutecido por una fuerte educación religiosa.
Educación del espíritu, no del corazón. Los buenos pa-
dres de la Compañía de Jesús, que tienen obligadamente, su
alta dirección, hallan mucho más útil falsear el desarrollo
d<¿ los espíritus y paralizar su ímpetu natural que encender
las pasiones religiosas en él corazón de sus alumnos. Hasta
se podría decir que temen esas pasiones, que les han ju ­
gado a menudo malas pasadas, llevando a sus alumnos fuera
de las vías prescriptas, y haciéndoles caer a veces desde los
excesos de ese fanatismo místico que se encuentra en el
origen de todas las herejías religiosas, en los excesos con­
trarios de un escepticismo furioso. A lo sumo, cultivan,
cuando no pueden obrar de otro modo, el misticismo del
corazón en las mujeres, cuyas pasiones, frecuentemente in
evitables, son un poco incómodas, es verdad, algunas veces
hasta peligrosas, pero al mismo tiempo tan útiles, tan pre­
ciosas como medio de acción y como instrumento de poder
en manos del sacerdote.
Los buenos padres de Jesús no se ocupan, pues, apenas
de la educación del corázón masculino, ni se cuidan de en­
cender en él las santas llamas del amor celestial. Lo dejan
llenarse con todos los intereses, con todas las vanidades
y todas las pasiones de este mundo. No le prohíben los go­
ces sensuales, al contrario. Dejan crecer en paz la concu­
piscencia, el egoísmo, la ambición, el orgullo y la vanidad
nobiliaria, acompañadas casi siempre de la bajeza cortesana,
de la crueldad y de las demás flores de la humana bestia­
lidad; porque saben sacar ventaja de ellas, tanto como del
misticismo de las mujeres. Su fin no es hacer buenos a sus
discípulos, honestos, sinceros, humanos, sino ligarlos por
lazos indisolubles al servicio de la Iglesia, y transformarlos
en instrumentos a la vez ciegos e interesados de la santa
religión.
No destruyen la potencia del querer, como se ha preten­
dido. Los hombres privados de esa potencia no podrían ser
de una gran utilidad. Obran mejor : aun ayudando al desen­
volvimiento de toda su fuerza, la someten y la encadenan,
haciendo al pensamiento de sus alumnos incapaz para siem-
ADVERTENCIA PARA E l IMPERIO

pre Je dirigirla. E l medio que emplean para eso es tan in­


falible como sencillo: por una enseñanza sabia, profunda­
mente combinada, alimentada con detalles aplastantes, pero
desprovista de pensamiento, y sobre todo calculada de modo
que mate en el cerebro de los alumnos todo impulso racio­
nal, toda capacidad de percibir lo real, lo viviente, todo
pensamiento de lo verdadero, toda osadía, toda indepen­
dencia, toda franqueza, colman su espíritu de una ciencia
falsa desde el comienzo hasta el fin: falsa desde el punto
de vista de la lógica, falsa sobre todo bajo el aspecto de
los hechos, pero que han tenido el arte de presentar con el
pedantesco artificio de una erudición concienzuda y pro­
funda y de un desenvolvimiento escrupulosamente racio­
nal ; y han tenido cuidado de imprimir tan profundamente
esa ciencia falsificada en la memoria, en la imaginación,
en la rutina intelectual de esos desdichados cerebros des­
viados, que les sería preciso una potencia espiritual ver­
daderamente extraordinaria para poder libertarse más tar­
de. Los que, en efecto, son excesivamente raros. La mayor
parte de los mejores alumnos jesuítas permanecen sabios
tontos toda su vida, y la inmensa mayoría no conserva más
que el espíritu necesario para ejecutar fielmente, ciega­
mente, las órdenes de sus directores espirituales.
Lo que los jesuítas se apresuran a matar ante todo en
sus alumnos es el espíritu crítico; en cambio, cultivan en
ellos con esmero la credulidad estúpida y la sumisión pere­
zosa y servil del espíritu; y para salvaguardarlos para
siempre contra las tentaciones del demonio, los arman con
un precencepto que se transforma a la larga en un hábito
saludable de desviar conscientemente, voluntariamente, su
pensamiento de cuanto pueda quebrantar su fe ; todo lo que
es contrario a la fe, por plausible y natural que parezca, no
puede ser más que una sugestión del infierno. Me apresuro
a añadir que la mayor parte de sus discípulos no tienen
necesidad de emplear ese medio, pues están mucho mejor
garantizados contra las tentaciones del demonio por la indi­
ferencia y por la sumisión perezosa de su espíritu sistemá­
ticamente enervado.
Se concibe que, gracias a esa educación, los caballeros
del campo se hayan hecho campeones inquebrantables de la
Santa Iglesia, modernos héroes de la fe ; este heroísmo, por
O tra s de B a ku n iti. - 7 / 13
OBRAS COMPLEJAS DE B A K Ü M N

otra parte, no les exige el sacrificio de ningún goce mate­


rial. ni de ninguna ventaja social, puesto que, al contrario,
la Iglesia se los garantiza plenamente hoy; únicamente el
sacrificio de su honor, de su libre albedrío en lo s asuntos
de la religión y de la política, el sacrificio de su libre pen­
samiento. Pero, francamente, ese sacrificio no les cuesta
nada. ¡El honort Hace ya mucho tiempo que la nobl¿3&
francesa ha perdido la memoria y el sentido de é l. En cuan­
to a lo que se llama librepensamiento, esa nobleza tiene
hacia él desde el comienzo de este siglo una repugnancia,
un horror que no le ceden en intensidad al de los sacerdo­
tes. Está tan aferrada a este punto, que se puede estar se­
guro de que ninguna idea nueva, ningún nuevo descubri­
miento de la ciencia, en contradicción con las enseñanzas
de la Iglesia, podrá franquear el abismo o más bien traspa­
sar la espesa capa de grasa que su educación religiosa, su
pereza, su indiferencia, su imbecilidad, su vulgar egoísmo
y su crasa ignorancia formaron alrededor de ella. Se com­
prende que esto le dé una inmensa ventaja sobre la burgue­
sía de las ciudades que, aun reconociendo hoy la utilidad,
;qué digol, la implacable necesidad de la más brutal reac­
ción religiosa, militar y policíaca, por ser esa reacción en
lo sucesivo el arma única que pueda y que sepa oponer a
la revolución social, y aunque decidida perfectamente a lan­
zarse a ella y aceptar todas las consecuencias, hasta las más
desagradables y las más humillantes, debe de sentirse no
obstante considerablemente embarazada y avergonzada en
esa posición nueva. |Diablo!, no es fácil deshacerse en un
abrir y cerrar de ojos, y a voluntad, de todos los antiguos
hábitos. Haber sido durante tres siglos, y si se toma en
consideración la burguesía italiana, al menos durante siete
siglos, la clase inteligente, productora, progresiva, humani­
taria y liberal por excelencia; haber creado todas las mara­
villas de la civilización moderna; haber escalado el cielo y
la tierra, derribado los altares y los tronos, y fundado so­
bre las ruinas de los unos la ciencia y sobre las ruinas de los
otros la libertad; haber soñado y realizado en parte la trans­
formación del mundo; haber concentrado en sus manos
todo: inteligencia, sabiduría, riqueza, poder, ¡ y verse redu­
cida en este momento a no hallar refugio, protección, sal­
vación sino en lá sacristía y en el cuartel! Estar forzada
4DVEPTENCLA PARA EL JMPl RIO 203

ahora a arrodillarse ante esos mismos altares que había


derribado, a repetir, humildemente, hipócritamente, las ho­
rribles e inmorales estupideces del catecismo cristiano, a
recibir la bendición y besar la mano de esos sacerdotes, pro­
fetas y explotadores de la mentira, que había despreciado
tan justam ente; ¡ sentirse asegurada y consolada cuando los
asesinos de profesión, los odiosos mercenarios de la fuerza
brutal e inicua, los generales, los oficiales, los soldados
quieren poner en sus manos suplicantes y temblorosas sus
manos repulsivas, manchadas con la sangre del proletaria­
do! ¡Estar reducida a glorificar esa sacristía y ese cuartel
como la más alta expresión de la civilización moderna!
Todo eso es hoy rigurosamente impuesto a la burguesía
de las ciudades, pero no es agradable de ningún modo, y no
Klay que asombrarse si se muestra embarazada y desmañada
en medio de sus nuevos amigos, enemigos en otro tiempo.
No hay que asombrarse si, a pesar de su inteligencia su­
perior, desorientada en ese mundo que no es y que no podrá
ser nunca el suyo, se deja dominar boy por la brutalidad
del sable y por la imbecilidad imperturbable, completa#
armoniosa, invencible de la burguesía rural. Estos honestos
campesinos, iniciados desde la infancia en todos los miste­
rios del hisopo y de la brujería ritual de la Iglesia, están
en la sacristía como en su casa, no tienen otra patria, y
es allí donde hay que buscar el secreto de su política. Su
imbecilidad artificialmente cultivada por la Iglesia, y que
íes da una superioridad moral tan grande sobre la inteli­
gencia desmoralizada y decaída de la burguesía de las ciu­
dades, los hace naturalmente incapaces de dirigir esa fuerza
que les presta. Bajo el aspecto de la inteligencia, de la
organización y de la dirección políticas, la burguesía de las
ciudades, a pesar de su desmoralización completa, perma­
nece infinitamente superior. Tiene la ciencia, tiene la prác­
tica de los negocios, tiene el hábito de la administración
y de la rutina del mando. Sólo que no puede aprovecharse
de todo eso, porque ha perdido la fe en sus propios prin­
cipios y en ella misma; porque se ha vuelto cobarde; por­
que de todas sus antiguas pasiones políticas y sociales no
conserva más que una sola, la del lucro; porque, desga­
rrada por contradicciones insolubles, no forma ya un cuer­
po organizado y compacto, no es propiamente una clase.
204 OBRAS COMPLETAS DE BAKÜ M N

sino una inmensa cantidad de individuos que se detestan


y que desconfían unos dé otros recíprocamente; porque, en
fin, esa masa de individuos urbanos y burgueses, no tenien­
do para el porvenir otro lazo que les una que el miedo in­
menso que les causa el socialismo, se ve forzada a buscar
hoy su salvación en un mundo antípoda de su mundo, tra-
dicionalxxiente racional y liberal; y en ese mundo de la reac­
ción soldadesca y clerical, desorientada, desorbitada, des­
preciada y despreciándose a sí misma, se muestra necesaria
mente máa.torpe que loa más torpes, más ignorante que los
más ignorantes, y mil veces más cobarde que los hijos del
cuartel y de la sacristía.
Por todas estas razones, la burguesía de las ciudades se
vió obligada a abdicar. Su dominación ha terminado; pero
no se sigue de ahí que la dominación de la burguesía de
los campos haya comenzado. Se mostró bastante compacta,
bastante fuerte para quitarla a los burgueses de las ciu­
dades; mas no tiene ni la inteligencia ni la ciencia nece­
sarias para retenerla en sus manos. Incapaz de dirigirse
a sí misma, ¿cómo dirigiría el gobierno de un gran país?
Sólo es un instrumento pasivo y Ciego en manos del clero.
La conclusión es sencilla. Serán sus directores espirituales
los: inspiradores Unicos de sus pensamientos y de sus ac­
tos; será la intriga ultramontana, de la que no es más que
el instrumento ciego, será la Iglesia de Roma, en una pala­
bra, la que se encargará en lo sucesivo del gobierno de
Francia, y la que, formando una alianza ofensiva y defen­
siva con la razón del sable y la moralidad de la bolsa, la
tendrá en sus manos, hasta la hora más o menos cercana en
que triunfe la causa de los pueblos, la de la humanidad,
representada por la revolución social.
No ha sido de repente como la clase de los caballeros
del campo, de otro modo la burguesía rural, ha llegado a
constituir la clase realmente dominante de Francia. Su na­
cimiento, bajó esa forma nueva, data del primer Imperio.
Entonces fué cuando se operó, por los matrimonios en
vasta escala, la primera fusión de la antigua nobleza, sea
con los ricos improvisados que adquirieron los bienes na­
cionales, sea con los burgueses advenedizos del ejército.
Este movimiento fué, si no completamente detenido, a! me­
nos considerablemente apaciguado durante la Restauración,
4£) VE R T E \ CIA PARA EL IMPERIO 205
que reanimó en la nobleza de Francia su altivez aristocrá­
tica y en la burguesía su odio contra la nobleza. Pero, des­
de 1830, la fuBión se operó con una increíble rapidez, y fué
precisamente en el reinado de Luis Felipe cuando se formó
también, bajo los auspicios del clero, el espíritu de la clase
nueva.
Se formó con sordina, imperceptiblemente, de un modo
natural, y sin el menor estallido. E l reinado de Luís Felipe,
se sabe, fué señalado por la dominación de las grandes ciu­
dades, y de París mayormente. La burguesía de las ciuda­
des triunfaba; la nobleza de provincias y los propietarios
campesinos con ella, eran anulados. Vivieron en la oscu­
ridad, nadie se inquietó por saber lo que pensaban, por lo
que hacían; y precisamente en medio de esa oscuridad fué
donde se formó lentamente la nueva potencia de la bur­
guesía rural. Durante los dieciocho años que duró el régi­
men de Julio, la fusión completa de los elementos consti­
tutivos de esa clase, la vieja nobleza y la burguesía propie­
taria, fué terminada. Debía operarse, porque, a pesar de sus
antiguas envidias, estos dos elementos, igualmente ofusca­
dos y heridos por la dominación despectiva de la burgués
sía urbana, se sintieron atraídos recíprocamente. Loa no*
bles tenían necesidad de rehacer su fortuna, y loa propie­
tarios burgueses se sentían cruelmente atormentados por
la pasión de los títulos. Entre esas dos aspiraciones recí­
procas e igualmente apasionadas no faltaba más que un in­
termediario, El intermediario se encontró: fué el sacerdote.
La política de la clase nueva surgida de esa fusión no
podía ser ni la de la nobleza antigua ni aun la de la nobleza
de la Restauración. Lentamente preparada y siempre diri­
gida por los sacerdotes hacia el mismo fin, la dominación
de la Iglesia ultramontana, o si se quiere, internacional,
establecida sobre las ruinas de todas las instituciones nacio­
nales, esa política ha tenido diferentes fases de desenvol­
vimiento.
Ante todo, inmediatamente después de la caída de la
rama más vieja de los Borbones, cuando las pasiones que
habían separado tan largo tiempo ambas clases no se habían
apaciguado todavía; cuando su fusión parecía imposible, y
el trono de L u í b Felipe, violentamente atacado y minado
por las insurrecciones y laB conspiraciones del partido rt-
206 OBRAS COMPLE1 AS DE B A K L W N

publicarlo, parecía todavía vacilar, dejando una esperanza


de regreso al rey legítimo, el protector natural de la noble­
za y del clero, esa política fue excesivamente nobiliaria.
Los legitimistas constituyeron entonces en provincias,
principalmente en el Mediodía y en una gran parte del
oeste de Francia, un partido militante y serio,
Pero ya en 183?, cuando Luis Felipe se sintió bastante
consolidado sobre el trono para poder amnistiar sin peligro
a los ministros de Carlos X, y sobre todo después del adve­
nimiento del Ministerio del 29 de octubre (Guizot, Soult,
Duchátel) en 1840, ministerio apoyado por una fuerte ma­
yoría de la Cámara y saludado por todos los Gobiernos de
Europa como una probabilidad seria de la vuelta de Fran­
cia a la política de la reacción, tanto en el interior como en
el exterior, al mismo tiempo que de sometimiento defini­
tivo del país legal o burgués a la dinastía de Orleans, toda
esperanza de transformación pareció perdida, l a s agitacio­
nes políticas que habían atormentado la primera mitad de
ese reinado cesaron repentinamente y la opinión pública,
antes tan tempestuosa, volvió a caer en una calma absoluta.
No se oyó hablar más que de ferrocarriles, de compañías
transatlánticas y de otros asuntos comerciales e industria­
les. Los republicanos continuaron sus conspiraciones; pero
se dijo que no conspiraban más que por su propio placer,
tan inocentes parecían sus conspiraciones. La policía del
«efíor Duchátel, lejos de temerlos, parecía protegerlos, y en
caso de necesidad hasta provocarlos. En cuanto a la opo­
sición parlamentaria, representada por ambiciosos inofen­
sivos como los señores Thiers, Odillon Barrot, Dufaure,
Passy y tantos otros, tomó un carácter de insignificancia y
de monotonía desesperantes, no pareciendo, y no siendo ya
en efecto, más que una válvula de seguridad en este régi­
men, del que se había hecho completamente necesaria. El
ideal de la burguesía moderna habíase realizado; Francia
se había vuelto razonable, torpe y fastidiosa hasta morir.
Esa fué la época de la aparición de los libros y de las
ideas de Proudhon, que contenían en germen —pido per­
dón al *eñor Luis Blanc, su demasiado débil rival, así como
al señor Marx, su antagonista envidioso— toda la revolu­
ción social, comprendida sobre todo la Comuna socialista,
desliuctora del Estado. Pero quedaron ignorados de la ma­
\Ú\i.RTh\LL* /M/í-4 H !\1P>.Rli) 20

yoría de los lectores; los periódicos radicales de esa época,


l e NatiomaJ, y hasta La Reforme, que se decía demócrata
socialista, pero que lo era a la manera de Luis Elanc, se
guardaron bien de decir una palabra, sea de elogio, sea de
censura. Contra Proudhon hubo, de parte de los represen­
tantes oficiales del republicanismo, como una conspiración
del silencio.
Esa fué también la época de las lecciones elocuentes,
pero estériles, de Michelet y de Quinet en el Colegio de
Francia, última florescencia de un idealismo sin duda pleno
de aspiraciones generosas, pero condenado en lo sucesivo
a la impotencia. Trataron un contrasentido, pretendiendo
establecer la libertad, la igualdad y la fraternidad de los
hombres sobre la base de la propiedad, del Estado, y del
culto divino: Dios, la propiedad y el Estado han persis­
tido; pero en lo relativo a la libertad, a la igualdad y a la
fraternidad, no tenemos más que lo que nos dan hoy Berlín,
San Petersburgo y Versalles.
Por otra parte, todas esas teorías no ocuparon más que
a una ínfima minoría de Francia. La inmensa mayoría de
los lectores no se preocupaba siquiera de ellas, contentán­
dose con las interminables novelas de Eugenio Sué y de
Alejandro Dumas, que llenaban los folletines de los gran­
des diarios, Le Constitutionnel, Les Debuts y La Press*.
Esa fué especialmente la época en que se inauguró, en
vasta escala, el comercio de las conciencias. Luis F e­
lipe, Duchátel y Guizot, compraron y pagaron el liberalis­
mo legal y conservador de Francia, como más tarde el
Conde de Cavour compró y pagó la unidad italiana. Lo que
entonces se llamaba el país legal en Francia, ofrecía, en
efecto, una semejanza notable con lo que en Italia se llama
hoy Cansorteríe. Esto es, un revoltijo de gentes privilegia­
das y muy interesadas, que se han vendido o que no desean
nada mejor que venderse y que han transformado su parla­
mento nacional en una bolsa, donde venden diariamente el
país al por mayor y al por menor. E l patriotismo se mani­
fiesta entonces por transacciones comerciales, naturalmente
desastrosas para el p aís; pero muy ventajosas para los indi­
viduos en estado de ejercer ese comercio. Esto simplifica
mucho la ciencia política, reduciéndose la habilidad guber­
namental, en lo sucesivo, a saber escoger, entre esa mullí-
208 OBRAS COMPLETA i DE B 4 K V \ I \

tud de conciencias que se presentan en el mercado, precisa­


mente aquéllas cuya adquisición es más provechosa. Se sabe
qüe Luis Felipe hizo uso en gran escala de este excelente
medio de gobierno*
También el Jegitimismo de la nobleza provincial de Fran­
cia, al principio tan feroz y tan altivo, se fundió ostensi­
blemente, durante la segunda mitad de su reinado, bajo la
acción deletérea de medio tan irresistible. Por otra parte, la
uolítiea de ese rey advenedizo, salido de una revolución, se
había transformado considerablemente y había acabado por
tomar, tanto en el exterior como en el interior, un carác­
ter francamente retrógrado, muy consolador para los de­
fensores del altar y del trono; porque al mismo tiempo que
rompía su alianza liberal con Inglaterra, y se esforzaba por
ganar el perdón, la amnistía, la benevolencia de las tres po­
tencias despóticas del Norte, demostrándoles que estaba
animado de sentimientos y de tendencias no menos despó
ticas que las suyas, lo que les demostró, en efecto, al aliarse
con ellas en el asunto del Sonderbnnd (1), el gobierno de
Luis Felipe hizo esfuerzos inimaginables para reconciliar­
se con la Iglesia y con la nobleza de Francia. Tomando par­
tido por los jesuítas contra los radicales de Suiza, había
dado un gran paso en ese camino. La Iglesia le sonrió y la
nobleza de Francia, siempre obediente a la Iglesia, y can­
sada, por otra parte, de devorarse siempre sin provecho y
sin esperanza de su rey legítimo, cuyo restablecimiento
sobre el trono de sus padres parecía imposible para lo suce­
sivo, condescendió por fin a dejarse ganar por el rey adve­
nedizo. Por lo demás, su transformación económica y social
se había hecho antes que ese mercado político hubiese sido
concluido. Por sus alianzas matrimoniales, tanto como por
las condiciones materiales de su existencia nueva, se había
hecho, sin darse cuenta, completamente burguesa. Su orgu­
llo de casta, su lealtad caballeresca y su fidelidad en la
desgracia, no eran más que fraseB insípidas, ridiculas, en
las cuales había perdido ella misma toda confianza, y a las
cuales no podía, razonablemente, sacrificar más tiempo los
intereses serios de la ambición y de la avaricia. De todos

fi) Liga separatista de siete cantones suizos que defendían a los jesuítas
y que provocó una guerra civil en 1847; loa partidario! del Sonderbund tuvieron
el apoyo del ministerio Gruizot (Nota del traductor.;
A m L R IT N C IA PARA EL IMPERIO 20S
áus rasgos pasados no conservó más jque uno: el que, fun­
dado sobre su' bajo egoísmo y sobre una ignorancia estú­
pida, la asocia indisolublemente a la Iglesia y la hace es­
clava de Roma. Ese es también el único punto que separa
seriamente en esta^hora a la burguesía rural y a la burgue­
sía de las ciudades.
Desde 1848, la burguesía rural constituye propiamente lo
que se llama hoy en Francia, el gran partido del orden.
Habiendo abdicado la burguesía de las ciudades por cobar­
día, no es ya más que el apéndice y como la aliada forzada>
arrastrada a remolque por esos bravos hidalgos campesinos,
esos verdaderos caballeros y salvadores del orden social
en Francia, que son también soldados de Bonaparte y están
santamente inspirados y dirigidos por los sacerdotes.
I El partido del orden! ¿ Cuál es el hombre honrado que.
después de las traiciones, las matanzas y las deportaciones
en masa de Junio y de Diciembre; después del innoble
abandono de esa desgraciada Francia a los prusianos, por
casi todos los propietarios rurales y urbanos de Francia;
después, sobre todo, de las últimas matanzas, hoiribles,
atroces y únicas en la Historia, cobardemente ejecutadas en
París y en Veraalles por una soldadesca desenfrenada y
fríamente mandada, en nombre de Francia, por la Asamblea
Nacional y por el Gobierno republicano de Versalles; des­
pués de tantos crímenes acumulados durante más de veinte
años, por los representantes de la virtud y de la piedad
oficiales, de la legalidad, de la libertad prudente, del desin­
terés oficial y del derecho de los más fuertes, en Francia lo
mismo que en los demás países de Europa, quién podrá
pronunciar estas palabras: partido del orden, que resumen
en el porvenir todas las ignominias de que son capaces los
hombres corrompidos por el privilegio y animados de inno­
bles pasiones, sin experimentar un estremecimiento de ho*
rror, de cólera, de disgusto?.
Entendido así, el orden es la bestialidad amenazadora;
hipócrita en caso necesario, pero siempre implacable; es ls
mentira descarada; es la infame traición; es la cobardía; ea
la crueldad; es el crimen cínicamente triunfante; es la vir­
tud. la lealtad y la inteligencia de esos excelentes caballe­
ros del campo, dando la mano a la humanidad del sable j
al desinterés patriótico de la Bolsa, aliándose, bajo los aus­
210 OBRAS COMPLETAS DE B A kL 7V/Y

picios de la Santa Iglesia, a la sinceridad política y reli­


giosa de los hombres de Estado, y de los sacerdotes para la
mayor gloria de Dios, para la mayor potencia del Estado,
para la más grande prosperidad material’ y temporal de las
clases privilegiadas y para la salvación eterna de los pue­
blos ; es la negación más insolente de todo lo que hasta aquí
da un sentido intelectual y moral a la Historia; es una bofe­
tada dada por un montón de bandidos hipócritas y repues­
tos a la humanidad entera; es la resurrección de los grandes
monstruos y de los grandes degolladores del siglo XVI y
del siglo XVII. ¿Qué digo?, es Torquemada; es Felipe I I ;
es el Duque de Alba; es Fernando de Austria con sus Wal-
lenstein y sus T illy; es María Tudor, la reina sanguina­
ria; es Catalina de Médicis, la infame intrigante florentina:
son los Guisas de Francia, los degolladores de las jornadas
de San Bartolomé; es Luis X IV ; es la Maintenon; es Luis
el siniestro, a quienes vemos superados por nuestros empe­
radores de Rusia, de Alemania y de Francia, y por sus Mu-
ravief, sus^Haynau, sus Radetzki, sus Schartzenberg, sus
Bismarck, sus Moltke; por los Mac-Mahon, los Ducroit, los
Galliffet, los Changa rnier, los Bazaine, los Trochu, los Vi-
noy; por las Eugenia, los Palikao, los Picard, los Favre, los
Thiers. E l orden, personificado en este momento por ese
vejete abominable —el intrigante de todos los regímenes, el
ambicioso siempre impotente para el bien, pero, ¡ay!, de­
masiado poderoso para el mal, el que fué uno de los creado­
res principales del segundo Imperio, como se sabe, y que,
exhibiéndose como salvador de Francia, acaba de superar
en furor homicida a todos los asesinos presentes y pasados
de la H istoria—, el orden es la ferocidad del ejército fran­
cés, que hace olvidar todos los horrores cometidos por los
ejércitos de Guillermo I en territorio de Francia; es la
ignominia de la Asamblea de Versalles, que hace perdonar
todas las ignominias de las Asambleas Legislativas de Na­
poleón I I I ; es el fantasma divino, el antiguo vampiro, el
bebedor de sangre de los pueblos, el atormentador de la
humanidad a quien hoy la ciencia y el buen sentido popular
redujeron al estado de fallido celeste, qué tiende una v tz
más su mano malhechora, pero felizmente impotente, para
cubrir con su protección a todos los verdugos de la tierra.
E l orden es una cloaca en donde todas las impurezas de
ADVERTENCIA PARA E l IMPERIO

una civilización, a quien sus propias contradicciones, sus


propias iniquidades, su propia disolución y putrefacción
condenan a morir, acaban de confundirse en una conspira­
ción última contra la inevitable emancipación del mundo
humano.
¿Tenemos razón para gritar jabajo el orden!, ¡abajo ese
orden político, autoritario, estúpido, hipócrita, brutal, des­
pótico y divino! y jviva la revolución social!, que debe li­
bertarnos, para fundar sobre sus ruinas el orden de la hu­
manidad regenerada, vuelta en sí y constituida libremente?
Habría que ser un enemigo de la humanidad para ne­
garlo. Desgraciadamente, sus enemigos son numerosos, y en
esta hora son ellos, una vez más, los que triunfan. Mas todo
tiene un término para el que sabe tener paciencia, perseve­
rar, trabajar ardientemente y esperar. Nosotros tendremos
el desquite.
En espera de ese desquite, continuemos nuestros estu­
dios históricos sobre el desenvolvimiento del partido del
oiden en Francia.
Producto del sufragio universal, se manifestó por prime­
ra vez en su verdadero carácter en 1848, y principalmente
después de las jornadas de Junio. Se sabe que al día si­
guiente de la revolución de Febrero, pasó en Francia un
hecho muy singular. No había ya partidarios de la monái:-
quía, todos se habían vuelto republicanos abnegados y ce­
losos. Los hombres más retrógrados, los más comprometi­
dos, los más corrompidos en el servicio de la reacción mo­
nárquica, de la policía y de la represión militar, juraron
que el fondo de su pensamiento había sido siempre repu­
blicano. Desde Emilio de Girardin hasta el mariscal Bu-
geaud, sin olvidar al Marqués de la Rochejaquelein, ese
representante tan caballeresco de la lealtad vendeana, más
tarde senador del Imperio, aun hasta los generales ayudan*
tes de campo del rey, tap. vergonzosamente expulsado, todos
ofrecieron sus servicios a la República. Emilio de Girardin
le dió generosamente “una idea por día” y Thiers pronun­
ció la palabra que se hizo tan francesa: “La república es lo
que menos nos divide” ; lo que no impidió, naturalmente, a
uno y á otro, más tarde, unir sus intrigas contra esa forma
de gobierno y conspirar por la presidencia de Luis Bona-
parte. La Iglesia misma bendijo la república, ¡qué digo!,
212 OBRAS COMPLEJAS DE B A K U M N

celebró el triunfo como su propia victoria. "La doctrina


cristiana, ¿no era la de la libertad, de la igualdad y de la
fraternidad, y Cristo no fué el amigo del pueblo y el pri­
mer revolucionario del mundo?”
He ahí lo que se proclamó, no por algunos filósofos he­
réticos y audaces de la escuela de Lamennais y de Buchez,
sino en todas las iglesias, por los sacerdotes; y los sacerdo­
tes, en todas partes, llevando el crucifijo al encuentro de
la bandera roja, símbolo de la emancipación popular, ben­
dijeron los árboles de la libertad. Los alumnos de la Es­
cuela Politécnica, los estudiantes de Ciencias morales, de
Filosofía, de Filología, de Historia y de Derecho, incluidos
los auditorios entusiastas de Michelet y de Quinet, todos
igualmente embrutecidos por un idealismo malsano, lleno
de incongruencias metafísicas y de equívocos prácticos
—alimento intelectual por lo demás absolutamente conve­
niente para los jóvenes burgueses, ya que la verdad pura,
las deducciones severas de la ciencia no eran digeribles
para esa clase—, lloraron de emoción y de alegría. Unica­
mente las viejas viudas rentistas del barrio de Saint-Ger-
main movieron la cabeza protestando contra esa reconci­
liación monstruosa de la cruz con la bandera de la revolu­
ción. Los jesuítas consideraron justo explicarles que eso
nú era más que una ficción salvadora, pero ellas no vie­
ron más que un sacrificio. Tuvieron mil veces razón, y sólo
ellas, en el campo de la reacción de otro tiempo, permane­
cieron honestas e imperturbablemente imbéciles.
E n medio de un entusiasmo universal por la república
fué nombrada la Asamblea Constituyente de 1848, salida
del sufragio universal. Sobre la superficie de Francia, nin­
gún candidato se presentó a sus electores como partidario
de la monarquía; todos se ofrecieron y todos fueron elegi­
dos en nombre de la república. Así, la proclamación inme­
diata de la república por esa Asamblea fué hecha de un
golpe. ¿ Cómo es que pudo salir de ella poco después la
reacción monárquica más encarnizada, m á B fanática y más
cruel que Francia ha conocido?
Esa contradicción aparente se explica con facilidad. Gra­
cias al sufragio universal, que da, bajo el aspecto del nú-
mero, una ventaja tan señalada a los campos sobre las ciu­
dades, 1?. gran mayoría de la Asamblea Constituyente había
ADVERTENCIA PARA EL IMPERIO 213

sido formada con esa burguesía rural cuyo carácter, senti­


mientos, espíritu y costumbres acabamos de estudiar. Se
concibe que nada fuese menos que liberal y que no podía
ser republicana. ¿Por qué se había presentado, pues, como
tal a sus electores y por qué comenzó por proclamar la re­
pública? Esto se explica aún por dos razones.
La primera es que había sido asustada, lo mismo que el
clero de Francia, su director espiritual y temporal, por los
acontecimientos de París. Hoy mismo, después de la derro­
ta de la Comuna, París sigue siendo una gran potencia.
En 1848, lo era mucho más. Se puede decir que desde Riche-
lieu, y desde Luis XIV principalmente, toda la historia de
Francia se había hecho en París, Hasta 1848, no comenzó la
reacción activa de las provincias contra París, porque hasta
allí París, sea en el sentido de la revolución, sea en el de la
reacción, decidió siempre la suerte de Francia, ciegamente
obedecido por las provincias, que le envidiaban, que le de­
testaban tanto como le temían, pero que no se sentían con
fuerza para resistirle. Habiendo proclamado París la repú­
blica en 1848, las provincias, aunque monárquicas hasta la
medula, no se atrevieron a declararse en favor de la mon­
arquía. Enviaron, pues, a París, como diputados a la
Asamblea Constituyente, los caballeros campesinos que ha­
blan sido alimentados en el odio a la república, como ellas
mismas, pero que, igualmente intimidados y desconcerta­
dos por el triunfo de la república en París, se habían pre­
sentado a sus electores como partidarios convencidos de esa
forma de gobierno.
La segunda razón fué el impulso unánime que le había
dado el clero, que ya entonces, aunque menos que hoy,
dominaba en provincias. El que haya vivido en esa época se
recordará de la unanimidad hipócrita de la Iglesia en favor
de la república. Esa unanimidad se explica por una con­
signa emanada de Roma y ciegamente obedecida por todos
los sacerdotes de Francia, desde los cardenales y los obis­
pos hasta los más humildes oficiantes de las pobres iglesias
de los campos.
La Roma jesuítica y papal es una monstruosa araña ocu­
pada eternamente en reparar las desgarraduras causadas por
I o b contecimientos, que no tiene nunca la facultad d e pre­
ver, en la trama que urde sin cesar, esperando que podré
OBRAS COMPLEJAS DF B A K V M S

servirse un día de ella para ahogar completamente la inte­


ligencia y la libertad del mundo. Alimenta todavía hoy esa
esperanza, porque al lado de una erudición profunda, de un
espíritu refinado y sutil como el veneno de la serpiente,
de una habilidad y de un maquiavelismo formados por la
práctica no interrumpida de catorce siglos por lo menos,
está dotada de una ingenuidad incomparable, estúpida, pro­
ducto de su inmensa infatuación y de su ignorancia grosera
de las ideas, de los sentimientos, de los intereses de la época
actual y de la potencia intelectual y vital que, inherente
a la sociedad humana, lleva fatalmente a ésta, a pesar de
todos los obstáculos, a derribar todas las instituciones anti­
guas, religiosas, políticas, jurídicas, y a fundar sobre esas
ruinas un orden social nuevo. Roma no comprende y no
comprenderá nunca todo eso,-porque está de tal modo iden­
tificada con el idealismo cristiano —del que, sin querer des­
agradar a los protestantes y a los metafísicos, sin querer
desagradar tampoco al fundador de la llamada nueva reli­
gión del progreso, el venerable Mazzíni, es siempre la reali­
zación más lógica y más completa— que, condenada a morir
con él, no puede ver ni puede imaginar nada más allá. Le
parece que después de ese mundo que es el suyo, y que
constituye propiamente todo su ser, no puede haber más
que la muerte. Como esos viejos de la Edad Media que,
según se dice, se esforzaban por eternizar su vida propia
inyectándose la sangre de los jóvenes que mataban, Roma,
no sólo es la engañadora de todo el mundo, es la engaña­
dora de sí misma. No solamente engaña, sino que se engaña
también. H e ahí su incurable estupidez. Consiste en esa
pretensión de eternizar su existencia, y eso en una época
en que todo el mundo prevé ya su fin próximo; sus Syllabvs
y su proclamación del dogma de la infalibilidad papal, son
una prueba evidente de demencia y de incompatibilidad ab­
soluta con las condiciones más fundamentales de la socie­
dad moderna; es la demencia de la desesperación, son las
últimas convulsiones del moribundo que se yergue contra
la muerte.
E n 1848, Roma no había llegado todavía a ese punto. Los
acontecimientos que habían precedido a esa época; la revo­
lución burguesa de 1830 y la caída del ultramontanismo que
fué su consecuencia natural, la derrota ruidosa de los je ­
\ ; n >/ í i / A t para u • m p i .r k ■

suítas en Suiza, el libertinaje liberal de Pío IX y el odio


manifestado por este papa contra esos campeones de la Igle­
sia durante el primer año de su reinado, por fin la misma
revolución republicana de Febrero, no eran de naturaleza
como para inspirar al gobierno supremo de la Iglesia «—di­
rigida exclusivamente, como se sabe, desde fines del si­
glo X V III por la Compañía de Jesús— una confianza in­
sensata en sí. Estos acontecimientos le ordenaban, al con*
trario, mucha moderación y mucha prudencia. Fué después
de los éxitos inesperados que la Iglesia obtuvo en Francia
bajo el Segundo Imperio, y gracias .a la connivencia intere­
sada de Napoleón III, estimulada excesivamente por las
victorias efímeras y fáciles, cuando tuvo la estupidez de
manifestar al mundo aturdido sus pretensiones monstruo­
sas, asesinándose ella misma por un último exceso senil, lo
que demuestra que la locura que le hacía creer en la eter­
nidad de su existencia se hizo más fuerte en ella que esa
alta razón secular y práctica que le había permitido preser­
varse hasta entonces; lo que demuestra también que esté
condenada a morir bien pronto.
En 1848, la Iglesia de Roma era aún muy sabia. Tenfa
precisamente esa sabiduría egoísta de los viejos, que consis­
te en prolongar su vida incondicionalmente, a pesar de
todo, en detrimento del mundo que les rodea, y haciendo
servir a ese fin los acontecimientos, las circunstancias y las
cosas que les parecen más completamente opuestas. De este
modo, lejos de sacrificar el interés positivo del presente al
fantasma de la eternidad, emplean toda la energía que les
queda para asegurarse el día siguiente, dejando los días
posteriores al cuidado de los días futuros, y esforzándose
solamente en prolongar su existencia inútil y malhechora
todo lo posible. En lugar de espantar al mundo por la ame­
naza de su eternidad y por las manifestaciones de su poten­
cia aparente o real, y para desarmar d la juventud hastiada
y paralizada por su existencia demasiado prolongada, dan
muestras de su debilidad y parecen prometer morir cada
día. Este es un medio de que Napoleón I I I se sirvió du­
rante más de veinte años con mucho éxito.
A la revolución democrática y republicana de 1848, la
Roma jesuítica y papal se guardó bien de responder por
un Syllabus o por la declaración de la infalibilidad de su
2ió OBRAS COMPLETAS DE B A K LM M

jefe. Hizo mucho m ás: se proclamó demócrata y republica­


na, si no para Italia, al menos para Francia. Aceptó para
el Cristo crucificado, como corona, el gorro frigio del jaco­
binismo. No quería caer de ningún modo con esa monarquía
que durante siglos había sido para ella, más qué una fiel
aliada, una sierva abnegada y fiel: bendijo la república,
sabiendo muy bien que aug beneficios no llevaban la dicha a
nadie. Comprendió con mucha clarividencia que esa revolu­
ción no sólo era inevitable, sino que le era además saluda­
ble. en el sentido de que la república —después de haber
barrido las instituciones llamadas liberales, equívocas del
régimen burgués, y derribado la dominación de las ciudades
sobre el campo, obstaculizada por lo demás ella para or­
ganizarse y establecerse sólidamente, por la oposición de
ese mismo campo, que obedecía a la dirección casi absoluta
del clero— debía terminar infaliblemente en el único régi­
men que puede en realidad convenir a la Iglesia: en el
régimen del despotismo puro, sea bajo la forma de la mon­
arquía legítima, sea bajo la de una franca dictadura mili­
tar. Los acontecimientos que siguieron han demostrado que
los cálculos de la Iglesia habían sido muy justos.
La conducta de los diputados rurales en la Asamblea
Constituyente, abierta el 4 de mayo, a pesar de que forma­
ban una minoría indudable, fué al principio excesivamente
reservada y modesta. París les imponía mucho, les inti­
midaba. Estos buenos hidalgos de provincias se encontra­
ban completamente desorientados: se sintieron muy igno­
rantes y muy torpes en presencia de los brillantes abogados;
b u s colegas, a quienes únicamente habían conocido hasta
entonces de nombre y que los aplastaban ahora con su lo­
cuacidad soberbia. Por otra parte, el pueblo de París, ese
proletariado indomable que había derribado tantos tronos,
les causaba horrible miedo. Muchos hicieron su testamento
antes de lanzarse a esa sima a cuyo alrededor al principio
no vieron más que peligros y, maquinaciones. ¿No estaban
cada día expuestos a alguna nueva sublevación de esa terri­
ble población de París, que en sus desbordes revoluciona­
rios no respeta nada, no perdona nada y no se detiene ante
nada’ . ..................................................................... .......
o
(E l manuscrito se interrumpe aguí.)
TRES CONFERENCIAS A LOS OBREROS
DEL VALLE DE SAINT-IMIER

(Sainí-Im íer, mayo de 187-1)

O ra s de Bakunia. • 11
TRES CONFERENCIAS A LOS OBREROS
DEL VALLE DE SAINT-IMIER O

Compañero»:
Después de la gran revolución de 1789-1793, ninguno do
los acontecimientos que han sucedido en Europa ha tenido
la importancia y la grandeza de los que se desarrollan ante
nuestros ojos y de los cuales es hoy París la escena.
Dos hechos históricos, dos revoluciones memorables ha­
blan constituido lo que llamamos el mundo moderno, el
mundo de la civilización burguesa. Una, conocida con el
nombre de Reforma, al comienzo del siglo XVI, había roto
la clave de la bóveda del edificio feudal, la omnipotencia
de la Iglesia; al destruir ese poder preparó la ruina del
poderío independiente y casi absoluto de los señores feuda­
les que, bendecidos y protegidos por aquélla, como los reyes
y a menudo también contra los reyes, hacían proceder sus
derechos directamente de la gracia divina; y por eso mismo
dió un impulso nuevo a la emancipación de la clase bur­
guesa, lentamente preparada, a su vez, durante los dos si­
glos que habían precedido a esa revolución religiosa, por eí
desenvolvimiento sucesivo de las libertades comunales, y
por el del comercio y el de la industria, que habían sido al
mismo tiempo la condición y la consecuencia necesaria.
De esa revolución surgió una nueva potencia, todavía no
la de la burguesía, sino la del Estado monárquico constitu­
i d Estas conferencias fueron publicadas por primera vez en ispañol, (nte-
Kr?s. en el Suplemento de Lg Protesta, números 86-59, Bueno» A irev septiem bre-
o.itub'e de 1923 (N ota del traductor.)
220 OBRAS COMPLEJAS DE B A K l \/¿V
cional y aristocrático en Inglaterra, monárquico, absoluto,
nobiliario, m ilitar y burocrático sobre todo en el continente
de Europa, menos dos pequeñas repúblicas, Suiza y los Paí­
ses Bajos.
Dejemos por cortesía estas dos repúblicas a un lado, y
ocupémonos de las monarquías. Examinemos las relaciones
de las clases, la situación política y social, después de la
Reforma.
A los señores, los honores. Comencemos, pues, por los
sacerdotes, y bajo este nombre no me refiero solamente a
los de la Iglesia católica, Bino también a los ministros pro­
testantes, en una palabra, a todos los individuos que viven
del culto divino y que nos venden a Dios tanto al por ma­
yor como al menudeo, pues las diferencias teológicas que
los separan, son tan sutiles y al mismo tiempo tan absurdas,
que sería una verdadera pérdida de tiempo ocuparse de
ellas.
Antes de la Reforma, la Iglesia y los sacerdotes, con el
Papa a la cabeza, eran los verdaderos señores de la tierra.
Según la doctrina de. la Iglesia, las autoridades temporales
de todos los países, los monarcas más poderosos, los em­
peradores y los reyes, no tenían derechos sino cuando esos
derechos habían sido reconocidos y admitidos por la Igle­
sia. Se sabe que los dos últimos siglos de la Edad Media
fueron ocupados por la lucha cada vez más apasionada y
triunfal de los soberanos coronados contra el Papa, de los
Estados contra la Iglesia. La Reforma puso término a esa
lucha al proclamar la independencia de los Estados. El de­
recho del soberano fué reconocido como procedente inme­
diatamente de Dios, sin la intervención del Papa ni de
cualquier otro sacerdote, y, naturalmente, gracias a ese ori­
gen celestial, fué declarado absoluto. Así fué como sobre
las ruinas del despotismo de la Iglesia se levantó el edificio
del despotismo monárquico. La Iglesia, después de haber
sido ama. se convirtió en sirviente del Estado, en un instru­
mento de gobierno en manos del monarca.
Tomó esa actitud., no sólo en los países protestantes, en
los que, sin exceptuar a Inglaterra —y principalmente por
3a Iglesia anglitana— el monarca fué declarado jefe de la
Iglesia, sino en todos los países católicos, sin excluir a
España. L a potencia de la Iglesia romana, quebrantada por
IR IS COÑFÉREVC' 4 S 22 't

íoa golpes terribles que le había infligido la Reforma, no


pudo sostenerse en lo sucesivo por sí misma. Para mantener
su existencia tuvo necesidad de la asistencia de los sobera­
nos temporales de los Estados. Pero los soberanos, se sabe,
no prestan nunca su asistencia por nada. No tuvieron jamás
otra religión sincera, otro culto, que el de su poder y el de
su hacienda, siendo esta última el medio y el fin del pri­
mero. Por tanto, para comprar el apoyo de los gobiernos
monárquicos, la Iglesia debía demostrar que era capaz de
servirlos y que estaba deseosa de hacerlo. Antes de la Re­
forma, había levantado algunas veces a los pueblos contra
los reyes. Después de la Reforma, se convirtió, en todos los
pHÍses, sin excepción de Suiza, en la aliada de los gobiernos
contra los pueblos, en una especie de policía negra en ma­
nos de lo s hombres de Estado y de las clases gobernantes,
dándose por misión la prédica a las masas populares de la
resignación, de la paciencia, de la obediencia incondicional
y de la renuncia a lo s bienes y goces de esta tierra, que el
pueblo, decía, debe abandonar a los felices y a los podero-
faofa de la tierra, a fin de asegurarse para sí los tesoros ce­
le s t ia le s . Vosotros sabéis que todavía hoy las iglesias cris­
tiana. católica y protestante, continúan predicando en este
sentido. Felizmente, son cada vez menos escuchadas y po­
demos prever el momento en que estarán obligadas a cerrar
3us establecimientos por falta de creyentes, o, lo que viene
a significar lo mismo, por falta de bobos.
Veamos ahora las transformaciones que se han efectuado
en la clase feudal, en la nobleza, después de la Reforma.
Había permanecido como propietaria privilegiada y casi
exclusiva de la tierra, pero había perdido casi toda su inde­
pendencia política. Antes de la Reforma, había sido, como
la Iglesia, la rival y la enemiga del Estado. Después de esa
revolución, se convirtió en sirviente, como la Iglesia, y,
como ella, en una sirviente privilegiada. Todas las funcio­
nes m ilitares y civiles del Estado, a excepción de las menos
importantes, fueron ocupadas por nobles. Las cortes de los
glandes y las de los más pequeños monarcas de Europa, se
llenaron con ellos. Los más grandes señores feudales, antes
tan independientes y tan altivos, se transformaron en los
criados titulares de los soberanos. Perdieron su altivez y
bu independencia, pero conservaron toda su arrogancia.
222 OBRAS C O M P U TA S DE B \ k l N I \

íiasta se puede decir qae se acrecentó, pues la arrogancia


es ei vicio privilegiado de los lacayos. Bajos, rastreros, ser­
viles en presencia del soberano, se hicieron más insolentes
frente a los burgueses y al pueblo, a los que continuaron
saqueando, no ya en su propio nombre y por derecho divi­
no, sino con el permiso y al servicio de sus amos, y bajo el
pretexto del más grande bien del Estado.
Este carácter, y esta situación particular de la nobleza
se han conservado casi íntegramente, aun en nuestros días,
en Alemania, país extraño y que parece tener el privilegie
de soñar con las cosas más bellas, más nobles, para no rea­
lizar sino las más vergonzosas y más infames. Como prueba,
ahí están las barbaries innobles, atroces, de la última gue­
rra, y la formación reciente de esc terrible imperio knuto-
gttmanico, que es incontestablemente una amenaza contra
la libertad de todos los países de Europa, un desafío lan
zado a la humanidad entera por el despotismo brutal de un
emperador oficial de policía y militar a la vez, y por la
estúpida insolencia de su canalla nobiliaria.
Por la Reforma, la burguesía se había visto completa­
mente libertada de la tiranía y del saqueo de los señores
feudales, considerados como bandidos o saqueadores inde­
pendientes y privados; pero se vió entregada a una nueva
tiranía y a un nuevo saqueo, y en lo sucesivo regularizados,
bajo el nombre de impuestos ordinarios y extraordinarios
del Estado, por esos mismos señores convertidos en servi­
doras del Estado, es decir, en bandidos y saqueadores legí­
timos. Esa transición del despojo feudal al despojo mucho
más regular y mucho más sistemático del Estado, pareció
satisfacer primero a la clase media. Hay que conceder que
tué para ella un verdadero alivio en su situación económica
y social. Pero el apetito acude comiendo, dice el proverbio.
Los impuestos del Estado, al principio tan modestos, au­
mentaron cada año en una proporción inquietante, pero no
tan formidable sin embargo como en los Estados monár­
quicos de nuestros días. Las guerras, se puede decir ince
santes, que esos Estados, hechos absolutos, se hicieron bajo
el pretexto del equilibrio internacional desde la Reforma
hasta la revolución de 1789 ; la necesidad de mantener gran­
des ejércitos permanentes, que se habían convertido ya en
le base principal de la conservación del Estado; el lujo
TRES C O H E R E N C I A S 22'i

creciente de las cortes de los soberanos, que se habían trans­


formado en orgías incesantes donde la canalla nobiliaria,
toda la servidumbre titulada, recamada, iba a mendigar a
su amo pensiones; la necesidad de alimentar toda esa mul­
titud privilegiada que llenaba las más altas funciones en el
ejército, en la burocracia y en la policía, todo eso exigía
enormes gastos. Esos gastos fueron pagados, naturalmente,
ante todo y primeramente por el pueblo, pero también por
la clase burguesa que, hasta la revolución, fué también, si
no en el mismo grado que el pueblo, considerada como una
vaca lechera sin otro destino que mantener al soberano y
alimentar a esa m ultitud innumerable dé funcionarios pri­
vilegiados. La Reforma, por otra parte, había hecho perder
a la clase media en libertad quizás el doble de lo que le
había dado en seguridad. Antes de la Reforma, había sido
igualmente la aliada y el sostén indispensable de los reyes
en su lucha contra la Iglesia y los señores feudales, y había
aprovechado esa alianza para conquistar un cierto grado de
independencia y de libertad. Pero desde que la Iglesia y
los señores feudales se habían sometido al Estado, los reyes,
no teniendo ya necesidad de los servicios de la clase media,
privaron a ésta poco a poco de todas las libertades que le
habían otorgado anteriormente.
Si tal fué la situación de la burguesía después de la
Reforma, se puede imaginar cuál debió ser la de las masas
populares, la de los campesinos y la de los obreros de las
ciudades. Los campesinos del centro de Europa, en Alema­
nia, en Holanda, -en parte también en Suiza, se sabe, hi­
cieron al principio del siglo XVI y de la Reforma, un movi­
miento grandioso para emanciparse al grito de "j guerra a
los castillos, paz a las cabañas I” Ese movimiento, traicio­
nado por la burguesía y maldecido por los jefes del protes­
tantismo burgués, Lutero y Melanchthon, fué ahogado en la
sangre de varias decenas de millares de campesinos insu­
rrectos. Desde entonces, los campesinos se vieron, más que
nunca, asociados a la gleba, siervos de derecho, siervos de
hecho, y permanecieron en ese estado hasta la revolución
de 1789-1793 en Francia, hasta 1807 en Prusia, y hasta 1848
en casi todo el resto de Alemania. En algunas partes del
norte de Alemania, y principalmente en Mecklemburgo, la
224 OBRAS COMPLEJA S D E Bá KL'N j N

servidumbre existe todavía hoy, aun cuando ha dejado de


existir en la propia Rusia.
E l proletariado de las ciudades no fué mucho más libre
que los campesinos. Se dividía en dos categorías, la de los
obreros que constituían parte de las corporaciones, y la
del proletariado que no estaba de ninguna forma organi­
zado. La primera estaba ligada, sometida en sus movimien­
tos y en su producción por una m ultitud de reglamentos
que la subyugaban a los maestros, a los patronos. La se­
gunda, privada de todo derecho, era oprimida y explotada
por todo el mundo. La mayoría de los impuestos, como siem­
pre, recaía necesariamente sobre el pueblo.
Esta ruina y esta opresión general de las masas obreras
y de la clase burguesa en parte, tenían por pretexto y por
fin confesado la grandeza, la potencia, la magnificencia del
Estado monárquico, nobiliario, burocrático y militar. Esta­
do que había ocupado el puesto de la Iglesia en la adora­
ción oficial y era proclamado como una institución divina.
Hubo, pues, una moral de Estado, completamente diferente
de la moral privada de los hombres, o más bien opuesta a
ella. En el mundo moral privado, en tanto que no está
viciado por los dogmas religiosos, hay un fundamento eter­
no, más o menos reconocido, comprendido, aceptado y rea­
lizado en cada sociedad humana. Ese fundamento no es
otra cosa que el respeto humano, el respeto a la dignidad
humana, al derecho y a la libertad de todos los individuos
humanos. Respetarlos: he ahí el deber de cada uno; amar­
los y estimularlos: he ahí la v irtu d ; violarlos, al contrarío,
es el crimen, La moral del Estado es por completo opuesta a
esta moral humana. El Estado se propone a sí mismo a to­
dos los súbditos como el fin supremo. Servir su potencia, su
grandeza, por todos los medios posibles e imposibles, y con­
trariamente a todas las leyes humanas y al bien de la hu­
manidad : he ahí la virtud. Porque todo lo que contribuye al
poder y al engrandecimiento del Estado, es el bien; todo lo
que le es contrario, aunque sea la acción más virtuosa, la
más noble desdé el punto de vista humano, es el mal. Por
esto los hombres de Estado, los diplomáticos, los ministros,
todos los funcionarios, han empleado siempre crímenes y
mentiras e infames traiciones para servirle. Desde el mo­
mento que una villanía es cometida a su servicio, se con-
IR E S CONFERENCIAS

vierte en una acción meritoria. Tal es la moral del Estado.


Es la negación de la moral humana y de la humanidad.
La contradicción reside en la idea misma del Estado. No
habiendo podido realizarse nunca el Estado universal, lodo
Estado es un ente circunscrito que comprende un territorio
limitado y un número más o menos restringido de súbditos.
La inmensa mayoría de la especie queda, pues, al margen
de cada Estado, y la humanidad entera es repartida entre
una multitud de Estados grandes, pequeños o medianos, de
los cuales cada uno, a pesar de que no abraza más que una
parte muy reducida de la especie humana, se proclama y se
piesenta como el representante de la humanidad entera y
como algo absoluto.^ Por eso mismo, todo lo que queda
fuera de él, los demás Estados, con sus súbditos y la pro­
piedad de sus súbditos, son considerados por cada Estado
como entidades privadas de toda ley, de todo derecho, y se
supone, por consiguiente, con la facultad de atacarlos, con­
quistarlos, asesinarlos, robarles en la medida que sus me­
dios y sus fuerzas se lo permitan. Vosotros sabéis, queridos
compañeros, que no se ha llegado nunca a establecer un
derecho internacional, y 110 se ha podido hacerlo precisa­
mente porque, desde el punto de vista del Estado, todo lo
que está fuera del Estado está privado de derecho. Basta
que un Estado declare la guerra a otro para que permita,
jqué digol, para que mande a sus propios súbditos come­
ter contra los súbditos del Estado enemigo todos los crí­
menes posibles: el asesinato, la violación, el robo, la des­
trucción, el incendio, el saqueo. Y todos estos crímenes se
dice que están bendecidos por el Dios de los cristianos, que
cada uno de los Estados beligerantes considera y proclama
como su partidario con exclusión del otro —lo que, natu­
ralmente, debe poner en un famoso aprieto a ese buen Dios,
en nombre del cual han sido y continúan siendo cometidos
sobre la tierra los crímenes más horribles. Por esto somos
enemigos del buen Dios y consideramos esta ficción, este
fantasma divino, como una de las principales fuentes de los
males que atormentan a los hombres.
Y por esto somos igualmente adversarios apasionados del
Estado, de todos los Estados. Porque, mientras haya Esta­
dos, no habrá comunidad, y la guerra y la ruina, la miseria
226 OBRAS CO M PLETA DL B A K Ü M N

de los pueblos, que son consecuencia inevitable del Estado,


serán permanentes.
M ientras haya Estados, la» masas populares, aun en las
xepúblicas más democráticas, serán esclavas de hecho, por*
que no trabajarán en pro de su propia felicidad y de su
propia riqueza, sino para la potencia y la riqueza del Es­
tado. ¿Y qué es el Estado? Se pretende que es la expresión
y la realización de la utilidad, del bien, del derecho y de la
libertad de todo el mundo. Pues bien, los que tal pretenden
mienten, como mienten los que pretenden que el buen Dios
es el protector de todo el mundo. Desde que se formó la
fantasía de un ser divino en la imaginación de los hombres,
Dios, todos los dioses, y entre ellos principalmente el Dios
de los cristianos, han tomado siempre el partido de los
fuertes y de los ricos contra las masas ignorantes y misera­
bles. Han bendecido, por medio de sus sacerdotes, los privi­
legios más repulsivos, las opresiones y las explotaciones
más infames.
Del mismo modo, el Estado no es otra cosa que la ga­
rantía de todas las explotaciones en beneficio de un peque­
ño número de felices privilegiados y en detrimento de las
masas populares. Se sirve de la fuerza colectiva de todo el
mundo para asegurar la dicha, la prosperidad y los privi­
legios de algunos, en detrimento del derecho humano de
todo el mundo. Es una institución en la que la minoría des­
empeña el papel de martillo y la mayoría forma el yunque.
Hasta la Gran Revolución, la clase burguesa, aunque en
un grado menor que las masas populares, había formado
parte del yunque. Y a caúsa de eso fué revolucionaria.
Sí, fué bien revolucionaria. Se atrevió a rebelarse contra
todas las autoridades divinas y humanas, y puso en tela de
juicio a Dios, a los reyes, al Papa. Se dirigió sobre todo
contra la nobleza, que ocupaba en el Estado un puesto que
ardía de impaciencia por ocuparlo a su vez. Pero no quiero
ser injusto, y no pretendo de ningún modo que en sus mag­
níficas protestas contra la tiranía divina y humana, no hu­
biese sido conducida e impulsada más que por un pensa­
miento egoísta. La fuerza de las cosas, la naturaleza misma
de su organización particular, la habían impulsado instin­
tivamente a apoderarse del Poder. Pero como todavía no
tenía conciencia del abismo que la separaba realmente de las
¡R E S C O N F E R E N C I A S

clases obreras que explota; como esa conciencia no se había


despertado de ninguna manera aún en el seno del proleta­
riado, la burguesía, representada en esa lucha contra la
Iglesia y el Estado por sus más nobles espíritus y por sus
más grandes caracteres, creyó de buena fe que trabajaba
igualmente por la emancipación de todos.
Los dos siglos que separan las luchas de la Refoima re ­
ligiosa de las de la Gran Revolución, fueron la edad heroica
de la burguesía. Hecha poderosa por la riqueza y la inteli­
gencia, atacó audazmente todas las instituciones respetadas
de la Iglesia y del Estado. Lo minó todo, primero, por la
literatura y por la crítica filosófica; más tarde lo derribó
por la rebelión franca. Ella fué la que hizo la revolución
de 178Ü y de .'.793. Sin duda que no pudo hacerlo más que
sirviéndose de la fuerza popular; pero fué la que organizó
esa fuerza y la dirigió contra la Iglesia, contra la realeza
y contra la nobleza. Ella fué la que pensó y tomó la inicia­
tiva de todos los movimientos que ejecutó el pueblo. La
burguesía tenía fe en sí misma, se sentía poderosa porque
sabía que tras ella, con ella, tenía al pueblo.
Si se comparan los gigantes del pensamiento y de la ac­
ción que han salido de la clase burguesa en el siglo X V III
con las más grandes celebridades, con los enanos vanidosos
célebres que la representan en nuestros días, se podrá uno
convencer de la decadencia, de la caída espantosa que se
ha producido en esa clase. En el siglo X V III, era inteli­
gente, audaz, heroica. Hoy, se muestra cobarde y estúpida.
Entonces, llena de fe, se atrevía a todo, y lo podía lodo.
Hoy, roída por la duda, y desmoralizada por su propia ini­
quidad, que está aún más en su situación que en su volun­
tad, nos ofrece el cuadro de la más vergonzosa impotencia,
Los acontecimientos recientes de Francia lo prueban de­
masiado bien. La burguesía se muestra completamente in­
capaz de salvar a Francia. Ha preferido la invasión de los
prusianos a la revolución popular, que era la ñnica que po­
día operar esa salvación. Ha dejado caer de sus manos dé­
biles la bandera de los progresos humanos, la de la emanci­
pación universal. Y el proletariado de París nos demuestra
hoy que los trabajadores son los únicos capaces de llevarla
en lo sucesivo.
En una próxima sesión, trataré de demostrarlo.
22Ü OBRAS COMPLETAS DE B A K t NIN

II

Queridos compañeros:
Ya os he dicho la otra vez que dos grandes acontecimien­
tos históricos habían fundado la potencia de la burguesía.*
la revolución religiosa del siglo XVI conocida bajo el
nornbre de Reforma, y la gran revolución política del si­
glo X V III, He añadido que esta última, realizada cierta­
mente por el poder del brazo popular, había sido iniciada
y dirigida exclusivamente por la clase media. Debo también
probaros ahora que es también la clase media la que se apro­
vechó exclusivamente de ella.
Y sin embargo el programa de esta revolución, al prin­
cipio, parecía inmenso, ¿No se ha realizado en el nombre
de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad del género
humano, tres palabras que parecen abarcar todo lo que en
el piesente y en el porvenir puede querer y realizar la hu­
manidad? ¿Cómo es, pues, que una revolución que se había
anunciado de una manera tan amplia terminó miserablemen
te en la emancipación exclusiva, restringida y privilegiada
de una sola clase, en detrimento de esos millones de traba­
jadores que se ven hoy aplastados por la prosperidad in­
solente e inicua de esa clase? ¡Ah, es que esa revolución no
ha sido más que una revolución política! Había derribado
audazmente todas las barreras, todas las tiranías políticas,
pero había dejado intactas —hasta las había proclamado sa­
gradas e inviolables— las bases económicas de la sociedad,
que han sido la fuente eterna, el fundamento principal de
tod?s láB iniquidades políticas y sociales, de todos los ab­
surdos religiosos pasados y presentes. Había proclamado la
libertad de cada uno y de todos, o más bien había procla­
mado el derecho a ser libre para cada uno y para todos. Pero
no ha dado realmente los medios de realizar esa libertad y
IR E .S CONFERENCIAS 129

de gozar de ella más que a los propietarios, a los capitalis­


tas, a los ricos.
La pauvreté, c’est I'esclavage! (1 )

He ahí las terribles palabras que con su voz simpática,


que parte de la experiencia y del corazón, nos ha repetido
nuestro amigo Clement varias veces ( 2 ), desde hace algu­
nos días que tengo la dicha de pasar en medio de vosotros,
queridos compañeros y amigos.
Sí, la pobreza es la esclavitud, es la necesidad de vender
el trabajo, y con el trabajo la persona,- al capitalista que os
da el medio de no morir de hambre. Es preciso tener verda­
deramente el espíritu de los señores burgueses, interesados
en la mentira, para atreverse a hablar de la libertad polí­
tica de las masas obreras. Bonita libertad la que las somete
a los caprichos del capital y la que las encadena a la volun­
tad del capitalista por el hambre. Queridos amigos, no ten­
go seguramente necesidad de probaros, a vosotros que ha­
béis conocido por una larga y dura experiencia las miserias
de! trabajo, que en tanto que el capital quede de una parte
y el trabajo de la otra, el trabajo será el esclavo del capital
y los trabajadores los súbditos de los señores burgueses,
que os dan por irrisión todos los derechos políticos, todas
las apariencias de la libertad, para conservar ésta en reali­
dad exclusivamente para ellos.
E l derecho a la libertad sin los medios de realizarla, no
es más que un fantasma. Y nosotros amamos demasiado la
libertad, ¿no es cierto?, para contentarnos con fantasmago­
rías. Nosotros la queremos en la realidad. ¿Pero, qué es lo
que constituye el fondo real y la condición positiva de la
libertad? Es el desenvolvimiento íntegro y el pleno goce de
todas las facultades corporales, intelectuales y morales para
cada uno. Por consecuencia, es los medios materiales nece­
sarios a la existencia humana de cada uno; es. además, la
educación y la instrucción. Un hombre que sucumbe de ina­
nición, que se encuentra aplastado por la miseria, que muere
cada día de hambre y de frío y que, viendo sufrir a todos
O ) i L a p o b reza es la e s c la v itu d !
“2) S e g ú n G uillaum e, S ilv a n o C lem ent era un fo tó g ra fo de S a in t-Im ie r; b a ­
hía. h ech o u n a fo to g ra fía a B a k u n in m uy p o p u la riz a d a en la s m o n ta ñ a s j u r a ­
sia n a s. (N o ta d el tra d u c to r.)
m OBRAS COMPLETAS DE BAK C N IN

loa que ama. no puede acudir en su ayuda, no es un horabr*


libre, es un esclavo. Un hombre condenado a permanecer
toda la vida un ser brutal, carente de educación humana,
un hombre privado de instrucción, un ignorante, es necesa­
riamente un ¿sclavo; y si ejerce derechos políticos, podéis
estar seguros de que, de una manera o de otra, los ejercerá
siempre contra sí mismo, en beneficio de sus explotadores,
de sus amos.
La condición negativa de la libertad es ésta: ningún hom­
bre debe obediencia a otro; sólo es libre a condición de que
todos sus actos estén determinados, no por la voluntad de
los otros hombres, sino por su voluntad y sus convicciones
propias. Pero un hombre a quien el hambre obliga a vender
su trabajo, y con su trabajo su persona, al más bajo precio
posible al capitalista que se digna explotarlo; un hombre a
quien su propia brutalidad y su ignorancia entregan a mer­
ced de sus sabios explotadores, será necesariamente y siem­
pre un esclavo.
No es eso todo. La libertad de los individuos no es un
hecho individual, es un hecho, un producto colectivo. Nin­
gún hombre podría ser libre fuera y sin el concurso de toda
la sociedad humana. Los individualistas, o los falsos her­
manos que hemos combatido en todos los congresos de tra­
bajadores, han pretendido, con los moralistas y los econo­
mistas burgueses, que el hombre podía ser libre, que podía
ser hombre fuera de la sociedad, diciendo que la sociedad
había sido fundada por un contrato libre de hombres ante­
riormente libres.
Esta teoría, proclamada por J. J. Rousseau, el escritor
más dañino del siglo pasado, el sofista que ha inspirado a
todos los revolucionarios burgueses, esta teoría denota una
ignorancia completa, tanto de la Naturaleza como de la H is­
toria. No es en el pasado, ni en el presente, donde debemos
buscar la libertad de las masas, es en el porvenir, en un
porvenir próximo: en esa jornada del mañana que debemos
crear nosotros mismos, por la potencia de nuestro pensa­
miento, de nuestra voluntad, pero también por la de nues­
tros brazos. Tras de nosotros, no hubo nunca contrato li­
bre, no hubo más que brutalidad, estupidez, iniquidad y
violencia, y hoy aún, vosotros lo sabéis demasiado bien,
ese llamado libre contrato se llama pacto del hambre, es­
TRES CONFERENCIAS 231
clavitud del hambre para las masas y explotación de! ham­
bre para las minorías que nos devoran y nos oprimen,
La teoría del libre contrato es igualmente falsa desde el
punto de vista de la naturaleza. El hombre no crea volun­
tariamente la sociedad: nace involuntariamente en ella. E t
un animal social por excelencia. No puede llegar a ser hom­
bre, es decir un animal que piensa, que habla, que ama y
que quiere, sino en sociedad. Imaginaos al hombre dotado
por la naturaleza de las facultades más geniales, arrojado
desde su tierna edad fuera de toda sociedad humana, en
un desierto. Si no perece miserablemente, que es lo más
probable, no será más que un bruto, un mono, privado de
palabra y de pensamiento, porque el pensamiento es inse­
parable de la palabra: nadie puede pensar sin el lenguaje.
Por perfectamente aislados que os encontréis con vosotros
mismos, para pensar debéis hacer uso de palabras; podéis
muy bien tener imaginaciones representativas de las cosas,
pero tan pronto como queráis pensar, debéis serviros de
palabras, porque sólo las palabras determinan el pensamien­
to, y dan a las representaciones fugitivks, a los instintos*
el carácter del pensamiento. El pensamiento no existe antes
de la palabra, ni la palabra antes del pensamiento; escás dos
formas de un mismo acto del cerebro humano nacen juntas.
Por tanto, no hay pensamiento sin palabra. Pero, ¿qué es la
palabra? Es la comunicación, es la conversación de un indi­
viduo humano con muchos otros individuos. El hombre ani­
mal no se transforma en ser humano, es decir, pensante,
sino por esa conversación, en esa conversación. Su indivi­
dualidad humana, su libertad, es, pues, el producto de la
colectividad.
' El hombre únicamente se emancipa de la presión tiránica
que ejerce sobre cada uno la naturaleza exterior por el tra ­
bajo colectivo; porque el trabajo individual, impotente y
estéril, jamás podría vencer a la naturaleza. El trabajo pro­
ductivo, el que ha creado todas las riquezas y nuestra civi­
lización, ha sido siempre un trabajo social, colectivo: sólo
que hasta el presente ha sido inicuamente explotado por los
individuos a expensas de las masas obreras. Lo mismo Xá
instrucción y la educación que elevan al hombre —esa edu­
cación y esa instrucción de que los señores burgueses están
tan orgullosos y que vierten con tanta parsimonia sobre las
232 OBRAS COMPLETAS D E BAKLN1N

masas populares— son igualmente producto de la sociedad


entera. Las crean el trabajo, y diré más aún, el pensamiento
instintivo del pueblo, aunque no las han creado hasta ahora
más que en beneficio de los burgueses. Se trata, pues, de la
explotación de un trabajo colectivo por individuos que no
tienen ningún derecho a monopolizar el producto.
Todo lo que es humano en el hombre, y más que otra cosa
la libertad, es el producto de un trabajo social, colectivo.
Ser libre en el aislamiento absoluto, es un absurdo inven­
tado por los teólogos y los metafísicos, que reemplazaron
la sociedad de los hombres por su fantasma, por Dios. Cada
cual —dicen—■se siente libre en presencia de Dios. Es de­
cir, del vacío absoluto, de la nada; eso es, pues, la libertad
de la nada, o más bien la nada de la libertad, la esclavitud.
Dios, la ficción de Dios, ha sido históricamente la causa
moral, o más bien inmoral, de todas las sumisiones.
E n cuanto a nosotros, que no queremos ni fantasmas ni
la nada, sino la realidad humana viviente, reconocemos que
el hombre no puede sentirse y saberse libre —y por consi­
guiente no puede realizar su libertad— sino en medio de
los hombres. Para ser libre, tengo necesidad de verme ro­
deado y reconocido como tal por hombres libres. No soy
libre más que cuando mi personalidad, reflejándose, como
en otros tantos espejos, en la conciencia igualmente libre
de todos los hombres que me rodean, vuelva a mí reforzada
por el reconocimiento de todo el mundo. La libertad de to­
dos, lejos de ser una limitación de la mía, como lo preten­
den los individualistas, es al contrario su confirmación, su
realización y su extensión infinitas. Querer la libertad y la
dignidad humana de todos los hombres, ver y sentir mi li­
bertad confirmada, sancionada, infinitamente extendida por
el asentimiento de todo el mundo, he ahí la dicha, el paraíso
humatlo sobre la tierra.
Pero esa libertad sólo es posible en la igualdad- Si hay
Un ser humano más libre que yo, me convierto forzosamente
en su esclavo; si yo lo soy más que él, él será el mío. Por
tanto, la igualdad es una condición absolutamente necesaria
de la libertad.
Los burgueses revolucionarios de 1793 han comprendido
muy bien esta necesidad lógica. Así, la palabra igualdad fi­
gura como el segundo término en su fórmula revoluciona­
TRES CONFERENCIAS 233

ria: libertad, igualdad, fraternidad, Pero, ¿qué igualdad?


La igualdad ante la ley, la igualdad de los derechos políti­
cos, la igualdad de los ciudadanos, no la de los hombres;
porque el Estado no reconoce a los hombres, no reconoce
más que a los ciudadanos. Para él, el hombre no existe éfl
tanto que ejerce, o que por una pura función se repute como
ejerciendo los derechos políticos. El hombre que es aplas­
tado por el trabajo forzado, por la miseria, por el hambre;
el hombre que está socialmente oprimido, económicamente
explotado, aplastado, y que sufre, no existe para el Estado;
éste ignora sus sufrimientos y su esclavitud económica y
social, su servidumbre real, oculta bajo las apariencias de
una libertad política mentirosa. Esta es, pues, la igualdad
política, no la igualdad social.
Mis queridos amigos: Sabéis todos por experiencia cuán
engañosa es esa pretendida igualdad política cuando no está
fundada sobre la igualdad económica y social. En un E s­
tado ampliamente democrático, por ejemplo, todos los hom­
bres llegados a la mayoría de edad, y que no se encuentren
bajo el peso de una condena criminal, tienen el derecho y
aun el deber, se añade, de ejercer todos los derechos polí­
ticos y de llenar todas las funciones para las cuales puede
llamarles la confianza de sus conciudadanes. El último
hombre del pueblo, el más pobre, el más ignorante, puede y
debe ejercer todos sus derechos y llenar todas esas fun­
ciones: ¿se puede imaginar una igualdad más amplia que
esa? Sí, él debe, puede legalmente; pero en realidad eso le
es imposible. Ese poder no es más que facultativo para los
hombres que constituyen parte de las masas populares, pero
no podrá nunca ser real para ellos a menos de una trans­
formación radical de las bases económicas de la sociedad,
digamos la palabra, a menos de una revolución social. Esos
pretendidos derechos políticos ejercidos por el pueblo no
son más que una vana ficción.
Estamos cansados de todas las ficciones, tanto religiosas
como políticas. El pueblo está cansado de alimentarse de
fantasmas y de fábulas. Ese alimento no ehgorda. Hoy, exi­
ge la realidad. Veamos, pues, lo que hay de real para él en
el ejercicio de los derechos políticos.
Para llenar convenientemente las funciones, y sobre todo
las más altas funciones del Estado, es preciso poseer ya
Obras tft 5 a¿tunin. • / /
234 OBRAS COMPLETAS DE B A K l'W M

un grado bastante alto de instrucción. E l pueblo carece ab­


solutamente de esa instrucción. ¿Es por culpa suya? No. la
culpa es de las instituciones. El gran deber de todos los
Estados verdaderamente democráticos, es esparcir la ins
tracción a manos llenas entre el pueblo. ¿ Hay un solo E st
tado que lo haga? No hablemos de los Estados monárquicos,
que tienen un interés evidente en esparcir, no la instruc­
ción, sino el veneno del catecismo cristiano en las masas.
Hablemos de los Estados republicanos y democráticos como
los Estados Unidos de América y Suiza. Ciertamente, hay
que reconocer que estos dos Estados han hecho más que los
otros por la instrucción popular. ¿Pero han llegado al fin,
a pesar de su buena voluntad? ¿Les ha sido posible dar
indistintamente a todos los niños que nacen en su seno una
instrucción igual? No, es imposible. Para los hijos de los
burgueses, la instrucción superior; para los del pueblo, la
instrucción primaria solamente, y, en raras ocasiones, un
poco de segunda enseñanza. ¿Por qué esta diferencia? Por
la simple razón de que los hombres del pueblo, los trabaja­
dores de los campos y de las ciudades, no tienen el medio
dé mantener, es decir, de alimentar, de vestir, de alojar a
sus hijos en el transcurso de toda la duración de los estu­
dios. Para darse una instrucción científica, es preciso estu­
diar hasta la edad de veintiún años, algunas veces hasta los
veinticinco. Os pregunto: ¿cuáles son los obreros que están
en estado de mantener tan largo tiempo a sus hijos? Este
sacrificio está por encima de sus fuerzas, porque no tienen
ni capitales ni propiedad, y porque viven al día con su sala­
rio, que apenas basta para el mantenimiento de una nume­
rosa familia.
Y aun es preciso decir, queridos compañeros, que vos­
otros, trabajadores de las montañas, obreros en un oficio
que la producción capitalista, es decir, la explotación de los
grandes capitales, no llegó todavía a absorber, sois compa­
rativamente muy dichosos. Trabajando en pequeños grupos
en vuestros talleres, y a menudo trabajando a domicilio,
ganáis mucho más de lo que se gana en los grandes esta­
blecimientos industriales que emplean centenares de obre-
io s ; vuestro trabajo es inteligente, artístico, no embrutece
oomo el que se hace a máquina. Vuestra habilidad, vuestra
inteligencia significan algo. Y además tenéis mucho más
r RES C O \fE F I .\a A S 21*

tiempo iibre y relativa libertad ; por eso sois mas instruidos?


más libres y más felices que los otros.
En las inmensas fábricas establecidas, dirigidas y explo­
tadas por los grandes capitales y en las que son las máqui­
nas, no los hombres, quienes juegan el papel principal, loá
obraros se transforman necesariamente en miserables escla­
vos, de tal modo miserables, que muy frecuentemente están
forzados a condenar a sus pobres hijitos, de ocho escasos
años de edad, a trabajar doce, catorce, dieciséis horas cada
día por algunos miserables céntimos. Y no lo hacen por
avaricia, sino por necesidad. Sin eso, no serían cap&ces de
mantener sus familias.
He ahí la instrucción que pueden darles. Yo no creo de­
ber emplear más palabras para demostraros, queridos com­
pañeros, a vosotros que lo sabéis tan bien por experiencia,
que en tanto que el pueblo no trabaje para si mismo, sino
para enriquecer a los éetentadores de la propiedad y del
capital, la instrucción que pueda dar a sus hijos será siem­
pre infinitamente inferior a la de los hijos de la clase bur­
guesa.
Y he ahí una grande y funesta desigualdad social que
encontraréis necesariamente en la base de la organización
de los Estados: una masa forzosamente ignorante y una
minoría privilegiada que, si no es siempre muy inteligente,
es al menos comparativamente muy instruida. La conclu­
sión es fácil de deducir. La minoría instruida gobernará
eternamente a las masas ignorantes.
No se trata sólo de la desigualdad natural de los indivi­
duos; es una desigualdad a la que estamos obligados a re­
signarnos. Uno tiene una organización más perfecta que el
otro, uno nace con una facultad natural de inteligencia y
de voluntad más grande que el otro. Pero me apresuro a
añadir : estas diferencias no son de ningún modo tan gran­
des como se quiere suponer. Aun desde el punto de vista
natural, los hombres son casi iguales, las cualidades y los
defectos se compensan más o menos en cada uno. No hay
más que dos excepciones a esta ley de igualdad natural: son
los hombres de genio y los idiotas. Pero las excepciones no
constituyen la regla, y, en general, se puede decir que todos
los individuos humanos se equivalen y que si existen dife­
rencias enormes entre los individuos en la sociedad actual,
236 OBRAS COMPLETAS DF B A K LV 1S

nacen de la desigualdad monstruosa de la educación y de la


instrucción, y no de la naturaleza.
El niño dotado de las más grandes facultades, pero na­
cido en una familia pobre, en una familia de trabajadores
que vive el día al día de su ruda labor cotidiana, se ve
condenado a la ignorancia que mata todas sus facultades
naturales en lugar de desarrollarlas: será el trabajador, el
obrero manual, el mantenedor y el alimentador forzoso de
los burgueses que, por naturaleza, son mucho más torpes
que él. El hijo del burgués, al contrario, el hijo del rico,
por torpe que sea naturalmente, recibirá la educación y la
instrucción necesarias para desarrollar en lo posible sus
pobres facultades: será un explotador del trabajo, el amo.
el patión, el legislador, el gobernante, un señor. Por torpe
que sea. hará leyes para el pueblo, y gobernará las masas
populares.
En un Estado democrático, se dirá, el pueblo no elegirá
más que a los buenos. ¿Pero cómo reconocerá a los buenos?
No tiene ni la instrucción necesaria para juzgar al bueno
y al malo, ni el tiempo preciso para conocer los hombres
que se proponen a su elección. Esos hombres, por lo demás,
viven en una sociedad diferente de la suya: no acuden a
quitarse el sombrero ante Su Majestad el pueblo soberano
más que en el momento de las elecciones y, una vez elegi­
dos, le vuelven la espalda. Por lo demás, perteneciendo a la
clase privilegiada, a la clase explotadora, por excelentes
que sean como miembros de sus familias y de la sociedad,
serán siempre malos para el pueblo, porque, naturalmente,
querrán conservar los privilegios que constituyen la base
de su existencia social y que condenan al pueblo a una es­
clavitud eterna.
Pero, ¿ por qué no ha de enviar el pueblo a las asambleas
legislativas y al gobierno hombres suyos, hombres del pue­
blo? Primeramente, porque los hombres del pueblo, debien­
do vivir de sus brazos, no tienen tiempo de consagrarse ex­
clusivamente a la política, y no pudiendo hacerlo, estando
la mayoría de las veces ignorantes de las cuestiones econó­
micas y políticas que se tratan en esas altas regiones, serán
casi siempre víctimas de los abogados y de los políticos
burgueses. Y, luego, porque bastará casi siempre a esos
TRES CONFERENCIA* 23?
hombres del pueblo entrar en el gobierno para, convertir)»e
en burgueses a su vez, en ocasiones más detestables y más
desdeñosos del pueblo de donde han salido que los mismos
burgueses de nacimiento.
Veis, pues, que la igualdad política, aun en los Estados
más democráticos, es una mentira. Lo mismo pasa con la
igualdad jurídica, con la igualdad ante la ley. La ley es
hecha por los burgueses para los burgueses, y es ejercida
por los burgueses contra el pueblo, El Estado y la ley que
lo expresa no existen más que para eternizar la esclavitud
del pueblo en beneficio de los burgueses.
Por lo demás, sabéis que cuando os encontráis lesionado»
en vuestros intereses, en vuestro honor, en vuestros dere­
chos, y queréis hacer un proceso, para hacerlo debéis de­
mostrar primero que estáis en situación de pagar los gastos,
es decir, debéis depositar una cierta suma. Y si no estáis en
estado de depositarla, no podéis entablar el proceso. Pero
el pueblo, la mayoría de los trabajadores ¿tienen sumas
para depositar en el tribunal? La mayoría de las veces, no.
Por tanto, el rico podrá atacaros, insultaros impunemente,
porque no hay justicia para el pueblo.
Mientras no haya igualdad económica y social, mientras
una minoría cualquiera pueda hacerse rica, propietaria, ca-.
pitalista, no por el propio trabajo, sino por la herencia. la
igualdad será una mentira. ¿ Sabéis cuál es la verdadera de-
finición de la propiedad hereditaria? Es la facultad heredi­
taria de explotar el trabajo colectivo del pueblo y de some­
ter las masas.
He ahí lo que ni los más grandes héroes de la revolución
de 1793, ni Danton, ni Robespierre, ni Saint-Just habían
comprendido. No querían más que la libertad y la igualdad
políticas, no las económicas y sociales. Y por eso la liber­
tad y la igualdad fundadas por ellos han constituido y asen­
tado en bases nuevas la dominación de los burgueses sobre
si pueblo.
Han querido enmascarar esa contradicción poniendo co­
mo tercer término de su fórmula revolucionaria la fiater-
jnidad. También ésta es una mentira. Os pregunto si la fra­
ternidad es posible entre los explotadores y los explotados,
entre los opresores y los oprimidos. [Cómo! ¿Os haré sudar
y sufrir durante todo un día, y por la noche, cuando haya
238 OBRAS COMPLETAS DE B A K L M K

recogido el fruto de vuestros sufrimientos y de vuestro su­


dor, no dejándoos más que una pequeña parte a fin de que
podáis vivir, es decir, sudar de nuevo y sufrir en mi bene­
ficio todavía mañana, por la noche, os d iré ; j Abracémonos,
somos hermanos 1 ?
Tal es la fraternidad de la revolución burguesa.
Queridos amigos: También nosotros queremos la noble
libertad, la salvadora igualdad y la santa fraternidad. Pero
queremos que estas cosas, que estas grandes cosas, cesen de
ser ficciones, mentiras y se conviertan en una verdad y
constituyan la realidad.
Tal es el sentido y el fin de lo que llamamos revolución
social.
Puede resumirse en pocas palabras: quiere y nosotros
queremos que todo hombre que nazca sobre esta tierra pue­
da llegar a ser un hombre en el sentido más completo de la
palabra; que no sólo tenga el derecho, sino también todos
los medios necesarios para desarrollar sus facultades y ser
libre, feliz, en la igualdad y en la fraternidad. He ahí lo
que queremos todos, y todos estamos dispuestos a morir
para llegar a ese fin.
Os pido, amigos, una tercera y última sesión para expo
ñeros completamente mi pensamiento.
TRES COSTE-RE.\ CIAS 239

III

Queridos compañeros:
Os ke dicho la última vez cómo la burguesía, sin tenei
completamente conciencia de sí misma, pero en parte tam­
bién. y al menos en una cuarta parte, conscientemente, Be
ha servido del brazo poderoso del pueblo durante la gran
revolución de 1789-1793 para asentar su propio poder sobre
las ruinas del mundo feudal. Desde entonces, se ha conver­
tido en la clase dominante. Es erróneo suponer que fueran
la nobleza emigrada y los sacerdotes los que dieron el gol
pe de Estado reaccionario de Termidor, que derribó y mató
a Robespierre y a Saint-Just, y que guillotinó y deportó a
una m ultitud de sus partidarios.
Sin duda muchos de los miembros de estas dos órdenes
caídas tomaron una parte activa en la intriga, felices de
ver caer a los que les habían hecho temblar y les habían
cortado la cabeza sin piedad. Pero ellos solos no hubiesen
podido hacerlo- Desposeídos de sus bienes, habían sido re­
ducidos a la impotencia. Fué esa parte de la clase burguesa
enriquecida por la compra de los bienes nacionales, de las
provisiones de guerra y por el manejo de los fondos pú­
blicos, que se aprovechó de la miseria pública y de la ban­
carrota misma para llenar su bolsillo; fueron esos virtuoso»
representantes de la moralidad y del orden público los pri­
meros instigadores de esa reacción. Estuvieron ardiente y
poderosamente sostenidos por la masa de los tenderos, raza
eternamente malhechora y cobarde que engaña y envenena
al pueblo en detalle, vendiéndole sus mercaderías adultera­
das, y que tiene toda la ignorancia del pueblo sin tener su
gran corazón, toda la vanidad de la aristocracia burguesa
sin tener los bolsillos llenos; cobarde durante las revolu­
ciones, se vuelve feroz en la reacción. Para ella, todas las
ideas que hacen palpitar el corazón de las masas, los gran­
des principios, los grandes intereses de la humanidad, no
240 OBRAS COMPLEJAS DE BAKUNIM

existen. Ignora el patriotismo, o no conoce de el mas que


ta vanidad o las fanfarronadas. No hay un sentimiento que
pueda arrancarla a las preocupaciones mercantiles, a las
miserables inquietudes del día. Todo el mundo ha sabido,
y los hombres de todos los partidos nos lo han confirmado,
que durante el terrible asedio de París, mientras que el
pueblo se batía y la clase de los ricos intrigaba y preparaba
la traición que lo entregó a los prusianos, mientras que el
proletariado generoso, las mujeres y los niños del pueblo
estaban semihambrientos, los tenderos no tuvieron más que
una sola preocupación: la de vender sus mercaderías, sus
artículos alimenticios, los objetos más necesarios a la sub­
sistencia del pueblo, al más alto precio posible.
Los tenderos de todas las ciudades de Francia han hecho
lo mismo. En las ciudades invadidas por los prusianos,
abrieron las puertas a éstos. En las ciudades no invadidas,
se preparaban a abrirlas; paralizaron la defensa nacional
y en todas partes donde pudieron se opusieron a la subleva­
ción y al armamento populares, que era lo único que podía
salvar a Francia. Los tenderos en las ciudades, lo mismo
que los campesinos en los campos, constituyen hoy el ejér*
ciio de la reacción. Los campesinos podrán y deberán ser
convertidos a la revolución, pero los tenderos nunca.
Durante la Gran Revolución, la burguesía se había divi­
dido en dos categorías, de las cuales una, que constituía la
ínfima minoría, era la burguesía revolucionaria, conocida
bajo el nombre genérico de jacobinos. No hay que confun­
dir a los jacobinos de hoy con los de 1793. Los de hoy no
son más que pálidos fantasmas y ridículos abortos, carica­
turas de los héroes del siglo pasado. Los jacobinos de 1793
eran grandes hombres, tenían el fuego sagrado, el culto a
la justicia, a la libertad y a la igualdad. No fué cupa suya
si no comprendieron mejor ciertas palabras que resumen
todavía hoy nuestras aspiraciones. No consideraron más que
la faz política, no el sentido económico y social. Pero, lo
repito, no fué culpa suya, como no es mérito nuestro el
comprenderlas hoy. Es la culpa y el mérito del tiempo. La
humanidad se desarrolla lentamente, demasiado lentamente,
¡ayí, y únicamente por una sucesión de errores y de fal­
tas, y de crueles experiencias sobre todo, que son siempre
su consecuencia necesaria, los hombres conquistan la ver­
T R tS CON FERENCIAS 241

dad. Los jacobinos de 1793 fueron hombres de buena fe


hombres inspirados por la idea, consagrados a la idea. Fue-
ton héroes. Si no lo hubieran sido, no hubieran podido rea
¿izarse los grandes actos de la revolución. Nosotros pode­
mos y debemos combatir los errores teóricos de los Danton,
de los Robespieire, de los Saint-Just, pero al combatir sut
ideas falsas, estrechas, exclusivamente burguesas en econo
mía social, debemos inclinarnos ante su potencia revolucio­
naria. Fueron los últimos héroes de la clase burguesa, en
otro tiempo tan fecunda en héroes.
Aparte de esta minoría heroica, existía la masa de la
burguesía, materialmente explotadora, y para la cual las
ideas, los principios fundamentales de la revolución sólo
eran palabras sin valor y sin sentido cuando no podía ser­
virse de ellas para llenar sus bolsas tan vastas y tan respe­
tables. Cuando los más ricos, y por consiguiente los más
influyentes de los burgueses llenaron suficientemente sus
bolsas al ruido y por medio de la revolución, -consideraron
que ésta había durado demasiado, que era tiempo de acabar
y de restablecer el reino de la ley y del orden público.
Derribaron el Comité de Salvación Pública, mataron a
Robespierre, a Saint-Just y a sus amigos y establecieron el
Directorio, que fué una verdadera encarnación de la depra­
vación burguesa al fin del siglo X V III, el triunfo y el reino
del oro adquirido por el robo y aglomerado en los bolsillos
de algunos millares de individuos.
Pero Francia, que no había tenido tiempo aún de corrom­
perse, y que aun palpitaba por los grandes hechos de la
revolución, no pudo soportar largo tiempo ese régimen.
Protestó dos veces, en una fracasó y en otra triunfó. Si
hubiese triunfado en la primera, si hubiese podido tener
éxito, habría salvado a Francia y al rmfhdo; el triunfo de la
segunda inauguró el despotismo de los reyes y la esclavitud
de los pueblos. Quiero hablar de la insurrección de Babeuf
y de la usurpación del primer Bonaparte.
La insurrección de Babeuf fué la última tentativa revo­
lucionaria del siglo X V III. Babeuf y sus amigos habían
sido más o menos amigos de Robespierre y de Saint-Just.
Fueron jacobinos socialistas. Habían sentido el culto a la
igualdad, aun en detrimento de la libertad. Su plan fué
muy sencillo: expropiar a todos los propietarios y a todos
TAI OBRAS COMPLETAS DE BA R L M h ’

los detentadores de instrumentos de trabajo y de otros capi­


tales en beneficio del Estado republicano, democrático y
social, de suerte que el Estado, convertido en el único pro­
piciarlo de todas las riquezas, tanto mobiliarias como inmo­
biliarias, se transformaba en el único empresario, en el úni­
co patrono de la sociedad; provisto al mismo tiempo de
la omnipotencia política, se apoderaba exclusivamente de la
educación y de la instrucción iguales para todos los niños,
y obligaba a todos los individuos mayores de edad a traba­
jar y a vivir según la igualdad y la justicia. Toda autono­
mía comunal, toda iniciativa individual, toda libertad, en
una palabra, desaparecía aplastada por ese poder formida­
ble. La sociedad entera no debía presentar más que el cua­
dro de una uniformidad monótona y forzada, El gobierno
era elegido por el sufragio universal, pero una vez elegido,
y en tanto que quedase en funciones, ejercía en todoa los
miembros de la sociedad un poder absoluto.
La teoría de la igualdad establecida por la fuerza por el
poder no ha sido inventada por Babeuf. Los primeros fun­
damentos de esa teoría habían sido echados por Platón,
varios siglos antes de Cristo, en su República, obra en que
ese gran pensador de la antigüedad trató de esbozar el cua­
dro de una sociedad igualitaria. Los primeros cristianos
ejercieron indudablemente un comunismo práctico en sus
asociaciones perseguidas por toda sociedad oficial. E n fin,
al comienzo mismo de la revolución religiosa, en el primer
cuarto del siglo XVI, en Alemania, Tomás Muenzer y sus
discípulos hicieron una primera tentativa para establecer
la igualdad social sobre una base muy amplia. La conspi­
ración de Babeuf fué la segunda manifestación práctica de
la idea igualitaria en las masas. Todas estas tentativas, sin
exceptuar la última, debieron fracasar por dos razones: pri­
mero, porque las masas no se habían desarrollado suficien­
temente para hacer posible su realización; y luego y sobre
todo porque, en todos estos sistemas, la igualdad se asocia­
ba a la potencia, a la autoridad del Estado y por consiguien­
te excluía la libertad.
Y nosotros sabemos, queridos amigos, que la igualdad
no es posible más que con la libertad y por la libertad: no
se trata de esa libertad exclusiva de los burgueses que está
fundada sobre la esclavitud de las masaa y que no es la
TRÉS CONFFJtLNCIAS 243
libertad, sino el privilegio; se trata de esa libertad univer­
sal de los seres humanos que eleva a cada uno a la dignidad
de hombre Pero sabemos también que esa libertad sólo eS
posible en la igualdad. Rebelión, no sólo teórica, sino prác­
tica, contra todas las instituciones y contra todas las rela­
ciones sociales creadas por la desigualdad; después, esta­
blecimiento de la igualdad económica y social por la liber­
tad de todo el m undo: he ahí nuestro programa actual, el
que debe triunfar a pesar de los Bismarck, de los Nape*
león, de los Thiers, y a pesar de todos los cosacos de mi
augusto emperador el Zar de todas las Rusias.
La conspiración de Babeuf había reunido en su seno todo
ío que había quedado de ciudadanos consagrados a la revo­
lución en París después de las ejecuciones y deportacionea
del golpe de Estado reaccionario de Termidor, y, necesa­
riamente, muchos obreros. Fracasó; algunos fueron guillo­
tinados, pero varios sobrevivieron, entíe ellos el ciudadano
Felipe Buonarroti, un hombre de hierro, un carácter anti­
guo, de tal modo respetable que supo hacerse respetar por
los hombres de los partidos más opuestos. Vivió largo tiem­
po en Bélgica, donde fué el principal fundador de la so­
ciedad secreta de los carbonariocomunistas; y en un libro
que se ha hecho ya muy raro, pero que trataré de enviar a
nuestro amigo Adhemar (1), ha contado esa lúgubre his­
toria, esa última protesta heroica de la revolución contra
la reacción, conocida bajo el nombre de conspiración de
B?beuf.
La otra protesta de la sociedad contra la corrupción bur­
guesa que se había apoderado del Poder bajo el nombre de
Directorio fué, como lo he dicho ya, la usurpación del pri­
mer Bonaparte.
Esta historia, mil veces más lúgubre todavía, es conocida
de iodos vosotros. Fué la-prim era inauguración del régi­
men infame y brutal del sable, el primer bofetón dado al
comienzo de este siglo por un advenedizo insolente sobre
lns mejillas de la humanidad. Napoleón I se hizo el héroe
de todos los déspotas, al mismo tiempo que fué militarmen­
te su terror. Venció, les dejó su funesta herencia, gu infa-

' 1 1 n v h e m a r S cb .v itz£ i-é tc ] (N ot* del tra d u c to r.)


244 OBRAS COMPLEJAS DE BAKL W X

me principio: el desprecio á la humanidad y su opresión


por el sable.
No os hablaré de la Restauración, Fué una tentativa ridi­
cula la de dar la vida y el poder político a dos cuerpos tarar
dos y descrépitos: a la nobleza y a los sacerdotes. No hubo
-bajo la Restauración más que esto de notable: que, atacada,
amenazada en ese Poder que creyó haber conquistado para
siempre, la burguesía se volvió a hacer cae! revolucionaria.
Enemiga del orden público en tanto que ese orden público
no es el suyo, es decir, en tanto que establece y garantiza
otros intereses que los suyos, conspiró de nuevo. Los seño­
res Guizot, Perrier, Thiers y tantos otros, que bajo Luis
Felipe se distinguieron como los más fanáticos partidarios
y defensores de un gobierno opresivo, corruptor, pero bur­
gués, y por consiguiente perfecto a sus ojos, todas esas al­
mas corrompidas de la reacción burguesa, conspiraron bajo
la Restauración. Triunfaron en julio de 1830, y el reino del
liberalismo burgués fué inaugurado.
De 1830 data verdaderamente la dominación exclusiva de
los intereses y de la política burguesa de Europa, sobre todo
en Francia, en Inglaterra, en Bélgica, en Holanda y en
Sui¿a. En otros países, tales como Alemania, Dinamarca,
Suecia, Italia y España, los intereses burgueses habían pre­
valecido sobre todos los demás, pero no el gobierno político
de los burgueses. No hablo de ese grande y miserable Im­
perio de todas las Rusias, sometido aún al despotismo de
los zares, sin clase política intermediaria propiamente, ni
como cuerpo burgués, donde no hay, en efecto, de una parte
más que el mundo oficial, una organización militar, poli­
cíaca y burocrática para colmar los caprichos del zar, y de
la otra el pueblo, las decenas de millones de seres humanos
devorados por el zar y sus funcionarios. E n Rusia, la revo­
lución vendrá directamente del pueblo, como lo demostré
ampliamente en un discurso bastante largo que pronuncié
hace algunos años en Berna y que me apresuré a envia­
ros ( 1 ). No hablo tampoco de esa desgraciada y heroica Po­
lonia que se debatej siempre sofocada de nuevo, pero nun­
ca muerta, bajo las garras de tres águilas infames: la del

0) S í tra ta de los d ise n so s pronunciados en el Congreso de Berua d e u


'L-g'* t k i# Paz y de la L ib e rta d (se p tie m b re de 1868), publicados en Ginebra
en ¡¿6<) y .ep rcd u cid o s en el tom o V I de esta s Obras, (N o ta del tra d u c to i.)
ERES CO \F L R E \C IA S 245
Imperio de Rusia, la del Imperio de Austria, y la del nuevo
Imperio de Alemania, representado por Prusia. En Polonia
como en Rusia, no hay propiamente clase media; de un lado
está la nobleza, burocracia hereditariamente esclava del zar
de Rusia, en otro tiempo dominante y hoy desorganizada y
decrépita en Polonia; y del otro lado existe el campesino en
servidumbre, devorado, aplastado ahora, no por la nobleza,
que ha perdido su poder, sino por el Estado, por sus fun*
cionarios innumerables, por el zar. No os hablaré tampoco
de los pequeños países como Suecia y Dinamarca, que no se
han hecho realmente constitucionales hasta después de 1848
y que han quedado más o menos retrasados en el desenvol­
vimiento general de Europa; ni de España ni de Portugal,
donde el movimiento industrial y la política burguesa han
sido paralizados tanto tiempo por la doble potencia del
clero y del ejército. Sin embargo, debo observar que Espa­
ña, que nos parecía tan atrasada, nos presenta hoy una de
las más magníficas organizaciones de la Asociación Inter­
nacional de los Trabajadores existentes en el mundo.
Me detendré un instante en Alemania. Desde 1830, noB
ha presentado y continúa presentándonos Alemania el cua­
dro extraño de un país donde los intereses de la burguesía
predominan, pero en el que la potencia política no perte­
nece a la burguesía, sino a la monarquía absoluta bajo una
máscara de constitucionalismo, m ilitar y burocráticamente
organizada y servida exclusivamente por los nobles.
Es en Francia, en Inglaterra, en Bélgica sobre todo, don­
de hay que estudiar el reinado de la burguesía. Después de
la unificación de Italia bajo el cetro de Víctor Manuel, pue­
de ser estudiado también en Italia. Pero en ninguna parte
se ha caracterizado tan plenamente como en Francia; es,
pues, en este país donde la consideraremos principalmente.
Desde 1830, el principio burgués ha tenido plena liber­
tad de manifestarse en la literatura, en la política y en la
economía social. Se puede resumir en una sola palabra:
individualismo.
Entiendo por individualismo esa tendencia que —consi­
derando toda la sociedad, la masa de los individuos, la de
los indiferentes, la de los rivales, la de los competidores, lo
mismo que la de los enemigos naturales, en una palabra^
aqúellos con los cuales cada uno está obligado a vivir, peró
246 OBRAS COMPLEJAS DE B A K U M \

que obstruyen la ruta a cada uno— impulsa al individuo á


conquistar y a establecer su propio bienestar, su prosperi­
dad, su dicha, contra todo el mundo, en detrimento de to­
dos los demás. Es una persecución enfurecida, un general
¡sálvese quien pueda! en que cada cual trata de llegar el
primero. iA y de los que se detienen, si son adelantados I
I Ay de los que, cansados por la fatiga, caen en el camino 1
Son inmediatamente aplastados. La competencia no tiene
corazón no tiene piedad. jA y de los vencidos 1 En esa lu­
cha, necesariamente, deben cometerse muchos críments; esa
batalla fratricida no es sino un crimen continuo contra la
solidaridad humana, base única de toda moral. El Estado
que —se dice—• es el representante y el vindicador de la
justicia, no impide la perpetración de esos crímenes, al con­
trario, les perpetúa y los legaliza. Lo que él representa, lo
que defiende, no es la justicia humana, es la justicia jurí­
dica. que no es otra cosa que la consagración del triunfo de
los fuertes sobre los débiles, de los ricos sobre los pobres.
El Estado sólo exige una cosa: que todos esos crímene*
sean realizados legalmente. Yo puedo arruinaros, aplasta­
ros. mataros, pero debo hacerlo observando las leyes. De
otro modo, soy declarado criminal y tratado como tal. Tal
es el sentido de este principio, de esta palabra: individua­
lismo.
Ahora, veamos cómo se ha manifestado ese principio en
la literatura, en esa literatura creada por los Víctor Hugo,
los Dumas, los Balzac, los Julio Janin y tantos otros auto­
res de libros y de artículos de periódicos burgueses, que,
desde 1830, han inundado a Europa, llevando la depravación
y despertando el egoísmo en los corazones de los jóvenes de
ambos sexos, y desgraciadamente también del pueblo. To*
mad la novela que queráis: al lado de los grandes y falsos
sentimientos, de las bonitas frases, ¿qué encontráis? Siem­
pre lo mismo. Un joven es pobre, oscuro, desconocido; está
devorado por toda suerte de apetitos. Quisiera habitar en
un palacio, comer trufas, beber champán, marchar en ca­
rroza y acostarse con alguna bella marquesa. Lo consigue
a fuerza de esfuerzos hr.roicos y aventuras extraordinarias,
mientras que los demás sucumben. He ahí el héroe: ese es
el individualismo puro.
Veamos la política. ¿Cómo se expresa en ella ese princi-
IR E S C O H F £ m $ C IA S 247

pió? Las masas —se dice— tienen necesidad dé ser diri­


gidas, gobernadas; son incapaces de vivir sin gobierno,
como son igualmente incapaces de gobernarse a sí mismas.
¿Quién las gobernará? No hay ya privilegio de clase. Todo
el mundo tiene derecho a subir a las más altas posiciones y
funciones sociales. Mas para triunfar es preciso ser inteli­
gente» hábil; es preciso ser fuerte y dichoso: es preciso
saber y poder sobreponerse a todos los rivales. He ahí aún
tina carrera de apuesta: serán los individuos hábiles y fuer­
tes ios que gobernarán, los que esquilmarán a las masas.
Consideremos ahora ese mismo principio en la cuestión
económica, que en el fondo es la principal, hasta se podría
decir la única cuestión. Los economistas burgueses nos di*
cen que son partidarios de una libertad ilimitada de los
individuos, y que la competencia es la condición de esa
libertad. Pero veamos, ¿qué es esa libertad? Y antes una
primera pregunta: ¿es el trabajo separado, aislado, el que
produjo y continúa produciendo todas estas riquezas ma­
ravillosas de que se glorifica nuestro siglo? Sabemos bien
que no. El trabajo aislado de ips individuos apenas sería
capaz de alimentar y de vestir a un pueblecito de salvajes;
ana gran nación no se hace rica y no puede subsistir más
que por el trabajo colectivo, solidariamente organizado.
Siendo colectivo el trabajo para la producción de lau ri­
quezas, parecería lógicamente, ¿no es cierto?, que t i goce
de esas riquezas debiera serlo también. Pues bien, he ahí
lo que no quiere, lo que rechaza con odio la economía bur­
guesa. Quiere el disfrute aislado de los individuos. Pero,
¿de qué individuos? ¿Será de todos? ] Oh, no! Quiere el ,
disfrute de los fuertes, de los inteligentes, de los hábiles,
de los dichosos. ¡Ah, sí, de los dichosos, sobre todo! Por­
que en su organización social, y conforme a tsa ley de he­
rencia, que es su fundamento principal, nacen una minoría
de individuos más o menos ricos, felices, y millones de se­
res humanos desheredados, desgraciados. Después, la socie­
dad burguesa dice a todos estos individuos: luchad, dispu­
tad eí premio, el bienestar, la riqueza, el poder político
Los vencedores serán felices. ¿Hay igualdad al menos en
esta lucha fratricida? No, de ningún modo. Los unos, el
pequeño número, están armados con todas» las armas, for­
talecidos por la instrucción y la riqueza heredadas, y los
248 OBRAS COMPLETA S I>£ BAK' „V
millones de hombres del pueblo se presentan sobre la arena
casi desnudos, con su ignorancia y su miseria igualmente
heredadas. ¿ Cuál es el resultado necesario de esa competen­
cia llamada libre? El pueblo sucumbe, la burguesía triunfa,
y el proletario encadenado está obligado a trabajar como un
forzado para su eterno vencedor, el burgués.
E l burgués está provisto principalmente de un arma con­
tra la cual el proletariado quedará siempre sin posibilidad
de defensa, mientras ese arma, el capital —que se ha trans­
formado en todos los países civilizados en el agente prin­
cipal de la producción industrial—, mientras ese proveedor
del trabajo esté dirigido contra él.
El capital, tal como está constituido y apropiado hoy,
no aplasta sólo al proletariado, agobia, expropia y reduce
a la miseria a una inmensa cantidad de burgueses. La causa
de este fenómeno, que la burguesía media y pequeña no
comprenden bastante, que ignoran, es sin embargo muy sen­
cilla. A consceuencia de la competencia, de esa lucha a
muerte que reina hoy en el comercio y en la industria gra­
cias a la libertad conquistada por el pueblo en beneficio de
los burgueses, todos los fabricantes están obligados a ven­
der sus productos, o más bien los productos de los traba­
jadores que emplean, que explotan, al más bajo precio posi­
ble. Vosotros lo sabéis por experiencia, los productos caros
se ven hoy cada vez más excluidos del mercado por los pro­
ductos baratos, aunque estos últimos sean mucho menos
perfectos que los primeros. He ahí, pues, una primera con­
secuencia funesta de esa competencia, de esa lucha intes­
tina en la producción burguesa. Tiende necesariamente a
■reemplazar los buenos productos por los productos medio­
cres. Disminuye al mismo tiempo la calidad de los produc­
tos y la de los productores.
En esta competencia, en esta lucha por el precio más
baio, los grandes capitales deben aplastar necesariamente
a los pequeños, los burgueses importantes han de arruinar
a los modestos. Porque una inmensa fábrica puede confec­
cionar naturalmente sus productos y darlos más baratos
que una fábrica pequeña o mediana. La instalación de una
gran fábrica exige naturalmente un cuantioso capital, pero,
proporcionalmente a lo que puede producir, cuesta menos
que una fábrica reducida: 100.000 francos son más que
TRES C ONFERENCIAS

10 .000, peí o 100.000 franco» empleados en una fábrica da­


rían 50 por 100, 60 por 100; mientras que los 10.000 francos
empleados de la misma manera no darán más que un 20 por
100. E l gran fabricante economiza en la construcción, en
las materias primas, en las máquinas; empleando muchos
menos trabajadores que el fabricante pequeño o mediano,
economiza también, o gana, por una organización mejor y
por una mayor división del trabajo. En una palabra, con
100.000 francos concentrados en sus manos y empleados en
«1 establecimiento y en la organización de una fábrica úni­
ca, produce mucho más que diez fabricantes que empleen
cada uno 10.000 francos; de manera que si cada ano de
estos últimos realiza, sobre los 10.000 francos que emplea,
un beneficio líquido de 2.000 francos, por ejemplo, el fa­
bricante que establece y que organiza una gran fábrica que
le cuesta 100.000 francos, gana por cada 10.000 francos 5.000
ó 6.000, es decir, que produce proporcionalmente muchas
más mercaderías. Produciendo mucho más, puede vender
naturalmente- sus productos mucho más baratos que los fa­
bricantes modestos; pero al venderlos más baratos, obliga
iguálamete a estos fabricantes a bajar sus precios, sin lo
cual sus productos no serían comprados. Pero como ia pro­
ducción de esos productos les resulta mucho más cara que
al gran fabricante, al venderlos al precio fijado poi éste se
arruinan. A;sí es como los grandes capitales matan a los
pequeños, y si los grandes capitales tropiezan con otros
mayores aún, son aplastados a su vez.
Esto es tan cierto que hoy existe en los grandes capita­
les una tendencia a asociarse para construir capitales mons­
truosamente formidables. La explotación del comercio y dé
la industria por las sociedades anónimas comienza a reem­
plazar, en los países más industriosos, en Inglaterra, en
Bélgica y en Francia, a la explotación de los grandes capi­
tales aislados. Y a medida que la civilización, que la riqueza
nacional de los países más avanzados se acrecientan, crece
la riqueza de los grandes capitalistas, pero disminuye el
número de éstos. Una masa de burgueses medianos se ve
rechazada hacia la pequeña burguesía, y una multitud ma­
yor aún de pequeños burgueses se ve inexorablemente im­
pulsada hacia el proletariado, hacia la miseria.
Es un hecho incontestable, 'comprobado por la estadís-
OüíBi de B fkuom , - I I 11
250 O BRAS COMPLETAS DE BAKL<NL\

tica de todos los países, lo mismo que por la demostración


más exactamente matemática. En la organización económica
de la sociedad actual, ese empobrecimiento gradual de ia
mayor parte de la burguesía en beneficio de un número
restringido de monstruosos capitalistas es una ley inexora­
ble, contra la cual no hay otro remedio que la revolución
social. Si la pequeña burguesía tuviese bastante inteligen­
cia y buen sentido para comprenderlo, se habría asociado
desde hace mucho al proletariado para realizar esa revo­
lución. Pero la pequeña burguesía es generalmente muy
torpe; su tonta vanidad y su egoísmo le cierran el espíritu.
N o v e nada, no comprende nada, y aplastada por una parte
por la gran burguesía, amenazada por la otra por ese prole­
tariado a quien desprecia tanto como detesta y teme, se
deja arrastrar estúpidamente al abismo.
X as consecuencias de esta competencia burguesa son
desastrosas para el proletariado. Forzados a vender sus pro­
ductos —o más bien los productos de los trabajadores que
explotan— al menor precio posible, los fabricantes deben
pagar necesariamente a sus obreros los salarios m á¡s bajos
posibles, Por consiguiente, no pueden pagar el talento, el
genio de sus obreros. Deben buscar el trabajo que se vende
—que está obligado a venderse—, a la mínima'tarifa. Las
mujeres y los niños se contentan con un salario menor:
emplean, pues, los niños y las mujeres con preferencia a
los hombres, y los trabajadores mediocres con preferencia
a los trabajadores hábiles, a menos que estos últimos no se
contenten con el salario de los trabajadores inhábiles, de
los niños y de las mujeres. Ha sido demostrado y recono­
cido por los economistas burgueses que la medida del sala­
rio del obrero es siempre determinada por el precio de su
mantenimiento diario. Así, si un obrero pudiera vestirse,
alimentarse, alojarse por un franco diario, su salario caería
bien pronto a un franco. Y esto por una razón muy sencilla:
los obreros, presionados por el hambre, están obligados a
hacerse competencia entre sí, y el fabricante, impaciente
por enriquecerse lo más pronto posible por la explotación
de su trabajo, y forzado por otra parte por la competencia
burguesa a vender sus productos al más bajo precio, tomará
naturalmente los obreros que le ofrezcan por el menor sala­
rio más horas de trabajo.
I R I S CO \FERL \C¡AS

No es sólo una deducción lógica, es un hecho qu<: pasa ;


diariamente en Inglaterra, en Francia, en Bélgica, en Ale- y.
manía, y en las partes de Suiza donde se ha establecido la
gran industria, la industria explotada en las grandes f á- -
bricas por los grandes capitales. En mi última conferencia ’
os he dicho que erais obreros privilegiados. Aunque estéis
lejos aún de recibir íntegramente en salario todo el valor
de vuestra producción diaria, aunque seáis incontestable '1
mente explotados por vuestros patronos, sin embargo, com­
parativamente a los obreros de los grandes establecimientos
industríales, estáis bastante bien pagados, tenéis tiempo -
libre, sois libres, sois dichosos. Y me apresuro a reconocer
que hay un gran mérito en vosotros por haber ingresado en
la Internacional y haberos convertido en miembros abnega­
dos y celosos de esa inmensa asociación del trabajo que
debe emancipar a los trabajadores del mundo entero. Eso
es noble, eso es generoso de vuestra parte. Demostráis que
no pensáis sólo en vosotros mismos, sino en esos millones
de hermano que están mucho más oprimidos y que son m a­
cho más desdichados que vosotros. Con satisfacción os
ofrezco este testimonio.
Pero al mismo tiempo que dais prueba de generosa y de
fraternal solidaridad, dejadme deciros que dais también
prueba de previsión y de prudencia; obráis, no sólo por
vuestros desgraciados hermanos de las otras industrias y de
los otros países, sino también y, si no por completo por
vosotros mismos, al menos por vuestros propios hijos. Es­
táis, no en absoluto, sino relativamente bien retribuidos,
üoití libres, dichosos. ¿Por qué? Por la simple razón de que : .
eJ gran capital no invadió aún vuestra industria. Pero no
creéis que será siempre así El gran capital, por una ley
que le es inherente, está fatalmente impulsado a invadirlo
todo. Ha comenzado, naturalmente, por explotar las ramas
del comercio y la industria que le prometieron mayores
ventajas, aquellas cuya explotación era más fácil, y acabará
necesariamente, después de haberlas explotado suficiente- >.
mente, y a causa de la competencia que se hace a sí mismo ' ;
en esa explotación, por volverse a las ramas que no había
tocado hasta allí. ¿No se hacen ya vestidos, zapatos, enea-
jes a máquina? Creedlo: tarde o temprano, y sin duda antes
de lo que se piensa, se harán también relojes a máquina.
Obras de Bakuain, — I I i- ;
252 OBRAS COMPLETAS D E B A K L M *

Los resortes, los escapea, la caja, la cubierta, la tapa, el


pulimento, el torneado, el grabado, se harán a máquina. Los
productos no estarán tan cuidados no serán tan artísticos
como los que salen de vuestras manos hábiles, pero costarán
mucho menos y encontrarán más compradores que vuestros
productos más perfectos, que acabarán por ser excluidos
del mercado. Y entonces, si no vosotros, vuestros hijos se
encontrarán tan esclavos, tan miserables como los obreros
de los grandes establecimientos industriales lo están hoy.
Veis, pues, que ál trabajar por vuestros hermanos, los des­
dichados obreros de otras industrias y de otros países, tra­
bajáis también para vosotros mismos o al menos para vues­
tros propios hijos.
Trabajáis para la humanidad. La clase obrera se ha con­
vertido hoy en la única representante de la grande, de la
santa causa de la humanidad. El porvenir pertenece a los
trabajadores: a los trabajadores de los campos, a los traba*
jaderes d t las fábricas y de las ciudades. Todas las clases
que predominan, las eternas explotadoras del trabajo de las
masas populares: la nobleza, el clero, la burguesía, y toda
esa miríada de funcionarios militares y. civiles que repre­
sentan la iniquidad y la potencia malhechora del Estado,
son clases corrompidas, atacadas de impotencia, incapaces
en lo sucesivo de comprender y de querer el bien, y pode­
rosas sólo para el mal.
El clero y la nobleza han sido desenmascarados y derro­
tados en 1793. La revolución de 1848 ha desenmascarado a
la burguesía y ha mostrado su impotencia y su maldad.
Durante las jornadas de junio, en 1848, la clase burguesa ha
renunciado claramente a la religión de sus padres, a esa re­
ligión revolucionaria que había tenido la libertad, la igual­
dad y la fraternidad por principios y por bases. Tan pronto
como el pueblo tomó la igualdad y la libertad en serio, la
burguesía, que no existe más que por la explotación, es de­
cir por la desigualdad económica y por la esclavitud social
del pueblo, se ha lanzado en la reacción.
Los mismos traidores que quieren perder hoy uná vez
más a Francia, esos Thiers, esos Julio Favre y la inmensa
mayoría de la Asamblea Nacional en 1848, han trabajado
por el triunfo de la más inmunda reacción, como trabajan,
hoy todavía. Comenzaron por elevar a la presidencia a Luis
I R E ,S CO NFERENCIAS ..... .253.

Bonaparte, 7 mas tarde han destruido el sufragio universal.


El terror a la revolución social, el horroi a la igualdad, el
sentimiento de sus crímenes y el temor á.la justicia popu­
lar, lanzaron a toda esa clase decrépita, antes tan inteli­
gente y tan heroica, hoy tan estúpida y tan cobarde, en los
brazos de la dictadura de Napoleón III. Y han tenido dic­
tadura militar durante dieciocho años consecutivos. No hay
que creer que los señores burgueses se hayan encontrado
demasiado mal en ella. Los que quisieron hacer motines y
jugar al liberalismo de una manera demasiado ruidosa e
incómoda para el régimen imperial, fueron apartados natu­
ralmente, comprimidos. Pero los demás, los que dejando las
chácharas políticas al pueblo, se aplicaron exclusivamente,
seriamente al gran negocio de la burguesía, a la explota­
ción del pueblo, fueron poderosamente protegidos y alen­
tados, Se les dió, para salvar su honor, todas las aparien­
cias de la libertad. ¿No existía bajo el Imperio una asam­
blea legislativa elegida regularmente por el sufragio uni­
versal? Por lo tanto, todo fué bien según los votos de la
burguesía. No hubo más que un solo punto negro. Fué la
ambición conquistadora del soberano que arrastraba a Fran­
cia forzosamente a gastos ruinosos y acabó por aniquilar su
antiguo poder. Pero ese punto negro no era un accidente,
era una necesidad del sistema. Un régimen despótico, abso­
luto, aunque tenga apariencias de libertad, debe necesaria­
mente apoyarse en un fuerte ejército, y todo gran ejército
permanente hace necesaria tarde o temprano la guerra exte­
rior, porque la jerarquía m ilitar tiene por inspiración prin­
cipal la ambición; todo teniente quiere ser coronel, y:todoL
coronel quiere llegar a general; en cuanto a los soldado
uistemáticamente desmoralizados en el cuartel, sueñan con
los nobles placeres de la guerra; la matanza, si saqueo, el
robo, la violación. Una prueba; las hazañas del ejército pru­
siano en Francia. Pues bien, si todas esas nobles pasiones,
cabía, sistemáticamente alimentadas en el corazón de loa
oficiales y de los soldados, permanecen largo tiempo siii
satisfacción alguna, agrian el ejército y lo impulsan al des­
contento y del descontento a la rebelión. Por lo tanto, es
necesario hacer la guerra. Todas las expediciones y las gue­
rras emprendidas por Napoleón I I I no ihan sido, pues, ca­
prichos personales, como lo pretenden hoy los señores bur­
154 OBRA S COMPLEJAS DE B \ k l \ l \

gueses: fueron una necesidad del sistema imperial despó­


tico que habían fundado ellos mismos por temor a la revo­
lución social. Son las clases privilegiadas, es el clero alto
y bajo, es la nobleza decaída, es, en fin, y principalmente,
esa respetable, honesta y virtuosa burguesía la que, como
todas las demás clases y más que Napoleón Til mismo,
es causa de las terribles desgracias que acaban de afectar
a Francia.
T lo habéis visto todos, compañeros: para defender a
esa desgraciada Francia, no se encontró en el país más
que una sola masa, la masa de los obreros de las ciudades,
aquella precisamente que ha sido traicionada y entregada
por la burguesía al Imperio y sacrificada por el Imperio a
la explotación burguesa. En todo el país no hubo más que
los generosos trabajadores de las fábricas y de las ciuda­
des que quisieron la sublevación popular para la salvación
de Francia. Los trabajadores de los campos, los campesinos,
desmoralizados, embrutecidos por la educación religiosa
que se les ha dado a partir del primer Napoleón xhasta hoy,
han tomado el partido de los prusianos y de la reacción con-
tra Francia. Se hubiera podido hacerles levantarse. En un
folleto que muchos de vosotros habéis leído, intitulado
Lettres a un Frangais (1), he expuesto los medios de que
era preciso hacer uso para arrastrarlos hacia la i evolución.
Mas, para hacerlo, era preciso primero que las ciudades sí
sublevasen y se organizasen revolucionariamente. Los obre­
ros lo han querido; hasta lo intentaron en muchas ciudades
del mediodía de Francia, en Lyon, en Marsella, en Mont-
pellier, en Saint-Etienne, en Toulouse. Pero en todas par­
les fueron oprimidos y paralizados por los burgueses radi­
cales en nombiq de la república. Sí, en nombre de la repú­
blica, los burgueses, que se hicieron republicanos por miedo
ai pu?blo, en nombre de la república, Gambetta, ese viejo
pecador Julio Favre, Thiers, ese infame zorro, y todos esos
Picard. Ferry, Julio Simón, Pelletan y tantos otros, en
nombre de la república, han asesinado a la república y a
Francia.
' La burguesía está juzgada. Ella, que es la clase más rica
y más numerosa de Francia —exceptuando la masa popu-
.4,11 V Cartas a un /ran eé’:, tomo I de esta- Obras (N ota del t r s-
<Jdvcr í
TRLS C O S F B R t \ C f A \ 255
lar, sin duda—, si hubiese querido, nabría podido salvar
a Francia, Mas para eso habría tenido que sacrificar su
dineic, t>u vida, y apoyarse francamente en el proletariado,
como lo hicieron sus antepasados burgueses de 1793. Pues
bien, quiso sacrificar su dinero menos aún que su vida, y
prefirió la conquista de Francia por los prusianos a su
salvación por la revolución popular.
La cuestión entre los obreros de las ciudades y la hurgue
sia fué planteada bastante claramente. Los obreros han di­
cho ; haremos saltar antes las casas que entregar las ciuda­
des a los prusianos. Los burgueses respondieron: nosotros
abriremos más bien las puertas de las ciudades a los pru­
sianos que permitiros hacer desórdenes públicos, y quere­
mos conservar nuestras queridas casas a todo precio, aun­
que debamos besar el trasero a los señores prusianos.
Y notadlo bien, que son hoy esos mismos burgueses los
que se atreven a insultar a la Comuna de París, esa noble
Comuna que salva el honor de Francia y, lo esperamos, la
libertad del mundo al mismo tiempo; son esos burgueses
los que la insultan hoy. ¿En nombre de qué? ¡En nombre
del patriotismo!
¡ Verdaderamente, los burgueses tienen una desfachatez
enorme! Han llegado a un grado de infamia que les ha
hecho perder hasta el último sentimiento de pudor. Ignoran
la vergüenza. Antes de eStar muertos están ya completar
mente podridos.
Y no es sólo en Francia, compañeros, donde la burgue­
sía está podrida, moral e intelectualmente aniquilada; el
caso es general en toda Europa, y en todos los países de
Europa sólo el proletariado ha conservado el fuego sagrado.
El solo lleva hoy la bandera de la humanidad.
¿Cuál es su divisa, su moral, su principio? La solidaria
dad. Todos para cada uno y cada uno para todos y por to­
dos. Esta es la divisa y el principio de nuestra gran Aso­
ciación Internacional que, franqueando las fronteras de los
Estados, tiende a unir a los trabajadores del mundo entero
en una sola familia humana, sobre la base del trabajo igual­
mente obligatorio para todos y en nombre de la libertad
de todos y de cada uno. Esa solidaridad en la economía
social se llama trabajo y propiedad colectivos; en política
256 OBRAS COMPLEJAS DE B A K L \ I \

se llama destrucción de los Estados y libertad de cada uno


por la libertad .de todos.
Sí, queridos compañeros, vosotros, los obreros, solidaria­
mente con vuestros hermanos del mundo entero, heredáis
solos hoy la gran misión de la emancipación de la humani­
dad. Tenéis un coheredero, trabajador como vosotros, aun­
que en condiciones distintas. Es el campesino. Pero el cam­
pesino no tiene aún la conciencia de la gran misión popular.
Ha sido envenenado, es todavía envenenado por los sacer­
dotes, y sirve aún de instrumento a la reacción. Debéis ins­
truirlo, debéis salvarlo aun a su pesar, atrayéndolo, expli­
cándole lo que es la revolución social.
En este momento, y con mayor motivo al comienzo," los
obreros de la industria no deben, no pueden contar más que
consigo mismos. Pero serán omnipotentes si quieren. Sólo
que deben querer seriamente. Y para realizar esa voluntad
no tienen más que dos medios. Establecer primero en sus
grupos, y luego en los demás grupos, una verdadera soli­
daridad fraternal, no sólo de palabra, sino también en la
acción; no sólo para los días de fiesta, de discurso y de be*
bida, sino en su vida cotidiana. Cada miembro de la In ter­
nacional debe poder sentir, debe estar prácticamente con­
vencido de que todos los miembros son sus hermanos.
El otro medio es la organización revolucionaria, la or­
ganización para la acción. Si las sublevaciones populares
de Lyon, Marsella y demás ciudades de Francia han fra­
casado, es porque no había organización. Yo puedo hablar
con pleno conocimiento de causa, puesto que he estado allí
y he sufrido. Y si la Comuna de París se mantiene valiente­
mente hoy, es que durante el asedio los obreros se han or­
ganizado seriamente. No sin razón los periódicos burgueses
acusan a la Internacional de haber producido esa subleva*
cíón magnífica de París. Sí, digámoslo con orgullo, son
nuestros hermanos internacionales los que, por su trabajo
perseverante, han organizado al pueblo y han hecho posi­
ble la Comuna de París.
Seamos, pues, buenos hermanos, compañeros, y organi­
cémonos. No creáis que estamos al fin de la revolución, es­
tamos al comienzo. La revolución estará en Ío sucesivo a la
orden del día, por muchas decenas de años. Vendrá a vues­
tro encuentro, tarde o temprano. Preparémonos, purifiqué-
I R E S CONFLRFJsC-IAS

monos, hagámonos más realistas, menos discurrí dores, me­


nos gritadores, menos retóricos, menos bebedores, menos
amigos de juergas. Ciñámonos los riñones y preparémonos
dignamente a esa lucha que debe salvar a todos los pueblos
y emancipar finalmente a la humanidad.
¡Viva la revolución social! ¡Viva la Comuna de Parísf

FIN DEL TOMO II

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