Fundamentos, Teoria e Ideas Politicas II

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ANTOLOGÍAS PARA EL ESTUDIO Y LA ENSEÑANZA

DE LA CIENCIA POLÍTICA
Régimen político, sociedad civil y política internacional

Volumen II
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
Serie Doctrina Jurídica, núm. 776

COORDINACIÓN EDITORIAL

Lic. Raúl Márquez Romero


Secretario Técnico

Lic. Wendy Vanesa Rocha Cacho


Jefa del Departamento de Publicaciones

Leslie Cuevas Garibay


Cuidado de la edición y formación en computadora

José Antonio Bautista Sánchez


Apoyo editorial

Edgar Daniel Martínez Sánchez


Elaboración de portada
ANTOLOGÍAS
PARA EL ESTUDIO
Y LA ENSEÑANZA
DE LA CIENCIA POLÍTICA
Régimen político, sociedad civil
y política internacional
Volumen II

Herminio Sánchez de la Barquera y Arroyo


Editor

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
México, 2017
Primera edición: 6 de febrero de 2017

DR © 2017. Universidad Nacional Autónoma de México

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS

Circuito Maestro Mario de la Cueva s/n


Ciudad de la Investigación en Humanidades
Ciudad Universitaria, 04510 Ciudad de México

Impreso y hecho en México

ISBN 968-607-02-8680-3
CONTENIDO

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XI

Capítulo 1
El régimen político y su análisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
Michael Zürn

Capítulo 2
La dominación política. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Claus Leggewie

Capítulo 3
Instituciones, principios, actores y aspectos materiales
de la democracia ateniense y su deliberación política . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
Luis Roberto Mantilla Sahagún

Capítulo 4
Totalitarismo: acerca del renacimiento de un concepto después
del fin del régimen comunista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Klaus von Beyme

Capítulo 5
El carácter único de la sociedad totalitaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
Carl J. Friedrich

Capítulo 6
El régimen autoritario. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
Juan José Linz

VII
VIII CONTENIDO

Capítulo 7
Los regímenes autoritarios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Dieter Nohlen

Capítulo 8
El cambio de sistema político. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Dieter Nohlen

Capítulo 9
El control del poder en tiempos de transición. Alemania, España y México . . . . . 107
Dieter Nohlen

Capítulo 10
La democracia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
Rainer-Olaf Schultze

Capítulo 11
La promoción de la democracia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
Julia Leininger

Capítulo 12
La consolidación democrática. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Dieter Nohlen

Capítulo 13
¿Qué tan eficiente es la democracia?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
Manfred G. Schmidt

Capítulo 14
Instituciones y cultura política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163
Dieter Nohlen

Capítulo 15
La sociedad civil: de la sociedad pre-burguesa a la pos-burguesa . . . . . . . . . . . . . 183
Klaus von Beyme
CONTENIDO IX

Capítulo 16
La sociedad civil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207
Édgar Esquivel Solís
Carlos Chávez Becker

Capítulo 17
Participación y gobernabilidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
Herminio Sánchez de la Barquera y Arroyo
Alma A. Huitzil E.

Capítulo 18
Reflexiones sobre la seguridad en el escenario mundial del siglo XXI. . . . . . . . . . . 241
Alfonso Aragón Camarena

Capítulo 19
Principios y escuelas geopolíticas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
Heriberto J. Auel
Eduardo R. Balbi
Carlos A. de Jorge

Capítulo 20
La geopolítica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
Helio Jaguaribe
Andrés Rivarola
Rafael Calduch

Capítulo 21
Un mundo de Estados territoriales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281
John Agnew

Acerca de los autores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307


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INTRODUCCIÓN

Lee y conducirás; no leas y serás conducido


Santa Teresa de Ávila (1515-1582)

Con este segundo volumen de las “Antologías para el estudio y la enseñan-


za de la ciencia política” continuamos presentando a los estudiosos de esta
disciplina el amplio panorama que la caracteriza. Los temas centrales ahora
serán los regímenes políticos, la sociedad civil y la política internacional. En
este punto vale la pena comentar que, para seleccionar los textos que ahora
presentamos, podemos partir del hecho de que lo que se transmite es afecta-
do, en mayor o menor medida, por ese mismo proceso de transmisión. Los
filósofos escolásticos afirmaban sabiamente: Quidquid recipitur, ad modum reci-
pientis recipitur, es decir, que sea lo que sea que se reciba es recibido de acuerdo
al modo de ser o de ver las cosas por parte del receptor. Debemos, por tanto,
colocarnos en la posición de este último, es decir, de quien en este caso se-
lecciona las obras para la presente antología, y no de las fuentes originales.
Como ya lo hemos indicado en la introducción al primer volumen, una
de nuestras intenciones es exponer las aportaciones que provienen de cientí-
ficos de latitudes distintas a las anglosajonas, particularmente las del ámbito
de habla alemana, además del interés por privilegiar los enfoques cualita-
tivos en un panorama lo más amplio posible. No obstante, en esta ocasión
hemos incluido también un texto de un famoso politólogo hispano-germano
que vivió en los Estados Unidos (Juan José Linz) y uno de un científico
británico-estadounidense: John Agnew. En este segundo volumen encon-
traremos, además, textos de autores sudamericanos y mexicanos. La gran
mayoría de estas contribuciones son de difícil acceso para el lector hispa-
nohablante (más precisamente, de habla española o portuguesa), ya sea por
estar escritas originalmente en alemán, o por ser sumamente complicado
consultar físicamente las obras, como es el caso de algunos textos argentinos
sobre geopolítica.
La estructura del presente volumen está organizada en tres grandes sec-
ciones, siendo la primera la más extensa en cuanto al número de colabo-
XI

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XII INTRODUCCIÓN

raciones: el tema general es el de los regímenes políticos, por lo cual los


primeros capítulos versan sobre tan importante concepto: las bases quedan
expuestas por Michael Zürn, con su texto “El régimen político y su análi-
sis”, y por Claus Leggewie, con “La dominación política”. Dichas colabo-
raciones, a su vez, nos dan pie para adentrarnos en uno de los casos más
apasionantes en la historia de los regímenes democráticos, que es el tema
del tercer capítulo, a cargo de Roberto Mantilla: la deliberación política en
la Atenas de la Antigüedad. Los siguientes dos capítulos (Klaus von Beyme
y Carl J. Friedrich) desarrollan el fenómeno del totalitarismo, mientras que
el sexto y el séptimo se ocupan a su vez de los regímenes autoritarios (Juan
José Linz y Dieter Nohlen, respectivamente). De este último autor son los
dos textos que reflexionan sobre el cambio de sistema político (capítulo 8) y
sobre el complejo tema del control del poder en procesos de transición po-
lítica (capítulo 9). Los capítulos 10 a 13 se ocupan de diversos aspectos de
la democracia, desde su conceptualización (Rainer-Olaf Schultze) hasta su
eficiencia, tema por cierto de gran actualidad (Manfred G. Schmidt, capí-
tulo 13), pasando por su promoción (Julia Leininger) y su consolidación (D.
Nohlen).
El capítulo 14, a cargo también de Dieter Nohlen, es una especie de
bisagra entre los temas de la democracia y los de nuestro segundo bloque,
que trata de la sociedad civil y de la participación ciudadana, pues toca un
punto muy sensible y de capital importancia, máxime si llevamos a cabo el
trabajo analítico desde la perspectiva del institucionalismo contextualizado
(que será, entre otros, objeto de estudio del tercer volumen de estas “Anto-
logías”): la relación entre las instituciones y la cultura política. Los restan-
tes capítulos de esta segunda sección, es decir, del 15 al 17, están a cargo,
respectivamente, de Klaus von Beyme, Édgar Esquivel / Carlos Chávez, y
Herminio de la Barquera / Alma Huitzil, y giran, en los dos primeros ca-
sos, en torno a la sociedad civil, a su conceptualización, teorización y a la
contextualización de los conceptos, como podemos ver en la confrontación
entre lo que significa el término “sociedad civil” en la teoría anglosajona y
en la alemana; a su vez, el capítulo 17 desarrolla un tema que ha cobrado
vigor en los últimos años: el de la participación ciudadana y las condiciones
de gobernabilidad.
La tercera parte está conformada por textos acerca de la política inter-
nacional y puede dividirse a su vez en dos “subsecciones”: en la primera,
que sirve de base, iniciamos con una certera presentación del panorama
mundial en los inicios del siglo XXI, a cargo de Alfonso Aragón, en el ca-
pítulo 18, en el que subraya particularmente el tema de la seguridad. En
una segunda subsección nos es grato presentar a nuestros lectores un par de

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INTRODUCCIÓN XIII

ejemplos de la rica literatura sudamericana en torno al estudio de la geopo-


lítica. Así, los capítulos 19 y 20 se ocupan de sentar las bases conceptuales
y metodológicas de dicha disciplina, desde el punto de vista de reconocidos
textos originarios de Argentina —recordemos que el estudio de la geopolíti-
ca ha jugado un papel muy importante en algunas naciones sudamericanas,
tales como Argentina, Brasil y Chile—; cerrando esta segunda subsección,
el texto de John Agnew analiza la realidad internacional partiendo de un
análisis del mundo de Estados territoriales en el capítulo 21. Con dicha co-
laboración concluye el segundo volumen de estas antologías.
Tal como lo hicimos notar en la introducción al primer volumen de esta
serie, en lo referente al estilo de escritura hemos renunciado al empleo de las
formas masculinas y femeninas (“los y las lectores”, “los y las regidores/as”,
“autores/as”), buscando una mayor fluidez de la lectura y causarle el menor
daño posible a nuestro idioma, a menos, claro está, que el texto original esté
escrito así. Si no es este el caso, cuando empleemos las formas y funciones
masculinas entenderemos también a las femeninas.
Quiero agradecer a los autores de esta obra su ayuda en la elaboración
o revisión de los textos, o por haber puesto a mi disposición documentos
ya anteriormente publicados. El editor de estas antologías asume la plena
responsabilidad por la traducción de los capítulos originalmente escritos en
alemán: 4, 5, 7, 8, 10 y 11. Los capítulos 13 y 15 han sido traducidos por la
maestra Federica María González-Luna Ortiz, quien estudia el doctorado
en Filosofía en la Universidad de Wuppertal (Alemania). Es por ello que
deseo expresarle aquí mi agradecimiento por su ayuda desinteresada y por
la excelencia y pulcritud de sus traducciones; en ambos casos, la bibliogra-
fía fue transcrita y traducida por el equipo de redacción de estas antologías
para adecuarla al esquema general de la obra. Por cierto, aquí es menester
comentar que, hasta donde yo sé, es la primera vez que estos ocho textos
aparecen traducidos al español.
Agradezco también la autorización de las respectivas casas editoriales
para hacer uso de las colaboraciones que ya habían sido publicadas, aunque
todas ellas aparecen ahora con cambios desde mínimos hasta sustanciales,
debido a necesidades tanto de actualización y de adaptación al formato de
estas antologías como de revisión de estilo, por no hablar de las que antes
estaban disponibles sólo en alemán.
Deseo expresar mi cordial agradecimiento al licenciado Raúl Márquez,
encargado de las publicaciones en el Instituto de Investigaciones Jurídicas
de la Universidad Nacional Autónoma de México, así como a todo su equi-
po de colaboradores, tanto por la calidad de su trabajo como por la amabili-

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XIV INTRODUCCIÓN

dad en su trato. Es muy satisfactorio trabajar con tan prestigiada institución


y con personas tan capaces y eficientes.
A mi equipo de asistentes de investigación debo mucho; todos ellos son
estudiantes y becarios de la Maestría en Ciencia Política en la Universidad
Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP): Alma Huitzil Escobar,
particularmente, fue quien más trabajo tuvo auxiliándome atinadamente
en la transcripción de la bibliografía y en la redacción final de las notas al
pie en la mayor parte de los capítulos, así como en la transcripción de las
traducciones al español, además de que es coautora de uno de los capítulos;
Beatriz Hernández Martínez tuvo a su cargo la transcripción de la biblio-
grafía de otros capítulos más; Hugo Ernesto Hernández Carrasco me ayudó
en la búsqueda, selección y transcripción de los textos sobre geopolítica; Da-
naé Sandoval Mendoza y Roberto Llaca Herrera, aunque dedicados a otros
proyectos de investigación, nos apoyaron siempre que fue necesario en los
trabajos correspondientes a estas antologías. El trabajo profesional de todos
ellos, su buen ánimo y su altísimo grado de compromiso en todo momento
han sido fundamentales para la elaboración de este volumen.
No puedo dejar de mencionar el ambiente tan propicio para las labores
editoriales y de investigación del que siempre he gozado en la Universidad
Popular Autónoma del Estado de Puebla; particularmente deseo destacar el
apoyo por parte tanto del Decano de Posgrados en Artes y Humanidades,
doctor Juan Martín López Calva, como del vicerrector de Investigación y
Posgrado, maestro Herberto Rodríguez Regordosa.
A mi esposa Nancy y a mi hija Luisa Fernanda dedico esta obra, espe-
rando al mismo tiempo que sea de utilidad y provecho para los estudiosos
de tan apasionante, rica y venerable disciplina, la ciencia (de la) política.

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Capítulo 1
EL RÉGIMEN POLÍTICO Y SU ANÁLISIS*

Michael Zürn

La palabra “régimen” (del francés régime) designa en general una forma de


vida, una forma de orden o gobierno, es decir, un conjunto institucionalizado
de principios, normas y reglas que regula la forma en que los actores se rela-
cionan en un contexto dado de acción.
Al principio, régimen se consideraba un concepto neutral. El decreto
del 4 de agosto de 1789, durante la Revolución francesa, contenía el encar-
go de instituir un nuevo régimen, que pudiera sustituir al antiguo régimen (ancien
régime). Sin embargo, con el transcurso del tiempo, el concepto adquirió una
connotación despectiva, por lo menos cuando era utilizado en el sentido de
una forma de gobierno. El concepto designa entonces a un régimen autori-
tario1 o un régimen militar.2
1. En su utilización general, el concepto se introdujo en la ciencia polí-
tica. En el ámbito del análisis de sistemas políticos, por ejemplo, se designan
distintas formas de mediación de intereses, como regímenes corporativis-
* Nota del editor: una primera versión del texto de este capítulo aparece en Nohlen,
Dieter y Rainer-Olaf Schultze (eds.), Diccionario de ciencia política, Xalapa-Ciudad de Méxi-
co, El Colegio de Veracruz-Porrúa, 2006, pp. 1179-1180. El editor de estas antologías ha
adaptado dicho texto para los fines de esta colección, cuya redacción es diferente de la de un
diccionario. Las abreviaturas que aparecen en el original se han desdoblado y los ocasionales
errores de redacción, de traducción o de imprenta se han corregido en la versión presente
sin hacer ningún señalamiento. Todas las citas que se consignen a pie de página provienen
del mismo diccionario y a ellas remite el documento original; en este caso solamente se anota
el concepto respectivo, no la entrada completa. El nombre del autor correspondiente se en-
cuentra al final de la cita, entre paréntesis y junto al número de la página donde aparece el
concepto señalado. Agradezco la amable autorización del editor del diccionario y de la casa
editorial para publicar este texto.
1 Régimen autoritario: remitimos al lector a los capítulos 6 y 7 del presente volumen.
2 Régimen militar: clase de los sistemas políticos autoritarios, en la cual la dominación es
ejercida por el ejército como institución o por representantes de alto rango del ejército (Ber-
nhard Thibaut: 1183).

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2 MICHAEL ZÜRN

tas o pluralistas.3 Sin embargo, como concepto teórico, este concepto ha


entrado en los últimos dos decenios sobre todo en el análisis de las rela-
ciones internacionales.4 Los regímenes internacionales son formas institu-
cionalizadas de cooperación entre Estados y otros actores internacionales,
que constan de principios, normas, reglas, procedimientos de decisión y
actividades programadas, y dirigen a largo plazo la conducta de los actores
internacionales en un campo de problemas. Es necesario distinguirlos tanto
de las organizaciones internacionales, que a diferencia de los regímenes son
entidades materiales, como también de los principios constitutivos que tras-
cienden los campos de problemas de la comunidad de Estados, como, por
ejemplo, la soberanía.5
2. Las cuestiones rectoras del análisis de régimen son, por un lado, las
condiciones de surgimiento y de transformación de los regímenes. Al res-
pecto, los enfoques realistas parten de que la existencia de los regímenes
depende de un agente hegemónico en el sistema internacional, que está
dispuesto y es capaz de imponer las reglas.6 La persistencia de regímenes
internacionales que han sido ya instituidos en ausencia de un agente he-
gemónico queda explicada por los enfoques contractualistas, que señalan
el suministro de determinadas prestaciones, como la confiabilidad en las
expectativas y reducidos costos de transacciones. La teoría racionalista del
régimen ha identificado, además, tipos de constelaciones de intereses (es-
tructuras situacionales) y objetos de conflicto (estructura de problemas) que
delimitan las posibilidades de la formación de un régimen. En cambio, los
enfoques cognitivos señalan, en especial, las convicciones ideales y las per-
cepciones de problemas de los actores participantes como factores centra-
les del surgimiento de regímenes. En segundo lugar, el análisis de régimen
apunta a la determinación de los mecanismos específicos de acción de los

Sistema
3 político: véase el capítulo 12, primer volumen, de estas “Antologías”.
Relaciones
4 internacionales / política internacional: subdisciplina de la ciencia política, cuyo
contenido varía según los desarrollos políticos mundiales y las grandes teorías que intentan
explicarlos… El concepto de la política internacional se refiere a los procesos de interacción
que tienen lugar por lo menos entre dos actores (normalmente estatales, ocasionalmente
algunos otros que pretenden ostentar el status de un sujeto de derecho internacional) en su
entorno internacional (Reinhard Meyers: 1192 y 1193). Los capítulos 17 y 18 de este volu-
men versan sobre dicho tema.
5 Organizaciones internacionales: instituciones sociales fundadas por al menos dos Estados,
que pueden tener un papel de actor frente a su entorno (Bernard Zangl: 980). Soberanía: véase
el capítulo 15 del primer volumen de estas “Antologías”.
6 Hegemonía: …la supremacía o el predominio de una persona o actor colectivo, que
puede basarse en recursos diversos, por ejemplo culturales, económicos, políticos y también
militares, así como la combinación de estos (Rainer-Olaf Schultze: 674).

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EL RÉGIMEN POLÍTICO Y SU ANÁLISIS 3

regímenes, así como a las relaciones entre la índole institucional y la efecti-


vidad (logro de objetivos) de la regulación. Así se ha logrado determinar una
serie de “sendas causales”, a través de las cuales los regímenes desarrollan
una influencia, y que deberían ser tomadas en cuenta en la estructuración
institucional de un régimen efectivo. En tercer lugar, el análisis de régimen
ha cuestionado si los regímenes internacionales ayudan a superar, y en qué
medida, el carácter anárquico fundamental del sistema internacional y pue-
den desarrollar un efecto civilizador.7

Bibliografía

Hasenclever, A. et al. (1997), Theories of International Regimes, Cambridge,


Cambridge University Press.
Keohane, R. O. (1984), After Hegemony, Princeton, Princeton University
Press.
Kitschelt, H. (1992), “Political Regime Change”, American Sociological Re-
view, 86. Young, O. R., 1994, International Governance, Ithaca, Cornell Uni-
versity Press.
Zürn, M. (1992), Interessen und Institutionen in der internationalen Politik (“Intereses
e instituciones en la política internacional”), Opladen, Leske & Budrich.

Escuela
7 realista: uno de los enfoques principales en la doctrina de las relaciones interna-
cionales, que ve en el poder, o en la lucha por la distribución del poder, el núcleo, el impulso
y la explicación de la política (Michael Zürn: 506). Relaciones internacionales: véase supra nota 4.

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Capítulo 2
LA DOMINACIÓN POLÍTICA*

Claus Leggewie

Según el consenso general [la dominación política es] una categoría funda-
mental de la teoría social, un concepto central de la sociología política y uno
—tal vez el principal— de los objetos de la ciencia política.1 Cómo surge y
desaparece la dominación, sobre todo, cómo ella misma se fundamenta: éstas
son las preguntas centrales de la vida política. Quién domina y quién es domi-
nado es una diferencia sustancial del pensamiento político; sin embargo, “la
palabra se utiliza en gran parte sin reflexión crítica” (Sternberger, 1980: 153).
Generalmente, bajo “dominación” se comprende una relación social
recíproca y asimétrica de dar órdenes y brindar obediencia, en la cual una
persona, un grupo o una organización pueden obligar a otros (temporal-
mente) a obedecer. Sólo la regularidad y el éxito caracterizan a la domi-
nación como institución. No importa si las instancias de dominación son
representadas por personas o permanecen anónimas: ellas otorgan una es-
tructura central estable al mundo social caótico y cambiante.
*
Nota del editor: una primera versión del texto de este capítulo aparece en Nohlen,
Dieter y Schultze, Rainer-Olaf (eds.), Diccionario de ciencia política, Xalapa-Ciudad de México,
El Colegio de Veracruz-Porrúa, 2006, pp. 434-442, bajo “dominación”. El editor de estas
antologías ha adaptado dicho texto para los fines de esta colección, cuya redacción es dife-
rente de la de un diccionario. Las abreviaturas que aparecen en el original se han desdoblado
y los ocasionales errores de redacción, de traducción o de imprenta se han corregido en la
versión presente sin hacer ningún señalamiento. Todas las citas que se consignen a pie de
página provienen del mismo diccionario y a ellas remite el documento original; en este caso
solamente se anota el concepto respectivo, no la entrada completa. El nombre del autor
correspondiente se encuentra al final de la cita, entre paréntesis y junto al número de la pá-
gina donde aparece el concepto señalado. Agradezco la amable autorización del editor del
diccionario y de la casa editorial para publicar este texto.
1 Sociología política: ámbito parcial de la ciencia, entre la sociología y la ciencia política. Se
ocupa de la relación entre el Estado y la sociedad, siendo la cuestión clásica la de las condi-
ciones sociales de los órdenes políticos y la acción política. Pero también se puede preguntar...
por las consecuencias sociales de las regulaciones estatales (Franz, Urban Pappi: 1298). Cien-
cia política: remitimos al lector al capítulo 1 del primer volumen de las presentes “Antologías”.
5

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6 CLAUS LEGGEWIE

La dominación es un elemento importante de ordenamiento social, un


campo de fuerzas en torno al cual se organizan las relaciones y tensiones
sociales. En este contexto, dominación se entiende generalmente como una
relación vertical entre arriba y abajo; pero puede comprenderse también
como una relación horizontal entre iguales, en la que los dominantes y do-
minados son (periódica o permanentemente) idénticos y se intercambian
papeles. La mayoría de las teorías de dominación desde la Antigüedad hasta
la Modernidad desarrollan un orden social y político donde un sujeto consis-
tentemente manda y da órdenes a determinados destinatarios, quienes cum-
plen con ellas (o se niegan). Al sistema de dominación se le asigna la función
(en analogía al sistema político) de tomar decisiones vinculantes de manera
autoritativa y de imponerlas frente a los otros sistemas de la sociedad.2
La teoría política tuvo un interés especial en la elaboración de una ti-
pología de las formas de dominación (aristocracia, monarquía, democracia,
tecnocracia, etcétera) que inicialmente se pensaba que se sucedían cíclica-
mente, más tarde, en una línea de evolución.3 En la modernidad, la domina-
ción es principalmente problemática, está expuesta a la duda sistemática y a
la potencial caída. Forman parte de la discusión pública cuestiones como la
participación en o bien de la exclusión de la dominación; en este contexto,
es de especial interés la ponderación del poder de dominación (del Estado) y
el poder de acuerdo (cívico). La pregunta es si la dominación en esta versión
político-teórica todavía es capaz de caracterizar el mundo social a princi-
pios del siglo XXI.
1. La historia del concepto de dominación echa algo de luz sobre tan
amplia temática. 1) en la Grecia antigua, arkhé (verbo: arkhein, presente, por
ejemplo: en oligarquía [dominación de pocos] o anarquía [ausencia de do-
minación]) significaba inicio / origen / principio, así como dominación /
gobierno. Los arkhontes eran comandantes y funcionarios supremos. Su facul-
tad era el “poder iniciar”: según la concepción clásica, un privilegio especí-

Sistema
2 político: véase el capítulo 12 del primer volumen de estas “Antologías”.
Teoría
3 política: véase el capítulo 7, primer volumen de nuestras “Antologías”. Aristocracia:
(del griego aristokratía: dominación de los mejores) denominación en ciencia política para la
tercera forma de Estado clásica, opuesta a la democracia y a la monarquía, en la cual una
élite destacada por pretensión propia y asignación ajena, con respecto a la ascendencia, la
propiedad, la experiencia, la cultura y demás, ejerce la dominación (Weber, Wolfgang: 59).
Monarquía: (del griego monarchía: dominación unitaria) designación de la forma de Estado en
la cual una sola persona, específicamente legitimada, ejerce el más alto poder del Estado, de
manera autónoma y a largo plazo… (Weber, Wolfgang: 912). Democracia: remitimos al lector
al capítulo 10 de este segundo volumen. Tecnocracia: (del griego tekhnē: habilidad, y krátein:
dominar), generalmente la denominación de una forma de dominio en las que las decisiones
de hecho son tomadas no por los representantes elegidos, sino por expertos científicamente
preparados, particularmente técnicos e ingenieros (Herzog, Dietrich: 1316).

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LA DOMINACIÓN POLÍTICA 7

fico de la dominación y una característica de lo político en general (Arendt,


1963). Con la terminología de kratos / kratein (fuerza, poder, dominio: por
ejemplo, en los términos aristocracia [dominación de los mejores o los no-
bles], democracia [dominación del pueblo]), a partir del siglo V a. C. se
desarrolló, particularmente en la Polis ática, en las obras de teatro, en las
acciones de reforma práctico-políticas y en la teoría política de Aristóteles
una “conciencia de ser capaces” (Meier, 1989).4 El concepto clásico de do-
minación de la Polis marca el moderado medio entre la anarquía y tiranía.
Los órdenes (eu)nomistas —establecidos por el derecho divino— se fueron
relevando gradualmente por órdenes cratistas, y en este proceso se estable-
cieron, por primera vez en la historia universal, formas democráticas de
dominación del pueblo.5 Se distinguía entre las relaciones de dominación
políticas (es decir: razonables, pertenecientes al ámbito público) y las rela-
ciones violentas entre amo y siervo que se reducían a la esfera “económica”,
es decir, de economía doméstica, del hogar. 2) dominación era un concep-
to de ordenamiento y reforma nacido en la crisis, que tenía la función de
superar o evitar estados de desorden (o de anarquía caótica). La república
romana retomó esta tradición. También, en los términos latinos de dominium
(derecho de propiedad sobre bienes) e imperium (ejercicio del poder público),
se distingue la dominación política del poder del amo del pater familias que
disponía de las personas y objetos sin vida (propiedad). El concepto ale-
mán Herrschaft (que proviene de herr, señorial, digno y que posteriormente
es vinculado a herre, persona de rango elevado o superior) refiere todavía al
aspecto de dominación del amo sobre la familia y servidumbre, así como el
vasallaje libre. Se trata de una relación personal y mutua que para el caso
de que el amo cumpliera mal, concedía a los vasallos el derecho de resisten-
cia.6 Todas las formas tradicionales de dominación pueden referirse todavía
a este poder de mando concreto del amo, empezando por el pater familias en
la economía doméstica agraria hasta llegar al soberano estatal en un terri-
torio ampliado y delimitado. Este vínculo es el patrón común de las teorías
de la autoridad hasta las doctrinas conservadoras del derecho natural en el

Polis:
4 [vocablo griego que] designa desde el siglo VI al V a. C. a la ciudad como un
espacio de asentamiento limitado por murallas, así como a sus ciudadanos y su Constitución
(politeia) (Rieger, Günter: 1052).
5 Entre los griegos, Eunomia (“buen orden”) era la diosa de la ley; de ahí que “eunomía”
o “eunomia” se refiera también al buen orden político; bajo “cratista” entendemos aquel
orden político orientado en primer lugar por los criterios de la cuestión del poder y de la
disposición de la fuerza en la polis (nota del editor).
6 Resistencia / teorías de la resistencia / derecho de resistencia: defensa contra el poder o la vio-
lencia de dominación, fundada en el peligro para la vida o la integridad física (Münkler,
Herfried: 1221).

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8 CLAUS LEGGEWIE

siglo XVIII, en cuanto a “idea de la dominación en el sentido comunitario”


(Tönnies, 1972: §2), que también combina perfectamente con la sumisión
de la mujer (=ama de casa).7 Con un aparato burocrático, la patria potestas
deriva de la economía doméstica se amplía para formar una asociación po-
lítica. Los compañeros de hogar se convierten en súbditos. En Occidente se
fue configurando como peculiaridad un patrimonialismo de estamentos que
pudo resistir con éxito la conversión del poder central en poder absoluto y
que permitió posteriormente un control burgués de la dominación y la par-
ticipación democrática.8 Con el surgimiento de la dominación territorial (es-
tatal) que unifica anteriores derechos aislados, la dominación adquirió una
dimensión espacial-territorial que en la modernidad se transforma en una
comprensión abstracta-racional del Estado. La subyacente separación pro-
pia de la “Europa antigua” entre lo público y (lo) privado sigue influyendo
hasta la actualidad en la teoría política (por ejemplo, de la sociedad cívica).9
3) La dominación tiende a desarrollar una forma específica de representa-
ción y de especialización en forma de cuadros (administrativos) y burocra-
cias.10 De esta manera, la dominación política es, al mismo tiempo, centra-
lizadora y excéntrica, al destacar marcadamente el papel del gobernante
entre el repertorio de papeles sociales, reclamando un status particular. En
la era moderna se generan, por tanto, tres problemas: la despersonalización
de la dominación (patriarcal, aristocrático y monárquico), la obligación per-
manente de la dominación de legitimarse y el problema de la burocracia. El

Derecho
7 natural: la idea de un derecho que surge de la naturaleza (del ser humano, de
las cosas, del orden mundial), y por lo tanto, inmutable. El derecho natural es para algunos
solamente una medida de juicio para el derecho positivo y otros lo consideran un derecho
inmediatamente válido, que se antepone a las leyes estatales (Boldt, Hans: 374).
8 Patrimonialismo: una forma de dominación cuya legitimidad se basa en las lealtades tra-
dicionales, las relaciones personales entre el gobernante y las élites políticas y en prestaciones
materiales para los sometidos a la dominación, en la forma del clientelismo (Nohlen, Dieter:
1017). Participación: véase el capítulo 16 del presente volumen.
9 (Ámbito) público: …al igual que el concepto de opinión pública, se vincula al principio
de apertura y por lo tanto enfatiza que algo no es secreto ni privado, sino público. Tras [esta
noción] radican dos contenidos que tienen que ser distinguidos por principio. El primero
apunta a un estado de cosas, es decir, a una descripción de una situación, y el segundo, a un
concepto, más precisamente a afirmaciones teóricas y valorativas respecto a la esfera pública
(según Hölscher, 1979) (Hans J. Kleinsteuber: 19).
Representación: (del latín representare: hacer presente, representar), según E. Fraenkel…,
10

el “ejercicio legalmente autorizado de funciones de dominación de parte de órganos de un


Estado u otros portadores del poder público designados constitucionalmente, que actúan
en nombre del pueblo pero sin su encargo obligatorio, que derivan su autoridad de forma
mediata o inmediata del pueblo y la legitiman con la pretensión de servir al bien común y
realizar de esta manera su verdadera voluntad (von Alemann, Ulrich y Nohlen, Dieter: 1216
y 1217).

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LA DOMINACIÓN POLÍTICA 9

proceso de la modernización puede interpretarse como el intento de neutra-


lizar la dominación; en su transcurso se buscaba establecer la congruencia
democrática de los gobernantes y gobernados y la eliminación completa de
la dominación personal (masculina) por una “dominación de la ley” (Neu-
mann, 1980) anónimo, es decir, indiferente respecto a personas y géneros.11
2. La ciencia política que se fue generando en este proceso de moderni-
zación tomó esencialmente tres perspectivas fundamentales: a) N. Maquia-
velo, Th. Hobbes y otros pusieron en el centro el punto de vista del arte de
la dominación y la conducción del Estado eficientes que se garantizaban
por un monopolio (legítimo) de poder del Estado; b) en la perspectiva de la
mayoría de las teorías contractualistas, el acento recae más bien en la pro-
blemática del reconocimiento de los “amos” por los ciudadanos libres que
se ponían de acuerdo voluntariamente sobre una instancia de dominación
(revocable en cualquier momento).12 En este caso, la dominación queda vin-
culada al acto del acuerdo cívico; c) en la perspectiva de la teoría de clases,
la dominación es reducida a la desigualdad socioeconómica y se tematiza la
utopía de una sociedad sin dominación.13
(1) La opinión “dominante” se basa, sobre todo, en la concepción en
términos de la sociología de la dominación que Max Weber dio a principios
del siglo XX al concepto de dominación y que se difundió mundialmente
debido a la intensa recepción de Weber en las teorías de sistemas y en las
teorías de la acción de las ciencias sociales.14 Entre los conceptos socioló-

Modernización:
11 en general, el proceso de adaptación de unidades como empresa, econo-
mía, administración, etcétera, a niveles que se consideran modernos y necesarios del progre-
so técnico, del crecimiento económico y de la administración racional (Nohlen, Dieter: 910).
Teorías contractualistas: concepto global para las teorías que justifican al Estado, la Cons-
12

titución y el orden social en analogía a actos jurídicos, como resultado de un acuerdo mutuo
en beneficio recíproco (Kersting, Wolfgang: 1340 y 1341).
Desigualdad: generalmente la diferencia en cuanto a determinadas características
13

(opuesta a igualdad); se distingue entre la desigualdad natural (por naturaleza) que resulta de
la diferencia de los seres humanos desde su nacimiento respecto de su dotación de recursos,
y la diferencia social, que es consecuencia de las condiciones sociales a que las personas se
encuentran sujetas (Schultze, Rainer-Olaf: 409).
Teorías de sistemas: un enfoque relativamente nuevo de la teoría política. Sus raíces se
14

encuentran en las evoluciones de diferentes disciplinas durante las décadas de 1940 y 1950.
Estas influyen las investigaciones sobre los procesos de información y conducción en máqui-
nas y computadoras eléctricas que N. Wiener (19961) resumió bajo el concepto global de “ci-
bernética”. Además debe añadirse la teoría biológica de los sistemas vivos L. von Bertalanffy
(1971) desarrolló a partir de estos ingredientes una teoría de sistemas general. K.W. Deutsch
(1963) y D. Easton (1965) introdujeron en las décadas 1950 y 1960 la teoría de sistemas a la
ciencia política, partiendo especialmente de la cibernética como teoría de los sistemas auto
reguladores (Münch, Richard: 1389). Teorías de la acción: enfoques explicativos de las ciencias
sociales que fueron desarrollados en el transcurso del siglo XX en la sociología, antropología,

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10 CLAUS LEGGEWIE

gicos fundamentales, Weber (1980: 38 y ss.) distingue el poder amorfo (en


cuanto “cualquier oportunidad de imponer su propia voluntad en una re-
lación aun en contra de una eventual resistencia, no importando en qué se
basa esta oportunidad”) del más preciso concepto de dominación en cuanto
“la oportunidad de encontrar obediencia en personas definibles respecto de
una orden de un determinado contenido”. En consecuencia, la circunstan-
cia de dominación se vincula necesariamente, “con la existencia actual de
una persona que con éxito da órdenes a otras” (ibidem). Weber concibe la
dominación como una relación referida a actores y antagónica que se insti-
tucionaliza en la forma de una unión política de dominación que “garantiza
continuamente la persistencia y vigencia de sus ordenamientos dentro de un
territorio geográfico al aplicar y amenazar con la aplicación de la coacción
física por parte de la estructura administrativa”. De esta manera, la domi-
nación es estrechamente asociada al Estado en cuanto “empresa institucio-
nal política… en tanto y en la medida en que su estructura administrativa
reclama exitosamente el monopolio de la coacción física legítima para eje-
cutar los ordenamientos” (ibidem).15
La diferencia entre una relación de dominación “auténtica” y la pura
aplicación de violencia consiste en el “mínimo de voluntad de obedecer,
en cuanto interés (externo o interno) en la obediencia” (Weber, 1980: 157).
Los “motivos para la docilidad” abarcan desde la apática costumbre hasta
las consideraciones de racionalidad instrumental. Ya el filósofo Etienne de
la Boëtie caracterizó como el “secreto del dominio” (1574) la cuestión del
por qué los seres humanos se someten voluntariamente a otros, es decir, que
aceptan (o creen en) la desigualdad fundamental entre gobernantes y do-
minados. El dejarse dominar de esta manera parece provenir de un cálculo
razonable de fines y medios; lo mismo postula también la idea del contrato
social entre individuos que toman una decisión racional y permiten la ac-
ción colectiva (Coleman, 1974).
Bajo esta perspectiva rectora del reconocimiento de dominación que
es mayormente propia de la psicología (o sociología de la religión), Weber
(1980: 159) clasifica tres tipos de dominación legítima: a) la dominación

psicología y las ciencias económicas. (Dichas teorías) ponen en el centro el comportamiento


intencional e interpretativo de actores individuales y colectivos y deducen los fenómenos
sociales primordialmente de las intenciones, definiciones de situación, acciones e interac-
ciones de los actores, a diferencia de las concepciones estructuralistas o de teorías sistémicas
(Dietmar Braun, pp. 14-13)
15 Estado: …en sentido amplio la totalidad de las instituciones públicas que garantiza o

debe garantizar la vida en común de las personas en una comunidad; definido tradicional-
mente con tres elementos: 1) territorio estatal; 2) pueblo del Estado, y 3) poder del Estado
(Schultze, Rainer-Olaf: 526).

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LA DOMINACIÓN POLÍTICA 11

racional (o legal) se basa “en la creencia de la legalidad de los ordenamien-


tos dispuestos y del derecho de dar órdenes que tienen los que por aquéllos
fueron llamados a ejercer la dominación”; b) la dominación tradicional “en
la fe cotidiana en lo sagrado de las tradiciones vigentes desde antaño y la
legitimidad de los que fueron nombrados por ellas a ejercer la autoridad”,
y c) la dominación carismática “en la entrega extracotidiana a la santidad
o al heroísmo o la ejemplaridad de una persona y a los órdenes revelados o
creados por ésta”.
Las tres formas de dominación se tomaron de la realidad empírica y
reclaman validez transepocal en la abstracción del tipo ideal o “puro”. Sin
embargo, Weber partió de las “condiciones modernas y, por tanto, conoci-
das” para resaltar la dinámica evolutiva en el desarrollo de las formas de
dominación, cuya culminación decisiva —la racionalización formal— sólo
había ocurrido en Occidente. Para él, la transición del “gobernar personas
al administrar cosas” (Schluchter, 1972) se logra de la mejor manera con la
dominación racional-legal por medio de la “disposición legal”, es decir, con
un orden impersonal y sistemático que está dotado de tres características:
derecho formal, organización administrativa metódica y “personal experto”
habitual. La burocracia es considerada como “el recursos específico indica-
do para transferir la “acción comunitaria” en la “acción social” ordenada
racionalmente” (Weber, 1980: 569 y s.) Ordenamientos burocráticos ha ha-
bido siempre y en todas partes. Lo típico para Occidente era la cualidad de
la racionalización formal “por medio de la ejecución —creada por juristas
capacitados— del dominio de normas jurídicas generalmente vinculantes
para todos los ciudadanos” (Weber, 1972: 272). La característica más im-
portante de la dominación burocrática moderna consiste, por lo tanto, en
que las “disposiciones legales” pueden ser modificadas según la voluntad
de las comunidades políticas y que esto se lleva a cabo de acuerdo a reglas
claras y procedimientos transparentes e idóneos para encontrar consenso.
La estructura administrativa burocrática era para Weber el instrumento so-
bresaliente para la ejecución de la dominación racional. Al mismo tiempo
se veía la tendencia de que la burocracia se independizara. A la pregunta
inquietante “¿quién domina al aparato burocrático existente?” (ibidem: 128)
respondió Weber en sus escritos políticos con la exigencia de una penetra-
ción carismática y el control parlamentario de la burocracia para contra-
rrestar su dinámica propia.
(1) Con respecto a la dominación burocrática, Weber estuvo interesado
sobre todo en la relación entre los “expertos” que tienden a independizarse
y la autoridad externa de un líder político. Para contestar la vieja pregun-
ta: ¿por qué obedecen los seres humanos?, en su caso faltan los “motivos

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12 CLAUS LEGGEWIE

de validez”.16 También la dominación racional tiene una base espiritual (la


voluntad de obedecer y la creencia en la legitimación), pero inmediatamen-
te después de esta precondición político-religiosa es reducida administrati-
vamente y ontologizada. Así se generó la concepción de que ipso facto una
burocracia racional, y con ella también un orden legal como tal, ya son
legítimos. En la tradición del pensamiento político iniciada por Weber, los
dominados sólo son un fenómeno marginal. Por eso se objeta justificada-
mente que “Weber vinculó el criterio de la legitimidad tan sustancialmente
a las formas del “dominio”, es decir, también lo mezcló con las cuestiones
de mando y obediencia, que todo el ámbito de las formas de gobierno coo-
perativas, cívicas, “democráticas” con su legitimidad peculiar quedó casi
totalmente fuera de su horizonte” (Sternberger, 1980: 82).
La legitimidad democrática de una “sociedad cívica” no puede remi-
tirse a la concepción jerárquica del Estado en forma de dominación.17 Más
bien está comprometida con la idea contractualista, constitutiva entre ciu-
dadanos libres e iguales. En este aspecto, los críticos de Weber recurren a
la tradición más arriba descrita de la “Europa antigua” del pensamiento
basado en la polis, prolongándolo hacia el horizonte de las revoluciones y
repúblicas burguesas tempranas, especialmente en los Estados Unidos: “En
otras palabras, la dominación destruye el espacio político, y el resultado de
esta destrucción es la aniquilación de la libertad tanto para los gobernantes
como para los gobernados” (Arendt, 1963: 37). Esta acentuada percepción
refleja el exceso monstruoso de la dominación burocrática en el siglo XX.
Sólo en apariencia es paradójico que Arendt hablara de la “dominación de
nadie que ejerce la burocracia”, la cual lleva a la irresponsabilidad organi-
zada del individuo y permite la falta de libertad en su forma extrema. La
dominación autoritaria y dictatorial se caracteriza por un aumento cuali-
tativo de la componente de violencia en el aparato del Estado y la defensa
de las élites de dominación ante todas las formas de participación y control

Autoridad:
16 (del latín auctoritas: prestigio, validez) designa [1] la influencia reconocida
como legal —o también la “dependencia afirmada” (Horkheinmer)— de una persona, un
grupo o una institución social [2] en la tipología de la dominación de Max Weber, quien uti-
liza los conceptos de autoridad y dominación legítima como sinónimos, la cuestión del tipo
de autoridad permite la distinción entre a) dominación tradicional o la autoridad de los que
siempre están en el ayer; b) dominación carismática o la “autoridad de las facultades perso-
nales fuera de lo normal (carisma)”, y c) dominación en virtud de la legalidad o “en virtud de
la creencia en la validez de un código legal” (Schultze, Rainer-Olaf: 78).
Legitimidad: (del latín legitimitas: coincidente con la ley) concepto clave de la política
17

y de la ciencia política, utilizado con varios sentidos: se puede referir a la pretensión de


legitimidad de un orden político o social, a la creencia o legitimidad de los sometidos a la
dominación, o ambas cosas a la vez y en relación recíproca (Nohlen, Dieter: 816).

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LA DOMINACIÓN POLÍTICA 13

democráticos.18 De éste debe distinguirse la dominación totalitaria que en


su esencia es un aparato ideológico y de terror policrático bajo el control
de un líder carismático. Bajo esta perspectiva, pese a todas sus diferencias
sistémicas, el nacionalsocialismo y el estalinismo pueden clasificarse como
semejantes.19 En el centro está, en estos casos, ya no la burocracia sino el
movimiento o partido totalitario que se revoluciona permanentemente a sí
mismo y se impulsa hacia adelante. Para conseguir sus objetivos, el movi-
miento puede utilizar métodos industrial-burocráticos (por ejemplo, en la
“implementación” del programa nacionalsocialista de exterminio masivo);
de esta forma, la dialéctica ya descrita de la racionalización fue llevada al
extremo. La doble experiencia de la dominación totalitaria “dio al mundo
la combinación más destructiva, hasta la fecha, de carisma mágico y racio-
nalidad burocrática” (Breuer, 1991: 67).
(3) Desde la era moderna temprana y particularmente desde el siglo
XVIII, la dominación está expuesta a una duda fundamental sobre su legiti-
midad y justicia. La historización de la dominación, esto es, la relativización
de su génesis histórica en cuanto arbitraria y hecha por humanos, influye
en el reconocimiento de los motivos de validez: ahora la dominación tiene
que justificarse permanentemente y se encuentra dispuesta a su constante
relevación, en dado caso, con el acto revolucionario de un “nuevo inicio”.
Es sólo con este giro que surge el concepto moderno de dominación política
que ya no nace de cualidades y relaciones personales sino que es asunto pú-
blico de todos los iguales, que de este modo se distancia de todas las formas
de violencia doméstica y ya no puede fundamentar relaciones de servidum-
bre algunas. Con la transformación fundamental de la dominación ya sólo
es posible un “gobierno en nombre del pueblo”, a lo que también recurren
pro forma las dictaduras militares modernas y los regímenes totalitarios.

Control político: concepto que reúne diferentes contenidos significativos. Predomina la


18

noción, ya contenida en el concepto latino contrarotolus (papel contrario, registro contrario), y


mantenida ampliamente en el ámbito de las lenguas románticas según la cual en el control se
trata sobre todo de la verificación de actores o de sus acciones. Claramente más débil siguió
siendo la influencia del concepto anglosajón “control”, el cual tiene connotaciones más fuer-
tes con la idea de la posesión del poder (político), en el sentido de tener control sobre algo
(Helms, Ludger: 284).
Nacionalsocialismo: denominación para el movimiento e ideología del Partido Alemán
19

Nacional Socialista de los Trabajadores (NSDAP, por sus siglas en alemán [coloquialmente
partido “nazi”]) y para la época de su dominación, de 1933 a 1945, en Alemania (Rieger,
Günter: 944). Estalinismo: doctrina política por la que J.W. Stalin (jefe del Partido Comunis-
ta de la Unión Soviética de 1922 a 1953) codificó afirmaciones de Marx y Lenin bajó el título
de “marxismo leninismo” en una doctrina dogmatizada, en la que se establecía el dominio
del Partido Comunista y de Stalin personalmente (Ziemer, Klaus: 552).

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14 CLAUS LEGGEWIE

En lo concerniente a la cuestión de que la dominación es inevitable, se


confrontan dos escuelas de pensamiento: una afirma que la arkhé es univer-
sal y necesaria, por tanto se limita a criticar la dominación injustificada y
favorece el aseguramiento procedimental correcto de su estricta delimita-
ción temporal y su control en cuanto a contenidos (Dahrendorf, 1964, por
ejemplo). En cambio, la perspectiva anarquista critica a la dominación en su
totalidad y persigue el proyecto de una sociedad sin ella. En la contracultura
anarquista (o sindicalista) están resurgiendo modernas formas de “anarquía
regulada” (Sigrist, 1967) que han de haber existido antes y fuera de la Mo-
dernidad occidental.
El anarquismo y el marxismo coinciden en la idea de una situación sin
dominación al principio y al final de la historia: el fenómeno de la domi-
nación perderá su legitimidad con la desaparición de la sociedad de clases
y la “extinción del Estado” como su instrumento de represión más impor-
tante.20 Sin embargo, en su lugar quedará, en el marxismo, la “dominación
del trabajo”, es decir, la dominación de los productores inmediatos, la cual
suspende la relación de dominación industrial de la organización en la em-
presa capitalista. El discurso sobre la clase dominante contiene, además de
su dimensión analítica (limitada), el carácter de un término combativo que
vuelve a evocar la dimensional agonal de la dominación. La “dictadura
del proletariado” prevista para un periodo de transición resultó ser en los
sistemas políticos del “socialismo real (-mente existente)” y los sistemas mo-
nopartidistas poscoloniales, un “neopatrimonialismo particularista” (Roth,
1987) que sirvió para que se ejerciera nuevamente la dominación personal.
También la polémica en torno a la “clase política” en las democracias libe-
rales occidentales volvió a destacar esta cualidad personal de las élites polí-
ticas y la convirtió en el criterio (cuestionable) de una dominación legítima
(von Beyme, 1995).

Anarquismo:
20 un movimiento social cuyas ideas principales pueden ser descritas median-
te tres criterio inmanentes: una posición contraria al Estado, crítica de la ideología y sociedad
libre de dominación (Lösche, Peter: 52). Marxismo: un concepto que se utiliza actualmente
más bien como concepto de lucha en la ciencia política que como caracterización de una
teoría de las ciencias sociales y de la ciencia política, y que intenta resumir una gran variedad
heterogénea y contradictoria de planteamientos teóricos y posiciones políticas basadas en
ellos. Como consenso mínimo, [marxismo es el conjunto de] planteamientos que se refieren
de alguna manera positiva a la doctrina de Karl Marx y Friedrich Engels y, concretamente a
su método del materialismo histórico por un lado y la “crítica de la economía política” por el
otro (Esser, Josef: 842). Sociedad de clases: según Marx, las líneas de separación socioeconómica
en la historia de las sociedades hasta la actualidad se pueden aprehender por medio de un
modelo de análisis dicotómico basado en la oposición de dos clases fundamentales [;] la di-
námica del desarrollo de esas sociedades está determinada por la lucha de estas clases por la
producción, apropiación y distribución de la plusvalía de cada sociedad (Esser, Josef: 1292).

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LA DOMINACIÓN POLÍTICA 15

3. La extinción de la dominación (del Estado), como la pronosticaron


y buscaron realizar en sus programas los escritos anarquistas y socialistas,
también podría darse prescindiendo totalmente de ese ímpetu revoluciona-
rio. Max Weber casi no dejó dudas de que el futuro de la dominación racio-
nal iba mal por razones inmanentes y que la tentativa moderna de neutra-
lizar y objetivar la dominación podría derivar en un fracaso. Por un lado,
existe una tendencia a la involución de la dominación burocrática que más
detalladamente se define por medio de los términos a) desformalización del
derecho; b) desmitificación del Estado, y c) transición desde la burocracia
hacia la dominación de expertos o la tecnocracia, respectivamente. Por otro
lado, se observa una tendencia hacia la repersonalización de la dominación.
(1) a) En la sociología del derecho, desde hace mucho tiempo, se ha
constatado un “distanciamiento del formalismo jurídico” (Wieacker, 1957),
es decir, el abandono de la sistemática interna del derecho a través de la plu-
ralización, moralización y materialización del derecho. Se considera posible
la pérdida de la autonomía del sistema jurídico en su conjunto. Ésta se debe
no tanto al fracaso de la profesión del jurista sino a una deficiente adapta-
ción del sistema jurídico al entorno social cambiante, con la consecuencia
de que en el derecho económico, laboral y social e incluso penal ha suce-
dido una apertura teleológica, combinada con el influjo de disciplinas de
las ciencias sociales en el sentido más estricto. El derecho tiene que incluir
más supuestos en cuanto a racionalidad valorativa, ser más flexible en lo
situacional y más reflexivo respecto a las consecuencias que origina: y estas
tendencias pueden registrarse también positivamente, como un aumento de
“racionalidad”.
b) Es paradójico solamente en apariencia que la desdiferenciación del
derecho formal vaya de la mano con una mayor juridificación y una cre-
ciente importancia (al menos cuantitativa) de la burocracia. La expansión
del Estado de bienestar y la ampliación de las funciones reguladoras del
Estado han llevado a la extensión y a mayores competencias de las buro-
cracias, pero, al mismo tiempo, a una amplia pluralización (y con ello, al
desencanto “irónico”) del aparato estatal en su totalidad (Willke, 1992).21
En el curso de esta descentración, las administraciones ya no se encuentran

Estado de bienestar: una forma institucionalizada de seguridad social [,] garantiza un mí-
21

nimo de supervivencia para cada persona, protege de los riesgos elementales de la sociedad
industrial moderna (particularmente: edad, desempleo, salud, accidentes, atención) y com-
bate el grado de desigualdad social por medio de la redistribución. El Estado de bienestar
forma en los países occidentales, junto con la democracia y el capitalismo, una estructura
compleja de interdependencia y es característico de estos sistemas (Schmid, Josef: 541). Des-
encanto: concepto de la investigación de la transición que alude a la insatisfacción y desilu-
sión de la sociedad con la democracia y con cambios prometedores en general, como, por

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16 CLAUS LEGGEWIE

soberanamente por encima de los intereses de la sociedad, sino que reflejan


la propia complejidad de éstas al interior de la administración. El Estado ya
no está representado como déspota autoritativo, sino que actúa como parti-
cipante del mismo rango en la negociación con organizaciones no estatales,
sin cuya cooperación perdería completamente su capacidad de intervención
y conducción.
c) Esto va ligado a una amplia difusión del peritaje de problemas y la
pérdida de competencia de los expertos burocráticos frente a las materias
complejas de la civilización científico-técnica. Éstos necesitan, por un lado,
del asesoramiento de expertos externos (por ejemplo, sobre el “estado del
arte”) y deben enfrentarse, por el otro, a la crítica externa (por parte de “co-
misiones de ética”, Hearings parlamentarios, el movimiento ecológico y los
propios expertos de éste).22 El “sistema de personal experto” de la burocra-
cia del Estado fracasa frente a los complejos problemas de modernización
de las sociedades de masas industrial-bancaria y la acumulación de las con-
secuencias no intencionales de la acción burocrática.
La relativización y fragmentación interna del sistema de dominación
va más allá de lo que un modelo ideado, centrado en la burocracia, jamás
hubiera imaginado. En términos generales, puede afirmarse que la frontera
entre la política (en cuanto ámbito del ejercicio público de la dominación) y
la no-política (el ámbito privado) ha llegado a ser más flexible y permeable
en el proceso de la “modernización reflexiva” (Beck, 1998). Con esta des-
diferenciación se desarrolla un nivel de “subpolítica” o bien una “sociedad
política” (Greven 1993); la separación de las esferas sobre lo que había re-
flexionado la teoría de la modernización deberá relativizarse y revocarse en
gran parte.23 La reestructuración del Estado que cambia con la dominación
(o bien, del liderazgo autoritativo) a la conducción y que en el siguiente
paso transfiere la conducción de manera reflexiva a la auto organización
de una estructura social interconectada en forma policéntrica tiene grandes
consecuencias para la teoría del gobierno (Hartwich / Wewer 1990 y ss.) y
la investigación de políticas públicas (policy) que ha tenido que corregir su
perspectiva convencional de la dominación en el sentido de la política parti-
cipativa “desde abajo” y por medio de los análisis de redes (Héritier 1993).24

ejemplo, la integración en la Unión Europea, que han despertado expectativas de progreso


económico y prosperidad excesivas (Nohlen, Dieter: 407).
Hearing: término inglés, especialmente del ámbito del parlamentarismo, para denomi-
22

nar las consultas públicas en las comisiones y fracciones parlamentarias (S. Schüttemeyer,
Suzanne: 673).
Teoría de la modernización: véase supra nota 11.
23

Análisis de redes: programa de investigación de ciencia política y sociología que postula


24

que las cualidades de la red (variables independientes) contribuyan decisivamente a explicar

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LA DOMINACIÓN POLÍTICA 17

(2) La dominación auténticamente carismática depende de las cuali-


dades particulares del personaje gobernante “por las que éste es valorado
como dotado de poderes o cualidades sobrenaturales o al menos específi-
camente extra cotidianos que no son accesibles a cualquier otra persona,
o bien como enviado de Dios o ejemplar y, por eso, como «líder»” (Weber,
1980: 140). Sobre todo, son las comunidades segmentarias y poco diferen-
ciadas — “mágicas”— las que generan líderes de este tipo.
No obstante, el carisma puede ilustrar también la dimensión creativa
de la dominación política: los personajes carismáticos inician “de repente”
innovaciones en un mundo cuyos habitantes normalmente están orientados
por la estabilidad y la reproducción. En combinación con una religiosidad
política, este fenómeno puede caracterizar también a sociedades “post-tra-
dicionales”; bajo las condiciones de una avanzada racionalización se renue-
va la dominación carismática que puede unirse tanto a partidos de masas
burocratizados como a la contracultura pacifista o militante (Roth, 1987).
Además existe una gran necesidad de representación “existencial” y perso-
nal de la dominación. Ésta se presenta actualmente en tres formas:
a) En la forma del “personalismo universalista” (Roth 1987) de los sis-
temas presidenciales modernos: la marcha triunfal de la democracia en las
sociedades post-comunistas y postautoritarias de Europa oriental y Suda-
mérica ha generalizado las figuras carismáticas de dominación de este tipo
que hoy en día, apoyándose en los medios electrónicos, aprovechan recursos
“telecráticos” para asegurar la lealtad de las masas. También el populismo
nacionalista y el cesarismo —que son formas derivadas del carisma— re-
fuerzan la tendencia hacia la repersonalización de la dominación en las ac-
tuales democracias de masas.25
b) Con la inversión de la privacidad y política que postulan los nuevos
movimientos sociales: en este proceso, acelerado por el cambio de valores,
ha crecido también la atención a las características particulares de género

la conducta de los actores de la red y/o los resultados de sus interacciones (variables depen-
dientes) (Schubert, Klaus: 44). Una red es un tejido de relaciones sociales, económicas y/o
políticas, establecida con una relativa continuidad y basada en la voluntad libre y la recipro-
cidad (Schubert, Klaus: 1167).
Populismo: concepto utilizado con varios significados de valoración extremadamente
25

variable. En general sirve para designar una política valorada negativamente, que por la
avidez de lograr la aprobación del pueblo se sirve de lemas demagógicos, dice lo que el
pueblo quiere, apela a los instintos y propaga soluciones simples, dejando ampliamente fue-
ra de consideración los puntos de vista de la ética de la responsabilidad (Nohlen, Dieter:
1095). Cesarismo: designación para la variante de la monocracia en la cual el soberano le deja
nominalmente al pueblo la capacidad de disponer del poder estatal, pero se declara como
legitimado para ejercerlo a largo plazo o por episodios por aclamación o plebiscito (Weber,
Wolfgang: 152).

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18 CLAUS LEGGEWIE

de las personas gobernantes.26 Desde la perspectiva feminista, la masculini-


dad es concebida como característica esencial del aparato de dominación y
el Estado, también en sus partes inconscientes y formalizadas, como “alian-
za de hombres”.27 Este concepto se utiliza para criticar la forma habitual
de estructuras de dominación patriarcales, la cual caracteriza al conserva-
durismo estructural de la burocracia y es capaz de modernizarse y adap-
tarse constantemente (Kreisky, 1992). En general, los nuevos movimientos
sociales, al defender la identidad y autenticidad como motivos rectores de
lo político, han puesto en el centro las cualidades de los titulares de cargos.
c) En el comunitarismo: ya la teoría de las cooperativas de Otto Gierke
y la polémica de Otto Hintze contra la sociología de la dominación de Max
Weber rehabilitaron la concepción germánico-alemana de la cooperati-
va como término opuesto a la idea “romántica” de la dominación (y de la
sociedad).28 La crítica allí expresada al creciente grado de abstracción de
la dominación y el anhelo de que se mantenga su personificación material
se está retomando en el debate actual entre el liberalismo y el comunitaris-
mo; lo más importante en este contexto, desde una perspectiva neoaristoté-
lica o republicana, es la “comunidad concreta” de los actores y no tanto la
persona misma del gobernante.
4. En todas partes se nota el esfuerzo de captar político-teóricamen-
te la fuerza decreciente y la obligatoriedad cuestionada de la dominación
formal-burocrática. Éste es el caso, de manera provocadora, en los escritos
posestructuralistas. Sobre todo la obra de Michel Foucault (1977: 115) es el
intento de invalidar la

matriz general de una bifurcación global que opone unos a los otros a gober-
nantes y gobernados y que irradia de arriba para abajo hacia grupos cada
vez más reducidos y hasta las profundidades extremas del cuerpo social. Más
bien hay que partir del supuesto de que las múltiples relaciones de fuerzas que
se forman y actúan en los aparatos de producción, las familias, los diferentes

Movimientos sociales: intentos de cierta duración de grupos y organizaciones vinculados


26

en forma de redes para producir, evitar o anular el cambio social a través de la protesta
(Rucht, Dieter: 919). Cambio de valores: cambio de orientaciones valorativas sociales funda-
mentales; de esta forma, comprende un área importante del cambio social (Urban Pappi,
Franz: 128).
27
“Alianza de hombres”, en el sentido de “alianza masculina” (nota del editor).
Comunitarismo: concepto colectivo para una corriente identificable en los Estados Uni-
28

dos desde principios de la década de 1980 en las ciencias sociales y en la filosofía política,
que designa un movimiento político marcado por ideas comunitarias [Entre otros puntos,
acentúa] el necesario retorno hacia el significado y la importancia de la comunidad (Rieger,
Günter: 238).

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LA DOMINACIÓN POLÍTICA 19

grupos e instituciones, sirven de base para divisiones amplias que recorren


todo el cuerpo de la sociedad.

El orden de dominación aparece aquí no como ordenamiento jurídico


fundado racionalmente, sino como un ensamble de dispositivos y estrategias
de poder difusos y no localizables.
Hay una línea que desde esta perspectiva lleva a las teorías de sistemas
de las ciencias naturales. En las redes neuronales las sintetizaciones de pro-
cesos de conmutación paralelos y altamente complejos en el cerebro no se
atribuyen a una metainstancia inteligente y perfectamente localizable, sino
que se interpretan como proceso de valoración y selección emergente au-
toorganizado. Será interesante interpretar en esta perspectiva la lógica de
la “valoración” de informaciones en los procesos políticos y económicos
de decisión y colocación, sobre todo porque se encuentra en una relación
conflictiva y no resuelta con respecto a las normas de las democracias occi-
dentales. En todo caso, la teoría y el diagnóstico posmodernos de la actua-
lidad están caracterizados por una paradoja doble: la dominación se vuelve
ubicua y abandona la sede de su estructura centralizada; al mismo tiempo
las élites políticas pierden su carácter de representantes especializadas de
dominación, lo que supuestamente hará crecer aún más el deseo de su reen-
carnación personal-carismática.

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Capítulo 3
INSTITUCIONES, PRINCIPIOS, ACTORES Y ASPECTOS
MATERIALES DE LA DEMOCRACIA ATENIENSE
Y SU DELIBERACIÓN POLÍTICA

Luis Roberto Mantilla Sahagún

Sumario: I. Introducción. II. La polis como escenario fundamental de


la democracia ateniense. III. Instituciones y actores principales de la delibe-
ración política ateniense. IV. Principios esenciales de la deliberación política
ateniense. V. Bibliografía.

I. Introducción

Durante siglos, la democracia ateniense ha sido considerada como un régi-


men y sistema político1 ejemplar, de tal manera que ha fungido como una
referencia obligada, un ideal inalcanzable o un modelo digno de imitación
a lo largo del tiempo y, en particular, en la construcción de la democracia
moderna. En ocasiones, el encomio ha pasado por alto las condiciones políti-
cas, económicas, sociales, e incluso geográficas y demográficas, que le dieron
sustento y, por tanto, ha desconocido las diferencias entre su tiempo y el de
otros ulteriores.
Sin desconocer las críticas que desde la propia Grecia antigua se lleva-
ron a cabo a dicha forma de gobierno —recuérdense por ejemplo las co-

*
El presente capítulo es una versión reducida y modificada del original, publicado en
Alfonzo Jiménez, Armando et al. (coords.), Tópicos de derecho parlamentario, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNLA-Senado de la República, 2007, adaptada y ac-
tualizada en especial para la presente antología.
1 Con el concepto régimen aludo a todo el andamiaje jurídico político de organización
de un orden establecido, que incluye a las instituciones, la forma de gobierno y las normas
formales del poder, entre otros componentes, mientras que con el concepto sistema hago
referencia a la dinámica, los procesos, los actores y los acuerdos bajo los cuales se realiza el
ejercicio del poder (nota del editor: véase el capítulo 1 de estas “Antologías”).

23

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24 LUIS ROBERTO MANTILLA SAHAGÚN

rrespondientes de Platón y de Aristóteles, en sus respectivas obras, quienes


optaron por un tipo de gobierno mixto,2 producto de la aleación entre la
monarquía y la democracia—, no cabe duda, sin embargo, que a pesar de
las mismas y de otras más, la democracia ateniense3 ha sido comúnmente
bien percibida a lo largo de la historia.
Más allá de la apología desmesurada o del denuesto injustificado, en el
presente trabajo me interesa mostrar, a grandes rasgos, determinadas par-
ticularidades en las que estaba fundamentada la democracia ateniense y la
manera en que la deliberación política se llevaba a cabo al interior de ella.
Para ello, en el segundo apartado habré de referirme a las condiciones de
posibilidad del surgimiento de la polis, así como a algunas de sus principales
características, con la finalidad de comprender el tipo de organización polí-
tica y social en el que se desarrollará la democracia ateniense.
En el tercer apartado me referiré a la estructura política de Atenas para
mostrar de qué modo las características generales de la polis se materializa-
ron en las formas de deliberación política. Igualmente, en este apartado,
mostraré los mecanismos e instituciones principales mediante los cuales se
desarrolló la deliberación política en la democracia ateniense. Finalmente,
en el cuarto apartado deseo resaltar ciertos rasgos esenciales que caracteri-
zan a la deliberación política ateniense.
Estoy seguro de que conocer las condiciones en las que surgió la polis, y
dentro de ella, la democracia en Atenas, así como las formas mediante las
cuales operaba el sistema democrático antiguo, contribuirá en alguna me-
dida a tener mayor conciencia acerca de las posibilidades y las limitaciones
de nuestras formas particulares de resolver los asuntos políticos de nuestra
época.

II. La polis como escenario fundamental


de la democracia ateniense

Para los fines de este trabajo habré de referirme a las características generales
de las poleis ubicadas en el periodo que transcurre entre el siglo VII a. C., co-
rrespondiente a la irrupción de la filosofía griega, y el IV a. C., siglo en el que
comienza el ocaso de las ciudades-Estado, con la desintegración del reinado

2
Paraconocer la propuesta de gobierno mixto en el Platón tardío véase Mantilla Saha-
gún, 2013: 45-59.
3 Para conocer diversas particularidades de la democracia ateniense véase Jones, 1986 y
Gil Fernández, 2009.

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INSTITUCIONES, PRINCIPIOS, ACTORES Y ASPECTOS MATERIALES... 25

de Alejandro Magno (323-315 a. C.). En tal periodo se desarrollan a plenitud


las particularidades que distinguen a la polis como la forma de organización
política en la Grecia antigua.
Antes del siglo VIII a. C. la polis todavía no está totalmente definida.
Aun cuando resulta difícil ubicar con exactitud la fecha de surgimiento de
las poleis, las primeras comienzan a aparecer en el escenario y a desarrollar-
se a partir del siglo VIII (véase Domínguez Monedero, 2003: 79; Baudart,
2004: 20). Sin embargo, será precisamente en la denominada época arcaica
(siglo VIII-siglo VI a. C.), posterior a los llamados Siglos Obscuros (aquellos
que siguieron al final de la etapa palacial micénica), y anterior a la época
clásica (siglo V-siglo IV a. C.), cuando surgirá a plenitud la organización
política griega denominada polis (Domínguez Monedero, 2003: 86 y 87).
La polis emergerá (véase Domínguez Monedero, 2003: 88-92) como
resultado de un largo y complejo proceso histórico que se inicia a partir
de la caída de los palacios micénicos. En dicho proceso influirá, a su vez, de
manera considerable el proceso de colonización que se generó durante la
época arcaica, mediante el cual se expande la Grecia continental por todo
el mediterráneo y el mar Negro (véase Domínguez Monedero 2003: 101
y 111). A la desaparición de los palacios micénicos, quedaron las aldeas, o
pequeñas poblaciones, cuya unidad principal radica en las familias (oikos)
que las componen. La vinculación de diversas aldeas entre sí, en un mismo
territorio, y la defensa de sus intereses comunes habrán de traer consigo la
unidad espacial y política necesaria para la conformación de la polis: “la polis
implica, entre otras cosas, la gestión unificada sobre un territorio concreto y
sobre la población que lo habita” (Domínguez Monedero, 2003: 90).
Al respecto, Platón y Aristóteles aludirán, siglos después, a ambos mo-
tivos en el origen de la polis. El primero sostendrá que, con la finalidad de
satisfacer sus necesidades, los hombres se unen para conformarla (Platón
1998: 369 b6), mientras que el segundo hará hincapié en que éstos deben
tener entre sí algo en común (Aristóteles, 1999: 1260 b2) y que la polis debe
tener como fin principal la consecución del bien de todos (Aristóteles, 1999:
1252 a).
Con la unificación territorial de la polis se comienzan a definir clara-
mente ciertas características que habrán de distinguirla como una peculiar
forma de organización política. Aunada a la unificación territorial, habría
que señalar que hacia la mitad del siglo VII a. C. ocurre un suceso en la
Grecia asiática —esto es, en el Asia Menor— que habrá de traer consigo
innumerables consecuencias que transformarán la vida del hombre no sólo
de aquella época sino la de los siglos venideros, a saber: la génesis del pen-

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26 LUIS ROBERTO MANTILLA SAHAGÚN

samiento filosófico. Éste será otro factor primordial que incidirá de manera
fundamental en la definición de las características de la polis.
A partir del pensamiento filosófico se comenzará a apelar a formas ra-
cionales, y ya no sólo a religiosas y míticas4 (González Ochoa, 2004: 41),
para responder a las preguntas acerca del origen y la configuración del
mundo (Bernabé, 2001: 11). Los llamados filósofos presocráticos, que se
constituyeron como “un grupo relativamente homogéneo y unitario dentro
de la historia de la filosofía, con una serie de características comunes, y se
ocuparon de temas similares, a los que cada uno fue dando soluciones diver-
sas y, en ocasiones, totalmente anitéticas… crearon una nueva actitud racio-
nal ante la explicación del mundo” (Bernabé 2001: 12), dejaron detrás de
sí la explicación del cosmos proveniente de la especulación mítica de Ho-
mero y Hesíodo, del siglo VIII a. C., y se adentraron por los caminos de la
razón y del pensamiento abstracto, inaugurando con ello un pensamiento
geométrico, definido así por la manera como ahora se conciben las relacio-
nes de los múltiples componentes del universo.
Esta nueva forma de pensamiento filosófico-racional produjo una re-
volución conceptual que se manifestó en el ámbito del saber, del poder y
del derecho, que modificó el modo de concebir las relaciones políticas, la
organización social del hombre, la ordenación espacial de la polis, la parti-
cipación de los ciudadanos, entre otros asuntos más. Asimismo, dicha mo-
dificación terminó por definir las formas de deliberación política, que ex-
pondré en el siguiente apartado, en lo referente al caso ateniense. Con la
visión geométrica del universo5 aparecen nuevos conceptos que habrán de
ser fundamentales para la organización y pensamiento de la polis, como los
de homogeneidad, simetría, reciprocidad e igualdad.
Si bien es cierto que cada polis desarrolló y materializó de manera par-
ticular sus respectivas características, es posible encontrar, sin embargo, de-
terminadas que habrán de estar presentes en las poleis de la Hélade. Sin
ánimo de ser exhaustivos, las siguientes contribuyen a comprender de mejor
manera a las mismas.

1. La creación de un orden político racional

Los griegos crearon una forma de organización política en la que se


mantuvo una fuerte correspondencia entre el cosmos, la polis y el hombre.

4
Para conocer la concepción mítica del mundo véase González Ochoa, 2004: 19-23.
5
Para la concepción geométrica del universo véase ibidem, pp. 41-45.

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INSTITUCIONES, PRINCIPIOS, ACTORES Y ASPECTOS MATERIALES... 27

El orden, la armonía y el equilibrio inherentes en el universo se materiali-


zan también en la ordenación política y en la concepción antropológica.
Así lo advierte William H. McNeill al afirmar: “Obviamente, las leyes de la
naturaleza, que los filósofos jonios creyeron poder detectar en el universo
a gran escala, tenían una similitud impresionante con aquellas de las polis,
que con seguridad, aunque invisibles, regían sus propias vidas individuales”
(Sabine, 2000: 29).
El pensamiento racional presocrático, que escudriñó acerca del arjé o
principio de todo cuanto existe, habrá de proyectarse, asimismo, sobre la
nueva manera de concebir el orden político: “el nuevo modelo del mun-
do que elaboran los físicos de Jonia es solidario, en su marco geométrico,
con las formas institucionales y las estructuras mentales propias de la Polis”
(Vernant, 1992: 13). En consonancia con dicha concepción racional, la po-
lis deberá mantenerse dentro de límites específicos, los cuales marcarán su
crecimiento, desarrollo, evolución y destino. Para cumplir sus fines, la polis
deberá respetar ciertas proporciones. Ya en la época clásica de Grecia, Pla-
tón describe a detalle en las Leyes, las dimensiones y características natura-
les de la polis (Platón, 1999: 704 a-708 d). Tanto en su concreción material
como en la especulación teórica, las poleis quedaron circunscritas dentro de
un espacio reducido, por lo que su extensión y población fueron en verdad
pequeñas. Esto resulta importante sobre todo para el desarrollo de la demo-
cracia, pues tales dimensiones facilitaron la consecución de dicho régimen
político, al propiciar a través de las mismas la participación de los ciudada-
nos, en cuanto a lo que se refiere al espacio.
La correspondencia entre el cosmos y la polis también incluirá al hom-
bre. Éste encontrará en la organización política no sólo su sentido y signifi-
cado propios, sino su misma identidad y su destino: “en el vivir político, y en
lo político, el griego no veía una parte, o un aspecto, de la vida: veía el todo
y la esencia” (Sartori, 2005: 233). Al respecto, sobresale la definición aris-
totélica del hombre como un animal político (politikón zoion), esto es, como
un ser que requiere de la comunidad de otros para existir y desarrollarse,
y como un animal que posee discurso, palabra y razón (logos) (Aristóteles
1999: 1253 a 15), sin los cuales no sería posible conocer el sentido del bien y
del mal, de lo correcto e incorrecto, de lo justo y de lo injusto.
El hombre griego crea una forma de organización política, hecha a su
medida para satisfacer sus necesidades, en pleno respeto al cosmos, del cual
tanto él como la polis forman parte. Sus instituciones sociales, políticas, reli-
giosas y económicas, así como su arquitectura, escultura, pintura, literatura
y su propio pensamiento estarán delineados conforme a la medida del hom-
bre, siempre en comunión con la naturaleza.

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El orden racional inaugurado abarcará a la polis, al hombre y al cos-


mos. A partir de ese momento, hasta el ocaso de la Hélade, dicha triada
quedará íntimamente vinculada: “La política debía reflejar y/o realizar un
orden objetivo, un cosmos. El hombre mismo, concebido en tanto ser esen-
cialmente político (por naturaleza), participaba en la política, ya sea como
gobernante o gobernado, sabiéndose inserto en el orden superior objetivo
del cual era un elemento orgánico” (Attili, 1995: 104). En este sentido, lo
que sucede a alguno de los elementos de la triada impacta inevitablemente
en los otros dos. El hombre adquiere conciencia de que lo político está in-
disolublemente ligado a lo humano, y que ambos órdenes estarán, a su vez,
relacionados con el cosmos.

2. La conformación de una comunidad autónoma y autosuficiente

A diferencia de los griegos, los romanos sí lograron unificar al conjunto


de los territorios conquistados bajo un solo poder central. A lo largo de sus
etapas históricas fueron sumando ciudades que, desde el Monarquía hasta
el Imperio, pasando por la República, se fusionaron bajo una idea común:
Roma. En el caso de los griegos, las poleis nunca lograron fusionarse en una
gran nación. Una de las causas que impidió su unidad fue la compleja y es-
carpada orografía de la Grecia continental, en la que destacan un sin fin de
montañas que contribuyeron al aislamiento de las ciudades-Estado (véase
Petrie, 1972: 7 y 8), y a la imposibilidad de desarrollar adecuados caminos
de comunicación entre sí. Otra de las causas reside, precisamente, en la ne-
cesidad racional, expuesta en el apartado anterior, de mantener una deter-
minada medida en las dimensiones de cada polis.
Si bien es cierto que el aislamiento de las poleis mermó la capacidad de
las mismas de constituirse como un bloque regional poderoso, también lo
es que dicha desventaja contribuyó, paradójicamente, a consolidar a cada
una de ellas en su interior, facilitando con ello su nacimiento y desarrollo.
Al no poder integrarse con las demás, cada polis terminó por tornarse en un
mundo cerrado (véase Montanelli, 2005: 43-50).
En ese mundo cerrado, la polis se constituyó como una organización
política autónoma y autosuficiente. En lo político y lo jurídico, la polis se
erigió como la única autoridad de poder capaz de decidir sobre su propio
destino, así como la única autoridad normativa capaz de generar y hacer
cumplir sus propias leyes. Asimismo, en lo económico, la polis logró producir
los satisfactores básicos que requería para desarrollarse de manera indepen-
diente. Finalmente, en lo social, la polis creó una estructura que, si bien es-

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INSTITUCIONES, PRINCIPIOS, ACTORES Y ASPECTOS MATERIALES... 29

taba jerarquizada (entre ciudadanos, mujeres, niños, esclavos y extranjeros),


todos sus componentes jugaban un rol específico que tornó a dicha sociedad
en un todo compacto.
Que la polis lograra su solidez política, jurídica, económica y social fue
fundamental para el desarrollo posterior de la democracia, en cuanto a la
capacidad de decisión última que pudo garantizar. Aun con su propia dife-
renciación, la polis se conformó hacia el interior como un todo bien articu-
lado, y hacia el exterior como un todo bien consolidado: “El pensamiento
antiguo tuvo frente a sí una sola sociedad «perfecta» (el adjetivo es del pro-
pio Aristóteles), la polis, o sea, la sociedad política propiamente dicha, que
abraza a las sociedades menores y no encuentra alguna otra sociedad fuera
de sí” (Bobbio, 2002: 41). La polis logró mantenerse sólida a partir de la
aceptación de las diferencias existentes por parte de sus integrantes: “puesto
que ninguna ciudad-estado fue realmente igualitaria y muchas ni siquiera
fueron democráticas, la estabilidad política se basó en la aceptación, por
parte de todas las clases sociales, de la legitimidad del status, y, en alguna
medida, de la desigualdad del status, no sólo de la existencia de los boni, sino
también de su derecho a una mayor riqueza, mejor posición social y autori-
dad política” (Finley, 1990: 43). Por su parte, hacia el exterior, logró su co-
hesión como un todo bien articulado por la generación de una fuerte identi-
dad colectiva que otorgó sentido y significado a cada uno de sus miembros.
La polis demarcó un espacio político que a la vez que incluye a los dife-
rentes miembros que la constituyen, también excluye a muchos otros más
que no forman parte de la identidad colectiva. En ese espacio político se
desarrolló un compartido significado, sentido y estilo de vida de la sociedad
en su conjunto, que posibilitó una determinada similitud entre sus miem-
bros y, por tanto, su respectiva cohesión: “los que componen la ciudad, por
diferentes que sean en razón de su origen, de su categoría, de su función,
aparecen en cierto modo «similares» los unos a los otros. Esta similitud fun-
da la unidad de la polis” (Vernant, 1992: 72).

3. Espacio público y destino colectivo

Por lo regular, hemos tendido a pensar a la polis como el espacio en


cuyo interior se contrastan dos categorías principales, a saber: lo público y
lo privado. El elemento principal de lo público sería el ágora, la plaza públi-
ca, esto es, el espacio de reunión ciudadana de discusión política, en torno
al cual gira la vida política de la polis: “se trata de un espacio que se opo-

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ne al espacio de las viviendas privadas, un espacio que fue hecho para deba-
tir y decidir en común los asuntos que conciernen a la colectividad” (Gon-
zález Ochoa, 2004: 25).
Por otra parte, el elemento principal de lo privado, donde se desarrolla
la vida particular, sería la familia (oikia), que era, a decir de Kenneth Mino-
gue (2003: 25), la unidad productiva básica del mundo antiguo:

...sistema de subordinación ordenada descrito por Aristóteles como la sumi-


sión de la mujer al hombre, los hijos a los padres y los esclavos a los amos. La
familia era la esfera en la que los griegos disfrutaban de la vida doméstica y
cubrían, en gran parte, sus necesidades materiales: comida, cobijo, procrea-
ción, etcétera. Éste era el mundo natural en el que hay un ciclo para todas las
cosas (Minogue, 2003: 30).

Así, habría entonces dos espacios únicamente al interior de la polis: el


privado y el público, siendo éste el que quedaría identificado como el lugar
donde se lleva a cabo la dinámica del poder: “El ágora, que realiza sobre el
terreno ese ordenamiento espacial, constituye el centro de un espacio pú-
blico y común… Espacio centrado, espacio común y público, igualitario y
simétrico, pero también espacio laicizado, constituido para la oposición, el
debate, la argumentación” (Vernant, 1992: 139).
Sin embargo, existe otro par de categorías que contribuye a clarificar
la oposición de los anteriores espacios, mediante un matiz valioso, a saber:
lo individual y lo colectivo: “lo cual lleva a pensar que lo privado no pueda
asimilarse a lo individual ni lo público a lo colectivo” (González Ochoa,
2004: 29).
En la atinada precisión de González Ochoa (2004: 31) habría entonces
cuatro claros espacios o esferas al interior de la polis: lo privado individual,
al que le correspondería el interior de las viviendas particulares, lo privado
colectivo, al que le corresponderían los lugares de reunión de grupos parti-
culares, como clubes o escuelas, lo público individual, caracterizado como
el lugar de encuentro de los individuos de la polis (sean o no ciudadanos), y lo
público colectivo, que sería precisamente el ágora, la plaza pública, es decir,
el espacio al que confluyen los ciudadanos para debatir y decidir sobre los
asuntos que son comunes y de interés general a la colectividad.
Siguiendo al propio González Ochoa, habría que tener en cuenta en-
tonces que

...el ágora no es un espacio doméstico sino un espacio común a todos; sin


embargo, no se trata de un espacio público, como insisten Vernant y Vidal-
Naquet, puesto que no es un lugar donde todos sin distinción interactúen sino

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sólo algunos, los ciudadanos; es decir, es un espacio para todos los hombres
libres, pero sólo para ellos (González Ochoa, 2004: 29).

De este modo, no en todo espacio público sino únicamente en el del


ágora, se desarrollará el debate político en el que los ciudadanos, exclu-
sivamente, tomarán las decisiones que marcarán el rumbo de la polis. Ahí
mismo, y en ningún otro lugar, será donde se materialicen los conceptos
geométricos heredados del pensamiento filosófico:

Todos los conceptos asociados al pensamiento cosmológico, tales como cen-


tralidad, similitud, ausencia de dominación, etc., son también conceptos del
pensamiento político, de lo que pertenece a la polis. En el espacio de la ciu-
dad que ahora aparece, en la nueva polis, hay un centro en el cual se debaten
los asuntos comunes; este centro representa todo lo común, a la colectividad
como tal (González Ochoa, 2004: 47).

En dicho centro impera la igualdad y homogeneidad entre los ciudada-


nos, ya no una relación jerárquica entre ellos: “En el ágora, todos los ciu-
dadanos se definen como isoi y como homoioi, como iguales y semejantes. La
relación entre esos iguales es de identidad, de simetría y de reversibilidad”
(González Ochoa, 2004: 48).
Al desarrollo del debate público en la polis contribuyó en demasía la ar-
quitectura generada en la Grecia arcaica. En ésta época se delinean las ca-
racterísticas donde se desarrollará, posteriormente, la democracia atenien-
se: “las ciudades irán desarrollando una arquitectura pública que, además
de los templos, incluirá las murallas, los espacios de reunión política, monu-
mentos honoríficos o conmemorativos, etc., que contribuirán a marcar sus
personalidades respectivas” (Domínguez Monedero, 2003: 133).

4. Preponderancia del espacio público sobre el privado

Vinculado con el punto anterior, habría que decir que el ámbito públi-
co tendrá mayor peso sobre el privado. No sólo en las decisiones referentes
al ejercicio del poder, esto es, las políticas —en la concepción moderna del
término—, sino también en las respectivas a las religiosas, educativas, mili-
tares, económicas, sociales, jurídicas, arquitectónicas y otras más, las deci-
siones colectivas públicas determinaron la vida de los individuos particula-
res. En este sentido, inevitablemente “el poder de los individuos tiene que
doblegarse ante la ley del grupo” (Vernant, 1992: 74).

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El sentimiento colectivo de comunidad, concebida a sí misma como un


todo consolidado, le permitió a la polis mantenerse estructurada de manera
unida en su desarrollo interno y frente a los avatares del exterior. Únicamen-
te en una cohesión social en la que lo público está por encima de lo privado
será posible el férreo acatamiento a la ley —al que aludiré con mayor dete-
nimiento en el último apartado de este trabajo— y a las decisiones políticas,
económicas, militares y educativas.
La preponderancia de lo público sobre lo privado hará sumamente rica
la dinámica del debate político, sobre todo en los regímenes democráticos.
La publicidad de las decisiones colectivas, así como la publicación constante
de la vida política “dará lugar a exégesis, a interpretaciones diversas, a con-
traposiciones, a debates apasionados” (Vernant, 1992: 63).
Ahora bien, es importante señalar que, no obstante que dicha prepon-
derancia será la constante en la mayor parte del tiempo de la Grecia Anti-
gua, no debe ignorarse que en determinados momentos irrumpió un pen-
samiento en sentido opuesto que habrá de dar origen al derecho natural.
Una de las manifestaciones más claras al respecto es Antígona, la tragedia
griega de Sófocles, en la que se contraponen el orden político, representado
en las leyes de la polis, y el orden natural, representado en la conciencia de
Antígona (véase García-Huidobro, 2002: 5-20; García Michaus, 2005: 10).

5. La estrecha relación de lo político y lo social

A diferencia de la experiencia y pensamiento modernos, en la que lo po-


lítico y lo social terminarán diferenciándose, en ocasiones irremediablemente,
en la Grecia antigua lo político y lo social serán aspectos indisolubles de la
misma realidad: “el animal político, el polites, no se distinguía en modo algu-
no de un animal social, de aquel ser que nosotros denominamos societario
y sociable. El vivir político —en y para la polis— era, al mismo tiempo, el
vivir colectivo, el vivir asociado y, más intensamente, el vivir en koinonia, en
comunión y comunidad” (Sartori, 2005: 234).
La propia definición aristotélica del hombre —arriba referida— no
hará diferenciación entre lo político y lo social. El hombre es un ser político
y social por naturaleza, lo que significa que es un hombre que es y vive en
una sociedad organizada en torno al poder, y que es imposible su existencia
fuera de ella.
Que lo político y lo social no encuentren mayor diferenciación en la
Grecia antigua contribuirá a mejorar la calidad de la deliberación política

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en la democracia ateniense, pues al ciudadano no le serán ajenos los asuntos


referentes al poder, por lo que su conocimiento al respecto marcará su par-
ticipación al interior de la polis y de sus órganos deliberativos.

6. La concepción de igualdad entre ciudadanos que poseen rasgos


comunes: isonomía

En la Grecia Antigua, la ciudadanía significaba un estatus político de


enorme trascendencia, pues le permitía al individuo que la poseía influir en
la definición de los asuntos más importantes de su polis: “para un griego, la
ciudadanía significaba siempre esa participación, cualquiera que fuese su
grado. En consecuencia, la idea era mucho más íntima y menos jurídica que
la idea moderna de ciudadanía” (Sabine, 2000: 32).
En la sociedad jerarquizada griega, el estatus principal colectivo les co-
rresponderá precisamente a los ciudadanos, los cuales se mantendrán entre
sí en condición de igualdad. Es precisamente en la concepción de isonomía
donde se materializará el pensamiento geométrico que inaugura la filosofía:
“sustitución de las antiguas relaciones jerárquicas de dominación y de su-
misión por un nuevo tipo de relación social fundada en la simetría, la rever-
sibilidad, la reciprocidad, la reciprocidad entre ciudadanos definidos como
«semejantes» o «iguales»” (Vernant, 1992: 12).
En la Grecia antigua, y en la democracia ateniense, el ciudadano es
igual ante sus pares conforme a la ley: “se concibe a los ciudadanos, en el
plano político, como unidades intercambiables dentro de un sistema cuyo
equilibrio es la ley y cuya norma es la igualdad” (ibidem: 72). Dicha con-
cepción de igualdad entre los ciudadanos será fundamental para el tipo de
deliberación política, pues el monarca ya no destacará por encima de todos,
sino que será la colectividad —manifestada en su ciudadanía— la que tome
el control de las decisiones políticas de la polis:

La polis se presenta como un universo homogéneo, sin jerarquía, sin planos


diversos, sin diferenciación. La arkhé no se concentra ya en un personaje único
en la cúspide de la organización social. Está repartida por igual a través de
todo el dominio de la vida pública en ese espacio común donde encuentra la
ciudad su centro” (ibidem, 113).

La isonomía posibilitó la participación de los ciudadanos en igualdad


de condiciones en los asuntos de la comunidad: “Isonomía significa igual-

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dad ante la ley, pero también es algo más: no es sólo tener derechos iguales,
de manera pasiva, sino la posibilidad de participar en los asuntos de la co-
munidad, y esa posibilidad está regulada” (González Ochoa, 2004: 27). Con
el advenimiento de la polis, las relaciones sociales entre ciudadanos quedan
basadas en la igualdad y no ya en una estructura jerárquica de dominación,
que imperaba en la monarquía micénica, bajo la figura del rey denomina-
do ánax.6
La sociedad griega7 era una sociedad jerarquizada en la que los ciuda-
danos constituían la minoría, conformados por hombres libres, que poseían
un determinado patrimonio. Entre sí, los ciudadanos eran iguales ante la ley
(isonomía), lo que les permitía una igualdad en la participación en los asuntos
públicos, no de un modo arbitrario, sino regulada por la propia legislación
(nomos) de la polis (véase González Ochoa, 2004: 27): “Tal es la idea de isono-
mía que toma a la igualdad en forma de la relación más simple: 1/1. La úni-
ca «justa medida» susceptible de coordinar las relaciones entre ciudadanos
es la igualdad plena y total” (Vernant, 1992: 110).
Una extensa gama social quedaba excluida de la ciudadanía y por tan-
to de los derechos políticos: los metecos (extranjeros), los libertos (esclavos o
hijos de esclavos que conseguían su libertad), las mujeres, los niños y, por
supuesto, los esclavos.
Así pues, y de acuerdo con los seis puntos antes expuestos, la polis cum-
plirá diversas funciones:

...la polis como ideal filosófico, como unidad de sentido, como fundamento
de la virtud, del bien y de la verdad; la polis como un orden completo, mode-
lo —y no analogía— del cosmos; como una totalidad autosuficiente no sólo
económica y políticamente, sino filosóficamente, pues la verdad, la belleza, la
virtud y el bien no son objetos o fines de la polis, sino sus creaciones, sus más
bellos frutos (Bermuda, 2001: 36).

Es importante tomar en cuenta estas seis características generales, pues


influirán decisivamente en los mecanismos de deliberación política, sobreto-
do de la democracia ateniense, que expondré someramente a continuación.

6 Para conocer la organización social y política de la monarquía micénica véase Ver-


nant, 1992: capítulo II.
7 Para conocer las características generales de la vida cotidiana de los griegos véase
Montanelli, 2005: capítulo XX; para las características sociales véase capítulo XXI; para
conocer el desarrollo de vida de un griego ordinario véase capítulo XXII, y para conocer el
desarrollo de vida de una griega ordinaria véase capítulo XXIII.

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III. Instituciones y actores principales


de la deliberación política ateniense

En este apartado deseo mostrar de qué modo las características de la polis


se materializaron en la estructura política de Atenas. Con dicha exposición,
quedarán claro claros los principales procedimientos, actores e instituciones
a través de los cuales los atenienses construyeron sus respectivas decisiones
políticas. La Atenas a la que me referiré es aquella que se manifiesta entre
la mitad del siglo VI a. C. y principios del siglo IV a. C., época principal del
periodo democrático ateniense. Previo a la constitución del régimen demo-
crático, en Atenas, como en la mayoría de las poleis de la Antigüedad, existía
un régimen de corte aristocrático, así como una sociedad que obedecía a las
formas de organización características de una aristocracia.8 Dicha aristocra-
cia estaba representada por los Eupátridas, que ejercían el poder antes de la
instauración de la democracia, y serán sustituidos paulatinamente por magis-
trados denominados arcontes (Domínguez Monedero, 2003: 97).
En la conformación de la democracia intervienen principalmente tres
personajes cuyas decisiones fueron fundamentales. El primer personaje his-
tórico que comenzó a sentar las bases para la conformación de la futura
democracia fue Solón (640-558 a. C), hacia principios del siglo VII a. C. Su
principal aportación democrática está vinculada con la división social que
estableció al reformar la Constitución ateniense de su tiempo, de acuerdo
con criterios económicos. Tres fueron las clases sociales existentes entonces
establecidas a partir de su correspondiente riqueza, a saber:

a) los “Pentacosiomedimni”, u hombres capaces de proveer 500 sacos de ce-


reales; b) los “Hippeis” o caballeros; c) los “Zeugitae” o tronquistas. A estas
clases tradicionales añadió: d) los “Thetes” o villanos, los ciudadanos más
pobres. A cada clase se asignaron derechos políticos en proporción con su
respectiva categoría (Petrie, 1972: 23).

Como es de suponerse, de acuerdo con la clasificación antes referida, la


primera clase social poseía mayor cantidad de derechos políticos y la posibi-
lidad de acceder a mejores cargos públicos que la segunda, y ésta, a su vez,
que la tercera. La última clase social, por sus condiciones económicas, no
tenía la posibilidad de acceder a ningún cargo público. Sin embargo, uno
de los aportes más significativos a la democracia ateniense de Solón residió
en que éste le confirió a la última clase social el derecho de participar en la
8
Para conocer en términos generales la forma de organización política primitiva de
Atenas véase Petrie, 1972: “El primitivo Estado ateniense”.

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Ecclesia, o Asamblea General de ciudadanos, otorgándoles con ello la posi-


bilidad de influir en las decisiones que definían el rumbo político de Atenas.
Asimismo, otro de los grandes aportes de Solón consistió en crear un
Consejo de 400 ciudadanos (Boulé), cuyos miembros provenían de las tres
primeras clases sociales de Atenas. Dicho Consejo terminaría, a la postre,
constituyéndose en un importante contrapeso de las decisiones de la Ecclesia,
como se verá más adelante.
Además de la nueva división social, Solón abolió deudas económicas,
reorganizó políticamente a Atenas, estableció nuevos criterios para la ob-
tención de la ciudadanía, ya no basados en el nacimiento sino en la riqueza,
suprimió el monopolio Eupátrida, le otorgó mayor peso político a la Ecclesia,
creó el tribunal (Helieaca), reformó los criterios para ingresar al Areópago, y
dotó a la polis ateniense de una legislación más acabada (Domínguez Mo-
nedero, 2003: 98).
Después de Solón, el principal impulsor de la democracia ateniense fue
el estadista Clístenes (siglo VI-siglo V a. C.), cuyas reformas políticas, ha-
cia el final del periodo arcaico, habrán de delinear considerablemente dicho
régimen político. A reserva de exponer líneas abajo, de manera detenida, en
qué ámbitos impactaron las reformas de Clístenes, habría que apuntar que
precisamente es a él a quien se le debe una profundización de la democracia
en Atenas. El incremento de las antiguas tribus atenienses, la redistribución
distrital, la nueva representación tribal en las instituciones de Atenas, la
modificación de dichas instituciones, los nuevos mecanismos de elección,
el acercamiento entre los miembros del Ática, las reformas de la Boulé y de
la Ecclesia, así como otras reformas más, trajeron como consecuencia una
verdadera representatividad democrática de la polis y una dinámica política
democrática más efectiva y profunda.
Como ninguna otra, las reformas de Clístenes contribuirán considera-
blemente a materializar el ideal de igualdad de los ciudadanos frente a la
ley: “En el siglo VI, la isonomía (la igualdad ante la ley) de Clístenes funda
la igual participación de todos los ciudadanos en el ejercicio del poder ate-
niense… Esta igualdad, pensada según el modo geométrico y no aritmético,
según la proporción y no la nivelación, no atenta contra las jerarquías sino
que las transforma” (Baudart, 2004: 20 y 21).
Finalmente, después de Clístenes, la política de Pericles (495-429 a. C.)
en el siglo V a. C., terminó de afianzar el régimen democrático de la Atenas
antigua, no sólo a través de su propia defensa, sino mediante una política
de contención de sus propias características: “Las instituciones de Clístenes
y luego de Pericles tienen como meta principal constituir frenos a la exten-

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INSTITUCIONES, PRINCIPIOS, ACTORES Y ASPECTOS MATERIALES... 37

sión del poder, y en primer lugar al del demos (el cuerpo de los ciudadanos)”
(Baudart, 2004: 20 y 21).
Las reformas políticas de Solón, Clístenes y Pericles habrán de impactar
principalmente en tres instituciones de la polis que definirán la deliberación
política de la democracia ateniense. Dichas instituciones son el Demos, la
Boulé y la Ecclesia. Aun cuando no es posible referirse a las antiguas insti-
tuciones griegas conforme a las clasificaciones modernas, podríamos decir
que los magistrados cumplían una función ejecutiva, mientras que la Boulé
y la Ecclesia desempeñaban un rol legislativo. Finalmente, lo que correspon-
dería al ámbito judicial estaba materializado en el Consejo del Areópago y en
el tribunal del Heliea.
En relación con los magistrados,9 había algunos ordinarios, electos por
sorteo, que duraban en su cargo un año y estaba prohibida su reelección,
mientras que había otros, militares y financieros, que eran electos vía el
voto ciudadano. En ambos casos quedaban agrupados en cuerpos de diez,
correspondientes a las diez tribus que habrá de fundar Clístenes. De entre
todos los magistrados, existen diez que son los más relevantes, denominados
Arcontes, provenientes de cada tribu. De estos diez magistrados, el Arconte en
jefe, el Arconte rey y el Polemarco eran los más importantes, además de los seis
Arcontes menores restantes. Sus funciones serán judiciales, religiosas y admi-
nistrativas. Además estaban los magistrados generales, diez estrategoi, encar-
gados de la milicia y de lo naval —creados también por Clístenes—, cada
uno representante de cada tribu (González Ochoa, 2004: 38).
Referente a lo judicial en la antigua Atenas,10 el Consejo del Areópago y el
tribunal de Heliea desempeñaban papeles sobresalientes. Respecto al prime-
ro, era un cuerpo compuesto de exarcontes que tenían una función jurisdiccio-
nal en materia penal; atendían también asuntos extraordinarios y especiales
de la polis, por la gravedad de los casos ahí abordados. Se dice que Sócrates
fue juzgado y condenado a beber la cicuta precisamente en uno de ellos. El
tribunal del Heliea estaba conformado por seis mil ciudadanos de más de 30
años, denominados Helieastas (Baudart, 2004: 23 y 24), llamados también
Dicasterios o jurados populares, cuyos miembros se llamaban asimismo dicas-
tas (Petrie, 1972: 94), los cuales atendían la mayoría de los asuntos judiciales
de Atenas, de menor gravedad tanto de orden civil como penal.
Los tribunales desempeñaban un control popular sobre los magistrados
y las leyes de la polis, y sus miembros eran designados por los demos (Sabine
9
Para conocer las características generales de los magistrados véase “Principios genera-
les sobre los Magistrados” y “Los arcontes” en Petrie, A., op. cit.
10
Para conocer las características generales de los asuntos judiciales véase Petrie, 1972:
“El Consejo del Areópago” y “El procedimiento judicial ateniense: sus principios generales”.

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38 LUIS ROBERTO MANTILLA SAHAGÚN

2000: 35). En todos los casos, el sistema judicial estaba conformado por
ciudadanos de la propia polis, pues Grecia no desarrolló una estructura es-
pecializada:

En la Atenas clásica y, es de suponer, también en otras democracias griegas,


los jurados eran amplios, representativos de muchos estratos de la población
y plenipotenciarios. Es decir, nunca se desarrolló una clase de juristas pro-
fesionales, de modo que los jurados populares interpretaban la ley a la vez
que determinaban los asuntos de hecho, guiados solamente por los discursos
preparados para las partes por los abogados más o menos profesionales y por
las citas, dentro de los discursos, de leyes o decretos (Finley, 1990: 47 y 48).

Finalmente, en la función legislativa propiamente dicha no sólo se ela-


boraban las leyes sino, sobre todo, se deliberaba acerca de los asuntos de la
polis. Dicha función quedaba en manos de la Boulé y la Ecclesia. Como sus-
tento básico de ambas se encontraba el Demos, espacio territorial que orga-
nizaba a la ciudadanía para la participación política respectiva, de ahí que
resulte necesario primero conocer éste para entender a aquéllas.

1. El Demos

El término Demos en la Grecia antigua hacía alusión a dos realidades


distintas:

...la ambigüedad de la palabra Demos es muy significativa: por una parte, se


refería al cuerpo de ciudadanos como un todo, como en las palabras intro-
ductorias de los decretos oficiales de una asamblea democrática griega —“el
Demos ha decidido”—; por otra parte, se refería al pueblo común, a los mu-
chos, a los pobres, como en el Gorgias de Platón (Finley, 1990: 12).

Esta confusión ha perdurado a lo largo de los siglos hasta la actualidad,


sobre todo cuando se refiere a la democracia como el gobierno del pueblo
entendido éste, erróneamente, como el conjunto de miembros que compo-
ne a la sociedad griega, en lugar de entenderlo como el gobierno de los ciu-
dadanos de dicho pueblo, como es más exacto, en estricto sentido.
En virtud de lo anterior, para efectos de este trabajo, habré de referirme
al concepto de Demos como el espacio que integraba al conjunto de ciuda-
danos de una polis, el cual se materializará territorialmente. En este sentido,
en la polis ateniense, el Demos o tribu constituyó la unidad principal de orga-

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nización territorial, a partir de la cual los ciudadanos quedaban ordenados


en una determinada manera para su respectiva participación política. Cada
Demos comprendía a una comunidad, cuyo carácter era soberano (González
Ochoa, 2004: 26) Precisamente, la soberanía de los Demos incidirá, de ma-
nera fundamental, en una de las características principales de la polis, antes
referida, esto es: la autonomía política.
A lo largo de su historia, Atenas fue dividida en diversos Demos. A par-
tir de la nueva Constitución de Clístenes (508 y 507 a. C.) se incrementó
el número de tribus a diez, en lugar de las cuatro existentes a la sazón. La
reforma clisteneana se basó en una división territorial de toda el Ática, en
tres distritos diversos, a saber: la ciudad, la costa y el campo: “La idea de
Clístenes es la de una ciudad en donde los ciudadanos estarían en un mis-
mo plano y ocuparían posiciones simétricas y reversibles con respecto a un
centro común” (González Ochoa, 2004: 52).
Con dichas reformas, la población ateniense quedó esparcida por toda
la polis (Petrie, 1972: 26 y 27), y las tribus quedaron constituidas median-
te una mejor representación política: “Cada tribu realiza de este modo la
“mezcla” de las poblaciones, de los territorios, de los tipos de actividades,
de que se compone la ciudad” (Vernant, 1992: 112). La importancia de la
reforma de Clístenes radicó en que logró vincular a las diversas sociedades,
proporcionándoles una cohesión política hasta antes nunca vista, y elimi-
nó el poder político de los liderazgos locales: “Esta obligatoria distribución
geográfica de los miembros del consejo parece haber reducido fuertemente
el alcance de la influencia que los patronos locales podían haber ejercido”
(Finley, 1990: 68).
Cada ciudadano pertenecía a un Demos y, mediante éste, accedía a los
espacios de deliberación política de la polis. Cada Demos aportaba un deter-
minado número de ciudadanos a la Boulé. La selección de los ciudadanos en
la Boulé se llevaba a cabo por un proceso azaroso y no, como sucede en la
modernidad, mediante voto universal y secreto, lo que da cuenta de ciertos
aspectos importantes de la democracia ateniense.
En particular destaca el siguiente: si cualquier ciudadano podía ser de-
signado por el azar para participar en el órgano de la Boulé, y no podía re-
petir sino hasta haber agotado el conjunto de ciudadanos de su Demos, esto
presupone entonces la existencia de una adecuada preparación política en
cualesquiera de los ciudadanos. Dicho en términos modernos, en la Grecia
antigua, sobretodo en Atenas, la educación, la formación y la cultura políti-
cas estaban tan bien desarrolladas que únicamente de esa manera se podía

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40 LUIS ROBERTO MANTILLA SAHAGÚN

dar juego político a cualquier ciudadano. En este sentido, la paideia11 del


hombre ateniense muestra su importancia en el proceso de consolidación
política de la polis.
La necesidad de participar en cualquier momento en la vida política
obligó al ciudadano a mantenerse preparado en la lid de la oratoria, en
el arte del bien hablar, de exponer e hilar racionalmente argumentos con-
vincentes y de conocer a fondo lo que sucedía en su respectiva comunidad
política. Por ello, el régimen democrático ateniense se caracterizó, para la
posteridad, como un sistema altamente activo, en el sentido de que el ciu-
dadano no intervenía únicamente de manera procedimental, como en oca-
siones sucede en la democracia moderna —en la que sólo se constriñe a
depositar su voto de manera periódica— sino en términos sustantivos, en el
sentido de que estaba exigido en todo momento a conocer, criticar y ejercer
decisiones de índole política.
Asimismo, la participación ciudadana dentro del Demos y la Boulé, como
se mostrará más adelante, estaba circunscrita al cumplimiento de tiempos,
formas y fines supremos, por lo que la deliberación política ateniense nació
y heredó a Occidente una cierta racionalidad formal y de contenido mucho
muy importante, con un claro tinte formativo. De esta manera, el Demos se
conformó como el espacio básico de la polis, desde el cual la democracia ate-
niense tendrá un sustento ordenado, territorial y racional. A partir de este
Demos, la Boulé y la Ecclesia adquirirán sentido.

2. La Boulé

Uno de los dos órganos principales de la deliberación política en la demo-


cracia ateniense era la Boulé. Esta institución política influyó principalmente
como instancia administrativa, deliberativa y judicial (Petrie, 1972: 27). To-
dos los asuntos administrativos de la polis pasaban por sus decisiones, asimis-
mo, lo referente a las finanzas, las relaciones exteriores (alianzas, tratados,
guerras), los aspectos religiosos y algunos asuntos judiciales estaban dentro
de sus atribuciones.
A partir de las reformas de Clístenes sobre la organización territorial
(Demos) y la propia Boulé, ésta quedó integrada por 500 miembros, en vez de

Sobre el concepto de paideia, apunta Jaeger: “Es imposible rehuir el empleo de expre-
11

siones modernas tales como civilización, cultura, tradición, literatura o educación. Pero ninguna de
ellas coincide realmente con lo que los griegos entendían por paideia. Cada uno de estos tér-
minos se reduce a expresar un aspecto de aquel concepto general, y para abarcar el campo
de conjunto del concepto griego sería necesario emplearlos todos a la vez” (Jaeger, 1992: 2).

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los 400 establecidos por Solón. El proceso de conformación de la Boulé se


llevaba a cabo de la siguiente manera: cada uno de los 10 Demos de la polis
aportaba 50 ciudadanos, los cuales eran elegidos por sorteo. La elección
azarosa de los representantes de los Demos y el referido incremento de ciuda-
danos permitió a la Boulé tener una mayor representatividad democrática.
Lo primero, en cuanto al mayor juego político que tuvieron todos los ciuda-
danos integrantes de una tribu, y lo segundo, en tanto que se incluyó a un
mayor número de ciudadanos de toda el Ática.
Al aportar, entonces, cada uno de los 10 Demos de la polis 50 ciudadanos,
la Boulé quedó integrada en total por 500 miembros, en virtud de lo cual
recibió también el nombre de “asamblea deliberante o Consejo de quinien-
tos miembros (bouleutes)” (Baudart, 2004: 23), cuya sede era el bouleuterion,
ubicada dentro del ágora (véase González Ochoa, 2004: 34 y ss; Vernant,
1992: 113). Cada 36 días se rotaba el control de la Boulé a cada Demos, con
la finalidad de que todos participaran en la administración de la misma, por
lo menos, una vez al año. De este modo, si en la Boulé participaban las 10
tribus y cada una de ellas tenía el control durante 36 días, la participación
conjunta de todas las tribus cubría el total de 360 días al año. No sobra decir
que con esta medida se reforzó aún más la participación política de todos
los ciudadanos de Atenas.
El periodo de control de la Boulé se denominaba pritanía, a sus miembros
respectivos se les llamaba pritanos y a la tribu encargada pritanizante (Petrie,
1972: 89). La tribu pritanizante recibía una mayor cantidad de dinero para
desempeñar sus respectivas funciones. Los pritanos sesionaban diariamente,
preparaban los asuntos de la Boulé y convocaban a las sesiones de ésta y de
la Ecclesia.
La deliberación política ateniense se llevaba a cabo de la siguiente ma-
nera. Primero se discutían en la Boulé los asuntos que le constreñían a la pro-
pia polis. Una vez agotadas las discusiones, que podían tardar horas o días,
se tomaban las decisiones correspondientes por mayoría democrática. Ya
aprobadas por la Boulé dichas decisiones, entonces se turnaban a la Ecclesia
para su respectiva aprobación.

3. La Ecclesia

La Ecclesia era la segunda instancia en donde se desarrollaba la delibe-


ración política en la democracia ateniense. Incluía a todos los ciudadanos
de la Atenas democrática en pleno ejercicio de sus derechos políticos, entre
los cuales se calculaban de 5,000 a 10,000 ciudadanos aproximadamente

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42 LUIS ROBERTO MANTILLA SAHAGÚN

(Finley, 1990: 83), por lo que quedaban excluidas de la misma todas aquellas
personas que no tuvieran dicho estatus político (mujeres, extranjeros, niños).
Anne Baudart proporciona una cifra mayor de ciudadanos de la Atenas del
siglo V (40,000) (Baudart, 2004: 23), lo que da cuenta de la variabilidad nu-
mérica en cuanto a las cifras se refiere.
Los ciudadanos que integraban la Ecclesia se reunían, aproximadamente
diez veces al año (Sabine, 2000: 33), en las faldas de un monte, en la Pnyx,
o en la plaza de un mercado. La apertura de sus sesiones estaba precedida
por una ceremonia religiosa. El heraldo era quien comunicaba los asuntos
del día a tratar, provenientes de la Boulé. Una vez leído el proyecto de reso-
lución, la Asamblea decidía si quería abordar los asuntos preparados por la
Boulé en sus términos y, en caso afirmativo, se procedía a la intervención oral
por parte de los ciudadanos, que podía durar cuanto tiempo fuera necesa-
rio hasta el momento de la votación de la Ecclesia para decidir lo respectivo.
Las resoluciones de la Ecclesia podían regresarse a la Boulé para su discu-
sión en los términos propuestos por la asamblea misma, en caso de alguna
modificación, o bien podían turnarse a la Boulé para dar cuenta de la ratifi-
cación de la decisión tomada por el Consejo y dar por enterado a éste de la
ejecución de lo acordado. Igualmente, si la determinación de la Ecclesia es-
taba relacionada con la creación de una Constitución o una reforma a ésta,
entonces se turnaba a la comisión de dicastas para la inclusión de la reforma
jurídica respectiva, cuidando en todo momento que no se incurriera en una
contradicción de ley (nomos).
De este modo, mediante los dos órganos referidos —la Boulé y la Eccle-
sia—, la deliberación política de la democracia ateniense mantenía vigentes
dos principios básicos que dieron sustento fundamental al régimen demo-
crático, a saber: la consecución de la isonomía y la generación de contrapesos
en las decisiones políticas de la polis. En relación con el primer principio
habría que señalar que si ya en la Boulé se materializaba el ideal ateniense
democrático de igualdad de participación de los ciudadanos conforme a la
ley, en la Ecclesia dicho ideal encontrará su apoteosis: en la Ecclesia “todos los
ciudadanos tienen el mismo derecho a tomar la palabra (isegoría), sus votos
valen exactamente lo mismo (isopsephía) y tienen la libertad moral de hablar
con absoluta franqueza (parrhesía)” (González Ochoa, 2004: 28).
La grandeza y novedad de la democracia ateniense, respecto a regí-
menes anteriores, tanto de Atenas como de otras poleis, se centró en este
sentido, en la colectivización de la toma de decisiones políticas, bajo con-
diciones de igualdad ante la ley. Antes de su instauración, dichas decisiones
quedaban a cargo, principalmente, del monarca o del tirano, según la época
histórica de que se trate:

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La polis se presenta como un universo homogéneo, sin jerarquía, sin planos


diversos, sin diferenciación. La arkhé ya no se concentra en un personaje úni-
co en la cúspide de la organización social. Está repartida por igual a través
de todo el dominio de la vida pública en ese espacio común donde encuentra
la ciudad su centro… la soberanía pasa de un grupo a otro, de un individuo
a otro, de tal modo que mandar y obedecer, en lugar de oponerse como dos
absolutos, se transforman en los dos términos inseparables de una misma re-
lación reversible (Vernant, 1992: 113).

Con el arribo de la democracia, la comunidad política, a través de sus


ciudadanos, tomó el control del poder de la polis y decidió como un todo
unificado.
Respecto al segundo principio habría que destacar que, una vez colecti-
vizadas las decisiones de poder entre los ciudadanos, la democracia atenien-
se supo generar contrapesos políticos como medios de control efectivo. De
ello da cuenta, de manera primordial, la instauración de la Boulé y de la Ec-
clesia, por un lado, y el tipo de relación de estos dos órganos de deliberación
política, por el otro: “la Asamblea prepara el trabajo de la Boulé, que decide
in fine el futuro de las leyes votadas por la Ecclesia, eventualmente las corrige,
las rechaza si se da el caso y vigila a los magistrados. El poder legislativo se
autocontrola por este doble dispositivo” (Baudart, 2004: 23).
Además del procedimiento deliberativo entre la Boulé y la Ecclesia, el
control en la toma de decisiones políticas en la democracia de Atenas se lo-
gró mediante otras medidas, entre las cuales están el procedimiento azaroso
de selección de ciudadanos en la Boulé, la rotación del control político de
dicho órgano deliberativo, la participación igualitaria de los ciudadanos en
la Ecclesia, entre otros más:

Los siglos VI y V ven el establecimiento en Atenas, de manera efectiva y


notoria, de la distinción y de la vigilancia mutua de los poderes para limitar
mejor las tentaciones de desmesura inherentes a uno de ellos o a todos como
sucede con la naturaleza humana. Además, los procedimientos del sorteo para
acceder a las magistraturas anuales, la prohibición de su renovación para un
mismo ciudadano, tienen como objetivo directo eliminar la iniquidad, la
apropiación excesiva de la “cosa pública” por uno solo o algunos. El interés
general se erige en norma del bien político (Baudart, 2004: 24).

Todas las anteriores medidas impidieron el control exclusivo del poder


por parte de una porción particular de ciudadanos y posibilitaron una di-
námica mucho muy activa. En suma, la deliberación política de la democra-
cia de Atenas presentará las siguientes características:

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44 LUIS ROBERTO MANTILLA SAHAGÚN

primacía absoluta de la asamblea de todos los ciudadanos atenienses para la


asunción de las decisiones de relevancia colectiva; derecho de palabra y de
propuesta dentro de la asamblea atribuido a todo ciudadano sin discrimina-
ción alguna; extracción por suerte de los cargos públicos y de las magistra-
turas, comprendidos en los tribunales, de nuevo sobre el presupuesto de una
igualdad absoluta entre los ciudadanos, de tal manera que todos son conside-
rados dignos de acceder incluso a los más altos cargos; alternancia anual de
los gobernantes, que compromete en la responsabilidad de gobierno a la par-
te más tenaz posible de la ciudadanía; obligación de los mismos gobernantes
de rendir cuentas públicamente (Fioravanti, 2001: 17 y 18).

IV. Principios esenciales de la deliberación


política ateniense

De todos los rasgos que podrían resultar determinantes para definir la cali-
dad de la deliberación política de la democracia ateniense, resalto tres que
me parecen fundamentales.

1. El papel / valor del logos (palabra, discurso, razón)

Apunté ya que la democracia ateniense dio cauce a la participación


política de los ciudadanos a través del Demos (comunidad de ciudadanos),
de la Ecclesia (la asamblea del Demos) y de la Boulé (el consejo del Demos). Sin
embargo, para que dicha participación se expresara adecuadamente, fue
necesario el desarrollo del logos, esto es, de la palabra, del discurso y de la
razón al interior de la polis.
Para los griegos, el logos habrá de ser el vehículo principal mediante el
cual se expresen las ideas no sólo filosóficas sino políticas. A través del logos,
los griegos debatían los asuntos de la polis y decidían su propio destino: “la
palabra no es ya el término ritual, la fórmula justa, sino el debate contradic-
torio, la discusión, la argumentación” (Vernant, 1992: 62). Para la democra-
cia ateniense fue fundamental la exposición y discusión racional de las ideas
políticas, como condición sine qua non de la deliberación política: “promo-
ción de la palabra que se convierte, en su empleo profano, en tanto que li-
bre debate, en discusión, argumentación contradictoria, en el arma política
por excelencia, en el instrumento de la supremacía en el Estado” (Vernant,
1992: 12). Hubiera sido impensable la posibilidad del sometimiento racio-
nal de las propuestas políticas de la Boulé o de la Ecclesia sin la concurrencia
de los argumentos que dieran cuenta de las mismas.

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Y para que los argumentos tuvieran un valor específico, los griegos otor-
garon a la palabra una cualidad esencial de entendimiento: “entre la políti-
ca y el logos hay, así una realización estrecha, una trabazón recíproca. El arte
político es, en lo esencial, un ejercicio del lenguaje; y el logos, en su origen,
adquiere conciencia de sí mismo, de sus reglas, de su eficacia, a través de su
función política” (Vernant, 1992: 62).
Si bien los designios del monarca o del tirano, anteriores a la democra-
cia griega, no necesitaban de su respectiva justificación, pues se imponían
a través de la fuerza, en la democracia ateniense las decisiones políticas de
la colectividad tenían que pasar por el rigor necesario del examen racional
expuesto a través del logos: “la ley de la polis, en contraposición al poder
absoluto del monarca, exige que las unas y las otras sean igualmente some-
tidas a «rendición de cuentas», eúdynai. No se imponen ya por la fuerza de
un prestigio personal o religioso; tienen que demostrar su rectitud mediante
procedimientos de orden dialéctico” (Vernant, 1992: 63 y 64).
En particular, en la deliberación política de la democracia ateniense, el
logos habrá de expresarse de manera primordial a través de la oratoria, lo
que contribuyó a que los ciudadanos pulieran sus respectivas dotes exposi-
tivas. En este sentido, en la democracia de Atenas, quien no tenía el don o
la habilidad de esgrimir sus argumentos mediante una adecuada exposición
oral, quedaba sumamente limitado para hacer valer sus respectivas razones.
Sobresale, por ejemplo, entre todos, la capacidad discursiva política de
Demóstenes, quien defendió a través de apasionados discursos la indepen-
dencia de las poleis en contra de Filipo. Al respecto, López Eire señala:

La figura de Demóstenes como orador y hombre de estado descuella pode-


rosamente en el panorama político y literario de Atenas del siglo IV a. C. Su
vida… fue un continuo testimonio de patriotismo y apasionada defensa de la
independencia ciudadana en un momento en que las ciudades griegas sintie-
ron seriamente amenazadas sus libertades ancestrales. Sus discursos políticos
vienen a ser el canto del cisne de la democracia ateniense y de la autonomía
de las poléis helénicas (Demóstenes, 1998: 9).

La influencia de Demóstenes en los siglos posteriores, hasta la fecha, ha


sido una constante como modelo de persuasión de políticos, estadistas y es-
trategas militares de todos los tiempos. Al respecto, Antonio Alegre apunta:
“En suma, Demóstenes es un maestro de la oratoria jurídica y política, dig-
no de ser imitado y en el que se inspiran muchos políticos y parlamentarios
de varios países. Especial fortuna ha tenido en Inglaterra, cuya clase política
era (hablo en pasado) conocedora, amante e imitadora de los clásicos” (De-
móstenes, 1998: 8).

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2. El rol / valor de la escritura

A la par de la oratoria, la escritura contribuyó a la consolidación de la


democracia ateniense. En primer lugar, porque a través de ella las disposi-
ciones de la justicia se materializan, y con ello la posibilidad de interpreta-
ción subjetiva se reduce de manera considerable,

en virtud de la publicidad que le confiere la escritura, la diké, sin dejar de apa-


recer como un valor ideal, podrá encarnarse en un plano propiamente huma-
no, realizándose en la ley, regla común a todos pero superior a todos, norma
racional, sometida a discusión y modificable por decreto pero que expresa un
orden concebido como sagrado (Vernant, 1992: 65).

El grado de discrecionalidad, respecto al conocimiento de la propia


normativa política y jurídica, disminuye con la escritura.
Además, la posibilidad de fijar las disposiciones normativas de la polis
contribuye, a su vez, a establecer claramente las cargas, funciones y tareas
encomendadas a cada uno de los miembros que la integran. En este sentido,
la Diké logra

establecer entre los ciudadanos un justo equilibrio que garantice la xeunomía:


la distribución equitativa de las obligaciones, de los honores, del poder, entre
los individuos y las facciones que componen el cuerpo social. La Dike, de este
modo, concilia y armoniza esos elementos para hacer de ellos una sola y mis-
ma comunidad, una ciudad unida (ibidem: 87).

Asimismo, la escritura de las normas habrá de facilitar la consecución


de la isonomía, así como la generación de los contrapesos, necesarios am-
bos para la deliberación política en la democracia ateniense. Lo primero
porque la escritura permite, al dejar plasmadas las normas de la polis, que
haya una mayor intención de objetividad tanto en su conocimiento como
en su cumplimiento. En el primer caso, “la escritura suministrará, en el
plano propiamente intelectual, el medio de una cultura común y permitirá
una divulgación completa de los conocimientos anteriormente reservados
o prohibidos… la escritura podrá cumplir con esta función de publicidad”
(ibidem: 64). Y en el segundo, porque al escribir las leyes “no se hace más
que asegurarles permanencia y fijeza; se las sustrae a la autoridad privada
de los basiléis, cuya función era la de «decir» del derecho; se transforman en
bien común, en regla general, susceptible de ser aplicada por igual a todos”
(ibidem: 64).

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En relación con el segundo punto, la escritura de las leyes establecerá


un importante contrapeso entre la voluntad de aquellos que gobiernen y
la limitación de sus designios, establecida por lo que marca la ley. Quizá la
mejor expresión de la necesidad de contener los mandatos del gobernante
se reproduzca en el último diálogo de Platón, las Leyes, en el que el filósofo
ateniense se pronuncia por un gobierno de leyes y magistraturas en sustitu-
ción del rey-filósofo de la República (véase Mantilla Sahagún: 2013: 59-68).
Platón sabe bien que por más sabio que resulte el gobernante, sus mandatos
pueden degenerar por lo que es preferible que queden contenidos por una
estructura jurídica y política de poder.
La rendición de cuentas será otro factor mediante el cual se controle el
ejercicio del poder político: “Con Solón, Diké y Sophrosyne, bajadas del cielo a
la tierra, se instalan en el ágora. Lo que quiere decir que ellas mismas en ade-
lante tendrán que rendir cuentas” (Vernant, 1992: 100), Esto es así porque
dicha rendición quedará plasmada en un documento que posteriormente
podrá consultarse sin el riesgo de pérdida que trae consigo la oralidad.

3. El rol / valor de la ley

Finalmente, la democracia ateniense, como cualquier orden político en


la Grecia Antigua, se vio posibilitado por el alto valor que le conferían los
griegos a la ley.12 De ello da cuenta, por ejemplo, la aceptación y cumpli-
miento de Sócrates a la sentencia de la polis que lo condenaba a la muerte,
aún cuando no estuvo de acuerdo con su contenido, pues la consideró in-
justa. Independientemente de su juicio al respecto, Sócrates se sometió a la
decisión de los jueces y prefirió permanecer en Atenas que huir de la polis
para salvarse de la muerte:13

Así se concibe el respeto y adhesión que los antiguos han conservado durante
mucho tiempo a sus leyes. En ellas no veían una obra humana. Tenía un ori-
gen santo. No es una vana frase cuando Platón dice que obedecer a las leyes
es obedecer a los dioses. No hace más que expresar el pensamiento griego
cuando, en el Critón, muestra a Sócrates dando su vida porque la ley se la pide.
Antes de Sócrates, se había escrito en las Termópilas: —Viajero, di a Esparta
que hemos muerto aquí por obedecer a sus leyes—. La ley entre los antiguos

12
Paraun estudio pormenorizado de la ley en la Atenas clásica véase MacDowell, 1986.
Cfr.
13 el diálogo platónico Apología, que da cuenta del proceso y la defensa de Sócrates,
así como el diálogo Critón, que reproduce los últimos momentos de Sócrates.

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48 LUIS ROBERTO MANTILLA SAHAGÚN

fue siempre santa; en tiempo de la realeza fue reina de los reyes; en tiempos
de las repúblicas fue reina de los pueblos. Desobedecerla era sacrilegio (De
Coulanges, 2005: 184).

En general, para el hombre griego, y en particular, para el ateniense, la


ley era la expresión máxima de la polis y de ellos mismos, pues finalmente
la habían creado para ordenar sus propias vidas y la de los demás integran-
tes de la comunidad: “La polis es el mundo de lo racional, de la relación
ordenada entre los individuos, sometidos a normas que emanan de ellos
mismos” (Domínguez Monedero, 2003: 79). Las leyes de la polis eran la ma-
terialización racional de su ser, en comunión con el de la naturaleza. En este
sentido, la ley, el hombre y el cosmos estaban indisolublemente vinculados
entre sí.
A diferencia de la modernidad, en la que los hombres encuentran múl-
tiples mecanismos para eximirse del cumplimiento de la ley, para el hombre
griego, en general, la obediencia de las disposiciones normativas no se po-
nían en duda: “los griegos obedecían libremente la ley de su polis y estaban
orgullosos de hacerlo. Su propia identidad estaba ligada a la ciudad. El peor
de los destinos era el exilio, una especie de muerte cívica” (Minogue, 2003:
21). El exilio era la muerte cívica para el hombre griego, pues lo desposeía
de su vínculo natural con la tierra política que le dotaba de sentido y signifi-
cado a su existencia, y lo dejaba imposibilitado de ejercer la ciudadanía y la
capacidad de ejercer sus derechos en la polis. Además, ser extranjero (meteco)
en la Grecia antigua incrementaba las posibilidades de riesgo de perder la
libertad, mediante la venta del sujeto como esclavo.
En la Grecia antigua, y en la democracia ateniense, la participación po-
lítica no era una obligación sino un honor, y se llevaba a cabo sin menosca-
bo de la voluntad y del libre albedrío: “Las actividades de la polis se realizan
con la cooperación voluntaria de los ciudadanos y el instrumento principal
de esa cooperación es la libre y plena discusión de la política en todos sus
aspectos” (Sabine, 2000: 41). En dicha participación política, el hombre
griego aceptará sin mayor discusión la natural disposición política entre go-
bernados y gobernantes: “La relación mando-obediencia era comprendida
como cumplimiento del armazón ontológico que estructuraba la heteroge-
neidad del ser” (Attili, 1995: 104). Esto será importante para la deliberación
política en la democracia ateniense pues la no aceptación de los designios
de la Boulé o de la Ecclesia, así como de las sentencias de los tribunales, repre-
sentará el rompimiento del orden político establecido por el hombre para su
propio desarrollo y el de la colectividad.

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INSTITUCIONES, PRINCIPIOS, ACTORES Y ASPECTOS MATERIALES... 49

Concluyo la exposición acerca de cómo se llevaba a cabo la delibera-


ción política en la democracia ateniense. Como lo mencioné al inicio del
texto, y sin ánimo de forzar la relación entre el tipo deliberación antigua y
los mecanismos de deliberación actual, deseo apuntar aquí que encuentro
en esa democracia ciertos rasgos que habrán de estar presentes en la di-
námica de resolución de las discusiones políticas de nuestro tiempo. Y, en
este sentido, me sumo a la afirmación que señala que: “la polis va a ser la
más genuina invención de la cultura griega y la que iba a hacer de ella un
referente imprescindible para todos los siglos venideros” (Domínguez Mo-
nedero, 2003: 87).

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50 LUIS ROBERTO MANTILLA SAHAGÚN

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Capítulo 4
TOTALITARISMO: ACERCA DEL RENACIMIENTO
DE UN CONCEPTO DESPUÉS DEL FIN
DEL RÉGIMEN COMUNISTA*

Klaus von Beyme

Sumario: I. Arendt y Friedrich: dos conceptos del totalitarismo como fun-


damento de la doctrina de las formas de dominación. II. Justificación retros-
pectiva del concepto de totalitarismo. III. El totalitarismo: ¿una anticuada
forma de dominación? IV. Bibliografía.

I. Arendt y Friedrich: dos conceptos del totalitarismo


como fundamento de la doctrina de las formas
de dominación

Los científicos alemanes emigrados a los Estados Unidos de América han


realizado aportaciones muy importantes al desarrollo de una teoría de la po-
lítica. Empero, ninguna aportación ha llamado tanto la atención como el
concepto de Hannah Arendt y de Carl Joachim Friedrich sobre la dictadu-
ra totalitaria. Es difícilmente una coincidencia que precisamente emigrantes
alemanes hayan sentido la necesidad de subsumir bajo un concepto común al
nacionalsocialismo y al comunismo. Solamente en Alemania se desarrollaron
ambas formas de dictadura hasta un grado alarmante de perfección.
Corresponde a Hannah Arendt el mérito de la prioridad de la popu-
larización del concepto de la dominación totalitaria. Ya en ella se encuen-
tran comparaciones entre el nacionalsocialismo y el comunismo, si bien la
Unión Soviética sería incorporada más tarde (Arendt, 1952; Gess, 1996:
*
El presente texto apareció en su versión original en alemán como capítulo 7 del libro
Vergleichende Politikwissenschaft (“Ciencia política comparada”), de Klaus von Beyme, bajo el
sello de VS Verlag, Wiesbaden 2010, pp. 115-126. Agradecemos al autor y a la casa editorial
la autorización para publicar esta traducción al español (nota del editor).

51

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52 KLAUS VON BEYME

268). Friedrich fue ocasionalmente criticado por haber simplificado el con-


cepto de Arendt en una versión teóricamente empobrecida por medio de
un catálogo descriptivo de seis criterios, sin haber considerado las amplias
dimensiones históricas y morales de la obra de Arendt. Hannah Arendt, en
una conferencia de la “American Academy of Arts and Sciences”, colocó
en el centro la “complicidad universal” y la “culpa organizada”, conceptos
que crecieron a partir de sus pláticas filosóficas con su maestro y amigo Karl
Jespers (Friedrich, 1954: 337).
Hannah Arendt se volvió particularmente en contra de la operaciona-
lización del concepto de dominación totalitaria que empleó Karl Deutsch,
quien, fiel a su concepción cibernético-política subrayaba la comunicación
y la movilización, sobre todo la “extrema movilización de los esfuerzos y
recursos de su gobierno”. Deutsch vertió las formas forzadas de la moviliza-
ción en un chiste: “En la democracia, todo lo no prohibido está permitido;
en un régimen autoritario, todo lo que no está permitido está prohibido,
y en el totalitarismo, todo lo que no está prohibido es obligatorio” (Deutsch,
1954: 309; Deutsch, 1966: 196 y ss.). Esto no era sólo un chiste. La obser-
vación ingeniosa contenía ya la clara diferenciación entre dictaduras tota-
litarias y autoritarias, mientras que Friedrich, en su intento de agrupar la
totalidad de las formas de dominación de la historia en 13 tipos, todavía en
1963 contraponía a la dictadura totalitaria solamente la dictadura militar
(Friedrich, 1963: 189).
El que faltase el concepto de dictadura autoritaria explica el intento de
Friedrich, de manera infatigable, por aferrarse al concepto de totalitarismo
para los Estados socialistas satélites, aun cuando a su coautor Brzezinski le
asaltaran las primeras dudas. Friedrich hizo esto con correcciones para los
sistemas socialistas posstalinistas, mitigando el terror masivo como criterio
por medio de la característica de una policía secreta plenamente desarrolla-
da (Friedrich, 1968: 33). La crítica a Friedrich se ha dirigido reiteradamente
al status teórico cognitivo de su formación del concepto, presumiblemente
mucho honor para un empirista más bien templado inductivamente, quien
llegaba a sus conceptos sin un pesado armamento teórico cognitivo (Frit-
ze, 1995). En contra del reproche de haber emprendido la mitigación de
los criterios para poder estigmatizar también a los sistemas post-estalinistas
como totalitarios, Friedrich fue defendido con razón (Siegel, 1996: 143).
Precisamente debido a su mérito de no solamente haber definido un tipo
de totalitarismo ad hoc, sino de haber desarrollado una tipología de amplia
cobertura de las formas de dominación, Friedrich no había abierto ningu-
na posibilidad de considerar el cambio en el post-estalinismo por medio de
la explicación de las dictaduras autoritarias, como lo hizo el autor de estas

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TOTALITARISMO: ACERCA DEL RENACIMIENTO DE UN CONCEPTO... 53

líneas en 1974, en una comparación de la España de Franco y los países so-


cialistas (Von Beyme, 1974). La fijación de Friedrich por las dictaduras mi-
litares ya no era aplicable a la España de Franco, aunque el régimen había
sido fundado por un militar.
Pero no sólo este hueco en la tipología de las formas de dominación
confundió a Friedrich, sino también su enfoque estadístico-institucional
para la caracterización del totalitarismo. El desarrollo del totalitarismo en
otra forma de dominación era conceptualmente imposible. De ahí que la
solución pragmática de denominar de otra manera a los sistemas posesta-
linistas no se tomara en consideración, pues más de un concepto brillante
se hubiese perdido: por ejemplo, la opinión externada aún en la segunda
edición de 1965 de que los regímenes totalitarios, no podían ser transfor-
mados desde adentro. En esto era Friedrich un prisionero de su propia ex-
periencia, de que en contra de Hitler y de Mussolini sólo había ayudado la
debellatio.1 De esta experiencia se sostuvo Friedrich de manera cada vez más
obstinada, en tanto que se multiplicaban las voces de que él, en la década
de los treinta, no fue desde el principio un “anti-apaciguador” irreconcilia-
ble frente a la Alemania nacionalsocialista (Lietzmann, 1997, 1999); errores
que durante la guerra trató de corregir colaborando decididamente en la
planeación de una Europa de la posguerra. El intento de caracterizar a las
formas de dominación de manera general y amplia y de confrontarlas con
tipos contrarios fue el principio de una investigación comparativa sistemá-
tica, que con Friedrich no podía deshacerse totalmente de una tradición
europea enciclopédica.
Hannah Arendt, ciertamente, provenía también de Europa, pero su en-
foque era radicalmente diferente. Ella perseguía ideas una por una en forma
aguda, pero no se preocupaba por ir tachando los elementos definidos en los
distintos regímenes. Es cierto que comparaba también a la Unión Soviética
con el régimen nazi, pero ya externaba reparos en cuanto a que el elemento
de las “purgas” también podría utilizarse en el caso del nacionalsocialismo,
puesto que después del asesinato de Röhm, realmente ya no hubo más eli-
minaciones (Arendt, 1954).2 El exterminio planificado de grupos étnicos era
algo distinto de las purgas. Con más certeza que Friedrich, ella veía en ello

1 Debellatio (latín): victoria total, fin de la guerra; esto es, el fin de una guerra alcanzado por
medio de la destrucción completa, del aniquilamiento militar del enemigo (nota del editor).
2 Ernst Julius Röhm (1887-1934) fue un cercanísimo colaborador y amigo de Adolf
Hitler, así como su compinche en la intentona de golpe de Estado en 1923 y cabecilla de las
“Secciones de Asalto” (SA, Sturmabteilung), pero las diferencias políticas y personales se fueron
ahondando con el paso del tiempo, hasta que, por órdenes expresas de Hitler, Röhm fue
detenido y asesinado en su celda (nota del editor).

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54 KLAUS VON BEYME

un elemento de diferencia, aun cuando Stalin en la guerra martirizó hasta


el genocidio a los tártaros de Crimea y a los calmucos. El destino de Arendt
como judía la hacía más perspicaz en lo que atañe a las peculiaridades del
régimen nazi. Además, ella estaba en constante comunicación con Karl Jas-
pers, quien justificaba su partida de Heidelberg a Basilea, entre otras cosas,
con la manera tan superficial con la que los alemanes superaban su culpa.
Jaspers diferenciaba entre culpa jurídica, política, moral y metafísica. Los
alemanes —y sus nuevos aliados entre las potencias de ocupación— reduje-
ron la culpa a la jurídica. Esto llegaba para Hannah Arendt demasiado lejos,
incluso con la definición de Jaspers, pues para tales crímenes no había ya
una pena adecuada. Esto lo vio ella como el motivo por el cual “los nazis en
Núremberg (estaban) tan contentos” (Arendt/Jaspers, 1985: 90). De Jaspers
tomó Hannah Arendt también el rechazo a una satanización de los nazis. Él
le había dado la palabra clave de la “banalidad del mal” (Banalität des Bösen),
que ella adoptó en su libro sobre Eichmann, lo cual enojó sobremanera a
muchos lectores judíos.3 También la complicidad de los judíos por ayudar
en la selección ha sido pocas veces resaltada de manera tan aguda como en
Jaspers y después en Hannah Arendt (Von Beyme, 1996: 141). El aspecto de
la culpa metafísica en la participación en la culpa incluso en los que a prime-
ra vista parecen inocentes es un aspecto que se sustrae de una doctrina de las
formas de dominación, que inductivamente construya tipologías.
Ambos, Friedrich y Arendt, provenían de Alemania, pero su destino fue
distinto. Friedrich no se sentía como emigrante, puesto que ya había estado
voluntariamente en los Estados Unidos en los años veinte; pertenecía a la
parte privilegiada de los no estadounidenses, mientras que Arendt tuvo que
abrirse paso al principio con mucho esfuerzo y todavía después de la gue-
rra, cuando cubría a Jaspers con “Care-Pakets”, despertaba en éste mucha
pena, debido a que ella vivía muy modestamente. Jaspers no tenía por justi-
ficable “dejarnos alimentar por Hannah” (Jaspers, 1967: 180). Friedrich era
más optimista que Arendt con respecto a que una nueva Alemania podría
ser construida sobre los escombros del imperio nazi. Friedrich evitaba pre-
guntas normativas y siguió siendo un empírico; era en el fondo un patriota
tradicional, que sufrió por la participación de Alemania (había nacido en

3
Von Beyme se refiere al libro Eichmann in Jerusalem: a Report on the Banality of Evil (1963),
publicado en la revista New Yorker. Existe traducción al español: Eichmann en Jerusalén. Un estu-
dio sobre la banalidad del mal, trad. de Carlos Ribalta, Lumen, Barcelona, 1967, 1999, 2003. Se
trata del criminal de guerra nazi Otto Adolf Eichmann, quien después de la Segunda Guerra
Mundial huyó a Argentina, fue trasladado subrepticiamente a Israel por agentes secretos de
este país, juzgado y ejecutado en 1962 (nota del editor).

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TOTALITARISMO: ACERCA DEL RENACIMIENTO DE UN CONCEPTO... 55

Leipzig), mientras Arendt y Jaspers, si bien rechazaban “la zona” [socialis-


ta] por tiránica, no sentían la división alemana como escandalosa en sí mis-
ma. Jaspers veneraba a Max Weber y pasaba por alto de buena gana su a
veces exagerado nacionalismo. Hannah Arendt tuvo que llamar la atención
de Jaspers acerca de los rasgos chauvinistas de Weber sólo cuando aquél se
declaró dispuesto “a pactar con el mismísimo diablo para volver a levantar
a Alemania” (Arendt/Jaspers, 1985: 52). Arendt se mostraba incomprensi-
ble frente al irreflexivo patriotismo en Alemania acompañado de la ingenua
pretensión de la reunificación. Como en el caso de Jaspers, lamentaba el ré-
gimen ilegal en la República Democrática Alemana, pero no se preocupaba
si ésta era definetively totalitarian, como Friedrich argumentó en una conferen-
cia organizada por él en 1959, aún antes de que su libro apareciera.
Así como la filosofía política y la investigación empírica poseen su pro-
pio derecho a la existencia, así también tienen ambos conceptos del totali-
tarismo —el normativo y el descriptivo-tipológico— sus futuros seguidores.
La teoría normativa tiene incluso sobre la teoría analítico-tipológico-des-
criptiva ventajas a largo plazo: envejece menos rápido por el cambio de las
condiciones sociales. La conditio humana de ciudadanos cargados de culpa,
como concepto normativo, se mantiene más consistente que las seis carac-
terísticas de una forma de dominación. En este sentido —tengo que conce-
derlo como empírico— el planteamiento de Arendt sobrevivirá más tiempo,
precisamente porque es menos empírico.
Al concepto normativo se le ha agregado un significado totalmente nuevo
a través del colapso del comunismo y del ascenso de los disidentes demo-
cráticos. Si bien estos últimos recién en la fase de la erosión de la dictadura
realmente pudieron externarse, el concepto del totalitarismo se convirtió en
la antípoda del ideal propio de la sociedad civil. Igual que después de 1945,
el totalitarismo se volvió después de 1989 una ayuda para encontrarse a sí
mismo para las nuevas y aún inseguras democracias, que al principio sabían
con certeza lo que rechazaban, más que tener una idea clara del propio ca-
mino hacia la sociedad civil. Entre las interpretaciones de Jaspers y [Václav]
Havel sobre el totalitarismo hay notorios paralelos, aunque Havel segura-
mente no habrá leído a Jaspers (Ballestrem, 1995). Incluso el concepto de
culpa fue subrayado por Havel de manera similar a Jaspers (Havel, 1991;
Jaspers, 1963). Ambos acentúan la maldad total del totalitarismo, porque
envenena todas las relaciones humanas y sociales.
Mientras que Alfred Mayer, Peter Ludz y otros en los tempranos años
setenta constataban una creciente divergencia entre las camarillas estraté-
gicas de los partidos totalitarios y los nuevos intelectuales profesionales y
liberales, se mostró de forma retrospectiva después de 1989, que la “inteli-

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56 KLAUS VON BEYME

gencia”, a pesar de muchas reservas, participó hasta el final en contra del


régimen, saltó demasiado tarde de la “carcacha traqueteada del socialismo”
(Reich, 1994: 100 y ss.). Mientras que la teoría del totalitarismo de Friedrich
acentuaba sobre todo el aspecto de la represión, en el socialismo tardío se em-
plearon más bien incentivos materiales. No fue el miedo, sino la vida cómoda
con privilegios al lado de las elites de la Nomenklatura la que volvió acrítica a
la inteligencia crítica.
Había incluso paralelismos entre Jaspers y la inteligencia antiautorita-
ria en Europa del Este con respecto a un concepto de “Antipolítica”. Havel
redujo más tarde el concepto en el poder. Se trataba de una llamada a la
batalla contra el totalitarismo, pero no era apropiado para la consolidación
de las nuevas democracias (Der Spiegel, 48-1992:173).
Jaspers, por el contrario, en su distanciamiento de la actividad políti-
ca de la época de Adenauer, desarrolló aún más el concepto, por supuesto
que sin emplear el término. Para el análisis del antitotalitarismo de los años
ochenta tardíos y noventa tempranos es decisivo el concepto de totalitarismo
de Hannah Arendt en el espíritu de la filosofía política. Las comparaciones
empíricas del cambio de sistema, en cambio, necesitarán enfrentarse más
bien con las carencias de los conceptos de Friedrich sobre el totalitarismo.

II. Justificación retrospectiva del concepto


de totalitarismo

El concepto filosófico del totalitarismo experimentó un renacimiento a finales


del socialismo real. El concepto analítico del totalitarismo, por el contrario,
fue visto recién después del colapso del comunismo bajo una luz más be-
nigna. En los años ochenta, casi todos los investigadores habían empleado
el concepto de totalitarismo apenas para el comunismo del Gulasch y del
Polski-Fiat. También las teorías convergentes, que durante un tiempo concurrie-
ron con conceptos del totalitarismo, se mostraron sin valor de prognosis. Bien
es verdad que las economías democráticas de mercado habían asumido al-
gunos pensamientos socialistas, pero el comunismo se mostró más “capaz de
mezclas” (C. Offe). El carácter de las dictaduras socialistas se había trans-
formado. La metodología de la investigación de esos sistemas cambió bajo
el lema: “Del totalitarismo a la inmanencia”. Los totalitarismos etiquetados
desde afuera se comenzaron paulatinamente a medir por sus metas ideológi-
cas que ellos mismos establecían, y que fueron confrontadas con las prácticas
de dominación y con la realización de sus metas (Gransow, 1980; Von Beyme,
1975). La palabra clave totalitarismo se parcializaba con vistas a las prácticas

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TOTALITARISMO: ACERCA DEL RENACIMIENTO DE UN CONCEPTO... 57

permanentes de represión, pero cada vez se utilizó menos para la caracteri-


zación del sistema completo. Para el desentumecimiento del debate sobre el
totalitarismo debemos recordar la conclusión a la que llega Hermann Lübbe
de que los conceptos, como producto de la práctica de investigación, no pue-
den ser llamados sin más verdaderos o falsos. Son, en todo caso, apropiados
o inapropiados para la comprensión del objeto deseado (Lübbe, 1996: 285).
Para conceptos cargados fuertemente de emoción, como en el caso del tota-
litarismo, se olvida con mucha frecuencia esta visión.
Después de 1989 se unió la alegría sobre el colapso del socialismo real,
en muchas ocasiones, con una cacería de brujas al servicio de la pregunta
sobre quién ayudó a prolongar la vida del comunismo en tanto que era de-
clarado capaz de vivir o digno de promoverse. La dedicación retrospectiva
con el totalitarismo se dedicaba a la pregunta de quién había previsto de
manera más certera su desarrollo. Pero nadie se había atrevido de mane-
ra seria, incluso en los años noventa, a un pronóstico de colapso (Mlynář,
1983). Sólo la teoría autopoiética de sistemas mantuvo en un alto nivel de
abstracción al subsistema socialista como incapaz de sobrevivir en un mun-
do de economía de mercado, pero sin pronunciar una prognosis concreta
sobre el final. En realidad se refería la conclusión clara no al final del so-
cialismo, sino a Estados que en el sistema capitalista mundial anhelaban
aún convertirse en socialistas (Maturana 1985: 178). El hundimiento del
socialismo condujo a un renversement des alliances: los tradicionalistas como
Conquest o Tucker, los críticos más agudos de los sistemas totalitarios, fue-
ron recibidos con gusto en Moscú. Los investigadores, que antes de 1989
habían creído todavía en el posterior desarrollo democrático del socialismo,
fueron igualmente invitados por la Fundación Gorbachov. La Prestroika de
Gorbachov ya había tergiversado los frentes: los institucionalistas y los perso-
nalistas le concedieron entusiastamente a Gorbachov grandes posibilidades.
Los estructuralistas, que derivaban las posibilidades de desarrollo no tanto
de grandes hombres sino de las condiciones estructurales sociales y econó-
micas del país, se sumergieron en un profundo pesimismo.
Las fallas en la prognosis fueron atribuidas ocasionalmente a la tarea del
enfoque del totalitarismo (Hacker 1990:17). ¿Pero realmente previó la teoría
del totalitarismo el posible hundimiento? Sucedió lo contrario. Solamente
Karl Deutsch llegó, ya en 1953, a la conclusión: “totalitarism is by no means
immune from processes of desintegration” (Deutsch, 1954: 331). Él espera-
ba, empero, tendencias de desintegración a partir de un conflicto interno de
las élites comunistas, un caso que solamente es aplicable a Rumania, si uno
no quiere interpretar de manera similar el conflicto a dos niveles entre la
Unión Soviética bajo Gorbachov y Rusia bajo Yeltsin. De forma paradójica,

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58 KLAUS VON BEYME

los avisos sobre un colapso se volvían más escasos en la literatura científica


mientras más se asomaban las contradicciones en el socialismo. De mane-
ra similar, la Unión Soviética contaba cada vez menos con un colapso del
Occidente, desde los días de los pronósticos equivocados de Eugen Vargas
sobre el derrumbe del capitalismo. Friedrich, al contrario de Deutsch, en
la segunda edición de su obra apuntó con agudeza: “one possibility should
be excluded, except in the satellites: the likelihood of an overthrow of these
regimes by revolutionary action from within” (Friedrich/Brzezinski, 1965:
375). Friedrich se mantuvo fiel a una única posibilidad para el derrumbe de
la Unión Soviética: la violencia desde afuera, como en el caso del régimen
nacionalsocialista. Pero él no hizo esas consecuencias de manera explícita, y
el empate atómico hubiera hecho parecer dichos pensamientos como muy
arriesgados. Esta prohibición de pensar ha sido ocasionalmente motivo de
pesar: la paz fue vista como el único valor, sin preguntar suficientemente
por sus costos, sobre todo para los ciudadanos del este de Europa (Jesse,
1996: 279). Incluso Jaspers no descartaba categóricamente, en su posición
atada entre una política “real” y una “idealista tonta”, el empleo de la bom-
ba atómica como medio para un objetivo elevado (Jaspers, 1983: 486 y ss.;
Hildebrand, 1996:73). Con la decreciente agresividad del comunismo, sin
embargo, se pensó cada vez menos en un final del socialismo desde afuera
en la época de la bomba atómica.
Los escenarios sensatos del colapso tenían por eso que apostar por la
violencia interna. Hubo algunos escenarios, pero su prognosis no fue menos
falsa que aquéllas del modelo totalitario, y comprendía desde la idea del
final de la Unión Soviética debido a una guerra con China (Amalrik, 1970)
hasta el hundimiento por conflictos étnicos (Carrère d’Encausse, 1978), se-
ñalando síntomas de crisis, pero el pronóstico en general no fue confirmado
por la historia.
Brzezinski rehuyó la colaboración en la segunda edición del libro de
Friedrich sobre el totalitarismo; había supuesto para los Estados satélites
una imagen menos totalitaria que para la Unión Soviética, aunque durante
un tiempo, cautivado por Friedrich, había reclamado el totalitarismo in-
cluso para la Italia de Mussolini. Esto fue un pecado venial en la medida
que la oposición italiana contra Mussolini recalcó semánticamente por vez
primera el concepto de Estado totalitario (Germino, 1959; Petersen, 1996).
En el libro homenaje para Friedrich, Brzezinski insinuó cuidadosamente
el creciente disenso con su antiguo mentor, cuando, si bien aún no veía el
totalitarismo en la Unión Soviética como finalizado, pronosticaba que se
volvería paulatinamente disfuncional para el sistema (Brzezinski 1971: 389).
Una revolución exitosa desde adentro —con excepción de Polonia— le pa-

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TOTALITARISMO: ACERCA DEL RENACIMIENTO DE UN CONCEPTO... 59

recía sin embargo todavía improbable. La teoría del totalitarismo se man-


tuvo bajo la influencia de su objeto de estudio: los caudillos totalitarios y los
investigadores del totalitarismo sobrevaloraron el control social total como
posibilidad para gobernar durante mucho tiempo.
El ejemplo rumano mostró las debilidades del coloso sobre pies de ba-
rro. La Doctrina Brézhnev estaba pensada como teoría de apoyo contra las
tendencias centrifugales en el bloque soviético. Rumania no reconoció a la
Unión Soviética como garante del socialismo y tuvo consecuentemente que
ocuparse ella misma de la seguridad del sistema. Esto se intentó por me-
dio de un segundo ejército: la Securitate. Pero precisamente esto contenía el
germen de la ruina, porque, ante el conflicto de ambas fuerzas, el ejército,
después de algunas vacilaciones, se decidió por los insurrectos. Los caudillos
totalitarios presentían traidores y derrotistas en todos lados. Los investiga-
dores del totalitarismo tenían similares miedos al contacto con el otro ra-
dical y subestimaron la influencia de una democratización social entrando
a hurtadillas por medio de los contactos regulares con el Occidente; éstos
explicarían por qué la solución, que fue aun totalmente posible en China,
en la Plaza de la Paz Celestial, no fue aplicada en la Europa del Este.
Friedrich ya no tomó nota de los intentos de desarrollar conceptos de la
dictadura autoritaria; en el volumen más importante de Samuel Hunting-
ton y Clement Moore de 1972 siguió respaldando la antigua teoría del tota-
litarismo (Huntington/Moore, 1970). El reblandecimiento del concepto de
totalitarismo por medio de un análisis realista de las elites (Deutsch), de los
grupos de interés (Skilling, Von Beyme), de las redes de políticas públicas (L.
Holmes, entre otros) en la Unión Soviética fueron ignorados por Friedrich
o tenidos por peligrosos, y de ahí que modificara su catálogo de seis puntos
para salvar el concepto de totalitarismo. Quizá hubiera sido más sensato
aplicar la exigencia de Popper, en el sentido de que los teóricos deberían
indicar ellos mismos las condiciones bajo las cuales darían por refutadas sus
teorías, precisamente a las teorías de más reducido alcance (Fritze, 1995:
641). La reinterpretación de Friedrich como teoría funcionalista, que hace
aparecer como justificada a la adaptación ulterior, crea un efecto sutil a la
vista de los propios esfuerzos de Friedrich por delimitar entre sí, de manera
sensata, a las formas de dominación. La mayor parte de los intentos de la
historia sufren porque los tipos de sistema no están separados estrictamente
según un criterio lógico y caen bajo el veredicto de Voltaire contra la divi-
sión de los sistemas de Montesquieu en monarquías, repúblicas y despo-
tismos. A Voltaire le parecía esto tan lógico como el proceder del Registro
Civil francés, que dividía a los recién nacidos en “masculinos”, “femeninos”

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60 KLAUS VON BEYME

e “ilegítimos”. Los 13 tipos de Friedrich, en los que aparecían sistemas presi-


denciales junto a parlamentarios al mismo nivel que dictaduras totalitarias,
sufrían deficiencias similares. Con un ímpetu clasificatorio digno de [Carl
von] Linné se intentó crear un orden lógico, al precio de que el totalitaris-
mo, según un nivel estructural lógico, está en una precisa “Nomenclatura
Trivial”, a veces junto a la democracia (por su propensión a la corrupción),
a veces junto a la tiranía y al despotismo (en la cuestión de la aplicación del
terror), sin que se llegue a una denominación general y completa del régi-
men (Küchenhoff, 1967: 886 y ss.).
En una mirada retrospectiva se muestra el aspecto de la violencia, que
la teoría del totalitarismo elevó al rango de categoría principal de un tipo de
régimen, como relativizable. Las tipologías que competían con el concepto
de Friedrich para la explicación del régimen comunista ponían de relieve,
en el nivel de la suposición de la estabilidad política, junto a la violencia
también al respaldo activo. Finalmente fue visto, en este nivel, el apoyo
activo como suficiente, siempre y cuando pareciera dada la eficiencia eco-
nómica. También sobre este eje había varias tipologías desde la percepción
de un sistema eficiente o mínimamente eficiente hasta la imputación de que
el socialismo lógicamente sería imposible, porque tiene que ser estructural-
mente ineficiente (Ludwig von Mises).
Según la combinación de ambas suposiciones fundamentales acerca del
apoyo político y de la eficiencia económica eran las diferentes suposiciones
acerca de las perspectivas de vida del comunismo. Las teorías del totalitaris-
mo partían, por lo general, de una combinación de ineficiencia económica
estructural y de violencia máxima (esto es, control totalitario), que condu-
cían a una estabilidad política. La eficiencia económica, en los modelos
del totalitarismo, fue casi siempre tratada muy al margen. La característica
distintiva de la economía planificada casi nunca fue dirigida a los resulta-
dos para el abastecimiento de la población; finalmente, los regímenes tota-
litarios pueden difícilmente ser comparados en relación a esto. Los éxitos
iniciales de Hitler en materia de eficiencia han sido relativizados por las
investigaciones acerca del nacionalsocialismo debido a una inadecuada po-
lítica estructural (Mommsen y Grieger, 1996: 49). Los éxitos transitorios de
eficiencia en la economía soviética fueron defendidos durante largo tiempo
—en contra de los pronósticos sombríos de Mieses y Hayek— para luego
ser, asimismo, de nuevo fuertemente relativizados en una mirada retrospec-
tiva. En este debate no tomaron parte importante los teóricos del totalitaris-
mo debido a su falta de interés por los procesos económicos.

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TOTALITARISMO: ACERCA DEL RENACIMIENTO DE UN CONCEPTO... 61

III. El totalitarismo: ¿una anticuada


forma de dominación?

Las controversias sobre los profetas vueltos hacia atrás, cuyo enfoque de ex-
plicación frente a los sistemas socialistas ha fracasado menos, serán pronto
obsoletas. No carece de una cierta tragedia que el concepto de totalitarismo
de Friedrich ya era parcialmente obsoleto cuando apareció su libro más ci-
tado; que un sabio polifacético, que trataba muchos temas entre la filosofía
del derecho de Aristóteles hasta la “patología de la política” en las modernas
democracias y que escribió obras perspicaces, según el Social Science Citation In-
dex, después de su muerte haya sido citado en un 75% debido a un libro que,
por sus pronósticos, en principio es erróneo. ¿Debería un pionero de la inves-
tigación social comparativa mantenerse en la memoria sólo por sus errores?
La filosofía política de Hannah Arendt la tuvo ahí más fácil: no se pre-
ocupó si algunos elementos que habían sido desarrollados eran aplicables a
ciertos países, y para nada la movía la pregunta de si los totalitarismos pos-
fascistas eran invencibles. Un enfoque ahistórico de la comparación puede
desistir del totalitarismo como concepto. Las dictaduras contemporáneas
pueden ser analizadas sin recurrir al concepto de Friedrich, cuyo principal
error fue que, a pesar de su esfuerzo en pos de clasificaciones generales de
las formas de dominación, permitió un vacío que podría denominarse “dic-
tadura autoritaria”. Los historiadores han reconocido, en retrospectiva, a
la República Democrática Alemana como “esencialmente más totalitaria
que la Alemania hitleriana” (Mitter y Wolle, 1993: 545). Este juicio sólo
tiene sentido si uno toma literalmente el criterio de Friedrich de la “policía
secreta totalmente desarrollada”. Una ampliación de esta característica es
la consideración del fin del régimen: “El Tercer Imperio [esto es, el “Tercer
Reich”, nota del editor] estuvo apoyado desde adentro y fue derribado des-
de afuera; la República Democrática Alemana —exactamente al revés—,
apoyada desde afuera y derribada desde adentro (Jesse, 1996: 282).
La dificultad que enfrenta la doctrina de las formas de dominación des-
cansa sobre todo en que pretende indicar cuándo un sistema político tran-
sita de un tipo a otro. En el caso de los Estados constitucionales, la clasifi-
cación es más sencilla: se puede señalar claramente cuándo una monarquía
pasó del absolutismo al constitucionalismo. Los sistemas parlamentarios y
presidenciales se distinguen fácilmente, aun cuando existen sistemas mixtos
semipresidenciales. Empero, la transformación de las dictaduras es más di-
fícil de fechar: el régimen de franco se transformó de un sistema extrema-
damente sangriento, casi fascista y totalitario, en una dictablanda, una dicta-

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62 KLAUS VON BEYME

dura en desarrollo que se abrió al Occidente (Von Beyme, 1971: 186 y ss.).
Pero el proceso no se puede datar íntegramente, pues podrían considerarse
diferentes indicadores que no siempre se desarrollan de manera sincróni-
ca, como las posibilidades ampliadas de participación, pluralización de las
élites, apertura de la economía y el desmontaje de la retórica fascistoide. Si
escogemos el tipo que Stepan llama “régimen revolucionario”, para darle
la vuelta al dilema de los criterios del totalitarismo, las controversias apenas
se atenúan: ¿fueron los pseudogolpes de Mussolini y Hitler en verdad revo-
luciones? ¿O debe llamarse “revolucionario” sólo un sistema que intente
cambiar por completo a la sociedad? (Stepan 1986). La razón menos plau-
sible para la tarea del concepto de totalitarismo es el argumento de que las
dictaduras totalitarias pertenecen al pasado. Tiempo ha que el feudalismo
está muerto, mas permanece —a pesar de ocasional oposición— como el
concepto más extendido para la denominación de toda una época (Sartori,
1987: 188). El régimen nazi no representa ninguna dificultad tipológica:
fue totalitario desde el principio hasta el final, y durante la guerra se volvió
incluso más totalitario. ¿Se puede, empero, clasificar a la Unión Soviética
hasta el final como un sistema totalitario?
Estoy de acuerdo con Sartori en que no debemos abandonar un con-
cepto en tanto no tengamos uno mejor, sin embargo, mi fundamentación se
aparta de la de él. Puesto que utilizamos la noción de totalitarismo para un
tipo de dominación que pertenece al pasado, podemos mejorar el concepto,
libres ya de lemas de campañas políticas que daten de la época de la com-
petencia entre los sistemas. Esto también ha ocurrido continuamente con el
concepto de feudalismo. El argumento menos convincente de Sartori para
el concepto del totalitarismo es la tesis de que designaría a un síndrome para
una sociedad en su totalidad. Con ello se acerca con demasiada fuerza la tipolo-
gía empírica a la filosofía política como para producir conocimiento todavía
intersubjetivamente transmisible.
Para contradecir a los autores que me han guiado como testigos en la ta-
rea del concepto de totalitarismo (Schmalz-Bruns, 1995: 129): soy partida-
rio de conservar el concepto, pero bajo una estricta delimitación histórica,
y esto debido a razones muy pragmáticas en el sentido de la primera tesis
de Sartori. Como nominalista no me agrada luchar en la última trinchera
a favor o en contra de un concepto. Razones pragmáticas, empero, hablan
en contra de encasillar a todas las dictaduras duras como totalitarias o au-
toritarias (dictadura al contrario de una erosionada dictablanda). Mientras más
amplio sea el concepto general, mayor será la presión para formar subtipos.
Si “autoritarismo” fuese el término genérico, “totalitarismo” aparecería
nuevamente como una denominación para un inevitable subtipo.

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TOTALITARISMO: ACERCA DEL RENACIMIENTO DE UN CONCEPTO... 63

Esta opción no descansa en un cambio de opinión. No he empleado


el concepto de totalitarismo para el sistema posestalinista y tuve sobre esto
fuertes discrepancias de pareceres con Friedrich. En Rusia parece consta-
tarse una transición medianamente asegurada a una dictadura autoritaria,
a pesar de reincidencias tardías. Más difícil es la datación, en China, del
curso contrarrevolucionario en zigzag. El pretexto de que las transiciones
casi siempre son fluidas no dejará satisfechos a los rigoristas conceptuales.
Pero con las democracias procedemos de manera casi igualmente vaga: se
dice que Inglaterra goza, desde la Gloriosa Revolución de 1689, de un sis-
tema de gobierno parlamentario, pese a que este se impuso definitivamente
recién en la década de 1830. El concepto “democracia parlamentaria” no
tiene sentido para Inglaterra antes de 1919, cuando se garantizó el dere-
cho universal al voto, y sin embargo se utiliza el concepto frecuentemente
también para épocas anteriores. Cuanto más lejos esté la transición, tanto
más laxo se vuelve por lo general el uso del idioma. Esto podría esperarse
también para el muy dogmáticamente conducido debate del totalitarismo,
si es que el concepto de totalitarismo realmente denomina a regímenes pa-
sados. Esto es controvertido, por ejemplo, en el caso de “neo-teocracias”
fundamentalistas. Pero en vista de las nuevas formas del terror no se debe
olvidar que siempre hubo regímenes que aplicaron mayores dosis de violen-
cia frente a su propia población incluso que el régimen nazi —de Idi Amin
a Pol Pot— y no obstante les faltaba algo a estos regímenes de terror para
incluirlos entre las dictaduras totalitarias, porque el componente tecnocráti-
co del terror y de la movilización estaba débilmente marcado.
Los partidarios de la revolución de terciopelo necesitaban el concepto
de totalitarismo como una denominación del enemigo. Incluso cuando en
muchos países poscomunistas debía desarrollarse durante un largo tiempo
no la democracia sino la Anocracia —como mezcla de la anarquía y del au-
toritarismo—, se utiliza cada vez menos esa etiqueta para el enemigo. El
totalitarismo sirvió después de 1945 incluso para la autoafirmación de las
nuevas democracias como contrapartida. Las democracias posmodernas es-
tán lo suficientemente seguras de sus valores fundamentales como para no
necesitar más de debates atormentadores en torno al totalitarismo.

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CAPÍTULO 5
EL CARÁCTER ÚNICO DE LA SOCIEDAD
TOTALITARIA*

Carl J. Friedrich

En este artículo se afirma que: a) la sociedad totalitaria del fascismo y la del


comunismo son iguales en sus rasgos fundamentales, es decir, que tienen más
similitudes entre sí que con otros sistemas sociales y de gobierno, y que b) la
sociedad totalitaria es históricamente única y sui generis. Estas dos tesis están
estrechamente unidas y tienen que ser investigadas juntas. Se debería desde
un principio dejar en claro que estas condiciones no presuponen que nuestra
comprensión de la sociedad totalitaria sea perfecta o incluso adecuada; estas
tesis descansan sobre lo que de ellas sabemos en la actualidad con bastante
seguridad. Por tanto, no presuponen que las sociedades totalitarias sean uni-
dades firmes y estáticas: por el contrario, se acepta que han experimentado y
seguirán experimentando una constante evolución, que quizá encierre tanto
crecimiento como decadencia.
Con respecto a la cuestión del carácter único, la literatura difiere mu-
cho, como también acerca de la pregunta sobre la similitud fundamental
del totalitarismo fascista y comunista. Sigmund Neumann la trata de fun-
damentalmente igual en su obra Permanent Revolution (1942); con esto nos
proveyó la primera descripción completa de los problemas generales de la
dictadura totalitaria. En cambio, Franz Neumann, en Behemoth (1942, y pos-
teriormente), trata a la dictadura de Hitler como algo totalmente diferente,
en esencia como creación sino es que incluso como criatura del gran capi-

*
Este texto es una versión acortada de una conferencia sustentada en marzo de 1953
y publicado originalmente, en inglés, en Friedrich, 1954: 47-60; después se publicó también
en alemán (Seidel y Jenkner, 1968: 179-196. Nosotros nos hemos basado en: Mohr, Arno y
Dieter, Nohlen (ed.), 2008, Politikwissenschaft in Heidelberg. 50 Jahre Institut für Politische Wissens-
chaft (“Ciencia política en Heidelberg: 50 años del Instituto de Ciencia Política”), Heidelberg,
Universitätsverlag Winter. Agradezco la amabilidad de los editores y de la casa editorial por
permitirnos la publicación de la presente traducción (nota del editor).

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70 CARL J. FRIEDRICH

tal, de la burocracia y el ejército.1 Entre los trabajos más tempranos, Alfred


Cobban (1939) enlaza por una parte a la moderna dictadura de manera
decidida con el despotismo ilustrado, con el bonapartismo y con otros siste-
mas tiránicos del pasado, mientras que por otro lado de manera igualmente
decidida trata a las dictaduras fascista y comunista como iguales. En su libro
presenta la propuesta de derivar la dictadura totalitaria de Hobbes, Rous-
seau y de la doctrina de la soberanía popular de la Revolución francesa; este
tema fue desarrollado hace algún tiempo, de manera brillante aunque no
convincente, por Jacob L. Talmon (1952). Dos autores más (Stanton Ford
1935 y 1939, H. Kohn 1939) han acentuado, por su lado, la relación exis-
tente entre las dictaduras fascista y comunista. Otros autores más (Ashton
1937, Schneider 1928, Borgese 1937, Ascoli y Feiler 1938) han puesto de
relieve, expresa o implícitamente, las peculiaridades del fascismo, del mismo
modo que autores que han escrito sobre la Alemania nazi (Schumann 1935,
Morstein Marx 1936, Loewenstein 1939). Konrad Heiden (1944) hace re-
saltar, al igual que la obra recientemente publicada de Alan Bullock (1952),
el lado personal de la dictadura totalitaria; este enfoque tiende, aunque sea
significativo, a difuminar el carácter único del totalitarismo. Persiguiendo
el mismo buen fin están las obras Bertram Wolf Three Who Made a Revolu-
tion (1938) y otros trabajos sobre Stalin. La investigación que se sumergió
más profundamente en esta escala, en la que las ideas se encuentren con la
práctica política la ofrece Hannah Arendt con The Origins of Totalitarianism
(1951); esta obra muestra una cierta similitud con Die Revolution des Nihilismus
(La Revolución del Nihilismo, 1938) y con el libro arriba citado de Borgese, pero
desarrolla la tesis muy importante de que el totalitarismo sería un retoño del
Estado dictatorial bajo modernas condiciones.
El debate sobre estas causas u orígenes del totalitarismo, sobre todo del
fascismo, se ha extendido desde la teoría primitiva del hombre malo hasta el
argumento de la “crisis moral de nuestro tiempo”. Una prueba exhaustiva
del material de información disponible daría como resultado presumible-
mente que en principio cada factor singular, que por sí mismo fue subrayado
como explicación para el origen del dominio total, ha jugado su papel. En el

1 El nombre completo de la obra a la que se refiere el autor es Behemoth: The Structu-


re and Practice of National Socialism 1933-1944 (primera edición: 1942; segunda edición am-
pliada: 1944), y está inspirado en un escrito sobre filosofía del Estado de Thomas Hobbes
(1588-1679): Behemoth, or the long Parliament. “Behemoth”, en algunas versiones mitológicas, es
un monstruo terrestre, mientras que Leviathan es una criatura marina; otras versiones men-
cionan además a un ave igualmente monstruosa, que sin embargo, a diferencia de estas dos
no aparece en la Biblia, de nombre Ziz. Neumann escribió el libro que Friedrich menciona
durante su exilio en los Estados Unidos (nota del editor).

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EL CARÁCTER ÚNICO DE LA SOCIEDAD TOTALITARIA 71

caso de Alemania, para comprender la configuración general que nos lleva a


un resultado final se han enumerado diferentes factores, por ejemplo, los de-
fectos característicos de la personalidad de Hitler, debilidades en la tradición
constitucional alemana, determinadas características del “carácter nacional”
alemán, el Tratado de Versalles y sus consecuencias, la crisis económica y las
“contradicciones” de un capitalismo envejecido, la “amenaza” del comunis-
mo, la decadencia de la cristiandad, entre otros apoyos espirituales, etcétera,
así como en el caso de otros procesos amplios de desarrollo en la historia,
aquí sólo ayuda un análisis multifactorial. De acuerdo a su posición general
filosófico-metodológica, el autor presupone que ta politika son decisivas para
impregnar a toda sociedad (véase Friedrich, 1941, capítulo XXV).2
El argumento de la singularidad histórica de cualquier configuración
no dice que sea “en todo y por todo” única, pues nada es singular. Todos
los fenómenos históricos pertenecen a categorías más amplias de objetos
analíticos. Cuando uno señala a la polis griega como históricamente única,
eso no significa que nunca haya habido ciudades o ciudades-Estado; sin
embargo, eso dice que sólo la polis griega, sobre todo la ateniense, muestra
tantos y característicos rasgos que merece ser vista como “históricamente
singular”. A la historia le interesa, sobre todo, las individualidades, ya sean
personas, cosas o acontecimientos, y una muestra suficientemente diversa
de diferentes elementos constituye por eso una singularidad histórica (acer-
ca de esta diferenciación, véase Rickert, 1910; Weber, 1922: 215-229). De
paso, debería uno asegurarse en contra de la objeción de que, histórica-
mente visto, todo sería “históricamente singular”. A pesar de que esta ob-
jeción frecuentemente se enarbola, no es totalmente correcta. Muchísimos
acontecimientos (personales y materiales) se parecen tanto que les falta esa
cualidad llamativa que constituye a la singularidad histórica. No obstante
es correcto que ese carácter único frecuentemente sobresalga, si uno la ve
en “clases suficientemente grandes” y perspectivas suficientemente amplias.
Así, la monarquía en este o en aquel territorio alemán en el siglo XVIII no
es de ninguna manera históricamente singular; pero el paternalismo monár-
quico en todas éstas y en una serie de sociedades emparentadas que en los
siglos XVII y XVIII, forma en efecto una configuración que podríamos lla-
mar “históricamente única”. ¿Por qué se dice que la sociedad y el gobierno
totalitario del fascismo y del comunismo son en esencia iguales? Por principio,
se pretende indicar que no son totalmente iguales, son no totalmente iguales. La
interpretación popular y de los periodistas ha oscilado entre estos dos extre-
2 Ta politika: este vocablo griego designa los asuntos de la polis, los asuntos comunes —es
decir, políticos, en el sentido original del vocablo— que deben ser regulados (nota del editor).

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72 CARL J. FRIEDRICH

mos que denominan a ambas sociedades como totalmente iguales o como


en absoluto imposible de denominarse como iguales. Esta última postura
predominó en Europa durante los días del “Frente Popular”, así como en
círculos “liberales” de los Estados Unidos; estuvo incluso más fuertemen-
te difundida durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente entre los
propagandistas aliados.3 Naturalmente que ésta es la línea partidista oficial
categóricamente representada tanto por el lado soviético como hitleriano.
En la actualidad se favorece, en los Estados Unidos de América y en Eu-
ropa Occidental, la opinión de que ambas serían totalmente iguales. Por
eso puede parecer innecesario seguir investigando este asunto. Empero, en
primer lugar se mantiene desde épocas tempranas una duda que no ha sido
disipada y, en segundo lugar, existe el problema quizá aún más importante
acerca de la magnitud de la igualdad, en otras palabras la pregunta de qué
es lo que los hace iguales “en esencia”. Es evidente que nos son iguales en
sus metas. Esto está comprobado por el contenido tan marcadamente diver-
gente de sus ideologías. Además, los hechos históricos demuestran que los
movimientos fascistas surgieron como reacción a los desafíos comunistas y
que así se presentaron ante una burguesía presa del miedo: como los salva-
dores ante la amenaza comunista. Estos hechos son tan conocidos que ya no
requieren de mayor comprobación. Las falsificaciones bien conocidas que
se han llevado a la discusión pertenecen a las características de conducta del
antagonismo espiritual y de la proyección de la lucha.
Está por demás claro que en la sociedad fascista se conservó más de
la previa sociedad liberal y constitucional que en las comunistas; esto se
atribuye en parte quizá a que el comunismo soviético no fue precedido por
una sociedad liberal y constitucional. Uno se puede imaginar, en cuanto a
esto, que la situación hubiera sido totalmente diferente en la Gran Bretaña
o en los Estados Unidos, al menos durante un periodo inicial bastante lar-
go. El que algunos componentes aislados de la antigua forma social hayan
seguido existiendo fue una poderosa fuente de interpretaciones erróneas
de la sociedad totalitaria del fascismo. En los años veinte se tergiversaba al
totalitarismo italiano en el sentido de que “solamente” esto o aquello sería
diferente, trayendo a cuento, como modelo simbólico “la puntualidad de los
trenes” y “las calles libres de mendigos”. En los años treinta, algunos autores
—entre los cuales unos eran marxistas, otros tenían pasado marxista y otros

3 Front populaire (“Frente popular”, en francés): con esta denominación se refiere el autor
a la época del gobierno de los partidos unidos de la izquierda francesa que llegaron al poder
en 1936; en el texto original, emplea el nombre en alemán: Volksfronttage, es decir, los días o
la época del Frente Popular (nota del editor).

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EL CARÁCTER ÚNICO DE LA SOCIEDAD TOTALITARIA 73

más simplemente no estaban en su sano juicio— trataron de interpretar al


totalitarismo alemán ya sea como “fase final del capitalismo” (Sweezy 1941;
Brady 1937) o como “imperialismo militar” (Loewenstein 1949; Ebenstein
1943). No se tomó en cuenta, ni en general ni tampoco por parte de cientí-
ficos, qué tan fuerte shock representó el ascenso del fascismo alemán para la
ortodoxia marxista. Hombres con sagacidad dogmática, como Hilferding,
fueron sacudidos de tal manera que sostenían la necesidad de una total-
mente nueva versión de la doctrina marxista, pues para esta recién apare-
cida oportunidad faltaba en Marx y en Engels toda alusión.4 Seguramente
a Marx no le resultaba incomprensible (¿por qué tendría que no serlo?) que
una burguesía presa del miedo se pudiera reagrupar detrás de un precursor
como Napoleón III, pero existe un largo camino desde esta encantadora
Opera buffa de la política del siglo XIX hasta la sociedad totalitaria de nues-
tro tiempo. Se necesita solamente imaginarse la vida espiritual en la Francia
de la época para percibir la diferencia. Para intérpretes de la manera de
pensar de un Marx y de Veblen era una evasión natural cuando intenta-
ban calificar a la sociedad totalitaria erigida por Hitler y Himmler como
puramente capitalista, totalmente al contrario de la sociedad socialista que
fue construida en la Unión Soviética.5 Puesto que ellos estaban cegados por
la dicotomía que encontramos en la herencia marxista de capitalismo y so-
cialismo, y se encontraban aquejados por el prejuicio marxista de observar
a la sociedad bajo aspectos económicos en lugar de bajo aspectos estatales
y políticos, no eran capaces de reconocer que la economía “planeada”, esto
es: coordinada y controlada fuertemente por el gobierno del Estado nazi, se
diferenciaba de la del Estado soviético solamente por el grado de minucio-
sidad con el que la coordinación y subordinación de las fuerzas “directivas
de la empresa”, así como de las fuerzas “trabajadoras” se impulsaba; este
proceso marchó rápidamente hacia adelante y después de unos diez o vein-
te años más hubiera, posiblemente, llegado a la perfección que tenía en la
Unión Soviética. Significativamente, en ambas sociedades totalitarias (por
mencionar únicamente un rasgo en común), las huelgas, como sabotajes

4
Rudolf Hilferding (1877-1941): político, teórico y economista marxista, fue dos veces
Ministro de Finanzas en Alemania y editor, junto a Max Adler, de los Marx-Studien (“Estudios
sobre Marx”) una serie de publicaciones que se ocupaban de la teoría marxista; Hilferding
murió a manos de la Gestapo (nota del editor).
5
Thorstein Veblen (1857-1929): economista y sociólogo estadounidense de origen no-
ruego. Heinrich Himmler (1900-1945): político perteneciente al partido nacionalsocialista;
durante la dictadura, solamente Hitler acaparó más poder y facultades que él; fue uno de
los más sanguinarios criminales de guerra, pero escapó al juicio por crímenes de guerra al
suicidarse en prisión (nota del editor).

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74 CARL J. FRIEDRICH

penados en contra del “Estado de los trabajadores”, eran totalmente impo-


sibles. Con lo dicho remitimos al mismo tiempo a diferencias notorias entre
ambos Estados totalitarios: estos no marcharon ni en el mismo tempo ni en el
mismo nivel rumbo al control económico total (como una variante divertida
tenemos que recordar en este razonamiento que Sidney y Beatrice Webb
[1942] afirmaban que Stalin no era para nada un dictador, mejor dicho, él
habría traído a Rusia no sólo la democracia política sino también la econó-
mica, mientras que el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt les
parecía ser el verdadero dictador).
Otros intentos de diferenciación más aguda entre los regímenes comu-
nista soviético y fascista tocan puntos tales como el contenido de sus ideo-
logías entre sí divergentes, el carácter nacional de los pueblos en los que
surgieron, el estadio de su desarrollo económico y otros parecidos. Sería
cansado rebatir estos distintos argumentos, sobre todo porque sus puntos
de vista tácitamente son refutados por medio de un análisis más positivo de
sus rasgos fundamentales, que ambos tienen en común según el consenso
general. Estos rasgos forman en ello la base para la afirmación de que estas
sociedades totalitarias son históricamente únicas.
Son cinco los factores o aspectos en principio comunes a todas las socie-
dades totalitarias de la actualidad o bien que pueden ser agrupados en cinco
complejos, estrechamente ligados, de rasgos característicos. Estas socieda-
des tienen todo: 1) una ideología oficial, consistente en un sistema de ense-
ñanza oficial que abarca todos los aspectos importantes de la vida humana
y en el que cada miembro de dicha sociedad tiene que apoyarse, al menos
pasivamente; en el punto central de esta ideología están significativamente
exigencias quiliásticas para una sociedad final “perfecta” de la humanidad
(véase sobre esto, a fondo, Arendt en su respuesta a Voegelin 1953);6 2) un
único partido de masas, consistente en un porcentaje relativamente peque-
ño de la población total (hasta un 10%), hombres y mujeres entregados
apasionadamente y sin condiciones a la ideología, y dispuestos a promover
la aceptación general de esta ideología en todo sentido; para eso está orga-
nizado este partido habitualmente bajo un solo caudillo de manera estricta-
mente jerárquica y oligárquica y —esto es típico— es o más relevante que
la burocracia estatal o está completamente entretejida con ella; 3) un mo-
nopolio técnicamente condicionado y casi perfecto del control sobre todos

6 Con el adjetivo “quiliástico”, el autor se apoya en el llamado “milenarismo” (del latín


mille annorum) o “quiliasmo” (del griego khilioi = mil años), que en un sentido original era la
creencia en el regreso de Jesucristo a la Tierra y en la instauración de su reino de mil años,
antes de doblegar al mal definitivamente y del Juicio Final; de ahí la expresión que emplea
Friedrich: “sociedad final” (nota del editor).

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EL CARÁCTER ÚNICO DE LA SOCIEDAD TOTALITARIA 75

los medios decisivos de lucha (en las manos del partido y de los cuadros a él
subordinados de la burocracia y de las fuerzas armadas); 4) un monopolio
similar técnicamente condicionado y casi perfecto del control (en las mismas
manos) sobre todos los medios decisivos de comunicación de masas, como
prensa, radiodifusión, cine, etcétera; 5) un sistema de control terrorista poli-
ciaco, que para sus efectos descansa en los puntos 3 y 4, y significativamen-
te se dirige no solamente contra los “enemigos” confirmados del régimen,
sino contra grupos de la población escogidos arbitrariamente; en el caso de
esta selección por cuenta propia se trata de medidas para asegurar la conti-
nuidad del régimen, así como de “consecuencias” ideológicas en las que se
hace uso sistemático de conocimientos psicológicos.
La propuesta de agregar a estos cinco complejos de características esen-
ciales a la policía secreta, que está por encima del ejército, parece no ser
aceptable, puesto que estos dos factores son polémicos, mientras que los
mencionados cinco por lo general son reconocidos como características de
este régimen existentes en los hechos. Descansa en la naturaleza de las cosas
el hecho de que es difícil establecer cuándo y en qué medida la policía se-
creta adquiere un sobrepeso sobre el ejército. Una segunda dificultad surge
a partir del hecho de que la policía, como rama de la administración civil,
también gana en significado, incluso en los Estados constitucionalmente go-
bernados.
El argumento de que una transformación violenta total sea también
una característica decisiva de los sistemas totalitarios es por completo im-
portante, sin embargo, es cuestionable si este aspecto de la dominación total
tiene el suficiente precio propio. A mí me parece que está contenido en la
primera de las cinco características, en donde se sostiene que “cada miem-
bro de esta sociedad tiene que apoyarse en la ideología oficial”. En aras de
la claridad, los cinco complejos característicos principales no deberían am-
pliarse de manera innecesaria.
Dentro de las muy tensas similitudes existen, como ya hemos mencio-
nado, en relación con el tiempo y el lugar, variaciones significativas. Por
ejemplo, hoy parece que el partido en la Unión Soviética juega un papel
menor que antaño; la ideología es, a causa de la Biblia marxista en la Unión
Soviética, más rígida que aquélla del fascismo italiano o del alemán, en
donde la ideología era formulada por el caudillo del partido, y —para dar
una tercera ilustración cualquiera— el exterminio de los judíos por parte
de Hitler fue motivado ideológicamente y estaba en contraposición con las
necesidades inmediatas del régimen, mientras que hace poco la persecución
de judíos por parte de Stalin aparentemente se llevó a cabo como una re-
acción frente a exigencias de la situación internacional y no por razones de

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76 CARL J. FRIEDRICH

la ideología. De ahí también el enérgico mentís de antisemitismo (nuevos


acontecimientos hacen sospechar que la Unión Soviética abandona nue-
vamente esta línea. Con respecto al antisemitismo de Hitler, es evidente el
daño que sufrió su política exterior, así como el debilitamiento del apoyo en
el interior. El problema ha sido investigado en sus ramificaciones por Han-
nah Arendt [1951, capítulos IV-IX]. No obstante, Arendt tiende a sobreva-
lorar este aspecto de la ideología fascista. El apoyo de Hitler por las masas
descansaba incluso al principio del régimen sobre todo en otros factores, y
el antisemitismo fue más bien apropiado —como demostró muy convincen-
temente Theodore Abel [1938] basándose en numerosas entrevistas psico-
lógicas— para debilitar en muchas personas el atractivo de Hitler).
Se presupone que cada uno de estos factores y todos ellos juntos se-
guramente faltan en todas las sociedades despóticas o incluso autorita-
rias del pasado. Dicho sea de paso, en efecto, muchas sociedades autorita-
rias del pasado deben ser claramente diferenciadas de sociedades autocráticas.
La diferenciación medieval y de la temprana modernidad entre monarquía
y tiranía era más correcta, en mucho, que nuestra diferenciación habitual
entre “democrático” y “autocrático”. Ni el despotismo oriental del pasado
lejano ni las monarquías absolutas en la Europa moderna, ni la tiranía de la
antigua polis griega, ni el Imperio romano, ni incluso la tiranía de las ciuda-
des-Estado del Renacimiento italiano muestran, en mayor medida, alguno
de estos factores. Los intentos, por ejemplo, de Thornton Wilder con su Die
Iden des März (en la que pretende hacer aparecer a César como un dictador
totalitario en ciernes), o de algunos otros ensayos similares (Cobban, 1939;
C. Schmitt, 1928), se desmoronan cuando uno emprende una profunda in-
vestigación basándose en estos cinco factores.7 Seguramente se ha intentado
frecuentemente organizar alguna policía secreta, pero en comparación con
lo emprendido por Himmler y Berija ha sido un simple juego de niños.8 De
la misma manera hubo en el pasado concentraciones tanto militares como
propagandísticas de poder, pero, como en el caso que acabamos de mencio-
nar, la limitación de los medios técnicos impedía un desarrollo radical hacia

Die
7 Iden des März: en español “Los Idus de Marzo”, del latín Idus Martii. Los Idus eran
días de buenos augurios en el calendario romano; en algunos meses era el día 15, en otros, el
13. Sin embargo, en muchos idiomas esta frase sirve como metáfora para presagiar días de
infortunio, pues César fue asesinado precisamente un 15 de marzo (nota del editor).
8 Heinrich Himmler (1900-1945): responsable del aparato policial secreto durante el
régimen nacionalsocialista en Alemania (véase, supra, nota 6). Lawrenti Beria o Berija (1899-
1953): jefe de la policía secreta durante el régimen de Stalin en la Unión Soviética. Ambos
personifican la política de terror y violencia criminal en los regímenes totalitarios (nota del
editor).

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EL CARÁCTER ÚNICO DE LA SOCIEDAD TOTALITARIA 77

el totalitarismo. Este punto es suficientemente convincente cuando uno se ha


vuelto hacia él y ya no debería, por lo mismo, ser más estudiado; parece
ser más importante acentuar la causa común para la singularidad de los
factores tres, cuatro y cinco, y con eso para volver a la segunda parte de
la tesis general.
Esta causa general parece ser nuestra técnica avanzada. Sin los inventos
realizados en las últimas generaciones no hubiera podido crearse ninguna
de esas características, como Pedro o Federico El Grande hubiesen intenta-
do gustosos.9 Ese aspecto técnico del totalitarismo es natural y particular-
mente evidente en relación con las armas y los medios de inteligencia. La
Constitución de los Estados Unidos garantiza a cada ciudadano el “derecho
a portar armas”. En los días de la milicia esto era un derecho muy impor-
tante y la libertad de los ciudadanos se simbolizaba, en efecto, por medio
del fusil sobre el hogar, como es hoy todavía el caso en Suiza. ¿Pero quién
puede “portar” armas tales como tanques, bombarderos, lanzallamas o in-
cluso bombas atómicas? Como individuo y también en grupos más grandes,
el ciudadano se encuentra simplemente sin poder frente a la supremacía
mayoritariamente técnica de aquellos que reúnen, de manera centralizada
en sus manos, los medios para emplear estas armas, y con ellos para ejercer
presión física. Observaciones similares valen sin más para la prensa, la ra-
diodifusión, etcétera. La “libertad” no tiene el mismo contenido interno que
hace 150 años, basado en el esfuerzo y el trabajo individuales. Con pocas
excepciones, el progreso técnico trae consigo la inclinación hacia formas
de organización constantemente crecientes. En ese sentido, parece que las
sociedades totalitarias son solamente exageraciones —ciertamente exagera-
ciones lógicas— de las posibilidades inherentes a nuestro nivel técnico.
Por el contrario, con respecto a las primeras dos características decisi-
vas de las sociedades totalitarias, la situación sí que es otra. Ni la ideología
ni el partido tienen una relación esencial con el estadio de la técnica. Sin
embargo, tienen una relación importante con otro rasgo común de todas las
sociedades de nuestro tiempo, a saber, con la constantemente creciente cul-
tura general. Con esta formación se tiene que conectar el hecho de que (en
Rusia, Italia, Alemania y otros países, en los que, en el marco de la tradición
cristiana, han surgido sociedades totalitarias) el cristianismo ha intentado
convencer sobre el surgimiento de una tendencia manifiesta hacia la certe-
za de la convicción. Empero, más decisivo que estas dos circunstancias es

9
Friedrich se refiere a Pedro I (1672-1725), llamado “el Grande”, primer zar de Rusia,
y a Federico II de Prusia (1712-1786), conocido igualmente con el mismo epíteto (nota del
editor).

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78 CARL J. FRIEDRICH

presumiblemente el origen “democrático” de estas sociedades totalitarias.


Marx y Engels se consideraban como pioneros del movimiento democrático
de su tiempo, y Stalin hablaba aparentemente por convencimiento acerca a
la sociedad totalitaria soviética como “la democracia perfecta”. No obstan-
te, no sólo Marx y Engels, sino que también Mussolini y Hitler organiza-
ron partidos con programas consensuados que gustaban a las masas y que
buscaban ganar el mayor número posible de adeptos. Nunca se les hubiera
ocurrido a los monarcas absolutistas de los siglos XVII y XVIII en Europa
rebajarse tanto; de la misma manera, los emperadores romanos hubieran
visto una empresa así como poco significativa políticamente. Ocasionalmen-
te apelaban a las masas en contra de los privilegios de los senadores, pero un
partido homogéneo, organizativa e ideológicamente, era “impensable”. Es
cierto que hubo un partido de los Medici en Florencia, pero eso fue en una
época en la que florecían grupos que peleaban entre sí por el poder, esto es,
en un tiempo que, hasta cierto punto, guardaba similitudes con condiciones
democráticas. Por el contrario, el partido de masas único y bien organizado,
completamente armado con programa e ideología, es claramente una pecu-
liaridad de las sociedades totalitarias de nuestro tiempo. La relación con sus
orígenes cristianos y democráticos puede probablemente debilitarse paula-
tinamente —hay señales de que en la sociedad totalitaria soviética tanto la
ideología como el partido pierden importancia—, pero el que una sociedad
totalitaria pudiera sobrevivir a su pérdida es hasta cierto punto dudoso.
Lo arriba expresado pudiera ser mal interpretado, en el sentido de que,
según el parecer del autor, la democracia, el cristianismo y la técnica hubie-
ran “causado” al totalitarismo. Una afirmación tal no ha sido intencionada.
Solamente se ha querido decir que este pudo surgir en un contexto creado
por el cristianismo, la democracia y la técnica moderna. No obstante, pare-
ce en principio ilícito extraer de la historia del pensamiento a uno o varios
representantes o presuntos representantes de algún aspecto de las opiniones
totalitarias, como, por ejemplo, de la sociedad autoritaria, como Platón o
Tomás de Aquino, Hobbes o Rousseau, Hegel o Carlyle, y, puesto que se
les tilda de ser representantes del totalitarismo, hacerlos “responsables” de
movimientos o sociedades totalitarias. Ninguno de los mencionados lo fue,
ya que ninguno podía serlo: las características históricamente singulares de
sociedades totalitarias les eran desconocidas (véase Talmon, 1952; McGo-
vern, 1941; Kolnai, 1938). Se puede mostrar sin dificultad que, por diferen-
tes motivos, encerrados en su sistema respectivo, cada uno de estos pensado-
res se hubiera vuelto, por iniciativa propia, con repugnancia e indignación,
contra los más recientes totalitaristas. El característico embotamiento moral
de las sociedades totalitarias de la actualidad, que se revela en hechos vio-

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EL CARÁCTER ÚNICO DE LA SOCIEDAD TOTALITARIA 79

lentos hasta ahora nunca vistos, y que se ha puesto de relieve como el rasgo
decisivo de estas sociedades (injustamente, según creemos, puesto que en la
historia de la dominación humana, el embotamiento moral se ha mostrado
repetidas veces. En cuanto a la moral, ni Nerón ni Cesare Borgia se quedan
muy atrás de los dictadores de nuestro tiempo; su amoralidad parece inclu-
so llegar más al fondo, pues no se cubren con aparentes objetivos morales,
como sí ocurre con los comunistas en todo el mundo), este embotamiento
moral es completamente extraño a los pensadores que hemos mencionado.
Todos ellos son ardientes racionalistas, si no es que incluso moralistas, mien-
tras que los actuales representantes del totalitarismo son en este aspecto
totalmente indiferentes, puesto que abordan a la sociedad en el fondo como
si fueran técnicos. Resuelven problemas de una manera que ellos tienen por
“científica” y niegan, al mismo tiempo, el significado de la libertad, sobre
todo de la libertad de investigar, de enseñar y de aprender, que representan
los requisitos esenciales de la verdad científica.
Estrechamente relacionado con estas características de lo novedoso y
de la diferencia conceptual es el problema de la sucesión, hasta ahora sin
resolver en los regímenes totalitarios. La cuestión ha surgido hace poco con
la muerte de Stalin. La mayor parte de los comentarios desvelan de mane-
ra fulminante la irremediable carencia de comprensión con la realidad del
totalitarismo, al discutirse seriamente sobre el sucesor de Stalin, como si
éste tuviera un cargo legal o tradicionalmente establecido, como lo tenían
el rey de Francia o también los zares rusos. El problema de la sucesión no
ha sido resuelto hasta ahora en ninguna sociedad totalitaria. Se trata de
una deficiencia de mucho peso en vista del significado que la sucesión ha
tenido a lo largo de los siglos. La democracia constitucional y la monarquía
hereditaria, el despotismo del Oriente que endiosa al soberano, así como
sus formas primitivas antiquísimas y tribales giran todas alrededor de esta
cuestión de la sucesión. En cuanto a esto, la tiranía muestra —tal como lo
consigna Aristóteles y también lo enseña la historia de los dos Napoleo-
nes— una permanente debilidad. Quizá descubrirán las sociedades totalita-
rias algún medio para superar este problema. El material documental sobre
el fascismo, que hoy está a nuestro alcance en gran volumen, no contiene
ningún orden verdaderamente sólido en la sucesión, cuyo desarrollo choca
con gigantescos obstáculos. La construcción de una glorificación concen-
trada en un “padre del pueblo” o en un “caudillo” (Führer, en el original
alemán [nota del editor]), equiparable a la antigua deificación de los reyes y
que incluso momentáneamente la llega a superar, tiene necesariamente que
crear un vacío en el instante en el que esta figura única emprende el “ca-

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80 CARL J. FRIEDRICH

mino de todo mortal”. Cómo entonces el dirigente del aparato informativo


pueda ser movido a reorientarse, a veces espectacularmente, hacia un nuevo
hombre, que ayer poseía todavía el mismo rango que él y que quizá incluso
era su rival, es inconcebible. Lo que hará el conductor del aparato del te-
rror es igualmente un enigma. Uno puede aquí recordar que Bodin señala
a los derechos de sucesión como invulnerables, si bien buscaba concederle
al soberano una umfassende autoridad. Mientras que es falso hablar aquí de
“derechos constitucionales”, como durante un tiempo ocurrió [Jean] Bodin
asumió naturalmente que la sucesión sería regulada por la ley. En la dicta-
dura total es inconcebible tal regulación.
La exacta descripción de eso que en el pensar y el actuar divide al pasa-
do del presente, naturalmente no debe ser malentendida como negación de
relaciones considerables. Uno no debe ver a Hobbes erróneamente como
representante del totalitarismo para reconocer la relación entre su com-
prensión defectuosa del papel de la religión y de las capas medias —vital
para un ser social bien ordenado— y de la ceguera relativamente grande
del totalitarismo en estas cuestiones. El camino del pensamiento occidental
va de Luther a Lincoln, así como de Luther a Hitler; el tejido sin costuras
de la historia ha sido elaborado con muchos mechones muy ramificados, y,
con toda su singularidad, el totalitarismo surge de la cabeza de un ideólo-
go o demagogo no sin desarrollos previos. Pero lo precedente no “causa”
el fenómeno. Hitler o Stalin no fueron inevitables. Las sociedades totalita-
rias son en esencia iguales; son históricamente únicas; pero por qué son así
como son, no lo sabemos. Por ello es que la discusión sobre los orígenes del
totalitarismo es al mismo tiempo tan amarga como infructuosa, por ejemplo
entre Eric Voegelin (1953) y la respuesta de Hannah Arendt (en el mismo
lugar, en la Review of Politics). Hannah Arendt hace la sagaz observación de
que su libro no es en realidad una indagación sobre los orígenes; pero cuan-
do ella dice más adelante que “hay una vista panorámica histórica sobre los
elementos que cristalizan en el totalitarismo” exagera el objeto de su nota-
ble libro, puesto que éste trata sólo algunos elementos que no “cristalizan”,
sino que fueron conformados y empleados por los creadores del totalita-
rismo. En su colaboración recientemente aparecida bajo el título Ideologie
and Terror [“Ideología y terror”, nota del editor], para el libro homenaje a
Karl Jaspers Offener Horizont [“Horizonte abierto”, nota del editor] (Arendt,
1953) acentuó con razón la novedad y el aspecto creador. En este sitio, pue-
de venir al caso hacer la observación de que es un prejuicio bergsoniano y
romántico el encontrar que toda creación es de alguna manera “buena”
y de aquí pasar por alto la “procreación en pecado” y —algo totalmente

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EL CARÁCTER ÚNICO DE LA SOCIEDAD TOTALITARIA 81

nuevo— la posibilidad de estructuración del mal.10 El hombre está en una


determinada situación, frente a las que reacciona con fuerzas creativas que
—tanto en lo bueno como en lo malo— están en él.
Como todo lo verdaderamente nuevo en la historia, bueno o malo, be-
llo o feo, permanece el totalitarismo escondido en el regazo de la creación.
De ahí que sólo una verdadera respuesta creativa podrá prestar un servicio
efectivo para su expulsión y eliminación. El futuro, si lo hay, será un futuro
más allá del comunismo y del fascismo, sin ningún neo-ismo de sello más
reciente o más antiguo.

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10
El autor se refiere a Henri-Louis Bergson (1859-1941), filósofo y literato francés (nota
del editor).

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82 CARL J. FRIEDRICH

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Capítulo 6
EL RÉGIMEN AUTORITARIO*

Juan José Linz

El régimen autoritario es un tipo de sistema político sui generis, no simplemen-


te una forma mixta de regímenes totalitarios y sistemas democráticos. Las
dimensiones de investigación tipológicamente relevantes y los criterios nítidos
de separación que hacen distinguibles a los regímenes autoritarios del tota-
litarismo y de la democracia son la forma de ejercer el poder, las formas de
organización, los sistemas de creencias y de valores, la vinculación del poder
estatal y la esfera social, así como la asignación de papeles a la población en
el proceso político.1
Aquí queda excluido un análisis de los resultados de la política, al igual
que los objetivos buscados o la razón de ser del régimen. Ante el fondo de
estas limitaciones, los regímenes autoritarios se pueden designar como sis-
temas que cuentan solamente con un pluralismo limitado, no poseen una
ideología ampliamente formulada, y —excepto en sus fases de surgimien-

* Nota del editor: una primera versión del texto de este capítulo aparece en Nohlen,
Dieter y Schultze, Rainer-Olaf (eds.), Diccionario de ciencia política, Xalapa-Ciudad de Méxi-
co, El Colegio de Veracruz-Porrúa, 2006, pp. 1180-1183. El editor de estas antologías ha
adaptado dicho texto para los fines de esta colección, cuya redacción es diferente de la de un
diccionario. Las abreviaturas que aparecen en el original se han desdoblado y los ocasionales
errores de redacción, de traducción o de imprenta se han corregido en la versión presente
sin hacer ningún señalamiento. Todas las citas que se consignen a pie de página provienen
del mismo diccionario y a ellas remite el documento original; en este caso solamente se anota
el concepto respectivo, no la entrada completa. El nombre del autor correspondiente se en-
cuentra al final de la cita, entre paréntesis y junto al número de la página donde aparece el
concepto señalado. Agradezco la amable autorización del editor del diccionario y de la casa
editorial para publicar este texto.
1 Totalitarismo: véase el capítulo 4 del presente volumen. Democracia: remitimos al amable
lector al capítulo 10 de este volumen.

83

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84 JUAN JOSÉ LINZ

to— no recurren a una movilización ni extensiva ni intensiva (cfr. Linz,


2000).2
1. El pluralismo limitado de los regímenes autoritarios tiene que ser con-
siderado como la principal característica delimitante respecto a las democra-
cias (y su pluralismo, ilimitado por principio) y los sistemas totalitarios (mo-
nismo). El pluralismo limitado de los regímenes autoritarios no es solamente
el pluralismo de la organización de un solo partido, o del aparato de Estado,
sino de las estructuras sociales, económicas, institucionales y políticas que
existían antes del régimen autoritario o que se desarrollaron fuera del régi-
men, y que se distinguen en este aspecto del pluralismo de intereses en los
sistemas comunistas o en el Estado nacionalsocialista (nacionalsocialismo).3
La admisión y los espacios de acción de los actores políticos y sociales depen-
den en buena parte de los dirigentes autoritarios del Estado. Dentro de los
límites del pluralismo limitado varían las formas de participación política.4
Van desde la apatía política, pasando por formas de participación semiplu-
ralistas, elitistas, hasta llegar a una movilización intensamente organizada.
Frecuentemente, la despolitización demuestra ser muy funcional, dado que
una constante movilización de masas, dirigida por un partido, podría ser
experimentada como una amenaza por los grupos dirigentes, como la buro-
cracia, el ejército, la Iglesia y los grupos de interés.
En cuanto a la delimitación respecto al totalitarismo, para los regímenes
autoritarios es más acertado hablar de mentalidades que de ideologías. La
mentalidad es, como lo expresa Theodor Geiger (1932), “espíritu subjeti-
vo”, y, en cambio, la ideología es “espíritu objetivo”. Las ideologías son re-
flexiones, las mentalidades, predisposiciones psíquicas; las primeras tienen
contornos claros y están codificadas, y las segundas funcionan de manera
amorfa. La falta de una ideología de contornos definidos la pagan los regí-
menes autoritarios con la pérdida de la capacidad de movilización e identi-
ficación afectiva de la población con el sistema. Por otro lado, el recurso a
2 Pluralismo: [es], por un lado, la existencia de una variedad de intereses, organizaciones
(grupos y asociaciones) sociales, así como su influencia en los procesos políticos de las comu-
nidades constituidas democráticamente (Eisfeld, Rainer: 1038). Ideología: al concepto neutral
de ideología en el sentido de un sistema de convicciones en cuanto visión del mundo, se le
opone un concepto negativo muy difundido que entiende a las ideologías como complejos
de pensamientos dogmáticos, como interpretaciones del mundo de pretensiones universales
y horizonte limitado, y como “falsa conciencia” vinculada a intereses y convertida en instru-
mento político (Weiss, Ulrich: 689).
3 Nacionalsocialismo: denominación para el movimiento y la ideología del Partido Nacio-
nalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP, por sus siglas en alemán, “partido nazi”),
y para la época de su dominación, de 1933 a 1945, en Alemania (Rieger, Günter: 944).
4 Participación política: véase nuestro capítulo 16.

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EL RÉGIMEN AUTORITARIO 85

valores solamente generales, como el patriotismo, el Nacionalismo, la mo-


dernización, el orden, etcétera, permite a los dirigentes de los regímenes
autoritarios una orientación más pragmática en la formulación política.5
Los regímenes autoritarios son aquellos que no se basan, o no se basan
solamente en la legitimidad6 tradicional, como por ejemplo las monarquías
islámicas. Tampoco pueden igualarse con la dominación puramente per-
sonal, que está construida sobre la violencia y corrupción para beneficio
del gobernante, su familia, sus clientes (clientelismo) y pretorianos, que se
puede designar como sultanista en el sentido de Max Weber (por ejemplo,
Rafael L. Trujillo, Anastasio Somoza).7 La represión y el terror estatal no
son características distintivas de regímenes totalitarios y autoritarios, aun-
que los primeros frecuentemente han conducido a un nivel considerable de
represión, y los segundos son frecuentemente menos represivos. Los regíme-
nes autoritarios surgen de la crisis y del desmoronamiento de los sistemas
democráticos, de la transición desde la dominación tradicional, de la inesta-
bilidad tras la descolonización de los conflictos en sociedades multiétnicas,
de la “rutinización” del utopismo totalitario.
2. Las tres dimensiones centrales —pluralismo limitado, despolitización
o participación limitada, mentalidades— no solamente permiten una de-
limitación respecto a los regímenes totalitarios monistas, altamente movi-
lizados e ideologizados, sino también, en una diferenciación comparativa,
una tipologización más fina de los regímenes autoritarios mismos. La cla-
sificación que resulta de esto es tipológicamente ideal, en el sentido de We-

5 Mentalidades: disposiciones psíquicas colectivas condicionadas por el medio ambiente,


en las cuales están contenidos el pensamiento y el sentimiento de todo individuo de una
sociedad, clase, capa o grupo (Nolhen, Dieter: 858 y 859). Nacionalismo: movimiento social
que está dirigido territorial y axiológicamente a la nación o al Estado nacional, y presupone
una identificación consciente y una solidarización con la comunidad nacional (Riescher,
Gisela: 942).
6 Legitimidad: (del latín legitimitas = coincidente con el derecho), concepto clave de la
política y la ciencia política, utilizado con varios sentidos: se puede referir a la pretensión de
legitimidad de un orden político o social, a la creencia en la legitimidad de los sometidos a la
dominación, o ambas cosas a la vez, y en relación recíproca (Nohlen, Dieter: 816).
7 Dominación: véase el capítulo 2. Corrupción: (del latín corrumpere= sobornar, falsificar,
echar a perder), abuso del poder público, cargos o nombramientos con el fin de obtener
utilidad privada propia y/o para beneficiar a terceras personas a través de violaciones de
normas legales y también sociales, que por lo regular se llevan a cabo secretamente, están di-
rigidas en contra de los intereses públicos y atentan contra el bien común (Schultze, Rainer-
Olaf y Nohlen, Dieter: 296). Clientelismo: (del latín clientela=séquito; familiares protectores),
término técnico para una relación de dependencia recíproca entre dos actores (individuos
o grupos), que disponen de diferentes recursos que utilizan para favorecerse mutuamente
(Ziemer, Klaus: 212).

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86 JUAN JOSÉ LINZ

ber, y sólo raras veces corresponde enteramente a los regímenes realmente


existentes, dado que éstos siempre son también el resultado de tendencias
contradictorias.
1) Tipo burocrático-militar. Este tipo de régimen autoritario no dispone ni
de instituciones complejas de un corporativismo dispuesto autoritariamen-
te, ni de un partido capaz de organizar movilizaciones que pudiera servir
para reclutar a la élite y canalizar la participación. Es algo así como un
“tipo paradigmático” de régimen autoritario, dado que está igualmente ale-
jado de los sistemas democráticos y de los sistemas totalitarios. Dirigido casi
siempre por militares no carismáticos, este tipo de régimen está orientado
pragmáticamente dentro de los límites de su mentalidad burocrático-militar.
No pocas veces se da a continuación de los sistemas liberal-democráticos, en
los cuales el sistema de partidos8 no fue capaz de producir lealtades al siste-
ma o a los gobiernos estables (Stepan, 1973; O´Donell, 1973; Collier, 1979).
2) Corporativismo autoritario. Está caracterizado por un procedimiento de
representación de intereses dispuesto por el Estado. Este tipo de esquema
de solución de conflictos institucionalizado obligatoriamente permite la re-
presentación de intereses sociales, limitando al mismo tiempo los conflic-
tos9 en forma administrativa obligatoria. Como “democracia orgánica”, el
corporativismo autoritario sirvió como una alternativa ideológica para las
sociedades que no podían ser gobernadas solamente con medios tecnocráti-
co-autoritarios, debido a su complejidad económica y social (Stepan, 1978).
El “Estado Novo” de António de Oliveira Salazar encarnó este tipo de for-
ma más clara. Pero también el régimen de Engelbert Dollfuss en Austria
(1934-1938) y la España de Francisco Franco después del periodo fascista
pre-totalitario se pueden incluir en el tipo de corporativismo autoritario.
3) Régimen autoritario de movilización en sociedades posdemocráticas. A diferen-
cia de otras concepciones autoritarias, el tipo de movilización intenta ge-
nerar una identificación afectiva de los gobernados con sus gobernantes

Sistema
8 de partidos: la red de relaciones de los partidos que actúan en una sociedad,
la cual puede ser descrita según diferentes características: número, relaciones de tamaño,
distribución del poder, distancias ideológicas, esquemas de interacción de los partidos (verti-
calmente, entre ellos y horizontalmente, con las clases sociales y los grupos de interés), grado
de institucionalización, etcétera (Bendel, Petra: 1259).
9 Conflictos: como riña o enfrentamiento, el conflicto está siempre presente en la vida
social y es tan importante como el consenso y la armonía. Los conflictos se pueden presentar
entre dos Estados al igual que entre la asociación patronal y el sindicato, la dirección de
la empresa y el consejo administrativo, los padres y los hijos, pero también entre el interés
familiar y profesional de una persona. Por ello, los conflictos se distinguen por su objeto, su
causa, su nivel, su modalidad, su intensidad, su contenido de violencia y las formas de lograr
su control y solución (Strasser, Hermann: 248 y 249).

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EL RÉGIMEN AUTORITARIO 87

autoritarios, a través de formas más emocionales de legitimación. Las for-


mas plebiscitarias de participación tienen el propósito adicional de ayudar a
asegurar el apoyo de las masas. Estos regímenes autoritarios fascistas de mo-
vilización son menos pluralistas, y en cambio, más ideológicos y abiertos a
la participación que los regímenes burocrático-militares o que los corporati-
vistas obligatorios. Están más cerca de la democracia que del Liberalismo,10
intentan compensar la pérdida de libertad individual a través de oportuni-
dades controladas de participación, son menos conservadores y más abier-
tos respecto al cambio limitado.
4) Regímenes de movilización poscolonial. La debilidad simultánea de la auto-
ridad tradicional y la falta de comprensión para los complejos mecanismos
de una autoridad racional y legal hicieron aparecer esta variante específica
sobre todo en el África poscolonial. El carácter artificial de las fronteras es-
tatales poscoloniales, las divisiones étnicas, lingüísticas y religiosas a través
de la población, las disparidades económicas entre los centros urbanos y
la periferia rural (Cleavage),11 así como la debilidad de las burocracias ad-
ministrativas, hicieron creer a muchos líderes de los Estados que se habían
independizado que un partido y una conducción del Estado dirigidos de
manera autoritaria eran los únicos instrumentos que auguraban un éxito
en el proceso de la formación de nación. Estos regímenes autoritarios casi
siempre han sido víctimas de golpes militares y/o han sido transformados
en una dominación puramente personal (Jackson y Osberg, 1982).
El pluralismo limitado, la relativa autonomía de la sociedad, la hetero-
geneidad de las tendencias y las fuerzas políticas conducen más frecuente-
mente a la liberalización, y con ello a las crisis, y bajo condiciones especia-
les, a la transición endógena hacia la democracia (cambio de sistema).12
5) “Democracias” raciales y étnicas. Este concepto elegido conscientemen-
te de forma paradójica se refiere a regímenes que, como Rodesia antes de
1980 y Sudáfrica antes de 1994, le conceden a un grupo definido racialmen-
te (casi siempre una minoría) la participación en los procesos democráticos,
mientras otros grupos étnicos siguen excluidos de los derechos democráti-
cos. Aquí, la “democracia racial” no solamente significa dominación auto-
10 Liberalismo: una de las grandes corrientes políticas (ideas-ideologías) de los últimos dos
a tres siglos, con su punto culminante en el siglo XIX, que está en un contexto de formación,
efectos, interacción y tensión con las otras grandes corrientes ideológicas, el conservadu-
rismo y el socialismo, pero también el anarquismo y el fascismo, por lo que tiene que ser
analizada siempre en el ámbito total de las ideologías políticas (Schiller, Theo: 824).
11 Cleavage: término inglés para escisión o división, también fractura; en la ciencia política
se utiliza en el sentido de línea de conflicto que divide a los partidarios y opositores de una
decisión política (Urban Pappi, Franz: 209).
12 Cambio de sistema: véase el capítulo 8 de este libro.

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88 JUAN JOSÉ LINZ

ritaria sobre la población de color, sino también presión autoritaria frente a


los disidentes blancos que combaten la política racista y la cuestionan.
6) Regímenes imperfectamente totalitarios y regímenes pre-totalitarios. Con el con-
cepto de regímenes imperfectamente totalitarios (defected or arrested totalita-
rism) se pueden designar los sistemas en los cuales las tendencias de desa-
rrollo hacia el totalitarismo han sido detenidas, pero sus representantes se
han convertido en un significativo factor de poder dentro del sistema. En
cambio, el pre-totalitarismo debería quedar reservado a los regímenes que
se encuentran en una fase de transición hacia el establecimiento de un siste-
ma totalitario. Así, se puede designar a la España en la fase inmediatamente
posterior a la Guerra Civil13 como régimen imperfectamente totalitario, y
el Tercer Reich en el primer periodo tras la toma del poder, como régimen
pre-totalitario.
7) Regímenes autoritarios postotalitarios. La fase tardía de los regímenes co-
munistas en Europa del Este bajo la URSS fue asimilada a los regímenes
autoritarios. Había importantes diferencias que aconsejaban caracterizarlos
como un tipo diferenciado postotalitario, que se habían desarrollado por
herencia del totalitarismo. El pluralismo limitado no formaba parte de la
sociedad pre-comunista (a excepción de Polonia, que ha sido descrita como
autoritaria), sino de la relativa autonomía de los aparatos del sistema y/o
de la sociedad civil,14 que conquistó ciertos espacios libres por debajo y por
fuera. Formalmente, se mantuvo el monopolio del poder del partido y sus
ramificaciones, la nomenclatura que ya envejecía. La ideología se convirtió
en una “mentira viviente” tanto para la población como para una parte de
los cuadros, pero ya no era la línea directiva. Se intentó sustituirla por la efi-
ciencia como base de legitimación. Se realizó la movilización por las organi-
zaciones de masa. Estos desarrollos fueron resultado de una cotidianización
del carisma partidista desde arriba, de la crisis de la creencia ideológica y
de la transformación social. El desarrollo diferente en los diferentes países
permite desarrollar una tipología que fue importante para los procesos de
transformación y el desmoronamiento (Linz y Stepan, 1976; Linz, 2000;
Thompson, 1998).

Guerra
13 civil: el uso organizado de violencia en gran magnitud entre diferentes grupos
en el marco de un Estado, ya sea entre el gobierno y las fuerzas armadas dirigidas contra
él, o entre grupos en una situación en la que no hay gobierno [Anarquía] (Rudolf, Peter y
Montaña, Silvia: 665).
Sociedad civil: denomina una esfera de acción colectiva y de discursos públicos que
14

actúa entre el ámbito privado y el Estado. Su núcleo organizativo es conformado por una
diversidad de asociaciones plurales, incluso en competencia, que organizan sus asuntos de
modo relativamente autónomo y expresan sus intereses tanto materiales como no materiales
(Thiery, Peter: 1288). Véase, además, el capítulo 15 del presente volumen.

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EL RÉGIMEN AUTORITARIO 89

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nismus (“Teorías del totalitarismo tras el final de comunismo”), Colonia,
Böhlau.

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Capítulo 7
LOS REGÍMENES AUTORITARIOS*

Dieter Nohlen

Los regímenes autoritarios representan, junto a los regímenes democráticos y


totalitarios, un tipo de régimen particular. En el Tercer Mundo conformaron
en los años de la década de los setenta y ochenta del siglo XX, al contrario de
los países industrializados occidentales entre los cuales no existió ningún régi-
men autoritario, prácticamente el caso normal: casi dos tercios de los países
en desarrollo fueron gobernados de manera autoritaria.1
Los regímenes autoritarios tienen diferente sello. Para fines descriptivos
y analíticos pueden distinguirse algunas características, cuya combinación
en cada caso concreto determina el tipo de régimen autoritario. Para ello
hay que separar diferentes niveles de características:
1) La base social y del poder político de los regímenes autoritarios puede
estar conformada por diferentes grupos sociales. Los regímenes autorita-
rios pueden estar apoyados civil, militar, étnica, religiosa y/o (en caso de
* Nota del editor: una primera versión del texto de este capítulo aparece en Nohlen,
Dieter (ed.), Lexikon Dritte Welt (“Diccionario del Tercer Mundo”), Rowohlt Taschenbuch
Verlag, Reinbek bei Hamburg 2000, pp. 87 y 88. El editor de estas antologías ha adaptado
dicho texto para los fines de esta colección, cuya redacción es diferente de la de un diccio-
nario. Las abreviaturas que aparecen en el original se han desdoblado en la versión presente
sin hacer ningún señalamiento. Todas las citas que se consignen a pie de página provienen
del mismo diccionario y a ellas remite el documento original; en este caso solamente se anota
aquí el concepto respectivo, no la entrada completa. El nombre del autor correspondiente se
encuentra al final de la cita, entre paréntesis y junto al número de la página donde aparece el
concepto señalado. Agradezco la amable autorización del editor del diccionario y de la casa
editorial para publicar este texto.
1 Régimen democrático: remitimos al lector al capítulo 10 del presente volumen. Régimen
totalitario: véanse los capítulos 4 y 5. Tercer Mundo: …Este concepto [frecuentemente mal en-
tendido] es útil como denominación de un grupo de países en el sistema internacional, para
el que hasta ahora no se ha podido hallar un nombre más apropiado. Problemático se vuelve
este concepto cuando se supone una estricta homogeneidad de los miembros de este grupo
de países y cuando no permanece limitado a una función descriptiva, sino que se excede a
niveles normativo, teórico o estratégico (Nohlen, Dieter: 194).

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92 DIETER NOHLEN

que la burocracia en el Estado y en la economía pública tenga una función


clave) burocráticamente. Las combinaciones de estas características son fre-
cuentes. Para regímenes militares se acentúa el elemento civil-militar, para
el llamado nuevo autoritarismo en América Latina lo es el elemento buro-
crático-militar. En el mundo árabe, por ejemplo, se pueden tipificar las mo-
narquías de Arabia Saudita y Marruecos como étnico-religiosas.2
2) El modelo de legitimación de los regímenes autoritarios varía entre tradi-
cional, carismático, político-situacional y de legitimación ideológica del de-
sarrollo. El concepto de la “legitimidad tradicional” se debe a Max Weber
y denomina a la “autoridad del «eterno ayer»: esto es, de la costumbre san-
tificada en su posición interna a través de una validez no premeditada y de
una actitud habitual”. Esta incluye la justificación religiosa de la autoridad
política como ocurre, por ejemplo, en los países islámicos sobre la base del
Corán. En Max Weber descansa igualmente el concepto de la legitimidad
carismática, o sea el reconocimiento de un dirigente por sus seguidores en
la forma de “la entrega creyente, muy personal, nacida de la admiración
o penuria y esperanza”. Los regímenes autoritarios se legitiman de forma
político-situacional, cuando la población, por ejemplo a través de un golpe
de Estado, cree que se evitan peores escenarios de desarrollo (Chile, 1973);
esta legitimación está limitada en el tiempo y exige inmediatamente otros
modelos de justificación, que en países en desarrollo muchas veces consisten
en “soluciones tecnocráticas” y resultados en el desarrollo. Esta legitimación
ideológica del desarrollo se basa en las (presuntas) cuotas más altas de desa-
rrollo de los regímenes autoritarios y fue el germen de muchas variantes de
socialismos y nacionalsocialismos en el Tercer Mundo.
3) El tercer nivel de características se relaciona con la estructura del poder político
y gira en torno a la pregunta de cómo en los regímenes autoritarios se re-
parte el poder y por medio de qué mecanismos están aliadas la dirigencia y
las élites dominantes. Por regla general, los regímenes autoritarios han cen-
tralizado el poder. La división horizontal del poder en Ejecutivo, Legislativo
y Judicial, así como una vertical (diferentes niveles sistémicos con ámbitos
de decisión autónomos) existen en todo caso de manera formal, no sustan-
cial. Ésa es una característica definitoria de los regímenes autoritarios. Las
instituciones políticas, que formalmente son iguales a las de los sistemas de-
mocráticos, deben por eso ser estudiadas por su función real en el proceso

Etnicidad: designa a la pertenencia subjetiva a un grupo étnico y vale en los Estados


2

del Tercer Mundo como causa frecuente de conflicto. Características de un grupo étnico son
aspectos culturales comunes, sobre todo el idioma, así como experiencias históricas reales o
supuestas, esto es, una tradición común (que permanece manipulable). La pertenencia a un
grupo étnico no es rígida, sino variable… (Hartmann, Christof: 270).

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LOS REGÍMENES AUTORITARIOS 93

político. Además de esto, a diferencia de los países industrializados, en los


países en desarrollo se puede constatar un grado más elevado en la perso-
nalización de lo político, independientemente de que se trate de regímenes
democráticos o autoritarios. La dirigencia es personalista cuando el poder
se concentra en una persona y no, o solamente en segunda instancia, en
instituciones políticas. El ejercicio personalista en el poder coincide frecuen-
temente con dirigentes carismáticos (ejemplos históricos: Nasser, Nkrumah,
Sekou Touré, Sukarno, Nyerere).3 También se puede definir al caudillismo
como un tipo de dominación autoritaria que no está anclado institucional-
mente sino que descansa en primer lugar en las cualidades personales de
liderazgo de quien o quienes dominan.4 En contraposición a la tradición
caudillística de la ocupación militar de la política en América Latina, la di-
rección política en el autoritarismo burocrático-militar no es personalista,
lo cual es visible en la rotación personal del ejercicio de la investidura presi-
dencial (Brasil, Argentina, Perú). Las variantes más importantes en las for-
mas de dominación personalista son el clientelismo y el patrimonialismo.5
4) La relación entre los ocupantes del poder y los súbditos está caracterizada en
los regímenes autoritarios por un modelo unificado: la “violencia desde arri-
ba”. Las violaciones a los derechos humanos y las corrientes de refugiados
dan testimonio de ello.6 Empero, los regímenes se distinguen entre sí por las
proporciones y la forma de la represión. Los regímenes autoritarios se pue-

3 Nasser, Gamal Abdel (1918-1970), militar y revolucionario egipcio; Nkrumah, Kwame


(1909-1972), político ghanés, dirigente de un régimen terriblemente represivo; Ahmed Sékou
Touré (1922-1984), político y dictador de Guinea, aliado de Nkrumah; Ahmed Sukarno
(1901-1970), presidente de Indonesia, autor del concepto de la “democracia dirigida”; Julius
Nyerere (1922-1999), político independentista de Tanzania, país del que fue presidente de
1964 a 1985 (nota del editor).
4 Caudillo, caudillismo: en Latinoamérica, sobre todo en el siglo XIX, figura actuante y
dominante, cuyo ejercicio del poder descansa en parte en la violencia y en parte en el reco-
nocimiento voluntario de seguidores y adeptos (Nohlen, Dieter: 147).
5 Clientelismo: …Este concepto se ha vuelto muy importante en los últimos años en la
sociología política de los países en desarrollo. Supone la existencia de una relación personal
entre dos actores o grupos de actores, en la que el cliente se encuentra en condiciones de
dependencia frente al patrón (“señor”). Ambos disponen de medios desiguales, que sin em-
bargo ponen en juego por interés recíproco (Ziemer, Klaus: 470). Patrimonialismo: “Forma de
dominación, cuyos fundamentos de legitimación están formados por lealtades tradicionales
y rendimientos materiales… En el centro del sistema político está un gobernante que dirige
todas las decisiones políticas a través de una red de relaciones personales” [definición de P.
Pawelka] (Nohlen, Dieter: 665).
6 Derechos humanos: [Este concepto] procede de la doctrina ilustrada del derecho natural
en el siglo XVIII y denomina a los derechos (prepositivos) inviolables e inalienables propios
del hombre con motivo de su dignidad, cuya existencia no depende del reconocimiento esta-
tal. Refugiados: [son aquellas] personas que han abandonado su patria y que son perseguidas

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94 DIETER NOHLEN

den también distinguir según un tipo excluyente y un tipo incluyente, ya sea si la


participación política de la población está prohibida (prohibición de parti-
dos políticos y de asociaciones sociales autónomas, sobre todo de sindica-
tos) o si existen ciertos canales controlados de participación. En esto, por
ejemplo, se puede recurrir a formas democráticas (elecciones y plebiscitos),
que, sin embargo, son de contenido hueco (no hay competencia para el
partido o movimiento en el poder, no hay libertad de elección) y que fre-
cuentemente son fraudulentos (manipulación electoral). Ciertos conceptos,
como “movilización” y “populista”, remiten al efecto de participación, con
los cuales el régimen autoritario busca el apoyo de las masas para sus fines
políticos.
5) Los regímenes autoritarios deben ser ubicados en su contexto históri-
co (sobre todo estructural e históricamente); el contexto puede variar de un
régimen a otro, pero caracteriza al tipo especial de régimen autoritario de
manera decisiva. A guisa de ejemplo, los regímenes autoritarios son más re-
presivos y desmovilizadores cuando persiguen relaciones políticas elevadas
o social revolucionarias.
6) Además, los regímenes políticos difieren en su orientación política; no
están de ninguna manera atados a sus policies, aun cuando regímenes auto-
ritarios socialmente progresistas son mucho más raros de encontrar que los
que pretenden mantener el status quo.7

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en el Tercer Mundo”), Bonn-Bad Godesberg.
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con motivo de su raza, religión, nacionalidad u opinión política [y] que se encuentran fuera
del territorio de su patria, al que no pueden regresar (Nohlen, Dieter: 287).
7 Democratización/redemocratización: En el ámbito de la doctrina de los sistemas políticos
y de su transformación [es] las transición de un Estado de una forma de dominación auto-
ritaria a una democracia plural; si existían ya en la fase preautoritaria del país en cuestión
condiciones democráticas se habla de una redemocratización (Nohlen, Dieter: 179).

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LOS REGÍMENES AUTORITARIOS 95

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Capítulo 8
EL CAMBIO DE SISTEMA POLÍTICO*

Dieter Nohlen

El cambio de sistema, en general, es el proceso de transición de un tipo de


régimen hacia otro, especialmente aquél de una dictadura, de un régimen
autoritario o del totalitarismo (en cuanto tipo de régimen) hacia la demo-
cracia.1
En la literatura científica se utilizan para este mismo proceso también
los conceptos de transición, cambio de régimen, transformación y demo-

* Nota del editor: este capítulo está basado en los siguientes textos: a) Nohlen, Dieter
(ed.), Lexikon Dritte Welt (“Diccionario del Tercer Mundo”), Rowohlt Taschenbuch Verlag,
Reinbek bei Hamburg 2000, pp. 765-768; b) Nohlen, Dieter y Schultze, Rainer-Olaf (eds.),
Lexikon der Politikwissenschaft (“Diccionario de la Ciencia Política”), Múnich, Verlag C. H.
Beck, 2005, pp. 1006-1009; c) Nohlen, Dieter y Schultze, Rainer-Olaf (eds.), Diccionario de
ciencia política, Xalapa-Ciudad de México, El Colegio de Veracruz-Porrúa, 2006, pp. 123-127.
El editor de estas antologías ha adaptado dichos textos para los fines de esta colección, cuya
redacción es diferente de la de un diccionario, además de que en este capítulo el texto es el
resultado de la combinación de tres documentos previos. Las abreviaturas que aparecen en
los textos originales se han desdoblado en la versión presente sin hacer ningún señalamiento,
al igual que los ocasionales errores de redacción, de traducción o de imprenta. Todas las citas
que se consignen a pie de página provienen de las mismas fuentes y a ellas remite el docu-
mento original; en este caso solamente se anota aquí el concepto respectivo, no la entrada
completa. Dichas citas están tomadas de la fuente “c)”. El nombre del autor correspondiente
se encuentra al final de la cita, entre paréntesis y junto al número de la página donde aparece
el concepto señalado. Agradezco la amable autorización de los editores de los diccionarios y
de las casas editoriales para publicar este texto.
1 Dictadura: dominio de una persona, grupo, partido o clase que ha monopolizado el po-
der en el Estado y lo ejerce sin limitaciones o sin grandes limitaciones (Schultze, Rainer-Olaf:
413). Régimen autoritario: véanse los capítulos 6 y 7 del presente volumen. Totalitarismo: desig-
nación para una forma de dominación que pretende someter a la sociedad y a los individuos
a un control total, no limitado por los derechos fundamentales ni por la división de poderes
(Rieger, Günter: 1487); véase el capítulo cuarto de este volumen. Democracia: véase capítulo
10 de estas antologías.
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98 DIETER NOHLEN

cratización; este último indica claramente la dirección de esa evolución.2


En cambio, para el proceso inverso se emplea habitualmente el término del
derrumbe de la democracia (breakdown of democracy). En la perspectiva his-
tórica concreta se entienden bajo cambio de sistema, primordialmente las
transiciones democráticas en Europa del Sur, América Latina, África y Asia
durante el último cuarto del siglo XX, las que son clasificadas también con
la etiqueta de “la tercera ola de la democratización” (Huntington 1991). El
cambio de sistema se ha consumado cuando se han construido las institu-
ciones de la democracia representativa y el sistema político funcione en el
marco de elecciones libres y la competencia plural de partidos, es decir, de
acuerdo con los criterios mínimos del concepto de democracia desarrollado
por R. Dahl (1971) .3
1. En los años setenta se logró el regreso a la democracia en los países
miembros de la OCDE: Grecia, Portugal y España. Desde fines de los años
setenta, pero principalmente durante los años ochenta fueron superados los
regímenes autoritarios en América Latina, con excepción de Cuba. Desde
finales de los años ochenta, la democracia se abrió camino en Europa Cen-
tral, del Este y del Sureste (en suma, en Europa Oriental). También pudie-
ron observarse algunos casos de cambio de sistema en África y Asia. Sin
embargo, no todos los 78 cambios de sistema registrados entre 1974 y 1998
derivaron en la construcción de una democracia.
El cambio de sistema se caracterizó, en la mayoría de los casos, por una
uniformidad notable en la concepción de la meta del desarrollo político:
el establecimiento de una democracia plural. Se realizó en estos casos por
medio de elecciones generales y una competencia abierta entre los parti-
dos en torno a la ocupación de los cargos públicos.4 No en todas partes se
buscaba el tránsito a la democracia, a veces simplemente no se logró. En

2 Transición: proceso de transformación de un tipo de régimen hacia otro, especialmente


aquel de una dictadura, de un régimen autoritario o del totalitarismo (en cuanto tipo de
régimen) hacia la democracia (Nohlen, Dieter: 123). Cambio de régimen: véase el capítulo 8
del presente volumen de las antologías. Democratización: proceso de establecimiento de una
democracia, en el cual se pasa de regímenes totalitarios o autoritarios hacia la legitimación
y el ejercicio de poder democráticos, o hacia la profundización de una democracia (Nohlen,
Dieter: 306).
3 Sistema político: …es un concepto fundamental para el análisis de lo político, que abar-
ca, de acuerdo al concepto de la política de tres dimensiones, la totalidad de las instituciones
políticas (estructuras) los procesos políticos y los contenidos de las decisiones políticas (No-
hlen, Dieter y Thibaut, Bernhard: 1251).
4 Elección: técnica para formar órganos representativos o nombrar a una persona para
un cargo… son el método de nombramiento para el dominio público que periódicamente
hace participar a los ciudadanos sujetos al dominio en la renovación de la dirección polí-
tica (mediante la selección y la libre elección entre alternativas materiales y personales en

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EL CAMBIO DE SISTEMA POLÍTICO 99

África y Asia el asunto se quedó frecuentemente en elecciones que fueron


manipuladas y fungieron para disimular las ya existentes o nuevas relacio-
nes de dominación autoritarias. También América Latina no escapó de las
involuciones. En Perú se estableció en 1992, por medio del autogolpe del
presidente Fujimori, un régimen neoautoritario, que si bien fue confirmado
a través de lecciones, no pudo ser restituido como democracia, salvo con la
destitución del propio presidente, ocurrida en 2000. Comparando las tran-
siciones en diversas regiones del mundo, las condiciones económicas, socia-
les y políticas iniciales, así como los correspondientes procesos colaterales
eran muy distintos. Por tanto, el cambio de sistema evaluado por grupos
de países abarcó dimensiones diferentes. En Europa del Sur comprendió
en el fondo únicamente el nivel político-institucional, incluyendo la resti-
tución del Estado de derecho. El acercamiento a la Unión Europea, y fi-
nalmente la integración a ella que de esta manera se logró, proveyó a esos
países de las ventajas económicas que esperaba de la democratización. El
cambio de sistema en América Latina fue acompañado en el nivel político-
institucional por la necesidad de llevar a cabo un cambio en la estrategia de
desarrollo.
Durante la década de la crisis del endeudamiento se agotó definitiva-
mente la estrategia de desarrollo vía industrialización por medio de la sus-
titución de importaciones que se había seguido desde los años treinta. Las
jóvenes democracias se veían presionadas de recuperar el equilibrio ma-
croeconómico y apostaron al ajuste estructural y al neoliberalismo. Otra
dimensión pocas veces registrada consiste, en estos casos, en la reforma del
Estado, de su relación con la sociedad, la superación de estructuras premo-
dernas y patrones de conducta de paternalismo y clientelismo. El cambio
de sistema en Europa Oriental incluyó, de modo consustancial, los niveles
político y socioeconómico. Se tenía que transformar no sólo el sistema po-
lítico sino también el sistema social determinado por relaciones específicas
de producción y propiedad. Aquí era visible para todos el carácter doble
del cambio de sistema. Para África y Asia no resultó ninguna uniformidad
regional respecto de las dimensiones del proceso de transformación, los mo-
delos antes descritos se distribuyeron más bien a diferentes países.5

competencia), en un procedimiento formalizado (siguiendo reglas del juego) y fundado en el


acuerdo (Nohlen, Dieter: 463).
5 Ajuste estructural: …designa las medidas neoliberales económicas y financieras aplicadas
en muchos países en vías de desarrollo bajo la presión de la deuda externa [(desestatización
de la economía, incentivos para la inversión del capital privado interno y externo, desregu-
lación y liberalización de los mercados, apertura de las economías nacionales, devaluación
de las monedas nacionales, reducción de los gastos sociales, etcétera)] (Nohlen, Dieter: 16 y

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100 DIETER NOHLEN

2. La ciencia política realizó en el área de la investigación de la transición,


que pronto se estableció, poblado de especialistas regionales, de comparatis-
tas (cuyo objeto de estudio es el “gobierno comparado”) y de investigación
del desarrollo (estableciéndose diversas teorías del desarrollo) primero una
división de las fases del proceso en liberalización, democratización (transi-
ción) y consolidación, estudiando las condiciones políticas y constelaciones
de fuerzas específicas de cada caso.6 Se desarrollaron diferentes tipos de
transición considerando la secuencia de liberalización y democratización,
pero particularmente el criterio de la relación de fuerzas entre las élites del
régimen y las fuerzas reformadoras en el proceso de transición: el cambio
de sistema como resultado: a) de una conducción desde arriba por las viejas
élites políticas; b) de un compromiso entre las viejas y las nuevas élites polí-
ticas, y c) de la implosión del régimen autoritario y el reemplazo de las élites
políticas antiguas por aquéllas de la oposición democrática (Huntington,
1991; Von Beyme, 1994).
Si se supone la existencia de un enfoque teórico específico de inves-
tigación de la transición, entonces sería el centrado en los actores de G.
O´Donnell y Ph. C. Schmitter (1986). Por cierto que este enfoque es parte
de los enfoques de la “teoría de la acción”, se ubica en el “individualismo
metodológico” e investiga procesos micro, características que comparte con
otros en el paisaje teórico y metodológico.7 Sin embargo, en su aplicación a

17). Neoliberalismo: variante del liberalismo… El núcleo de las concepciones neoliberales es la


competencia del mercado. Éste debe garantizar la eficiencia económica, la competitividad
de la economía, los aumentos del bienestar pero también al mismo tiempo las libertades
individuales, y sobre la base de estas, crear una solidaridad social no coordinada y que se de-
sarrolle libremente entre individuos libres los cuales actúan en cada caso haciendo su propio
impulso (Bendel, Petra: 951). Clientelismo: (del latín clientela=séquito, familiares protectores),
término técnico para una relación de dependencia recíproca entre dos actores (individuos
o grupos) que disponen de diferentes recursos que utilizan para favorecerse mutuamente
(Ziemer, Klaus: 212).
6 Investigación de la transición: una rama del área de sistemas políticos comparados que
estudia el cambio de sistema de regímenes autoritarios a democracias (Nohlen, Dieter: 777).
Gobierno comparado/sistemas políticos comparados: un área central de la ciencia política para la
que no existe uniformidad de denominación; cubre la dimensión procedural de la política
(politics) que es tratada de forma comparativa (Nohlen, Dieter: 655). Teorías del desarrollo: las
teorías que buscan explicar el proceso de desarrollo de los Estados de Tercer Mundo surgidos
de la descolonización, en sus condiciones previas —entre ellas, las causas de su desarrollo— y
sus características y que con una fuerte orientación práctica en forma de modelos y estrate-
gias de desarrollo enfocan a un cambio de la realidad social (Nohlen, Dieter: 1399).
7 Teorías de la acción: enfoques explicativos de las ciencias sociales que fueron desarro-
llados en el transcurso del siglo XX en la sociología, antropología, psicología y las ciencias
económicas…; ponen en el centro el comportamiento intencional e interpretativo de actores
individuales y colectivos y deducen los fenómenos sociales primordialmente de las inten-

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EL CAMBIO DE SISTEMA POLÍTICO 101

la transición, especialmente a la fase de democratización limitada en el tiem-


po, por ejemplo, el cambio de sistema, ha sido desarrollado de forma tan
sofisticada que no se le puede negar su originalidad. Prueba de que la inves-
tigación posterior parece ser consciente de esto, es la, por así decirlo, forzo-
sa y obligatoria referencia a este estudio. O’Donnell y Schmitter definen la
transición, subdividen el proceso de transición en fases, estudian los actores
políticos involucrados en el proceso de cambio de sistema y sus estrategias,
además de analizar el modelo de solución de conflictos y determinar los ti-
pos de transición, suponiendo que éstos tienen importancia para el futuro
desarrollo político, dado que no perciben este futuro como un desarrollo
que deba desembocar de forma linear en una democracia. Por otra parte,
una de las más relevantes características de su enfoque es la determinación
de los factores domésticos e internos como factores causantes preeminen-
tes de la transición. Hacen hincapié en las tensiones entre grupos de poder
en el sistema de dominación autoritario. La ventaja de este enfoque teóri-
co, elaborado en primer lugar con base en los casos de transición latinoa-
mericanos, es su lógica interna. Sin embargo, esto se consiguió a costa de un
doble reduccionismo:8 la desatención de otros factores no internos y no cen-
trados en los actores, por un lado, y el olvido de la fase de consolidación en
el proceso de transición, por el otro. Empíricamente, se puede objetar, por
lo demás, que los procesos de transición no fueron siempre desencadenados
por tensiones en la élite de poder, a lo sumo como reacción frente a factores
que no pudieron ser mantenidos bajo control por el régimen autoritario.
Sin embargo, otra ventaja, existe en la función heurística del enfoque de
O’Donnell y Schmitter, pues ha fomentado la controversia de carácter teó-
rico analítico sobre el actor y la estructura como alternativas de explicación
de los procesos de transición a la democracia (cfr. Merkel, 1994).
En la explicación de cambio de sistema lograron especial atención los
enfoques centrados en los actores, en última instancia también porque en
ninguna parte se habían establecido las condiciones socioeconómicas men-
cionadas en la teoría del desarrollo político como requisitos de la democra-
cia (excepto en España). Los actores internos predominaban; sin embargo,
los factores externos tuvieron importancia en África y también en Europa

ciones, definiciones de situación, acciones e interacciones de los actores, a diferencia de las


concepciones estructuralistas o de teorías sistémicas (Braun, Dietmar: 1413). Individualismo
metodológico: una estrategia para la explicación de fenómenos sociales con base en acciones y
esquemas de acción de actores individuales, es decir, de sus disposiciones de acción: intencio-
nes, objetivos, tendencias, conductas, etcétera (Nohlen, Dieter: 713).
8 Reduccionismo: en sentido general y neutro, la estrategia de atribución de un fenómeno
complejo a fenómenos más simples; el estudio de un todo a través del análisis de sus partes
constitutivas (Zilla, Claudia: 1167).

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102 DIETER NOHLEN

Oriental (lo que apenas ha sido tematizado en la investigación) pero siem-


pre con la mediación de actores internos (Hartmann, 1999). Generalmente,
se le atribuyó mucha importancia para el cambio de sistema a la sociedad
civil, especialmente en el contexto de cuestiones de los derechos humanos,
con las que los regímenes autoritarios fueron confrontados desde la política
de derechos humanos que llevaba a cabo el presidente estadounidense J.
Carter.9 En el proceso mismo de la transición, sobre todo allá donde era ne-
gociada, los partidos volvieron a tomar el liderazgo. Desde temprano se re-
conoció la relevancia del tipo de régimen autoritario para el cambio de sis-
tema (Nohlen, 1982). La depresión económica (crisis del endeudamiento) es
otro factor estructural más, cuya importancia debe considerarse como alta
porque en general puede constatarse que las crisis económicas favorecen un
cambio de sistema en cualquier dirección (Linz y Stephan, 1996). También
se prestó gran atención a las decisiones institucionales (institutional choices) de
los actores políticos en relación con las alternativas entre el presidencialis-
mo y el Parlamentarismo, por una parte, y, por la otra, entre los sistemas
de representación mayoritaria y de representación proporcional, ya que se
suponía que de ellos dependía la consolidación de las jóvenes democracias.
Las expectativas de una asesoría política influyente se vieron frustradas, sal-
vo algunas excepciones (entre otras, la República de Sudáfrica).10 En la

Sociedad
9 civil: denomina a una esfera de acción colectiva y de discursos públicos que
actúa entre el ámbito privado y el estado. Su núcleo organizativo está conformado por una
diversidad de asociaciones plurales, incluso en competencia, que organizan sus asuntos de
modo relativamente autónomo y expresan sus intereses tanto materiales como no materia-
les (Schultze, Rainer-Olaf: 1288); véase capítulo 15. Derechos humanos/derechos fundamentales/
derechos civiles: designan con contenidos significativos, en parte idénticos, en parte divergentes,
derechos fundamentales que deben regular o regulan la posición de los individuos en la
comunidad política como derecho codificados, aseguran una norma mínima unificada y
validable de libertad individual e igualdad política y social (Rieger, Günter: 387).
Presidencialismo: [sistema de gobierno, que] se distingue por una separación relativa-
10

mente fuerte del parlamento y del gobierno. El presidente, que reúne las funciones de jefe de
gobierno y jefe de Estado en sí mismo, no puede de ningún modo pertenecer al Congreso. El
gobierno recibe su legitimación a través de la elección popular del presidente (Jesse, Eckhard
y Nohlen, Dieter: 1114). Parlamentarismo: …se distingue por el lugar que ocupan las institu-
ciones del parlamento, el gobierno y el jefe de Estado…: el parlamento… elige y controla al
gobierno y ejerce la legislación (Von Alemann, Ulrich y Nohlen, Dieter: 992). Véase Sistemas
electorales: procedimientos de formación de órganos de representación política en las eleccio-
nes…; regulan la manera de cómo el elector puede expresar su preferencia política en votos
y cómo ese voto se convierte en decisiones sobre la ocupación personal de cargos y escaños y
la composición (partidista) de asambleas representativas (Nohlen, Dieter: 1261). Asesoría polí-
tica: en una amplia acepción, una diferenciación de papeles, en la cual un asesor (externo al
sistema político administrativo) se acerca al político, que espera de él una ayuda para tomar
una decisión… en una acepción más estricta del concepto, se limita a la participación de

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EL CAMBIO DE SISTEMA POLÍTICO 103

práctica, las decisiones institucionales dependieron muchas veces precisa-


mente de aquellas constelaciones de fuerzas y perspectivas de poder de los
actores políticos, que se reflejaban en el tipo de transición (véase Nohlen y
Kasapovic, 1996). Por lo demás, se trabajó mucho de modo taxonómico, es
decir, en sistemas conceptuales y criterios de clasificación; frecuentemente
se descuidaba el análisis empírico comparativo que tiene en cuenta la com-
plejidad e individualidad de cada caso.
3. Si bien en la fase de la transición, el cambio de sistema fue acompa-
ñado de mucha euforia, posteriormente surgieron pronto el escepticismo y
la crítica que se fue distanciando de las recientes evoluciones. Se percibía
que respecto de la consolidación de la democracia vuelven a contar los obs-
táculos estructurales de índole económica, social y sociocultural que dificul-
tan la realización de la democracia en su concepción ya más amplia (Lauga,
1998). En este contexto, a veces las jóvenes democracias fueron evaluadas
con criterios normativos que incluso los países industrializados apenas lo-
gran cumplir.
En este terreno, conceptualmente poco ordenado todavía, se puede dis-
tinguir a grosso modo entre dos enfoques. El primero trata de tipologizar y
medir. Se refiere prácticamente a todos los cambios de sistema que sobre-
pasan un límite mínimo de propiedades para poder integrar el grupo de
democracias bajo estudio. Por ejemplo, se relativiza el criterio de elecciones
libres y honestas. Sin embargo, se aplican criterios muy elevados y rígidos
para su diferenciación interna, en primer lugar, entre democracias que de-
muestran algunos déficits y otras que no. Perdiendo parcialmente de vista
la diferencia entre democracia y autoritarismo (véase Linz, 2000: XL), se
introducen diferentes adjetivos que se agregan al concepto de democracia
(por ejemplo: democracia delegativa o democracia defectuosa), cuando se
detectan deficiencias de diferentes órdenes para distinguirlas dicotómica-
mente de las democracias plenamente válidas.11 En segundo lugar, se apli-
can criterios de diferenciación más precisos para formar subtipos de los sis-
temas considerados como defectuosos conforme a las distintas deficiencias
que presentan. En este contexto se tematizan tanto problemas estructurales
institucionales (por ejemplo, la falta de control horizontal de los poderes, así
como de responsabilidad —Accountability— del gobierno y de la administra-

científicos y (más estrictamente) de científicos sociales en el proceso político-administrativo


de búsqueda de decisiones (Wollmann, Hellmut: 61).
11 Democracia delegativa o defectuosa: concepto acuñado por Guillermo O´Donnell (1994)
que tiene como contenido la concentración de poder en el cargo de presidente, sin control
horizontal y con el cual se intenta determinar tipológicamente la práctica gubernamental
presidencial en la democracias jóvenes (Nohlen, Dieter: 341).

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104 DIETER NOHLEN

ción), como el deficiente Estado de derecho, aunque esta deficiencia se con-


sidera inherente a casi todas las jóvenes democracias.12 A menudo se habla
simplemente de democracias electorales,13 o sea aquéllas donde únicamente
las elecciones representan el criterio para su distinción. En términos gene-
rales, se cuestiona la calidad de la democracia, medida con base en índices,
con la cual se está cuestionando la democracia misma.
El segundo enfoque trata de entender la democratización como un pro-
ceso histórico. Distingue entre sistemas no democráticos y democráticos,
reconociendo a estos últimos como democracias en tanto que cumplan con
los criterios mínimos de Robert A. Dahl (es decir, que se celebren elecciones
libres y se demuestren resultados electorales generados conforme al Estado
de derecho). Este enfoque tematiza la calidad del gobernar en el contexto de
las condiciones específicas de los países en vías de desarrollo. No ignora los
problemas para implementar plenamente el Estado de derecho, tampoco
los problemas institucionales estructurales típicos en las jóvenes democra-
cias, pero considera algunos problemas, como herencia histórica (por ejem-
plo, el retraso al implementar el Estado de derecho) o de cultura política,14
difíciles de superar en poco tiempo.
Este enfoque ve en la democracia un objeto de estudio en proceso de su
desarrollo y destaca el hecho de que en la mayoría de los casos el desarrollo
político-institucional ha avanzado más que el desarrollo socioeconómico y
la cultura política. Hace hincapié en las implicaciones de este desfase en los
problemas que tienen las democracias respecto a su profundización y con-
solidación. Considera, por ejemplo, que la administración, la justicia, las
fuerzas armadas y la policía apenas reaccionan a las disposiciones políticas
de los gobiernos democráticos, frecuentemente carecen de una actitud posi-
tiva ante los valores liberales. Se da cuenta que las pretensiones referentes al
Estado de derecho y la realidad jurídica difieren bastante. Debido a estas y

Accountability: término inglés para designar la responsabilidad de un poder, en la con-


12

cepción de la ciencia política, la limitación de un poder, el control del ejercicio del poder y la
sanción del abuso de poder (Nohlen, Dieter: 7). Estado de derecho: un concepto que se sustrae
a una formulación sencilla y a través de una fórmula. Su objetivo es la sujeción jurídica del
Estado. Dado que la cuestión de la relación del derecho y la política siempre puede recibir
solamente una respuesta referida temporalmente, pero no una respuesta concluyente [este
concepto] sigue estando abierto para las condiciones y concepciones políticas y sociales co-
rrespondientes (Benda, Ernst: 546).
Democracias electorales: véase capítulo 10 de estas antologías.
13

Cultura política: designación para la dimensión subjetiva de los fundamentos sociales


14

de los sistemas políticos…; se refiere a distintos grados de conciencia política, mentalidades,


formas de pensar o de conductas típicas, asignadas a determinados grupos o sociedades
completas (Berg-Schlosser, Dirk: 317).

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EL CAMBIO DE SISTEMA POLÍTICO 105

otras deficiencias cualitativas del “Estado anómico” (según P. Waldmann), el


segundo enfoque sitúa el problema de consolidación de la democracia pri-
mordialmente en su confrontación con las condiciones de entorno adversas
a ella. No olvida tampoco que otro obstáculo importante a la consolidación
consiste en el desarrollo económico-social deficiente y la consiguiente pérdi-
da de legitimidad de las instituciones democráticas ante la falla de satisfacer
las necesidades y expectativas de la sociedad.

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106 DIETER NOHLEN

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Capítulo 9
EL CONTROL DEL PODER EN TIEMPOS
DE TRANSICIÓN. ALEMANIA, ESPAÑA, MÉXICO*

Dieter Nohlen

Sumario: I. Consideraciones preliminares. II. Alemania. III. España.


IV. México. V. Consideraciones finales. VI. Bibliografía.

Las consideraciones vertidas en este ensayo son consideraciones sueltas en re-


lación con experiencias históricas de Alemania, España y México en procesos
de transición de regímenes no democráticos de diferente índole a democra-
cias constitucionales representativas. Llaman la atención a un uso múltiple
del concepto de control, conforme a su significado distinto a partir de lo lin-
güístico y a la necesaria diferenciación según dimensiones políticas, sociales y
jurídicas al observar situaciones históricas específicas.

I. Consideraciones preliminares

El control del poder es, sin lugar a duda, un tema clásico de la teoría política.
Sin embargo, no conviene en esta oportunidad citar a todos los autores de
prestigio que han contribuido al debate, desde la antigua Grecia, pasando
por los grandes teóricos de la separación de poderes hasta los pensadores de
hoy en día, iluminando el papel crucial que desempeña el control del poder
en el concepto del buen gobierno y de la democracia constitucional, así como
tampoco su relación con uno de los más altos valores de la política: la libertad.
* Este texto está basado en una conferencia magistral en la ciudad de Morelia, en el
marco de un homenaje al doctor Nohlen con motivo de su septuagésimo aniversario orga-
nizado por el Congreso del Estado de Michoacán y la Universidad Vasco de Quiroga (no-
viembre de 2009). El ensayo se publicó posteriormente en Häberle, Peter y García Belaunde,
Domingo (coords.), 2011, El control del poder. Homenaje a Diego Valadés, México, UNAM, Insti-
tuto de Investigaciones Jurídicas, t. 1: 387-399. Con algunas variantes, lo ponemos ahora al
alcance de nuestros lectores (nota del editor).

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108 DIETER NOHLEN

Mi atención se dirige a procesos históricos concretos para ver cómo se


desenvuelve el topos del control del poder en situaciones cambiantes. Me in-
teresan las tres dimensiones de comparación: en primer lugar, obviamente,
la diacrónica o vertical, pues quisiera comparar situaciones diferentes en un
mismo país; en segundo lugar la comparación sincrónica u horizontal entre
países, para ver las similitudes y diferencias en el desarrollo del concepto es-
tudiado, y también cómo influyó el contexto en su significado y actualidad
histórica; en tercer lugar la comparación diferida en el tiempo, un tipo de
comparación mixta entre las dos primeras comparaciones, cuando los casos
se distinguen mucho en el tiempo, aunque tengan similitudes que propician
la comparación (el caso de los comparable cases). Escogí Alemania, España y
México, ya que confieso que esta selección tiene un trasfondo personal. Sin
embargo, respecto al proceso de transición hacia la democracia, represen-
tan tipos diferentes: Alemania, un caso de ruptura y refundación de la de-
mocracia, después de haber sido liberada de un régimen totalitario; España,
un caso de transición pactada de contenido rupturista, después de la muerte
del dictador y de haberse demostrado la inviabilidad del continuismo; Mé-
xico, un caso de transición lenta y continua hacia el pluralismo político,
de continuidad respecto a la Constitución escrita, estableciendo finalmente
nuevas reglas e instituciones electorales que permitieron primero el libre ac-
ceso al poder de las alternativas políticas y, segundo, como efecto novedoso,
que la Constitución “se realizara” (Konrad Hesse).
Desde una perspectiva histórica, el control del poder surge como anhelo
y proyecto en situaciones de transición de un régimen monocrático, totali-
tario o autoritario hacia algo diferente, en especial hacia un Estado consti-
tucional. Así, en la Europa del siglo XIX se vislumbra primero en procesos
de transición de una monarquía absoluta a otra de tipo constitucional, y
últimamente en América Latina a finales del siglo XX de un régimen au-
toritario a una democracia constitucional representativa. Como objetivo y
concepto guía en la organización de los poderes públicos está especialmente
presente en los procesos fundacionales de un Estado constitucional, cuya
propia identidad parece depender del grado del control del poder que se
establece primero en la carta magna, segundo en el ejercicio efectivo del
poder conforme a los preceptos constitucionales. Estos procesos fundacio-
nales parecen formar momentos claves en la concretización práctica de la
teoría del control del poder (véase, desde una perspectiva jurídica, Refugio
González del y López Ayllón, 1999). Sin embargo, el diseño constitucional
en función de la limitación de poderes y el grado de vigencia que ellas al-
canzan por los mecanismos de control, dependen no sólo de la buena teoría
y su aplicación en la práctica, sino de manera crucial del contexto histórico.

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EL CONTROL DEL PODER EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN... 109

II. Alemania

En Alemania, en los años de posguerra, o sea después del totalitarismo nazi,


el control del poder cobró enorme importancia como objetivo político en el
sentido de impedir que tal exceso de poder —más allá del desastre huma-
no que implicaba— no se repitiera nunca más. De este modo, el tema del
control del poder no implicaba sólo la absoluta negación como nefasta expe-
riencia del régimen anterior, sino también una relativa negación del régimen
pre-totalitario de la República de Weimar, que constituyó de alguna manera
el marco constitucional en el que Hitler subió al poder. Se puso en duda el
ordenamiento constitucional de Weimar, su sistema de gobierno, su sistema
electoral, la estructura del Estado con predominio prusiano, etcétera, por
parte de los investigadores que ubicaron las causas del derrumbe de la pri-
mera democracia alemana en este ámbito. En tal sentido, la Constitución de
la República Federal (Alemana, nota del editor) puede leerse en parte como
una respuesta al diagnóstico crítico de la anterior Constitución, por ejemplo,
su carácter netamente representativo (eliminando elementos plebiscitarios),
parlamentario (reduciendo las funciones del presidente a meras funciones re-
presentativas) y federal (rediseñando los Estados miembros, dotándoles con
una fuerte participación en la formulación de las políticas nacionales). Espe-
cialmente, el federalismo fue pensado como fuerte elemento contra el poder
concentrado en la Federación —idea y diseño sobre todo promovido por
las fuerzas ocupantes de Alemania Occidental en aquel entonces, pues ellos
intervinieron en el proceso constituyente de la Ley Fundamental (Grundge-
setz)—. Sin embargo, la renovación institucional que fortalecía el carácter re-
presentativo y parlamentario del sistema político suscitó algunas dudas acer-
ca de su idoneidad para mejorar el control político del poder. Se restringía la
participación del pueblo sólo a actos eleccionarios y se concentraba el poder
político en el gobierno, emanado de las elecciones parlamentarias, o sea se
limitaba el control del poder institucionalizado al abolir plebiscito y referen-
do como mecanismos de control político vertical, así como al disminuir las
anteriores competencias del presidente de las que disfrutaba en el modelo de
Weimar, reduciendo de esta manera el control político horizontal. Con estas
tendencias, el tema del control del poder en el nuevo ordenamiento constitu-
cional no terminó con la aprobación del Grundgesetz (hecha no por el pueblo
en un referéndum, sino por los Estados miembros de la Federación), sino que
cobró importancia ex post en el debate de constitucionalistas y politólogos.
Especialmente el tipo de gobierno parlamentario con voto de censura cons-
tructivo y posibilidades muy restringidas de disolución del parlamento recibió

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110 DIETER NOHLEN

muchas críticas. Ello se reflejó, por ejemplo, en el muy conocido estudio de


Karl Loewenstein intitulado Teoría de la Constitución (2a. ed. 1976). En la ver-
sión alemana (Verfassungslehre) de 1958, Loewenstein añadió al original inglés
de la obra, publicado en 1957, un capítulo sobre el “parlamentarismo con-
trolado” de la entonces “República de Bonn”, en el que el famoso autor de-
nuncia incluso el carácter demo-autoritario del parlamentarismo alemán por
desequilibrar la relación del poder en el triángulo formado entre gobierno,
parlamento y electorado. En términos acordes con nuestro tema, destacó el
control del poder constitucional del parlamento para controlar el poder. Sin
embargo, con el tiempo, aunque el topos del control del poder siguió vigente,
la evaluación cambió fundamentalmente hacia una de mayor sensibilidad de
contexto. Dolf Sternberger (1964), seis años más tarde, también cuestionó
la vigencia del control del poder (parlamentario) en el gobierno de gabinete
para llegar, ya, a una defensa del sistema parlamentario en general adhirién-
dose a la teoría británica, expuesta por Walter Bagehot en su famoso estudio
The English Constitution (1a. ed., 1867). Según Sternberger, el control político
del poder (parlamentario) había pasado del parlamento a la oposición par-
lamentaria, dado que la mayoría parlamentaria era llamada a gobernar. En
términos del tipo de control de poder, en esta nueva distribución de funcio-
nes de control en el ámbito del sistema político, se confiaba en el control del
poder vertical, cuyo ejercicio consistiría en sancionar la gestión de los gober-
nantes, en la posibilidad de alternancia en el gobierno. El control del poder
(político) pasaría a manos de los votantes. Su tesis central, según la cual se
había abolido la separación de poderes sin perder la libertad, revela todavía
algo de la preocupación que había impulsado a Sternberger a defender la
nueva estructura del poder en el sistema parlamentario. En resumen: este sis-
tema era compatible con el control del poder para garantizar el libre ejercicio
de la libertad. Como se apreció más tarde, en el nuevo constitucionalismo, el
control del poder se había establecido como principio constitucional (Meyn
1982). En este sentido, conviene añadir que varias otras instancias de control
del poder se constituyeron en el mismo proceso fundacional o pronto empe-
zaron a desarrollarse para completar el escenario de mecanismos de control,
instancias como el federalismo, el Tribunal Constitucional Federal, el Ban-
co Federal (hoy Banco Central Europeo), el Ombudsman, el Ombudsman
Militar, etcétera, todos de tipo institucionalizado que hacen que hoy en día,
en términos comparativos, la República Federal de Alemania cuente con la
mayor cantidad de entes de control, en la terminología reciente de veto players
(Tsebelis 2002). Lo interesante del debate de aquel entonces se ubica, sin em-
bargo, en dos aspectos: primero, que el tema del control del poder se vinculó,
desde un principio, con el de cuidar el funcionamiento del sistema político.

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EL CONTROL DEL PODER EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN... 111

El totalitarismo fue visto no tanto como resultado de falta de control del po-
der, sino de falta de capacidad funcional de la institucionalidad política de la
democracia de Weimar. Conforme a este diagnóstico, se profesó un concepto
integrado de control, control ex ante, haciendo depender el gobierno de la ma-
yoría parlamentaria, estabilizando este gobierno en caso de que perdiera la
mayoría parlamentaria, y control ex post por el propio electorado, confirman-
do a los gobernantes o retirando su confianza en ellos según la evaluación de
su gestión por parte de los gobernados. Segundo, por confiar en las elecciones
como principal medio de control del poder político.

III. España

En España, durante el franquismo mismo, el concepto de control del poder


tenía una connotación muy diferente, pues se refería más bien al aspecto
de qué grupo en el campo del franquismo mismo controlaba el poder, qué
grupo mandaba. El franquismo nunca ha sido un movimiento homogéneo, y
Franco mismo pudo bien aprovechar las diferencias internas para establecer
y mantener su propio mando por encima de los grupos. Así, por ejemplo, en
una época, los hombres del Opus Dei controlaban el poder, en otra época
sectores modernizantes. Esta tendencia de lucha interna aumentó cuando
el franquismo después de Franco perdió buena parte de sus perspectivas de
futuro con la muerte (en atentado de la ETA) de Luis Carrero Blanco a fina-
les de 1973. A pesar de la diferenciación interna creciente dentro de la elite
política sustentadora del régimen, generando sectores que favorecieron una
cierta apertura (véase Nohlen y Huneeus, 1984), el ejercicio del poder siguió
férreamente autoritario, como demostraron los procesos de Burgos contra
miembros de la ETA y la constante persecución de la oposición al régimen.
La oposición democrática, sin embargo, no luchó bajo el lema del control
del poder que hubiera significado pedirle al franquismo una reforma inter-
na, sino por la ruptura con el franquismo, por un cambio de sistema, por
un régimen democrático y socialista (véase Vilar, 1971), en cuyo marco se
establecería el control del poder. Más allá de este objetivo, sus demandas
eran más concretas, referidas sobre todo a la amnistía, la “amnistía de nunca
acabar” para emplear el eslogan de la época, para los tantos presos políticos
(pues como se decía, la oposición vivía, pero en la cárcel), cuyo logro fue visto
como el de una primera parcela de libertad. En términos más generales, se
postularon las libertades de expresión, reunión y asociación, así como al res-
peto de la cultura de las nacionalidades periféricas. Aunque muerto Franco
en 1975, el régimen autoritario quedaba vivo, pero como resultado de la

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112 DIETER NOHLEN

propia modernización de la economía y de la sociedad se aumentaron los


síntomas de crisis y de inviabilidad del continuismo. Después del respectivo
experimento fallido de Carlos Arias Navarro, el rey Juan Carlos I, entroni-
zado por Franco, escogió a Adolfo Suárez de una terna de propuestas para
conducir un gobierno de apertura. Su proyecto era reformista en términos
de no quebrar con la legitimidad franquista, lo que significaba conseguir el
apoyo de las Cortes franquistas, y pactista en términos de entablar contactos
con la oposición democrática e integrar demandas suyas en su plan de refor-
ma y de operación. En este sentido, fue clave la aprobación de la Ley para la
Reforma Política por parte de las Cortes el 18 de noviembre de 1976, porque
incluía como efecto el desmantelamiento del régimen franquista. Esta Ley
constaba de dos artículos y decía en el primero: “La democracia en el Estado
español se basa en la supremacía de la Ley, expresión de la voluntad soberana
del pueblo. Los derechos de la persona son inviolables y vinculan a todos los
órganos del Estado”. Así, la propia reforma integró el tema del control del
poder en su seno por declarar que el futuro sistema político descansaría en
el principio democrático (soberanía popular, elecciones, referéndum) y en el
Estado de derecho (los derechos de la persona como límites de la acción del
poder político). Se expresó sobre las bases de legitimidad del futuro orden
constitucional por establecerse, obviamente sin entrar en temas de diseño
específico que hubiera sido incluso contraproducente por la falta de legiti-
mación de las Cortes franquistas, denunciada por la oposición democrática
de organizar el poder de la futura democracia española. Sin embargo, en el
segundo artículo, la Ley para la Reforma procuró el sistema electoral para
elegir el Congreso de los Diputados y la forma de composición del Senado.
Respecto a lo primero, conviene recordar que en el diseño del sistema electo-
ral, el gobierno tomó muy en serio los criterios de la oposición democrática
que estaba reunida masivamente —por primera vez sin intervención de la
policía— en el Hotel Eurobuilding de Madrid para debatir el tema electoral.
Lo recuerdo vivamente por haber sido junto a Maurice Duverger el invitado
extranjero para intervenir en los debates (véase CITEP, 1977). A pesar de
estas señales de apertura, la oposición postuló votar “No” en el referéndum
sobre la Ley para la Reforma Política, pero que aun así fue aprobada por
una mayoría abrumadora, decisión popular que legitimó la continuación del
proceso de transición.
Aquí tampoco conviene seguir narrando cómo cambió España, historia
que por lo demás es bien conocida, dado que ha sido considerada como mo-
delo de transición en América Latina y en otras partes del mundo. En este
proceso hacia el establecimiento de una monarquía parlamentaria, destaca
en primer lugar el sentido de reconciliación, concertación y consenso rei-

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EL CONTROL DEL PODER EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN... 113

nante entre los actores políticos de la transición que incluía un pensamiento


en términos de participación y control. Por ejemplo, Adolfo Suárez, antes
de institucionalizarse constitucionalmente el sistema parlamentario, declaró
gobernar conforme al gobierno parlamentario, o sea, hacer depender su po-
lítica del apoyo parlamentario. La Constitución resultó como obra de todas
las fuerzas integrantes de las primeras Cortes elegidas por sufragio univer-
sal, y con ella se estableció el control de poder como concepto inseparable
de una democracia constitucional (véase Aragón 1995). Como en Alemania
Federal —que sirvió algo de modelo—, las limitaciones y el control del po-
der se organizaron bajo la denominación de “Estado de derecho democrá-
tico y social” e incluían también instancias de control más allá del sistema
de gobierno. En segundo lugar destaca la importancia que han tenido los
electores en la transición y la consolidación de la democracia. Aprobaron
la Ley de Reforma Política, apoyaron al partido UCD —de alguna manera
un partido instrumental que conducía el proceso desde el gobierno— en las
elecciones parlamentarias, aprobaron la Constitución de 1978, volvieron a
apoyar al partido mayoritario en las elecciones de 1979 para abrir, en 1982,
el camino hacia una alternancia en el gobierno, hecho interpretado como
definitorio para el fin de la transición y la consolidación de la democracia
(véase Nohlen y Hildenbrand, 2005).

IV. México

En México, el autoritarismo ha tenido una trayectoria muy diferente. Su des-


mantelamiento ha sido un proceso largo, vinculado con espacios cada vez más
amplios por parte de sectores disidentes para formar alternativas al poder he-
gemónico, ejercido por un solo partido. La Constitución establecía reglas de
separación de poderes, pero los poderes metaconstitucionales (Jorge Carpizo)
no permitieron gobernar conforme a los preceptos de la carta magna. O sea,
existían las disposiciones constitucionales, pero faltó la voluntad política de la
clase dirigente de ponerlas en práctica. El poder era concentrado en el presi-
dente, y este poder institucional era ejercido a través del partido hegemóni-
co, conducido por él, y renovado en elecciones periódicas, desiguales, en su
caso fraudulentas, si hubiera sido necesario para lograr el resultado deseado.
En estas condiciones, el clamor por el control del poder era en buena parte
idéntico con el de abrir el sistema, hacer valer la normativa constitucional,
permitir el pluralismo político, organizar un poder electoral independiente,
celebrar elecciones limpias y honestas, y entregar al electorado la decisión
política sobre quién debe gobernar el país.

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114 DIETER NOHLEN

No conviene aquí tampoco seguir describiendo los acontecimientos de


la transición mexicana. Quisiera destacar —en nuestro contexto— tres as-
pectos. El primero consiste en la importancia del topos del control en el ám-
bito del derecho público y en el debate político en general con sus propias
características. En el ámbito constitucional, el tema se marcó por la existen-
cia de una “Constitución” y su falta de “realización”. Más allá de considerar
los mecanismos constitucionales de control, la pregunta era cómo obligar
a los gobernantes a actuar exclusivamente en los términos que las leyes lo
permitan (Huerta Ochoa, 2001), en otras palabras, cómo hacer efectivas las
limitaciones del poder por un pertinente control. De esta manera, el topos
pasó a un ámbito más allá de lo constitucional, a la estructura del poder real
y a la tradición autoritaria de su ejercicio por parte de la clase política. El
topos se transformó en el del control de los políticos, no tanto en el sentido
que José María Maravall (2003) le daba al tratar el tema de la democracia
interna de los partidos, sino en el sentido de un control social, o sea —frente
a los límites del control político— por parte de grupos civiles, movimientos
sociales fuera de los canales institucionalizados de control del poder. Esta
tendencia, por cierto, no se restringe a México, sino engloba a América
Latina en general, lo que hace pensar que es un fenómeno no tanto relacio-
nado con una cierta estructura institucional del poder sino con la cultura
política de la región (Nohlen 2008). Ha generado toda una tendencia a fa-
vorecer mecanismos de participación y control del poder que confluyen en
el concepto de democracia participativa, aunque éste es un concepto muy
vago e incluye mecanismos de control institucionalizados (referendo, plebis-
cito, revocación de mandato) y no institucionalizados (protestas en la calle,
bloqueo de acceso a lugares estratégicos, etcétera). Lo importante es que las
acciones de control no institucionalizado no se entienden como sumándose
a los mecanismos de control institucionalizado, sino a menudo como dirigi-
das en contra de lo institucional en general.
El segundo aspecto consiste en la importancia de las elecciones en el de-
sarrollo de la cuestión del control del poder. Por un lado, la reforma electo-
ral de 1996, creando instituciones independientes de organización y control
jurídico de las elecciones, ha sido esencial para cambiar el carácter (de semi-
competitivo a competitivo) y el alcance (el efecto sobre el sistema político) de
las elecciones en México. Por otro lado, los resultados de las elecciones, pri-
mero de las parlamentarias en 1997, después las presidenciales en 2000, han
cambiado todo el escenario del control del poder en México hasta invertir el
problema. Sus resultados han devuelto a la Constitución su carácter de tal,
o sea su sentido como instrumento de limitación y control de poder. Han
revalorizado los preceptos constitucionales en favor de un Congreso que se

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EL CONTROL DEL PODER EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN... 115

ha vuelto fuerte en ejercicio de sus competencias de control y en detrimen-


to del presidente, ahora mucho más débil, desprovisto de sus competencias
metaconstitucionales. Así, la pérdida de mayorías parlamentarias en apoyo
al presidente, fenómeno estructural debido al tipo tripartito del sistema de
partidos políticos generado en el proceso de transición, ha puesto en cues-
tión el propio funcionamiento del sistema democrático en México.
El tercer aspecto reside, como consecuencia de lo anterior, en el de-
bate sobre la institucionalidad y su reforma; se impuso como tema al la-
do del tópico heredado del tiempo del autoritarismo, el control del poder,
el del fortalecimiento de la gobernabilidad democrática. Así han entrado
en debate las relaciones entre el presidente y las cámaras, su flexibilización,
y reformas institucionales que procuran mayorías parlamentarias al presi-
dente en el ejercicio de su mandato. Me parece que los últimos escritos de
Diego Valadés (2000, 2002, 2003, 2005, 2007) son los más llamativos para
demostrar el rumbo hacia donde se dirigen sus análisis. Aunque permanece
en su pensamiento todavía una preocupación por la concentración del po-
der en una sola persona, como se puede constatar en su fundamentación de
su propuesta de un “gobierno de gabinete” (2005), visualiza cada vez con
mayor ímpetu los problemas de gobernabilidad democrática que llaman a
“parlamentarizar el presidencialismo” (2007). Conviene añadir que en el
largo proceso de transición en México se han introducido otras instancias
de control de poder como el ombudsman, el tribunal constitucional (como
función de la Suprema Corte de Justicia), el mencionado Tribunal Electoral
(como ente del Poder Judicial de la Federación), etcétera, a nivel nacional y
también a nivel de los Estados miembro.

V. Consideraciones finales

El concepto de control atraviesa en este pequeño estudio comparativo, diferi-


do en el tiempo, casi todo el campo de significados distintos: control del poder
por parte de los gobernados, control del poder por parte de los gobernantes,
control político, social, jurídico, control institucionalizado, control no insti-
tucionalizado. A pesar del objetivo común de los procesos de transición en
los tres países observados, el tipo de régimen anterior y el tipo de transición
han influido mucho en el significado y en la incidencia del control de poder
resultantes. En Alemania y España, la ruptura y la ruptura pactada (o la re-
forma de sentido rupturista) han dado paso hacia una refundación de la de-
mocracia como negación del régimen anterior y también en parte al régimen
predictatorial (véase González Encinar et al. 1992). En la nueva Constitución,

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116 DIETER NOHLEN

el control del poder iba a albergarse en el concepto de Estado de derecho


democrático y social. Aunque se recordaba la relación de la separación de
poderes con el valor de la libertad, el topos del control del poder perdió im-
portancia en el discurso constitucional y político casi simétricamente con la
superación de esta doctrina clásica, sin que se pusiera en cuestión la protec-
ción de la libertad. En los debates acerca de la relación de los poderes en el
sistema parlamentario se impuso la cuestión de cómo gobernar, de cómo
estabilizar el gobierno en consideración del necesario y existente pluralismo
político. Al mismo tiempo crecieron otras instancias de control de poder que
completaron —desde una perspectiva politológica (Helms, 2006)— el pano-
rama de los veto players.
En México se han podido observar algunas tendencias similares, por
ejemplo, en la expansión o diseminación de las instancias de control, pero
destacan las diferencias, ya en la ocurrencia de los distintos tipos de control
del poder —algunas aún en estado embrional (por ejemplo, el federalismo)
— y el marcado conflicto entre formas institucionalizadas y no instituciona-
lizadas del control del poder. El proceso de transición fue largo, no adicto a
una refundación del sistema constitucional, pero dirigido a poner en vigen-
cia los preceptos materiales y las reglas procedimentales de la Constitución.
El ímpetu se expresó en la demanda por el control del poder presidencial,
ejercido casi sin límites en el marco de un sistema presidencial, en el que la
separación de poderes como concepto fundamental de organización de los
poderes del Estado asuma un papel mucho más importante. Sin embargo,
cuando el proceso de transición posibilita elecciones libres y genera una al-
ternancia en el gobierno, la Constitución empieza a realizarse y —dado el
tripartidismo como estructura del sistema de partidos emanada de la propia
transición— a volver complicada la generación de un gobierno eficaz en
el marco del presidencialismo tradicional. Es en este contexto que se reo-
rienta el debate hacia el topos de cómo gobernar, cómo renovar el sistema
presidencial en función de un gobierno eficaz (véanse Nohlen y Fernández,
1998; Valadés, 2003; Carpizo, 2007). Es interesante observar que las ideas
de reforma se nutren en parte de conceptos europeos, especialmente de
los casos aquí referidos: la parlamentarización del sistema político, o sea la
sustitución del sistema presidencial por un sistema parlamentario, o la par-
lamentarización del sistema presidencial, es decir, la introducción de prác-
ticas de origen parlamentario (como el gobierno de gabinete) en un sistema
presidencial.

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EL CONTROL DEL PODER EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN... 117

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118 DIETER NOHLEN

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Capítulo 10
LA DEMOCRACIA

Rainer-Olaf Schultze

Democracia (del griego demos = pueblo, y kratein = dominar), dominio del


pueblo, dominación de la mayoría, de los muchos, a diferencia de otras for-
mas de dominación y otras formas de Estado, entre otras, la monarquía o la
aristocracia del régimen autoritario o de la dictadura.1

* Nota del editor: este capítulo está basado en dos textos “emparentados”: el primero,
que sirve de base al segundo, está escrito originalmente en alemán y apareció en Nohlen,
Dieter y Schultze, Rainer-Olaf, 2005, Lexikon der Politikwissenschaft (“Diccionario de ciencia
política”), editado por Múnich, Verlag C. H. Beck: 128-132; el segundo es una traducción
del anterior texto, aunque con ligeras variantes, y aparece en Nohlen, Dieter y Schultze,
Rainer-Olaf, 2006, Diccionario de ciencia política, Xalapa-Ciudad de México, El Colegio de
Veracruz-Porrúa, 2006, pp. 1179-1180. El editor de estas antologías ha adaptado dichos tex-
tos para los fines de esta colección, generando uno solo, cuya redacción es, además, diferente
de la de un diccionario. Las abreviaturas que aparecen en el original se han desdoblado y los
ocasionales errores de redacción, de traducción o de imprenta se han corregido en la versión
presente sin hacer ningún señalamiento; de la misma manera se ha procedido en las partes
en que ambos textos no son iguales, al omitir uno de ellos lo que en el otro aparece. Todas
las citas que se consignen a pie de página provienen del mismo diccionario del que procede
el texto y a ellas remite el documento original; en este caso solamente se anota el concepto
respectivo, no la entrada completa. Un asterisco (*) antes del nombre del autor de la entrada
indica que la cita está tomada de la obra en alemán, pero cuando la cita proviene del texto
en español no se indica nada en especial. El nombre del autor correspondiente se encuentra
al final de la cita, entre paréntesis y junto al número de la página donde aparece el concepto
señalado. Agradezco la amable autorización de los editores de los diccionarios y de las casas
editoriales para publicar este texto.
1 Dominación: véase el capítulo 2 del presente volumen. Formas del Estado: organización de
las instituciones, estructura y esquema de acción de la dominación política, cuya variedad
puede ser clasificada de manera muy diversa (Schultze, Rainer-Olaf: 624). Monarquía: (del
griego monarchía= dominación unitaria) designación de la forma de Estado en la cual una sola
persona, específicamente legitimada, ejerce el más alto poder del Estado, de manera autóno-
ma y largo plazo, a diferencia de la democracia, de la aristocracia o de la república (Weber,
Wolfgang: 912). Aristocracia: (del griego aristokratía=dominación de los mejores), denomina-
ción …para la tercera forma de Estado clásica, opuesta a la democracia y a la monarquía,
en la cual una elite destacada por pretensión propia y asignación ajena, con respecto a la
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120 RAINER-OLAF SCHULTZE

Según la famosa fórmula de Gettysburg, de Abraham Lincoln, acuñada du-


rante la guerra civil de los Estados Unidos en 1863, la democracia es el “go-
bierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”, es decir, en la democracia, la
dominación surge del pueblo, es ejercida por el pueblo mismo y en su interés.2
1. Desde la perspectiva del siglo XX, de esto resultan los siguientes cri-
terios: 1) la dominación democrática se basa en el principio de la soberanía
del pueblo y de la igualdad política de todos (y esto independientemente de
sexo, raza, confesión, etcétera);3 2) está asociada a la validez de los derechos
fundamentales del ciudadano y a la protección del individuo por el Estado
de derecho ante la arbitrariedad estatal, y 3) los derechos y oportunidades de
participación del ciudadano están democratizados fundamentalmente; esto
presupone: a) derecho electoral universal e igual; b) participación efectiva,
esto es, la posibilidad de formular las preferencias propias e integrarlas en
el proceso de decisión, igualdad de oportunidades en el proceso de hacer
valer los propios intereses; c) un público [o conjunto de ciudadanos] ilus-
trado; d) posibilidades de participación individuales y colectivas, formas de
participación convencionales y no convencionales; e) decisión válida por un
tiempo determinado; f) diferentes exigencias de anuencia, según el grado de
reversibilidad y/o de la duración de las decisiones; g) libres posibilida-des de
desarrollo para la oposición, entendidas como protección de las minorías y
como gobierno alternativo en espera, incluyendo la posibilidad de destituir
a los gobernantes mediante elecciones de los ciudadanos (cfr. Dahl, 1971;
1985). Sin embargo, siguen siendo motivo de polémica las formas y la ex-
tensión de las posibilidades de participación.4 4) La democracia en interés

ascendencia, la propiedad, la experiencia, la cultura y demás ejerce la dominación… (Weber,


Wolfgang: 59 y 60). Régimen autoritario: remitimos a los lectores a los capítulos 6 y 7 de estas
“Antologías”. Dictadura: dominio de una persona, grupo, partido o clase, que ha monopoli-
zado el poder en el Estado y lo ejerce sin limitaciones (o sin grandes limitaciones) (Schultze,
Rainer-Olaf: 413).
2 “...government of the people, by the people, for the people” (*Schultze, Rainer-Olaf:
129).
3 Soberanía del pueblo: véase el capítulo 15 en el primer volumen de nuestras “Antologías”.
Igualdad política: dentro de una relación, la concordancia de los elementos relacionados (cosas,
personas, grupos, circunstancias) respecto a una característica distintiva. La igualdad implica
en oposición a la identidad, la diferencia en las características no seleccionadas. Ese concepto
de relación abstracto puede interpretarse de manera social y política (Weiss, Ulrich: 692).
4 Derecho electoral: en el entendimiento amplio, todas las normas fijadas en la Consti-
tución, las leyes y los reglamentos electorales que regulan las elecciones de organismos o
mandatarios. …comprende todo el proceso electoral desde la instalación de las autoridades
(órganos) electorales como la elaboración de los registros electorales, etcétera, hasta llegar al
contencioso electoral, es decir, a la constatación de última instancia de la validez de un resul-
tado electoral (Nohlen, Dieter: 367). Participación: véase el capítulo 16 del presente volumen.

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LA DEMOCRACIA 121

del pueblo no solamente exige (a) responsividad de los gobernantes, sino


que implica también (b) participación social y una cierta medida, reconoci-
da como legítima, de justicia social, cuya composición y extensión también
siguen siendo igualmente polémicas.5
2. La imposición de los tres elementos fundamentales, que deben ine-
vitablemente aparecer juntos, pero que también son contradictorios, de la
democracia moderna, la protección, la participación y la inclusión, está es-
trechamente ligada en el mundo marcado por la cultura europea con el
desarrollo del modero Estado constitucional, y ha sido lograda a fuerza de
luchas desde el siglo XVII en varias etapas, en diferentes tiempos, no simul-
táneamente, y en parte también con desplazamientos en las secuencias: a) la
“democracia como protección” por medio del Estado de derecho y consti-
tucional liberal, división de poderes y parlamentarización de la dominación
en los siglos XVII, XVIII y principios del XIX;6 b) “democracia como par-

Ámbito público: al igual que el concepto de opinión pública, se vincula al principio de apertura
y por lo tanto enfatiza que algo no es secreto ni privado, sino público. …tras esta noción
radican dos contenidos que tienen que ser distinguidos por principio. El primero apunta a
un estado de cosas, es decir, a una descripción de una situación, y el segundo; a un concepto
más precisamente a afirmaciones teóricas y valorativas respecto a la esfera pública (según
Hölscher) (Kleinsteuber, Hans J.: 19). Oposición: …en sentido amplio, la resistencia dirigida
contra las autoridades; en el sentido estricto del concepto, orientado por la historia de su sur-
gimiento, oposición significa la contradicción, organizada e institucionalizada, en contra del
gobierno y de su mayoría parlamentaria que se desarrolla dentro del consenso fundamental
de una sociedad (Schüttemeyer, Suzanne S.: 973).
5 Responsividad: [también se emplea en inglés: Accountability, y designa] la responsabilidad
de un poder —en la concepción de la ciencia política: la limitación del poder, el control del
ejercicio del poder y la sanción del abuso del poder— (Nohlen, Dieter: 7). Justicia: en la filo-
sofía occidental desde Platón y Aristóteles, una reconocida idea moral que guía al derecho,
al Estado y a la política, y, en cuanto a virtud cardinal también a los individuos. La historia
de conceptos debe a ambos pensadores una cantidad de puntos de vista y comprensiones
tal que las reflexiones posteriores en gran parte parecen ser la recepción del y el comentario
sobre ideas de Platón y Aristóteles. Por otra parte, los criterios o principios más detallados de
la justicia son tan controvertidos que, sobre todo en la era moderna, se extiende en diferentes
variantes un escepticismo respecto a la teoría de la justicia (Höffe, Ottfried: 794).
6 Estado de derecho: un concepto que se sustrae a una formulación sencilla y a través de una
fórmula. Su objetivo es la sujeción jurídica del Estado. Dado que la cuestión de la relación del
derecho y la política siempre puede recibir solamente una respuesta referida temporalmente,
pero no una respuesta concluyente, el concepto de Estado de derecho, sigue estando abierto
para las condición y concepciones políticas y sociales correspondientes. La traducción usual
del Estado de derecho como aquel en el que rige la ley designa el objetivo pero no los ele-
mentos conceptuales esenciales al respecto (Benda, Ernst: 546). División de poderes: concepto
para agrupar instituciones y sus funciones con el fin de impedir el abuso de poder estatal; los
inicios del desarrollo de esta concepción se encuentran ya en la teoría antigua del Estado con
las ideas sobre una Constitución mixta (Schüttemeyer, Suzanne S.: 428).

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122 RAINER-OLAF SCHULTZE

ticipación” por medio de la democratización fundamental, la integración


política del movimiento obrero y de la democracia de partidos desde el siglo
XIX (cfr. Macpherson, 1983; Held,2 1996); c) “democracia como inclusión”,
por medio de derechos sociales fundamentales y el Estado de bienestar en el
siglo XX (cfr. Marshall, 1992).7
3. Teóricamente se pueden distinguir tres modelos normativos de demo-
cracia: al modelo de la democracia liberal se contraponen los dos modelos
estrechamente emparentados de la democracia republicana y la democracia
deliberativa.8 a) éstas últimas se conectan con la teoría y praxis de la demo-
cracia griega de la Antigüedad y el bien común apriorístico de la república
de los ciudadanos, así como con el modelo de Rousseau de la democracia

Democratización
7 fundamental: principio formulado por K. Mannhein (1893-1847) que
plantea la inclusión de estratos sociales cada vez más amplios en la toma de decisiones políti-
cas, causada por sus aspiraciones de participar políticamente y formar parte del poder social y
político (Zinterer, Tanja: 357). Movimiento obrero: pueden distinguirse dos conceptos: en sentido
amplio, el movimiento social de masas del periodo histórico del capitalismo y de la industria-
lización, que —sostenido por asalariados y sus familias— se propone lograr la emancipación
política y social de la clase obrera; en sentido estricto, la totalidad “de los esfuerzos, basados
en los principios de la reunión colectiva, de las clases manufactureras por mejorar su situación
social y por lograr derechos políticos a través de esta lucha” (Mommsen, 1966: 273) (Lösche,
Peter: 917). Democracia de partidos: en la concepción valorativa neutral, una democracia en la
cual los partidos desempeñan un importante papel en el proceso de formación de voluntad
política y decisión (party, government). En la concepción crítica de los partidos, una democracia
en la cual los partidos políticos ejercen una dominación que comprende todo, de manera aná-
loga a como se enfatiza en la crítica al Estado de partidos (Bendel, Petra: 355). Véase Estado
de partidos: originalmente, un término de la teoría del Estado de Weimar, que adjudicaba a
los partidos funciones decisivas para la organización del orden legal estatal; en algunos casos
fungió como concepto de lucha político-polémico, que se volvió de forma despectiva contra
la democracia de partidos. Primero con una carga ampliamente positiva, en la República
Federal de Alemania, el Estado de partido designa la función de los partidos como portadores
dominantes de la formación de la voluntad política, dado que estos están apoyados de igual
manera en el pueblo y en el Estado. Donde se considera excesiva la influencia de los partidos
políticos sobre el Estado y la sociedad, el concepto se utiliza de forma despectiva (Bendel,
Petra: 550). Estado de bienestar: una forma institucionalizada de seguridad social garantiza un
mínimo de supervivencia para cada persona, protege de los riesgos elementales de la sociedad
industrial moderna (particularmente: edad, desempleo, salud, accidentes, atención) y comba-
te el grado de desigualdad social por medio de la redistribución. El Estado de bienestar forma
en los países occidentales, junto con la democracia y el capitalismo, una estructura compleja
de interdependencia y es característico para estos sistemas [pese a las marcadas diferencias
nacionales y a los conflictos políticos] (Schmid, Josef: 541).
8 Democracia deliberativa: (del latín deliberare=sopesar, aconsejar), modelo normativo de de-
mocracia que (de manera muy semejante a la teoría del discurso de J. Habermas) apuesta
por la capacidad de convencimiento de las consideraciones y conclusiones sistemáticas en el
debate público y por una acción de los ciudadanos orientada por la comprensión y la comu-
nicación (Schultze, Rainer-Olaf: 341).

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LA DEMOCRACIA 123

identitaria, como realización de la Volonté générale, etcétera.9 Ellas confían en


la fuerza de conocimiento de los argumentos racionales en el debate público
y apuestan porque los ciudadanos se puedan poner de acuerdo y se pongan
de acuerdo de hecho acerca de las normas y los objetivos comunitarios en
el proceso de la deliberación democrática, mediante la acción comunicativa
y orientada a lograr un consenso (a pesar de la gran variedad de intereses y
también sin fundamentaciones últimas) (Habermas, 1999; Barber, 1984).
Tales modelos son comunitarios y de democracia de base, aunque (por lo
menos hasta el momento) poco practicables para la realidad de la demo-
cracia moderna, determinada por la heterogeneidad social y la política de
masas; b) frente a eso, el modelo de la democracia liberal es realista y elitista.
Se basa en una concepción instrumental de la política, dirigida por la impo-
sición de intereses individuales, y pone en duda la posibilidad de que el ser
humano pueda transformarse a sí mismo, en el proceso de la participación
democrática, de bourgeois egoísta a citoyen comunitario. Por lo tanto, ocupan
el centro del interés la protección de la persona y las posibilidades de hacer
valer sus intereses privados como sujeto de la economía. Estos temas tienen
prioridad ante la acción conjunta para determinar los objetivos comunita-
rios. Por lo tanto, el modelo de la democracia deliberativa favorece la limita-
ción de la participación a la esfera de lo político y apuesta por la regulación
de los conflictos sociales mediante la representación y otras formas de insti-
tucionalización y mediatización de la participación del ciudadano; concibe
a la democracia no como forma de dominación y también como forma de
vida, sino como método, de manera análoga al mercado como competencia
entre élites (partidistas) que compiten entre sí, y ve al ciudadano como un
consumidor que persigue de manera más o menos racional su beneficio in-
dividual, cuyas posibilidades de participación en la política se limitan esen-
cialmente a la confirmación periódica o destitución de los gobernantes y sus
programas (partidistas) mediante elecciones.10 Ese llamado modelo realista

Bien común: remitimos al lector al capítulo 10 del primer volumen de estas “Antologías”.
9

Democracia identitaria: variante de la teoría de la democracia que se remonta a J. J. Rousseau


y exige la identidad de gobernantes y gobernados, puesto que la soberanía popular no debe
ser asumida por medio de representación o gobierno, sino ejercida por el mismo pueblo en
forma directa (Schultze, Rainer-Olaf: 344). Voluntad general: (Volonté générale) esencia y suma
de la teoría contractualista de J. J. Rousseau y de su utopía del cuerpo colectivo identitario
(corps moral et collectif) los individuos alcanzan en la voluntad general, en un salto cualitativo,
una nueva identidad colectiva, más allá de su mero interés privado(la voluntad particular)
y de la agregación de todas las voluntades individuales en la voluntad de todos [que es, se-
gún el mismo teórico, la suma únicamente aditiva de las voluntades particulares] (Weiss,
Ulrich: 1513).
Representación: según E. Fraenkel (1991: 153), el “ejercicio legalmente autorizado de
10

funciones de dominaciones de parte de órganos de un Estado u otros portadores del poder

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124 RAINER-OLAF SCHULTZE

de la democracia fue conceptualizado de manera clásica por J. A. Schum-


peter (1942), perfeccionado, y sobre todo hecho eficiente para su aplicación,
por los teóricos de la nueva economía política (entre otros, Downs 1957).11
Este modelo determina en buena parte la realidad política de las modernas
democracias de masas.
4. La democracia existe en una gran variedad de formas. La ciencia po-
lítica distingue según los tipos ideales, entre otros: 1) según la concepción de
la sociedad: democracia identitaria, democracia unificada totalitaria (que
parte de la homogeneidad social y/o de una orientación unificada respecto
a los valores) vs. democracia pluralista (que parte de una gran variedad de
intereses sociales);12 2) según la forma de participación de los ciudadanos:
democracia directa, democracia plebiscitaria a través de una asamblea po-
pular, consejos o votaciones populares vs. democracia representativa me-
diante elecciones, representación y democracia de partidos;13 3) según la

público, designados constitucionalmente, que actúan en nombre del pueblo, pero sin su en-
cargo obligatorio, que derivan su autoridad de forma mediata o inmediata del pueblo y la
legitiman con la pretensión de servir al bien común y de hacer de esta manera su verdadera
voluntad” (Von Alemann, Ulrich y Nohlen, Dieter: 1216 y 1217). Véase Elección: técnica para
formar órganos representativos o nombrar a una persona para un cargo. Las elecciones son
el método de nombramiento para el dominio público que periódicamente hace participar
a los ciudadanos sujetos al dominio en la renovación de la dirección política (mediante la
selección y la libre elección entre alternativas materiales y personales en competencia), en
un procedimiento formalizado (siguiendo reglas de juego) y fundado en el acuerdo (Nohlen,
Dieter: 463). Véase comportamiento electoral: el comportamiento político de los ciudadanos en
las elecciones y referendos con el fin de la asignación y distribución del poder por medio
de la decisión selectiva entre alternativas personales, partidistas y programáticas (Schultze,
Rainer-Olaf: 228).
11 Nueva economía política: (en inglés public choice) también llamada “teoría económica de
la política”, aplica el modelo de la conducta y el instrumentario metódico de las ciencias
económicas a las instituciones y procedimientos políticos de decisión (Holzinger, Katharina:
961). Teorías de la elección racional: (Rational Choice) concepto usual en las ciencias sociales para
una familia de teorías que explican la realidad política, económica y social a partir de accio-
nes racionales de individuos bajo el punto de vista del análisis del costo-beneficio (Holzinger,
Katharina: 1430).
12 Véase Poliarquía: (en griego: “gobierno de muchos”) en la Antigüedad griega, la po-
liarquía, como dominación de centros de poder más pequeños (distinta de la oligarquía o
gobierno de pocos) no tenía un lugar fijo en la tipología constitucional clásica. R. A. Dahl
(1961) introduce de nuevo el concepto, con el fin de designar, distinguiéndolo del sistema
democrático ideal, sus imperfectas aproximaciones en la política fáctica empírica (Weiss,
Ulrich: 1051).
13 Democracia directa: la dominación directa del pueblo, a diferencia de la democracia repre-
sentativa, en la cual la dominación es ejercida por representantes elegidos por el pueblo (Lös-
che, Peter: 343). Democracia plebiscitaria: sinónimo de democracia directa, en la cual el pueblo
(en la forma de la asamblea de todos los ciudadanos activos) toma directamente las decisiones
políticas, como por ejemplo en las ciudades-Estados griegas de la Antigüedad, las comunida-

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LA DEMOCRACIA 125

magnitud y el alcance de la participación: democracia “fuerte” (que abarca


la mayor cantidad posible de ámbitos sociales) vs. democracia “débil” (que
sólo abarca el ámbito de lo político, cfr. Barber, 1984); 4) según los esquemas
de decisión: democracia mayoritaria vs. democracia de consenso; 5) según el
estilo político: democracia de competencia vs. democracia de concordancia,
democracia proporcional.14 En esto existe, por un lado, una relación interna
entre los modelos de la democracia y las formas de la democracia. La demo-
cracia directa es, por lo menos según su concepción, también una democra-
cia fuerte, en la cual la democracia se entiende como forma de dominación y
también como forma de vida, y se deriva de los modelos del republicanismo
y de la democracia deliberativa, respectivamente.15 La democracia liberal o
pluralista es enteramente democracia representativa o democracia de par-
tidos. Si ésta se complementa con elementos de democracia directa, se trata
por lo regular de la institución de la votación popular, como por ejemplo: en
la democracia de referéndum de Suiza. Las formas puras no aparecen en la
realidad política. También las democracias representativas muestran rasgos

des regionales suizas, los town meetings de los Estados Unidos. Su condición previa necesaria es
(a diferencia de la democracia representativa) el territorio delimitado (Schultze, Rainer-Olaf:
349). Consejos: instituciones de la democracia directa, que pueden ser descritas respecto a sus
tipos ideales con base en determinados elementos organizativos y principios sociales, de dife-
rentes maneras (Lösche, Peter: 256). Votaciones: procedimiento para determinar la mayoría en
relación a decisiones materiales concretas (por ejemplo, en el referendo o en una votación en
el Parlamento), en contraste con el fenómeno de la elección que sirve para asignar puestos a
personas (Schüttemeyer, Suzanne S.: 1513). Democracia representativa: la forma usual de la de-
mocracia en el moderno Estado constitucional, en la cual el pueblo no ejerce directamente la
dominación, sino por medio de órganos representativos y designados constitucionalmente en
elecciones generales y que se renuevan periódicamente (Nohlen, Dieter: 351).
Democracia de competencia: también llamada democracia de mayoría, es un concepto del
14

área de sistemas políticos comparados para un tipo de democracia liberal o los sistemas
políticos en los cuales (a diferencia de la democracia de concordancia) las regulaciones de
conflictos y las decisiones políticas están dominadas por el principio de mayoría y por la
competencia de los partidos por el poder político (Schultze, Rainer-Olaf: 352). Democracia de
concordancia: concepto del área de sistemas políticos comparados para un tipo de democracia
liberal, o bien los sistemas políticos de los cuales (a diferencia de la democracia de compe-
tencia) los conflictos no se regulan primordialmente a través de la competencia partidista y
las decisiones de la mayoría, sino sobre todo a través de la negociación, el compromiso y la
proporcionalidad (Schultze, Rainer-Olaf: 353). Democracia proporcional: designación para las
democracias en las cuales todas las fuerzas políticas y sociales importantes de una sociedad
participan en la formación de la voluntad política del Estado de forma pareja, o sea de acuer-
do a su fuerza por su importancia relativa (Schultze, Rainer-Olaf: 350).
Republicanismo: en el sentido amplio, representa un concepto teórico que, recurriendo
15

a normas relativamente ampliadas de la polis griega y de la Roma republicana, fundamenta


una entidad común libre, comprometida con el bien común esencialmente en la virtud ciu-
dadana y el patriotismo (Rieger, Günter: 1220).

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126 RAINER-OLAF SCHULTZE

plebiscitarios, por ejemplo, ya por la fuerte personalización y mediación a


través de los medios de comunicación de la política y las elecciones. Además,
desde la llamada revolución participativa de los años setenta, le corresponde
una importancia cada vez mayor a la participación no convencional y/o de
democracia directa, por ejemplo, la participación política en iniciativas ciu-
dadanas.16 Hasta ahora no se han cumplido las esperanzas que algunos teó-
ricos normativos de la democracia tenían puestas en las nuevas posibilidades
interactivas de comunicación de la democracia electrónica.17
5. Es evidente el éxito de la democracia, y esto no recién desde la llama-
da Tercera Ola de Democratización, a fines del siglo XX (cfr. Huntington,
1991).18 En comparación con los sistemas no democráticos de dominación
política, las democracias disponen por lo regular de una base de legitima-
ción bastante más amplia y una medida relativamente alta de capacidad
de respuesta, muchas veces debido a su mayor eficiencia. Sin embargo, las
democracias liberales muestran también debilidades en su rendimiento y
problemas estructurales, por lo que no puede excluirse que algunas demo-
cracias se vengan abajo en el futuro. Entre los problemas estructurales se
cuentan sobre todo: 1) la dominación democrática depende mucho del con-
texto, especialmente de las condiciones de desarrollo económico, de la in-
tegración social y la cultura política.19 Esto es válido sobre todo cuando

Iniciativas ciudadanas: grupos, asociaciones o uniones de ciudadanos para combatir los


16

planes estatales o municipales con carácter colectivo, por los cuales se sienten afectados ne-
gativamente de manera inmediata, por ejemplo, por la cercanía espacial o porque participan
de manera desproporcionada en el financiamiento de los costos. Se tratan de movimientos de
un solo punto, que aparecen con la pretensión de participar en las decisiones sobre estos
planes (Urban Pappi, Franz: 719).
Internet y política: entre el Internet, la más grande reunión de redes de computación, en
17

la cual se ofrecen diferentes servicios de información y comunicación, y la política, existe una


relación recíproca en la cual, por un lado, el Internet es sujeto de regulación político-jurídica,
y por otro lado, el medio mismo cada vez cobra mayor importancia para la comunicación
política. El espectro de posibilidades de utilización relevantes para la política se extiende
desde aplicaciones más bien orientadas a lograr una mayor eficiencia, hasta los procesos
interactivos que prometen nuevas oportunidades de intensificar la participación política y la
inclusión (Lindner, Ralf: 751).
Democratización: proceso de establecimiento de una democracia, en el cual se pasa de
18

regímenes totalitario o autoritarios hacia la legitimación y el ejercicio del poder democráti-


cos, o hacia la profundización de una democracia, mediante la ampliación de los derechos
de participación de los ciudadanos en las decisiones políticas en todos los niveles del sistema
político (cuyo tipo estructural no se modifica en el proceso) y, más allá de esto, hacia todos los
subsistemas sociales relevantes (Nohlen, Dieter: 356). Véase Cambio de sistema: éste es el tema
del capítulo 8 del presente volumen, por lo que remitimos a su lectura.
Cultura política: designación para dimensión subjetiva de los fundamentos sociales de los
19

sistemas políticos; se refiere a distintos grados de conciencia política, mentalidades, formas

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LA DEMOCRACIA 127

los componentes ethnos y demos se separan, como en los sistemas políticos


cada vez más multiculturales y multinacionales, debido a la globalización
y la migración y cuando faltan, como entre otros en la Unión Europea, los
requisitos comunicativos de un ámbito público común, y con ello también
una de las condiciones esenciales para la aceptación solidaria de las deci-
siones democráticas de la mayoría (déficit democrático);20 2) la democracia
está expuesta al peligro de la “dictadura de la mayoría” (según De Tocque-
ville); con ello, existe la amenaza de excluir a la(s) minoría(s), sobre lo cual
se ha advertido, entre otras, la crítica de la democracia llevada a cabo por
el feminismo21 y la “integración del otro” (Habermas) se convierte en un
desafío constante; 3) la tecnocracia, la burocratización y el privilegio que se
otorgan a sí mismos ciertos grupos, socavan la capacidad de respuesta de los

de pensar o de conducta “típicas” asignadas a determinados grupos o sociedades completas.


Abarca todas las características individuales de la personalidad políticamente relevantes pre-
disposiciones latentes para la acción política, fijadas en las actitudes y valores, también en sus
modalidades simbólicas y la conducta política concreta (Berg-Schlosser, Dirk: 317).
20 Globalización: término que caracteriza el creciente entre el lanzamiento mundial de las
economías, como consecuencia de la baja generalizada de los aranceles y la ampliación del
comercio libre, y particularmente de los mercados financieros (a causa de la liberalización
del tráfico de capitales). También denomina procesos que parten de esta evolución conside-
rada como cualitativamente nuevo. Éstos incluyen ya algunos otros ámbitos que están expe-
rimentando una modernización persistente y acelerada, por ejemplo, las comunicaciones,
la producción de conocimiento y de bienes así como el transporte, pero también cambios
problemáticos para la seguridad internacional, como la delincuencia organizada, el tráfi-
co de drogas, armas y personas, la guerra y la migración (Nohlen, Dieter: 644). Migración:
abarca todos los movimientos de traslado, sin importar la causa, con los cuales los grupos o
individuos modifican su lugar de residencia provisional o definitivamente (Rieger, Günter:
895). Váease modelos de Europa: conceptos sobre las condiciones previas, las circunstancias,
el proceso e incluso las metas de la integración europea. Se debe distinguir entre concep-
tos político-normativos y modelos analítico-científicos aunque los contornos bien pueden
ser difusos (Schultze, Rainer-Olaf: 906). Ámbito público: al igual que el concepto de opinión
pública, se vincula al principio de apertura y por lo tanto enfatiza que algo no es secreto ni
privado, sino público. Tras la noción de ámbito público radican dos contenidos que tienen
que ser distinguidos por principio. El primero apunta a un estado de cosas, es decir, a una
descripción de una situación, y el segundo, a un concepto, más precisamente a afirmaciones
teóricas y valorativas respecto a la esfera pública (Según Hölscher, 1979) (Kleinsteuber, Hans
J.: 19). Véase déficit democrático: concepto que marca la diferencia de los procesos políticos de
decisión a nivel nacional y supranacional respecto a las ideas normativas de la democracia
(Schultze, Rainer-Olaf: 331).
21 Feminismo: movimiento social (movimiento de mujeres) y a la vez teoría política (teoría
feminista) que, criticando la realidad social comprendida como patriarcal, se presenta con
el fin de cambiar las relaciones jurídicas, económicas y políticas a favor de las mujeres. El
feminismo tematiza no sólo las relaciones de poder en la sociedad sino en creciente medida
también las relaciones mentales en la forma de una crítica feminista a la ciencia y la raciona-
lidad (Ebbecke, Andrea y Nohlen, Dieter: 608).

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128 RAINER-OLAF SCHULTZE

gobernantes y también pueden tener como consecuencia en la democracia


la elevación de la clase política;22 4) el regirse por el calendario de las elec-
ciones tiene consecuencias para la capacidad de solución de problemas y la
eficiencia de la política; esta situación recompensa una política de dádivas
electorales de corto plazo y frecuentemente conduce a que problemas cuya
naturaleza es de largo plazo solamente se procesen de manera insuficien-
te; 5) la creciente mediatización de la política fomenta la ritualización y la
puesta en escena de los procesos democráticos de toma de decisiones con
el peligro de que los debates sobre las alternativas y las decisiones políti-
cas fundamentales degeneren hacia un politainment, y que el alejamiento y la
despolitización de los ciudadanos crezca;23 6) la voluntad del pueblo cree en
ficciones, es falible y puede ser seducida, lo cual es de importancia sobre todo
en referencia a la legislación popular, y pone límites a la democracia de
referéndum, que no sirve como un procedimiento de rutina, sino solamente
como un procedimiento de reserva y para complementar la democracia re-
presentativa (cfr. Offre, 1992). Por lo tanto, sobre todo, hay que enfrentar los
peligros de exigir en forma mínima al ciudadano, de una falta de capacidad
de respuesta y de la manipulación de la voluntad popular de parte de los
gobernantes. De esta forma se convierten en una tarea constante la demo-
cratización “desde abajo”, a través de la participación democrática directa y
especialmente la democratización “al interior” de las instituciones políticas,
por ejemplo, a través de la democracia dentro de los partidos y las asocia-
ciones, y “por fuera”, a través del fortalecimiento de los discursos políticos
en la sociedad civil.24

22 Clase política o élite política: conceptos que se utilizan mayormente como sinónimos, aun-
que en los años 1990 el término de la clase política le ganó el rango al de élite política. Con
este último término se sigue asociando más intensamente la disposición de la teoría de las
élites., “Clase política” es la denominación resumida de todas las personas y grupos que
participan directamente en la dirección del Estado, independientemente de si se imponen o
no en las decisiones individuales en cada caso (Herzog, Dietrich: 471).
23 El término Politainment es un neologismo en inglés, producto de la mezcla de dos pa-
labras: politics y entertainment, y se refiere a la interconexión que podemos encontrar entre
la política, el periodismo y la cultura del entretenimiento; el experto alemán en medios de
comunicación Andreas Dörner, de la Universidad de Marburg, ha estudiado con particular
interés este fenómeno. Sobre esto recomendamos la lectura de un documento de su auto-
ría: “Politainment. Thesen zum Zusammenhang von Politik und Unterhaltung in der deuts-
chen Gegenwartsgesellschaft” (“Politainment: tesis sobre la relación entre política y entre-
tenimiento en la sociedad alemana contemporánea”), disponible en: http://www.kas.de/wf/
doc/2799-1442-1-30.pdf (fecha de consulta: 10 de abril de 2015) (nota del editor).
24 Sociedad civil: recomendamos al lector la lectura de los capítulos 15 y 16 del presente
volumen.

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LA DEMOCRACIA 129

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Capítulo 11
LA PROMOCIÓN DE LA DEMOCRACIA*

Julia Leininger

La promoción de la democracia es un campo de acción relativamente joven


de la política nacional e internacional y de los actores estatales y no estatales
para proteger los procesos políticos y la democratización social; varía según
el tipo de régimen y el grado de desarrollo democrático. En los regímenes
autoritarios está orientada al cambio de sistema; en los procesos de trans-
formación democrática está orientada al fortalecimiento de las estructuras
democráticas, y en las democracias consolidadas, al mantenimiento y la pro-
tección del orden democrático.1
1. En Alemania, la promoción de la democracia tiene una larga tra-
dición: en el ámbito nacional, por ejemplo, en forma de instituciones en
el campo de la formación política promovidas estatalmente; en el ámbito
internacional, en el trabajo de las fundaciones cercanas a los partidos, que
están provistas de recursos del erario y que promueven, por medio de or-
ganizaciones amigas en los países en desarrollo, la construcción de institu-
* Nota del editor: este capítulo apareció en Nohlen, Dieter y Grotz, Florian (ed.), 4a.
ed., 2007, Kleines Lexikon der Politik (“Pequeño diccionario de política”), Múnich, Verlag C.
H. Beck: 67-71. En la presente traducción, el editor de estas antologías ha adaptado dicho
texto para los fines de esta colección, cuya redacción es diferente de la de un diccionario; los
ocasionales errores de imprenta o de redacción han sido corregidos sin señalamiento alguno.
Las abreviaturas que aparecen en el original se han desdoblado, además de que todas las
citas que se consignen a pie de página provienen del mismo diccionario y a ellas remite el
documento original; en este caso solamente se anota el concepto respectivo, no la entrada
completa. El nombre del autor correspondiente se encuentra al final de la cita, entre parén-
tesis y junto al número de la página donde aparece el concepto señalado. Creo importante
consignar que esta entrada no aparece en Nohlen, Dieter (ed.), 2006, Diccionario de ciencia
política editor, Xalapa-Ciudad de México, por lo que la relevancia de la presente traducción
aumenta. Agradezco la amable autorización de los editores del diccionario y de la casa edi-
torial para publicar este texto.
1 Democratización: es el proceso de la formación o de la profundización de la democracia
(Nohlen, Dieter: 71). Régimen autoritario: remitimos a los lectores a los capítulos 6 y 7 del pre-
sente volumen. Cambio de sistema: sobre este tema véase el capítulo 8.
131

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132 JULIA LEININGER

ciones intermedias (partidos, sindicatos, etcétera) y que son indispensables


para el funcionamiento de la democracia.2 El modelo alemán de fundacio-
nes ha sido adoptado a lo largo de los años por otros países, por ejemplo,
los Estados Unidos de América. La promoción de la democracia obtuvo
un significado universal como resultado de la tercera ola de la democra-
tización (Huntington, 1991) recién desde el final del conflicto Este-Oeste,
cuando aparecieron nuevos actores (no estatales, estatales y de naturaleza
internacional) y destinatarios (Estados e instituciones públicas), así como
programas novedosos (por ejemplo: ayuda en procesos electorales).3 La con-
dición para ello fue relativizar el ordenamiento de derecho internacional
de la no injerencia en los asuntos políticos de un Estado, según el artículo
2o. de la Carta de las Naciones Unidas, en nombre de los derechos huma-
nos, de la democracia, de la paz y del desarrollo, para la cual la comunidad
internacional de Estados se vio dispuesta a este paso en tanto hubiese un
peligro para la paz mundial (capítulo 7 de la Carta de las Naciones Unidas)
o se llevara a cabo una promoción de la democracia en cooperación con el
Estado afectado.4 En la declaración de Varsovia, firmada por más de 100

2 Formación política: …es un] concepto general para la acción escolar y extraescolar, ins-
titucional y libre, intencional o funcional, activa o pasiva, verbal o no verbal del medio
ambiente sobre el hombre (prójimo), para transmitir conductas políticas disposición para la
acción y para la competencia, reglas de juego democrático y valores fundamentales, cons-
ciencia de problemas y capacidad de juicio, etcétera (Mickel, Wolfgang: 423). Partidos políticos:
(del latín pars = parte) significa, en el concepto más general, un grupo de ciudadanos con las
mismas ideas, que se han fijado como meta la consecución de objetivos políticos comunes
(Schultze, Rainer-Olaf: 384). Sindicatos: son grupos organizados de personas económicamen-
te dependientes con la meta de hacer valer los intereses económicos, sociales y políticos de
sus miembros en las relaciones laborales y en el sistema político; la membresía es, por lo
general, voluntaria (libertad de asociación) (Armingeon, Klaus: 189 y 190).
3 Conflicto Este-Oeste: conflicto ideológico y de poder político a nivel mundial sostenido
por la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas y los Estados Unidos de América, que llegó
a su fin con la autodisolución de la Unión Soviética el 21 de diciembre de 1991. El punto de
partida fue la extensión del sistema de dominación comunista en Europa del Este después
de la Segunda Guerra Mundial, lo que condujo a la formación de bloques y a la militariza-
ción de las relaciones Este-Oeste (Wilzewski, Jürgen: 378).
4 Derechos humanos: bajo esta denominación se entienden los derechos de los individuos
que les son propios “por naturaleza”, independientemente de su nacionalidad (Fetscher,
Iring: 324). Democracia: véase capítulo 10 de este volumen. Paz: se cuenta entre los conceptos
fundamentales de la política y, como lo político mismo, se escapa también de una compren-
sión compartida por todos… Por lo general, la paz es definida sobre todo como un estado
de ausencia de algo, como ausencia de guerra o de violencia, y esto sobre todo en el marco de
las relaciones internacionales en relación con los Estados (Nohlen, Dieter: 161). Desarrollo: lo
que se entienda por desarrollo constituye una buena parte de la problemática del desarrollo.
[…Desarrollo es] un concepto normativo en el que desembocan concepciones sobre la direc-
ción deseada de los cambios sociales, teorías sobre las causas del subdesarrollo, explicaciones

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LA PROMOCIÓN DE LA DEMOCRACIA 133

países en junio de 2000, por ejemplo, la promoción de la democracia fue


definida como un esfuerzo de cooperación internacional para fortalecer a
las instituciones y a los procesos democráticos, que bajo las condiciones
nombradas arriba es compatible con la soberanía y el principio de la no
injerencia en asuntos internos. Por supuesto que esta percepción no es com-
partida por todo el mundo. Las objeciones consisten, por lo demás, en que
los regímenes autoritarios conciben a la promoción de la democracia como
una estrategia de un cambio impuesto de sistema, y los países en el umbral,
por su parte, conciben a la promoción de la democracia como un intento
de imponerles un tipo determinado de democracia. En algunos países se
observan tendencias para (volver a) restringir el trabajo de los actores de la
promoción de la democracia.5
2. Por regla general se entiende bajo promoción de la democracia a
aquellas policies que actores externos tratan de implantar en algún país en
desarrollo o en transformación. Explícitamente, en ese sentido, son asigna-
das casi siempre a la política exterior y a la de desarrollo. En el marco de
otros campos de política, como la política educativa o de justicia, encuentra
aplicación implícita en parte en forma de programas individuales de apoyo,
pero no se define como un campo de acción independiente.6 Además, en las
democracias consolidadas se emplea como un fortalecimiento sustentable
de la cultura política democrática y es por lo tanto parte de la política inte-
rior.7 En la ciencia y en la política no predomina una comprensión unificada

sobre los grupos sociales más importantes y muestras de la transformación socioeconómica,


decisiones sobre los instrumentos de su puesta en práctica, etcétera (Nohlen, Dieter: 99).
5 Instituciones: véase el capítulo 16 del primer volumen de esta obra. Soberanía: remitimos
a los lectores al capítulo 15 del primer volumen de estas “Antologías”.
6 Política exterior: con ayuda de la política exterior, una sociedad organizada como Estado
nacional impone sus intereses frente a otros Estados, esto es, en el sistema internacional.
En sentido clásico, la política exterior está constituida por las actividades u omisiones de
un gobierno frente a otro, que en su totalidad constituye un patrón de relaciones. También
se entiende por política exterior la colaboración de un gobierno en organizaciones multi,
supra e internacionales (Seidelmann, Reimund: 26). Política de desarrollo: bajo este concepto se
entienden todas las medidas que apuntan a un cambio normativamente determinado de la
situación de los países en desarrollo en el ámbito nacional e internacional (Bedemer, Klaus et
al.: 101). Política educativa: …la política educativa abarca las estructuras, procesos y contenidos
que estructuran la comunicación hacia el éxito en el aprendizaje por parte de las instancias
públicas. Su ámbito de desempeño se extiende desde la educación preescolar hasta la edu-
cación superior, pasando por la educación primaria y secundaria, así como la formación
técnica y continua (Wolf, Frieder: 39).
7 Cultura política: denominación para la dimensión subjetiva de los fundamentos sociales
de los sistemas políticos… Comprende todas las características individuales políticamente
relevantes, latentes en precepciones y valores y en predisposiciones hacia la acción política,

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134 JULIA LEININGER

y válida para todos acerca de con qué elementos debe estar constituida la
promoción de la democracia. En la práctica se distinguen las percepciones
de las metas de la promoción de la democracia según los modelos de de-
mocracia correspondientes y sus ámbitos de trabajo según cada actor. Las
medidas de promoción de actores estatales se orientan frecuentemente por
el modelo de la democracia representativa en unión con la economía liberal
de mercado, esto es, se enfocan hacia las elecciones, las libertades políticas
y burguesas, y la rendición de cuentas (accountability) del gobierno.8 Entre
tanto, la promoción de la democracia de actores no estatales, que frecuente-
mente son financiados por actores estatales, apunta muchas veces a elemen-
tos participativos de base democrática y cuya naturaleza es de democracia
directa, como por ejemplo las asambleas municipales de ciudadanos. Esta
orientación por modelos por parte de la promoción de la democracia con-
tradice la cognición de que los procesos de transición nacionales-estatales
no siguen ni reglas paradigmáticas ni desarrollan sistemas parciales aislados
en secuencias establecidas (Berg-Schlosser 2004). Por eso no puede haber
un cianotipo para la promoción de la democracia, percepción que es com-
partida teóricamente por muchos actores externos.9 De hecho, el éxito de
la promoción de la democracia depende de un análisis adecuado de un
contexto político y social específico y de una cooperación estrecha con los
actores locales. La medición del éxito es por supuesto problemática, porque
los efectos de medidas externas se pueden separar solamente con dificultad
de los factores condicionantes internos, decisivos para la democratización.
3. Siguiendo una comprensión amplia, se le atribuyen a la promoción
de la democracia hasta cinco ámbitos de trabajo: a) instituciones y pro-
cesos democráticos (por ejemplo, ayuda en materia electoral); b) sociedad
civil (por ejemplo, fortalecimiento de las funciones de control de las orga-

también en su expresión simbólica y en la conducta política concreta (Berg-Schlosser, Dirk:


428). Política interior: es la denominación para la totalidad de las condiciones, procesos, conte-
nidos y resultados institucionales de la acción social, que está orientada a regular conflictos
sobre la alocación de valores o bienes deseados en el interior de un Estado con la pretensión
de ser vinculantes para toda la sociedad (Schmidt, Manfred G.: 221).
8 Economía de mercado: denominación para un orden económico con decisiones de planea-
ción descentralizadas de los actores de los procesos económicos, en el que el mercado con
su sistema de precios es empleado como instrumento de información y coordinación. Este
concepto es empleado como tipo ideal y como tipo real… (Andersen, Uwe: 310). Elecciones:
son una técnica para la formación de las corporaciones o para nombrar a una persona en un
cargo público (Nohlen, Dieter: 620).
9 El cianotipo (Blaupause, en alemán) fue una técnica fotográfica monocromática del
siglo XIX, que empleaba compuestos ferrosos para producir copias del original en un carac-
terístico color azul, llamado “azul de Prusia” (nota del editor).

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LA PROMOCIÓN DE LA DEMOCRACIA 135

nizaciones no gubernamentales); c) Estado de derecho y sistema de justicia;


d) derechos humanos (por ejemplo, protección de los derechos), y e) Good
Governance (por ejemplo, transparencia de la conducción del gobierno por
ministerios).10 Algunos ámbitos de trabajo no son per se ni exclusivamente
parte de la promoción de la democracia, sino que poseen un carácter mu-
cho más amplio, lo cual muchas veces se malentiende por medio de con-
ceptos constringentes o incluso en la forma en que se les achaca servir para
implementar un tipo determinado de democracia. Así, el concepto de state-
building, que en sentido original incluye a la construcción de instituciones
estatales como la policía o de infraestructura pública, remite cada vez más
a la construcción de un Estado democrático (Chesterman, 2004). De mane-
ra similar ocurre con good governance. Un concepto que se refiere sobre todo
al aumento de la eficiencia de la acción del gobierno en el aparato estatal
con el objetivo de promover el desarrollo económico de un país, se reduce
paulatinamente a la democratic governance. Nation-building, por otra parte, en el
ámbito anglosajón es empleado como sinónimo de promoción de la demo-
cracia, en tanto que actores europeos relacionan el concepto más que nada
a la formación de una identidad nacional común de un pueblo que vive en
un Estado (Fukuyama, 2004). En la práctica política, las estrecheces y va-
guedades conceptuales tienen a veces efectos negativos en la efectividad de
la política respectiva. Los instrumentos de la promoción de la democracia
se subdividen en medidas positivas o negativas. Las medidas positivas son
parte de la colaboración financiera y técnica (frecuentemente dentro de la
política de desarrollo) y están dirigidas para acompañar los procesos. Las
medidas negativas son acopladas muchas veces a las políticas económica y
exterior. Ejemplos de ello son la condicionalidad política en el otorgamiento
de créditos o las sanciones económicas.11 En general, se critica en la prác-
tica de la promoción de la democracia que la aplicación estereotipada de

Sociedad civil: es una esfera de acción colectiva y de discurso públicos, que está vigente
10

entre el ámbito privado y el Estado (Thiery, Peter: 655). Good Governance: es decir, buena con-
ducción de gobierno, se mide por la satisfacción de determinados criterios y es una exigencia
hacia los países en desarrollo, por lo que muchas instituciones internaciones y países indus-
trializados condicionan la ayuda al desarrollo a su cumplimiento. Al contrario de anteriores
condiciones de políticas de desarrollo, que estaban bajo premisas puramente ideológicas o
económicas, desde principios de la década de 1990, la política de ayuda al desarrollo de casi
todos los donantes va acoplada a reformas de las estructuras de gobierno y de la adminis-
tración, de la toma de decisiones y de la implementación política en los respectivos países
en desarrollo, que en general deben aumentar la calidad de la actividad del Estado (Grotz,
Florian y Nohlen, Dieter: 202).
Condicionalidad política: término técnico proveniente del campo de la política del desa-
11

rrollo para referirse a la vinculación entre ayuda al desarrollo y condicionamientos políticos


(Nohlen, Dieter: 428).

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136 JULIA LEININGER

elementos uniformes a pesar de diferentes contextos nacionales sigue predo-


minando (Carothers, 1999).
4. A causa del significado fundamental de elecciones libres y limpias
para la legitimidad democrática de un orden político, la ayuda para procesos
electorales ha avanzado para convertirse en un instrumento generalmente
reconocido de la promoción de la democracia, en el que los actores ex-
ternos en parte aplican los más altos medios financieros (Burnell, 2000).12
En este campo se han asentado algunas instituciones de la promoción de
la democracia, algunas dependencias de la Organización de las Naciones
Unidas, de la Organización de Estados Americanos, de la Organización
para la Seguridad y la Cooperación en Europa, del Consejo de Europa
y de otras instituciones regionales (por ejemplo, el Instituto Interameri-
cano de Derechos Humanos, con sede en Costa Rica), así como la Inter-
national Foundation for Electoral Systems (IFES), el Carter Center del ex-
presidente de los Estados Unidos y, desde 1995, el International Institute
for Democracy and Electoral Assistance (International IDEA), con sede en
Estocolmo. Esta forma de la promoción de la democracia ha mostrado has-
ta ahora los mayores éxitos. En América Latina, por ejemplo, se ha logra-
do liberar a la organización electoral, en su mayor parte, de deficiencias
técnicas, las cuales impedían en el pasado el reconocimiento de resultados
electorales (Nohlen et al., 1998). El acompañamiento y el control internacio-
nal del proceso electoral en Nicaragua en 1990 se convirtieron en el punto
de partida para la superación del conflicto centroamericano por medio de
elecciones (Krennerich, 1996) y en modelo para asistencia electoral similar
en otras regiones del mundo, por ejemplo, en las elecciones después de la
guerra civil en Camboya y en Timor Oriental.
5. La variedad de actores y programas condiciona que las medidas de
la promoción de la democracia frecuentemente no se armonicen entre sí y
que, junto a las preguntas acerca de su idoneidad, que de acuerdo a cada
actor encuentra diferentes respuestas, los problemas no resueltos de su coor-
dinación limitan el éxito de los medios invertidos.13
Los Estados Unidos de América tienen una larga tradición de promo-
ción de la democracia, que en su autognosis en materia de política exterior
12 Legitimidad: es un concepto fundamental, polisémico y pariente de la política y de la
ciencia política: puede referirse a la pretensión de legitimidad de un orden político o social,
a la creencia en la legitimidad de los súbditos o a ambas cosas al mismo tiempo y en relación
recíproca (Nohlen, Dieter: 300).
13 Coordinación: es la armonización mutua de intenciones o medidas potencialmente con-
flictivas; se trata de un concepto clave muy empleado —frecuentemente sin exactitud— de
las ciencias administrativas y de la investigación de las políticas públicas (Thibaut, Bernhard
y Ostheim, Tobias: 289).

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LA PROMOCIÓN DE LA DEMOCRACIA 137

se encuentra anclada ideológicamente y es frecuentemente un medio geo-


estratégico de la política de seguridad estadounidense.14 Durante la Guerra
Fría buscaron crear un contrapeso en las regiones en las que predominaran
regímenes comunistas y socialistas o en donde pudieran ser establecidos.
Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, la promoción de la demo-
cracia se volvió una parte de la lucha estadounidense contra el terrorismo y
se dirige por ello de manera más fortalecida a la región árabe.15 En cuanto a
la política del desarrollo, los Estados Unidos se concentran en el fomento del
Estado de derecho, governance y sociedad civil, lo cual es realizado principal-
mente por la agencia de ayuda al desarrollo “USAID”. La condicionalidad
política se observa en la creación, en 2000, de la Millenium Development
Account, dotada de tres mil millones de dólares (2006), por lo que los países
en desarrollo, entre otros, pueden recibir un crédito de este fondo si el Esta-
do es conducido de manera democrática (Magolowondo, 2005).
La promoción de la democracia por parte de la República Federal de
Alemania está asentada de manera preponderante en el campo de las medi-
das positivas. A principios de los años noventa, Alemania apoyaba particu-
larmente los procesos de transición en Europa del Este y en Latinoamérica.
Recientemente esto cambió a favor de África y Asia. Para ello, la promoción
alemana a la democracia se enfoca a tareas en el ámbito de la descentra-
lización y reformas en la administración pública, así como en los derechos
humanos. En general, Alemania promueve la democracia en 32 de 70 países
socios. Los egresos en materia de ayuda al desarrollo ascendieron de 180
millones de euros en el 2000 a 360 millones en el 2006, es decir, se duplica-
ron, y corresponden al 6.2% y al 11.8% de la ayuda bilateral al desarrollo,
respectivamente (Youngs, 2006). A pesar del aumento en el compromiso,
la promoción alemana a la democracia adolece hasta ahora de una estra-
tegia coherente. La primera visión de conjunto, publicada en 2005, refleja

Seguridad: en sentido estricto se entiende como la protección del territorio propio en


14

primera instancia de alguna amenaza militar, intervención o guerra. En sentido amplio se


señala el mantenimiento del espacio de maniobra en materia exterior y de política de segu-
ridad, y finalmente como la libertad de estructurar el orden interno propio (Seidelmann,
Reimund: 499).
Terrorismo: en la literatura se emplean frecuentemente como sinónimos “terror” y “te-
15

rrorismo”. Sin embargo, parece más apropiado reservar el concepto “terror” a la violencia
proveniente del Estado, arbitraria y sistemáticamente ejercida para intimidación de los ciu-
dadanos. De manera correspondiente, el “terrorismo” es definido, por su parte, como una
estrategia de violencia que busca en primer lugar minar al sistema prevaleciente de domina-
ción a través de la propagación del miedo y del espanto (al mismo tiempo, en algunos grupos,
ganando simpatías para la cauda y alegría por el mal ajeno), buscando provocar un cambio
político y social más o menos radical (Waldmann, Peter y Malthaner, Stefan: 573).

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138 JULIA LEININGER

la variedad de los actores (entre otros: la Sociedad Alemana para la Cola-


boración Técnica, en alemán Deutsche Gesellschaft für technische Zusammenarbeit,
GTZ; el Servicio Alemán de Ayuda al Desarrollo, Deutscher Entwicklungsdienst,
DED; el Instituto de Crédito para la Reconstrucción, Kreditanstalt für Wiede-
raufbau, KfW). Las fundaciones políticas financiadas por el Estado (Funda-
ciones “Friedrich Ebert”, “Friedrich Naumann”, “Heinrich Böll”, “Konrad
Adenauer” y “Rosa Luxemburg”) siguen constituyendo una peculiaridad de
la promoción alemana a la democracia, visible en su apoyo a partidos polí-
ticos, que debido al mandato de no injerencia —que sigue siendo válido—,
frecuentemente no pueden ser auxiliados por parte del Estado. Por cierto,
la misma República Federal Alemana es mencionada ocasionalmente como
un caso exitoso de promoción a la democracia, en recuerdo del Plan Mars-
hall, y como modelo para la implementación desde fuera de la democracia,
pero que con base en las condiciones externas e internas totalmente diferen-
tes constituye un ejemplo bastante fuera de lugar para la actual democrati-
zación de regímenes autoritarios.
La promoción multilateral de la democracia es asumida por diferentes
organizaciones regionales y por las Naciones Unidas. Junto a la Organiza-
ción para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y al Consejo
de Europa, juega sobre todo la Unión Europea el papel más fuerte: la de-
mocracia forma, por un lado, la condición de entrada para ser miembro de
ella, y por otro lado regula —desde el Tratado de Maastrich de 1993— la
colaboración con otros Estados. La Unión Europea apoya temáticamente,
en el marco de su promoción de la democracia, como puntos principales,
good governance y sociedad civil (Youngs 2006). A pesar de poner el acento
en este punto, su promoción de la democracia varía de acuerdo a la región
con la que se relaciona una determinada política de la Unión Europea (por
ejemplo: política de ejemplo, política de ampliación, de vecindad y medi-
terránea). Independientemente del criterio regional funciona la European
Initiative for Democracy and Human Rights (EIDHR), que sin embargo
solamente representa el 2% (en 2005: 125 millones de euros) de la ayuda
pública al desarrollo frente a otros Estados. Las regiones fuera de Europa
han establecido diferentes estructuras y mecanismos interregionales para la
promoción de la democracia. En América, desde principios de los años no-
venta, las acciones de la Organización de Estados Americanos, particular-
mente, se han convertido en una columna importante de la promoción de
la democracia, protegiendo a la democracia en caso del colapso del orden
democrático en un régimen político determinado. El populismo autoritario
pudiera convertirse aquí en un caso de prueba. En Asia casi no existe una
promoción a la democracia por parte de organizaciones regionales, en Áfri-

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LA PROMOCIÓN DE LA DEMOCRACIA 139

ca sólo débilmente acentuado. En el marco de la Unión Africana (UA), la


New Partnership for Africa’s Development (NEPAD) de 2001 pone a dispo-
sición un instrumento panafricano, por medio del cual el estatus y la calidad
de la democracia en todos los países africanos deben ser determinados.16
Las Naciones Unidas, debido a su carácter universal y al mandato de no
injerencia, desde hace mucho que no han declarado a la democracia como
su objetivo político. A partir de la Declaración del Milenio del 2000, em-
pero, sus Estados miembros se han expresado a favor de que la democracia
pueda ser un medio en la lucha contra la pobreza y por el establecimiento
de la paz. Acorde con esto, el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD) ha fortalecido su compromiso en la promoción de la
democracia. En total, se utilizan casi la mitad (2005: 47%) de sus recursos
financieros en medidas de good governance, en las que este término y “pro-
moción de la democracia” frecuentemente se entienden como sinónimos.17
Las organizaciones no estatales se presentan ya sea como Organiza-
ciones No Gubernamentales (ONG) con sede en países del norte pero que
están activas en los países en desarrollo o como ONG nacionales o bien lo-
cales desde el sur, laborando in situ. Las primeras apoyan, por regla general,
a las ONG del sur, quienes a su vez llevan a cabo actividades nacionales y
locales de promoción de la democracia. Ambos grupos fungen frecuente-
mente como organizaciones ejecutivas de instituciones multilaterales, para
aplicar en los países de destino sus programas. Si bien su trabajo varía en
cuanto al contenido, su ventaja decisiva consiste en que disponen de un po-
tencial muy alto de movilización de la sociedad civil, que es tan importante
en el proceso de democratización. Pero en América Latina se ha mostrado
como problemático el que la sociedad civil se incline a buscar soluciones
políticas fuera de las instituciones democráticas, con lo que éstas resultan
socavadas (Nohlen 2004). Por lo demás, las ONG tienden a asumir tareas
estatales como el suministro básico de la población, lo que a largo plazo
puede obstaculizar la creación de estructuras estatales funcionales, lo cual
es un objetivo fundamental de la promoción duradera de la democracia.

Populismo: es un concepto ambiguo de valoración extremadamente difícil. Sirve por lo


16

general como denominación para una política valorada negativamente, que se sirve de pa-
labras demagógicas en la avidez de aprobación por parte del pueblo, dice lo que este quiere
oír, apela a los instintos y propaga soluciones fáciles y no considera en absoluto criterios de
responsabilidad ética. Positivamente valorado, se trata de una política que toma en serio los
problemas de la “gente de la calle”, los articula y se realiza en directa comunicación con el
pueblo (Nohlen, Dieter: 448).
Pobreza: grave deficiencia en relación a las oportunidades de conducir una vida que co-
17

rresponda a ciertos patrones mínimos. …la conceptualización de la pobreza es […también]


científicamente polémica (Thibaut, Bernhard: 20).

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140 JULIA LEININGER

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Capítulo 12
LA CONSOLIDACIÓN DEMOCRÁTICA*

Dieter Nohlen

[La consolidación democrática] es uno de los conceptos utilizados más fre-


cuentemente en la investigación comparativa de la democracia, el cual por
supuesto —de manera análoga al de la transición— se aplica de maneras
muy distintas.1
Aquí muchas veces se mezclan en la conceptualización dos cuestiones:
la de la definición de la consolidación y la que pregunta de qué factores de-
pende la consolidación de la democracia. Se puede formular: mientras más
amplio sea el concepto, tanto más elementos causales de explicación posee.
1. En primer lugar, tiene sentido entender la transición y la consolida-
ción como dos procesos separados, que se llevan a cabo uno después del
otro. A la introducción de la democracia le sigue el proceso de su estabili-
zación. La transición puede lograrse en un periodo muy corto y la consoli-
dación se lleva a cabo más bien a largo plazo. No toda transición demo-
crática se ve coronada por una consolidación. La separación de ambos
procesos se recomienda también por razones analíticas: para ella entran en
* Nota del editor: una primera versión del texto de este capítulo aparece en Nohlen,
Dieter y Schultze, Rainer-Olaf (eds.), Diccionario de ciencia política, Xalapa-Ciudad de Méxi-
co, El Colegio de Veracruz-Porrúa, 2006, pp. 265-268, bajo “Consolidación”. El editor de
estas antologías ha adaptado dicho texto para los fines de esta colección, cuya redacción es
diferente de la de un diccionario. Las abreviaturas que aparecen en el original se han desdo-
blado y los ocasionales errores de redacción, de traducción o de imprenta se han corregido
en la versión presente sin hacer ningún señalamiento. Todas las citas que se consignen a pie
de página provienen del mismo diccionario y a ellas remite el documento original; en este
caso solamente se anota el concepto respectivo, no la entrada completa. El nombre del autor
correspondiente se encuentra al final de la cita, entre paréntesis y junto al número de la pá-
gina donde aparece el concepto señalado. Agradezco la amable autorización del editor del
diccionario y de la casa editorial para publicar este texto.
1 Transición: designación para procesos de cambio de un tipo hacia otro de dominación
política, en donde se pone especialmente como base la oposición entre la democracia, por
un lado, y la dictadura o régimen autoritario, por otro (Thibaut, Bernhard: 123).

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142 DIETER NOHLEN

juego distintos factores explicativos. Si el enfoque centrado en el actor es


especialmente fructífero en el primer caso, para la consolidación es mucho
más reducida su fuerza explicativa.
Ciertamente también habrá que apostar por actores con respecto a la
consolidación, pero en vista de las condiciones estructurales que dificultan
la democracia y que son un obstáculo para la consolidación, afianzar la
consolidación (to craft consolidation) es menos fácil y no es posible en absoluto
en poco tiempo. Además, la consolidación no se puede equiparar con la
permanencia o la persistencia de la democracia en el tiempo. Pero su man-
tenimiento es una condición previa indispensable para la consolidación de
la democracia, es decir, para la alta expectativa de su existencia asegurada.
En el curso de la investigación sobre la consolidación, su concepto ha ido
asumiendo un formato multidimensional. L. Morlino (1986) la veía como un
proceso que tiene como consecuencia la continua adaptación de los actores
políticos a las reglas del juego democrático y, con ello, la continua amplia-
ción de la legitimidad del orden político establecido. Ph. Schmitter (1993:
4) incluyó en el concepto de la consolidación el problema de la organiza-
ción institucional de la democracia, con la cual están de acuerdo los actores
políticos y que es apoyada por los ciudadanos. En cambio, G. O’Donnell
(1996: 11) apuntaba al horizonte de expectativas de los actores y los ciuda-
danos, en el sentido de que las elecciones libres y el pluralismo político se
mantuvieran también en el futuro sin limitación temporal. Al compartir la
mayoría de los actores políticos y de la opinión pública esta expectativa, los
actores políticos dirigirían sus estrategias con respecto a ella. Con lo cual
ponían en jue-go de forma todavía más intensa la percepción de la consoli-
dación por parte de los actores y los ciudadanos. Es cierto que J. J. Linz y A.
Stepan (1996: 30) definían a la consolidación de manera estrecha como el
reconocimiento de un complejo sistema de instituciones, reglas, sugerencias
y limitaciones, como the only game in town (“el único juego en el pueblo”). Pero
también distinguían varias dimensiones del problema de la consolidación: la
dimensión conductual: ningún actor político, social o económico persigue
sus objetivos con medios que tengan como consecuencia el establecimiento
de un sistema no democrático; la dimensión de la actitud: una gran mayo-
ría de la opinión pública mantiene la valoración de la democracia como la
mejor forma de gobierno, aunque esté insatisfecha con los logros de los go-
biernos democráticos; la dimensión constitucional: tanto el gobierno como
también la oposición se someten a la Constitución y solucionan sus conflic-

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LA CONSOLIDACIÓN DEMOCRÁTICA 143

tos en el marco de las reglas del juego del sistema político.2 Con estas defi-
niciones, y otras análogas (véase, por ejemplo, el modelo de cuatro niveles
de la consolidación de W. Merkel), se fue desplazando el planteamiento a la
expectativa respecto al objeto del proceso de la consolidación, es decir, ya
no se consideraba a ésta principalmente como un proceso en el cual unas
fuerzas y sus opuestas, las tendencias y las contra-tendencias están luchando
interactivamente por la consolidación, sino más bien de manera categórica-
normativa, como una estructura multidimensional que habría que calcular.
Es así que Linz y Stepan separaron la cuestión de la calidad de la demo-
cracia de la consolidación. En su opinión, existe (pensaban de manera ca-
tegorial) solamente una clase de democracias consolidadas, pero dentro de
ésta (considerado de manera gradual) existe un continuo que abarca desde
las democracias de baja calidad hasta las de mayor calidad. En cambio, en
otros autores, la baja calidad de la democracia se convirtió en componente
integral del problema de la consolidación. Finalmente, A. Schedler (2001),
tras una amplia revisión de los enfoques, llegó a la conclusión de destacar
tres accesos cuasi definitorios al problema de la consolidación: el procesual,
que afirma que las democracias son capaces de imponerse y dominar los
desafíos de la democracia; el orientado conductualmente, en el sentido de
que los actores políticos, y sobre todo los gobiernos, representan normativa-
mente los valores democráticos, diseñan estrategias racionales y desarrollan
las habilidades necesarias para mantener la democracia, y el causal, en el
sentido de que se mejoran las condiciones económicas previas por la conso-
lidación de la democracia.
2. Casi sin transición, la cuestión de la definición para hacer la ocupa-
ción con los factores causales, que deben explicar que hasta el momento no
se haya dado la consolidación. Con respecto a América Latina, se puede
distinguir a grandes rasgos entre hipótesis económicas, sociales, políticas,
político-institucionales, político-culturales y socioculturales, que se ocupan
de los déficits correspondientes. 1) la hipótesis de la carencia económica
apunta al insuficiente desarrollo económico. Por lo general respeta el su-
puesto de las teorías de la modernización, en el sentido de que la demo-
cracia es un resultado del desarrollo económico y el cambio social, y por
lo tanto refuta fundamentalmente una consolidación de la democracia que

2 Sistema político: en la concepción general de la ciencia política, es un concepto funda-


mental para el análisis de lo político, que abarca, de acuerdo al concepto de la política de
tres dimensiones, la totalidad de las instituciones políticas (estructuras) los procesos políticos
y los contenidos de las decisiones políticas (Nohlen, Dieter y Thibaut, Bernhard: 1251; véase
el capítulo 12 del primer volumen de estas “Antologías”).

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144 DIETER NOHLEN

preceda a este proceso (Lipset, 1987; Przeworski, 1996; Huntington, 1996).


De manera menos determinista, afirma también que el crecimiento eco-
nómico de los últimos decenios no ha sido suficiente para desencadenar
los variados efectos que serían capaces de consolidar la democracia; 2) la
hipótesis de la carencia social se enfoca en la persistencia de la pobreza y
la desigualdad social (Lamounier, 1999).3 Afirma que el neoliberalismo no
ha logrado pagar la “deuda social” de fracasadas estrategias de desarrollo
anteriores. Al contrario, la política neoliberal ha hecho todavía más ricos
a los ricos y más pobres a los pobres. Especialmente partes de las clases
medias se han visto precipitadas a la miseria. La medida creciente de la
pobreza y la desigualdad es contraria a la consolidación de la democracia,
afirma Castañeda (2003); 3) la hipótesis de la carencia política se basa en
los análisis sobre los déficits de la democracia. Partiendo de un amplio con-
cepto de democracia que incluye también el problemático entorno social y
político-cultural de la democracia, se señala la falta de Estado de derecho,
la insuficiente responsabilidad (Accountability), el predominio de los esquemas
de conducta tradicionales de la élite política, el clientelismo y la corrup-
ción.4 Una democracia de menor calidad, afirma, no se puede consolidar

3 Pobreza: grave carencia referente a la oportunidad de llevar una vida que corresponda
a ciertos parámetros mínimos. Estos parámetros socialmente aceptados o predominantes
que subyacen a la definición de los niveles mínimos del estilo de vida, así como las ideas
determinantes sobre las causas de la pobreza, tienen una vinculación tanto temporal como
espacial. La conceptualización de la pobreza es motivo de controversia científica (Thibaut,
Bernhard: 1045). Desigualdad: generalmente, la diferencia en cuanto a determinadas carac-
terísticas (opuesta a igualdad); se distingue entre la desigualdad natural (por naturaleza) que
resulta de la diferencia de los seres humanos desde su nacimiento respecto a su dotación de
recursos y la desigualdad social que es consecuencia de las condiciones sociales a las que las
personas se encuentran sujetas (Schultze, Rainer-Olaf: 409).
4 Estado de derecho: un concepto que se sustrae a una formulación sencilla y a través
de una fórmula. Su objetivo es la sujeción jurídica del Estado. Dado que la cuestión de la
relación del derecho y la política siempre puede recibir solamente una respuesta referida
temporalmente, pero no una respuesta concluyente, el concepto de Estado de derecho, sigue
estando abierto para las condición y concepciones políticas y sociales correspondientes. La
traducción usual del Estado de derecho como aquel en el que rige la ley designa el objetivo
pero no los elementos conceptuales esenciales al respecto (Benda, Ernst: 546). Accountability:
[también responsividad, y designa] la responsabilidad de un poder —en la concepción de
la ciencia política: la limitación del poder, el control del ejercicio del poder y la sanción del
abuso del poder— (Nohlen, Dieter: 7). Clientelismo: término técnico para una relación de
dependencia recíproca entre dos actores (individuos o grupos) que disponen de diferentes
recursos que utilizan para favorecerse mutuamente (Ziemer, Klaus: 212). Corrupción: (del latín
corrumpere=sobornar, falsificar, echar a perder), abuso del poder público, cargos o nombra-
mientos con el fin de obtener utilidad privada propia y/o para beneficiar a terceras personas
a través de violaciones de normas legales y sociales, que por lo regular se llevan a cabo secre-

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LA CONSOLIDACIÓN DEMOCRÁTICA 145

(“democracia defectuosa”, “democracia delegativa”);5 4) la hipótesis de la


carencia político-institucional supone problemas estructurales de los siste-
mas políticos, que han llevado a bloqueos de la política o a una mejor efi-
ciencia de la actividad de gobierno. Se tematizan la arquitectura institucio-
nal del sistema político, la forma de gobierno, el sistema electoral, el sistema
de partidos, la articulación del diseño y la producción del consenso (debate
sobre el presidencialismo).6 Sin el incremento de la gobernabilidad no está
garantizada la exitosa realización de los programas económicos y sociales,
afirma, y por lo tanto no es posible resolver el problema de la consolidación
(Linz y Stepan, 1996);7 5) la hipótesis de la falta de confianza ve a la consoli-

tamente, están dirigidas en contra de los intereses públicos y atentan contra el bien común
(Schultze, Rainer-Olaf y Nohlen, Dieter: 295).
5 Democracia defectuosa: concepto aplicado recientemente en Alemania para designar a
sistemas políticos de la tercera ola de la democratización, que si bien son democracias, tam-
bién muestran los llamados defectos, es decir, sistemas a los cuales les faltan determinadas
características propias de la democracia, o que han sido desarrollados de manera errónea
(Krennerich, Michael: 339). Democracia delegativa: concepto acuñado por D. O’Donnell (1994),
que tiene como contenido la concentración de poder en el cargo de presidente sin control
horizontal y con el cual se intenta determinar tipológicamente la práctica gubernamental
presidencial en las democracias jóvenes (Nohlen, Dieter: 341).
6 Sistema político: véase supra: nota 2. Sistemas electorales: procedimientos de formación de
órganos de representación política en las elecciones; regulan la manera de cómo el elector
puede expresar su preferencia política en votos y cómo este voto se convierte en decisiones
sobre la ocupación (personal) de cargos y escaños y la composición (partidista) de asambleas
representativas (Nohlen, Dieter: 1261). Sistema de partidos: la red de relaciones de los parti-
dos que actúan en una sociedad, y que puede ser descrita según diferentes características:
número, relaciones de tamaño, distribución del poder, distancias ideológicas, esquemas de
interacción de los partidos (verticalmente, entre sí, y horizontalmente, con las clases socia-
les y los grupos de interés), grado de institucionalización, etcétera (Bendel, Petra: 1259).
Presidencialismo: es una modalidad de la democracia representativa; a diferencia del sistema
parlamentario en el que existe una estrecha vinculación entre la mayoría parlamentaria y el
gobierno (a fin de cuentas en ese sistema el gobierno surge del Parlamento), un presidencia-
lismo se distingue por una separación relativamente fuerte del Congreso y el gobierno. El
presidente, que reúne las funciones de jefe de Gobierno y de jefe de Estado en sí mismo, no
puede de ningún modo pertenecer al congreso. El gobierno recibe su legitimación a través
de la elección popular del presidente (otras características, imposibilidad de revocar el puesto
del Ejecutivo durante su gestión o de disolver el Congreso por parte del presidente) (Jesse,
Eckhard y Nohlen, Dieter: 1114).
7 Gobernabilidad: (del latín gubernare=dirigir, conducir, regular), en la acepción más gene-
ral, la capacidad de gobernar, es decir, de hacer valer decisiones socialmente obligatorias,
orientándose hacia un objetivo, para mantener de esta manera, la capacidad de acción del
sistema político hacia adentro y hacia afuera, en especial frente a la economía y a la sociedad,
y con ello, también su legitimidad. En sentido estricto, gobernabilidad significa regulación
política, el ejercicio del poder soberano (estatal), las funciones de gobierno, etcétera (Schult-
ze, Rainer-Olaf y Nohlen, Dieter: 648).

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146 DIETER NOHLEN

dación como dependiente de la confianza de la población en la democracia


como el orden político preferido y en la satisfacción con los resultados de
la política. Lo que se cuestiona es la confiabilidad de la democracia, cuya
dimensión actual en América Latina se considera como insuficiente para la
consolidación de la democracia (cfr. Nohlen, 2003); 6) la hipótesis de la ca-
rencia de capital social se enfoca en la sociedad y su capacidad de generar
confianza en los otros.8 Parte de la tesis de que tiene que existir una cierta
medida de confianza interpersonal para formar una comunidad eficiente,
cuyo progreso económico y social pueda producir un sistema político con-
solidado (Putnan, 1993). En América Latina, afirma, se carece del capital
social correspondiente (Latinobarómetro, 2003).
Pero desde luego, la consideración orientada por los déficits corre el
peligro de descuidar la preferencia contextual de la consolidación, la cual
permite reconocer recursos y progresos relativos en favor de la medición de
valores normativos de la democracia, los cuales son de naturaleza ideal-típi-
ca, y siempre se ven afectados por déficits. Si la eficiencia y la transparencia
institucionales se elevan al rango de imperativos de la consolidación, esta
se hace depender de normas que incluso las democracias consolidadas no
(siempre) cumplen (compárese, entre otros, el problema de la trasparencia y
la eficiencia del “Sistema de Decisiones Conjuntas”).9

Bibliografía

Beichelt, T. (2001), Demokratische Konsolidierung im postsozialistischen Europa


(“La consolidación democrática en la Europa postsocialista”), Opladen,
Leske & Budrich.

8 Capital social: según la definición corriente de R. D. Putnam (1993), “las características


de una organización social, como la confianza, los valores y las redes”, en breve, las virtudes
cívicas o del ciudadano, que se manifiestan en el compromiso social, en la pertenencia a
uniones y asociaciones y en actividades a título honorífico (Nohlen, Dieter: 131 y 132).
9 Sistema de decisiones conjuntas: término técnico acuñado por F. W. Scharpf (1976), en la
investigación del federalismo, para un sistema político en el cual todas las decisiones políti-
cas esenciales pueden tomarse sólo en asociación de los diferentes niveles del sistema, por
medio de soluciones negociadas entre los actores participantes y en el cual la mayoría de las
tareas públicas no pueden ser llevadas a cabo de manera autónoma y separada por el Estado
central y los Estados miembros, sino en general, solamente a través de la colaboración de las
entidades públicas territoriales, horizontalmente, a través de la cooperación de los Estados
entre sí, y verticalmente, a través de la cooperación del ámbito federal y de los Estados miem-
bros, y de la Unión Europea, la Federación, los Estados miembros y los municipios (Schultze,
Rainer-Olaf: 1255).

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LA CONSOLIDACIÓN DEMOCRÁTICA 147

Castañeda, J. G. (2003), “The Forgotten Relationship”, Foreign Affairs 82 (3).


Huntington, S. P. (1996), “Democracy for the Long Haul”, JoD 7 (2).
Latinobarómetro (2003), La democracia y la economía. Informe-Resumen, San-
tiago de Chile.
Linz, J. J. y Stepan, A. (1996), Problems of Democratic Transition and Consolidation:
Southern Europe, South America and Post-Communist Europe, Baltimore, JHUP.
Lipset, M. S. (1987), El hombre político: las bases sociales de la política, Madrid,
Tecnos (ed. o. 1959).
Lamounier, B. (1999), “Brasil Inequalities against Democracy”, en Dia-
mond, L. et al. (eds.), 1999, Democracy in Developing Countries: Latin America,
vol. 4, Baltimore, JHUP.
Merkel, W. (1996), “Theorien der Transformation: Die demokratische
Konsolidierung postautoritärer Gesellschaften” (“Teorías de la transfor-
mación: La consolidación democrática de sociedades postautoritarias”),
en Beyme, K. von y Offe, C. (ed.), Politische Theorien in der Ära der Transfor-
mation (“Teorías políticas en la era de la transformación”), Opladen, Wes-
tdeutscher Verlag.
Molino, L. (1986), “Consolidación democrática. Definición, modelos, hipó-
tesis”, Reis, Madrid, núm. 35.
Nohlen, D. (2003), “Percepciones sobre la democracia y desarrollo político
en América Latina”, en Transparencia et al., Democracia en América Latina
y el Caribe. Análisis y evaluación, Lima, Transparencia.
——, Thibaut, B. (1996), “Transitionsforschung zu Latienamerika: Ansät-
ze, Konzepte, Thesen” (“Investigación de la transición en América Lati-
na: Enfoques, conceptos y tesis”), en Merkel, W. ed., Systemwechsel, vol. 1
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O’Donnell, G. (1996), “Illusions about Consolidation”, JoD 7 (2).
Przeworski. A. et al. (1996), “What Makes Democracy Endure?”, en JoD
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Putnam, R. D. (1993), Making Democracy Work, Princeton, PUP.
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lítica y Sociedad 1 (1).

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Capítulo 13
¿QUÉ TAN EFICIENTE ES LA DEMOCRACIA?*

Manfred G. Schmidt

Sumario: I. Elogio a la democracia. II. Limitaciones. III. En búsque-


da de la mejor democracia. IV. Balance: revisión de la Hipótesis-Churchill.
V. Bibliografía.

¿Qué tan eficiente es la democracia? ¿En verdad ella encarna la forma de Es-
tado relativamente mejor que se haya experimentado hasta ahora, tal como
afirmó Churchill en su discurso tan citado del 11 de noviembre de 1947 en
la Cámara de los Comunes? ¿Qué tanto queda de su esplendor, si se anali-
za desde la perspectiva de la teoría democrática empírica comparativa y no
desde el ángulo de su autodescripción, o de sus partidarios o desde la pers-
pectiva de un modelo normativo según tipos ideales? ¿Y que permanece del
elogio a la idea de democracia si se analiza su constitución tal y como es, que
aun en sus mejores momentos tan sólo ha obtenido el título de “poliarquía”
desde la Polyarchy de Robert Dahl de 1971?
En mi estudio aplicaré dos puntos de referencia: a) la “productividad
política” de acuerdo a la variante liberal-democrática, y b) policy outputs y
outcomes que abarcan diversos regímenes. Sin embargo, antes de responder a
la pregunta guía de esta intervención, es conveniente dar tres advertencias
preliminares. La primera busca destacar la provisionalidad de mis tesis. Son
provisionales, dado que el estado de la investigación sistemática y compa-
rativa del perfil de eficiencia de las democracias y las autocracias tiene aún
*
Este texto es una versión acortada de una conferencia sustentada el 12 de junio de
2007 en el Wissenschaftszentrum Berlin für Sozialforschung (“Centro Científico de Berlín para la
Investigación Social”) y se publicó en: Arno, Mohr y Nohlen, Dieter (eds.), 2008, Politikwissens-
chaft in Heidelberg. 50 Jahre Institut für Politische Wissenschaft (“Ciencia política en Heidelberg: 50
años del Instituto de Ciencia Política”), Heidelberg, Universitätsverlag Winter. Agradezco la
amabilidad de los editores y de la casa editorial por permitirnos la publicación de la presente
traducción, así como a la maestra Federica González-Luna por la traducción (nota del editor).

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150 MANFRED G. SCHMIDT

muchas lagunas. La segunda y la tercera traen a la memoria una fórmula de


la investigación de instituciones. Las instituciones, que en este caso fungen
como el engranaje de las reglas del juego de la democracia, son la autoridad
que limita algunos actos eleccionarios y hace posible otros actos. No obstan-
te, no determinan ni los actos eleccionarios ni el politic-output y de ninguna
manera, el outcome de decisiones políticas.

I. Elogio a la democracia

A la mayoría de los observadores de la política del siglo XXI los une la con-
vicción de que la democracia está por encima de cualquier otra forma de
Estado a pesar de sus defectos. Para ello contamos con buenas razones. La
democracia resulta especialmente impresionante para aquellos observadores
que tienen en mente su respectiva forma ideal —un tipo de gobierno que
provenga del pueblo, o sea, practicada por el pueblo o por sus representantes
electos con miras a sus intereses— a la luz de normas de auténtica participa-
ción ciudadana y que valore el buen gobierno. Asimismo, la democracia se
basa en un fundamento respetable de legitimación —o al menos a la luz de
la Constitución—, en una teoría de la Constitución y del Estado, así como en
los conceptos de ser humano que dominan en el hemisferio occidental. Cier-
tamente, la voluntad popular en la que se basa la democracia es fabricada,
es decir, es un producto de la formación de la voluntad política tal y como
se sabe al menos desde la teoría de la democracia de Schumpeter (1996),
por ende no es exógena, y dicho sea de paso “ficticia, falible y engañosa“
(Offe, 1992: 126). Sin embargo, aún nadie ha creado “una alternativa teórica
respetable para la fundamentación y justificación de la toma de decisiones
vinculantes para una colectividad a través de la voluntad empírica de los
ciudadanos” (Offe, 1992: 126).
No obstante, no sólo el ideal remite a las “ventajas de la democracia”
(cfr. Halperin, 2004), sino que también al menos una parte de la realidad
constitucional (cfr. Lipset y Lakin, 2004). Según el catálogo de objetivos de
la “productividad política” en el sentido liberal democrático, las democra-
cias han obtenido hasta ahora muy buenas y en general, buenas notas, so-
bre todo aquellos ejemplares de democracias fuertemente arraigadas. De
modo ejemplar, los ciudadanos de estas democracias gozan de oportunida-
des tanto de libertad como de seguridad más fiables que ciudadanos de otras
formas de Estado. Las democracias ofrecen incluso a sus miembros opor-
tunidades de participación que tienen consecuencias de peso. Esto implica,

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¿QUÉ TAN EFICIENTE ES LA DEMOCRACIA? 151

asimismo, la decisión común tanto de la elección como de la destitución


de los mandos políticos. Además de ello, el engranaje de las reglas de jue-
go de la democracia mantiene abiertas, en principio, las posibilidades de
triunfo a cualquiera que haya sido derrotado electoralmente. También por
esta razón, el hecho de que el perdedor acepte su derrota puede superar el
sutil límite entre la igualdad política de todos los electores y la fundamental
desigualdad entre los vencedores y los perdedores en una elección. Aparte
de eso, el hecho de que en la democracia se pueda destituir al gobernante sin
necesidad de derramamiento de sangre es parte del elogio al gobierno del
pueblo desde Popper. Este elogio incluye la gran previsibilidad de los pro-
cesos políticos en las democracias, así como una mayor receptividad en la
formación de la voluntad y de los procesos de decisión, así como la garantía
de igualdad política. Además, las democracias, especialmente aquellas que
están fuertemente arraigadas, son, por lo regular, más capaces de aprender
que las autocracias, sin olvidar que es un sistema de detección temprana con
mejor funcionamiento en procesos de formación de la voluntad.
Aun a la luz de puntos de referencia que, a diferencia de los indicadores
ubicados hasta ahora, no son afines a la democracia, sino que no son especí-
ficos en lo respectivo al tipo de régimen, las democracias revelan, asimismo,
su eficacia. Un ejemplo es su gran longevidad —por encima de un nivel
determinado de desarrollo económico. ¿Cómo se decía con Przeworski et
al. 2000?: “...democracy is almost certain to survive in countries with her
capita incomes above $4,000”— en precios de 1990.
Otro ejemplo reside en las ventajas de competencia especialmente en
las democracias ya establecidas en cuanto a “efectividad política” en un
ámbito no específico de régimen (cfr. Roller, 2005): no pocas democracias
poseen las ventajas de seguridad entre los ciudadanos ante violencia interna
y externa, así como del aseguramiento de la existencia y la aspiración a jus-
ticia social y la mitigación de desigualdad social extrema (cfr. Merkel et al.,
2003; 2006). Y si no todo es un engaño, en el caso del cuidado del medio
ambiente, las democracias promedian, en conjunto, mejor que las autocra-
cias —otra vez, a partir de un determinado nivel de desarrollo económico—
sin olvidar que esto sucede a causa de la alta receptividad estructural de sus
sistemas políticos ante necesidades articuladas.
En virtud de ello y por otras razones, en efecto, mucho habla a favor
de la “hipótesis de Churchill”, así como la denominación característica de
Rose y Mühler (1996) del frío elogio de la democracia de Winston Chur-
chill, primer ministro de Inglaterra de 1940 a 1945, y de 1951 a 1955.

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152 MANFRED G. SCHMIDT

II. Limitaciones

1. No una democracia, sino muchas democracias —con diversos perfiles de eficien-


cia—. Naturalmente la plusvalía de la democracia requiere ser determinada
con mayor precisión. Ninguna democracia se parece a otra, tal como enseña
el análisis comparativo de sistemas políticos. Algunos regímenes democráti-
cos alcanzan buenas o también muy buenas notas a la luz de la “productivi-
dad política”, especialmente los Estados miembros de la OCDE que desde
hace tiempo están fuertemente arraigados en su Constitución estatal —esto,
de acuerdo con las oportunidades de participación— y sobre todo aquellas
democracias que ofrecen a sus ciudadanos muchas posibilidades de interven-
ción inmediata o mediata. Suiza se encuentra adelante de todas en este res-
pecto por su amplia democracia directa —pero sólo a partir de 1971 cuando
las suizas obtuvieron los mismos derechos por completo. Pero asimismo, la
República Federal Alemana es de las democracias más favorables a la par-
ticipación— a causa de su estructura federal y su consecuente atmósfera de
continua contienda, además a causa de sus tradiciones de autogestión, de la
participación común en las decisiones en el mundo laboral, los acuerdos de-
mocráticos directos a nivel local y comunitario, y la elección europea, por no
hablar de la floreciente participación política no convencional.
Por el contrario, otras democracias pasan el examen de la “produc-
tividad política” con malas notas (cfr. Roller, 2005). A ellas pertenece es-
pecialmente aquella variante de “democracia defectuosa”, las democracias
frágiles y los candidatos a democracias en retroceso o la descomposición de
la democracia tal como en el periodo de entreguerras. A ello se añaden re-
gímenes con pocas medidas jurídicas y constitucionales que acompañan a
la formación de la voluntad política y los procesos de decisión. Entre ellos
se encuentran también miembros del extenso club de los 36 Estados que,
según Lijphart (1999), son las democracias más paradigmáticas, entre ellas
países con tendencias a democracias de caudillo, populistas y plebiscitarias,
como Venezuela bajo el presidente Chávez, o Colombia, caso este de una
democracia de enclave, en el sentido de Merkel et al. (2003).
Asimismo, la capacidad de sobrevivir en el futuro de las democracias
no es una constante, sino una variable con un ancho rango de variación:
algunas democracias son, en efecto, poco capaces de continuar en el futuro,
otras promedian mejor que éstas en este respecto (cfr. Schmidt, 2004). Lo
mismo vale para su capacidad de corrección de errores y el hecho de poder
tener una política reformista (cfr. Schmidt, 2005) que, en resumen, tiende a

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¿QUÉ TAN EFICIENTE ES LA DEMOCRACIA? 153

ser mayor en una democracia de mayoría que en una democracia no mayo-


ritaria que posea un alto número de jugadores con derecho a veto y corre-
gentes (Schmidt, 2007).
2. Caravana con sombrero ajeno. Quien elogia la democracia ilimitadamente
se enfrenta a otro problema: en ocasiones se alaba una ventaja de la demo-
cracia, la cual no le pertenece, o bien sólo le pertenece en parte, pero que
más bien responde a otras características del régimen, por ejemplo, circuns-
tancias favorables. Una parte de las diferencias en el perfil político de efi-
ciencia de aquellos Estados con una Constitución democrática o autocrática
refleja, por ejemplo, diferencias en la disponibilidad de recursos, como el
alto nivel de desarrollo económico en varias democracias. A ello se añade su
cultura política de mayor secularización y —especialmente en el círculo de
Estados constitucionales establecidos de Norteamérica y Europa occiden-
tal— su fuerte arraigo al Estado de derecho, el cual, a su vez, depende de
mirar hacia la larga prehistoria de la distribución y regulación del poder por
un lado y, por otro, a la valoración del individuo.
Aquellos estudios que no adornan la democracia con plumaje aje-
no arrojan nueva luz sobre su capacidad de rendimiento. Un ejemplo: la
fórmula de la “paz democrática”, según la cual las democracias son más
pacíficas que otras formas de Estado y no hacen la guerra entre sí, juzga
prematuramente que el gobierno del pueblo es la causa principal de un ré-
gimen pacífico. Sin embargo, en realidad el relativo estado pacífico de las
democracias no se funda en su Constitución, sino también en los límites
que el constitucionalismo impone a los poderes Legislativo y Ejecutivo, y a
gran escala, la prioridad, resultado de diversas causas, dada a una política
de poder civil y un estado comercial, en lugar de una “política de poder
estatal”. La “paz institucional” juega también un papel importante (Geis
y Wagner, 2006: 278, 285), por ejemplo, como consecuencia de ser miem-
bro de organizaciones internacionales. Además, a las democracias les es
común tanto su potencia pacífica como su potencial de violencia; esto lo
muestra la investigación de la paz democrática (Geis y Wagner, 2006) y se
encuentra en el centro de la tesis de la violencia estructural de la democra-
cia (Violent Democracy). Las democracias son claramente más pacíficas que
otros Estados, pero únicamente al relacionarse entre sí. Sin embargo, al
encontrarse en conflicto con Estados no democráticos, frecuentemente no
han vacilado en ejercer violencia militar. Existe otro tipo de diferenciación
de tipos de democracia bastante útil: aquélla entre democracias militantes
y no-militantes.
Las democracias militantes son por lo regular —en primer lugar— Es-
tados grandes con tradiciones y ambiciones imperiales. En segundo lugar,

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154 MANFRED G. SCHMIDT

se caracterizan por partidos orientados hacia el mercado, seculares-conser-


vadores. En tercer lugar, revelan un perfil de actividad estatal con enfoque
en hard policies (como política militar e investigación y desarrollo excesivo
de armamento) más que en soft policies (como la política social y la política de
investigación y desarrollo orientado hacia el cuidado del medio ambiente),
a las que llevan con la rienda más suelta que, por ejemplo, los Estados de
bienestar de Escandinavia y Europa continental. A las democracias militan-
tes —efectivas o potenciales— pertenecen los Estados Unidos de América
y ocasionalmente también Inglaterra, por mucho tiempo lo hizo Francia,
así como Israel, aunque marcado por la condición especial del conflicto del
cercano Oriente.
Al contrario de ellas, la mayoría de los Estados de bienestar desarrolla-
dos tienden a una democracia no-militante. Éstos son especialmente países
cuyos gobiernos son dirigidos por partidos cristiano-demócratas o socialde-
mócratas, que más bien tienden a un pacifismo estructural o, en caso de que
se activen política-militarmente con vistas a intervenciones militares limita-
das, pero sólo en la medida en que esto se haga en nombre de una “inter-
vención humanitaria”, por ejemplo, con el fin del aseguramiento de la paz
o su respectiva imposición (peace-enforcement) y en un marco en que tengan
lugar acuerdos multilaterales y legítimos, típicos de las Naciones Unidas.
Asimismo, el elogio que le adjudica a la democracia su alto nivel de
bienestar económico ha de ser corregido. El bienestar de la mayoría de los
Estados democráticos no surge en primera instancia de la democracia mis-
ma. También en lo respectivo al desarrollo del bienestar no son, sin lugar
a dudas, los regímenes más fuertes en crecimiento – en una de las investi-
gaciones comparativas más recientes y más profundas del crecimiento eco-
nómico, la democracia no ha sido un factor central determinante (Obinger,
2004). La seguridad jurídica, especialmente el mantener intactos los property
rights, la economía de mercado, una cuota de Estado relativamente baja
y alto nivel de inversión en el sistema educativo (cfr. entre otros, Obinger,
2004) son más importantes para el crecimiento económico a largo plazo. Es-
tos factores se encuentran en algunas democracias, pero de ninguna manera
en todas, e incluso también en variantes autoritarias o semiautoritarias, por
ejemplo, en los Estados de bienestar de Asia Oriental.
¿Y la capacidad para el futuro? Aun un especialista tan reflexivo en sus
juicios como Peter Graf Kielmansegg (2003b), a la hora de ponderar las
Constituciones, tiende a reprochar a las democracias el descuido del futuro,
así como a ubicar acuerdos orientados al futuro más bien en regímenes de
largo aliento, como, en particular, las monarquías ilustradas.

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¿QUÉ TAN EFICIENTE ES LA DEMOCRACIA? 155

3. Límites inmanentes y retos de las democracias. Los elogios ilimitados a la


democracia no son convenientes por otra razón: las democracias se encuen-
tran enfrentando tareas difíciles, incluso las más exitosas entre ellas. Entre
estas tareas se encuentran los retos que tan sólo pueden ser superados con
bases democráticas, así como problemas sistemáticos, por ejemplo, rechazos
insolubles inmanentes a la democracia que, en el mejor de los casos, sólo
pueden ser mitigados.
a) Inestabilidad del número. La peculiar “inestabilidad del número” perte-
nece a uno de los problemas sistemáticos estructurales de la democracia, que
se añade a la inestabilidad natural de los gobernantes. La “inestabilidad del
número” en la democracia se expresa especialmente en una inestabilidad pe-
culiar a pesar de sus procedimientos: en mayorías inestables, paradojas elec-
torales y en la dependencia que tienen los resultados electorales de las reglas
de juego de las elecciones y del sistema de conteo de votos (“la trayectoria
dependiente de la democracia”). Por esta razón, las mayorías que surgen en
procesos democráticos de decisión son, en el fondo, desequilibradas y frági-
les. Tan sólo se apoyan en convenciones institucionales, en la contingencia y
finalmente, en la incapacidad de la mayoría de aquellos que tienen derecho
a voto para analizar las alternativas viables sobre el status quo de la decisión
mayoritaria, así como su incapacidad para pensar en la dependencia de los
resultados de los procesos electorales y del sistema de conteo de votos.
b) La duración de la democracia. Además, la duración de todas las democra-
cias es breve. Las razones son variadas (Kielmansegg, 2003b). Se basan en
las frecuentes elecciones y el tan limitado horizonte de tiempo del personal
dirigente y de los votantes. La duración de los cargos y la alta incertidumbre
de la carrera política limitan a la clase dirigente de políticos en la percep-
ción de problemas que precisan de soluciones, en la disposición para correr
riesgos y en la elección de terapias para la solución de problemas. Tampoco
es larga la duración para el quehacer de los partidos y de los intereses or-
ganizados. Los límites temporales fuerzan a los votantes a tener una visión
corta y de corto plazo. También para ellos cuenta sobre todo lo que sucede
en el presente y crea necesidades inmediatas. Además, el derecho al voto
fortalece la tendencia a olvidar el futuro: sólo los ciudadanos de aquí y aho-
ra cuentan con derecho a voto, sin embargo, generaciones, cuyo porvenir
es decidido ya hoy en día, permanecen sin derecho a votar. La duración de
la democracia obliga al gobierno y a la oposición a dar prioridad a éxitos
que son presentables a corto plazo y además se premia sobre todo el ase-
guramiento de la obtención y el mantenimiento del poder, mientras que las
preguntas en torno a política substantiva se tratan en general de manera
secundaria.

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156 MANFRED G. SCHMIDT

Todo esto fortalece la fijación en el presente de la democracia. Y todo


ello funge como barrera contra oportunidades de proyectos políticos de lar-
go alcance que, a causa de la magnitud y visibilidad de costos, traen consigo
una gran protesta electoral. La barrera es cuanto más grande tanto más alta
es la densidad de los codirigentes y de aquéllos con derecho a veto en el país,
y tanto más frecuentes son las elecciones que afectan a toda la nación, como
es el caso muchas veces en la República Federal Alemana.
c) El dilema globalización-democracia. Un tercer problema estructural de la
democracia radica en la tensión entre su anclaje nacional-estatal, por una
parte y, por otra, la gran interdependencia y transnacionalización de la po-
lítica. Ambas pueden fomentar la democracia, por ejemplo a través de la
exportación de información en regímenes autoritarios, o bien a través del
establecimiento de bases necesarias internacionales para el tránsito a la de-
mocracia. Sin embargo, tanto la interdependencia internacional como la
transnacionalización pueden perjudicar a la democracia, pues ambas dis-
minuyen la autonomía relativa del Estado nacional y con ello limitan su so-
beranía y contraen, de esta manera, el espacio de un gobierno legítimo de-
mocrático en un Estado nacional. Si no se compensa el estrechamiento del
espacio de acción de un régimen democrático o si no se hace esto al menos
parcialmente a través de la democratización y de un gobierno eficiente a ni-
veles inter o supranacionales, surge un déficit democrático estructural. Pero
puesto que la democratización de instituciones supranacionales presupone
el desarrollo de “sociedades de comunicación, experiencia y memoria” que
abarquen al Estado nacional (Kielmansegg, 2003a: 58) y éstos a su vez exis-
ten sólo en forma germinal en el caso de organizaciones supranacionales
limitadas regionalmente, como la Unión Europea, habrá que contar con un
dilema globalización-democracia a mediano plazo, que se mantendrá esta-
ble o bien se irá incrementando.

III. En búsqueda de la mejor democracia

El dilema globalización-democracia no es ni siquiera controlable a mediano


plazo. El segundo problema estructural, “la inestabilidad del número”, in-
cluyendo las trayectorias dependientes de sus resultados, también sigue exis-
tiendo. Su respectiva superación presupone una soberanía suficientemente
tolerante o ignorante. Y el problema de la breve duración tan sólo puede ser
mitigado por las mejores democracias, mas no solucionado.
Esto se subraya en la conclusión de la investigación comparada de de-
mocracias (Schmidt, 2006a): el elogio que normalmente es atribuido a las

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¿QUÉ TAN EFICIENTE ES LA DEMOCRACIA? 157

democracias debe ser distinguido en grupos democráticos y contar con limi-


taciones considerables en general. No todas las democracias son claramente
más eficientes que otros regímenes. De ninguna manera todas las Consti-
tuciones de Estados democráticos garantizan un buen gobierno. Incluso en
las democracias se da la exclusión fáctica de sectores relevantes de la po-
blación, violación a los derechos humanos, represión de minorías, desacato
de los derechos de participación y propiedad, soborno y corrupción, una
relación de tipo bolchevista con las instituciones, fraude electoral y engaño
a votantes, y esto de ninguna manera tan sólo en “democracias altamente
defectuosas” del presente.
Asimismo, una mirada a la historia de las democracias establecidas hoy
en día a veces pone de manifiesto resultados sombríos. Muestra la propen-
sión de las democracias a la exclusión, la constricción de la libertad, repre-
sión, inestabilidad, legislación sometida a los intereses de los poderosos y sus
seguidores y otras formas de mal gobierno. En los años bélicos del siglo XX
incluso las pocas democracias restantes fueron poco menos represivas que
las no-democracias con los inmigrantes o los artistas críticos con el régimen
(Von Beyme, 2005: 522). E incluso en tiempos de paz, no pocas democracias
tendían a reprimir minorías que no se adaptaban a la corriente principal.
La esterilización forzada en Suecia en los años treinta es un ejemplo de
ello. A veces, una dosis considerable de “limpieza étnica” ha sido parte del
lado oscuro de la democracia históricamente, especialmente en sociedades
vencedoras (cfr. Mann, 2005). También en ello se puede ver un respectivo
potencial de violencia en las democracias, el cual no sólo está dirigido hacia
el exterior, sino incluso hacia el interior.
Por ende, no en toda democracia se encuentra la Constitución estatal
relativamente mejor. En general, aquellas democracias que son significati-
vamente más eficientes que otras formas de Estado cumplen otra serie de
condiciones que están al margen de su Constitución en el sentido arriba
mencionado: 1) un gobierno popular anclado establemente desde varias dé-
cadas atrás, que haya pasado el “Examen de Huntington” —llevar a cabo
ordenadamente al menos dos cambios de gobierno—; 2) una cultura polí-
tica que fomente la democracia en alta medida, en especial que una gran
parte de la población cuente con fuertes “valores de autorrealización”, que
es calculado por Inglehart y Welzel (2005: 300) en el 45% o aún más; 3) la
ausencia de considerables partidos antisistema en el sistema partidista de
todo el país; 4) un Estado de derecho sólidamente establecido que proteja
los derechos de los ciudadanos en lo esencial; 5) un bienestar económico
relativamente alto, que posibilite el equilibrio social en la ciudadanía y, en

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158 MANFRED G. SCHMIDT

especial, que mitigue el abismo entre los vencedores y los perdedores en las
elecciones mediante la puesta a disposición de bienes colectivos y con ello,
una solución elegante al problema del Loser’s consent, y 6) una eficiencia acep-
table y presentable de la política —adecuada a la capacidad de prevenir el
futuro de su dirección política— (Schmidt, 2006a).
Es aún polémico en los pormenores qué países califican para el grupo
de las democracias relativamente mejores. Con un buen examen y una espe-
cial valoración del alimento cultural afín a la democracia, que realizaron In-
glehart y Welzel (2005) (ibidem: 155), será preciso reducir considerablemente
el círculo de los elegidos: entonces al final tan sólo se cuentan entre ellos sin
lugar a dudas, las “familias de naciones” de los grupos estatales del norte de
Europa, las democracias angloparlantes (con las limitaciones mencionadas
para el caso de los Estados Unidos de América), los países de habla alema-
na, además de Bélgica, Holanda, Francia e Italia.
El perfil de eficiencia de las naciones, que en ocasiones oscilan entre una
democracia desarrollada por completo y una “defectuosa”, como India, Is-
rael y Venezuela, es claramente más desfavorable. Si y en qué medida las
nuevas democracias de los años noventa pueden contarse entre casos exito-
sos de gobierno del pueblo se podrá sopesar después de un largo tiempo. El
porvenir de las múltiples democracias frágiles y defectuosas es incierto, esto
es, de aquellas naciones que en el mejor de los casos tan sólo han recorrido
la mitad del camino que va de un Estado autocrático a la democracia, como
Rusia. A partir de esta estación se abre la posibilidad de diversos caminos:
uno lleva al arraigo de la democracia, otro de regreso a la autocracia y un
tercero desemboca en una democracia defectuosa duradera. Esto subraya el
tenor de estos ensayos: la democracia puede jactarse de considerables éxitos
y, no obstante, sus debilidades son, asimismo, enormes, como los múltiples
tonos grises que hay entre la luz en la que se encuentran y las sombras que
caen sobre ella.

IV. Balance: revisión de la Hipótesis-Churchill

Esto me lleva al final de mi intervención. El punto de partida se tomó de la


Hipótesis-Churchill, según la cual la democracia propiamente es una mala
forma de Estado, y aun así, mejor que otras Constituciones estatales expe-
rimentadas hasta ahora. Incluso este seco elogio es bastante generoso ante
la poca eficiencia que la democracia ha mostrado en ocasiones. La Tesis-
Churchill elogia en exceso a la democracia, ignora los fracasos de proyectos
democráticos y deja de lado el colapso de las democracias. Además, evade

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¿QUÉ TAN EFICIENTE ES LA DEMOCRACIA? 159

el lamentable nivel de eficiencia política de muchas democracias frágiles. La


Tesis-Churchill también descuida las debilidades de la Constitución estatal
democrática, tal como su potencial hacia la tiranía de la mayoría, su falta
de visión y su tendencia a descargar costos sobre las siguientes generaciones.
Además, la Tesis-Churchill deja de lado la variedad de perfiles de eficien-
cia de los diversos tipos de democracias. Incluso la Tesis-Churchill elogia
en parte la democracia por méritos que en realidad no se deben a ella o no
exclusivamente a ella, sino a otras variables, como por ejemplo una cultura
política secularizada con fuertes valores de autorrealización. Finalmente, no
está decidido si las democracias son capaces de superar cualquier reto.
En esta medida, es preciso realizar una revisión a profundidad de la
Tesis-Churchill: la democracia no es claramente mejor que cualquier otra
forma de Estado. Aquellas democracias, que son las mejores relativamente
frente a otras formas de Estado, son principalmente las que: a) están sóli-
damente establecidas; b) están enraizadas establemente en una cultura de
valores de autorrealización; c) tienen de su lado un fuerte Estado de dere-
cho; d) se pueden atribuir un alto nivel de bienestar y de capacidades para
el equilibrio social, y e) demuestran tener la capacidad de sobrevivir en el
futuro en al menos una escala aceptable. Y, sin embargo, estos Estados pa-
decen de considerables deficiencias. Tampoco deben descartarse escollos,
en virtud de los retos tanto viejos como nuevos.
Desde la perspectiva de su actuación, la democracia se revela, por ende,
como una obra con mucha luz pero también con numerosas sombras; tam-
poco deben pasarse por alto los muchos tonos grises que yacen entre la luz
y las sombras.

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Capítulo 14
INSTITUCIONES Y CULTURA POLÍTICA*

Dieter Nohlen

Sumario: I. Introducción. II. Conceptos y tesis central. III. La importan-


cia de la cultura política. IV. Elementos de la cultura política democrática.
V. Reformas institucionales y su incidencia en el desarrollo de una cultura
política más acorde con la democracia representativa. VI. Otras variables de
contexto y la reforma institucional. VII. El debate sobre reformas institucio-
nales. VIII. Bibliografía.

I. Introducción

En las consideraciones siguientes me voy a dedicar a la democracia y al pen-


samiento sobre su reforma en América Latina. A pesar de que el desarrollo
de la democracia depende de un sinnúmero de factores, en el debate aca-
démico y político el mayor hincapié se ha puesto sobre todo en uno solo de
estos factores: las instituciones y su ajuste para superar los problemas de la
consolidación democrática. Esta tendencia que se ha plasmado en el auge de
la ingeniería constitucional, se basa en la convicción de la importancia que
exhiben las instituciones como variables independientes en el proceso políti-
co. Así, se ha pensado que el cambio del tipo de sistema político, sustituyendo
el presidencialismo por el parlamentarismo, podría fortalecer la democracia.
De igual manera se ha pensado que reformas de los sistemas electorales para
elegir presidente y cámaras legislativas podría ser beneficioso para la conso-
lidación de la democracia.
*
El texto que ahora publicamos está basado en dos escritos previos: el primero es un do-
cumento enviado por el autor al editor de estas “Antologías” en 2007; el segundo es un artículo
publicado en el libro Derecho y política en su contexto, también de Dieter Nohlen, publicado por
la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la UNAM y la Benemérita Universidad Autóno-
ma de Puebla en 2008 (pp. 79-104).
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En este debate pude intervenir con algunos modestos aportes que llama-
ban la atención a la multidimensionalidad y la complejidad de las relacio-
nes causales de las que depende el desarrollo de la democracia. El término
“multidimensionalidad” se refiere a los factores de diferente orden que in-
tervienen en esas relaciones de causalidad: factores históricos, económicos,
sociales, políticos, institucionales, etcétera; el término “complejidad”, a la
cambiante interacción entre ellos y los sub-factores que operan dentro de
estos ámbitos. En cuanto al análisis político, reconocer la multidimensiona-
lidad y la complejidad de los fenómenos significa, al mismo tiempo, excluir
todo intento de explicaciones monocausales (véase Weber, 1985). Respecto
a las instituciones, hice hincapié en dos tesis que se imponen sobre todo a
la hora de pensar en reformas constitucionales. La primera tesis dice que la
importancia de las instituciones es relativa. Afirma que las instituciones son
importantes, pero que su real importancia depende de otros factores. Dicho
a la manera del título de uno de mis libros, publicado por la UNAM (2003):
“El contexto hace la diferencia”. A partir de esta experiencia, mi segunda
tesis dice: en el estudio y el diseño de las instituciones hay que tomar en
cuenta el contexto. No existe un “mejor sistema” que se pudiera transferir o
implementar. El sistema preferible es el que se adapte mejor. O sea el que se
diseña tomando en cuenta las condiciones de contexto, de lugar y tiempo.
Esta tesis se sintetiza en Institucionalismo contextualizado (título de uno de mis
más recientes libros en México: 2006).
En este marco de mis experiencias comparativas (véase Nohlen, 2006),
quisiera hoy enfocar al contexto como conjunto de variables que intervie-
nen en el efecto y destino que tengan las instituciones democráticas. Me
voy a referir por sobre todo a la cultura política que ciertamente no llena
todo lo que entendemos por contexto, pero constituye una variable muy
importante. Para que nos entendamos bien, en mi esquema analítico la
variable dependiente sigue siendo la democracia, su fortalecimiento, la go-
bernabilidad democrática, el buen gobierno en función de las demandas
sociales. La supuesta variable independiente la constituyen las instituciones
políticas. Ellas nos interesan por dos ideas: primero por la idea de que su
configuración y cambio podrían tener efectos considerables en el manejo y
éxito de la democracia respecto a los objetivos señalados, y segundo, por la
idea de que sus reformas serían más fáciles de efectuar que los cambios de
otras variables que intervienen en la relación causal que nos interesa, espe-
cíficamente la cultura política. Dado que la cultura política, como vamos
a ver, incide mucho en el efecto que tengan las instituciones sobre el desa-
rrollo de la democracia, voy a añadir un tercer aspecto: ver si por medio

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INSTITUCIONES Y CULTURA POLÍTICA 165

de reformas institucionales se puede influir en el desarrollo de la cultura


política. En este análisis, la cultura política sustituye a la democracia como
variable dependiente.
El orden de mis consideraciones va ser el siguiente: primero, unas pre-
cisiones conceptuales y la exposición de la tesis central; segundo, unas refe-
rencias a la importancia de la cultura política para el desarrollo político; ter-
cero, consideraciones acerca de los elementos que aparecen propicios para
la consolidación de la democracia; cuarto, unas reflexiones sobre posibili-
dades de influir en el desarrollo de la cultura política a través de reformas
institucionales; quinto, unas referencias a otras variables de contexto, espe-
cíficamente del contexto mexicano, y sexto, finalmente, unas advertencias
respecto al debate sobre las reformas institucionales, sus participantes aca-
démicos y políticos y el cuidado con el que hay que tratar el tema constitu-
cional en consideración a nuevos peligros para la democracia que provienen
desde dentro de ella misma y se manifiestan en crecientes tendencias hacia
nuevos autoritarismos.

II. Conceptos y tesis central

Toda comunicación científica seria empieza con aclarar los conceptos utiliza-
dos, más aún si se trata de sus conceptos claves. Instituciones y cultura políti-
ca son conceptos plurisemánticos hasta tal punto de que existen definiciones
que integran el primer fenómeno en el segundo y viceversa; las instituciones
como parte de la cultura política y la cultura política como parte de las ins-
tituciones. En las consideraciones siguientes separo ambos conceptos, pues
me interesa la interrelación de los fenómenos que definen. Entiendo por el
primer concepto las instituciones políticas formales y los actores que operan
en su ámbito, o sea los órganos constitucionales del Estado y los partidos po-
líticos. Por el segundo concepto, cultura política, entiendo la red de relaciones
que se concreta en ideas y valores, en símbolos y normas compartidos por
una sociedad, o sea una mentalidad “que adquiere sentido en un contexto
social y que guía y condiciona el pensar, el actuar y el sentir de los actores
políticos” (Caciagli, 1996: 14).
Mi tesis central es que la cultura política es actualmente la variable más
importante en el desarrollo de la democracia en América Latina. Esta tesis
se funda en observaciones a nivel de la elite política, sus valores y su com-
portamiento, al igual que en observaciones a nivel de la sociedad civil y la
masa del electorado que indican una brecha entre el espíritu de las institu-
ciones y el estado de desarrollo de la cultura democrática. Estas observacio-

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nes resultan de análisis de procesos políticos, de discursos, comportamien-


tos, encuestas y eventos electorales en los diversos países de la región.

III. La importancia de la cultura política

Existe una convicción muy extendida entre los científicos sociales sobre la im-
portancia de la cultura política para el desarrollo de la democracia. Quisiera
aludir sólo a algunos estudios: primero, a los estudios históricos que trataron
de explicar el derrumbe de las democracias en Europa entre las guerras mun-
diales, de Italia, Alemania y España. Los argumentos se centraron en la falta
de una cultura democrática, en el grado de polarización ideológica, en el dis-
curso confrontacional y la militancia incondicional; segundo, en los estudios
empírico-analíticos de la corriente conductivista, originados por Gabriel Al-
mond y Sidney Verba (1963). Aunque en esos estudios se trabaja con un con-
cepto reduccionista y esquemático de cultura cívica que se restringe, primero,
a lo cuantitativamente operacionalizable y medible y, segundo, al grado de
participación de tipo formal, dicho concepto permite, sin embargo, recono-
cer cambios en la cultura política dentro de un tiempo relativamente corto.
Así ha sido demostrado en el caso alemán, donde la cultura política percibida
por el enfoque conductivista cambió gracias al desempeño del sistema polí-
tico respecto al bienestar general (Almond y Verba, 1980; Baker 1981; para
el cambio cultural en general, véase también Inglehart, 1991); tercero, en los
estudios sobre capital social de Putnam (1993), medible mediante el grado de
confianza al interior de las sociedades, como clave esencial “para construir
democracias activas y alcanzar un desarrollo sostenido” (Putnam, 1993: 185).
Se destaca que la cultura política es algo muy enraizado y difícil de construir,
aunque un factor esencial del desarrollo político, económico y social de un
país (véase también Kliksberg y Tomassini, 2000). Cuarto, en los estudios
sobre el estado de desarrollo de la democracia en América Latina. En el
respectivo estudio comparativo publicado por el Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2004), la cultura política alcanza un valor
incluso categorial para diferenciar entre diversos tipos de democracia. Allí se
diseña la verdadera democracia no a la manera de Robert Dahl (1971) con
criterios mínimos que se limitan a la estructura estatal, sino como un orden
democrático basado en una sociedad de una cultura ciudadana. Este modelo
de democracia ciudadana, supuestamente realizado en los países occidenta-
les industrializados, se establece como antítesis de la democracia que pudo
desarrollarse hasta ahora en América Latina, que se define como democracia
electoral. O sea, en el estudio del PNUD, la cultura política democrática es

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algo consustancial con la verdadera democracia. La desvinculación que se


constata para América Latina genera otros tipos de democracia, democracias
disminuidas, democracias de baja calidad. En este estudio, la importancia de
la alusión a la cultura política no se restringe a señalar el norte de su desa-
rrollo futuro en América Latina, como hace suponer el subtítulo de la obra
y como a mí me parece adecuado, sino se instrumentaliza para una crítica
a fondo de la democracia regional en su estado actual, lo que me parece sin
sensibilidad histórica, pues la cultura política es algo que necesita tiempo
para crecer y aclimatarse. En síntesis, la cultura política, en casi todos los
enfoques, juega un papel importante en el análisis de los procesos políticos y
especialmente en el desarrollo de la democracia.

IV. Elementos de la cultura política democrática

Se ha hablado de la democracia liberal como una expresión de la cultura


occidental. Sería necesario añadir: de sociedades de estructura industrial, las
que han pasado el proceso de formación de un Estado-nación, si queremos
ser mínimamente exhaustivos en la nómina de sus elementos constitutivos.
O sea, la democracia liberal no es sólo el producto de una cultura, sino en
la misma medida, de cambios en otras esferas. La pregunta es, si este tipo de
democracia puede florecer también en el ambiente de culturas políticas dife-
rentes, es decir, en culturas políticas que corresponden a sociedades en vías de
desarrollo, que coexisten con estructuras atrasadas, con grandes sectores de la
sociedad viviendo en la miseria, con desigualdades sociales que no terminan
de crecer.
En vez de fijarnos demasiado en los deficientes requerimientos de la
democracia que podemos encontrar en el ámbito económico y social del
mundo político que observamos, el tema de mi conferencia me sugiere lla-
mar la atención sobre los elementos de la cultura política, los que se pueden
considerar como propicios para la democracia:
1. El primer elemento de la cultura democrática es el de la confianza.
Por un lado en las reglas, en las instituciones, en los líderes, que parece en
cierta medida dependiente de la confianza que, por otro lado, los miembros
de una sociedad tengan en los demás. En América Latina, los grados de
ambos tipos de confianza son bajos, salvo en circunstancias en que existen
relaciones familiares y de amistad (compadrazgo), las que parecen ser las
únicas que se acreditan en la resolución de los problemas cotidianos de la
gente. El mayor inconveniente en el desarrollo de la confianza es el proble-
ma de la falta de reciprocidad. Respecto a las reglas, por ejemplo, el que no

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corresponde en su propio comportamiento a las reglas, lo legitima por su-


poner que el otro tampoco las respeta. Las experiencias cotidianas lo confir-
man. Por otra parte, la confianza debe tener límites. No se trata de insinuar
como elemento necesario de la cultura democrática una confianza ciega en
personas e instituciones. Al contrario, como señalan los Federalist Papers, el
constitucionalismo, en sus fundamentos antropológicos y de teoría política,
se basaba en la desconfianza. Por esto se inventaron los checks and balances,
para superar la desconfianza respecto a posibles abusos del poder (véase
Hamilton et al., 1987). Sin embargo, sin disposición a invertir confianza en
los representantes y las instituciones representativas es difícil alcanzar el
grado de legitimidad necesario para su buen funcionamiento, de modo que
por lo que se caracteriza la cultura democrática es por una ajustada balanza
entre confianza ciega y desconfianza generalizada.
2. El segundo elemento de la cultura política propicia a la democracia
es el que se manifiesta en la lucha contra y la reducción de las prácticas
públicas que promueven la desconfianza. En primer lugar, es la corrupción
la que produce hartazgo con la política, desafección y pensamiento anti-sis-
témico. Con la democracia crece una discrepancia extraña entre la norma,
según la cual tendría que gobernarse el país, y la manera como se gobierna
efectivamente. Esto se muestra de tal manera que los criterios de la norma
se aplican para evaluar y criticar el comportamiento de los otros, mientras
que el comportamiento de uno mismo, cuando ejerce un mandato o fun-
ción pública, sigue regido por criterios del comportamiento tradicional, lo
que se hace patente de forma paradigmática en el discurso sobre la corrup-
ción como mal público endémico. Cada oposición denuncia públicamente
la corrupción de los que gobiernan. Cuando a ella le toca gobernar, no se
porta de otra manera. En el ejercicio del poder se impone la concepción
de la política que está profundamente enraizada en la cultura política de la
gente: el provecho de lo público por intereses privados. ¿Por qué abstenerse
de esta priorización del interés privado cuando por fin a uno le toca estar
en estas condiciones favorables? La yuxtaposición maligna de lo público
con lo privado se justifica incluso con argumentos que se fundan en necesi-
dades funcionales: se arguye que la conducción política requiere confianza
en el equipo de los ministros y altos funcionarios. ¿Y en quién se podría
confiar más que en los miembros de su propia familia o clan? ¡Viva el ne-
potismo funcional! Existen otros intentos de legitimación de la corrupción.
Es cierto que es imposible erradicarla totalmente; sin embargo, en vez de
ser funcional, la corrupción es parte de la patología política. Por esta razón,
en cuanto a la cultura democrática, hay que hacer énfasis tanto en la ética

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política como (y aún más) en los mecanismos de control. Sin lugar a duda,
la corrupción sofoca los fundamentos de legitimidad del orden democrático.
3. El tercer elemento de la cultura democrática es el de la tolerancia.
Tal vez no es sólo una virtud propicia para la democracia, sino una condi-
ción sine qua non de la democracia, pues constituye la esencia del pluralismo.
La tolerancia respeta a los valores ajenos, admite opiniones, ideas, actitudes,
convicciones religiosas y político-ideológicas divergentes. No es un principio
relativista. Quien practica la tolerancia, puede tener principios y conviccio-
nes propias que prefiere frente a los principios y convicciones de otros, ante
éstos se demuestra tolerante aunque los considera equivocados. Empero, la
tolerancia no es infinita. Involucra también el problema de definir sus lími-
tes que se inscriben nuevamente en el principio de la reciprocidad. Quien
practica la tolerancia, puede esperar tolerancia por parte del otro. Sin em-
bargo, no se puede ser tolerante con los intolerantes, con los enemigos de la
tolerancia, aunque reconozco que no es fácil una práctica política democrá-
ticamente aceptable para tratar con los intolerantes.
4. Un cuarto elemento propicio para la democracia es la capacidad de
la elite política para formar compromisos y lograr consensos. Dolf Stern-
berger (1992) ha definido la democracia representativa como un orden po-
lítico que en vez de caracterizarse por la dominación busca el acuerdo. Esta
virtud se ha demostrado como fundamental en sociedades con profundos
clivajes sociales. Las respectivas experiencias positivas han constituido la
base del desarrollo de la teoría democrática consociacional (véase Lijphart,
1968). El compromiso es la antítesis de la política de la polarización y de la
constante crispación, de la que se nutren mutuamente los extremos. El com-
promiso niega la percepción de la política como una relación schmittiana
entre amigos y enemigos, la idea que una parte tiene que vencer a la otra,
o que la oposición tiene que negarle la sal y el agua al gobierno, posturas
tan perjudiciales para el desarrollo pacífico de la democracia. Por el lado de
la minoría, el compromiso es una forma de participación en las decisiones
políticas aunque siendo minoría, y por el lado de la mayoría, es la forma
de ampliar el apoyo y la legitimidad de las políticas públicas consensuadas.
La cultura del compromiso requiere cierta racionalidad en la controversia
política, en el discurso político. Se sabe que el discurso político no aspira a
la verdad, aunque a menudo la posición ideológica propia sea presentada
como la verdad y la del otro como mentira. En política, la verdad es la que
se construye a través de opiniones compartidas (véase Berger y Luckmann,
1986), y el mayor interés de los partidos políticos y candidatos consiste en
sumar votos. La cultura del compromiso se funda en valores, normas y una
práctica discursiva orientada al entendimiento y acuerdo. Es cierto que la

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170 DIETER NOHLEN

forma política prevaleciente en América Latina, el presidencialismo, no es


muy propicia al acuerdo entre grupos diferentes. Dado que por razones que
he expuesto en otra oportunidad, el presidencialismo parece irrenunciable
en la región, he insistido mucho en la necesidad de mejorar la capacidad de
formar compromisos, institucionalizada por ejemplo en forma de gobiernos
de coalición. En efecto, se observan nuevas prácticas en el presidencialismo
renovado (véase Nohlen y Fernández, 1998), que son de origen parlamenta-
rio, sin que se proceda a un cambio en la forma de gobierno. Sin embargo,
no basta que la elite política perciba esta renovación de forma positiva. Es
necesaria una comprensión más extendida de esta práctica propicia al au-
mento de la gobernabilidad democrática que incluya a la sociedad y a los
medios de comunicación. Bolivia es buen ejemplo para mostrar la virtud y
el fracaso de tal estilo. Por un lado, la política coalicional hizo andar la de-
mocracia a partir de mediados de los años ochenta, y, por el otro, la no com-
prensión adecuada de esta virtud por parte de la sociedad civil y los medios
de comunicación en medio de diversos problemas de desarrollo económico
y social hizo quebrar a principios del nuevo siglo el sistema de partidos po-
líticos identificados con este modelo democrático.

V. Reformas institucionales y su incidencia


en el desarrollo de una cultura política
más acorde con la democracia representativa

Ahora voy a considerar el alcance de posibles reformas institucionales para


promover cambios de la cultura política más propicias para la consolidación
democrática. Estas consideraciones surgen de dos premisas: primero, que un
cambio de mentalidad no puede ser implementado por medidas instituciona-
les o administrativas de forma directa. Dado que este cambio es más bien el
resultado de un proceso de acostumbrarse a las prácticas y modos de pensar
de la cultura política democrática, tal vez reformas institucionales puedan
influir de forma indirecta. Segundo, este proceso de cambio, animado por
reformas institucionales, es un proceso siempre amenazado en la medida que
se produce en un entorno social aún ajeno a tal mentalidad, que se manifiesta
en los valores y comportamientos no democráticos que predominan invaria-
damente en el resto de las instituciones sociales (familia, iglesia, administra-
ción pública, organizaciones de la sociedad civil, etcétera).
1. Un primer campo de medidas institucionales puede consistir en abrir
más canales de participación. Medidas de mayor inclusión han sido la op-
ción prioritaria en la gran mayoría de países, correspondiendo a las deman-

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INSTITUCIONES Y CULTURA POLÍTICA 171

das por parte de la sociedad civil, por ejemplo, a través de reformas electo-
rales, a través de la introducción de mecanismos de democracia directa, a
través de la transferencia de competencias a niveles subnacionales.
Las experiencias han sido ambivalentes. Daniel Zovatto (2007), por
ejemplo, duda acerca de la funcionalidad empírica que han demostrado
los mecanismos de democracia directa en América Latina. Han sido muy
aplaudidos los intentos de organizar la participación de los ciudadanos en
decisiones políticas a nivel de los municipios, por ejemplo, en Brasil. Es-
tudios comparativos enseñan, sin embargo, que el desempeño no ha sido
mejor que en ciudades gobernadas con un estilo modernizante-tecnócra-
ta (Zimmermann, 2006). En la ciudad modelo, Puerto Alegre, al final, el
partido que introdujo la administración participativa perdió las elecciones
municipales. El surplus (la ventaja comparativa) consistía sólo en la mayor
participación, que por cierto es un gran valor. Sin embargo, el verdadero
valor de la mayor participación a través de la desconcentración administra-
tiva y de descentralización política depende mucho de la cultura política.
En España, por ejemplo, se observa a nivel local un mar de corrupción, o
sea, se observa la extensión de un mal, que apareció primero a nivel nacio-
nal y aceleró el fin del gobierno de Felipe González. El discurso sobre la
corrupción está cambiando de un discurso que se dirigía a la lucha contra
la corrupción, a uno que se dirige a señalar quién es más corrupto: el Parti-
do Popular o el Socialista. En Bolivia, con el proceso de municipalización,
se han detectado grandes deficiencias en el manejo de la administración de
recursos. El bien que se atribuye a estas reformas de descentralización no
se materializa tan fácilmente y parece que la mentalidad tradicional incide
más en los resultados de la reforma que las reformas mismas en el cambio
de mentalidad.
2. Un segundo campo de reformas institucionales puede consistir en
medidas de fortalecimiento del Estado de derecho, por ejemplo, creando
instituciones autónomas que procuren un desarrollo del proceso político
conforme a los estándares del Estado de derecho. Esta mayor institucio-
nalización ha tenido lugar en América Latina —y especialmente en Mé-
xico— y ha tenido sus frutos, lo que se demuestra en la rutina técnica con
la que se celebran elecciones en América Latina hoy en día. En algunos
países, los consejos electorales se renovaron y han sido reconocidos como
líderes en el desarrollo de la administración pública según patrones de ética
y efectividad. Sin embargo, se observan procesos inversos, por ejemplo en
Venezuela, cuña de elecciones libres y competitivas durante la época auto-
ritaria de América Latina, donde hoy el Consejo Supremo Electoral aplica

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172 DIETER NOHLEN

el sistema electoral de manera tal que ha llegado a lesionar la Constitución.


Esto ocurre incluso con la permisividad del Tribunal Constitucional (véase
Kornblith, 2006). En México, específicamente, a pesar de la enorme in-
versión en el perfeccionamiento de su administración y justicia electoral,
hemos presenciado recientemente el mayor cuestionamiento de un resulta-
do electoral en Hispanoamérica a partir de la redemocratización. Sorpren-
de la irresponsabilidad, tanto desde dentro de las instituciones pertinentes
como fuera de ellas, con la que se pone en peligro el gran avance en la
cultura electoral del país. Dada la alta probabilidad de que López Obrador
perdiera las elecciones presidenciales por su equivocada estrategia electoral
(véase Granados Roldán, 2006) y no por un supuesto fraude, el rechazo
del resultado electoral por parte de este político y de sus incondicionales es
un buen ejemplo de cómo se ha incrustado la desconfianza y cómo se está
instrumentalizando para objetivos políticos. Me gustaría recordar aquí que
el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM había organizado, a
principios de abril de 2006, un seminario sobre el tema de elecciones con
resultados estrechos. El motivo del seminario era de analizar, con base en
experiencias internacionales, el probable escenario mexicano de un resul-
tado estrecho que preocupaba a los académicos por la incertidumbre sobre
su aceptación —escenario que efectivamente se confirmó en las elecciones
del 2 de julio—.
3. Un tercer campo de reformas institucionales para influir en el desa-
rrollo de una cultura política puede consistir en medidas dirigidas a mejorar
los mecanismos de control de la vida política. Esta idea se materializó por
ejemplo en la creación de instituciones como el Tribunal Constitucional, el
ombudsman e instituciones que facilitan el acceso a informaciones sobre la ac-
tuación de las instancias públicas, así como en una legislación, por ejemplo,
respecto a los partidos políticos, que proscribe mayor transparencia en su
organización interna y en la competencia electoral entre ellos. Me parece
que estas reformas pueden contribuir a cambiar el discurso de desconfian-
za, siempre que no se magnifiquen (en los medios de comunicación) por
ejemplo los hechos de corrupción, los que obviamente tienen que ver con la
condición humana, sino que se haga hincapié en los mecanismos institucio-
nales previstos para revelar prácticas corruptas y sancionarlas en el marco
del Estado de derecho. Este podría ser el camino para combatirlas.
4. Un cuarto campo de reformas institucionales ofrecen medidas para
intensificar el compromiso de mandatarios y funcionarios de rendir cuentas,
la accountability horizontal y vertical. La responsividad horizontal se ha incre-
mentado por el aumento del poder del Parlamento en las relaciones con el
presidente; la vertical, por el mayor pluralismo político que ha propiciado

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INSTITUCIONES Y CULTURA POLÍTICA 173

la alternancia en el poder. Es en este campo de las relaciones Ejecutivo-


Legislativo, en el que parece existir mayor espacio para patrones de com-
portamiento diferentes, propicios a mayor gobernabilidad democrática. Sin
embargo, es allí donde la cultura política tradicional demuestra su mayor
resistencia a cambios sustanciales. En varios países, el conflicto entre ambos
poderes ha producido intervalos en el proceso constitucional. Respecto a la
responsividad vertical, en el caso de México, una necesidad de reforma se
impone: abandonar la no-reelección inmediata de los parlamentarios. Es
una condición necesaria para el ejercicio de la responsabilidad y de la res-
ponsividad, para que el electorado pueda expresar periódicamente su juicio
sobre el comportamiento de su representante. Con frecuencia me oponen el
argumento del contexto mexicano, el legado de la Revolución, etcétera. Sin
embargo, no consideran que el contexto de la Revolución a principios del
siglo XX no es el de hoy, casi cien años más tarde (véase Nohlen, 2006b).
5. Un quinto campo de reformas institucionales ofrecen medidas que
procuran mayor equidad en la competencia política. Es en esta área en la
que se centran las reformas, promovidas a través de una legislación que re-
gula de forma más equitativa la financiación de los partidos políticos, de las
campañas electorales y el acceso de los partidos a los medios de comunica-
ción. Aunque estas reformas parecen adecuadas, no hay que perder de vista
que la equidad es un concepto muy ambivalente y un objetivo casi imposi-
ble de realizar, de manera que todos y cada uno de los actores se sienta res-
petado en sus intereses de forma equitativa. Es difícil pensar que la efectiva
o supuesta falta de equidad no sea un argumento en el debate político. Por
otra parte, se va a involucrar en la controversia a las instituciones que tienen
que velar por el respeto de las reglas establecidas, de modo que la propia
cultura política pone límites a los efectos que tales reformas institucionales
puedan ejercer sobre ella.
6. El sexto campo de cambio de mentalidad es el de la capacitación
política, o sea la creación de instituciones que enseñen los valores, las re-
glas y los patrones de comportamiento de los ciudadanos acordes con la
democracia. Este proceso debe empezar en la escuela, pero es una tarea
de educación continua (continuing education). Tiene como premisa el hecho de
que el papel de los ciudadanos en la democracia es mucho más exigente que
en regímenes autoritarios, pues a través del sistema de representación son
ellos los autores del derecho y no solamente sus receptores. A partir de esta
responsabilidad, es importante procurar su solidaridad con el orden demo-
crático, porque la democracia se legitima en primera instancia por el propio
proceso de inclusión participativa de sus ciudadanos en la formación de las

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174 DIETER NOHLEN

decisiones políticas, vinculantes para ellos mismos. Para su permanencia


y profundización, es importante que la cultura política de la democracia
representativa eche raíces en la cabeza y en el corazón de los ciudadanos.

VI. Otras variables de contexto


y la reforma institucional

No cabe duda que existen múltiples factores de contexto a considerar: facto-


res históricos, económicos (nacionales e internacionales), sociales, culturales,
políticos, etcétera, que se diferencian según lugar y tiempo. La cultura políti-
ca llena solamente una parte del concepto “contexto” que es el que alberga
a todos. Vamos a revisar rápidamente estos factores para ver en qué medida
reformas institucionales pueden tener incidencia en su impacto sobre el de-
sarrollo de la democracia.
Las variables que provienen del ámbito internacional tienen un alto
grado de similitud, pero sus efectos ya se pueden diferenciar mucho porque
se juntan o enfrentan con variables nacionales cambiantes. Esto excluye re-
cetas de reformas institucionales idénticas para todas las naciones. Por otra
parte, hay tendencias en el pensar internacional que obviamente se reflejan
a nivel nacional, como por ejemplo en el área de los derechos humanos y su
garantía que ha originado legislaciones nacionales al respecto. Otro ejem-
plo es el del voto en el exterior que por lo demás, en el caso específico de
México, tenía su significado en el fenómeno de la creciente migración. En el
caso de Europa, se observa la creciente europeización de instituciones y po-
líticas nacionales. Parece conveniente reformar las instituciones y ajustarlas
a las variables políticas de origen internacional, sin que esto signifique una
completa descontextualización nacional.
En relación con el tipo y funcionamiento de la democracia, puede tener
importancia la estructura social, por un lado la estratificación social y por
el otro la composición cultural, étnica y religiosa de la sociedad. Además,
puede tener importancia la relación de poder entre las fuerzas políticas.
Estas variables determinan en buena medida si la democracia adquiere un
carácter confrontacional o consociacional, conforme a esta disyuntiva que
se ha establecido como la dicotomía más importante en el área del moderno
gobierno comparado (Lijphart, 1968). Con los cambios que se han produ-
cido en el ámbito cultural, en el reconocimiento de la diversidad, parece
conveniente reformar las instituciones para que correspondan mejor a estas
nuevas realidades constructivistas, por ejemplo, sustituyendo un tipo de de-
mocracia por otro. En este sentido, se han producido reformas de sistemas

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INSTITUCIONES Y CULTURA POLÍTICA 175

electorales que sustituyeron el sistema mayoritario por el proporcional, por


sobre todo sistemas electorales clásicos por sistemas combinados (véase No-
hlen, 2004).
Respecto a la estructura institucional, al funcionamiento y al grado de
satisfacción con la democracia, importan mucho las expectativas generadas
por la transición a la democracia y también su impacto en la competencia
política. Respecto a las expectativas, se constata que entre más se mejoran
las condiciones políticas, más se articula el descontento con ellas, y especí-
ficamente con su funcionamiento. Ya Alexis de Toqueville decía en su mo-
mento, refiriéndose a las circunstancias prerrevolucionarias en Francia: ha
disminuido el mal, pero ha aumentado la sensibilidad. Este fenómeno bien
conocido —la teoría empírica de la revolución lo ha descrito y compro-
bado a través de sus estudios comparativos— se observa también respecto
al desarrollo de la democracia en América Latina. Las demandas han au-
mentado, los ciudadanos pueden articular su crítica más fácilmente. Parece
conveniente corresponder a esta crítica aunque sea sobredimensionada y
pensar en cambios institucionales, siempre que se mantengan los requisitos
necesarios de funcionamiento de la democracia. Sin embargo, se observa
una tendencia a considerar sobre todo reformas que fomentan la participa-
ción, lo que se expresa en mayor pluralismo y más elementos de democracia
directa. Se descuida a menudo fortalecer también el funcionamiento del
sistema político. La falta de gobernabilidad en términos de garantizar un
desempeño gubernamental capaz de corresponder a las demandas sociales
parece más que nunca el talón de Aquiles de la democracia en América La-
tina hoy en día.
Referente al impacto de la transición sobre la competencia política —y
refiriéndome explícitamente a México— no cabe duda de que el pluralismo
político abre nuevas perspectivas de carrera política fuera de las estructuras
tradicionales. Rompe vinculaciones existentes hasta la fecha, inspira y em-
puja reajustes. Este efecto toca especialmente a la elite política. Ella se en-
frenta a una situación de competencia totalmente distinta. Mientras que en
tiempos autoritarios la carrera —que se buscaba principalmente en el ám-
bito del Estado— dependía del poderoso en turno en el partido casi único,
ahora se presentan alternativas. Las elites políticas buscan su partido según
las posibilidades que se les ofrezcan para hacer carrera política. Allí puede
resultar necesario legislar para impedir fenómenos como el transfuguismo.
La carrera, sin embargo, se produce ahora incluyendo otro actor, el electo-
rado, al cual se dirige el discurso político. Su impacto directo o mediático,
su éxito, se mide en votos. Bajo estas condiciones, la rivalidad de las elites
se abre a las masas, integra e instrumentaliza su cultura política en la lucha

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176 DIETER NOHLEN

por el poder. En este contexto, las instituciones empiezan a jugar un papel


diferente. Los políticos que tienen limitadas sus posibilidades de ascenso po-
lítico, responsabilizan a las instituciones por su mala suerte. El político que
está o se siente bloqueado es el que más critica a las instituciones vigentes.
¿Es conveniente repensar la estructura institucional en mira de las nuevas
condiciones de competencia entre las elites políticas? Parece que sí, siempre
manteniendo en consideración criterios funcionales. En otra oportunidad,
pude reflexionar sobre reformas que atañen a las relaciones ejecutivo-legis-
lativas, al sistema electoral para presidente y el Congreso (Nohlen y Fernán-
dez, 1998; Valadés, 2003; Nohlen, 2006c).
Respecto a la satisfacción con la democracia cuando ésta es joven, im-
porta mucho la orientación básica de sus políticas públicas, pues estructura
institucional y política pueden aparecer consustanciales. Así, la democracia
liberal puede identificarse con el neoliberalismo y esa confusión —protago-
nizada por algunos sectores académicos y políticos de izquierda— puede
causar el rechazo de la democracia representativa por los sectores sociales
que se sienten amenazados o vulnerados por la política neoliberal. Su voto
tiende a ser captado por los políticos que ven su horizonte limitado por las
instituciones vigentes. De esta manera puede originarse una nueva forma de
enfrentamiento entre elites políticas, entre los que se mueven dentro o fuera
del sistema institucional establecido. ¿Es conveniente el cambio de la estruc-
tura institucional correspondiendo a la crítica de las elites anti-sistema con
base electoral de masas? Allí hay que reconocer bien los límites, los límites
de un compromiso con los que rechazan el compromiso, el límite de la tole-
rancia con los que son intolerantes. Volveré al tema más adelante.

VII. El debate sobre reformas institucionales

Lo que es cierto para la política en general, es válido también para el debate


sobre reforma política. En ella participan personas con muy diferentes ideas
que representan toda la gama de los diferentes elementos de cultura política.
La mayor diferencia es entre los que piensan en términos de profundizar la
democracia representativa y los que profesan otra idea que poco tiene que ver
con la democracia en términos de pluralismo político, de división de poderes,
de respeto a los demás poderes, de mandato a tiempo limitado, etcétera.
La reseña de los posibles campos de reformas institucionales para di-
recta o indirectamente fortalecer la democracia, su gobernabilidad y con-
solidación, da a entender que el margen de medidas con perspectivas de

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INSTITUCIONES Y CULTURA POLÍTICA 177

producir cambios sustanciales y permanentes es reducido. Esta situación me


lleva a repetir mis reservas frente a diversos tipos de pensamiento reformista
que participan en el debate:
Primero, frente a los institucionalistas que hacen depender todo de las
instituciones y mantienen su visión monocausalista. Están siempre dispues-
tos a ver la causa de todo lo malo en las instituciones vigentes y pregonan
reformas de manera incondicional.
Segundo, frente a los normativistas, que creen disponer del mejor mo-
delo teórico y de poder implantarlo en cualquier lugar. Las crisis políticas
les ofrecen las respectivas oportunidades.
Tercero, frente a los difusionistas que parten de modelos empíricos
que quieren transferir a otros países. No perciben la diversidad de contex-
to que puede causar que la copia tenga efectos muy diferentes al original.
Cuarto, frente a los contrafácticos, que opinan que la historia hubiera
tenido otro rumbo, si este u otro arreglo institucional hubiera sido diferente,
argumento que les induce a proponer la reforma que supuestamente hubie-
ra evitado el desenlace infeliz. El argumento contrafáctico tiende a la mo-
nocausalidad y no expresa ninguna causalidad comprobada. La receta de la
misma terapia supone, por lo demás, que la historia se repite, y peca de un
pensamiento reduccionista.
Quinto, frente a los racionalistas que juegan con un conjunto de insti-
tuciones según ciertos parámetros de conductas, para ver cómo se interrela-
cionan entre ellos. De allí sacan sus conclusiones. Sin embargo, la realidad
es más compleja. La política no se efectúa lógicamente, no es estática. Cam-
bian las mayorías. Los actores políticos tienen varias y diversas preferencias.
Sexto, frente a los formalistas entre los comparativistas que tratan de
averiguar cuantitativamente cuáles de las instituciones han pasado la prue-
ba. A pesar del alto valor de información, el valor medio no indica ninguna
solución para el caso concreto. Se desatiende también el contexto, tanto
respecto a los efectos específicos del elemento institucional como respecto a
las preferencias de los actores políticos.
Nos hemos referido hasta ahora sólo a tipos de participantes más bien
académicos en el debate sobre reformas institucionales que por lo demás en
el fondo quieren el bien, el fortalecimiento de la democracia, su profundi-
zación, superar sus defectos, alejar daños y aumentar la gobernabilidad y
la legitimidad del orden político. Por otra parte, estos participantes parecen
bastante neutros respecto a quienes se ven políticamente favorecidos por las
reformas y a la orientación de las políticas públicas que éstas puedan incluir.
Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que participan en el debate
sobre reformas institucionales también actores políticos que las aprecian

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178 DIETER NOHLEN

con ojos diferentes, desde la perspectiva del poder, desde el punto de vista
político estratégico. Los actores políticos miden las ventajas y desventajas
de las posibles reformas con criterio político en un marco conceptual que
define a las instituciones no sólo como reglas, sino como instrumentos en
la lucha por el poder. En este ámbito de participantes en el debate hay que
diferenciar entre actores políticos que con sus ideas de reforma institucional
se mueven dentro del molde de la democracia pluralista, y otros que ya no,
que practican un discurso anti-sistema y aprovechan el ambiente de frustra-
ción con el funcionamiento de la democracia y confusión acerca de lo que
es la democracia para plantear reformas constitucionales, vinculadas con
cambios en la orientación de las políticas públicas. Sus proyectos de reforma
significan, en el fondo, sustituir el sistema vigente por otro.
Respecto al primer tipo de actores políticos, es normal que los políticos
esperen de las reformas algo para sí mismos y su partido. Por este motivo,
sus aportaciones se refieren sobre todo a la coyuntura política, al momento
actual. El mayor impedimento para que resulte una reforma es que los ac-
tores temen perder más que lo que puedan ganar con ella. Por otra parte, es
sorprendente la cantidad de casos en los que los políticos se equivocan en su
cálculo. Reformas que han iniciado y legislado para su propio provecho, a
menudo favorecieron en la práctica a los que se opusieron a ellas porque las
percibieron como dirigidas en su contra. La historia de las reformas de los
sistemas electorales está llena de estas paradojas: piénsese sólo en la última
reforma italiana de Berlusconi.
Los motivos para criticar a las instituciones son muy diversos. Tienen
en común la idea de los políticos que las instituciones les son perjudiciales.
La crítica sirve para ocultar su propio fallo, la pérdida electoral, por ejem-
plo, o el insuficiente desempeño en el gobierno. Los gobernantes lamentan
la restricción que ejercen las instituciones sobre la acción política. A veces
esta crítica transforma a las instituciones en generadores del conflicto. En la
medida en que la crítica a las instituciones rinde políticamente, ella es parte
de la competencia política misma, situación que a su vez genera la ines-
tabilidad institucional y es expresión de una considerable falta de cultura
institucional. En tales condiciones, es difícil pensar que reformas institucio-
nales, aunque representen avances de primer orden, tengan una valoración
constante conforme a su excelencia. Me parece que la reforma electoral
mexicana de 1996 y la crítica al desempeño del IFE y TRIFE en las últimas
elecciones es un buen ejemplo. La privación de confianza en las institucio-
nes lleva a que pierdan la capacidad de cumplir con su principal función,
de resolver conflictos.

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INSTITUCIONES Y CULTURA POLÍTICA 179

Respecto al segundo tipo de políticos que participan en el debate sobre


reformas institucionales, sus críticas a las instituciones tienen un alcance
mucho mayor, destructivo para la democracia liberal. En la actualidad, sus
representantes imputan a las instituciones democráticas vigentes, que están
vinculadas con un cierto tipo de política económica, el neoliberalismo. Su
crítica a las instituciones la fundan en perspectivas de un voto masivo con-
tra tal opción de política económica, vinculadas con acciones concretas de
protesta en la calle que ejercen presión sobre las instituciones representati-
vas. Promueven un concepto de democracia diferente, el de la democracia
participativa, que genera mucha confusión, porque puede por un lado con-
sistir en elementos bien ajustables a la democracia representativa —como
por ejemplo el referendo— y por el otro ser definido como un concepto de
democracia que sustituye a la democracia representativa. Los representan-
tes de este otro concepto de democracia invocan el diálogo directo con el
pueblo (los manifestantes) y acciones directas en la calle (bloqueos de la in-
fraestructura). El lema “abajo con las instituciones” expresa de manera lim-
pia su pensar anti-institucionalista. Basándose en manifestaciones de masas,
se oponen a decisiones tomadas por las instituciones correspondientes del
presidente, del Parlamento, de los órganos judiciales, etcétera, en ejercicio.
Así tratan de impedir el funcionamiento del sistema político vigente y ofre-
cer, a través de su programa populista, una alternativa de políticas públicas
que dé mayor atención a las demandas sociales. Si ganan elecciones, ponen
en marcha un proceso de reforma constitucional. Observando lo que está
pasando en algunos países de América Latina, ya se puede hablar de un
guión político: se organiza primero un referéndum sobre una reforma cons-
titucional, después se celebran elecciones para una asamblea constitucional,
se aprueba una nueva Constitución que abre el camino hacia el estableci-
miento de un régimen autoritario, pues todo este proceso está acompañado
de un discurso confrontacional, de un desmontaje del Estado de derecho, de
intervenciones del Ejecutivo en los demás órganos del Estado y de manifes-
taciones en la calle, organizadas desde esferas del Ejecutivo en favor de lo
que son los planes del gobierno. “Toda mención a la ley es para ellos com-
plicidad con el neoliberalismo” (Lazarte, 2006: 24). Se trata de un modelo
de inversión autoritaria relativamente nuevo en América Latina. Consiste
en que los enemigos de la democracia pluralista se aprovechan de los meca-
nismos democráticos para alcanzar el poder y para liquidar a la democracia
a través de un proceso que llaman “refundación constitucional”.
Cuando elites políticas luchan incondicionalmente por el poder y lo-
gran alcanzarlo, la invocación de la cultura pierde todo sentido realista. La
confianza, la tolerancia, el compromiso, el consenso ya no cuentan, aún

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180 DIETER NOHLEN

menos las reglas de la democracia representativa. Un ejemplo llamativo


puede ser observado actualmente en Bolivia. Evo Morales y el MAS, segun-
dos en las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2002, han bloqueado
en la calle el gobierno de dos presidentes y llevado a Bolivia al borde de la
ingobernabilidad. Las elecciones de 2006, que apenas lograron realizarse
como instrumento para resolver el conflicto, le aportaron un amplio apoyo
como a ningún presidente anterior para gobernar el país. Sin embargo, esta
mayoría no le parece suficiente. Se escucha nuevamente como en tiempos
preautoritarios la frase: hemos ganado el gobierno pero no el poder. El go-
bierno pone en marcha la calle para liquidar a los poderes constitucionales
que aún impiden ejercer un poder ilimitado. De nuevo se escucha, esta vez
por parte de miembros del gobierno, que el camarada Mauser va tener la
palabra cuando no se decide la cuestión del poder definitivamente en su
favor. Permanentemente se intensifica el conflicto, por ejemplo, a través de
politizar más la cuestión étnica y de lanzar denuncias repetidas de “cons-
piraciones” o anuncios de golpes de Estado. La muestra de este proyecto
anti-democrático ha sido creada por Hugo Chávez. El mayor peligro para
la democracia en América Latina proviene actualmente de un cultura anti-
democrática que se ha organizado, que está equipado con un pensar estra-
tégico y que dispone de una masa de militantes incondicionales.
En términos generales, para la democracia no existen arreglos político-
institucionales para resolver los problemas políticos que se fundan en una
cultura política adversa a la democracia, en una desconfianza generaliza-
da, en la intolerancia, en la extrema polarización ideológica y el rechazo
a cualquier compromiso. Para poder permanecer y florecer, la democra-
cia necesita un humus diferente. En la actualidad, necesita por sobre todo
de individuos, académicos y políticos, que perciban el peligro al que está
expuesta por parte de sus enemigos, que sin pudor se mueven detrás de
objetivos anti-democráticos, aprovechando el ambiente tolerante del orden
democrático establecido. Necesita de participantes en el debate que sepan
manejar la cuestión de las reformas institucionales dentro de ciertos límites
compatibles con su propia sobrevivencia.

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Capítulo 15
LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD
PRE-BURGUESA A LA POS-BURGUESA*

Klaus von Beyme

Sumario: I. “Sociedad civil” y “sociedad burguesa” en la historia de la


teoría política. II. Sociedad civil como concepto de expectativa progresivo.
III. Citizenship como camino hacia una nueva síntesis entre la teoría nor-
mativa y la investigación empírica. IV. Comentario final. V. Bibliografía.

I. “Sociedad civil” y “sociedad burguesa”


en la historia de la teoría política

La sociedad civil era originalmente sinónima de la “sociedad política”. El


término se deriva de civilis societas que ya había introducido Cicerón. Alrede-
dor de 1400 apareció también en las lenguas europeas. Estaba vinculado con
“estandar mínimo” de la comunidad:

—— La ius civilis debía proteger a los ciudadanos de una comunidad po-


líticamente configurada;
—— Civilidad y urbanidad debían imponerse sobre las culturas bárbaras
y suburbanas.

La tradición que Tomás de Aquino hizo vinculante en muchos países


europeos ha identificado a las ciudades-Estado con las antiguas koinonia poli-
tike o societas civilis (Riedel, 1979).

*
En su versión original en alemán, este texto aparece en el libro Vergleichende Politilwis-
senschaft (“Ciencia política comparada”), Verlag für Sozialwissenschaften, Wiesbaden, 2010:
52-69. Agradezco al autor y a la casa editorial por su amable autorización para traducir y
publicar este capítulo, así como a la maestra Federica González-Luna por su traducción
(nota del editor).

183

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184 KLAUS VON BEYME

La dogmática aristotélica permaneció increíblemente estable en la filo-


sofía escolar hasta la modernidad temprana. La relativización de los con-
ceptos mediante la filosofía de la historia y de la sociedad, como se usaba
en los tiempos de cambio y de estabilización entre 1750 y 1850, transfor-
mó en muy poca medida estos conceptos. La sociedad civil no tuvo que ser
especificada mientras aún no se imponía el Estado como concepto ni como
concepto de pretensión que causara movimiento, lo cual marcó los límites
a otros conceptos establecidos. Los conceptos de registro que describen la
realidad fueron sustituidos cada vez más por los conceptos de expectativa
ideologizados (Koselleck, 1989).
En varios conflictos conceptuales el término “sociedad civil” ha sido
diferenciado:
1. Machiavelli es visto frecuentemente como el padre de la teoría de
razón de Estado, que puso a disposición todo el equipo para dominar todos
los ámbitos de la sociedad. Sin embargo, Machiavelli sorprendentemente
no necesitaba el concepto de razón de Estado. Tan sólo anotó que a éste co-
rrespondía ragionare dello stato. El Estado aún no se oponía tan estrictamente
a la sociedad en el sentido de la mitología romano-republicana, de la cual
Machiavelli fue muy receptivo, pues no se requería del contra-concepto de
sociedad-civil. La sociedad se define a veces, al ser privatizante en su mundo
vital, como vivere civile, aunque a veces el vivere politico o el principato civile posee
connotaciones políticas (Machiavelli 1961: 240; Machiavelli 1969: 45 ss.,
130 ss.). La doctrina de la soberanía, en la cual Bodin da primacía al Estado
sobre la sociedad dividida en estamentos con el fin de apartar las denomi-
naciones cristianas de la guerra civil, llevó a una diferenciación mucho más
clara entre el Estado —definido por su máxima soberanía— y la sociedad
(Bodin, 1961: 474). A pesar de que Bodin, en su desbordante tratado lleno
de referencias contradictorias, hablaba abundantemente de societas civilis en
el sentido antiguo, es evidente la tendencia a igualar en su subordinación
a la soberanía a los ciudadanos y rodear de mayor de dignidad al sistema
estatal-administrativo. En la línea del pensamiento contractual, donde para
Hobbes el Estado contractual y el pacto de dominio tienen un mismo sig-
nificado, y donde el contrato entre ciudadanos se convirtió en un contrato
a favor de un tercero, a saber, a favor del soberano, se fortaleció esta ten-
dencia. Asimismo, el “individualismo posesivo” de individuos sociales se
acentuó fuertemente, lo cual pudo haber sido el punto de partida para con-
cepciones liberales en la relación Estado y sociedad.
2. Un segundo avance en la diferenciación surgió de la distinción entre
dos tipos de contratos, el contrato social (pactum unionis) y el pacto de domi-

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LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD PRE-BURGUESA... 185

nio (pactus subjectionis). El absolutismo principesco de la modernidad se sirvió


de las nuevas semánticas. Desde el feudalismo clásico, en que el príncipe era
primus inter pares únicamente frente a otros estamentos y que debía firmar su
capitulatio caesarea sobre la competencia de estamentos estatales entre dos po-
deres: del príncipe y de la tierra, que según Otto Brunner no “representa”
a la tierra sino que “es” la tierra hasta la preponderancia del monarca —el
car tel est notre plaisir— que nombra o disuelve los estamentos, se llevaron a
cabo muchos progresos, los cuales ya se habían anunciado con las transfor-
maciones conceptuales y el cambio de mentalidad.1
Con John Locke, en el Second Treatise of Government (1690), el estado
de naturaleza —tal como en Hobbes— no es la sociedad civil. Sólo a partir
del acuerdo into one Society surge ésta. A pesar de que el pacto de dominio
dio lugar a la construcción de instituciones estatales, Locke utilizó como
sinónimos political or civil society. Algunos intérpretes han querido recono-
cer una sociedad de mercado ya en el estado de naturaleza de Locke. Esta
segunda fase del estado de naturaleza sería entonces una figura temprana
de la civil society (Seliger, 1968). Por el contrario, es central la identifica-
ción de civil y political society, incluso cuando Locke discutía las formas de
gobierno. La monarquía absoluta era para él inseparable de la civil society.
De manera conceptualmente distinta a ella, Locke habla de formas de civil
government. Aunque también eran inseparables del poder absoluto, y en esa
medida la diferenciación tan sólo era de menor importancia (Locke, 1963:
343 y ss.).
La sociedad civil fue interpretada también en este sentido por los Foun-
ding Fathers estadounidenses. La sociedad civil surge del abandono del esta-
do de naturaleza y requiere de una regulación legal dinámica de la relación
de sociedad y government —en la tradición anglosajona casi no se habla del
Estado—. Government se entiende como autonomía “fiduciaria”, no como
dependencia estamental de los representantes. El gobierno requiere de cier-
ta autonomía de la sociedad para poder hacer algo bueno para la sociedad
(The Federalist, 1948: 178 y ss.; Dietze, 1960: 114 y ss.). Government ya había
sido concebido por Locke para limitar la apropiación ilimitada que comien-
za en la fase final del estado de naturaleza. No obstante, los intérpretes de
izquierda han subrayado desde Mcpherson que los límites de derecho na-
tural pensados de facto que limitan la apropiación de la propiedad privada

1 La frase Car tel est notre plaisir (“Pues ésta es mi voluntad / mi deseo”) es una frase que
caracteriza al absolutismo francés y que se estereotipó con el tiempo; tiene un dejo de arbi-
trariedad, capricho y abuso. Con esta fórmula se cerraban las llamadas Lettres de cachet, que
expresaban la voluntad del monarca en turno (nota del editor).

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186 KLAUS VON BEYME

siempre han sido superados. En el proyecto para Carolina, Locke suspendió


de todas maneras sus perspectivas de economía de mercado en favor de un
modelo esclavizante moderado (Euchner, 1969: 95).
Incluso en el continente, el Estado y la sociedad comenzaron a sepa-
rarse. El concepto fundamental en este caso fue el término état, pero uti-
lizado aún con la connotación de estamento/Estado. Montesquieu ayudó
a difundir la diferenciación entre état civil y état politique con el uso de citas
correctas de sus antepasados (Montesquieu 1957). Ambos se reunían, para
Montesquieu, en el “espíritu de las leyes”. De esa manera, el significado del
concepto “civil” llegó al lenguaje mediante el absolutismo, que nosotros uti-
lizamos en alemán sobre todo como “contrario a militar”. Por ello es insóli-
to para muchos que la expresión sociedad civil fuera difundida en Alemania
justo en el momento en que un contrapeso militar no estuviera a la vista o
cuando había algún ministro de defensa inutilizado en Bonn. El monopolio
militar del Estado, que —como en Prusia— engullía hasta el 80% del pre-
supuesto del Estado, hacía sentir su contraposición a la societas civilis como
una sociedad civil parcializada. El status civilis entendido alguna vez pública
y legalmente se independiza de esta manera y se convierte en Esfera de lo
civil. La pérdida del poder de los ciudadanos organizados estamentalmente
se compensa con el concepto de expectativa, que hace de la sociedad civil
un indicador de la civilización de los pueblos. Sin embargo, esta societas no
es concebida en sentido puramente privativo. De hecho, no es política en
primera instancia, pero sí está provista de un pathos de desarrollo y una dosis
de progreso.
Incluso Kant pertenece a la tradición de un pensamiento de la teoría
del derecho natural moderno, el cual se aferra a la ficción de un estado de
naturaleza y mira a la evolución hacia una sociedad civil como la supera-
ción necesaria de éste. “En la Metafísica de las costumbres” se introdujo el dere-
cho público mediante la dicotomía “Estado civil” (status civilis) de los pueblos
individuales y del todo, de la relación entre sus propios miembros, el Estado
(civitas) (Kant, 1797/98, 1956: 429). A pesar del vocabulario tradicional del
derecho natural son notables dos innovaciones de Kant:

—— La idea de razón del liberalismo clásico llevó a una “positivización


del derecho natural”. La sociedad civil existe tan sólo ahí donde la
“voluntad común” se realiza (Kant dijo: “actúa”). La sociedad no es
“causa”, sino “efecto” de esta situación. Todas las formas de gobier-
no convencionales pertenecen a la “máquina de la Constitución es-
tatal”, que tan sólo permanecen por costumbre, en oposición a “la
verdadera república” como un sistema representativo del pueblo

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LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD PRE-BURGUESA... 187

(ibidem: 463 y ss.). Esta interpretación, más bien rousseauniana que


montesquieuana, no llevó a una dicotomía entre Estado y sociedad,
como sí fue típico en la escuela hegeliana. Esta interpretación es
más cercana a la representación de una sociedad civil interpretada
radical-democráticamente que la variante anglosajona. Sin embar-
go, le falta la dimensión de la “desobediencia civil”, que desde la
Civil disobedience de Thoreau (1849) entró en el debate de la sociedad
civil, cuando el dominio existente parecía injusto (Thoreau, 1952:
10 y ss.), o la fundamentación fichteana de un derecho a revolución
a partir de la distinción entre Estado y sociedad (Fichte, 1973: 10 y
ss.). En Kant se excluyó expressis verbis un derecho a la resistencia, a
diferencia de la tradición lockiana.
—— La positivización del derecho fundamental civil llevó, para Kant,
necesariamente hacia un estado de paz entre los pueblos. El derecho de
los pueblos —Kant considera que esta expresión en alemán no es
afortunada y prefiere el término “derecho de los Estados”— es in-
terpretado como una suerte de sociedad civil mundial, una “socie-
dad estatal-civil”.

3. Después de que la esfera política se independizó de la sociedad ais-


lada en lo civil, la sociedad retornó a teorías de la Ilustración y el progreso
sustrayendo al Estado con poder político importantes áreas que éste aún
intentaba dirigir o al menos organizar en el mercantilismo, a saber, la eco-
nomía. Adam Ferguson reunió en su Essay of the History of Civil Society (1767)
el concepto de sociedad civil con el de una forma de vida civilizada. Su in-
fluyente libro apareció como una fuente contemporánea de bibliografía en
el Blackwell's Encyclopedia of Political Thought (Miller, 1991: 77). La civilidad
de la sociedad aparece, a pesar del impulso “egoísta” de los individuos que
desean la felicidad, en virtud de que el hombre, en cuanto ser sociable, per-
manece referido al prójimo (aparentemente en oposición a los animales). El
impulso hobbsiano hacia la sociabilidad a causa del “miedo” fue suplido en
la filosofía moral escocesa con el “amor” (Ferguson, 1923: 22). La primera
historia de la sociedad completa, que analiza la civil society en su relación
con las Constituciones políticas y que trata paralelamente a la economía,
la política y la sociedad, fue de gran influencia para la economía política di-
ferenciada, aunque aún veía como lo mismo a la política y a la economía.
De hecho, se podría decir que las veía unidas, según era posible de acuerdo
con el aristotelismo dominante durante la Modernidad temprana, ya que
éste consideraba a la economía como economía doméstica (oikos) según un
régimen estrictamente paternalista, no como un subsistema con los mismos

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188 KLAUS VON BEYME

derechos, y aún no vinculaba las economías domésticas a un tipo de “econo-


mía nacional”. En la biblia de la economía de mercado de Adam Smith: The
Wealth of Nations (1776), se transformó el término de civilized society y la di-
ferenciación de Ferguson se convirtió en la división del trabajo económico.
Sin embargo, aún fue válida la armonía entre la competencia y la co-operation
and assitance of great multitudes (Smith, 1965: 14).
4. La más antigua sociedad civil se constituyó como “sociedad estatal-
burguesa” tras la autognosis de la Revolución francesa, lo cual adoptó Kant.
En esta tradición, impulsada especialmente por el joven Fichte en una di-
rección jacobina, se podría haber dejado la expresión de “sociedad civil”.
Esto es aún más válido puesto que quienes alaban la concepción de sociedad
civil crítica moderna de Hegel, celebran en él al primer teórico de la socie-
dad civil que permitió la llegada de la síntesis de las variantes anglosajona y
francesa-radical (Cohen y Arato, 1995: 91).
Apenas con la reinstauración de las monarquías —aun cuando éstas se
declaraban verbalmente “principio monárquico” y de esta manera, sobre
todo en Alemania y Rusia, neoabsolutsimos— tuvo algún sentido la oposi-
ción entre Estado y sociedad. Correspondía al dualismo de la “monarquía
constitucional” y de la competencia de los estamentos y de los monarcas en
la elaboración de la constitución y la legislación. Los viejos estamentos se
extinguieron. Los nuevos Landstände (estamentos locales) fueron categorías
inventadas, en parte, para estabilizar el sistema y para no permitir el sur-
gimiento de una burguesía atomizante que intentara articularse, como en
tiempos de revolución, en una volonté générale.
Los filósofos sociales escoceses subrayaron fuertemente al bourgeois ya
como elemento de la civil society. La Revolución francesa, Kant y Fichte
consideran como central al citoyen. Alrededor de 1800, el concepto de “ci-
vil” o “sociedad civil” provisto de un significado político secundario fue un
concepto dominante. Hasta la síntesis hegeliana se limitó el concepto de
“sociedad” al aspecto social, el cual se opone al Estado. El Estado de poder
político y la sociedad civil privatizada se separan. “Escisión” es la metáfora
que desarrolló, ante todo, la izquierda hegeliana para tener consecuencias
revolucionarias (Hegel, 1970: 339 y ss.; Vogel, 1925: 8 y ss.).
En contra de la escisión de Estado y sociedad no puede imponerse el
poder absoluto —como en Hobbes— a pesar de que en el “sistema de nece-
sidades” de Hegel, los individuos eran concebidos como egoístas parecido a
Hobbes. En Hobbes amenazaba la guerra civil y se adujo la prueba de que
la sociedad civil precedía al Estado. Por el contrario, en Hegel la sociedad
civil presupone al concepto del Estado. La sociedad civil diferenciada tan

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LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD PRE-BURGUESA... 189

sólo puede existir si tiene ante ella un Estado autónomo. Lo universal es más
poderoso que lo específico en su individuación. La superación metafísica
de lo universal le era extraña a los predecesores anglosajones. En Hegel se
comprende a la sociedad civil como el “desarrollo del espíritu”. La ironía de
la lógica civil resulta en que la moral amenaza con perderse en un extremo
de la fragmentación social y la supremacía del Estado, sin embargo, la plu-
ralidad se eleva siempre sobre la unidad. Esta unidad permanece, no obs-
tante, abstracta; no se funda en el “feliz acuerdo de los individuos”, como en
la teoría kantiana de la voluntad común. La reconciliación de los contrarios
no es total, sino una reconciliación relativa entre subjetividad y objetividad.
El marxismo siguió desarrollando la idea según la cual, la reconciliación, en
primer lugar, puede realizarse en una formación social más alta, es decir, la
del comunismo.
Sin embargo, Hegel no era un idealista alejado del mundo, que desco-
nociera la dinámica de la sociedad moderna con ánimo de lucro. Él ya veía
los peligros de una sociedad civil que degenerara en una sociedad bourgeois
mediante la concentración de la riqueza en pocas manos y “la decaída de
una gran masa en la masa de un tipo de subsistencia”, que produciría la
pleba (Hegel, 1970: 244). “Plebe” fue en su tiempo una desfiguración verbal
derivada de peuple, que fue utilizada como grosería. Hasta el concepto de
expectativa de “proletariado” se resignificó positivamente por la izquierda
hegeliana y los marxistas cual un concepto popular positivo.
Tal como en la Revolución francesa se logró la sociedad civil mediante
la universalización del tercer Estado, así también en una revolución proleta-
ria se debió constituir el proletariado en un nuevo pueblo, tras la Expropria-
tion del Expropriateure, la cual debía deshacerse de la escoria de la sociedad
civil con la primera fase del comunismo, a saber, el socialismo.
Por el contrario, en Hegel y la derecha hegeliana —sobre todo en Lo-
renz von Stein— el Estado estaba llamado a poner coto a la escisión de la
sociedad con la violencia policiaca por un lado y, por otro, con la regulación
de las corporaciones y los estamentos.
La tipología —centrada en el Estado— de Estado y sociedad fue la más
dominante en Alemania hasta Carl Schmitt. En cuanto el Estado finalmen-
te se convirtió en democrático y Estado de derecho después de 1945, la
concepción schmittiana de Estado como un Estado decisionista de medidas
siguió viva tan sólo en las esferas sometidas a un Estado constitucional, en
un Estado administrativo sobre una sociedad pluralista, hasta que el dere-
cho administrativo finalmente viró hacia concepciones extremas pluralistas
en un “Estado de implementaciones negociables”.

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190 KLAUS VON BEYME

II. Sociedad civil como concepto


de expectativa progresivo

Sociedad civil y sociedad burguesa se han desarrollado como términos desde la


Revolución francesa, según muchos conceptos fundamentales de la vida polí-
tica. Comenzaron como conceptos descriptivos-tipológicos y se convirtieron
en análisis de la realidad social. Fueron ideologizados en tiempos de transición y
radicalizados normativamente como conceptos de expectativa. Finalmente,
fueron pulidos de tal modo que tuvieron que ser revividos normativamente,
como el término civil society en el mundo anglosajón, o bien la sociedad bur-
guesa en Alemania, que parecía estar muy impregnada de connotaciones
burguesas, por lo que la expresión “sociedad civil” parecía sobrevivir mejor.
En el mundo anglosajón fue un survival, aunque con contenidos semánticos
novedosos. En el mundo semántico alemán y en el Este de Europa se llegó a
un revival, ocasionalmente incluso en sociedades que tenían una menor tradi-
ción de una sociedad civil en la teoría y en la práctica, como en Rusia.
Los cambios radicales y transformaciones nunca han podido impedir en
la historia que permanezcan los restos del pensamiento del Ancien Régime. En
el “socialismo real” con su rechazo del Bourgeois hubo consecuencias. Asi-
mismo, los pensadores postsocialistas no se identifican con la tradición de
Locke y los Founding Fathers estadounidenses. En todo caso, la connotación
de civil disobedience pudo ser traducida de la historia estadounidense directa-
mente. Las revoluciones pacíficas “de las velas” correspondían al espíritu sin
violencia de Thoreau.2
Sin embargo, tampoco el Oeste permaneció intacto ante los cambios.
Por mucho tiempo se enredó desde los años ochenta con un neoliberalismo
ramplón. Ahora parecía comenzar a tener un concepto normativo capaz de
llegar a un consenso. De hecho, el corporativismo había pensado algo seme-
jante con su búsqueda de una community. Para que los conceptos normativos
pudieran llegar a tener fuerza histórica de un día para otro, los precursores
de la sociedad civil en la Intelligencija de Europa Oriental ya existían. Fren-
te a las utopías estancadas de un socialismo que se transformó en real, se
impulsó la utopía concreta: la sociedad civil. Uno de los grandes poderes
ideológicos mejor armados de la historia universal se retiró, sin disparar ni

2 La “Revolución de las velas” (en alemán, Kerzenrevolution) es el nombre con el que se co-
noce al movimiento pacífico que “se enfrentó con velas a los tanques” y que aceleró el colap-
so de la antigua República Democrática Alemana a partir de 1989. Henry David Thoreau
(1817-1962) fue un reconocido partidario y, podemos decir, “teórico” de la desobediencia
civil (nota del editor).

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LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD PRE-BURGUESA... 191

un solo tiro. El milagro de Jericó en que se derribaron muros con trompetas


parecía pequeño ante la cadena de milagros en Varsovia, Leipzig, Praga o
Budapest.
La teoría normativa vivió un renacimiento desde Rawls. El neo-contrac-
tualismo como “gramática de los modos de reconocimiento mutuo de los ciu-
dadanos” se hizo social-civil y renunció cada vez más a doctrinas de apoyo
de teorías de la soberanía de tipo étnico o estatal. El constructivismo posmoderno
permite concebir la teoría del contrato como un proceso de prueba de pen-
samiento experimental, sin necesidad de forzar supuestos históricos de la
realidad o doctrinas justificantes metafísicas. En concepciones de la demo-
cracia deliberativa y reflexiva, el reconocimiento mutuo de derechos y debe-
res de los ciudadanos se constituye desde un punto de partida individualista.
La realización del deber mutuo no está establecida según un procedimiento
convencionalista en este caso. Desde Rawls, las representaciones de una
justicia material están mínimamente vinculadas a un pensamiento contrac-
tualista. La empiria y el “ideal normativo-procesal” (Kersting, 1996: 354) se
aproximan entre sí, siempre que los supuestos normativos estén vinculados
progresivamente con las reglas de una Rational-Choice-Theory o al menos con
la teoría de juegos.
Los comunitaristas y neoliberales lucharon unos contra otros en los
años ochenta. Pero estaban de acuerdo en el rechazo de una imagen me-
ramente empírica y antinormativa de la sociedad y su legitimación. Ambos
desarrollaron, no obstante, conceptos divergentes de sociedad civil (Cohen
y Arato, 1995: 8). El neoliberalismo era anti-Estado o al menos pensaba en
un Estado minimalista y ponía el acento en la economía de mercado bur-
guesa. El comunitarismo subrayó más la dimensión política y cultural de la
sociedad civil y rechazó en menor grado al Estado como catalizador de las
virtudes civiles. Sólo pocas veces los neoliberales fueron tan lejos como los
teóricos civiles de Europa del Este, quienes identificaban simplemente al
Estado con el dominio del sistema pervertido por la burocracia. Puesto que
no podían ni conquistar ni cambiar moralmente al Estado, lo dejaron de
lado y se ausentaron bajo un concepto de “antipolítica”, el cual abandonó
la supuesta génesis del concepto anglosajón de sociedad civil.
La sociedad civil se adaptó, en la historia de la teoría empírica, a las
tradiciones nacionales de cada caso. Tan sólo en Alemania, la dicotomía
Estado y sociedad burguesa, vinculadas mediante organizaciones interme-
diarias estamentales en la escuela hegeliana, obtuvo su expresión como una
aceptación resignada de la preponderancia de lo estatal. No fue sino hasta
la sociedad posmoderna con su fuerte individualización, que el concepto se
desató de los brazos del estado en Alemania y se convirtió en una forma de

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192 KLAUS VON BEYME

reflexión del orden moderno, que produce, desde sí mismo, su estabilidad y


legitimidad, esto es, desde las relaciones de interacción de los sujetos indi-
viduales, sin recurrir más a doctrinas trascendentes de la virtud (Schmalz-
Brunz, 1995: 125). En las doctrinas de la virtud discursivas modernas estas
relaciones de interacción han intentado abandonar la mera tolerancia pasiva
frente al prójimo, como aún prevalece en la concepción de Locke, y pos-
tulan el empleo activo participativo para el bien del otro (Honneth, 1993: 269).
La renovación de la virtud del ciudadano debería ser empleado como me-
dio contra la fragmentación de la política. No obstante, de modo ejemplar,
sólo los inmigrantes en Estados Unidos, como Hannah Arendt o MacIn-
tyre, se han servido de concepciones antiguas que ven en la función de
los hombres como bourgeois, como “ciudadano de la economía”, un peligro
para la virtud del ciudadano (Arendt, 1974; Arendt, 1981). Ante todo, en
el mundo de lengua alemana, el reino hegeliano de la libertad se usó con-
tra el reino de la necesidad (Walzer, 1992: 69).
La teoría europea oriental de la sociedad civil estuvo fuertemente bajo el
influjo de esta concepción del mundo intelectualista ajena al mundo —como
su contrapartida marxista—. En el Este de Europa esto pudo ser un peca-
do venial. El anti-socialismo-real del movimiento de la libertad se infectó
bastante del esquema del progreso y la periodización del tan combatido
marxismo-leninismo. Comúnmente se estilizó como el mejoramiento de la
vivencia enemiga como estalinismo, a pesar de que se trataba desde mucho
tiempo atrás de un postestalinismo autoritario y esclerótico. Un simple re-
torno al “capitalismo” no era deseado. Sueños de la “tercera vía” entre las
formaciones de la sociedad se extendieron. La realidad política, por el con-
trario, estaba marcada por una reetnificación sin precedente. Sin embargo,
sólo en la ex-Yugoslavia se llegó a una guerra civil. La Checoslovaquia y la
Unión Soviética se disolvieron relativamente de manera civil. Esto es nota-
ble en el caso de Rusia, que participaba poco de un pensamiento civil-social.
Aún no ha llegado un Garibaldi al Krim para liberar a la “Irredenta” rusa.
De veintitrés fronteras en la CEI (Comunidad de Estados Independientes)
tan sólo tres no son peleadas por razones étnicas, y este conflicto étnico se
disputó de modo civil a excepción de Chechenia. No puede decirse, por
tanto, que la idea de sociedad civil —que significa el mínimo requerimiento
para estar libre de violencia— no haya traído consigo ciertas consecuencias
aún en el infierno reetnificante del Este de Europa.
Sin embargo, también los éticos del discurso occidentales, como Ha-
bermas, participaron en la tendencia antieconómica del pensamiento so-
cial-civil. El esquema de superestructura marxista se alejó del sistema de
antagonismo flexible del mundo de vida. Aunque el grupo-primario-de-co-

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LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD PRE-BURGUESA... 193

municación del mundo de vida se mantuvo antieconómico. Pues la economía


tendió a la globalización y ascendió los procesos de colonización del mun-
do de vida mediante la comercialización e indirectamente también a través
de la burocratización y la judicialización de las relaciones vitales. Cuando,
apoyándose en Cohen y Arato, se buscó el substrato de la sociedad civil, en
todo caso se pusieron en cuestión las organizaciones que no servían a la eco-
nomía y que no tenían su base social-civil en el mundo de vida. Pluralidad,
privacidad y legalidad fueron las características buscadas (Habermas, 1992:
435). Luhmann decía, en efecto, que la acentuación de la sociedad civil y
la citizenship no se dirigía tanto en contra de intereses económicos, sino en
un frente más amplio contra organizaciones, puesto que las organizaciones
servían a la interrupción de la interdependencia en un sistema funcional
(Luhmann, 1997: 845). Pero justo tras el descubrimiento de las institucio-
nes del derecho estatal civil hecho por Habermas no puede suponerse una
enemistad general hacia las instituciones. Nada más algunos movimientos
sociales recientes se percibieron aun como si la sociedad —o la sociedad
alternativa— se tuviera que movilizar contra el Estado. Los partidos, como
organizaciones intermediarias entre la sociedad civil y la política, tuvie-
ron para Habermas una función intermediaria importante. Sin embargo,
sólo aquellos acuerdos y asociaciones no estatales ni económicas pueden
ser el centro de la sociedad civil, “cuyas estructuras de comunicación de
lo público están ancladas en los componentes sociales del mundo de vida.”
Las organizaciones humanitarias de apoyo (Habermas, 1992: 442) tienen
las mayores prospectivas de permanecer social-civiles de acuerdo con esta
concepción. Él se separa conscientemente de Marx, quien aún incluye a la
economía constituida por el derecho privado en la sociedad burguesa. Nin-
guna organización es simplemente siempre social-civil. Entre más se ador-
mecen las fuerzas sociales de la negociación comunicativa en las dimensio-
nes vitales privadas, más fácil es “formar masivamente a los actores aislados
y enajenados en la dimensión pública incautada”. En este punto reluce el
argot de la escuela hegeliana nuevamente. La sociedad civil está en peligro
en alto grado debido a (ibidem, 1992: 446):

—— Movimientos populistas, que defienden ciegamente la existencia de la


tradición de un mundo de vida amenazado por la modernización
capitalista;
—— La “soberanía comunicativa líquida de los pueblos” debe limitarse
y no debe obtener ningún poder;
—— A través de representaciones de una revolución social con un magnífi-
co gran sujeto filosófico-histórico.

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194 KLAUS VON BEYME

La sociedad civil es, asimismo, autopoiética: tan sólo puede transfor-


marse, no puede transformar a toda la sociedad.
Otro peligro se muestra desde ahora: los neoliberales hacen uso de la
sociedad civil como un concepto contra un supuesto estatismo social-demó-
crata. Para Suecia, el Centre for Post-Collectivist Studies usa a la sociedad
civil ya como contraconcepto del “hogar del pueblo” (fokhemmet) sueco, a
quien pertenece nada menos que Dahrendorf. Toda generalización o ex-
pansión de la esfera política significa ya un atentado contra la sociedad civil
(Rojas, 1998: 166).
Una concepción de la sociedad civil sobre la base de la teoría del dis-
curso se desarrolló en diversos conceptos enemigos, sobre la que Habermas,
Cohen y Arato, en cada caso, citan circularmente como reenforcement. Van
desde una democracia elitista hacia un Estado de bienestar paternalista y
critican asimismo la representación liberal, de que el derecho tiene priori-
dad sobre la participación democrática. La sociedad civil en el Mainstream
de izquierda colinda, de esta manera, con el Estado y el mercado, pero tam-
bién se separa del mundo intermedio de los partidos y los grupos grandes
burocráticos, que dominan el campo de la democracia representativa. Los
ciudadanos toman su destino en sus propias manos mediante el concepto de
sociedad civil. La “mesa redonda” fue, asimismo, el substrato organizativo
de este concepto normativo en la revolución pacífica.
Sin embargo, los discursos ilustrados no pudieron imponerse sobre
los sujetos de las relaciones de recubrimiento de mayorías ciudadanas. La
unificación alemana fue una transformación atípica, ya que la democrati-
zación se realizó en una transferencia total de las instituciones en relación
con la reconstrucción de un Estado nacional histórico. No obstante, es no-
table qué fuerte fue la participación de los actores paraestatales y socia-
les en la transformación, puesto que el Estado nacional no podía hacer mu-
cho en la Cámara Baja del Parlamento alemán, a causa de sus competencias
en comparación a los recursos pecuniarios y de know how de los grandes ac-
tores socialmente organizados. Amplios sectores del sistema de salud, hasta
el de agricultura, se consolidaron en virtud de grandes actores sociales. Las
organizaciones social-civiles en sentido estrecho, que surgieron orientadas
hacia el bienestar y el apoyo, desempeñaron relativamente un papel margi-
nal. Un par de organizaciones intelectuales, que no fueron admitidas in toto,
fueron las últimas organizaciones que constituían un punto de partida para
una sociedad civil autónoma en el Este de Alemania (Lehmbruch, 1994;
Von Beyme, 1994). Cuando se respondió con un chiste al llamado patriótico
tradicional de Alemania del Este de “somos un pueblo” con un “nosotros
también” de parte de un bromista de la Alemania Occidental, yacía ahí una

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LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD PRE-BURGUESA... 195

verdad paradójica. Las formas de organización del pueblo de Alemania Oc-


cidental marcaron sobremanera la transformación de Alemania Oriental.
Tras su expulsión de la mesa redonda, los abanderados de la sociedad civil
se quedaron atrás diciendo: “Queríamos justicia y obtuvimos un Estado de
derecho” (Bärbel Bohley). No se percataron del avance que yacía en un Es-
tado de derecho seguro.
La sociedad civil es un concepto normativo —de ahí que no debe ser
superado por ningún ejemplo fáctico—. Los modelos normativos no pue-
den ser falsificados empíricamente. Sin embargo, el abismo entre el ser y el
deber, que Kant subrayó con tanto énfasis, se aplana en la teoría política
moderna en el área de la sociedad civil. Teóricos de izquierda llevaron de
vuelta alguna vez al antinormativismo empírico a la constelación bipolar
del mundo y al penetrante anticomunismo, que dejaba en el trasfondo to-
dos los criterios normativos que “estuvieran ya marcados por la estructura
institucional dada por ambos sistemas” (Rödel, 1989: 11 y ss.). El final de la
bipolaridad parecía hacer nuevamente posible, en la sociedad civil, un con-
cepto vinculante para Este y Oeste. Y no obstante, sucedió lo contrario a lo
esperado: la teoría normativa retornó, pero se acercó tanto la realidad polí-
tica de los sistemas que perdió su ímpetu normativo, el cual quería repensar
sobre la ética política pero advertía la promulgación de verdades atempora-
les y descontextualizadas (Goodin, 1992: 150). Habermas ya se quejaba en
1992 de que el contenido ideal de las teorías normativas se derretiría bajo
el sol del conocimiento sociológico a lo largo de su desarrollo. Un desarro-
llo ético del discurso político como en el comunitarismo de Estados Unidos
(Habermas, 1992: 283 y ss.), basado ocasionalmente en Habermas, debía
fracasar para él, puesto que la pluralidad de posiciones precisa de un equili-
brio de intereses, el cual no puede ser alcanzado mediante simples discursos
éticos. La “weberización” de la teoría del discurso habermasiana provocó,
tal como el título de su libro, mayor “facticidad que validez”.
Una crítica sistemática fundamental no era casi de esperarse de parte
de las teorías de la sociedad civil. El consenso mínimo, que surgió en los
años noventa, abarcaba tanto que entre la diversidad de términos se es-
condían pequeñas diferencias de opinión, como si “democracia de nego-
ciación”, “sociedad civil”, “cooperación de redes” o “subpolitización” se
convirtieran en el concepto central de los esfuerzos teóricos. La esperanza
en una sociedad de movimiento de nuevo cuño no alcanzó ni siquiera a los
abanderados de la sociedad civil. Los abogados de la democracia reflexiva
se apresuraron a explicar que los fundamentos normativos no son capaces
para impregnar modelos teóricos en contra de enfoques analíticos y empíri-
cos (Schmalz-Bruns, 1995: 153).

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196 KLAUS VON BEYME

La posmodernización de la reflexión sobre la sociedad civil dio lugar


únicamente a la evolución, mas no al desarrollo necesario pensado teleoló-
gicamente a través de la autorreferencialidad de individuos preparados para
discutir. En la teoría de la sociedad civil ya no se le adjudicaron a la sociedad
fuerzas míticas que producen por naturaleza las estructuras para una autén-
tica participación social-civil. Más bien surgió un empate entre la sociedad
civil y el sistema, porque las ofertas de participación que movilizan al Esta-
do democrático también son incompletas. Domina una especie de relación
complementaria entre ambas dimensiones (Held, 1989: 182). El romanticis-
mo de los consejos del último gran movimiento social de la modernidad clá-
sica localizó finalmente la superación del mundo sistemático en la “Doble
estrategia”. En la movilización de los nuevos movimientos sociales a favor
de la sociedad civil se llegó más bien a un equilibrio inestable y sin riesgos
entre el status quo de las instituciones del sistema y las formas participativas
sociales y creativas de la sociedad civil sobre la base del mundo de vida.
La sociedad civil es relevante sólo en la medida en que no se encapsula
ni se enfoca en el proceso político de la democracia (Schmalz-Bruns, 1995:
137). También para Ulrich Beck, los antídotos contra la sociedad de riesgo
tecnocrática tan sólo se dosifican homeopáticamente, también cuando se
trata de una política reflexiva y que cambia constantemente de reglas. Los
medios parecen convencionales. El tráfico y los bloqueos no son tan nuevos
frente al pressure y las huelgas (Beck, 1992: 209). También Habermas afirmó
que la comunicación política de los ciudadanos de los Estados finalmente
debe desembocar en “decisiones de corporaciones legislativas” (Habermas,
1992: 211).
Ninguna prohibición de imágenes al viejo estilo marxista impide a los
“socialistas utópicos” actuales imaginar sus modelos de una sociedad mejor.
Ningún rigorismo kantiano mantiene el abismo entre el ser y el deber, que
por más de un siglo impidió el desarrollo de una teoría normativa. Sin em-
bargo, con la creciente concretización, se pierde la norma que representa
una distinta instancia crítica, según la cual pueda medirse la realidad social
deformada. La retroalimentación tan limitada de “Las esferas de la justica”
de Walzer fue estigmatizada muy pronto en las prácticas sociales existentes
(Cohen, 1986). La idea normativa orientada-al-statu-quo o conservadora se
mantiene viva entre más cerca se encuentre de la realidad. Permanece sien-
do vacía-normativa en la medida en que mantiene la distancia entre el ser y
el deber en una sabia autolimitación. En Walzer resulta bastante bueno el
balance. En el caso de Etzioni (Etzioni, 1995: 176 y ss.) la idea normativa de
la sociedad civil se distorsionó, no obstante, y llegó a ser “reconocibilidad”,
una vez que se ofrecen “policías cercanos a la sociedad” y neighbourhodd watch

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LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD PRE-BURGUESA... 197

groups como resultado de la gran idea normativa, sin sentido autocrítico ante
los peligros de un nuevo control social, que puede resultar más penoso
para los afectados que el control social incompleto del Estado.
Surge una paradoja: hasta la era posmoderna de la transformación,
en que la democracia liberal se queda sin competencia, es verdadera la
objeción que hizo la izquierda de los años sesenta y setenta contra todo es-
fuerzo “civil” teórico, de que incluso la teoría normativa es únicamente la
duplicación sin fantasía de una realidad triste en lo social y lo político. Qué
frecuente es que la ciencia siga al arte. En la búsqueda del arte, el observa-
dor ya no es transportado fuera de la realidad en exposiciones modernas,
sino que desde el triunfo del Pop Art y del Arte-kitchen-sink se retrocede hacia
la realidad.

III. Citizenship como camino hacia una nueva


síntesis entre la teoría normativa
y la investigación empírica

¿Entonces la sociedad civil permanece finalmente como un concepto norma-


tivo castrado ante los nuevos movimientos sociales? Se ha objetado contra el
modelo de discurso de la sociedad civil habermasiano que ha estilizado un
determinado tipo de lo público como sociedad civil sin ninguna crítica, sólo
porque en ésta hay también comunicación. A ello se une la desvalorización de
una opinión extrapolada por las encuestas que no son discutidas públicamen-
te (Reese-Schäfer, 1997: 163). Puesto que Habermas también busca mayorías
parlamentarias para sus concepciones, la elite política tomará más en serio la
opinión pública de los encuestados que la de los intelectuales. Los descubri-
mientos empíricos muestran, además, que incluso en la arena política en don-
de se discute públicamente, la opinión discutida con mayor intensidad no es
necesariamente la más influyente. La idea queda en ridículo frente al interés,
como ya lo había reconocido Marx. El proceso de negociación de intereses
organizados muestra que las grandes organizaciones de sindicatos y grupos
de estatus tradicionales, incluyendo a las iglesias, que frecuentemente son da-
dos por muertas por los portaestandartes de los nuevos movimientos sociales,
aún están a la mano. Un estudio empírico del autor en torno a 150 decisiones
clave del Parlamento alemán de 1949 a 1994 mostró que los movimientos de
la sociedad civil constituían sólo el 14.5% de las intervenciones, en su mayoría
en torno a políticas exteriores y de seguridad (40%), y en torno a políticas del
medio ambiente (24.3%) (Von Beyme, 1997: 217). En varios ámbitos, en los
que los ciudadanos están interesados principalmente como economía (2%) y

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198 KLAUS VON BEYME

el campo social (9%), más bien son actores marginales. En todo caso, como
fortalecimiento de deseos humanitarios de grupos de status, sindicatos e igle-
sias ocasionalmente, son valiosos confederados los que pueden brindar servi-
cios importantes en el establecimiento de una agenda vía medios.
Sin embargo, la sociedad civil permanece como un concepto normativo
importante. Y esto lo logra sobre todo mediante la recurrencia a los indivi-
duos que constituyen la sociedad civil. El correlato abstracto de la sociedad
civil es el “ciudadano concreto”. La lengua alemana tan propensa a los sus-
tantivos, en este caso, no puede substantivarlo, puesto que “ciudadanía” en
cierto modo parece estar fijado como “burguesía”. Por ello se utiliza en el
debate el inglés citizenship o el francés citoyenneté.
El análisis anterior ya ha mostrado que en un Estado de Constitución
democrática las reglas no pueden ser cambiadas tan fácilmente por nuevos
movimientos sociales con todas sus apelaciones al Goodwill de la sociedad ci-
vil. Otra vez los Estados Unidos nos sirven de ejemplo. Desde hace tiempo
se descubrió un IvI-gap, un abismo entre ideales e instituciones. Los ideales
agrupados en torno al Republicanismo y no en torno al concepto de sociedad
civil no fueron utilizados para invalidar las instituciones. Al contrario: el
marco de Estado de derecho tuvo que volver a estar en armonía con los
principios sublimes del Commonwealth de la sociedad civil. El americanismo
fue interpretado algunas veces como teología civil (Gebhardt, 1976: 148 ss.;
Huntington, 1981). El multiculturalismo americano y el patriotismo consti-
tucional sin fundamentación étnica de la nación ha sido recomendado a los
europeos en los debates en torno a la sociedad civil: “todos son recibidos,
ninguno preferido” (Walzer, 1992: 79). En la realidad de los viejos estados
nacionales europeos se desarrollaron diversos principios de la exclusión y la
inclusión uno tras otro: en primer lugar en el Estado de derecho, que incluye
a todos los ciudadanos e incluso también a los no-ciudadanos. De esta ma-
nera, esto se incluyó también en el ideario liberal de la igualdad de los ciu-
dadanos mediante el Estado nacional basado fundamentalmente en la lengua
y la cultura, con el fin de motivar a los ciudadanos protegidos por el Estado
de derecho a participar en la vida nacional, y, en caso necesario, a dar su
vida por ella. El pensamiento nacional insta entonces a todos los ciudada-
nos a participar en el Estado democrático. En cuanto esto parecía realizado en
general en el derecho electoral tuvo que añadírsele, en el Estado de bienestar,
aquel mínimo de igualdad social que es indispensable para una participa-
ción política exitosa.
El frenesí social-civil presume que todo ciudadano y no ciudadano que
participe en el discurso —también aquellos que no comprenden el idioma
del país anfitrión— es igual en todos los niveles. La realidad de los Estados

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LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD PRE-BURGUESA... 199

muestra —sin excluir a Estados Unidos— contundentemente desigualdades


de la Citizenship. El sociólogo inglés Marshall fue el primero en intentar una
tipología que abarcara a los citizens y distinguió ciudadanos políticos, legales
y sociales. La ciudadanía cultural se añadió en la posmodernidad y es par-
cialmente superada en un subsistema nacional siempre que no parezca dis-
frazada de un patriotismo constitucional legal democrático y participativo
(Marshall, 1976). El concepto de igualdad es un concepto gradual que pue-
de ser expuesto casi completamente (igualdad de derecho) o incompletamente
(igualdad de los derechos en un Estado de bienestar) en una matriz de cuatro campos
(véase Matriz). La ciudadanía nacional es, por el contrario, estructuralmente
desigual, así como incluso la igualdad de los derechos a participar en un
sistema democrático político.

Igualdad Desigualdad
Inclusión Estado de derecho Estado nacional
amplia
Derechos fundamentales, sobre Nacionalidad sólo para los que
todo derechos —habeas-cor- “pertenecen al pueblo”, ius soli
pus—, valen para todo los que más integrante que ius sangui-
viven en un territorio. nis.
Exclusión Estado de bienestar Estado democrático
avanzada
Inclusión también de inmigran- Derechos de participación sólo
tes, solicitantes de asilo, y tam- para los ciudadanos del Estado,
bién para los que les fueron algunos derechos para los ciuda-
retirados los derechos civiles es- danos europeos, ocasionalmente
tatales. también para extranjeros en el
caso de elecciones comunales.

El ensanchamiento de la sociedad civil significa entonces sobre todo


una creciente inclusión de hombres que viven en un territorio en todos los
campos de la citizenship. El equilibrio de los cuatro pilares de la citizenship casi
no se da en los Estados nacionales existentes. La concepción de la citizenship
nacional es aquella que se ha transformado en mayor medida. Bajo el in-
flujo de la migración mundial, y particularmente a través de la integración
europea, se alcanzó la ampliación de los derechos de la ciudadanía del Es-
tado y de los derechos de participación democrática. Los Estados clásicos
de inmigración como Estados Unidos, Canadá y Australia casi no poseen
una actitud cultural y tradicional de ciudadanía estatal y son más abiertos

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200 KLAUS VON BEYME

a ideales multiculturales, también en el caso de la integración de los inmi-


grantes que han vivido por mucho tiempo en estos países. En otros Estados,
como Francia, donde se ha subrayado tradicionalmente la ciudadanía esta-
tal, se han colado cada vez más elementos de la ius sanguinis en la política de
ciudadanía estatal a raíz de la enorme afluencia de migrantes. En todos los
Estados europeos se parece cada vez más la concepción de la inclusión so-
cial-estatal, mientras que en Estados Unidos tan sólo permite que haya des-
igualdad en la medida en que no se haya realizado una inclusión completa
de todos en el sistema social de seguridad. Los avances de la integración
europea amenazan en muchos sentidos con llegar a que el ciudadano-que-
no-es-de-la-comunidad sea excluido cada vez más. La inclusión europea
ya no es nacional-estatal, pero excluye con mayor fuerza a ciudadanos de
otro continente, como, por ejemplo, los viejos imperios antiguamente colo-
nialistas, como lo hacían en ese entonces la Commonwealth británica o la Com-
munauté Française. Al interior de la comunidad se esperan más reajustes me-
diante el discurso y la migración del interior de Europa (Münch, 1993: 95).
Algunos teóricos de la citizenship en la sociedad civil esperan una ampliación
de la citizenship en todos los ámbitos a nivel del sistema europeo más avan-
zado en cada caso. Por ejemplo, se considera posible que se desarrolle un
sentido de la citizenship europea en la clase media de trabajadores británicos,
ya que se han subrayado más algunos aspectos del campo social y educativo
en el continente que en Gran Bretaña (Mehan, 1993: 252).
La individualización de los aspectos vitales tan afirmada por sociólogos ha
transformado los sentimientos de identidad en todas las naciones europeas.
Aún no se ha encontrado un sustituto para el Estado nacional en la comu-
nidad europea. En uno de los cuatro sectores de la matriz, en los sistemas
culturales-nacionales (Horseman y Marshall, 1994: 263 y ss.) con sus respecti-
vas diferencias en la política cultural, educativa y mediática, la Comunidad
Europea ni siquiera aspira a una concepción unitaria de la citizenship. En el
aspecto social permanecen muchas diferencias, no sólo a causa de la dife-
rencia en el desarrollo económico. Los aspectos regulativos sociales (relaciones
de trabajo, seguridad social) se adaptan determinantemente en Bruselas. El
núcleo distributivo de los aspectos sociales permanece siendo nacional, de modo
que también el citizen social seguirá siendo diferente a pesar de algunas con-
vergencias.
La citizenship es una especie de unidad simbólica de los distintos papeles de
los hombres en los sistemas políticos. La citizenship europea ya está en nues-
tros pasaportes. Sin embargo, la integración total sigue siendo un sueño,
e incluso para algunos ni siquiera es un buen sueño. La sociedad civil y la

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LA SOCIEDAD CIVIL: DE LA SOCIEDAD PRE-BURGUESA... 201

citizenship no se desarrollan en un discurso espontáneo “libre de dominio”.


Un momento de ventaja del poder y la información permanece bajo una
dirección estatal para el bien de la sociedad civil. Por ello, es mejor reducir
la pretensión de una “comunicación libre de engaño”. La sociedad civil es
un concepto de la sociedad justa con órdenes jurídicos que divergen fuer-
temente según la nación. La Comunidad Europea y los Estados que per-
tenecen a ella pueden promover la idea de la sociedad civil a través de la
inclusión fortalecida en el caso de la naturalización, ampliación de derechos
participativos para los extranjeros y la inclusión de los no-ciudadanos-del-
Estado socialmente débiles (O'Neil, 1996: 226). Para que no se adormezca
este ímpetu se requiere la presión de nuevos y no tan nuevos movimientos
sociales. En el caso del establecimiento de la agenda esto produce en general
éxitos rápidos. Mediante la imposición y la implementación, los movimien-
tos con buenas intenciones siguen, no obstante, dependiendo de un Estado
de derecho existente y de sus instituciones democráticas.

IV. Comentario final

“Sociedad civil” se traduce en el ámbito anglosajón muchas veces como “so-


ciedad burguesa”. Las enciclopedias y la historia conceptual enciclopédica
han hecho esto hasta nuestros días. Sin embargo, el concepto anglosajón ha
alcanzado un mejor balance entre tres principios y derechos de los hombres
(l'homme), del ciudadano (citoyen) y del burgués egoísta (bourgeois) que la mayoría
de las teorías alemanas de la “sociedad civil”. Desde Hegel, el concepto de
sociedad civil ha padecido de una fuerte relación con el Estado, la cual le es
ajena al pensamiento anglosajón desde Locke. Esta tradición —y reliquias
del rechazo marxista a lo “burgués”— llevaron a un sorprendente revival que
vivió el concepto alemán corriente de “sociedad civil” desde los años ochenta.
Los nuevos movimientos sociales necesitaron político-conceptualmente
nuevos términos. Los conservadores conceptuales consideran suficiente el término
de “sociedad burguesa” y rechazan el elemento de expectativa y movimien-
to en la expresión “sociedad civil”. Los nominalistas conceptuales —como el au-
tor— no encuentran ningún sentido en el derroche de fuerza en “corregir”
a un supuesto “uso del lenguaje destruido” (Hermann Lübe) y restituir el
sentido acreditado de conceptos mediante su respectivo origen, ya que éste
ni siquiera ha sido estable totalmente en ningún momento. Un nothing-new-
under-the-sun-approach no es adecuado para el caso de la sociedad civil. No
obstante, los pragmáticos conceptuales apuntan necesariamente a que el con-

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202 KLAUS VON BEYME

cepto de expectativa de “sociedad civil” trae consigo el peligro de un auto-


deslumbramiento ideológico, si en su utilización no se acepta que la lógica
de la vieja “sociedad burguesa”, en el sentido de Locke hasta Hegel, tiene
aún algún efecto.
El neopositivismo dogmático hubiera calificado el concepto de sociedad
civil probablemente como “fórmula vacía”. Con la aceptación de plantea-
mientos normativos en la investigación empírica ya no hay ninguna razón
para excluir este concepto de expectativa normativo de la discusión de la
ciencia política. No obstante, conceptos muy abarcadores y cargados de
sentimentalismo precisan de una “operacionalización”. Según mi opinión,
ésta puede realizarse mejor a través de un correlato concreto ante la abs-
tracción de sociedad civil. El concepto de citizen o citoyen ha sido suficien-
temente diferenciado desde Marshall, para constituir un punto de partida
para una medición concreta de la dimensión en que el postulado normativo
de la sociedad civil ya se ha realizado.

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Capítulo 16
LA SOCIEDAD CIVIL*

Edgar Esquivel Solís


Carlos Chávez Becker

Sumario: I. Definición. II. Historia, teoría y crítica. III. Líneas de inves-


tigación y nuevos desafíios. IV. Bibliografía.

I. Definición

Actualmente no existe una definición unívoca y plenamente aceptada por


la comunidad académica sobre el concepto de Sociedad Civil (SC en lo su-
cesivo). Por el contrario, es una noción que enfrenta un importante nivel de
polisemia, vaguedad e impresición. La falta de consenso en cuanto a su signi-
ficado puede ser producto de la disputa entre corrientes político-ideológicas
históricamente contradictorias, o simplemente, la confrontación de argumen-
tos de diferentes tradiciones académicas. En todo caso, lo importante es re-
conocer que hoy en día es una categoría en disputa que se encuentra lejos de
alcanzar un acuerdo en cuanto a su definición.
Pese a ser un objeto de investigación y análisis muy difuso, dinámico,
cambiante, flexible y ubicuo, ha visto multiplicado su uso de manera expo-
nencial hasta colocarse como un concepto de primera importancia tanto en
el lenguaje académico de las ciencias sociales como en los discursos y docu-
mentos de actores políticos e instituciones a nivel global y nacional.
De las diversas interpretaciones del concepto que surgen a partir de las
tradiciones que las postulan, podemos sin embargo, destacar sus coinciden-
cias o puntos mínimos de acuerdo:

1. La noción SC se refiere a un conglomerado heterogéneo, diverso y


continuamente divergente de actores y sujetos sociales que actuando

Este texto fue entregado ex professo para su publicación en este volumen (nota del editor).
*

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208 ESQUIVEL SOLÍS / CHÁVEZ BECKER

en el espacio público buscan lo que genéricamente se conoce como


el “bien común”, cada uno de ellos, desde su propia interpretación.
2. No alude ni explica un único mecanismo de interrelación entre cada
uno de estos actores y el sistema político o el económico.
3. Es un proceso de carácter moderno occidental.
4. Los actores de la SC no buscan conquistar el Estado o integrarse a
él, ni tienen como su objetivo central el lucro.
5. La formación de la SC en cada país o territorio determinado res-
ponde a procesos históricos y culturales particulares.1

Es de destacar que el común denominador en la mayoría de estos pun-


tos es la paulatina diferenciación sistémica de la SC con respecto a las esfe-
ras política y económica (Arato y Cohen, 2000), lo que resulta un buen hilo
conductor para explicar su proceso de desarrollo. Alcanzar estos mínimos
acuerdos ha sido un largo proceso de discusión y debate en el que diferentes
pensadores y científicos sociales han dialogado a lo largo de los últimos tres
siglos. En la siguiente sección, de manera breve, rastreamos los abrevaderos
teóricos de los que provienen cada uno de estos elementos para compren-
der con mayor profundidad la trayectoria y situación contemporánea de un
concepto sumamente importante en la actualidad.

II. Historia, teoría y crítica

1. Iusnaturalismo-contractualismo

El concepto de SC ha estado presente en el vocabulario político y académico,


de manera intermitente, a lo largo de los últimos tres siglos. Sus orígenes los
podemos localizar en la discusión iusnaturalista sobre los derechos naturales
del hombre (Bobbio, 1996: 15).
El proceso inicial de diferenciación sistémica que plantea Maquiavelo
al marcar los contornos que alejan a la esfera política de la ética, prefiguran
la distinción paulatina y progresiva entre el Estado, el mercado y la socie-
dad, como ámbitos regidos por reglas particulares cada uno. Es un primer
paso, para que ya entrado el siglo XX se recupere conceptualmente la idea
de SC, como una esfera separada empírica y analíticamente del Estado y
el mercado.
1 Corresponde a la adaptación regional —sui generis— del proyecto de la modernidad.
Es por ello que consideramos que hacer el cálculo sobre la dimensión asociativa para de
ahí extender inferencias sobre la SC en su conjunto es un error tal como lo considera De la
Maza (2000).

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LA SOCIEDAD CIVIL 209

El contractualismo hobbesiano plantea que a partir de dos pactos surgi-


rá el Estado. El primero, el pactum societatis crea la sociedad, y en el pactum
subiectionis, los individuos reunidos en Asamblea aceptan crear un poder co-
mún (el Estado). Así, primero se crea la asamblea (el antecedente de la SC)
y de ahí el segundo paso es la creación del Estado. Con el primer pacto una
multitudo se transforma en populus, con el segundo, el populus se convierte en
una civitas. Ésta última será el antecedente en el siglo XVII de la SC (Bo-
bbio, 1996: 94). En la vieja tradición europea, SC fue un término utilizado
recurrentemente como equivalente del Estado. Algunas de sus denomina-
ciones eran: koinonia politike, societas civiles, société civile, bürgerliche Gesellschaft,
civil society, societá civile, y el Estado como: polis, civitas, état, Staat, state, statu,
como términos equivalentes (Keane, 1988: 35 y 36).
En el pensamiento Ilustrado y de manera inicial, se contrapuso la SC
a una sociedad en estado natural (status naturalis); ello implicaría el paso de
una, la natural, en donde priva la ley del más fuerte a un estadío más avan-
zado, denominado SC (que hace referencia al status civilis), en donde el Es-
tado regulará las relaciones entre los hombres evitando la guerra de todos
contra todos que Hobbes trataba de salvar. John Locke en su Ensayo sobre el
gobierno civil, la equipara a la sociedad política, e indistintamente referirá a
una por la otra. Para Bobbio, Locke entiende que la posibilidad de un orden
social, implica salir del estado natural, para pasar al civil. Así, existe una
dicotomía implícita entre el estado de naturaleza y el estado civil, ya que en
el primero,

...son individuos aislados, no asociados, si bien asociables, actúan de hecho


siguiendo no la razón (que permanece escondida o impotente), sino las pa-
siones, los instintos o los intereses; el elemento constitutivo del segundo es
la unión de los individuos aislados y dispersos en una sociedad perpetua y
exclusiva que sólo permite la realización de una vida de acuerdo a la razón
(Bobbio, 1996: 54).

Según Locke la SC supone un ente político integrado por la sociedad, la


conformación de un gobierno, una ley que rige a los hombres, y un aparato
de justicia.
Hay quien señala que las tradiciones iusnaturalista y contractualista de
Hobbes, Locke y Rousseau concibieron a la SC como la antítesis del esta-
do de naturaleza, la superación de la etapa en la que el “hombre es lobo
del hombre” (Arditi, 2004: 4 y 5). Ambos estados, de naturaleza y civil, son
entonces antitéticos, en cuanto el estado natural representa la barbarie, y
el estado civil significa a su vez “político” de “civitas” y civilizado de civilitas
(Bobbio, 1996: 55).

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210 ESQUIVEL SOLÍS / CHÁVEZ BECKER

Si bien es cierto lo anterior, entre Hobbes y Locke hay una diferencia


fundamental: Para el primero, partidario del Estado absoluto, la SC prácti-
camente se funde en el Estado, formando un ente unitario y monolítico (el
Leviatán), mientras que para el segundo, “la monarquía absoluta, que al-
gunos tienen por único gobierno en el mundo, es en realidad incompatible
con la SC, y así no puede ser forma de gobierno civil alguno” (Locke, 1999).
Esta diferencia, revela el carácter libertario de Locke y lo coloca como un
precursor sumamente importante en la tradición liberal de la SC.
La SC revela, desde sus primeras interpretaciones, su estatuto como
espacio de libertades. Sin embargo, el ejercicio de derechos ha conllevado
tensiones y disputas (cfr. Esquivel y Chávez, 2007), pues ello supone no sólo
distinguirla de una sociedad natural o en estado de naturaleza, en donde
priva la barbarie, sino también distinguirla de una sociedad religiosa. Esto
implica la institución de un orden político en donde hacer pleno el Proyecto
Ilustrado.
El recorrido inicial que hace la filosofía política liberal, con el proyecto
emancipatorio que contiene, le confiere una enorme expectativa puesto que
es justo desde el proyecto ilustrado (sintetizado en igualdad, libertad y fra-
ternidad), en donde será viable la existencia de una SC.
La teoría social poco se ocupará del concepto durante cerca de un siglo,
ya que las revoluciones —industrial y política— la marginarán, al desplazar
los debates hacia otras preocupaciones, particularmente en occidente por la
hegemonía del liberalismo sobre el pensamiento ilustrado y especialmente
en su disputa frente al marxismo.
Sin embargo, lo importante de este primer periodo de desarrollo del
concepto está en que desde este momento adquiere dos de sus características
básicas y que nutren hasta nuestros días las distintas variantes del concepto:
Por un lado, la idea (dentro del proyecto ilustrado) de la SC (en asociación
directa con el concepto de Estado) como antítesis del estado de naturaleza
y por el otro, que es, en parte, la consecuencia del pacto terrenal mediante
el cual se instaura la idea de orden como una construcción y no como “una
derivación teológica” a partir de la “obra de Dios” de los asuntos públicos
(Arditi, 2005: 227). Es a partir de ambos reconocimientos que la idea de SC
adquiere su dimensión moderna.

2. Hegel

Durante una buena parte del siglo XVIII y las primeras décadas del
siglo XIX la categoría es parcialmente abandonada y es Hegel quien la

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LA SOCIEDAD CIVIL 211

rescata en su libro sobre Filosofía del derecho publicado en 1820. El autor ale-
mán, basado en la distinción entre el nivel comunitario macro (el Estado) y
el nivel comunitario micro (la familia) ubica a la SC (Zivilgesellschaft) como un
nivel intermedio. Precursor de la democracia corporativa, Hegel, apuesta
básicamente a que serán los grupos gremiales y su representación funcional
(no territorial) de intereses los que introducirían “un orden político” a las
sociedad modernas (Serrano, 1999: 70), ya que son un eficaz límite al poder
del Estado. Así, es probablemente el primer autor que habla de una serie de
actores sociales de intermediación entre el Estado y la familia, lo que a la
postre sería su gran aportación.
La interpretación de Hegel de la SC, que en los hechos constituye un
renovado uso del concepto, da pie a dos lecturas que parten del mismo su-
puesto de una esfera (separada analíticamente) de intermediación entre el
Estado y la familia (o un nivel microsocial muy básico), pero que tienen una
orientación ideológica contrapuesta como son el marxismo y el liberalismo.

3. Liberalismo-pluralismo

Una vez que fue recuperado el concepto SC, a mediados del Siglo XIX
y teniendo como marco una acelerada serie de transformaciones político-
sociales de enorme importancia,2 la noción de SC se transforma y se restrin-
ge para aludir a una gama de organizaciones y asociaciones que pretenden
diferenciarse del Estado —todavía con fuertes tintes absolutistas— (Wol-
dring, 1998: 367). De acuerdo con Alexander (2000: 699), entonces todavía
“era una noción inclusiva, un concepto muy amplio para referirse a una
plétora de instituciones fuera del Estado” en las que se

incluía el mercado capitalista, y sus instituciones, pero también lo que Tocque-


ville llamaba “religión voluntaria” (las denominaciones protestantes no esta-
blecidas), las asociaciones y organizaciones públicas y privadas, todas aquellas
formas de relaciones sociales de cooperación que creaban lazos de confianza,
la opinión pública, los derechos e instituciones legales y los partidos políticos.

En esta versión del concepto, Tocqueville juega un papel preponderan-


te, ya que enfatiza, retomando algunos planteamientos de Locke, la nece-
sidad de fortalecer un conglomerado de asociaciones libres que medien la
relación entre los ciudadanos y el Estado (1957: 473-476). Más aún, el autor
2 Como la paulatina ampliación del voto, la creación y refinación de sistemas electorales
representativos, la revolución de procesos productivos, el aumento poblacional, entre otros.

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212 ESQUIVEL SOLÍS / CHÁVEZ BECKER

francés explica que las asociaciones, sobre todo en la tradición anglosajona


y particularmente en los Estados Unidos, cumplen la función de potenciar
la acción de los individuos sin necesidad de apelar al Estado, prácticamente
en cualquier “ámbito de la vida social” (1957: 206). Al autor le resulta su-
mamente novedoso encontrar asociaciones de todo tipo, no sólo políticas,
comerciales o industriales. Esto es debido a que “un gobierno no puede
bastar para conservar y renovar por sí solo la afluencia de sentimientos y
de ideas en un gran pueblo, así como no podría conducir todas la empresas
industriales”, por ello afirma: “las asociaciones son las que en los pueblos
democráticos deben ocupar el lugar de los particulares poderosos que la
igualdad de condiciones ha hecho desaparecer” (Tocqueville, 2000: 475).
En una de las versiones del concepto que surgen en la época se asocia
progresivamente a la SC con el mercado (o más precisamente con las orga-
nizaciones mercantiles) a medida que se trasladan analíticamente muchos
de sus valores democráticos, civilizadores y cooperativos y, entonces, se le
vincula casi exclusivamente con el mercado capitalista. De esta manera, la
idea de SC se asocia directamente con “el propio mercado capitalista, sus
contratos, comercio, circulación de mercancías y dinero, sus comerciantes y
la propiedad privada” (Alexander, 2000: 699).
Ya sea que la SC fuera vista como el mercado o simplemente como
un ente separado del Estado, lo cierto es que del planteamiento liberal de
Tocqueville, se desprenden las primeras menciones de la sociedad contra
el Estado y se deja de lado definitivamente el viejo esquema que asociaba
esta idea con la de Estado dentro de la tradición absolutista y se inaugura
así, con toda claridad, el proyecto liberal del Estado, la democracia y la SC.
Ahora bien, otro de los elementos fundamentales en la teoría de To-
cqueville sobre la SC es su carácter plural. Al respecto, el autor francés
señala que las organizaciones y asociaciones se conforman con distintos
objetivos, alcances, criterios y miembros. Las hay “religiosas, morales, gra-
ves, fútiles, muy generales y muy particulares” y se crean “para dar fiestas,
fundar seminarios, establecer albergues, levantar iglesias, distribuir libros,
enviar misioneros a las antípodas y también crean hospitales, prisiones o
escuelas” (Tocqueville, 2000: 473). Por ello, no obstante el tema o preocu-
pación de que se trate, en las sociedades liberales y democráticas —sostiene
el autor—, surgirá una asociación de carácter civil para atenderlo. De aquí
se desprende, como conclusión lógica, que en estas sociedades hay asocia-
ciones con preocupaciones diversas, muchas veces muy diferentes entre sí y
con proyectos, objetivos, programas, prácticas y estrategias continuamente
contradictorias.

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LA SOCIEDAD CIVIL 213

El planteamiento pluralista de la SC fue retomado más recientemente


por autores como Bobbio (1999), Dahl (1968) o Diamond3 (1997 y 1999),
entre muchos otros, quienes coinciden en pensar a la SC como una dicoto-
mía del Estado.4 No se trata de una categoría residual —como bien señala
Diamond—,5 sino más bien de un concepto que explica la existencia de un
espacio en “donde surgen y se desarrollan los conflictos económicos, socia-
les, (y) religiosos, que las instituciones estatales tienen la misión de resolver
mediándolos, previniéndolos (o), reprimiéndolos” (Bobbio, 1999: 43). Des-
de esta perspectiva, la SC es vista como un conglomerado de asociaciones
y grupos organizados a diferentes niveles y con diferentes objetivos que, sin
embargo, van delineando y dando forma, en términos sistémicos (Easton,
1997), a las demandas (inputs) que dirigidas hacia el sistema político, éste
tendrá que responder y/o resolver (outputs). Desde la óptica de Bobbio, sin
embargo, esta relación no es tan mecánica, ya que existen una serie de pro-
cesos contradictorios y dialécticos en los que la SC y el Estado se influyen y
determinan mutuamente ad infinitum. Para el autor: “la sociedad y el Estado
fungen como dos momentos necesarios, separados pero contiguos, diferen-
tes pero interdependientes, del sistema social en su complejidad y en toda su
articulación” (Bobbio, 1999: 67).
En el modelo pluralista schumpeteriano o teoría económica de la demo-
cracia, como también se le conoce, la opinión pública —de la misma forma
que encontramos en Tocqueville— resulta un componente fundamental del
concepto de SC. Desde esta perspectiva teórica es entendida como la forma
que tienen los actores de la sociedad de expresar su disenso y llegar a con-
sensos sobre determinados temas. En este mismo sentido, para Dahl (1968:
17), un régimen en el que de alguna manera esté limitado o constreñido el
proceso de construcción de la opinión pública, de participación, encontrará
mayores riesgos en el correcto procesamiento de las demandas de la SC y,
más en general, en el funcionamiento de la democracia.
Como vemos, dentro de la concepción liberal de la SC, el elemento
fundamental del concepto es la diferenciación sistémica que se hace con el
Estado, diferenciación que prevalece hasta hoy en casi cualquier interpre-
tación que se haga de la misma. Por otro lado, dentro de la visión liberal,
pero con mucho más claridad dentro del esquema analítico del pluralismo,

3 En este sentido, el llamado que hace Diamond es a evitar pensar a la SC como pura
negatividad, es decir, todo lo que no es Estado.
4 Esto sería ver al Estado como el único referente constitutivo de la SC, su alter.
5 Es decir, un concepto en el que se colocan todos los actores que analíticamente no
pueden ser ubicados en los otros subsistemas sociales.

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214 ESQUIVEL SOLÍS / CHÁVEZ BECKER

se rescata la heterogeneidad y enorme diversidad que existe entre las orga-


nizaciones e instituciones que la conforman.

4. Marx y Gramsci

En este mismo periodo, se siembra también la semilla de una versión


analíticamente cercana a la versión tocqueviliana de la SC, pero ideológi-
camente contrapuesta. Nos referimos a la versión marxista del concepto de
SC. En este caso, la idea de la sociedad contra el Estado se reproduce en for-
ma de contraposición clasista del naciente proletariado contra el Estado de-
cimonónico (crecientemente) burgués. El Estado, desde la lógica de Marx,
se coloca como la herramienta de dominio y explotación burguesa, por lo
que se hace necesaria su destrucción y la emergencia de un nuevo Estado
dominado por el proletariado (Lafferty, 2000). La SC, desde esta postura,
es asociada directamente o definitivamente fundida en la clase proletaria y
tiene, por consiguiente, la misión histórica de derrocar el Estado burgués.
Ahora bien, ya entrado el siglo XX, Gramsci retoma la postura mar-
xista sobre la SC y refina su argumento. Para el autor italiano, la “SC es el
contexto de grupos de acción autónomos distintos del poder económico y
del Estado” (Cox, 1998: 134), en la medida en que el último es considerado
la herramienta de dominación burguesa y el primero su espacio natural.
Por ello, desde un ángulo, la SC es vista como el espacio de la construcción
hegemónica y, por el otro, el locus de la formación de un bloque contrahe-
gemónico (el bloque histórico) que tiene como misión derrotar al bloque
hegemónico, encabezado por la burguesía y su Estado6 (Fontana, 2006: 55).
Esta aseveración no es menor, puesto que es probablemente el primer autor,
por consiguiente, que separa de manera analítica, la esfera mercantil de la
esfera social organizada de la sociedad.
Con esta distinción, el autor explica a la SC como la esfera, no de la
libertad, sino como el espacio en el que se funda la hegemonía. De acuerdo
con Buttigieg (2001: 45), ésta depende, sin más del consenso, y su construc-
ción presupone congruencia “de intereses económicos y la formulación y
diseminación de un modo de vida (y una concepción del mundo) entre la
gente”7 (2006: 55 y 56). Más que de manera coercitiva, explica, la hege-
monía se construye “con medios extremadamente complejos, instituciones
diversas y procesos que cambian constantemente” (ibidem: 41).
6
Para Cohen y Arato (2000: 181) el argumento gramsciano de la SC aparece como
una dualidad, ya que es ahí en donde se construye la hegemonía cultural pero además es el
espacio para la emancipación.
7 Traducción de los autores.

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LA SOCIEDAD CIVIL 215

El Estado liberal representa, en Gramsci, la materialización de las liber-


tades fundamentales pero sólo mientras son ganadas por y para una clase
en particular: la burguesía. Es decir, para el autor, la fundamentación del
orden liberal en el marco de los principios que instituyen los derechos civiles
o del hombre, especialmente en su pretensión universal, son utilizados como
privilegios para perpetuar a la burguesía y su dominación socioeconómica
(ibidem: 45). Así, a través de la idea de hegemonía, explica cómo el orden li-
beral (extremadamente favorable para la burguesía y la expansión de sus ne-
gocios), “aparece como el orden per se” (ibidem: 52). Sin embargo, la ficción
necesaria, que es que “el gobierno del Estado trasciende las distinciones de
clase, es creíble sólo si se hacen concesiones que satisfacen las necesidades
apremiantes y las aspiraciones de los estratos menos aventajados de la po-
blación” (ibidem: 52). Por eso desde la visión liberal, la idea del orden social
perfectible dependerá de una competencia correcta y libre, que se plantea
algo habitual. Así las luchas por transformar el orden se realizarán en la SC
sin tocar el aparato jurídico-político del Estado (ibidem: 53). Sin embargo,
para Gramsci es justo en ese mismo espacio, el de la SC, en el que un or-
den alternativo será construido, “es el terreno sobre el cual el soporte de un
nuevo Estado y de un nuevo orden puede ser construido” (Cox, 1998: 130).
De cualquier manera, ya sea la versión marxista o gramsciana, preva-
lece la idea de la sociedad contra el Estado que, desde la tradición liberal,
Tocqueville mantuvo. Lo relevante del planteamiento de Gramsci es que
por primera vez se habla de un ente social diferenciado del Estado, pero
además diferenciado del poder económico (o del mercado) y de la SC como
el espacio de la construcción de la hegemonía.

5. El funcionalismo

Para Habermas, Parsons fue el primero que hizo uso en la sociología


de la “teoría de sistemas”, la cual parte de las ciencias duras y que conside-
ran las entidades orgánicas así como las mecánicas, en términos de sistemas.
La teoría de sistemas parsoniana ve a la sociedad como un enorme sistema
constituido por una serie de partes interrelacionadas.
La perspectiva sistémica parsoniana está anclada en la lógica de inter-
cambios subsistémicos, lógica bajo la cual es casi imposible establecer la
idea de la SC. Hay claramente al menos dos inconvenientes de un análi-
sis de tipo sistémico para la categoría de SC: el primero, surge de las premisas
de dicha perspectiva. Para Parsons al igual que sus seguidores, el sistema en
su conjunto lo conforman una serie de múltiples subsistemas, esto encierra

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el desafío de generar una explicación empíricamente consistente que dé


cuenta de las interacciones entre tantos subsistemas (religioso, educativo,
económico, entre otros) y obviamente el intercambio de lógicas que cada
espacio supone. El segundo desafío, constituye la principal preocupación
de la propuesta parsoniana y es la del mantenimiento del orden como pre-
misa fundamental, este argumento se ancla en la propuesta hobbesiana,
marginando o limitando la idea de la SC en clave sistémica, al menos desde
Parsons.
Habermas señala que los teóricos de sistemas parten del supuesto de
que el lenguaje puede diferenciarse de cualquier otro medio de control sub-
sistémico —en el caso del Estado el medio de control es el poder, en la
economía lo es el dinero—. Así lo que él se propone es demostrar que úni-
camente los ámbitos funcionales de la reproducción material pueden dife-
renciarse del mundo de la vida a través de tales medios de control sistémico.

6. El neomarxismo: el debate contemporáneo de la SC

La teoría crítica, a diferencia de otras teorías, distingue a la SC del Es-


tado y de la economía, pero difiere del liberalismo clásico en que no asume
a la familia como parte de ésta. Además la SC no es considerada más, como
el sistema de las necesidades económicas, a diferencia del marxismo. Sin
embargo, se considera a la teoría crítica como heredera en cierto modo del
marxismo desarrollado por Gramsci, quien por cierto abona de forma im-
portante a la paulatina diferenciación analítica de la SC.
Habermas considera que es en el siglo XVIII, el siglo de las luces, donde
emergió esta esfera pública. La esfera pública es resultado del proceso de
diferenciación que distingue a la modernidad de etapas previas. Tal proceso
consiste básicamente en que cada espacio, así como cada actividad —eco-
nomía, Estado y sociedad— encuentran límites a su acción y se realizan des-
de distintas lógicas. Supone también la existencia del espacio público que,
por contraposición presupone un espacio privado, ambos garantizados por
un conjunto de derechos e instituciones.
Desde la postura de Habermas, somos seres políticos sólo en el espacio
público, aunque debemos tener cuidado de pensar que lo público es nece-
sariamente político. Por ello, existen para el autor diversas esferas públicas,
resultantes de distintos espacios y actividades sociales. Podemos así señalar
una esfera pública: que puede ser artística, estética y/o incluir los medios de
comunicación, entre otras esferas, que en teoría tendrían que reflejar los dis-
tintos debates que se desarrollan en una sociedad plural —diferenciada— y

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LA SOCIEDAD CIVIL 217

por supuesto debieran reflejar también el debate y reflexión de una esfera


pública política, donde la sociedad participa. Así la política, no es privativa
de los políticos profesionales, sino al contrario, la sociedad hace también la
política. Aquí se va esbozando el espacio de interacción que se da entre la SC
y la sociedad política.
Al respecto para Arditi (2004: 6),

Habermas sostiene que el aliciente inicial de estos espacios públicos primi-


tivos era el uso público de la razón a través de la participación en debates
crítico-racionales. Más adelante, agrega, el objetivo perseguido por la esfera
pública de la sociedad civil europea fue el de contrarrestar las prácticas se-
cretas del Estado, y con ello promover leyes basadas en la ratio antes que en la
voluntas del soberano absoluto (Habermas, 1989: 27, 52 y 53).

Para Habermas la opinión pública que se manifiesta en el espacio pú-


blico, ambos garantizados por derechos, es una condición necesaria para el
desarrollo y existencia de la SC. En este sentido, Benjamín Arditi, sostiene
que para Habermas, la publicidad es inherente a la SC, es decir, desde su
surgimiento combate el secretismo. En esta tesitura, es por esta razón que
las sociedades secretas (logias y sectas, entre otras) no pueden ser conside-
radas parte de ella.
De acuerdo con Habermas, el espacio público es también donde se de-
sarrolla la acción comunicativa, es decir, es donde mediante un diálogo crí-
tico-racional los sujetos somos capaces de construir consensos. Es el espacio
público donde la SC acota al poder político sin intentar transformarse en él.
Es entonces donde los ciudadanos desde una identidad social participan en
política, sin ser poder político, sin perder la autonomía. Este último criterio
se deriva del mismo proceso diferenciador de lógicas y espacios que hemos
descrito en este trabajo; del establecimiento de fronteras nítidas.
La teoría crítica ubica a la SC como la esfera de la formación de la
identidad de los sujetos, de la integración social y la reproducción cultu-
ral, aunque esa función también la realizan tanto el Estado como la esfera
económica. Pero a diferencia de otros paradigmas, dicha participación del
Estado, así como de la esfera económica, deben ser únicamente de apoyo,
no de liderazgo, o guía (Chambers, 2002: 90 y 91). Ya que de lo contrario
opera el fenómeno de la colonización del mundo de vida.
Así, para el autor, la acción comunicativa debe también su capacidad
de coordinar la acción a pretensiones de validez susceptibles de crítica, que
pueden desempeñarse mediante razones y que, en cuanto son reconocidos
intersubjetivamente tienen como resultado un consenso. Para Habermas

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existen “ámbitos del mundo de la vida que se especializan en transmitir va-


lores recibidos y saber cultural, en integrar grupos y socializar al individuo,
por su propia estructura dependen de relaciones solidarias y se ven remiti-
dos a ellas” (1992: 283). Este espacio es justamente el de una sociedad de
tipo civil.
Andrew Arato y Jean Cohen consideran que los conceptos de sistema y
mundo de la vida y la interacción entre ambos permiten desarrollar lo que se
considera, hasta ahora, el más avanzado modelo de interpretación sobre
la SC, argumento que compartimos, y esquema que, aunque también con
limitaciones, ha permitido indagar sobre un tema por muchos años descui-
dado: la SC.
De manera profusa destacan Arato y Cohen, en su obra Teoría política y
sociedad civil (2000 y 1999: 83-112) la necesidad imperiosa de reconstruir el
concepto SC para no oscilar entre los proyectos basados en Hegel, Tocque-
ville, Gramsci o Parsons, ya que aunque todos introdujeron aportaciones
interesantes se han demostrado sus grandes limitaciones.
Proponen como primer paso utilizar un modelo de tres partes (econo-
mía, sociedad y Estado) heredado de Gramsci y Parsons. El siguiente paso
que realizan consiste en demostrar la modernidad de la SC a contra co-
rriente de los argumentos de Luhman, partiendo de que es posible un mun-
do de la vida racionalizado donde el aprendizaje normativo y los derechos
fundamentales son parte de la estabilización en las sociedades modernas.
Abordan las amenazas, como aspectos negativos de la SC argumentando
que en el modelo que ellos desarrollan es posible explicar esta dimensión
negativa.
Así, desde la teoría crítica donde Arato y Cohen se ubican, se parte del
reconocimiento e importancia de la economía de mercado, sólo que a dife-
rencia del liberalismo y sobre todo de su variante fundamentalista neoliberal
de los últimos años, la posición frente a este último es crítica, señalando
sobre todo los perjuicios que ocasiona cuando la lógica propia del mercado
coloniza los espacios de la SC o del Estado.
Para Habermas (1992), resalta el concepto de mundo de la vida, inte-
grado socialmente por medio de interpretaciones de un consenso asegura-
do normativamente o creado comunicativamente ocupa un espacio teórico
similar al de la SC en el modelo tripartito. Para Arato y Cohen, Habermas
define el mundo de la vida, que se refiere a la reserva de tradiciones cono-
cidas implícitamente, a los supuestos ya existentes que están incorporados
en la lengua y en la cultura y a los que recurrimos los individuos en la vida
cotidiana. Ahora, si bien el mundo de la vida es un espacio separado y di-
ferenciado del sistema y es el lugar donde es posible señalar la existencia de

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LA SOCIEDAD CIVIL 219

una SC, se distingue respecto de esta última, en que “es el mundo de la vida
institucionalizado”.
El derecho posibilita la existencia del mundo de la vida, garantizando la
libertad y la participación en una lógica distinta del sistema —diferencia-
da—, entonces el mundo de la vida se transforma en SC cuando adquiere
un carácter institucional, es decir cuando nos asociamos con otros para pro-
mover nuestros intereses, cuando desarrollamos una identidad organizativa
y nos comunicamos por medio de la acción comunicativa buscando cons-
truir consensos.
Hay que precisar que cuando Arato y Cohen hablan de SC proponen
un espacio constituido por diversos elementos, léase: a) pluralidad de or-
ganizaciones y movimientos sociales, grupos de diversos tipo, formales e
informales, asociaciones vecinales, organizadas de manera voluntaria y au-
tónomas; b) publicidad, ya que la naturaleza del debate en la SC es público,
aquí proponen instituciones de comunicación y cultura; c) privacidad, la
posibilidad de que los sujetos tengan el dominio tanto de sus preferencias
morales como de su propio autodesarrollo, y d) legalidad: normas y dere-
chos elementales que delimitan todos los puntos anteriores.. En conjunto
estos elementos conforman una sociedad de tipo civil (2000).

III. Líneas de investigación y nuevos desafíos

La revisión y análisis del desarrollo del concepto de SC que hemos hecho


hasta aquí nos permite arribar a algunas conclusiones tentativas. La primera
de ellas es, retomando lo dicho en el primer apartado, que hay una serie de
convenios mínimos con respecto a su significado y alcances, sin embargo, más
allá de dichos acuerdos la discusión es muy rica y se desarrolla en un gran
número de líneas de investigación. El momento actual ofrece probablemente
como único denominador común la falta de acuerdo.
En este sentido, el trabajo de Michael Edwards (2004) es quizá una de
las aproximaciones más comprensivas, y que mejor nos permite pensar el
presente de un concepto con variadas y múltiples interpretaciones e, incluso
en disputa, por fuentes y corrientes de pensamiento divergentes u oposito-
ras. En efecto, para Edwards las teorías y distintas lecturas del concepto en
revisión se pueden dividir en tres grandes grupos: aquellas que ven a la SC
como la vida asociativa, aquellas que la ven como la buena sociedad y las
que la entienden como la esfera pública. En otras palabras podríamos decir,
siguiendo a Edwards, que la SC puede ser vista como una parte de la socie-
dad, como un tipo de sociedad o como un espacio de la sociedad.

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220 ESQUIVEL SOLÍS / CHÁVEZ BECKER

Es probable que, en buena medida, este panorama se haya originado


por lo que Sartori (2000) llama: el fenómeno del “estiramiento del concep-
to”; que ocurre comúnmente en las ciencias sociales. Con dicha idea se trata
de explicar cómo a menudo los conceptos en nuestras disciplinas, debido a
la falta de rigor metodológico o a la confrontación ideológica que los subya-
ce, van paulatinamente comprendiendo más fenómenos e ideas hasta con-
vertirse en nociones tan amplias, que al abarcar tal cantidad de referencias
empíricas, no explican nada y pierden casi por completo su significado.
Muy probablemente esta sea la razón por la cual en las Ciencias Socia-
les y más particularmente en el análisis de la acción colectiva, han surgido
otros conceptos que, haciendo referencia casi al mismo objeto de estudio, lo
nombran de una forma totalmente diferente. Conceptos tales como tercer
sector, sector no lucrativo (non profit), sector voluntario, capital social, redes
sociales y otros, han emergido dentro del lenguaje de las disciplinas del aná-
lisis social para rescatar una o alguna de las características de las organi-
zaciones y grupos que protagonizan y han participado la denominada por
varios teóricos como una ola asociativa global.
Para algunos autores estos conceptos no han más que venido a introducir
mayor confusión en un debate de por sí complejo, intrincado y seguramente
irresoluble. Sin embargo, en buena medida están ahí para constatar que
efectivamente hay carencias y limitaciones en las distintas teorías y explica-
ciones de la SC.
Uno de los desafíos más importantes que enfrenta el concepto es el de
dar cuenta de la creciente transnacionalización del activismo cívico, resul-
tado de la creciente migración internacional. Actualmente no hay forma de
sostener que estamos ante la presencia de un fenómeno de SC global, como
sostienen algunos. Pero es imperativo desarrollar el instrumental teórico
ante los nuevos retos conceptuales de la SC. Otro reto de la noción SC es
el de generar la metodología necesaria para dar cuenta de dicho fenómeno
tomando en cuenta las pre-condiciones a las que se enfrenta.

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Capítulo 17
PARTICIPACIÓN Y GOBERNABILIDAD*

Herminio S. de la Barquera y Arroyo


Alma A. Huitzil E.

Je participe, tu participes … vous participez, ils pro-


fitent (frase garabateada en los muros de la
Sorbonne)
mayo de 1968

Sumario: I. Introducción. II. Conceptos de participación. III. Las formas de


la participación. IV. Niveles de participación. V. La gobernabilidad. VI. Par-
ticipación y gobernabilidad en América Latina. VII. Consideraciones finales.
VIII. Bibliografía.

I. Introducción

En la actualidad, somos testigos de la aparición de un fenómeno que ya se


ha puesto muy de moda: se trata de la creencia muy generalizada de que la
participación entusiasta de la población en todo tipo de actividades políticas
y sociales es una especie de “Bálsamo de Fierabrás” para resolver los proble-
mas de las democracias que, como la nuestra, son aún jóvenes e incipientes.
Muchos dan por sentado que los ciudadanos de países democráticamente
más avanzados que el nuestro participan de manera más activa y comprome-
tida en los procesos de su vida política. De hecho, se escucha cada vez más
frecuentemente hablar de un término muy vago y de difícil definición, ligado
con el fenómeno de la participación: la llamada “democracia participativa”,
* El texto de este capítulo apareció, en su versión original, en la revista Con-ciencia políti-
ca, vol. 3, núm. 2, pp. 129-136, junio de 2006; para la presente edición ha sido reelaborado,
revisado y actualizado, con la amable colaboración de Alma Huitzil (nota del editor).

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224 DE LA BARQUERA Y ARROYO / HUITZIL E.

que tiene diferentes raíces y connotaciones y que expresa la idea de ampliar


los mecanismos de integración del Estado y de acercar la democracia a la
sociedad (Nohlen, 2006: 348). A esto se agrega un elemento más en el dis-
curso político desde la década de los noventa a esta parte: la preocupación
por los problemas de la gobernabilidad. Y es que, por ejemplo, al parecer ya
sabemos en América Latina cómo elegir a nuestros gobernantes; lo que aún
no tenemos bien definido es cómo controlarlos y en su caso, quitarlos del
puesto por vías institucionales, aunque después de lo ocurrido en Guatemala
en 2015, se comienzan a vislumbrar algunos caminos por los que quizá se
pueda transitar. Es por todo ello que ahora nos avocamos a externar algunos
comentarios sobre lo que es la participación política y sobre la relación que
guarda con las condiciones de gobernabilidad de una sociedad que busca
consolidar su democracia.
Ya desde la década de los sesenta del siglo XX empezó a cobrar im-
portancia la discusión en torno a la participación política, al mismo tiempo
que se prestaba mayor atención a conceptos tales como calidad de vida,
emancipación, progreso, solidaridad internacional y democratización. De
ahí la frase de Willy Brandt respecto a “atreverse a más democracia” (véase
Korte, 2003: 72). Y se entiende esta frase pues, invariablemente, la demo-
cracia es el marco propicio para abrir espacios de participación política y
social, en especial para quienes juegan con mayores desventajas: los pobres
y las minorías étnicas y culturales (Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo, 2004: 25). En la actualidad, en Europa, por ejemplo, jun-
to a conceptos tales como participación política, buen funcionamiento de
las instituciones, reconocimiento del bien común en una sociedad plural, o
subsidiariedad, entre otros, se manejan también algunos como el hartazgo
o cansancio de la política, el multiculturalismo, el racismo, la xenofobia, et-
cétera (cfr. Lauth et al., 2003: 389).

II. Conceptos de participación

Como ocurre con otros conceptos en la ciencia política, el de la participación


política entraña ciertas dificultades, pues no existe una concepción unívoca
que lo caracterice, además de que resulta complicado acotarlo y precisar sus
alcances y diferencias frente a otros tipos de participación como la social, la
ciudadana, la comunitaria, etcétera (véase Cunill, 1999: 69). Esto también
depende del concepto que manejemos de “política” y de “democracia”, pues
por ejemplo, si por aquella entendemos una “lucha por el recto orden” (Von

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PARTICIPACÓN Y GOBERNABILIDAD 225

der Gablentz) en el amplio sentido de política de bien común, entonces toda


participación merecería en última instancia el adjetivo de “política”. Por el
contrario, en el caso de que circunscribamos el término “política” a la acti-
vidad partidista de acceso al poder, no toda participación podría calificarse
como tal.
Así, Sydney Verba y Gabriel Almond (1963) desarrollaron una tipolo-
gía para las diferentes graduaciones de la “cultura cívica”, entendida esta
como la voluntad explícita de los individuos para participar en los asuntos
públicos. Después de clasificar la participación cívica en “parroquial”, “su-
bordinada” y “participativa”, veían en esta última la verdadera forma de
participación y la única que le podría dar estabilidad a la democracia. Esto
se relaciona con la idea de asumir cada uno las riendas del devenir político,
pues cada ciudadano puede hacer oír su voz, organizarse y demandar bie-
nes y servicios del gobierno. Es decir, se trata de ejercer influencia sobre las
decisiones políticas y de vigilar su correcta aplicación.
Para comprender el concepto que ahora nos ocupa, es necesario dis-
tinguir entre participación política en sentido de la colaboración en los
procesos políticos y participación política en el sentido de tomar parte de
los bienes materiales y culturales de una sociedad. Sin embargo, hay que
anotar que en las teorías del desarrollo más modernas se busca relacionar
estrechamente ambos aspectos de la participación política, añadiendo in-
cluso un tercer elemento, a saber: la activa participación de la población en
el proceso de desarrollo (Nohlen, 2002: 663).
La palabra “participación” nos indica que se está “tomando parte”,
pudiéndose distinguir una concepción instrumental y una normativa de la
participación política (para ello seguimos a Schultze, 2006: 1001 y 1002).
Hablamos de un enfoque instrumental al referirnos a todas aquellas formas
de participación política que llevan a cabo los ciudadanos de forma volunta-
ria, personal o colectivamente, con el fin de influir directa o indirectamente
a su favor en las decisiones políticas. Por lo tanto, se toma parte, se conside-
ran valores y se defienden intereses. Los destinatarios, en una democracia,
son quienes toman las decisiones políticas en las diferentes áreas y niveles
del sistema político. Por otro lado, para el enfoque normativo la partici-
pación adquiere otra calidad, pues no solamente es un medio para un fin,
sino también un objetivo y un valor en sí misma. En este sentido además de
ejercer influencia en la marcha de la comunidad y de representar intereses
legítimos de la misma, es parte de la realización personal del ciudadano en
la gestión del bien común, es decir, es parte de la actividad política, de la
lucha por el recto orden. Así, el enfoque instrumental de la participación

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226 DE LA BARQUERA Y ARROYO / HUITZIL E.

está orientado hacia el conflicto y posee un carácter más individual, mien-


tras que el enfoque normativo se orienta hacia el consenso y es comunitario
y expresivo.
Asimismo, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarro-
llo (2004) podemos definir la participación en distintos sentidos:

—— Estricto: restringiendo su alcance a la participación electoral.


—— Amplio: como la conexión con la toma de decisiones públicas, a tra-
vés de la mediación de los partidos políticos o de las organizaciones
de la sociedad civil.
—— Intermedio: formas más o menos activas de ejercicio de la ciuda-
danía, como consultas populares o en ámbitos deliberativos a nivel
local.

De igual manera conviene definir a la participación como un derecho,


en específico un derecho democrático, axioma que le dio la Comisión de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas en su resolución 1999/57, en
donde ofreció una lista de los derechos a una gestión pública democrática,
entre los que se encuentran los siguientes:

—— El derecho a la libertad de opinión y de expresión, de pensamiento,


de conciencia y de religión, de asociación y de reunión pacíficas.
—— El derecho a la libertad de investigar y de recibir y difundir infor-
mación e ideas por cualquier medio de expresión.
—— El imperio de la ley, incluida la protección jurídica de los derechos,
intereses y seguridad personal de los ciudadanos y la equidad en la
administración de la justicia, así como la independencia del Poder
Judicial.
—— El derecho al sufragio universal e igual, así como a procedimientos
electorales periódicos y libres.
—— El derecho a la participación política, incluida la igualdad de opor-
tunidades de todos los ciudadanos para presentarse como candida-
tos.
—— Instituciones de gobierno, transparentes y responsables.
—— El derecho de los ciudadanos a elegir su sistema de gobierno por
medios constitucionales u otros medios democráticos.
—— El derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a la función pú-
blica en el país propio.

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PARTICIPACÓN Y GOBERNABILIDAD 227

En ese sentido, al ya haber sido reconocida la participación como un


derecho, el Estado se encuentra obligado a protegerla y resguardarla. Pero
en realidad, lo más destacable de este punto es que los ocho incisos ante-
riores forman parte de la participación política, pues sin uno de ellos no es
dable propiciar el otro. Es decir, aún y cuando la participación política fue
señalada como un derecho, este no podría entenderse sin los demás, al estar
directamente relacionados, principalmente nos referimos al derecho de
acceso a la información y el derecho a la libertad de expresión y opinión. En
este punto tienen un papel protagónico las redes sociales que, en los últimos
años, se han caracterizado por lograr informar (o, a veces, mal informar)
a la población, organizarla e incluso mover a grandes grupos, llegando en
ocasiones a jugar un papel influyente en la toma de decisiones.
Finalmente, resulta conveniente identificar la principal diferencia entre
participación ciudadana y participación política, pues en algunas ocasiones
podemos caer en el extremo de usar los términos como sinónimos. En ese
tenor, la participación política se refiere a las acciones efectuadas por los
ciudadanos dentro de las instituciones formales y los mecanismos legales
del sistema político. Por lo contrario, la participación ciudadana se ejerce
cuando el ciudadano realiza acciones públicas que tienen por destino la
interacción con el Estado en el sentido de influir en este para establecer en
conjunto la planeación programática. En tales consideraciones, la principal
diferencia es que la participación ciudadana no siempre llega a tener inje-
rencia en el ámbito político o a través de las vías legales y busca establecer
las propuestas, planes, programas y presupuestos de las políticas públicas y
sus respectivos métodos de ejecución, supervisión, evaluación y rendición
de cuentas. Entonces, la participación ciudadana resulta ser la que abre los
espacios para que la ciudadanía pueda tener una participación política (cfr.
Aguirre Sala, s/a).
En ese sentido, resulta conveniente también analizar una definición de
participación ciudadana que consigna Galindo Vélez (2001: 174), quien
precisa que debe ser una “auditoría social”, cotidiana y en todos los ámbitos
y quehaceres de la sociedad, que sirva para asegurarse que la aplicación de
la ley y los procesos judiciales se hacen conforme a derecho y sin corrupción,
pues si el Poder Ejecutivo está facultado para verificar el cumplimiento de
las obligaciones fiscales de los ciudadanos como contribuyentes, resultaría
justo que la sociedad pudiera vigilar el correcto funcionamiento del go-
bierno.
Bajo ese contexto podemos afirmar que si la participación ciudadana
de manera global debe entenderse como una auditoría, esta fiscalización
invariablemente deberá concluir en la participación política de los ciuda-

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228 DE LA BARQUERA Y ARROYO / HUITZIL E.

danos, pues es a través de las instituciones o de los medios políticos que po-
drán sancionar a los funcionarios o ejecutar la planeación que propongan.
Sin embargo, esta manera de entender a la participación ciudadana no po-
drá ser acuñada sin una sociedad organizada, con ciudadanos íntegros que
en realidad busquen alcanzar el bienestar de la comunidad y no solamen-
te el propio. En efecto, podemos concluir que para que haya una partici-
pación ciudadana que pueda satisfacer las necesidades de nuestros paí-
ses debe haber una sociedad organizada, y para que este requisito se cum-
pla, debe haber un cambio en la cultura política.1

III. Las formas de la participación

Las formas en que se puede llevar a cabo la participación son muy variadas,
puesto que abarcan desde acudir a emitir el voto hasta el de ejercer un car-
go público, pasando por actividades incluso violentas o, por el contrario, de
desobediencia pacífica. Es por eso que en cuanto a la tipología de la parti-
cipación política es posible distinguir entre las siguientes díadas: 1) entre la
participación representativo-democrática y la participación de democracia
directa; 2) según el grado de la vinculación institucional, entre la participa-
ción garantizada por la constitución y la no garantizada; 3) según el status
legal, entre participación legal e ilegal, y 4) según el grado de reconocimiento
público, entre participación convencional y no convencional.
Esta diversidad de opciones coloca al ciudadano evidentemente ante
situaciones distintas en cuanto a inversión de tiempo, dinero y esfuerzo,
de intensidad y contundencia en cuanto a los objetivos que se persigan,
y de responsabilidad ética frente a sí mismo y frente a los demás. Partiendo
de que la forma más general, sencilla, igualitaria y barata de participación
política es la emisión del voto en elecciones, se ha observado que el grado
de participación y de compromiso depende en gran medida de la situación
socioeconómica de la persona: a un nivel socioeconómico-cultural elevado
corresponde generalmente un interés igualmente elevado por la participa-
ción, además de que se amplían las posibilidades y los canales de partici-
pación que están a disposición de los ciudadanos, por lo que es mucho más
posible que se alcance el éxito en la acción que se emprenda (véase Sánchez
de la Barquera, 2008).
La diferente cultura política explica en gran medida que la participa-
ción, particularmente en elecciones, se entienda de manera distinta no sólo
entre personas de diferente nivel socioeconómico, sino incluso entre países,
1
Remitimos a nuestros amables lectores a los capítulos 12 y 14 de este volumen.

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PARTICIPACÓN Y GOBERNABILIDAD 229

pues por ejemplo, en los países industrializados se entiende por lo general a


dicha participación como una obligación ciudadana, practicándose funda-
mentalmente con intención instrumental. Sin embargo, se observan cam-
bios significativos en la forma de participar de los ciudadanos en muchos
países. Por ejemplo, desde la “Revolución participativa” (M. Kaase) de los
años sesenta y setenta se ha observado en los últimos años un retraimiento
en las formas convencionales de participación, a la vez que se incrementa
la participación no convencional y de democracia directa. Además, parece
haber ciclos en la conducta participativa, pues a las épocas de gran partici-
pación pública siguen tiempos de retiro a la esfera privada (Schultze, 2006).
Es por eso que en muchas sociedades europeas —y en México también—
los ciudadanos se acercan cada vez con mayor interés a organizaciones no
gubernamentales o intermedias de la sociedad civil, al tiempo que se alejan
de los partidos políticos y de la participación en elecciones, incluso como
simples votantes, como consecuencia de la pérdida de confianza en algu-
nas instituciones políticas —como los partidos—, en lo que se ha dado en
llamar en Alemania “enfado o hartazgo de la política” (Sánchez de la Bar-
quera, 2008).
Y es que, como refiere Araque Calderón (2008), desde hace cierto
tiempo, las estructuras partidistas comenzaron a mostrar fallas en su fun-
cionamiento, hasta el grado de llegar a hablarse de la presencia de una cri-
sis de dichas estructuras (principalmente crisis de identificación y represen-
tación), máxime que estas ya son incapaces de dar respuesta a las demandas
y expectativas de grandes grupos de ciudadanos, problemas que pueden
influir negativamente en la gobernabilidad, como veremos más adelante.

IV. Niveles de participación

Además de las formas de participación, hay autores que identifican distin-


tos niveles de participación, definidos por el grado de intervención de los
ciudadanos en los asuntos públicos y que se traduce en la relación entre el
gobierno y la sociedad, llámese separación o correspondencia (Centro de
Estudios Sociales y de Opinión Pública, 2006). De acuerdo con ello, existe la
siguiente división:

1. Participación en la información

Ernesto Villanueva (s/a) refiere que el primer nivel de participación se


da en el ámbito de la información. En ese tenor, definamos a qué se refiere

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230 DE LA BARQUERA Y ARROYO / HUITZIL E.

el derecho a la información. Comenzando por la definición de la Declara-


ción Universal de los Derechos Humanos en su artículo 19, es la garantía
fundamental que toda persona posee para:

—— Atraerse información: acceso a los archivos, registros y documen-


tos públicos, y la decisión de qué medio se lee, se escucha o se
contempla.
—— Informar: libertades de expresión y de imprenta y la constitución de
sociedades y empresas informativas.
—— A ser informado: recibir información objetiva, oportuna, completa
(derecho a enterarse de todas las noticias) y universal (para todas las
personas sin exclusión alguna).

De lo anterior se desprende el carácter fundamental que tiene el dere-


cho a la información para que pueda existir una participación ciudadana
que, de manera ordenada e informada, puede desembocar en participa-
ción política, toda vez que mantener informados a los ciudadanos significa
otorgarles las herramientas necesarias para evaluar el trabajo del gobierno.
Por ello, es claro que en el ámbito de la información no podemos hacer a
un lado el tema en boga que son las redes sociales, pues sin duda alguna se
han vuelto un elemento esencial en la participación de los ciudadanos, con-
virtiéndose también en un medio de desfogue social, satisfaciendo en gran
medida la necesidad de muchos por expresar su opinión y de hacer pública
la información para poder criticar (objetiva e incluso subjetivamente) el tra-
bajo del gobierno en sus distintos niveles y poderes.
Sin embargo, en gran medida, este tipo de participación se queda en
este primer nivel, pues como menciona Aguirre Sala (s/a: 91), en las redes
sociales la reacción de protesta es más intensa pero demasiado efímera o
utópica comparada con la planeación programática, además de que gene-
ralmente se funda en un sentimiento de desconfianza hacia las instituciones
de gobierno y en todo aquello que en ellas llega a institucionalizarse. Por
tanto, le es difícil rebasar el mero activismo y alcanzar un reconocimiento y
alcances más amplios.

2. Participación en la consulta

La participación en la consulta se refiere a los mecanismos con los que


cuentan los ciudadanos para hacer llegar al gobierno sus opiniones acerca
de las decisiones que se han tomado, pero como es de suponer, el gobierno

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PARTICIPACÓN Y GOBERNABILIDAD 231

no está obligado a cambiar su actuación con base en estas opiniones, por lo


que se queda únicamente en una crítica sin que necesariamente tenga una
respuesta; no obstante, este tipo de relaciones sociedad-gobierno legitima
las acciones de este último (Aguirre Sala, s/a).

3. Participación en la decisión

Este nivel de participación se desarrolla a través de diversas herramien-


tas que permiten a los ciudadanos participar en las decisiones que se tomen
respecto de asuntos públicos y que su opinión pueda definir el sentido de las
medidas tomadas. Un ejemplo de este nivel son los plebiscitos y referendos
(idem).
Estos medios de participación política tienen su fundamento en la Cons-
titución Política de los Estados Unidos Mexicanos, específicamente en los
artículos 3o., 35 y 40, y en las Constituciones locales de los estados integran-
tes de la Federación que sí contienen una definición de éstos, así como de su
forma de realización.

4. Participación en el control

Este nivel se refiere a la posibilidad de los ciudadanos de llevar a cabo


algún tipo de fiscalización y evaluación del trabajo gubernamental con el fin
de verificar que lo decidido de manera conjunta por el gobierno y la socie-
dad se haya llevado a cabo. En este caso, mecanismos como la revocación
de mandato y la rendición de cuentas pueden ser de gran utilidad (idem).
Un ejemplo actual de este nivel de participación es el caso de Guate-
mala —ya mencionado arriba—, en donde, con el apoyo de la Comisión
Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), un organismo
adscrito a la Organización de las Naciones Unidas, y la fiscalía del país, fue
posible desmantelar toda una red de corrupción y obtener la renuncia del
entonces Presidente Otto Pérez Molina y de otros funcionarios implicados
en el ilícito. La presión ejercida por los ciudadanos en diferentes grados de
organización fue también determinante (BBC, 2015). Este es un ejemplo
de que la participación política sí puede ser proporcionar fuerte impulso de
cambios, incluso radicales, dentro de la organización de los Estados y en el
desempeño gubernamental.

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232 DE LA BARQUERA Y ARROYO / HUITZIL E.

5. Participación en la ejecución

El último nivel, que se puede llegar a denominar el “esplendor de la


participación”, toda vez que implica la combinación de los anteriores nive-
les, indica coordinación y corresponsabilidad entre el gobierno y los ciuda-
danos (Aguirre Sala, s/a). En consecuencia, si este es, para muchos, el ideal
de nivel de participación en donde hay cooperación y corresponsabilidad,
implica que también se requiere de una gran organización por parte de la
sociedad, pues de lo contrario no podrían alcanzarse todos los niveles de
participación.

V. La gobernabilidad

Por gobernabilidad entendemos generalmente la capacidad de gobernar o


de “conducir algo a su fin debido” (Santo Tomás de Aquino), es decir, de ha-
cer valer decisiones socialmente obligatorias, orientándose hacia un objetivo,
para mantener de esta manera la capacidad de acción del sistema político
tanto hacia adentro como hacia fuera, especialmente frente a la sociedad y
a la economía, garantizando por lo tanto su legitimidad (Schultze y Nohlen,
2006: 648).
Son muchos los factores que inciden en la gobernabilidad. Entre ellos
están el tipo de sistema político, la relación entre la política y la sociedad,
la calidad y la cantidad de recursos materiales e inmateriales con que cuen-
ta un sistema político dado, etcétera. Es por ello que la gobernabilidad y
la conducción política en una democracia consolidada y orientada por la
competencia y la existencia de varios centros de poder es de diferente ca-
lidad respecto a Estados no democráticos. Esto no quiere decir que nece-
sariamente un Estado democrático sea más fácil de gobernar que uno no
democrático. De hecho, hay una “cierta dificultad”, que resulta “típica”,
para gobernar países democráticos (idem).
A nivel político-institucional encontramos, entre otros, los siguientes
factores que determinan la gobernabilidad: 1) la calidad y eficiencia de la
burocracia en todos los órdenes de gobierno; 2) la neutralidad del aparato
burocrático y su capacidad y disposición para poner en práctica administra-
tivamente las decisiones políticas, y 3) la formación de la élite política y la
capacidad de los partidos (idem).
En estas épocas de globalización, de fronteras nacionales y políticas
diluidas, de cambios en el concepto de soberanía del Estado nacional, de
creciente complejidad, sobrecarga e ineficacia en las tareas estatales frente

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PARTICIPACÓN Y GOBERNABILIDAD 233

a las crecientes expectativas ciudadanas, de problemas estructurales de la


democracia y de un cambio de valores en la sociedad “posmoderna”, somos
testigos del paulatino problema de gobernabilidad y de la limitación eviden-
te de la autonomía de la acción política (véase idem).
Es por ello que la ONU visualiza la necesidad de alentar la gobernabi-
lidad democrática, entendida como el fortalecimiento institucional del ré-
gimen, y sobre todo la cultura política, pues sólo de esta manera se podrán
crear los espacios de participación equitativa, siendo indispensable crear
una “voluntad política”, que se materialice en dirigentes comprometidos
con sus países y con la región, y en ciudadanos decididos a confrontar los
problemas y desafíos para vivir cada vez con más y mejor democracia (Pro-
grama de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2004: 32).

VI. Participación y gobernabilidad en América Latina

En muchas ocasiones se percibe en la población latinoamericana una especie


de necesidad de defensa de la sociedad frente a la agresión estatal, por lo que
se busca una relación de más autonomía de la sociedad civil con respecto al
Estado y a la sociedad política. De ahí que surjan ideas acerca de crear nue-
vos estilos de hacer política, para atenuar antagonismos y para ampliar los
ámbitos de solidaridad y responsabilidad en la toma de decisiones, procuran-
do comprometer a sectores y actores muy inclusivos de la sociedad política y
de la sociedad civil (véase Cunill, 1999: 72). Es por eso que aparecen cada vez
con mayor frecuencia aspirantes o candidatos que afirman de sí mismos no
ser políticos o por lo menos no pertenecer a partido político alguno, buscan-
do nuevos espacios de participación como “candidatos ciudadanos” o, como
también se les llama, “independientes”.
No debe extrañarnos por ello que en América Latina el tema de la go-
bernabilidad sea de gran actualidad. No basta con pensar en el ejercicio de
gobierno, sino también en las condiciones necesarias para que los gobiernos
cumplan con sus funciones de manera eficaz. Algunos autores consideran
que el fortalecimiento de la sociedad civil, la evolución de la cultura política,
el desarrollo económico y la integración de sectores cada vez más amplios
de la sociedad en el sistema productivo constituyen las condiciones necesa-
rias para garantizar la gobernabilidad (véase Schultze y Nohlen, 2006: 649).
En un importante trabajo acerca de la gobernabilidad en el subconti-
nente latinoamericano publicado en 1997, Achard y Flores (cit. por ibidem:
649 y 650) desglosan el concepto de gobernabilidad en cuatro ámbitos con
sus respectivos subtemas:

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234 DE LA BARQUERA Y ARROYO / HUITZIL E.

1) La gobernabilidad como la eficiencia del gobierno y del Estado


para formular y aplicar políticas económicas y administrar la ges-
tión pública;
2) La gobernabilidad como el grado de sustentación social que alcan-
zan las políticas públicas en medio de los ajustes modernizadores;
3) La gobernabilidad como variable política que resulta de la capaci-
dad decisoria que emerge de las reglas del juego de cada democra-
cia y de las respectivas dotaciones de decisionalidad, representación
y participación políticas que egresen de su sistema político, de su
sistema de partidos y de su sistema electoral, así como la relación
entre dichas variables y los elementos distintivos de la cultura polí-
tica de cada país;
4) La gobernabilidad, por último, como capacidad de administrar los
ajustes producidos como consecuencia de los procesos de integra-
ción económica.

Entre los subtemas de 1) tenemos, por ejemplo, el tamaño del Estado


y la definición de los campos de lo público y lo privado, las carencias insti-
tucionales, el problema de la burocracia y la capacidad del servicio civil, la
eficacia del sistema legal y de impartición de justicia, la transparencia en
la toma de decisiones y las presiones de la corrupción, los problemas de la
inseguridad pública, etcétera.
Entre los de 2) están nuevos modelos de políticas sociales sectoriales que
optimicen el uso de los recursos, funcionalidad económica de la equidad y
de la integración social como soportes del crecimiento económico, estrate-
gias para disminuir la pobreza, articulación social de las diversidades cultu-
rales, etcétera.
En 3) encontramos la capacidad del sistema político para mantener la
estabilidad y para configurar mayorías gobernantes, capacidad de los par-
tidos políticos para fungir satisfactoriamente como representantes popula-
res, aptitud de partidos políticos y de organizaciones sociales para canalizar
satisfactoriamente la participación política, y la capacidad del sistema polí-
tico para alcanzar la concertación social.
En el rubro 4) aparecen las opciones de cada país en términos de blo-
ques intralatinoamericanos y extralatinoamericanos, problemas geopolíti-
cos para la integración, capacidad de los gobiernos para enfrentar los inte-
reses corporativos que estorben el proceso de integración, entre otros.
En tales consideraciones encontramos que la participación política
se encuentra estrechamente relacionada con la gobernabilidad, e incluso
cuando la primera se ausenta, se puede llegar al extremo de una ingober-

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PARTICIPACÓN Y GOBERNABILIDAD 235

nabilidad por parte del Estado, como refiere Guerrero Orozco (1995), al
mencionar que existen tres tipos de disfuncionalidades que dan origen a la
ingobernabilidad y que se enumeran a continuación:

1. La primera visualiza a la ingobernabilidad como el resultado de


una sobrecarga de exigencias sociales, que obstruyen los procesos
gubernamentales de respuesta del gobierno y merman la capacidad
de servicio público.
2. El segundo enfoque la observa como un problema derivado de la
insuficiencia de ingresos fiscales provenientes de la actividad me-
ramente tributaria del Estado, ante el aumento incesante del gasto
público; es decir, la estrechez financiera es disfuncional al sistema.
3. Finalmente, la ingobernabilidad es concebida como el producto de
la crisis de gestión del gobierno y de la degradación del apoyo polí-
tico que le ofrecen los ciudadanos.

Es por todo esto que podemos colegir que la ausencia de participación


política en nuestros Estados nos puede llevar a un grado de ingobernabili-
dad, al perder el consenso de los ciudadanos, trayendo como consecuencia
la merma de disposición a la obediencia, principalmente cuando las políti-
cas del gobierno fluyen contra sus intereses, pues los gobiernos a veces olvi-
dan que uno de los insumos más poderosos en las transformaciones internas
en el Estado moderno es la expansión de la participación ciudadana en los
negocios públicos y, por ende, de la extensión y multiplicación de sus de-
mandas de bienes y servicios públicos (Guerrero Orozco, 1995: 2).

VII. Consideraciones finales

El tema de la gobernabilidad en Latinoamérica, es decir, en las nuevas demo-


cracias, es particularmente interesante si tomamos en cuenta el doble desafío
que enfrentan estas al tratar de inducir y controlar un proceso de reformas
por medio de instituciones que acusan una relativa debilidad. Es por ello que
la participación sugiere la intervención particular o colectiva de los ciudada-
nos en las distintas fases de la gestión pública, esto es, en la formulación, apli-
cación y evaluación de políticas sectoriales (cfr. Zilla, 2006: 651; la seguimos
en gran medida en estas consideraciones).
La importancia de un tema como el de la gobernabilidad en nuestros
países resalta si tomamos en cuenta los serios problemas que enfrentan los
gobiernos para satisfacer de manera eficiente las grandes necesidades socia-

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236 DE LA BARQUERA Y ARROYO / HUITZIL E.

les de una región caracterizada por enormes diferencias socioeconómicas y


con la mayoría de la población viviendo en la pobreza, pero a la que desde
hace siglos se le augura un futuro venturoso. La corrupción, por ejemplo, no
se encuentra solamente en las altas esferas gubernamentales o privadas, sino
que campea prácticamente en todas los ámbitos de la sociedad, lo que nos
lleva a una fuerte crisis de confianza. Además, la “ola privatizadora”, que
transfirió muchas funciones económicas del Estado al mercado, dejó des-
contentos a amplios sectores sociales. La “ola descentralizadora” delegó en
mayor o menor medida recursos y atribuciones a instancias locales y regio-
nales, si bien en muchos casos provocó paradójicamente un fortalecimiento
del gobierno central. Así es que ahora se habla de una “ola participacionis-
ta”, que busca traspasar competencias y funciones sectoriales del Estado a
la sociedad, permitiendo, fomentando y ampliando la participación directa
más intensa y con mayores implicaciones de responsabilidad de los ciuda-
danos en asuntos públicos.
La pregunta que puede hacerse a partir de lo anterior es que, si bien
es indudable el carácter positivo de la participación política creciente, pues
puede contribuir a aumentar la sensibilidad, la “responsividad”, la respon-
sabilidad, la legitimidad, la transparencia, el control y la lucha contra la co-
rrupción, lo que incide favorablemente en la gobernabilidad, es dudoso que
los efectos potencialmente positivos de la participación se generen indepen-
dientemente de su forma y dimensión, esto es, si todo tipo de participación,
en todos los niveles y dimensiones mantiene un carácter benigno, pues hay
fallas del sistema político que no necesariamente pueden ser neutralizadas
por medio de más participación, además de las tensiones que se podrían ge-
nerar por medio de una creciente participación. Es urgente por ello evitar
los riesgos que implica el sobreestimar las bondades de la participación en
el contexto de las democracias latinoamericanas. Nos preguntamos, a gui-
sa de ejemplo: ¿Cómo puede la sociedad luchar contra la corrupción por
medio de la mayor participación política, si ella misma ya es presa de dicha
enfermedad? ¿Cómo puede la mayor participación política generar mayor
interés por la cultura, si los actores de dicha participación se caracterizan
precisamente por su bajo nivel educativo y cultural? ¿Cómo luchar contra
la impunidad, si en mayor o menor medida, muchos son los beneficiados
por ella?
Se trata entonces de una participación más de calidad que de cantidad.
La mejor forma de participar políticamente es manteniéndose alerta e in-
formado, de tal manera que, ya sabiendo cómo elegir gobernantes, apren-
damos ahora a controlarlos o a influir para que se instituyan los mecanismos
necesarios para eso.

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PARTICIPACÓN Y GOBERNABILIDAD 237

Es por ello que el control de las instituciones públicas puede ser com-
plementado mas no reemplazado por el control extrainstitucional de la so-
ciedad civil. El Estado no puede ni debe renunciar a ser el rector —que
no dueño— de la economía, por ejemplo. No puede renunciar a ser una
instancia supervisora, sobre todo después de las privatizaciones, en muchas
ocasiones realizadas sin orden ni concierto.
Esto nos lleva a la conclusión de que —en lugar de sobrevalorar la
necesidad de incrementar la participación política— es necesario evaluar
críticamente en qué medida y en qué circunstancias la participación de los
ciudadanos en la formulación, implantación y evaluación de políticas sec-
toriales significa una descarga y no un lastre adicional para el Estado, un
aumento y no una disminución de la eficiencia en la gestión pública, una
reducción y no un agravamiento de los problemas de la desigualdad social,
un recurso que fortalece y que no socava la legitimidad de las instituciones
políticas, es decir, un aliciente, un fomento para la gobernabilidad, y no un
obstáculo más para ella. La búsqueda del justo medio es en este caso más
importante que nunca; ahí radica el secreto.
En cuanto a la política social, tan importante en nuestro continente, la
participación política sigue siendo de primordial importancia, particular-
mente en los casos de proyectos de autoayuda, en los que los principios
de solidaridad y subsidiaridad ayudan a estructurar mejor las condiciones de
vida más inmediata y a consolidar el desarrollo económico y social. Esto
permite fomentar la iniciativa propia de las comunidades, de los grupos y
asociaciones y aprovechar las reservas humanas y materiales. Es decir, la
llamada “movilización” mejora las formas de vida en lo personal y en lo co-
lectivo, le da a la organización mayor peso político, estrecha los lazos de soli-
daridad —lo que posibilita y fortalece una relación subsidiaria frente a otras
instancias— y acrecienta las oportunidades de participación en los procesos
políticos de la comunidad (véase Nohlen, 2002: 715). Es por eso que en la
actualidad, numerosos proyectos de ayuda al desarrollo y de “desarrollo
sustentable” se basan en modelos de autoayuda, de tal forma que las po-
blaciones se vuelvan cada vez más autosuficientes y responsables, lo que las
lleva a convertirse necesariamente en agentes activos de su propia historia.
De paso, esta actitud es una eficacísima vacuna contra el paternalismo y el
populismo, peligrosas enfermedades que siguen propagando algunos parti-
dos políticos latinoamericanos y que buscan convertir a las poblaciones en
grupos dependientes de la mano oficial, sin capacidad para levantar el vuelo
por sí mismas. Claro: para muchos gobiernos es más fácil regalar cuadernos
y útiles escolares cada año que crear condiciones socioeconómicas para que

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238 DE LA BARQUERA Y ARROYO / HUITZIL E.

los padres de familia puedan comprar ellos mismos lo necesario para la es-
cuela de sus hijos. Además, se trata con esas dádivas de una ayuda que hace
dependiente al que la recibe, no de una ayuda escalonada que lo libera, es
decir: no es una ayuda subsidiaria.
Es por eso que la participación política debe buscar la reorganización
de la sociedad. Esta política en sentido amplio está al alcance de todos, pues
con nuestra conducta nos es dado buscar, fomentar, hacer y exigir la ver-
dad, la justicia, la unión y la responsabilidad, o por el contrario, practicar,
alentar o tolerar la corrupción, el ocultamiento de la verdad, el interés in-
dividualista o faccioso, la cobardía, la apatía, el conformismo y la opresión.
Si la sociedad existe para las personas y le está subordinada en el orden de
los fines, y si la persona es principio, fin y sujeto de la sociedad, luego la ac-
tividad política es esencialmente humanista: debe forzosamente contribuir
y posibilitar el desarrollo pleno e íntegro del hombre.

VIII. Bibliografía

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PARTICIPACÓN Y GOBERNABILIDAD 239

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Capítulo 18
REFLEXIONES SOBRE LA SEGURIDAD
EN EL ESCENARIO MUNDIAL DEL SIGLO XXI*

Alfonso Aragón Camarena

Sumario: I. Introducción. II. El preludio del siglo XXI. III. Los temas
de seguridad en el nuevo milenio. IV. ¿Terrorismo y delincuencia organizada
como temas de relevancia global? V. Reflexiones finales. VI. Bibliografía.

I. Introducción

El presente texto no tiene como objetivo ser concluyente sino catalizador de


diversas reflexiones en torno a los temas de seguridad del siglo XXI.
La evolución, desarrollo y nacimiento de diversos fenómenos y condi-
ciones políticas, económicas y sociales, así como ambientales y tecnológicas
han multiplicado los tópicos de atención en materia de seguridad nacional
e internacional para gobiernos y ciudadanos.
Ello ha implicado la revisión conceptual del término mismo de la segu-
ridad, con la finalidad de explicar y atender de mejor forma aquellos efectos
lesivos a la humanidad en un ambiente de incertidumbre como el que se
experimenta desde finales del siglo XX.
Los temas que resultaban clave en el contexto de la Guerra Fría se
acompañan ahora de otros, cuya naturaleza requiere de tratamientos ter-
minológicos y líneas de acción cualitativamente distintos. Los análisis de se-
guridad basados estrictamente en el comportamiento de otros estados como
único actor y fuente de conflicto resultan insuficientes para la comprensión
de un mundo globalizado.
Resulta claro que hoy día no existe consenso sobre cuáles serán los prin-
cipales riesgos y amenazas que mantendrá en su seno el siglo XXI. Las vi-
*
Este texto fue escrito ex professo para su publicación en este volumen (nota del editor).

241

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242 ALFONSO ARAGÓN CAMARENA

siones y perspectivas difieren en términos del nivel de análisis, del sector que
los analiza y de los rápidos cambios e impacto de la conducta que riesgos y
amenazas manifiestan a lo largo del orbe.
Resulta prudente entonces identificar las tendencias y orientaciones que
los estudios al respecto han sugerido con la finalidad de contrastarlas con
la realidad actual y estar así en posibilidades de evaluar las temáticas cuyo
impacto y probabilidad resultan prioritarios y de mayor relevancia para
comprender así el nuevo milenio.

II. El preludio del siglo XXI

El conflicto bipolar sostenido entre la Unión Soviética y los Estados Unidos


de América llegó a su fin para muchos con el desmembramiento de la prime-
ra y la caída del Muro de Berlín. Francis Fukuyama señaló que el planeta, ha-
biendo dejado atrás el conflicto ideológico que dividió al orbe por más de tres
décadas, podía encaminarse a un nuevo momento en el que el potencial de
conflicto resultaría casi nulo al haberse probado la inviabilidad del socialismo
como proyecto económico, dejando así al capitalismo como único modelo a
seguir posible. En dicho contexto señaló que se podría estar presenciando no
sólo el fin de la Guerra Fría, o la culminación de un período específico de la
historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto
final de la evolución ideológica de la humanidad y de la universalización de
la democracia liberal occidental como la forma de gobierno humano (Fuku-
yama, 1989).
Con la llegada de la década de los noventas en el siglo XX, diversos
cambios se operaron en el sistema internacional y culminaron en el proceso
de consolidación de tendencias que se percibían desde la década anterior.
El adelgazamiento del estado, la evolución del liberalismo al neoliberalismo
como propuesta económica y la democracia en el ámbito político se instala-
ron como los nuevos paradigmas sobre los cuales se pensó que se desenvol-
vería el nuevo milenio bajo el gran paraguas de la globalización.
Las uniones, alianzas y estructuras multilaterales para efectos económi-
cos fueron también la tónica de la evolución económica planetaria al ob-
servarse experiencias como la de la otrora Comunidad Europea y su trans-
formación en Unión, los esfuerzos para la creación de la Unión Económica
Africana (que fructificarían en 2002) y el impulso de la Cuenca del Pacífico
como zona estratégica comercial.
Otros autores se dieron también a la tarea de proyectar escenarios ca-
paces de describir el futuro que depararía a la humanidad el siglo XXI. In-

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REFLEXIONES SOBRE LA SEGURIDAD... 243

telectuales como Alvin y Heidi Toffler, Lesther Thurow, Samuel Huntington


y Jaques Attali entre otros, fueron algunos que intentaron identificar las ten-
dencias y transformaciones de mayor importancia conforme a las dinámicas
que se presentaron a finales del siglo pasado y su expresió n posterior.
Thurow previó una competencia económica entre Japón, Estados Uni-
dos y la Unión Europea, subrayando las fortalezas y debilidades de cada
uno de ellos. Jaques Attali por su parte identificó los espacios geográficos
del Pacífico y Europa como competidores por la hegemonía mundial, con
un Japón económicamente poderoso. Tanto para Thurow como para Atta-
li, los conflictos tenderían a ser más económicos que militares en el nuevo
milenio.
Por su parte, Huntington proyectó un mundo cuyos conflictos se edifi-
carían a partir de civilizaciones, con base en sus particularidades culturales.
Sugirió que los futuros conflictos se desarrollarían dependiendo de las coin-
cidencias o diferencias en los valores culturales y religiosos de los bloques
civilizacionales. A mayores diferencias, mayor sería la posibilidad de con-
flictos; civilizaciones con similitudes culturales tenderían a cooperar entre
sí. En su razonamiento, sostuvo también que los países de mayor desarrollo
tenderían hacia las guerras comerciales y los de menor capacidad lo harían
por la vía de las armas.
Alvin y Heidi Toffler, bajo el supuesto de la relación intrínseca entre las
formas de producción y los mecanismos de hacer la guerra, alertaban que en
la Tercera Ola, el orden mundial también lo determinaría el enfrentamiento
económico y no el militar. Por ende, el comercio resultaría el componente
estratégico de mayor valor, aunado a la capacidad tecnológica de obtención
de conocimiento, información y datos.
Las ideas sobre la reconfiguración del sistema internacional a nivel es-
tratégico se volvieron comunes en la literatura y se abocaron al estudio de
escenarios sobre reacomodos geopolíticos, territoriales y de esferas de poder
a nivel estatal, regional y global.
A estas alturas ya se ha repetido hasta la saciedad el mantra de que la
Guerra Fría dejó paso a una época de incertidumbre en la que aún nos en-
contramos instalados. Algunos analistas prefieren pensar que ésta no es una
nueva época sino sólo una etapa de transición hasta un nuevo orden global.
Lo que es seguro es que el fin del equilibrio entre bloques invitó al desorden
regional y puso al descubierto numerosos conflictos que, o bien habían per-
manecido soterrados, o bien estallaron aprovechando el vacío de poder que
surgió de aquel hecho (Rubio, 2011).
Las propuestas prospectivas y futuristas desarrolladas con el fin de com-
prender las transformaciones o dinámicas que a nivel estratégico podrían

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244 ALFONSO ARAGÓN CAMARENA

presentarse en el siglo XXI, se acompañaron de análisis encargados de


identificar, comprender y evaluar los fenómenos y condiciones que por su
naturaleza lesiva suponían retos a la permanencia o estabilidad de los esta-
dos en sus dimensiones nacional, regional e internacional, independiente-
mente de su origen.
Con base en dichos ejercicios intelectuales se desarrollaron estudios cen-
trados en temas de seguridad nacional e internacional. La identificación de
temáticas en un contexto de muy limitada certidumbre, generó un sinnúme-
ro de aproximaciones desde diversos ángulos para nutrir la oferta explicati-
va de cuáles serían esos tópicos y cómo debían ser atendidos por la sociedad
internacional.

III. Los temas de seguridad en el nuevo milenio

Desde el final de la Guerra Fría no ha habido realmente paz ni seguridad,


como algunos habían esperado. Se vive en un clima en el que se percibe una
gran vulnerabilidad en todos los ámbitos; desde el cambio climático hasta las
redes de narcotraficantes, el fraude por internet desde África Occidental has-
ta el terrorismo internacional (Paul Cornish, 2007).

En materia de seguridad, el siglo XX se caracterizó por ser altamente


violento. En su transcurso tuvieron lugar incontables guerras (desde las do-
mésticas, localizadas y regionales hasta las tres —dos calientes y una fría—,
de proporciones mundiales), e inclusive la civilización corrió el riesgo de
extinguirse por la vía nuclear (Astié, 2002: 25).
Amén de los conflictos armados entre actores estatales, el siglo XX tam-
bién fue testigo del encumbramiento de otros fenómenos violentos circuns-
critos a los hoy llamados conflictos asimétricos. Terrorismo y delincuencia
organizada experimentaron su ascenso en la agenda mundial a lo largo de
la segunda mitad del siglo pasado, aun cuando el contexto de la Guerra Fría
solía imponer a los Estados como actores únicos en materia de seguridad. A
los temas militares relacionados con guerras regulares e irregulares que pu-
dieran impactar en la soberanía de las naciones y por ende en la defensa na-
cional, se comenzaron a sumar otros desarrollados por grupos de personas.
Surgieron entonces conceptos para dar cabida a las actividades de acto-
res no estatales. Fue así que se desarrolló el concepto de “conflictos asimétri-
cos”, entendidos como aquellos que se producen entre varios contendientes
de capacidades militares normalmente distintas y con diferencias básicas en

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REFLEXIONES SOBRE LA SEGURIDAD... 245

su modelo estratégico. Alguno de ellos buscará vencer utilizando el recurso


militar de forma abierta en un espacio de tiempo y lugar determinados y
ateniéndose a las restricciones legales y éticas tradicionales. Su oponente u
oponentes tratarán de desgastar, debilitar y obtener ventajas actuando de
forma no convencional mediante éxitos puntuales de gran trascendencia
en la opinión pública, agotamiento de su adversario por prolongación del
conflicto, recurso a métodos alejados de las leyes y usos de la guerra o em-
pleo de armas de destrucción masiva. Todo ello con el objetivo principal
de influir en la opinión pública y en las decisiones políticas del adversario
(Cabrerizo, 2002).
Alberto Piris sostuvo que por asimetría podría entenderse la diferencia
entre bandos encontrados, que por un lado implican a potentes ejércitos
pertenecientes a países industrializados y desarrollados y, por el otro, a gru-
pos armados, generalmente peor dotados de medios materiales y a los que
se suele denominar terroristas, guerrilleros, insurgentes o resistentes (Pi-
ris, 2007).
En entrevista, Lamberto Zannier, Secretario General de la Organiza-
ción para la Seguridad y la Cooperación en Europa, comentó que los desa-
fíos de seguridad del siglo XXI han evolucionado de manera espectacular
en su naturaleza, y aún estamos a mitad de esta transición. El mundo ha
visto un aumento alarmante en lo las llamadas “amenazas transnacionales”
—aquellas que emanan menos de enfrentamientos entre estados, sino del
terrorismo, la delincuencia organizada, el contrabando de armas y de dro-
gas, la trata de seres humanos, el delito cibernético—.
Para Schultz, Godson, Hanlind y Ravich, el mundo ha cambiado. Se ha
vuelto más complejo, con conflictos oscuros y aparentemente impredecibles
que tienen lugar en todo el mundo. Pero hay un patrón en estos conflictos.
No son impredecibles y son discernibles. Las fuentes de inestabilidad en el
entorno de seguridad internacional del siglo XXI serán en gran parte el re-
sultado de una proliferación en el número de estados débiles y fallidos, así
como de grupos armados, algunos de los cuales son capaces de afectar a la
seguridad fundamental al causar daño geopolítico importante en sus Esta-
dos respectivos, en varias regiones... Por otra parte, esta proliferación crea
nuevas interacciones y relaciones entre actores locales, regionales y globales.
Estos hechos, a su vez, están fomentando el surgimiento de alianzas y coa-
liciones compuestas por grupos armados, otros actores no estatales y los es-
tados revisionistas autoritarios. Y estas agrupaciones formales e informales
emplean una gran variedad de medios violentos y no violentos irregulares
para extender su poder e influencia (Schultz et al., 2011).

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246 ALFONSO ARAGÓN CAMARENA

Sobre una línea de análisis similar se generó el concepto de “guerras


híbridas”, entendidas como conflictos en los cuales distinguir soldados y
civiles resultaba prácticamente imposible. De acuerdo con Hoffman, estas
substituían a las crisis tradicionales entre estados del siglo XX. De acuerdo
con su análisis, en esta nueva modalidad de enfrentamiento no había una
clara distinción entre soldados y civiles ni entre la violencia organizada, el
terror, el crimen y la guerra (Hoffman, 2007). Ello permitió apreciar la com-
plejidad y el derrotero de diversas problemáticas imposibles de analizar y
atender con fórmulas basadas en el estatocentrismo.
La inclusión de actores no estatales implicó una multiplicación de ries-
gos y amenazas que, junto con otros sucesos, como la creación del concepto
seguridad humana, trajo como consecuencia una reconceptualización de
la seguridad. El término fue ampliado y profundizado: se amplió para in-
cluir nuevos tipos de amenazas, de las migraciones y las pandemias al terro-
rismo, y se profundizó para abarcar nuevos objetos para asegurar, desde los
seres humanos, hasta el planeta Tierra (Le Gloanec, 2013).
Los análisis se centraron entonces en el diseño de metodologías para
la creación o mejoramiento de agendas de riesgos y la evolución de las dis-
tintas amenazas a enfrentar. Los esfuerzos gubernamentales, del sector pri-
vado, académicos y propios de la sociedad civil organizada dedicados a la
identificación y análisis de riesgos y amenazas, incluyeron aquellas condi-
ciones naturales o derivadas del quehacer humano en sus vertientes política,
económica o social, capaces de restringir el óptimo desarrollo nacional y
humano en caso de no ser atendidas de forma eficaz y oportuna.
Mahbub ul Haq y su equipo, en el Informe sobre Desarrollo Humano
(IDH) 1994, postularon que la “seguridad”, hasta ese momento asociada
con la prerrogativa de los estados en relaciones internacionales realistas y en
teorías de ciencias políticas, debería verse desde el punto de vista de las per-
sonas. La mejor manera de lograr seguridad (tanto en los ámbitos mundial,
nacional y de la sociedad) era incrementar la seguridad de las personas. En
el IDH 1994, la seguridad humana se definió de manera amplia como “au-
sencia de temor y ausencia de carencias” y es caracterizada como “la segu-
ridad frente a amenazas crónicas tales como el hambre, la enfermedad y la
represión, al igual que la protección contra interrupciones súbitas y dañinas
en los patrones de la vida diaria, sean éstas en los hogares, en el trabajo o en
las comunidades” (Tadjbakhsh, 2008).
El nacimiento del término “seguridad humana” colocó nuevos temas
en la agenda de seguridad. El análisis de epidemias y pandemias, desastres
naturales o humanos, pobreza y corrupción entre otras, si bien desarrollado
desde hace décadas en sus respectivos ámbitos de competencia estatal y aca-

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REFLEXIONES SOBRE LA SEGURIDAD... 247

démico, adquirió una relevancia distinta y sumó dichos tópicos a los debates
contemporáneos. Dichas visiones holísticas intentaban dejar atrás las líneas
de trabajo planteadas por la Real Politik.
Además del nacimiento de la seguridad humana como concepto, de
acuerdo con Le Gloanec, otros factores como la globalización y la securiti-
zación1 fungieron como catalizadores de diversos cambios en las tendencias
estructurales de la seguridad internacional.
La securitización no es en sí mismo algo nuevo, ni son las amenazas,
como el terrorismo, las guerras civiles, y así sucesivamente, novedades sig-
nificativas. Lo que es nuevo es la fusión de local y global —“glocal”— y la
forma en que la globalización está “transformando el panorama de la se-
guridad internacional [aumentando] la interconexión entre las sociedades y
estados, [por los principales] a una contracción del espacio y el tiempo [y]
la creación de los desafíos globales, así como los bienes públicos globales (Le
Gloanec, 2013). Lo anterior, considerando la tecnología y sus implicaciones
como uno de los elementos potenciadores del fenómeno.
En suma, a los temas militares se sumaron fenómenos derivados del
actuar de actores no estatales y posteriormente otros como condiciones po-
líticas, económicas, sociales, sanitarias o ambientales que por sus caracterís-
ticas, resultaban lesivas al desarrollo humano.
Lo anterior puede percibirse en los escritos de diversos autores que en
el contexto del debate sobre los conflictos asimétricos, guerras híbridas y se-
guridad humana entre otros, identificaron problemáticas correspondientes
a todas esas vertientes conceptuales, creando planteamientos eclécticos en
torno a los temas que consideraron de mayor preponderancia.
Un ejemplo de planteamientos que integraron elementos de los concep-
tos anteriormente citados fue Ray Hammond, quien se enfocó en el estudio
de los factores claves que moldearían el mundo hacia el 2030; la variable
base que utilizó fue el impacto que podrían causar cada uno de ellos a la
humanidad:
1. La explosión de la población mundial y los cambios en las demogra-
fías de las distintas sociedades.
2. El cambio climático y el medio ambiente.
3. La amenazante crisis energética.
4. La creciente globalización.
1 La securitización se produce cuando una preocupación se identifica y se declara como
una amenaza existente a un determinado objeto y requiere la adopción de medidas extraor-
dinarias o incluso de emergencia que por lo general se extienden las prerrogativas legales
del actor securitizador mientras superando la libertad de la sociedad en general (Buzan et al.,
1998).

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248 ALFONSO ARAGÓN CAMARENA

5. La aceleración del desarrollo exponencial de la tecnología


6. El modelo de “prevención-extensión” en medicina (prevención de
enfermedades y extensión del periodo de vida) (Hammond, 2008).

Otro es el caso de Paul Cornish, quien, por su parte, basó su análisis


en fenómenos y actores como las enfermedades, el cambio climático y el
ascenso de la delincuencia organizada hecho que demostró que las ideas
sobre seguridad basadas en modelos estatistas o realistas, en cuya base se
mantienen la idea de la guerra, el poder y al estado como único actor po-
sible, resultaban insuficientes para comprender el complejo entramado de
elementos a considerar que se perfilaban en el nuevo milenio.
Otro caso es el de Hussein Solomon, quien también sugirió que contra-
rio a la euforia que rodeó a los acontecimientos en 1989, la era posterior a la
Guerra Fría parece más inestable y peligrosa que los previos cincuenta años.
Estas nuevas fuentes no militares de inseguridad han desafiado las concep-
ciones tradicionales de seguridad de Clausewitz (Solomon, 1996).
Solomon refiere ocho áreas de atención en la materia que no deben
ser vistas aisladamente, pues existen traslapes o superposiciones entre ellas
mismas:

1. Drogas.
2. Migración.
3. Medio ambiente.
4. Población.
5. Retos económicos globales.
6. Crisis de la democracia liberal.
7. Fusión y fisión.
8. Proliferación de armas ligeras.

Su análisis demuestra la necesidad de vincular temas de todas las ver-


tientes mencionadas con el fin de generar un planteamiento integral que
represente la variedad de temas a considerar en el nuevo momento histórico
que traería el desmembramiento del mundo soviético.

IV. ¿Terrorismo y delincuencia organizada


como temas de relevancia global?

En los inicios del nuevo siglo, los atentados del 11 de septiembre sacudieron
la opinión pública mundial respecto al tema del terrorismo. Al Qaeda logró
que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) acordara que todo acto

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REFLEXIONES SOBRE LA SEGURIDAD... 249

de terrorismo internacional constituye una amenaza para la paz y la seguri-


dad internacionales (ONU, 2001).
Años después, Boko Haram e ISIS (el autonombrado “Estado Islámico”)
parecían confirmar lo manifestado en la resolución 1373 del Consejo de
Seguridad. El terrorismo entonces parecía, por momentos, el mayor de los
problemas en el planeta conforme a lo planteado por los especialistas en
conflictos asimétricos.
Sin embargo, otros estudiosos del mismo ramo coadyuvaron al enri-
quecimiento del debate haciendo a un lado el multicitado tema. La intensa
cobertura mediática dedicada a la guerra contra el terrorismo ocultó otras
cinco guerras globales similares que enfrentaron a los gobiernos con redes
ágiles y bien financiadas de individuos altamente dedicados. Éstas fueron las
luchas contra el comercio internacional ilegal de drogas, armas, propiedad
intelectual, personas y dinero (Naím, 2003). Naím, al igual que Cornish y
otros tantos especialistas, identificó a la delincuencia organizada como uno
de los grandes retos a atender dentro de los rubros no estatales.
Nick Mabey, al igual que Naím, señaló en su momento que la amenaza
del terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva domina-
ban la agenda de seguridad convencional, y al hacerlo, a menudo ocultaban
las tendencias que tienen efectos mucho mayores sobre la seguridad y la
prosperidad de los ciudadanos y las empresas... Estas amenazas surgen de
la interdependencia creciente que es la característica definitoria de nuestro
mundo: una interdependencia que se profundiza a través de múltiples ca-
nales de comunicación, el comercio, la inversión, la migración y el impacto
de las presiones económicas sobre el suministro de recursos naturales y la
estabilidad climática (Mabey, 2007). El autor detectó cuatro tendencias a
observar:

a) Delincuencia organizada y corrupción.


b) Enfermedades infeccionas.
c) Estabilidad financiera.
d) Energía y seguridad climática.

Si bien el Consejo Nacional de Inteligencia (CNI) de los Estados Uni-


dos integró en su análisis estratégico internacional tanto conflictos asimétri-
cos como temas relacionados con la seguridad humana con la finalidad de
ofrecer un panorama amplio que integrara transformaciones y temas, no
escapó a las tendencias de señalar a las redes criminales como un tema de
atención mundial, pero sin dejar a un lado al tema del terrorismo.

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250 ALFONSO ARAGÓN CAMARENA

El estudio Tendencias globales 2025: un mundo transformado señaló seis cer-


tezas relativas a manera de una descripción de factores sobre los cuales se
podrían desarrollar diversos acontecimientos y que, por sus características,
resultarían útiles para orientar sus tendencias:

1. La emergencia de un sistema internacional multipolar que implica


a China y a India como potencias emergentes.
2. Un aumento del poder relativo de los actores no estatales como em-
presas, grupos étnicos y redes criminales.
3. La permanencia de Estados Unidos como el país más poderoso pero
menos dominante.
4. Presiones sobre energía, agua y alimentos.
5. Aprovechamiento de la difusión de la tecnología por parte de gru-
pos terroristas para tener a su alcance capacidades peligrosas (CNI,
2008).

Temas como el de terrorismo y delincuencia organizada se presen-


taron frecuentemente como alertas a la seguridad internacional. Sin em-
bargo, existen otros estudios que revelan otros conflictos o fenómenos de
igual o mayor relevancia. Por ejemplo, el Foro Económico Mundial (FEM
—WEF— por sus siglas en inglés), presenta de forma anual una agenda de
riesgos globales. En su metodología incluye opiniones de líderes de sectores
públicos y privados que no necesariamente coinciden con la visión de otros
académicos, analistas y servidores públicos, con la finalidad de analizar 28
riesgos (en 2015), agrupados en cinco categorías (económica, social, am-
biental, geopolítica y tecnológica).
Entre 2007 y 2015, de acuerdo con el FEM, ninguno de los cinco riesgos
globales más importantes por probabilidad y por impacto fueron terrorismo
o delincuencia organizada. En términos del primer indicador, los riesgos
relacionados con la categoría económica se encumbraron como las priori-
dades a atender. Los riesgos considerados relevantes en el reporte:

—— Se circunscribieron mayoritariamente a la esfera económica: shock


de precios de petróleo, colapso de precios de activos, caída de la
economía china, alza de precios del petróleo y el gas, desacelera-
ción de la economía china, aislamiento de la globalización, crisis
fiscales, desbalances crónicos fiscales, desempleo y empleo informal
—algunos de los riesgos mencionados se presentaron en más de una
ocasión—.

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REFLEXIONES SOBRE LA SEGURIDAD... 251

—— Los temas ambientales se presentaron en segundo lugar: tormentas


y ciclones, inundaciones, pérdida de la biodiversidad, cambio climá-
tico, emisiones de gas y efecto invernadero, crisis de agua y eventos
extremos climatológicos.
—— Temas sociales, como: enfermedades crónicas en países desarrolla-
dos, disparidad severa del ingreso y deficientes manejos de la pobla-
ción de la tercera edad.
—— En los temas geopolíticos destacaron la inestabilidad del Medio
Oriente, Estados fallidos o en proceso de serlo, fisuras en la go-
bernabilidad global, corrupción, conflictos interestatales con con-
secuencias regionales, fallas en la gobernabilidad nacional y crisis o
colapso de estados.
—— Por último, los temas tecnológicos que se presentaron en térmi-
nos de probabilidad fueron: fallas o descomposturas de infraestruc-
tura de información crítica y ataques cibernéticos (FEM, 2015).

El colapso en los precios de activos y los desequilibrios fiscales crónicos,


así como el desempleo fueron considerados tópicos de la mayor relevancia
en el plano económico, en tanto que fenómenos meteorológicos extremos,
incremento en la emisión de gases de efecto invernadero y cambio climático
se posicionaron como los temas líderes en el plano ambiental. En el ámbito
geopolítico, categoría que engloba temas como el de terrorismo, ninguno de
los propuestos para integrar los temas más relevantes de 2007 a la fecha se
relacionó con dicho tema.
En una lógica de impacto, los 45 riesgos de mayor preponderancia tam-
poco consideraron los temas de terrorismo y delincuencia organizada como
podría esperarse.
Los resultados que arrojó el estudio del FEM ilustraron las dificultades
que existen para establecer tópicos globales de atención prioritaria. A ello
hay que adicionar las particularidades que cada estado tiene en materia de
seguridad y de los temas que cada uno de ellos considera imperativo atender
en función del desarrollo de sus propias agendas nacionales de seguridad o
de riesgos para efectos de seguridad nacional.

V. Reflexiones finales

Independientemente del ascenso de nuevas formas de conflicto y temas en


las agendas nacionales e internacionales, la realidad del siglo XXI demuestra
que hoy día el planeta se desarrolla sobre un crisol que integra problemáticas

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252 ALFONSO ARAGÓN CAMARENA

estatales, no estatales y temáticas específicas cuya atención no puede darse


de forma atomizada. Tanto fenómenos como actores lesivos a la seguridad de
los estados y sus ciudadanos se interrelacionan unos con otros para generar
sinergias cuyas consecuencias se vierten sin distingo sobre los habitantes del
orbe, pese a las distintas capacidades de cada uno de ellos para enfrentarlas.
Es claro que el concepto de seguridad deberá seguir evolucionando
para incluir o desestimar nuevos tópicos en las agendas nacionales o mun-
diales. El reto a vencer, sin embargo, es el tiempo que llevará a los distintos
actores a acoplarse a la nueva realidad. La velocidad y eficiencia de la res-
puesta es sin duda un elemento crucial para su atención, así como la capa-
cidad de adaptación que se tenga para llevar a buen puerto a gobiernos y
ciudadanos.
Sin embargo, es menester señalar que los problemas de seguridad en-
cuentran un caldo de cultivo ideal en un mundo altamente dividido entre
países y entre personas. El siglo XXI seguramente será testigo de nuevas y
lesivas sinergias ante las cuales el desarrollo de políticas públicas y acciones
directas para su adecuado manejo deberá ser igual de veloz y certero pese
a la desconfianza que impera. La generación de agendas regionales y mun-
diales deberá ser fiel reflejo de la realidad.
Los temas de seguridad prioritarios serán identificados por su valor en
términos de su impacto. Sin embargo, la realidad e intereses nacionales
de cada país pondrán a prueba acuerdos colectivos en donde ceder ante
preocupaciones “del otro” será un requisito sine qua non. Gobiernos y per-
sonas deberán seguirse preparando para ceder a situaciones, problemáticas
y particularidades lejanos geográficamente, fuera de su contexto regional,
con el fin de atender colectivamente intereses que podrían no ser priorita-
rios en el ámbito local.

VI. Bibliografía

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da? Institute for Security Studies, Ocassional paper núm. 6, junio.
Shultz, Richard (2002), “The Sources of Instability in the 21st Century: An
Overview”, Challenges to Mexico and the United States, San Diego, Center for
U.S.-Mexican Studies at the University of California.

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254 ALFONSO ARAGÓN CAMARENA

Tadjbakhsh, Shahrbanou (2008), Seguridad humana, PNUD, Revista Latinoa-


mericana de Desarrollo Humano, núm. 42, marzo, disponible en: http://www.
revistahumanum.org/revista/seguridad-humana/.
Thurow, Lesther (1992), The Coming Economic Battle Among Japan, Europe, and
America, Buenos Aires, Javier Vergara Editor.

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Capítulo 19
PRINCIPIOS Y ESCUELAS GEOPOLÍTICAS*

Heriberto J. Auel,
Eduardo R. Balbi
Carlos A. de Jorge

Sumario: I. Los principios geopolíticos. II. El análisis geopolítico. III. De-


finiciones y campo de estudio.

[En este texto] nos proponemos revisar una serie de problemáticas científi-
cas y metodológicas que constituyen la base estructural que nos permitirá
alcanzar el entendimiento y la razón de ser de la geopolítica. Más adelante
analizaremos las correspondientes definiciones y su campo de estudio y vere-
mos las diferencias fundamentales que existen entre ella y las ciencias exactas,
físicas y naturales.
Como objetivos de esta unidad didáctica te proponemos:

—— Comprender y aplicar los principios geopolíticos con propiedad.


—— Valorizar su conocimiento.
—— Entender en un marco socio-histórico las propuestas de las diversas
escuelas geopolíticas.
—— Analizar las distintas definiciones y aplicar con ellas el principio de
“comparación”, distinguiendo sus coincidencias y diversidades.

*
Este capítulo está extraído del libro Geopolítica y estrategia. Actualización metodológica y
conceptual, editado por la Universidad Abierta y a Distancia “Hernandarias”, Buenos Aires,
1992, pp. 19-32. Los editores de esta obra son a la vez los autores de todos los capítulos. El
editor del presente volumen ha realizado, sin llamar la atención sobre ello, cambios mínimos
en la redacción del texto, pero tratando de respetar el estilo original; así, cuando el lector
lea “norteamericanos”, es que los autores se refieren a los “estadounidenses”. Agradezco la
amable autorización de la Editorial Docencia Hernandarias, a través de su presidente, Eu-
genio Gómez de Mier, para publicar este texto (nota del editor).

255

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256 AUEL / BALBI / DE JORGE

I. Los principios geopolíticos

Inauguraremos la unidad introduciéndonos en los principios que rigen a la


geopolítica, porque, a diferencia de aquellas ciencias, la nuestra está imposi-
bilitada de formular “leyes”.
Estos principios derivan directamente de su aplicación a la geografía,
aunque la inmensa mayoría de ellos se utilizan en casi todas las ciencias.
Desarrollamos sintéticamente los siguientes para ver su aplicación:

• Principio de causalidad.
• Principio de observación.
• Principio de localización.
• Principio de unidad.
• Principio de superposición y asimetría.
• Principio de comparación.
• Principio de cambio.
• Principio de síntesis.

1. Principio de causalidad

Este principio ha sido desarrollado en las más diversas ciencias. Se lo


denomina también de conexión o vinculación (Grondona). Afirma que to-
dos los hechos geopolíticos no se aplican por sí mismos o en sí mismos,
sino que obedecen a condicionantes provenientes del mundo físico, huma-
no, instrumental o biótico e, incluso, a varios de ellos combinadamente.
Responde generalmente a la pregunta ¿Por qué? Sea en las causas primeras o
en el encadenamiento posterior de varias de ellas. En geopolítica debemos
investigar la causalidad por conexión o por vinculación. En el primer caso
el hecho geopolítico puede tener causas lejanas en el tiempo (una pérdida
de territorio en otro siglo, como es el caso de las Islas Malvinas) y estar o no
conectado a distintos hechos simultáneos en el momento de su eclosión. En
cambio la vinculación es siempre lineal y de respuesta causa-efecto, como
por ejemplo: presión demográfica… falta de alimentos… escasez de traba-
jo… inmigración europea a América.
La conexión será siempre cruzada y el siguiente esquemita te permite
visualizar las diferencias (Randle):

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PRINCIPIOS Y ESCUELAS GEOPOLÍTICAS 257

2. Principio de observación

Es la segunda etapa, fundamental, del análisis. Responder a la pregun-


ta ¿qué?, la cual nos introduce en el problema geopolítico. Pues sin problema
no existe análisis. La observación no es solamente pasiva. Se requiere ser
un excelente vigilante de situaciones para alcanzar a descubrir qué, cómo,
cuándo y dónde va a suceder un evento de carácter geopolítico… Porque
no siempre estos fenómenos se verifican a simple vista. Y además, dilucidar
si será o no trascendente. Puesto que existen una gran cantidad de sucesos
simultáneos y sólo uno, o unos pocos, son verdaderamente significativos.
La observación es totalizadora. Cubre las causas, los inicios, el proceso
y, súmmum de un buen observador, la anticipación del desenlace. Lo que ya
implica la predicción. Entre las más comunes aplicaciones del principio de
observación suelen figurar las notas periodísticas aparecidas en publicacio-
nes especializadas, que consiguen desentrañar el cúmulo de informaciones,
aquellas que verdaderamente tendrán significación real e inmediata. Las
relaciones al enigmático e impredecible mundo árabe, el petróleo, Israel y
el Cercano Oriente, son un buen ejemplo de ello.

3. Principio de localización

Se lo denomina asimismo de extensión, dispersión o distribución es-


pacial (Dozo), puesto que la localización geopolítica no suele ser puntual,
sino que, usualmente, los fenómenos que analizamos se distribuyen territo-

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258 AUEL / BALBI / DE JORGE

rialmente, alcanzando incluso varios continentes en forma simultánea: o se


los aplica difusamente para más de una localización correlacionada.
La pregunta a la cual responde el principio es ¿dónde? Indefectiblemente
esta localización obedece a factores vinculados o relacionados con su apoyo
terrestre. Un mismo hecho geopolítico puede ser observado en los más di-
símiles sitios del planeta. Tal es el ejemplo de la expansión marítima britá-
nica, que necesitó de bases de apoyo para el carboneo en todos los océanos
y puntos estratégicos para defender las comunicaciones marítimas de todas
las costas.
La localización implica en numerosos casos responder (y exactamente)
también el ¿hasta dónde?

4. Principio de unidad

Denominado también de coordinación o conjunto, este principio


geopolítico implica la demostración del conocido hecho de que todos los
fenómenos geopolíticos que se suceden tienden a vincularse o coordinarse
entre sí, formando conjuntos armónicos de manera tal que hoy llegan a al-
canzar a la totalidad de la superficie terrestre, aunque devengan de distintas
circunstancias. De esta manera, cada vez está menos presente el azar y más
actuante la intencionalidad.
Responder a las preguntas ¿con quién? y ¿con qué? Las dos guerras mundia-
les fueron un excelente ejemplo del mismo, con sus alianzas y enfrentamien-
tos y sus yuxtaposiciones económicas, patrióticas, políticas e ideológicas.

5. Principio de superposición y asimetría

Constituyen en realidad dos principios distintos, pero a su misma ma-


nera de ser enfocados, pueden describirse de manera vinculada. A la su-
perposición se la encuentra también denominada como compensación y a la
asimetría como diferenciación.
Implica la compensación que los hechos geopolíticos no aparecen por la
acción aislada de un factor o causa sino por la superposición e interrelación
simultánea de varias de ellas, lo que permite, por suma o resta de factores,
llegar a resolver una crisis o un conflicto. Ejemplo de compensación es el
reemplazo de un recurso energético por otro más económico o más accesi-

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PRINCIPIOS Y ESCUELAS GEOPOLÍTICAS 259

ble, cuando no se lo tiene, como es el caso brasileño de sustituir su carencia


en petróleo por hidroelectricidad o alconaftas.1
La asimetría nos indica que los hechos geopolíticos no aparecen loca-
lizados en la superficie terrestre con la misma intensidad, frecuencia o dimen-
sión, lo que nos permite aislarlos y analizarlos separadamente. Se aplica este
principio para resolver crisis simultáneas que pueden estar desconectadas
entre sí, aunque no lo parezcan, tanto en el tiempo como en el espacio. En
conjunción con la superposición, la asimetría coadyuva a esclarecer princi-
palmente la intrincada malla que conforman los factores geopolíticos varia-
bles o humanos.

6. Principio de comparación

Es uno de los principios más caros de la geografía, más antiguo y mejor


utilizado. Se lo suele denominar asimismo de analogía y dimensionamiento. Fue
magistralmente aplicado por Carl Ritter, a punto tal que su obra fundamen-
tal, comenzaba siendo intitulada “Geografía general comparada...”. El mis-
mo nos indica la imperiosa necesidad de examinar otros sucesos similares
(sea en el tiempo o en el espacio), en sus causas o en sus efectos, a fin de:
—— Extraer las pertinentes conclusiones.
—— Evitar la sucesión de errores cometidos anteriormente.
—— Propender, por caminos similares, a conseguir los mismos efectos.
Facilita la comparación, la comprensión de situaciones. Aquilata
experiencias, es un ejercicio útil y ahorra energías y sorpresas.
Un buen ejemplo de la aplicación de este principio es el análisis de las
situaciones análogas que pueden llegar a tener resultados semejantes. Como
la insubordinación al centro del poder (sea la Unión Soviética o los Estados
Unidos) por parte de alguno de sus satélites o Estados vinculados. El resul-
tado del conflicto por las Islas Malvinas induce a final similar para la crisis
provocada por Irak, con la ocupación de su ex provincia de Kuwait.

7. Principio de cambio

Denominado por diversos autores como de desenvolvimiento o actividad


histórica, introduce la dimensión temporal en la geopolítica. Nos dice que to-
1
Eletanol puede utilizarse como combustible para motores de combustión interna por
sí mismo o mezclándose con gasolina en cantidades variables; el combustible resultante es
conocido como “alconafta” (nota del editor).

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260 AUEL / BALBI / DE JORGE

dos los eventos de carácter político están sujetos a constante transformación,


que no se repiten con las mismas características e intensidad y que deben ser
estudiados como hechos activos y mutables, no estáticos y sin dinamismo.
Existen varios ejemplos para corroborar la utilidad de este principio.
Uno de ellos es la constante intencionalidad de la Nación Alemana por con-
ducirlos destinos de Europa. Se dio en 1870 en una forma (Guerra Franco-
Prusiana), se consolidó en 1914 con otras dimensiones; reapareció con un
fuertísimo contenido ideológico y de manera más trágica en 1945 y, a la luz
de los hechos actuales, pacíficamente e industriosamente, está alcanzando
nuevamente proporciones dentro del marco de la Comunidad Económi-
ca Europea. Esperemos que para el bien de la humanidad toda. Similares
análisis pueden hacerse con otras naciones, como la japonesa, la inglesa,
la norteamericana o la rusa, y con distintos sucesos que mantienen un hilo
conductor, aunque muten sus facetas.

8. Principio de síntesis

Es el resultado final de toda ciencia. En geopolítica nos indica que, en


la última instancia, todos los eventos se integran en un ámbito geográfico
y que, cuando dentro de él hace su aparición el “hombre político” de Aris-
tóteles, el resultado final será siempre una estructura geopolítica ordenada,
coherente, integrada y con unicidad espacial. Encontrarla, demarcarla, co-
nocer los porqués, los dónde y los cómo es la tarea del geopolítico.

II. El análisis geopolítico

La aplicación de los principios más arriba examinados y la utilización con


mayor rigor o mayor flexibilidad de los métodos geopolíticos que se tratan
en la Unidad 2, ha dado lugar a la formación de “escuelas” geopolíticas o al
encasillamiento que, en resumidas cuentas, no es más que una simplificación
de una realidad mucho más compleja.
En los cuadros núm. 1, 2 y 3 aparecen esquemáticamente tratadas las
tres escuelas más importantes de la geopolítica actual. Este diseño lo hemos
tomado, casi textualmente, del libro de un geopolítico de renombre, el Ge-
neral Golbery do Couto e Silva, que aparece consignado en la bibliografía
final. Hemos preferido reproducir este esquema y comentarlo, a fin de no
confeccionar otro nuevo, ya que el mismo responde muy exactamente a la
realidad que se pretende analizar. Por otra parte, está basado en otro ante-

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PRINCIPIOS Y ESCUELAS GEOPOLÍTICAS 261

rior de Jorge Renner y modificado por geopolíticos y geógrafos de la talla


de Carl Sauer, A. Dix, Otto Maull y Derwent Whittlesey, lo que implica la
utilidad y bonanza del mismo.

1. Escuela francesa-norteamericana

Nacida en la vieja Francia que venía de perder Alsacia y Lorena en ma-


nos de la Prusia bismarckquiana, en 1870, se crea bajo el pensamiento rector
de Vidal de la Blanche, Demangeon, Raveneau y Allix, entre otros, que,
más temprano o más tarde, actuaron con su pensamiento en “reacción” a la
escuela alemana. El pensamiento francés se trasladó en buena medida al nue-
vo mundo, donde es recogido en las universidades norteamericanas y difundi-
do al resto de América, como complemento de las fuentes bebidas en Europa.
Como se verá en la siguiente unidad didáctica, la escuela francesa-nor-
teamericana estructura el quehacer geopolítico siguiendo el modelo sistemá-
tico de análisis geográfico. Su énfasis está puesto en el paisaje, pero paisaje
cultural, con el hombre político dentro de él.
En el primer ítem se hace un recuento de los factores estables y del mundo
fisiogeográfico. Puede observarse la inclusión de aspectos político-estructu-
rales, hoy denominados “división política” y que, estrictamente hablando,
son más de campo de estudio de geografía política que de la geopolítica
propiamente dicha (véase el cuadro 1).

Cuadro 1
Escuela del paisaje geopolítico
(francesa-norteamericana)

Principales cultores
D. Whittlesey, R. Hartshone y Vidal de la Blache

Objeto de análisis
Observación, inventario y análisis de los elementos políticos
del paisaje cultural y de su integración en configuraciones espaciales.

1. El área o territorio
a) Posición, extensión, conformación (forma).
b) Paisaje natural: macro y micropaisaje (relieve, hidrografía, clima,
vegetación. Recursos naturales).

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262 AUEL / BALBI / DE JORGE

c) Ecumene. Núcleo central y núcleos secundarios.


d) Subdivisiones políticas: 1. Locales. II. Subprovincias. III. Provin-
ciales.
e) Capitales y subcapitales. Fronteras. En regresión y ofensivas.
2. La configuración interna
a) Diferenciación espacial (asociaciones en el paisaje cultural). I. Ra-
zas y etnias. II. Lengua III. Religión. IV. Géneros de vida. Econo-
mía. Grupos ocupacionales. V. Política partidaria. VI. Otros.
b) Equipo institucional. I. Sufragio. II. Representación parlamentaria.
III. Otros.
c) Infraestructura
3. Elementos terminales
a) Zonas periféricas (agregadas al ecúmene o residuos territoriales).
I. Relaciones naturales con el ecúmene. II. Subordinación de las
estructuras culturales periféricas. III. Carácter unitario de las zo-
nas agregadas.
b) Zonas-problema y zona de roce. I. Causas de los roces o tensiones.
II. Relaciones con el ecúmene o con los espacios políticos vecinos.
c) Zona de frontera. I. Densidad de población. II. Grado de interpene-
tración en los distintos segmentos. III. Sectores y puntos estratégicos.
IV. Sectores desmilitarizados. V. Posiciones defensivas. VI. Barreras
aduaneras.
d) Límites del territorio. I. Demarcación. Natural o con apoyo arti-
ficial. II. Origen de la demarcación. III. Irregularidades. Protu-
berancias y fallas. IV. Quistes fronterizos. Corredores. Internos o
externos. V. Áreas en litigio.
4. La configuración externa
a) Zonas aisladas o dependientes (colonias u otras). I. Contiguas o se-
paradas. II. Naturaleza y grado de separación. (Tierra o agua). III.
Estructuras culturales. IV. Grado de subordinación.
b) Agrupamientos internacionales. I. Pactos. II. Alianzas. Organiza-
ciones. III. Intereses.

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PRINCIPIOS Y ESCUELAS GEOPOLÍTICAS 263

El segundo apartado nos introduce en las formas relativas al marco so-


ciocultural (factores variables) y, curiosidad política, al tipo de sufragio como
factor geopolítico. Es interesante observar como aparecen algunos subtemas
(razas y etnias) que, con el correr de la historia, han sido caballito de batalla
para achacarle a la escuela alemana esas connotaciones. Y debe ser obser-
vado el detalle que la infraestructura solamente aparece en un subítem y sin
divisiones. Hoy esa misma “infraestructura” es materia de profundos análi-
sis y se la encuentra encuadrada de las más diversas maneras.
El tercer apartado profundiza otros factores variables y está virtualmen-
te consagrado a toda la problemática limítrofe. Es lógico que esta inquie-
tud hay surgido en Europa de principios de siglo, cuando varios imperios
estaban a punto de eclosionar y las minorías nacionales presionaban sobre
los monarcas, para conseguir su autonomía en medio de las bombas y la
metralla de los anarquistas. En ese momento histórico, las “provincias” de
frontera eran las perlas más preciadas por los rivales vecinos, finalizada ya
la época de Bismarck y destruida su red de alianzas.
El último apartado es el corolario lógico del imperialismo y colonialis-
mo europeo de aquel entonces. Si bien está bastante desactualizado y ha
caído en desuso, puede encontrarse, con otras connotaciones, en ciertas cir-
cunstancias geopolíticas; relictos de la época colonial que, a pesar de todos
los esfuerzos por erradicarlos, aún perduran en casi todos los continentes.
Ejemplos como los del conflicto de Malvinas; las crisis surgidas en África,
en la década de los sesenta; los problemas poscoloniales en Asia, Oceanía
y América Latina y la presencia encubierta de las antiguas Metrópolis o los
“puntos de apoyo” aún perdurables (bases militares, apostaderos, aeródro-
mos, etcétera) que pululan en todo el orbe, pueden encuadrarse dentro de
este último ítem, a pesar de su desactualización como materia de análisis
fundamental de encuadre geopolítico moderno.

2. La escuela norteamericana

De la simple lectura del cuadro 2 surge de inmediato la mayor actuali-


zación o modernización de la escuela ecológica norteamericana. La inclu-
sión, por ejemplo, de los análisis de los Soviets, nos indica que se ha cimen-
tado después de la revolución de 1917. En realidad, la ecología humana
tuvo como primer autor destacado a Isaías Bowman, estadounidense, quien
aplicara la orientación en el año 1934 con su Geography in Relation to the Social
Sciences, aunque la novedad la introdujese Harlan H. Barrows en la Geografía

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264 AUEL / BALBI / DE JORGE

como ecología humana, aparecida en 1923 en los afamados Annals de la Asocia-


ción de Geógrafos Norteamericanos. Interesante trabajo en el cual repasa
los métodos sistemático y regional y deja puntualizadas seis conclusiones
finales, pilares hoy de la geografía moderna.
La estructura del análisis ecológico significó un avance conceptual de
importancia para la época. Es así que se pueden visualizar ya problemas
que hoy son acuciantes para la humanidad (al menos para la porción de-
sarrollada de ella), como lo son la contaminación ambiental, el agotamien-
to de los recursos y su despilfarro; la importancia de la alimentación, la
aparición de la ahora denominada “Estadigrafía” o series comparadas en
columnas de datos obtenidos por censos, muestras o encuestas, útiles para
efectivizar rangos y jerarquías, la problemática de la presión demográfica,
etcétera (véase el cuadro 2).

Cuadro 2
Escuela de ecología política (norteamericana)

Principales cultores
J. Renner, I. Bowman, R. White y H. Barrows

Objeto de análisis
Estudio de los ajustes político-geográficos de los grupos
sociales al medio ambiente. Interpretación geográfica
de las Relaciones Internacionales en ese medio ecológico.

1. El grupo humano y el área en que vive


a) Origen y crecimiento (estadísticas vitales)
b) Rasgos étnicos actuales
c) Dieta, salud y patrón de vida
d) Educación y progreso tecnológico
e) Valores. Moral y ética
f) El área ocupada. I. Posición. II. Espacio. III. Recursos. IV. Creci-
miento espacial. Etapas históricas y dirección de avance.
2. Estructura de grupo
a) Formas de utilización de los recursos. I. Economía de subsistencia.
II. Agraria, industrial o balanceada. III. Grados de industrializa-
ción. IV. Explotación destructiva o conservacionista de los recur-
sos. V. Saldos de producción o déficit. VI. Comercio

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PRINCIPIOS Y ESCUELAS GEOPOLÍTICAS 265

b) Actitudes sociales
c) Tensiones internas. I. minorías. II. Otras
d) Control social. Clases
e) Migraciones internas. Urbanización.
3. Ajustes para el control de área
a) Gobierno nacional. I. Monarquías. II. República. III. Confedera-
ción
b) Gobierno provincial. I. Estado tribal. II. Estado feudal. III. Canto-
nes, etc. IV. Soviets
c) Gobierno local. I. Villa tribal. II. Estado feudal. III. Cantones, etc.
IV. Otros
4. Ajuste tendiente a la definición de límites
a) Relaciones con el medio y sus factores
b) Zonas de litigio
5. Ajustes respecto al exterior
a) Internacionales. I. Comunidad de Naciones. II. Alianzas. III. Ligas,
ONU.
b) Extranacionales. I. Colonias. II. Mandatos, tutelas, fideicomisos,
protectorados. III. Extraterritorialidad. IV. Estados-tapones y zo-
nas neutralizadas o también de ocupación.
c) Proyectados. I. Planes de paz. II. Programas de comercio. III. Es-
trategia militar. IV. Otros

La segunda parte del análisis se introduce marcadamente en los rasgos


económicos, de valor para la geopolítica, aunque actualmente, tal vez, se
hayan sobredimensionado estos aspectos. Se denota el interés de los analis-
tas norteamericanos por la industrialización y su tipología, pilar del poder
aún hoy, y la aparición de la temática sociológica.
Finalmente, es digno de destacar que a principios del siglo ya había
comenzado a ser de trato geopolítico el estudio de las superestructuras o su-
prasistemas internacionales. El énfasis en esta variable internacionalista, en
momentos en que Estados Unidos reingresaba a su nuevo “aislacionismo”,
es más meritorio aún.
En el original del cuadro de Renner se hace mención a la antigua So-
ciedad de las Naciones hoy reemplazada por la ONU El análisis geopolítico
se centra actualmente en estas organizaciones y se mantiene vigente por
los intentos de creación de mercados comunes y regionales, integraciones

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entre Estados, etc. Y es también de interés recalcar el ítem en que aparece,


taxativamente mencionado, el hecho de la planificación para la paz, o sea,
transformar a la geopolítica en una disciplina que ayude a la convivencia, a
la mejora del nivel de vida y a una mayor calidad de vida.
Estas son algunas de las líneas actuales del pensamiento geopolítico, y
el mismo debe mucho a la Escuela Norteamericana por haberse inscrito su
devenir dentro de un carril aceptable para el mundo científico.

3. La escuela alemana

Estrictamente hablando, [la geopolítica] ni es alemana en forma exclu-


siva ni fue, en sus mayores avances, solamente cultivada por geopolíticos de
dicha nacionalidad. Sus orígenes intelectuales surgen, indudablemente, con
Federico Ratzel, pero en el siglo pasado fueron Churchil Semple (nortea-
mericana) y G. Taylor (de pensamiento anglosajón, aunque proveniente de
Oceanía), otros exponentes. Kjellen tampoco fue alemán, pero es indiscu-
tible que la Escuela de Múnich fue el abrevadero de algunos dirigentes del
Partido Nacionalsocialista, a pesar de sus discrepancias y el motivo real de
su tácita condena, sin siquiera tratar de rescatar aquellos aspectos verdade-
ramente positivos que hubiese en ella, y que los tiene indudablemente. El
repaso del cuadro 3 y su comparación con anteriores nos permiten visua-
lizar el énfasis puesto sobre los aspectos raciales y de población, típicos del
pensamiento anglosajón en boga por aquel entonces (1925-1945). Ya apa-
recen delineadas las estructuras sistemáticas que aún perduran en el análi-
sis geopolítico moderno: factores estables y factores mutables, siempre con
una mayor inclinación a los segundos. En la práctica, queda armada toda
la faceta demológica que actualmente persiste en estudios de esta índole, la
cual apunta no solamente a lo cuantitativo, sino también a lo cualitativo de
una nación.
En la revisión de los subtemas se advierte la realidad política de la
Alemania de entreguerras: regiones, corredores, etcétera. Uno no puede
menos que recordar a Danzing, Memel y el Báltico, tradicional Mare Clau-
sum germano, las esferas de influencia, una remembranza que Japón tradu-
cirá como “Esfera de coprosperidad”, en el Sudeste asiático. El der Raum. El
Lebensraum, la expansión vital hacia el Este europeo, a despecho de la recu-
peración de las ex colonias, territorios a los cuales el análisis de la Escuela
Alemana dedica un muy modesto espacio (véase el cuadro 3).

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PRINCIPIOS Y ESCUELAS GEOPOLÍTICAS 267

Cuadro 3
Escuela organicista (alemana o anglosajona)

Principales cultores
F. Ratzel, R. Kjellen, K Haushofer y R. Strausz Hupé

Objeto de análisis
Estudio del organismo político y de su estructura.
Geopolitik o formulación de una política espacial

1. Propiedades físicas del área


a) Posición respecto a tierras y mares. I. Regional. II. Acce-
sibilidad. III. Valor estratégico. b) extensión. Profundidad y
valor defensivo. c) Forma. I. ventajas. II. Vulnerabilidades.
d) Geomorfología. I. Relieve. II. Aguas. III. Litoral. IV pe-
netrabilidad. e) Clima f) Recursos naturales. I. Inventario.
II. Suelos. III. Materias primas minerales. IV. Aguas. V. Ali-
mentarias. VI. Otras. VII. Clasificación del Estado de acuer-
do con saldos y déficits de su categoría económica.
2. El pueblo
a) Razas y etnias. b) población. I. Número. II. Composi-
ción. III. Distribución y densidades. c) cultura. I. Elementos
básicos. II. Aptitudes, educación, preparación tecnológica.
III. Organización institucional. d) Economía. I. Industria e
industrialización. II. Circulación. III. Comercio. IV. Produc-
ción y productividad. V. Patrones de vida. VI. Necesidades.
e) gobierno. I. Estructura. II. Civismo. III. Comportamiento
político.
3. Análisis morfopolítico
a) Capital. b) El núcleo central o centro de gravedad. c) El
dominio. I. Regiones. II. Corredores. d) Límites. e) Zonas pa-
ragolpes, Estados tapones y esferas de influencia. f) Expansio-
nes marginales. I. Colonias. II. Dependencias. g) El dominio
ampliado (der Raum). I. Provincias de poder. II. Cabezas de
puente. III. Líneas de menor resistencia. IV “Panregiones”.

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268 AUEL / BALBI / DE JORGE

4. El organismo integrado pueblo-área


a) Crecimiento histórico. I. Etapas de crecimiento. II. Zonas
de expansión. b) Tendencias vitales de la población. II. Ex-
pansión demográfica. III Calidad (educación y salud). c) El
plano nacional. I. Reducción de la población por la búsque-
da de un mayor nivel de vida. II. Control de la natalidad
tendiente al mantenimiento del nivel de vida. III. Estímulo
demográfico del crecimiento para mejorar económicamente,
colonizar en ultramar, penetrar pacíficamente a través de las
fronteras o realizar conquistas territoriales. d) Distorsiones y
programas autárquicos.
5. Estrategias Nacionales
a) Programas de comercio exterior/interno. b) Estrategia mi-
litar. I. Defensiva. II. Ofensiva. c) Política diplomática. I. Uni-
lateral. II. Colectiva.
6. Manómetros políticos
a) Mudanza de la capital. b) Campos de tensiones y líneas de
roses (zonas de antagonismo geopolítico). c) Grado de urba-
nización. d) Migraciones internas.

El capítulo IV [del cuadro 3] se ocupa de las políticas de población.


Veladamente, eutanasia, por un lado; progenie numerosa, por el otro. Visto
a la luz de los acontecimientos actuales, son premios para quienes se este-
rilizan bajo el aliento de las Naciones Unidas, para los pseudoencubiertos
crímenes titulados “planificación familiar” en la China de Mao, leyes de
casi toda la “adelantada” Europa que permiten el aborto y los anticoncep-
tivos, masivamente utilizados en los Estados Unidos por la imposición del
“American way of life”,…podemos llegar a creer que las ideas referidas al
control de la natalidad de la Geopolítica Alemana fue instaurada por “ne-
nes de pecho”. Sólo falta que, en un par de siglos más, la figura de Hitler sea
elevada a la par de otros “visionarios” del Viejo Continente, como César,
Alejandro, Drake, Cavendish y Stalin, sin olvidar a Napoleón, Mussolini o
Enrique VIII. Que los hubo de todos los gustos y en todas las épocas y son
parte de la cultura occidental.

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PRINCIPIOS Y ESCUELAS GEOPOLÍTICAS 269

Los dos últimos ítems han sido (ex profeso) modificados por nosotros.
Apuntan directamente a un campo que no es estrictamente geopolítico. La estra-
tegia es un arte que, si bien se basa en los análisis geopolíticos, no forma par-
te de ella. Todo el subtema gira en torno de la problemática del poder: mi-
litar, económico, tecnológico, estratégico y de sus posibles “estratagemas”,
que son pulsadas por los denominados “manómetros geopolíticos”. Es el
corolario, el fin último de la investigación. El poder, en cierta manera, por
el poder mismo. Es aquí en estos fines, en donde debe condenarse la ideolo-
gía de la escuela muniquesa.

III. Definiciones y campo de estudio

En la bibliografía que se da al finalizar el módulo, figuran trabajos que han


recopilado una gran variedad de definiciones de diversos geopolíticos (do
Couto e Silva; Atencio). Han sido ideadas a fin de expresar sintéticamente
el concepto, campo de estudio y relaciones científicas que nuestra disciplina
posee. Obviamente no es útil engrosar el léxico geopolítico ya instaurado y
aceptado como idóneo para expresar aquellas ideas. Por este motivo, nos
limitaremos a efectuar una breve reseña de algunas definiciones, que, por
su síntesis, totalidad, universalidad o (para ser sinceros) agrado personal de
quien escribe, nos han parecido importantes:
Desde el punto de vista pragmático, la geopolítica analiza cada uno de
los elementos del espacio geopolítico que interesa a la política de Estado, a
cuyo servicio se coloca, señalándole los cursos de acción más convenientes
para que éste opere con las menores posibilidades de error en alcanzar su
objetivo político (Marini, José Felipe).
Geopolítica es la ciencia que estudia la influencia de los factores geo-
gráficos en la vida y evolución de los Estados, a fin de extraer conclusiones
de carácter político. Guía al estadista en la conducción de la política inter-
na y externa del Estado y orienta al militar en la preparación de la defensa
nacional y en la conducción estratégica. Al facilitar la previsión del futuro
mediante la consideración de la relativa permanencia de la realidad geo-
gráfica, les permite deducir la forma concordante con esta realidad en que
se pueden alcanzar los objetivos y, en consecuencia, las medidas de conduc-
ción política o estratégica convenientes (Atencio, Jorge E.).
Geopolítica es la política orientada en armonía con las condiciones geo-
gráficas (Backheuser, Everardo).
La geopolítica se subordina a la política y aplica, al servicio de ésta, los
conocimientos de la ciencia geográfica (Do Couto e Silva, Golbery).

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270 AUEL / BALBI / DE JORGE

La geopolítica es el estudio del Estado como organismo geográfico, es


decir, como fenómeno localizado en cierto espacio de la tierra. Por lo tanto,
del Estado como país, como territorio, como región o, más característicamen-
te, como dominio político (Kjellen, Rudolf).
Geopolítica es la planificación de la política de seguridad de un país, en
términos de sus factores geográficos (Spykman, Nicholas).
La geopolítica puede ser considerada como una designación abreviada
de la geografía política, tal como la geoeconomía es la abreviatura de geo-
grafía económica (Renner, Jorge).
La geopolítica propone una política estatal de conformidad con los
vínculos geográficos de la política (Passarge, Siegfried).
La geopolítica debe transformarse en la conciencia geográfica del Esta-
do (“Zeitschrift für Geopolitik”).
La geopolítica surgió de la geografía política. Activa el depósito de co-
nocimientos de la última y la pone al servicio del líder político (Haushofer,
Karl).
Con esta breve reseña de diez definiciones distintas, en donde hemos
elegido a autores argentinos, brasileños, alemanes y norteamericanos, entre
otros, a fin de otorgar al lector un universo bastante completo, podemos
estructurar algunas ideas útiles. Primeramente, para saber lo que no es la
geopolítica. En seguida, para distinguir lo que sí debería ser y finalmente para
introducirnos en su campo específico de estudio, sus relaciones y sus depen-
dencias.
La geopolítica, a pesar de lo afirmado por Renner, no es sólo una de-
signación. Es mucho más que eso. Y además, tampoco una abreviatura de
geografía política, la que tiene menos vinculaciones con nuestra disciplina
de lo que cabe suponerse. Tampoco concordamos con Atencio en las rela-
ciones que propone entre la geopolítica y la estrategia (o la geoestrategia),
ya que la conducción estratégica requiere de muchos más elementos que
los que la geopolítica por sí sola le puede entregar. Un autor argentino (J.
Fraga), lo describe muy exactamente al afirmar que “…la geopolítica sirve a
la estrategia como una forma de inteligencia, mediante el aporte de valiosa
información obtenida y analizada con mentalidad política y geográfico”, y
punto.
Más cercano a nuestro parecer, está el concepto dejado por Passarge,
aunque la geopolítica no debe proponer políticas. Estas quedan a cargo del
conductor al cual el geopolítico debe asesorar. Coincidimos con la depen-
dencia geográfica de nuestra disciplina, aunque no haya habido jamás (y
creemos sinceramente que tampoco la habrá) sobre este punto, acuerdo al-
guno. Para muchos pensadores es dependencia de la ciencia política. Y para

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PRINCIPIOS Y ESCUELAS GEOPOLÍTICAS 271

algún ideólogo, incluso, una rama del saber totalmente independiente de la


una o de la otra. Para los argentinos, particularmente, es útil la definición
dejada por la Escuela de Múnich. Porque si hay algo de lo cual tenemos
escasa o ninguna conciencia, es el valor del territorio nacional. Esa geografía
desconocida, menospreciada o desvalorizada, incluso desde los altos nive-
les de conducción del país, en varias ocasiones. Para nosotros el territorio
incluye el mar, el espacio aéreo, el lecho y subsuelo marino, hasta la misma
Antártida, lo que no es poco decir.
Interesante es la definición de Spykman, por el hecho de incluir el tér-
mino planificación en la misma, aunque restrinja a la seguridad todo el que-
hacer que le cabe a la Geopolítica. Pero apunta a algo importante: mira al
futuro, piensa en el mañana; faceta que también Haushofer había destaca-
do al afirmar que la geopolítica debía mirar menos a la historia y más al
futuro. Su definición concuerda con afirmaciones hechas, párrafos arriba,
por nosotros: poner a la geopolítica al servicio del hombre político, pero
arrancando del tronco del saber geográfico.
Particular predilección se siente al repasar la definición sencilla, brillan-
te, sintética de Backheuser. Tal vez por ello es que do Couto e Silva, com-
patriota del brasileño, le critique ácidamente en su obra citada (¿será por
cierto complejo que a veces se trasluce en la lectura de sus escritos?). Pero
que la geopolítica orienta al político en armonía con las condiciones geográ-
ficas del Estado, es inatacable.
Para resumir estas líneas, podemos afirmar entonces que:

—— La geopolítica está entroncada de manera directa en la ciencia geo-


gráfica.
—— Está al servicio de la geopolítica, particularmente la conducción.
—— Asesora, facilita información, se amolda a las necesidades políticas
del Estado.
—— No es estrategia. Tampoco geografía política.
—— Debe ser una disciplina pragmática. Buceará en el pasado, pero su
objetivo está en el futuro.

Por todo ello es que, insistiendo en la frase que volcarnos en nuestra


introducción al módulo, consideramos que la geopolítica es la encargada de
analizar las causas, las modalidades, las localizaciones y los tiempos en que el espacio
geográfico influye y se interconecta con los fenómenos políticos.
Su campo de estudio será, por lo tanto, el espacio geográfico, pero con la
visión del político, que escudriña en la historia, conoce los valores de su geo-

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272 AUEL / BALBI / DE JORGE

grafía y de su población; planifica la acción política del Estado y apunta a


un futuro posible, andando paso tras paso, para alcanzar su objetivo geopo-
lítico. Y esta misión, este para qué, contrariamente a lo que comúnmente se
supone, debe ser alcanzando la paz y para la paz. Para una mejor conviven-
cia entre pueblos y nacionalidades y para elevar y dignificar al ser humano,
individualmente o viviendo en sociedad.
Se la inscribe, por ende, en el campo de las ciencias humanas. Su aná-
lisis se ve inscripto en las dinámicas condiciones del accionar del hombre,
como en las estáticas realidades del mundo físico y natural, el cual le es acer-
cado por la geografía.
Hennign crearía una imagen, hace ya más de cincuenta años, que aún
perdura y es repetida profusamente, para alcanzar en forma didáctica la
comprensión de las diferencias entre la geografía política y la geopolítica.
Así afirmó que “…la geografía política es estática, mientras que la geopo-
lítica es dinámica. La primera es como una instantánea (un diapositivo,
diríamos nosotros), y la segunda como una película cinematográfica de un
mismo proceso general”.
Estatismo versus dinamismo. Corte en el tiempo versus secuencias. Es
como observar un mapa histórico del Imperio Romano hacia el 100 de
nuestra era (geografía política) y leer la historia vívida de Roma con sus
luchas, su comercio, su poder, su derecho, sus instituciones, etcétera, y su
futuro.
El atlas nos otorga el panorama exacto de la geografía política del mun-
do actual. Nos entrega los límites, sus capitales, sus divisiones provincia-
les y/o departamentales, los municipios y pedanías, etcétera. Y los análisis
hechos por los geógrafos nos explicarán los motivos de cada una de esas
configuraciones políticas, su génesis, tratados o acuerdos que garantizan los
mismos y algunas otras materias tales como número de población, forma de
gobierno o indicadores sociales. La conocida tetralogía pueblo-territorio-
nación-Estado, es el tema excluyente y casi exclusivo de la geografía políti-
ca, aunque ciertos autores como Prescott, Muir o Cox le adjudiquen otras
expectativas, entre las que se incluyen la relación hombre-medio, la diferen-
cia areal y la interacción espacial (Gaete).
Todo lo expresado está, indudablemente, contenido en la geopolítica.
Por eso afirmamos que dicho material era “casi” exclusivo de aquélla. Es
el enfoque y la finalidad los que signan la diferencia. Porque la geografía
política termina hoy, mientras que la geopolítica continúa hacia los plazos
que la política le solicita: corto, mediano o largo, de acuerdo a los fines que
la conducción decida.

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Capítulo 20
LA GEOPOLÍTICA*

Helio Jaguaribe
Andrés Rivarola
Rafas Calduch

Sumario: I. Geopolítica. II. Geopolítica clásica.

I. Geopolítica

1. Área de análisis multidisciplinario de las ciencias sociales que estudia la


influencia de los factores geográficos en la vida y evolución de los Estados, a
fin de extraer conclusiones de carácter político que sirvan de guía al estadista
en la conducción de la política interna y externa del Estado.
Si la política es la relación del hombre con el hombre tomado en su
conjunto, es siempre “localizada” en espacios concretos. El hombre es un
ser social, histórico, cultural, de dimensión terrestre, por lo que hace natu-
ralmente “geopolítica”, aunque sea de modo no explícito.
No hay historia sino en espacios “especializándose”, lo que no impide
que haya personas o comunidades que “cuentan” la historia con una gran
desatención de los espacios. Pero la historia no es tiempo sino espacio y
tiempo, los tiempos solos o los espacios solos son muy abstractos, tanto que
la geopolítica es obviamente anterior a la “geografía”, una abstracción muy
posterior, que separa la tierra de la política. El espacio humano está siem-
pre cualificado políticamente. No hay Estado sin territorialidad. El espacio
sólo es neutro en tanto no dominado por el hombre; apenas dominado, se
“politiza”. Las luchas y los conflictos humanos implican siempre conflictos
* El texto está tomado del Diccionario latinoamericano de seguridad y geopolítica, editado por
Miguel Ángel Barrios (dir.), Helio Jaguaribe, Andrés Rivarola y Rafael Calduch Cervera,
Buenos Aires, Biblos, 2009, pp. 193-198. A pesar de que al final del libro aparece una sección
con los nombres de los numerosos colaboradores de la obra, las entradas no registran quién
o quiénes las han escrito. Agradezco de todo corazón a la Editorial Biblos su amable autori-
zación para la publicación de este texto (nota del editor).
273

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274 JAGUARIBE / RIVAROLA / CALDUCH

y desplazamientos espaciales en todos los niveles: desde la casa, pasando por


la fábrica hasta el Estado.
En La nueva geopolítica de la energía, Michael Klaire afirma que el término
en cuestión pareciera venir de otra era, de fines del siglo XIX, pues “geopo-
lítico” o “competencia geopolítica” puede significar la competencia entre
grandes poderes y aspirantes a ser poderes por controlar territorios, recur-
sos y posiciones geográficas importantes, como puertos, canales, sistemas
de ríos, oasis y otras fuentes de riqueza o influencia. Si se mira hacia atrás,
se verifica que tal tipo de enfrentamiento ha sido la fuerza dirigente en la
política mundial y especialmente del conflicto mundial en gran parte de los
siglos recientes. Afirma: “la geopolítica como un modo de análisis fue muy
popular desde fines del siglo XIX y hasta la primera parte del siglo XX. Si
usted estudiaba entonces lo que los académicos llamaban hoy en día «rela-
ciones internacionales», habría estado estudiando geopolítica”.
En su libro Hacia una nueva estrategia internacional, Juan Gabriel Tokatlián
realiza el siguiente análisis: “la geopolítica —la intersección y graduación
de los factores materiales y espaciales en el diseño y práctica de la política
exterior— parece haber retornado y adquirido un significado relevante en
el despliegue de la gran strategy de los Estados Unidos”.
A su vez, en Teorías en pugna de las relaciones internacionales, James E. Doug-
herty y Robert L. Pfatzgraff concluyen que

el medio, entonces, suministra un punto focal excepcional, no sólo para la


teorización antigua y contemporánea, sino para la teoría política y norma-
tiva de las relaciones internacionales de los años futuros, porque en última
instancia todas las políticas exteriores y de los demás modelos de interacción
internacional se plantean en un entorno político, social, cultural y geográfico.

Henry Kissinger no duda en sostener que los Estados son los principales
actores de la política internacional, es decir que
países como Rusia, China, Japón e India siguen teniendo de la nación la mis-
ma visión que tiene Estados Unidos y que tienen los Estados europeos antes de
la Segunda Guerra Mundial. Para ellos, la geopolítica no es algo execrable, es
la base de su análisis interno y de sus acciones externas. El concepto de interés
nacional todavía mantiene unida a la opinión pública dirigencial. El equilibro
de poder afecta sus cálculos, en particular en sus relaciones recíprocas.

Concluye: “la mayor comprobación de que la geopolítica existe son los


cambios de mapa” (“Se desplazan los polos del poder”, Clarín, Buenos Aires,
3 de agosto de 2004).

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LA GEOPOLÍTICA 275

Paul Kennedy reflexiona que “no se puede obviar la geopolítica, la cual


puede definirse como la influencia de la geografía en la política, la forma
en que la distancia, el terreno y el clima afectan los asuntos de Estado y de
hombres” (“Estados Unidos no puede dejar al mundo librado de su suerte”,
Clarín, Buenos Aires, 29 de junio de 2004).
En El gran tablero mundial Zbigniew Brzezinski dice que “se ha de ser sen-
sible al hecho de que la geografía política sigue siendo un aspecto muy im-
portante en los asuntos internacionales. Se dice que Napoleón afirmó cierta
vez que reconocer la geografía de un país equivale a conocer su política
exterior. Nuestra valoración de la importancia de la geografía política debe
adaptarse, sin embargo, a las nuevas realidades del poder”. Para Brzezins-
ki, la Guerra Fría “en algunos aspectos representó una contienda más que
ideológica de raíz geopolítica —la dimensión geopolítica no podrá quedar
más clara—: América del Norte versus Eurasia disputándose el mundo”.

“Geografía y poder político parecían haber tomado cierta distancia recípro-


ca”, dice el analista argentino Oscar Raúl Cardoso, pero en realidad la in-
terdependencia de la economía global nunca ha anulado los presupuestos
centrales del pensamiento geopolítico, reafirma en “Petróleo: las razones que
mejor explican la geopolítica (Clarín, Buenos Aires, 17 de junio de 2007).

La geopolítica es una teoría y una acción de análisis de la política exte-


rior de los Estados en el sistema-mundo, que atraviesa todas las dimensiones
de las ciencias sociales.
Pero todo esto es demasiado general. Lo que importa concretamente
puede enunciarse mediante las siguientes preguntas: ¿por qué geopolítica
en América latina? ¿Puede haber una geopolítica latinoamericana? ¿Pue-
de interesar? ¿No sólo habrá geopolíticas argentinas, brasileñas, peruanas,
chilenas, venezolanas, etcétera? ¿Puede tener un impulso y una referencia
unitarios, latinoamericanos?
Como primera aproximación, es posible sostener que no hay pueblo en
plenitud sin “autoconciencia política de su tierra”. La cultura latinoamerica-
na, el pueblo latinoamericano —compuesto por todas nuestras patrias—,
para su autoconciencia requiere gestar también su “conciencia geopolítica”
mediante la unión. La unidad como realización práctica comienza en la
cabeza, en la inteligencia. Para la segunda independencia hay que conocer
América Latina, tener una perspectiva temporal-espacial, no abstracta, no
declamativa. Sólo la perspectiva geopolítica salvará al subcontinente de lo
amorfo.

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276 JAGUARIBE / RIVAROLA / CALDUCH

A pesar de que es escasamente conocida en los ámbitos universitarios e


incluso militares, la geopolítica latinoamericana tiene enormes anteceden-
tes, especialmente en lo que atañe a una geopolítica del conjunto, de un más
allá de las patrias chicas, hacia el paradigma del Estado continental.
Una geopolítica latinoamericana lleva a la recuperación de Simón Bo-
lívar y José de San Martín, de la generación inconclusa de la primera inde-
pendencia. Luego de ellos se perdió la visión totalizadora, y con la balcani-
zación, quedaron los fragmentos dispersos.
En el siglo XX vuelve el latinoamericanismo, innovador con respecto
al hispanoamericanismo. Brasil se incorporaba entonces al destino conti-
nental retomando el origen común de Portugal y Castilla. Se trataba de
América Latina de variante portuguesa, según Manuel Ugarte, pues dejó
de cumplir el rol de satélite directo de Inglaterra como en la primera mitad
del siglo XIX.
Quien acuñó el concepto geopolítico de la Patria Grande fue también
Ugarte, el argentino de la generación del 900 que ya en 1901 busca la crea-
ción de los Estados del Sur.
El venezolano Rufino Blanco Fombona, el bolivariano de la genera-
ción del 900, tiene una polémica apasionante con el geopolítico inglés Wi-
lliam Stead, quien plantea, al iniciarse el siglo XX, la “americanización”
del mundo. Blanco Fombona recurre al programa geoestratégico de los Li-
bertadores, en las nuevas condiciones del siglo XX, para salir al cruce de
esa concepción.
Este embrionario pero fundamental pensamiento geopolítico latinoa-
mericano comienza a articularse de modo independiente, por dos caminos,
a fines de los años veinte. Por un lado, con Víctor Raúl Haya de la Torre
—hijo de la tradición de Ugarte— y el indoamericanismo con su teoría de
“espacio-tiempo”, al fundar el primer partido nacional popular, el APRA,
se plantea como meta la unidad de la Patria Grande y se diferencia de re-
giones de Indoamérica importantes. Por otro lado, con su libro Proyección
continental de Brasil de 1937, el general Mario Travassos facilitó un diseño
del conjunto de América del Sur. También Travassos habla ya no de países
sino de regiones, y señala a Bolivia como el “corazón de América del Sur”.
Los dos enfoques —el latinoamericanista de Haya de la Torre y el brasi-
leñista Travassos— en el siglo XXI se hermanan, cuando en aquel momen-
to eran opuestos. Así es la dinámica de la historia, movimiento perpetuo.
Juan Domingo Perón es el máximo totalizador de la geopolítica lati-
noamericana. Plantea la integración histórica de San Martín y Bolívar —el
polo hispánico— complementariamente a la geopolítica de la integración

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LA GEOPOLÍTICA 277

sudamericana. Para Perón, la unidad empieza por la conjunción argentino-


brasileña en el macizo subcontinental, es decir, desde la unidad sudameri-
cana hacia la unidad latinoamericana, a partir de la equipolaridad hispáni-
co-lusitana de América del Sur. Heredero de la tradición latinoamericana
de Manuel Ugarte —quien fuera su embajador— y de la geopolítica de
Friedrich Ratzel, proclama la formación del Estado continental como única
posibilidad de escapar de la dominación a partir de la Unión. Es el primer
teórico y geopolítico realista de la autonomía periférica de América Latina,
y su geopolítica y geoestrategia poseen una contemporaneidad absoluta en
el sistema-mundo del siglo XXI.
Posteriormente, la industrialización —que dio origen al llamado “mila-
gro” brasileño, en asociación con un Estado autoritario militar y con gran-
des corporaciones— hace emerger la figura del general Golbery de Couto e
Silva, quien resume su pensamiento en Geopolítica de Brasil, donde se advierte
una pretensión de “subimperalismo” por parte de ese país. La primera reac-
ción no podrá venir sino de una “frontera” sensible, Uruguay. El socialista
nacional uruguayo Vivian Trías responde con su libro Imperialismo y geopolí-
tica en América Latina. Pero los mismos brasileños también cuestionaban tal
pretensión. Entre ellos, el más notorio fue el riograndense Paulo Schilling.
En la Argentina, el general Juan Enrique Guglialmelli planteó su oposición
a estas pretensiones en sus escritos en estrategia.
Esta preocupación rioplatense ante la marcha hacia adentro de Brasil
tiene otro antecedente, el libro Ejército y política del argentino Arturo Jauret-
che, publicado en 1958, donde se muestra la coherencia de la geopolítica
brasileña y la falta de una geopolítica argentina.
En 1967 Alberto Methol Ferré publicó El Uruguay como problema, editado
posteriormente como Geopolítica de la Cuenca del Plata en la Argentina, con pró-
logo de Arturo Jauretche; libro de enorme repercusión en el Río de la Plata.
Su tesis central consiste en la viabilidad de los países del subcontinente si no
se latinoamericanizan. Plantea que el rol de Uruguay es ser a la vez “Banda
Oriental” y “república cisplatina”. La solución inglesa del “Estado tapón”
como neutralización en el Río de la Plata había llegado a su fin. De alguna
manera, esta obra narra la falta de destino de los países sudamericanos si
no dan el salto al Estado continental. También en 1967 aparecía en Mon-
tevideo el libro del general Perón América Latina: ahora o nunca. Se trata de
distintos hitos que marcan que una geopolítica latinoamericana constituye
una exigencia nacional en la segunda independencia.

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278 JAGUARIBE / RIVAROLA / CALDUCH

II. Geopolítica clásica

Las escuelas predominantes en el análisis geopolítico son la inglesa, la ame-


ricana, la alemana y la francesa. Sus concepciones son aceptadas y seguidas
por otras escuelas como la rusa, la española y la italiana, en conexión con la
alemana.
La escuela inglesa tiene en Halford Mackinder a su mejor exponente.
Sus análisis tienen gran vigencia hasta la actualidad. En 1904 presenta su
teoría: mientras en Europa todos están construyendo botes, no pueden de-
tener el crecimiento de la gran potencia —Rusia— que, con el transcurso
del tiempo, la desplazará del poder mundial.
Pero el poder que hubo de crecer desde entonces está volviendo ahora
a los centros de donde emergió. Los organismos políticos más débiles que-
darán desplazados. Esto sucederá porque comienza a haber una saturación
del poder: sin nuevas cosas que conquistar, la lucha se dará entre los mejores
y sellará el destino de los peores. Mackinder habla de Rusia, que es inacce-
sible por medios marítimos. La historia atestigua que el gigante ruso nunca
pudo ser conquistado. Con el ferrocarril transiberiano en 1891, Rusia co-
menzaba a tener una espina dorsal que le proporcionaría poder de un ex-
tremo a otro. Si Alemania se aliara con Rusia, dice, constituiría un imperio
mundial. Llamará el “corazón de la Tierra (heartland) a lo que antes llamó el
“área pivote”. El concepto que reemplaza a Eurasia es el de “isla mundial”;
quien rige la “isla mundial” domina el mundo.
Mackinder señaló la necesidad de separar Alemania de Rusia, cosa que
se cumplió después de la Primera Guerra Mundial con el establecimiento de
Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Rumania. Al finalizar la Segunda Gue-
rra Mundial habrá dos heartlands: uno en Eurasia (como el anterior) y otro
que consiste en un enorme puente marítimo entre Estados Unidos, Gran
Bretaña y Francia. La conformación de la posguerra le ha dado la razón,
dado que el pacto de Varsovia representa el primer heartland y la OTAN, el
segundo. Preanuncia así la bipolaridad.
La escuela americana, con pensadores como Alfred Mahan y Nicholas
Spykman, toma como punto de partida la expansión territorial por vía de la
economía de mercado, para obtener el orden universal en compensación a
sus sacrificios, sin pasar por alto la fuerza militar que sirve como soporte de
garantía y seguridad ante las inversiones del Estado americano.
Mahan sostiene la importancia del poder de las fuerzas marítimas para
transportar el abastecimiento de materias primas a la gran industria y llevar
manufacturas a puertos a fines de la Primera Guerra Mundial. Hasta en-

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LA GEOPOLÍTICA 279

tonces, la fuerza del poder económico americano se encontraba en la bolsa


de valores pues, para su política exterior, la nación que quisiera conquistar
el mundo debería ser rica.
Este autor estudia seis factores que influyen en el poder marítimo: la
posición física, la conformación geográfica, la extensión del territorio, el
tamaño de la población, el carácter nacional y el tipo de gobierno.
Spykman propone la teoría del rimdland (borde centro orilla). Quien lo
domine dominará Eurasia y así, mediante la cooperación de fuerzas maríti-
mas y aéreas, América logrará un doble anillo de defensa en la isla mundial.
La escuela francesa estudia la influencia de los fenómenos geográficos
en la vida del Estado y la capacidad del hombre para modificar la geografía
y el ambiente. Lo que da importancia a dos temas fundamentales: la cultu-
ra y los recursos naturales. La importancia de la cultura se basa en que
busca un sentido ontológico de mejor calidad de vida del ser humano y
de relaciones con su sociedad, éstas se darán siempre que se favorezca una
buena educación y se expanda el conocimiento mediante la investigación.
Entonces el Estado entrará a salvaguardar estos fines bajo una perspectiva
geocultural. En cuanto a los recursos naturales, esta escuela afirma que,
puesto que pueden ser renovables o extinguibles, el Estado debe regularlos y
adquirirlos mediante su soberanía para evitar una crisis interna como con-
secuencia de la escasez de estos recursos.
La escuela alemana, inspirada en Mackinder, proponer que no sólo se
debe observar el poder marítimo sino el terrestre. Denomina “área pivote”
aquellas zonas donde no es posible acceder por vía marítima y pueden ser
recorridas sólo por el ferrocarril.
Afirma que el que domine el corazón central dominará la “isla mun-
dial” y, así, el mundo; además, sostiene que los ciudadanos de un imperio
de alcance mundial deberán ser capaces de visualizar las condiciones geo-
gráficas y pensar imperialmente; por lo tanto, hacia ese fin debería dirigirse
la enseñanza.
Karl Haushofer hace énfasis en tres aspectos: la autarquía, el espacio
fronterizo y la capacidad militar. Este autor fundamenta parte de sus pen-
samientos en Ratzel. Su interés principal consiste en el Lebesraum, el espacio
vital, que tiene conexión directa con la autosuficiencia, pues es el espacio que
puede autoabastecer sus recursos y por ende satisfacer sus necesidades. Por
esta razón, afirma que cada país debe desarrollarse por sí mismo y califica
las actuaciones de los países colonialistas como egoístas y burdas puesto que
no permiten el desarrollo de cada país con su propia sociedad sino que pre-
tenden imponer sus actividades para conquistar sus propios objetivos.

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Capítulo 21
UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES*

John Agnew

Sumario: I. La trampa territorial. II. Un caso concreto: las teorías clá-


sicas de las relaciones internacionales. III. La espacialidad del poder en la
imaginación geopolítica moderna. IV. El liberalismo trasnacional y las nue-
vas espacialidades del poder. V. Conclusión.

En la imaginación geopolítica moderna el poder se ha definido como la ca-


pacidad de conseguir que otros hagan lo que uno desea y, al menos desde el
siglo XIX en adelante, ha estado asociado exclusivamente a los Estados terri-
toriales, normalmente considerados como Estados-nación, es decir, aquéllos
donde hay una estrecha correspondencia entre los miembros de una nación
concreta y las fronteras de un Estado particular. En este capítulo quiero
examinar estos argumentos con cierto detalle y poner de manifiesto cómo la
“espacialidad” o la organización geográfica del poder no está necesariamente
unida en todo momento y lugar a la territorialidad de los Estados. La justifi-
cación de la espacialidad centrada en el Estado, lo que denomino la “trampa
territorial”, es la proyección histórica de un mundo en que el poder sobre los
otros se concibe como algo que está “repartido” entre entidades de soberanía
territorial semejantes, normalmente entre los Estados militarmente más im-
portantes, las llamadas grandes potencias.
Hay unos argumentos clásicos en la geografía del poder que aunque
sean más explícitos en el caso de la geografía política y de las relaciones
internacionales, son compartidos por las ciencias sociales contemporáneas.
Estos argumentos se apoyan en tres supuestos geográficos: el primero, que

*
Este capítulo está extraído de Agnew, John, Geopolítica: una re-visión de la política mundial,
Madrid, Trama Editorial, 2005, pp. 57-78; la traductora del libro es María D. Lois Barrio.
Agradezco infinitamente la autorización de Trama Editorial para reproducir este texto (nota
del editor).

281

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282 JOHN AGNEW

los Estados tienen un poder exclusivo dentro de sus territorios, identificado


con el concepto de soberanía; el segundo, que los “asuntos nacionales” y
los asuntos “exteriores” son realidades esencialmente separadas reguladas
por normas diferentes; y, finalmente, que los límites del Estado definen los
límites de la sociedad de manera que ésta última está “contenida” en el
primero. Estos supuestos se refuerzan unos a otros en la configuración de
una concepción del poder estadocéntrica en la que el espacio ocupado por
los Estados sería inamovible, como si fuera perpetuo. Al asumirse una terri-
torialidad-estatal esencial para el funcionamiento del poder, queda fuera de
lugar la reflexión acerca de la espacialidad del poder.
Este punto de vista funcionó particularmente bien en el mundo esta-
docéntrico que comenzó a desarrollarse en el siglo XIX. En el contexto de
aquella época tenía sentido el caracterizar la evolución de los cambios eco-
nómicos y sociales según las experiencias vividas en los pedazos de espacio
delimitados por los límites geográficos de los Estados. Las empresas y los
sindicatos, la representación política y la vida social se organizaban, cada
vez más, sobre la base del Estado. Pero también existía un elemento nor-
mativo para pensar sobre el poder en términos fundamentalmente estatales:
como reflejo del nacionalismo floreciente en Europa —y progresivamente
en otras partes— en el siglo XIX, la política se entendía mejor si se imagi-
naba desde el punto de vista de los Estados nacionales. Las ideas acerca de
la existencia de “caracteres nacionales” específicos y el reflejo de dichos
caracteres en las habilidades militares, deportivas, tecnológicas, artísticas y
educativas llegaron a gozar de gran aceptación.
Este proceso ha sido interpretado desde hace mucho como algo que era
patrimonio exclusivo de Europa (y de las áreas de poblamiento europeo). Se
concebía a Europa como una zona que tenía los requisitos necesarios para
que existieran Estados, concretamente características tales como un lega-
do ancestral (los griegos y los romanos) superioridad racial y una evidente
aptitud tecnológica. El resto del mundo estaba al alcance del imperialismo
europeo. Entre 1800 y 1914, las principales potencias europeas, Rusia y Es-
tados Unidos pasaron de dominar el 35% a controlar el 84% de la superfi-
cie terrestre (Kennedy 1987: 148 y 49). Los imperios mundiales mantenían
el control ya fuera por medios pacíficos ya fuera por la fuerza, sirviéndose
en muchos casos de gobernantes locales de uno u otro tipo. El ejemplo de
los Estados Unidos y las repúblicas latinoamericanas independientes hacía
vaticinar que el gobierno imperial no iba a durar siempre. Por lo tanto al
final “Lo que ocurrió con el Imperio romano también le ocurrió al Imperio
británico, al francés, al alemán y, por último, al ruso: los pueblos domina-

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 283

dos sólo estaban dispuestos a permanecer sometidos mientras un número


significativo de los mismos percibiera que obtenía algún tipo de ventaja”
(Paguen, 2001: 163).
Una vez que empezaba la resistencia contra la dominación colonial, el
principal medio de organizarla era, curiosamente, “la misma remodelación
de la sociedad que había constituido la fuerza impulsora de la mayor parte
del imperialismo moderno, es decir el nacionalismo” (Paguen, 2001: 164).
El Estado moderno y la imaginación geopolítica moderna se convirtieron
así en uno de los productos de la exportación europea más populares.
Al mismo tiempo que el nacionalismo y el imperialismo europeos iban
creando circunstancias propicias para la extensión del fenómeno estatal por
todo el mundo, las nuevas ciencias sociales (la economía, la sociología, las
ciencias políticas) usaban los territorios de los Estados modernos como re-
ferente fijo y fiable para las investigaciones que realizaban sobre una gran
diversidad de fenómenos. Se considera que en el mundo “moderno” (eu-
ropeo) las comunidades locales eran eclipsadas por el sol naciente de las
“sociedades” basadas en el Estado-nación. La Gesellschaft (sociedad) iba sus-
tituyendo a la Gemeinschaft (comunidad) como principio geográfico-cultural
fundamental del ordenamiento. De esta manera un “nacionalismo metodo-
lógico”, que en gran medida era implícito, acabó imponiéndose en el pen-
samiento político y social. Aquellas corrientes de pensamiento que tenían
en cuenta visiones más complejas acerca de las escalas geográficas en las
que los procesos sociales, económicos y políticos podían tener lugar fueron,
realmente, marginadas.
El Estado territorial moderno se apoyaba, por tanto, en la afirmación
de que era el “mentor” popular para el culto a la nación. Y en la forma
más radical, para los revolucionarios franceses discípulos de Rousseau el
Estado-nación suministraba la base para restablecer un fundamento reli-
gioso para la autoridad política. En vez de la persona del emperador-divino
o del monarca por designación divina, el Estado educador transmitiría a los
ciudadanos un sentimiento de unidad moral y de identificación con el padre
(o la madre) tierra. Esta “sacralización” de la nación otorgó al Estado terri-
torial una creciente ventaja competitiva sobre otros tipos posibles de orga-
nización político-espacial, como confederaciones, imperios poco definidos
o ciudades-Estado.
No ha sido sino hasta hace poco cuando los inconvenientes de una pers-
pectiva estadocéntrica del poder se han hecho evidentes. Esto se debe, por
un lado, a la percepción de cambios en la forma en que los Estados se rela-
cionan unos con otros y a la emergencia de una sociedad global en la cual
los Estados deben compartir su poder con otro tipo de actores. Vivimos en

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284 JOHN AGNEW

una época en la que el declive de la viabilidad militar incluso de los Estados


más extensos, los crecientes mercados globales, el capitalismo trasnacional
en expansión, y las formas de gobierno alternativas a las del Estado territo-
rial (como la Unión Europea, las diferentes agencias de las Naciones Uni-
das, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional) han ido dismi-
nuyendo la posibilidad de ver el poder como un monopolio espacial ejercido
exclusivamente por los Estados.
Por otro lado, el problema es más profundo que el de una simple “adap-
tación adecuada” a las cambiantes condiciones económicas y sociales del
mundo contemporáneo. El estadocentrismo ha sido reconocido finalmen-
te como la principal estrategia de los intelectuales modernos, de todas las
posiciones políticas, para limitar la definición de poder a la de un instru-
mento coercitivo, y para restringir la “política” al ámbito doméstico del Es-
tado —una manera de pensar que tiene sus raíces tanto en los trabajos del
filósofo de la antigua Grecia, Aristóteles, como en los del teórico político
de principios de la modernidad en Florencia: Maquiavelo—. Representar
el espacio como la territorialidad del Estado también sirve para situar la
estatalidad más allá del tiempo, a causa de la fuerte tendencia a asociar
espacio con algo estático o inmutable, imponiendo así una estabilidad inte-
lectual sobre el mundo que de otro modo sería imposible. En consecuencia,
el estadocentrismo sigue ejerciendo un atractivo normativo para intelec-
tuales y políticos, a pesar de que en la práctica la capacidad de mando y
reglamentación de los Estados está disminuyendo. Este concepto aporta un
conjunto fundado de elementos socio-geográficos para el análisis de datos
longitudinales y transversales, y también ofrece una serie de oportunidades
institucionales concretas —por muy comprometida que esté su capacidad
en la práctica— para la acción política.

I. La trampa territorial

Tres supuestos, analíticamente distintos pero inevitablemente relacionados,


sostiene la “trampa territorial”, es decir, el pensar y actuar como si el mundo
estuviese enteramente construido por Estados que ejercen su poder sobre
bloques de espacio y de este modo se constituyen en el único referente geo-
gráfico-político de la política mundial. El primer supuesto, y el más arraiga-
do, es que la soberanía del Estado moderno requiere de espacios claramente
delimitados territorialmente. El Estado moderno difiere de todos los demás
tipos de organización porque afirma la soberanía absoluta de su territorio.

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 285

Defender la seguridad en su dominio espacial particular y la actividad política


que lleva aparejada es el principal objetivo del Estado territorial. Personi-
ficado durante un tiempo en la persona del monarca —u otro líder dentro
de la jerarquía de “categorías” que van desde el campesino más humilde a
los guerreros, sacerdotes y nobles— la soberanía actualmente se atribuye al
territorio.
El segundo supuesto clave es que existe una división fundamental entre
asuntos “interiores” y “exteriores” en el mundo moderno. Esto se apoya en
la concepción que comparte la teoría política occidental de que los Estados
son similares a las personas que se enfrentan para lograr poder y fortuna en
un mundo hostil. Los logros económicos y políticos de un Estado siempre se
consiguen a expensas de otros, motivo por el que la cultura cívica y el debate
político sólo son posibles dentro de los límites del Estado. En el exterior, la ra-
zón de Estado (la búsqueda de los intereses de un Estado) constituye la regla
suprema. Esta concepción determina los procesos de competencia política y
económica a nivel del sistema de los Estados.
Tercero, y último, el Estado territorial sirve de “contenedor” geográfi-
co de la sociedad moderna. La organización política y social está definida
desde el punto de vista de tal o cual Estado. Por ello, escribimos y hablamos
desinhibidamente de sociedad “americana” o “italiana”, como si los lími-
tes del Estado fueran también los límites de los procesos sociales o políticos
que nos interesan, quedando así excluidas otras escalas de pensamiento o
análisis geográfico. Esto se debe a que se suele considerar que el Estado es
el garante del orden social en las sociedades modernas. El Estado sustituye
al orden cultural auto-perpetuado que podría encontrarse en las sociedades
llamadas tradicionales.
Estos tres supuestos unidos son los cimientos de una concepción de es-
tatalidad sin horizontes temporales, como si fuera la única fuente de poder
en el mundo moderno. El primero data del periodo de la historia europea en
el que la soberanía pasó de la persona del monarca al Estado y sus ciudada-
nos. En Europa, este proceso no ocurrió de la noche a la mañana, sino que
se prolongó desde el siglo XV hasta el XIX. El segundo data de los últimos
cien años, aunque la contraposición de los asuntos interiores a los exterio-
res tiene sus raíces en las doctrinas del mercantilismo económico del siglo
XVII. Juntos sirven para situar al Estado territorial moderno al margen de
la historia en general y de la historia de Estados concretos, en particular.
Definen un mundo formado exclusivamente por actores territoriales simila-
res que logran sus fines mediante el control de bloques de espacio.

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286 JOHN AGNEW

II. Un caso concreto: las teorías clásicas


de las relaciones internacionales

La importancia del Estado territorial y el rol similar que desempeña en teo-


rías distintas puede observarse en los escritos de teóricos de las relaciones
internacionales tan influyentes como Kenneth Waltz (1979) y Robert Keoha-
ne (1984). Serían autores representativos de cada uno de los extremos del
continuum que abarcaría desde el “realismo” al “liberalismo”, las principales
posturas sobre el poder estatal en torno a las que se ha desenvuelto la imagi-
nación geopolítica moderna en el siglo XX.
Waltz se ocupa de lo que él denomina “estructuras de las relaciones
interestatales”, que excluyen de cualquier consideración explicativa el ca-
rácter nacional de los Estados. En su opinión, la estructura del sistema in-
ternacional tiene tres características importantes: 1) es anárquica, sin una
autoridad superior a otra; 2) todos los Estados desempeñan las mismas fun-
ciones y son unidades equivalentes, y 3) existe una distribución desigual de
los recursos y posibilidades entre Estados. A partir de estas características
fundamentales extrae las siguientes conclusiones: que en todo momento la
forma del sistema en su totalidad está determinada por la cantidad y la cali-
dad de las relaciones entre las grandes potencias (aquéllas con más recursos
y posibilidades) y que el equilibrio de poder entre esas grandes potencias es
el mecanismo clave de la política mundial. Desde este punto de vista, por
tanto, desde 1945 hasta 1990 el sistema internacional fue un equilibrio de
poder bipolar entre dos grandes potencias (los Estados Unidos y la Unión
Soviética) en contras, por ejemplo, con la multipolaridad de principios de
siglo XIX en Europa. El motor del sistema es el miedo a ser dominado por
otros. Así pues, los Estados se conciben como actores unitarios que intentan
maximizar su status en relación con los otros. Ninguna otra entidad aparte
de los Estados está implicada, por definición, en las relaciones internaciona-
les. La política mundial consiste exclusivamente en relaciones internaciones
(es decir, interestatales).
En contraste aparente, Keohane está interesado en el modo en que la
cooperación puede tener lugar entre Estados sin que haya una gran poten-
cia dominante. Sostiene que hay importantes incentivos para la coopera-
ción entre Estados, que actúan contra la búsqueda competitiva del poder
coercitivo en un mundo anárquico, aunque Keohane acepte la existencia
de ese mundo. Tratados, acuerdos e instituciones internacionales forma-
les imponen límites al comportamiento de los Estados, porque los Estados
aceptan restricciones cuando los beneficios que se obtienen al hacerlo supe-

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 287

ran los costes. Concibe a los Estados como agentes que intentan maximizar
los beneficios públicos antes que el status. Pero los Estados siguen siendo los
únicos actores significativos en esta explicación, pues son los únicos partici-
pantes en el juego de los beneficios públicos.
A pesar de las diferencias sobre la cuál sea la prioridad de los Estados,
los dos teóricos se mantienen fieles a una concepción estadocéntrica del
mundo o, más exactamente, a un mundo centrado en las grandes potencias.
Esta es una concepción heredada de una extensa tradición de politólogos y
políticos. Es un ingrediente esencial de la imaginación geopolítica moderna.

III. La espacialidad del poder en la imaginación


geopolítica moderna

1. El poder coercitivo sobre bloques de espacio

Tres características de la concepción clásica del poder y de los Estados han


sido cruciales para obstaculizar la comprensión de la espacialidad o de la or-
ganización geográfica del poder solamente a los Estados. Estas características
hicieron problemática la perspectiva territorial o de bloques espaciales sobre
el poder mucho tiempo antes de que los recientes cambios en la marcha de
la economía política internacional la cuestionaran más profundamente. La
primera característica ha sido la definición del poder implícita en la imagina-
ción geopolítica moderna en cuanto que capacidad de obligar a otros a cum-
plir tu voluntad (o poder sobre). Esto nos lleva a un concepto de poder como
monopolio del control ejercido igualmente sobre todos los lugares dentro de
un territorio dado o de un área geográfica por un gripo social dominante o
elite (“poder despótico”). Este concepto pasa por alto la contingencia y fragi-
lidad del “poder infraestructural” (el suministro estatal de bienes y servicios,
etcétera) sobre el que descansa fundamentalmente la legitimidad (el derecho
a gobernar reconocido por la población) de los Estados modernos. El sociólo-
go Michael Mann (1984) ha señalado con cierto detalle el importante papel
del poder infraestructural a la hora de distinguir los Estados territoriales mo-
dernos (tanto burocráticos como autoritarios) de los tipos de gobierno feudal
y clásico-imperial (tabla 1). Debido a que tiene la capacidad de suministrar
servicios organizados central y territorialmente que otras organizaciones no
tienen, el Estado territorial deja de ser la criatura de las élites estatales (y de
su poder despótico). Hay una fuente de poder autónomo en sus roles de di-
rección y coordinación. Pero esta relativa autonomía depende de la prestación
de una serie de servicio por parte de los Estados que no pueden ser suminis-

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288 JOHN AGNEW

trados de ninguna otra manera, circunstancia que, evidentemente, plantea


desafíos tanto al régimen (instituciones en activo) como al Estado cuando éste
no puede hacer frente al suministro de bienes.

Tabla 1
Dos dimensiones del poder del Estado
y los cuatro tipos ideales de Estado que definen

Esta redefinición, aunque resulte útil para señalar la dependencia del


Estado moderno de lo que hace por su población, pasa totalmente por alto
el grado en que el poder es inherente a todas las acciones humanas. Todas
las prácticas sociales implican la utilización de poder, es decir, la capacidad
de abordar acciones encaminadas a la realización de objetivos socialmente
aprobados (poder para). Desde este punto de vista, el poder no es una cosa
o una posibilidad cedida exclusivamente a los Estados (o a las instituciones
políticas asociadas) sino el recurso a la acción (agency) implicado en toda
actividad social encaminada a conseguir los fines que se ha propuesto. Los
Estados territoriales son un tipo de concentración social de poder que sur-
gió en unas condiciones históricas específicas en las que la territorialidad
del Estado era útil en la práctica para lograr los objetivos de los grupos
sociales tanto dominantes como dominados. Hoy, podemos ver cómo el po-
der estructural comienza a ser aplicado por parte de gobiernos locales y
regionales y de comunidades suprarregionales para fines tales como el de-
sarrollo económico o la identidad política, sin que vaya acompañado del
poder coercitivo tradicionalmente asociado a los Estados territoriales. No
cabe duda que esa configuración espacial distinta del poder respecto a la del
Estado moderno territorial no es del todo nueva. Por ejemplo, la Liga Han-
seática, la Confederación Helvética, el Imperio Romano, la Confederación
Iroquesa, el Concierto Europeo y los primeros Estados Unidos son ejemplos
familiares de sistemas de poder y autoridad distintos del sistema de Estados

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 289

territoriales de Westfalia. La existencia efectiva de este tipo de disposiciones


institucionales nos indica las diversas posibilidades en que se puede orga-
nizar espacialmente el poder. Planean que los sistemas de poder son gene-
rados, sostenidos y reproducidos por medio de prácticas sociales específicas
histórica y geográficamente, en lugar de ser algo existente desde siempre
con una configuración espacial concreta: la de la territorialidad del Estado.
De hecho, no hay nada de inevitable en el surgimiento del sistema moderno
de Estados territoriales. Hasta el siglo XIX los piratas, por ejemplo, ponían
en cuestión incluso el monopolio del poder coercitivo de los Estados sin
dificultad, y eran comunes formas alternativas a la organización geográfica
del poder centralizado, como, por ejemplo, las jurisdicciones traslapadas del
Sacro Imperio Romano Germánico.
Desde un punto de vista más tajante, se podría pensar que el poder de
los Estados sobre sus poblaciones y en relación con otro Estados se apoya
en el poder “desde abajo”; es decir, el Estado territorial “absorbe” (como
por capilaridad) el poder de los grupos sociales y las instituciones, y no se
impone a ellos sin más. Desde este punto de vista, el poder está presente en
todas las relaciones entre personas y animales, y el poder del Estado cuenta
con un amplio abanico de fuentes a las que puede recurrir. Esta podría de-
nominarse una concepción del poder no soberanista, en contraposición a
la concepción del poder emanando de una sola fuente (soberana), como el
Estado. En esta interpretación, el poder es concebido, como algo equivalen-
te a la energía moviéndose a lo largo de un sistema circulatorio, en lugar de
un antagonismo mecánico entre un foco de poder, por un lado, y un súbdito
obediente (o descontento), por otro. Existen múltiples puntos en los cuales
el consentimiento y la resistencia forman parte de la expansión o del retrai-
miento de la interacción entre los Estados y los súbditos y, por tanto, de la
definición de la territorialidad efectiva del Estado, o, en otras palabras, de
cómo domina el Estado el bloque espacial que reivindica. El monopolio es-
pacial del poder ejercido por un Estado no es y no puede ser absoluto cuan-
do su poder se deriva de lo que unos ceden y otros pueden volver a tomar.
Tanto la importancia como los límites de las descripciones convencio-
nales que giran en torno al poder coercitivo ejercido en el territorio de un
Estado pueden contemplarse en referencia a los “Estados-nación” africa-
nos. A mediados de los sesenta, justo cuando muchas de las antiguas co-
lonias europeas en África habían alcanzado la independencia, se anunció
el “avance” o la intensificación de la soberanía. Treinta y cinco Estados
recibieron los símbolos de la soberanía estatal entre 1951 y 1966, pero todo
resultó una falsa ilusión por dos razones, que veremos a continuación.

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290 JOHN AGNEW

En primer lugar, fueran cuales fueran las dudas de los nacionalistas,


las políticas imperialistas les obligaron, por razones de índole práctica, a
buscar la independencia en el seno de los territorios coloniales existentes,
que no tenían ni los materiales culturales necesarios para la construcción
de una nación ni fronteras políticas que tuvieran algún sentido económico
o geopolítico. Se ha producido en consecuencia una omnipresente política
clientelar porque los gestores del Estado, como han tenido que hacer frente
al deterioro de las relaciones comerciales, a la emigración de las industrias
del país y de una clase media, han vaciado las arcas públicas (y lo recau-
dado a los grupos exportadores) para legitimar su gobierno, al menos a los
ojos de sus beneficiarios. La importación de ideologías de la Guerra Fría
de forma tergiversada atrajo la ayuda exterior y a los consejeros, pero se
mostró de poca utilidad a largo plazo. La capacidad de los Estados para
vigilar o desarrollar sus territorios —o, en otras palabras, la capacidad de
ejercer el poder ya sea despótico ya sea infraestructural en sus territorios—
ha permanecido lejos de su alcance. Así pues, se ha convertido al Estado
en un obstáculo, más que en un agente, del cambio social progresivo en
muchas zonas de África.
En segundo lugar, los Estados africanos, desde su misma independen-
cia, no han sido considerados por las grandes potencias mundiales en lo
que concierne a su soberanía equivalente a los Estados europeos o cuales-
quiera otros Estados “reales”. Por lo tanto, lo que perjudica la efectividad
de los Estados africanos no es sólo la falta de eficacia interna sino también
la falta de respeto externa. El aparente “caos” social africano se percibe
como una llamada para que los europeos desde fuera vuelvan a interve-
nir o gestionar los asuntos. Es como si hubiera diferentes “regímenes” de
soberanía que predominaran en diferentes partes del mundo. Desde este
punto de vista, el destino de África se selló durante la Guerra Fría, que
hizo que el continente se convirtiese en esa época no sólo en un tablero
para jugadores astutos con intervenciones episódicas y luchas de poder por
subrogación, sino que su historia colonial reciente (con conflictos continuos
entre indígenas y colonos de Zimbabwe, Sudáfrica y otros lugares bien en-
trados los años noventa) también la tacharon de zona donde la estatalidad
era considerada como una especie de poblado del Oeste, una imitación en
cartón piedra del original. Esta imagen —de África como “zona salvaje”
que queda al margen de la política “normal” de los Estados westfalianos—
es ahora mayoritariamente compartida por numerosas personas tanto de
África como de fuera.

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 291

2. El poder como coerción en las relaciones internacionales

La segunda característica de la asociación entre Estados y poder en la


imaginación geopolítica moderna es que suele considerarse que las relacio-
nes coercitivas entre Estados son la única manera en que se ejerce el poder
más allá de los límites del Estado territorial. ¡Incluso la cooperación entre
Estados, como en el ejemplo de Keohane anteriormente citado, se inter-
preta como un disfraz de la “búsqueda del beneficio propio”! De hecho, la
práctica de la política, la división de grupos y las disputas sobre la “sociedad
ideal” y quién obtiene qué, cuándo, cómo y dónde, dentro de los límites es-
tatales, suelen compararse con la razón de Estado (acción expeditiva para
defender o favorecer los intereses propios del Estado). La teoría política
democrática, por ejemplo, se ha limitado casi siempre a las posibilidades
de representación y la participación política dentro de los Estados y no a
las perspectivas favorables entre, o más allá, de ellos. A nivel del sistema de
Estados, el concepto de “hegemonía” es usado habitualmente para indicar
el dominio ejercido por un Estado determinado sobre otros durante un pe-
ríodo histórico concreto. Esta definición nos da una idea de la importancia
concedida al poder despótico o coercitivo en las relaciones internacionales,
al margen de la “relación” concreta de la que se trate.
Sin embargo, el concepto de hegemonía puede tener un significado di-
ferente, más próximo al planteado originalmente por el pensador marxis-
ta italiano Antonio Gramsci (1891-1937), que se refiere al poder que está
implícito en los usos imperantes que gobiernan la sociedad, tanto dentro
como más allá de los límites del Estado territorial. En este planteamiento,
por tanto, la política mundial implica diversas prácticas sociales dominantes
que requieren un despliegue de poder, no simplemente la coerción militar
de los Estados. Las identidades y los intereses de los Estados (y otros acto-
res) se configuran en la interacción de unos con otros y en el nexo entre las
prácticas sociales globales y locales. La hegemonía se refiere a la naturaleza
de las prácticas sociales dominantes en un período histórico dado y cómo
se conectan entre sí a los diferentes actores en una sociedad global. Las
prácticas dominantes podrían beneficiar desproporcionadamente a un Es-
tado —como a Gran Bretaña a mediados del siglo XIX y a Estados Unidos
desde la Segunda Guerra Mundial—, pero las desventajas e inconvenientes
(económicos y culturales) pueden ser distribuidos de una manera más difusa
entre todos los actores (tanto a los afiliados a los Estados como los que no
lo están) porque están de acuerdo con los “principios” contemporáneos de
la vida internacionales —tales como los que definen la imaginación geopo-

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292 JOHN AGNEW

lítica moderna— independientemente de su ubicación geográfica. Esta es


una de las perspectivas comprehensivas que proceden de los denominados
estudios postcoloniales, que llaman la atención sobre la penetración en todo
el mundo de las prácticas y explicaciones dominantes (como las etiquetadas
bajo el término de “nacionalismo”) y sobre su normalización en las rutinas
de la vida cotidiana como “sentido común” y “cosas de la vida”. En un
mundo que está más caracterizado por las prácticas sociales que por los sis-
temas institucionales reificados, por tanto, no solamente los Estados deben
actuar bajo las “reglas” establecidas por los grupos dominantes que están
presentes en todos ellos, sino que la naturaleza de la acción de legislar presu-
pone que los Estados (y otros actores) no son simplemente agentes coercitivos
en un mundo anárquico.**
Dos ejemplos nos servirán para ilustrar la importancia de este argu-
mento. El primero está relacionado con el cambio en las condiciones tec-
nológicas y sociales de la viabilidad militar de los Estados y su repercusión
en la posibilidad de que se declare una guerra por razones de Estado. La
aparición de armas nucleares ha tenido como consecuencia que ahora la se-
guridad “dependa de la parálisis de los Estados y no del ejercicio del poder
estatal, y de la aceptación de la imposibilidad del monopolio territorial de
la violencia, y no de perseguirla” (Deudney, 1995: 219). Al mismo tiempo, la
difusión de armas convencionales fáciles de usar (como las ametralladoras
Kalashnikov y los misiles tierra-aire Stinger, por ejemplo) ha hecho mucho más
fácil para los grupos locales resistirse a los designios adversarios aparente-
mente más poderosos. Como Deudney afirma al resumir lo esencial de la
las prácticas militares contemporáneas: “Es casi imposible proteger el te-
rritorio de la aniquilación; pero es más fácil que nunca evitar la conquista”
(1995: 219).
El segundo ejemplo está relacionado con la descentralización y la deste-
rritorialización contemporánea (a nivel estatal) de los medios de producción
y comunicación. Estos factores reflejan la apertura de la economía mundial
debido al aumento de los flujos de comercio e inversiones transfronteri-
zas bajo los auspicios estadounidenses durante la guerra fría. Los recientes
avances de los mercados financieros y de las tecnologías de la información,
sin embargo, han acelerado los cambios en el modo en que interactúan
personas, lugares y Estados y en la forma en que los actores políticos y eco-
nómicos perciben estas interacciones. Aunque la coerción externa es una
posibilidad real para los Estados más poderosos, su utilización se limita des-
de el momento en que las políticas estatales deben de centrarse en atraer

**
“Reificar” significa cosificar, según la Real Academia de la Lengua (nota del editor).

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 293

capital “externo” y en tener acceso a los flujos globales de información.


Así pues, las prácticas económicas contemporáneas, apuntan hacia la inci-
piente creación de una hegemonía liberal-trasnacional en la que los Estados
territoriales han dejado de ser las piezas esenciales, puesto que están siendo
cuestionados con toda celeridad por los nuevos espacios de redes y flujos
en los que la velocidad y la capacidad de acceso son más importantes que
el control militar del territorio. Incluso en Francia, por ejemplo, a la que los
escépticos sobre el nacimiento de un mundo de flujos que cuestionan al
mundo de los territorios suelen calificar de zona inmutable, los recientes go-
biernos neo-gaullista y socialista han apoyado una nueva moneda europea
y una retirada del Estado de muchas actividades. Fue el general De Gaulle
quien dijo que Francia sólo existe gracias al Estado, al ejército y al franco.
Actualmente, tanto sus discípulos como sus enemigos políticos velan por su
desmantelamiento.

3. ¿Estatalidad y protección de los derechos de propiedad?

Si los Estados se ubican en el contexto de un mundo con prácticas so-


ciales cambiantes, pierden su exclusividad. Pero lo que ocurre es que se re-
vitaliza uno de los roles históricos del Estado: la definición y reglamentación
de los derechos de propiedad. El moderno sistema de Estados ha estado
asociado desde sus orígenes en los siglos XVIII y XIX en Europa con la
determinación de un marco para definir los derechos de propiedad (los de-
rechos legales de tenencia y uso) sin los que el capitalismo global no habría
sido posible. Los Estados nunca son tan “soberanos”, en el sentido conven-
cional de entidades singulares dotadas de monopolio de poder dentro de sus
territorios, como cuando son concebidos como definidores y valedores de
los derechos de la propiedad.
La tercera característica de las explicaciones estadocéntricas de la espa-
cialidad del poder, por tanto, es que silenciaría el papel que han desempe-
ñado los Estados en el desarrollo de ciertas prácticas sociales básicas del ca-
pitalismo (la definición y protección de los derechos de propiedad), que han
traspasado los límites del Estado para conseguir beneficios poniendo en cir-
culación la “propiedad móvil” (el capital). El término propiedad implica una
fijación o permanencia en un lugar, que los modernos Estados territoriales
han dado una protección prioritaria. Consecuentemente, muchas de las le-
yes de la mayoría de los Estados occidentales tratan de establecer derechos
de tenencia y acceso. Pero en un territorio patrio también supone una base
desde la que hacer los intentos de adquirir propiedades en otro lugar. Para

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lograr los recursos han de tener un cierto grado de liquidez y poder trasla-
darse en el espacio y cruzar los límites estatales. En un momento dado, sin
embargo, los Estados experimentan una tensión, lo que Ruggie (1993:164)
llama el problema de “individuación absoluta”, que puede dar lugar a un
“desdoblamiento” de la territorialidad cuando los Estados sustituyen el con-
trol sobre los flujos económicos generados en sus territorios por un incre-
mento en el acceso a los flujos que vienen de otros lugares. La consecuencia
es que cuando aumenta la proporción de propiedades movibles más allá
de los límites de cada Estado, estos solamente suministran una protección
parcial y poco sólida de los derechos de propiedad absolutos. Otros niveles
geográficos de gobierno y regulación pasan a ser más atractivos, como fue el
caso del sistema regulador de las finanzas internacionales de 1944 a 1972 de
Breton Woods, y como es ahora —aunque sea menos efectivo— la cumbre
anual del G7 entre los dirigentes de los siete grandes países industrializados.
Pero la incertidumbre acerca de las acciones políticas futuras y de los cam-
bios macroeconómicos (aranceles, tasas de interés, etc.) también supone un
incentivo para que los propietarios no depositen sus recursos en un Estado
sino que los repartan más.

Tabla 2
Pilares de la emergente economía mundial
de “acceso al mercado”

Pilares del régimen Pilares del régimen


Medidas políticas
de libre comercio de acceso al mercado

Formas de gobernanza

1. Modelos de Modelo de organización Mayor confianza en los


organización industrial industrial híbrido foros de negociaciones
de Estados Unidos bilaterales y plurilaterales
2. Sistemas de Internacionalización de Transparencia, derechos
gobernanza separados las políticas nacionales especiales de apelación y
comportamiento vinculante
3. Bienes Globalización de los Los servicios se negocian a
comercializados y servicios; desaparición nivel nacional y existe una
servicios producidos gradual de la distinción reciprocidad jerarquizada
y consumidos entre bienes y servicios
nacionalmente

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Pilares del régimen Pilares del régimen


Medidas políticas
de libre comercio de acceso al mercado
4. Las reglas universales Lo habitual es la Reformas de convenios
constituyen la norma existencia de códigos de ajuste voluntario, anti-
específicos de cada sector dumping y programas de
subvención.

Principios

5. Libre circulación de Las inversiones y el Reglas sobre la procedencia


bienes; condicionantes comercio se sitúan al y nuevas reglas de inversión
para las inversiones mismo nivel para asegurar el acceso al
mercado, anti-trust global
6. Ventajas comparativas Ventajas regionales y Reglas de comercio justo en
nacionales globales las normativas, producción
e I+D
Fuente: Cowhey y Aronson (1993: 237).

Este proceso no es nuevo, puesto que sus orígenes se remontan al ca-


pitalismo mercantil del siglo XVI. La novedad es el aumento de la escala y
ampliación del alcance geográfico de los bienes muebles que actualmente
circulan de aquí para allá cruzando las fronteras del mundo de Estados co-
merciantes e inversores. En este contexto, Estados y empresas han cambia-
do su orientación, del libre comercio a lo que ha sido denominado “acceso a
mercados” (market acces) (Cowhey y Aronson 1993). Los presupuestos del ré-
gimen de comercio mundial que prevalecieron tras la segunda guerra mun-
dial están siendo sustituidos por los de otro régimen en el que se da un gran
valor a la apertura de los límites. Las “filtraciones” en los flujos de bienes
e inversiones transfronterizadas y en la multinacionalidad de las empresas
han llegado a ser un torrente de capital, comercio y alianzas corporativas.
Cowhey y Aronson (1993: 237) contrastan la naturaleza del viejo régimen
con la del nuevo señalando seis “pilares” sobre los que se apoyarían cada
uno de ellos y las políticas asociadas con el nuevo régimen (tabla 2). Las
medidas políticas muestran un abandono de la clásica soberanía del Estado
a cambio de garantizarse los derechos de acceso a los territorios de otros
Estados. El mundo se ha apartado de la estricta asociación entre derechos
de propiedad y acumulación de capital con la territorialidad del Estado.
Hoy en día una serie de factores no territoriales determinan la competitivi-
dad de las empresas en muchos sectores: el acceso a la tecnología, las estrategias
de marketing, la receptividad hacia los consumidores o las técnicas de ges-

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296 JOHN AGNEW

tión flexibles. Todos estos constituyen ahora los recursos de las compañías,
y no de los territorios. Las compañías crecen a través del despliegue de sus
recursos internos de la manera más eficaz posible. Y los Estados compiten
unos con otros para atraer estos recursos muebles (propiedad) a sus terri-
torios.
Tres son los aspectos del “régimen de acceso a los mercados” que des-
tacan especialmente en relación con el cambio en la espacialidad del poder.
Uno es la internacionalización de una serie de políticas nacionales para
ajustarse a las normas de funcionamiento globales. De esta manera, no sólo
la política comercial sino también la industrial, los riesgos de la producción
y las políticas de bienestar social están sujetas a delimitación y vigilancia
en lo que se refiere a su impacto en el acceso al mercado entre países. El
segundo es el incremento en el comercio de los servicios, en otros tiempos
creados y consumidos en su mayor parte dentro de los límites estatales. Esto
se deriva en parte del hecho de que muchos bienes manufacturados requie-
ren una gran inversión de servicios (desde I+D a marketing y publicidad).
Pero también se debe a que la revolución de las telecomunicaciones signifi-
ca que muchos servicios, desde los bancarios a los de diseño y ensamblado,
pueden ser suministrados a mercados globales. Esta situación representa un
significativo desafío material a la distinción nacional versus internacional de
la que parte el “realismo” de las explicaciones estrictamente territoriales
sobre la espacialidad del poder. El tercero y último es que la extensión del
alcance de las compañías trasnacionales y el surgimiento de alianzas cor-
porativas internacionales ha influido profundamente en la naturaleza de los
flujos de comercio e inversión, debilitando la identificación entre territorio
y economía. Sintomáticas de la integración de comercio e inversión son las
tan frecuentemente oídas preocupaciones sobre las reglas para la inversión
internacional e impuestos unitarios, las reglas que regulan el contenido lo-
cal y el lugar de origen de los productos para evaluar dónde fue añadido el
valor en las cadenas de mercancías de la producción globalizada, y los prin-
cipios relacionados con la competencia desleal y el anti-trust o las prácticas
de comercio monopolísticas.

IV. El liberalismo trasnacional y las nuevas


espacialidades del poder

Si se plantean las tres características principales de las explicaciones conven-


cionales de la espacialidad o de la organización geográfica del poder, queda
claro un defecto que comparten: presuponer que el poder coercitivo de los
Estados territoriales es una característica inmutable del mundo moderno en

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 297

lugar de verlo como el resultado de una serie de contingencias históricas. El


“desdoblamiento” contemporáneo de la territorialidad del Estado constituye
la prueba más clara de una reformulación de la hegemonía distanciándose de
las prácticas estadocéntricas de la época previa. Esta circunstancia no quiere
decir que los Estados territoriales se hayan (finalmente) “debilitado”, sino
que ahora deben operar en un contexto global en el que sus relaciones con
los otros deben tener en cuenta un entorno militar y económico diferente. De
hecho, a falta de unidades de más alto nivel para hacer respetar los derechos
de propiedad y organizar la provisión de los servicios públicos, los Estados
tienen un papel prolongado y esencial qué desempeñar dentro de un mundo
de redes y flujos de expansión. Por ejemplo, la desregulación de los mercados
financieros exige la acción deliberada de autoridades gubernamentales, no es
algo que “ocurra” sin más. Durante la guerra fría entre 1947 y 1990, los Esta-
dos Unidos, que competía militar e ideológicamente con la Unión Soviética,
respaldaron una apertura de la economía mundial son precedentes, en parte
para difundir su “mensaje” político-económico y en parte para aprovechar
las oportunidades que suponía para sus negocios. Al final lo que ha ocasiona-
do es que los mercados han adquirido poderes que en otra época se atribuían
a los Estados principales. Según este proceso se ha ido intensificando y ex-
pandiendo, algunas localidades y regiones dentro de los Estados se han be-
neficiado de redes globales financieras, industriales y de producción cultural
en perjuicio de otras. El “régimen de acceso a los mercados” vincula direc-
tamente áreas locales con los mercados globales. Las prósperas son aquellas
que pueden mejorar su posición al incrementar su atractivo para compañías
globales y multinacionales. Así pues, un mosaico de lugares coexiste dentro
de un sistema global de nodos y redes, pero están erosionando lentamente la
espacialidad territorial con la que estamos familiarizados. En el resto de este
capítulo se ponen de manifiesto tres consecuencias de esta tendencia para dar
pruebas fehacientes a la afirmación de que está en perspectiva de una nueva
geopolítica del poder: la explosión de identidades políticas no territoriales
asociadas a movimientos políticos globales y locales (ejemplificada, respec-
tivamente, por las nuevas producciones literarias locales y postnacionales),
la progresiva tensión en la intersección entre ciudadanía y migración, y la
progresiva descentralización del sistema financiero mundial, ilustrado por
la “desterritorialización” de las monedas.

1. De la literatura a las literaturas

Uno de los supuestos comunes en los estudios literarios es la coinci-


dencia histórica entre la creación de la novela como género literario y los

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298 JOHN AGNEW

orígenes del Estado territorial moderno. Teóricos literarios como Lúkacs


(1971) o Watt (1957) han afirmado que la novela “asciende” (según Watt)
junto al nuevo Estado y las nuevas clases que trae consigo, sobre todo la
nueva clase media o burguesía, uniendo la idea de nación con la de Estado.
Robinson Crusoe de Daniel Defoe (publicada en 1719) suele ser considerada
la primera novela, al identificar al inglés autosuficiente que es el héroe de la
historia con un espacio nacional concreto. Sus diversos rasgos también de-
finen al tipo ideal inglés que será de ahí en adelante el tema del discurso de
la novela inglesa. El recurso a ciertas representaciones paisajísticas y formas
históricas de comportamientos sociales (téngase en cuenta, por ejemplo, las
novelas de Jane Austen o Anthony Trollope) también contribuyeron a con-
fundir la nación con el Estado. La primera sería identidad de un grupo
social que ocupa un territorio específico, y el segundo la plasmación del
ejercicio de poder dentro de un territorio delimitado. Esta combinación
—particularmente estrecha en el mundo angloparlante— contribuyó acti-
vamente a la “naturalización” de los Estados existentes y posibles como los
representantes adecuados de las naciones en las que la población mundial
estaba aparentemente dividida.
El “auge de la novela” también tuvo que ver, no obstante, con la crea-
ción de una nueva categoría de producción literaria: Literatura con “L” ma-
yúscula. En contraste con las formas literarias antiguas que se transmitían
oralmente, los nuevos trabajos requerían:

Alfabetización, intimidad, lectura en voz bajo y una elite que determinara


cuales eran sus componentes. Dependía del capitalismo de mercado, que pro-
porcionaba la impresión de los libros, las costumbres sociales que permitían
o limitaban la alfabetización según la clase y el género, y la invención y adju-
dicación del “buen gusto” por parte de los individuos que constituían la elite
(Allen, 1995: 99).

El estudio de la literatura aún está en su mayor parte dividido en sec-


ciones, debido a razones de especialización y competencia lingüística en gé-
neros identificados con territorios específicos: literatura italiana, literatura
irlandesa, etcétera. Pero dos tendencias señalarían el grado hasta el que la
asociación histórica de la novela con el Estado territorial moderno está su-
friendo una presión significativa. La primera es el aumento de la importan-
cia en las listas mundiales best-sellers de las llamadas novelas postnacionales.
Ejemplos de novelas postnacionales incluirían El nombre de la rosa, de Um-
berto Eco; Versos satánicos, de Salman Rushdie; La insoportable levedad del ser,
de Milan Kundera; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y Lady

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 299

Oracle, de Margaret Atwood. A veces estas novelas están profundamente


impregnadas de ciertas identidades nacionales, o se asocian fácilmente con
Estados concretos, pero todas ellas abordan asuntos relacionados con la ca-
rencia de lugar (la diáspora, la pérdida de esencia de la existencia, etcétera)
y el rápido paso de un mundo cultural a otro. Lo que es más importante, se
publican casi simultáneamente en varias lenguas y se distribuyen a escala
global. La industria editorial es actualmente una de las actividades más glo-
balizadas. El lugar de publicación ha dejado de tener demasiada importan-
cia para la publicación de muchos trabajos de “ficción”. De algunas novelas
postnacionales se han hecho películas (otra industria globalizada) que llegan
a audiencias de todo el mundo que no pueden o no quieren leer la novela.
Su atractivo reside en que suelen mostrar que las identidades a las que ha-
cen referencia son tremendamente problemáticas. Es decir, que cuestionan
la estabilidad de las mismas identidades que las nivelas más antiguas trata-
ban tanto de representar como de construir. Suministran a la gente de otros
lugares un reflejo de su propia identidad al revelar la identidad nacional de
otros. Por ejemplo, la novela de Kundera, a la vez que se compromete con
las dificultades que los protagonistas checos tuvieron durante y después de
la Primavera de Praga de 1968, trata sobre el triunfo de lo kitsch en el mun-
do, de lo que no puede ser pensado o hablado. El especialista literario Be-
verly Allen (1995: 103) lo expresa siguiente la lógica de un espejo, y usando
un ejemplo particularmente evocador:

Consideremos la posibilidad, por ejemplo, de que una persona culta en No-


ruega o en Filipinas o en Estados Unidos vea la película basada en la novela
de Kundera. La distancia del espectador respecto de los conflictos de los per-
sonajes sobre su propia identidad nacional checa contiene la posibilidad de
que la propia identidad nacional del espectador asuma un papel determina-
do, un sentido de arbitrariedad, incluso quizá un matiz de intercambiabilidad
virtual en un mundo de tasas variables en el intercambio de las identidades
nacionales.

Por consiguiente, la circulación por todo el mundo de los “códigos de


identidad” contenidos en las novelas postnacionales implicaría un cambio
en que el Estado-nación territorial dejaría de ser el organizador total de la
identidad y se tendería a un espacio de compromiso transnacional en el que
las identidades sociales son contingentes y parciales.
La segunda tendencia en la producción literaria es el resurgimiento de
la literatura local. En enfoque y contenido esta literatura procede de la li-
teratura y ha existido a la sombre de los géneros nacionales desde que el

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300 JOHN AGNEW

Estado-nación territorial adquirió importancia en Europa y las Américas.


Su propia existencia siempre ha restado fuerza a las expresiones monopo-
lizadoras de los cánones literarios nacionales, especialmente cuando se ha
utilizado un dialecto o lengua local distinta de la nacional. Los personajes
son “tipos” locales más que nacionales y la visión del mundo que transmiten
es la que reside en los pensamientos y el comportamiento de las personas
que viven vidas en localidades fuera del contexto nacional o de otros más
“amplios”. Las novelas locales y la poesía atraen obviamente a públicos que
son parte del mundo que retratan. Pero también, así como las novelas na-
cionales lo hacen desde “arriba”, éstas cuestionan desde “abajo” las identi-
dades sociales establecidas en relación a los Estados-nación particulares al
ser leídas tanto por los nacionales como por los extranjeros. Allen (1995) usa
los ejemplos de la poesía italiana contemporánea en dialecto y las novelas de
Glasgow de James Kelman y Alasdar Gray para poner de manifiesto cómo
la literatura local en su valoración positiva de las identidades regionales,
locales y municipales demuestra cómo las identidades son constructos más
que categorías “naturales”. Las particularidades son lo importante. En un
párrafo de una de sus historias cortas que tratan explícitamente el tema de
la identidad, Alasdair Gray (1993: 104 y 5) logra transmitir muy claramente
lo que está en cuestión:

No, ni mi peor enemigo podría acusarme jamás de ser un nacionalista esco-


cés. Yo no apruebo Escocia o Irlanda —ninguna de las dos Irlandas— o In-
glaterra, Argentina, Pakistán, Bosnia, etcétera. En mi opinión, las naciones,
como las religiones y las instituciones políticas, han quedado obsoletas debido
a la tecnología moderna. Como Margaret Tatcher dijo una vez acertadamen-
te, “No existe nada semejante a la sociedad”, ¿y qué es una nación sino un
estupendo ejemplo de nuestra sociedad no-existente?

Entonces, ¿en qué cree?


“Soy un hincha del Partick Thistle”… “y creo en la realidad virtual”.
¿Conocéis el Partick Thistle? Es un club de fútbol de Glasgow no sectario.
El Rangers F. C está abrumadoramente dirigido y sostenido por fanáticos
protestantes, el Celtic F. C. por católicos, pero el himno de los seguidores
del Partick Thistle dice así: “Odiamos a los católicos romanos, Odiamos a
los protestantes también, Odiamos a judíos y musulmanes, Te queremos,
Partick Thistle…”.
La simple existencia de poesía local, novelas e historias cortas desafía los
intentos monopolizadores de géneros nacionales de escritura. Cuando las
novelas locales llegan a circular globalmente, como el reciente éxito mun-

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 301

dial de la nivela de Edimburgo Trainspotting, entran en la creciente marea


de la literatura que concibe el espacio terrestre, al igual que las vidas de los
protagonistas de esas novelas, basada en afirmaciones de especificidad histó-
rica, va parejo a la circulación de novelas postnacionales, consiguientemente,
al cuestionar la rigidez de los espacios territoriales en torno a los que se ha
basado durante mucho tiempo gran parte de la producción literaria.

2. Migración y ciudadanía

La ciudadanía moderna está estrechamente conectada al surgimiento


del Estado. Las concepciones convencionales del Estado estipulan que el
control sobre la población en su territorio es un requisito crucial del mismo.
Del mismo modo, la lealtad exclusiva a un Estado concreto se contempla
como una condición sine qua non de la ciudadanía. La participación políti-
ca es también un componente esencial de la ciudadanía democrática. Las
luchas para ampliar y profundizar las representación política, que se han
centrado en el control democrático de las instituciones estatales, han servido
para dar a los Estados una de sus fuentes de legitimación más importantes.
Por consiguiente, la mayoría de las teorías y prácticas democráticas asumen
que la existencia de una comunidad política territorial con ciudadanía es el
medio de delimitar quién pertenece al “pueblo” y quién no. Según el dere-
cho internacional, hoy en día sólo los Estados tienen la autoridad necesaria
para otorgar o denegar el status de ciudadano. De este modo, la ciudada-
nía se ha vinculado fuertemente a la idea de comunidad política, que, a su
vez, se concibe como sinónimo de la exclusividad territorial del Estado-
nación soberano.
Pero el lazo histórico entre Estados y ciudadanía está bajo la creciente
presión de la inmigración y el desarrollo de los pactos globales y multinacio-
nales de derechos humanos (como los acordados por la Unión Europea). En
primer lugar, los derechos adquiridos por residencia, en cuanto opuestos a
los derechos de nacimiento, son cada vez más los que definen la ciudadanía.
En el caso de Europa y Estados Unidos se pueden exponer los argumentos
que avalan “un cambio de paradigma (y escala)” en la forma de entender
la ciudadanía, un cambio que traslada la ciudadanía de la soberanía del
Estado-nación al régimen internacional de protección de los derechos hu-
manos. Este cambio responde a las presiones tanto de número absoluto de
inmigrantes como al miedo de los sindicatos y otros grupos de interés de que
los derechos de todos se vean debilitados si no se concede a los inmigrantes
algunos derechos de pertenencia a la comunidad política. No obstante, a

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302 JOHN AGNEW

la vez están creciendo los derechos políticos que se extienden de un Estado


a otro a través de las fronteras. Hoy en día, ciudadanos de un Estado que
residen en el extranjero pueden tener el derecho al voto y a una pensión, de-
rechos que hasta ahora estaban restringidos a los residentes en el país. Éste
es el caso, por ejemplo, de los ciudadanos mexicanos residentes en Estados
Unidos. En el seno de la Unión Europea la cuestión de una ciudadanía eu-
ropea que permite mantener las lealtades no sólo a los Estados sino también
a las escalas subnacionales de identidad. Por consiguiente, la ciudadanía
plural es una realidad emergente.
La migración internacional reciente se diferencia de la del pasado de
dos maneras que desafían concretamente las concepciones tradicionales
de la ciudadanía. Una es la concentración a largo plazo de comunida-
des de inmigrantes en determinadas ciudades y localidades son alterar sus
particularidades culturales, en vez de asimilarse a la “corriente principal”
nacional. Esta situación se produce tanto por la mayor tolerancia y plura-
lismo cultural de los países receptores como por las mayores diferencias
culturales existentes entre los nuevos inmigrantes y las sociedades recepto-
ras. Muchos inmigrantes siguen apegados a sus “patrias” y se conciben a sí
mismos más como ausentes temporales que como migrantes permanentes.
Otra característica diferenciadora de la migración global contemporánea es
la facilidad de movimiento de gente e ideas desde las áreas de origen a las de
destino. Con las nuevas tecnologías de telecomunicación es relativamente
fácil mantener vínculos por encima de las fronteras estatales y desarrollar
apegos políticos y económicos sin necesidad de llegar a un “compromiso
final” con uno u otro Estado.
En la medida en que las definiciones de ciudadanía se ven afectadas por
el novedoso carácter de la migración global contemporánea, hay presiones
compensatorias para restablecer la “normalidad”. En los últimos diez años
se ha desatado el “pánico de la invasión”, basado en el miedo exagerado al
impacto y el alcance de la inmigración, en lugares de destino tan diferentes
como California, Francia o Italia. A menudo el pánico tiene un origen cul-
tural, debido al incremento de flujos de emigrantes de países más pobres y
subdesarrollados a otros más ricos y desarrollados, que son más diferentes
de la población nativa que las generaciones previas de inmigrantes. Pero
también reflejan preocupaciones económicas acerca de la competencia por
los puestos de trabajo o las sobrecargas en el gasto público en la seguridad
social o el bienestar social. Los partidos políticos juegan la “carta de la in-
migración” en determinadas zonas y circunscripciones cuando utilizan la
“amenaza” de la inmigración para movilizar votantes nativos. Sin embar-
go, llegado un momento a esta estrategia le puede salir el tiro por la culata,

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 303

como le ocurrió al Partido Republicano en California, cuando un número


suficiente de inmigrantes han obtenido la nacionalidad y demuestran su
fuerza electoral votando en masa contra aquellos que demonicen a los in-
migrantes acusándoles de ser las fuentes principales de los males sociales y
fiscales locales.
La ciudadanía es un rasgo central de la soberanía estatal. Los Estados,
sean democráticos o no lo sean, para mantener el poder dentro de su juris-
dicción dependen en buena medida de que la identidad adoptada por sus
ciudadanos siga siendo exclusiva de ellos. Históricamente se ha concedido
algunos derechos civiles y sociales a los no-ciudadanos, pero, sin embar-
go, es creciente la transformación relativa incluso de los derechos políticos.
Los ciudadanos no-residentes, los ciudadanos inmigrantes, los residentes de
jurisdicciones “influyentes” (como la Unión Europea) y las personas con
ciudadanía múltiple son categorías de gente que tienen una experiencia de
la ciudadanía de forma tal que se rompe la correspondencia de uno a uno
entre Estado y ciudadanía sobre la que el poder político del Estado se ha
basado durante mucho tiempo. Una de las grandes ventajas de los Estados,
el hablar y actuar de parte de las naciones, se ve socavada cuando el vín-
culo clave entre ambas instituciones, una ciudadanía singular y vinculada
afectivamente al Estado, se ve erosionado por los movimientos de gente que
transgrede las fronteras del Estado en vez de reforzarlas.

3. Dinero y Estados

El control y mantenimiento de una moneda exclusiva y uniforme en


un territorio es normalmente considerado como uno de los principales atri-
butos de la soberanía estatal. Si un Estado no puede emitir y controlar su
propia moneda entonces no tiene mucho de Estado. Cohen (1977: 3) ofrece
una concisa descripción de esta perspectiva:

Casi todo el mundo reconoce que la creación de la moneda es uno de los atri-
butos fundamentales de la soberanía política. Casi todos los Estados emiten
su propia moneda: dentro de las fronteras nacionales es la única moneda que
se suele aceptar para cumplir las tres funciones tradicionales del dinero (ins-
trumento de cambio, unidad de cálculo, y reserva de valor).

La moneda tiene un rol simbólico fundamental adicional para garanti-


zar la estatalidad: “Tal y como lo planteó Keynes (el conocido economista),
la solvencia de la menda de una nación es quizá la prueba principal para los

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304 JOHN AGNEW

fieles (ciudadanos) de que el objeto fundamental de su fe, el Estado-nación,


es real, poderoso y legítimo; es el “garante de valor” fundamental” (Brant-
linger 1996: 241).
Sin embargo, en los últimos treinta años varias tendencias han cuestio-
nado la idea de que cada Estado debe tener su propia “moneda territorial”
(monedas que son homogéneas y exclusivas dentro de los límites de un Esta-
do dado). Esto no implica necesariamente una crisis del sistema estatal sino
más bien un desafío a la legitimidad de los Estados que se sustentan sobre la
reivindicación de que al controlar monedas exclusivas representan a nacio-
nes concretas y los intereses nacionales relacionados.
Las monedas territoriales no se desarrollaron a mayor escala hasta el
siglo XIX, una vez que el sistema estatal “westfaliano” ya estaba vigente
(Helleiner, 1996). Sin embargo, simbólicamente las monedas (incluyendo
los símbolos del sistema monetario y los billetes) fueron importantes para
establecer la legitimidad del Estado central antes del siglo XIX. La estata-
lidad moderna no surgió al margen de los procesos de construcción de la
nación, a pesar de que “Estado” y “nación” puedan ser distinguidos desde
un punto de vista analítico: el primero se refiere a una serie de instituciones
establecidas sobre un territorio específico, y la segunda atañe un grupo de
personas que comparten un sentido de destino común y ocupan un espacio
común. Por tanto, el hecho de que la creación de monedas territoriales fue-
ra en su mayor parte un fenómeno del siglo XIX no debería desmerecer la
persistente conexión de varios siglos entre moneda y estatalidad, a pesar de
lo escasamente eficaz que resultara esa conexión en la práctica.
Tres cambios monetarios han comenzado a desvincular monedas y Es-
tados, de la manera en que una vez fueron definidos. El primero es el cre-
ciente uso de divisas extranjeras para ciertas transacciones dentro de terri-
torios con moneda nacional. El caso más conocido es el desarrollo de los
llamados mercados del eurodólar en Londres y en otros centros financieros
europeos. Otros casos serían el desarrollo de paraísos fiscales como las Ba-
hamas y las Islas Caimán dedicados fundamentalmente a cambiar, esconder
y “lavar” moneda extranjera. Esta tendencia es parte de esa serie de pro-
cesos que conducen a la integración financiera global, al menos entre las
economías más ricas del mundo.
El segundo cambio monetario es el surgimiento de proyectos para res-
tringir o suprimir las monedas nacionales a favor de monedas supranacio-
nales o regionales como en el caso de la Unión Europea. En la práctica, el
dólar estadounidense, el ECU (ahora el euro), el marco alemán (hasta que
fue reemplazado por el euro) y el yen japonés han servido como monedas
transnacionales durante varios años. La mayoría del comercio mundial uti-

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UN MUNDO DE ESTADOS TERRITORIALES 305

liza una u otras monedas, independientemente de sus orígenes o destinos


particulares. Monedas como el dólar estadounidense y el franco francés
también han llegado a dominar grandes regiones más allá de sus fronteras,
el dólar en América Latina y el franco francés en partes de África Occiden-
tal que anteriormente formaba parte del Imperio francés. Esta situación se
debe en parte a la reforma económica a nivel internacional, pero también
se debería a la acción de las elites locales que tratan de mantener sus re-
servas en las monedas “más sólidas” (más estables y fiables). La llegada del
“euro” en 2002, que eliminó la mayor parte de las monedas territoriales
europeas, indica que el proceso de transnacionalización de monedas se in-
tensificará en los años venideros.
El tercero y último cambio es que en los últimos años han aparecido
una serie de usos para las “monedas locales”, formas de dinero simbólico
y vales, que sustituyen a la moneda nacional corriente. A menudo estos
usos son el resultado de experimentos en comunidades locales (por ejemplo,
Ithaca, en el estado de Nueva York, y Montpelier, en el estado de Vermont,
en Estados Unidos) y de cooperativas de consumidores o vales emitidos por
empresas para adquirir sus productos o sus servicios. Por ahora, no pueden
considerarse como una gran amenaza a las monedas territoriales, pero son
un indicio de la falta de confianza que despiertan las monedas territoriales
en ciertos lugares, quizá como resultado del uso de políticas monetarias
que han perjudicado a ciertos grupos (y localidades) cuando las monedas
son rápidamente revaluadas o se mantiene una alta inflación, lo que saca a
la población fuera de la economía monetaria oficial y los sumerge en una
economía “negra” o sumergida donde predominan el trueque, las monedas
extranjeras fiables (como ocurría con el marco alemán en muchas partes de
Europa del Este) o monedas locales.
Así pues, las desterritorialización de las monedas tiene tres aspectos: el
auge de las transacciones en divisa extranjera dentro de los territorios que
hasta ahora han contado con “moneda territorial”; el rápido aumento del
número de transacciones económicas que recurren a monedas supranacio-
nales, y el uso creciente de monedas locales. Ninguno de ellos debe con-
siderarse como un factor que vaya a acabar con las monedas territoriales
existentes. El continuo desgaste de las monedas territoriales tendrá lugar
sólo si los Estados continúan permitiéndolo. Sin embargo, el hecho de que
todavía las monedas más “poderosas” encuentren ventajas en ese desgaste
significa que probablemente continuará. Pero si se intensifica podría llegar
un momento en el que incluso los Estados más poderosos encontrarán difícil
resistir la erosión.

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306 JOHN AGNEW

V. Conclusión

Alguna vez tuvo cierto sentido explicar la trayectoria de la historia o el cam-


bio social como una serie de “estadios” —como por ejemplo, en la famosa
teoría de las “etapas del crecimiento económico” de Rostow (1960)— inscrito
en territorios estatales. Hoy, sin embargo, el desarrollo económico y el cam-
bio social están cada vez más determinadas por la capacidad que tengan las
localidades y las regiones para acceder a las redes globales. En este contexto,
no tiene sentido concebir el poder como algo singular y permanentemente
unido a los territorios de los Estados. Pero la lealtad a una espacialidad del
poder estable sigue teniendo un atractivo considerable. No sólo permite la
restricción de la política a un espacio “interno” que no presenta problemas,
sino que también ofrece atractivo intelectual y estabilidad política al equi-
parar el espacio con los territorios estáticos de la estatalidad moderna que
puede ser entonces como plantilla para la investigación de otros fenómenos
o como base para organizar la acción política. Poner en cuestión la territo-
rialidad del Estado socava el “nacionalismo metodológico” que subyace tras
los trabajos de las ciencias sociales, tanto de la corriente dominante como de
gran parte de las radicales. Las principales ciencias sociales en las universida-
des occidentales contemporáneas (económicas, sociología y ciencias políticas)
fueron fundadas para prestar servicios intelectuales a los Estados modernos
con el fin de crear riqueza, controlar la sociedad y administrar el Estado,
respectivamente. Por consiguiente, no es extraño que las ciencias sociales
encuentren problemático moverse fuera de un mundo incuestionablemente
dividido en unidades concretas de espacio soberano. En ese caso, la geografía
política parece que estaría menos justificada. Como estaba supuestamente
relacionada con la espacialidad del poder, ha permanecido durante bastante
tiempo vinculada con una imaginación geopolítica que se basaba en concebir
el poder coercitivo y el Estado territorial como indicadores de la modernidad.
Corregir esta concepción es uno de los retos fundamentales a los que se en-
frenta la geografía política de principios del siglo XXI.

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ACERCA DE LOS AUTORES

John Agnew. Doctor en Geografía por la Ohio State University; profesor


de la Universidad de California, en Los Ángeles, en donde imparte la cátedra
de Geografía Política y Europea.
Alfonso Aragón Camarena. Doctorando en Ciencia Política, con orien-
tación en relaciones internacionales, por la UNAM; especialista en estudios
sobre terrorismo y armas de destrucción en masa.
Heriberto J. Auel. Doctor en Relaciones Internacionales por la Univer-
sidad de El Salvador. Ha sido catedrático en distintas instituciones, como la
Universidad de El Salvador, la Universidad Católica de la Plata y la Univer-
sidad Maimónides, entre otras.
Eduardo R. Balbi. Oficial del Estado Mayor de la Armada Argentina;
Máster en Relaciones Internacionales y diplomados en estudios estratégicos,
prospectivos, económicos y del comercio exterior; asesor de organizaciones
públicas y empresas tanto nacionales como internacionales.
Klaus von Beyme. Dr. phil., profesor emérito de la Universidad de Heide-
lberg; es considerado uno de los estudiosos de la ciencia política más afama-
dos a nivel internacional.
Rafael Calduch. Doctor en ciencias políticas y económicas por la Univer-
sidad Complutense de Madrid; catedrático de Derecho Internacional Públi-
co y Relaciones Internacionales en dicha institución.
Carlos Chávez Becker. Profesor de asignatura en la Universidad Autó-
noma Metropolitana, Campus Lerma (México).
Carl J. Friedrich. Politólogo estadounidense de origen alemán (1901-
1984); catedrático en Heidelberg y en Harvard; ha sido uno de los estudiosos
de la ciencia política más famosos a nivel mundial, reconocido por sus textos
sobre derecho constitucional, por sus ideas predecesoras de la Unión Euro-
pea y por su teoría sobre el totalitarismo.

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308 ACERCA DE LOS AUTORES

Alma Angélica Huitzil E. Licenciada en derecho; alumna de la Maestría


en Ciencia y Gestión Política (Universidad Popular Autónoma del Estado de
Puebla).
Helio Jaguaribe. Doctor Honoris Causa en Filosofía por la Universidad
de Maguncia (Mainz, Alemania); licenciado en derecho por la Universi-
dad Católica de Río de Janeiro; actualmente es profesor y director del Insti-
tuto de Estudios Políticos y Sociales, en Río de Janeiro.
Carlos A. de Jorge. Licenciado en Geografía por la Universidad de Bue-
nos Aires (UBA); profesor en las universidades de Buenos Aires, Nacional de
Rosario y Católica Argentina, así como profesor de enseñanza media, nor-
mal y especial en Geografía; miembro de la Sociedad Científica Argentina
de Estudios Geográficos.
Édgar Esquivel Solís. Profesor-investigador en el Área de Investigación
en Comunicación Política, Departamento de Ciencias de la Comunicación,
Universidad Autónoma Metropolitana, campus Cuajimalpa (México).
Claus Leggewie. Profesor de Ciencia Política y director del Kulturwissens-
chaftliches Institut (KWI, “Instituto de Ciencias de la Cultura”) en Essen, así
como del Centre for Global Cooperation Research en Duisburg.
Julia Leininger. Doctora en Ciencia Política por la Universidad de Hei-
delberg; investigadora en el Deutsches Institut für Entwicklungspolitik (“Instituto
Alemán para la Política del Desarrollo”).
Juan José Linz. Politólogo y sociólogo de origen hispano-alemán (1926-
2013), avecindado en los Estados Unidos, en donde fue durante largos años
profesor en la Universidad de Yale. Fue uno de los politólogos con mayor
reconocimiento internacional, particularmente por sus investigaciones en
torno a las distinciones entre el autoritarismo y el totalitarismo, así como por
sus estudios sobre democracia y democratización.
Luis Roberto Mantilla Sahagún. Maestro y licenciado en Filosofía por
la UNAM; doctorando en Historia en la Universidad Michoacana de San
Nicolás de Hidalgo; rector de la Universidad Latina de América, en Morelia.
Dieter Nohlen. Dr. phil., profesor emérito de la Universidad de Heidel-
berg; es uno de los politólogos más influyentes de nuestro tiempo, particular-
mente en el campo de los sistemas electorales, de la ciencia política compara-
da y del estudio de los países en desarrollo.
Andrés Rivarola. Doctor en Historia Económica; docente e investigador
en el Instituto de Estudios Latinoamericanos en la Facultad de Humanidades

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ACERCA DE LOS AUTORES 309

de la Universidad de Estocolmo; especialista en relaciones internacionales,


historia económica, geopolítica y estudios latinoamericanos.
Herminio Sánchez de la Barquera y A. Doctor en Ciencia Política por
la Universidad de Heidelberg; profesor-investigador en la Universidad Popu-
lar Autónoma del Estado de Puebla.
Manfred G. Schmidt. Profesor de Ciencia Política en la Universidad de
Heidelberg; conocido particularmente por sus trabajos en torno a la política
social, al Estado de bienestar y a las teorías de la democratización; considera-
do un profundo conocedor del sistema político alemán.
Rainer-Olaf Schultze. Dr. phil., profesor emérito de la Universidad de
Augsburgo, en donde dirige el Instituto de Estudios Canadienses. Es uno
de los más connotados estudiosos del federalismo.
Michael Zürn. Director del centro de estudios Global Governance, del Wissens-
chaftszentrum Berlin für Sozialforschung (WZB, “Centro Científico de Investigacio-
nes Sociales Berlín”). Desde 2007 es miembro numerario de la prestigiada
Academia de Berlín-Brandemburgo de las Ciencias y, desde 2014, de la Aca-
demia Europaea.

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Instituto de Investigaciones Jurídicas
Antologías para el estudio y la enseñanza de la ciencia política. Régimen
político, sociedad civil y política internacional, Volumen II, editado por
el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, se terminó
de imprimir el 6 de febrero de 2017 en los talleres de Impresión
Comunicación Gráfica, S. A. de C. V., Manuel Ávila Camacho
689-A, colonia Santa María Atzahuacán, delegación Iztapalapa,
09500 Ciudad de México, tel. 5692 3202. Se utilizó tipo Baskervi-
lle de 9, 10 y 11 puntos. En esta edición se empleó papel cultural
70 x 95 cm. de 50 kilos para los interiores y cartulina couché de
250 gramos para los forros; consta de 500 ejemplares (impresión
offset).

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