El Espíritu Del Saint-Martinismo PDF
El Espíritu Del Saint-Martinismo PDF
El Espíritu Del Saint-Martinismo PDF
Saint-Martinismo
)ean-Marc Vivenza
EL ESPÍRITU DEL
SAINT-MARTINISMO
Louis-Claude de Saint-Martin
y la “ Sociedad de los Independientes”
Editorial Manakel
Madrid 2019
© Jean-Marc Vivenza, 2019
© Editorial Manakel, 2019
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“Sin embargo, aunque la luz está hecha para todos los ojos,
es aún más cierto que no todos los ojos están hechos para
verla en todo su esplendor. (...) el pequeño número de hombres
depositarios de las verdades que anuncio
están comprometidos con la prudencia y la discreción por los
votos más formales”.
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doctrinal de sus enseñanzas (que ya de por sí es muy de agradecer,
dada la complejidad de los escritos y la peculiaridad de la doctrina
del Filósofo Desconocido, que en frecuentes ocasiones constituyen
una barrera no siempre fácil de superar para aquellos neófitos que
desean acercarse a esta tradición), despertando de nuevo la luminosa
presencia del espíritu que inspiró su vida y su obra para ofrecer y
promover un efectivo y activo ministerio del sacerdocio del Eterno
que opere la venida del Reino de los Cielos en el corazón del hom
bre, según la Ciencia espiritual de la Iglesia Interior que Cristo, el
Reparador universal, mostró para adorar al Padre “en espíritu y en
verdad” (Jn 4:23).
Si bien mucho se ha hablado, y se sigue hablando, de la obra de
Saint-Martin y de su “vía según lo interno” o “vía del corazón”, en
el seno de la multitud de Órdenes Martinistas y círculos de Marti-
nismo Libre que se han difundido por todo el mundo, no parece
que esta vía sea practicada correctamente, ni incluso que llegue a ser
bien comprendida pese a la buena voluntad de quienes se empeñan
en reproducir los textos que fundamentan su práctica y le dan el
sentido. Con frecuencia se pasa por ellos superficialmente muy lejos
de alcanzar la “viva y vivificante raíz” del corazón donde “todos los
frutos que tendremos que llevar, según nuestra especie, se producirán
naturalmente en nosotros y fuera de nosotros” 12 , porque el propósito
que realmente subyace en muchos buscadores, atraídos a veces por el
exotismo de lo sobrenatural y el misterio de las iniciaciones según las
formas, tiende a esas prácticas teúrgicas externas que precisamente
fueron rechazadas por el Filósofo Desconocido tras una ascesis per
sonal e incondicional y tras una colaboración estrecha con el Maestro
Martines de Pasqually, concluyendo que “...todas las ciencias que nos
ha legado Don Martines están llenas de incertidumbres y peligros...
lo que tenemos es demasiado complicado y no puede ser sino inútil
y peligroso, puesto que solo lo simple es seguro e indispensable...”1,
8
cayendo en la contradicción de pensar que la “ vía del corazón ” o
“ teúrgia cardiaca ” propuesta por Saint-Martin es una especie de
preludio preparatorio para ello; y en cierto modo algo parecido se
pretendía en el sistema de los Caballeros Masones Élus Cohén del
Universo, pero cubierto de ceremonias superfluas y ritos complejos
que no conseguían una transformación profunda, esencial y duradera
en el corazón del iniciado donde la vanidad y la iniquidad de este
mundo caído seguían activas pese a los títulos y los grados, al igual
que ya venía ocurriendo en otros sistemas masónicos. Otras veces
simplemente se confunde y se adultera por la mezcla encontrada en
las diversas corrientes Martinistas donde se presentan temas muy
diversos sobre cábala, tarot, alquimia, astrología, etc., que se alejan
radicalmente de la simplicidad desnuda y la mística silenciosa de
la “ oración del corazón” propuesta por Saint-Martin, “donde no se
necesita más llama que nuestro deseo, ni más luz que la de nuestra
pureza”34 . Y a más quiere uno concebir y comprender esta vía por
medios que le son extraños, más se aleja de ella.
Es así, como bien concluye Jean-Marc Vivenza, que un examen
serio y detallado del mensaje y el propósito que Saint-Martin trans
mitió a sus íntimos, nos muestra de inmediato el abismo que separa
radicalmente a las Órdenes y círculos Martinistas que reivindican la
filiación espiritual del Filósofo Desconocido de su pensamiento y
operatividad original, que podemos denominar, para no confundirlo,
como la vía “saint-martinista” . Partiendo de este hecho fácilmente
constatable, parece que, tal como apuntaba Robert Amadou en rela
ción a las diversas Órdenes Martinistas, la tradición saint-martiniana
junto a otras “ tradiciones (...) duermen en el seno de la Orden, no
esperando sino un Príncipe cuyo amor vendrá a despertarlas”*. Y a
esta labor se ha entregado en cuerpo y alma J.-M. Vivenza, bende
cido y apoyado por los propios consejos del Padre Robert Amadou,
no sólo para despertar el espíritu o la vía “saint-martinista” según el
9
propósito inicial deseado y propuesto por el Filósofo Desconocido,
consagrado al misterio del nacimiento del Verbo en el alma humana,
sino para rescatarla y darle continuidad en una Sociedad recreada
según los ideales recogidos en su obra El Cocodrilo como “Sociedad
de los Independientes” , que no tiene “ ninguna especie de semejanza
con ninguna de las sociedades conocidas”5, y de la cual Saint-Martin
declara: “Esta Sociedad que os anuncio es la única en la tierra de la
que se puede decir que es una imagen real de la sociedad divina, y de la
cual os advierto que soy el fundador”6. Esta Sociedad de los Indepen
dientes, lejos del mundanal ruido, está consagrada al “ lento proceso de
purificación, regeneración y santificación” propuesto por Saint-Martin,
“proceso esencial fundamentado sobre la plegaria interior, nutrida por
la oración y sostenida por la humildad del corazón”78 . Esta es la Vía
Silenciosa e Interna de los Hombres de Deseo, cuyo ideal encarnan
algunos Solitarios y Servidores Incógnitos de Ieshuah, el Reparador, que
operan misteriosamente. Estos Solitarios Iniciados u Hombres de Deseo
no tienen otro lugar de reunión que “El Templo del Espíritu Santo,
que está en todas partes”, y sus poderosos medios se fundamentan en
“su oración, su total confianza en el principio supremo y la práctica de
todas las virtudes”, operando “la vía simple” que desde el origen de los
días Dios estableció como “trabajo primitivo y natural del hombre”*.
El contenido recopilado en este libro es reducido en comparación
a toda la obra actual editada ya por Vivenza en Francia, pero cree
mos que es suficiente para ayudar a los Hombres de Deseo de habla
hispana a orientarse e iniciarse adecuadamente en esta vía íntima de
“oración silenciosa”. Soy consciente de que a veces hay citas que se
reiteran, pero dada la importancia de las mismas creo que ayudará
mejor a meditar y fijar el mensaje y las claves que recogen, pues
siempre son de una importancia relevante. En su conjunto, no dudo
de que constituye un manual teórico y práctico imprescindible para
aquellos que desean adentrarse en el espíritu del “ Saint-Martinismo”,
10
y muy particularmente para los que ya operan activamente en la So
ciedad de los Independientes.
Diego Cerrato
Presidente del G.E.I.M.M.E.
n
LOUIS-CLAUDE DE SAINT-MARTIN,
el «Filósofo Desconocido»
13
Evidentemente, la cifra siete no deja de tener una significación
simbólica, pero de su frase nos quedaremos con que es a causa de
este cambio sucesivo de piel, es decir, de envoltorio carnal externo,
a lo que Saint-Martin atribuye su falta “de astral”, falta de la que no
dejará de quejarse y lamentarse, de manera constante y repetida, a
lo largo de su existencia.
Débil en lo físico, de una gran sensibilidad de alma, dulce y reservado,
teniendo cuerpo sólo “en proyecto”, estos son los rasgos íntimos que
Saint-Martin hereda desde la cuna, y que le acompañarán durante su
camino por esta tierra, camino que en numerosos aspectos le parecerá
como un dominio extraño y hostil, como una región a la que no per
tenecía y de la que convenía, si no huir, al menos alejarse en espíritu.
Después de una infancia apacible entra en la Facultad de Derecho
de París, en 1759, y lee a los filósofos de su tiempo con vivo interés,
nutriéndose abundantemente de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778),
por el que guardará un verdadero interés, sintiéndose muy próximo
del clima literario melancólico de Reflexiones de un paseante solitario.
Recibido como abogado del rey en la sede presidencial de Tours,
vivió a causa de su cargo profundos tormentos interiores, hasta el
punto que, preso de una viva desesperación, llegará a decir un día:
“Estuve tentado en dos ocasiones de quitarme la vida”.
Ejerciendo su puesto con gran dificultad, muy pronto se dio cuenta
que su oficio de abogado no le convenía del todo. La carrera jurídica
le era extraña. Durante los seis meses que pasa en magistratura, del
otoño de 1764 a abril de 1765, admite:
14
meterlo en el ejército, donde entregándole un despacho de oficial
podría aprovechar el tiempo libre para dedicarlo a la lectura y a sus
largas meditaciones solitarias.
En realidad, incorporando a Saint-Martin en el regimiento de
infantería de Foix, en julio de 1765, Choiseul no duda que se cons
tituye en instrumento perfecto de la Providencia, pues es en el seno
del cuerpo de oficiales que el joven de Amboise va a encontrar a aquél
que le va a abrir las puertas de la vía iniciática, a la que aspira, sin
saberlo, desde hace bastantes años.
El regimiento, estacionado con guarnición en Burdeos, permitía
vivir con cierta tranquilidad. Imaginamos que Saint-Martin encontró
en esta nueva atmósfera una serenidad y una quietud apropiadas para
favorecer su apetito de cosas espirituales. Si Choiseul fue el primero
y el origen de esta plenitud, será un tal Grainville, primer capitán
de granaderos, el que va a ofrecer a Saint-Martin la oportunidad de
dirigirse hacia el tesoro y las altas verdades que le son destinadas.
Saint-Martin se encuentra en aquel momento, más de lo que él mismo
hubiera podido imaginar, en un tiempo crucial de su existencia. En
efecto, siguiendo los consejos del capitán Grainville, Saint-Martin es
recibido en masonería, y estudia maravillado las riquezas simbólicas
de esta sociedad iniciática cuyo origen se pierde en la noche de los
tiempos, y su destino va a ser completamente modificado por su
entrada en la “vía” iniciática, condicionando tanto su futuro como
su forma de vida para el resto de sus días.
Es recibido Aprendiz en una logia militar en agosto de 1765. Esta
logia había sido fundada ese mismo año bajo el nombre de logia
Josué, y en ella prosiguió su avance por los grados azules. Pero la
iniciación verdadera y decisiva estaba por venir, y ésta va a cambiar
profundamente el futuro espiritual de Saint-Martin.
En efecto, Grainville, al igual que un cierto número de oficiales,
están en estrecha relación en Burdeos con un maestro extraordinario
que ejerce una considerable influencia sobre los discípulos de su es
cuela. Este maestro, Martínez de Pasqually, nacido en Grenoble en
1727, cuyos orígenes indefinidos nos dejan suponer que fue portador
de una cadena de transmisión judeocristiana de ascendencia marrana,
15
dispensaba tanto una doctrina original relativamente elaborada, como
una práctica teúrgica invocatoria de naturaleza fundamental.
16
destacaba, en particular, los cuadernos de instrucciones reclamados
por los adeptos. Saint-Martin copia pues los rituales para los Templos,
y entra en relación con los diversos jefes de las logias Cohén, entre
ellas con la de Lyon y Jean-Baptiste Willermoz (1730-1824), partici
pando igualmente en dar forma a la obra que compone Martínez y
que llevará por título “ Tratado de la reintegración de los seres en sus
primeras propiedades, virtudes y poderes espirituales divinos”.
Esta intensa actividad absorbe totalmente a Saint-Martin, y le
propicia el poder ahondar sin ningún tipo de límite en la doctrina
y prácticas teúrgicas enseñadas por Martínez de Pasqually a sus dis
cípulos. Saint-Martin descubre los arcanos del trabajo operativo, los
complejos rituales Cohén, el ejercicio de las invocaciones, conjuros, la
utilización de los nombres sagrados. Poco a poco, Saint-Martin se
familiariza con la teúrgia y asiste a su maestro en las prácticas rituales.
Saint-Martin descubre y examina con seriedad los fundamentos
de la doctrina, y se sumerge en un estudio riguroso de las tesis de
Martínez de Pasqually. Es por otra parte en estas tesis que la reflexión
de Saint-Martin va a encontrar un alimento esencial a su evolución
espiritual, bebiendo a manos llenas de esta prodigiosa fuente.
¿Qué anuncia Martínez que sea hasta tal punto original, aportando
notables luces sobre numerosos puntos oscuros de las cosas divinas,
luces que marcarán de manera definitiva el pensamiento del teósofo
de Amboise? Lo descubriremos examinando los escritos de Martínez
de Pasqually, y en particular, accediendo a su célebre Tratado sobre la
reintegración, que nos proporciona el resumen más completo y fiel de
su doctrina. Por de pronto, de su lectura percibiremos que Martínez,
filósofo religioso y profundo cabalista, insiste sobre la importancia de
la “Caída”, sobre su carácter central y determinante en la historia de
los hombres y del Universo. Esta historia hace a toda la humanidad
solidaria de la común degradación, cuyos terribles efectos soporta do
lorosamente de año en año y de generación en generación. El conjunto
de la Creación, víctima de una reprobación, debe trabajar para liberarse
de esta horrible determinación. La obra expiatoria debe extenderse
imperiosamente al conjunto de seres vivientes, de manera que puedan
volver a encontrar sus primeras propiedades, virtudes y poderes divinos.
17
Saint-Martin, cautivado por la ciencia de su maestro, se entrega
en cuerpo y espíritu, tanto a su trabajo de asistencia en los rituales,
como a su función de secretario privado cuando permanece cerca
de él. Ordenado Réau+Croix el 17 de abril de 1772, Saint-Martin
alcanza de este modo el más alto grado iniciático de la Orden de
los Elegidos Cohén, y recibe la totalidad del depósito legado a sus
discípulos por Martínez de Pasqually.
Sin embargo, en mayo de 1772, en la necesidad imperiosa de ir
a buscar una lejana herencia, Martínez se embarca para la isla de
Santo Domingo y abandona Burdeos, dejando a su mujer y su hijo,
así como a Saint-Martin y los miembros de la Orden definitivamente
solos, puesto que no volverá jamás de su viaje, falleciendo dos años
más tarde en Puerto Príncipe, enfermo y agotado, el martes 20 de
septiembre de 1774.
18
de tiempo, y cerca del fuego de la cocina, al no haber en la habitación
nada con que calentarme. Un día, incluso el pote de la sopa se derramó
sobre mi pie ocasionándome una buena quemadura” {Retrato, 165).
“Sin embargo, aunque la luz está hecha para todos los ojos, es
aún más cierto que no todos los ojos están hechos para verla en todo
su esplendor. (...) el pequeño número de hombres depositarios de las
verdades que anuncio están comprometidos con la prudencia y la
discreción por los votos más formales” (De los Errores y la verdad,
Edimburgo [Lyon], 1775, p. IV-V).
19
de Maistre (1754-1821), Saint-Martin considera que subsiste en cada
ser una auténtica capacidad para volver y reencontrar “la Unidad”
primera. Es pues siempre posible realizar, según él, y evidentemente
bajo ciertas condiciones, una saludable harmonía entre la naturaleza
estropeada de la humanidad y la Divinidad en la medida en que, por
el canal del espíritu, el hombre pueda recibir luces íntimamente -ce
rrándose voluntariamente a los fenómenos exteriores- de un inefable
conocimiento, por las que el Verbo divino se revela en el alma.
Destacaremos, ya que esto pronto tendrá una cierta importancia,
que en julio de 1774, o sea algún tiempo después de la llegada de
Saint-Martin a casa de Willermoz, el barón von Weiler (1726-1775)
visitator specialis del barón Karl Gottheld von Hund (1722-1776),
eques ab Ense, Gran Maestro de la “Estricta Observancia Templa
ría”, instala en Lyon el Directorio de la IIa Provincia de Auvernia
de su Orden caballeresca, recibiendo a Jean-Baptiste Willermoz
Caballero bajo el nombre de eques ab Eremo, seguido en ello por
doce miembros de la logia “La Beneficencia”, de nuevo erigida al
Oriente de Lyon.
Al parecer, Saint-Martin se habría adherido al requerimiento previo
que los hermanos dirigieron al barón von Weiler, a fin de que éste
aceptara venir a constituir el Directorio de la “Estricta Observancia”
en Lyon, pero, ausente en julio, no pudo ser recibido en la Orden
por razón de su viaje a Italia.
20
III. RETORNO A PARÍS
21
esenciales y particulares a la Naturaleza divina. (...) En definitiva, ¿por
qué todo se consume en la Creación, si no es porque todo tiende a la
Unidad de la que todo ha salido?” (Cuadro natural, capít. II).
IV. LA FRANCMASONERÍA
22
de Martínez de Pasqually —al menos en el plano doctrinal, puesto
que en su aspecto teúrgico fueron rechazadas— en el seno de ésta
Orden nuevamente edificada, y utilizando las formas de la masonería
escocesa templaría, constituyendo lo que más adelante se conocerá
más ampliamente bajo el nombre de Régimen Escocés Rectificado.
Por estas fechas, Saint-Martin declara que continúa manteniéndose
a distancia de los talleres, pero es sin embargo consciente de que es
en estos Templos cerrados a los profanos9 donde se encuentran los
espíritus más abiertos a la verdadera “Ciencia” . Por otra parte, pro
pondrá sus servicios a Willermoz para releer la primera redacción ya
efectuada de los rituales del Régimen Rectificado y para aportar las
fraternales correcciones que eventualmente pudieran imponerse.
V. EL AGENTE DESCONOCIDO
Y LA “S O C IE D A D D E L O S IN IC IA D O S "
9 Esta es sin duda una de las razones que le llevarán a participar en la fundación,
en 1780, en compañía de varios dignatarios masones, entre ellos Savalette de Lan-
ges, de la “Sociedad Filantrópica”, una de las primeras instituciones con vocación
social de la francmasonería, que tenía por principal objeto animar a sus miembros
al ejercicio de una benevolente caridad ante todos los hombres sin distinción de
fortuna, religión o rango. En resumen, una sociedad compuesta por los hombres
más abiertos a la búsqueda de la esencial verdad, tarea en la que se convirtió, a la
vista de todos, en su más ardiente abogado.
Señalemos, por otra parte, que será también admitido, el 4 de febrero de 1784,
en la “Sociedad de la Harmonía” fundada por Franz Antón Mesmer (1734-1815),
autor de la célebre obra Memorando sobre el descubrimiento del magnetismo animal
(1779), y se apasionará por el uso espiritual y terapéutico de los fluidos, magnetizando
regularmente por su parte, junto a la duquesa de Bourbon y Nicolás Bregase, y fre
cuentando al hermano estrasburgués A.M. de Puységur que inducía a sus pacientes,
en su casa de Buzancy, en sueños sonambúlicos.
23
Después de un cierto número de peripecias generadas por este
extraño asunto, sobre el que se nos haría demasiado extenso dete
nernos, dubitativo ante el giro que tomaban los acontecimientos,
pero sin embargo no decepcionado, Saint-Martin juzga no obstante
oportuno alejarse, y en compañía de Basile Zinovief, iniciado ruso,
vuelve a París el I o de enero de 1786.
24
Vil. LAS LUCES DE ESTRASBURGO
25
Este caminar es una “vía” dulce e invisible:
Saint Martin sabe, más que cualquier otro, que el hombre no está
en su lugar aquí abajo, “primitivamente no éramos carne, puesto que
el Verbo se ha hecho carne para librarnos de la carne y de la sangre”.
Es por lo que es importante descubrir que el alma es el único canal
por el que puede pasar la Luz Divina:
26
majestad todavía que cuando tú les diste por primera vez nacimiento”
(Ibíd. 202).
27
Para lograr esto, Dios exige del hombre que se someta a una ver
dadera disciplina curativa, de manera que se ponga en condiciones de
extraerse del “torrente de iniquidad” en cuyo seno se ha sumergido
por su propia culpa.
“La verdad no pide nada mejor que hacer una alianza con el hombre;
pero quiere que sea solamente con el hombre y sin ninguna mezcla de
nada que no sea permanente y eterno, como ella” {El Hombre nuevo, 1).
Dios busca construir una nueva alianza con el hombre, pero con un
hombre renovado, transformado, lavado y regenerado “por entero en
la piscina de fuego, y en la sed de la u n i d a d Con un hombre deseoso
de dar a luz, por efecto de una suerte de concepción espiritual inte
rior, un ser restituido conforme a la imagen y semejanza divinas, con
un ser que haya así reencontrado el estado que poseía originalmente
antes de la Caída, habiendo previamente hecho beber a la tierra sus
pecados, “es decir, toda su materia” que es su verdadero pecado. A fin
de ayudar en esta obra, Dios, en su bondad, nos ha dado un poderoso
socorro en la persona de Cristo, el “Reparador”, el maestro de vida
y de verdad, el nuevo Adán que es el Único que puede pronunciar
sobre nuestra triste degradación la palabra salvadora, la palabra de
resurrección:
28
“Entonces es, escribe Saint-Martin, cuando el hombre se da cuenta
de que es, en espíritu y en verdad, el sacerdote del Señor. Entonces es
cuando ha recibido el orden vivificante y puede transmitir esta orde
nación sobre todos aquellos que se consagren al servicio de Dios, es
decir, atar y desatar, purificar, absolver, sumir al enemigo en las tinieblas
y hacer revivir la luz en las almas, pues la palabra ordenación viene
del término ordinare, ordenar, que quiere decir volver a poner cada
cosa en su sitio y en su lugar, y tal es la propiedad del verbo eterno que
produce todo continuamente según peso, número y medida” (Ibíd. S 4).
29
Estas dos personas, por medio de las cuales se abrirá a una doctrina
espiritual, no totalmente extraña para él, pero que no hubiera podido
imaginar tan profunda de antemano, son en primer lugar Rodolphe
Saltzmann (17491820), masón del Régimen Rectificado y Teósofo,
así como una mujer, la señora Boecklin, que lo iniciarán en el estudio
de las obras de Bóhme.
Saint-Martin, que ve a Bóhme como a su segundo maestro, va a
asumir su obra por varias razones, entre ellas, una primera y deter
minante, por razón de que nunca nadie hasta entonces en la histo
ria de la espiritualidad había expresado con tanta profundidad los
íntimos misterios de la eternidad de Dios, y no había estudiado tan
pertinentemente el enigma irresoluto del nacimiento y generación del
mundo manifestado.
Podemos imaginar sin dificultad lo que pudo seducir hasta tal punto
a Saint-Martin de la doctrina de Jakob Bóhme. El estrecho lazo que
une Dios al hombre había sido objeto de tal desarrollo, y aparecía
con tanta crucial extensión en el teósofo alemán, que el Filósofo
Desconocido creyó reconocer e incluso leer bajo palabras diferentes y
fórmulas originales y sorprendentes sus propias intuiciones personales.
Pronto el pensamiento de uno se convirtió en el pensamiento del
otro; Saint-Martin se alimentaba con extraordinaria pasión de los
escritos de Bóhme, sumergiéndose en ellos con alegría y entusiasmo
indescriptibles. Con la lectura de los tratados del pensador alemán
y dejándose llevar sobre las alas del espíritu, sentía en su corazón el
soplo divino que él mismo había señalado hablando de esta experiencia
y que le dejó las marcas de su beneficiosa acción.
Desde entonces, rodeado de las obras de Bóhme, recibiendo la
preciosa ayuda de Saltzman y su “queridísima B ”, se empeña en un
trabajo de traducción particularmente arduo y singularmente delica
do. Los libros de filosofía teutónica, siendo ya de por sí lo bastante
complejos de leer en alemán, podemos imaginar la dificultad de la
tarea a la que se va a consagrar Saint-Martin, llegando incluso hasta
interrumpir por un tiempo su propia obra de escritura. Dotado de
una rara energía, llegará, evidentemente al precio de considerables
esfuerzos, a transcribir al francés los principales tratados de Bóhme,
30
ofreciendo por fin a los hombres de deseo la posibilidad de un acceso
fiel y directo a las luces de la teosofía bohmiana. Saint-Martin escribe:
X. LA REVOLUCIÓN
31
este período de su vida, puesto que dice verse como un Robinson
Crusoe de la espiritualidad.
De todos modos, alejado de la cosa política, preservándose in
cluso de la misma ya que “desde siempre había estado convencido de
lo ilusorio del espíritu del mundo”, Saint-Martin constatará que la
Revolución, globalmente, lo había tratado como a un niño mimado11.
Sin embargo, su juicio no será por ello menos severo respecto al
“horroroso régimen al que Francia ha sido sometida bajo la tiránica
férula de Robespierre”, constatando simplemente que, gracias a las
lecciones de Bóhme, había:
32
había sido condenado por la Inquisición española, bajo excusa de
que la obra era considerada como: “atentatoria a la Divinidad y
a la tranquilidad de los gobiernos” . Ciertamente, Francia, por su
alejamiento de las cosas religiosas en este período tormentoso de su
historia, no hizo gran caso a la sentencia, acogiéndola con perfecta
indiferencia, pero Saint-Martin debió sentir personalmente un cierto
despecho, comprometiéndole más todavía y con firmeza acrecentada
en su “vía”, o más exactamente su “carrera” :
33
“En el mes de brum ario12 año IX , he publicado mi traducción de
La A urora naciente de Jak o b Béhme (sic). H e sentido a l realizarla sin
interrupción, y p ara gusto propio, que esta obra sería bendecida por
D ios y por los hombres, excepto por el torbellino de m ariposas de este
m undo que no verán n a d a...” (Retrato, 1013).
34
va a emplear en definir la naturaleza en la última obra firmada por
su pluma, sin duda su libro maestro, al que dará por título: El Mi
nisterio del Hombre Espíritu. Si la obra lleva en exergo esta frase, de
simbolismo metafísico evidente, extraída de El Espíritu de las cosas:
“El hombre es la palabra de todos los enigmas”, es precisamente por
razón de la responsabilidad espiritual de la que es portador cada ser
humano, en definitiva, por el “Ministerio” extraordinario que le es
confiado en su totalidad. La gran verdad escondida que nos revela
Saint-Martin es la siguiente:
35
su principio. (...) el hombre ha nacido p ara ser el principal m inistro
de la D ivinidad” .
(El Ministerio del H om bre E spíritu )
36
logrado escapar milagrosamente al poder de lo elemental, durante
su existencia aquí abajo, dejó esta tierra el 13 de octubre de 1803
por la noche, cuando estaba en Aunay, en casa de su amigo el senador
Lenoir-Laroche. Llevado por una repentina crisis de apoplejía, tuvo
aún tiempo de dar algunas preciosas opiniones a los amigos que se
acercaron a su cabecera, llegados con urgencia para rodearlo con su
consoladora presencia en sus últimos momentos.
Se apagó en medio de ellos, animándolos con dulce persuasión,
como relata M. Gence, a perseverar en su confianza en Dios; quizá
les dijo estas magníficas palabras, que sin duda podemos calificar
de beatitud sanmartiniana, dándoselas como último secreto de la
iniciación verdadera:
37
LOUIS-CLAUDE DE SAINT-MARTIN
y la
TEÚRGIA DE LOS ÉLUS COHEN
13 Personaje desconcertante que parece haber heredado, sin duda por transmi
sión familiar pero sin que se haya podido corroborar con certeza, una enseñanza
judeocristiana de la cual nadie, hasta la fecha, y debido a una casi total ausencia
de documentos, ha podido demostrar realmente su naturaleza; Martines, por su
39
estuvieron en contacto con los misterios de las prácticas operativas que se
desarrollaron bajo los auspicios de la Orden de los Caballeros Masones
Élus Cohén del Universo, Orden que agrupó a su alrededor numerosas
personalidades relevantes del mundo del esoterismo de la época.
Los Élus Cohén, como se conocen hoy en día, más allá de una ense
ñanza doctrinal elaborada y desarrollada en el Tratado de la reintegración
de los seres, se dedicaban en efecto a la práctica de la teúrgia, la cual era
el elemento principal de su actividad iniciática durante los rituales que
se celebraban en los templos de la Orden, así como en el oratorio de
cada uno de sus miembros. Pero, ¿qué era esta famosa “teúrgia”, a la
cual se le presta tanta atención, a pesar de desconocerse generalmente
en qué consistía y de qué estaba formada y compuesta? Por otro lado,
¿por qué Saint-Martin se apartó de esta práctica, haciéndolo saber y
escribiéndolo sin miramientos, habiendo sido el discípulo más cercano
de Martines?
He aquí dos cuestiones importantes que tienen consecuencias
inmediatas en el camino iniciático de ambos, y de la conciencia que
conviene tener de ello, pero que, extrañamente, son generalmente
silenciadas o apartadas en beneficio de consideraciones que, a pesar
de ser ciertamente interesantes, son sin embargo a veces periféricas
con respecto a lo esencial.
40
examinamos el tema con un poco de cuidado. Aparecida muy pronto en
la Historia, la teúrgia debe en realidad mucho a los neoplatónicos, en
particular a Jámblico (siglo m) y luego a Proclus (siglo v), que unieron
a sus especulaciones metafísicas prácticas mágicas cuyo objetivo era
entrar en contacto con lo divino, tener de ello de alguna manera la
“experiencia sensible”, enriqueciendo notablemente sus conocimientos
de los dominios sutiles. Los ritos que se celebraban en la antigüedad,
a través de invocaciones secretas, oraciones a los espíritus angélicos,
fumigaciones odoríferas, trazado de círculos sobre los cuales estaba
dispuesto, según un ceremonial estudiado y a menudo muy complejo,
un elevado número de antorchas, tenían como finalidad provocar en
los adeptos impresiones físicas, psíquicas o anímicas a las cuales se les
daba un significado en el plano místico, interpretando los signos que
surgían durante las ceremonias como manifestaciones de lo divino14.
a) El método teúrgíco
41
Sin embargo, nos es necesario, si queremos realmente comprender
la razón de la postura crítica de Saint-Martin hacia estas prácticas,
saber algo más acerca de la teúrgia, a fin de captar convenientemente
las controversias que entraña el problema.
15 Cf. G. Le Pape, Las escrituras mágicas, las fuentes del Registro de los 2400
nombres de ángeles y arcángeles de Martines de Pasqually, Arché/EDIDIT, 2006. El
manuscrito del Registro de los 2400 nombres que se encuentra en el Fondo Prunelle
de Liére (BM de Grenoble T4188) —procede de la pluma de Saint-Martin, el cual
avisaba a Willermoz en 1771 de que le había enviado desde Burdeos la “Tabla alfa
bética de los 2400 nombres”— es una clasificación por orden alfabético en 22 letras
(salvo las letras J, W, X e Y), letras a las cuales se adjuntan cien nombres angélicos,
o sea 2200 nombres completados con 270 nombres suplementarios. La lista está
ordenada en una tabla donde en frente de los nombres angélicos estaban colocados
caracteres y jeroglíficos, mostrando la conformidad de Martines con los métodos
mágicos y teúrgicos tradicionales que distinguían jeroglíficos de caracteres a la vez que
establecían para cada uno correspondencias planetarias, aunque el teúrgo bordelés
se atreve a mostrar a veces bastante imaginación al elaborar inéditas interpretaciones
que les son personales.
42
medianoche), que no admitía ninguna derogación y era formalmente
obligatorio16. Finalmente, para su purificación, en cada Luna nueva y
los días siguientes a los periodos de trabajo, el Élu recitaba los siete
Salmos de Penitencia, al igual que debía decir el Oficio del Espíritu
Santo todos los jueves, pronunciar el Miserere frente a su Oriente, y
el De profundis colocando la cara contra el suelo.
43
Por encima de estas formas exigentes de aparente piedad17 no hay
que olvidar que Martines había incluido sin embargo extractos muy
largos de escritos positivamente relativos a la magia, directamente
sacados de Cornelius Agrippa (1486-1535) y de su De Occulta pbi-
losophia, del Enchridion atribuido al papa León III, y sobre todo
del Heptameron de Pedro de Abano (1250-1316), cuyos extractos
completos, precisos hasta la coma y sin ningún cambio, figuran en
los rituales Cohén18.
b) Criterios teúrgicos
sino que además requiere esta adhesión. Martines de Pasqually exigía no solamente
que sus adeptos, sus discípulos estuvieran bautizados, sino que además perteneciesen
a la Iglesia católica romana. Cuando se presentaban candidatos protestantes, se les
hacía renegar o bien se renegaba en su nombre”. (Conversación con Robert Amadou,
France Culture, 4 de marzo de 2000).
17 Jéróme Rousse-Lacordaire, o.p., en un estudio muy interesante, actualizó el
origen de las oraciones que los Elus Cohén utilizaban diariamente, señalando como
fuentes el Horologium auxiliaris tutelaris Angelí y el Angel Conductor de Jacques
Coret, obras populares de piedad angélica, mostrando también préstamos directos del
Pequeño libro del cristiano en su práctica del servicio a Dios y a la Iglesia de Jemerías
Drexel (1698) (Cf. La journée cbrétienne des Elus Cohén —El día cristiano de los
Elus Cohén—, Renaissance Traditionnelle, n° 142- Abril 2005).
18El «De circulo et ejus compositione» por ejemplo, que está en la base del sistema
de invocaciones de los Elus Cohén, es un extracto del Heptameron de Pedro de Abano,
maestro en ciencia teúrgica y mágica de Henri-Corneille Agrippa de Nettesheim, obra
en la cual se expone la manera de trazar los círculos y de conducir las operaciones.
Acusado en varias ocasiones por el Tribunal de la Inquisición (1304-1315) de practicar
magia ceremonial y nigromántica basada en la utilización de imágenes, amuletos y
talismanes, podemos medir la influencia de Pedro de Abano sobre Martines, quien
hizo él mismo un constante uso de filacterias, talismanes, círculos, exorcismos,
bendiciones, conjuraciones, etc.. Preconizaba su uso a sus émulos, incluso llegó a
establecer un trazado talismánico para cada día de la semana, y esto en perfecta
conformidad con el manuscrito mágico de Pedro de Abano.
19Precisamente Robert Amadou escribe, incluso si las fuentes de teúrgia kabalística
nos parecen en realidad hundir directamente sus raíces en la Merkabah y el inmenso
corpus literario que fue designado bajo el nombre de Maassé Merkavah (la obra del
Carro), esto en paralelo con la teorización de la teúrgia neoplatónica de Jámblico
acerca de la cual todas las escuelas medievales de la kábala heredarán secretamente
más adelante: «La teúrgia acerca a Martines a la kábala y sobre todo a las escuelas
44
intervenía sobre el mundo espiritual, que no temía invocar y desper
tar, y recibía, o no, según la buena voluntad de “La Cosa ”, signos, en
diversos grados y con una fuerza igualmente diferente, traduciéndose
por manifestaciones luminosas (“glifos”), auditivas o táctiles, que
fueron bautizadas por los émulos del siglos xvm con el nombre de
“pases” . Es importante sin embargo precisar que a pesar de lo que se
tomó prestado de los métodos de los magos antiguos y medievales,
el culto llamado “primitivo y cósmico” transmitido por Martines
de Pasqually, de ahí su calidad y su interés, no era de naturaleza
“mágica” , porque no aspiraba a la obtención de poderes, sino que
era esencialmente, y debido a los cuatro tiempos que constituían el
corazón de las operaciones litúrgicas diarias, un culto de expiación,
de purificación, de reconciliación y de santificación, invocando a
los espíritus que moran en lo invisible. El culto Cohén era por tanto
temporal y espiritual, y pretendía suceder al culto que celebraba
originalmente el primer Adán, y del cual fue desprovisto debido a su
prevaricación, culto nuevo que la criatura tiene como deber ejecutar
para obtener su reconciliación.
Sin embargo, y en esto reside el problema, no se despierta sin riesgo
a los dominios desconocidos, y los Cohén necesitaron siempre asegu
rarse de la presencia a su lado de los buenos espíritus a través de un
conjunto requerido de oraciones y de prácticas ascéticas y religiosas
(ayuno, vigilia, asistencia regular a misa, régimen alimenticio, abstinen
cia sexual, etc.), espíritus capaces de velar sobre su seguridad y la paz
de las almas - a pesar de que la Orden, por su función iniciática y por
la realidad de su transmisión, aseguraba entonces un marco protector
apto para apartar los principales peligros inherentes a estas prácticas
no desprovistas de importantes peligros, lo que evidentemente no es
el caso hoy en día, habiendo desaparecido de la escena de la Historia
45
en 1781 los Élus Cohén en su forma original, y así como y sobre todo
la Orden que enmarcaba y protegía tales prácticas, cuando el último
sucesor de Martines, Sebastián de Las Casas, decidió el cierre de los
últimos Templos todavía en activo y el fin de la Orden.
46
“ Cuando en los primeros tiempos de m i instrucción veía a l maestro
P. [Pasqually] preparar todas las fórm ulas y trazar todos los em blem as
y todos los signos empleados en sus procedimientos teúrgicos, le decía:
Pero M aestro, ¡todo esto es necesario para orar a D io s!” (R etrato , 41).
47
Recordemos al respecto la sorpresa y el desconcierto del hermano
Salzac del templo Cohén de Versalles, que atestiguó, en una carta
destinada al hermano Disch de Metz tras la visita de Saint-Martin,
habiendo este último reprochado vivamente a los hermanos, sin duda
con cierta energía, el limitarse a una “iniciación por las formas” ,
invitándoles a disponerse y a abrirse a una comunión intuitiva con
las “inteligencias” prodigadas por las bienaventuradas virtudes de la
“obra depurada” :
55-
48
“Por tanto, no m iro todo lo que atañ e a estas v ías exteriores sino
com o preludios de n uestra obra, porque nuestro ser, siendo central,
debe encontrar en el centro donde n ació tod as las ay u d as n ecesarias
a su existencia. N o os oculto que cam iné an tañ o por esta vía fecunda
y exterior que es aquella por donde me abrieron la puerta de la carrera;
aquel que me conducía tenía virtudes m uy activas, y la m ayoría de los
que le seguían conm igo sacaron confirm aciones que podían ser muy
útiles a nuestra instrucción y a nuestro desarrollo; a pesar de ello, he
sentido desde siem pre un a inclinación tan g ran d e h acia la v ía ín ti
m a y secreta, que esta vía exterior n unca llegó a seducirm e, incluso
en m i m ás g ran d e juven tud, porque es a la edad de los 23 añ os que
me abrieron sobre aqu ella: p or eso, en m itad de cosas tan atrayentes
p ara algunos, en m itad de m edios, fórm u las y preparativos de todo
género a los cuales nos entregábam os, llegué varias veces a decir a
nuestro m aestro: Pero m aestro, ¿es necesario todo esto para llegar a
D ios ? Y prueba de [que] todo ello no era m ás que sustitución era que
el m aestro con testaba: H a y que contentarse con lo que se tiene. Sin
querer entonces despreciar las ay u d as que nos puede proporcionar
todo lo que nos rodea, cada uno en su género, les exhorto solam ente
a clasificar las potencias y las virtudes. C ada una tiene su sección, solo
la virtud central se extiende en todo el imperio. E l aire puro, todas las
buenas propiedades elementales son útiles a l cuerpo y lo mantienen
en una situación ventajosa p ara las operaciones de nuestro espíritu,
pero cuando nuestro espíritu ha adquirido, p or la gracia de arriba, sus
propias m edidas, los elementos se convierten en sus sujetos, e incluso
sus esclavos, de sim ples sirvientes que eran anteriorm ente. M irad lo
que eran los ap óstoles”.
49
de las grandes verdades de la vida espiritual, verdades que se nos re
cuerdan en este texto en términos impregnados de una gran lucidez:
Por otra parte, una vez más, en una carta destinada a su amigo
Kirchberger, el 19 de junio de 1797, el Filósofo Desconocido volvió
sobre el carácter particular de la iniciación que contemplaba como la
única verdadera, la cual, para él, no relevaba más que de lo interno,
50
aquella que estaba despejada de los dolores dañinos que se vuelven
a encontrar en las prácticas de una teúrgia pesada y a menudo torpe.
No es para nada necesario sobrecargarse de formas de ritos complejos,
conviene únicamente, declara el teósofo de Amboise, “hundirse cada
vez más en las profundidades de nuestro ser” , refiriéndose a Jakob
Bóhme que ya escribía en su tiempo: “Aquel que reza como es debido
opera interiormente con Dios ” (J. Bóhme, Lib. Apologéticas, § 10).
“La única iniciación que predico y que busco con todo el ardor
de mi alma es aquella por la que podemos penetrar en el corazón
de Dios, y hacer entrar el corazón de Dios en nosotros, para hacer
un matrimonio indisoluble que nos haga el amigo, el hermano y la
esposa de nuestro Divino Reparador. No hay otro medio para llegar
a esta santa iniciación que el de sumergirse, cada vez más, hasta las
profundidades de nuestro ser y de no retroceder hasta que no hayamos
alcanzado a obtener la viva y vivificante raíz, porque entonces todos
los frutos que tendremos que llevar, según nuestra especie, se produ
cirán naturalmente en nosotros y fuera de nosotros, tal como vemos
que ocurre para nuestros árboles terrestres, porque están adheridos a
su raíz particular, de la que no dejan de bombear la savia. Este es el
lenguaje con el que os he escrito en todas mis cartas y, seguramente,
cuando esté en vuestra presencia, no podré comunicaros misterio más
amplio y más propio que el que os avanzo. Y tal es la ventaja de esta
51
preciosa verdad, que se la puede hacer correr de un extremo al otro del
mundo y hacerla resonar en todos los oídos, sin que los que pudiesen
escucharla puedan obtener otro resultado que no fuera sacarle provecho,
o dejarla ahí, sin embargo, sin excluir los desarrollos que podrían nacer
en nuestras entrevistas y nuestras conversaciones, pero de los cuales
estáis ya tan abundantemente provisto por nuestra correspondencia,
y todavía más por los minuciosos tesoros de nuestro amigo B [Bóh-
me] que, en conciencia, no puedo creerle en la escasez, y que temeré
todavía menos para usted en el futuro, si quisierais poner de relieve
vuestros excelentes fundamentos. Es, con este mismo espíritu que os
contestaré sobre los diferentes puntos que me invitáis a aclarar en mis
nuevas empresas. La mayoría de estos puntos son relativos a estas
iniciaciones por las cuales he pasado en mi primera escuela, y que
he dejado desde hace tiempo para dedicarme a la única iniciación
que sea realmente según mi corazón. Si he comentado estos puntos en
mis antiguos escritos, fue en el ardor de esa juventud, y por el imperio
que cogió sobre mí la costumbre diaria de verlos tratar y preconizar
por mis maestros y mis compañeros.
Pero hoy en día podré, menos que nunca, llevar a alguien lejos
sobre este asunto, cuando yo me desvío de él cada vez más; además,
no sería de casi ninguna utilidad para el público, el cual, en efecto,
en simples escritos, no podría recibir sobre aquello suficientes luces, y
además no tendría ningún guía para dirigirle: estos tipos de claridades
deben pertenecer a aquellos que son llamados a usarlas por orden de
Dios, y para la manifestación de su gloria y cuando son llamados de
esta manera no hay que preocuparse acerca de su instrucción, porque
reciben entonces sin ninguna dificultad y sin ninguna oscuridad
mil veces más nociones, y nociones mil veces más seguras que las
que un simple aficionado como yo pudiese darles sobre todas estas
bases. Querer hablar de ello a otros, y sobre todo al público, es querer
estimular en balde una vana curiosidad, y querer trabajar más bien
por la gloria del escritor que por la utilidad del lector; ahora bien, si
me equivoqué en este sentido en mis escritos, me equivocaría todavía
más si quisiera persistir en caminar con este mismo pie: así mis nuevos
escritos hablarán mucho de esta iniciación central, la cual, a través
de nuestra unión con Dios, puede enseñarnos todo lo que debemos
saber, y muy poco de la anatomía descriptiva de estos delicados pun
tos sobre los cuales desearíais que llevara mis miradas, y los cuales no
debemos tener en cuenta más que porque se encuentran incluidos en
nuestra circunscripción y en nuestra administración.
52
Os diré que en las generaciones espirituales de todo género, este
efecto os debe parecer natural y posible puesto que las imágenes que
tienen relaciones con sus modelos deben siempre tender a acercarse a
él. Es por esta vía que se dirigen todas las operaciones teúrgicas, o se
emplean los nombres de los espíritus, sus signos, sus caracteres, todas
las cosas que, pudiendo ser dadas por ellos, pueden tener relaciones
con ellos; por ahí caminaban los sacrificios levíticos; por ahí, sobre
todo, debe caminar la ley de nuestra iniciación central y divina, por la
cual, presentándola a Dios tan pura como podamos, el alma que nos
ha dado y que es su imagen, debem os a tra e r el m odelo sobre nosotros
y fo r m a r a s í la un ión m ás sublim e que ja m á s h ay a p o d id o h acer
ninguna teú rgia n i ninguna cerem onia m isteriosa que llenan todas
las dem ás iniciaciones. En cuanto a su pregunta sobre el aspecto de
la luz o de la llama elemental para obtener las virtudes que le sirven
de camino, debéis ver que entran absolutamente en lo teúrgico, y en
lo teúrgico que em plea la n atu raleza elem ental, y com o tal, la creo
inútil y extrañ a a nuestro verdadero teurgism o, donde no se necesita
m ás llam a que nuestro deseo, n i m ás luz que la de n uestra pureza.
Esto no prohíbe sin embargo los conocimientos muy profundos que
podéis encontrar en B. [Bóhme] acerca del fuego y sus correspondencias;
hay tema para sacar provecho de vuestras especulaciones; los conoci
mientos más activos sobre este punto deben nacer en las operaciones
espirituales sobre los elementos; y con esto, no tengo más que añadir”.
53
“objetos figurativos y alegóricos [de las] instituciones simbólicas (...)
que dejamos de mirar en cuanto hemos descubierto su palabra... ” (El
Hombre de Deseo, § 177).
Saint-Martin comprenderá rápidamente, de ahí la razón de su reti
rada y de la toma de distancia con las vías incompletas, y en particular
la teúrgia de los Élus Cohén, que debido al carácter profundamente
degradado del ser, ni las ceremonias, ni los ritos complejos, tienen el
poder de modificar el corazón del hombre.
Años, incluso a veces una vida entera recibiendo grados, ejecutan
do sabias puestas en escena, celebrando ceremonias, aunque fueran
de naturaleza iniciática superior, no producen ningún cambio en lo
interno. No se consigue de ninguna manera desarraigar los vicios; las
mismas imperfecciones, los mismos defectos y la pequeñez irrisoria
triunfan siempre a pesar de los augustos títulos con los cuales se
adornan los individuos, títulos que no consiguen esconder la pobre
miseria espiritual de la criatura aunque alaban, más de lo conveniente,
su risible vanidad.
El espíritu del hombre, debido a la enfermedad que le afecta, exige
otro remedio muy diferente, pide un tratamiento muy diferente de los
recursos externos; necesita seguir una vía con exigencias más secretas
y profundas que le obliga a alejarse cuanto antes de los categóricos
callejones sin salida, de los senderos desviados donde en ningún
momento se trata y purifica verdaderamente la negra constitución
del alma. Es lo que Joseph de Maistre (1753-1821) designaba perti
nentemente como “ciencia del hombre” , ciencia por excelencia que
es el objeto efectivo de la iniciación y del cristianismo transcendente.
Saint-Martin supo por tanto recordar que no les sirve de nada a
los hombres, embriagados por títulos ilusorios y augustas funciones,
alabar la virtud, elogiar el incomparable valor de la piedad y de los
pensamientos rectos, cantar odas, la mayoría de las veces sin con
ciencia, al Ser Eterno y Todo-Poderoso, practicar invocaciones o
ex-conjuros, cuando les basta, concretamente y positivamente, ponerse
de rodillas y orar. Qué les importa a las almas confesar su crimen,
poner su cabeza entre las manos y, llorando, gritar con sinceridad
hacia el Señor diciendo:
54
“D ios mío, sé muy bien que eres la vida, y que no soy digno de que
te acerques a mí, que no soy m ás que m ancha, m iseria e iniquidad.
Sé m uy bien que tu p alabra está viva, pero que las espesas tinieblas
de m i m ateria impiden que la hagas oír a los oídos de m i alm a. N o
obstante, haz descender en m í gran abundancia de esta palabra, a fin
de que su peso pueda com pensar la m asa de la nada en la cual todo
m i ser es absorbido, y que en el día de tu ju icio universal el peso y la
abundancia de tu palabra puedan elevarme fuera del abism o y hacerme
rem ontar hacia tu san ta m o ra d a ...”
(El H om bre N uevo, § 1)
55
umbral de la Ciudad Santa donde se encuentra el Templo en el cual
son celebrados los misterios del culto original.
“No sólo no imitarás a esas naciones impías que han erigido altares
en todos los lugares elevados, bajo árboles frondosos, y ofrecen en
56
ellos sacrificios al sol y a la luna y a toda la milicia del cielo, sino
que derribarás todos esos lugares elevados, todos esos altares y todos
esos ídolos que en ellos han sido venerados. No dejarás que quede ni
el mínimo vestigio de ese culto impío, tal como te lo ha ordenado el
Señor tu Dios, e irás al lugar que te haya indicado el Señor para inmolar
tus víctimas (...) Evitarás, por tanto, con sumo cuidado, ir a hacer
sacrificios al Señor en otros lugares de tu ser que no sean este Santo de
los Santos, que es el único asilo sagrado que él ha podido reservar en
los escombros del templo del hombre. (...) Evitarás con sumo cuidado
preparar un altar a toda la región de los astros si no quieres que en el
futuro tus huesos queden expuestos en el suelo a todas las estrellas del
firmamento, como quedaron los huesos del rey Jeroboan”.
(El Hombre Nuevo, § 27)
57
los ritos sagrados, que tienen lugar el auténtico culto espiritual y la
liturgia divina celebrados por el ejercicio constante de la oración y
de la adoración.
Franz von Baader (1765-1841), atento y admirador lector del
Filósofo Desconocido, confirma que nadie más que Saint-Martin
había insistido tanto sobre la necesidad de la prudencia, por no decir
reserva, que convenía observar hacia los fenómenos sensibles si que
remos acercarnos realmente a la auténtica espiritualidad, y menciona
la actitud extremadamente crítica del Filósofo Desconocido hacia los
Élus Cohén que se entregaban todavía a este tipo de experiencias,
cuando el único remedio para el hombre de deseo es una conciencia
iluminada por la oración:
58
VIII. CONCLUSIÓN
59
y los graves daños que se pueden suponer desde el punto
de vista espiritual.
3o. Finalmente, y es sin duda el punto más importante,
Saint-Martin tuvo una conciencia viva de lo que constituía
la obra salvadora de Jesús Cristo sobre la Cruz, la cual
representa de ahora en adelante y de manera irreversible
un completo cambio de la economía reparadora y de las
condiciones por las cuales el hombre debe acercarse a la
Divinidad. En efecto, hoy en día el velo del Templo ya no
está y todos tenemos acceso a través de la fe al Santuario
del Cielo:
60
«Que todas las voces celebren al Reparador universal,
el cordero sin mancha interior ni exterior,
aquel cuya naturaleza está viva de la vida misma,
aquel que ha abierto para nosotros los canales de las dos Alianzas,
por las cuales solo nosotros podemos recobrar la explicación de nuestro ser»
(El Hombre nuevo, § 51)
61
LA SOCIEDAD DE LOS INDEPENDIENTES
Y EL “ESPÍRITU” DEL “SAINT-MARTINISMO”
“Esposo de mi alma,
tú por quien ella concibió el santo deseo de la Sabiduría,
ven a ayudarme a dar a luz a este hijo bien amado
que nunca podré querer lo bastante.
Tan pronto como haya visto la luz,
sumérgele en las aguas puras del bautismo de tu espíritu vivificante,
para que sea inscrito en el libro de la vida,
y que sea reconocido por siempre
como uno de los fieles miembros de la Iglesia del Altísimo”.
63
En primer lugar, y esto ni es insignificante ni es habitual desde el
punto de vista de la costumbre en estos ámbitos relativamente cerra
dos, nos indica de manera clara y directa que existe una práctica y,
por lo tanto, almas que se “consagran” exclusivamente, y la palabra
“consagración” no se usa aquí sin intención, a los trabajos realizados
bajo los auspicios del Filósofo Desconocido, es decir, Louis-Claude
de Saint-Martin (1743-1803), uno de los grandes pensadores del
iluminismo cristiano en el siglo xvm.
Por otra parte, esta pregunta deja más o menos implícito, cla
ramente, que habría un Martinismo específico para la Sociedad de
los Independientes, una forma particular de vivir este compromiso
que le pertenecería por derecho propio, definido bajo el título de
“Saint-martinismo”.
I. ANTECEDENTES HISTÓRICOS
64
y el primer profeta. Taumaturgo y hombre de Dios, sus conocimientos
estarán directamente en la base de los escritos y el pensamiento de
Louis-Claude de Saint-Martin. Martines, personaje desconcertante,
parece haber heredado, probablemente por transmisión familiar, una
enseñanza judeocristiana de la que nadie, hasta el momento, por una
ausencia casi total de documentos, podría realmente determinar su
naturaleza. Sin embargo, por su actividad, y en pocos años, alterará
la vida iniciática de muchos masones, erigiendo una estructura que
lo hará famoso, conocida como “ Orden de los Caballeros Masones
Élus Cohén del Universo”, que además bautizó inicialmente como
“ Orden de los Élus Cohén de Josué”.
Martines de Pasqually dejará una enseñanza, o más exactamente
legará una doctrina ya firmemente establecida. Presentando caracte
rísticas sorprendentes, posee sin embargo una coherencia admirable,
ya que proporciona sobre muchos puntos complejos de la Historia
universal una iluminación esencial, ofreciendo, a quien se toma la
molestia de mirarlo por un momento, entrar en la inteligencia de
las causas primeras y la comprensión de verdades que, para algunos,
eran hasta entonces muy oscuras. La doctrina “Saint-martinista” , tal
como Martines formuló sus primeros fundamentos, tiene un corpus
teórico basado en un principio primero que se resume en esta simple
declaración, que atraviesa todo el Tratado de la reintegración de los
seres en su primera propiedad, virtud y potencia espiritual divina: el
hombre no se encuentra actualmente en el estado que era el suyo
primitivamente; víctima de una “Caída” de la que es responsable,
vive desde entonces como un prisionero, un exiliado en el seno de un
“mundo” y de un “cuerpo” que le son extraños.
Esta doctrina, de la cual muchos elementos fueron expresados
inicialmente en la Sagrada Escritura, evocada por los Apóstoles, y
luego, a lo largo de los siglos, por algunos doctores de la Iglesia, será
conservada piadosamente, recordada, pero también desarrollada,
precisada, mejorada, y algunos puntos corregidos singularmente, o
incluso a veces claramente rectificados, de una manera juiciosa y relevante,
por dos de los discípulos más iluminados de Martines de Pasqually,
a saber, Louis-Claude de Saint-Martin, ya mencionado, llamado el
65
“Filósofo Desconocido” , y Jean-Baptiste Willermoz (1730-1824);
este último trabajó para adaptar al simbolismo de la Masonería del
Régimen Reformado y a las estructuras caballerescas de la Estricta
Observancia Templaría las enseñanzas martinesistas.
No dejemos de recordar, como tal, que el nombre “Martinista”,
originalmente, antes de que Papus (1865-1916) y Agustín Chaboseau
(1868-1946) popularizaran el término por la fundación de una Orden
conocida bajo este nombre, entre 1887 y 1891, que gozará efectivamen
te de una cierta expansión, proviene precisamente de los Masones
del Régimen Escocés Rectificado establecidos en Rusia, designados
de esta manera ya que eran en general —más allá de su calidad de
hermanos adheridos a la Reforma de Lyon—, seguidores más o menos
activos de las prácticas de Martines, pero sobre todo admiradores en
tusiastas del pensamiento de Louis-Claude de Saint-Martin, y algunos
incluso, como en el caso de Nicolai Novikof (1744-1818), discípulos
directos e íntimos del Filósofo Desconocido.
22 “Todas las ciencias que Don Martines nos legó están llenas de incertidumbres y
peligros [...], lo que tenemos es demasiado complicado y no puede ser más que inútil
66
sorprenderá por sus comentarios a algunos de los antiguos alumnos
de Martines, abogará por lo que se debería llamar en consecuencia,
no el “Martinismo” , para disipar muchos malentendidos, sino el
“Saint-martinismo” , un retorno a la simplicidad evangélica, y será el
ardiente profeta de una unión sustancial con lo Divino23, una unión
en la cual es imperativo dominar el desapego, el silencio y el amor24.
67
El misterio, que ya en el siglo xvm intrigó y en ocasiones inquietó
a los versados en estos dominios, prosigue aún en nuestros días y
continúa alimentando legítimas reflexiones y numerosas preguntas
de los “hombres de deseo”.
En realidad, la necesidad de la interioridad, de la vía puramente
secreta, silenciosa e invisible, está justificada por Saint-Martin a cau
sa de la debilidad constitutiva de la criatura, de su desorganización
completa y de su inversión radical, sumiendo de hecho a los seres
en un entorno infectado, una atmósfera viciosa y corrompida, que
acechan cada uno de nuestro pasos cuando nos alejamos de nuestra
“Fuente”, que pone en peligro nuestro espíritu cuando, por imprudencia
y presunción, nos atrevemos a traspasar los límites de los dominios
serenos protegido por la suave sombra de la profunda paz del corazón:
68
funestos y m ás oscuros cuando engendran sin cesar nuevas regiones
opuestas unas a otras, y que hacen que el hom bre se encuentre situado
com o en m edio de una horrible m ultitud de poderes que tiran de él y
lo arrastran en todos los sentidos; sería verdaderam ente un prodigio
que q u ed ara en su corazón un so p lo de vida, y en su espíritu una
chispa de luz. [...] la verdadera obra del hom bre queda lejos de todos
estos m ovim ientos exteriores” .
(Ecce H om o, § 4).
69
ciertas prácticas extrañas e inusuales, enseñadas por algunos maestros
famosos y célebres de los que el siglo de las Luces gustaba tanto.
Si Martines de Pasqually insistió principalmente en la naturaleza
abominable y tenebrosa del crimen de nuestro primer padre según la
carne, Saint-Martin se inclina sobre ello con mayor atención, mos
trando una capacidad excepcional de percepción hacia lo que son
los diversos engranajes del alma humana, sobre el lamentable estado
en el que se encuentran interiormente los hijos de Adán ahora, y ve
rán no solamente la profunda degradación y decadencia que los ha
golpeado, haciéndoles perder su estatus privilegiado ante al Creador,
sino también reduciéndolos en todas sus facultades y particularmente
en sus facultades intelectuales, condenándolos a una especie de quasi
“muerte moral y espiritual”.
Esta trágica situación que caracteriza a la humanidad actual, im
presionó y afectó tanto a Saint-Martín, que consideró, no sin razón,
como inútil y estéril cualquier acción que no presente como requisito
previo absoluto una verdadera “purificación” —conocida en el lenguaje
teológico bajo la designación de “muerte del viejo hombre”—, y esto
antes de cualquier compromiso de establecer contacto o diálogo con el
Cielo. El hombre se encuentra en tal estado de degradación, enfatizó
Saint-Martin, que es necesario, y en primer lugar, que se reconozca
como una miserable criatura desorientada y se humille profundamente
ante el Señor, para poder esperar, tras pasar por las diferentes etapas
del arrepentimiento regenerativo, dirigirse al Eterno.
De todo ello se comprende lo que pudo llevar a Saint-Martin a
afirmar: “La oración es la religión principal del hombre, porque es ella
quien conecta nuestro corazón con nuestro espíritu...” (La Oración,
en Obras postumas), porque la principal intuición que surgió en su
pensamiento fue darse cuenta, en una especie de viva iluminación,
de que el hombre, a pesar de todos sus esfuerzos, movilizando mil
y una técnicas, desarrollando un complejo sistema hecho de ritos,
invocaciones, gestos simbólicos, si no transforma radicalmente su
corazón, en realidad se agita en vano y permanece, desafortunada
mente, como dice el Apóstol Pablo, como un triste e inútil “címbalo
que resuena” (I Corintios 12:1).
70
V. LA ALIANZA CON LA VERDAD
71
la serpiente, de las ilusiones del hombre viejo que sólo encuentra
su reparación en la obra de santificación:
Así que cuando nos encontramos, casi dos siglos después del N a
cimiento en el Cielo del teósofo de Amboise, observando honesta
mente cuál era el estado de la situación del legado de Louis-Claude de
Saint-Martin, se nos muestra con extrema evidencia la distancia que
separa a la mayoría de los círculos que reivindican ser del Filósofo
Desconocido de su pensamiento original, según la idea que todo el
mundo debería perseguir en los diversos grados, metas y objetivos que
se habían marcado, trabajando en temas muy diferentes, al menos, de
las intenciones originales de este maestro que no dudó en definirse
como “el amigo de Cristo” . Sin embargo, un examen serio de lo
que Saint-Martin realmente quería para sus íntimos nos mostró de
inmediato la brecha, por no decir el abismo, que hoy nos mantiene
alejados radicalmente de la obra efectiva “Saint-martinista” .
Es por eso que nos pareció imperativo, por exigencia de nuestros
deberes como sinceros discípulos que quieren ser fieles y respetuosos
al espíritu y las intenciones del Filósofo Desconocido, emprender
una especie de restablecimiento del espíritu “Saint-martinista” , y
constituir o, más exactamente, despertar, más allá pero también desde
nuestras propias cualificaciones “Martinistas”, bendecidos y apoyados
en esto por el valioso y benévolo consejo de nuestro fallecido Hermano
Aristide Ahouandjinou (1926-2009) — “Aniel”27—, esta “Sociedad de
72
los Independientes”, Sociedad imaginada y esperada anteriormente
por el propio Saint-Martin, para que pueda llevarse a cabo, lejos del
ruido y del mundo, el lento proceso de purificación, regeneración,
santificación y reconciliación, un proceso esencial basado en la oración
interior, alimentado por la oración y sustentado por la humildad del
corazón.
Bajo los auspicios de esta “Sociedad de los Independientes” , “y de
la profunda doctrina a la que se aplican sus diferentes miembros” (El
Cocodrilo, Canto 15), se construyó de esta manera, respetando estric
tamente los principios Saint-martinistas, no una “Orden Martinista”
más entre las innumerables Órdenes que se declaran y se presentan
como tales, sino la “Sociedad” deseada por el Filósofo Desconoci
do, a saber, la reunión de los “Servidores + Desconocidos” , de esos
“Independientes” que han acogido el mensaje del Evangelio y se
consideran, simplemente, como pobres discípulos de Cristo Jesús,
Nuestro Divino Maestro Reparador y Señor.
Tal es la obra que se han fijado los miembros de esta “ Sociedad”
concebida por Saint-Martin como una “Fraternidad del Bien”, una*SI
73
“Sociedad” cuasi “religiosa” , a saber la Sociedad de los Hermanos,
silenciosa e invisible, que consagra sus trabajos a la celebración de
los misterios del nacimiento del Verbo en el alma; círculo íntimo
de los Siervos piadosos reunidos según el propio deseo del Filósofo
Desconocido, y para responder a su voluntad inicial y primera, en la
“Sociedad de los Independientes”, que no tiene “ninguna especie de
semejanza con ninguna de las sociedades conocidas” (El Cocodrilo,
Canto 14), y de la cual Saint-Martin declara:
28 Saint-Martin insistirá con detalle sobre cómo debemos proceder para cumplir
nuestro culto sacrificial y explicará: “¿Cómo debemos ofrecer el sacrificio de nuestro
cuerpo y de nuestro espíritu para que pueda agradar al Señor? Es, primero, en lo que
respecta a nuestro cuerpo, hacer que siempre reine sobre él nuestro ser espiritual, para
hacerle seguir sus leyes de orden, evitando todos los excesos de los sentidos, para man
tener nuestra sangre en un equilibrio perfecto y los elementos que constituyen nuestra
forma en la armonía que produce la salud del cuerpo. En cuanto a nuestro espíritu,
es reconocer incesantemente la omnipotencia del Eterno, su bondad, su sabiduría y
su misericordia infinita; y nuestra nada, que no podemos sentir sin reconocer al mis
mo tiempo la total dependencia que tenemos de él y el horror de estar separados. Es
por el hábito de estos sentimientos y por la oración, o el continuo deseo del alma de
acercarse a su principio, por la ofrenda continua de nuestra voluntad y nuestro libre
albedrío y una resignación perfecta al cumplimiento de todos los decretos divinos, que
podemos esperar hacer aceptable nuestro sacrificio como expiación por lo que debemos
a la justicia divina”. (Lecciones de Lyon, N °. 78, 11 de noviembre de 1775, SM).
74
Tal es, para Saint-Martín y aquellos que, reivindicando su pensa
miento, se reúnen bajo el nombre de "S o c ie d a d d e los In d ep en d ien tes”,
la obra auténtica, tal es el itinerario en el que estamos comprometidos,
alejando de nosotros los caminos anchos y espaciosos que conducen
a los precipicios y la pérdida, porque guardamos piadosamente en la
memoria esta pertinente sentencia del Filósofo Desconocido:
(Retrato, § 427)
75
FUNDAMENTOS ESPIRITUALES
DE LA “SOCIEDAD DE LOS INDEPENDIENTES”
77
provecho de diversas “vías” poco o nada compatibles con las ideas y
principios fundamentales del teósofo de Amboise.
Ante esta constante, que habrá podido establecer cualquiera que
haya frecuentado desde los más simples y oscuros cenáculos hasta los
círculos más elevados de las múltiples estructuras Martinistas existentes,
sin ánimo de juicio, y con toda la caridad fraternal sobre la sinceridad
individual de aquellos que las componen, sinceridad que ni por un
instante nos atreveremos a cuestionar, parece absolutamente vital y
necesario, a dos siglos de distancia del nacimiento a los Cielos de
nuestro Maestro, cuestionarse honestamente, a la vista de las distintas
opciones, y preguntarse, con toda franqueza y rigor, sobre la autenticidad
de los diferentes caminos seguidos. Dado que un examen serio de
lo que verdaderamente deseaba Saint-Martin para sus íntimos, y lo
que proponen los grupos actuales, nos demuestra inmediatamente la
fosa, por no decir el abismo, que separa radicalmente la actividad de
los Martinistas contemporáneos de la obra efectiva “sanmartiniana”.
Es por lo que nos ha parecido primordial, por la exigencia de
nuestros deberes en tanto que discípulos sinceros, fieles y respetuosos
con el espíritu e intenciones del Filósofo Desconocido, emprender una
suerte de restablecimiento del espíritu sanmartiniano y constituir, o
quizá más exactamente despertar, además pero también a partir de
nuestras propias cualificaciones Martinistas, bendecidos y apoyados
en ello por los benevolentes y preciosos consejos de nuestro Her
mano y Padre Robert Amadou, la “Sociedad de los Independientes” ,
Sociedad imaginada por el mismo Saint-Martin, de manera que pueda
efectuarse, lejos del mundanal ruido, el lento proceso de purificación,
regeneración y santificación, proceso esencial fundamentado sobre la
plegaria interior, nutrida por la oración y sostenida por la humildad
del corazón.
Así, bajo los auspicios de esta “Sociedad de los Independientes”,
“y la doctrina profunda a la que se aplican sus diferentes miembros”
(El Cocodrilo, Canto 15), trabajaremos para que pueda edificarse, en
el respeto a los principios sanmartinianos, no una “Orden” Martinista
más entre las innumerables Órdenes que se declaran y presentan como
tales (existen ya suficientes y no aspiramos a caer en el común error
78
creando una nueva “capillita” , añadiendo una dificultad más a las
ya existentes), sino que pueda ver la luz finalmente esta “Sociedad”
deseada por el Filósofo Desconocido, a saber, la reunión de los Ser
vidores Desconocidos, de estos “Independientes” que han acogido
el mensaje del Evangelio y se consideran, simplemente, como pobres
Caballeros de Cristo Jesús, mwrr, Nuestro Divino Reparador y Señor.
I. LOUIS-CLAUDE DE SAINT-MARTIN,
EL FILÓSOFO DESCONOCIDO
Empecemos, como debe ser, por recordar de nuevo los rasgos más
notables de Saint-Martin, y qué aportó de original y singular en el plano
espiritual, hasta el punto de ser considerado por numerosos espíritus
marcados por su obra y su ser, tras su corta estancia terrestre, como
una fuente inagotable de conocimiento y sabiduría, un testimonio
excepcional de la Palabra Divina en cuya escuela es posible todavía
avanzar y progresar significativamente hacia la Verdad.
El más puro, el más sutil, refinado, penetrante y poderoso genio
espiritual del esoterismo cristiano, así nos parece, podríamos pro
clamar a modo de primera e inmediata presentación, parafraseando
a Joseph de Maistre29, para referirnos a aquél que se hizo conocer,
si podemos expresarlo así, bajo el enigmático nombre de “Filósofo
Desconocido” . Nacido en Amboise, el día 18 del mes de enero de
1743, Saint-Martin, dotado por naturaleza de una débil constitución
29 “Hace ya más de treinta años que tuve ocasión de convencerme, en una ciudad
de Francia, de que cierta clase de iluminados tenían grados superiores desconocidos
para los iniciados admitidos en sus asambleas ordinarias, y que tenían también un
culto y unos sacerdotes a quienes llamaban con el nombre hebreo de cohén.
No se sigue de aquí que deje de haber, y realmente hay, en sus obras cosas ver
daderas, razonables e interesantes; pero se hallan desfiguradas por lo que se les ha
añadido de falso y de peligroso, sobre todo a causa de su aversión a toda autoridad
y jerarquía sacerdotal. Esta inquina es general en ellos, y jamás he encontrado una
sola excepción entre los numerosos adeptos que he conocido.
El más instruido, el más inteligente y el más elegante de los teósofos modernos,
Saint-Martin, cuyas obras fueron el código de los hombres de quienes hablo, participó,
no obstante, de esa misma inquina” (J. de Maistre, Les Soirées de Saint-Pétersbourg,
XI velada, Editions de La Maisnie, 1980, pág. 247).
79
y rara sensibilidad, pasó por esta existencia con los ojos del alma
continuamente fijos sobre las realidades eternas, aspirando en cada
aurora que el sol elevaba día tras día a poder muy pronto reunirse con
la fuente inefable que se encuentra fuera de este mundo, iluminando
con una soberana luz nuestra verdadera patria original. Poseyendo,
de manera innegable, una personalidad de extrema sensibilidad, y
habiendo experimentado desde su más tierna infancia, y no sin pade
cimiento, los vivos ataques que constituían la triste atmósfera habitual
que envolvía a los pobres seres perdidos y exiliados en las esferas de
la materialidad. Saint-Martin, extremadamente sensitivo en diversos
aspectos, sabrá más tarde traducir en sus numerosas obras, en una
lengua bella y pura, las verdades esenciales necesarias a la instrucción
de los espíritus en busca de la inefable paz del Cielo.
La suerte que decidirá la orientación de Saint-Martin para el resto de
su vida se le presenta al poco de incorporarse al regimiento de Infante
ría de Foix, después de haber cursado estudios de derecho, a causa de
un milagroso encuentro que tuvo, poco tiempo después de su entrada
en la carrera militar, con Martines de Pasqually (1710-1774), que le
permitió el acceso a un ámbito inesperado pero al que aspiraba desde
hacía años, que le llenó de alegría y le confirió luces de una naturaleza
excepcional. Los dos hombres, casi predestinados para entenderse y
complementarse, entablaron muy buena relación, hasta el punto de que
en 1771 Saint-Martin abandonará definitivamente su condición de oficial
del ejército para dedicarse por entero al servicio de aquél que se había
convertido en su maestro en diversos “propósitos”, feliz de poder por
fin, según su expresión, consagrarse plenamente a su “gran ocupación”.
Recibido rápidamente, por su natural predisposición, en todos
los grados de la Orden de los Elegidos Cohén hasta su ordenación
como Réau+Croix en abril de 1772, Saint-Martin, sorprendido y
apenado por la precipitada partida de Martines a Santo Domingo el
5 de mayo de 1772, no tardará mucho en destacarse —desde su pri
mera estancia en Lyon un año más tarde, acogido fraternalmente por
Jean-Baptiste Willermoz (1730-1824) por cuya invitación entregará
las Instrucciones en el marco de las actividades del Templo Cohén
entroncado en la Logia La Beneficencia— por la originalidad de su
80
pensamiento y sus opiniones, que contradirán en numerosos pun
tos las actitudes y métodos de los iniciados “según las formas”. En
efecto, el Filósofo Desconocido, insistiendo sobre la importancia de
la recepción silenciosa e íntima de la Palabra, así como del carácter
superior del camino seguido según lo interno, declarará abiertamente
que resulta inútil embrollarse en pesadas técnicas y burdos artificios, y lo
laborioso y vano de perder el tiempo con lo elemental y con espíritus
intermediarios, mientras que lo que convenía, por el contrario, era
abrirse paso directamente por una sincera purificación del corazón a
los misterios de la generación del Verbo. Apartando pues las prácti
cas que juzgaba peligrosas y apremiantes, Saint-Martin, cuya actitud
se opondrá a los antiguos alumnos de Martines, propugnará en lo
sucesivo un retorno a la simplicidad evangélica y se convertirá en
ardiente profeta de una unión sustancial con el Divino Reparador,
unión en la que debía dominar absolutamente la renuncia y el amor.
Robert Amadou, fino analista en estos delicados ámbitos, explica
en estos términos la posición de Saint-Martin:
81
II. LA VÍA INTERIOR
31 Saint Martin, en marzo de 1778, visitará a los hermanos del Templo Cohén
de Versalles, y no les ocultará sus reservas respecto a las prácticas que juzgará en
lo sucesivo inútiles, prefiriendo trabajar en la transformación interior, lejos de las
formas y las ceremonias, en el silencio y la renunciación, los únicos capaces, según él,
de disponer correctamente al corazón para las operaciones divinas que en él deben
celebrarse. Sin embargo, no todos compartían la opinión del Filósofo Desconocido
en estas cosas, como demuestra lo que declarará el hermano Salzac a un adepto
de Metz, el hermano Disch: “Parece según este T.P.M. [Saint-Martin], escribe el
hermano Salzac, que estamos en el error y que todas las ciencias que Don Martines
nos ha legado están llenas de incertidumbres y peligros, porque ellas nos confían a
operaciones que exigen condiciones espirituales que nosotros no siempre cumplimos.
El hermano Mallet ha respondido que, en el espíritu de Don Martines, sus operaciones
eran siempre a medias para nuestra salvaguarda, o sea, dos contra dos, por hablar
como nuestro maestro, y que por consecuencia por poco que hiciéramos por com
pletar la quinta potencia que el adversario no podía ocupar, nuestra ventaja estaba
asegurada. Pero el T.P.M. de Saint-Martin se obceca en esta última potencia e ignora
el resto de la explicación, con lo cual vuelve a poner el coche delante de los caballos.
Le hemos hecho observar que nada autorizaba efectuar cambios parecidos o más bien
supresiones, que siempre habíamos operado así con el mismo Don Martines [...] M.
de Saint-Martin no da ninguna explicación; se limita a decir que hay por encima de
esto nociones espirituales de las que saca buenos frutos, que lo que nosotros tenemos
es demasiado complicado y que no puede ser más que inútil y peligroso, mientras que
lo que él propone es simple, seguro e indispensable. Le he mostrado dos cartas de Don
Martines que le contradicen sobre este asunto, pero responde que esto no estaba en
el pensamiento secreto de D.M. [...]” Sobre éste último punto, poco conocido, nos
parece necesario precisar que cuando Saint-Martin evoca el “pensamiento secreto”
de Martines, hace referencia explícita a lo que sostenía el Soberano Gran Maestro de
los Cohén en privado, y a algunos de sus discípulos, no dudando en decir que estos
82
En realidad, la necesidad de la interiorización, de la vía puramente
secreta, silenciosa e invisible, es justificada por Saint-Martin a causa
de la debilidad constitutiva de la criatura, de su desorganización
completa y su inversión radical, sumiendo por ello a los seres en un
medio infecto, una atmósfera viciada y corrompida que acecha cada
uno de nuestros pasos cuando nos alejamos de nuestra fuente, que
pone en peligro nuestro espíritu cuando por imprudencia y presunción
osamos atravesar los límites de estos serenos dominios protegidos por
la sombra apaciguadora de la profunda paz del corazón:
procedimientos eran válidos y necesarios para naturalezas deficientes, pero que las
verdaderas operaciones debían desarrollarse en el interno y que tal era la “vía secreta”
por excelencia, el aspecto más sublime del modo de manifestación de la “Cosa”, o
sea la Presencia del Verbo, su magnífico esplendor e incomparable bendición en el
seno de las circunferencias no visibles del espíritu del menor, es decir, del hombre.
Es por lo que, fiel de algún modo a la enseñanza secreta o “reservada” de Martines,
sin duda alguna se podrían poner en paralelo las amonestaciones de Saint-Martin a
los hermanos de Versalles, con las severas palabras dichas por el Filósofo Descono
cido en Ecce Homo, que parecen haber sido escritas intencionadamente para ciertos
adeptos demasiado fascinados por las manifestaciones de lo externo, olvidadizos
desgraciadamente de las grandes verdades de la vida espiritual, verdades que nos
son recordadas en este texto en términos impregnados de una gran lucidez, y que
demuestran un perfecto conocimiento de la cuestión a propósito de las prácticas
“peligrosas, en las que el príncipe de las tinieblas aprovecha para perdernos”.
Saint-Martin nos explica pues, a fin de ponernos en guardia ante ciertos peli
gros que amenazan a aquellos que se precipitan sin prudencia en vías inciertas:
podemos pues eximirnos de situar todas estas extraordinarias manifestaciones, de
las que todos los tiempos han estado inundadas, y que no nos sorprenderían tanto,
si no hubiéramos perdido de vista el verdadero carácter de nuestro ser, y sobre todo
si poseyéramos mejor los anales espirituales de nuestra historia desde el origen de
las cosas. En todos los tiempos, la mayoría de estas vías han empezado a abrirse en
la buena fe, y sin ninguna especie de malvado deseo por parte de aquellos a los que
éstas se daban a conocer. Pero es preciso encontrar, en estos hombres favorecidos, la
prudencia de la serpiente con la inocencia de la paloma; en estas vías ha operado
más el entusiasmo de la inexperiencia que el sentimiento, a la vez sublime y profundo
de la santa magnificencia de su Dios; y es entonces que el príncipe de las tinieblas
ha venido para mezclarse en estas vías y producir esta innumerable multitud de
combinaciones diferentes, tendentes todas a oscurecer la simplicidad de la luz”. La
advertencia de Saint-Martin, ante los temibles riesgos incurridos por los imprudentes,
se hace todavía en este instante de su discurso más imperativo, y ya no esconde cuál
es el objeto verdadero y principal de sus temores: “En unas [hay que entender, las
vías peligrosas], este principio de tinieblas solo forma pequeñas manchas, que son
como imperceptibles, y son absorbidas por la superabundancia de claridades que las
equilibran; en otras, aporta suficiente infección como para que sobrepase el elemento
puro. En otras, finalmente, establece de tal modo su dominio que se convierte en su
único jefe y administrador” (Ecce Homo, IV).
83
“Apenas el hombre da un paso fuera de su interior, estos frutos de las
tinieblas lo envuelven y se combinan con su acción espiritual, como su
aliento sería prendido e infectado p or m iasm as pútridos y corrosivos,
tan pron to com o saliera de él, si respirara un aire corrom pido. L a
Sabiduría suprem a conoce tan bien cuál es el estado de nuestros abis
mos, que emplea las mayores precauciones para abrirse paso y ap ortar
sus socorros; aunque desgraciadam ente dem asiado a m enudo se ve
obligada a replegarse p or la horrible corrupción con que impregnamos
sus presentes (...) cuánto (...) el hombre corre peligro desde que sale
de su centro y se adentra en regiones exteriores” (Ecce H o m o , IV).
84
primera de aquél que está destinado al servicio de los altares de la
Divinidad. Nuestra plegaria es un canto puro, un sublime bálsamo,
un oloroso incienso; es el dulce encuentro al que el hombre debe
consagrar sus días, e igualmente “ consagrar” su ser, pues es lo que
Dios, en su insondable amor, aguarda y espera de su Menor.
Esta actitud, que puede sorprender en un primer tiempo a los
amigos de Saint-Martin, a la mayor parte de adeptos instruidos en
busca de iniciaciones, de títulos a cual más prestigioso, de curiosos o
de letrados, gentes del mundo en busca de conocimientos misteriosos,
terminará lentamente por imponerse a los más sensibles y despiertos a
las piadosas verdades, y aparecérseles como el único camino, seguro y
elevado, dispensador de inefables beneficios y numerosos frutos, incluso
de muchos otros que no alcanzan a comprender, al no entender cuál
era el origen de esta actitud en el Filósofo Desconocido, de la que este
último se hacía abogado en sus principales obras, actitud nueva y de
tal modo sorprendente e incluso chocante para ellos, habituados como
están a las decoraciones de las recepciones masónicas, a la superficial
gloria de títulos y cargos, o incluso fascinados por las impresiones
sensibles que provocaban ciertas prácticas extrañas y poco comunes
enseñadas por algunos maestros renombrados y célebres de los que
el siglo de las luces era tan pródigo.
85
gestos simbólicos, si no transforma radicalmente su corazón, se agita
en realidad en vano y queda desgraciadamente en un triste e inútil
“címbalo que retiñe” (I Cor, 13:1). Saint-Martin se preguntaba en
los primeros tiempos de su iniciación Cohén si era necesario emplear
tantos medios para dirigirse al Eterno: “Cuando en los primeros
tiempos de mi instrucción veía al Maestro P. [Pasqually] preparar to
das las fórmulas y trazar todos los emblemas y signos empleados en
sus procedimientos teúrgicos, le decía: Maestro, écómo es menester
todo esto para orar al buen Dios?” (Retrato, 41); en contrapartida se
convencerá con bastante rapidez de que la única cosa, indispensable
y casi imprescindible, para poder unirse a Dios, es la de presentarse
ante él con un corazón puro, verdadero deseo y un alma humillada.
Son las únicas condiciones de una relación espiritual auténtica, de una
apertura efectiva a lo divino, de un inefable encuentro de corazón
a corazón33. Lejos de las vanas pretensiones humanas deseosas de
llegar a Dios por vías inciertas y falsas, la mayoría de veces repletas*lo
86
de orgullo y vanidad, es preciso, muy al contrario, preparar y dispo
ner el único órgano que poseemos para “operar”, es decir, nuestro
corazón, conformándolo a las exigencias de la verdad, pues:
“L a verdad no pide nada mejor que hacer una alianza con el hombre;
pero quiere que sea solam ente con el hombre, y sin ninguna mezcla
de nada que no sea fijo y eterno com o e lla ” (El H om bre nuevo , § 1).
Ahora bien, esta mezcla “no fija” es todo lo que responde a la na
turaleza pecadora de los apegos de la carne, de la antigua seducción
de la serpiente, de las ilusiones del viejo hombre que solo encuentran
su reparación en el trabajo de santificación:
87
malignidad de ojos, maledicencia, soberbia, insensatez; todos estos
males salen de dentro y contaminan al hombre” (Me 7:21-23). Esta
situación trágica que caracteriza a la humanidad actual afectará de tal
manera a Saint-Martin que considerará —no sin razón— como vana
y estéril toda acción que no anteponga como paso previo una abso
luta y verdadera “purificación”, antes de emprender todo contacto o
diálogo con el Cielo. El hombre está en un estado tal de abyección
que le es preciso, y en primer lugar, que se reconozca como miserable
pecador y se humille profundamente ante el Señor, a fin de esperar
poder atreverse, después de haber pasado por las diferentes etapas de
arrepentimiento, a dirigirse al Eterno. Saint-Martin, sobre este punto,
es sin duda aquél que verá con mayor agudeza la espantosa perversidad
del alma humana, y sufrirá visiblemente, y con rara intensidad, ante
el lamentable espectáculo que ofrecen los pobres desechos satisfechos
de sí mismos, henchidos de innobles pretensiones que el mal y el vicio
reparten con profusión en el seno de las repugnantes criaturas que
somos. Su retrato no admite concesiones, y es uno de los que van más
lejos en la descripción de la horrible decadencia en la que, con increíble
inconsciencia y despreocupación, horrorosamente estamos estancados34:
88
“N o s hemos dejado inm ovilizar vivos y en plenitud de facu ltades,
escribe Saint-M artin, p o r las cad en as del enem igo. Y n otam o s que
estas cadenas nos agobian y nos impiden hacer el mínim o movimiento
(...) E l hombre, som etido a las leyes de su m ateria, está aprisionado
y lim itado por sus cuatro costados; y p ara atarlo de esta m anera, ha
sido necesario que se juntasen, form ando una especie de unidad, los
poderes, las fuerzas y las facultades que él había dejado salir de s í mismo
y había disem inado p or todas las regiones para producir el desorden
de sus planes im píos y m entirosos: el enem igo sigue apoyán dose en
las cadenas con que lo ha cargado y pretende con ello tratar com o su
juguete y su víctim a a quien otras veces ha fingido que quería tratar
com o su am igo” (El hombre N uevo, § 4).
89
de su objetivo particular. El Filósofo Desconocido —siendo esta idea
de primordial importancia desde el punto de vista del análisis— ha
percibido que la trágica situación en la que se encuentra el hombre,
abandonado en este mundo tenebroso en poder de las fuerzas negati
vas, exige un trabajo de total regeneración que no puede contentarse
con los pobres instrumentos que le ofrece una naturaleza caída y un
espíritu prisionero e infecto por el pecado. Es pues absolutamente otro
el camino que debe ser recorrido, lejos de los “objetos figurativos y
alegóricos, [de las] instituciones simbólicas (...) que uno deja de con
siderar desde que descubre la palabra... ” (El hombre de Deseo, § 177);
es un trazado enteramente diferente el que debe efectuar el hombre
perdido y caído, pues importa saber que, si “el padre ha santificado
al hijo, el hijo ha santificado al espíritu, el espíritu ha santificado al
hombre”, es por lo que: “El hombre debe santificar todo su ser”, y
sublime destino al igual que original misión:
“su ser debe san tificar los agentes del universo. L o s agentes del
universo deben santificar toda la naturaleza; y de ah í la santificación
extenderse h asta la iniquidad” (El H om bre de deseo, § 224).
90
el corazón del hombre. Años, en ocasiones incluso una vida entera
de inmersión en las ciencias secretas, en recibir grados, en ejecutar
sabias puestas en escena, aunque sean éstas de naturaleza iniciática
superior, no producen ningún cambio en lo interno. Los vicios no son
en absoluto desarraigados, los defectos continúan siendo los mismos
y la irrisoria pequeñez triunfa siempre a pesar de los augustos títulos
y los conocimientos esotéricos con que se engalanan los individuos,
títulos y conocimientos que apenas pueden esconder su pobre mi
seria espiritual ni su risible vanidad. El espíritu del hombre, por la
enfermedad con la que está infectado, exige otro remedio, reclama
un tratamiento totalmente diferente; le es necesario emprender una
vía de exigencia más secreta y profunda, de alejarse lo más rápido
posible de estancamientos categóricos, de senderos desviados, en los
que en ningún momento es tratada y purificada verdaderamente la
negra constitución del alma.
N o le es suficiente al hombre, confortablemente instalado en
mullidos sofás, con alabar la virtud, con ponderar el incomparable
valor de la piedad y el recto pensamiento, con cantar odas, la mayor
parte de veces sin conciencia de ello, al Ser eterno y Todopoderoso;
no, no es suficiente, hay que ponerse, concreta y positivamente, de
rodillas y rezar. Importa confesar su crimen, poner la cabeza entre
las manos, y llorando, clamar con sinceridad hacia el Señor diciendo:
“Dios mío, yo sé muy bien que eres la vida y que no soy digno de que
te acerques a mí, que no soy más que vergüenza, miseria e iniquidad.
Sé muy bien que tienes la palabra viva; pero las espesas tinieblas de
mi materia impiden que hagas que se oigan en los oídos de mi alma.
Haz, sin embargo, que descienda en mí una gran abundancia de esta
palabra, para que su peso pueda contrarrestar la masa de la nada en
la que se absorbe todo mi ser y que, el día de tu juicio universal, este
peso y esta abundancia de tu palabra puedan sacarme del abismo y
hacer que me remonte hasta tu santa morada” (El Hombre nuevo, § 1).
91
humana no tiene más remedio ni salvación que la súplica y el recurso
a la misericordia del Señor, mientras que las nuevas prevaricaciones
de las generaciones sucesivas no hacen más que acrecentar los males
y la miseria del hombre” (El Hombre nuevo, § 7).
92
santos, porque santo soy yo, Yahveb, Dios vuestro!” (Lev 19:2). Es
por lo que, como precisará Saint-Martin:
93
Convencido de su abatimiento, y de las marcas de la insumisión que
aparecen invariablemente a la menor ocasión, el hombre es constreñido
a purificar y apartar de él los restos de las múltiples prevaricaciones
sucesivas que reproducen, a cada instante, el acto horrible y criminal
que Adán, bajo la influencia del adversario, osó cometer, y que rei
teran todas las generaciones en cada una de sus culpables acciones o
pensamientos perversos. Antes pues de comprometerse en la vía espi
ritual, los principios de esta regeneración deben ejercerse totalmente,
y cambiar al hombre degradado en hombre regenerado:
94
imperativa condición, la indispensable introducción a todo avance
en la vía. La obra de regeneración resulta a este precio, al precio
de la increíble transformación adquirida, no sin un extraordinario
movimiento de retorno completo, por un abandono esencial a la
santa voluntad de Dios, no sin una total entrega del espíritu en ma
nos de la Divinidad. Ciertamente, el cambio puede parecer radical,
incluso incomprensible para el “hombre del torrente”, para el hombre
viviendo todavía bajo la ley de la carne que no ha sido purificado
e iluminado por la fuerza del Espíritu. Sin embargo, tenemos que
reconocerlo, hay incontestablemente un antes y un después, un
paso del hombre viejo al hombre nuevo, paso cuyo fruto, visible y
evidente, es la emergencia luminosa en el ser, en cuestión de otro
corazón, de un pensamiento no pecaminoso, de un puro deseo, y
sobre todo, de una conciencia desobstruida que permite una visión
nítida y desapegada de los tristes vestigios en los que habremos de
residir hasta que el Cielo, para nuestra dicha, nos libre de nuestra
prisión material, nos libere de los miserables harapos con que nos
hemos cubierto desde el momento de nuestro nacimiento, y finalmen
te nos limpie de esta siniestra y perversa orientación diabólica que
contemplábamos antes como “más íntima a nosotros que nosotros
mismos”, y que nos guio y dirigió con una fuerza ejemplar en cada
segundo de nuestras pobres vidas.
Si Saint-Martin insiste con tal vigor, con un excepcional ardor de
convicción, sobre la regeneración, si para él representa tanto en el seno
del quehacer espiritual, es porque, si lo meditamos un instante, nada,
absolutamente nada de bueno puede salir de aquél que no haya sido
renovado completamente; nada es contemplable, aceptable y recibi-
ble de aquél que no haya recibido la pura bendición de la soberana
unción del corazón nuevo. De igual modo que nada de sincero viene
de aquél que no ha atravesado las ciénagas del olvido, paralelamente,
ningún acto, ningún pensamiento estará fundamentado en la verdad
en aquél que no ha ido más allá del reino de las sombras y los fan
tasmas, en aquél que no ha salido del ámbito de los espejismos, que
no ha dejado definitivamente la comedia de las vanidades y el teatro
grotesco de las ilusorias y vanas pretensiones.
95
A este título, el trabajo sanmartiniano es un trabajo según lo interno
porque es allí, en el corazón, en este lugar preciso, que se juega la
posibilidad misma de un devenir para el alma, es en este paraje mayor
y único donde son selladas las condiciones de un eventual futuro de
estrecha unión con lo divino para el hombre de deseo. No hay pues
—que esto sea dicho solemnemente— otras posibilidades ofrecidas al
buscador, otros caminos que autoricen una aproximación a los lugares
santos: es desde el fondo del alma que debe elevarse el incienso de la
plegaria, es desde este centro que se hacen oír los cánticos dirigidos al
Rey de los cielos, es en este lugar que se celebran los inefables esponsales
que verán, en un indescriptible misterio, a la querida esposa reposar
definitivamente sobre el corazón compasivo del Señor y dormirse, en
una paz profunda, por una eternidad de perpetuo amor.
96
mundo caído y transponer la pesante materialidad cambiándola en un
vibrante impulso de transfiguración. Ella es también un poder de vida
y eternidad, actuando en los seres con una sorprendente eficacia, que
en ocasiones sorprende enormemente, pero siempre cura y repara las
consecuencias desastrosas heredadas por todos desde la cuna por el
crimen de nuestro primer padre según la carne.
La plegaria es pues soberana y esencial, sobrepasa, sin ningún gé
nero de duda, los estériles procedimientos con los que nos rodeamos
para paliar nuestras insuficiencias y a los que, mediocremente, nos
aferramos lamentablemente. La plegaria es una escalera hacia el vasto
Cielo, ella es “una escalera con la que elevarse hasta el cielo de los
cielos”, como dirá pertinentemente Saint-Martin, la plegaria es ofrecida
libremente a aquellos que desean comprometerse verdaderamente en
la purificación del corazón y la celebración de la unidad35.
Sin embargo, hay que añadir, a renglón seguido, que la plegaria posee
muchas virtudes y cualidades que ponemos en evidencia, pero tampoco
se trata —como bien dice Saint-Martin—, de formular cualquier tipo
de plegaria. Al principio sólo sabemos presentar al Señor, como es fácil
constatar, quejas y suspiros, sólo sabemos pronunciar algunos balbuceos
desconsolados. Saint-Martin precisará pues al respecto:
97
la luz invisible como lo expresa, con la ayuda de una bella imagen,
el Filósofo Desconocido, cuando nos recuerda que estamos en la
obligación de trabajar sin descanso en nuestra obra antes incluso de
que el sol material ilumine las realidades de este mundo, de manera
tal que pueda ocurrir en nosotros un resplandor de naturaleza sutil
capaz de extenderse al conjunto de los oscuros vestigios de las cir
cunferencias terrestres:
“Levántate, hombre, todos los días antes del amanecer, para acelerar
tu obra. Es una vergüenza para ti que tu incienso diario sólo levante
su humo después de salir el sol. No es el alba de la luz la que debería
invitar a tu plegaria para que venga a rendir homenaje al Dios de los
seres y a pedir sus misericordias, sino que es tu plegaria la que debería
llamar al alba de la luz y hacer que brille en tu obra, para que, acto
seguido, pudieses verterla desde lo alto de este oriente celeste sobre
las naciones dormidas en su inactividad y sacarlas de sus tinieblas”
(Ibíd. $ 8).
98
calificar más precisamente esta “teúrgia cardiaca” designándola bajo
el nombre de “plegaria activa”, es decir, “plegaria viviente”, “plegaria
operante” puesto que es conmovedora, plegaria que compromete y
arrastra hacia las orillas de la inmensidad, al umbral de la ciudad santa
donde se encuentra el Templo en que son celebrados los misterios del
culto original. Esto explica por qué se nos dice:
99
la ley en nombre de la fe, invocaré a la fe en nombre de mis obras, y
de la constancia de mis santas resoluciones” (El Hombre nuevo, § 49).
100
discreta bajo la forma de una conversación, de una revelación pri
vada del más alto interés:
101
Cuando esta regeneración se cumple, cuando están profundamente
cambiadas las antiguas fibras que mantenían atada a la criatura enferma
y herida, cuando se eleva en ella el primer rayo de sol espiritual, es
cuando finalmente aparece la incipiente aurora del eterno astro de
la verdad:
“...l a virtud que va unida a l arca santa hará que se te abran las
puertas eternas, y que desciendan sobre ti chorros de esas influencias
vivificantes de las que se llenan p ara siempre las m oradas de la luz”
(Ibíd., § 16).
102
lugar, es el órgano por excelencia de las gracias, la fuente de toda
santidad, el receptáculo de las bendiciones, y por encima de todo,
el instrumento que preside la ordenación suprema efectuada según
la libre voluntad del Altísimo; es el origen del verdadero sacerdocio
de aquél que posee las virtudes purificadoras de la vía levítica, aquél
a quien ha sido confiado el precioso ministerio de la Palabra, aquél
que se ha beneficiado de la recepción sobrenatural de las unciones
supremas. Saint-Martin nos explica por otra parte, muy claramente,
cómo se desarrollará la silenciosa ceremonia de ordenación que verá
el hombre nuevo, según un ritual no escrito dirigido y comunicado
únicamente por los Ángeles del Cielo, convertirse en un sacerdote
según las leyes de la Iglesia invisible, de “la Iglesia interior” :
103
VIII. EL NACIMIENTO DE DIOS EN EL ALMA
104
“Sí, hombre nuevo, ese es el verdadero templo en el que sólo podrás
adorar al verdadero Dios del modo que él quiere que se haga (...). El
corazón del hombre es el único puerto donde el barco, lanzado por el
gran soberano a la mar de este mundo para transportar los viajeros
a su patria, puede encontrar un asilo contra la agitación de las olas
y un fondeadero sólido contra el ímpetu de los vientos” (El Hombre
nuevo, § 27).
lo s
miento y la operación del espíritu”, reconstruimos, concretamente,
el arca santa, levantamos el Tabernáculo sagrado de la Divinidad, lo
volvemos a situar en el centro del Templo de la Jerusalén reedificada
“místicamente”, restablecemos espiritualmente sobre estas bases todas
sus estructuras y partes, lo instalamos solemnemente, acompañados
por la benevolente presencia del Ángel del Altísimo, en el centro del
Templo secreto para siempre santificado del Eterno nuestro Dios.
Tal es la obra a cumplir por los miembros de esta “Sociedad” pen
sada por Saint-Martin como una Fraternidad del Bien, una Sociedad
casi religiosa, a saber la Sociedad de los Hermanos, silenciosos e
invisibles, consagrando sus trabajos a la celebración de los misterios
del nacimiento del Verbo en el alma; círculo íntimo de los piadosos
Servidores de nwrr>, reagrupados, según el deseo mismo del Filósofo
Desconocido, y a fin de dar respuesta a su voluntad inicial y prime
ra, en “Sociedad de los Independientes”, que no tiene “ningún tipo de
semejanza con ninguna de las sociedades conocidas” (El Cocodrilo,
Canto 14).
* *
'
4-
106
PLEGARIA DEL CORAZÓN Y ORACIÓN INTERIOR
EN SAINT-MARTIN
(Pensamientos)
(Retrato, 1135)
107
tanto que el Filósofo Desconocido se nos aparece, de manera evidente,
como el ejemplo mismo de un ser que ha fundado su existencia en el
diálogo interior entre lo divino y el hombre, hasta tal punto que, en
Saint-Martin, el compromiso franco con Dios fue lo único necesario
de donde extrajo los recursos imprescindibles que le permitieron, a
pesar de la debilidad de su naturaleza física, soportar el tiempo de
tránsito en su peregrinaje terrestre. En efecto, durante su breve paso
por este mundo, Saint-Martin supo recordarnos, con acierto, que el
establecimiento de una íntima relación con el Verbo no es tan solo
de naturaleza vital y fundamental, sino que además es un imperioso
deber que debemos cumplir, a fin de que nuestra alma sea colmada
y saciada por los dones y las luces del Cielo que le faltan por el esta
do de confusión, de degradación y ruptura que, desgraciadamente,
recibimos como triste herencia en nuestro nacimiento corporal por
culpa de nuestros primeros padres.
Auténtico guía espiritual, el Filósofo Desconocido nos invita a seguir
sus pasos por la vía de la plegaria, convidándonos a caminar, a su lado,
en profundizar en el conocimiento de Dios. Ya que, para nosotros
se trata, no solamente de alimentarnos, en un primer momento, de
las soberanas palabras y beneficiosos consejos de Saint-Martin, sino,
sobre todo, y conviene insistir especialmente sobre este punto por su
carácter eminentemente superior y central, en practicar a nuestra vez
el santo ejercicio, en convertirnos, como nos pide encarecidamente
Saint-Martin, en asiduos y fieles a la oración; en habituar el alma al
divino encuentro. Conservemos así permanentemente en la memoria
que la vía de la plegaria interior, como bien enseña nuestro bien amado
maestro, es una vía secreta en la que reina el silencio y la luz. Ella es la
“vía” por excelencia de volver a encontrarnos con el Señor; aquella,
sobre todo, que nos hace “el hermano, la hermana y la madre” (Me
111:35) del Reparador. En realidad, la plegaria es pues, como bien afir
ma Saint Martin en numerosas ocasiones y a justo título, el cual veía
en ello su gran secreto, la sublime y efectiva operación que permite
la eclosión, en nuestro interior, de la pura esencia indefinible, de la
sutil “Presencia” que es el tesoro del espíritu, aquella que da lugar,
en las abisales profundidades de nuestro corazón, para nuestra mayor
108
alegría e inexpresable transformación, al nacimiento del Verbo, de
“Aquél” sin el que toda vida es vana - “La Luz verdadera que alumbra
a toda la humanidad venía al mundo” (Jn 1:9).
109
mucho menos, la importancia de la plegaria de acción de gracias y la
plegaria de alabanza, que ocupan un lugar significativo en las secre
tas relaciones que las criaturas mantienen con Dios. Sea cual sea su
forma, y según los consejos recibidos del Reparador, respondiendo
por otra parte a su primer mandato: “...y amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas” (Me XII: 30), la plegaria es la actualización concretada de
ese impulso inicial de amor, que realiza, desde aquí abajo, la divina
relación que el alma busca mantener con su Principio, y que aspira
justamente a compartir por la eternidad en el seno de la Divinidad.
Nos es preciso pues, en nuestro pobre estado, rogar siempre y sin
interrupción, “Oportet semper orare, et non deficere (para que oraran
siempre, y no desmayaran)” (Le XVIII: 1), ya que, como bien nos fue
indicado por Jesús, dado el carácter corruptible de nuestro ser:
“L a s plegarias, sobre todo las de las alm as fervientes, son com pa
radas a un delicioso perfum e extendido. En efecto, la plegaria sube
com o el incienso hacia los cielos, ella expande olorosos perfum es;
com o el incienso m ata el m al olor, a s í la plegaria m ata el olor infecto
del pecado, m ata los dem onios y calm a la cólera de D ios. E l incienso
estos mismos hombres, condición marcada por la contingencia y la finitud, lo que les
autoriza perfectamente, y de pleno derecho, a formular requerimientos relacionados
con su situación que soportan con pena, en las lágrimas y el sufrimiento.
110
quema y hum ea el fuego; igualmente la plegaria se inflam a en el fuego
de las tribulaciones. L o s perfum es se componen de arom as m olidos;
a sí la plegaria debe partir de un corazón humilde y m ortificado. Amor
tajam os los m uertos con arom as p ara preservarlos de la corrupción;
igualm ente es preciso am o rtajar el alm a en la plegaria, para que no
salga, y se conserve en la incorruptibilidad”40.
111
nuestras obras. Cadena de oro que une el hombre a Dios, la plegaria
es el fundamento de la fe; libera de las tinieblas44. Es por la plegaria
que Josué consiguió detener el sol en mitad de su curso45 y verá Daniel
cómo el ángel Gabriel le instruye cuando estuvo en plegaria sobre la
santa montaña de Adonai46. San Juan Clímaco (hacia 575-650) nos
enseña, con instructivo acento, que la plegaria, sabrosa unión del
hombre con Dios,
44 «Et eduxit eos de tenebris et umbra mortis, et vincula eorum disrupit» (Salmos
CVII: 10-13).
45 “Detente, sol, sobre G abaón...” (Jos X:12).
46 “Aún estaba hablando, rogando y confesando mi pecado y el pecado de mi
pueblo Israel, y presentaba mi súplica ante Yahveh, mi Dios, sobre la santa montaña
de mi Dios, y todavía yo profería mi plegaria, cuando aquél hombre, Gabriel, que
yo había visto en visión al comienzo, volando raudo, llegó a mí en el momento de la
ofrenda de la tarde” (Daniel, IX, 20-21).
47 San Juan Clímaco, Grad. XXVIII.
48 Ibíd.
49 Llegado a Lyon, en julio de 1785, para hacerse recibir por Jean-Baptiste Willer-
moz en la “Sociedad de los Iniciados” o “Iniciación”, círculo secreto, que culminaba
112
que acabamos de evocar, sabía pertinentemente que el “secreto del
avance del hombre consiste en su plegaria”™, que ahí residía su tesoro
y su vida, su fuente de luz; “la oración”, dirá, “es la respiración de
nuestra alm a”5\ Insistiendo una vez más, queriendo hacernos probar
las magníficas virtudes que se abren cuando el hombre se retira en sí
mismo, aislándose del ruido, para establecer una dulce conversación
con el Eterno, Saint-Martin escribe:
“lo sublime es Dios y todo lo que nos pone en relación con Él. Lo
sublime es Dios, porque Dios es lo más grande y el más elevado de
los seres”53.
113
pequeño tratado de vida interior, en el que alienta al lector a redoblar
la energía en su práctica, haciéndole ver, desde una perspectiva nueva
y original, los inestimables efectos de la actividad rogativa:
114
reunir en nosotros corazón y espíritu, a fin de que puedan colaborar,
uno y otro, en disponernos a la recepción de la gracia divina. Llega
incluso a emplear una muy bella imagen evangélica, imagen que hace
referencia a una promesa de Cristo, cuando el Señor nos indica que
Él estará presente en medio de aquellos que se reúnan en su nombre,
para dar una mayor fuerza evocadora a su instructivo discurso:
115
los patriarcas, todos los profetas del Señor, todos los apóstoles hacen
cada uno sus funciones en n osotros”5S.
58 IbíáL
116
inevitables a nuestra naturaleza, pero que, no obstante, nos ocurren
por nuestra culpa y nuestras im prudencias”59.
117
hombre despojado, desembarazado, limpio de mancha, desposeído de
sus impurezas, liberado de su vieja corteza fétida y repulsiva. Desea
que el hombre sea lavado y bañado en el agua que transforma, que
haya cumplido el ritual de las abluciones preparatorias a la recepción
de la gracia, como nos indica Saint-Martin, en términos relativamen
te vivos en las primeras líneas de su libro que se titula, por razones
evidentes, El Hombre Nuevo:
“La verdad sólo pide establecer una alianza con el hombre; pero
ella quiere que sea únicamente con el hombre, y sin ninguna otra
mezcla de todo lo que no sea fijo y eterno como ella. Ella quiere que
este hombre se lave y regenere perpetuamente y por entero en la piscina
de fuego, y en la sed de la unidad; ella quiere que haga tragar cada día
sus pecados a la tierra, es decir, que le haga tragar toda su materia,
puesto que ahí está su verdadero pecado; ella quiere que el hombre
tenga siempre su cuerpo dispuesto para la muerte y los dolores, su
alma dispuesta para la actividad de todas las virtudes, y su espíritu a
punto para coger todas las luces y hacerlas fructificar por la gloria de
la fuente de donde ellas provienen”62.
sí-
118
de toda operación de voluntad humana, y que, por consecuencia, el
Cordero debe ser también inmolado en él desde el comienzo de este
mundo particular que debe ser para él una obra completa”63.
119
necesario que generalmente uno no lo imagina; ella es por tanto la
condición de nuestra reconciliación de la que sabemos que está situada
en la base de toda empresa superior, que condiciona toda posibilidad
de progresión, de toda realización65. Nos es preciso pues, sobre este
punto, escuchar las fuertes e impresionantes palabras que Saint-Martin
nos destina con gran atención, y tomar conciencia de la postura que
las motiva, postura que, ciertamente, nos sobrepasa por ahora, pero
que, sin embargo, nos interesa en el más alto grado si queremos, un
día, poder gustar y comunicar las alegrías de la Alianza, que están
bien lejos de ser accesibles al hombre si no acepta el sacrificio que
previamente le está demandado:
“Es preciso antes que las gane [las alegrías de la Alianza] por
los sudores continuos de su sangre y su espíritu. Es preciso prime
ramente que sufra por sus propios pecados; es preciso que oiga en
él la voz temible de sus pecados, voz mil veces más espantosa que
la de todos los males de la tierra; es preciso que sienta el horror
de haber podido escandalizar al Ser santo y justo por excelencia,
y que se acuerde de lo que dicen las Escrituras: desgraciado aquél
que haya escandalizado al menor de sus pequeños. Por consecuencia
¡qué desgracia para aquel que haya escandalizado al más grande de
todos! Es preciso que se haga circuncidar en todas las partes de su
ser, y que sufra como los Siquenitas las consecuencias dolorosas de
la operación durante varios días; es preciso que mesure la miseri
cordiosa justicia de Dios ultrajada, pues a pesar de que la hayamos
escandalizado hasta en su centro divino, no nos castiga, o quizá
mejor solo busca corregirnos por las tribulaciones terrestres y las
aflicciones corporales...”66.
puño y letra tres discursos a los iniciados lioneses: “Las vías de la Sabiduría”, “Las
leyes temporales de la justicia divina” y el “Tratado de las Bendiciones” -, Maistre
nos indica, en su “Diario inédito”, con fecha 4 de diciembre de 1797: “he dedicado
treinta horas y trece minutos a esta trascripción”.
65 “Lloremos, lloremos por nuestra situación aquí abajo; nada resistirá a nuestras
lágrimas y a una plegaria sostenida y perseverante. Pero ante todo, olvidémonos de
cualquier otra cosa, para sólo tener por meta nuestra obra, nuestra purificación,
nuestra reconciliación, nuestra expiación y la adquisición de una sabiduría simple,
humilde, propia a todo y siempre dispuesta a sacrificarse” (Pensamientos extraídos de
un manuscrito de M. Saint-Martin, [164], en Oeuvres posthumes, op. cit. Pág. 149).
66 La Oración, op. cit. pág. 56.
120
Saint-Martin añade estas líneas cargadas de sentido, concernientes al
hombre que tendrá que aceptar “circuncidarse en espíritu” según una
bella y sugestiva expresión que hace eco de los propósitos de San Pablo
en su Epístola a los Romanos67, revelándole el papel exacto y la función
que van a ejercer las pruebas purificadoras que tendrá que asumir:
“Es preciso que haya así sentido el dolor que el Reparador ha so
portado y soporta sin cesar por los pecados de los otros hombres; es
preciso, que presentándose para entrar al servicio de este buen maes
tro, se libre con celo y ardor a compartir sus fatigas y sufrimientos;
es preciso que sienta que este maestro, incomprensible en su amor,
está mil veces más afligido por los males terrestres y espirituales que
los hombres se infligen entre ellos; es preciso que se aflija con él, que
sufra por aliviarlo, si es posible, que perciba que este maestro divino es
consolado en parte de sus sufrimientos por los triunfos que la eterna
justicia no deja de lograr y que logra todos los días”6*.
121
A este título, subrayamos aquí, no sabríamos cómo llamar suficien
temente la atención a propósito de las indicaciones que nos confía
Saint-Martin en los extractos que acabamos de citar, concernientes a
la necesidad de una previa “ inmolación” del Cordero en nosotros, de
una auténtica “ circuncisión” en espíritu, de una profunda purificación
y reconciliación anterior a toda tentativa de plegaria, es decir, de tener
verdaderamente apartado y rechazado sinceramente al hombre viejo
corrompido, heredado por todos cuando nacemos, para obrar correc
tamente, y sobre todo sin peligro, en este “mundo particular” del que
sería un gran error subestimar el poder y los efectos desconocidos. Sin
duda será provechoso precisar, en este aspecto, que la desconfianza,
por no decir más, de Saint-Martin, respecto a operaciones externas que
él conocía perfectamente por haberlas experimentado largamente y
practicado en su juventud con su primer maestro en Burdeos, es debida,
en gran parte, a los considerables riesgos a los que se expone el teúrgo
cuando, al evocar ciertos poderes angélicos o espíritus intermediarios,
se encuentra que lo hace sin haber velado por la rigurosa pureza de su
corazón, pudiendo perfectamente animar y llamar —ciertamente de
manera involuntaria pero sin embargo objetiva— a fuerzas temibles,
a elementos oscuros y poderes tenebrosos incontrolables, ante los que
no estaría en absoluto en situación de controlar y que vería volverse
violentamente contra él, con las imprevisibles consecuencias y graves
perjuicios que se pueden suponer desde un punto de vista espiritual.
He aquí por qué Saint-Martin declaraba, con un sentido agudo de
discernimiento sobre estas materias:
“E l enemigo puede tom ar todas las form as; puede llegar a im itar
h asta nuestras plegarias. E s lo íntimo quien aprende todo y preserva
de to d o ”.
122
entrega de corazón, el ser está en la seguridad y la paz cierta junto al
espíritu de santidad71.
123
Saint-Martin tiene como propósito dejarnos entrever la insospechable
tarea que nos espera.
124
Filósofo Desconocido el carácter propio de la obra que nos incumbe,
expresa, a las mil maravillas, el estado al que debemos aspirar para
permitirnos recibir a Dios en nosotros, para procurarle un lugar lim
pio, para ofrecerle la totalidad del espacio de que disponemos, para
recibirle por completo y enteramente, a fin de que pueda establecer
su morada en nuestro interior y unirse a nosotros. He aquí lo que
escribe Saint-Martin al respecto:
mismo traducirá en su célebre fórmula: “Noverim Te, ...ut despiciam me”. Habrá no
obstante que esperar a los renanos, muy nutridos por la teología de San Dionisio el
Aeropagita, para asistir a un desarrollo significativo de este tema como nos muestra
Tauler (+1361) cuando sostendrá que el hombre no tendrá “ningún otro ejercicio
que considerar su nulidad, su nada... (que) conocerse a sí mismo... que tener una
profunda humildad y atenerse a lo que tiene de propio, es decir, su nulidad... (a fin
de) que la nulidad creada se hunda en la nulidad increada” (Sermones, Edit. Hugueny,
t. II, pág. 237). El bienaventurado Jean Ruysbroeck (1293-1381), por su parte, hará
alusión a “la unión perfecta, la unidad sin diferencia que comporta una suerte de
aniquilamiento” (Le lime de la plus haute vérité, c. 12 T. II). Más tarde, San Juan
de la Cruz (1543-1591), el doctor de la “noche activa de los sentidos y el espíritu”
que se obtiene por la consideración de la “nada” de la criatura y del alma, opuesta
a todo de Dios, hablará del pasaje en que “aniquilamos los poderes en cuanto a sus
operaciones...” (Subida al Monte Carmelo, I, 3, CAPIT. 2). Santa Magdalena de
Pazzi (1566-1607), carmelita de Florencia, beatificada en 1629 y luego canonizada
por Alejandro VII, en 1699, que marcó profundamente la espiritualidad italiana del
siglo xvn, es también un buen ejemplo de esta vía del aniquilamiento de la que dan
testimonio estos escritos, y en particular los relatos que nos deja de sus sorprendentes
visiones: “Desgraciada de ti alma mía, si no renuncias por completo a ti misma, pues,
sin ésta renuncia, serás objeto de odio y de asco por el mismo infierno. Y si no te
despojas de tu amor propio, serás la abominación, no solamente del Verbo, sino del
Demonio... El Verbo se cumple en el aniquilamiento de su Esposa... ¡Oh!, cuán son
de amargas las aguas en que me sumerjo, cuando considero los años de mi vida tan
infelizmente empleados en ofenderos. Y por tanto debo sumergirme y Vos mismo me
sumergiréis, a fin de hacerme conocer lo que soy. —El Verbo me ha echado al fondo
del mar—. ¡Gracias, gracias, Señor!; mejor prefiero, sin ofenderos, estar sumergida
en el fondo del Infierno” (Opere di S. María Magdalena de Pazzi dai manoscritti
originali, 7 vol. Florencia, 1960-1966). En Francia, es Benito de Canfeld (1562-
1610), capuchino inglés y principal teórico de la mística abstracta y esencial de la
unión con Dios quien, en la exposición de su Regla de Perfección (1609), señalará
la importancia del aniquilamiento voluntario: “Uno solo puede encontrar a Dios en
él por la continua pérdida y aniquilamiento de uno mismo”. San Francisco de Sales
(1567-1622) hará por su parte referencia a la necesidad de “aniquilarse y renunciar
a uno mismo...” (Óeuvres, Edit. D’Annecy, T. 6, pág. 21), y evocará un grado en que
la voluntad es “no solamente conforme y sujeta, sino absolutamente aniquilada en sí
misma y convertida en la de Dios” (Traité de l’Amour de Dieu, I, 9, capít. 13). Después
de su mandato, Santa Juana de Chantal (1572-1641), declarará: “Es preciso grabar en
nuestros corazones este deseo de aniquilarnos en todo (...) es preciso aniquilarlo todo
a imitación de la aniquilación del Hijo de D ios” (Oeuvres, Pión, t. II, 1875, pág.
167). Igualmente, en su Palacio del amor divino (1613), el Padre Laurent de París
125
“Las Escrituras nos dicen que el Espíritu Santo ora sin cesar en
nosotros con gemidos inefables. Si esto es así, no tenemos otra cosa
que hacer que favorecer que Dios mismo ore así en nosotros, pues,
si ora por todas partes en nosotros y en todas las facultades de su
ser, seremos entonces nosotros la verdadera nada que debemos ser
para consigo, y no dejaremos de oír continuamente las diversas y
divinas plegarias que hará en nosotros y para nosotros, y solo sere
mos el objeto, testimonios y signos vivos para instruir a las regiones
externas”7*.
126
Este sacrificio superior nos hace, a nuestra vez, ser un nuevo
cordero a imitación de aquél que vino bajo esta forma para liberar
nos del pecado, aceptando convertirse en una “verdadera nada”, en
“descrearse”, en aniquilarse76. Es consentir en extraerse de las cadenas
materiales que nos clavan a la pesada prisión de la carne en la que
lamentablemente estamos sumidos. Es no temer librarse en holocausto
a fin de que sean rotas las determinaciones ante las que nos doblega
mos y expiramos cada día, reteniéndonos encarcelados, obligados y
amarrados en las insoportables garras temporales.
Convertirse en “nada” es romper definitivamente con el errar es
piritual, es combatir, con las armas celestes y la viva fe sobrenatural,
el determinismo material que nos encierra por todas partes. La obra
de “nada” es pues, muy al contrario de una obra de nada, una obra
que tiende a la manifestación de la perfección del Amor.
V. EL “SUBLIME ABANDONO”
127
“H e a q u í el verdadero abandono, nos revela Saint-M artin, he aq u í
este estado en el que nuestro ser es continua y secretamente llevado de
la m uerte a la vida, de las tinieblas a la luz, y si podem os decirlo, de
la nada a l ser; p asaje que nos llena de adm iración, no solam ente por
su dulzura, sino p or lo bien que esta obra queda en la m ano divina
que la opera y que, felizmente para nosotros, nos es incomprensible,
com o todas las generaciones en todas las clases lo son respecto a los
seres que son sus agentes y sus ó rg a n o s...” 777
8
128
“tenemos la felicidad de llegar a este sublime abandono, el Dios
que hemos obtenido por su nombre, según su promesa, este Dios que
se ora a sí mismo en nosotros, de acuerdo a su fidelidad y su deseo
universal, este Dios que no puede ya dejarnos, puesto que viene a
poner su universalidad en nosotros, este Dios, digo, hace de nosotros
el habitáculo de sus operaciones”19.
129
de su criatura. Abandonarse es, pues, hacerse accesible, abierto y
disponible a aquél que aspira a instalar su residencia en nosotros,
es evacuar lo que obstruye y ocupa el espacio de este corazón vivo,
verdadero Templo de la Divinidad, el Santuario de esenciales liturgias
dirigidas hacia aquél que es el Santo, el Altísimo y el Todopoderoso
Dios, el Eterno, cuyo Nombre sea bendito. Como Saint-Martin nos
dice con razón:
a Dios en las cosas temporales (Mateo, VI, 25-34), (Lucas, XII, 22-31), y las pala
bras del Padrenuestro son al respecto significativas: “Fiat voluntas tu a...” San Nilo
(siglo iv), comentando el Padrenuestro, decía: “No pidáis que vuestra voluntad se
cumpla; pues ella no es plenamente conforme a la voluntad de Dios; sino usad más
bien en vuestra plegaria las palabras que habéis aprendido: “que sea hecha tu volun
tad en mí”. Pues en todo, Dios busca vuestro bien y lo que es útil a vuestra alm a”
(De oratione, capít. 31, PG 79, 1173B). Podemos leer con provecho, tocante a esta
cuestión, una carta poco conocida de Kirchberger (1739-1799), el corresponsal
bernés de Saint-Martin, carta destinada a Gertrude Sarasin que aporta magníficas
aclaraciones sobre el cumplimiento y los frutos del necesario abandono: “De lo que
se trata es de obtener de nuestras pasiones, [...] de nuestra imaginación, de nuestra
propia voluntad, un perfecto silencio. Entonces, adentraos en vuestro propio corazón
y echaos en brazos de vuestro bien amado Reparador con un abandono perfecto. Que
él os conceda los favores o que os los suspenda, dejad esto a su sabiduría y voluntad;
contemplad cómo no mereciendo sus favores los recibís, pedidle que sea vuestro guía
y vuestro sostén. Esta voluntad se hará oír en el silencio en el fondo de vuestra alma
por una vía dulce y casi imperceptible, acostumbraos a escucharla y a seguirla [...]
Una oración permanente, un amor sincero por Dios y para los hombres [...] he ahí
el camino que tarde o temprano os conducirá a buen puerto. Si seguís esta ruta pura
y simplemente, estoy íntimamente convencido que llegará el día en que beberéis del
agua viva, de esta agua que se convertirá en vosotros en fuente que manará hasta
la vida eterna, y beberéis de ella con deleite. Me preguntaréis, équé puede ser esta
bebida divina f Prometedme que ninguna mirada profana no verá nunca estas líneas,
y entonces os diré: esta agua que únicamente puede apagar la sed de vuestra alma,
es la humanidad santa, el cuerpo glorioso de Nuestro Señor, que no es solamente un
espíritu sino una sustancia esencial bajo la envoltura angélica del Elemento puro,
que puede ser visto, tocado y sentido (Le XXIV: 3 9). Esta sustancia tan sutil que
puede atravesar los cuerpos más opacos, como los rayos del sol atraviesan un hielo
transparente [...], puede unas veces mostrarse y otras hurtarse a vuestra vista (Le
XXIV:31). Es esta sustancia que hace el verdadero alimento de la Fe. Nuestro Señor
mismo nos revela este gran misterio (Jn V I:51)” (Carta de Kirchberger a Gertrude
Sarasin, 17 de enero de 1795).
81 Ibíd., pág. 60.
130
Ciertamente la responsabilidad es grande y la tarea difícil para
aquél que vea a Dios descender hasta él, también, cuán superiores las
gracias y frutos que acompañarán los efectos de su “sublime abando
no”, sobre sus penas y sus dolores, cuanto más dulce sea el precio de
su muy puro abandono sobre sus sufrimientos, aquél que vea a Dios
venir a orar en él y dirigir, él mismo, el altar en que será celebrado
su Nombre, altar en el que son, noche y día, quemados los aromas
que celebran su grandeza y su santidad8283.
131
VI. ORIGINALIDAD DE LA ORACIÓN INTERIOR SANMARTINIANA
132
“La única oración que tendríamos que hacer sería la de trabajar
continuamente en no impedir que ore en nosotros aquél que no puede
dejar de orar por nosotros, ya sea en nosotros, ya sea fuera de nosotros.
Pues es en nosotros que él prefiere orar, puesto que somos su oratorio,
pero cuando no le dejamos el acceso libre, va a orar fuera de nosotros
y se lleva su paz con él” (Retrato, 635).
133
“Si alguno m e am are, guardará m i doctrina, y m i Padre le am ará,
y vendremos a él, y en él harem os m orad a” (Jn X IV :23).
134
ridad de nuestro espíritu. Ya que, sí, Dios es frágil; se puede, si uno
no toma cuidado, herir gravemente su imagen y prohibir a nuestro
ser la posibilidad de ser invadido y penetrado por la beneficiosa
luz del Verbo.
135
“El amor se ha hecho hermano nuestro; digámosle: desciende a
mi corazón...”9'
136
resistencia, que nos hagamos transparentes al hacer divino, que no
subsistan rastros de nuestras turbaciones anteriores. Es necesario, para
que el Espíritu nos transforme por su soplo, que nos dejemos con
ducir con confianza, dejando solamente a Dios reinar como maestro
en nuestro interior.
La insistencia sobre el quehacer divino en nosotros es, por otra
parte, hasta tal punto vital para Saint Martin, que nos desaconseja la
utilización de imágenes para rezar, con tal de dejar libre enteramente
nuestro espíritu a aquél que es incomparable más allá de todo, a fin
de que los elementos, a menudo confusos y burdos de nuestra ima
ginación, dejen lugar a aquél que es Principio y Fuente:
137
los cuales, el principal y más extraordinario de ellos, es el de poder
dar vida a aquél que es la Vida, conceder la luz a aquél que es la Luz,
transmitir la verdad a aquél que, en esencia, es la Verdad.
138
ninguna luz material y que solo visita la esencia divina, cumpliéndose el
milagro que sella el matrimonio de lo finito y lo infinito, de sustancia a
sustancia, donde son celebrados los eternos misterios de la generación
del Verbo. Saint-Martin, consciente del carácter incomparable de la
obra que nos es dada a cumplir en tanto que hombres, nos transmite,
como eminente maestro de plegaria cuya enseñanza no dejará de ilu
minar las almas de deseo en la medida en que los corazones humanos
pulsen su soplo sobre esta tierra, este precioso consejo:
“Pedid pues sin cesar a este Dios que se crea a sí mismo en vosotros,
en misericordia, en fortaleza, en amor, en caridad, en resignación, en
confianza, en dulzura, finalmente en toda la naturaleza primitiva de
nuestro ser, pues tal debería ser la manifestación y la actividad continua
de nuestra divina sustancia”96.
Cabría llegar a pensar, sin embargo, que esta obra, obtenida por
las virtudes de la plegaria interior, se cumple sólo a título personal,
contemplando a la criatura en los límites de su estrecha individua
lidad. Muy al contrario, ella abraza todas las partes del universo y
se extiende ampliamente a todos los seres que la tierra haya podido
contener, contenga hoy o pueda tener mañana; esta obra incluye a
toda la creación, degradada y hundida por la Caída, y representa el
trabajo por excelencia que fue originalmente confiado al hombre.
Esta obra de generación es también una obra de regeneración, y por
qué no decir la palabra, de “reintegración”.
A este título, Saint-Martin, en forma de precioso mensaje, nos deja,
entre otras, una bella plegaria, que no dejarán de retomar los verda
deros hombres de deseo, que resume, en algunas frases espléndidas,
todo el conocimiento que debe aportarnos la oración del corazón y
toda la obra que ella tiene por misión realizar:
139
magnífico Dios de mi vida, magnífico Dios de mi vida, magnífico Dios
de mi vida, todo está en ti, y nada se conoce, se ama y es feliz más que
por tu vida y en la vida.
Solamente existe tu espíritu de vida que crea espíritus en nosotros,
y que nos colma de estos seres inmortales y eternos. (...) eres tú quien
creas en nosotros una abundante inmensidad de tus poderes perma
nentes y la plenitud de tus espíritus”91.
“La verdad sólo pide establecer una alianza con el hombre; pero ella
quiere que sea únicamente con el hombre, y sin ninguna otra mezcla de
todo lo que no sea fijo y eterno como ella”.
140
LA PRÁCTICA DE LA ORACIÓN INTERIOR
141
1. ¿Cómo orar según Saint-Martin?
“«o miro todo lo que atañe a estas vías exteriores sino como preludios
de nuestra obra, porque nuestro ser, siendo central, debe encontrar en el
centro donde nació todas las ayudas necesarias a su existencia. N o os
oculto que caminé antaño por esta vía fecunda y exterior que es aquella
por donde me abrieron la puerta de la carrera; aquel que me conducía
tenía virtudes muy activas, y la mayoría de los que le seguían conmigo
sacaron confirmaciones que podían ser muy útiles a nuestra instrucción *
142
y a nuestro desarrollo; a pesar de ello, he sentido desde siempre una
inclinación tan grande hacia la vía íntima y secreta, que esta vía exterior
nunca llegó a seducirme, incluso en mi más grande juventud, porque es a
la edad de los veintitrés años que me abrieron sobre aquella: por eso, en
mitad de cosas tan atrayentes para algunos, en mitad de medios, fórmulas
y preparativos de todo género a los cuales nos entregábamos, llegué varias
veces a decir a nuestro maestro: Pero maestro, íes necesario todo esto para
llegar a Dios? Yprueba de [que] todo ello no era más que sustitución era
que el maestro contestaba: Hay que contentarse con lo que se tiene”100.
143
2. Proseguir la obra de oración
101 «La Nube del no-saber», escrito por un anónimo inglés en el siglo xvi que la
investigación académica aún no ha podido identificar, nos lleva a las sutilezas del
camino negativo, insistiendo en la superación necesaria y radical de las facultades
analíticas y cognitivas. La unión con Dios, nos indica el anónimo inglés, se realiza
en el seno mismo de la nube del no-saber en la que Moisés fue cubierto sobre el
monte Sinaí (Exodo, XXIV, 15), y es importante para nosotros recordar que Dios
le habla a sus elegidos desde esta nube que oculta su rostro (Exodo, XXXIII, 20).
Abandonando el conocimiento sensible y la inteligencia discursiva, el espíritu,
en busca de la Verdad, debe avanzar en una nube, un “no-saber”, lo que signi
ficará para él la trascendencia absoluta de Dios con respecto al mudo concepto
de la cognición mundana; pues Dios, si es Dios es lo Absoluto, y por lo tanto es
inefable e incognoscible según piensa el autor siguiendo a Dionisio. Pero esta obra
constituye un conmovedor alegato en favor de la contemplación mística, represen
tando el anónimo autor el conocido ejemplo evangélico del episodio de la estancia
de Jesús en la casa de Marta y María: «En el Evangelio de san Lucas leemos que
nuestro Señor entró a casa de Marta, y mientras ella se puso inmediatamente a
prepararle la comida, su hermana María no hizo otra cosa que estar sentada a sus
pies. Estaba tan embelesada escuchándole que no prestaba atención a lo que hacía
Marta. Ciertamente las tareas de Marta eran santas e importantes. (Son, en efecto,
las obras del primer grado de la vida activa). Pero María no les daba importancia.
Ni se daba cuenta tampoco del aspecto humano de nuestro Señor, de la belleza de
su cuerpo mortal, o de la dulzura de su voz y conversación humanas, si bien esta
podría haber sido una obra más santa y mejor. (Representa el segundo grado de la
vida activa y el primero de la vida contemplativa). Pero se olvidó de todo esto y
estaba totalmente absorta en la altísima sabiduría de Dios oculta en la oscuridad
de su humanidad. María se volvió a Jesús con todo el amor de su corazón, inmóvil
ante lo que veía u oía hablar y hacer en torno a ella. Se sentó en perfecta calma,
con el amor gozoso y secreto de su corazón disparado, hacia esa nube del no-saber
144
“Me uniré a Dios por la plegaria, como la raíz del árbol se une
a la tierra. Uniré mis venas con las venas de esta tierra viva y viviré
entonces su misma vida. Nada continuamente en la plegaria, como
en un vasto océano, del cual no encuentras ni el fondo ni las orillas,
y donde la inmensidad de las aguas te asegura en cada momento una
marcha libre y sin inquietudes. Luego el Señor se apoderará del alma
humana. Entrará en ella como un señor poderoso en sus posesiones.
Luego ella saldrá de este país de esclavitud y de esta casa de servidumbre,
donde no permanece un instante sin violar las leyes del Señor; de esta
tierra de servidumbre, donde sólo se oyen lenguas extrañas y se olvida
la lengua materna; de esta tierra donde también los venenos le son a
veces necesarios para arrancarla de sus dolencias; de esta tierra donde
vive de tal modo con el desorden, que sólo en él puede encontrar sus
relaciones y su análogo”.
{El Hombre de deseo, § 251).
entre ella y su Dios. Pues, como he dicho antes, nunca hubo ni habrá criatura tan
pura o tan profundamente inmersa en la amorosa contemplación de Dios que no
se acerque a él en esta vida a través de esta suave y maravillosa nube del no-saber.
Y fue esta misma nube donde María dirigió el oculto anhelo de su amante corazón.
¿Por qué? Porque es la parte mejor y más santa de la vida contemplativa que es
posible al hombre y no la hubiera cambiado por nada de esta tierra. Aun cuando
Marta se quejara a Jesús, regañándole por no ordenarle que se levantase y la ayu
dase en la tarea, María permanecía allí muy quieta e imperturbable, sin mostrar el
más mínimo resentimiento contra Marta por su regaño. Pero esto en realidad no
ha de sorprendernos, pues estaba totalmente absorta en otra actividad, totalmente
desconocida para María, y no tenía tiempo de comunicárselo a su hermana o de
defenderse, éNo ves, amigo mío, que todo este incidente relativo a Jesús y a las dos
hermanas era una lección para las personas activas y contemplativas de la Iglesia
de todos los tiempos? María representa la vida contemplativa, y todos los contem
plativos deberían modelar sus vidas en la suya. Marta representa la vida activa, y
todas las personas activas deberían tomarla como su guía». (La Nube del no-saber,
trad. Arma Guerne, Éd. du Seuil, 1998, cap. XVII).
145
objetos perceptibles, los símbolos, las fórmulas, los textos por recitar,
las invocaciones, etc... En esto, Saint-Martin se inscribe en la con
tinuidad de la mística especulativa, de la que es un representante de
primer orden. Así, para desaconsejar expresamente el uso de imágenes
para orar, escribe:
«¿N o sabéis que sois tem plos de D ios y que el Espíritu de D ios
habita en vosotros?».
(I C orintios, III-16).
146
4. Avanzar en la «Presencia de Dios»
147
“...debiéramos pedir que Dios y la oración se orasen ellos mismos
en nosotros. Habría podido añadir que, puesto que se nos ha dicho que
cualquier cosa que pidamos al Padre en su nombre la obtendremos,
faltaría tener la industriosa fe de pedirle a él mismo en su nombre, a
fin de que no pueda rehusar nuestra plegaria105.”
Para ello una sola acción es necesaria, no hacer nada y dejar a Dios
operar, abandónate y entonces:
148
Dios y apartar las imágenes, los pensamientos y las palabras, en dejar
que Él actúe:
Y este “dejarse obrar por Dios” puede ser una ascesis cuya duración
es infinitamente variable según las almas, desde un tiempo muy breve
hasta varios meses, incluso años, o hasta una vida entera caminando
en la noche oscura de la fe. Lo que San Juan de la Cruz (+1591)
designaba bajo el nombre de “noche del espíritu”, o Frangois Malaval
(1627-1719)108 como la “divina tiniebla” .
149
En efecto, es absolutamente vano pretender proporcionarse uno
mismo, por cualquier técnica mental o psicosomática, la experien
cia de lo sobrenatural y la comunicación con Dios, cosa en la que
consiste la contemplación. Uno solo se puede preparar para ello en
la humildad y el abandono, guardándose de mantener al respecto
deseos presuntuosos, con riesgos de generar ilusiones; mediante lo
cual, Dios obrará en el alma cuando quiera y como quiera... No hay
ninguna norma. Dios nos gratifica, o no, con sus dones, según le
plazca; nuestra ascesis consiste en aceptar la libre decisión de Dios,
en no ofrecerle obstáculos, ni buscar provocarle artificiosamente.
Aquí nos situamos, muy concretamente, en el marco de una vía
ascética y mística.
Dios opera silenciosamente en el alma, disuelve la sustancia espiri
tual y la absorbe en una profunda y absoluta oscuridad hasta el punto
de que el alma se sienta fundir, se vea aniquilada en una muerte cruel
del espíritu al ver directamente sus miserias.
El alma va a sufrir entonces en esta noche oscura el horror de las
tinieblas inquietantes, horribles y dolorosas que, atacando la íntima
esencia del espíritu, parecerán tinieblas sustanciales. El alma siente el
vacío de un ahorcado-, y sin embargo, esta limpieza de las cavernas del
ser es necesaria. Es importante que el alma sea destruida, aniquilada,
que su sustancia desaparezca.
Cuanto más purificada así sea el alma en su sustancia y sus facul
tades durante la noche del espíritu, más la absorbe la sustancia divina
de una manera profunda, sutil y elevada en su divina luz.
desde la oración de simple mirada a la unión pasiva e infusa, pasando por los di
versos estados de la oración de quietud o de fe desnuda. Como tal, la intimidad de
las cosas de Dios, apoyada por la fuerza regular de su oración a la que se consagró
será tan importante que se entregó a escribir, alentado y presionado por un círculo
de amigos devotos, una serie de consejos, en forma de diálogos, sobre la práctica
concreta de la contemplación, haciéndola más clara y comprensible para las almas
con deseo de descubrir la realidad de Dios. Así fue publicada en 1.664 una obra que
tenía por título “Práctica fácil para llegar a la contemplación”. Libro de considerable
interés, puesto que aborda un tema de difícil acceso y comprensión, que recibirá una
sorprendente acogida por una audiencia que desea ser instruida en asuntos complejos
y con frecuencia velados para la mayoría, y por los que llevan tiempo suspirando
por ser conducidos al umbral del divino palacio.
150
4. El reposo en Dios
109 La originalidad de Frangois Malaval, nativo de Marsella, ciego desde los nueve
meses, en el marco de su doctrina espiritual, estriba en el hecho de que estuviera
dotado, indudablemente, con un conocimiento real de la experiencia mística. Supo
transmitir sutilmente el inmenso saber que le había proporcionado su contacto con
las cosas divinas, enriquecido por un sentido extremadamente profundo de los
misterios de la vida contemplativa. A este respecto, la sorprendente irradiación de
su pensamiento en el siglo XVIIo , en el campo de la espiritualidad mística, sin duda
se explica por su intimidad indudable con la Divinidad, intimidad que se desprende
fácilmente de la lectura de sus textos. Malaval, quien se sumergió mucho antes en
la práctica de la contemplación, conocía pues perfectamente los diferentes sende
ros que tienen tantas rutas y caminos múltiples que el alma puede emprender para
acercarse al Cielo.
1,0 La Práctica fácil de la Contemplación, in La Bella Tiniebla, Primer Diálogo,
Charla III, texto establecido, presentado y anotado (según la edición de 1670) por
Marie-Louise Gondal, éditions Jéróme Millón, 1993, pp. 45-46.
151
III. LA PRÁCTICA DE LA CONTEMPLACIÓN INTERIOR QUE
CONDUCE AL ALMA A LA UNIÓN CON DIOS
1. ¿Cómo proceder?
111 Saint-Martin insiste sobre la necesidad del desapego de las imágenes: “Siembra
tus deseos en el alma del hombre, en este lugar que es tu dominio y donde nadie puede
cuestionarte, puesto que eres tú quien le ha dado su ser y su existencia. Siembra tus
deseos, a fin de que las fuerzas de tu amor la arranquen por entero de los abismos que
la retienen y que quisieran engullirla en ellos para siempre. Anula por mí la región de
las imágenes; disipa estas barreras fantásticas que abren un inmenso intervalo y una
espesa oscuridad entre tu viva luz y yo, y que me ensombrecen con sus tinieblas” .
(Plegaria 1).
112 La Práctica fácil de la Contemplación, op. cit., p. 65.
152
2. ¿Qué será necesario hacer a continuación?
Nada, responde Malaval, nada, porque “ Todo está hecho”; feliz fórmula
a la que sigue esta breve, pero, sin embargo, indicación fundamental:
“Es necesario mantenerse en la presencia de Dios” 113.
Y, de hecho, todo dependerá, precisamente, de nuestra capacidad
para permanecer de esta manera en “ espera atenta de la Presencia” ,
esto minimizando los movimientos de la mente, sin detenerse en los
pensamientos periféricos y contingentes que constantemente cruzan
la conciencia y simplemente permanecer “así”, sin agregar nada a esta
inmovilidad y distancia, en la suspensión de las facultades114.
1.3 ídem.
1.4 Madame Guyon (1648-1717), cuyo conocimiento del camino de oración es
incuestionable, habla, con respecto a este sacrificio de las facultades, de un «estado
esencial a la religión cristiana»: «Es un estado de sacrificio esencial a la religión cristia
na, por el que el alma se deja destruir y aniquilar para rendir homenaje a la soberanía
de Dios, como está escrito: «Solo Dios es grande, y solo es honrado por los humildes»
(Si. 3, 21). Hay que dejar de ser, para que el Espíritu del Verbo sea en nosotros. Ahora
bien, para que él venga, hay que cederle nuestra vida y morir a nosotros, para que sea
él quien viva en nosotros». (El Modo breve y muy fácil de hacer oración, cap. XX).
1.5 El término «no-pensamiento», o más exactamente “«o pensar en nada”, se
remonta principalmente a Francisco de Osuna (1492-1541), teólogo español de ten
dencia escotista, que insiste, en su dirección espiritual a santa Teresa de Avila, sobre
la necesidad de la “oración de recogimiento” para romper con lo creado, y pone el
acento sobre la importancia, en esta oración, en deshacerse de toda operación, de toda
representación mental, a fin de establecerse de forma duradera en el silencio interior.
“No pensar en nada, dice Osuna, es pensar en todo” (El recogimiento místico, Tercer
abecedario, tercer tratado XXI, cap. V). Pero sobre todo es F. Bernardino de Laredo
(+1450), una de las mayores influencias de San Juan de la Cruz, formado en la escuela
del [pseudo] Dionisio el Areopagita, Hugo de Balma, Richard de Saint-Victor y Har-
phius, quien teoriza más refinadamente sobre esta ascesis del “no-pensamiento”. En
su célebre obra “Subida al monte Sion” (1.535), donde hace un elogio del no-saber,
de la santa ignorancia, de la naditud del pensamiento, desarrolla una doctrina fundada
153
es necesario para que esto suceda; somos nosotros, por el contrario,
quienes no estamos presentes en su Presencia.
Entendemos, por lo tanto, que para ir a la “Presencia de Dios”, no
es la Divinidad lo que nos falta, lo que está ausente, somos nosotros
los que estamos separados de ella. Por lo tanto, debemos regresar,
mediante el ejercicio de la “simple presencia”, a la intimidad y cercanía
de la fuente divina que está en nosotros.
Aquí se haya la explicación de la simplicidad de la contemplación
ya que, en esencia, Dios siempre está presente; siempre lo ha estado
y siempre lo estará, mientras nosotros, en tanto que criaturas, nun
ca dejamos de estar ausentes y ciegos116. A este respecto, la imagen
utilizada por Malaval para hablar de la presencia constante de Dios,
habiendo estado físicamente ciego desde su infancia, no carece de un
interés muy particular:
«Es un sol que brilla día y noche sobre nosotros y dentro de n oso
tros. Y no nos dignam os abrir los ojos para m irarlo. Permanecemos
en la oscuridad dentro de la luz117».
154
“Abrid los ojos con una fe viva de que Dios está en vosotros, y
enseguida estaréis en su presencia. De modo que la contemplación
no es otra cosa que una visión fija y amorosa de la presencia de
Dios118”.
ns ídem.
1,9 El Modo breve y muy fácil de hacer oración, cap. XII.
155
“mientras (más) aprietan [cuanto más esfuerzo hacen], menos les
aprovecha, porque, cuanto más porfían de aquella manera, se hallan
peor; porque más sacan al alma de la paz espiritual120”.
120 San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo, Libro 2o, Cap. XII (En que se
trata de las aprehensiones imaginarias naturales).
121 El Modo breve y muy fácil de hacer oración, cap. XIX.
156
“[Así el] que va frecuentemente a la contemplación ya no va más
por un recuerdo sino casi por un instinto que le empuja a su práctica
ordinaria. Siente a Dios presente y, al mismo tiempo que procura apartar
todos los demás pensamientos en los que podría estar ocupado, sabe
que sólo los de Dios permanecen y están en el fondo del alma donde
las nubes de las distracciones y de las ocupaciones los tenían cubiertos
y les impedían mostrarse eficazmente. De ahí viene que a todas horas,
en todos los lugares, en todas las compañías y en todas las ocasiones, el
alma puede gozar de Dios en secreto, si ella se acostumbra a retirarse
en el fondo de sí misma y no entregarse a las ocupaciones de afuera
por la atención que no les puedes negar112”.
Tu alma:
157
“Siempre estará vacía cuando esté llena de todo lo que Dios es125” .
“El abandono debe ser pues, tanto para lo exterior como para lo
interior, un descanso total en las manos de Dios, olvidándose mucho
de sí mismo y pensando solo en Dios. El corazón, de esta manera,
permanece siempre libre, contento y desprendido. En la práctica, perder
continuamente toda voluntad propia en la voluntad de Dios, renunciar
a todas las inclinaciones particulares, por buenas que parezcan. Tan
pronto como se las sienta nacer, colocarse en la indiferencia y querer
solo lo que Dios ha querido desde toda la eternidad. Ser indiferente a
todas las cosas, tanto las del cuerpo como las del alma, a los bienes
temporales y eternos. Dejar el pasado en el olvido, el futuro a la
providencia, y dar el presente a Dios. Contentarnos con el momento
actual que nos aporta el orden eterno de Dios sobre nosotros, y que
es para nosotros una declaración tan infalible de la voluntad de Dios
como es común e inevitable para todos. No atribuir a la criatura nada
de cuanto sucede, sino mirar todas las cosas en Dios y mirarlas como
venidas infaliblemente de su mano excepto lo que viene de nuestro
propio pecado. Dejaos por tanto conducir a Dios como a él le agrade,
tanto en lo interior, como en lo exteriorl2S”.
158
8. Conviene dejarse llenar de la «efusión Divina»
159
LA “ETERNA SOPHIA’5
161
I. LA SABIDURÍA EN LA INTIMIDAD ORIGINAL DE DIOS
no Proverbios (V111:22-31).
162
“En ella, en efecto, hay un espíritu inteligente,
santo, único, múltiple, sin mancha, claro, inocuo,
amigo del bien, agudo, independiente, bienhechor, humanitario, firme,
seguro,
sin cuidados, que todo lo puede y todo lo observa,
y que penetra por todos los espíritus inteligentes, puros
y singularmente sutiles.
Nada, en efecto,
ama Dios sino al que habita con la sabiduría,
porque ella es más hermosa que el sol,
supera a cualquier constelación de estrellas
y comparada con la luz le sucede la noche,
pero a la sabiduría no la vence la maldad.
163
nuestra relación con Dios, ello sea perfectamente idéntico que obe
decer a la Sabiduría, abrirse sinceramente a su influencia secreta, así
como acoger con docilidad y humildad el Espíritu del Altísimo.
164
pacificándolas por la sangre de su cruz,
tanto lo que está sobre la tierra como en los cielos”132.
“Ha hecho todas las cosas por sí mismo, es decir, por su Verbo y
su Sabiduría”135;
y todavía:
165
todo por su Verbo y coordenado todo por su Sabiduría, Éste es el único
y verdadero Dios”136.
166
virtudes de la Sophia— no será hasta finales del siglo xiii que el interés
por la Sabiduría toma un aspecto relativamente más importante que no
había tenido hasta entonces. Sin embargo, es con el desarrollo de los estu
dios en el sentido del esoterismo hebraico, principalmente a partir de los
siglos xv y xvi en Italia, que se va a asistir verdaderamente en Europa
a una considerable renovación de los conocimientos sapienciales, y
a un ahondamiento extraordinario de los grandes temas principales
de la divina ciencia de las cosas escondidas. Cosme de Medicis, a
mitad del siglo xv, enviará agentes a través del mundo mediterráneo
en busca de manuscritos, encontrando ciertas obras desconocidas
de Platón, y verá incluso a un monje volver de Macedonia con los
quince tratados del Corpus hermeticum. Cosme, entusiasmado por
estos resultados, encargará a Marsilio Ficino (1433-1499), sacerdote y
erudito, el constituir una “Academia” a fin de organizar estudios más
profundos sobre los textos de Platón y efectuar las traducciones de
las principales obras descubiertas. Ficino llevará a cabo su tarea con
diligencia y librará una genealogía de Hermes Trimegistro, así como
de un Libri di vita (1489), que es una suerte de un sacramentario ge
neral consagrado a la práctica talismánica, la astrología y sobre todo la
cábala, en el que evoca las correspondencias con el “alma del mundo”
actuando en el plano teológico, cosmológico y antropológico. Estos
primeros avances serán rápidamente seguidos por otras iniciativas,
entre las cuales destacan varias personalidades, en particular, la de
Giovanni Pico Della Mirándola (1463-1494) que se sumerge en la
comprensión de la magia cabalística, o cábala práctica, que desvelará
por vez primera los ritos y creencias de la mística judía, exponiendo
la doctrina encantatoria de los Nombres Divinos y poderes angélicos,
desvelando los procedimientos tradicionales de la cábala: notarikón
(acróstico y abreviación de los nombres), guematría (correspondencia
y evaluación numérica de las palabras), temurá (permutación de las
letras)140. La influencia de estos trabajos será considerable y pronto se
167
extenderá por Italia, después en España y en Francia, una corriente
de esoterismo cristiano de la que Gilíes de Viterbe (1465-1532) y
Johannes Reuchlin (1455-1522) serán sus principales representan
tes. En Alemania es Henrich Cornelius Aggripa von Nettesheim
(1486-1535) quien, abriéndose a las verdades del De verbo mirifico,
publicará a su vez un Expostulatio super expositione sua in librum De
verbo mirifico, alabando la convergencia de las doctrinas hebraicas
con la de los Padres de la Iglesia. Encontraremos a continuación al
abad Johannes Trithemius (1462-1516), que cultivaba una pasión
por la cábala, siendo después Guillermo Postel (1510-1581) quien
se sumergirá a su vez en los misterios del Dios infinito.
En los escritos de estos cabalistas cristianos aparecerá de manera
significativa la figura de la Sabiduría, Sophia, que ellos designan bajo
el nombre hebraico de Chocbmah, o en ocasiones bajo su equivalente
latino Sapientia, o sea, en castellano, “Sapiencia”. Si en sus escritos la
Sophia es asimilada a la tercera persona de la Trinidad, es porque en el
árbol sefirótico Chocbmah, la segunda Sefirot, conduce a la emanación
de la tercera, es decir, Binah 141. En sus múltiples interrogaciones los
cabalistas cristianos se preguntarán muy a menudo, retomando las
preguntas planteadas por los doctores judíos, si no subsistirá, desde
el origen de los tiempos, una suerte de intermediario entre Dios y
su creación.
en los misterios de los cabalistas deben ser atribuidas por una admirable proporción
a las tres Personas de la Trinidad, el nombre de Ehie al Padre, el nombre de YHWH al
Hijo, y Adonai al Espíritu Santo. Ningún cabalista hebreo puede negar que el nombre
de Jesús, si lo interpretamos según los principios y manera de la cábala, signifique
otra cosa que Dios Hijo de Dios y Sabiduría del Padre por la tercera persona de la
divinidad que es el fuego del amor ardiente y unido a la naturaleza humana en la
unidad de su agente” (en Histoire de l’ésotérisme et des Sciences ocultes, J-P., Corsetti,
Larousse, 1992, pág. 200).
141 Guillermo Postel afirma: “El nombre de Jehová responde al Espíritu Santo más
inclinado al mundo inferior, cuya propiedad es BINAH, que quiere decir inteligencia
y ciencia práctica la cual procede de la Sapiencia y Poder. (...) pues la Chocbmah o
Sapiencia es mucho más cosas generales y celestes...” (Interprétation du Candélabre
deM oyse..., edición F. Secret, Nieuwkoop, 1996, pág. 365).
168
que significa casa y que es el sello de la Sabiduría. En esta Sabiduría,
como en una casa, todo existía por adelantado; a continuación, por
Elohin, o sea, el Espíritu Santo, todo se desplegó en formas propias”142.
169
entonces, bajo su pluma, en el abandono de la voluntad propia (la
famosa GelafSenheit de los místicos renanos del siglo xiv que será
recuperada con cierta insistencia por Martin Heidegger), una real
entrega entera y completa del espíritu al servicio de lo Divino.
170
es el único fundamental, Principio inaccesible, verdadera “Tiniebla”
a nuestros ojos. En su Mysterium Mágnum, una de sus obras más
convincentes, Bohme nos explica que la Sabiduría, precisamente, es
el verdadero vehículo de la revelación del Principio Infinito, ocupan
do, en este aspecto, un lugar central en el interior del movimiento
que induce al Principio en una suerte de paso que le conduce, poco
a poco, de la invisibilidad a la visibilidad:
171
su sacrificio y como consecuencia, a las almas para elevarlas hasta su
propia Divinidad. He aquí pues lo que escribe Saint-Martin en una
carta a Kirchberger, sobre este asunto, ofreciéndonos concerniente a
la Sabiduría luces absolutamente esenciales:
146 Saint-Martin será durante toda su vida un atento lector de las obras de
John Pordage (1608-1681), así como de las de Jane Leade (1623-1669), la célebre
fundadora de la “Sociedad filadelfiana”, de William Law (1686-1761) el traductor
inglés de Jakob Bohme, y de Emmanuel Swedenborg (1688-1772) del que evocará
en varias ocasiones sus escritos, no sin algunos enjuiciamientos realmente bastante
críticos, en El Hombre de deseo (1790).
172
descubrió igualmente, por mediación de Kirchberger, los textos de
Johann Georg Gichtel (1638-1710), visionario inflamado, amante
de la Virgen Sophia a quien prometerá, en un matrimonio místico
celebrado el día de Navidad de 1673, una fidelidad eterna, pronun
ciando con esta ocasión un voto definitivo de renuncia a las mujeres
terrestres147. Subrayemos que en una carta de fecha del 29 brumario
año II (1794), destinada a Kirchberger, Saint-Martin declarará haber
efectuado por su parte una idéntica unión con la Virgen Sophia. Le
confiará igualmente, en otra ocasión, siempre en relación al misterio
de la eclosión de la Sophia en nuestro interno, estas palabras de las
que es fácil evaluar su inmenso valor, puesto que en ellas se trata del
verdadero nacimiento, en nuestro centro íntimo y velado, no sola
mente de la Sophia, sino también del Verbo y de su Santa Madre, la
Virgen María148, que lleva en ella misma a la segunda Persona de la
Trinidad, nacimiento que debe, sin embargo, y para lo que a nosotros
concierne, operarse de manera totalmente espiritual:
147Notable por más de una razón, “johann Georg Gichtel desarrolla con extrema
fidelidad el dogma de la Sabiduría divina, explica Bernard Gorceix, al que nombra
“el misterio que le ha permitido progresar en el cristianismo”. A lo largo de sus car
tas, desarrolla el papel de la Virgen eterna, en Adam, en María, en el Cristo, en la
naturaleza creada. El teósofo de Amsterdam conoce todas las etapas de la meditación
boehmiana. Plan, modelo preexistente antes de la creación, intermediaria entre Dios y
la naturaleza, verdadero arquetipo, Sophia acaba y perfecciona la naturaleza eterna,
a la que confiere un cuerpo, un hábito y una morada. Ella es la expresión imaginada,
pero todavía no manifestada de Dios” (B. Gorceix, Flambée et agonie, mystiques du
XVIIe siécle allemand, Ed. Présence, 1977, pág. 284).
i4s Recordemos, concerniente a la Santa Virgen María, Madre de Nuestro Señor
Jesucristo, esta bella reflexión de Jean-Jacques du Roy d’Hauterive, puesta de ma
nifiesto por Saint-Martin el 5 de agosto de 1775, cuando la 58a lección destinada a
los Elegidos Cohén de Lyon: “La Virgen es verdaderamente reina del cielo y de todos
los espíritus: por ella podemos obtener, invocándola, a su hijo que no le niega nada;
lo que fue anunciado por el milagro de las bodas de Caná hecho como respuesta a su
súplica, y ella lo acompaña en todo su recorrido temporal de operación de reconci
liación” (Les Leqons de Lyon aux Elus coens, edición completa publicada según los
manuscritos originales, Robert Amadou, Dervy, 1999, pág. 273).
173
para aquellos que están un tanto a favor de las manifestaciones. Todo
lo que se presente físicamente, y en el exterior, no viene de nosotros,
ni de nuestro propio centro, aunque nuestro propio centro se realce y
regocije. Así el Verbo, la Sophia, María misma, que pueden manifes
tarse al exterior, serán el Verbo, la Sophia y María, ya formados antes
que nosotros, y buscando revivificarnos y animarnos en nuestra obra
personal que es la de hacer estas cosas en nosotros, no ya por una ge
neración en ser externo, como ello ha tenido lugar cuando la Mensch
Werdung [creación del hombre], sino por el renacimiento íntimo de
nosotros mismos que debe hacernos semejantes a todos estos seres por
la santidad, por la pureza y por la luz”.
149 “La sabiduría es bajo la pluma de Saint-Martin, como ella era en su corazón,
desde la infancia y para siempre. Ya que todo hombre es también una Sophia, en diversos
grados” (R. Amadou, Introduction á L’Homme de decir, editions du Rocher, 1994,
pág. 13).
150Señalemos que próximamente será publicada una edición, revisada, corregida
y anotada por Robert Amadou, de la correspondencia habida entre Saint-Martin y
Kirchberger bajo el título: SOPHIA ou les Mystéres Personnels de la Sagesse Divine,
Dialogue de Louis-Claude de Saint-Martin avec son ami N.A. Kirchberger, Ediciones
Arqa.
174
todavía demasiado débiles para recibir tales verdades. Al hilo de
esta hipótesis, es evidente, por ejemplo, que la afirmación repetida
en Martínez de una ruptura, que tuvo lugar originalmente, con las
terribles consecuencias que sabemos entrañó para la humanidad por
un alejamiento desgarrador y una privación dolorosa respecto a su
Creador, pone principalmente de manifiesto la imposibilidad en la
que se encuentra el hombre, actualmente, para acceder al dominio de
las generaciones espirituales a causa de esta falta imperdonable que ha
cortado y le ha privado radicalmente de su lazo con esta divina Sophia
que podemos contemplar como su auténtica “esposa espiritual” 151.
La incontestable prueba de esta primera influencia determinante se
encuentra en dos pasajes sacados del Cuadro natural de las relacio
nes existentes entre Dios, el hombre y el universo (la obra fue escrita
entre 1777 y 1778 aunque no fue publicada hasta 1782, por razón
de múltiples dificultades que impidieron una salida más rápida),
pasajes que nos muestran la Sabiduría en su actuar con respecto a la
generación divina y su lugar en la perspectiva de reintegración que
le incumbe al hombre realizar, en un período en el que Saint-Martin,
muy probablemente, ignoraba aún la obra de Bóhme. Las siguientes
líneas ponen en evidencia, de manera bastante directa, el papel que
ejerce la Sabiduría desde el punto de vista de la imagen, viniendo de
ella, recibida por el “Ser verdadero”, y subrayando su importancia
determinante en nuestra relación con “la Unidad” . Presentada como
siendo la única fuente de lo que, en la existencia, recibe el ser en
151 En un artículo titulado “Sophia, espejo de las formas”, que servía de intro
ducción a la presentación de algunos textos, entre los más significativos del Filósofo
Desconocido relativos a la Sabiduría, Nicole Jacques-Chaquin señalaba con toda
razón: “Lugar de expansión de la imaginación divina, Sophia interviene con toda
naturalidad en la emanación del más fiel espejo de Dios: el Adam primitivo. Ella
es la tierra espiritual, el principio del cuerpo glorioso. Cuando la prevaricación del
Ser perverso, ella sirve de prisión a Lucifer. Es por ella —y la filiación directa con la
doctrina de Martínez de Pasqually resulta aquí particularmente evidente— que el
primer hombre podía acceder al dominio de las generaciones espirituales, el de las
imágenes verdaderas. Y es dejándose fascinar por las imágenes falsas producidas por
el Enemigo, y por la Naturaleza, espejo secundario, que el Adam primitivo comete
un verdadero “adulterio” que lo separa de su esposa espiritual Sophia, y se sitúa en
la fuente de la degradación de la materia, obstáculo permanente, pero no infran
queable, a su reunión” (N. Jacques-Chaquin, Sophia, miroir des formes et desterre
des générations spirituelles, en Sophia ou l’áme du monde, Dervy, 1983, pág. 228).
175
proporción de su verdad, se la descubre sobre todo como produ
ciendo eternamente su acción en una suerte de continuada y fecunda
generación que le permite nacer, por efecto de sus propias facultades
intrínsecas, favoreciendo así la universal reproducción de su propia
imagen en el seno del mundo, rodeando por todas partes a los seres
vivos con su sutil y sensible presencia. Saint-Martin nos releva que:
176
ocupado por la Sabiduría desde el punto de vista doctrinal, se sitúa
en un corto texto que, a pesar de no comportar una fecha exacta, y
habiendo sido objeto de una edición en 1807 por Nicolás Tournier en
el seno de una recopilación reunida bajo el título de Obras postumas,
hubiera podido ser escrito, probablemente, en el momento mismo,
entre 1774 y 1776, en que se daban en Lyon las lecciones a los co
hén lioneses pertenecientes al Templo que dirigía por aquél entonces
Jean-Baptiste Willermoz (1719-1814). Estas líneas reflejan, como se
puede constatar, un real conocimiento de los poderes de la Sabiduría
y de su lugar fundamental en el seno de los equilibrios universales:
177
por el extraordinario taumaturgo del que Saint-Martin fue el íntimo
secretario, desde principios del año 1771 a mayo de 1772, fecha de su
partida definitiva para la isla de Santo Domingo, dejando al Filósofo
de Amboise en la soledad de su estancia en Burdeos. Sin embargo,
con toda evidencia, tanto más avanzará Saint-Martin en el seno de
las íntimas luces con las que el Cielo le gratificará, más le parecerá
necesario recalcar constantemente, con dulce insistencia, el incansable
recordatorio sobrenatural que recibimos discretamente, casi desde
nuestro nacimiento, buscando incitarnos a emprender seriamente
la obra de nuestra puesta en conformidad con la Divinidad que nos
quiere plenamente en ella, que desea vernos enteramente disponibles
a su gracia bienhechora. Ahora bien, esta puesta en conformidad
exige por nuestra parte una intensa colaboración con las intenciones
divinas, y nos obliga pues a una transformación efectiva de nuestro
ser, gravemente degradado y marcado por el peso de la prevaricación,
que debemos conducir con diligencia y solicitud, ya que lo que im
porta, más que nada, es que podamos recobrar lo más pronto posible
la imagen primitiva que poseíamos, y por la que sufrimos cruelmente
por no conservar los rasgos originales. Y es cierto, como nos lo enseña
Saint-Martin, que no es suficiente con ser capaz de descifrar, expresar
y traducir las “maravillas” de la Sabiduría de la que descubrimos, en
nosotros y fuera de nosotros, los trazos de su indecible presencia
trascendente, conviene, sobre todo e imperativamente, acceder a
las mismas e idénticas prerrogativas que ella, a fin de pasar de una
semejanza figurada, muy alejada de nuestro primer modelo, a una
imagen real y sincera que nos abrirá, finalmente, las puertas de la
gloria compartida para comunicar a la vez la sobrenatural felicidad.
Es en su obra que titulará El Hombre Nuevo, y que hará publicar
bajo las prensas de la Imprenta del Círculo Social, el año IV de la
Libertad, según la indicación circunstancial de la época, es decir en
1792, que Saint-Martin vuelve una vez más, algunos años después de
haberlo hecho en sus dos primeros libros, que son respectivamente:
De los errores y la verdad (1775) y el Cuadro natural (1782), sobre
la importancia de la misión de la que somos portadores, misión con
sistente en proceder a una verdadera obertura en nosotros mismos
178
para dejar lugar a la santa Palabra de Dios, lo que nos permitirá, si
para la felicidad nuestra lo logramos, volver a encontrar nuestro lugar
bendito cerca del Eterno:
179
orienta hacia el corazón del hombre, dándole la posibilidad de bañar
su espíritu en las aguas apacibles de la estancia de Paz y armonía en
que había estado situado en el origen de los tiempos, y de la que fue
desgraciadamente separado por su culpa, separación que lo obliga a
soportar ahora la dureza de un doloroso exilio.
Saint-Martin nos recuerda a ese efecto:
180
maduración de la idea de Sabiduría en las obras de Saint-Martin, y
no es sorprendente que después de haber sido, como él lo fue, hasta
ese punto entusiasmado por la obra de Jakob Bóhme, que aparezcan
bajo su pluma, de manera cada vez más regular y precisa, los temas
principales de las grandes verdades teosóficas expuestas por el genial,
y sobrenaturalmente inspirado, zapatero de Górlitz153. Meditando, a
la vez que traduciendo, los múltiples textos de este segundo maestro
181
que lo inquieta y transporta muy a menudo hasta las cumbres más
elevadas de la comprensión secreta de los grandes principios que
presiden el mundo de aquí abajo y que participan del mundo de
arriba, Saint-Martin ilumina su reflexión con una viva luz, de la que
maravillosamente hace partícipe a su lector. Volviendo, una vez más,
sobre la misión que vino a cumplir el Divino Reparador, el cual, re
duciéndose al estado de la criatura, por el misterio, según expresión
escogida por Saint-Martin, de su “homomificación”, se hizo carne
para liberarnos de la prisión material en la que estamos voluntaria
mente precipitados, nos revela que nuestro conocimiento debe llevar,
más allá del carácter exterior y temporal de la Encarnación, hasta el
Centro divino que es la Fuente misma a la que debemos prepararnos
para poder reunirnos, ya que éste es el único destino que nos colma
rá plena y definitivamente y nos curará totalmente de la convulsiva
amargura de nuestro desamparo presente. Contemplando, no sin
una penetrante percepción, los diversos estados que Nuestro Señor
tuvo que atravesar para descender hasta nosotros, Saint-Martin nos
describe, en algunas magníficas líneas, el extraordinario pasaje del
“Principio del amor eterno” hacia el hombre inmaterial, pasaje cum
plido por la virtud de la contemplación en el espejo de la SOPHIA,
luego, revistiéndose del elemento puro, nos explica su incorporiza-
ción en el elemento terrestre para hacerse carne gracias al concurso
de una virgen. Puesto incomparable el de este divino Reparador, del
que no siempre mesuramos la importancia como convendría, y que
es necesario revelar y anunciar a fin de que nadie pueda ignorar las
maravillas de la Nueva Alianza.
Es por lo que Saint-Martin escribe en su última obra que será igual
mente en la que quiere confiarnos los últimos y preciosos elementos
de un saber soberano154:
154 Con una cierta lucidez, Saint-Martin nos dice, refiriéndose a la acogida dispen
sada por parte del público a su obra el Ministerio del Hombre Espíritu: “Este [libro]
aunque más claro que los otros está demasiado lejos de las ideas humanas como para
182
gresiones de la inteligencia, hasta el centro divino al que pertenece.
Saquemos pues de la diversidad de caracteres con los que está revestido,
algunos medios para acomodar a nuestras débiles luces su homomi-
ficación espiritual que ha precedido con mucho a su homomificación
corporal.
Primeramente ha sido menester que siendo el principio eterno de
amor tomara el carácter del hombre inmaterial que era su hijo; y para
cumplir parecida obra, le ha bastado con contemplarse en el espejo
de la eterna Virgen, o SOPHIA, en la que su pensamiento ha grabado
eternamente el modelo de todos los seres.
Después de haberse convertido en hombre inmaterial por el solo
acto de la contemplación de su pensamiento en el espejo de la eterna
Virgen o SOPHIA, ha sido preciso que se revistiera del elemento puro,
que es este cuerpo glorioso engullido en nuestra materia desde el pecado.
Después de ser revestido del elemento puro, ha tenido que con
vertirse en principio de vida corporal, uniéndose al espíritu del gran
mundo o del universo.
Después de haberse convertido en principio de vida corporal, ha sido
preciso que se convirtiera en elemento terrestre, uniéndose a la región
elemental y de allí ha tenido que hacerse carne en el seno de una virgen
terrestre, envolviéndose de la carne proveniente de la prevaricación
del primer hombre, puesto que es de la carne, de los elementos y del
espíritu del gran mundo que venía a liberarnos”.
que pueda tener éxito; al escribirlo, he sentido a menudo como si estuviera tocando
en mi violín, valses y contradanzas en el cementerio de Montmartre, a donde hubiera
hecho bien en llevar mi arco, los cadáveres que allí están no oirían ninguno de mis
sonidos, y tampoco danzarían.” (Retrato, 1900).
155 Saint-Martin publicó esta obra a fin de financiar la edición de las traduc
ciones de Bohme que había realizado. Humildemente, en una carta del 5 termidor
(noviembre) año VIII destinada al yerno y la hija de su difunto amigo Kirchberger,
tendrá estas sorprendentes palabras que testimonian, innegablemente, una gran y
excepcional altitud de alma, no dudando en considerarse como un simple sirviente
del Templo, de entre los más bajos: “No son instrucciones comparables a las de los
183
activados desde el principio de los tiempos, Saint-Martin, con rara
maestría, nos permite, más aún si cabe, aproximarnos muy de cerca a
las grandes verdades de la historia divino humana. Aceptando llevar,
una vez más, un poco más lejos su discurso, nos muestra los resortes
desconocidos que sostuvieron secretamente la venida a este mundo de
Jesucristo, y el extraordinario lazo sobrenatural que ata esta presencia
al objetivo perseguido por la obra inteligente, viva y divina que debe
guiarnos hasta nuestra esperada redención:
“Es pues desde el momento mismo del pecado que, el corazón de Dios
homomificado o Jesucristo, ha sido concebido en la imagen primitiva
del hombre e incorporado con ella en su eterno amor, o en su eterna
sabiduría siempre virgen, que no es la virgen humana. Su concepción
temporal, su incorporización en el seno de María, su nacimiento terrestre
y su muerte corporal, no son más que el complemento sensible de esta
obra intelectual, viva y divina, aunque este complemento debió tener
lugar para que la obra alcanzara su término, puesto que el hombre
estaba infestado de toda la heterogeneidad de los elementos”.
grandes maestros, pero pueden preparar las vías y servir como introducción. Mi objeto
principal es desobstruir los senderos de la verdad, ya que me veo como el barrendero
del Templo”. Retomará por otra parte esta imagen en su Retrato, para mostrar la
dificultad de la tarea que incumbe a aquel que está encargado de efectuar, como fue
su caso, una auténtica labor de “barrido” espiritual: Como barrendero del templo de la
verdad, no debo pues sorprenderme de haber tenido tanta gente en contra. Las basuras
se defienden del barrido tanto como pueden” (Retrato, 1032).
156 “Todos nosotros somos viudos, nuestra tarea consiste en volvernos a casar, escribe
Robert Amadou, parafraseando a Saint-Martin. Somos viudos de la sabiduría (manera
de decir que somos viudos del Verbo). Después de haberla desposado, el hombre de
184
aún que comprendamos según lo interno, lo que significa verdade
ramente el divino sacrificio del Cordero, que es el sentido profundo
de la muerte del Reparador sobre la madera de la Santa Cruz, que
tenía por misión única y principal el liberarnos definitivamente del
elemento carnal corruptible, de este cuerpo de materia, de este pobre
“saco de piel” del que desgraciadamente estamos cargados y revestidos,
para hacernos acceder, en virtud de la promesa, a la región superior
que fue en su origen nuestro cuerpo primitivo, allí donde mora en
su plenitud la eterna SOPHIA:
¡Ay!, para nuestra mayor tristeza, por el lamentable estado en que nos
encontramos, lejos de aparecérsenos bajo el signo de la luz y la alegría,
la Sabiduría está obligada, en la actualidad, a tomar prestada la máscara
de duelo puesto que estamos separados de nuestro primitivo origen por
una barrera infranqueable que sumerge al mundo en una situación de
terrible confusión, en la que todo está invertido, trastocado, en la que el
deseo engendra en sí al hombre nuevo. Y todo está relacionado con el hombre nuevo,
con el hombre regenerado: la verdadera medicina, la verdadera poesía, la verdadera
realeza, el verdadero sacerdocio. Cuanto decimos está lejos de las ciencias humanas,
teología o ciencias del hombre.
La sabiduría es, después de las dos formas inferiores de la tierra, y antes de la
tierra divina, la del ternarium sanctum, en la que el hombre puede sembrar en espíri
tu, que puede fecundar. (Los conocimientos de biología en tiempos de Saint-Martin
le autorizan a saltar del registro animal al registro vegetal) El Cristo nace entonces
en nosotros; renacemos, renacemos de arriba; nacemos, renacemos en Cristo”. (R.
Amadou, Introducción al Hombre de deseo).
185
poder de la materia triunfa por completo, oscureciendo el conjunto de la
realidad existencial visible y golpeándola con una inquietante determi
nación tenebrosa:
186
en su lecho de dolor, porque, desde la caída, una sustancia extraña ha
entrado en sus venas, y no cesa de incomodar y atormentar el principio
de su vida; nos corresponde a nosotros llevarle palabras de consuelo
que puedan animarlo a soportar sus males; nos corresponde a noso
tros, digo yo, anunciarle la promesa de su liberación y la alianza que
la eterna sabiduría acaba de hacer con él.
Es un deber y es de justicia por nuestra parte, puesto que ha sido
el jefe de nuestra familia [Adam] quien ha causado la primera tristeza
al universo; podemos decir al universo que somos nosotros mismos
los que lo hemos hecho viudo: ¿no aguarda acaso a cada instante de
la duración de las cosas a que su esposa le sea devuelta?
Sí, sol sagrado, somos nosotros la primera causa de tu inquietud y
agitación. Tu ojo impaciente no deja de recorrer todas las regiones de
la naturaleza; tú lo levantas cada día por cada hombre; tú lo levantas
alegre, con la esperanza de que van a devolverte a esta esposa querida,
o eterna SOPHIA, de la que estás privado; tú llenas tu curso diario
pidiendo a toda la tierra, con palabras ardientes donde se peinan tus
deseos devoradores. Pero por la noche duermes en la aflicción y las
lágrimas, porque has buscado en vano a tu esposa; en vano se la has
pedido al hombre; no te la ha devuelto, y te deja permanecer todavía
en sitios estériles y moradas de prostitución”.
187
“Dios, habiendo destinado al hombre para ser perfeccionador de
la naturaleza, no le hubiera dado este destino sin darle la orden de
cumplirlo; no le hubiera dado la orden de cumplirlo sin darle también
los medios; no le hubiera dado los medios sin darle una ordenación;
no le habría dado una ordenación sin darle una consagración; no le
habría dado una consagración sin prometerle una glorificación, y no
le hubiera prometido una glorificación sino porque debía servir de
órgano y propagador de la admiración divina, tomando el lugar del
enemigo cuyo trono estaba invertido y desarrollando los misterios de
la eterna sabiduría”.
{El Ministerio del Hombre-Espíritu, op. cit., pág. 47)
188
LOS ÁNGELES
189
respecto a los espíritus celestes, con el fin de poder entrar en estos
dominios sutiles instruidos verdaderamente, en vez de satisfacernos
con nociones dispersas o confusas.
157 Las Santas Escrituras precisan que Dios es Creador de las cosas visibles e invi
sibles : «Por EL han sido creadas todas las cosas, las cosas que están en los cielos y las
cosas que están sobre la tierra, las visibles y las invisibles» (Col 1:16), y a este título
lo fueron los ángeles, creados antes de que la tierra estuviera constituida: «iDónde
estabas tú cuando fundaba yo la tierra... cuando las estrellas de la mañana cantaban
juntas y todos los hijos de Dios estallaban de alegría ?» (Job XXXVIII:4-7); señalando
las cosas invisibles que residen en lo que se designa como «los cielos» que, más que
un lugar situado sobre el plano geográfico, representa una «situación» sobrenatural,
un estado inefable, un dominio de naturaleza inmaterial.
158 Las diferentes expresiones de las Santas Escrituras nos muestran que son
muy numerosos delante del trono del Cordero de Dios: «su número era miríadas de
miríadas y miles de miles» (Apocalipsis V :ll).
San Mateo nos enseña que doce legiones de ángeles estaban a la disposición del
Señor (Mateo XXVL53). Al final de los tiempos nos indica Jude: «el Señor aparecerá
en medio de sus santas miríadas» (Jude 14).
190
En tanto que espíritus, los ángeles son invisibles, no los vemos,
mientras están alrededor nuestro nos acompañan, incluso velan por
nosotros159. Sin embargo, cuando Dios decide confiarles un men
saje, una palabra, una enseñanza o una revelación para el hombre,
se revisten entonces para ello con un cuerpo, o más exactamente
una apariencia «corporal», al mismo tiempo que son y permane
cen como puros espíritus160. Comedle describió así al mensajero
divino que lo visitó: «Un hombre se puso ante de mí con un vestido
brillante» (Actas X , 30). Durante la Resurrección del Cristo, dos
Ángeles (Juan X X : 12) estaban allí, parecidos a hombres con « ves
timenta brillante de luz» (Lucas XXIV:4), y anunciaron a María
de Magdala y a las demás mujeres que el Señor había resucitado
de entre los muertos161.
Varios pasajes de las Escrituras nos hablan de los Ángeles como
distinguidos y diferenciados en diversas órdenes según una jerarquía
precisa: los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potes
159 El célebre Juan Tauler (1300-1361) nos describe de la manera siguiente lo que
son los ángeles: «No sé muy bien en qué términos se puede o se debe hablar de estos
espíritus puros, puesto que no tienen ni manos, ni pies, ni cara, ni forma, ni materia;
ahora bien, el espíritu y el pensamiento no pueden captar un ser que no tenga nada de
todo esto; écómo se podría entonces hablar de lo que son? No podemos conocerlos, y
no debe sorprendernos, ya que no nos conocemos a nosotros mismos. No conocemos
el Espíritu que nos hace hombre, y del que recibimos todo lo que tenemos de bueno:
icómo podríamos conocer pues a estos espíritus superiores cuya nobleza está muy
por encima de todo lo que puede presentar el mundo entero?» (J. Tauler, Sermón n°
67, Ed. du Cerf, 1980).
160 Dos ángeles son especialmente nombrados en las Escrituras. Uno es Mijael o
Miguel, quien es llamado el Arcángel o jefe de los ángeles (Jude 9). La significación
gloriosa de su nombre es: «iQuién como Dios?» Se le presenta como defensor del
pueblo judío. En Daniel es llamado uno de los primeros jefes y lucha contra el rey
de Persia en favor de los Judíos (Daniel X : 13-21; XII: 1); en el Apocalipsis lo vemos
a la cabeza de sus Angeles combatir en el cielo contra Satanás y sus Angeles tene
brosos (Apocalipsis XII: 7). El segundo Angel cuyo nombre nos es dado es Gabriel,
es decir: «hombre de Dios». Es a él a quien Dios envió a Zacarías para anunciarle el
nacimiento de su hijo Juan, quien debía ser el «Precursor del Señor», y a María para
decirle que sería la madre del Salvador (Lucas 1:19-26). También fue enviado a Daniel
para revelarle que al cabo de un tiempo determinado el Mesías, el Cristo, aparecería
(Daniel IX:21-25), y para darle a conocer el fin de un rey impío y persecutor que
debe elevarse en el último día (Daniel VIII:16-25).
161 Los ángeles también han aparecido en llamas de fuego en el caso de Eliseo (II
Reyes VI: 17), y es bajo esta apariencia como ejercerán en el juicio final: «El Señor
Jesús será revelado desde el cielo con sus poderosos ángeles, en llamas de fuego, ejer
ciendo la venganza contra los malvados» (IIa Tesalonicenses 1:7-8).
191
tades (Col 1:16; Efesios III: 10)162. En Isaías vemos a los Serafines
celebrando la santidad del Señor de los ejércitos (Isaías VI:2-3),
y en varios pasajes trata de los Querubines que son los ejecutores
de los juicios de Dios. Después de echar al hombre pecador del
jardín del Edén, el Eterno colocó a los Querubines para guardar
el camino del árbol de vida, a fin de que el hombre no se acercara
(Génesis III:24)163.
162 La clasificación de los ángeles en nueve coros, según santo Tomás de Aquino
(Suma Teológica la pars, q. 50 a 66), es la siguiente: Serafines, Querubines, Tronos,
Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados, Arcángeles, Angeles.
163 Jean-Marie Vernier, en su obra sobre los Angeles, describe así el orden de la
sociedad angélica tal como lo establece Dionisio, comentado por santo Tomás de
Aquino:
« La sociedad angélica se divide en tres jerarquías:
I o) la primera conoce en Dios mismo la «razón» de los seres, la segunda la
conoce en las causas universales, la tercera en las causas particulares. A
la primera le compete la consideración del fin, Dios siendo causa final
de toda la creación;
2o) a la segunda la disposición universal de los agentes;
3o) a la tercera la ejecución de esta disposición.
Pertenecen a la primera jerarquía los ángeles cuyos nombres son pronunciados
con respecto a Dios, a la segunda aquéllos cuyos nombres designan el gobierno,
a la tercera aquéllos cuyos nombres indican la ejecución. El fin puede ser con
siderado de tres maneras: se le puede conocer, conocerlo perfectamente, fijar en
él su intención. La primera jerarquía comprende pues: los Tronos que conocen a
Dios, fin universal; los Querubines que conocen los secretos divinos; los Serafines
unidos con Dios.
Del mismo modo, el gobierno tiene tres aspectos: la definición de los actos por
cumplir —la cual pertenece a las Dominaciones—, la posibilidad de cumplirlos —que
compete a las Virtudes—, la manera de cumplirlos -función de las Potestades. Final
mente, en la ejecución, algunos dirigen: los Principados; otros ejecutan: los Angeles;
otros son intermediarios: los Arcángeles.
Esta división, dijo santo Tomás, es conveniente, puesto que siempre el orden más
elevado de una jerarquía inferior tiene alguna afinidad con el orden menos elevado
de la jerarquía superior. En el capítulo LXXX del Libro III del Contra los Gentiles,
santo Tomás, quien explica un poco diferente esta división de los ángeles, precisa,
siguiendo una vez más a Dionisio, la significación de los nombres angélicos. Los Se
rafines son denominados así porque arden en amor por Dios; los Querubines tienen
la plenitud de la ciencia; los Tronos consideran los juicios divinos en sí mismos (el
trono es el símbolo del poder judicial). Las Dominaciones mandan (el nombre de
dominación indica esta primacía); las Virtudes son poderosas en la aplicación de los
mandamientos divinos; las Potestades conservan el orden establecido en el universo
y contienen a los Poderes contrarios. Los Principados velan sobre los reinos; los Ar
cángeles mandan a los Angeles pero son inferiores a los Principados; los Angeles son
enviados a los hombres» (Cf. J.-M. Vernier, Los Angeles en Santo Tomás de Aquino,
Nuevas Ediciones Latinas, Colección Angelología III, 1986).
192
II. PRIMER CONTACTO DE SAINT-MARTIN CON LA TEÚRGIA
ANGÉLICA
193
sabiamente las luminarias en su cuarto de operaciones con el fin de
que pudieran efectuarse los contactos con las potencias invisibles165.
Rezaban e invocaban mucho a los nombres angélicos con Pas-
qually, que insistía en la necesidad de proceder intensamente con
la obra mayor de reconciliación, y Saint-Martin, como perfecto y
disciplinado émulo, concentraba sus esfuerzos con un fervor real,
implicándose enormemente en los ritos, los cuales pronto dejarán de
tener secretos para él166. Martines enseñaba que algunos de los seres
emanados, es decir, los Ángeles, habiendo fallado originalmente en
su misión por una revuelta culpable, el mundo material fue creado
con el fin de aprisionar a esos espíritus rebeldes en unas cadenas
limitantes. Al hombre, originalmente emanado y beneficiando de un
estatus importante en el orden divino, le había sido confiada la misión
de dirigir el Universo y contribuir, con la ayuda de los Ángeles fieles
a Dios, a la reunificación general. Según esta enseñanza, el hombre
debe mantener hoy, por este motivo, una relación privilegiada con
los buenos Ángeles, los cuales son sus supereminentes ayudantes en el
trabajo que le está reservado. El culto cohén celebrado por el hombre
busca pues, en primer lugar, restablecer una relación con las potencias
165 Robert Amadou nos da los elementos siguientes referentes al culto celebra
do por los Élus Cohén: «El culto de los Elus Cohén comprende diecisiete tipos de
operaciones, llamadas a menudo cultos. Estos cultos son respectivamente dichos de
expiación; de gracia particular y general; contra los demonios; de preservación y de
conservación; contra la guerra; de oposición a los enemigos de la ley divina; para
obtener el descenso del espíritu divino; de fortalecimiento de la fe y de la perseverancia
en la virtud espiritual divina; para la fijación del espíritu conciliador divino con uno
mismo; de la dedicatoria anual de todas las operaciones del Creador. Cada operación
pone en acción gestos y palabras, perfumes y diseños, números, hieroglíficos y 2.400
nombres angélicos secretos. (...) el cohén es un sacerdote. La respuesta no depende
del hombre solo, menos aún del gran soberano: depende de Dios, y los ángeles no
tienen utilidad sino para dar, si Dios lo quiere, acceso a la Cosa» (R. Amadou, Elus
Cohén, en Enciclopedia de la franc-masonería, 2000, p. 249).
166 a veces, durante las agotadoras sesiones, que requerían mucha energía,
poniendo en peligro sus débiles fuerzas, le surgieron algunos problemas como lo
cuenta él mismo: «En la iniciación que recibí y a la que debo a continuación todas las
bendiciones que me colmaron, me pasó dejar caer al suelo el escudo, lo cual provocó
el desconsuelo del maestro; también a mí, porque eso no me anunciaba en el porvenir
mucho éxito. Pero comprendí entonces que era mi contextura la que quería que para
las cosas de este mundo yo estuviese siempre a un lado, o por debajo, sin que eso
pudiera hacer nada para mi avance y mis expectativas en otro orden de cosas. Era
también un tipo de mi divino simple» (Retrato, 58).
194
intermediarias, con los Ángeles, de modo que puedan emprender el
trabajo de «Reintegración».
195
exigen unas condiciones espirituales con las que nosotros no siempre
cumplimos [...]■ El Sr. de Saint-Martin no da ninguna explicación; se
limita a decir que de todo ello tiene nociones espirituales de las cuales
saca buenos frutos, que lo que nosotros tenemos es demasiado com
plicado y no puede ser sino inútil y peligroso, ya que sólo lo simple
es seguro e indispensable. Le enseñé dos cartas de Don Martines que
le contradicen sobre ello, pero contestó que no era el pensamiento
secreto de D.M. [...]»167.
167 He aquí la carta del hermano Salzac: «Como no creyó deber confiarme lo que
le llevó a su visión, tampoco al hermano Mallet que estaba presente, os agradecería
nos instruyera sobre ello, siempre que no os enseñara nada. Parece, según este M. P.
M. que estamos en el error y que todas las ciencias que Don Martines nos legó están
llenas de incertidumbres y peligros, porque nos confían a operaciones espirituales
con las que no siempre cumplimos. El hermano Mallet contestó que en la mente de
Don Martines, sus operaciones eran siempre la mitad para salvaguardarnos, o sea,
dos contra dos, para hablar como nuestro maestro, y por lo tanto, por poco que hicié
ramos para cumplir la quinta potencia que el adversario pudiera ocupar, estaríamos
asegurados de la ventaja. Pero el M. P. M. de Saint-Martin se limita a esta última
potencia y descuida el resto, lo cual es como colocar al carro delante de los cuatro
caballos. Le hicimos ver que nada permitiría jamás unos cambios parecidos o más
bien supresiones; que siempre habíamos operado así con el mismo Don Martines, y
por ahora sólo teníamos que alabarnos de sus instrucciones. Le ahorro el resto y las
observaciones poco amables del hermano Mallet. El Sr Saint-Martin no da ninguna
explicación; se limita a decir que de todo esto sólo tiene nociones espirituales de las
que saca buenos frutos; que lo que tenemos es demasiado complicado y no puede
ser sino inútil y peligroso, ya que sólo lo simple es seguro e indispensable. Le enseñé
dos cartas de Don Martines que le contradicen en esto, pero respondió que no era el
pensamiento secreto de D.M.; que la luz se haría en nosotros sin que necesitáramos
de todo esto y nuestras buenas intenciones son las más seguras garantías de seguridad.
¿Qué objetar a esto, sino lo que siempre dijo el Gran Soberano?, lo cual nos probó
por sus actos y lo que nos demuestran nuestros trabajos. Para concluir, le hicimos
entender que estábamos poco determinados a seguir en su vía. Al cabo de cuatro
horas, se fue descontento”. (Carta inédita de Salzac al hermano Frédéric Disch, de
Metz, Antiguos archivos Villaréal. E. VI).
196
espiritual, que se había acrecentado desde la muerte de su maestro,
donde la depuración y la transparente simplicidad substituirían a
las formas y las operaciones externas, las cuales se convirtieron, a
su modo de ver, en no esenciales. Su discurso era una invitación a
entrar en «la obra depurada», obra fundada en el recogimiento, el
silencio, la meditación solitaria, la intimidad de corazón a corazón
con Dios. Tal era la naturaleza de su nuevo apostolado, lo cual le
hacía rechazar con fuerza el sometimiento a la relatividad de los
fenómenos, la dominación de las potencias de los mundos inter
mediarios, la sumisión a los espíritus aún presos de su condición.
Según él, sólo la unión con Dios merecía nuestro esfuerzo. Esto
era el único y auténtico objeto que debía ser digno del verdadero
«hombre de deseo».
Explicará este abandono de la vía externa a su amigo Kirchberger
en estos términos:
«No miro todo lo que atañe a estas vías externas sino como pre
ludios de nuestra obra, puesto que nuestro ser, siendo central, debe
encontrar en el centro donde ha nacido todos los auxilios necesarios
a su existencia. No le oculto que he caminado antaño por esta vía
fecunda y exterior, que es la vía por la cual me abrieron la puerta
de la carrera; aquél que me guiaba tenía virtudes muy activas, y la
mayoría de aquéllos que le seguían conmigo han sacado confirmacio
nes que podían ser útiles a nuestra instrucción y nuestro desarrollo.
Pese a ello, desde siempre sentí una inclinación tan grande hacia
la vía íntima y secreta que esta vía exterior no me sedujo de otro
modo, incluso en mi juventud más grande; puesto que es a la edad
de veintitrés años cuando me abrieron todo sobre esto, en medio de
cosas tan atractivas para otros, mediante medios, fórmulas y prepa
rativos de todo género a los que nos dedicábamos. Me ocurrió varias
veces decir a nuestro maestro: ¿Cómo, maestro, es necesario todo
esto para el buen Dios? Y la prueba de que todo esto no eran sino
sustituciones es que el maestro nos respondía: hay que contentarse
con lo que se tiene»16*.1
8
6
168 Carta a Nicolás Antoine Kirchberger, barón de Liebisdorf, publicada por MM.
Schauer y Alp. Chuquet, en Correspondencia inédita de Louis-Claude de Saint-Martin,
París, Dentu, 1862, p. 15.
197
IV. REVELACIÓN DE SAINT-MARTIN SOBRE EL MINISTERIO
DE LOS ÁNGELES
169 «En cuanto a los ángeles, sabemos que son “todos espíritus cuya función es
ser enviados en servicio, al provecho de aquéllos que deben obtener la herencia de
la salvación” (Heb. 1:14). Es verdad, sobre todo de los ángeles guardianes especial
mente apegados a cada uno de nosotros. Su caridad para con nosotros no es sino
una manifestación de su dedicación a la causa divina y de su celo por el honor de
Dios. Podemos contar con su ayuda poderosa en la lucha contra el mal y acudir a
ellos para obtener por su intermediación, con la protección de nuestra vida temporal,
las gracias que bajo forma de buenos pensamientos, de ímpetu hacia el bien, horror
al mal, nos permitirán desbaratar las astucias y trampas del “maligno”, responder
a las llamadas de Dios y prepararnos así a tomar, con alegría, nuestro sitio al lado
de aquéllos que se hayan mostrado tan fraternales durante nuestro peregrinaje aquí
abajo» (Joseph de Guibert s.j., Lecciones de teología espiritual, tomo I, Apostolado
de la Oración, 1943).
170 El padre Jean Daniélou escribe lo siguiente concerniente al papel del ángel
guardián: «Entre las funciones que los ángeles guardianes cumplen con aquéllos que
les son confiados, las hay de las que ya hemos hablado y de las que volveremos a
hablar. Tal es en particular el papel de “instructor”, por el cual son mensajeros al
lado de las almas de buenas inspiraciones. Comienzan esta misión con los paganos
que les son confiados para conducirlos a la fe. La prosiguen con los catecúmenos,
luego con los neófitos. Y veremos que continúa a lo largo del ascenso espiritual hasta
el umbral de la unión con Dios. Queríamos indicar aquí otras funciones que les son
atribuidas por los Padres. Protegen al alma contra los trastornos exteriores e interiores.
Están encargados de retomarla (al alma) y castigarla cuando se desvía del camino
recto. La asisten en su oración y transmiten sus peticiones a Dios. Estas tres funciones
están designadas por los Padres bajo tres títulos dados al ángel guardián: es el ángel
de la paz (Crisóstomo), el ángel de la penitencia (Hermas) y el ángel de la oración
(Tertuliano). Es interesante destacar algunas de las expresiones que designan al ángel
guardián, los cuales nos ayudan a comprender su papel. Es llamado guardián o guardia
(Eusebio, Co. salm., 47; P.G. XXIII, 428 C). Encontramos también los términos de
encargados (Eusebio, Dem. Ev., IV, 6; P.G. XXII, 268 A) o vigilantes (Eusebio loe.
cit.) (Basilio, Ep., 11, 238; P.G. XXXII, 889 B) (Greg. Naz., Or., XL1I, XXXVI, 492
B). Otra denominación es la de asistente (Basilio, Sp. Snct., 13, 29; P.G. XXXII, 120
198
apoyo171, aquél al que debemos de estar atentos a la dulce presencia,
garantía de la purificación de nuestro corazón.
Pero si esta presencia a nuestro lado del espíritu buen compañero
es un precioso viático, una ayuda compasiva, un guía importante, una
199
verdad a menudo ignorada por los lectores de Saint-Martin, es verdad
que sin embargo sólo ella nos da a comprender lo que constituye al
mismo tiempo la originalidad del pensamiento del Filósofo Desco
nocido así como la gran diferencia con la enseñanza de Pasqually.
Es igualmente uno de los puntos menos comprendidos del pensa
miento de Saint-Martin, puesto que echa por tierra, casi totalmente,
en cierta medida, la concepción habitual que se tiene de la relación
del hombre con los ángeles.
En efecto, y he aquí un punto esencial, Saint-Martin nos revela que
el ángel buen compañero, nuestro fiel guardián, depende enteramente
de nosotros para poder sentir los efectos del sol eterno, para acceder
a la vida divina de la que está alejado en razón de su ministerio con
la humanidad.
He aquí cómo Saint-Martin expresa esta verdad importante:
«El amigo fiel que nos acompaña aquí abajo, en nuestra miseria,
está como aprisionado con nosotros en la región elemental, y aunque
goce de su vida espiritual, no puede disfrutar de la luz divina, de las
alegrías divinas, de la vida divina sino por el corazón de este mismo
hombre que fue elegido para ser el intermedio universal del bien y de
mal. Esperamos de este amigo fiel todos los auxilios, todas las protec
ciones, todos los consejos que necesitamos en nuestras tinieblas y todas
las virtudes para sufrir el decreto de nuestra prueba en la que no tiene
derecho para cambiar nada; pero a cambio está esperando de nosotros
que por el fuego divino que debería abrasarnos, le hagamos sentir el
calor y los efectos de este sol eterno del que se mantiene alejado por la
pura y viva caridad que lo anima en favor de la desdichada humanidad».
200
cuestión a menudo ignorada por los lectores de las Santas Escrituras,
principalmente el pasaje del apóstol Mateo en el que evoca la visión
de los ángeles de los niños:
201
todas las demás en el marco de su camino hacia la luz, consiste en la
recepción del bautizo de regeneración tomado interiormente de las
manos del compañero fiel:
202
He aquí la explicación:
203
auxilios en muchos asuntos, nos necesitan para el único objeto de la
búsqueda iniciática, a saber, el conocimiento de Dios.
En efecto, en lo que insistía Saint-Martin era en que no nos com
pete a nosotros «rezar» a los ángeles para que nos hagan conocer a
Dios, sino a ellos pedírnoslo porque tenemos que instruirlos, ya que
el hombre solo, por el Hijo, puede hoy acercarse al Padre desde su
naturaleza.
Esto es lo que dice admirablemente Saint-Martin en un pasaje del
Ministerio del Hombre-Espíritu:
204
eso se hace posible en razón de la superioridad de nuestro espíritu
anímico sobre el de los ángeles172.
Así pues, si los ángeles están en situación de darnos muchas con
solaciones, a cambio están esperando con impaciencia ser instruidos
por el hombre:
172 «Sí, el hombre, desde la caída, fue de nuevo puesto en la raíz viva que debe
operar en él todas las vegetaciones espirituales de su principio. Es por ello que si se
elevara hasta la fuente viva de la admiración, podría comunicar, por su sola existencia,
los vivos testimonios. También es el único medio por el cual los planos divinos pueden
cumplirse, porque el hombre ha nacido para ser el principal ministro de la Divinidad;
puesto que hoy incluso el cuerpo material que llevamos es muy superior a la tierra.
Nuestro espíritu animal es muy superior al espíritu del universo por su unión con
nuestro espíritu anímico, que es nuestra verdadera alma; y nuestro espíritu anímico es
muy superior a los ángeles. Pero el hombre abusaría de sí mismo si pretendiese avanzar
en la obra del Hombre-Espíritu, sin haber reavivado en él esta savia santa que se ha
hecho espesa y congelada por la universal alteración de las cosas». (El Ministerio del
Hombre-Espíritu, 1802).
205
Este secreto de todos los conocimientos, la culminación de todas
las vías iniciáticas, el «término y descanso» de todas las religiones, en
realidad el verdadero cristianismo que nos da por fin el sentido de
las palabras de Saint-Martin:
¿En qué consiste pues esta auténtica religión, este santo ministerio del
hombre-espíritu, a la vez cristianismo verdadero y término y reposo
de todas las religiones? He aquí la respuesta:173
173 El texto de Saint-Martin sigue así: «De esta forma, existe algo muy destacable,
que en los cuatro Evangelios, que descansan en el espíritu del verdadero cristianismo,
la palabra religión no se menciona ni una sola vez y que, en los escritos de los após
toles que completan el nuevo testamento, sólo se menciona cuatro veces: una en los
Hechos (XXV1:5), en donde el autor se refiere a la religión judía; la segunda en los
Colosenses (11:18), donde el autor se limita a condenar el culto o la religión de los
ángeles; la tercera y cuarta figuran en la Epístola de Santiago (1:26 y 27), donde dice
simplemente: 1) aquél que no reprime su lengua y libra su corazón a la seducción, no
posee más que una religión vana, y 2) la religión pura y sin mácula consiste en visitar
a los huérfanos y las viudas en sus aflicciones y guardarse de la corrupción del siglo;
ejemplos a través de los cuales el cristianismo parece tender más hacia una sublimidad
divina o hacia el lugar de reposo que a revestirse de los colores que acostumbramos a
denominar religión». (El Ministerio del Hombre-Espíritu, 1802).
206
«Ahora bien, este m inisterio consiste en llenarse de m aravillosas
fuentes divinas, que se engendran ellas m ism as de toda la eternidad,
con el fin de que sólo con el nombre de su m aestro, el hombre preci
pite a todos sus enem igos a l abism o, a fin de que libere las diferentes
partes de la naturaleza de las trabas que lo encierran y lo mantienen
en la esclavitud, con el fin de que purgue la atm ósfera terrestre de
todos los venenos que la infectan; a fin de que preserve el cuerpo de
los hombres de todas las influencias corruptas que le persiguen, y de
todas las enferm edades que les afligen; a fin de que preserve aún m ás
sus a lm a s de todas las insinuaciones m align as que les alteran, y su
espíritu de todas las imágenes tenebrosas que le obscurecen; a fin de
que devuelvan el reposo a la palabra que las falsas palabras hum anas
mantienen en el duelo y la tristeza; a fin de que satisfa g a los deseos de
los ángeles que están esperando de él el d esarrollo de la s m arav illas
de la n atu raleza; a fin de que, en un a p a la b ra , el universo se llene
de nuevo de D ios com o la eternidad. H e a q u í lo que se podría llam ar
la oración diaria del hombre o su breviario natural; verdad profunda,
que la iglesia externa quizá creyó no deber enseñar, pero de la que con
serva a l m enos la figura m etiendo el breviario de los sacerdotes entre
sus deberes rigurosos; he aq u í el em pleo que el hombre puede esperar
obtener cuando se eleve hacia su principio, y se atreve a solicitarlo
salir de su propia contem plación p ara venir a l auxilio de la n atu ra
leza, a l auxilio del hombre y a l auxilio de la p alab ra: tal es la época
que el espíritu espera y p or la que suspira con gem idos inefables». (El
M inisterio del H om bre-Espíritu).
207
hombre, el segundo en la regeneración del Universo, y después que
el hombre devuelva por fin, cerrando el gran ciclo de la Historia, el
reposo a la «Palabra Eterna». Ahora bien, si esta obra debe ser em
prendida, obliga a que sea desvelado imperativamente en el corazón
del hombre, no sin dolor a veces, el Verbo, el «Logos» que reside allí,
puesto que allí está su secreta morada.
Para ello, no es necesario en absoluto utilizar métodos periféricos,
técnicas complejas; aquél que desea dar nacimiento al Verbo Divino
en su interior no debe olvidar que está llevado, arrastrado, por un
poderoso movimiento «...porque es la acción misma, por no decir la
generación viva del orden divino, la que quiere pasar por [él]».
208
EL SACERDOCIO SEGÚN SAINT-MARTIN
174 Sacerdote viene del latín sacerdotum (sacer: sagrado - dotum: dote), función
de aquellos que tienen el privilegio de lo sagrado pero también que experimentan esta
relación con lo sagrado que se declina por la intercesión, es decir, la ofrenda de las
oraciones a las que hace seguir los sacrificios de la antigua alianza o de la celebración
eucarística hoy en día, y la mediación consiste en transmitir las enseñanzas, las pala
bras y las bendiciones de Dios (dos términos en griego: leqog : sagrado, como en latín
“p re sb u te r o s orden o sacerdocio de los sacerdotes que da en latín presbyteriutn).
209
“L a prim era Religión del hombre perm anece invariable, él está, a
pesar de su caída, sujeto a los mismos deberes; pero com o ha cam
biado de ambiente, ha sido necesario tam bién que cam bie de Ley para
dirigirse en el ejercicio de su Religión. Ahora bien, este cam bio no es
o tra co sa que el e sta r som etido a la n ecesidad de em plear m edios
sensibles p a r a un culto que no debía conocerlos nunca. Sin em bargo,
com o estos m edios se le presentan de fo rm a n atu ral, los encuentra
fácilmente, pero necesita mucho más, ciertamente, p a ra hacerlos valer
y servirse de ellos con éxito. En prim er lugar, no puede hacer nada sin
reencontrar su A ltar; y este A ltar está siempre cubierto de L ám p aras
que no se apagan nunca, y que han subsistido mucho tiem po com o el
A ltar m ismo. En segundo lugar, el incienso siempre se m antiene con
él, de form a que en todo m om ento puede librarse a los actos de su
Religión” (De los errores y de la verdad).
“Bendito sea el D ios y Padre de nuestro Señor JesuC risto, que nos
ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos,
en C risto ...” (Efesios, 1:3).
210
“Aprende [que tu] Ser intelectual [es] el verdadero templo; que las
luminarias que le deben iluminar son las luces del pensamiento que le
rodean y le siguen en todas partes; que el sacrificador es la confianza
en la existencia necesaria del Principio del orden de la vida; es esta
persuasión ardiente y fecunda ante la que la muerte y las tinieblas
desaparecen; que los perfumes y las ofrendas es [tu] oración, es [tu]
deseo y [tu] altar para el reino de la exclusiva unidad’’'’ (La Tabla
natural, XVII).
175 Cf. Joseph de Maistre, Veladas de San Petesburgo, XIo conversación, 1821; E.
Caro, Ensayo sobre la vida y la doctrina de Saint-Martin , Hachette, 1852, p. 71. En
realidad es en primer lugar el Mercure de France quien anuncia la desaparición del
teósofo de Amboise sobrevenida el 13 de Octubre de 1803, señalando que Saint-Mar
tin no quiso un sacerdote (Mercure de France, 18 de marzo de 1809, n° 408, p.
499 ss.). Joseph de Maistre, siempre en sus Veladas de San Petesburgo, contrariado,
señala que Saint-Martin no creía en la legitimidad del sacerdocio cristiano:
hay que leer sobre todo el prefacio que [Saint-Martin] ha situado al principio de su
traducción del libro de los Tres Principios, escrito en alemán por Jakob Bóhme: es por
lo que después de haber justificado hasta un cierto punto las injurias vomitadas por
este fanático contra los sacerdotes católicos, acusa a nuestro sacerdocio al completo
de haber frustrado su destino” [en el prefacio de la traducción citada, Saint-Martin
se expresa de la siguiente forma: “Es a este sacerdocio que debería incumbir la
manifestación de todas las maravillas y de todas las luces de las que el corazón y el
espíritu del hombre tendrían para sí una apremiante necesidad” (París, 1802, in-80,
prefacio, p. 3)], es decir, en otros términos, que Dios no ha sabido establecer en su
religión un sacerdocio tal como habría debido ser para completar sus vistas divinas”.
(J. de Maistre, Veladas de San Petesburgo, XIo conversación).
211
tiempo y que incluso debe, según toda probabilidad, haberse originado
muy temprano, desde la época (entre los años 1768 y 1774) en que
estudiaba y descubría nuevas luces, en Burdeos, al lado de su primer
maestro Martines de Pasqually.
Este último, no lo olvidemos, aunque exigía de sus discípulos una
completa pertenencia y comunión con la Iglesia católica romana para
poder ser admitidos en la Orden de los Caballeros Masones Élus
Cohén del Universo, era igualmente muy crítico en sus juicios en
materia religiosa, y no escatimaba en la virulencia de sus ataques a la
consideración de los sacerdotes a los que juzgaba como ignorantes
de los misterios de su propio sacerdocio.
176 “El pensamiento religioso de Saint-Martin rechaza incluso las formas religio
sas, señaladamente los sacramentos de la Iglesia, salvo privándolos de toda forma,
incluso de la Iglesia. Pero ningún discípulo del teósofo de Amboise se creía obligado
a rechazar la Iglesia y sus sacramentos. El aprenderá, al contrario, lo que Martines
y Saint-Martin ignoraban, lo que es la Iglesia y lo que son los sacramentos”. Cf. R.
Amadou, en la Introducción al Tratado sobre la reintegración de los seres, Colección
martinista, 1995, p. 37.
212
presidía la edificación de la venerable institución de la cual él mismo
era miembro bautizado, conociendo perfectamente las riquezas de su
iglesia, el inmenso aporte de su tesoro espiritual que se traduce por
un desarrollo fecundo y excepcional de Ordenes religiosas produc
toras de favores y de santidad, la larga e impresionante difusión de
escritos místicos de un valor extremadamente elevado, la contribución
incomparable a la inteligencia y profundización en la fe de textos
magníficos redactados por doctores y teólogos entre los más sabios
y esclarecidos y, sobre todo, la extraordinaria beatitud que el culto
latino conservaba aún en estos años marcados por los decretos del
Concilio de Trento, y todas las cualidades, las virtudes y la sublime
pureza de la antigua liturgia gregoriana.
Es por lo que no creemos que la cuestión suscitada por Saint-Martin,
en lo referente a su rechazo crítico del sacerdocio cristiano tal como
es profesado por los sacerdotes de su tiempo, no concierne solamente
a la Iglesia católica, sino que hace referencia, en realidad, a todos los
sacerdocios y sacramentos conferidos por la intermediación de las
instituciones humanas, y por ello se entiende todas las iglesias, tanto
la occidental como la oriental, incluida la antioquena.
213
por Cristo, no es otra que la misma verdad de la Escritura tal como
enseña Pablo:
“ Creo — dirá— que estos son los sacerdotes que han retardado o
perdido el cristianismo, que la Providencia que quiere hacer avanzar al
cristianismo ha debido previamente apartar los sacerdotes, y que a sí se
podrá de alguna form a asegurar que la era del cristianismo en espíritu y
214
en verdad solo comenzará después de la abolición del imperio sacerdotal;
pues hasta la venida de Cristo, su tiempo solo estaba aún en el milenio
de la infancia, y debía crecer lentamente a través de todos los humores
corrosivos con los que su enemigo debía bu scar infectarlos. H oy ha
adquirido una edad m ás avanzada, y esta edad, siendo una generación
natural, debe dar a l cristianismo un vigor, una pureza, una vida, de la
que no podía disfrutar hasta su nacim iento” (Retrato, 707).
Partidario pues desde todas las fibras de su ser del “ espíritu del
verdadero cristianismo”, de la esencia del puro mensaje de Jesús-Cristo,
Saint-Martin aspira a lo que se abre por completo y puede eclosionar
la unión íntima del alma y del Eterno en el silencio absoluto del co
razón; él no puede, de hecho, admitir que el discípulo de Jesús dele
gue su acción en otro, y que este sea diferente a él, a quien este hijo
querido ha redimido al precio de la preciosa sangre, y que presenta
su ofrenda y su sacrificio al Redentor, pues cada bautizado, desde el
advenimiento del Mesías, es sacerdote y profeta para ofrecer a Dios
los sacrificios espirituales, a saber el fruto de los labios que bendicen
su Nombre y cantan su infinita Gloria, puesto que, repitiendo las
palabras del teósofo de Amboise:
215
216
LA DOCTRINA DE LA IGLESIA INTERIOR
217
I. EL APRISIONAMIENTO DE ADÁN Y SU POSTERIDAD
EN EL MUNDO DE «MATERIA APARENTE»
218
o terrestre, ni ningún espíritu enviado p a ra entrar en acción en las
diferentes partes de la creación. N o puedes d udar de todo esto, ya que
los espíritus menores ternarios no habrían dejado ja m á s el lugar que
ocupaban en la inm ensidad divina p ara operar la form ación de un
universo m aterial. Por consiguiente, Israel, los menores hom bres no
habrían sido ja m á s poseedores de este lugar ni habrían sido em anados
de su prim era m orada o, si hubiera agradado a l Creador em anarlos de
su seno, ja m á s hubiesen recibido todas las acciones y las facultades
poderosas con las que fueron revestidos, con preferencia sobre todo ser
espiritual divino em anado antes que ellos» (Tratado, 237).
219
«H ay sign os con los cu ales p o d ríam o s m an ten er la g u a rd ia a l
m enos contra sem ejantes tram pas: primero, es ver los elogios con los
que los agentes de esas diversas m isiones abrum an a todos los que son
llam ados y las veces que les prom eten que tendrán tan tas funciones
brillantes que cumplir, cuando los verdaderos profetas fueron poco
a la b a d o s p o r el espíritu que los em pleaba y que el R ep arad o r solo
prom etió a sus apóstoles ofensas y suplicios. Segundo, es cuando esas
m isiones extraordinarias se alejaban todavía m ás del carácter que nos
presenta la m isión del Reparador, que es la única en la cu al pueden
ser m oldeadas todas las verdaderas misiones. Ahora bien, las misiones
m odernas se alejan del espíritu del R eparador cuando localizan en el
plano terrenal la fuente de las gracias divinas que prom etió a las n a
ciones y a las cuales no fijó ningún lugar, según las palabras que dijo
a la Sam aritana, Ju an 4 :2 3 :
“llega la hora en que, ni en este m onte ni en Jerusalén adoraréis
a l Padre. Pero llega la hora (ya estam os en ella) en que los adoradores
verdaderos adorarán a l Padre en espíritu y en verdad, porque a s í quiere
el Padre que sean los que le adoren ”.
Se alejan del espíritu del Reparador, cuan do som eten sus agentes
a pueriles reglas h um anas y m on acales que el R ep arad o r no in sti
tuyó y que estan do sa c a d a s de los establecim ien tos convencionales
o figu rativos, n os dejan el cam in o m ás libre sobre la opinión que
q u e ram o s to m a r d e l p rin cip io o c u lto que d irige e sa s m isio n e s»
(Ecce hom o, § 6 ) .
220
a sufrir, por su abyecta corrupción, un severo castigo178, representa
pues la prueba constante de una pérdida categórica de nuestros dere
chos primitivos, además el enemigo del género humano, trabajando
para aumentar la dificultad, nos arrastra hacia el olvido de lo que fue
nuestro verdadero origen:
221
responde a una «necesidad», que fue producida y construida a raíz
de una decisión no querida previamente, una obligación imperiosa,
por la situación que acaeció por la revuelta de los espíritus rebeldes,
una obligación que fue impuesta al Eterno, es decir, una causa «ex
traña» al orden divino y a sus planes iniciales, lo cual significa, desde
el punto de vista teológico, que fue una consecuencia «necesaria», y
no el fruto de una voluntad gratuita y libre:
222
origen y este origen no le puede ser atribuido ni achacado, puesto que
no tiene voluntad».
«Al m ism o tiem po, com o este m undo físico solo es un m undo en
aparien cia p o r nuestro pensam ien to y no es sin o la som bra de los
223
demás mundos, no es posible que la causa de su existencia sea una causa
directa. Hace falta que sea una causa fuera del linaje, una causa curva
e indirecta, una causa ocasional y de circunstancias que no dependen
en absoluto inmediatamente de la raíz de la verdad; más bien parece
un auxilio, un recurso, un remedio, para recordar a la vida más de lo
que parece ser la vida misma. Reuniendo pues el espíritu anterior a
todo, podemos dar como respuesta a las dos preguntas arriba mencio
nadas que no encontramos nada en el mundo físico que confirme la
definición que hemos establecido del mundo; que este mundo físico,
por consiguiente, no es un mundo; finalmente, que solo recibió la
existencia para remediar una alteración; y he aquí la manera como
uno podría lograr asegurarse la razón de las cosas, o conocer los por
qué, si siguiera paso a paso los senderos que la luz natural nos haría
descubrir en todos los pasos; mientras que ocupándose sólo de los
cómo, tal como hacen las ciencias tenebrosas de los doctores, uno se
aleja siempre de su término en vez de acercarse a él. Si este mundo
físico no es un mundo, si recibió la existencia solo por una causa
extra-linaje, y una causa extra-linaje solo puede ser una alteración,
es fácil ver las numerosas y justas consecuencias que resultan de ello,
tales como ver cómo aquí abajo sólo tenemos que tamizar a diario el
mundo figurativo, para extraer los mundos reales-regulares y devolverles
a cada uno su acción pura y regular: porque no nos desconsolaremos
al concebir tamizando el mundo figurativo y tamizando al mismo
tiempo el mundo espiritual-irregular, puesto que la irregularidad de
éste y el extra-linaje del otro nos indican cuanta afinidad debe haber
entre ellos» (Ibíd.).
224
Ministerio del Hombre-Espíritu, Introducción, 1802), no sin coincidir
con el filósofo George Berkeley (1685-1753) —y muy evidentemente
los pensadores orientales, principalmente aquellos de las corrientes
indias (desde los textos de los Vedas y los Upanishads, pasando por
la extraordinaria riqueza teórica de los escritos del budismo tardío
de los siglos o al iv de nuestra era, hasta la radicalidad conceptual
del advaita vedánta shankariano), que insistieron particularmente,
como sabemos, en el tema de «la ilusión» (maya) y de «la ignorancia»
(avidyá), llegando al «error» (adhyása) haciendo que se tomara por
real (mithyá), por el efecto de una «sobre imposición» (ávarana), lo
que solo es «aparente» o irreal (vikshepa)—, por el cual todos los ob
jetos percibidos por los sentidos son ideas o imágenes, la consciencia
atribuyendo por el efecto de un trágico error una autonomía, una
imaginaria objectividad a lo que no es sino una irrealidad formal,
el mundo constituyendo sólo una ficción «Inmaterial», porque no
subsiste, frente a este mundo figurativo, concretamente, ninguna
sustancia, ningún substracto efectivo detrás del conjunto de nuestras
impresiones sensibles.
Saint-Martin propone pues una tarea «sublime» por cumplir para
salvarnos de la ignorancia y de los «falsos maestros» y doctores ciegos
que retrasan el despertar del alma: «entrar en la vía de la luz que nos
es asignada por nuestro origen»:
225
regenerador, épor qué los pondría en las cosechas que podría esperar ?
Y a partir de entonces, si puede esperar encontrar en su propio m un
do regular cosechas tan abundantes, ¿qué no podría pues esperar del
m undo divino m ismo, si la lum inaria viniera a encenderse a su vez y a
desvelarle sus riquezas? Pero, para alcan zar la m ajestuosa dignidad de
esta sublim e tarea, haría falta extender el sentido de la palabra restau
ración m ás a llá de lo que hacen com únm ente los m aestros. L a m ism a
p alabra salvación, que ostentan tan fácilm ente en sus instrucciones
religiosas, es una palabra oscura en la cual la obscuridad que encierra
an ula tan frecuentemente la porción de luz que a llí se encuentra; si
es necesario que nos preservemos o nos salvem os de los crímenes, a sí
com o nos lo recomiendan con razón, haría falta tam bién enseñarnos
a salvarnos de la ignorancia, después de exhortarnos a llenar nuestro
corazón con todas las virtudes; y seguram ente deberíam os incluir al
rango de nuestros derechos y de nuestros deberes m ás im portantes el
devolver a nuestro pensam iento todas las claridades del que es capaz.
Aunque fuese la porción de nuestro ser m ás ostensible, esos m aestros
tom aron la precaución de encerrarlo con barreras en vez de ponerla
en evidencia; en vez de m an ifestar p o r ellos m ism os to d as las ven
tajas, buscaron representárnosla com o inaccesible, m ientras que la
otra porción, a l estar m ás oculta, les fue fácil trazarnos los cam inos a
su m erced y persuadirnos de que los conocen y los recorren. Por este
medio, los m aestros retrasan a l hombre en vez de hacerle que avance;
m antienen atrap ad a una m itad de s í m ism o en las tinieblas y la otra
en una sabiduría tan precaria que le sería casi im posible decir lo que
es de él entre sus m an os y si su ser p o r com pleto no es su víctim a.
¡Q u e entre, ese hom bre; que entre en el cam ino de la luz que le es
asignada por su origen y sentirá pronto renacer todos los tesoros de su
espíritu!; y tanto su corazón com o su pensam iento le harán conocer
completamente, y sin los m onopolios de las ciencias doctorales, lo que
el hombre fue, lo que es y lo que puede ser».
226
del maligno180, donde evolucionamos en el sufrimiento rodeados
por una multitud de fantasmas tan temibles los unos como los otros,
rodeados, el tiempo de nuestro paso por este valle de lágrimas, de
espectros sobrecogerdores que, bajo la forma de vínculos psíquicos
infra-conscientes, supra-conscientes e inconscientes, aterrorizan y
dominan las almas. Sufrimos la esclavitud por la cual es obligatorio
que pasemos, precisamente, de «la apariencia» a la «realidad», que
accedamos, por una transmutación operada en nuestra vida interior,
en nuestro «centro», en la región del «elemento puro», allí donde
reina la libertad del «Espíritu»:
180 «Todo el mundo está bajo el poder del espíritu maligno» (1 Juan V, 19).
227
este destino, y se la arranque d olorosam en te p ara restablecerla en
su libertad p rim itiva ».
(El Hombre Nuevo, § 41)
181 L.-C. de Saint-Martin, Del espíritu de las cosas, «Las Lenguas de los distintos
mundos».
228
negativo de su ser nos conduce hacia una «vacuidad». Además, toda
afirmación formulada bajo el modo de la imposibilidad desemboca
invariablemente en una negación no dialéctica, es decir, como mo
mento de un proceso, pero ontológico, es decir, como fundamento
primero. Sin embargo, esta vacuidad no debe ser interpretada como
simple ausencia, o una carencia. Se origina en el Ser según la célebre
fórmula escolástica: «Nihil enim habet actualitatem, nisim in quantum
es»182 [“Nada posee actualidad sino en cuanto es”].
Ahora bien, si el silencio es, es en la diferencia, existe por contras
te y en su alteridad constituyente para con lo que es no-silencio, el
ruido del mundo. El lugar del silencio no es pues la «Nada» que no
es ni ruido, ni no-ruido; el silencio delimita el camino de una subida
a la evidencia, es recogimiento atento para dejar sitio a lo inefable,
a lo incomunicable. Por sí mismo, no dice Nada, porque no hay, ha
blando con propiedad, silencio expresable; el silencio, por esencia
permanece pues mudo sobre sí mismo. Pero, sobre él, deja que se
expresen libremente aquellos que pretenden hablar de él, sabiendo
que cuando hablamos:
229
Esta perspectiva carga al hombre con una responsabilidad, llevar
de su lado al Ser en su esencia, es decir, más allá de los modos analí
ticos de la razón, lo cual permite dar el «salto», franquear el límite y
escuchar lo que no se dice ni se enuncia, oír la «voz silenciosa». Sin
embargo, ello exige previamente la puesta en marcha de un estreme
cimiento que introduce en la presencia pura, en efecto:
«oír lo que no tiene voz requiere de un oído que cada uno de noso
tros posee y del que nadie sabe hacer buen uso. Este oído no depende
sólo de la oreja sino también de que el hombre pertenezca a lo que
concuerda con (Zugehórigkeit) su ser. El hombre permanece sintoni
zado con aquello de donde recibe su voz: la voz silenciosa del ser»™5.
230
sino por una contemplación sin concepto, en la noche de toda forma,
desplegándose en la «Presencia»-, el silencio bordea el abismo, la fuente,
la tierra natal, el fondo (grund) original, aunque es necesario que se
desgarre el velo que lo suele ocultar a nuestras miradas preocupadas
por el mundo ruidoso de la realidad aparente.
231
«Sabiduría, sabiduría, únicamente tú sabes guiar al hombre, sin fatiga
y sin peligro, por las apacibles gradaciones de la luz y de la Verdad. Has
tomado el tiempo por tu órgano y mediador; él todo enseña, como tú,
de un modo dulce, imperceptible, y manteniéndose continuamente en
silencio; mientras que los hombres nada nos enseñan con la continua
y excesiva abundancia de sus palabras» (El Hombre de deseo, § 15).
«Dejad allí todos los medios mecánicos que los hombres más
curiosos que sabios han recogido entre los restos de la ciencia. Esos
hombres imprudentes pretendían transmitir el poder, y empleaban
otra cosa que la raíz. El Señor sólo enseña a sus elegidos los medios
que son necesarios a su obra. ¿Podrías alimentarte con un espíritu que
no sería sino artificioso y de la obra de sus manos, como los ídolos?
Dejad actuar dulcemente sobre vosotros a aquel que os busca; dejadlo
unirse a vosotros por la analogía natural y la repetición de sus actos
puros y benefactores. ¿Quién alcanzará la sublimidad de la obra del
renacimiento del hombre? No lo comparemos en absoluto con la
creación del universo. No lo comparemos siquiera con la emanación
de todos los seres pensantes. Para obrar todas esas maravillas, le bastó
que la sabiduría desarrollara sus potencias; y este desarrollo es la
verdadera ley que le es propia. Para regenerar al hombre, fue necesario
que las concentrara, fue necesario que se aniquilara y suspendiera,
por así decir, ella misma. Hizo falta que se asimilara a la región del
silencio y de la nada, con el fin de que la región del silencio y de la
nada no fuese agitada ni deslumbrada por su presencia» (El Hombre
de deseo, § 33).
232
«Hombre de iniquidad, suspende tus movimientos turbulentos e
inquietos, y no huyas de la mano del espíritu que busca tomarte. El sólo
te pide que te detengas, porque todos los movimientos que proceden de
ti le son contrarios. ¿Dónde está el lugar de la acción del espíritu? ¿No
está todo lleno de los movimientos del hombre? ¿Dónde está aquel que
ha sido regenerado en los movimientos del espíritu? ¿Dónde está aquel
que habrá atravesado y pulverizado todas las envolturas corrosivas que
lo rodean? ¿No sería como el cordero abandonado en la selva, en medio
de todos los animales carnívoros? Que el universo entero se convierta
en un gran océano; que un barco sea lanzado en esta inmensa playa, y
todas las tempestades reunidas vengan sin cesar a atormentar las olas:
tal será el justo en medio de los hombres, tal será aquel que será rege
nerado en los movimientos del espíritu» (El hombre de deseo, § 33).
233
Señor pase. ¿Quién de vosotros sería digno de contemplarla? No es
al hombre débil a quien la gloria del Señor le está prometida; antes
de disfrutar de ello, es necesario que el pensamiento del hombre haya
recobrado su altura» (El Hombre de deseo, § 202).
189 Una observación del Filósofo Desconocido, que se refiere a una anécdota
con un eclesiástico, nos demuestra cuánto le gustaba cultivar el silencio: «La gente
del torrente que solo conoce la conversación de lo externo, a veces se ha sentido
234
«He notado que sólo había dos maneras de encontrar la verdad, una
es el silencio absoluto, e incluso más exclusivo que el de los Pitagóricos,
con tal de que el deseo interno siga encendido; la otra, hablar siempre
de esta verdad, y hablar sólo de eso. Lo que hace que los hombres la
encuentran tan pocas veces, y acaben por creer que ya no existe, es que
hablan siempre, pero jamás hablan de ella» (Retrato, 453).
«Las más preciosas de las verdades que pueda conocer [el hombre],
son de tal naturaleza que solo pueden ser expresadas por llantos y por
el silencio, y la boca material del hombre no es digna de pronunciarlas,
ni su oído corporal de escucharlas» (Ecce Homo, § 4).
«Es aún más cierto que hay un fuego vivo que opera en el silencio y
que siempre está oculto, como el de la naturaleza» (Ecce Homo, § 6).
ofendida por mi silencio. Particularmente uno de ellos, que por su estado eclesiástico
estaba más metido que los demás en la ignorancia y en su oposición a la verdad, a
menudo me reprochó que no hablara; primero, si ese hombre hubiese sido justo,
hubiera visto que no debía quejarse de que estuviera mudo, puesto que la única cosa
de la que puedo hablar un poco es de la verdad, y esta verdad le perjudica; segundo,
si hubiese estado algo menos atrapado en las espinas de la tenebrosa nada de este
mundo, hubiera visto que no me callaba sino para que la conversación no decayera,
porque en cuanto aquellos que hablaban tanto no decían nada, hacía falta que hubiese
alguien que no dijera nada para poder hablar» (Retrato, 493).
235
cuaternaria, en forma de ausencia multiplicada sobre sí misma, donde
descansa toda la historia metafísica de la Divinidad.
190 «Es sólo en la calma de nuestro cuerpo que a nuestro pensamiento le va bien;
es sólo en la calma de lo elemental que lo superior actúa. Es sólo en la calma de
nuestro pensamiento que nuestro corazón hace verdaderos progresos; es sólo en la
calma de lo superior que lo divino se manifiesta» (L.-C. de Saint-Martin, El hombre
de deseo, canto 59, 1790).
236
del discurso religioso, mítico y consolador. Ocurre más allá del Dios
«objetivado», prefabricado en la negación de los falsos conceptos, y
en el cumplimiento de esta obra negativa, con razón ontológica. El
Dios desconocido —que está por encima de Dios y de las «luces pre
coces» que el hombre se forja como tantos ídolos falsos para ocupar
su estéril panteón ilusorio—, engendra a su Hijo querido en el «Gran
misterio» (Mysterium magnum), de una aproximación silenciosa y
mistérica en la que consiste el «verdadero nacimiento»:
191 «La intimidad que revela el silencio del recogimiento es también el último
fondo de lo real (...) la metafísica no es, propiamente hablando, un discurso sobre el
ser, sino más bien el discurso del ser en nosotros. Y el silencio es el acto de atención
237
Vil. LA CONTEMPLACIÓN DE LA «NADA ETERNA»
necesaria para escuchar lo que nos dice el ser presente al espíritu (...) El silencio es
introducción a la metafísica, no por la renuncia al discurso, sino por el reconocimiento
de una verdad primera y fundamental presente en el pensamiento y no producida
por él. El acto de silencio es el acto por el cual el pensamiento asume esta presencia...
la afirmación del ser, más allá de su formulación, es esencialmente una atención, es
decir, la docilidad del espíritu a la luz que lo solicita (...) No habría misterio al térmi
no del itinerario filosófico si el misterio ya no estuviera presente desde su punto de
partida, con la misma certidumbre de que el ser es luz. El silencio es la expresión del
éxtasis que provoca el consentimiento a esta verdad primera. Verdad primera, pero
cuya certeza es a la vez el término de un largo camino y el presentimiento de una
Plenitud que no puede ser sino deseada» (J. Rassam, El silencio como introducción
a la metafísica, Publicaciones de la Universidad de Toulouse-Le Mirad, Universidad
de Toulouse-Le Mirad, serie A, t. 44, 1980, pp. 63; 106; 143; 145-146).
238
servidores que sean em pleaos p ara la m ás sublim e de las tareas. ¡Q ue
este hijo recién nacido se vuelva pues para ti el objeto de tus cuidados
m ás asid u os!» (Ibíd.).
192 Ángelus Silesio, El Peregrino querúbico, (IV, § 38), op. cit., p. 205.
193 A Fenelón le gustará recordar en su texto, redactado para defenderse contra
las acusaciones de las que fue objeto, el carácter no «innovador», como le reprocha
ban, de la tradición de la mística abstracta, apoyándose en autores de los primeros
siglos del cristianismo, entre los cuales san Clemente de Alejandría ocupa un lugar
significativo. Habiendo adoptado las tesis de Madame Guyon, Fenelón fue invitado
a participar a las «conversaciones de Issy», que ocurrieron de julio de 1694 a marzo
de 1695, en las cuales estaban presentes Jacques-Bénigne Bossuet (1627-1704),
abispo de Meaux, Louis-Antoine de Noailles (1651-1729), arzobispo de París, y
Louis Tronson (1622-1700), superior general de la Compañía de Saint-Sulpice.
Durante esas conversaciones Fenelón redactó durante el verano de 1694 un texto
que titula «El Gnóstico san Clemente de Alejandría», no destinado a la publicación,
y que además no será editado hasta varios siglos más tarde, en 1930, en la colección
de los Estudios de Teología Histórica (Gabriel Beauchesne editor), por los cuidados
del Padre Paul Dudon (1859-1941) s.j.
239
del futuro presente; porque es la unción que le enseña todo; y lejos de
poder ser enseñado, no puede ser ni oído ni comprendido...»194
Esta certeza del alma es antes que nada la certeza de que lo interno
se vuelve «Santuario» cuando se ha instalado en la «Nada»; así pues,
toda ontología, no puede ser sino una «ontología negativa»196.
240
LA IGLESIA INTERIOR
SEGÚN EL FILOSOFO DESCONOCIDO
Edificación mística de la Iglesia celeste
en el corazón del hombre197
241
debería haber conservado en toda su pureza desde el momento de
su fundación:
“Sí, está establecida esta Iglesia, pese a los daños que ha podido
sufrir; sin ella no habría mediación alguna entre el amor supremo y los
crímenes de la tierra; está establecida esta Iglesia y tanto las puertas del
hombre como los portales del infierno no prevalecerán jamás contra
ella; está establecida la Iglesia” (Ecce Homo, §8).
242
pos. La Iglesia forma el cuerpo Místico cuya cabeza es Cristo (Efesios,
1:22-23), y es mediante ella que “la multiforme sabiduría de Dios sea
ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos,
mediante la Iglesia, conforme al previo designio eterno que realizó en
Cristo Jesús, Señor nuestro” (Efesios, 111:10-11). De la Iglesia, como
esposa del Cristo, San Pablo nos revela:
198 La iglesia, como dirá Bossuet en una fórmula mágica, no es otra cosa que
“Jesucristo expandido y comunicado” (Bossuet, carta IV “Sobre el misterio de la
unidad de la Iglesia y las maravillas que encierra” ; in O.C., t. XI, 1836). San Agustín
resumió previamente esta idea tan importante de la unidad entre Cristo y la Iglesia:
“la Iglesia al completo, difundida por todas partes, es el cuerpo del que Cristo es la
cabeza: los fieles son no sólo los vivos ahora, sino también los que estuvieron antes
que nosotros y los que vendrán después hasta el final del mundo, los que forman
juntos su cuerpo. Él es la cabeza, aquel que subió al cielo” (Ref Enorr. in P LXII; n° 2).
Tocando un sublime misterio, la Iglesia es Cristo, no por la imagen, sino por la
naturaleza común, por identidad del ser cuya propiedad es la atribución, en buena
lógica metafísica escolástica: “el ser atribuido según la sustancia significa lo que es”
(Sto. Tomás, De Potentia, q. 7a. 5 arg). Ahora bien, la esencia divina, por el mismo
hecho de que se identifica con la actualidad desplegándose en su existencia para la
243
sufre por las abominables humillaciones de las que es víctima. Está
horriblemente triste por las degradaciones que sufre a lo largo de
los siglos; está profundamente herida, internamente afectada, desfi
gurada en su imagen verdadera por las terribles deformaciones que
se vio obligada a aceptar en silencio, velando su cara ante tantas
ignominiosas maldades sufridas desde hace siglos por la indiferencia
general y la complicidad activa de aquellos que se autodesignaron
Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, “es el Ser mismo subsistiendo y se ofrece a
nosotros y nos proporciona la razón de su infinidad perfeccionándose” (Ref. 24
tesis tomistas, tesis XXIII, 1971). San Ireneo (siglo II), obispo de Lyon, tendrá esas
sobrecogedoras palabras: “Allí donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y
donde está el espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia” (Adversus haereses,
libro III, cap. 24, n I). Además, he aquí lo que Cathérine de Sienne (1347-1380),
en una carta al bienaventurado Raymond de Capoue (+ 1399), escrita el 16 de
febrero de 1380, pocos días antes de morir, pedía a Dios en una bella oración: “ Oh
Dios eterno, recibe el sacrificio de mi vida por el cuerpo místico de la santa Iglesia.
Sólo puedo darte lo que Tú mismo me diste. Toma mi corazón y exprímelo sobre
la cara de la Esposa” . R.P. Humbert Clérissac, o.p. (1864-1915), en El Misterio
de la Iglesia (1918), obra que esclarece con una extraordinaria profundidad la
naturaleza misteriosa y mística de la Iglesia, explica que: “la vida de la Iglesia es la
misma vida de Cristo; la vida del alma es la gracia santificante. El avituallamiento
de esas dos ciudades se hace desde dentro y desde arriba. Vayamos pues a la Iglesia
por razones eternas y divinas. Conozcamos y amemos la Iglesia en la idea en que
Dios mismo la quiso, Dios la conoce, Dios la ama. Esa idea sólo pertenece a Dios;
no es una deducción de nuestra razón, ni un postulado de nuestra naturaleza; es
sobrenatural. Y aunque podamos probar su belleza y riqueza, no la penetraremos
hasta el fondo, porque encierra un misterio. N o hay que buscar nada menos en el
misterio de la Iglesia. Es un misterio ejemplar y tipo; es un misterio operante. La
idea en la que Dios ve y ama la Iglesia, es su Hijo - “In Ipso benedicentur omnes
gentes” [En él serán bendecidas todas las naciones]. Esta bendición va más allá
de Abraham y Adán. La mirada eterna que fija la compasión del padre en el Hijo
ve en él al jefe de un inmenso cuerpo y descansa también en la Iglesia que es ese
cuerpo. Este lugar, la Iglesia, lo tiene en el pensamiento divino, primero porque
participa más íntima y ampliamente con la Creación natural, a la perfección del
Hijo en quien Dios se contempla. El Hijo es el pensamiento y la razón viviente de
Dios, donde resplandece no precisamente la multitud dispersa de los ejemplares
de seres, sino su orden, es decir, sus perfecciones y sus fines, todos armonizados
según un deseo único: “ In Ipso constant” . ¿Y qué es lo que representa más que
la Iglesia la perfección de este orden? El Hijo respira el amor que hace la unidad
de las divinas Personas, “VERBUM SPIRANS AM OREM ” [“ el verbo de donde
procede el Amor”]: y ¿qué es lo que más representa amor y más unidad que la
Iglesia? Se arraiga pues, por así decirlo, en las grandes profundidades del ser divino.
Antes de nacer del costado perforado del Señor en la Cruz, estaba eternamente
concebida en el Verbo. El mismo interés de la Revelación que Dios quería hacernos
de Su Verdad por su Verbo llamaba a la Iglesia y la ponía en primera línea en el
plan divino. Todo el misterio de la Iglesia gime en la ecuación y convertibilidad
de estos dos términos: el Cristo y la Iglesia. Este principio esclarece todos los
244
como maestros, pastores o doctores, los cuales eran sus hijos y tenían
como deber velar por ella.
Sin embargo, no cabe duda de que, algún día, la Iglesia pida cuentas
a los ministros infieles de los que es víctima por sus ultrajes inacep
tables. Esta cuenta la pedirá ante el tribunal del Eterno:
245
el hecho de que la santa sociedad sagrada, unida hasta confundirse
con el Divino Reparador199, haya sido maltratada tan brutalmente,
su principio fundacional traicionado, sus leyes mancilladas, su mi
sión tan escandalosamente olvidada y desfigurada en beneficio de
objetivos falaces.
Saint-Martin, al buscar hacernos entender cómo los ministros de
la institución sagrada llegaron a expandir la iniquidad dentro del
Santuario, declaró:
199 Santo Tomás de Aquino escribió: “Toda la Iglesia es un único cuerpo místico...
y Cristo es la Cabeza. Ahora bien, en la cabeza podemos considerar tres cosas: el
lugar que ocupa, su perfección y su influencia; su lugar: es la parte más eminente
del hombre...; su perfección: encierra todos los sentidos internos y externos...; su
influencia: de ella proceden la fuerza y el movimiento de los demás miembros y el
gobierno de su actividad. Esta triple preeminencia pertenece a Cristo de manera
espiritual. Primero, por su cercanía a Dios, recibió una gracia que prima sobre la de
cualquier otra criatura... puesto que todas las demás han recibido el don de la gracia
como consecuencia de la gracia de Cristo, según el Apóstol a los Romanos (VIII:29).
A aquellos que conoció previamente, Dios les ha predestinado a ser conformes con
la imagen de su Hijo, para que sea el primer nacido entre muchos hermanos. En
segundo lugar, Cristo es superior en perfección, porque posee la plenitud de todas
las gracias según lo que dice san Juan (Jn 1:14): ‘lleno de gracia y de verdad’. En
tercer lugar, tiene el poder de influir y producir la gracia en todos los miembros
de la Iglesia, según esta palabra de San Juan (Jn 1:16): ‘Todos hemos recibido de su
plenitud’. Por lo tanto, es con razón que Cristo es llamado la Cabeza de la Iglesia”
(Somme théologique, III, q.8.a.l).
246
al mal bien y al bien mal, a las tinieblas luz, a la luz tinieblas; hicieron
pasar por dulce lo que es amargo y por amargo lo que es dulce. Los
mismos, quienes, según el profeta 5:18 (¡Ay, los que arrastran la culpa
con coyundas de buey y el pecado como con bridas de novilla \), se
sirven de la mentira como si fueran cuerdas para arrastrar una larga
sucesión de iniquidades y arrastran con ellos el pecado igual que las
riendas tiran del carro. Los mismos que según 3:12 son los saqueadores
que despojaron al pueblo.... (A mi pueblo le oprime un mozalbete, y
mujeres le dominan. Pueblo mío, tus regidores vacilan y tus derroteros
confunden), que lo sedujeron diciéndole bienaventurado y cortan los
caminos por donde debía pasar. Como dice jeremías, en vano querrán
justificar su conducta y beneficiarse de la gracia del Señor, ya que ellos
mismos enseñaron a los demás el mal que hicieron y se encontró en
sus manos la sangre de las almas que asesinaron. Es decir, atacaron
la verdad hasta en su santuario, el cual es el pensamiento del hombre
y el verdadero crimen del que deben responder” (Ecce Homo, § 8).
Saint-Martin, quien se dio cuenta de que los ultrajes que había sufrido la
Iglesia visible eran irreversibles y ya no permitían que el hombre pudiera
reencontrar en ella los fundamentos originales de la santa institución
divina constituida por el Divino Reparador, sostendrá que no percibe
en las formas externas actuales las bendiciones iniciales recibidas en
Jerusalén en Pentecostés; sostendrá que, ahora, la Palabra fundadora,
como en el principio, sabiendo que el reino está en nosotros200, solo
puede hacerse oír y encontrar un eco en el corazón del hombre, pro
nunciando de nuevo la famosa frase del Señor a Pedro: “eres Pedro y
sobre esta piedra ....”, gracia de elección capaz de edificar la verdadera
Iglesia llamada con razón “Iglesia interior”, la cual nos es confiada con
el fin de hacer de ella el Templo efectivo de la Divinidad.
200 “Un día, los Fariseos le preguntaron cuándo llegaría el reino de Dios. Jesús les
respondió: El reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘vedlo aquí o allá’,
porque el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lucas, XVII: 20-21).
247
lo que el reparador dijo a Cefás: eres Pedro y sobre esta piedra edificaré
mi iglesia, y los portales del infierno no prevalecerán contra ella” {El
Hombre Nuevo, §8).
“pero veamos por qué razón esta operación del espíritu constituye
la verdadera Iglesia. Porque es la palabra eterna la que se graba a sí
misma en la piedra angular que elige, como el Reparador grabó su
propia palabra Divina en el alma de San Pedro, a quien hablaba cara
a cara. Sin la impresión de esta Palabra divina en nuestra alma, la
Iglesia no se levanta; lo mismo que vemos que, en el orden tempo
ral, los edificios que se proponen construir los reyes sólo empiezan
a elevarse cuando, según el uso, el nombre del fundador se inscribe
en la piedra que se supone él mismo ha colocado. Desde este mo
mento, nos vemos comprometidos a velar cuidadosamente sobre
la construcción espiritual que nos es confiada; cuya construcción
debe ser tanto más atractiva cuanto más encontremos en nosotros
mismos sus materiales y, bajo la inspección y con la ayuda de Aquel
248
que nos ha hecho este anuncio, podemos volver a ser a la vez el
arquitecto, el templo y el sacerdote por quien el fundador Divino
será honrado. Debemos, como un artista meticuloso y agradecido,
trazar sobre todas las partes de nuestro edificio el nombre de aquel
que nos ha encomendado el trabajo, sin olvidar ni un sólo instante
que el nombre sagrado, inscrito en la piedra angular, es también
el que debe acompañar todos los crecimientos que la Iglesia va a
experimentar en nosotros, marcar el decorado exterior e interior,
regular las divisiones del templo, fijar sus horizontes y definir todos
los detalles del culto que debe celebrarse dentro eternamente” (El
Hombre Nuevo, § 8).
249
encuentran conservados la verdadera religión, la práctica del culto y
los conocimientos misteriosos reservados a los elegidos del Eterno202.
250
b) Edificación de la Iglesia interior en el corazón del hombre
“el reino de los cielos y el corazón del hombre están unidos por una
alianza que les hace inseparables” (El Hombre Nuevo, § 47).
“En una palabra, la idea de este ser poderoso, en adelante, debe ser
tan inseparable de nuestra obra como el pensamiento lo es de nuestras
palabras, y de todas las obras que son su fruto. Cuando nos sentimos
contrariados en nuestra empresa o nuestras fuerzas se mermen, tene
mos el derecho de interpelar con sus propias palabras a aquel que nos
dijo que quería edificar su iglesia en nosotros; tenemos el derecho de
recordarle que su palabra no puede pasar en nosotros; como prometió
(Isaías, 55:11), la palabra que sale de mi boca no volverá a mí sin
frutos; sino que hará todo lo que quiero, y producirá el efecto para
el cual la he enviado. Honramos a Dios al utilizar así los títulos que
nos da, y lo único que nos pide es que hagamos de ellos un uso similar
hombres que no eran capaces de soportar ver la luz, el culto exterior nació; pero
seguía siendo el tipo y el símbolo de lo interior, es decir, el símbolo del verdadero
homenaje rendido a Dios, en espíritu y en verdad” (K.von Eckartshausen, La Nube
sobre el santuario, op. cit., “Segunda carta”).
203 Una indicación del Evangelio es interesante, tratándose del estado celeste
luminoso de los elegidos que formarán parte de la Iglesia del Cielo, con un aspecto
luminoso comparable al sol del que se habrán revestido: “Los justos resplandecerán
como el sol en el Reino de su Padre” (Mateo XIII:43). Ahora bien, en el momento
de la Transfiguración, el Apóstol Mateo nos dice: “el rostro de Cristo resplandece
como el sol” (Mateo, XVII:2).
251
y la prueba de que lo honramos, al actuar así es que no tardamos en
recibir el premio de nuestra confianza, y pronto renacen la paz y la
luz en nuestro ser cuando hemos empleado este medio” (El Hombre
Nuevo, §8).
“hombre, levántate cada día antes del alba para acelerar tu obra.
Es una vergüenza para ti que tu incienso diario arda solo después de la
salida del sol. No era el alba de la luz la que antaño debía llamarte a
la oración para que rindieras homenaje al Dios de los seres y solicitar
sus misericordias, sino que es tu misma oración la que debía llamar al
alba de la luz y hacer que brillara sobre tu obra, a fin de que pudieras,
desde lo alto de este oriente celeste, verterla sobre las naciones dormidas
en su inactividad y sacarlas de sus tinieblas. Solo por esta vigilancia
es por la que tu edificio crecerá y tu alma podrá llegar a ser semejante
a una de las doce perlas que deben servir algún día de portales a la
ciudad santa” (El Hombre Nuevo, § 8).
“puesto que el alma del hombre fue creada para servir a la vez
de receptáculo e intermediario de la luz; y del mismo modo que los
252
vasos transparentes y llenos de agua límpida nos transmiten la dulce
y viva emanación de esos numerosos rayos reagrupados y preparados
en su seno, del mismo modo nuestra alma debe abrazar los rayos del
infinito que salen del centro de la ciudad santa, y unirlos a nuestras
propias facultades que son finitas, a fin de que, al vivificarnos nosotros
mismos por esta divina alianza y hechos resplandecientes por la cla
ridad de sus rayos, podamos sacar esta luz de nosotros, concentrada,
más templada y más apropiada a las necesidades de los pueblos que
cuando actúa en su libre dispersión y en su vasta inmensidad; y tal
será el empleo y el destino de los portales de la futura Jerusalén” (El
Hombre Nuevo, § 8).
253
puedes decir con una santa seguridad inspirada por él: “Mi alma no
me fue entregada en vano; se dignó hacer que renazca para aplicarla a
la obra activa que me correspondía por mi sublime emanación, y me
promete además hacerme recoger los frutos del campo que él mismo
quiso cultivar por mis manos”. Que este Dios de todo poder y todo
consuelo sea por siempre honrado por los hombres, como debería ser,
y como lo sería si fuera mejor conocido” {El Hombre Nuevo, §8).
254
la salud y la vida; el Dios universal quiere pasar por completo por
nuestro ser con el fin de llegar hasta el amigo que lo acompaña; quie
re pasar por allí con sufrimiento, antes de pasar en su gloria. Quiere
romper las ataduras que nos encadenan en la caverna de los leones y
animales feroces y venenosos. Quiere regenerar nuestra palabra por
la impresión de su propia palabra y quiere fundar su Iglesia sobre
nuestra alma, a fin de que los portales del infierno nunca prevalezcan
contra ella. Quiere unirse con nosotros para realizar con nosotros
una generación espiritual cuyos frutos sean tan numerosos como las
estrellas del firmamento, y puedan, como ellas, hacer que brille su luz
en el universo. Y todos esos beneficios que nos quiere proporcionar,
los quiere realizar en nosotros por la anunciación de su ángel y por la
santa concepción de su espíritu, ya que éste es la culminación de todos
sus deseos y todas sus manifestaciones: loémoslo en la magnificencia
de sus maravillas y en la abundancia de sus tesoros; pero entreguemos
nuestros pensamientos al camino y sigamos nuestra senda, a fin de
que esas santas meditaciones nos sirvan para suavizar las fatigas del
viaje, y no para detenernos” (El Hombre Nuevo, § 8).
255
La acción activa es, de esta forma, una acción de gracia, una acción
de gracia del pensamiento de Dios que posee el ser, el movimiento,
director, ni método”. El texto continúa así, en unos tonos que no hubiese rechazado
Saint-Martin, mostrando además en qué el pensamiento del Filósofo Desconocido
se inserta perfectamente dentro de la corriente mística especulativa, que no duda en
adoptar fórmulas y posturas extra-sacramentales audaces: “La acción divina inunda
el universo, penetra en todas las criaturas, sobrevive a ellas; por todas partes donde
están, allí está ella; las adelanta; las acompaña, las sigue. Sólo hace falta dejarse llevar
por sus ondas. Complaciera a Dios que los reyes y sus ministros, los príncipes de
la Iglesia y del mundo, los sacerdotes, los burgueses, etc.., en una palabra todos los
hombres, conocieran cuán fácil les sería llegar a una eminente santidad... He aquí
una espiritualidad que santificó a los Patriarcas y a los Profetas antes de que hubiese
tantas formas y tantos maestros... Si fuera posible, los sacerdotes solo serían necesarios
para los sacramentos; pasaríamos de ellos por todo lo demás que encontraríamos
en su mano en cada momento; las almas sencillas, que no se relajan en consultar
sobre los medios para ir a Dios, estarían liberadas de las pesadas y peligrosas cargas
que les imponen sin necesidad algunos de ellos que se complacen en dominarlos”
(J.R de Caussade, Tratado sobre la Oración del corazón. Instrucciones espirituales,
col. Christus, 49, 1981, pp 25-27). La gran idea de este texto es que “Dios habla
todavía hoy como hablaba con nuestros padres, cuando no había ni Directores, ni
métodos”, pero viene seguida por un ejemplo esencial con respecto a lo que nos
enseña Saint-Martin a propósito del nacimiento en nosotros de la Iglesia interior por
la gracia, y del estado de perfecto abandono en el cual debe encontrarse el alma, el
cual se produce por la aceptación en nuestro interior de la voluntad divina: “tales
eran los resortes ocultos de María, la más sencilla y más entregada de las criaturas.
La respuesta que dio al ángel, cuando se contentó con decirle: “Fiat mihi secundum.
Verbum tuum”, resumía toda la teología mística de sus antepasados. Todo se resumía
en eso, como ahora al más puro y más sencillo abandono del alma a la voluntad de
Dios, bajo cualquier forma que se presente. Esta alta y bella disposición que aca
llaba todo en el fondo del alma de María, estalla admirablemente en esta palabra
muy simple: Fiat mihi. Observad que concuerda perfectamente con la que nuestro
Señor quiere que tengamos en la boca y en el corazón sin cesar: Fiat voluntas tua.
Es cierto que lo que se exigía de María en este famoso momento era muy glorioso
para ella; pero todo el estado de gloria no hubiese tenido ningún efecto sobre ella si
la voluntad de Dios, la única capaz de tocarla, no hubiese fijado la mirada en ella”
(Ibíd., p. 25 y siguientes).
Caussade, en sus Instrucciones, no parará de volver una y otra vez sobre el estado
de puro abandono, en conformidad con la actitud de María durante la Anunciación,
demostrando así que todos los temores en este asunto no tienen fundamento. Dios
dirigiéndose a nosotros y esperando de nosotros, como respuesta, nuestra sencillez
y sinceridad, aceptando en cada momento “el estado presente” : “para los miedos del
pasado, es la más visible y quizás más peligrosa de nuestras tentaciones. Os ordeno
que rechacéis todos los retornos diabólicos... Pensad sólo en el momento presente
para encerraros en la única voluntad de Dios; dejad todo lo demás a su Providencia
y a su misericordia”. “La práctica de aceptar en cada momento el estado presente en
que Dios nos pone, ella sola puede mantenernos en la paz del corazón... Además,
esta práctica es muy sencilla, y es necesario que nos atengamos y apeguemos a ella,
con una resignación total a todo lo que Dios quiera, incluso respecto a ello. Pensemos
solo en aprovechar el momento presente, según el mandamiento de Dios, dejemos el
256
el poder y la gloria. Es decir, que no debemos “ pensar” por nosotros
mismos205, nos hace falta, al contrario, “dejarnos pensar”, instruir y
fecundar por Dios:
257
a) La espera de la Gracia o la vía del puro abandono
258
“¡Pero cuántos signos alterados, engañosos y abominables se han
apoderado del hombre! ¡Cuántas fuerzas falsas piensan en él, piensan
por él y le hacen pensar, a su pesar! ¡Cuántas fuerzas falsas actúan
en él, actúan por él y le hacen actuar, a su pesar! Sin embargo, éste
es el ser por el que debía pasar toda la Divinidad, del que debía ser,
al mismo tiempo, el pensamiento, la palabra y la obra; éste es el ser
que es la piedra angular sobre la cual el Señor ha dicho que quería
edificar su iglesia; éste es el ser que, a imitación del Reparador, del
que es hermano, podía decir: yo soy la luz del m undo (Juan 8:12).
En vez de cumplir un destino tan noble, su espíritu, su corazón y su
alma, todo su ser es continuamente el órgano y el esclavo de los signos
extraños que dirigen todos los movimientos. Es como esos reyes que
tienen todas sus facultades concentradas y doblegadas y ya solo sirven
de juguete perpetuo a las opiniones de sus apasionados ministros” (El
Hombre Nuevo, § 54).
259
según la expresión de algunas personas espirituales207. Esta espera,
siendo precisamente en lo que consiste nuestra obra, es la parte de
la labor que nos está reservada. De esta manera debemos aprender
a practicar el “santo abandono ” por el cual nos dejamos “laborar”
interiormente por el obrero divino, hasta que, desde el mismo co
razón del abismo del no conocimiento, desde lo más profundo de
la nada, del centro de esta verdadera nada, surja, cuando llegue el
momento, y solamente en ese momento, elegido no por nosotros*7
dice en nosotros. Madame Guyon, de la que me habla usted, escribió bien esto,
según dicen, puesto que no la he leído” (Saint-Martin, Carta a Kirchberger, 12
de julio de 1792). A lo que contestó Kirchberger, demostrando una gran cercanía
entre el pensamiento de Saint-Martin y el de Madame Guyon: “Le he hablado de
las obras de Madame Guyon, sin las cuales creo que no me hubiese sido posible
comprender varios pasajes de “De los Errores y de la Verdad” , y del “ Cuadro
natural” . Es más destacable en cuanto que usted no la ha leído. Es más, hay una
conformidad perfecta entre la explicación importante del Cuadro de Elias, pág.
7 y 8, tomo II del “ Cuadro natural” , y varios pasajes de Madame Guyon. He
aquí cómo se explica el Cuadro natural: ‘Cuando Elias estaba sobre la montaña,
reconoció que el Dios del hombre no se encontraba ni en un viento violento, ni
en el temblor de tierra, ni en el fuego grosero y devastador, sino en un viento
suave y ligero que anunciaba la calma y la paz de las que la Sabiduría llena todos
los lugares a los que se acerca; y, en efecto, es una señal de las más seguras para
distinguir la verdad de la mentira’. Ahora bien, esto es el resumen de todo lo que
madame Guyon dice de la instrucción de Elias. La misma conformidad existe en
otros puntos esenciales entre madame Guyon y Jakob Bohme. La semejanza me
llamó tanto más la atención en cuanto que moralmente estoy seguro de que mada
me Guyon nunca supo ni una palabra de alemán, y que es imposible que nuestro
amigo Bohme haya podido leer a madame Guyon, ya que ella nació unos veinte
años después de nuestro filósofo teutónico. Hay personas para las que la lectura
de las obras teosóficos sería un alimento demasiado fuerte, a las que se podría, si
se presentara la ocasión, comunicar las obras de madame Guyon para hacer que
amen el espíritu del cristianismo...” (Kirchberger, Carta a Saint-Martin, 25 de julio
de 1792). La reflexión de Saint-Martin un mes más tarde, a raíz de esta carta de
Kirchberger es edificante: “N o se sorprenda en absoluto, señor, por las similitudes
que percibe entre mis ideas y las de madame G. [Guyon], igual que entre las suyas
y las de nuestro amigo B. [Bohme], La verdad es sólo una, su lengua sólo una, y
todos los que andan en esta carrera dicen todos lo mismo sin conocerse y sin verse,
aunque unos dicen mucho más o menos cosas que los demás, según más o menos
el camino que hayan recorrido. Tome por ejemplo nuestras Escrituras; uno ve por
todas partes la misma idea y la misma doctrina a pesar de la diversidad del tiempo
y de los lugares donde vivieron los escritores sagrados” (Saint-Martin, Carta a
Kirchberger, 25 de agosto de 1792).
207 El tema de la “ espera de Dios” , que fue desarrollado principalmente en el
siglo xvii por Alexander Paker (1628-1689), miembro de la “Sociedad de los ami
gos” —movimiento fundado por George Fox (1624-1691), quien hizo de ello el
mismo objeto de su práctica espiritual fundada en la atención a la “Luz Interior”,
260
sino por el Cielo, el edificio de luz transformadora208. Debemos
convencernos de que intentar conquistar la trascendencia por las
habilidades humanas es apartarnos fatalmente de la gracia, puesto que
la unión misteriosa es un don, no el fruto de vanos procedimientos.
Es una iluminación inmediata, directa y trascendente. La orgullosa
pretensión humana, por este mismo hecho, debe imperativamente
renunciar a sus artificios por los cuales intenta alcanzar a Dios, si
desea realmente probar los frutos de la unión209:
“E s con la voz del Señor que [el alm a] visitará los cam pos de la
nada, de las tinieblas y de la m entira, y después de destruir los falsos
gérmenes de la palabra, hará revivir los cánticos que debía cantar toda
la creación” (El Hom bre de Deseo, § 82).
y fue bautizado por sus detractores como “el temblor” durante las reuniones de
espera silenciosa de Dios, de ahí el nombre de Quarkers (tembladores)—, quien
declaró: “espera a Dios, como si nadie más estuviera presente sino el Señor”, se
encuentra en numerosos lugares de la Escritura, en particular en Isaías: “mientras
que a los que esperan en Yahveh él les renovará el vigor, subirán con alas como de
águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse” (Isaías XL:31). Encontramos
igualmente este tema, cercano al de la “esperanza” en el Eterno y de su “escucha”
en otros pasajes distintos: “Vino Yahveh, se paró y llamó como las veces anteriores
«¡Samuel, Samuel!» Respondió Samuel: «¡Habla, que tu siervo escucha!»” (I Samuel,
III: 10). “No hay confusión para el que espera en ti, confusión sólo para el que trai
ciona sin motivo” (Salmos XXV:3). “ Calle toda carne delante del SEÑOR, porque
El se ha levantado de su santa morada” (Zacarías 11:13). Referente a “la escucha
interior” , señalemos este magnífico extracto del Maestro Eckhart (1260-1329):
“ Quien ha de escuchar la eterna Sabiduría del Padre, tiene que hallarse adentro y
estar en su casa y ser una sola cosa, luego podrá escuchar la eterna Sabiduría del
Padre. Son tres las cosas que nos impiden escuchar la palabra eterna. La primera la
corporalidad, la segunda la multiplicidad, la tercera la temporalidad. Si el hombre
hubiera avanzado más allá de estas tres cosas, viviría en la eternidad y viviría en el
espíritu, y viviría en la unidad y en el desierto, y allí escucharía la palabra eterna.
[...] Lo mismo que escucha, es lo mismo que es escuchado en la Palabra eterna. Todo
cuanto enseña el Padre eterno, es su esencia y su naturaleza y su entera divinidad;
esto nos lo revela todo a la vez en su Hijo unigénito y nos enseña que somos el
mismo hijo” (Maestro Eckhart, Tratados y Sermones, Traducción, introducción,
notas e índice de Alain de Libera, GF-Flammarion, 3a edición, 1995, Sermón n°
12, pp. 295-296).
208 Ver sobre este tema esencial del alumbramiento interior: J.M . Vivenza: “La
oración del corazón según Louis-Claude de Saint-Martin” , Cap. V: “El sublime
abandono”, Arma Artis, 2007.
209 “Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora
conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido” (I Co
rintios, XIII: 12).
261
Estamos pues, con lo que nos instruye Saint-Martin, en una autén
tica y muy concreta “vía del abandono ” , en relación vertical directa,
sin ninguna especie de mediación con lo Invisible21021:
262
si para algunas almas elegidas (evidentemente no en función de sus
méritos, puesto que cada criatura es una auténtica nada ontológica de
depravación, sino por razones sutiles que escapan a la razón humana),
puede ser breve, incluso súbita e instantánea como una iluminación
fulminante, es, en cambio, para otras almas, en razón de las necesi
dades conocidas únicamente por lo Invisible, a veces relativamente
largo y puede extenderse durante muchos años:
De esta forma, nos demos cuenta de ello o no, por nuestra unión
con el Divino Reparador somos puestos constantemente bajo la
“Digo pues que el alma, para haberse de guiar por la fe a este estado, no sólo
ha de quedar a oscuras según aquella parte que tiene respecto a las criaturas y a lo
temporal, que es la sensitiva e inferior de que hemos ya tratado, sino que también
se ha de cegar y oscurecer según la parte que tiene respecto a Dios y a lo espiritual,
que es la parte racional y superior, de que ahora vamos tratando. Porque, para venir
un alma a llegar a la transformación sobrenatural, claro está que ha de oscurecerse
y transponerse a todo lo que contiene su natural, que es sensitivo y racional; porque
sobrenatural quiere decir que sube sobre lo natural; luego lo natural abajo queda.
Porque, como quiera que esta transformación y unión es cosa que no puede caer
en sentido y habilidad humana, ha de vaciarse de todo lo que puede caer en ella per
fecta y voluntariamente, ahora sea de arriba, ahora de abajo, según el afecto, digo, y
voluntad, en cuanto a lo que es de su parte; porque a Dios, ¿quién le quitará que él
no haga lo que quisiere en el alma resignada, aniquilada y desnuda f Pero de todo se
ha de vaciar como sea cosa que puede caer en su capacidad, de manera que, aunque
más cosas sobrenaturales vaya teniendo, siempre se ha de quedar como desnuda de
ellas y a oscuras, así como el ciego, arrimándose a cosas de las que entiende, gusta,
siente e imagina. Porque todo aquello es tiniebla, que la hará errar; y la fe es sobre
todo aquel entender y gustar y sentir e imaginar. Y si en esto no se ciega, quedándose
a oscuras totalmente, no viene a lo que es más, que es lo que enseña la fe” (S. Juan
de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, Lib II, cap IV).
213 Louis-Claude de Saint-Martin, La Oración, in Obras Postumas, reedición
Collection Martiniste, El Templo del Corazón, Difusión rosacruz, 2001, p. 63.
263
mirada silenciosa y atenta del Altísimo214. Y en el fondo de nosotros
mismos, en el santo Abismo donde habita el Eterno, la gracia actúa,
obra sin ruido, sin que lo sepamos, realiza su misión, ya que nuestro
deseo de Dios ha desatascado las vías del alma de deseo215, sin que
tan siquiera seamos conscientes de ello:
2,4 “Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia” (Colosenses
1:17). “Más todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un
espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez
más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu” (IIa Corintios 111:18);
“Imagen”, es decir: “La imagen del Dios invisible” (imago Dei invisibilis- eikwn tou
Qeou tou oratou) (Colosenses 1:15); “la figura de su sustancia” (figura sustaciae
ejus —carakthr ths uosptasews— i.e. de la sustancia de Dios Padre) (Hebreos 1:3).
La idea de la identidad entre imagen y sustancia se desarrolló notablemente con el
Maestro Eckhart, en La mística renana “El intelecto del alma es lo más elevado que
el alma tiene. Cuando se fija en Dios, es guiado por el Espíritu Santo por la Imagen
(a) y se une a ella. Y con la Imagen y el Espíritu Santo, es guiado e introducido en
el Fondo (El Seno del Padre)” (Maestro Eckhart, in La mística renana, Seuil, 1994,
pp. 268-269). Del mismo modo en San Juan de la Cruz “El Espíritu Santo, por su
forma de aspirar según esta aspiración divina, eleva muy alto al alma y la informa a
fin de que aspire a Dios la misma aspiración del amor que el Padre aspira al Hijo y
el Hijo al Padre, que es el mismo Santo Espíritu, el cual aspira en ella la susodicha
transformación” (Cántico espiritual, str, X X X IX , v. I). “Está dando a Dios al mismo
Dios en Dios” (Llama de Amor viva, str. II, v 6).
215 “Sin nuestros deseos no podemos conseguir nada; pero nuestros deseos deben
centrarse exclusivamente en nuestra unión con Dios, y en el cumplimiento de su vo
luntad. Luego, cuando crea conveniente servirse de nosotros o concedernos algún favor,
no está limitado en cuanto a los medios. De esta forma, sólo debemos preocuparnos
por esos medios” (Saint-Martin, Carta a Kirchberger, 28 de noviembre de 1795).
264
“no depende del querer ni del corazón de la criatura conocer las pro
fundidades de la Divinidad. E l alm a ignora el centro de D ios y cómo la
sustancia divina es alumbrada. L a manera como Dios quiere revelarse al
hombre depende de la voluntad divina; y si D ios se m anifiesta ¿en qué
medida el alm a contribuye a ello? Sólo tiene el deseo de ser regenerada;
dirige su atención hacia Dios, en quien vive, y con quien la luz divina
se vuelve resplandeciente, luz que cam bia el primer principio severo, el
origen del movimiento del alm a en la alegría triunfante”216.
265
seno del cual todo es un don gratuito, pura caridad y Sabiduría que
nos cambia por completo. Hay, pues, un misterio profundo e inase
quible en el don de la gracia, un don bajo la forma de tesoro divino:
266
Saint-Martin, habiendo entendido que el estado terrible de descom
posición en el que se encuentra la criatura desde la Caída219 insistirá,
Anotemos que, del mismo modo, Pascal, gran lector de San Agustín, también
estaba convencido del estado de corrupción ontológica de la criatura, y afirmaba: “El
corazón del hombre está vacío y lleno de basura” (Pensamientos, frag. [171]), o más
aún: “nada le es tan insoportable al hombre que estar en pleno reposo [...] Siente
entonces su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su
vacío. Incontinente, sacará del fondo de su alma el aburrimiento, la negrura, la tristeza,
el pesar, el despecho, la desesperación” (Ibíd., frag. [515]). Pero Saint-Martin, quien
con evidencia se inscribe en la perspectiva de esta corriente agustiniana, tampoco se
queda corto sobre la cuestión de la miseria del hombre y las lágrimas de sus oraciones.
Entre muchos otros escritos comparables, merece figurar en la antología de las más
desgarradoras imploraciones que los seres espirituales dirigen a Dios: “Señor, ¡cómo
puedo atreverme a contemplarme un solo instante sin estremecerme de horror por
mi miseria! Habito en medio de mis propias iniquidades que son fruto de mis abusos
de todo género, y que se han convertido en mi vestimenta; abuso de todas mis leyes,
abuso de mi alma, abuso de mi espíritu, abusé y abuso diariamente de todas las gracias
que tu amor no cesa diariamente de verter sobre tu ingrata e infiel criatura. Es a ti a
quien todo le debo ofrecer y sacrificar, y nada debo ofrecer al tiempo que está ante
tus ojos, como los ídolos, sin vida ni inteligencia, y sin embargo no ceso de ofrecerlo
todo al tiempo, y nada a ti; y por ello me precipito por anticipado en el horrible abis
mo de la confusión que sólo se ocupa del culto de los ídolos, donde tu nombre no se
conoce. Hago como los insensatos y los ignorantes del siglo que emplean todos sus
esfuerzos para aniquilar las temibles decisiones de la justicia, y hacer de manera que
esta tierra de prueba que habitamos no sea a sus ojos una tierra de angustia, trabajo y
dolor. Dios de paz, Dios de verdad, si la confesión de mis culpas no es suficiente para
que me las perdones, acuérdate de aquel que ha querido cargar con ellas y lavarlas en
la sangre de su cuerpo, de su espíritu y de su amor; él las ha disipado y borrado, desde
que se ha dignado acercar su palabra. Como el fuego consume todas las substancias
materiales e impuras, y como este fuego, que es su imagen, vuelve hacia ti con su inal
terable pureza, sin conservar ninguna huella de las manchas de la tierra. Es solamente
en él y por él que puede hacerse la obra de mi purificación y renacimiento; es por él
que tú quieres operar nuestra curación y salvación, para que empleando los ojos de
su amor que todo lo purifica, no veas en el hombre nada de informe, y sólo veas esta
chispa divina que a ti se asemeja y que tu santo ardor atrae perpetuamente a ella como
una propiedad de tu divino origen. N o, Señor, tú sólo puedes contemplar lo que es
verdadero y puro como tú; el mal es inaccesible a tu vista suprema. He ahí por qué
el hombre malvado es como el ser del que tú no te acuerdas, y tus ojos no saben ver,
puesto que ya no tiene relación contigo; y sin embargo es ahí en este abismo de horror
donde no temo tener mi morada. No hay otra alternativa posible para el hombre; si
no está perpetuamente sumergido en el abismo de tu misericordia, está en el abismo
del pecado y la miseria que lo inunda; pero también, apenas aparta su corazón y su
mirada de este abismo de iniquidad, vuelve a encontrar este océano de misericordia
en el que haces nacer a todas tus criaturas. Es por lo que me prosternaré ante ti en
mi vergüenza y en el sentimiento de mi oprobio; el fuego de mi dolor desecará en mí
el abismo de mi iniquidad, y entonces ya sólo existirá para mí el reino eterno de tu
misericordia” (Plegaria n° 4).
219 “Está claro que desde la caída no tenemos nada, y por lo tanto es necesario
que todo nos sea dado; después, hemos abusado de todo y seguimos abusando todos
267
en forma de oración, sobre la necesidad imperativa para el hombre de
liberar su voluntad personal a fin de que pueda ejercer plenamente la
acción de la gracia divina, en un tono extremadamente desgarrador:
los días, creyéndonos grandes doctores, sobre todo, en nuestras tenebrosas academias;
porque nuestra cualidad eminente es la de abusadores; y desde Adán, no hemos hecho
otra cosa ” (Saint-Martin, Carta de Kirchberger, el 11 de julio de 1796).
268
modalidades y los frutos esenciales y espiritualmente fundamentales a
través de largos progresos en sus distintas obras, los siguientes sabios
consejos, prodigados por Saint-Martin precisamente en respuesta a
la inquietud de un hombre que se consideraba alejado y se juzgaba
incapaz, según él, de alcanzar las regiones superiores del Invisible,
son para conservar preciosamente:
269
ser que nazca de nuevo”. Ev. de Juan, 111:3. Añadid sólo que este rena
cimiento del que habla el Salvador puede hacerse en vida, donde San
Pablo hablaba sólo de la resurrección final. En esta obra es en la que
debemos trabajar todos, y es laboriosa. También está llena de consuelos
por los auxilios que recibimos cuando nos decidimos valientemente
a realizarla. Independientemente del gran jardinero que siembra en
nosotros, hay otros que la riegan, que talan el árbol y facilitan su
crecimiento, siempre bajo la atenta vigilancia de esta divina sabidu
ría, la cual sólo tiende a adornar sus jardines, como todos los demás
labradores, pero que sólo puede adornarlos con nosotros porque somos
sus bellas flores. Entiendo que es en la naturaleza de esos jardineros
en la que se centra su pregunta y su duda de saberlos discernir; pero
no olvidemos la dulce vía de las progresiones. Empecemos por sacar
provecho de los pequeños movimientos de virtud, de fe, de oraciones
y de acciones que se nos dan; éstos nos atraerán otros que llevarán
también su luz consigo, y así sucesivamente hasta completar la medida
especial de cada persona, y veremos que la única razón por la que los
hombres tienen obstáculos e inquietudes es que se saltan siempre las
épocas de su vegetación; mientras que si se ocuparan muy prudente y
decididamente de la época y del grado en que se encuentran, el camino
les parecería natural, fácil, y verían por sí mismo nacer la repuesta a
sus preguntas” (Saint-Martin, carta a Kirchberger, 8 de junio de 1792).
270
objeto somos nosotros perpetuamente; es por ello que este pensamiento
del Dios de los seres, este “nosotros”, debe ser la vía por donde debe
pasar la Divinidad por completo, igual que nos introducimos diaria
mente en nuestros pensamientos para llevarlos a alcanzar la meta y el
fin del que son la expresión y para que lo que está vacío en nosotros
quede lleno en nosotros, puesto que tal es el deseo secreto y general
del hombre y, por consiguiente, tal es el de la Divinidad de la que el
hombre es la imagen” (El Hombre Nuevo, § 3).
271
alma con Dios, pero no sólo ésta, sino también la acción de la gracia
que nos convierte en hijos de Dios por el efecto de una adopción
sobrenatural221, puesto que la acción de la gracia concede auxilios
importantes al alma permitiéndonos eliminar todas las incertidumbres,
puesto que estamos guiados por la voluntad de la Divinidad:
221 Según Santo Tomás, “Dios naturalmente está en las criaturas de tres maneras
diferentes: por su poder, en el sentido de que todas las criaturas están sometidas a su
reino; por su presencia, en el sentido de que lo ve todo, hasta en los pensamientos más
secretos de nuestra alma, “omnia nuda et aperta sunt oculis ejus” ; por su esencia, ya
que actúa por todas partes y por todas partes es la plenitud del ser y la causa primera
de todo lo real en las criaturas, les comunica sin cesar no sólo el movimiento y la vida,
sino también el mismo ser” (Act. XVII, 28). Pero su presencia en nosotros por la gracia
es de un orden muy superior y más íntimo. No es sólo la presencia del Creador y del
Conservador la que sostiene los seres que ha creado, sino que es la presencia de la Muy
Santa y Muy adorable Trinidad tal y como nos la revela la fe: el padre desciende en
nosotros y sigue engendrando su Verbo, con él recibimos al Hijo, perfectamente igual
que el Padre, su imagen viva y sustancial, que no cesa de amar infinitamente a su Padre,
como es amado a su vez; de este mutuo amor nace el Espíritu Santo, persona igual al
Padre y al Hijo, unión mutua entre ambos, y sin embargo distinto tanto del uno como
del otro. ¡Cuántas maravillas se renuevan en un alma en estado de gracia! Lo que ca
racteriza esta presencia es que Dios está no sólo en nosotros, sino que se da a nosotros
para que podamos gozar de él. Según el lenguaje de los Libros santos podemos decir
que, por la gracia, Dios se da a nosotros como padre, como amigo, como colaborador,
como santifícador, y así es verdaderamente el mismo principio de nuestra vida interior,
su causa eficiente y ejemplar. En el orden de la naturaleza, Dios está en nosotros como
el creador y soberano maestro, y solo somos sus servidores, su propiedad, su cosa. Pero,
en el orden de la gracia, se entrega a nosotros como Padre, y nosotros somos sus hijos
adoptivos; maravilloso privilegio que es la base de nuestra vida sobrenatural. Es lo que
repite constantemente San Pablo y San Juan: “Non enim accepistis spiritum servitutis
iterum in timore, sed accepistis spiritum adoptionis filiorum, in quo clamamus Abba
(Pater). Ipse enim Spiritus testimonium reddit spiritui nostro quod sumus filii Dei”
(Rom, VII, 15-16). Dios nos adopta como sus hijos, y eso de manera mucho más perfecta
que los hombres lo hacen con la adopción legal. Sin duda pueden transmitir a sus hijos
adoptivos su nombre y sus bienes, pero no así su sangre y su vida. “La adopción legal,
dijo con razón el cardenal Mercier (la Vida interior, ed. 1909, p. 405), es una ficción.
El niño adoptado es considerado por sus padres adoptivos como si fuera su hijo y recibe
de ellos la herencia a la que hubiera tenido derecho el fruto de su unión; la sociedad
reconoce esta ficción y sanciona sus efectos; sin embargo, el objeto de la ficción no se
transforma en realidad... La gracia de la adopción divina no es una ficción... es una
realidad. Dios concede a los que tienen fe en su Verbo la filiación divina, dijo San Juan:
“Dedit eis potestatem filios Dei fieri, qui credunt in nomine ejus” (Joan, I, 12). Esta
filiación no es nominativa, es efectiva: “Ut filii Dei nominemur et simus” . Entramos en
posesión de la naturaleza divina, “divinae cosortes naturae” (Tanquerey, Compendiun
de teología ascética y mística, Libro I, I, Io, 92-93 A).
272
a la dirección y a la fuente de todos los pensamientos, ya no tiene
dudas en su conducta temporal, si la debilidad lo sigue arrastrando
todavía a situaciones ajenas a su verdadero objetivo debe esperar los
auxilios más eficaces, ya que, al tratar de seguirlo y alcanzarlo, sigue
la voluntad Divina, la cual es la misma que lo empuja e invita a que
se dedique a ello con ardor” (El Hombre Nuevo, § 4).
273
realizado la unión entre Dios y su alma, conforme a la petición del
Reparador:
222 Si pudiéramos dudar aún, a pesar de las vigorosas quejas expuestas ya (ref.
infra: 3. Razones de la distancia de Saint-Martin con la Iglesia visible y su sacerdocio,
Cap IV “El sacerdocio humano ha mancillado la vía de la gracia”), de la aplastante
responsabilidad de los falsos maestros —a los que pertenecen, y en buen lugar, los
sacerdotes— en el extravío general y alejamiento de las almas del “punto central”
dispensador de luz al precipitar a las multitudes en las tinieblas de la confusión, esas
líneas no menos intransigentes de Saint-Martin, anunciando un arrepentimiento que
colocará a los clérigos bajo un poder donde sentirán dolorosamente la vergüenza
y la desesperación, serían de la naturaleza de recordarnos las severas advertencias
dadas ya: “¡Hay de vosotros, instructores humanos, ¡cuánto os arrepentiréis algún
día de haber engañado a las almas llevándolas por vías inseguras, imaginarias e ilu
sorias que les habrán proporcionado una calma engañosa, proporcionándoles alegrías
274
Es por ello que la Iglesia real está en permanente alumbramiento,
y su difícil condición es subsistir milagrosamente en medio de la
corrupción y de las falsas representaciones de su ser, en virtud del
Espíritu de vida que la anima. Y este alumbramiento, que cuenta con
un proceso de generación según lo interno, que pasa por la unión del
alma con Dios, es “la iniciación centrar a la que deben consagrarse
enteramente las almas de deseo:
“ (...) es por allí, sobre todo, por donde debe caminar la ley de
nuestra iniciación central divina, por la cual, presentándose a Dios
tan pura como sea posible, al alma que nos ha dado, que es su ima
gen, debemos atraer el modelo a nosotros y formar de esa manera la
más sublime unión que jamás haya podido hacer ninguna teúrgia,
como tampoco ninguna ceremonia misteriosa que cargan las demás
iniciaciones”.
(iSaint-M artin, carta a Kirchberger, 19 de junio de 1797)
externas y comunicándoles las sombras de verdades que les habrán impedido trabajar
por la renovación del centro de su ser! Todas vuestras asociaciones emblemáticas no les
habrán comunicado en absoluto la vida, puesto que ellas mismas no la tienen. Vuestras
asociaciones prácticas les habrán sido todavía más funestas, si no es el espíritu el que les
haya convocado, reunido, constituido y santificado con sus lágrimas y las oraciones de
su dolor; éy dónde están estas asociaciones que nos serían saludables? Sí, instructores
ciegos, ignorantes o que presumís demasiado de sus fuerzas y de sus luces, os arrepentiréis
algún día de haber abusado de las almas. No era suficiente que, como efecto del crimen
primitivo, estuviesen bajo el dominio del septenario temporal que las distrae y las desvía
continuamente de la sencillez de su trayectoria, sino que además las habréis atraído
hacia el exterior por todas vuestras imágenes y símbolos, y hasta es posible que acabéis
separándolas completamente, alejándolas completamente de este punto central e invisible
que es el único lugar de encuentro que tenemos aquí abajo en nuestras tinieblas. Porque
el alma mal dirigida encuentra aún más obstáculos, y se aísla más de este septenario
temporal: es lo que hace que por nuestra fuerza y por nuestra impaciente potencia, haga
mos nosotros mismos nuestra existencia cien veces más desgraciada que la de las bestias.
Entonces vosotros mismos permaneceréis bajo el dominio de este septenario temporal,
hasta que las almas que hayáis extraviado puedan recobrar su propio centro particular,
a fin de que luego puedan recobrar su centro general: y os estremeceréis de vergüenza y
de desesperación, mientras que, si hubieseis tenido más confianza en el espíritu, hubieseis
reconocido que no necesitaba de vuestros medios ficticios y desviados para expandirse;
y que si hubieseis ido de buena fe, hubieseis dicho que hacía falta comenzar por buscar
vosotros mismos tener el espíritu, antes de intentar guiar a los demás a un espíritu que
vosotros mismos no teníais” (El Hombre Nuevo, § 7).
275
por los hijos de la sapiencia. La veré fija e inmutable en medio de sus
innumerables revoluciones”, llegó a decir, y esta dimensión celeste
permite a la Iglesia del Cielo, contrariamente a la de la tierra223,
atravesar las incertidumbres de la Historia conservando intacta e
inalterada su esencia. Se mantiene “fija e inmutable”, ahora intacta
en su naturaleza:
“Me dejaré llevar sobre las alas del espíritu, y me hará recorrer todos
los senderos de la verdad; veré con qué sabiduría Dios ha dispuesto los
planos de los mundos, y con qué inteligencia se ocupa del progreso de
los seres. Es él quien alegra nuestra mirada con los frutos de sus obras
y con la magnificencia de sus obras. Es él quien coloca a los ángeles
para velar por los pueblos; y cuando se cumplen los tiempos de estos
ángeles, los pueblos que vigilaban caen en la decadencia. Es él quien
deja a veces a los pueblos enfrentados con el ángel de las tinieblas, y
por eso mismo vuelca sus consejos para mantenerlos en el temor y la
276
justicia. Los pueblos triunfan, los pueblos se vanaglorian, los pueblos
sucumben; y es él el que los mueve a su voluntad, porque todo en el
universo está en sus manos, en un globo que gira en el sentido que le
place. Veré la iglesia de los santos formada por los hijos de la sapiencia.
La veré fija e inmutable en medio de sus innumerables revoluciones.
Camina en medio de los pueblos, sigue el curso de su ambiente. Sin
embargo no conoce ni sus variaciones ni sus caídas. Viaja con ellos,
pero sin coaccionar su libertad; es este don sagrado el que Dios había
concedido al hombre como un poder posible, pero no como un poder
determinado, porque sólo debe existir el Poder de Dios. ¡Este es el
don sagrado del que el hombre ha extraído todos los males, cuando
podía hacer que produzca todos los frutos de la vida y de la luz!” (El
Hombre de Deseo, § 236).
El templo de Dios está formado por las almas en las que mora
el Espíritu de Dios (Ia Corintios 111:16), lo cual demuestra que la
Iglesia, “en este mundo”, pero no “del mundo”, es concretamente el
“habitáculo” del Espíritu de Dios.
277
“Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación:
porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra,
las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Princi
pados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con
anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. Él es también
la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito
de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios
tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y
para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo
que hay en la tierra y en los cielos” (Colosenses 1:15-20).
278
a los hombres, como ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y
profetas por el Espíritu: que los gentiles sois coherederos, miembros
del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús
por medio del Evangelio, del cual he llegado a ser ministro, conforme
al don de la gracia de Dios a mí concedida por la fuerza de su poder.
A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de
anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer
cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios,
Creador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios
sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos,
mediante la Iglesia, conforme al previo designio eterno que realizó en
Cristo Jesús, Señor nuestro, quien, mediante la fe en él, nos da valor
para llegarnos confiadamente a Dios” (Efesios, 111:3-12).
Pero, del mismo modo que la misión confiada a los discípulos de los
primeros siglos fue anunciar la Iglesia, revelar el misterio que estaba
oculto en Dios, disimulado desde el comienzo de las generaciones,
ahora se trata, para el hombre nuevo, desde una perspectiva hecha
interna, únicamente interior y especial, de descender en su interior y
expandir la verdad de la Asamblea e irradiar esta realidad:
224 “Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espí
ritu, compartían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez
de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor
agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hechos 11:46-47).
279
“Este es el momento en que el hombre nuevo, igual que los discípulos
del Reparador, va a ir a predicar a los pueblos y ciudades de Israel qué es el
hombre. Este es el momento en que, en nombre del espíritu, podrá seguir la
huella de los doce discípulos, desarrollando en sí los dones que destacaron
en los doce enviados por el Reparador. Ofrecerá en sí mismo un reflejo
de esta decisión, en razón del poder secreto y de la operación continua,
aunque invisible, de una antigua ley que estableció primitivamente doce
canales para comunicar la luz, el orden y la medida entre las naciones;
esta ley a la que fueron fieles todos los dispensadores de las leyes divinas,
y que fue observada en todos los tiempos, incluso por los simples sectarios
de las ciencias elementales que han consagrado doce signos en las regiones
del firmamento material. (...) El Espíritu que envía así al hombre nuevo
en su propia tierra le avisará que le envía como un cordero en medio de
lobos, y le recomendará que sea prudente como la serpiente, y cándido
como la paloma. Le avisará de todas las resistencias que encontrará por
parte de los hombres, es decir, de las naciones impías e incrédulas que
habitan en el reino de este hombre nuevo” (El Hombre Nuevo, § 40).
225 “El hombre es depositario de siete potencias sacramentales que son los canales
de la vida del espíritu” (El Hombre Nuevo, § 57).
226 “Los principados y las potencias que están en los cielos conocen por la Iglesia
la Sabiduría de Dios” (El Hombre de Deseo, § 43).
280
“la razón por la que el hombre nuevo, al unirse con la fuente de
vida, es depositario de tesoros tan grandes y pueda manifestar en sí
mismo tan grandes y saludables multiplicaciones es que esta fuente
de vida le hace descubrir, en el fondo de su ser, siete fuentes activas
que, al poner en común sus diversas fuerzas, desarrollan unas con
otras sus propiedades particulares de una manera que ya no se puede
interrumpir, y que hace que estas fuentes sean inagotables, ya que es
la fuente de la vida la que las anima y las mantiene. Son como tantas
bases sacramentales que llevamos todos con nosotros, y sobre las que
debe construirse el edificio sacerdotal al que el hombre estuvo desti
nado por su naturaleza primera, según los planes de su origen. Estas
son las siete columnas levantadas por esta piedra innata en nosotros,
y sobre la cual el Reparador dijo que quería construir su Iglesia” (El
Hombre Nuevo, § 46).
281
reino no era de este mundo, se establecían en este mundo por todas
las especulaciones estrechas, por sus fenómenos inferiores, plegando
sin cesar el espíritu de las Escrituras sobre los eventos temporales,
mientras que él [el reino], como los cedros del Líbano, solo tiende
a levantar la cabeza hasta el cielo de los cielos” (Retrato, § 29, “Mi
reino no es de este mundo”).
“no busquemos otro jefe. ¿Acaso no fue él quien llamó al alma del
hombre y le dijo: sobre esta piedra construiré mi iglesia? Sin embargo,
nuestra alma abraza y penetra todo nuestro ser, como el Espíritu del
Señor abraza y penetra todo el universo; así cada porción de nosotros,
cada una de nuestras facultades, cada uno de nuestros pensamientos,
cada uno de nuestros movimientos puede pues transformarse en tantas
iglesias donde el Nombre del Señor sea perpetuamente honrado; es por
ello que el nombre del Señor será alabado de Oriente a Occidente, de
Norte a Sur, y en toda la superficie de la tierra” (El Hombre Nuevo,
§ 12).
227 “Esas serán las funciones del recién nacido, al que el espíritu acaba de alumbrar;
porque su ministerio se expandirá en el cuaternario; así como el hombre tendrá que
dedicarse a las funciones Divinas en el ángulo de Oriente, a las funciones espirituales
en el ángulo del Norte, a las funciones del orden mixto en el ángulo de Occidente, y
282
es en que nuestro nacimiento procede de la Divinidad y la forma de
nuestra Iglesia del espíritu. Estos alumbramientos no están exentos
de inevitables sufrimientos, pero conducen a alegrías superiores
absolutamente incomparables, ya que conducen al “ Centro único y
universal
a las funciones de la justicia, del combate y del juicio en el ángulo del Sur. Después,
volverá sobre sus pasos para purificar y santificar nuevamente las regiones y dar a
conocer sus triunfos y volver a rendir homenaje al universal triunfador, sin el cual no
habría ningún conquistador” (El Hombre Nuevo, § 12).
283
permanente en el Este Divino, es decir, el corazón del templo, lugar
reservado para la estancia de la Santa Presencia:
Esta alma, que ha sido visitada por Dios, puede entonces decir
con alegría:
284
“Es el interior o el centro el que es el principio de todo (...). Si
nuestro corazón está en Dios, si es divinizado realmente por el amor,
la fe y el ardor de la oración, ninguna ilusión nos sorprenderá. Si Dios
está con nosotros, ¿quién estará en contra de nosotros? (...) ya no hay
iniciación sino la de Dios y de su Verbo eterno que está en nosotros,
y que debe manifestarlo todo en nosotros y por nosotros, según su
voluntad” (Saint-Martin, Carta a Kirchberger, 6 de marzo de 1793).
De esta forma se impone como única regla central para esta Iglesia
situada en el corazón del hombre esta expresión tan estrechamente
ligada a la vía propuesta por el Filósofo Desconocido: “dejad sitio
al Espíritu”.
Dejar sitio al Espíritu para permitirle que ilumine las profundidades
del hombre, iluminar su edificio, expandir las santas bendiciones en el
Templo interior para que, apoyándose en las siete columnas religadas
con el Cielo, esté capacitado para hacer circular en nosotros toda la
savia espiritual trascendente, y nutrir el conjunto de nuestros altares
particulares sobre los que brillan las leyes de la Divinidad: “Dejad
sitio al Espíritu”.
285
que alguna fuerza pueda separar jamás la mínima parte” (El Hombre
Nuevo, § 19).
228 “Como base del edificio, contémplate pues con exultación y alegría; esmérate
sin parar en penetrarte con el óleo de alegría que las siete columnas no dejan de
hacer llegar hasta ti; todos los frutos que producirás expandirán la vida, la fuerza,
la santidad. Es necesario que produzcas todos estos frutos sin parar, porque las siete
columnas te traen sin parar la savia reproductiva, y sin parar el supremo autor de
los seres distribuye esta savia siempre nueva a estas siete columnas encargadas de
transmitírtela. No es para el cultivo terrestre donde el círculo de los tiempos debe
girar muchas veces sobre las semillas de la tierra, antes de que pueda recompensar los
cuidados del labrador; hace falta que este círculo de los tiempos se haga imperceptible
para ti y que en todo momento demuestres tu fertilidad, porque en todo momento
tu región está amenazada por la penuria” (El Hombre Nuevo, § 19).
286
restauradoras de los tres dones santos primitivos: “la consagración del
cuerpo, la distribución de lo incorporal y la exclamación” , pero que
igualmente darán acceso al cuarto don: la superioridad, una superio
ridad que toca al eminente valor del templo interior con respecto a
todos los edificios visibles construidos por las instituciones religiosas;
todo ello desarrollándose en el silencio y el retiro229.
229 “ Son estos tiempos silenciosos y gobernados por la prudencia y el retiro los
que predisponen al hombre a cumplir con su misión algún día con éxito, para la
gloria de su señor, para el beneficio de sus propios hermanos y para el avance del
Reino del Señor, llenándose de esta manera cada día con las fuerzas necesarias para
ir a atacar a los enemigos de la verdad y hundirlos en sus tenebrosos precipicios.
De esta forma, San Lucas nos enseña que el Reparador, esperando la hora de la
consumación, se pasaba los días en oración y en los desiertos; también Moisés, a
quien debemos ver como uno de los precursores del Divino Reparador, se pasaba
los días en los desiertos de Madián hasta el momento en que recibió el mandato
del Señor para ir a liberar a sus hermanos y pedir al Faraón que dejara ir al pueblo
de Dios en libertad, con el fin de que pudiera ofrecer sus sacrificios al Eterno” (El
Hombre Nuevo, § 19).
287
del Señor. Y no estaré en absoluto preparado si en cada instante de
mi existencia no estoy ocupado en meditar y pronunciar esta sublime
palabra” (El Hombre de Deseo, § 233).
288
(Éxodo, XXVIII: 6). Igual que al ponerse la tiara, o sea, lo que lleva
el Soberano Sacrificador, la tiara tenía la característica de una lámina
de oro atada por un cordón delante, y en ella estaban grabadas las
palabras: “Santidad al Eterno
289
se conservará la familia del justo, y que la ley de la verdad vendrá a
reanimar toda la tierra” {El Hombre de Deseo, § 245).
Queda por saber qué hacer con este sacerdocio, conocer los prin
cipios, instruirse de la práctica del culto divino del que es detentor,
estar capacitado para comprender los misterios, instruirse de la forma
como se puede ejercer este ministerio provisto de la majestad del
Señor, de modo que se realicen los ritos de este sacerdocio según lo
interno, con la evidencia de una naturaleza tan diferente, tan alejada
y radicalmente diferente de la que el conjunto de las instituciones
religiosas profesan en el cristianismo —todas las denominaciones
eclesiales—, iglesias, capillas o sistemas constituidos y organizados
que poseen unas clases sacerdotales ostensibles confundidas. Y este
conocimiento representa precisamente la ciencia espiritual verdadera
de la Iglesia interior a fin de que se desarrolle sobre el altar situado en
el Santuario del corazón la divina liturgia “en espíritu y en verdad”,
sabiendo según la indicación evangélica:
“Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores ver
daderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere
el Padre que sean los que le adoren” (Juan IV:23).
290
LA VIDA SECRETA DE DIOS EN EL ALMA
230 En su libro más célebre, «El Abandono en la divina Providencia» —que además
no fue directamente escrito por él, puesto que el texto, sin duda, fue escrito en la
primera mitad del siglo xvm, siendo leído y copiado en el entorno de Madame Guyon,
y luego introducido en las Visitandines de Nancy del que nuestro autor llegó a ser el
padre espiritual—, Caussade escribió: «El momento presente es pues como un desierto
donde el alma simple no ve más que a Dios únicamente, del que goza, estando ocupada
291
que pregonaban el «no-pensar» para establecerse «en Dios». En eso
consiste toda la práctica de la contemplación, que busca aprender,
precisamente, a establecerse cada vez más intensamente en la «Pre
sencia de Dios», en y por el «no-pensamiento»231.
sólo por lo que Él quiere de ella; todo el resto es dejado, olvidado, abandonado a la
Providencia. Esta alma, como un instrumento, no recibe ni opera sino cuando la ope
ración íntima de Dios la ocupa pasivamente en sí misma o la aplica en lo exterior [...]
¡Hay que liberarse de todo lo que uno siente y de lo que uno hace para caminar en esta
vía donde uno no subsiste sino en Dios y en el deber presente! Todas las miradas que
van más allá deben ser eliminadas, hay que limitarse al momento presente sin pensar
en el que lo ha precedido ni en el que lo seguirá [...] En el abandono, la única regla es
el momento presente; el alma dentro es ligera como una pluma, fluida como el agua,
simple como el niño; se mueve dentro como una bola para recibir y seguir todas las
impresiones de la gracia. Esas almas no tienen más consistencia ni rigidez que un metal
fundido; como éste coge todas las formas del molde por donde le hacen pasar, esas almas
se amoldan y se ajustan muy fácilmente a todas las formas que Dios quiere darles; en
una palabra, su disposición se parece a la del aire que se presta a cualquier soplo y que
se adapta a todo». (J.-E de Caussade, El Abandono en la divina Providencia, 1861).
231 El término «no-pensamiento», o más exactamente «no pensar en nada» (no pensar
nada), se encuentra principalmente en Francisco de Osuna (1492-1542), teólogo español
de tendencia escotista, quien insistió, en su dirección espiritual al lado de santa Teresa
de Avila, en la necesidad de «la oración de recogimiento» con el fin de desapegarse de
lo creado, y puso el acento sobre la importancia, en esta oración, de vaciarse de toda
operación, de toda representación mental con el fin de establecerse de forma duradera
en el silencio interior. «No pensar nada, decía Osuna, es pensarlo todo» (El recogimiento
místico, Tercer abecedario, tr. XXI, ch. VI.). Pero, es sobre todo el H. Bernardino de
Laredo (+1540), una de las influencias mayores de san Juan de la Cruz, formado en
la escuela de Dionisio el Areopagita, de Hugues de Balma, de Richard de San-Victor
y de Harphius, quien teorizó más finamente esta ascesis del «no-pensamiento». En su
célebre obra «La Subida del Monte-Sion» (1535), donde elogia el no-saber, la santa
ignorancia, la nada del pensamiento, desarrolla una doctrina fundada en la ausencia de
actividad mental durante la oración, método sin mezcla de conocimiento por el que se va
apagando poco a poco en el alma las operaciones discursivas, «Divina operación por la
cual el alma es elevada a Dios sin la mediación del pensamiento de ninguna cosa creada
(...)» (La Subida, IIIa p., c. IX.). Escribió igualmente: «Esta ausencia de pensamiento
es más que el sueño y no puede de ninguna manera ser explicada, porque Dios, al que
alcanza, trasciende toda explicación. Este pensamiento de Nada, es pensamiento de
Todo, puesto que entonces pensamos, sin servirnos de nuestra razón, desde Aquel que
lo es Todo por su maravillosa sublimidad» (La Subida, IIIa p., c IV).
292
únicamente la veneración de la humanidad de una persona histórica
llamada Jesús, quien se convirtió, como sabemos, en el objeto principal
del culto cristiano, sino un «médium», es decir, un «intermediario», una
reproducción, una especie de auténtica «imitación» de lo que ocurre para
cada uno de los seres en el plano de la eternidad y de lo que ocurrió
en el curso de su manifestación, un médium eterno y primitivo que
depende del «Logos» sin el cual «no habría nada manifestado», nada que
pudiéramos conocer y que se nos pudiera revelar de la Verdad, nada
que pudiera ser llevado a la existencia, colocado y ordenado en «el
ser» en el seno del mundo creado:
293
guid la comparación de san Pablo, Ia a los Corintios, c. 15, sobre la
vegetación espiritual y corporal, y veréis claramente la verdad de esta
palabra del Salvador: “Nadie puede ver el reino de Dios si no nace
de nuevo” (Juan 111:3). Añadid sólo que este renacimiento del que
habla el Salvador puede hacerse mientras estemos vivos, mientras
que san Pablo hablaba sólo de la resurrección final. Esta obra es en la
que deberíamos trabajar todos, y aunque es laboriosa, también está
llena de consolación por los auxilios que recibimos cuando estamos
determinados y somos valientes al emprenderla. Independientemente
del gran jardinero que siembra en nosotros, otros numerosos la riegan,
talan el árbol y facilitan el crecimiento, siempre bajo la mirada de
esta divina sabiduría que no tiende sino a adornar sus jardines, como
todos los demás jardineros, pero que puede adornar sólo los nuestros
porque somos sus flores más bellas. Entiendo muy bien que es sobre la
naturaleza de esos jardineros que lleva su pregunta y su incertidumbre
el saber discernirlos; pero, no olvidemos la vía dulce de progresiones.
Comencemos por sacar provecho de los pequeños movimientos de
virtud, de fe, de oraciones y de obra que se nos dan; éstos nos atraerán
otros que llevarán también su luz consigo mismo, y así sucesivamente
hasta completar la medida particular de cada individuo, y veremos que
la única razón por la cual los hombres están molestos e inquietos, es
que siempre pasen por encima de las épocas de su vegetación; mientras
que si se ocuparan muy prudente y decididamente por la época y por
el grado donde se encuentran, la marcha les parecería natural, fácil,
y verían por sí mismos nacer la respuesta al mismo tiempo que sus
preguntas2™».
294
y es en este lugar negativo, aunque de un modo paradójico, puesto
que lo visible depende de la noche y la noche de la luz invisible, y en
ningún otro, donde se efectúa la generación del Verbo en una especie
de vertiginoso y desconcertante modo de aniquilamiento cuyo riesgo
es grande, por la posibilidad real de la pérdida radical, a raíz de una
decisión de «kénosis» [vaciamiento] consentida234, «de aniquilamiento»,
acto supremo de despojo radical, que hace que acontezca la «Presencia»
cuyo origen oculto da testimonio de su eterna e invisible fuente.
Así, lo que nos desvela el misterio de la Cruz, símbolo de ani
quilamiento por excelencia, si cabe, es que en realidad «Dios» está
en proceso de creación en el alma, en proceso de engendramiento,
creándose en nosotros para estar unido con el alma en la cual nace.
Y en este misterio, Dios nos engendra como a su Hijo —es decir
como «Cristo»—, y más aún, así como lo expresa magníficamente
el Maestro Eckhart, nos engendra como «ser» en la identidad de su
naturaleza, «como Yo, y yo como nosotros, y nosotros como su ser y
su naturaleza»:
«El Padre engendra a su Hijo sin cesar, y yo digo más aún: Me en
gendra a mí como su hijo y como el mismo Hijo. Digo más todavía:
Me engendra no sólo como su hijo; me engendra a mí como [si yo
fuera] Él, y así como [si fuera] yo, y a mí como su ser y su naturaleza.
En el manantial más íntimo broto yo del Espíritu Santo; allí hay una
sola vida y un solo ser y una sola obra. Todo cuanto obra Dios es uno;
por eso me engendra como hijo suyo sin ninguna diferencia. Mi padre
carnal no es mi padre propiamente dicho, sino [que lo es] solamente
con un pequeño pedacito de su naturaleza y yo estoy separado de él;
él puede estar muerto y yo [puedo] vivir. Por eso, el Padre celestial es
de veras mi Padre, porque soy su hijo y tengo de Él todo cuanto poseo,
y soy el mismo hijo y no otro. Como el Padre no hace sino una sola
obra, por eso hace de mí su hijo unigénito, sin ninguna diferencia235».
295
Lo que nos enseña la Encarnación, en el plano metafísico, es la
posibilidad de una transformación entera y completa del ser, para
que llegue a la verdadera Realidad, y se convierta en «Dios» por
engendramiento, o más exactamente, que deje que Dios sea nuestro
ser y nosotros su ser en una perfecta identidad, entendiendo lo que
es la «Realización», y que nazca a un nuevo orden de cosas. Este na
cimiento, o más exactamente este «renacimiento / engendramiento»,
no necesita esperar ya ninguna supuesta «Parusía», en un hipotético
futuro, puesto que todo, absolutamente todo, es completo y perfecto
en «el eterno presente» del alma en la cual ha nacido el Verbo.
236 Saint-Martin escribe con gran pertinencia respecto al mundo «único»: «La
única diferencia que existe entre los hombres, es que unos están en el otro mundo
sabiéndolo, y los demás están allí sin saberlo: ahora bien, he aquí, a ese respecto, una
escala progresiva. Dios está en el otro mundo sabiéndolo, y no puede dejar de creerlo
296
Este mundo no es material, no es más que Espíritu, porque si solo hay
un único Creador que es Espíritu Divino, por consiguiente, no puede
haber creado un mundo material. Si Dios no lo creó, no ha sido hecho.
Así, si Dios no ha creado un cuerpo material, no hay cuerpo material,
no hay materia, sino que todo es Espíritu. Es lo que afirma el obispo
y teólogo George Berkeley (1685-1753), en su rechazo de considerar
la materia como una existencia real al decir:
«Todo el coro de los cielos y los objetos que llenan la tierra —en
una palabra, todos estos cuerpos que componen la poderosa estruc
tura del mundo —no tienen ninguna existencia sin un Espíritu. El
mundo exterior es en realidad el Espíritu mismo. La multiplicidad
de los objetos exteriores es ‘pura representación’, ‘sólo ideas’, del
mismo modo que en un espejismo no hay agua real y sin embargo
la noción de un objeto es creada. La más alta intuición se alcanza
cuando cualquier cosa aparece como pura alucinación (...) El mun
do es semejante a un sueño. El sueño es simplemente la presencia
de ideas; los objetos correspondientes no están allí realmente. Del
mismo modo que se percibe la falta de objetividad en las imágenes
del sueño una vez que uno está despierto, del mismo modo la falta
de objetividad en las percepciones de la vida despierta es percibida
por aquellos que han sido despertados por el conocimiento de la
verdadera realidad237».
ni dejar de saberlo, puesto que él mismo, siendo el Espíritu universal, es imposible que
haya para él, entre este otro mundo y él, alguna separación [...] El hombre, aunque
esté en este mundo terrestre, siempre está en ese otro mundo que lo es todo; pero
solo a veces siente su dulce influencia, otras veces no la siente...» (El Ministerio del
Hombre-Espíritu, 1802).
Jakob Bóhme, por su parte, afirma: «no hay que pensar, respecto a los santos
ángeles, que se encuentran todos más allá de las estrellas, fuera de este mundo, sino
igualmente en el lugar de este mundo, aunque no exista lugar en la eternidad, pues
el lugar de este mundo y el lugar fuera de este mundo son para ellos una única y
misma cosa» (J. Bohme, Mysterium magnum, VIII, 16). «Para Dios no hay nada
cerca y no hay nada lejos, un mundo está en el otro y todos no son sino un único
mundo; pero uno es espiritual, el otro corporal, del mismo modo que el cuerpo y el
alma están el uno en el otro, del mismo modo que el tiempo y la eternidad no son
sino una única cosa [...] el Verbo eternamente hablando reina por todas partes...»
(Ibíd., II, 10).
237 G. Berkeley, Los Principios del conocimiento humano, Traducción por Charles
Renouvier, Armand Collin, 1920, pp. 22-37.
297
IV. EL CIELO ESTÁ EN TI Y BUSCAR A DIOS EN OTRO SITIO ES
PERDERLO PARA SIEMPRE
«El cielo está en ti. Detente, ¿hacia dónde corres? ¡El cielo está en
ti! Si buscas a Dios en otro sitio, lo perderás para siempre239».
298
«Debes amarlo en tanto que es un no-Dios, un no-Intelecto, una
no-Persona, una No-Imagen. Más aún, en tanto que es un «Uno-puro»,
claro, límpido, separado de toda dualidad. Y en este «Uno» debemos
eternamente abismamos: de algo (iht) a la nada (niht)241».
V. LA NO-DIFERENCIA ONTOLÓGICA
241Ibíd., p. 154.
242En 1329, o sea, un año después de la muerte de Eckhart, quien no pudo llegar
a Aviñón para ser juzgado, la bula In agro dominico (1329), del papa Juan XXII,
condenó diecisiete artículos extraídos de los escritos y sermones como siendo posi
tivamente «heréticos», y denunció once como «sospechosos de herejía».
243 «La gracia de la Encarnación es en vista de la gracia de In-habitación» (Ibíd.
§ 177). [Sobre el término “in-habitación” añadimos otra cita de Eckhart: “Por eso
dice Pablo: «Dios mora en una luz a la cual no hay acceso». El es una in-habitación
(inhangen) en su propia esencia pura en la cual no hay nada adherido. Lo que posee
«accidente» (zuoval) debe desaparecer. El es un puro estar-en-sí-mismo donde no hay
ni esto ni aquello; pues lo que hay en Dios, es Dios”. -Sermón III, Nunc scio vere, quia
misit dominus angelum suum. Nota del Traductor.]
244Maestro Eckhart, Sermón 6, «Justi vivent in aeternum».
299
tal hombre, y es esto lo que Nuestro-Señor entendía cuando dijo:
«¡Buen servidor!»; porque este servidor no es bueno ante Dios sino
por la Bondad por la cual Dios mismo es bueno245».
«Hay que destacar que, así como dijo más arriba [§ 106], el primer fruto
de la Encarnación del Verbo, que es el Hijo de Dios por naturaleza, es que
seamos hijos de Dios por adopción. Porque sería de poco valor para mí que
el Verbo se hubiese hecho carne para el hombre en Cristo —suponiendo
que estuviera separado de mí —si no se hubiera hecho también carne
en mí personalmente, con el fin de que yo también sea hijo de Dios247».
300
«Dios», entonces desde siempre y por siempre estamos unidos en Dios,
sobre todo y antes que nada somos de la misma naturaleza que «Dios»,
somos increados como «Dios» es increado, somos sin comienzo y sin
fin, sin origen y sin final, puesto que nuestro «fondo» es exactamente el
de «Dios» — «Así como es verdad que el Padre en su naturaleza simple
engendra a su Hijo en forma natural, también es verdad que lo engendra
en lo más entrañable del espíritu y esto es el mundo interior. Ahí el
fondo de Dios es mi fondo, y mi fondo el de Dios248»—, subsistimos
en la plenitud permanente de la eternidad infinita, porque fuera de
«Él» nada existe. El Espíritu no tiene existencia separada, en realidad
solo tiene una única e idéntica naturaleza con Dios.
301
y somos eterna y plenamente creados y generados en Dios, así que,
allí donde nos encontramos, ningún esfuerzo es necesario pues para
hacer que «acontezca» esta identidad de naturaleza, somos nosotros,
bien al contrario, los que no hemos sido y no estamos presentes en
la Presencia y se comprende pues, que si se trata simplemente de
hacerse presente a la «Presencia», no es la Divinidad la que nos falta,
la que está ausente, sino nosotros los que estamos alejados de ella.
En este punto, estamos pues en la visión compartida por san Juan de
la Cruz (+1591): «El alma se vuelve Dios por una participación de su
naturaleza y de sus atributos150», como para el maestro Eckhart, del
que se pueden citar decenas de pasajes que van todos en el mismo
sentido de una unión sin distinción entre el alma y Dios:
302
extraordinaria pasión por los escritos de Bóhme, buceando en ellos
con una alegría y un entusiasmo indescriptibles y dejándose llevar por
las alas del Espíritu—, la sintió en su corazón leyendo los tratados del
pensador alemán, percibiendo en los escritos del pensador silesiano
el soplo divino del que ya había señalado, al hablar de su experiencia,
las marcas de su benevolente acción:
303
No parará pues de repetirlo, y esto fue de considerable impor
tancia para quien consideraba que le fue necesario «caminar en este
mundo como en una cuerda tensa y elevada por encima de la tierra»,
con la única regla « irrefutable de la alta y verdadera instrucción» que
se resume en estas pocas palabras:
«Dios quiere que seamos para él, como él quiere ser para nosotros».
Ahora bien, si esta obra debe ser emprendida, obliga a que sea impe
rativamente revelado en el corazón del hombre, no sin dolor a veces,
el Verbo, el «Logos» que reside dentro, porque allí está su secreta mo
rada. No es necesario, para ello, utilizar métodos periféricos, técnicas
complejas; el que desee dar a luz al Verbo Divino en su interior, no
debe olvidar que es llevado, arrastrado, por un poderoso movimiento,
304
«...puesto que es la misma acción, por no decir la generación viva del
orden divino que quiere pasar por [él].»
Saint-Martin, quien se lamenta de no conseguir hacerse escuchar
por los «hombres del torrente», constata que solo tiene principios que
ofrecer, mientras que la masa se nutre de opiniones y solo aspira a ser
adormecida por ilusiones. Invita pues a su lector a que no deje desfallecer
su celo y ponga la mirada «más allá de esta tierra transitoria». El hombre
está continuamente rodeado de nieblas, avisa el teósofo de Amboise, sus
días terrestres son «este mar de vapores tenebrosos que le ocultan la luz
de su sol...». Se impone pues, a todo buscador sincero, que desarrolle,
por una conversión que le hará girar la mirada hacia su interior, su
esencia íntima únicamente capaz de llevarle al «esplritualismo activo».
Constatando que todas las pruebas externas de Dios, muy defec
tuosas por los límites del orden natural, solo tuvieron como resultado
conducir a los pueblos al ateísmo, aconseja a su lector que se abra a la
dimensión de la eternidad, no por vanas demostraciones materiales,
sino por las luces transcendentes del mundo del Espíritu.
En realidad, afirma Saint-Martin, «nunca salimos del otro-mundo,
o del mundo del Espíritu », no existe más que una única diferencia
entre los hombres, «unos están en el otro mundo sabiéndolo, los de
más están allí sin saberlo». En consecuencia, llamando a su lector a
desarrollar las potencias espirituales de su alma, le pide que concurra
a la revelación majestuosa de la eterna «Unidad», con el fin de que
sean ampliamente abiertas las regiones de la Divinidad.
Desplegando ante nuestros ojos el misterio de su primitivo origen,
Saint-Martin no oculta al hombre que está encargado de una sublime
misión: restituir la presencia del Verbo en el centro del Universo.
305
conjunto del mundo creado, o, más exactamente, por el ejercicio del
«recogimiento místico», transformarlo «en Espíritu y en Verdad» en la
generación viva del orden divino.
«La originalidad de Fenelón y de los teóricos del puro amor es tanto más
grande, en cuanto que sostienen que debemos amar a Dios por encima de
306
todas las cosas, más allá de nuestro deseo de beatitud y nuestro miedo
a las penas infernales, y volvernos pues, en este sentido, “indiferentes a
nuestra salvación”. ¡Estamos aquí, evidentemente, a mucha distancia
de la culpable pasividad tan enérgicamente denunciada! Es legítimo,
mucho más, si se requiere aspirar a la salvación, pero lo que está en
juego es la naturaleza del amor. El amor sin mezcla (en el sentido quí
mico) hace abstracción de lo que los espíritus del Renacimiento llamaban
la “filautía” [el amor propio]: es fundamentalmente desinteresado. Según
Fenelón, no se puede amar a Dios como “perfecto” sin amarlo como
“beatífico”, pero, sin embargo, uno debe amarlo esencialmente por sí
mismo, independientemente del motivo de la salvación257».
307
ANEXO I
Carta de Saint-Martin a Kirchberger,
19 de junio de 1797
309
matrimonio indisoluble, que nos haga el amigo, el hermano y el esposo
de nuestro divino Reparador.
No hay otro medio para llegar a esta santa iniciación que el de
sumergirse, cada vez más, hasta las profundidades de nuestro ser y
no retroceder hasta que no hayamos alcanzado a obtener la viva y
vivificante raíz, porque entonces todos los frutos que tendremos que
llevar, según nuestra especie, se producirán naturalmente en nosotros
y fuera de nosotros, tal como vemos que ocurre para nuestros árboles
terrestres, porque están adheridos a su raíz particular, de la que no
dejan de bombear la savia.
Este es el lenguaje que he mantenido en todas mis cartas; y segura
mente, cuando esté en vuestra presencia, tampoco tendré otro misterio
más vasto y más apropiado que comunicaros. Y tal es la ventaja de esta
preciosa verdad, que uno puede hacerla correr de un extremo al otro
del mundo, y hacerla resonar en todos los oídos, sin que aquellos que
la escuchen puedan hacer otra cosa que ponerla en práctica o dejarla
allí, no obstante, sin excluir por ello los desarrollos que pudieran nacer
en nuestras entrevistas y conversaciones, pero de los que creo estáis ya
lo bastante provisto por nuestra correspondencia, y más aún por los
minuciosos tesoros de nuestro amigo B... [Bóhme] de los que, en con
ciencia, no puedo creeros escaso, y de los que no temería por vos en el
futuro, si queréis aprovechar vuestros excelentes fundamentos.
Es en éste mismo espíritu que os responderé sobre los diferentes
puntos que me instáis aclare de mis nuevas empresas. La mayor parte
de puntos tienen que ver precisamente con estas iniciaciones por las
que ya he pasado en mi primera escuela, y que dejé desde hace tiempo
para entregarme a la única iniciación que verdaderamente es según mi
corazón. Si acaso he hablado de esos puntos en mis antiguos escritos,
ha sido en el ardor de aquella juventud, y por el ascendiente que sobre
mí había tomado la costumbre diaria de verlos tratar y preconizar por
mis maestros y compañeros.
No podría, y ahora menos que nunca, inducir a nadie a tomar
parte de este asunto, viendo cómo me alejo del mismo a diario; por
otro lado, sería de poca utilidad para el público, el cual, en efecto, en
310
simples escritos no podría recibir sobre este asunto luces suficientes, y
al que por otra parte tampoco habría ningún guía para dirigirle. Esta
suerte de luces deben pertenecer a aquellos que son llamados a hacer
uso de ellas por orden de Dios, y por la manifestación de su gloria,
y cuando son llamados de esta manera no hay que inquietarse sobre
su instrucción, ya que la reciben entonces sin dificultad ni oscuridad
alguna, y con mil veces más de nociones y mil veces más seguras que
las que un simple aficionado como yo pudiera dar sobre estas bases.
Querer hablar de otra cosa, y sobre todo al público, es querer sin
provecho alguno estimular una vana curiosidad, y querer trabajar más
bien por la gloria del escritor que para la utilidad del lector; ahora bien,
si he tenido errores de este género en mis escritos, más los tendría si
persistiera en continuar en esta misma línea. Así, mis nuevos escritos
hablarán mucho de esta iniciación central, que por nuestra unión
con Dios puede enseñarnos todo lo que debemos saber, y muy poco
de la autonomía descriptiva de estos delicados puntos sobre los que
usted quisiera que llevara mi atención, y a los que hay que hacer caso
sólo en la medida que estos se encuentran comprendidos en nuestra
circunscripción y en nuestra administración.
No me priva esto, mi querido hermano, de que en esta misma carta
pueda mencionarle todo lo posible sobre la totalidad de los puntos
que me haya enumerado en la suya, por tanto procederé en ese orden.
311
fue, mediante sus ángeles, deseamos una buena voluntad;
entonces vemos que su propiedad es, para no seguir adelante
bajo amenazas y promesas, el dejárselas al hombre para que
haga uso de ellas como guste. Consecuentemente, sabrá
observar usted que lo que pudiese decir públicamente sobre
este enunciado, infaliblemente no recibiría mayor crédito
que lo que la palabra divina misma recibe.
2. Sobre la sensibilidad de nuestro mundo. Precisamente este
es uno de los puntos sobre los que hablé bajo el impulso de
mi juventud, y por este mismo motivo no quisiera seguir
adelante sin primero examinarlo con mayor profundidad
dentro de mí mismo, aunque, ante todo, exento de órdenes.
Pero, mediante las aperturas con las que nuestro amigo B ...
[Bóhme] nos revistió dentro del contexto de la naturaleza
particularmente universal, pienso que usted obtendría una
mayor satisfacción sobre ello si emprende la tarea de leerlo
con mayor atención.
3. Sobre el culto. Debo decir que el culto que concierne a las
clases aludidas, es en realidad la orden ceremonial confiada
por Dios a sus grandes elegidos en las distintas épocas, cuando
hubo manifestado su sabiduría y sus socorros sobre la tierra.
Esto concierne a aquellos que Él eligió para tal propósito;
el resto recibe los frutos. Eran las distintas instrucciones
espirituales y divinas recibidas por Enoc, Noé, Moisés,
Elias, y tantos otros que fueron encargados con misiones
generales. En cuanto al común de los hombres, al igual que
nosotros, solo es encargado de su propia restauración; y eso
es suficiente para mantenernos ocupados: comencemos por
ser fieles en las pequeñas cosas; sólo Dios sabrá juzgar si
considera propicio confiarnos cosas mayores.
4. Sobre la unión del modelo con la copia. Os diré que en las
generaciones espirituales de todo género, este efecto debe
pareceros natural y posible, pues el hecho de que las imá
genes tengan relación con sus modelos debe estar siempre
presente. Es por esta vía que caminan todas las operaciones
312
teúrgicas, en las que se emplean nombres de espíritus, sus
signos, sus caracteres, en fin, toda cosa que pudiendo ser
dada por ellos pueda tener relación con ellos; es por ahí que
van los sacrificios levíticos; es por ahí, sobre todo, que debe
ir también la ley de nuestra iniciación central y divina, por
la que, presentándola a Dios, tan pura como podamos, el
alma que nos ha dado, y que es su imagen, debemos atraer
el modelo sobre nosotros y formar por ello la más sublime
unión que jam ás haya podido hacer ninguna teúrgia ni
ninguna ceremonia misteriosa de las que todas las otras
iniciaciones están llenas.
En cuanto a vuestra pregunta sobre el aspecto de la luz o de
la llama elemental para obtener las virtudes que le sirven de
guía, debe usted ver que esta pregunta entra absolutamen
te en la teúrgia, y en la teúrgia que emplea la naturaleza
elemental, y como tal, la creo inútil y extraña a nuestro
verdadero teurgismo, en el que no hace falta otra llama
que nuestro deseo, ni otra luz que la de nuestra pureza. Sin
embargo, esto no prohíbe los conocimientos muy profundos
que usted pueda extraer de B... [Bóhme] sobre el fuego y sus
correspondencias; allá cada cual con sus especulaciones; los
conocimientos más activos sobre este punto deben nacer en
las operaciones espirituales sobre los elementos; y sobre este
asunto, no tengo nada más que añadir.
5. Sobre la depravación o la debilidad de nuestra voluntad.
Usted da más importancia a este pasaje que yo. Se encuentra
por completo respondido en el punto 1 más arriba; ya que
si una voluntad constante, pura y fuerte debe, con el favor
de Dios, obtener todas las cosas, una voluntad contraria
deberá privarnos de todas ellas. Entonces no puedo indicar
de otra manera cuáles actos de la voluntad son necesarios
para descorrer el velo. Solo se trata de que, en el ejercicio
de nuestra voluntad, debemos aprender a perfeccionar y
a brindarle virtuosidad a nuestra voluntad; y sea dicho,
de paso, a todas nuestras facultades, tal como cada día
313
puede ser visto en aquello que se relaciona exclusivamente
con nuestras artes, nuestras ciencias vulgares, e incluso en
nuestras acciones placenteras.
314
ANEXO II
LA ORACIÓN
Obras Postumas (1.807)
Louis-Claude de Saint-Martin
315
muerte proporcionar este carácter; no es para nosotros sino una de
las floraciones de la admiración, mostrándose como la cima de ese
edificio de la generación que debemos construir durante todo el curso
de nuestra existencia.
Pero ¿cuándo alcanza la oración ese término sublime? Cuando
conseguimos que las plegarias oren en nosotros y por nosotros, y no
en esas oraciones que nos vemos obligados a sostener por todas partes,
exponiéndolas a través de fórmulas o actitudes pueriles y escrupulo
sas; es cuando sentimos que Dios sólo habita en sus obras, como lo
hacen todos los seres, y que sus obras son espíritu y vida, no podemos
esperar que habite en nosotros hasta que nos hayamos convertido en
espíritu y en vida; es decir, hasta que cada una de nuestras facultades
se convierta en una de las obras de Dios.
Desgraciadamente, los hombres se hayan lejos de ser suficientemente
felices para poder elevarse a la altura de esa inefable religión de la
oración, elevándose apenas a la altura de la religión de la inteligencia,
librados de tal forma a lo sensible, por no decir a lo material, que
sin la religión de los hechos o de los prodigios les es casi imposible
tener acceso a su alma y revelar en ellos el principio de la vida-, por
ello es necesario, por su bien, comenzar a tratarlos como enemigos
[a los prodigios] antes de pensar en tratarlos como hermanos. No
obstante, será el cuerpo de estos hermanos el que debe realizar la
obra. ¿Dónde se encuentran aquéllos que no piden más milagros,
como les fue reprochado a los Judíos, pero que no se limitan como
los gentiles a buscar la sabiduría del espíritu, sino que se sumergen
en ese abismo inmenso de la oración, para probar efectivamente que
todo lo que no tiende a esta viviente y activa religión no es más que
un fantasma? ¿Dónde están aquéllos que reconocen cuánto el gusto
por lo insólito absorbe y oculta para nosotros las maravillas que po
dríamos encontrar en la oración? ¿Dónde se encuentran aquéllos que
toman la firme resolución de morar en el templo del Señor hasta que
sientan que el templo del Señor viene a morar en ellos?
La eterna sabiduría divina mantiene todas las producciones de
la eterna inmensidad en sus formas, en sus leyes y en su viviente
actividad: el aire opera el mismo efecto sobre todos los seres de la
316
naturaleza, pues sin él se disolverían todas las formas; la oración tiene
el mismo destino y empleo en relación con el hombre; ella debe hacer
descender su peso sobre todas las facultades que componen nuestra
existencia y mantenerlas en todo su juego; como el poder universal
pesa sin cesar sobre todos los seres y les presiona para manifestar la
vida que tienen en ellos.
Esta sabiduría eterna es el aire que Dios respira; es una en sus
medidas, es lo que hace que la forma de Dios sea eterna; no tiene
nada que combatir ni ningún trabajo que soportar, como esa sabi
duría temporal de la que hemos necesitado durante nuestro viaje en
las regiones mixtas. He ahí el modelo de nuestra oración que nada
obtiene, si no adquiere ese carácter de unidad activa que la lleva por
encima del tiempo y la toma como el canal natural de las maravillas
de la eternidad; pues es ella la que presionando sobre todos nuestros
canales espirituales los depura de toda su corrupción y les sitúa en un
estado de recibir todos los tesoros que deben transmitirnos.
Cuando decimos en el Pater, santificado sea tu nombre, no hacemos
más que invocar el cumplimiento de esta Ley. El alma es el nombre de
Dios; ahora bien, si conseguimos que el nombre de Dios sea santificado
en nosotros, desde ese mismo instante el canal de las maravillas de la
eternidad obra por nosotros, y dichas maravillas pueden expandirse
no sólo sobre nosotros, sino también sobre la inmensidad que nos
rodea. Porque es en nosotros, unidos con todos los elegidos de Dios,
todos los Patriarcas de Dios, todos los Apóstoles de Dios, que podemos
decir Padre nuestro en el sentido más sublime, porque por ello somos
sus hermanos, participando en todas sus obras. Esas maravillas ya no
se detienen una vez abierto el acceso en nosotros, ya que entonces
somos iniciados en el movimiento divino y ese movimiento no se
interrumpe jamás, porque es hijo del deseo, y el deseo es la raíz de
la eternidad. Ahora bien, este movimiento divino en nosotros no se
encuentra más que en el reposo absoluto de nuestro ser y por el cese
de todas las tempestades que sufrimos en la región del tiempo.
¡Oh!, ¡cuán grande, temible y magnífico sería un hombre que
no fuese el resumen del pecado! No habría fuerzas, luces y virtudes
que no se encontrasen en él. Pero qué dolor para el hombre sentir
317
que no puede esperar rezar tranquilo y en plena libertad hasta que
el universo entero sea disuelto; sentir que todo lo que le rodea, todo
lo que se le aproxima, todo lo que le constituye en este momento es
un obstáculo para la plegaria.
También que el hombre se examine, antes de proferir la plegaria
del Centurión: una palabra tuya bastará, etc [Mt 8:8]. Porque ¡desgra
ciado ese hombre si se pronuncia esa palabra antes que haya podido
entenderla!, no se pronunciaría más que para asustarlo y perderla.
¿Quién está en estado de escuchar y entender reteniendo en su oído
la palabra del Señor?
He aquí lo que debe ser la palabra del Señor para aquél en quien
la plegaria ha tomado posesión. Esta palabra la encuentra por todas
partes: la encuentra a todas horas, porque como no existe el tiempo
para el espíritu, no existe tampoco lugar para el espíritu. ¿No son
proporcionales el tiempo y el espacio?
Tierra, detente; cielos, suspended vuestra voz, y tú, príncipe de
las tinieblas, aléjate y precipítate en tus abismos. Pues un hombre va
a orar, y va a orar hasta que sienta que ha llegado a esa región donde
el hombre está perpetuamente atormentado por la persecución y la
inoportunidad de la oración y la palabra.
Sólo deberíamos dirigir a Dios plegarias de agradecimiento y no
pedirle nunca nada: puesto que da siempre y da sólo lo que es siempre
perfecto y bueno para nosotros. Nos da abundantes delicias y favores,
incluso cuando sentimos por nuestras manchas merecer sólo castigos
y esperar sólo suplicios.
Los desgraciados hombres lo saben y no cesan de hacer morir a
Dios; es decir, impedirle penetrar en ellos, y por consiguiente, ma
nifestarse fuera de ellos. Puesto que si nuestra felicidad es conocer
a Dios, la felicidad de Dios es ser conocido por nosotros, y todo lo
que se opone a eso es una muerte para él. Lloremos, lloremos sobre
los pecados de los hombres y sobre los nuestros propios. Actuemos
para poder sentir cuánto Dios nos ama, y para invitarle a hacernos
sentir cuánto nos ama, prometiéndole que trabajaremos para manifes
tarlo, y no nos demos un momento de reposo en que no le hayamos
ofrecido la palabra.
318
Lleguemos en nuestra penitencia y en el sentimiento de nuestra
ingratitud para con él hasta entregarnos, sin pesar e incluso con pla
cer, a los sufrimientos, peligros y temores de todo género; es decir,
sometámonos con gusto a los castigos y penas que tenemos justamente
merecidos. Castígame, Señor, porque entonces estarás cerca de mí. Ya
que la principal oración que debemos hacer y la principal obra en que
debemos trabajar será pedir a Dios la pasión exclusiva de buscarle,
encontrarle, estar unidos a él, y no permitirnos un movimiento que
no derive de dicha pasión, ya que esta vía nos obligará a ser verdade
ramente la imagen y semejanza de Dios, en el que no haremos nada
más, no tendremos un sólo pensamiento más, ninguna floración en
nosotros que no sea precedida y no salga directamente de la santa
palabra interior y divina, como no existe nada en todos los universos
de los espíritus y de los mundos que no sea continuamente precedido
de la eterna y universal palabra generatriz y creadora de todas las
cosas. El amor se hace nuestro hermano; digámosle: desciende a mi
corazón como un médico hábil y experto, y pronúnciate sobre el
tratamiento que conviene a mis heridas; a cualquier amargura, cual
quier dolor que acaezca, me someteré con alegría, ya que es el único
medio que tengo de recobrar la salud. Estaré tranquilo en tus manos,
puesto que me precederás en mi suplicio; estaré tranquilo entre tus
manos, porque me amas; estaré tranquilo en tus manos, porque eres
poderoso, y todos los males, todos los peligros y todos los enemigos
se destruirán para mí ante tu sola presencia.
Pero no es suficiente con pedir a Dios que descienda hasta noso
tros; no habremos hecho nada si no permanece, y ésta es la mayor
desgracia de la que son normalmente víctimas los hombres: porque
Dios desciende con frecuencia en ellos; pero frecuentemente le dejan
salir de nuevo, o más bien ellos mismos le hacen salir, pareciendo,
por así decirlo, no darse cuenta.
Hombres, reavivad vuestras esperanzas, acordaos de que Dios se
ha hecho un órgano en vuestro sitio (como se ve en la 7a religión o
en las tradiciones); recordad a Dios su propia palabra por la que ha
dicho que se hace órgano en vuestro sitio: decidle que sus palabras
no pueden pasar e importunadle hasta que sintáis que realmente se
319
ha hecho órgano para vosotros en todas vuestras facultades; es en
tonces cuando vuestras alegrías, vuestra paz y vuestro triunfo estarán
asegurados; y dirás: ¡feliz aquél que persevera hasta el final! Sin
embargo, antes de aplicar este paso al fin universal de las cosas, no
debéis aplicarlo en un principio más que al fin de cada una de vuestras
propias obras espirituales-particulares que nunca debéis abandonar
y que debéis llevar por vuestra perseverancia hacia ese fin, o a ese
divino resultado que sólo puede compensaros por vuestros trabajos
y os resarcirá de vuestras penas al céntuplo.
Pedid por lo tanto, sin cesar, a este Dios que se crea él mismo en
vosotros en misericordia, en fuerza, en amor, en caridad, en resigna
ción, en confianza, en dulzura, en fin, en toda la naturaleza primi
tiva de nuestro ser: puesto que tal debe de ser la manifestación y la
actividad continua de nuestra substancia divina; pedidle todos esos
favores ahora, desead ser atormentado como él de impaciencia por
la justicia, de esa impaciencia con la que alimenta el alma del profeta
y hace que su alma sea un mar agitado y grueso, que no puede tener
ningún reposo.
¿Cómo no iba a ser atormentada el alma del profeta con la im
paciencia de la justicia? Él siente que lo real, lo santo y lo verdadero
son, que son ahora, que son siempre, y que, no obstante, se encuentra
retenido como un esclavo y como un ser con el que se juega en medio
de lo falso, de lo aparente y de lo ilusorio.
Pero he aquí las diversas progresiones del hombre según los diver
sos grados en que se encuentra emplazado, sea por su falta, sea por
orden. El hombre que ama el pecado teme todo y le repugnan todos
los sufrimientos; el hombre que odia el pecado no teme ninguno de
estos sufrimientos; el hombre que hace penitencia por sus pecados
los soporta con resignación e incluso con alegría; el hombre que hace
penitencia por los pecados de los otros y por el gran crimen desea estos
mismos sufrimientos con ardor y ellos son su consuelo; el hombre
del torrente no conoce esas útiles progresiones: son cuerpo que toma
demasiado del espíritu para que su espíritu pueda tomar de su cuerpo.
La oración es una vegetación, porque no es sino el desarrollo la
borioso, progresivo y continuo de todas las potencias y de todas las
320
propiedades divinas-espirituales y naturales, temporales, corporales,
gloriosas del hombre, que han estado escondidas y enterradas por
el pecado.
N o podrás jamás conocer la oración de la penitencia si no has
recorrido el vasto camino de la necesidad del primer hombre, el de
la naturaleza inmortal, espiritual, pensante y parlante, de tu horrible
privación que te demuestra la evidencia de un castigo, como conse
cuencia de una falta, y por consiguiente una justicia anterior a ti; jamás
podrás conocer tu purificación viva y real hasta que hayas pasado
por dicha penitencia; jamás podrás conocer tu regeneración hasta
después de haber sufrido esa viva purificación o esta penitencia que,
por tus lágrimas, te produce el Bautismo de agua que lava todas tus
manchas; nunca podrás ejercer las obras y dones del espíritu hasta que
no hayas sido reinstalado en tus potencias por tu regeneración; nunca
podrás enseñar con seguridad y útilmente por escrito lo que no hayas
enseñado por los diálogos y los discursos; jamás podrás aprovechar
la lectura de las buenas obras hasta que tú mismo no hayas enseñado
por el diálogo y los discursos; jamás podrás encontrar reposo para tu
espíritu hasta que no te colmes de la lectura de las buenas obras. Esto
te indica cuál es la inmensidad del dominio de la oración, y al mismo
tiempo cuál es la grandeza del trabajo que te impone; porque en este
campo no existe un solo grado que no cuente con tu actividad para
rendirte su fruto, a fin de que no olvides que eres un extracto vivo
de una fuente viva, y que su imagen toda debe nacer de ti, para que
te sume o te reste. Dios es un rey que siempre entra en su reino y que
jamás sale de él. Es para el alma humana como un esposo tierno y
atento que vela con cuidado continuo para evitar a su esposa querida
no solamente los males y peligros, sino también la más mínima fatiga.
Magnifico Dios de mi vida, transforma todos los seres que com
ponen el tiempo; que se conviertan en las luces de tu templo eterno,
que se conviertan en órganos de tus santos cánticos, y que digan todos
juntos, sin interrumpir un sólo instante: magnifico Dios de mi vida,
magnifico Dios de mi vida, magnifico Dios de mi vida, todo está en
ti, tú estás en todo, y nada se conoce, ni se ama, ni es feliz más que
por tu vida y en tu vida. Sólo existe tu espíritu de vida que crea los
321
espíritus en nosotros, llenándonos de sus seres inmortales y eternos.
La Ley de Moisés sólo era un reflejo de tu espíritu, por lo que única
mente creaba en nosotros potencias pasajeras: eres tú quien crea en
nosotros una abundante inmensidad de tus potencias permanentes y
la plenitud de tus espíritus.
La oración es la principal religión del hombre porque es la que
une nuestro corazón a nuestro espíritu; y esto ocurre porque nues
tro corazón y nuestro espíritu no están ligados al cometer tantas
imprudencias, viviendo en medio de tantas tinieblas e ilusiones.
Cuando, al contrario, se unen nuestro espíritu y nuestro corazón,
Dios se une naturalmente a nosotros, puesto que nos ha dicho que
cuando nos reunamos en su nombre, estará entre nosotros, y en
tonces podremos decir, como el Reparador: Dios mío, sé que me
complaces siempre. Todo lo que no sale constantemente de esa fuente
se encuentra en el rango de las obras separadas y muertas; incluso
las obras del espíritu que pueden operarse a través de esa fuente en
nosotros, como siendo su órgano, no nos parecen comparables a
dicha unión; mas el medio de preservarse del orgullo en esta clase
de obras es el de tener nuestros ojos permanentemente vueltos hacia
dicha fuente, porque entonces sentiremos que sólo trabajamos para
su glorificación, así como cuando ponemos las obras del espíritu en
las vías y en las intenciones externas sentimos que trabajamos para
nuestra propia glorificación.
La oración une nuestro espíritu y nuestro corazón a Dios, y cuando
abre en nosotros el hogar divino, sentimos que entramos en calor,
nos sentimos animados y vivificados por todas las potencias divinas;
todas las bases de la alianza se posan en nosotros, todos los patriarcas,
todos los profetas del Señor, todos los apóstoles realizan cada uno sus
funciones en nosotros; realizan estas funciones en nosotros porque
el Espíritu Santo las realiza en ellos mismos, y todas estas diversas
funciones se operan en nosotros en una unión deliciosa y en una ar
monía que nos hace sentir la santa fraternidad de todos los Elegidos
de Dios, y su celo ardiente y mutuo de avanzar en nosotros la obra
de Dios; nos presentan esta santa armonía porque ellos mismos son
dirigidos e influenciados por la armonía de la unidad, etc.
322
He dicho y escrito que nuestra oración sólo debería ser una con
tinua acción de gracias; esto no debiera de sorprendernos si reflexio
namos sobre nuestra situación en este mundo: todos deberíamos,
en efecto, componer nuestra plegaria, o nuestra continua acción de
gracias, de la lista de gracias preservativas que recibimos. Cada uno
debería ocuparse de la enumeración de los males que no sufre, de
las tribulaciones de las que se ha salvado y de las privaciones que se
ha evitado. Cada uno podría extender infinitamente el salmo 43258:
puesto que no son ya las misericordias que recibieron nuestros padres
las que podríamos contar como lo hace el canto judío, sino que son
las misericordias que nos han sido y que nos son concedidas a diario a
nosotros mismos. Si cada uno sigue esta vía, sentirá pronto la alegría,
la paz, el consuelo; y la mano suprema y misericordiosa le alcanzará
para protegerle incluso de los males considerables que parecen in
evitables a nuestra naturaleza, pero que, sin embargo, nos llegan con
frecuencia debido a nuestras faltas e imprudencias. Pero para llegar
a este punto de sublimidad donde nos puede conducir la oración, es
necesario obtenerlo al precio de los dolores del alumbramiento; es
por ello que el recuerdo nos separa del precio que nos ha costado y
que este tesoro trae para nosotros el precio del amor.
Aprendamos también ahora el gran secreto de que Dios nos ob
serva a veces en nuestro trabajo y en los dolores de nuestra oración,
como una madre observa a su hijo cuando se encuentra en combate
con las pueriles angustias propias de su edad y con los pequeños
simulacros de peligros a los que le expone para formarle y hacerle
desarrollar sus propias fuerzas. Dios, como esta madre, sabe bien
que su amor coronará nuestros esfuerzos, incluso se complace en su
amor hacia nosotros al vernos agitar así ante el temor de disminuir
ante nuestros ojos el valor de dicho tesoro que es nuestro único
258 “Hazme justicia, oh Dios, y defiende mi causa contra una nación impía; líbrame
del hombre engañoso e injusto. Ya que tú eres el Dios de mi fortaleza, ¿por qué me
has rechazado? ¿Por qué ando sombrío por la opresión del enemigo? Envía tu luz y
tu verdad; que ellas me guíen, que me lleven a tu santo monte, y a tus moradas. En
tonces llegaré al altar de Dios, a Dios, mi supremo gozo; y al son de la lira te alabaré,
oh Dios, Dios mío. ¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí í
Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡El es la salvación de mi ser, y mi Dios!”
323
bien; ve que le ganamos por nuestros sudores, aunque se encuentre
bien determinado al acuerdo, y esta victoria sobre nuestro corazón
es una dulce conquista en la que se regocija del avance en secreto;
es así cómo en medio de nuestra propia libertad no somos más que
los órganos y la ejecución de sus divinos propósitos, cuyos móviles
primitivos permanecen siempre ocultos en sus manos, o más bien en
su corazón; y al mismo tiempo percibimos con sorpresa, y cuando
menos lo esperamos, cuán dulces son sus planes y sus medios plenos
de sabiduría siempre nueva y maravillosa. Puesto que a través de su
divina industria nos libra de males aparentes para conducirnos al
temor y a la oración de súplica, librándonos continuamente de males
reales para inducirnos al amor y a la plegaria de acción de gracias.
Las ventajas de estos hilos del amor, o de este fuego vivo y animado
que debe acabar por abrasarnos, son innumerables; y la principal de
dichas ventajas es la de preservarnos de los golpes del enemigo de todo
género: porque cuando el fuego del amor es encendido en todo nuestro
ser, el enemigo, por más que golpee, no golpea sobre nosotros, sólo
golpea sobre la cólera que está como apartada de nosotros, es decir,
que se golpea a sí mismo y se infringe a sí mismo su propio castigo.
Este fuego del amor detiene de tal forma los poderes del enemigo
que los magos del Faraón no tuvieron ya fuerzas para imitar los pro
digios de Moisés, después de que tras la petición del rey de Egipto,
rogó por el cese de la plaga de ranas (que era la 3a). Ciertamente, ¡qué
te puede resistir, hombre, si has tenido el gozo de orar, hasta sentir
tu fuego de amor o tu santa eternidad moverse en ti! No olvides que
no sólo debes ser una operación de Dios, sino que esta operación de
Dios debe de ser continua y en todo instante ¡Oh Dios!, ¡haz pues
que en cada acto de mis deseos deje pasar un poco de ti en el mundo!
No tenemos otra ocupación que ser, por así decir, los anunciadores
de Dios en el mundo, y que los hombres lo prueben en todas las cir
cunstancias de su vida; es decir, que prueben sin cesar, sin inventar
nada: ya que cuando cuenten de los hechos del espíritu, no tendrán
para nada la certeza de los hechos que cuenten; y cuando comprendan
verdades interesantes, su inteligencia no estará para nada en la precisión
de las verdades que comprendan; aunque realicen acciones buenas,
324
humanas, generosas, su acción no participará para nada de la santidad
y equidad de la ley eterna que ordena semejantes acciones. De esta
forma, la memoria del hombre no es más que la anunciadora de la
evidencia de los hechos; su inteligencia sólo es la anunciadora de la
justicia y de la ley que está bajo él. No obstante, cuanto más emplee
sus facultades en este comercio, más lo aumenta, y al mismo tiempo,
más amplia su propia existencia; se ve también que cuando más pone
de lo suyo en este comercio, más es digno de nuestro reconocimiento
y de las recompensas de la justicia universal, ya que con ello aumenta
nuestras propias riquezas y la gloria de su maestro, manifestando las
maravillas divinas. En efecto, en el orden común, el hombre inteligente
es superior al hombre que cuenta [narra], y el hombre que actúa es
superior al uno y al otro; puesto que, al igual que el principio de las
cosas sería como nulo para nosotros si no se hubiese transformado
en obras, igualmente el hombre no será un ser completo si no lleva
el desarrollo y el uso de sus facultades hasta la acción.
Se nos dice en el Apocalipsis 13: 8 y 9: “La bestia será adorada
por todos los que habiten la tierra, y cuyos nombres no están en el
libro de vida del cordero que ha sido inmolado desde los comienzos
del mundo. Que el que tenga oídos entienda”.
Es aquí donde el hombre aprende por dónde debe comenzar para
conducir el desarrollo de su plegaria y el uso de sus facultades hasta
la acción; si ve que su edificio no está fundado sobre arena, debe
reflexionar que la obra particular del hombre es una imitación de la
obra general; de esta forma no obtendrá el objeto de sus obras si no
comienza por repetir en él la inmolación del cordero, porque la obra
particular del hombre debe también crearle un mundo, es decir, una
operación universal espiritual emancipada de toda operación terrestre
de voluntad humana, y por consiguiente el cordero debe ser inmo
lado también en él desde el comienzo de este mundo particular que
debe ser para él una obra completa; pero como ninguna inmolación
particular puede hacerse en él si no es a través de su unión con la
inmolación del cordero universal, aprende de esta forma el único
medio que tiene de inscribirse a la vez en su propio libro de la vida
y en el libro de la vida por excelencia, es decir, en qué condiciones
325
puede preservarse de la adoración de la bestia, pues todo lo que no
está en estos dos libros de vida está en la bestia. He aquí, creo yo,
con qué oído debe entenderse dicho pasaje. Nuestro cuerpo animal
no es la bestia, aunque se encuentre unido a ella; por ello debemos
prometernos no acordar nada con este animal tan cercano a la bestia
antes de obtener y sentir en todo momento sobre nosotros mismos
el alimento del espíritu.
¡Dios supremo! Sólo tú puedes servirte de orar en ti mismo, reen
contrándote a ti mismo en nuestra oración, con la que puedes grati
ficarte y estar contento. Pero también, es cuando te reencuentras a ti
mismo en nosotros que podemos creernos regenerados y pronunciar
con emoción y alegre confianza: Consummatum est.
Pero estas alegrías están aún bien lejos de ser permitidas al hombre;
éste tiene primero que ganarlas a través de los sudores continuos de
su sangre y de su espíritu. En un principio es necesario que sufra por
sus propios pecados; es necesario que escuche en sí mismo la voz te
mible de sus pecados, voz mil veces más espantosa que la de todos los
males de la tierra; es necesario que sienta el horror de haber podido
escandalizar al Ser santo y justo por excelencia, y que recuerde lo que
dice la Escritura: Desgraciado aquél que haya escandalizado al menor
de sus pequeños. Por consiguiente, ¡qué desgracia para aquél que ha
escandalizado al mayor de todos! Debe hacerse circuncidar en todas
las partes de su ser, y sufrir como los Siquenitas259 las consecuencias
dolorosas de la operación durante varios días; es preciso que medie
la misericordiosa justicia de este Dios ultrajado que, a pesar de que
le hayamos escandalizado hasta su propio centro divino, no nos cas
tiga, o más bien no busca corregirnos más que por las tribulaciones
terrestres y las aflicciones corporales, cosas todas que no deberíamos
mirar como aflicciones, pues la privación de todo lo que dura en el
tiempo, e incluso la misma muerte, son tan inevitables, que es en to
das estas cosas que la sabiduría piensa cuando nos recomienda hacer
penitencia; no menos importante es la cuestión de las aflicciones
humanas que una aparente injusticia pudiera atraer sobre nosotros:
326
pues cuando las aflicciones nos llegan, y estaríamos tentados de decir
que no las merecemos, pensemos que Dios podría decirnos: cuando
me habéis herido en mi amor por vuestra indiferencia, en mi verdad
por vuestras mentiras, en mi santidad por vuestras deshonras, ¿he
merecido yo todos esos ultrajes? Y no obstante los he sufrido y los
sufro todos los días; sucede que, cuando haya sufrido así el dolor
por sus propios pecados, se abre a los dolores que el reparador ha
soportado y soporta sin cesar por los pecados de los demás hombres;
hay que presentarse para entrar al servicio de este buen maestro, que
se libra con celo y ardor a repartir sus fatigas y sufrimientos; hay que
sentir que este maestro incomprensible en su amor está mil veces más
afligido por los males terrestres y espirituales que los hombres lo es
tán entre ellos, hasta un punto en que ellos jamás podrían estarlo; es
necesario que el [hombre] se aflija con él, que sufra para aliviarle, si
es posible, que se dé cuenta de que este maestro divino es consolado
en parte de sus sufrimientos por los triunfos que la eterna justicia
no puede dejar de conseguir y que efectivamente consigue todos los
días; pero la verdadera forma de servir a este buen maestro sería tra
bajar para consolarle en su amor, buscando abrirle los corazones de
aquéllos que ha deseado llamar sus hermanos, pues sólo tiene sed de
almas, y es en esta sed que debemos trabajar sin cesar en llenarnos,
si deseamos convertirnos en sus hermanos y colaboradores. Hay que
sentir que todas las abominaciones, errores e ilusiones a las que los
hombres se han librado, se libran y seguirán librándose hasta el fin
de los tiempos, son como espinas y puñales que desgarran el corazón
de este buen maestro, y entrar a su servicio es el tratamiento que él
espera y el pan cotidiano que debe comer. Pues no puede abrir los
ojos sobre ningún objeto de la naturaleza, sobre ningún hombre, y
aún menos sobre ninguna mujer, sin que encuentre un sujeto de dolor
y aflicción espiritual donde el corazón de nuestro maestro esté ator
mentado desde el comienzo de los siglos: tal es la vida del verdadero
discípulo de este verdadero maestro, y tal es la verdadera oración.
Ya comenté antes que debiéramos pedir que Dios y la oración se
orasen ellos mismos en nosotros. Habría podido añadir que, puesto
que se nos ha dicho que cualquier cosa que pidamos al Padre en su
327
nombre la obtendremos, faltaría tener la industriosa fe de pedirle a
él mismo en su nombre, a fin de que no pueda rehusarse a nuestra
plegaria. La Escritura nos dice que el Espíritu Santo ruega sin cesar
en nosotros por gemidos inefables. Si es así, no tendremos otra cosa
que hacer que no impedir al mismo Dios orarse así en nosotros:
pues, si se ora tanto en nosotros como en todas las facultades de su
ser, seríamos entonces la verdadera nada que debemos ser en rela
ción a él, y no haremos sino entender continuamente las diversas y
divinas plegarias que haría en nosotros y para nosotros, siendo sólo
el objeto, el testigo y los signos vivientes para instruir las regiones
externas. Ahí está el verdadero abandono: ahí está ese estado donde
nuestro ser está continua y secretamente transportado de la muerte
a la vida, de las tinieblas a la luz, y si se osa decir, de la nada al ser;
pasaje que nos colma de admiración, no solamente por su dulzura,
sino más bien porque esta obra queda en las manos divinas que la
opera, y que afortunadamente para nosotros nos resulta incompren
sible, como todas las generaciones en todas las clases lo son a los
seres que en ellas son los agentes y los órganos; sí, la felicidad de
dicha ignorancia en nosotros es tal que si fuera posible ofrecernos el
conocimiento y la clave de nuestra generación divina, sería un gran
error no rechazarla. Pues si este ser es todo, ¿dónde podría ir para
corromperse? ¡Dónde podría ir que no se encontrara a sí mismo, es
decir, que no encontrara la verdad y la perfección! En cuanto a su
propia generación eterna y divina, no creemos que alcance nunca a
conocerla en realidad efectiva, más allá de algunas sublimes ideas que
los profundizadores de la sabiduría nos puedan regalar. Pues existe
una magia universal sobre todas las generaciones, todas lo sienten y
no se comprende. No temo incluso avanzar que Dios se maravilla per
petuamente en su propia generación, pero que si él la comprendiera,
tendría un comienzo, ya que su pensamiento sería anterior a dicha
generación; por último, si el ser conociera su propia generación, no
habría más magia, y sin magia, poseeríamos la ciencia en la verdad,
pero ya no tendríamos más placer.
Cuando tenemos la dicha de alcanzar este sublime abandono, el
Dios que hemos obtenido por su nombre, según su promesa, este
328
Dios que se ora a sí mismo en nosotros, según su fidelidad y su deseo
universal, este Dios que ya no puede abandonarnos más, puesto que
ha introducido su universalidad en nosotros, este Dios, digo, hace de
nosotros su habitáculo de operaciones. Así, con este Dios, no tenemos
ya manchas que temer, puesto que él es la pureza que lleva a todas
partes y a la que nada puede manchar; no tenemos que temer más los
ataques del enemigo, ni demoniaco, ni astral, ni terrestre, ya que él es
la fuerza y el poder, y todas las potencias fracasan ante él; no existen
ya más inquietudes a tener ni por nuestra marcha, ni por nuestros
discursos, ni por nuestras necesidades, porque él se transforma a sí
mismo en todas estas cosas y posee la plenitud de todos los medios
para bastarse: lo que nos muestra la fuerza y la verdad de las palabras
que dijo a sus apóstoles en su recomendación de no preocuparse por
los cuidados de su vida, etc., como hacen los paganos.
En efecto, si tenemos la dicha de llamar a nuestro Dios por su
propio nombre, él viene a establecerse en nosotros, y no tardará en
operar algún prodigio que asegurará un tanto más nuestra felici
dad: pues si vemos que en Isaías, Jeremías, Amos y otros profetas,
jura por su nombre, por su derecho, por su alma, romper la fuerza
del pan, derribar las ciudades culpables y no acordarse más de los
pueblos criminales: ¿cuánto más estará dispuesto al jurar por su
nombre, por su derecho, por su alma, no abandonarnos, no se
pararse de nosotros, ya que no podría hacerlo sin separarse de él
mismo? ¿Cuánto más estaría deseoso de jurar todas estas cosas en
su nombre por su amor, que jurar lo contrario en su nombre por
su cólera? Ahora bien, si nos ha sido acordado semejante favor,
debiera de constituir nuestra esperanza y nuestra seguridad, puesto
que Dios no toma su palabra en vano, no podría con toda seguridad
tomar en vano su propia palabra, por lo que todas sus promesas no
pueden carecer de efecto y todas sus misericordiosas bendiciones
nos seguirán y acompañarán siempre. Recordemos que dio su pa
labra al reparador y que jamás podrá olvidarla; recordemos que ha
dicho que siempre que se reúnan dos o más en su nombre, estará
en medio de nosotros. Ahora bien, no sólo podemos unir nuestro
corazón y nuestro espíritu en su nombre, sino también todas nuestras
329
facultades, nuestra fe, nuestra justicia, nuestro amor, nuestra piedad,
nuestra devoción, etc.
¡Feliz pues el hombre al que se digna elegir la Divinidad, para hacer
un templo donde venga ella misma a invocarse por su propio nombre y
jurar en su propio nombre que velará sobre este templo, empleándolo
en la ejecución y en el cumplimiento de todos sus propósitos! Debe
esperar trabajos penosos y una gran servidumbre a las órdenes de su
maestro, pero además de que esta fidelidad y esta exactitud son indis
pensables, incluso en el orden humano, cuántas dulzuras y recompensas
debe esperar de esta entrega, ¡no serán menos los servicios que él le
devolverá! Esta dulzura puede ampliarse al punto en que el hombre
ya no tendrá más necesidad de pedir a este Dios para que venga a
invocarse en él en su propio nombre; pero este Dios de amor y de
deseo vendrá él mismo sin siquiera esperar la súplica del hombre que
entonces ya no tendrá otras oraciones que las de acción de gracias y
de júbilo. No tendrá ya necesidad de decirle, como la Escritura: ora
sin descanso, pues siempre permanece en él, y no puede permanecer
sin orar y sin hacer surgir universalmente su eterno deseo; es decir,
sin hacer llover sobre nosotros y hacer fluir en nosotros raudales de
mundos espirituales y de multitud de innombrables universos divinos.
Porque si ha dicho que deseaba ser servido en espíritu y en verdad,
y que era a estos servidores a quienes amaba, no debemos sino estar
seguros que se servirá él mismo en nosotros en espíritu y en verdad,
ya que no puede dejar de ser fiel a su propia ley, fundamentada no
solamente sobre su invariable exactitud, sino además sobre lo que
no puede dejar de asumir en sí mismo y de hacer consigo mismo en
espíritu y en verdad, en conformidad a su propio amor.
Pero esta plegaria que él hace en nosotros es dolorosa, como la que
nosotros mismos hacemos, puesto que se trata de un renacimiento;
¿no sentimos dolores físicos en aquéllos miembros que nos han sido
amputados? Asimismo debemos sentir en lo espiritual cuando la acción
se desarrolla en nosotros llegando a aquéllos miembros espirituales a
los que el pecado ha hecho sufrir la amputación. Y bien, ¡el reparador
debe sufrir de semejantes dolores y aún mucho más considerables
cuando busca introducirse en nosotros! Pues somos como miembros
330
de ese gran Ser que nuestras manchas han suprimido de él, y como
él busca introducirse universalmente en todos sus miembros se debe
percibir cuál es la extensión de la obra dolorosa que realiza en nosotros,
ya que él mismo viene a convertirse en fruto de su propia penitencia;
pero también debemos ver cuáles son nuestras esperanzas cuando él
mismo viene a hacer penitencia en nosotros, ya que le debe resultar
imposible resistir y no rendirse a su propia penitencia.
Hombre, tú has visto que el reparador desea venir a hacer peniten
cia en nosotros; tú ves que busca reproducir de nuevo todos nuestros
miembros, a pesar de los vivos dolores que esta obra le ocasiona; tú
ves que viene a convertirse en el fruto de su propia penitencia. Estos
inefables e incomparables favores no son suficientes para que le pidas,
cuando te haya curado, la gracia de entrar para cualquier cosa en su
aflicción, relativa a las manchas y a las tinieblas de los demás hombres.
Sólo hay que entrar así en su aflicción y participar de los dolores
que la humanidad ciega y extraviada le hace sufrir; ello hace que el
juicio de la especie humana entre igualmente en nosotros haciéndonos
sentir todo el entendimiento y todo el horror. Igualmente, hace que
percibamos allí como la ejecución por lo general, como percibimos para
el individuo nuestra penitencia particular, y los dolores que nuestro
ser espiritual soporta para regenerar aquéllos de nuestros miembros
amputados. Esto es lo que constituye el verdadero estado profético.
Pero esta obra es tan importante que debes guardarte del deseo
antes que tus substancias sean lo suficientemente puras y fuertes para
soportarla: con más razón esta precaución es indispensable antes de
que pidas al gran Ser que se ore a sí mismo en ti: pues sólo puede
tener simpatía entre seres análogos. Mas también, desde que veles
constante y diligentemente sobre ti, está seguro de que este gran Ser
no tardará en venir y se convocará a sí mismo en ti por la plegaria:
este será el signo de tu regeneración. Pues esta regeneración no puede
tener lugar hasta que el curso progresivo de todas las elecciones y
todos los puntos de todas las alianzas se hayan cumplido en nosotros,
puesto que sólo entones la palabra eterna del Padre realiza su libre
operación en nosotros y se hace entender a nuestro espíritu con toda
la dulzura que ella engendra.
331
Entonces será cuando sientas lo que es la verdadera fe que no es
otra cosa que mirar a Dios como el propietario de la casa que tú le has
cedido para el pacto conjunto entre él y tú; por consiguiente, debes
dejarle plena y entera libertad de usar a su conveniencia todo lo que
compone esta mansión; por último, esta verdadera fe consiste en
que no haya ni un sólo lugar de ti mismo del que reserves o donde
conserves la más mínima propiedad, puesto que es Dios mismo, su
voluntad, su operación, su espíritu quienes deben ocupar y comple
tar todo el espacio que te constituye, atendiendo que habiéndose
convertido en su propiedad ya no puedes poseerla. Procura sobre
todo sentir que no puedes nada, si no procedes, es decir, si no estás
continuamente engendrado de Dios, pues Dios sólo puede vivir y
operar en su propio deseo; he aquí porqué el hombre no es nada en
tanto que no es universalmente la floración o la explicación activa
del deseo de Dios; he aquí porqué también cuando es justo el mismo
Dios no se le resiste, porque sólo es justo cuando Dios habita en
él y le justifica. Pero para alcanzar este alto término hay que pasar
anteriormente por el empleo determinado de todas las potencias de
nuestra voluntad. Porque se siente tan bien en la obra que nuestra
voluntad es una potencia que se prueba físicamente, comprobándose
que queremos cuando la ley es vinculada al juego de los sentidos
que ella se traza. Así, deberíamos orar siempre, o absorber el tiempo
en nuestra plegaria, si deseamos restablecer nuestras analogías con
Aquél que es sin tiempo; así deberíamos adherirnos inseparablemente
y sin interrupción a este nombre profundo que quiere estar ligado
inseparablemente a todo, puesto que sin esta fuente no puede haber
nada regular participando de la luz; así debemos hacer esfuerzos
constantes y perpetuos para que este nombre radical no se separe
de nosotros un sólo instante, puesto que nada en nuestras obras
espirituales, sociales, intelectuales, morales, naturales, corporales,
puede ser legitimado y garantizado por nuestros propios reproches,
en tanto que todas estas obras son el efecto positivo y el resultado
mismo de este gran nombre.
Pero una maravilla que no hay que decir muy alto es que el
hombre ora siempre, aunque no lo sepa; y las plegarias que realiza
332
conscientemente no son el producto de las que ignora: sólo son el
fluir de ese río eterno que se engendra en él: sólo tienen por objeto
vivificar todos sus miembros, todos sus senderos y a través de él todas
las regiones, a fin de que la vida esté por todas partes.
No obstante, si a esta plegaria secreta y desconocida no añade sus
plegarias activas y voluntarias, esta oración secreta no le sirve de nada,
y su propia paz o la paz que engendra se repliega sobre sí misma.
333
ANEXO III
DIEZ PLEGARIAS DE
LOUIS-CLAUDE DE SAINT-MARTIN
(Obras Postumas -1807)
Las “Diez Plegarias” fueron publicadas por primera vez por Nicolás
Tournyer (+1840), que las integra en las Obras Postumas editadas
cuatro años después de la muerte de Saint-Martin (cf. Louis-Claude
de Saint-Martin, Obras Postumas, Tours, Letourmy, 1.807). Repro
ducimos aquí el texto integral de esta primera edición. Estas Oracio
nes han sido objeto de una nueva edición precedida de un texto de
presentación de Robert Amadou (1924-2006), intitulado: “Orar con
Saint-Martin” , Carisprit, 1.987.
Estas Diez Plegarias de Saint-Martin constituyen un precioso texto
para la espiritualidad saint-martiniana por el valor de su contenido.
Ciertamente estas “Plegarias” ofrecen la posibilidad al alma de deseo
de aproximarse a las regiones celestes, de situarse en las disposiciones
de espíritu necesarias y aptas para favorecer la oración de recogimien
to e introducirse en la práctica de la “Santa Presencia” . Ellas son, y
deben ser, pues, en razón de las magníficas elevaciones que contienen,
una fuente constante de meditación que será muy provechosa para
avanzar en el camino de la unión con el Cielo.
335
Solo podemos, por tanto, aconsejar su lectura regular, pues ello
puede de forma muy beneficiosa preparar el corazón para retornar
sobre sí mismo y examinar el estado en que se halla su criatura,
recordando las purificaciones indispensables que son paso obliga
torio y preámbulo ineludible a fin de avanzar hacia las regiones
del Espíritu.
PLEGARIA I
336
menor sombra y causado la más mínima interrupción en la plenitud
de tu esplendor.
Dios de mi vida, ¡oh tú! que con sólo pronunciarlo todo se
opera, devuelve a mi ser lo que le habías dado en su origen, y yo
manifestaré tu nombre a las naciones, y ellas volverán a aprender
que únicamente tú eres su Dios y la vida esencial, así como el móvil
y el movimiento de todos los seres. Siembra tus deseos en el alma
del hombre, en este lugar que es tu dominio y donde nadie puede
cuestionarte, puesto que eres tú quien le ha dado su ser y su exis
tencia. Siembra tus deseos, a fin de que las fuerzas de tu amor la
arranquen por entero de los abismos que la retienen y que quisie
ran engullirla en ellos para siempre. Anula por mí la región de las
imágenes; disipa estas barreras fantásticas que abren un inmenso
intervalo y una espesa oscuridad entre tu viva luz y yo, y que me
ensombrecen con sus tinieblas.
Acércame al carácter sagrado y al sello divino del que eres depo
sitario, y transmíteme hasta el fondo de mi alma el fuego que en ti
arde, para que contigo arda, y que mi alma sienta lo que significa tu
inefable vida y las inagotables delicias de tu eterna existencia.
Demasiado débil para poder soportar el peso de tu nombre, dejo
a tus cuidados levantar por entero el edificio, y que pongas tú mismo
los primeros fundamentos en el centro de ésta alma que me has dado
para ser como el candelabro que lleva la luz a las naciones, para que
éstas no permanezcan en las tinieblas.
¡Que todas las gracias te sean dadas, Dios de la paz y del amor!
¡Que te sean dadas por lo mucho que te acuerdas de mí, y porque
no quieres dejar mi alma languidecer en la necesidad! Tus enemigos
habrían dicho que eres un padre que olvida a sus hijos, y que no
puede liberarlos.
PLEGARIA II
Iré hacia ti, Dios de mi ser; iré hacia ti, manchado como estoy; me
presentaré ante ti con confianza. Me presentaré en nombre de tu
337
eterna existencia, en nombre de mi vida, en nombre de tu santa alianza
con el hombre; y esta triple ofrenda será para ti un holocausto de
agradable perfume sobre el que tu espíritu hará descender su fuego
divino para consumirlo y volver enseguida hacia tu santa morada,
cargado y repleto de los deseos de un alma indigente que sólo suspira
por ti. Señor, Señor, ¿cuándo oiré pronunciar en el fondo de mi alma
esta palabra consoladora y viva con la que llamas al hombre por su
nombre, para anunciarle que está inscrito en la santa milicia, y que
quieres admitirlo entre el rango de tus servidores?
Por el poder de esta santa palabra, pronto me encontraré rodeado
por los monumentos eternos de tu fuerza y tu amor, junto a los que
marcharé intrépidamente contra tus enemigos, y ellos palidecerán
ante las temibles tormentas que saldrán de tu palabra victoriosa. ¡Ay,
Señor!, ¿puede el hombre de miseria y de tinieblas abrigar tales deseos
y concebir tan soberbias esperanzas?
En lugar de pretender golpear al enemigo, ¿no es mejor que piense
en evitar sus golpes? En lugar de aparecer, como antaño, cubierto
de armas gloriosas, ¿acaso no se encuentra reducido como objeto
de oprobio a verter lágrimas de vergüenza e ignominia en las pro
fundidades de su retiro, no atreviéndose ni a mostrarse a la luz del
día? En lugar de estos cantos de triunfo que anteriormente seguían
y acompañaban sus conquistas, ¿no se halla condenado a hacerse
entender por sus suspiros y sollozos?
Al menos, Señor, concédeme una gracia, y es que siempre que
sondees mi corazón no lo encuentres vacío de tus alabanzas y tu
amor; siento, y no quiero nunca dejar de sentir, que no hay bastante
tiempo para alabarte; y para que esta obra santa sea cumplida de
manera que sea digna de ti, es preciso que todo mi ser esté tomado y
mudo por tu eternidad. Permíteme pues, ¡oh Dios de toda vida y de
todo amor!, permite a mi alma fortalecer su debilidad en tu poder;
permítele formar contigo una santa alianza que me haga invencible
a los ojos de mis enemigos, y que me ligue de tal manera a ti por
los votos de mi corazón y del tuyo, que siempre me encuentres tan
ardoroso y presto a tu servicio y para tu gloria, como tú lo estás para
mi liberación y felicidad.
338
PLEGARIA III
Esposo de mi alma, tú, que para ella has concebido el santo deseo de
la sabiduría, ven a ayudarme a dar a luz a este hijo bien amado que
nunca podré querer lo bastante. Tan pronto como haya visto la luz,
sumérgele en las aguas puras del bautismo de tu espíritu vivificante,
a fin de que sea inscrito en el libro de la vida, y que sea reconocido
para siempre entre el número de los fieles miembros de la Iglesia de
lo más Alto.
A la espera de que sus débiles pies tengan la fuerza suficiente
para sostenerle, tómalo en tus brazos como la madre más tierna, y
presérvalo de todo daño. Esposo de mi alma, tú que eres imposible
de conocer si no es desde la humildad, hago ofrenda a tu poder, y
proclamo que no quiero confiar entre otras manos que las tuyas a
este hijo de amor que me has dado. Sostenlo cuando empiece a dar
sus primeros pasos. Cuando tenga suficiente edad para entenderlo,
instrúyelo sobre el honor que debe a su padre, para que goce de largo
tiempo sobre la tierra; inspírale el respeto y el amor por el poder y
las virtudes de aquél que le ha dado el ser.
Esposo de mi alma, inspírame a mí primero para nutrir conti
nuamente a este hijo querido con la leche espiritual que tú mismo
formas en mi seno; que no deje de contemplar en mi hijo la imagen
de su padre, y en su padre la imagen de mi hijo, y de todos aquellos
que puedas engendrar en mí en el curso ininterrumpido de toda la
eternidad.
Esposo de mi alma, tú que eres imposible de conocer si no es desde
la santidad, sirve a la vez de mentor y de modelo a este hijo de tu
espíritu, a fin de que en todo tiempo y en todo lugar, sus obras y su
ejemplo anuncien y manifiesten su origen celeste; pondrás tú mismo
sobre su cabeza la corona de la gloria, y él será para los pueblos un
monumento eterno de la majestad de tu nombre.
Esposo de mi alma, tales son las delicias que preparas para aquellos
que te aman y buscan unirse a ti. Que perezca para siempre aquél que
quiera hacerme preferir a otro esposo. Esposo de mi alma, tómame por
tu hijo; que él y yo seamos uno a tus ojos, y vierte abundantemente
339
sobre uno y otra las gracias que sólo podemos recibir de tu amor. Ya
no puedo vivir más, si no concedes que la voz de mi hijo y la mía se
unan para cantarte eternamente alabanzas, y para que nuestros cán
ticos sean como ríos inagotables constantemente engendrados por el
sentimiento de tus maravillas y de tu inefable poder.
PLEGARIA IV
340
curación y salvación, para que empleando los ojos de su amor, que
todo lo purifica, no vuelvas a ver en el hombre algo informe, y sólo
veas esta chispa divina que a ti se asemeja y que tu santo ardor atrae
perpetuamente hacia ella como una propiedad de tu divino origen.
N o, Señor, tú sólo puedes contemplar lo que es verdadero y puro
como tú; el mal es inaccesible a tu vista suprema.
He ahí porqué el hombre malvado es como el ser del que ya no
te acuerdas, y tus ojos no saben fijar, puesto que ya no tiene relación
contigo; y sin embargo es ahí, en ese abismo de horror, donde no temo
tener mi morada. No hay otra alternativa posible para el hombre; si
no está perpetuamente sumergido en el abismo de tu misericordia,
está en el abismo del pecado y la miseria que lo inunda; pero también,
apenas aparta su corazón y su mirada de este abismo de iniquidad,
vuelve a encontrar este océano de misericordia en el que haces nacer
todas tus criaturas.
Es por lo que me prosternaré ante ti en mi vergüenza y en el
sentimiento de mi oprobio; el fuego de mi dolor desecará en mí el
abismo de mi iniquidad, y entonces ya sólo existirá para mí el reino
eterno de tu misericordia.
PLEGARIA V
341
y me dejan más medios para ligarme a la libertad de tu espíritu y tu
sabiduría? ¿Cuándo será que los males me parezcan un favor de tu
parte, que los perciba como una ocasión para alcanzar una victoria,
y recibir de tu mano las coronas de gloria que distribuyes a todos
aquellos que combaten en tu nombre? ¿Cuándo será que todos los
atractivos y alegrías de esta vida, me parezcan simples trampas que
el enemigo no deja de dirigirnos para establecer en nuestros corazo
nes un Dios de falsedad y seducción, en lugar del Dios de la paz y la
verdad que debiera siempre reinar?
Finalmente, ¿cuándo será que el santo celo de tu amor y el ardor
de mi unión contigo me dominarán hasta entregar con placer mi vida,
mi bienestar y todas las afecciones extrañas a este objetivo exclusivo
de la existencia del hombre que es tu criatura, y que tú has querido
incluso ayudarlo con tu ejemplo, entregándote por entero a él?
No, Señor, aquél que no se sienta llevado por esta santa devoción
no es digno de ti, y no ha dado todavía el primer paso en la carrera.
El conocimiento de tu voluntad y el cuidado del fiel servidor de no
apartarse nunca de ella ni un solo momento, he ahí el único y verda
dero lugar de reposo para el alma del hombre; abordarlo, es sentirse
al instante colmado de delicias, como si todo su ser estuviera renovado
y revivificado en todas sus facultades, por las fuentes de tu propia
vida; separarse de tu voluntad, es verse arrojado al instante a todos
los horrores de la incertidumbre, los peligros y la muerte.
Date prisa, Dios del consuelo, Dios del poder; date prisa en hacer
descender en mi corazón uno de estos puros movimientos divinos
para establecer en mí el reino de tu eternidad, y para resistir cons
tante y universalmente a todas las voluntades extrañas que puedan
reunirse para combatir en mi alma, en mi espíritu y en mi cuerpo. Es
entonces que me abandonaré a mi Dios en la dulce efusión de mi fe,
y que proclamaré sus maravillas.
¡Los hombres no son dignos de tus maravillas, ni de contemplar el
dulzor de tu sabiduría y la profundidad de tus consejos! Pues incluso
yo mismo, ¿acaso soy digno de pronunciar tan bellos nombres, vil
insecto que soy, y merecedor de las venganzas de la justicia y la cóle
ra? Señor, Señor, haz reposar sobre mí, aunque sólo sea un instante,
342
la estrella de Jacob, y la santa luz se establecerá en mi pensamiento,
como también tu voluntad pura en mi corazón.
PLEGARIA VI
343
éstos, no se contentan con cubrirla con sus burlas, además la infestan
con sus venenos, y la cargan de cadenas para que no pueda defenderse,
y así tener mayor facilidad para poder dirigir sobre ella sus dardos
emponzoñados. Señor, Señor, esta larga y humillante prueba ¿no es
de por sí suficiente para que el hombre reconozca tu justicia y rinda
homenaje a tu poder?
Este amasijo infecto de desdén y menosprecio por parte de tu
enemigo, ¿no ha permanecido lo bastante sobre esta imagen de
ti mismo como para que abra los ojos y se convenza de sus vanas
ilusiones? ¿No temes que esas substancias corrosivas terminen por
borrar por entero tu huella, y la hagan absolutamente irreconocible?
Los enemigos de tu luz y tu sabiduría no tardarían en confundir ésta,
mi larga cadena de oprobios, con tu eternidad misma; llegarían a
creer que su reino de horror y desorden es la única y real morada
de la verdad; creerían haberlo traído sobre ti y haberse apoderado
de tu reino.
No permitas pues, ¡oh Dios diligente y cuidadoso!, que tu ima
gen sea profanada por más tiempo. Tu propia gloria me afecta aún
más que mi propia felicidad que está fundamentada sobre tu misma
gloria. Levántate de tu trono inmortal, de ese trono donde reposa tu
sabiduría, y que resplandece con las maravillas de tu poder; entra,
aunque sea un solo instante, en la viña santa que has plantado por
toda la eternidad; toma un solo grano de este racimo vivificante que
ella no ha dejado de producir; exprímelo con tu mano divina, y haz
verter sobre mis labios el jugo sagrado y único regenerador capaz de
reparar mis fuerzas; humedecerá mi reseca lengua; descenderá hasta
el fondo de mi corazón; llevará la alegría a mi vida; penetrará todos
mis miembros; los hará sanos y robustos, y pareceré vivo, ágil y vigo
roso, como lo era el primer día cuando salí de tus manos. Es entonces
que tus enemigos, decepcionados en sus esperanzas, enrojecerán de
vergüenza, y temblarán de espanto y de rabia al ver que sus esfuerzos
contra ti han sido vanos, y que mi sublime destino habrá alcanzado
su cumplimiento, a pesar de sus audaces y obstinadas argucias. Escu
cha pues, oh alma mía, escucha y consuélate en la desgracia: hay un
Dios todopoderoso que quiere encargarse de curar todas tus heridas.
344
PLEGARIA Vil
345
perfumes de las más puras alabanzas de mi espíritu y mi corazón, a fin
de que todo respire reconocimiento de que sólo a este Dios supremo
le son debidos todos los homenajes, toda la gloria y todos los honores,
siendo la única fuente de todo poder y de toda justicia; y le he dicho
en el acto de traspaso de mi amor: ¡Dichoso el hombre, puesto que
has tenido a bien elegirlo para hacer de él la sede de tu autoridad, y
el ministro de tu gloria en el universo! ¡Dichoso el hombre, puesto
que has permitido que sienta, en lo más profundo de tu esencia, la
penetrante actividad de tu vida divina! ¡Dichoso el hombre, puesto
que has permitido que ose ofrecerte un sacrificio de reconocimiento
extraído del sentimiento inefable de todas las virtudes de tu santa
universalidad!
Y a vosotras, ¿acaso no os ha tratado así, fuerzas terrestres, fuerzas
del universo?; os ha hecho simples agentes de sus leyes y las fuerzas
operantes del cumplimiento de sus designios; así mismo no hay un
ser en la naturaleza, no hay un ser entre vosotras que no lo asista en
su obra, y que no coopere en la ejecución de sus planes. ¿Acaso no se
ha dado a conocer a vosotras como el Dios de la paz y del amor?; y a
pesar que os ha dado la existencia, todavía estáis demasiado agitadas
por las consecuencias de la rebelión, ya que él recomendó al hombre
que os sometiera y dominara.
Mucho más aún, fuerzas perversas y corrompidas, os ha tratado
con los mismos favores con que haya podido colmar al hombre. No
habéis sabido conservar aquellos que os concedió por vuestro origen;
habéis tenido la imprudencia de creer que podía haber para vosotras
mayor suerte, un privilegio más glorioso que el de ser objeto de su
ternura, y desde entonces, no habéis merecido otra cosa que ser ob
jeto de su venganza.
Es sólo al hombre a quien confía los tesoros de su sabiduría; es en
este ser, según su corazón, en quien ha puesto todo su afecto y todos
sus poderes. Al formarle le ha dicho:
346
ser iniciado en los misterios de mi santuario; en él sólo hay la medida
de mis poderes, a ti te corresponde ejercerlos en todos los ámbitos,
puesto que solo por los actos de mis poderes podrán saber que hay
un Dios. Para mis enemigos, lanza sobre ellos todos los rayos de mi
cólera, ellos están aún más lejos de mi que las fuerzas de la naturaleza,
y la santidad de mi gloria sólo me permite manifestarme a ellos por el
peso de mi justicia. Únicamente tú, hombre, únicamente tú reunirás
de ahora en adelante los dones de mis poderes y mi justicia, el de
poder hacer sentir las vivas delicias de mi amor, y hacerlas compartir
a aquellos que se hayan hecho dignos de ellas. Es por esto que sólo
a ti te he hecho a mi imagen y semejanza; ya que el ser que no ame,
no podrá ser a mi imagen. Es desde este trono sagrado en el que te
he situado, como un segundo Dios, que veré verter sobre todo lo que
ha salido de mis manos los diversos atributos de mi ser, y tú me serás
querido por encima de toda otra producción; puesto que te he elegido
para ser mi órgano universal, no habrá nada de mí que no conozcas”.
PLEGARIA VIII
347
juntas no podrían ni aproximarse al menor acto de su amor. ¿Cómo
podríamos, pues, expresar este amor, cuando éste no se limita a actos
particulares y de un momento de duración, sino que desarrolla a la
vez todos sus tesoros, y ello de una manera constante, universal e
imperturbable?
¡Sí, Dios de la verdad y caridad inagotables, así es como actúas
diariamente con el hombre! ¿Qué soy yo? Un vil montón de repug
nante inmundicia que solo esparce en mí y en torno a mí la infección.
Pues bien, es en mitad de esta infección que tu mano infatigable se
sumerge sin cesar para escoger lo poco que aún queda en mí de estos
elementos preciosos y sagrados de los que formas tu existencia.
Al igual que aquella mujer cuidadosa que en el Evangelio consume
su luz para encontrar la dracma que había perdido, tú no dejas de
tener tus lámparas encendidas, y desciendes continuamente hasta el
suelo, esperando siempre volver a encontrar entre la polvareda aquel
oro puro que se escapó de tus manos.
Hombres de paz, ¿cómo no vamos a contemplar en medio de un
santo estremecimiento la amplitud de la misericordia de Dios?
Somos mil veces más culpables ante él que estos malhechores, según
la justicia humana, que son conducidos a través de las ciudades y en las
plazas públicas, cubiertos de todos los signos de la infamia, y a los que
se fuerza a confesar abiertamente sus crímenes al pie de los templos y
de todos los poderes que han despreciado. Deberíamos, como ellos, y
con mil veces más justicia que ellos, ser arrastrados ignominiosamente
a los pies de todos los poderes de la naturaleza y el espíritu; debería
mos ser llevados como criminales ante todas las regiones del universo,
visibles e invisibles, y recibir en su presencia los terribles y vergonzosos
castigos que merecen con justicia nuestras espantosas prevaricaciones;
pero en lugar de encontrar jueces temibles, armados con la venganza,
¿qué encontramos? Un rey venerable cuyos ojos anuncian la clemencia,
y cuya boca no deja de pronunciar el perdón para todos aquellos que
solo quieren cegarse hasta el punto de creerse inocentes.
Lejos de querer que continuemos llevando por más tiempo las ves
timentas del oprobio, ordena a tus servidores devolvernos nuestras
primeras ropas, ponernos un anillo en el dedo y calzar nuestros pies, y
348
para determinarte a que nos colmes de parecidos favores, basta con que,
a semejanza de nuevos hijos pródigos, reconozcamos que no podemos
encontrar en casa extraña la misma felicidad que en casa de nuestro padre.
Hombres de paz, ¡cómo no vamos a contemplar en medio de un
santo estremecimiento la amplitud de la misericordia de Dios! Y,
¿cómo no vamos a concebir por una santa resolución el permanecer
para siempre fieles a tus leyes y a los bienhechores consejos de tu
sabiduría? No, yo solo puedo amarte a ti, Dios incomprensible en tu
indulgencia y en tu amor; no quiero amar a otro que a ti, porque tú
me has perdonado; no quiero encontrar otro lugar de reposo que el
seno y el corazón de mi Dios.
Lo abraza todo con su poder, y cualquier movimiento que yo
haga encuentra siempre un apoyo, un socorro y consuelo, porque su
fuente divina vierte por todo y a la vez todos sus bienes. Él mismo se
lanza en el corazón del hombre, pero no se lanza una sola vez, sino
continuamente y por actos reiterados.
Es por ello que engendra y multiplica en nosotros su propia vida,
porque cada uno de estos actos divinos establece en nosotros rayos
puros y extractos de su propia esencia, sobre los que gusta reposar, y
devienen en nosotros los órganos de sus generaciones eternas.
Desde este hogar sagrado, envía a todas las facultades de nuestro
ser parecidas emanaciones que, a su vez, repitiendo sin cesar su acción
en todo lo que nos compone, multiplican así continuamente nuestra
actividad espiritual, nuestras virtudes y nuestras luces. He ahí porqué
es tan útil elevarle un templo en nuestro corazón.
¡Oh hombres de paz!, ¡oh hombres de deseo!, unámonos para
contemplar en un santo estremecimiento la amplitud del amor, la
misericordia y los poderes de nuestro Dios.
PLEGARIA IX
Señor, ¿cómo nos será posible aquí abajo cantar los cánticos de la
Ciudad Santa? ¿Es desde el centro del torrente de nuestras lágrimas
que podremos hacer oír los cantos de alegría y júbilo?
349
Si abro la boca para formar los primeros sonidos, los sollozos los
ahogan y solo puedo dejar escapar suspiros y quejidos de dolor; e
incluso a menudo estos sollozos se asfixian en mi seno, o bien ningún
oído caritativo está cerca de mí para escucharlos y aportarme consuelo.
Me siento abrumado por la amplitud y duración de mis sufrimien
tos, y el crimen no cesa de presentarse ante mí para anunciarme que
en un instante la muerte aparecerá y helará todo mi ser con su frío
emponzoñado; ya se apodera de todos mis miembros, y llega el mo
mento de quedar desamparado como el cadáver que acaba de expirar,
y que los servidores abandonan a la putrefacción.
Sin embargo, Señor, puesto que tú eres la fuente universal de todo
lo que existe, eres también la fuente de la esperanza; y si este rayo de
fuego todavía no se ha apagado en mi corazón, aún te tengo, todavía
estoy ligado a tu vida divina por esta inmortal esperanza que fluye
continuamente de tu trono.
Me atrevo pues a implorarte desde el seno de mis abismos; me
atrevo a llamar en mi socorro a tu mano bienhechora para que se digne
ocuparse de mi curación. ¿Cómo se operan las curaciones del Señor?
Por la dócil sumisión a los sabios consejos de este médico divino.
Es preciso que tome, con reconocimiento y ardiente deseo, el bre
baje amargo que su mano me presenta; es preciso que mi voluntad
concurra con la que lo anima hacia mí; es preciso que lo prolongado
del tratamiento y los sufrimientos no me hagan rechazar el bien que
quiere hacerme este supremo autor de todo bien; él se convence del
sentimiento de mis dolores, yo no tengo otra cosa que hacer que
convencerme del sentimiento de su caritativo interés por mí.
Es por ello que la copa de salvación me será provechosa; es en
tonces que mi lengua retomará su fuerza, y que cantaré los cánticos
de la Ciudad Santa. Señor, ¿cuál será mi primer cántico?
Será por entero en honor y gloria de aquél que me habrá devuelto
la salud y habrá operado mi liberación. Le cantaré este cántico desde
que salga hasta que se ponga el sol; lo cantaré por toda la tierra, no
solamente para celebrar el poder y el amor de mi liberador, sino para
comunicar a todas las almas de deseo y a toda la familia humana el
medio certero y eficaz de recobrar para siempre la salud y la vida.
350
Les enseñaré que por ello el espíritu de sabiduría y verdad reposará
sobre su corazón, y los dirigirá en todos los caminos. Amén.
PLEGARIA X
351
deuda ante la justicia eterna, ante esta justicia cuyos derechos no se
pueden abolir y cuyos planes no pueden faltar llegar a su término y
a su cumplimiento?
Es aquí, Dios supremo, cuando se manifiestan los torrentes de tu
misericordia y la abundancia inextinguible de tus eternos tesoros;
aquí, tu corazón divino se abre sobre tu desdichada criatura, y no
solamente has pagado sus deudas, sino que ella se ha encontrado lo
suficientemente rica como para ir en socorro del indigente.
Has mandado a tu verbo para que viniera a cultivar el campo del
hombre. Este verbo sagrado, cuya alma es el amor, ha descendido sobre
este campo tocado por la esterilidad. Ha consumido por el fuego de
su palabra todas las malas hierbas y la cizaña que se habían sembrado;
el verbo ha sembrado en su lugar el germen del árbol de la vida; ha
abierto los canales de saludables fuentes, y las aguas vivas han venido
para bañarlo; ha devuelto la fuerza a los animales de la tierra y la agili
dad a los pájaros del cielo; ha devuelto la luz a las antorchas celestes, el
sonido y la voz a todos los espíritus que habitan la esfera del hombre;
ha devuelto al alma del hombre este amor del cual el verbo mismo es
la fuente y el hogar, y que ha dirigido su santo y admirable sacrificio.
Sí, Dios eterno de toda alabanza y toda gracia, sólo hay un ser
poderoso, como tu divino hijo, que pudiera así reparar nuestros
desórdenes y satisfacer nuestra deuda ante tu justicia.
Sólo el ser creador pudo pagar por nosotros lo que por entero
habíamos disipado, pues hizo falta para esto que se hiciera una nueva
creación. Fuerzas universales, si os sentís tan bien dispuestas a cantar
estas alabanzas, por haber sido restablecidas en vuestros derechos, y
por haberos devuelto vuestra actividad, ¿qué acción de gracia no le
deberé yo, por haberse hecho fiador de todas mis deudas hacia él,
hacia vosotras, respecto a todos mis hermanos, y por haberlas pagado?
Es dicho de la mujer penitente que por lo mucho que había amado,
mucho le fue perdonado.
Al hombre, al que todo ha devuelto, al que todo ha pagado por
él, no ya antes que lo hubiera empezado a amar, sino cuando estaba
inmerso en los horrores de la ingratitud y como helado por entero,
ha empezado por perdonárnoslo todo.
352
Cada movimiento de nuestro Dios debe ser un movimiento univer
sal, y que se haga sentir en todas las regiones de todos los universos.
Que a ejemplo de este Dios supremo, el amor opere un movimiento
universal en todo nuestro ser, y abrace a la vez todas las facultades
que nos componen. Amén.
353
ANEXO IV
MODO BREVE Y MUY FÁCIL DE HACER ORACIÓN
(Extractos)
Madame Guyon
355
a la perfección cristiana” . La Combe, en sus escritos, se destaca por
su insistencia concerniente al necesario desapego del alma en los
estados de oración, dejando obrar a Dios en el alma, consistiendo la
perfección, según él, en “ un acto de contemplación puro totalmente
desnudo de toda forma, imagen o tipo sensible o insensible” , tema
que será retomado bajo la pluma de Madame Guyon.
No obstante, será en medio de la problemática conocida como
“quietismo”, periodo donde en Roma Miguel de Molinos (1628-1696),
tras haber publicado la “ Guía espiritual” (1675), fue condenado por
motivo de sus tesis sobre la oración juzgadas heréticas260, que Madame
Guyon destaca en Francia —tras permanecer en Thonon, a orillas
del lago Léman, donde compuso sus primeros escritos: “Ríos espiri
tuales” (1682), y “Modo breve y muy fácil para la oración” (1685),
después, en Turin y en Verceil, se vincula con el entorno quietista
italiano—, donde, en Grenoble, publica su “Modo breve y muy fácil
para la oración”, destinado a los cristianos que quieren profundizar
en la práctica de la contemplación.
Invitamos a leer con mucha atención los extractos aquí propuestos
del “Modo breve y muy fácil para la oración”, puesto que los consejos
prodigados por Madame Guyon podrán resultar muy útiles para la
práctica de la oración interior y, sobre todo, servir de mucha com
prensión sobre la forma en que conviene proceder para penetrar en
el “Sancta sanctorum”.
356
MODO BREVE Y M UY FÁCIL DE HACER ORACIÓN
Extractos
[...]
357
silencio es la base de toda su oración. Y Dios le da un amor infuso que
es el comienzo de una felicidad inefable. ¡Oh, si me fuera permitido
continuar por los grados infinitos que siguen! Pero hay que detenerse
aquí puesto que hablamos para los principiantes, esperando que Dios
ponga al día lo que pueda servir para todos los estados.
2. Hay que contentarse con decir que es entonces de gran im
portancia hacer que cese la acción y el ejercicio para dejar que Dios
actúe. «Manteneos en paz y reconoced que yo soy Dios» (Sal. 36,11),
nos dice el mismo David.
Pero la criatura siente tanto amor por lo que hace que cree no
hacer nada si no siente, conoce y es consciente de lo que hace. No
ve que la velocidad de su carrera es la que le impide ver sus pasos,
y que la acción de Dios que se hace más abundante, absorbe la de
la criatura como el sol, a medida que se eleva, absorbe poco a poco
la luz de las estrellas, que se distinguían muy bien antes de que él
apareciese. No es la falta de luz la que hace que no se distingan ya las
estrellas, sino el exceso de luz. Lo mismo ocurre aquí. La criatura no
distingue ya su operación, porque una luz fuerte y general absorbe
todas sus pequeñas luces distintas y las hace extinguirse, debido a que
su exceso supera a todas.
3. De suerte que los que acusan de ociosidad a esta oración se
equivocan mucho. Y es por falta de experiencia por lo que hablan
así. ¡Oh, si quisieran trabajar para probarla! En poco tiempo serían
experimentados y sabios en la materia.
Afirmo por tanto que esta debilidad para actuar no viene de escasez,
sino de abundancia. La persona que viva la experiencia lo distinguirá
bien. Se dará cuenta de que no es un silencio inútil causado por la
escasez, sino un silencio completo y lleno de unción, causado por la
abundancia. David lo había sentido cuando decía: «Mi alma perma
necerá ciertamente en silencio delante de Dios» (Sal. 62, 1).
4. Dos [clases de] personas se callan: unas porque no tener nada
que decir, y otras por tener demasiado. Lo mismo ocurre en este
grado. Uno se calla por exceso y no por defecto.
El agua causa la muerte a dos personas de manera muy distinta.
La una muere de sed, la otra se ahoga. La una muere por escasez, la
358
otra por abundancia. Aquí es la abundancia la que hace que cesen las
operaciones. Es por tanto muy importante, en este grado, permane
cer en silencio lo más que se pueda. Lo mismo que un bebé apegado
al pecho de su nodriza nos lo muestra sensiblemente. Comienza a
mover sus pequeños labios para hacer venir la leche. Pero cuando la
leche viene en abundancia, se contenta con tomarla sin hacer ningún
movimiento. Si se moviera, le sería nocivo. Haría que se derramara
la leche, y se vería obligado a abandonar. Es necesario también mo
ver en primer lugar los labios del afecto. Pero cuando corre la leche
de la gracia, lo único que hay que hacer es permanecer en reposo,
tomando poco a poco. Y cuando la leche deja de llegar, remover un
poco el afecto, como hace el bebé [con] el labio. El que actuara de
otro modo no podría aprovecharse de esta gracia.
5. ¿Qué le sucede a ese niño que toma tranquilamente la leche
sin moverse? ¿Quién podría creer que se alimenta de esta manera?
Sin embargo, cuanto más mama en paz, más le aprovecha la leche.
Pregunto, ¿qué le sucede a este niño? Que se duerme sobre el seno de
su madre. Esta alma tranquila en la oración se duerme con frecuencia
con sueño místico donde todas las potencias se callan hasta que ellas
entran por relación en lo que les es dado pasajeramente. Vosotros
veis que el alma es llevada aquí con toda naturalidad, sin molestia,
sin esfuerzo, sin estudio, sin artificio.
El interior no es una plaza fuerte que se toma a cañonazos, sino
por el amor. Así, siguiendo suavemente este pequeño tren tomado
de esta manera, se llegará pronto a la oración infusa. Dios no pide
nada extraordinario ni demasiado difícil. Al contrario, un método
sencillo e infantil le agrada enormemente.
6. Todo lo más grande que hay en la religión, es lo más fácil. Los
sacramentos más necesarios son los más fáciles. Lo mismo en las cosas
naturales. ¿Queréis ir al mar? Embarcaos en una orilla e, insensible
mente y sin esfuerzo, llegaréis a él. ¿Queréis ir a Dios? Tomad este
camino tan dulce, tan fácil, y en poco tiempo llegaréis a él de una
manera que os sorprenderá.
¡Oh, si quisierais probarlo! ¡Veríais pronto que se os ha dicho
demasiado poco, y que la experiencia que viviríais iría mucho más
359
allá de lo que se os dice! ¿Por qué teméis? ¿Por qué no os echáis
pronto en los brazos del Amor, que solo los tendió en la cruz para
abrazaros? ¿Qué riesgo puede haber en fiarse de Dios y en abando
narse a él? Ahora bien, él no os equivocará, a no ser de una manera
agradable, dándoos mucho más de los que esperabais. Mientras que
los que esperan todo de sí mismos podrían oír este reproche que
Dios hace por boca de Isaías: «Os habéis cansado en la multiplicidad
de vuestros caminos y no habéis dicho nunca: permanezcamos en
reposo» (Is. 57, 10).
360
XIV. SILENCIO INTERIOR
361
[...]
XVII. PETICIONES
XVIII. DEFECTOS
1. Tan pronto como uno caiga en alguna falta o se pierda, hay que
volver hacia dentro, porque, como esta falta ha apartado de Dios, se
debe volver a él lo antes posible y sufrir la penitencia que él mismo
imponga.
Es de gran importancia no preocuparse por las faltas, porque
la preocupación viene solo de un orgullo secreto y de un excesivo
amor a nosotros. Tenemos dificultad para sentir lo que somos: si
nos desanimamos, nos debilitamos más. Y la reflexión que hace
mos sobre nuestras faltas produce una pena que es peor que la
misma falta.
362
2. Un alma verdaderamente humilde no se extraña de sus debili
dades. Y cuanto más miserable se ve, más se abandona a Dios y trata
de mantenerse junto a él, viendo la necesidad que tiene de su ayuda.
Tanto más debemos mantener esta conducta cuanto que él mismo nos
dijo: «Os haré oír lo que debéis hacer. Os mostraré el camino por el
que debéis caminar y tendré siempre la mirada sobre vosotros para
conduciros» (Sal. 32, 8).
363
eso se dice en el Apocalipsis que «el Ángel sostenía un incensario donde
se hallaba el perfume de las oraciones de los santos» (Apoc. 8, 23).
La oración es una efusión del corazón en la presencia de Dios. «Yo
he derramado mi corazón en la presencia del Señor», decía la madre de
Samuel (Is. 1, 15). Por eso la oración de los reyes magos en el establo
fue representada por el incienso que ellos ofrecieron.
2. La oración no es otra cosa que un calor de amor que funde y
disuelve el alma, la sutiliza y la hace subir hasta Dios. A medida que se
funde, muestra su olor, y este olor viene de la caridad que la quema.
Esto es lo que expresaba la esposa cuando decía: «Cuando mi Amado
estaba en su lecho, mi nardo dio su olor» (Cant. 1,11-12). El lecho es
el fondo del alma. Cuando Dios está allí y sabe uno mantenerse junto
a él, esta presencia de Dios funde y disuelve poco a poco la dureza del
alma, y al fundirse, ella da su olor. Por eso el Esposo, viendo que su
esposa «se había fundido de esta manera tan pronto como su Amado
hubo hablado» le dijo: «¿Quién es la que sube al desierto como un
pequeño humo de perfume?» (Cant. 5, 6 y 3, 6).
3. El alma asciende hacia su Dios de esta manera. Pero para esto
es necesario que ella se deje destruir y aniquilar por la fuerza del
amor. Es un estado de sacrificio esencial a la religión cristiana, por
el que el alma se deja destruir y aniquilar para rendir homenaje a la
soberanía de Dios, como está escrito: «Solo Dios es grande, y solo
es honrado por los humildes» (Si. 3, 21). Hay que dejar de ser, para
que el Espíritu del Verbo sea en nosotros. Ahora bien, para que él
venga, hay que cederle nuestra vida y morir a nosotros, para que sea
él quien viva en nosotros.
Jesucristo, en el santo sacramento del altar, es el modelo del estado
místico. Tan pronto como llega allí por la palabra del sacerdote, es
necesario que la sustancia del pan le ceda el lugar y que solo queden
de él simples accidentes. Del mismo modo, es necesario que cedamos
nuestro ser al de Jesucristo y que dejemos de vivir, para que él viva
en nosotros y para que «estando muertos, nuestra vida se encuentre
oculta con él en Dios» (Col. 3, 3). «Proyectaos en mí, dice Dios, to
dos los que me deseáis con fervor» (Si. 24, 19). ¿Cómo proyectarse
en Dios? Esto solo puede hacerse saliendo de nosotros mismos para
364
perdernos en él, lo que nunca sucederá sino por el anonadamiento.
[Esta es] la verdadera oración, la que ofrece a Dios «el honor, la gloria
y el poder, por los siglos de los siglos» (Apoc. 5, 13).
4. Esta oración es la plegaria de verdad. Es «adorar al Padre en es
píritu y en verdad» (Jn. 4, 23). En espíritu, porque somos sacados por
ella de nuestra manera de actuar humana y carnal, para entrar en la
pureza del espíritu que ora en nosotros. Y en verdad, porque el alma es
puesta por ella en la verdad del todo de Dios y de la nada de la criatura.
Solo hay estas dos verdades, el todo y la nada. Todo lo demás es
mentira. Solo podemos honrar el todo de Dios por nuestro anonada
miento. Y nosotros no somos más anonadados que Dios, que como
no sufre vacío sin llenarlo, nos llena de sí mismo.
Oh, si se conocieran los bienes que llegan al alma de esta oración,
no se desearía hacer otra cosa. Ella es «la perla preciosa», «el tesoro
escondido». El que «lo encuentra vende de buena gana todo lo que
posee para comprarlo» (Mt. 13, 44). Es «el río de agua viva que debe
saltar hasta la vida eterna» (Jn. 16, 38). Es «adorar a Dios en espíritu
y en verdad». Es practicar las más puras máximas del Evangelio.
5. ¿No nos asegura Jesucristo que «el Reino de Dios está dentro
de nosotros» (Le. 17, 21)? Este reino se entiende de dos maneras.
La primera es cuando Dios es tan gran señor nuestro que nada se
le resiste. Entonces, nuestro interior es realmente su reino. La otra
manera es que, poseyendo a Dios que es el Bien soberano, poseemos
el reino de Dios que es el colmo de la felicidad y el fin para el que
hemos sido creados, como está dicho: servir a Dios, es reinar. ¡El fin
por el que hemos sido creados es gozar de Dios desde esta vida, y no
se piensa en ello!
365
sin acción. No, por supuesto, ella actúa más noblemente y con más
fortaleza. Es movida y actúa por el Espíritu de Dios. San Pablo quiere
que nos dejemos «guiar por el Espíritu de Dios» (Rom. 8, 14).
No se dice que no tiene que actuar, sino que ha de hacerlo de
pendiendo del movimiento de la gracia. Esto está admirablemente
prefigurado en Ezequiel. Este profeta veía, dice, «ruedas que tenían
el espíritu de vida» y que « iban donde este espíritu las conducía. Se
elevaban y descendían, según eran movidas. Porque el espíritu de vida
estaba en ellas. Pero no retrocedían nunca» (Ez. 1, 19-21). El alma
debe ser de esta manera. Debe dejarse mover y actuar por el espíritu
vivificante que está en ella, siguiendo el movimiento de su acción,
y sin seguir otro. Ahora bien, este movimiento no la lleva nunca a
retroceder, es decir, a reflexionar sobre la criatura, sino a ir siempre
adelante, avanzando constantemente hacia su fin.
2. Esta acción del alma es una acción llena de paz. Cuando ella
actúa por sí misma, lo hace con esfuerzo. Por eso distingue mejor
entonces su acción. Pero cuando actúa en dependencia del espíritu
de gracia, su acción es tan libre, tan fácil, tan natural, que parece
que no actúa. «El me ha puesto de largo y me ha salvado, porque me
ama» (Sal. 18, 20).
Tan pronto como el alma está inclinada hacia el centro, es decir
vuelta hacia el interior de sí misma por el recogimiento, desde ese
momento está una acción muy fuerte, que es como una carrera del
alma hacia su centro que la atrae, y que supera infinitamente la velo
cidad de todas las demás acciones, no igualando nada a la velocidad
de la inclinación hacia el centro.
Es por tanto una acción, pero una acción tan noble, tan apaci
ble, tan tranquila, que le parece al alma que ella no actúa, porque
ella actúa de modo natural. Cuando una rueda solo es agitada de
manera imperfecta, se la distingue bien. Pero cuando va a gran
velocidad, no se distingue nada en ella. El alma que permanece
en reposo junto a Dios realiza una acción infinitamente noble y
elevada, pero una acción muy tranquila. Cuanto más en paz está,
con más velocidad corre, porque se abandona al Espíritu que la
mueve y la hace actuar.
366
3. Este espíritu no es otro que Dios que nos atrae y, al atraernos,
nos hace correr a él, como lo sabía bien la amante divina, cuando
decía: «Tira de mí, corramos» (Cant. 1, 4). ¡Tira de mí, oh mi divino
centro, por lo más hondo de mí mismo, las potencias y los sentidos
correrán a vos por esta atracción! Esta única atracción es un ungüento
que cura y un perfume que atrae. «Nosotros corremos, dice ella, al
olor de tus perfumes.» Es una fuerza atractiva muy fuerte, pero una
fuerza que el alma sigue muy libremente. Es fuerte y dulce, atrae
por su fuerza y eleva por su suavidad. La esposa dice: « Tira de mí,
corramos». Habla de ella y a ella. «Tira de mí». He aquí la unidad del
centro que es atraída. «Corremos», he aquí la correspondencia y la
carrera de todas las potencias y sentidos, que siguen el atractivo del
fondo del alma.
4. No es por tanto cuestión de permanecer ocioso, sino de actuar
por dependencia del Espíritu de Dios que debe amarnos puesto que
«en él y por él vivimos, nos movemos y existimos» (Hech. 17, 28).
Esta dependencia del Espíritu de Dios es absolutamente necesaria y
hace que el alma, en poco tiempo, llegue a la simplicidad y a la unidad
en la ha sido creada.
Fue creada una y simple como Dios. Para llegar al fin de su creación,
hay que abandonar por tanto la multiplicidad de nuestras acciones,
para entrar en la simplicidad y la unidad de Dios, «a imagen del cual
hemos sido creados» (Gén. 1, 27). Dios es uno y múltiple, y su unidad
no impide su multiplicidad. Nosotros somos uno, cuando estamos
unidos a su Espíritu y tenemos un mismo Espíritu con él. Y somos
múltiples hacia fuera, en lo que es de sus voluntades, sin salir de la
unidad. De manera que, Dios actuando infinitamente, y (nosotros),
dejándonos mover por el Espíritu de Dios, actuamos mucho más que
por nuestra propia acción.
Tenemos que dejarnos llevar por la Sabiduría. Esta Sabiduría es
«más activa que las cosas más activas» (Sab. 7,24). Permanezcamos por
tanto en la dependencia de su acción y actuaremos con gran fortaleza.
5. «Todo fue hecho por el Verbo y nada fue hecho sin él» (Jn. 1, 3).
Dios, al crearnos, nos creó «a su imagen y semejanza» (Gén. 2, 7).
Nos inspiró el espíritu del Verbo, mediante el «soplo de vida» que nos
367
dio cuando fuimos creados a imagen de Dios por la participación de
la vida del Verbo que es la Imagen de su Padre. Ahora bien, esta vida
es una, simple, pura, íntima, y siempre fecunda.
El demonio, por el pecado, habiendo estropeado y desfigurado
esta hermosa imagen, fue necesario que el mismo Verbo, cuyo es
píritu nos había sido inspirado al crearnos, viniese a repararla. Era
necesario que fuera él, porque él es la imagen de su Padre y porque
la imagen no se repara actuando, sino sufriendo la acción de aquel
que la quiere reparar.
Nuestra acción debe ser por tanto ponernos en situación de sufrir
la acción de Dios y que el Verbo vuelva a trazar en nosotros su imagen.
Una imagen que se moviera impediría al pintor sacar en contraprue
ba un cuadro sobre ella. Todos los movimientos que hacemos por
nuestro propio espíritu impiden trabajar a este admirable pintor y
hacen que realice falsos trazos. Es necesario por tanto permanecer en
paz, y movernos solo cuando él nos mueva. Este era el sentimiento
de David y su práctica: «Contemplaré, dice él, vuestro rostro en la
justicia que he recibido de vos y me sentiré saciado cuando vuestra
imagen se renueve en mí» (Sal. 17, 15). Jesucristo «tiene la vida en
sí mismo» (Jn. 5, 26). Y él debe comunicar la vida a todas las cosas.
El espíritu de la Iglesia es el espíritu de la moción divina. ¿Es la
Iglesia ociosa, estéril e infecunda? Ella actúa, pero actúa dependien
do del Espíritu de Dios que la mueve y la gobierna. El espíritu de la
Iglesia no debe ser distinto en sus miembros del que es ella misma.
Es necesario por tanto que sus miembros, para estar en el espíritu de
la Iglesia, se hallen en el Espíritu de la moción divina.
6. Que esta acción es más noble, es algo incontestable. Cierto que
las cosas solo tienen valor si el principio del que parten es noble,
grande y elevado. Las acciones hechas por un principio divino son
acciones divinas. Mientras que las acciones de la criatura, por buenas
que parezcan, son acciones humanas, o virtuosas cuando son hechas
con la gracia.
Jesucristo dice que tiene la vida en sí mismo. Todos los demás
seres tienen solo una vida prestada, pero el Verbo tiene la vida en sí.
Y como es comunicativo por su naturaleza, desea comunicarla a los
368
hombres. Hay que dar lugar por tanto a esta vida, lo que solo puede
hacerse por la salida y la pérdida de la vida de Adán y de nuestra
propia acción, como asegura san Pablo: «Si alguien, por tanto, está
en Jesucristo, es una nueva criatura. Todo lo que era de la antigua ha
pasado, todo se ha hecho nuevo.» (II Cor. 5, 17). Esto solo puede lo
grarse por la muerte de nosotros mismos y de nuestra propia acción,
para que la acción de Dios tome el relevo en su lugar.
No se pretende por tanto no actuar, sino actuar solamente en de
pendencia del Espíritu de Dios, para dar lugar a que su acción sustituya
a la de la criatura. Y la criatura solo da su consentimiento moderando
su acción, para dejar poco a poco que la acción de Dios tome su lugar.
7. Jesucristo nos hace ver en el Evangelio esta conducta. Marta hacía
cosas buenas. Pero como las hacía por su propio espíritu, Jesucristo
la reprende. El que hacer mucho. «Marta, le dice Jesucristo, andas
inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria.
María ha elegido la mejor, y no le será quitada» (Le. 11, 41-42). ¿Qué
eligió Magdalena? La paz, la tranquilidad y el reposo. Deja de actuar
en apariencia para dejarse mover por el Espíritu de Jesucristo. Deja
de vivir, para que Jesucristo viva en ella.
Por eso es tan necesario renunciar a sí mismo y a las propias acciones
para seguir a Jesucristo. Porque solo podemos seguir a Jesucristo si
estamos animados por su Espíritu. Ahora bien, para que el Espíritu
de Jesucristo venga a nosotros, es necesario que el nuestro le ceda
el puesto. «El que se une al Señor, dice san Pablo, se hace un mismo
espíritu con él» (I Cor. 6, 17). Y David decía que era bueno para él
«adherirse a Dios y poner en él toda su esperanza» (Sal. 73, 28). ¿Qué
es esa adhesión? Es un principio de unión.
8. La unión comienza, continúa, se acaba y se consuma. El co
mienzo de la unión es una pendiente. Cuando el alma se vuelve hacia
dentro de sí misma de la forma que se ha dicho, entra en la pendiente
central y tiene una fuerte tendencia a la unión. Esta tendencia es el
comienzo. Luego se adhiere, cuando está más cerca de Dios. Después
se une a él. Y luego se hace una, lo que es convertirse en un mismo
espíritu con él. Y es entonces cuando este espíritu, salido de Dios,
vuelve hacia su fin.
369
9. Es necesario por tanto entrar obligatoriamente por este camino
que es la moción divina y el Espíritu de Jesucristo. Dice san Pablo:
«nadie pertenece a Jesucristo, si no tiene su Espíritu» (Rom. 8, 9). Para
pertenecer por tanto a Jesucristo, tenemos que dejarnos llenar de su
Espíritu y vaciarnos del nuestro: que éste sea evacuado. San Pablo,
en el mismo texto, nos demuestra la necesidad de esta moción divina.
Dice: «Todos los que son movidos por el Espíritu, son hijos de Dios»
(Rom. 8,14). El espíritu de la filiación divina es por tanto el espíritu
de la moción divina. Por eso el mismo apóstol continúa: «El Espíritu
que habéis recibido no es un espíritu de siervos que os haga vivir en
el temor, sino el Espíritu de los hijos de Dios que nos hace exclamar:
Abba, Padre.» Este espíritu no es otro que el Espíritu de Jesucristo, por
el que participamos en su filiación. «Y este Espíritu se une al nuestro
para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rom. 8, 14-16).
Tan pronto como el alma se deja mover hacia el Espíritu de Dios,
siente en sí misma el testimonio que la llena de tanta alegría que le
hace conocer mejor que está «llamada a la libertad de los hijos de
Dios» (Gál. 5, 1) y que «el espíritu que ha recibido no es un espíritu
de servidumbre sino de libertad». El alma siente entonces que actúa
libre y suavemente, aunque fuertemente y de forma infalible.
10. El espíritu de la moción divina es tan necesario para todas las
cosas que san Pablo nos atestigua, en el mismo texto, esta necesidad
que él funda incluso en nuestra ignorancia de las cosas que pedimos.
«El Espíritu, dice, nos ayuda en nuestra flaqueza, pues nosotros no
sabemos lo que hay que pedir, ni pedir como es debido, y es el mismo
Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inenarrables» (Rom.
8, 26). Esto es positivo: si nosotros no sabemos lo que necesitamos,
ni siquiera pedir como es preciso lo que nos es necesario, y que el
espíritu que está en nosotros, por la moción del cual nos abandona
mos, lo pide por nosotros, ¿no deberemos dejarlo hacer? Él lo hace
con gemidos inenarrables.
Este Espíritu es el Espíritu del Verbo que siempre es escuchado, como
él mismo dice: «yo sé que siempre me oyes» (Jn. 11, 42). Si dejásemos
pedir y orar a este espíritu en nosotros, siempre seríamos escuchados.
¿Y esto por qué? Enséñanoslo, gran apóstol, doctor místico y maestro
370
del interior. Es, dice san Pablo, porque «el que sondea los corazones
conoce lo que el espíritu desea, porque pide según Dios para los san
tos» (Rom. 8, 27). Es decir, que este espíritu solo pide lo que está de
acuerdo con la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es que seamos
salvados y que seamos perfectos. Pide por tanto lo que es necesario
para nuestra perfección.
11. ¿Por qué agobiarnos, según esto, con cuidados superfluos y
«fatigarnos en la multiplicidad de (nuestros) caminos» sin decir nun
ca: quedémonos en reposo? (Is. 57, 10). Dios nos invita a depositar
en él todas nuestras inquietudes. Y él se lamenta, en Isaías, con una
bondad inconcebible, de que se emplean las fuerzas del alma, que son
sus riquezas y su tesoro, en mil cosas exteriores, visto lo poco que hay
que hacer para gozar de los bienes que aspiramos. «Por qué, dice Dios,
empleáis vuestro dinero en lo que no puede alimentaros, y vuestros
trabajos en lo que no puede saciaros. Oídme con atención: alimentaos
con el buen alimento que yo os doy y vuestra alma, estando engordada,
disfrutará en la alegría» (Is. 55, 2).
¡Oh, si se conociera la felicidad que supone escuchar a Dios de
esta manera, y hasta qué punto el alma se enriquece con esto! «Es
necesario que calle toda carne en la presencia del Señor» (Zac. 2,
17). Es preciso que todo cese tan pronto como aparece. Dios, para
obligarnos a entregarnos a él sin reserva, nos asegura, en el mismo
Isaías, que no debemos temer nada al abandonarnos, pues él asume
un cuidado muy particular de nosotros. «¿Puede una madre olvidar
a su hijo, dice Dios, y no tener compasión del hijo que ha llevado en
sus entrañas? Pues aunque ella lo olvidara, por mí, que no os olvidaré
nunca» (Is. 49, 15). ¡Oh palabras llenas de consuelo! ¿Quién temerá
después de esto abandonarse a la conducta de Dios?
371
bondad o malicia moral según el principio interior del que parten.
No es de estos de los que quiero hablar, sino del acto interior. El acto
interior es una acción del alma que la dirige hacia un objeto del que
ella está apartada.
2. Si estoy vuelto hacia Dios y quiero hacer un acto, me aparto
de Dios y me vuelvo más o menos hacia las cosas creadas, según que
mi acto sea más o menos fuerte. Si estoy vuelto hacia la criatura, es
necesario que haga un acto para apartarme de esta criatura y volver
me hacia Dios. Cuanto más perfecto sea el acto, más completa es la
conversión.
Hasta que esté perfectamente convertido, necesito actos para
volverme hacia Dios. Unos lo hacen de repente, otros lo hacen poco
a poco. Mi acto me debe llevar por tanto a volverme hacia Dios,
empleando toda la fuerza de mi alma para él, siguiendo el consejo del
Eclesiástico: « Centrad todos los movimientos de vuestro corazón en
la santidad de Dios» (Si. 32. 23). Y como hacía David: « Conservaré
toda mi fuerza para vos» (Sal. 59, 10), lo que se consigue entrando
con fuerza en sí mismo como dice la Escritura: «Volved a vuestro
corazón» (Is. 46, 8).
Porque nosotros somos apartados de nuestro corazón por el peca
do. Hay que volver por tanto a nuestro corazón. Por tanto Dios solo
pide nuestro corazón: «Hijo mío, dame tu corazón, y que tus ojos
estén siempre fijos en mis caminos» (Sal. 23, 26). Dar el corazón a
Dios y tener siempre la vista, la fuerza y la energía del alma unida a
él para seguir sus deseos, he aquí lo que es del acto. El acto nos hace
volver hacia Dios. Hay que permanecer vueltos hacia él, tan pronto
como uno existe. Y si yo hiciera actos, entonces me volvería hacia él.
Pero como el espíritu del hombre es inconstante y el alma, al estar
acostumbrada a volverse hacia fuera, se disipa fácilmente y se da la vuelta,
tan pronto como se dé cuenta de que se ha vuelto hacia las cosas de fuera,
es preciso que por un acto simple que es una vuelta hacia Dios, ella se
vuelva hacia él. Después, su acto subsiste mientras dure su conversión,
a fuerza de volverse hacia Dios mediante una vuelta simple y sincera.
3. Como varios actos repetidos crean un hábito, el alma contrae
el hábito de la conversión. El acto se hace habitual y no formal, en
372
consecuencia. [El alma] no debe entonces preocuparse por hacer este
acto porque ya existe. Y no puede hacerlo sin encontrar en ello gran
dificultad. Se da cuenta incluso de que sale de su estado para hacer
lo, cosa que nunca debe hacer porque subsiste en hábito. Entonces,
se encuentra en una conversión y en un amor habituales. Esto en
cuanto al acto formal que no siempre puede subsistir y que no debe
renunciar a lo habitual.
Se observará que se tendrá a veces facilidad para hacer particular
mente tales actos, pero es simplemente una señal de que uno se había
dado la vuelta. Se entra en el corazón cuando uno se había separado.
Pero se permanece en él en reposo, cuando se ha entrado allí. Todo
depende del conocimiento de los actos, porque cuando se dice que
no hay que hacer actos, uno se confunde: siempre se hacen actos,
pero se hacen de acuerdo con su categoría.
4. Para aclarar bien este punto que resulta difícil a la mayoría por
falta de comprensión, hay que saber que hay actos formales y actos
sustanciales, actos directos y actos automáticos. Todos no pueden
hacer los formales y todos no están en disposición de hacer los otros.
Los actos formales son propios de las personas que están alejadas.
Deben volverse por una acción, más o menos fuerte, según que la
vuelta sea más o menos fuerte. De manera que, cuando la vuelta es
ligera, basta un acto de los más sencillos.
5. Existe el acto sustancial que es cuando el alma está totalmen
te vuelta hacia su Dios por un acto directo, que ella no renueva
a menos que fuera interrumpido, pero que subsiste. Digo que el
alma, vuelta de esta manera, está en caridad y permanece en ella.
«Y el que permanece en la caridad, permanece en Dios» (I Jn. 4,
16). Entonces el alma está en un hábito del acto, descansando en
este mismo acto.
Pero su descanso no es ocioso. Porque entonces hay un acto que
permanece siempre, que es una inmersión en Dios, donde Dios la atrae
cada vez con más fuerza. Y ella, siguiendo esta atracción tan fuerte,
permaneciendo en su amor y en su caridad, se sumerge cada vez más
en este mismo amor y realiza una acción infinitamente más fuerte,
vigorosa y rápida, que el acto que solo sirve para realizar la vuelta.
373
6. Ahora bien el alma que está en este acto profundo y fuerte, como
está totalmente vuelta hacia su Dios, no se da cuenta de este acto,
porque es directo y no reflejo. Entonces esta persona no explicándose
bien, dice: no hago actos. Pero se equivoca, nunca los hizo mejores, ni
con más fuerza. Debe decir: no distingo los actos, y no: no hago actos.
El alma no los hace por sí misma, estoy de acuerdo, sino que es
atraída y sigue a lo que la atrae. El amor es el peso que la hunde,
como una persona que cae en el mar se hunde y se hundiría hasta
el infinito, si el mar fuera infinito, y sin darse cuenta de este hundi
miento, descendería hasta lo más profundo, a una velocidad increíble.
Es por tanto hablar impropiamente el decir que no se hacen actos.
Todos realizan actos, pero todos no los hacen de la misma manera, y
el error procede de que todos los que oyen y saben que hay que hacer
actos, querrían hacerlos formales. Esto no es posible. Los formales son
para los principiantes, y los demás para las almas avanzadas. Detenerse
en los primeros actos, que son débiles y perfeccionan poco, es privarse
de los últimos. Lo mismo que no es posible querer hacer los últimos
antes de pasar por los primeros, esto no es posible y sería un error.
7. Es necesario que «todas las cosas se hagan a su tiempo» (Qo.
3 ,1 ). Cada estado tiene su comienzo, su progreso y su final. Si uno
quiere detenerse siempre al principio, esto es impracticable. No hay
arte que no tenga su progreso. Al comienzo, hay que trabajar con
esfuerzo, pero luego hay que disfrutar del fruto de su trabajo.
Cuando el barco está en el puerto, a los marineros les da reparo
sacarlo de allí para llevarlo a plena mar. Pero luego lo mueven fácil
mente hacia el lado al que quieren llegar. Cuando el alma está aún en
el pecado y en las criaturas, es necesario sacarla de allí con muchos
esfuerzos, es necesario desatar las cuerdas que la tienen atada. Des
pués, remando con actos fuertes y vigorosos, tratar de llevarla hacia
dentro, alejándola poco a poco de su propio puerto y, al alejarla, se
la dirige hacia dentro que es el lugar adonde se desea viajar.
8. Cuando el barco es dirigido de esta manera, cuanto más avanza
en el mar, más se aleja de la tierra. Y cuanto más se aleja de la tierra,
menos esfuerzo hay que hacer para atraerlo. Finalmente, se comienza
a navegar muy suavemente y el barco se aleja con tanta fuerza que hay
374
que quitar el remo, que resulta inútil. ¿Qué hace entonces el timonel?
Se contenta con desplegar las velas y mantener el timón.
Desplegar las velas, es hacer oración de simple exposición delante
de Dios, para ser movido por su espíritu. Mantener el timón, es evitar
que nuestro corazón se aparte del camino recto, llevándolo suave
mente y conduciéndolo de acuerdo con el movimiento del Espíritu
de Dios que se apodera poco a poco de este corazón, como el viento
llega poco a poco a hinchar las velas y a mover el barco. Mientras el
barco tiene el viento de popa, el piloto y los remeros descansan de su
trabajo. ¿Cuánto camino recorren sin cansarse? Hacen más camino en
una hora, descansando de esta manera y dejando que el viento lleve
al barco, que con todos sus primeros esfuerzos. Si entonces quisieran
remar, además de que se cansarían mucho, su esfuerzo sería inútil y
harían que el barco se retrasase.
Esta es la conducta que debemos seguir en nuestro interior, y,
actuando de esta manera, avanzamos más en poco tiempo por la
moción divina que de cualquier otra manera con muchos esfuerzos. Si
uno quisiera tomar este camino, le resultaría el más fácil del mundo.
9. Cuando se tiene el viento contrario, si el viento y la tempestad
son fuertes, hay que echar el ancla en la mar para detener el barco.
Este ancla no es otra cosa que la confianza en Dios y la esperanza en su
bondad, esperando con paciencia la calma y la bonanza, y que vuelva
el viento favorable, como hacía David: «Esperé al Señor, dice, con
gran paciencia y el Señor por fin descendió hasta mí» (Sal. 40, 1).
Hay que abandonarse por tanto al Espíritu de Dios y dejarse llevar
por sus movimientos.
[...]
375
Primeramente, según la Escritura, «Ningún hombre vivo verá a
Dios » (Éx. 33, 20). Ahora bien, todo el ejercicio de la oración dis
cursiva o incluso de la contemplación activa, mirada como un fin y
no como una disposición a la pasiva, son ejercicios vivos por los que
no podemos ver a Dios, es decir, estar unidos a él. Es necesario que
lo que es del hombre y de su propia actividad, por noble y relevante
que pueda ser, es necesario, digo, que todo eso muera.
Cuenta san Juan que «en el cielo se hizo un gran silencio» (Apoc.
8, 1). El cielo representa el fondo y el centro del alma donde es ne
cesario que todo esté en silencio cuando la majestad de Dios aparece
allí. Es necesario que todo lo que procede de propios esfuerzos y de
propiedad sea destruido. Porque nada es más opuesto a Dios que
la propiedad, y porque toda la maldad del hombre se encuentra en
esta propiedad que está como identificado con ella. De modo que,
cuanto más pierde un alma su propiedad, más pura se hace. Y lo que
sería un defecto para un alma que vive para ella misma, no lo es ya a
causa de la pureza y de la inocencia que ha logrado, cuando ha perdido
estas propiedades que causaban la discrepancia entre Dios y el alma.
2. Ahora bien, para unir dos cosas tan opuestas como son la pu
reza de Dios y la impureza de la criatura, la simplicidad de Dios y la
multiplicidad del hombre, solo Dios puede hacerlo. Esto jamás puede
hacerse por el esfuerzo de la criatura, porque dos cosas no pueden
estar unidas si no tienen relación y semejanza, y un metal impuro no
entrará en aleación con un oro muy puro y refinado.
3. ¿Qué hace Dios por tanto? Envía delante de él a su propia sa
biduría, como el fuego será enviado a la tierra para consumir con su
acción todo lo que en ella hay de impuro. El fuego consume todas las
cosas y nada resiste a él sin ser consumido. Lo mismo ocurre con la
sabiduría. Ella consume toda impureza en la criatura para prepararla
a la unión divina.
Esta impureza tan opuesta a la unión es la propiedad y la actividad.
La propiedad: porque es la fuente de la impureza real, que jamás puede
estar aliada con la pureza esencial. Lo mismo que los rayos pueden
tocar el barro, pero no unirse a él. La actividad: porque como Dios
está en un reposo infinito, es necesario, para que el alma pueda estar
376
unida a él, que ella participe en su reposo. Sin lo cual no puede haber
unión a causa de la diferencia. Pues para unir dos cosas, ellas han de
estar en un reposo proporcionado.
Por eso el alma solo llega a la unión divina por el reposo de su
voluntad. Y no puede estar unida a Dios si no está en un reposo central
y en la pureza de su creación.
4. Para purificar al alma, Dios se sirve de la Sabiduría, como de
un fuego para purificar al oro. Es cierto que el oro solo puede ser
purificado por el fuego que consume poco a poco lo que hay de
terrestre y de material y lo separa del oro. Y por tanto, no le basta
al oro para lograr su propósito que la tierra se cambie en oro. Es
necesario además que el fuego lo funda y lo disuelva, para sacar de
su sustancia todo lo que le queda de extraño y terrestre. Y este oro
es puesto tantas y tantas veces al fuego que pierde toda impureza
y toda disposición para poder ser purificado. El orfebre, como no
puede ya encontrar mezcla, porque ha llegado a su perfecta pureza
y simplicidad, el fuego ya no puede actuar sobre este oro. Y pasaría
un siglo sin que fuera más puro y sin que él disminuyese. Entonces
está limpio para hacer las obras más excelentes.
Y si este oro es impuro más tarde, esto se debe a inmundicias re
cogidas de nuevo por la relación con cuerpos extraños. Pero existe
esta diferencia, que esta impureza es solo superficial y no impide
obrar con él. Mientras que la otra impureza estaba oculta en el fon
do y como identificada con su naturaleza. Sin embargo, las personas
que no lo conocen, al ver un oro purificado cubierto de grasa por
fuera, lo harán menos caso que a un oro grosero, muy impuro, cuyo
exterior esté limpio.
5. Además, os daréis cuenta de que el oro de un grado de pureza
inferior no puede entrar en aleación con otro de pureza superior. Es
necesario que el uno contraiga la impureza del otro o que éste participe
en la pureza de aquel. Lo que no hará nunca el orfebre es mezclar un
oro purificado con otro tosco. ¿Qué hará por tanto? Hará perder por
el fuego toda la mezcla terrestre a este oro, para que pueda entrar
en aleación con la pureza del primero. Y esto es lo que se dice san
Pablo, que «nuestras obras serán purificadas como por el fuego, para
377
que lo que es combustible se queme» (I Cor. 3, 13-15). Se añade que
«la persona cuyas obras se encuentren listas para ser quemadas será
salvada, pero como por el fuego». Esto quiere decir que hay obras
recibidas y que son admisibles. Pero para que el que las ha hecho sea
también puro, es necesario que ellas pasen por el fuego, para que la
propiedad sea destruida. Y es en este mismo sentido como Dios exa
minará y «juzgará nuestras justicias» (Sal. 74, 3). Porque el hombre
no será nunca «santificado por las obras de la ley» sino por la «justicia
de la fe que viene de Dios» (Rom. 3, 20 y s.).
6. Esto supuesto, digo que para que el hombre se una a su Dios,
es necesario que la Sabiduría, acompañada de la Justicia divina,
como un fuego despiadado y devorador, quite al alma todo lo que
tiene de propiedad, de terrestre, de carnal y de activo. Y que, una
vez quitado todo esto al alma, él se une a ella. Esto no se hace nunca
por la destreza de la criatura, sino que ella sufre a disgusto, porque,
como he dicho, el hombre ama tanto su propiedad y teme tanto su
destrucción que, si Dios mismo no lo hiciera y de manera imperativa,
el hombre no lo haría jamás.
7. A esto se me responderá que Dios no quita nunca al hombre su
libertad y que puede por tanto resistir a Dios, que no debo decir que
Dios actúa absolutamente y sin el consentimiento del hombre. Me
explico, y digo que basta con un consentimiento pasivo (para) que el
hombre tenga una entera y total libertad, porque como se ha dado a
Dios desde el principio, para que Dios haga de él y en él todo lo que
quiera, da entonces un consentimiento activo e implícito a todo lo
que Dios haga. Pero cuando Dios destruye, quema, purifica, el alma
no ve que esto le sea ventajoso. Al contrario. Lo mismo que el fuego
mancha al oro al principio, así también esta operación parece despojar
al alma de su pureza. De suerte que, si fuera necesario entonces un
consentimiento activo y explícito, el alma no lo daría. Lo que ella
hace es dar un consentimiento pasivo, sufriendo lo mejor que puede
esta operación, que ella no puede ni quiere impedir.
8. Dios, por tanto, purifica de tal manera a esta alma de todas las
operaciones propias, distintas, percibidas y multiplicadas, que forman
una desigualdad muy grande, que finalmente la va haciendo poco a
378
poco conforme a él y por fin uniforme, mejorando la capacidad pasiva
de la criatura, ampliándola y ennobleciéndola, de una manera oculta
y desconocida — por eso se la llama «mística». Pero es necesario que,
en todas estas operaciones, el alma trabaje solo pasivamente.
Cierto que antes de llegar a esto, es necesario que ella actúe más
al comienzo. Después, a medida que la acción de Dios se hace más
fuerte, es necesario que poco a poco y sucesivamente, el alma le ceda,
hasta que él la absorba por completo. Pero esto dura mucho tiempo.
9. Por eso, no se dice, como algunos han creído, que no hay que
pasar por la acción, pues por el contrario ella es la puerta. Sino solo
que no hay que permanecer siempre en ella, dado que el hombre debe
tender a la perfección de su fin y que nunca podrá llegar a esto sino
dejando los primeros medios, los cuales, habiéndole sido necesarios
para introducirlo en este camino, le serían luego muy perjudiciales
si se atase a ellos obstinadamente, impidiéndole llegar a su fin. Así
hacía san Pablo: « Olvido, dice él, lo que he dejado atrás, y trato de
avanzar, para terminar mi carrera» (Fil. 3, 13).
¿Y no se diría que una persona habría perdido el sentido si, comen
zado un viaje, se quedase en la primera hostería porque le hubieran
asegurado que varios pasaron por ella, que algunos se detuvieron en
ella y que los dueños de la casa siguen en ella? Lo que se desea entonces
de las almas es que avancen hacia su fin, que tomen el camino más
corto y más fácil, que no se detengan en este lugar y que, siguiendo
el consejo de san Pablo, «se dejen mover por el espíritu» de la gracia
(Rom. 8, 14), que los conducirá al fin por el que fueron creadas, que
es gozar de Dios.
10. Es una cosa extraña que, no ignorando que solo ha sido creada
para esto y que toda alma que no llegue desde esta vida a la unión
divina y a la pureza de su creación, tendrá que quemarse largo tiempo
en el purgatorio para adquirir esta pureza, que no se pueda sufrir
sin embargo que Dios la conduzca aquí desde esta vida. Como si lo
que debe producir la perfección de la gloria debiera causar mal e
imperfección en esta vida mortal.
11. Nadie ignora que el Bien soberano es Dios, que la bienaventu
ranza esencial está en la unión a Dios, que los santos son más o menos
379
grandes según esta unión sea más o menos perfecta, y que esta unión
no puede lograrse en el alma por ninguna actividad propia, puesto
que Dios solo se comunica al alma en la medida en que su capacidad
sea grande, noble y amplia. No se puede estar unido a Dios sin la
pasividad y la simplicidad. Y como esta unión es la bienaventuranza
misma, el camino que nos conduce en esta pasividad no puede ser
malo. Al contrario, es el mejor de todos los caminos.
12. Todos por tanto pueden caminar por él y como todos son
llamados a la Bienaventuranza, todos son también llamados a gozar
de Dios, tanto en esta vida como en la otra. Digo: de Dios mismo y
no de sus dones que no podrían realizar la bienaventuranza esencial,
por no poder contentar plenamente al alma. Y el alma es tan noble y
tan grande, que los dones de Dios más relevantes no podrían hacerla
dichosa, si Dios no se diese a sí mismo. Ahora bien, el deseo de Dios
es entregarse personalmente a su criatura, según la capacidad que ha
puesto en ella, ¿y se teme abandonarse a Dios? ¿Se teme poseerlo y
disponerse a la unión divina?
13. Se dice que no hay que trabajar desde sí mismo. Estoy de
acuerdo. Y digo que ninguna criatura podrá nunca ponerse a trabajar,
puesto que ninguna criatura en el mundo podría unirse a Dios por
todos sus esfuerzos propios, y que es necesario que Dios se le una.
¡Si no es posible unirse a Dios por uno mismo, es gritar contra una
quimera el vociferar contra aquellos que se ponen a trabajar desde
ellos mismos!
Se dirá que se finge estar allí. Yo digo que esto no se puede fingir,
al menos por mucho tiempo, puesto que el que muere de hambre
no puede fingir que está en una hartura admirable. Se le escapará
siempre algún deseo o envidia, y dará pronto a conocer que está muy
lejos de su fin.
Por tanto, puesto que nadie puede llegar a su fin sino es llevado
a él, no se trata de que nadie se introduzca en él, sino de mostrar el
camino que conduce a él, y de conjurar que no se mantenga unido y
vinculado a hosterías o prácticas que hay que dejar cuando se da la
señal, lo que se conoce por el director experimentado, quien muestra
el agua viva y trata de llevar a ella. ¿No sería una crueldad vituperable
380
mostrar una fuente a un hombre sediento, y después tenerlo atado,
e impedirle ir a ella, dejándolo así morir de sed?
14. Esto es lo que hoy se hace. Estamos todos de acuerdo en el
camino, y estamos de acuerdo sobre el fin, del que no se puede dudar
sin error. El camino tiene su comienzo, su progreso y su termina
ción. Cuanto más se avanza hacia la terminación, más se aleja uno
del comienzo. Y solo es imposible llegar, alejándose de éste cada vez
más, no pudiendo ir de una puerta a un lugar lejano sin pasar por el
medio. Esto es irrefutable.
Si el fin es bueno, santo y necesario, si la puerta es buena, ¿por
qué el camino que viene de esa puerta y lleva derecho a este fin será
malo? ¡Oh ceguera de la mayoría de los hombres que se excitan con
ciencia y con ingenio! ¡Oh qué cierto es, Dios mío, que habéis «es
condido vuestros secretos a los grandes y a los sabios, para revelarlos
a los pequeños!».
381
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392
ÍNDICE
Prólogo ............................................................................................ 7
Louis-Claude de Saint-Martin, el «Filósofo Desconocido»....... 13
I. Los Elegidos Cohén......................................................... 16
II. Las Lecciones de Lyon................................................... 18
III. Retorno a París............................................................. 21
IV La Francmasonería......................................................... 22
V El Agente Desconocido y la “Sociedad de los Iniciados”. 23
VI. Londres y Roma......................................................... 24
VIL Las luces de Estrasburgo............................................. 25
VIII. Lázaro ¡levántate!....................................................... 27
IX. La Teosofía de Jakob Bóhme....................................... 29
X. La Revolución................................................................ 31
XI. Los últimos años........................................................... 32
391
III. Rechazo de la teúrgia por Saint-Martin...................... 47
IV Superioridad de la “vía según lo interno” para Saint-Martin 49
V. La única iniciación que predico...................................... 51
VI. La verdadera iniciación según Saint-Martin:
“la ciencia del hombre” ................................................. 53
VIL La oración activa, o la «teúrgia cardiaca»................... 55
VIII. Conclusión................................................................. 59
392
La práctica de la Oración interior................................................ 141
I. Método de la Oración interior........................................ 141
1. ¿Cómo orar según Saint-Martin?.......................... 142
2. Proseguir la obra de oración................................. 144
3. La Oración de “simple presencia” ......................... 145
4. Avanzar en la “Presencia de Dios”......................... 147
II. ¿Cuál es la forma de proceder?...................................... 147
1. Unir el corazón al espíritu...................................... 147
2. Dejar obrar a Dios por la “fe verdadera” .............. 148
3. La noche del espíritu.............................................. 149
4. El reposo en Dios.................................................. 151
III. La práctica de la contemplación interior
conduce al alma a la unión con Dios.............................. 152
1. ¿Cómo proceder?.................................................. 152
2. ¿Qué será necesario hacer a continuación?........... 153
3. ¿Es esto contemplar?.............................................. 153
4. ¿Cómo actuar contra las distracciones?................ 155
5. La Presencia constante de Dios.............................. 156
6. Hacer del alma un Templo donde
la Divinidad se invoca........................................... 157
7. El santo abandono en Dios................................... 158
8. Conviene dejarse llenar de la “efusión Divina” ..... 159
393
II. Primer contacto de Saint-Martin con la teúrgia angélica .. 193
III. Juicio crítico de Saint-Martin sobre el culto angélico ... 195
IV Revelación de Saint-Martin sobre el ministerio
de los ángeles.................................................................. 198
V. Im portancia recíproca del bautizo a n g é lic o ................... 201
VI. No compete al hombre rezar a los ángeles................... 203
VII. Es al hom bre a quien com pete dar a conocer
a D ios a los án geles ......................................................... 204
VIII. El espíritu del m inisterio del hom bre,
o la verdadera «religión» del hombre.............................. 205
IX . C onclusión: «L os ángeles están esperando
el reino del hombre»....................................................... 206
394
b) Edificación de la Iglesia interior
en el corazón del h o m b re ....................................... 251
II. A lum bram iento de la Iglesia I n te r io r ................................... 254
a) La espera de la Gracia o la vía del puro abandono 258
b) El divino nacim iento obtenido únicam ente
por el efecto de la gracia....................................... 270
III. L a naturaleza celestial de la I g le s ia ...................................... 273
IY L a Iglesia celeste: un m isterio oculto en la eternidad ... 278
a) El corazón del hom bre es la piedra angular
de la Iglesia interior............................................... 280
b) Las cuatro “ operaciones” fundadoras
del Templo interior............................................... 282
Y La Iglesia según el espíritu ............................................ 283
a) D ejar sitio al Espíritu p ara ilum inar
el corazón del h o m b re .......................................... 285
b) La consagración del T em plo.......................................... 286
c) La recepción al rango sacerdotal........................... 288
Anexo I:
Carta de Saint-Martin a Kirchberger de 19 de junio de 1797 . 309
395
Anexo II:
La Oración. Saint-Martin 315
Anexo III:
Diez Plegarias de Saint-Martin..................................................... 335
Plegaria 1............................................................................. 336
Plegaria II........................................................................... 337
Plegaria III.......................................................................... 339
Plegaria IV.......................................................................... 340
Plegaria V ........................................................................... 341
Plegaria VI.......................................................................... 343
Plegaria VII......................................................................... 345
Plegaria VIII........................................................................ 347
Plegaria IX .......................................................................... 349
Plegaria X ........................................................................... 351
Anexo IV:
Modo breve y muy fácil de hacer oración (extractos)
Madame Guyon.............................................................................. 355
Bibliografía....................................................................................... 383
396
+ Société des Indépendants +
Société Spirituelle et Initiatique Saint-Martiniste
http://societedesindependants.org/
En España:
Mail: [email protected]
http://www.capituloluxmundi.es/
D e ¡a reintegración
d e la m alcría y d e los
cu e rp o s glo rio so s
H E I M: CifUpOde 1\[UdKHl* f If
| De Templo
jSalomonis Liber
iEduardo R. Caíiaey
Ecce Homo
El Cocodrilo
O la guerra dd bien y dd mal
IntvCiaudc deSkm-Mhiui El hombre de deseo
Régimen
Escocés & Rectificado Regla de los
Adeptos Rosa+Cruz
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La obra Que aouí presentamos ha sido posible gracias a la reagrupación de diversos artículos, discursos
y extractos de Quien hoy en día es uno de los más prolíficos autores y, con toda seguridad, representante
más fiel del Filósofo Desconocido, el teósofo de Amboise, Louis-Claude de Saint-Martin (1.7 4 3 -1.803). El
trabajo de |ean-Marc Vivenza sobre las claves teosóficasy operativas de la “vía según lo interno", propuesta
por Saint-Martin, consigue abrir una luminosa vía de comprensión a los Hombres de Deseo de hoy en día,
no solo por un minucioso y clarificador análisis doctrinal de sus enseñanzas (oue_ya de por sí es muy de
agradecer, dada la complejidad de los escritos y la peculiaridad de la doctrina del Filósofo Desconocido,
Que en frecuentes ocasiones constituyen una barrera no siempre fácil de superar para aouellos neófitos Que
desean acercarse a esta tradición), sino despertando de nuevo la luminosa presencia del espíritu Que inspiró
su vida y su obra para ofrecer_y promover un efectivo^ activo ministerio del sacerdocio del Eterno Que opere
la venida del Reino de los Cielos en el corazón del hombre, según la Ciencia espiritual de la Iglesia Interior
Que Cristo, el Reparador universal, mostró para adorar al Padre “en espírítuyen verdad" (Jn 4:23).
Comprobado el abismo quc separa radicalmente a las Órdenes y círculos Martinistas Que reivindican hoy en
día la filiación espiritual del Filósofo Desconocido de su pensamiento y operatividad original, Que podemos
denominar como la vía interna “ saint-martinista” , creemos muy necesaria y útil la presente obra para orien
tarse e iniciarse adecuadamente en sus poderosos medios Que "se fundamentan en la plegaria interior, nutrida
por la oración y sostenida p o r la humildad del corazón y la práctica de todas las virtudes", operando la “ vía
simple" Que desde el origen de los días Dios estableció como “trabajo primitivo y natural del hombre". Esta
es la "Vía Silenciosa e Interna de los Hombres de Deseo", cuyo ideal encarnan algunos Solitarios^ Servido
res Incógnitos de Icshuah, el Reparador, Que operan misteriosamente. En su conjunto constituye un manual
teórico y práctico imprescindible para aouellos quc desean adentrarse en el espíritu del “ Saint-Martinismo".
MANAKEL
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