Caminar Desde Cristo
Caminar Desde Cristo
Caminar Desde Cristo
Instrucción
ÍNDICE
Introducción
Primera Parte
Segunda parte
Tercera parte
Cuarta parte
INTRODUCCIÓN
Quizás nunca como hoy la invitación de Jesús a remar mar adentro aparece como respuesta
al drama de la humanidad, víctima del odio y de la muerte. El Espíritu Santo actúa siempre
en la historia y puede sacar de las desdichas humanas un discernimiento de los
acontecimientos que se abre al misterio de la misericordia y de la paz entre los hombres.
Efectivamente, el Espíritu, desde el mismo desconcierto de las naciones, estimula en muchos
la nostalgia de un mundo distinto que ya está presente en medio de nosotros. Lo asegura Juan
Pablo II a los jóvenes cuando los exhorta a ser «centinelas de la mañana» que vigilan, fuertes
en la esperanza, en espera de la aurora.2
Ciertamente los dramáticos sucesos en el mundo de estos últimos años han impuesto a los
pueblos nuevos y más fuertes interrogantes que se han añadido a los ya existentes, surgidos
en el contexto de una sociedad globalizada, ambivalente en la realidad, en la cual «no se han
globalizado sólo tecnología y economía, sino también inseguridad y miedo, criminalidad y
violencia, injusticia y guerras».3
En esta situación el Espíritu llama a las personas consagradas a una constante conversión
para dar nueva fuerza a la dimensión profética de su vocación. Éstas, en efecto, «llamadas a
poner la propia existencia al servicio de la causa del Reino de Dios, dejándolo todo e
imitando más de cerca la forma de vida de Jesucristo, asumen un papel sumamente
pedagógico para todo el Pueblo de Dios».4
La sociedad actual espera ver en ellas el reflejo concreto del obrar de Jesús, de su amor por
cada persona, sin distinción o adjetivos calificativos. Quiere experimentar que es posible
decir con el apóstol Pablo «esta vida en la carne la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me
amó hasta entregarse por mí» (Ga 2, 20).
3. Para ayudar con el discernimiento a hacer siempre más segura esta particular vocación y
sostener hoy las valientes opciones de testimonio evangélico, la Congregación para los
Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica celebró su Plenaria del 25 al
28 de septiembre de 2001.
En 1994 la IX Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, completando el análisis «de las
peculiaridades que caracterizan los estados de vida queridos por el Señor Jesús para su
Iglesia»,10 después de los Sínodos dedicados a los laicos y a los presbíteros, estudió La vida
consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo. El Santo Padre Juan PabloII, recogiendo
las reflexiones y las esperanzas de la Asamblea sinodal, dio a toda la Iglesia la Exhortación
Apostólica postsinodal Vita consecrata.
Caminar en la esperanza
4. El Gran Jubileo del año 2000 ha marcado profundamente la vida de la Iglesia; en él toda la
vida consagrada ha estado fuertemente comprometida en todo el mundo. Precedido de una
oportuna preparación, el 2 de febrero de 2000 se celebró en todas las iglesias particulares el
Jubileo de la vida consagrada.
Al final del Año Jubilar, para cruzar juntos el umbral del nuevo milenio, el Santo Padre quiso
recoger la herencia de las celebraciones jubilares en la Carta apostólica Novo millennio
ineunte. En este texto, con extraordinaria pero no imprevista continuidad, se encuentran
algunos temas fundamentales, ya en cierto modo anticipados en la Exhortación Vita
consecrata: Cristo centro de la vida de cada cristiano,11 la pastoral y la pedagogía de la
santidad, su carácter exigente, su alto grado en la vida cristiana ordinaria,12 la difusa
exigencia de espiritualidad y de oración, actuada principalmente en la contemplación y en la
escucha de la Palabra de Dios,13 la incidencia insustituible de la vida sacramental,14 la
espiritualidad de comunión15 y el testimonio del Amor que se expresa en una nueva fantasía
de la caridad hacia el que sufre, hacia el mundo herido y esclavo del odio, en el diálogo
ecuménico e interreligioso.16
Las Asambleas especiales del Sínodo de los Obispos, con carácter continental, que marcaron
la preparación al Jubileo, se interesaron por la contextualización eclesial y cultural de las
aspiraciones y de los retos de la vida consagrada. Los Padres de la Plenaria no han intentado
retomar un análisis de la situación. Simplemente, mirando al hoy de la vida consagrada y
permaneciendo atentos a las indicaciones del Santo Padre, invitan a los consagrados y a las
consagradas, en sus ambientes y culturas, a dirigir la mirada sobre todo a la espiritualidad.
:
Su reflexión, recogida en estas páginas, se desarrolla en cuatro partes. Después de haber
reconocido la riqueza de la experiencia que la vida consagrada está viviendo actualmente en
la Iglesia, han querido expresar su gratitud y total aprecio por aquello que es y por aquello
que hace (I parte). No se han escondido las dificultades, las pruebas, los retos a los que hoy
están sometidos los consagrados y las consagradas, sino que los han leído como una nueva
oportunidad para descubrir de manera más profunda el sentido y la calidad de la vida
consagrada (II parte). El llamamiento más importante que se ha querido recoger es el de un
compromiso renovado en la vida espiritual, caminando desde Cristo en el seguimiento
evangélico y viviendo en particular la espiritualidad de la comunión (III parte). Finalmente
han querido acompañar a las personas consagradas por los caminos del mundo, donde
Cristo continúa caminando y haciéndose hoy presente, donde la Iglesia lo proclama Salvador
del mundo, donde el latido trinitario de la caridad amplía la comunión en una renovada
misión (IV parte).
Primera Parte
LA VIDA CONSAGRADA
PRESENCIA DE LA CARIDAD DE CRISTO
EN MEDIO DE LA HUMANIDAD
Un camino en el tiempo
:
6. Hasta en la simple cotidianeidad, la vida consagrada crece en progresiva maduración para
convertirse en anuncio de un modo de vivir alternativo al del mundo y al de la cultura
dominante. Con su estilo de vida y la búsqueda del Absoluto, casi insinúa una terapia
espiritual para los males de nuestro tiempo. Por eso, en el corazón de la Iglesia representa una
bendición y un motivo de esperanza para la vida humana y para la misma vida eclesial.21
Las relaciones con toda la comunidad cristiana se van configurando cada vez mejor como
cambio de dones en la reciprocidad y en la complementariedad de las vocaciones
eclesiales.22 Es, en efecto, en las Iglesias locales donde se pueden establecer indicaciones
programáticas concretas que permitan que el anuncio de Cristo llegue a las personas,
modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores
evangélicos en la sociedad y en la cultura.23
8. La llamada a seguir a Cristo con una especial consagración es un don de la Trinidad para
todo un Pueblo de elegidos. Viendo en el bautismo el común origen sacramental, consagrados
y consagradas condividen con los fieles la vocación a la santidad y al apostolado. En el ser
signos de esta vocación universal manifiestan la misión específica de la vida consagrada.25
:
Las personas consagradas, para bien de la Iglesia, han recibido la llamada a una «nueva y
especial consagración»,26 que compromete a vivir con amor apasionado la forma de vida de
Cristo, de la Virgen María y de los Apóstoles.27 En el mundo actual es urgente un testimonio
profético que se base «en la afirmación de la primacía de Dios y de los bienes futuros, como
se desprende del seguimiento y de la imitación de Cristo casto, pobre y obediente, totalmente
entregado a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas».28
9. A imagen de Jesús, aquellos a quienes Dios llama para que le sigan son consagrados y
enviados al mundo para continuar su misión. Más aún, la misma vida consagrada, bajo la
acción del Espíritu Santo, se hace misión. Los consagrados, cuanto más se dejan conformar a
Cristo, más lo hacen presente y operante en la historia para la salvación de los hombres.32
Abiertos a las necesidades del mundo en la óptica de Dios, miran a un futuro con sabor de
resurrección, dispuestos a seguir el ejemplo de Cristo que ha venido entre nosotros «a dar su
vida y a darla en abundancia» (Jn 10, 10).
El celo por la instauración del Reino de Dios y la salvación de los hermanos viene así a
constituir la mejor prueba de una donación auténticamente vivida por las personas
consagradas. He aquí porqué todo intento de renovación se traduce en un nuevo ímpetu por la
misión evangelizadora.33 Aprenden a elegir con la ayuda de una formación permanente
marcada por intensas experiencias espirituales que conducen a decisiones valientes.
En las intervenciones de los Padres en la Plenaria, así como en las relaciones presentadas, ha
despertado admiración la multiforme actividad misionera de los consagrados y de las
consagradas. De modo particular nos damos cuenta del valor del trabajo apostólico
desarrollado con la generosidad y la particular riqueza connatural del “carácter femenino” de
las mujeres consagradas. Se merece el más grande reconocimiento por parte de todos,
pastores y fieles. Pero el camino iniciado debe profundizarse y extenderse. «Urge por tanto
dar algunos pasos concretos, comenzando por abrir espacios de participación a las mujeres
:
en diversos sectores y a todos los niveles, incluidos aquellos procesos en que se elaboran las
decisiones».34
Hay que decir gracias, sobre todo a quien se encuentra en primera línea. La disponibilidad
misionera se ha reafirmado con una valiente expansión hacia los pueblos que esperan el
primer anuncio del Evangelio. Nunca como en estos años ha habido tantas fundaciones,
precisamente en momentos agravados por la dificultad numérica que sufren los Institutos.
Buscando entre las señales de la historia una respuesta a las expectativas de la humanidad, la
osadía y la audacia evangélica han empujado a los consagrados y a las consagradas a lugares
difíciles hasta el riesgo y el sacrificio efectivo de la vida.35
Con renovado esmero muchas personas consagradas encuentran en el ejercicio de las obras
de misericordia evangélica enfermos que curar, necesitados de todo tipo, afligidos por
pobrezas antiguas y nuevas. También otros ministerios, como el de la educación, reciben de
ellas una colaboración indispensable que hace madurar la fe a través de la catequesis o
ejercita un verdadero apostolado intelectual. No faltan tampoco quienes sostienen con
sacrificio y siempre con más amplias colaboraciones la voz de la Iglesia en los medios de
comunicación que promueven la transformación social.36 Una opción fuerte y convencida ha
llevado a aumentar el número de religiosos y religiosas que viven entre los excluidos. En
medio de una humanidad en movimiento, cuando tantas gentes se ven obligadas a emigrar,
estos hombres y mujeres del Evangelio avanzan hacia la frontera por amor de Cristo,
haciéndose cercanos a los últimos.
Conviene, en fin, recordar que en estos últimos años el Martirologio del testimonio de la fe y
del amor en la vida consagrada se ha enriquecido notablemente. Las situaciones difíciles han
exigido a no pocos de ellos la prueba suprema de amor en genuina fidelidad al Reino.
Consagrados a Cristo y al servicio de su Reino han dado testimonio de la fidelidad del
seguimiento hasta la cruz. Diversas las circunstancias, variadas las situaciones, pero una la
causa del martirio: la fidelidad al Señor y a su Evangelio, «porque no es la pena la que hace
al mártir, sino la causa».39
Dóciles al Espíritu
Segunda Parte
11. Una mirada realista a la situación de la Iglesia y del mundo nos obliga también a
ocuparnos de las dificultades en que vive la vida consagrada. Todos somos conscientes de las
pruebas y de las purificaciones a que hoy día está sometida. El gran tesoro del don de Dios
está encerrado en frágiles vasijas de barro (cf. 2Co 4, 7) y el misterio del mal acecha también
a quienes dedican a Dios toda su vida. Si se presta ahora una cierta atención a los
sufrimientos y a los retos que hoy afligen a la vida consagrada no es para dar un juicio crítico
o de condena, sino para mostrar, una vez más, toda la solidaridad y la cercanía amorosa de
quien quiere compartir no sólo las alegrías sino también los dolores. Atendiendo a algunas
dificultades particulares, no se debe olvidar que la historia de la Iglesia está guiada por Dios
y que todo sirve para el bien de los que lo aman (cf. Rm 8, 28). En esta visión de fe, aun lo
negativo puede ser ocasión para un nuevo comienzo, si en él se reconoce el rostro de Cristo,
crucificado y abandonado, que se hizo solidario con nuestras limitaciones y, cargado con
nuestros pecados, subió al leño de la cruz (cf. 1P 2, 24).41 La gracia de Dios se realiza
plenamente en la debilidad (cf. 2 Co 12, 9).
12. Las dificultades que hoy deben afrontar las personas consagradas asumen múltiples
rostros, sobre todo si tenemos en cuenta los diferentes contextos culturales en los que viven.
Son problemas reales, pero no hay que generalizar. Las personas consagradas no son las
únicas que viven la tensión entre secularismo y auténtica vida de fe, entre la fragilidad de la
propia humanidad y la fuerza de la gracia; ésta es la condición de todos los miembros de la
Iglesia.
13. Las dificultades y los interrogantes que hoy vive la vida consagrada pueden traer un
nuevo kairós, un tiempo de gracia. En ellos se oculta una auténtica llamada del Espíritu Santo
a volver a descubrir las riquezas y las potencialidades de esta forma de vida.
El tener que convivir, por ejemplo, con una sociedad donde con frecuencia reina una cultura
de muerte, puede convertirse en un reto a ser con más fuerza testigos, portadores y siervos de
la vida. Los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, vividos por Cristo en la
plenitud de su humanidad de Hijo de Dios y abrazados por su amor, aparecen como un
camino para la plena realización de la persona en oposición a la deshumanización, un potente
antídoto a la contaminación del espíritu, de la vida, de la cultura; proclaman la libertad de los
hijos de Dios, la alegría de vivir según las bienaventuranzas evangélicas.
La impresión que algunos pueden tener de pérdida de estima por parte de ciertos sectores de
la Iglesia por la vida consagrada, puede vivirse como una invitación a una purificación
liberadora. La vida consagrada no busca las alabanzas y las consideraciones humanas; se
recompensa con el gozo de continuar trabajando activamente al servicio del Reino de Dios,
:
para ser germen de vida que crece en el secreto, sin esperar otra recompensa que la que el
Padre dará al final (cf. Mt 6, 6). Encuentra su identidad en la llamada del Señor, en su
seguimiento, amor y servicio incondicionales, capaces de colmar una vida y de darle plenitud
de sentido.
A cada uno de sus miembros se le pide una participación convencida y personal en la vida y
en la misión de la propia comunidad. Aun cuando en última instancia, y según el derecho
propio, corresponde a la autoridad tomar las decisiones y hacer las opciones, el diario camino
de la vida fraterna en comunidad pide una participación que permite el ejercicio del diálogo y
del discernimiento. Cada uno y toda la comunidad pueden, así, comparar la propia vida con el
proyecto de Dios, haciendo juntos su voluntad.47 La corresponsabilidad y la participación se
ejercen también en los diversos tipos de consejos a varios niveles, lugares en los que debe
reinar de tal modo la plena comunión que se perciba la presencia del Señor que ilumina y
guía. El Santo Padre no ha dudado en recordar la antigua sabiduría de la tradición monástica
para un recto ejercicio concreto de la espiritualidad de comunión que promueve y asegura la
activa participación de todos.48
En todo esto ayudará una seria formación permanente, en el interior de una radical
reconsideración del problema de la formación en los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica, para un camino auténtico de renovación: éste, en efecto,
«depende principalmente de la formación de sus miembros».49
La formación permanente
15. El tiempo en que vivimos impone una reflexión general acerca de la formación de las
personas consagradas, ya no limitada a un periodo de la vida. No sólo para que sean siempre
más capaces de insertarse en una realidad que cambia con un ritmo muchas veces frenético,
sino también porque es la misma vida consagrada la que exige por su naturaleza una
disponibilidad constante en quienes son llamados a ella. Si, en efecto, la vida consagrada es
en sí misma «una progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo»,50 parece evidente
que tal camino no podrá sino durar toda la vida, para comprometer toda la persona,
corazón, mente y fuerzas (cf. Mt 22, 37), y hacerla semejante al Hijo que se dona al Padre por
la humanidad. Concebida así la formación, no es sólo tiempo pedagógico de preparación a
los votos, sino que representa un modo teológico de pensar la misma vida consagrada, que es
en sí formación nunca terminada, «participación en la acción del Padre que, mediante el
Espíritu, infunde en el corazón ... los sentimientos del Hijo».51
Por tanto, es muy importante que toda persona consagrada sea formada en la libertad de
aprender durante toda la vida, en toda edad y en todo momento, en todo ambiente y contexto
humano, de toda persona y de toda cultura, para dejarse instruir por cualquier parte de verdad
:
y belleza que encuentra junto a sí. Pero, sobre todo, deberá aprender a dejarse formar por la
vida de cada día, por su propia comunidad y por sus hermanos y hermanas, por las cosas de
siempre, ordinarias y extraordinarias, por la oración y por el cansancio apostólico, en la
alegría y en el sufrimiento, hasta el momento de la muerte.
Serán decisivas, por tanto, la apertura hacia el otro y la alteridad, y, en particular, la relación
con el tiempo. Las personas en formación continua se apropian del tiempo, no lo padecen, lo
acogen como don y entran con sabiduría en los varios ritmos (diario, semanal, mensual,
anual) de la vida misma, buscando la sintonía entre ellos y el ritmo fijado por Dios inmutable
y eterno, que señala los días, los siglos y el tiempo. De modo particular, la persona
consagrada aprende a dejarse modelar por el año litúrgico, en cuya escuela revive
gradualmente en sí los misterios de la vida del Hijo de Dios con sus mismos sentimientos,
para caminar desde Cristo y desde su Pascua de muerte y resurrección todos los días de su
vida.
La animación vocacional
16. Uno de los primeros frutos de un camino de formación permanente es la capacidad diaria
de vivir la vocación como don siempre nuevo, que se acoge con un corazón agradecido. Un
don al que hay que corresponder con una actitud cada vez más responsable, y que hay que
testimoniar con mayor convicción y capacidad de contagio, para que los demás puedan
sentirse llamados por Dios para aquella vocación particular o por otros caminos. El
consagrado es también por naturaleza animador vocacional; en efecto, quien ha sido llamado,
tiene que llamar. Existe, pues, una unión natural entre formación permanente y animación
vocacional.
El servicio a las vocaciones es uno de los nuevos y más comprometidos retos que ha de
afrontar hoy la vida consagrada. Por un lado la globalización de la cultura y la complejidad
de las relaciones sociales hacen difíciles las opciones de vida radicales y duraderas; por otro,
el mundo vive en una creciente experiencia de sufrimientos materiales y morales que minan
la dignidad misma del ser humano y exigen, con ruego silencioso, que haya quien anuncie
con fuerza el mensaje de paz y de esperanza, que lleve la salvación de Cristo. Resuenan en
nuestras mentes las palabras de Jesús a sus apóstoles: «La mies es abundante y los obreros
pocos. Rogad al Dueño de la mies que mande obreros a su mies» (Mt 9, 37-38; Lc 10, 2).
El primer compromiso de la pastoral vocacional es siempre la oración. Sobre todo allí donde
son raros los ingresos en la vida consagrada, se necesita una fe renovada en el Dios que
puede hacer surgir de las piedras hijos de Abrahán (cf. Mt 3, 9) y hacer fecundos los senos
estériles si es invocado con confianza. Todos los fieles, y sobre todo los jóvenes, están
comprometidos en esta manifestación de fe en Dios, que es el único que puede llamar y
enviar obreros a su mies. Toda la Iglesia local, obispos, presbíteros, laicos, personas
consagradas, está llamada a asumir la responsabilidad ante las vocaciones de particular
consagración.
:
El camino maestro de la promoción vocacional a la vida consagrada es el que el mismo Señor
inició cuando dijo a los apóstoles Juan y Andrés: «Venid y veréis» (Jn 1, 39). Este encuentro,
acompañado por el compartir la vida, exige a las personas consagradas vivir profundamente
su consagración para ser un signo visible de la alegría que Dios da a quien escucha su
llamada. De ahí la necesidad de comunidades acogedoras y capaces de compartir su ideal de
vida con los jóvenes, dejándose interpelar por sus exigencias de autenticidad, dispuestas a
caminar con ellos.
Ambiente privilegiado para este anuncio vocacional es la Iglesia local. Aquí todos los
ministerios y carismas expresan su reciprocidad52 y realizan juntos la comunión en el único
Espíritu de Cristo y la multiplicidad de sus manifestaciones. La presencia activa de las
personas consagradas ayudará a las comunidades cristianas a ser laboratorios de la fe,53
lugares de búsqueda, de reflexión y de encuentro, de comunión y de servicio apostólico, en
los que todos se sienten partícipes en la edificación del Reino de Dios en medio de los
hombres. Se crea así el clima característico de la Iglesia como familia de Dios, un ambiente
que facilita el mutuo conocimiento, el compartir y el contagio de los valores propios que
están al origen de la donación de la propia vida a la causa del Reino.
17. La atención a las vocaciones es una tarea crucial para el porvenir de la vida consagrada.
La disminución de las vocaciones particularmente en el mundo occidental y su crecimiento
en Asia y en África está perfilando una nueva geografía de la presencia de la vida consagrada
en la Iglesia y nuevos equilibrios culturales en la vida de los Institutos. Este estado de vida,
que con la profesión de los consejos evangélicos da a los rasgos característicos de Jesús una
típica y permanente visibilidad en medio del mundo,54 vive hoy un tiempo particular de
reflexión y de búsqueda con modalidades nuevas y en culturas nuevas. Éste es ciertamente un
inicio prometedor para el desarrollo de expresiones inexploradas de sus múltiples formas
carismáticas.
Las transformaciones en marcha piden directamente a cada uno de los Institutos de vida
consagrada y a las Sociedades de vida apostólica dar un fuerte sentido evangélico a su
presencia en la Iglesia y a su servicio a la humanidad. La pastoral de las vocaciones exige
desarrollar nuevas y más profundas capacidades de encuentro; ofrecer, con el testimonio de la
vida, itinerarios peculiares de seguimiento de Cristo y de santidad; anunciar, con fuerza y
claridad, la libertad que brota de una vida pobre, que tiene como único tesoro el Reino de
Dios; la profundidad del amor de una existencia casta, que quiere tener un solo corazón: el de
Cristo; la fuerza de santificación y renovación encerrada en una vida obediente, que tiene un
único horizonte: dar cumplimiento a la voluntad de Dios para la salvación del mundo.
Las nuevas vocaciones que llaman a las puertas de la vida consagrada presentan profundas
diferencias y necesitan atenciones personales y metodológicas adecuadas para asumir su
concreta situación humana, espiritual y cultural. Por esto es necesario poner en marcha un
discernimiento sereno, libre de las tentaciones del número o de la eficacia, para verificar, a la
luz de la fe y de las posibles contraindicaciones, la veracidad de la vocación y la rectitud de
intenciones. Los jóvenes tienen necesidad de ser estimulados hacia los altos ideales del
seguimiento radical de Cristo y a las exigencias profundas de la santidad, en vista de una
vocación que los supera y quizá va más allá del proyecto inicial que los ha empujado a entrar
en un determinado Instituto. La formación, por tanto, deberá tener las características de la
iniciación al seguimiento radical de Cristo. Si el fin de la vida consagrada consiste en la
conformación con el Señor Jesús, es necesario poner en marcha un itinerario de progresiva
asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre.55 Esto ayudará a integrar
conocimientos teológicos, humanísticos y técnicos con la vida espiritual y apostólica del
Instituto y conservará siempre la característica de escuela de santidad.
Los retos más comprometidos que la formación tiene que afrontar provienen de los valores
que dominan la cultura globalizada de nuestros días. El anuncio cristiano de la vida como
vocación, nacida de un proyecto de amor del Padre y necesitada de un encuentro personal y
salvífico con Cristo en la Iglesia, se debe confrontar con concepciones y proyectos
dominados por culturas e historias sociales extremamente diversificadas. Existe el riesgo de
que las elecciones subjetivas, los proyectos individuales y las orientaciones locales se
sobrepongan a la regla, al estilo de vida comunitaria y al proyecto apostólico del Instituto. Es
necesario poner en práctica un diálogo formativo capaz de acoger las características
humanas, sociales y espirituales de las que cada uno es portador, de distinguir en ellas los
límites humanos, que piden una superación, y las invitaciones del Espíritu, que pueden
renovar la vida del individuo y del Instituto. En un tiempo de profundas transformaciones, la
:
formación deberá estar atenta a arraigar en el corazón de los jóvenes consagrados los valores
humanos, espirituales y carismáticos necesarios, que los hagan aptos para vivir una fidelidad
dinámica,56 en la estela de la tradición espiritual y apostólica del Instituto.
Además se deberá prestar particular atención a una formación cultural de acuerdo con los
tiempos y en diálogo con la búsqueda de sentido del hombre de hoy. Por esto se pide una
mayor preparación en el campo filosófico, teológico, psico-pedagógico y una orientación más
profunda sobre la vida espiritual, modelos más adecuados y respetuosos con las culturas en
las que nacen las nuevas vocaciones, itinerarios bien definidos para la formación permanente,
y, sobre todo, se desea que se destinen a la formación las mejores energías, aunque esto
comporte notables sacrificios. Dedicar personal cualificado y su adecuada preparación es
tarea prioritaria.
Debemos ser sumamente generosos en dedicar tiempo y las mejores energías a la formación.
Las personas de los consagrados son, en efecto, uno de los bienes más preciados de la Iglesia.
Sin ellas, todos los planes formativos y apostólicos se quedan en teoría, en deseos inútiles.
Sin olvidar que, en una época acelerada como la nuestra, lo que hace falta más que otra cosa
es tiempo, perseverancia y espera paciente para alcanzar los objetivos formativos. En unas
circunstancias en las que prevalece la rapidez y la superficialidad, necesitamos serenidad y
profundidad porque en realidad la persona se va forjando muy lentamente.
Los Padres de la Plenaria son conscientes de esta necesidad y han manifestado el deseo de un
mayor conocimiento y colaboración con los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de
vida apostólica. Su presencia en la Iglesia local, y en particular la de las diversas
congregaciones de derecho diocesano, la de las Vírgenes consagradas y de los eremitas, exige
una especial atención por parte del Obispo diocesano y de su presbiterio.
Al mismo tiempo, son sensibles a los interrogantes que se ponen religiosos y religiosas
:
respecto a las grandes obras a las que hasta el momento se han dedicado en la línea de los
respectivos carismas: hospitales, colegios, escuelas, casas de acogida y de retiro. En algunas
partes del mundo se las piden con urgencia, en otras son difíciles de regentar. Para encontrar
caminos valientes se necesita creatividad, cautela, diálogo entre los miembros del Instituto,
entre los Institutos con obras semejantes y con los responsables de la Iglesia particular.
También son muy actuales las temáticas de la inculturación. Miran la manera de encarnar la
vida consagrada, la adaptación de las formas de espiritualidad y de apostolado, las formas de
gobierno, la formación, la gestión de los recursos y de los bienes económicos, el desarrollo de
la misión. Los deseos expresados por el Papa a toda la Iglesia valen también para la vida
consagrada: «El cristianismo del tercer milenio debe responder cada vez mejor a esta
exigencia de inculturación. Permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al
anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas
culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado».57 De una verdadera
inculturación se espera un notable enriquecimiento y un nuevo impulso espiritual y
apostólico para la vida consagrada y para toda la Iglesia.
Escuchando la invitación hecha por el Papa Juan Pablo II a toda la Iglesia, la vida consagrada
decididamente debe caminar desde Cristo, contemplando su rostro, favoreciendo los caminos
de la espiritualidad como vida, pedagogía y pastoral: «La Iglesia espera también vuestra
colaboración, hermanos y hermanas consagrados, para avanzar a lo largo de este nuevo tramo
de camino según las orientaciones que he trazado en la Carta Apostólica Novo millennio
ineunte: contemplar el rostro de Cristo, partir de Él, ser testigos de su amor».59 Sólo
entonces la vida consagrada encontrará nuevo vigor para ponerse al servicio de toda la Iglesia
y de la entera humanidad.
Tercera Parte
LA VIDA ESPIRITUAL
EN EL PRIMER LUGAR
20. La vida consagrada, como toda forma de vida cristiana, es por su naturaleza dinámica, y
cuantos son llamados por el Espíritu a abrazarla tienen necesidad de renovarse
constantemente en el crecimiento hasta llegar a la unidad perfecta del Cuerpo de Cristo (cf.
Ef 4, 13). Nació por el impulso creador del Espíritu que ha movido a los fundadores y
fundadoras por el camino del Evangelio suscitando una admirable variedad de carismas.
:
Ellos, disponibles y dóciles a su guía, han seguido a Cristo más de cerca, han entrado en su
intimidad y han compartido completamente su misión.
Su experiencia del Espíritu exige no sólo que la conserven cuantos les han seguido, sino
también que la profundicen y la desarrollen.60 También hoy el Espíritu Santo pide
disponibilidad y docilidad a su acción siempre nueva y creadora. Solo Él puede mantener
constante la frescura y la autenticidad de los comienzos y, al mismo tiempo, infundir el coraje
de la audacia y de la creatividad para responder a los signos de los tiempos.
Es preciso, por tanto, dejarse conducir por el Espíritu al descubrimiento siempre renovado de
Dios y de su Palabra, a un amor ardiente por Él y por la humanidad, a una nueva
comprensión del carisma recibido. Se trata de dirigir la mirada a la espiritualidad entendida
en el sentido más fuerte del término, o sea la vida según el Espíritu. La vida consagrada hoy
necesita sobre todo de un impulso espiritual, que ayude a penetrar en lo concreto de la vida el
sentido evangélico y espiritual de la consagración bautismal y de su nueva y especial
consagración.
«La vida espiritual, por tanto, debe ocupar el primer lugar en el programa de las Familias de
vida consagrada, de tal modo que cada Instituto y cada comunidad aparezcan como escuelas
de auténtica espiritualidad evangélica».61 Debemos dejar que el Espíritu abra
abundantemente las fuentes de agua viva que brotan de Cristo. Es el Espíritu quien nos hace
reconocer en Jesús de Nazaret al Señor (cf. 1Co 12, 3), el que hace oir la llamada a su
seguimiento y nos identifica con él: «el que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo»
(Rm 8, 9). Él es quien, haciéndonos hijos en el Hijo, da testimonio de la paternidad de Dios,
nos hace conscientes de nuestra filiación y nos da el valor de llamarlo «Abba, Padre» (Rm 8,
15). Él es quien infunde el amor y engendra la comunión. En definitiva, la vida consagrada
exige un renovado esfuerzo a la santidad que, en la simplicidad de la vida de cada día, tenga
como punto de mira el radicalismo del sermón de la montaña,62 del amor exigente, vivido en
la relación personal con el Señor, en la vida de comunión fraterna, en el servicio a cada
hombre y a cada mujer. Tal novedad interior, enteramente animada por la fuerza del Espíritu
y proyectada hacia el Padre en la búsqueda de su Reino, consentirá a las personas
consagradas caminar desde Cristo y ser testigos de su amor.
La llamada a descubrir las propias raíces y las propias opciones en la espiritualidad abre
caminos hacia el futuro. Se trata, ante todo, de vivir en plenitud la teología de los consejos
evangélicos a partir del modelo de vida trinitario, según las enseñanzas de Vita consecrata,63
con una nueva oportunidad de confrontarse con las fuentes de los propios carismas y de los
propios textos constitucionales, siempre abiertos a nuevas y más comprometidas
interpretaciones. El sentido dinámico de la espiritualidad ofrece la ocasión de profundizar, en
esta época de la Iglesia, una espiritualidad más eclesial y comunitaria, más exigente y madura
en la ayuda recíproca en la consecución de la santidad, más generosa en las opciones
apostólicas. Finalmente, una espiritualidad más abierta para ser pedagogía y pastoral de la
:
santidad en el interior de la vida consagrada y en su irradiación a favor de todo el pueblo de
Dios. El Espíritu Santo es el alma y el animador de la espiritualidad cristiana, por esto es
preciso confiarse a su acción que parte del íntimo de los corazones, se manifiesta en la
comunión y se amplía en la misión.
21. Es necesario, por tanto, adherirse cada vez más a Cristo, centro de la vida consagrada, y
retomar un camino de conversión y de renovación que, como en la experiencia primera de los
apóstoles, antes y después de su resurrección, sea un caminar desde Cristo. Sí, es necesario
caminar desde Cristo, porque de Él han partido los primeros discípulos en Galilea; de Él, a lo
largo de la historia de la Iglesia, han salido hombres y mujeres de toda condición y cultura
que, consagrados por el Espíritu en virtud de la llamada, por Él han dejado familia y patria y
lo han seguido incondicionalmente, haciéndose disponibles para el anuncio del Reino y para
hacer el bien a todos (cf. Hch 10, 38).
Las personas consagradas pueden y deben caminar desde Cristo, porque Él mismo ha venido
primero a su encuentro y les acompaña en el camino (cf. Lc 24, 13-22). Su vida es la
proclamación de la primacía de la gracia;64 sin Cristo no pueden hacer nada (cf. Jn 15, 5); en
cambio todo lo pueden en aquél que los conforta (cf. Flp 4, 13).
22. Caminar desde Cristo significa proclamar que la vida consagrada es especial seguimiento
de Cristo, «memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado
ante el Padre y ante los hermanos».65 Esto conlleva una particular comunión de amor con Él,
constituido el centro de la vida y fuente continua de toda iniciativa. Es, como recuerda la
Exhortación apostólica Vita consecrata, experiencia del compartir, «especial gracia de
intimidad»;66«identificarse con Él, asumiendo sus sentimientos y su forma de vida»,67 es una
vida «afianzada por Cristo»,68«tocada por la mano de Cristo, conducida por su voz y
sostenida por su gracia».69
Toda la vida de consagración sólo puede ser comprendida desde este punto de partida: los
consejos evangélicos tienen sentido en cuanto ayudan a cuidar y favorecer el amor por el
Señor en plena docilidad a su voluntad; la vida fraterna está motivada por aquel que reúne
:
junto a sí y tiene como fin gozar de su constante presencia; la misión es su mandato y lleva a
la búsqueda de su rostro en el rostro de aquellos a los que se envía para compartir con ellos la
experiencia de Cristo.
Éstas fueron las intenciones de los fundadores de las diferentes comunidades e institutos de
vida consagrada. Éstos los ideales que animaron generaciones de mujeres y hombres
consagrados.
Caminar desde Cristo significa reencontrar el primer amor, el destello inspirador con que se
comenzó el seguimiento. Suya es la primacía del amor. El seguimiento es sólo la respuesta de
amor al amor de Dios. Si «nosotros amamos» es «porque Él nos ha amado primero» (1Jn 4,
10.19). Eso significa reconocer su amor personal con aquel íntimo conocimiento que hacía
decir al apóstol Pablo: «Cristo me ha amado y ha dado su vida por mí» (Ga 2, 20).
Sólo el conocimiento de ser objeto de un amor infinito puede ayudar a superar toda dificultad
personal y del Instituto. Las personas consagradas no podrán ser creativas, capaces de
renovar el Instituto y abrir nuevos caminos de pastoral, si no se sienten animadas por este
amor. Este amor es el que les hace fuertes y audaces y el que les infunde valor y osadía.
Los votos con que los consagrados se comprometen a vivir los consejos evangélicos
confieren toda su radicalidad a la respuesta de amor. La virginidad ensancha el corazón en la
medida del amor de Cristo y les hace capaces de amar como Él ha amado. La pobreza les
hace libres de la esclavitud de las cosas y necesidades artificiales a las que empuja la
sociedad de consumo, y les hace descubrir a Cristo, único tesoro por el que verdaderamente
vale la pena vivir. La obediencia pone la vida enteramente en sus manos para que la realice
según el diseño de Dios y haga una obra maestra. Se necesita el valor de un seguimiento
generoso y alegre.
23. El camino que la vida consagrada debe emprender al comienzo del nuevo milenio está
guiado por la contemplación de Cristo, con la mirada «más que nunca fija en el rostro del
Señor».70 Pero, ¿dónde contemplar concretamente el rostro de Cristo? Hay una multiplicidad
de presencias que es preciso descubrir de manera siempre nueva.
La santidad es el fruto del encuentro con Él en las muchas presencias donde podemos
:
descubrir su rostro de Hijo de Dios, un rostro doliente y, a la vez, el rostro del Resucitado.
Como Él se hizo presente en el diario vivir, así también hoy está en la vida cotidiana donde
continúa mostrando su rostro. Para reconocerlo es preciso una mirada de fe, formada en la
familiaridad con la Palabra de Dios, en la vida sacramental, en la oración y sobre todo en el
ejercicio de la caridad, porque sólo el amor permite conocer plenamente el Misterio.
Podemos señalar algunos lugares privilegiados en los que se puede contemplar el rostro de
Cristo, para un renovado compromiso en la vida del Espíritu. Éstos son los caminos de una
espiritualidad vivida, compromiso prioritario en este tiempo, ocasión de releer en la vida y en
la experiencia diaria las riquezas espirituales del propio carisma, en un contacto renovado con
las mismas fuentes que han hecho surgir, por la experiencia del Espíritu de los fundadores y
de las fundadoras, el destello de la vida nueva y de las obras nuevas, las específicas relecturas
del Evangelio que se encuentran en cada carisma.
La Palabra de Dios
24. Vivir la espiritualidad significa sobre todo partir de la persona de Cristo, verdadero Dios
y verdadero hombre, presente en su Palabra, «primera fuente de toda espiritualidad», como
recuerda Juan Pablo II a los consagrados.71 La santidad no se concibe si no es a partir de una
renovada escucha de la Palabra de Dios. «En particular —leemos en la Novo millennio
ineunte— es necesario que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, ... que
permita encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la
existencia».72 Es allí, en efecto, donde el Maestro se revela, educa el corazón y la mente. Es
allí donde se madura la visión de fe, aprendiendo a ver la realidad y los acontecimientos con
la mirada misma de Dios, hasta tener el pensamiento de Cristo (cf. 1Co 2, 16).
El Espíritu Santo ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y
fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada Regla. En
línea de continuidad con los fundadores y fundadoras, sus discípulos también hoy están
llamados a acoger y guardar en el corazón la Palabra de Dios, para que siga siendo lámpara
para sus pasos y luz en su sendero (cf. Sal 118, 105). Entonces el Espíritu Santo podrá
guiarlos a la verdad plena (cf. Jn 16, 13).
La Palabra de Dios es el alimento para la vida, para la oración y para el camino diario, el
principio de unificación de la comunidad en la unidad de pensamiento, la inspiración para la
constante renovación y para la creatividad apostólica. El Concilio Vaticano II ya había
indicado la vuelta al Evangelio como el primer gran principio de renovación.73
Como en toda la Iglesia, también dentro de las comunidades y de los grupos de consagrados
y consagradas, en estos años se ha desarrollado un contacto más vivo e inmediato con la
Palabra de Dios. Es un camino que hay que recorrer cada vez con nueva intensidad. «Es
necesario —ha dicho el Papa— que no os canséis de hacer un alto en la meditación de la
Sagrada Escritura y, sobre todo, de los santos Evangelios, para que se impriman en vosotros
:
los rasgos del Verbo Encarnado».74
Oración y contemplación
Los monjes y las monjas, así como los eremitas, con diversa modalidad, dedican más espacio
a la alabanza coral de Dios y a la oración silenciosa prolongada. Los miembros de los
institutos seculares, así como las vírgenes consagradas en el mundo, ofrecen a Dios los gozos
y los sufrimientos, las aspiraciones y las súplicas de todos los hombres y contemplan el rostro
de Cristo que reconocen en los rostros de los hermanos y en los hechos de la historia, en el
:
apostolado y en el trabajo de cada día. Las religiosas y los religiosos dedicados a la
enseñanza, a los enfermos, a los pobres encuentran allí el rostro del Señor. Para los
misioneros y los miembros de las Sociedades de vida apostólica el anuncio del Evangelio se
vive, a ejemplo del apóstol Pablo, como auténtico culto (cf. Rm 1, 6). Toda la Iglesia goza y
se beneficia de la pluralidad de formas de oración y de la variedad de modos de contemplar el
único rostro de Cristo.
Al mismo tiempo se nota que, ya desde hace muchos años, la Liturgia de las Horas y la
celebración de la Eucaristía han conseguido un puesto central en la vida de todo tipo de
comunidad y de fraternidad, dándoles vitalidad bíblica y eclesial. Esas favorecen también la
mutua edificación y pueden convertirse en un testimonio para ser, delante de Dios y con Él,
«la casa y la escuela de comunión».78 Una auténtica vida espiritual exige que todos, en las
diversas vocaciones, dediquen regularmente, cada día, momentos apropiados para
profundizar en el coloquio silencioso con Aquél por quien se saben amados, para compartir
con Él la propia vida y recibir luz para continuar el camino diario. Es una práctica a la que es
necesario ser fieles, porque somos acechados constantemente por la alienación y la disipación
provenientes de la sociedad actual, especialmente de los medios de comunicación. A veces la
fidelidad a la oración personal y litúrgica exigirá un auténtico esfuerzo para no dejarse
consumir por un activismo destructor. En caso contrario no se produce fruto: «Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí» (Jn 15, 4).
Aquí se puede llevar a cabo en plenitud la intimidad con Cristo, la identificación con Él, la
total conformación a Él, a la cual los consagrados están llamados por vocación.81 En la
Eucaristía, efectivamente, el Señor Jesús nos asocia a sí en la propia oferta pascual al Padre:
:
ofrecemos y somos ofrecidos. La misma consagración religiosa asume una estructura
eucarística: es total oblación de sí estrechamente asociada al sacrificio eucarístico.
Aquí se concentran todas las formas de oración, viene proclamada y acogida la Palabra de
Dios, somos interpelados sobre la relación con Dios, con los hermanos, con todos los
hombres: es el sacramento de la filiación, de la fraternidad y de la misión. Sacramento de
unidad con Cristo, la Eucaristía es contemporáneamente sacramento de la unidad eclesial y
de la unidad de la comunidad de consagrados. En definitiva, es «fuente de la espiritualidad de
cada uno y del Instituto».82
Para que produzca con plenitud los esperados frutos de comunión y de renovación no pueden
faltar las condiciones esenciales, sobre todo el perdón y el compromiso del amor mutuo.
Según la enseñanza del Señor, antes de presentar la ofrenda sobre el altar es necesaria la
plena reconciliación fraterna (cf. Mt 5, 23). No se puede celebrar el sacramento de la unidad
permaneciendo indiferentes los unos con los otros. Se debe, por tanto, tener presente que
estas condiciones esenciales son también fruto y signo de una Eucaristía bien celebrada.
Porque es sobre todo en la comunión con Jesús eucaristía donde nosotros alcanzamos la
capacidad de amar y de perdonar. Además, cada celebración debe convertirse en la ocasión
para renovar el compromiso de dar la vida los unos por los otros en la acogida y en el
servicio. Entonces, para la celebración eucarística valdrá verdaderamente, en modo eminente,
la promesa de Cristo: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos» (Mt18, 20), y, en torno a ella, la comunidad se renovará cada día.
27. Vivir la espiritualidad en un continuo caminar desde Cristo significa comenzar siempre a
partir del momento más alto de su amor —cuyo misterio guarda la Eucaristía—, cuando en la
cruz Él da la vida en la máxima oblación. Los que han sido llamados a vivir los consejos
evangélicos mediante la profesión no pueden menos que frecuentar la contemplación del
rostro del Crucificado.84 Es el libro en el que se aprende qué es el amor de Dios y cómo son
amados Dios y la humanidad, la fuente de todos los carismas, la síntesis de todas las
vocaciones.85 La consagración, sacrificio total y holocausto perfecto, es el modo sugerido a
ellos por el Espíritu Santo para revivir el misterio de Cristo crucificado, venido al mundo
para dar su vida en rescate por todos (cf. Mt 20, 28; Mc 10, 45) y para responder a su infinito
amor.
:
La historia de la vida consagrada ha expresado esta configuración a Cristo en muchas formas
ascéticas que «han sido y son aún una ayuda poderosa para un auténtico camino de santidad.
La ascesis ... es verdaderamente indispensable a la persona consagrada para permanecer fiel a
la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz».86 Hoy las personas
consagradas, aun conservando la experiencia de los siglos, están llamadas a encontrar formas
que estén en consonancia con nuestro tiempo. En primer lugar las que acompañan la fatiga
del trabajo apostólico y aseguran la generosidad del servicio. La cruz que hay que llevar hoy
sobre sí cada día (cf. Lc 9, 23) puede adquirir valores colectivos, como el envejecimiento del
Instituto, la inadecuación estructural, la incertidumbre del futuro.
Ante tantas situaciones de dolor personales, comunitarias, sociales, desde el corazón de cada
persona o de toda la comunidad puede resonar el grito de Jesús en la cruz: «¿Por qué me has
abandonado?» (Mc 15, 34). En aquel grito dirigido al Padre, Jesús da a entender que su
solidaridad con la humanidad se ha hecho tan radical que penetra, comparte y asume todo lo
negativo, hasta la muerte, fruto del pecado. «Para devolver al hombre el rostro del Padre,
Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del `rostro' del
pecado».87
Caminar desde Cristo significa reconocer que el pecado está todavía radicalmente presente
en el corazón y en la vida de todos, y descubrir en el rostro doliente de Cristo el don que
reconcilió a la humanidad con Dios.
Hoy se muestran nuevos rostros, en los cuales reconocer, amar y servir el rostro de Cristo allí
donde se ha hecho presente: son las nuevas pobrezas materiales, morales y espirituales que
la sociedad contemporánea produce. El grito de Jesús en la cruz revela cómo ha asumido
sobre sí este mal para redimirlo. La vocación de las personas consagradas sigue siendo la de
Jesús y, como Él, asumen sobre sí el dolor y el pecado del mundo consumiéndolos en el
amor.
La espiritualidad de comunión
:
28. Si «la vida espiritual debe ocupar el primer lugar en el programa de las Familias de vida
consagrada»89 deberá ser ante todo una espiritualidad de comunión, como corresponde al
momento presente: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran
desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al
designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.90
Se recuerda también, que una tarea en el hoy de las comunidades de vida consagrada es la
«de fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la
comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines, entablando o restableciendo
constantemente el diálogo de la caridad, sobre todo allí donde el mundo de hoy está tan
desgarrado por el odio étnico o las locuras homicidas».92 Una tarea que exige personas
espirituales forjadas interiormente por el Dios de la comunión benigna y misericordiosa, y
comunidades maduras donde la espiritualidad de comunión es ley de vida.
Se nota, además, una comunión más intensa entre las diversas comunidades en el interior de
los Institutos. Las comunidades multiculturales e internacionales, llamadas a «dar testimonio
del sentido de la comunión entre los pueblos, las razas, las culturas»,94 en muchas partes son
ya una realidad positiva, donde se experimentan conocimiento mutuo, respeto, estima,
enriquecimiento. Se revelan como lugares de entrenamiento a la integración y a la
inculturación, y, al mismo tiempo, un testimonio de la universalidad del mensaje cristiano.
La Exhortación Vita consecrata, al presentar esta forma de vida como signo de comunión en
la Iglesia, ha puesto en evidencia toda la riqueza y las exigencias pedidas por la vida fraterna.
Antes nuestro Dicasterio había publicado el documento Congregavit nos in unum Christi
amor, sobre la vida fraterna en comunidad. Cada comunidad deberá volver periódicamente a
estos documentos para confrontar el propio camino de fe y de progreso en la fraternidad.
30. La comunión que los consagrados y consagradas están llamados a vivir va más allá de la
familia religiosa o del propio Instituto. Abriéndose a la comunión con los otros Institutos y
las otras formas de consagración, pueden dilatar la comunión, descubrir las raíces comunes
evangélicas y juntos acoger con mayor claridad la belleza de la propia identidad en la
variedad carismática, como sarmientos de la única vid. Deberían competir en la estima mutua
(cf. Rm 12, 10) para alcanzar el carisma mejor, la caridad (cf. 1Co 12, 31).
Puede ser el comienzo de una búsqueda solidaria de caminos comunes para el servicio de la
Iglesia. Factores externos como la obligación de adaptarse a las nuevas exigencias de los
Estados, y causas internas de los Institutos, como la disminución de los miembros, orientan
ya a coordinar los esfuerzos en el campo de la formación, de la gestión de los bienes, de la
educación, de la evangelización. También en tal situación podemos acoger la invitación del
Espíritu a una comunión siempre más intensa. A esta labor se anima a las Conferencias de
Superiores y Superioras Mayores y a las Conferencias de los Institutos seculares, a todos los
niveles.
:
No se puede afrontar el futuro en dispersión. Es la necesidad de ser Iglesia, de vivir juntos la
aventura del Espíritu y del seguimiento de Cristo, de comunicar las experiencias del
Evangelio, aprendiendo a amar la comunidad y la familia religiosa del otro como la propia.
Los gozos y los dolores, las preocupaciones y los acontecimientos pueden ser compartidos y
son de todos.
También en relación con las nuevas formas de vida evangélica se pide diálogo y comunión.
Estas nuevas asociaciones de vida evangélica, recuerda Vita consecrata, «no son alternativas
a las precedentes instituciones, las cuales continúan ocupando el lugar insigne que la
tradición les ha reservado. (...) Los antiguos Institutos, muchos de los cuales han pasado en el
transcurso de los siglos por el crisol de pruebas durísimas que han afrontado con fortaleza,
pueden enriquecerse entablando un diálogo e intercambiando sus dones con las fundaciones
que ven la luz en nuestro tiempo».96
Finalmente, del encuentro y de la comunión con los carismas de los movimientos eclesiales
puede nacer un recíproco enriquecimiento. Los movimientos pueden ofrecer a menudo un
ejemplo de frescura evangélica y carismática, así como un impulso generoso y creativo a la
evangelización. Por su parte los movimientos, así como las formas nuevas de vida
evangélica, pueden aprender mucho del testimonio gozoso, fiel y carismático de la vida
consagrada, que guarda un riquísimo patrimonio espiritual, múltiples tesoros de sabiduría y
de experiencia y una gran variedad de formas de apostolado y de compromiso misionero.
31. La comunión experimentada entre los consagrados lleva a la apertura más grande todavía
con los otros miembros de la Iglesia. El mandamiento de amarse los unos a los otros,
ejercitado en el interior de la comunidad, pide ser trasladado del plano personal al de las
diferentes realidades eclesiales. Sólo en una eclesiología integral, donde las diversas
vocaciones son acogidas en el interior del único Pueblo de convocados, la vocación a la vida
consagrada puede encontrar su específica identidad de signo y de testimonio. Hoy se
descubre cada vez más el hecho de que los carismas de los fundadores y de las fundadoras,
:
habiendo surgido para el bien de todos, deben ser de nuevo puestos en el centro de la misma
Iglesia, abiertos a la comunión y a la participación de todos los miembros del Pueblo de
Dios.
En esta línea podemos constatar que ya se está estableciendo un nuevo tipo de comunión y de
colaboración en el interior de las diversas vocaciones y estados de vida, sobre todo entre
consagrados y laicos.99 Los Institutos monásticos y contemplativos pueden ofrecer a los
laicos una relación preferentemente espiritual y los necesarios espacios de silencio y oración.
Los Institutos comprometidos en la dimensión apostólica pueden implicarlos en formas de
cooperación pastoral. Los miembros de los Institutos seculares, laicos o clérigos, entran en
contacto con los otros fieles en las formas ordinarias de la vida cotidiana.100
La novedad de estos años es sobre todo la petición por parte de algunos laicos de participar
en los ideales carismáticos de los Institutos. Han nacido iniciativas interesantes y nuevas
formas institucionales de asociación a los Institutos. Estamos asistiendo a un auténtico
florecer de antiguas instituciones, como son las Órdenes seculares u Órdenes Terceras, y al
nacimiento de nuevas asociaciones laicales y movimientos en torno a las Familias religiosas
y a los Institutos seculares. Si, a veces también en el pasado reciente, la colaboración venía
en términos de suplencia por la carencia de personas consagradas necesarias para el
desarrollo de las actividades, ahora nace por la exigencia de compartir las responsabilidades
no sólo en la gestión de las obras del Instituto, sino sobre todo en la aspiración de vivir
aspectos y momentos específicos de la espiritualidad y de la misión del Instituto. Se pide, por
tanto, una adecuada formación de los consagrados así como de los laicos para una recíproca y
enriquecedora colaboración.
Si en otros tiempos han sido sobre todo los religiosos y las religiosas los que han creado,
alimentado espiritualmente y dirigido uniones de laicos, hoy, gracias a una siempre mayor
formación del laicado, puede ser una ayuda recíproca que favorezca la comprensión de la
especificidad y de la belleza de cada uno de los estados de vida. La comunión y la
reciprocidad en la Iglesia no son nunca en sentido único. En este nuevo clima de comunión
eclesial los sacerdotes, los religiosos y los laicos, lejos de ignorarse mutuamente o de
organizarse sólo en vista de actividades comunes, pueden encontrar la relación justa de
comunión y una renovada experiencia de fraternidad evangélica y de mutua emulación
carismática, en una complementariedad siempre respetuosa de la diversidad.
32. En esta relación de comunión eclesial con todas las vocaciones y estados de vida, un
aspecto del todo particular es el de la unidad con los Pastores. En vano se pretendería cultivar
:
una espiritualidad de comunión sin una relación efectiva y afectiva con los Pastores, en
primer lugar con el Papa, centro de la unidad de la Iglesia, y con su Magisterio.
Es la concreta aplicación del sentir con la Iglesia, propio de todos los fieles,101 que brilla
especialmente en los fundadores y en las fundadoras de la vida consagrada, y que se
convierte en un compromiso carismático para todos los Institutos. No se puede contemplar el
rostro de Cristo sin verlo resplandecer en el de su Iglesia. Amar a Cristo es amar a la Iglesia
en sus personas y en sus instituciones.
Hoy más que nunca, frente a repetidos empujes centrífugos que ponen en duda principios
fundamentales de la fe y de la moral católica, las personas consagradas y sus instituciones
están llamadas a dar pruebas de unidad sin fisuras en torno al Magisterio de la Iglesia,
haciéndose portavoces convencidos y alegres delante de todos.
Los documentos eclesiales de los últimos decenios han vuelto constantemente a tomar el
escrito conciliar que invitaba a los Pastores a valorar los carismas específicos en la pastoral
de conjunto. Al mismo tiempo animan a las personas consagradas a dar a conocer y a ofrecer
con nitidez y confianza las propias propuestas de presencia y de trabajo en conformidad con
la vocación específica.
Esto vale, de cualquier manera, también en la relación con el clero diocesano. La mayor parte
de los religiosos y de las religiosas colaboran diariamente con los sacerdotes en la pastoral.
Es por tanto indispensable encauzar todas las iniciativas posibles para un cada vez mayor
conocimiento y aprecio recíprocos.
Cuarta Parte
33. Una existencia transfigurada por los consejos evangélicos se convierte en testimonio
profético silencioso y, a la vez, en elocuente protesta contra un mundo inhumano.
Compromete en la promoción de la persona y despierta una nueva imaginación de la caridad.
Lo hemos visto en los santos fundadores. Se manifiesta no sólo en la eficacia del servicio,
sino sobre todo en la capacidad de hacerse solidarios con el que sufre, de manera que el gesto
de ayuda sea sentido como un compartir fraterno. Esta forma de evangelización, cumplida a
través del amor y la dedicación a las obras, asegura un testimonio inequívoco a la caridad de
las palabras.105
En la Novo Millennio ineunte parece que el Papa quiere empujar todavía más allá en el amor
concreto hacia los pobres: «El siglo y el milenio que comienzan tendrán que ver todavía, y es
:
de desear que lo vean de modo palpable, a qué grado de entrega puede llegar la caridad hacia
los más pobres. Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos
que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que Él mismo ha querido
identificarse: «He tenido hambre y me habéis dado de comer, he tenido sed y me habéis dado
de beber; fui forastero y me habéis hospedado; desnudo y me habéis vestido, enfermo y me
habéis visitado, encarcelado y habéis venido a verme» (Mt 25, 35-36). Esta página no es una
simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo.
Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que
sobre el ámbito de la ortodoxia».112 El Papa ofrece también una dirección concreta de
espiritualidad cuando invita a reconocer en la persona de los pobres una presencia especial
de Cristo que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. A través de tal opción es
donde también los consagrados113 deben ser testigos del «estilo del amor de Dios, su
providencia, su misericordia».114
35. El campo en el que el Santo Padre invita a trabajar es vasto cuanto lo es el mundo.
Asomándose a este panorama, la vida consagrada «debe aprender a hacer su acto de fe en
Cristo interpretando el llamamiento que Él dirige desde este mundo de la pobreza».115
Armonizar el anhelo universal de una vocación misionera con la inserción concreta dentro de
un contexto y de una Iglesia particular será la exigencia primordial de toda actividad
apostólica.
A las antiguas formas de pobreza se les han añadido otras nuevas: la desesperación del sin
sentido, la insidia de la droga, el abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, la
marginación o la discriminación social.116 La misión, en sus formas antiguas o nuevas, es
antes que nada un servicio a la dignidad de la persona en una sociedad deshumanizada,
porque la primera y más grave pobreza de nuestro tiempo es conculcar con indiferencia los
derechos de la persona humana. Con el dinamismo de la caridad, del perdón y de la
reconciliación, los consagrados se esmeran por construir en la justicia un mundo que ofrezca
nuevas y mejores posibilidades a la vida y al desarrollo de las personas. Para que esta
intervención sea eficaz, es preciso tener un espíritu de pobre, purificado de intereses egoístas,
dispuesto a ejercer un servicio de paz y no de violencia, una actitud solidaria y llena de
compasión hacia los sufrimientos de los demás. Un estilo de proclamar las palabras y de
realizar las obras de Dios inaugurado por Jesús (cf. Lc 4, 15-21) y vivido por la Iglesia
primitiva, que no puede olvidarse con la terminación del Jubileo o el paso de un milenio, sino
que impulsa con mayor urgencia a realizar en la caridad un porvenir diverso. Es preciso estar
preparados para pagar el precio de la persecución, porque en nuestro tiempo la causa más
frecuente de martirio es la lucha por la justicia en fidelidad al Evangelio. Juan Pablo II afirma
que este testimonio, «también recientemente, ha llevado al martirio a algunos hermanos y
hermanas vuestros en diversas partes del mundo».117
En la imaginación de la caridad
:
36. A lo largo de los siglos, la caridad ha sido siempre para los consagrados el ámbito donde
se ha vivido concretamente el Evangelio. En ella han valorado la fuerza profética de sus
carismas y la riqueza de su espiritualidad en la Iglesia y en el mundo.118 Se reconocían, en
efecto, llamados a ser «epifanía del amor de Dios».119 Es necesario que este dinamismo
continúe ejerciéndose con fidelidad creativa, porque constituye una fuente insustituible en el
trabajo pastoral de la Iglesia. En el momento en que se invoca una nueva imaginación de la
caridad y una auténtica prueba y confirmación de la caridad de la palabra con la de las
obras,120 la vida consagrada mira con admiración la creatividad apostólica que ha hecho
florecer los mil rostros de la caridad y de la santidad en formas específicas; aún no deja de
sentir la urgencia de continuar, con la creatividad del Espíritu, sorprendiendo al mundo con
nuevas formas de activo amor evangélico ante las necesidades de nuestro tiempo.
La vida consagrada quiere reflexionar sobre los propios carismas y sobre las propias
tradiciones, para ponerlos también al servicio de las nuevas fronteras de la evangelización. Se
trata de estar cerca de los pobres, de los ancianos, de los tóxicodependientes, de los enfermos
de SIDA, de los desterrados, de las personas que padecen toda clase de sufrimientos por su
realidad particular. Con una atención centrada en el cambio de modelos, porque no se cree
suficiente la asistencia, se busca erradicar las causas en las que tiene su origen esa necesidad.
La pobreza de los pueblos está causada por la ambición y por la indiferencia de muchos y por
las estructuras de pecado que deben ser eliminadas, también con un compromiso serio en el
campo de la educación.
Muchas antiguas y recientes fundaciones llevan a los consagrados allí donde habitualmente
otros no pueden ir. En estos años, consagrados y consagradas han sido capaces de dejar las
seguridades de lo ya conocido para lanzarse hacia ambientes y ocupaciones para ellos
desconocidos. Gracias a su total consagración, en efecto, son libres para intervenir en
cualquier lugar donde se den situaciones críticas, como muestran las recientes fundaciones en
nuevos Países que presentan desafíos particulares, comprometiendo más provincias religiosas
al mismo tiempo y creando comunidades internacionales. Con mirada penetrante y un gran
corazón121 han recogido la llamada de tantos sufrimientos en una concreta diaconía de la
caridad. Constituyen por todas partes un lazo de unión entre la Iglesia y grupos marginados
que no se contemplan en la pastoral ordinaria.
Hoy se encuentra una mayor libertad en el ejercicio del apostolado, una irradiación más
consciente, una solidaridad que se expresa con el saber estar de parte de la gente, asumiendo
los problemas para responder con una fuerte atención a los signos de los tiempos y a sus
exigencias. Esta multiplicación de iniciativas demuestra la importancia que la planificación
:
tiene en la misión, cuando se quiere actuar no de manera improvisada, sino orgánica y
eficiente.
Anunciar el Evangelio
37. La primera tarea que se debe tomar con entusiasmo es el anuncio de Cristo a las gentes.
Éste depende sobre todo de los consagrados y de las consagradas que se comprometen a
hacer llegar el mensaje del Evangelio a la multitud creciente de los que lo ignoran. Tal misión
está todavía en los comienzos y debemos comprometernos con todas las fuerzas para llevarla
a cabo.122 La acción confiada y audaz de los misioneros y de las misioneras deberá responder
siempre mejor a la exigencia de la inculturación, así como a que no se nieguen los valores
específicos de cada pueblo, sino que sean purificados y llevados a su plenitud.123
Servir a la vida
38. Siguiendo una gloriosa tradición, un gran número de personas consagradas, sobre todo
mujeres, ejercen su apostolado en el sector sanitario, continuando el ministerio de
misericordia de Cristo. A ejemplo de Él, Divino Samaritano, se hacen cercanas a los que
sufren para aliviar su dolor. Su competencia profesional, vigilante en la atención a humanizar
la medicina, abre un espacio al Evangelio que ilumina de confianza y bondad aun las
experiencias más difíciles del vivir y del morir humano. Por eso los pacientes más pobres y
abandonados tendrán un lugar privilegiado en la prestación afable de sus cuidados.125
Difundir la verdad
39. También el mundo de la educación exige una presencia cualificada de los consagrados.
En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más
allá de sus propios límites e incoherencias hacia Jesús, «el hombre nuevo» (Ef 4, 24; cf. Col
3, 10). Porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en Él y por
medio de Él, llegar a ser realmente hijo de Dios.127
:
Por la peculiar experiencia de los dones del Espíritu, por la escucha asidua de la Palabra y el
ejercicio del discernimiento, por el rico patrimonio de tradiciones educativas acumuladas a
través del tiempo por el propio Instituto, consagrados y consagradas están en condiciones de
llevar a cabo una acción educativa particularmente eficaz. Este carisma puede dar vida a
ambientes educativos impregnados del espíritu evangélico de libertad, justicia y caridad, en
los que se ayude a los jóvenes a crecer en humanidad bajo la guía del Espíritu, proponiendo
al mismo tiempo la santidad como meta educativa para todos, profesores y alumnos.128
Hace falta promover en el interior de la vida consagrada un renovado amor por el empeño
cultural que consienta elevar el nivel de la preparación personal y favorezca el diálogo entre
mentalidad contemporánea y fe, para promover, también a través de las propias instituciones
académicas, una evangelización de la cultura entendida como servicio a la verdad.129 En esta
perspectiva, resulta más que oportuna la presencia en los medios de comunicación social.130
Todos los esfuerzos en este nuevo e importante campo apostólico han de ser alentados, para
que las iniciativas en este sector se coordinen mejor y alcancen niveles superiores de calidad
y eficacia.
40. Recomenzar desde Cristo quiere decir, finalmente, seguirlo hasta donde se ha hecho
presente con su obra de salvación y vivir la amplitud de horizontes abierta por él. La vida
consagrada no puede contentarse con vivir en la Iglesia y para la Iglesia. Se extiende con
Cristo a las otras Iglesias cristianas, a las otras religiones, a todo hombre y mujer que no
profesa convicción religiosa alguna.
La vida consagrada, por tanto, está llamada a ofrecer su colaboración específica en todos los
grandes diálogos a los que el Concilio Vaticano II ha abierto la Iglesia entera.
«Comprometidos en el diálogo con todos» es el significativo título del último capítulo de Vita
consecrata, como lógica conclusión de toda la Exhortación apostólica.
41. El documento recuerda sobre todo cómo el Sínodo sobre la Vida Consagrada puso de
relieve la profunda vinculación de la vida consagrada con la causa del ecumenismo. En
efecto, si el alma del ecumenismo es la oración y la conversión, no cabe duda de que los
Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica tienen un deber particular
de cultivar este compromiso. Es urgente que en la vida de las personas consagradas se dé un
mayor espacio a la oración ecuménica y al testimonio, para que con la fuerza del Espíritu
Santo sea posible derribar los muros de las divisiones y de los prejuicios.131 Ningún Instituto
de vida consagrada ha de sentirse dispensado de trabajar en favor de esta causa.
Hablando después de las formas del diálogo ecuménico, Vita consecrata indica como
particularmente aptas a los miembros de las comunidades religiosas el compartir la lectio
divina, la participación en la oración común, en la que el Señor garantiza su presencia (cf. Mt
:
18, 20). La amistad, la caridad y la colaboración en iniciativas comunes de servicio y de
testimonio harán experimentar la dulzura de convivir los hermanos unidos (cf. Sal 133
[132]). No menos importantes son el conocimiento de la historia, de la doctrina, de la liturgia,
de la actividad caritativa y apostólica de los otros cristianos.132
42. Para el diálogo interreligioso Vita consecrata pone dos requisitos fundamentales: el
testimonio evangélico y la libertad de espíritu. Sugiere después algunos instrumentos
particulares como el conocimiento mutuo, el respeto recíproco, la amistad cordial y la
sinceridad recíproca con los ambientes monásticos de otras religiones.133
Un posterior ámbito de colaboración consiste en la común solicitud por la vida humana, que
se manifiesta tanto en la compasión por el sufrimiento físico y espiritual como en el empeño
por la justicia, la paz y la salvaguardia de la creación.134 Juan Pablo II recuerda, como campo
particular de encuentro con personas de otras tradiciones religiosas, la búsqueda y la
promoción de la dignidad de la mujer, a las que se pide contribuyan de modo particular las
mujeres consagradas.135
43. Finalmente, se tiene presente el diálogo con cuantos no profesan particulares confesiones
religiosas. Las personas consagradas, por la naturaleza misma de su elección, se ponen como
interlocutores privilegiados de la búsqueda de Dios que desde siempre sacude el corazón del
hombre y lo conduce a múltiples formas de espiritualidad. Su sensibilidad a los valores (cf.
Flp 4, 8) y la disponibilidad al encuentro testimonian las características de una auténtica
búsqueda de Dios. «Por eso —concluye el documento— las personas consagradas tienen el
deber de ofrecer con generosidad acogida y acompañamiento espiritual a todos aquellos que
se dirigen a ellas, movidos por la sed de Dios y deseosos de vivir las exigencias de su fe».136
Por otra parte, el deber misionero no nos impide acudir al diálogo íntimamente dispuestos a
recibir, porque, entre los recursos y los límites de toda cultura, los consagrados pueden tomar
las semillas del Verbo, en las que encontramos valores preciosos para la propia vida y misión.
«No es raro que el Espíritu de Dios, «que sopla donde quiere» (Jn 3, 8), suscite en la
experiencia humana universal signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de
Cristo a comprender más profundamente el mensaje del que son portadores».137
:
Los retos actuales
45. No es posible quedarse al margen ante los grandes e inquietantes problemas que atenazan
a la entera humanidad, ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace
inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas del planeta. Los países ricos consumen
recursos a un ritmo insostenible para el equilibrio del sistema, haciendo que los países pobres
sean cada vez más pobres. Ni se pueden olvidar los problemas de la paz, amenazada a
menudo con la pesadilla de guerras catastróficas.138
La codicia de los bienes, el ansia de placer, la idolatría del poder, o sea la triple
concupiscencia que marca la historia y que está en el origen de los males actuales sólo puede
ser vencida si se descubren los valores evangélicos de la pobreza, la castidad y el servicio.139
Los consagrados deben saber proclamar, con la vida y con la palabra, la belleza de la pobreza
del espíritu y de la castidad del corazón que liberan el servicio hacia los hermanos y de la
obediencia que hace duraderos los frutos de la caridad.
¿Cómo se puede, en fin, permanecer pasivos frente al vilipendio de los derechos humanos
fundamentales?140 Se debe prestar especial atención a algunos aspectos de la radicalidad
evangélica que a menudo son menos comprendidos, pero que no pueden por ello desaparecer
de la agenda eclesial de la caridad. El primero de todos, el respeto a la vida de cada ser
humano desde la concepción hasta su ocaso natural.
En esta apertura al mundo y en dirigirlo a Cristo de tal manera que las realidades todas
encuentren en Él el propio y auténtico significado, las laicas y los laicos consagrados de los
Institutos seculares ocupan un lugar privilegiado: en efecto, en las comunes condiciones de
vida participan en el dinamismo social y político y, por su seguimiento de Cristo, les dan
nuevo valor, obrando así eficazmente por el Reino de Dios. Precisamente en virtud de su
consagración, vivida sin signos externos, como laicos entre laicos, pueden ser sal y luz
también en aquellas situaciones en las que una visibilidad de su consagración constituiría un
impedimento o incluso un rechazo.
46. También entre los consagrados se encuentran los centinelas de la mañana: los jóvenes y
las jóvenes.141 Verdaderamente tenemos necesidad de jóvenes valientes que, dejándose
configurar por el Padre con la fuerza del Espíritu y llegando a ser «personas cristiformes»,142
ofrezcan a todos un testimonio limpio y alegre de su «específica acogida del misterio de
Cristo»143 y de la espiritualidad peculiar del propio Instituto.144 Reconózcaseles, pues,
precisamente como auténticos protagonistas de su formación.145 Puesto que ellos deberán
llevar adelante, por motivos generacionales, la renovación del propio Instituto, conviene que
—oportunamente preparados— vayan asumiendo gradualmente tareas de orientación y de
gobierno. Fuertes, sobre todo, en su empuje ideal, lleguen a ser testimonios válidos de la
:
aspiración a la santidad como alto grado del ser cristiano.146 En buena parte el futuro de la
vida consagrada y de su misión se apoya en la inmediatez de su fe, en las actitudes que
gozosamente han revelado y en cuanto el Espíritu quiera decirles.
Y dirijamos la mirada a María, Madre y Maestra de cada uno de nosotros. Ella, la primera
Consagrada, vivió la plenitud de la caridad.
Para confirmar estas orientaciones, deseamos tomar, una vez más, las palabras de Juan Pablo
II, porque en ellas encontramos el estímulo y la confianza que tanta falta nos hace para
afrontar un compromiso que parece superar nuestras fuerzas: «Un nuevo siglo y un nuevo
milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el
maravilloso y exigente cometido de ser su reflejo ... Ésta es una tarea que nos hace temblar si
nos fijamos en la debilidad que tan a menudo nos vuelve opacos y llenos de sombras. Pero es
una tarea posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia que nos hace
hombres nuevos».147Ésta es la esperanza proclamada en la Iglesia por los consagrados y las
consagradas, mientras con los hermanos y hermanas, a través de los siglos, van al encuentro
de Cristo Resucitado.
Notas
1Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Vita consecrata, Roma, 25 de marzo
:
de 1996, 14.
2Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte, 6 de enero de 2001, 9.
3Juan
Pablo II, Discurso a Caritas italiana (24 de noviembre de 2001): L'Osservatore
Romano, 25 de noviembre de 2001, 4.
5Ibid.
10Vita consecrata, 4.
22Cf. Lumen gentium, 13; Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles
laici, 30 de diciembre de 1988, 20; Vita consecrata, 31.
37Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica,
Verbi sponsa, Instrucción sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas, Ciudad del
Vaticano, 13 de mayo de 1999, 7.
46Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida
Apostólica, La vida fraterna en comunidad, «Congregavit nos in unum Christi amor», Roma,
2de febrero de 1994, 50.
49Cf. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida
Apostólica, Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos, «Potissimun
Institutioni», Roma, 2 de febrero de 1990, 1.
123Cf.Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia, Nueva Delhi, 6de
noviembre de 1999, 22.