Pregunta 4

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PREGUNTA 4: INTERCULTURALIDAD EN SALUD

La interculturalidad en salud es un concepto reciente que se desarrolla como respuesta a


reivindicaciones de pueblos indígenas y de su derecho a la identidad cultural; pero también
corresponde a una tendencia global de incorporar el derecho a la diferencia, que distingue y
propicia la convivencia entre distintos grupos culturales en un mismo territorio. El artículo
discute, desde una perspectiva histórica, el desencuentro original entre poblaciones indígenas
americanas y los conquistadores europeos y como este ha marcado en adelante su acceso a los
servicios de salud. Se plantean y discuten algunos de los múltiples problemas actuales
vinculados a la interculturalidad como la identificación de los indígenas y la relación entre
derechos humanos e interculturalidad, para finalmente presentar una revisión de la génesis
del concepto de interculturalidad en salud y una muestra de su complejidad de adaptación a la
medicina científica a través de los conflictos que derivan del concepto de síndrome cultural.

LOS RETOS DE LA SALUD INTERCULTURAL. SÍNDROMES CULTURALES

Los múltiples retos de la salud intercultural desbordan los objetivos de esta revisión, de
algunos de los temas vinculados con la interculturalidad, pero la complejidad de la tarea se
puede graficar en ese punto de contacto entre una visión intercultural y una visión
etnocéntrica, occidental de la salud que son los síndromes culturales. El término síndrome
cultural se vincula con el término inglés Culture-bound syndrome que es a su vez una
clasificación originada en la psiquiatría, donde se define como Certain recurrent, locality-
specific patterns of aberrant behavior and experience that appear to fall outside conventional
Western psychiatric diagnostic categories. Bajo esa asunción el DSM IV (Diagnostic and
Statistical Manual of Mental Disorders), publicado por la American Psychiatric Association, en
su revisión del año 2000, incorpora diversos síndromes ubicando cada uno de ellos en un
ámbito local específico y con un cierto grado de distribución. Una relación de los síndromes
culturales aceptados por la psiquiatría norteamericana se puede revisar en el manual de la
American Psychiatric Association. La existencia de los síndromes culturales dentro de la
nosografía occidental puede interpretarse como un punto de contacto con otras
manifestaciones de enfermedad que no son discernibles por la medicina occidental o que son
remitidas a manifestaciones definidas por sus signos resaltantes, pero el hecho que los
síndromes culturales formen parte de una clasificación de enfermedades del comportamiento,
nos muestra que en realidad falta mucho por recorrer en el camino a que la medicina
occidental reconozca enfermedades que escapan a su modelo interpretativo.
En América los síndromes culturales nos acompañan cotidianamente y no debe haber un
profesional de la medicina que no se haya encontrado numerosas veces con estas formas de
enfermedad en su atención habitual, la mayoría de veces referida o mencionada como un
diagnóstico evidente por sus propios pacientes y ante lo cual, absolutamente desprovisto de
formación para interpretarlos sólo suele atinar, en el mejor de los casos, a una cortés evasiva
del tema. Los síndromes culturales, sin embargo, son tan reales como cualquier otro síndrome
que se haya aprendido en la Facultad de Medicina, existen descripciones desde los cronistas y
han continuado desarrollándose.

Aunque estuvieron inicialmente confinados a la población indígena, actualmente están


ampliamente difundidos en la población mestiza, pero su naturaleza continúa asentándose en
una cosmovisión precolombina aunque permeada en diversos grados por componentes
exógenos provenientes de la cultura occidental hegemónica. Los síndromes culturales,
debemos entenderlo así, no son las categorías nosográficas de los sanadores tradicionales:
para un sanador tradicional la idea misma de un síndrome es extraña según los parámetros en
los que cree y que implican que la enfermedad es un compromiso de la parte física del
individuo enfermo pero también de su parte espiritual y todo ello en una configuración única
para cada caso. No puede existir un síndrome, cada enfermo es un caso individual en el cual la
constelación de signos y síntomas, para expresarlo en términos de la biomedicina, es única e
individual, dependiendo del entorno, de la fortaleza del individuo y de la fortaleza del causante
de la enfermedad. Los síndromes en la biomedicina, por el contrario, son precisamente la
regularidad subyacente a la diversidad de manifestaciones de un proceso morboso individual,
que se traducen en un conjunto de signos y síntomas que reflejan una subyacente enfermedad
física o mental, pero en modo alguno fuera de ese ámbito. Mientras en el sanador tradicional
la individualización de la enfermedad es lo natural y lo que debe buscarse aun cuando las
características sean semejantes a las de otros casos; en la biomedicina la regularidad es lo
deseable para claridad intelectual, independientemente de las características individuales que
pudiéramos encontrar.

Los síndromes culturales como categorías de la biomedicina reconocen que existen entidades
clínicas que no pueden ser explicadas desde los principios biomédicos pero que son
verificables por el médico occidental. Su inclusión en el DSM no es consecuencia de la ausencia
de signos y síntomas como cualquier otra entidad clínica, ni tampoco de la ausencia de un
mecanismo diagnóstico específico o de una terapéutica basada en componentes en parte
rituales pero también físicos; sino de que la medicina clínica, desde su propio esquema de
interpretación de los signos del cuerpo no puede aceptar la existencia de síndromes referidos
a una alteración del cuerpo físico que no pueda ser englobado en alguna de las categorías
nosográficas existentes, además de que la biomedicina rechaza la sola idea de que existan
enfermedades expresadas a través de síndromes, que sólo existan en un lugar geográfico: un
precepto básico de la biomedicina es que la función depende del órgano y este es invariable en
cualquier lugar. En Perú fueron psiquiatras locales los primeros en encontrar nuestros propios
síndromes culturales para describir diversas enfermedades de la población rural,
especialmente andina, que habían sido observadas desde el siglo XIX y aun antes. Zapata
intenta una primera aproximación para el caso peruano (29) pero sin duda la sistematización
aún no superada es la de Valdivia Ponce (30) quien, sin embargo, recusa el término de
síndromes culturales y los llama síndromes folklóricos. La principal limitación de su trabajo es
que influenciado por la dicotomía hispano-andina se limita al mundo andino dejando fuera
toda la riqueza del mundo amazónico, aunque es cierto que para la fecha en la que edita la
primera edición de su obra los estudios amazónicos tenían aún demasiadas carencias. Propone
una clasificación útil.

El equilibrio perdido se manifiesta así de diversas maneras, en general pérdida de peso e


inapetencia (31), pero también algunos más objetivos como refiere Valdizán: fiebre, nauseas,
vómitos, diarrea, astenia, dolores óseos, palpitaciones, gritos nocturnos. Salirosas describió un
“susto sin susto”, es decir sin que haya evidencia de la fuerte impresión causante, lo que
induce a clasificar este síndrome en los de robo del alma, sea por la acción de la impresión
violenta o por que esta es sustraída en determinadas circunstancias como pasar por un paraje
solitario. El tratamiento es concordante con la causa, se debe restituir el alma, para lo cual las
diversas terapias varían siendo una de las más difundidas la “limpia con cuy” en la cual se
utiliza un cobayo, que debe ser macho y de color negro, friccionándolo en el cuerpo del
enfermo; el cuy es luego sacrificado y el sanador examina las vísceras identificando los órganos
enfermos. Como en el caso del susto, estas prácticas son en algunos casos conocidas por los
médicos occidentales, pero desconocen el trasfondo que las genera, y en general son
consideradas consecuencia de la falta de conocimientos de la biomedicina y rezagos de un
pensamiento primitivo que se puede desterrar simplemente ignorándolo.

La investigación antropológica, el cambio del modelo de formación de recursos humanos y la


implementación de políticas públicas que efectivamente permitan el ejercicio de los derechos
que les corresponden a los pueblos indígenas deben ir cambiando este panorama.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Del Busto JA. Historia de los descubrimientos geográficos. Siglos V al XV. Lima: Ed. Arica;
1974. 2. Dahmus J. A History of Middle Ages. New York: Barnes & Noble Books; 1995.

3. Levy A. Nuevas cartas edificantes y curiosas escritas desde el Extremo Occidente por
Ilustrados viajeros Chinos durante la Bella Época. México: Fondo de cultura económica; 1991.

4. Ginés de Sepúlveda J. Historia del Nuevo Mundo. Madrid: Alianza editorial; 1996.

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