Serendipia
Serendipia
Serendipia
<<El descubrimiento consiste en ver lo que todos han visto y pensar lo que nadie ha
pensado>>
Albert Szent-Gyorgy
1. INTRODUCCIÓN
2. EL FENÓMENO SERENDÍPICO
Origen e historia
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“Serendipia” es una curiosa palabra asociada a otros hechos también curiosos.
Probablemente no conozcan esta palabra, y de hecho, si la buscan en el diccionario no
aparece, porque este término no ha sido aceptado aún oficialmente.
Históricamente, esta palabra se extrajo del relato “Los tres príncipes del Serendip”,
que se cita en la obra La historia de Simbad de las mil y una noches. Les resumo el
relato: “Había una vez un reino exótico y oriental llamado Serendip (parece ser que se
podría situar en Sarandib o Serandib, denominación ancestral de la isla de Ceilán/Sri
Lanka, o quizá Serendip siempre existió en Persia, el reino de los cuentos). En dicho
reino, había tres príncipes que tenían el don del descubrimiento fortuito. Ellos
encontraban, sin buscarla, la respuesta a problemas que no se habían planteado;
gracias a su capacidad de observación y a su sagacidad, descubrían accidentalmente la
solución a dilemas impensados”. Tan peculiar le debió de parecer este relato a Horace
Walpole en el siglo XVIII que inventó al efecto la expresiva palabra “Serendipity” para
denominar a todos esos descubrimientos producidos por la combinación de sagacidad y
accidente.
El proceso serendípico
existe un problema
existe un sujeto con el problema
el sujeto está buscando una solución
el sujeto encuentra la solución por accidente
Pero esto nos conduce a una segunda cuestión: ¿cómo sabe el sujeto que “eso” que ha
descubierto es la solución? Aquí intervienen muchos factores, pero, por encima de
todo, existe sagacidad e intuición. El sujeto busca algo específico que encaje en el
problema como una llave en una cerradura. Esto supone que debe estar atento y
alerta, y que además sabe perfectamente qué falta, y lo espera. Por eso, la
“serendipia” no es un accidente, no es una casualidad, ni tampoco buena suerte, pero
lo parece. Para quien está fuera del problema, llegar a la solución es fruto del azar, un
regalo de los dioses. Quien está en el problema, en cambio, está atento, tenso, para
cazar la respuesta al vuelo cuando se le presente, y en este caso, llegar a la solución
no es una casualidad. La “serendipia” no es magia, pero en el proceso “serendípico”
interviene la magia porque la solución surge de modo inesperado y del rincón más
oculto de nuestro ser.
b) Daguerré y la fotografía
Daguerré quería conseguir fijar una imagen fotográfica con la máxima nitidez posible,
pero con ninguno de los productos que había experimentado había tenido éxito.
Un día guardó varias placas con las que había estado experimentando en un armario,
y, cuando días después las sacó, vio que en ellas la imagen aparecía clara. Este había
sido el accidente, pero el descubrimiento procede de la sagacidad de Daguerré al
concluir que alguno de los compuestos químicos del armario era el causante. El
mercurio de un termómetro se derramó, y el vapor de mercurio había causado el
milagro, convirtiendo a Daguerré en el pionero de la fotografía. Él dijo: “la buena
fortuna me llevó a ello”.
Charles Goodyear estaba decidido a fabricar caucho sintético resistente a los cambios
bruscos de temperatura. Tras muchos intentos, completamente obsesionado con hallar
la solución, se le ocurrió mezclar azufre con el caucho que accidentalmente cayó sobre
una cocina caliente, y, para su sorpresa, no se fundió sino que se carbonizó
lentamente como si fuese cuero. Goodyear comprendió inmediatamente el significado
de este accidente. A este proceso de añadir azufre al caucho lo llamó “vulcanización”
(en honor al dios Vulcano).
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cuidado con publicar nuestros sueños antes de que hayan sido evaluados por el
entendimiento despierto”.
La creatividad en la ciencia
Uno de los factores determinantes para que se pueda producir la “serendipia”, y para
el progreso humano en general, es la creatividad, que es una facultad innata en el
hombre. La creatividad se basa en la capacidad imaginativa de cada uno y, sin duda,
detrás de los grandes descubrimientos de la ciencia siempre ha estado la imaginación.
Y es que para poder hacer un hallazgo, hace falta una mente abierta y libre, que
contemple todas las posibles soluciones por inverosímiles que parezcan, pues si algo
hemos aprendido (de los descubrimientos del apartado anterior), es que en cualquier
momento “salta la liebre”, que la respuesta que tanto deseamos podemos hallarla en el
momento más inesperado. Por eso, si un científico dedica su vida al estudio de un
proceso, con la idea de descubrir lo que nadie ha podido hasta ahora, si no consigue
encontrar la solución tras años de esfuerzo y dedicación, a este estudioso le quedan
dos opciones: abandonar esa búsqueda que ha podido convertirse en una obsesión que
domina su vida, o por el contrario, continuar sus investigaciones pero tomando otro
camino, porque el científico tiene que ser práctico e inteligente, y ser capaz de romper
barreras, de romper las propias barreras de su mente. Llega un momento en la
trayectoria de todo investigador en que tiene que saber renunciar a una idea que no
acaba de cuajar para contemplar otras posibilidades, que tal vez le lleven, por fin, al
camino correcto.
El hombre suele creer que para conseguir sus objetivos basta con perseverar y
formarse en una disciplina, pero esto no es del todo exacto. Solemos pasar por alto un
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factor fundamental para la vida: el amor. Todo aquel que quiera aprender y
especializarse en una disciplina científica no solo ha de estudiar sobre ese tema, sino
que debe amarlo. Seguramente la mejor manera de alcanzar el éxito sea amar todo
aquello en lo que trabajamos de una manera desinteresada. No olvidemos que la
ciencia lo que persigue es descubrir los secretos que la naturaleza posee, y para ello,
el egoísmo o la vanidad son nuestros peores enemigos.
Quizá se ha preguntado alguna vez qué determina que una persona pueda descubrir
algo o no, y tal vez la respuesta sea más sencilla de lo que creemos: la naturaleza es
un ente vivo y, como tal, tiene su propia mente y su propia voz. Ella le habla al
científico al oído, pero este, completamente absorbido por sus circunstancias, no es
capaz de oírla, porque quien habla es el alma de la naturaleza, y esta solo puede ser
oída por lo más sutil del hombre. Por eso, si es el amor al estudio y el amor a la
humanidad lo que guía a un investigador, estará en condiciones de poder ver un poco
más allá de lo habitual. Cuando el corazón está lleno de elevados sentimientos y
pensamientos, es más fácil que el hado o las musas se conviertan en nuestros aliados.
Aquel que busca, si se encuentra en paz consigo mismo, sereno y con humildad, está
preparado para recibir la solución que tanto esperaba. Tal vez la clave sea esa, tal vez
todas las respuestas están en lo más recóndito de nuestro interior, y para hallarlas
solo tenemos que saber oír, solo tenemos que acallar nuestra propia mente para poder
oír la “voz del silencio” (como dijo la maestra H. P. Blavatsky).
Hay quienes dicen que para hacer un nuevo descubrimiento hay que tener un poco de
suerte, pero no nos limitemos a creer que las respuestas surgen por casualidad.
Lo cierto es que todos aquellos que han sido iluminados con alguna verdad que los
demás no han sido capaces de encontrar tenían muchas cosas en común, y es que, sin
saberlo, se estaban preparando para poder ser dignos del premio que iban a recibir (se
encaminaban hacia su destino). Quiero decir que es posible formarse y educarse a lo
largo de la vida para poder acercarse, al menos, a la “serendipia”.
Las cualidades que nos educan hacia la “serendipia” son muy variadas.
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interpretarlo con la mayor objetividad posible. Para ello, es necesario ser flexibles en
pensamiento y en interpretación, no despreciando los resultados inesperados
considerándolos “erróneos”, porque, a veces, el resultado inesperado es lo que lleva al
descubrimiento. Por eso, la mente preparada ha de estar también preparada
para sorprenderse.
También debemos contar con el poder de la fortuna (un viejo poema nórdico dice: “Es
mejor tener suerte que ser listo”), que parece tener a una serie de “elegidos” que
tendrán la suerte de estar en el lugar preciso en el momento adecuado.
No olvidemos tampoco la creatividad como elemento básico del ser humano para
concebir lo que parecía imposible.
Además, estos científicos tenían otra cosa más en común: no tenían miedo al
descrédito profesional o a la humillación por plantearse lo que nadie creyó que valía la
pena plantear. Tenían gran confianza en sí mismos y, aunque encontraron una gran
oposición entre sus colegas, ellos seguían defendiendo aquello de lo que estaban
convencidos, generando así nuevas maneras de pensar. Se caracterizaban por estar
siempre aprendiendo de los errores, o incluso, indagando en ellos como fuente de
inspiración para nuevas investigaciones, porque el científico debe saber “sacarle
partido a todo” y tener en cuenta que las equivocaciones sugieren muchas veces
rutas que nos pueden llevar a la verdad. Por tanto, el hecho de que muchos estudiosos
fracasaran no es porque se movieran en la dirección equivocada, sino más bien porque
no se atrevieron a ir lo suficientemente lejos.
“Serendipia” e intuición
Todos los factores descritos en el apartado anterior son muy importantes a la hora de
intentar hacer un gran descubrimiento, pero, en última instancia, existe un factor clave
y absolutamente esencial: la intuición. Como sabemos, se relaciona con el sexto
plano de la división septenaria del universo: Budhi, y para el hombre sigue siendo una
facultad prácticamente adormecida (sin desarrollar aún), que podría definirse como el
conocimiento directo, o dicho de otro modo, saber sin precisar de la razón.
Con seguridad, todos los descubridores (del pasado y los que vengan en el futuro)
tienen algo en común: ellos fueron capaces de entender el significado de lo que
acababan de ver. Es como si el germen de una idea estuviese flotando en el aire,
esperando ser descubierta. Pues bien, estos “elegidos” pudieron alcanzarla por ser lo
bastante listos o lo bastante intuitivos. Debemos creer que la respuesta está a veces
delante de nosotros, pero necesitamos ese destello (proveniente de la intuición) para
verlo todo claro de repente, sabiendo conectar entre sí ideas que aparentemente no
tenían relación alguna.
Por eso, la “serendipia” está íntimamente ligada a Budhi, a la capacidad intuitiva del
ser humano. Así, aquellos que deseen experimentar el fenómeno “serendípico” deben
prepararse a conciencia, porque la intuición está asociada de alguna manera al
aprendizaje. Sin embargo, seamos realistas: no todos los científicos de mérito que han
buscado respuestas las han hallado. Por eso, cabe pensar que la intuición es diferente
en cada persona; esa chispa de Budhi necesaria para ver lo que nadie ha visto, no la
posee todo el mundo por igual, sino que dependerá de las cualidades innatas del
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sujeto, así como de su momento evolutivo. Pero, por encima de todo, recordemos que
si alguien quiere estar en contacto con lo elevado, con la tríada, debe despegarse de lo
inferior, no puede permitir que su personalidad le moleste y/o le guíe en sus
investigaciones. Dicho de otro modo: para encontrar la verdad, para descubrir las
respuestas, no pensemos en la fama o el dinero que podríamos lograr, sino que
debemos amar la respuesta en sí misma, como el tesoro más preciado que la
naturaleza nos puede regalar.
6. CONCLUSIÓN
Por más que pase el tiempo, la “serendipia”, como fenómeno, continuará siendo un
misterio por resolver. Por eso, me conformo con haber tratado de entenderlo, aunque
solo sea un poco, permitiendo que cada cual saque sus propias conclusiones.
¿Cuestión de suerte o intuición? No veo por qué he de desechar una de las dos; puede
que la intuición y la suerte vayan de la mano, puede que la intuición sea un golpe de
suerte.
En cualquier caso, creo que si alguien tiene facultades para la música o el arte,
también hay quien tiene facultades para la “serendipia”, pues probablemente se nace
con ella. Esta facultad está como latente, esperando el momento oportuno: cuando en
el científico surge la idea, brillante y clara como un relámpago en la noche. Y lo más
curioso es que lo que distingue a este científico de todos los demás no es su
preparación o su inteligencia, sino que, al observar lo que sucedía a su alrededor, él
supo reconocer lo que a los demás les pasó desapercibido. Supo acercarse a la
“serendipia”,y puede que lo hiciera siguiendo este esquema:
OBSERVACIÓN>>>>IMAGINACIÓN>>>>INTUICIÓN
7. BIBLIOGRAFÍA
Libros consultados
7
¡Eureka! Descubrimientos científicos que cambiaron el mundo. Leslie Alan
Horvitz. Editorial Paidós.
Serendipia. Descubrimientos accidentales en ciencia. Royston M. Roberts.
Alianza editorial.
Breve historia de la química. Isaac Asimov. Alianza editorial.