Borges Fuentes Teoricas Genero
Borges Fuentes Teoricas Genero
Borges Fuentes Teoricas Genero
alegórico
Mariano García
414);2 en el centro se lee que “la novela [The Approach to Al-Mu’tasim] decae
en alegoría” y hacia el final se cita la “incompleta alegoría The Faerie Quee-
ne” de Spenser (OC 417-18). Hasta aquí, pues, el problema de la alegoría
parece confinado al espacio marginal de las notas.3
En el prólogo de la segunda edición de Ficciones, publicado en 1956,
caracteriza el cuento “La secta del Fénix” como alegoría, lo que equivale a
reconocer que de las tentativas consideraciones previas pasó a la práctica
concreta del género, algo que se puede postular igualmente de un cuen-
to de la misma colección como “La biblioteca de Babel”. La teorización
del problema vuelve a ser abordada, esta vez en primer plano, en dos
importantes ensayos de Otras inquisiciones (1952). El primero, “Nathaniel
Hawthorne”, es la transcripción de una conferencia dictada en el Colegio
Libre de Estudios Superiores, uno de sus ensayos más extensos y, caso atí-
4 En Siete noches, según la paginación de OC 2: 207, 211, 252. En Nueve ensayos dantescos,
misma edición, en 345, 363, 370, 371 n.2, 372.
5 Las ocurrencias sobre alegoría, con diverso grado de interés, son Bioy Casares
(2006): 255, 467, 509, 542, 611, 627, 817, 827, 904, 1027, 1262. En conexión con la alego-
ría se habla de la parábola en 553, 732, 1216. Y con la fábula: 717, 889, 1069, 1312.
ta en práctica en ciertos relatos. Otro detalle significativo es que en ellos
menciona sus fuentes teóricas, en general siempre las mismas: Croce, De
Quincey, Schopenhauer, Francesco de Sanctis y Chesterton. La discusión
que abre Borges no se apoya pues en la retórica sino en la estética, lo cual,
como veremos hacia el final, tiene apreciables consecuencias filosóficas.
Omite Borges, en general, algunas importantes discusiones sobre la
alegoría como las de los románticos Friedrich y August Wilhelm Schlegel,
Creuzer, Solger, Schelling, W. von Humboldt, Heinrich Meyer, pero tam-
82
bién las del neoclásico Winckelmann o los muy influyentes argumentos
de Goethe.6 Deja de lado también cualquier discusión moderna, como la
que pudo haber leído en Benjamin, Curtius, Auerbach, o la de autores mu-
Mariano García
cho más improbables ya como Northrop Frye, Paul de Man o Tzvetan To-
dorov, así como las más antiguas y propiamente retóricas. Fiel a su estilo,
podría decirse que Borges se limita a razonar este problema sólo con los
autores cuyas ideas le resultan atractivas u originales: no deja de repetir
que la mejor refutación que conoce es la de Croce y la mejor defensa, la
de Chesterton, pero no muestra interés en agotar el catálogo de filias y
fobias alegóricas. Si algún francés tuvo algo para decir al respecto, como
Dumarsais, Fontanier, Lubac o Pépin, Borges lo relega al cajón de las inter-
pretaciones anodinas.
En este trabajo nos concentraremos en el ensayo “De las alegorías a las
novelas”, pues es allí donde Borges encara de forma sistemática el tema de
la alegoría para proponer una solución personal, y donde revisa (y según
él agota) los argumentos que considera significativos al respecto.
La obra capital de Arthur Schopenhauer, Die Welt als Wille und Vorstellung,
se publicó en 1819, aunque su autor añadiría más texto a la edición de
1844. En esta última aparecen en los suplementos algunas consideracio-
nes más sobre el tema, si bien la base de su argumentación sobre la ale-
goría se encuentra ya en la primera edición, en la sección 50. Borges, al
citar, no pone fechas y deducimos que maneja la edición de 1844, de dos
83
volúmenes, ya que cita como I, 50.7
Schopenhauer ubica su discusión sobre la alegoría en el contexto de
las Ideas platónicas y el objeto del arte. A este último lo caracteriza como
este mismo carácter no deberá ser presentado como una propiedad acci-
dental y exclusiva del individuo, sino como un aspecto de la Idea de la
humanidad, que se muestra por excelencia en el individuo de quien se
trata. El carácter, sin perjuicio de permanecer individual, debe ser conce-
bido y reproducido en un sentido ideal, es decir, de modo que resulte su
importancia en relación con la Idea general humana (a la objetivación de
la cual contribuye a su manera). Si se le entiende de otra suerte, no es más
que un retrato, la imagen de un individuo como individuo con todas sus
cualidades contingentes. Y hasta el retrato mismo, como observa Winc-
kelmann, debe ser el ideal del individuo [das Ideal des Individuums]. (§45)
8 Para un desarrollo exhaustivo de esta idea, cf. Edgar Wind, Pagan Mysteries of the
Renaissance (113-27) pero también los seis ensayos precedentes. En general, existía un
paralelo en la antigüedad pagana entre la concepción trascendente del dios que en su
descenso a la tierra se corrompe o es muerto, descuartizado, etc., y la Idea en su hipós-
tasis terrestre, concepción que se retoma en Marsilio Ficino y Pico de la Mirandola, que
Poliziano lleva al terreno de la poesía y Botticelli al de la pintura. La figura clásica de las
tres Gracias representa este equilibrado circuito de dar-recibir-devolver (emanatio, con-
versio y remeatio en la terminología neoplatónica). La Idea que “decae” en alegoría, según
palabras de Borges (OC 417) pero que también utiliza Schopenhauer (“pasar de la Idea
a la noción es decaer” der Uebergang von der Idee zum Begriff ist aber immer ein Fall, §50)
se relaciona con esto si consideramos que uno de los atributos característicos de la ale-
goría es la fragmentación (Benjamin, Bürger, Fletcher). Lo que parece quedar pendiente
del tiempo y del espacio que pertenecen a nuestra percepción intuitiva”,
y la contrapone a la “noción” [Begriff], que por el contrario es “la unidad
sacada de la pluralidad en virtud de la facultad de abstracción que nuestra
razón posee”, llamando a esta última unitas post rem y a la primera unitas
ante rem (§49). Así, la noción es útil en la vida para la ciencia pero no para
el arte, cuya única fuente real, según el filósofo, es la Idea. Al ser intuitiva,
la Idea permite que el artista no tenga conciencia de la intención y fin de
su obra, mientras que los imitadores (comparados con plantas parásitas y
85
con máquinas) son los que recurrirán a la noción, la cual es a su vez consu-
mida por el vulgo, que sólo conoce y exige nociones.
Ya en la sección dedicada a la alegoría, Schopenhauer considera que el
para el caso que nos ocupa sería la reintegración o remeatio de la alegoría, es decir, una
integración final, completa y enriquecida del sentido, algo sobre lo que volveremos en
las conclusiones de este trabajo.
9 Ante esta formulación de Schopenhauer no se puede dejar de pensar en Hypneroto-
machia Poliphilii, el estrafalario y enigmático tratado renacentista del veneciano Frances-
con una sencilla inscripción para transmitir el mensaje alegórico. Es decir
que la alegoría en tal sentido no requiere necesariamente de perfección
artística en la ejecución: “en cuanto se piensa en la alegoría, se abandona
la intuición, lo que ocupa el espíritu es solo una noción abstracta, y pasar
de la Idea a la noción es decaer” (§50, las cursivas son mías).
Del mismo modo en que un jeroglífico no tiene mayor valor artísti-
co, toda alegoría en que la relación entre signo y sentido es enteramente
convencional “se hace insoportable” y es asimilada a la escritura china, los
86
blasones, emblemas, etc. Sin embargo, y como ya lo adelantara, Schopen-
hauer encuentra esta misma tendencia como algo admisible en literatura:
si en artes plásticas la alegoría conduce de la intuición a la abstracción, en
Mariano García
11 La representación alegórica, que procede por adición de partes y fragmentos y que
por consiguiente destaca dichas partes o fragmentos (lo contrario a un todo orgánico o
inconsútil) presenta muchas veces otro problema estético que es el del grotesco, aunque
lo grotesco no necesariamente implique alegoría. De ahí que, en una época eminente-
mente alegórica como la Edad Media, el cuerpo grotesco tenga un lugar de privilegio
en la representación, como lo ha analizado Bajtín en su estudio sobre Rabelais desde
una perspectiva vitalista y materialista. El otro gran estudio sobre el tema, el de Kay-
ser, además de concentrarse en aspectos más lúgubres, se orienta hacia el arte moderno
(surrealismo y otras vanguardias). Angus Fletcher estudia la presencia de la alegoría en
estas vanguardias, abordando igualmente los aspectos fragmentarios, hiperbólicos, etc.
El estudio más influyente del siglo XX que establece una relación entre alegoría y van-
guardia es el que Benjamin dedicó al teatro barroco alemán, si bien allí lo grotesco cede
su lugar a la melancolía y a la muerte.
ción de que el sentido literal debía ser independiente del alegórico y ser
inteligible en sí mismo (171).
Vale recordar aquí que Borges siempre rescató ese carácter incierto o
doble de determinados momentos literarios, sobre todo en la Commedia, y
que desarrolla particularmente en “El falso problema de Ugolino”, donde
no se debe, según él, privilegiar una lectura en desmedro de otra (Ugoli-
no come o no come a sus hijos) sino permanecer en lo indecidible que
acrecienta tanto la significación como el valor trágico/poético de la obra,
90
a la vez que establece un sutil distanciamiento crítico que no llega a ser
irónico.12
12 Lo indecidible en Borges aparece tanto en lo que lee (el “Wakefield” de Hawthorne,
toda su lectura de Dante, Kafka, Henry James –The Sacred Fount, The Turn of the Screw–,
el Ambrose Bierce de “An Episode at Owl Creek”) como en lo que escribe (“El Sur”):
en todo esto el procedimiento alegórico es el punto de partida estructural (contar dos
historias a través de una), pero la obra trasciende y supera ese plano inicial gracias a la
imposibilidad de atribuir un significado clausurado. En tal sentido, lo indecidible se
conecta con el suspenso de De Sanctis y la “voluntaria suspensión” de Coleridge.
13 Esto en cuanto estrictamente a la estética se trata. Borges, no obstante, cita en su en-
sayo otro libro muy posterior de Croce, La Poesia (1936), donde su juicio sobre la alegoría
es negativo y se asocia con una “criptografía”.
nocimiento intuitivo y estético (sensorial), es decir, en una reflexión desde
la filosofía como la de Schopenhauer, Croce aborda el tema de la verosimi-
litud en arte, estableciendo una identidad casi total entre verosimilitud y
coherencia, y descartando las atribuciones erróneas a lo verosímil: la imi-
tación de la naturaleza, el historicismo, el cientificismo, la filosofía… Es
precisamente por ahí por donde el problema, tal como lo plantea Croce,
interesa a Borges: la pretensión de unir lo inteligible a lo sensible y repre-
sentar las ideas o los universales [unire un intelligibile a un sensibile, rappre-
91
sentare le idee o gli universali] (40), confusión según él muy común. En esta
línea de error aparecen el símbolo y la alegoría. Si ambas figuras, sostiene
Croce, se pueden concebir como aspectos separables de la obra, se torna a
14 Los géneros serían el arquetipo de las obras concretas: toda teoría de los géneros
implica una inclinación platónica o realista. Croce, en este contexto, se revelaría como
aristotélico nominalista. En “Historia de la eternidad”, al hablar del nominalismo, Bor-
ges dice que estos postulan “la verdad de los individuos y lo convencional de los géne-
ros” (OC 364). Un poco antes en el mismo ensayo comenta que “librados a la veneración
popular, los arquetipos ofrecían el peligro de convertirse en divinidades o en ángeles”
(OC 360), lo que conecta los arquetipos con la generación, mediante personificación, de
las alegorías. El nacimiento de muchos dioses se habría producido a través de estos pro-
cedimientos alegóricos de antropomorfizar cosas como el fuego, la mesa, el umbral o
esta catalogación o caracterización del arte encuentra posiblemente una
especulación irónica, como ya mencionamos, en los sucesivos cambios
sufridos por “El acercamiento a Almotásim”.
cualquier otro aspecto del hogar. Según Mauss, “el pensamiento mágico no puede vivir
de abstracciones” (67). Véase también al respecto Frazer (482) y Dumézil (1974).
15 Para una visión minuciosa de la obra de Chesterton en relación con la alegoría v.
Lynette Hunter, G. K. Chesterton. Explorations in Allegory.
16 No obstante, la traducción al inglés de la Estética aparece recién en 1909 en la edito-
rial londinense Macmillan, en traducción de Douglas Ainsle.
gamos de paso que es el mismo tipo de la alegoría ex post que Croce acepta
con condescendencia) y que atiborran las galerías europeas: Rubens,17 el
rococó, un aspecto de la pintura victoriana. La pintura de Watts enfática-
mente no pertenece a este tipo: no son meras formas pictóricas, combi-
nadas como una especie de criptograma para expresar consideraciones o
relaciones teóricas. Tampoco son trasposiciones pictóricas de proverbios
o relaciones verbales, no son siquiera literarias. Esto lo dice Chesterton
debido a que la crítica acusaba a Watts de ser un mero sucedáneo pictórico
93
de alegorías literarias, según una arraigada presunción racionalista de la
perfección del lenguaje. Pero el lenguaje no es en absoluto algo científico
sino artístico y creado mucho antes de que apareciera la ciencia. La lengua
17 Sobre la alegoría en las artes del renacimiento y el barroco resulta de sumo interés
la colección de ensayos de Rudolf Wittkower Allegory and the Migration of Symbols (1977).
convierte el plano literal en algo muerto o mecánico: dos aspectos con los
que analistas más lúcidos han relacionado a la alegoría.
El mismo pasaje que cita Borges de Chesterton es confuso. Tras la
deprecación contra el lenguaje aparece un “bolsista” que desorienta por
completo el argumento y que, como ejemplo, oscurece en lugar de acla-
rar. Transcribimos la cita de Borges, en su propia traducción, seguida del
original inglés:
94 El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más in-
numerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal… Cree,
sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones son
representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y
Mariano García
He knows that there are in the soul tints more bewildering, more number-
less and more nameless, than the colours of an autumn forest; [he knows
that there are abroad in the world and doing strange and terrible service
in it, crimes that have never been condemned and virtues that have never
been christened]. Yet he [seriously] believes that these things can every
one of them, [in all their tones and semi-tones], in all their blends and
unions, be accurately represented by an arbitrary system of grunts and
squeals. He believes that an [ordinary civilized] stockbroker can really
produce out of his own inside, noises which denote all the mysteries of
memory and all the agonies of desire. (Chesterton 88-91)
19 Con este ejemplo Borges vuelve a uno de sus temas frecuentes, el viejo problema
platónico del original y la copia. En el ámbito de la traducción, el original es el arquetipo
ideal y cualquiera de sus traducciones un simulacro, copia o sencillamente una realiza-
ción particular. Para una equivalencia entre alegoría y traducción, cf. Dällenbach 60-61.
suma, un erudito y un ecléctico cuyo más famoso tratado, en el estilo de la
menipea griega, no es otra cosa que una alegoría, y una muy famosa y de
profunda influencia.
A despecho de la refutación de Croce, y con mejores argumentos que
Chesterton, Edgar Wind supone que si la alegoría fuese una mera dupli-
cación de ideas sería muy difícil justificar su sostenido uso a lo largo de la
historia. Si un pensamiento es intrincado y difícil de seguir, se lo puede
ajustar con una imagen transparente que le preste algo de sencillez; y a
97
la inversa, si una idea es demasiado llana, llegar a ella a través de un rico
diseño puede ayudar a disfrazar dicha llaneza. A estos argumentos agre-
garía uno de Herder que cita Giehlow: la necesidad de producir un oculta-
Mariano García
Universidad Católica Argentina/CONICET
Obras citadas
Benjamin, Walter. El origen del ‘Trauerspiel’ alemán. 1928. Obras, libro I. Vol.
1. Madrid: Abada, 2006.
Bioy Casares, Adolfo. Borges. Ed. Daniel Martino. Buenos Aires: Destino,
2006.
Borges, Jorge Luis. Obras completas. Buenos Aires: Emecé, 1974.
98
—. Obras completas. Vol. 2. Buenos Aires: Emecé, 1989.
—. Textos cautivos. Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936-1939). Eds. Enrique
Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal. Barcelona: Tusquets, 1990.
Mariano García