Obra Poética César Moro
Obra Poética César Moro
Obra Poética César Moro
1
Cé/or moro
QBRA PQETICA
1
1980
~O DE los DEfIERES CIUDADANOS
BN8O-Gl
7
de M oro. A André Coyné por sus minuciosas y acertadas obser-
t,·aciones a mi traducción de Le chateau de grisou, que permitie-
ron superar los errores de una primera publicación, y el documen-
tado artículo que precede esta edición. Igualmente, a Patricia
Pinilla, estudiosa de la obra de M oro, sus acertadas sugerencias
a la versión de Pierre des soleils. A Américo Ferrari y a Eleonora
Falca debo agradecerles el haber respondido con tanto entusias-
mo como prontitud con sus versiones de los libros más difíciles
de Moro. A Emilio Adolfo Westphalen el haber permitido la
reproducción de su versión ya clásica de Lettre d'amour. A Ma-
nuel Moreno limeno debo agradecerle el haber puesto en mis
manos, siempre con generosidad, tantas publicaciones periódicas,
prácticamente inaccesibles, con textos de M oro, así como varias de
sus primeras ediciones que me ha venido prestando a través de
los últimos años. Ha sido una suerte contar en forma irrestricta
con su estupenda biblioteca. A Miguel Angel Rodríguez Rea,
una vez más, por la preparación del trabajo bibliográfico sobre
Moro. -
Por último, no menos, pues a su empeño se debe la realiza-
ción de este volumen, a los directores del Instituto Nacional de
Cultura, el haberme confiado la delicada labor de su preparación.
R. S. S.
8
PR8Pr:lCIO
CESAR MORO ENTRE LIMA, PARIS y MEXICO
11
tú y voz al ídolo ~astante gente en suma-, preservando al mis-
mo tiempo la oscuridad que atañe al "punto supremo" y a las "pre-
misas fundamentales del Surrealismo" en sus relaciones con las
"tradiciones"; o a aquel "espíritu" que animó primero a Nerval
(quien no obstante se movía dentro de un universo de culpa y sal-
vación, cuya imaginaria verdad acogía cualquier ortodoxia al lado
de cualquier herejía) y asimismo a aquellos "signos en el Pensa-
miento" a los que un Artaud o un Daumal sacrificaron la actividad
colectiva y la apariencia misma de la actividad poética.
Sin duda, el problema no era aún aquél para el joven perua-
no que llegó a París en 1925 ostentando el magnífico nombre que
acababa de elegir: César M oro, y que luego descubrió el más allá
de los días surrealistas como el más allá de sus propios días, la
sede de un desenfreno espiritual al que estaba de antemano pre-
parado. No por ello dejaría de manifestar su insolencia, ya fue-
ra escapándose de su cuarto de hotel para reunirse con sus ami-
gos rusos blancos del Schérazade, ya interrumpiendo una discu-
sión política en el seno del grupo para señalar que, si bien el
ministro burgués ese día puesto en el banquillo era un señor ho-
rrible, debió, no obstante, haber sido un hombre bello. Poesía,
amor, rebelión: sí; en el cielo del deseo, el incendio del corazón
y de los sentidos, ¡pero que ningún deseo vacile en darse a conocer!
Moro nada abjurará cuando llegue a admirar el Monsieur Godeau
intime y, por sobre todo, En busca del tiempo perdido. M e per-
mitiré citar, a propósito, estas líneas escasamente leídas, que sur-
gen directamente de Proust y son de Crevel, a quien su fervor
por Breton no le impidió frecuentar a Jouhandeau:
12
mente corrosivo, y aquellos que habían esperado deco-
rados curiosos, anécdotas picantes y crónicas escanda-
losas no perdonarán a la pasión su dolor demasiado
simple.
13
defensores de los academismos de todo tipo, comenzando --o ter-
minando--- por el academismo supuestamente revolucionario del
indigenismo, que M oro no tardaría en calificar de última ola de
la barbarie artística, recuperando de paso la palabra "arte" para
hacerla designar, desde entonces, aquello que "empieza donde
acaba la tranquilidad": "Por el arte quita-sueño, contra el arte
adormidera".
Un apéndice del catálogo arremetía contra Vicente Huido-
bro, cuya poesía, en la época de Nord-Sud, había reflejado la de
Reverdy, y que por entonces, en El árbol en cuarentena acababa
de parodiar Una jirafa de Buñuel, publicada en Le surréalisme
BU service de la Révolution. El chileno, indignado, trató de llevar
la discusión al terreno ·de las costumbres. De Lima le respondie-
ron en un libelo colectivo: V. H. o el obispo embotellado, en que
el aporte de Moro -escrito en francés- se titula "La Patée des
chiens" (La bazofia de los perros).
M oro y Westphalen habrían de colaborar pronto en un bole-
tín clandestino a favor de la República Española, antes de lanzar,
en vísperas de la gran conflagración mundial, el primer y lÍnico
número de El uso de la palabra.
14
en la guerra, Moro y Wolfgang Paalen montan la exposición que
habían preparado junto con él, y que abre sus puertas en febrero
de 1940, en la Galería de Arte Mexicano. El propio Moro escri-
bió las palabras de presentación, publicadas en español y en inglés.
Por otro lado, un primer enfrentamiento había ya opuesto a
Moro con Breton: lo señalo porque sirve para explicar lo que
sigue. Por razones de orden táctico, el pintor Diego Rivera se
encontró asociado al manifiesto Por un arte revolucionario inde-
pendiente, redactado por Breton y Trotsky; Moro conocía al per-
sonaje, con su vanidad "megalo-mito-paranoica", y desconfió de
antemano de una causa que sentía la necesidad de movilizarlo.
A la hora en que la más siniestra de las catástrofes se abatía
sobre el mundo, él invocaba a los pueblos de Inglaterra, Francia,
Alemania, Polonia, etc., "contra los siniestros antropófagos: Cham-
berlain el Provocador, Hitler el Demente Paralítico, Mussolini el
Gran Comendador del excremento, Daladier el Inaugurador N'! 2
del monumento a los muertos", repudiando al mismo tiempo los
Illogans cacoquímicos de la "Tercera Cloaca Internacional". ¿Qué
crédito ya entonces otorgaba a la Cuarta? Trotsky recibía del exilio
un aura que habría de aumentar con su martirio. Su adhesión
a una forma de revolución que establecería "desde el comienzo
[ ... ] para la creación intelectual [ ... ] un régimen anarquista
de libertad individual", ¿sería de verdad mucho más que un deseo
piadoso? El poder obliga, y Trotsky en el poder había realizado
la feroz represión de Cronstadt y el cobarde asesinato de los
Makhnovistas. Además, la lectura de Su moral y la nuestra con-
duciría pronto a Bretón a declarar su estupor ante el hecho de que
hasta Trotsky apelara al viejo concepto jesuítico: "El fin justifica
los medios", y a pedir que "ciertos aspectos del pensamiento de Le-
nin y hasta del de Marx, sean sometidos a una crítica atenta". En
adelante el autor de Nadja insistiría cada vez más en Fourier y en
"su interpretación jeroglífica del mundo, fundada en la analogía
entre las pasiones humanas y los productos de los tres reinos de
la naturaleza".
No es mi tarea argüir de Breton contra Breton. Otros se
encargarán de discernir en sus escritos lo que sólo es producto de
la fatalidad de la época, y contra lo cual Artaud quiso prevenirlo.
15
Regreso a Moro. Cuando yo hablaba de un después del Surrealis-
mo que correspondiese a su antes, tenía en mente más bien algún
al lado. En la Exposición Internacional de México, los pintores
propiamente surrealistas --algunos a largo plazo, otros a uno más
o menos corto-- eran confrontados, no sólo con objetos de arte
mexicano antiguo y de "arte salvaje", sino también con las obras
de pintores mexicanos vivos, que contribuían a crear la atmósfera
sin someterse totalmente a ella. Provenían en general de los
Contemporáneos que, alrededor de 1930, habían leído más a Coc-
teau y a Max /acob (ya Supervielle, Giraudoux y al/ouhandeau
de Astaroth) que a Breton y a Péret. Dos de ellos, Agustín Lazo,
insigne conocedor de la cocina pictural, y Xavier Villaurrutia,
poeta de verbo sonámbulo y de una esplendente precisión, eran
ya para Moro los amigos admirables que compartía con W olfgang
y Alice Paalen, Leonora Carrington, Remedios Varo, y aquellos
surrealistas a quienes la tormenta fijaba o fi jaTía en las alturas
del Anahuac. Hubo allí apertura recíproca.
En México, tierra elegida, el Surrealismo, cuya verdad era
defendida por Péret, se convirtió más bien en el lugar predilecto
de una múltiple amistad, en la que respiraba un núcleo de seres
que había reconocido, de una vez para siempre, su entera libertad
frente a la obsesión de los abandonos o de las adhesiones. Paalen,
en forma totalmente independiente, se preguntaba: "¿qué pin-
tar?", y proponía como nuevo objeto del arte la "visualización
directa de las fuerzas que nos mueven y que nos conmueven",
una verdadera "cosmogonía plástica". El funda y dirige Dyn,
mientras que en Nueva York, Breton funda y dirige VVV, Moro
colabora en Dyn, pero no en VVV, y cuando aparece el número 4
de esta última revista, se siente obligado a expresar su desacuerdo
-voluntariamente sereno, moderado y sin rencor- con un mo-
vimiento que había constituido su razón de ser, sin que pudiera
imaginar que algún día habría de alejarse de él. Cuando aparece
ArcaDe 17, tendrá la oportunidad de reafirmar su decepción, ya
que la atracción siempre viva del lirismo de Breton no le parece
suficiente para paliar los límites del análisis o de la incertidum-
bre del juicio:
16
La afirmación de que todo ser humano busque
( sic) un único ser de otro sexo nos parece tan gratui-
ta, tan oscurantista que sena necesario que el estudio
de la psicología sexual no hubiera hecho los progresos
que ha hecho para poder aceptarla, o pasarlo por alto
siquiera. ¿Acaso no sabemos, por lo menos teórica-
mente, que el hombre persigue a través del amor la
satisfacción de una fijación infantil más o menos bien
orientada, más o menos aceptada por el super-yo, por
la sociedad? ¿No lo enriquece más bien con una es-
pecie de fatalidad dramática determinándolo ya desde
la infancia?
17
• ¿No era él acaso quien afirmaba: "Sólo los bandidos son gente
convencida" ?
Escandalizado por los "acercamientos inauditos" que el con-
flicto mundial conllevaba, Moro reaccionó invocando "la guerra
civil contra la guerra de fronteras, [ ... ] la fraternización de los
ejércitos en lucha en contra de las propias burocracias y de los
líderes traidores a la causa de la liberación humana". Pero al
mismo tiempo traducía las páginas de Baudelaire sobre la prensa:
"todo periódico, de la primera línea hasta la última, no es sino
un tejido de horrores . .. ", para concluir diciendo:
18
agudamente apremiantes que ya no es posible aceptar
que antes pudo parecer más que suficiente para las
circunstancias de entonces. Ahora es imprescindible
mayor cualidad. A una revista que no añade nada al
prestigio del surrealismo, preferiremos siempre un li-
bro de Breton o de Péret, una actividad que correspon-
de menos al deseo de actualidad.
19
la misma luminosidad que antes, si insiste en la necesidad de un
análisis más riguroso de los fantasmas de todos y de cada uno,
es porque piensa en el excedente de poesía que de ello derivaría
para todos y cada uno en el seno del horror que los devora. La
exigencia que plantea respecto de la calidad sólo puede compren-
derse en función de ese horror y no de cualquier otra tentación
estetwa. Moro nunca dejó de ponerse a prueba -de probarse-
por la escritura, sin preocuparse en lo más mínimo de publicar
y, por otro lado, a medida que el tiempo lo iba alejando de París,
seguía escribiendo más y más en francés, en un francés cada vez
más personal que, cuando en 1948 regresó a Lima --ciudad don-
de habría de morir en 1956- literalmente casi nadie compren-
día en torno suyo.
"La Poesía no perdona"; hay quienes la adulan creyendo
que ella los adulará: pero es en vano. En Nueva York, Breton se
dejó sorprender incluso dentro de una estricta perspectiva surrea-
lista. VVV recibió, por ejemplo, a dos miembros peruanos, el
primero de los cuales, luan Ríos -mediocre rival del García
Larca del Cancionero y del N eruda de la Oda a Stalin-, habría
de convertirse en rewriter, igualmente mediocre, de Medea, de
Don Quijote, etcétera, y el segundo, Xavier Abril, después de algu-
nos "elogios de la locura" del tipo: "La locura es mi constante
existencia. Vivo de mi locura. La locura es mi clima. Por todas
partes yo voy a la locura", habría de voltearse contra el Surrea-
ltsmo con el más vil de los enconos. M oro, mientras tanto, no
hizo sino sentirse más libre para saludar a la poesía dondequiera
que se le apareciese, arbitraria y alada, suntuosa, con esa suntuo-
sidad ardiente y glacial que conviene a las esfinges y a los apa-
recidos. El humor iniciático y la búsqueda perdida de la mara-
villa bastan para calificar aquel Surrealismo esencial al que se
había entregado en cuerpo y alma desde su primera juventud y
del que hará, en su "juventud madura", la doble condición del
poeta a su antojo, diurno y nocturno, que sueña y escribe: que
ama, que vive.
En 1949, rendirá un ferviente homenaje a Reverdy, el "más
grande de los poetas vivos". Entre quienes lo precedieron en el
Perú, sólo reconocía a José María Eguren, el poeta-hada de la
20
Canción de las figuras, tan al abrigo en su castülo de cristal que
la cTÍtica aún no ha valuado el fulgor que proyecta sobre el ho-
rizonte simbolista americano. La mejor explicación dada por
M oro de aquello que a partir de los años cuarenta él consideró
su verdad definitiva, se encuentra en estas líneas acerca de Xavier
Villaurrutia, quien lo precedió en la muerte:
21
No definr.ttvo a la realidad de tos realistas que -y es algo que
puedo asegurar en base a nuestro trato cotidiano a partir de di-
ciembre de 1948- Moro mantuvo indeclinable mente desde esa
terraza sobre el mar, en Barranco, cerca de Lima, desde la cual,
más allá de los ficus y palmeras, contemplaba las islas del Callao
que dormían como grandes tortugas divinas. En efecto, su desa-
cuerdo con el mundo humano -cada día más inhumano-- era
el signo de un acuerdo de otro orden con otro mundo dentro de
éste, un mundo que la mirada pone al descubierto a través del
"muro de agua" del horror, señalándolo -como en un poema de
Villaurrutia- con las "cinco letras del DESEO". Pues -según
reza un aforismo de Reverdy que M oro se apropiara- la "verdad
110 emerge del pozo, sino que arrastra a quien la busca al fondo
22
daban una parte del secreto. Otros, amigos y amigas, suponían
que algún secreto había. Fueron ellos, y ellas, quienes me ayu-
daron luego a editar la poesía y la prosa española: La tortuga
ecuestre y Los anteojos de azufre, así como los textos franceses de
Amour a mort -que continúan a Le chateau de grisou, a las
plaquettes Lettre d'amour y Trafalgar Square, publicados en vida
del autor-, pero que distan mucho de conformar la totalidad
de los poemas y otros textos escritos por M oro en francés.
¿Qué más? En 1940, Moro señalaba especialmente, entre los
imperialismos que había que destruir, al imperialismo japonés.
Diez años más tarde, interrumpía a los imbéciles lanzando un
"¡Viva nuestro padre el Mikado!". Y a quienes no entendían, les
explicaba ---con humor, pero también ¿quién sabe con qué se-
gunda y doble intención?-: "Soy un nacionalista japonés".
Tal fue sin duda su único nacionalismo. Bien podría ser tam-
bién el nuestro.
ANDRE COYNE
23
PROLOGO
LA POESIA COMO FATALIDAD
CESAR MORO
27
conforme en su propia tierra a la que siempre vio como hosca y
salvaje. Moro era, pues, un poeta rebelde y segregado dentro
de la sociedad que le tocó vivir y estos sentimientos los manifestó
varias veces ampliados a la tragedia total del hombre contempo-
ráneo: "algunos hombres vivimos todavía, oscuros, hambrientos,
llenos de rabia, de la rabia insaciable del hombre por las condi-
ciones infames que lo mutilan y lo arrojan, muñeco sangriento,
en las manos terribles del sueño que desconocen las bestias inte-
lectuales, los famosos bueyes que halan la gran carroza en que
se pudre y aniquila dialécticamente el mundo occidental".
Si bien sus primeros poemas fueron escritos en español,
apenas llegado a Francia comenzó a escribir en francés. Esto
último podría explicarse como un ejercitamiento en dicho idio-
ma motivado por la brillantez de la cultura francesa o una ve-
ladura de la fuerte carga sexual de algunos textos de amor
uranista. Lo inexplicable o, mejor dicho, difícil de explicar es
el que Moro continuara escribiendo su obra poética casi exclusiva-
mente en francés luego de terminada su obra maestra, La tortuga
ecuestre, y que, en vida, se preocupara solo por editar estos textos.
Podría explicarse su conducta por su aislamiento en su propia
tierra o en México, país este último también mágico y de raíces mi-
lenarias como el Perú, que fue para Moro una extensión del su-
yo. Este aislamiento que, al comienzo, puede haber sido menos
trágico, con el tiempo no hizo sino agudizarse, profundizándose
conforme crecía su angustiosa soledad y por el modo absurdo co-
mo se ganó la vida durante sus últimos años.
Su preparación como poeta la tenemos en dos grupos de
poemas de valor desigual escritos en español y en francés entre
1924 y 1937. Sin embargo, debemos tener presente que muchos
de esos textos son solo borradores faltos de una corrección final.
Sería el amor, en México, lo que haría estallar su propia poesía
en un poemario deslumbrante, La tortuga ecuestre. Digo estallar
porque es el verbo que más se acerca a esta poesía detonante.
Inscrito en las filas del superrealismo, Moro utiliza la técnica
de la escritura automática que es la más característica del movi-
miento. La escritura automática es un forzar la inspiración li-
herándola de lo conceptual y de la razón para expresarse ·por
28
----~-------------------------------------------~~--~-----------------------
29
------------------------------------------------ ----
30
to más lejanas y justas sean las concomitancias de dos realidades
objeto de aproximación, más fuerte será la imagen, más fuerza
emotiva y más realidad poética tendrá ... ", afirmaba Pierre Re-
verdy, citado por Breton en el manifiesto de 1924, un poeta a
quien Moro admiró y a quien tradujo admirablemente. Pero,
por otro lado, cada verso de los poemas de La tortuga ecuestre
posee valor en sí mismo, encontramos en ellos a "la palabra desig-
nando el objeto propuesto por su contrario". Los versículos alter-
nan con los versos cortos, existe un uso magistral del adjetivo,
un lenguaje que se triza o se alarga en imágenes de fuerte impacto
sensorial, una fauna con latencia sexual; existe protesta, concre-
ción, vuelo incandescente de imágenes, incontenible corriente
verbal:
Apareces
La vida es cierta
El olor de la lluvia es cierto
La lluvia te hace nacer
y golpear a mi puertl'
Oh árbol
y la ciudad el mar que navegaste
y la noche se abren a tu paso
y el corazón vuelve de lejos a asomarse
Hasta llegar a tu frente
y verte como la magia resplandeciente
Montaña de oro o de nieve
Con el humo fabuloso de tu cabellera
Con las bestias nocturnas en los ojos
y tu cuerpo de rescoldo
Con la noche que riegas a pedazos
Con los bloques de noche que caen en tus manos
Con el silencio que prende a tu llegada
Con el trastorno y el oleaje
Con el vaivén de las casas
y el oscilar de luces y la sombra más dura
y tus palabras de avenida fluvial
Tan pronto llegas y te fuiste
y quieres poner a flote mi vida
31
y sólo preparas mi muerte
y el morir de verte lejos
y los silencios y el esperar el tiempo
Para vivir cuando llegas
y me rodeas de sombra
y me haces luminoso
y me sumerges en el mar fosforescente donde acaece tu estar
y donde sólo dialogamos tú y mi noción oscura y pavorosa
de tu ser
Estrella desprendiéndose en el apocalipsis
Entre bramidos de tigres y lágrimas
De gozo y gemir eterno y eterno
Solazarse en el aire rarificado
En que quiero aprisionarte
y rodar por la pendiente de tu cuerpo
Hasta tus pies centelleantes
Hasta tus pies de constelaciones gemelas
l~n la noche terrestre
Que te sigue encadenada y muda
Enredadera de tu sangre
Sosteniendo la flor de tu cabeza de cristal moreno
Acuario encerrando planetas y caudas
("Vienes en la noche con el humo fabuloso de tu
cabellera" )
32
analógico del universo y el deseo de ser poseído por el ser amado
constituye un temor a la vez que un anhelo cósmico. La posesión
de ese ideal es, por otro lado, una rebelión contra el orden, la
moral y el concepto del amor establecidos. Como documento, estas
cartas nos sirven para comprender mejor la obra de Moro, saber a
quién nombra, de qué clase es su amor y el motivo del por qué
es torrencial y destructor:
33
el aire. Cerca de tus pies y cerca de tus manos. Guár-
dame junto a ti.
Seré tu sombra y el agua de tu sed, con ojos; en
tu sueño seré aquel punto luminoso que se agranda y
lo convierte todo en lumbre; en tu lecho al dormir
oirás como un murmullo y un calor a tus pies se anu-
dará que irá subiendo y lentamente se apoderará de
tus miembros y un gran descanso tomará tu cuerpo y
al extender tu mano sentirás un cuerpo extraño, he-
lado: seré yo. Me llevas en tu sangre y en tu aliento,
nada podrá borrarme. Es inútil tu fuerza para ahuyen-
tarme, tu rabia es menos fuerte que mi amor; ya tú y
yo unidos para siempre, a pesar tuyo, vamos juntos.
En el placer que tomas lejos de mí hay un sollozo y tu
nombre. Frente a tus ojos el fuego inextinguible.
(Cartas, 111)
34
Una poética de la ausencia le permite al poeta acercarse
a la gracia de las cosas en un mundo poblado de una botá-
nica y zoología fantásticas donde los seres evocados por la ma-
gia del verbo obtienen un hechizo en su reino fabuloso. La angus-
tia que envuelve los poemas de Le chiteau de grisou radica en la
lejanía del ser amado. Este permanece inalcanzable e ideal y
los poemas se bañan en un chorro imaginativo carente de los exce-
sos sexuales de La tortuga ecuestre. Es que los poemas de Le
chateau de grisou son de más breve extensión, más contenidos y
de versificación más regular. Por otro lado, poseen una plasticidad
y colorido notables y se encuentran inmersos en lo maravilloso.
Pero, más que la pasión, se diría que es el amor lo que resalta
en este libro. El título es una metáfora; el grisú es un gas mor-
tal que se escapa en las minas de hulla, y señala tanto al amado
como a la muerte que ha de sobrevenir a su contacto. Le chateau
de grisou se inscribe como el libro más hermoso y sostenido de
toda la obra de Moro, con lo cual no quiero decir que es el mejor.
El dibujo de los poemas es nítido. Aunque de fulgores moderados,
los poemas tienen una intensa vibración plástica diseminada como
visiones de un mundo suprasensible. Pero quizá los poemas que
más nos emocionen, sean aquellos en que el poeta se despoja de]
lujo verbal para hablamos de la sinceridad del corazón:
35
Seule la nuit nous aime
Dans sa fraicheur tu te reposes
e'est le moment oil. je peux te rejoindre
Et abandonner ma vie et ce qui en reste
A toutes les damnations éternelles
("Pierre mere")
Pour en finir
Limite lourde
D'ahord j'aí pleuré
La grande ingénuité venue
Les fils tendus
Des ténuités physiques
A la dérive
Mon coeur a l'avenant
Pour en finir
Voulant briser le charme
Un divin visage dur
Est fixé a hauteur invariable
36
de Le chateau de grisou aparece definitivamente perdido. La
felicidad, que se encuentra donde está el amado, se ha perdido y
éste aparece oculto en un cúmulo de imágenes que ya no me atreve-
ría a llamar superrealistas pues, aunque el universo sea un lugar
donde habita lo maravilloso y el sueño, una vivencia más fuerte
y profunda guía la arquitectura del poema por caminos más se-
guros que aquellos de la escritura automática:
37
a bout de forces
devant le paysage tordu dans la tempete
38
Et ce penchant que les étoiles avouent
De haute lisse
Pour ton ombre chantante
39
Dioscures irascibles équarrisseurs
A la nuit chevaline opales
A taille d'arbre haIé
Scellant l'air aimable
Toute fenetre emmuraillée
Perdre pied
Ou le sable plus fin
Ne fait apparition
Que d'emblée
40
drama central o como que la verdad central de su poética des-
troza y rompe sus vínculos existenciales para concentrarse en una
búsqueda lúdicra del verbo. La angustia que arrasaba el univer-
so, en etapas anteriores de su poética, parece haber desgastado
su drama vital y solo se resuelve en un rebuscamiento sonoro, en
tras tocamientos gramaticales y en escenarios de un superrealismo
trillado.
¡aunes piano
Rouges Irere
VeTts coucher
Bleus papa
V iolets tor pille
41
Este, sin lugar a dudas, no es el mejor Moro. Dentro
de sus últimos poemas, su mejor nota se da en los versos de
hondo contenido humano en que el poeta habla en primera per-
sona. En estos textos se maDÜiesta su sentimiento de la vida,
patentizando la madurez de su sensibilidad, el desasosiego de
quien nunca dejó de ser joven y rebelde. Estos poemas ganan
en expresión visceral lo que otros pierden en excesos o juegos
verbales. Moro ya no habla con la suntuosidad de antaño sino
convocando la emoción del corazón al presentir su próximo fin.
42
Le hlanc se meurt
Le noir parfume et tout brme
néant dans le néant
43
la obra en francés siempre me parecerá menos atrevida que la
obra en español. Y ahí estaría para probarlo el hermoso "Viaje
hacia la noche", el más intenso de sus rutimos poemas:
44
desde antes del nacimiento. Habría que recordar, sin embargo,
que su elección del idioma francés fue un acto libre y que un
poeta, en buena cuenta, siempre debe pensar en el aspecto modi-
ficatorio del lenguaje y en su renovación prismática así se trate,
como en este caso, de otra lengua. Los poetas actuales deberán
buscar qué es lo que perdura de esta aventura individual y sin
concesiones cuya figura se ha ido pedilando como la de un auténtico
creador dentro de la poesía hispanoamericana contemporánea.
Ahora preferimos ver en él, -.:¡uizá como hubiera querido, más que
a un escritor o a un poeta, a una explosión, a un cataclismo, a un
planeta de fuego ardiendo en la inacabable noche del universo.
Así sea.
RICARDO SILVA-SANTISTEBAN
4S
C~RT~S
(1939)
ANTONIO es Dios
ANTONIO es el Sol
ANTONIO puede destruir el mundo en un instante
ANTONIO hace caer la lluvia
ANTONIO puede hacer oscuro el día o luminosa la noche
ANTONIO es el origen de la Vía Láctea
ANTONIO tiene pies de constelaciones
ANTONIO tiene aliento de estrella fugaz y de noche oscura
ANTONIO es el nombre genérico de los cuerpos celestes
ANTONIO es una planta carnívora con ojos de diamante
ANTONIO puede crear continentes si escupe sobre el mar
ANTONIO hace dormir el mundo cuando cierra los ojos
ANTONIO es una montaña transparente
ANTONIO es la caída de las hojas y el nacimiento del día
ANTONIO es el nombre escrito con letras de fuego sobre todos
los planetas
ANTONIO es el Diluvio
ANTONIO es la época megalítica del Mundo
ANTONIO es el fuego interno de la Tierra
ANTONIO es el corazón del mineral desconocido
ANTONIO fecunda las estrellas
ANTONio es el Faraón el Emperador el Inca
ANTONIO nace de la Noche
73
ANTONIO es venerado por los astros
ANTONIO es más bello que los colosos de Memnón en Tebas
ANTONIO es siete veces más grande que el Coloso de Rodas
ANTONIO ocupa toda la historia del mundo
ANTONIO sobrepasa en majestad el espectáculo grandioso del
mar enfurecido
ANTONIO es toda la Dinastía de los Ptolomeos
México crece alrededor de ANTONIO
74
¡Volver a verte!
Por un camino que no llega te aguardo y te estaré aguar-
dando siempre; más lejos que mi vida, más lejos que el recuerdo
de la vida consciente; desde mi oscuridad, agazapado, solo, horri-
blemente solo, esperando que al fin vuelvas y te detengas y me
mires y hables y tu voz me haga nacer y me devuelva al mundo
dt: mí mismo que he perdido al encontrarte sin hallarte.
25 de enero de 1939
11
75
¿ qUIen puede consolarme del trance de la muerte y darme la
certeza, la única que pido, de amarte exactamente a través de todas
las transformaciones post mortem?
Si puedo amar aSÍ, mi eternidad sería segura. ¿Tal eterni-
dad dura sólo una vida?
28 de febrero, medianoche
III
76
Seré tu sombra y el agua de tu sed, con ojos; en tu sueño
seré aquel punto luminoso que se agranda y lo convierte todo en
lumbre; en tu lecho al dormir oirás como un murmullo y un
calor a tus pies se anudará que irá subiendo y lentamente se
apoderará de tus miembros y un gran descanso tomará tu cuerpo
y al extender tu mano sentirás un cuerpo extraño, helado: seré
yo. Me llevas en tu sangre y en tu aliento, nada podrá borrarme.
Es inútil tu fuerza para ahuyentarme, tu rabia es menos fuerte
que mi amor; ya tú y yo unidos para siempre, a pesar tuyo, vamos
juntos. En el placer que tomas lejos de mí hay un sollozo y tu
nombre. Frent.e a tus ojos el fuego inextinguibl~.
18 de junio de 1939
IV
Yo puedo pronunciar tu nombre hasta perder el conocimiento,
hasta olvidarme de mí mismo; hasta salir enloquecido y destrozado,
l1eno de sangre y ciego a perderme en las suposiciones y eQ. las
alucinaciones más torturantes. Todo me persigue con tu nom-
bre. Tu imagen aparece a cada instante debajo de todas las imá-
genes, de todas las representaciones.
Nada puede hacerme sufrir más que el espectáculo del amor.
Yo solo, frente al mundo, fuera del mundo, en el mundo inter-
medio de la nostalgia fúnebre, de las aguas maternas, del gran
claustro, del paraíso perdido; frente a ti y lejos, tan lejos que ya
nada puede salvarme, ni la muerte.
Me has arrojado por debajo de mí mismo: las palabras se
van acumulando; hay palabras de las que ya no se vuelve, que
abren una brecha por la que se introducen el veneno y la tristeza
de muerte; la desolación total, la soledad, el abandono definitivo.
Encerrado dentro de mí, solo con tu recuerdo que me per-
sigue noche y día sin reposo. Ya no puedo acordarme de cuando
sonreías, ahora apareces alejándote y con una mirada que yo no
hubiera querido conocer . Ya sé todo lo que nunca hubiera que-
rido saber, lo que algunos hombres conocen solamente pocos ins-
7i
tantes antes de su muerte. Y debo seguir viviendo sin esperanza,
sin estímulo, sin ese pequeño espacio de refugio de descanso que
todos necesitamos. Quizás más que nadie tenía yo necesidad de
una tabla de salvación, de una ultima apariencia engañosa de la
vida para seguir adelante, para salvarme de mí mismo y de la
conciencia que del mundo y de la vida he tenido desde que pude
darme cuenta de la vida.
Ahora, dónde ir, dónde volver la cara, a quién contar lo que
puede sufrir un ser humano que a veces desconozco y que siento
como un extranjero enloquecido dentro de una casa vacía. Qué
puede reservarme la vida sino la repetición constante de un solo
instante, del más amargo de los instantes. Cada nuevo día que
viene no hace sino traerme la misma desesperación; mi primer
pensamiento, al despertar, eres tu; el ultimo, al dormir, eres tu.
y mi sueño no es sino una angustiosa busqueda de ti. Sueño
que te vas, que me abandonas, como si pudiera abandonarse algo
que nunca se ha aceptado. Porque tu nunca me has aceptado,
nunca has querido saber nada de mí. Apenas llegaste, ya no pude
ver nada, salí despavorido tras de ti y así he continuado.
Ojalá fuera verdad el mito del alma que se vende al diablo,
ya la hubiera yo vendido por toda una eternidad para estar más
cerca de ti, para tener la seguridad de verte siempre. Lo que me
aterroriza de la muerte es saber que entonces no podré pensar
en ti, que ya no vendrá tu recuerdo a torturarme; que mi ternu-
ra, mi pobre ternura rechazada no podrá envolverte en una mirada,
en un anhelo infinito.
El cielo es azul, la vida es hermosa, el aire se vuelve respi-
rable porque existes. Yo sé que la vida es hermosa aunque no la
recuerdo, sé que el cielo es azul aunque no lo miro nunca, sé que
puede ser más azul que nunca cuando tu sonríes. Tu sonrisa es lo
más bello y humano que yo conozca. Cuando sonríes parece que
todas las montañas del mundo tuvieran sol y árboles y que vinie-
ran a tu encuentro a besar las huellas de tus pasos; parece que la
noche se hubiera acabado para siempre y que ya sólo la luz y el
amor y una inocencia cósmica reinaran sobre el universo, donde
los planetas y los astros no pueden compararse a ti sino como re-
flejos o emanaciones de tu pre~encia en el mundo. Ya que en tu
78
poder está volver sombrío el día y hacer clara la noche y desenca-
denar lluvias tempestuosas y hacer gemir los elementos, ¿por qué
no quieres transformarme en un pedazo de tu sombra, o en tu
aliento o simplemente en una partícula de tu pensamiento? Si no
quieres salvarme condéname a una muerte fulminante, condéna-
me a la desaparición total, pero que no siga esta larga angustia, es-
te temor de cada día, de cada hora. Haz que vuelva al origen de mi
vida, a la nada, y no vuelvas a crearme ni a traerme nuevamente
a la vida ni siquiera bajo la forma de una piedra; aún así tendría
la nostalgia insaciable de ti, la memoria de tu recuerdo. Dispér-
same en el aire o en el fuego o en el agua o mejor' en la nada,
fuera del mundo.
Sólo pido a la vida que nunca me deje un momento de reposo,
que mientras haya un soplo de vida en mí, me torture y me enlo-
quezca tu recuerdo, que cada día se me haga más odiosa tu ausen-
cia y que por una fuerza incontenible me llegue a encerrar en una
soledad que no esté habitada sino por tu presencia. Ya no sé quién
soy ni quién fui antes de conocerte. ¡,Acaso yo existía antes de co-
nocerte? No, no era sino un reflejo de la luz que iba llegando, de
tu presencia que se acercaba. Persígueme, tortúrame, maldíceme,
pero no me abandones a mi propia desesperación. Trata de com-
prender los sentimientos de un ser mortnl que te venera, que sien-
tt' un ansia irracional de confundirse contigo, que no conoce de la
vida otra cosa que lo que tú le has enseñado; que sabe que el día es
un largo período de siglos que parecen un instante cuando tu pre-
sencia se manifiesta; el resto del tiempo es noche. Manifiéstate a mí
bajo tu apariencia humana; no tomes el aspecto del sol o de la llu-
via para venir ,a verme; a veces me es difícil reconocerte en el ru-
mor del viento o cuando en mis sueños adquieres el aspecto dema-
siado violento de una enorme piedra de basalto que rueda por el es-
pacio~ infinito sin detenerse y me arrastra a la desolación de playas
muertas que la planta del hombre no había hollado aún, playas to-
das negras en que una montaña que ocupa todo el horizonte sostiene
una reproducción del tamaño del cielo de tu cabeza tal como yo la
conozco, tu cabeza rodeada de centellas y que despide un fuego
tan terrible que a veces se propaga hasta las nubes e incendia el
mundo. Pero basta el movimiento imperceptible de uno solo de
79
tus músculos, el más pequeño, para que todo vuelva a ser como
nosotros creíamos que era, antes de que tu presencia se manifestara
al mundo y antes de que yo fuera el primero y el último de tus
adeptos, oh espíritu nocturno. Abrásame en tus llamas podero-
so demonio; consúmeme en tu aliento de tromba marina, poderoso
Pegaso celeste, gran caballo apocalíptico de patas de lluvia, de ca-
beza de meteoro, de vientre de sol y luna, de ojos de montañas de
la luna. Gran vendaval, dispérsame en la lluvia y en la ausencia
celeste, dispérsame en el huracán de celajes que arremolina tu
paso de centellas por la avenida de los dioses donde termina la Vía
Láctea que nace de tu pene.
25 de julio de 1939
80
hle a la sensaClOn de mi ternura por ti; llámala de cualquier
modo: justa, injusta, reprobable, monstruosa; también es un
hecho innegable, más fuerte que mi muerte, más fuerte que el
infierno de cada día y que la desesperación en que me debato.
Es así, así será siempre.
Nada tengo que reprocharte o debiera reprocharte hasta el
aire que respiro; no es tu culpa ser lo más hermoso y lo más
terrible en mi vida. Tu ausencia, tu sadismo, tu indiferencia:
qué cosa puedo hallar fuera de tu mundo absorbente sino el si-
lencio y la sombra mortales en que a lo largo de los días te busco.
¡Qué bella debe ser la vida! Ahora llueve, para mí podría
ser la hora luminosa, el cielo azul, el aire tibio de la estación
más tibia en el clima ideal del mundo si pudiera verte intermi-
nablemente, hasta que mis ojos se cerraran viéndote, aparición
concreta de mi paraíso perdido, de mi lejano paraíso que no
encontraré jamás y que me deja más solo y más indefenso que
o todo ser humano.
10 de octubre de 1939
81