El Cerebrocentrismo PDF
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EL CEREBROCENTRISMO:
MODA, MITO E IDEOLOGÍA DEL CEREBRO
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Pérez-Álvarez, M. (2011). El mito del cerebro creador. Cuerpo, conducta y cultura. Madrid: Editorial Alianza.
El Mito Del Cerebro Creador
Cuerpo, Conducta y Cultura
Marino Pérez Álvarez
meditación, etc., etc. De alguna manera, el cerebro tiene que ver con todo eso
mientras estamos vivos.
Los neurocientíficos, en sus libros de divulgación, utilizan a menudo un
discurso pseudocientífico, plagado de personificaciones atribuidas al cerebro, como
si el cerebro contuviera hombrecillos (homúnculos) dentro haciendo lo que de
hecho hacen las personas. Así, dicen cosas de la siguiente guisa, extraídas de tres
libros distintos. Dice uno: «el cerebro descubre lo que hay en el mundo exterior
construyendo modelos y haciendo predicciones»; dice otro: «tu cerebro miente», «no
tiene la intención de mentirte», «pero es así»; en fin, dice otro: «la personalidad de mi
hemisferio izquierdo se enorgullece de su habilidad para clarificar, organizar,
describir y juzgar todo, absolutamente todo». El hemisferio izquierdo analiza de
forma crítica todo, asegura nuestro autor o autora, a excepción del propio discurso
homunculista, pseudo-científico.
Más específicamente, el cerebrocentrismo se va a caracterizar aquí con arreglo a
tres aspectos: moda, mito e ideología que envuelven el papel del cerebro.
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Hoy se dice con toda naturalidad que el cerebro piensa, razona, decide,
construye hipótesis, hace cálculos, reúne información, imita las acciones de los otros,
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etc. Es más, se da por hecho de que el cerebro (es el que) construye el mundo como
lo vemos. El mundo como lo vemos, coloreado, al derecho, tridimensional, estable
sería, en realidad, una gran ilusión creada por el cerebro a partir de datos sensoriales
descoloridos, invertidos, bidimensionales, inestables, según se dan en la redeña. El
cerebro hace el milagro de la visión.
El mundo que vemos ¿existe realmente fuera del cerebro?, se pregunta el
neurocientífico español Francisco Mora (Cómo funciona el cerebro, 2009), para
responder que no, de acuerdo con la opinión común de la neurociencia.
Las neurociencias actuales ya nos indican que el cerebro (nosotros mismos) no tiene acceso
directo a cuanto acontece en el mundo externo a menos que esos eventos del mundo sean
traducidos por los órganos de los sentidos. Nuestros órganos de los sentidos [...] son sensores
que traducen los sucesos que ocurren «ahí fuera» en procesos que ocurren «dentro», en el
cerebro. Es decir, diferentes tipos de energías del medio ambiente [...] revelan «cosas del
mundo». Esas «cosas» convenientemente traducidas por los receptores sensoriales a un
lenguaje simbólico, que sólo entiende el cerebro, permite que éste elabore y construya en un
proceso, tan maravilloso como todavía enigmático, «ese mundo» cotidiano que nosotros cree-
mos y aceptamos como real.
Cómo funciona el cerebro, p. 107
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[...] atribución de atributos psicológicos al cerebro no está avalada por ningún descubrimiento
neurocientífico que demuestre que, contrariamente, a nuestras anteriores convicciones, los
cerebros realmente piensan y razonan, tal como nosotros mismos lo hacemos. Los
neurocientíficos, psicólogos y científicos cognitivos que adoptan estas formas de adscripción no
lo hacen como resultado de unas observaciones que demuestran que el cerebro piensa y
razona.
La naturaleza de la conciencia, p. 35
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[...] esta atención exclusiva a subsistemas específicos de la mente/cerebro a menudo causa una
especie de miopía teórica que impide a los investigadores ver que sus modelos aún presuponen
que, en algún lugar, oculto en el oscuro «centro» de la mente/cerebro, hay un teatro cartesiano,
un lugar al que «todo va a parar» y donde se produce la conciencia. Puede que ésta sea una
buena idea, una idea inevitable, y hasta que veamos con detalle, por qué no lo es, el teatro
cartesiano seguirá atrayendo la atención de un sinnúmero de teóricos deslumbrados por una
ilusión.
La conciencia explicada, p. 51
Por lo que aquí respecta, dejando de lado a Dennett, se puede adelantar que el
teatro cartesiano es una mala idea porque supone al cerebro como si estuviera en un
tarro (cráneo) sobre un pedestal (cuerpo), donde los ojos y los oídos fueran ventanas
al mundo y las manos y los pies meros ejecutores del procesamiento de la
información. Algo tan obvio como el cerebro formando parte de un cuerpo y el
cuerpo en el mundo, no se puede obviar. Como se verá, las cuentas son otras cuando
se pone el cerebro en su sitio: en el cuerpo y en la cultura (capítulo 3). Se podrá decir
que el cerebro crea la cultura y que el cuerpo está representado en él: señal entonces
de que hay que discutir sobre el asunto.
La hipótesis revolucionaría es que Usted, sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y sus
ambiciones, su propio sentido de la identidad personal y su libre albedrío, no son más que el
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Se entiende que esta hipótesis ha de dejar fuera la ideología, por decir, las
creencias de la gente, las doctrinas filosóficas y las teorías antropológicas acerca de la
idea de identidad personal y de alma. «La creencia científica —dice Crick— es que
nuestras mentes (el comportamiento de nuestros cerebros) pueden resultar
explicadas por la interacción de células nerviosas (y de otras células) y de sus
moléculas asociadas» (La búsqueda científica del alma, p. 8). Así, por ejemplo, quien
acabara de leer el libro Historia natural del alma (2003) de la neuróloga italiana Laura
Bossi, mejor lo olvida, ya que todas esas ideas históricamente dadas vendrían a ser
efluvios del cerebro, poco más que los silbidos de la locomotora respecto del motor
de vapor —la mente es al cerebro lo que el silbido es al tren de vapor, decía Thomas
Huxley (1825-1895), en el siglo XIX—. Por lo que respecta a Francis Crick, se puede
ser uno de los mayores científicos de nuestro tiempo (como descubridor junto con
James Watson de la estructura del ADN) y a la vez sostener doctrinas filosóficas
decimonónicas.
Sin embargo, en muchos aspectos, como los que se vienen señalando aquí,jla
neurociencia supone probablemente más el triunfo de la ideología de la ciencia que
el de la ciencia sobre la ideología^ La propia «creencia científica» en la neurociencia
no es, hasta donde se sabe, un hallazgo neurocientífico que se encontrara en el
estudio de neuronas y células asociadas. La ciencia puede ser ella misma una
ideología y no sólo en el sentido de conjunto de ideas y teorías de una disciplina sino
como representación y superestructura que no reconoce las propias condiciones que
la determinan, erigiéndose a sí misma en criterio absoluto de saber y de verdad
autolegitimada. En este sentido, nada quita que la neurociencia responda a intereses
no declarados, no tanto por oscuros como por no aclarados o acríticos, tal es el
poder de las creencias incluyendo las científicas. La propia postura monista
materialista profesada por la neurociencia es ella misma una postura filosófica, no
científica. Como dijo el filósofo y psiquiatra alemán Karl Jaspers (1883-1969):
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Más allá de las filosofías declaradas, de las filosofías más o menos claras,
espontáneas o implícitas de los neurocientíficos, cabría decir que el auge de la
neurociencia responde en alguna medida tanto o más a intereses que a hallazgos.
Entre los intereses, que no necesariamente son designios preconcebidos sino acaso
formas inerciales de funcionamiento, podrían reconocerse como cuestión de hecho
el martilleo tecnológico, la citada proliferación de neurociencias sociales y la dimisión
de la responsabilidad de personas e instituciones a cuenta del cerebro.
El martilleo tecnológico se refiere a la tendencia, casi manía, de aplicar la
tecnología de neuroimagen a todo lo que se quiere estudiar en la perspectiva del
cerebro. O quizá sea más bien al revés: que todo se quiere estudiar en la perspectiva
del cerebro porque se dispone precisamente de la tecnología de neuroimagen. Desde
luego, esta tecnología es infalible, porque siempre se podrán obtener neuroimágenes
de lo que sea, desde masticar chicle a rumiar pensamientos obsesivos. Viene aquí al
caso el «martillo de Maslow». Como al parecer dijera el psicólogo estadounidense
Abraham Maslow (1908-1970): «Cuando la única herramienta de que se dispone es
un martillo, una infinidad de objetos cobran aspecto de clavo».
Lo cierto es que la tecnología fascina tanto a neurocientíficos como a
participantes que pasan por la máquina y al público que contempla las
neuroimágenes. No falta quien ve en esta fascinación de los neurocientíficos por la
neuroimagen una cierta semejanza con la fascinación de los adolescentes por la
tecnología que éstos ahora encuentran en sus manos como lo más natural. Así, el
filósofo y psicólogo estadounidense Alva Noé dice:
Como los quinceañeros, la neurociencia está en las garras de la tecnología; tiene un sentido
grandioso de su propia habilidad y carece completamente de un sentido de historia de lo que,
para ella, parece tan nuevo y excitante.
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Out of our heads. Why you are not your brain, and other
lessons from the biology of consciousness,
2009, p. 7
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