Lipovetsky Felicidad Paradojica PDF
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Primera parte
La sociedad del hiperconsumo.
... importa menos el valor estamentario que el valor privado y único del “como en casa”,
posibilitado por un “consumo creador”. Yo demuestro, al menos parcialmente, que
existo, como individuo único, por lo que compro, por los objetos que pueblan mi
universo personal y familiar, por los signos que combino “a mi manera”. En una época
en que las tradiciones, la religión y la política producen menos identidad central, el
consumo adquiere una nueva y creciente función ontológica. En la búsqueda de las
cosas y las diversiones, el Homo consumericus, de manera más o menos consciente, da
una respuesta tangible, aunque sea superficial, a la eterna pregunta: ¿quién soy? (p 40)
... Los placeres elitistas no se han esfumado, se han reestructurado con la lógica
subjetiva del neoindividualismo, creando satisfacciones que son más para uno que para
buscar la admiración y la estima del otro. Lo que importa no es ya “imponerse” a los
demás, sino confirmar el propio valor ante los propios ojos, estar, como dice Veblen,
“satisfecho de uno mismo”: “L’Oréal, porque yo lo valgo...
...Ha habido una ruptura...: la aceptación del destino social ha cedido el paso al
“derecho” al lujo, a lo superfluo, a las marcas de calidad... La atracción que ejercen las
marcas más costosas expresa menos la continuidad histórica de las estrategias
distintivas que la ruptura representada por la formidable difusión social de las
aspiraciones democrático-individualistas a la felicidad material y a vivir bien.
La felicidad paradójica 2
... ya no se compran marcas caras en razón de la presión social, sino en función de los
momentos y las ganas, del placer que se espera de ellas, y mucho menos para hacer
ostentación de riqueza o rango que para aprovechar una relación cuantitativa con las
cosas o servicios. Incluso la relación con las marcas está psicologizada,
desinstitucionalizada y subjetivada. (pp 42-44)
... El joven sale de la impersonalidad por una marca apreciada y con ella no quiere dar
testimonio de una superioridad social, sino de su participación total e igualitaria en los
juegos de la moda, de la juventud y el consumo... (p 45)
... En beneficio de la fase III, la civilización del objeto ha sido reemplazada por una
“economía de la experiencia”, vale decir de la diversión y el espectáculo, del juego, el
turismo y la distracción... (p 57)
... En la fase III hay que entender el consumo como un proceso de intensificación
hedonista del presente por la renovación continua de las “cosas”. una estética del
movimiento perpetuo y de las sensaciones fugaces dirige las prácticas del
hiperconsumidor.
... Menos premio de consolación o “negación de la vida” que dopaje mental y minidosis
de aventura, el consumo nos atrae por él mismo, con su capacidad para la novedad y
para animarnos. Un poco como en el juego, el consumo tiende a ser su propia
recompensa...El Homo consumans es más hoy Homo ludens que nunca, ya que el placer
de consumir se parece al procurado por el juego... (p 62)
... la subjetividad del neoconsumidor se afirma menos en la relación con el objeto que
en la relación consigo mismo... Hay que interpretar el apetito consumista como una
forma ciertamente trivial, pero más o menos eficaz, de exorcizar la fosilización de lo
cotidiano, de escapar de la perpetuación de lo mismo mediante la búsqueda de pequeñas
novedades vividas... El modelo del consumidor no es el individuo manipulado e
hipnotizado, sino el individuo móvil, el individuo trayectoria que zapea con las cosas
con la esperanza, por lo general defraudada, de zapear con su propia vida.
... En una época de consumo emocional, lo importante ya no es tanto acumular cosas
como intensificar el presente que se vive... Vaneigem sostenía que el consumo nos
condena a un “envejecimiento prematuro”: más justo sería decir que en él vive el sueño
de la eterna juventud, de un presente que siempre vuelve a comenzar y a vivirse: aquí se
encuentra el deseo más profundo del Homo consumericus...
Motivo por el que el consumo del ciclo III puede parecerse a una minifiesta... Aunque el
universo del consumo es inseparable de la relación con las cosas, paradójicamente es la
preocupación por el tiempo lo que constituye hoy su motivación subterránea. En el
bullir de las necesidades hay que oír los ecos de la búsqueda de una juventud emocional
estimulada hasta el infinito.
... Lévi Strauss señalaba que el consumo moderno estaba convirtiendo a los
norteamericanos en niños, siempre al acecho de novedades... (pp 63-5)
... Hay mucha injusticia caricaturesca en tomar la parte por el todo, el juego por la vida,
el consumo por la existencia. El neoadulto que se desahoga en Eurodisney no recae en
la infancia, se divierte infantilizándose, suspendiendo lo real en un espacio-tiempo
limitado, juega “a creer, a creer que cree o a hacer creer a los demás que es otra persona.
Olvida, disfraza, se despoja temporalmente de su personalidad para fingir otra”.... (pp
65-66)
... el “consumo regresivo” es sobre todo el signo de una cultura hedonista, lúdica y
juvenil, de una época en que las compras se realizan por mor de experiencias
subjetivas... (p 67)
,,, la fase III, en que se ve la hipertrofia de la oferta, aparece como una economía
dominada por la demanda. (p 73)
... Lo que triunfa no es la omnipotencia del logotipo, sino la fuerza de los valores
hedonistas, el gusto por el cambio, el deseo generalizado de participar en la sociedad-
moda. (p 87)
5. Hacia un turboconsumidor.
La fase III de la economía de masas nace en el momento en que los hogares consiguen
estar bien equipados...
...: un teléfono, una televisión, un coche para la familia. La fase III se ha liberado de
esta lógica, ya que el equipamiento se centra cada vez más en el equipamiento de los
individuos que integran el hogar... Pluriequipamiento que, innegablemente, permite una
relajación de los controles familiares, una mayor independencia de los jóvenes, más
autonomía personal en lo cotidiano. En pocas palabras, prácticas de consumo más
individualizadas... (p 90-91)
La fase II no se reduce a la difusión de los bienes de confort entre las masas. Ha creado
al mismo tiempo una cultura cotidiana dominada por la mitología de la felicidad privada
y los ideales hedonistas... todo se vende con la promesa de felicidad individual. Vivir
mejor, “aprovechar la vida”, gozar del confort y de las novedades comerciales aparecen
como derechos del individuo, como fines en sí, preocupaciones cotidianas de masas...
pregona con letras de neón el nuevo Evangelio: “Comprad, gozad, ésta es la gran
verdad”. Tal es la sociedad de consumo, cuya ambición declarada es liberar el principio
del placer, descargar al hombre de todo un pasado de privaciones, inhibiciones y
ascetismo... La fase II corresponde a la puesta en órbita de un individualismo de masas,
hedonista y consumista. (p 94)
El turboconsumismo.
... Por conceptualizarla con una fórmula, la fase III representa el paso de la edad de la
elección a la edad de la hiperelección, de monoequipamiento al multiequipamiento, del
consumismo discontinuo al consumismo continuo, del consumo individualista al
consumo hiperindividualista...
... de un consumo articulado por la familia a un consumo centrado en el individuo. (p
96)
... La sociedad del hiperconsumo puede escribir en sus banderas, con letras triunfales:
“A cada cual sus objetos, a cada cual su uso, a cada cual su ritmo de vida”. (p 97)
... Lo que define la fase III es la debilitación del poder directivo de las reglas colectivas,
la creciente personalización de las prácticas cotidianas, la mayor libertad de los agentes
en relación con la clase a la que pertenecen... (pp 97-98)
... la pulverización de los sentimientos y las imposiciones de clase han posibilitado las
elecciones particulares y la libre expresión de los placeres y los gustos personales. El “a
cada cual su lugar”, que expresa la primacía del grupo social, se sustituye por un
principio de legitimidad opuesto: “que cada cual haga lo que le plazca”. La cuestión
central no es ya “ser como los demás”, sino qué elegir en la sobreabundante oferta del
mercado: el principio de autonomía se ha convertido en regla de orientación legítima de
las conductas individuales... En la actualidad, lo que marca la diferencia en los géneros
de vida no es tanto el origen de clase sino el dinero de que se dispone... (pp 107-108)
... Aunque el orden social esté escindido, el universo simbólico de las normas es
homogéneo... (p 109)
... :La fase III ha forzado otro poco esta lógica, ya que el niño o el preadolescente ejerce
una influencia cada vez mayor en las compras realizadas por los padres: se ha
convertido en un comprador convertido en un comprador decisorio, por el dinero que le
dan para gustos, y al mismo tiempo en un prescriptor de compras, por el nuevo papel
que desempeña en relación con los padres... El hijo “mudo” forma parte de una época
pasada: en la situación actual, elige, emite voto, da consejo cuando se hacen las compras
... El hiperconsumo senior funciona, más aún que en otros tramos de edad, como una
especie de terapia cotidiana, como una forma de exorcizar el sentimiento de inutilidad,
la angustia de la soledad y del tiempo que pasa. (p 114)
... Según estas tesis, ha nacido una época nueva caracterizada por el advenimiento del
“consumidor emprendedor” que sustituye lo individual por lo familiar, el egoísmo por la
solidaridad, lo inútil por lo esencial, lo efímero por lo duradero... (p 116)
... Este consumo significa sobre todo que individualismo no es sinónimo de egoísmo
absoluto: puede ser compatible con el espíritu de responsabilidad, con la preocupación
por ciertos valores, aunque sea en un régimen de geometría variable, “sin obligación ni
sanción”. (p 118)
(Fase I) ... El sistema de créditos, en estos mismos años (años 20) y luego en la
posguerra, permitió desarrollar una nueva moral y una nueva psicología por las que ya
no era necesario economizar primero y comprar después. Nadie opinó en contra: el éxito
fue total, ya que la “domesticación” para el consumo moderno fue más allá de todas las
previsiones.
... Todas las inhibiciones, todas las defensas “retrógradas” se han eliminado; sólo
quedan en la palestra la legitimidad consumista, las incitaciones al goce del instante, los
himnos a la felicidad y a la conservación de uno mismo. El primer gran ciclo de
racionalización y modernización del consumo ha terminado: ya no queda nada que
abolir, todo el mundo está ya formado, educado, adaptado al consumo ilimitado.
Comienza la era el hiperconsumo... La fase III es esta civilización en que el referente
hedonista se impone como evidencia... (p 122)
Espiritualidad consumista.
... La fase se organiza bajo los auspicios del consumo “correcto”, del gusto con
conciencia cívica, ecológica y socialmente responsable.
Al mismo tiempo, la mercancía “responsable” se complementa con un consumo de
acciones humanitarias, el auge de las galas mediatizadas de beneficencia de masas, con
estrellas, juegos, risas, lágrimas, diluvios de llamadas y donativos. El hiperconsumidor
experiencial vota por los megaespectáculos de la bondad, los testimonios desgarradores,
... ¿La política? Mientras crecen las oscilaciones de las urnas, muchos ciudadanos
manifiestan una adhesión más flotante a los partidos políticos, se orientan más
individualmente, cambian de voto según la naturaleza y la apuesta de las elecciones: el
voto estratégico del consumidor político tiende a reemplazar al voto de clase a la
antigua usanza. (p 127)
... ¿La actividad sindical? Aquí todavía vence el vínculo temporal y a distancia, ya que
el afiliado ha acabado por convertirse en un simple cotizante, un “cliente” que trata con
la organización sindical como con una institución corriente: tras el compromiso
identitario que prevalecía hasta hace poco ha llegado para sustituirle una relación de
tipo utilitario. (p 127)
... Estamos en un momento en que se impone más o menos en todas las esferas el
principio del autoservicio y la transitoriedad de los vínculos, la instrumentalización
utilitarista de las instituciones, el cálculo individualista de los costes y los beneficios. (p
128)
... El espíritu revolucionario no pudo resistirse a los encantos del Edén consumista. Se
construyó una nueva cultura que sustituyó los sueños de discontinuidad histórica por el
culto a la plenitud subjetiva, a la calidad de vida, a la salud infinita... (p 129)
... Cuanta menos utopía revolucionaria hay, más aumenta el carácter reflexivo del
consumo-mundo repintado de verde. (p 132)
...: cuanto más se generaliza la comercialización de los modos de vida, más se afirma el
valor del polo afectivo en la vida privada. El universo el consumo-mundo no pone fin al
principio de la afectividad, lo consagra como valor superior, propio de la cultura del
individuo, que, por aspirar a la autonomía personal, rechaza las regulaciones
institucionales del tiempo privado... (pp 139-140)
Segunda parte.
... He aquí la paradoja mayor: las satisfacciones que se viven son más numerosas que
nunca, la alegría de vivir no avanza, léase retrocede; la felicidad parece siempre
inaccesible, aunque, al menos en apariencia, disponemos de más ocasiones para recoger
sus frutos. Este estado no nos acerca ni al infierno ni al cielo: define simplemente el
momento de la felicidad paradójica cuyas luces y sombras trato de describir aquí. (p
148)
(¿Decepción?) ... Permítaseme dudarlo. Pocos son realmente los ciudadanos que acusan
a estos bienes de no aportar más que confort y casi ningún placer. La verdad es más bien
que no se les presta atención, que es distinto. No hay mal humor ni amargura: sólo el
uso vagamente indiferente del consumidor. (p 154)
... Abandonado a sus propias fuerzas, el individuo emancipado vive como un asunto
personal lo que es una realidad socioeconómica. La época ve consolidarse la
individualización del fracaso social, ya que todas las encuestas ponen de manifiesto que
el paro obsesiona a los ciudadanos, cuestiona la identidad personal y social. (p 1609
Al difundir por todo el cuerpo social el ideal de la realización personal, la sociedad del
hiperconsumo ha exacerbado las discordancias entre lo deseable y lo efectivo, lo
imaginario y lo real, las aspiraciones y las vivencias cotidianas. Como los modos de
existencia se destradicionalizan y como las vidas personales y profesionales se vuelven
inseguras y precarias, se multiplican las ocasiones en que se siente tristeza, se duda de
uno mismo y se emiten juicios negativos sobre la propia vida... todo hace pensar que la
civilización hipermoderna, al remitir cada vez más al individuo a sí mismo, crea más
ocasiones de angustia... (p 162)
... Ha llegado el momento de revisar estas tesis. Pues si hay algo “trágico”, en general se
encuentra menos en la esclavitud de las cosas que en la relación, cada vez más difícil,
con uno mismo y con los demás... El fracaso no es del consumidor, se refiere al
individuo-sujeto y a su existencia íntima. Ironía de la época: la civilización de la
hipermercancía no ha creado tanto la alineación de las cosas como ha acentuado los
deseos de ser uno mismo, los desacuerdos con uno mismo y con los demás, la dificultad
de existir como sujeto. (pp 162-163)
... Si hay que recusar la idea de que la publicidad tiene un poder demiúrgico, diré que el
consumidor criba y selecciona las invitaciones que le salen al paso y no presta atención
más que a lo que está en sintonía con sus intereses, sus expectativas y sus preferencias
[Rober Leduc]... si a usted no le gusta el whisky, ningún cartel lo convencerá jamás de
que lo compre. La publicidad propone, el consumidor dispone: aquélla tiene poder, pero
no todo el poder. (p 169)
Todo esto se impone ahora como algo evidente: “educadas” en el lenguaje de los bienes
comerciales, alimentadas con la leche de la mercancía-espectáculo, las masas son ya de
entrada consumistas y están espontáneamente prendadas de las compras y las evasiones,
las novedades y el vivir mejor. Por lo cual la publicidad ha dejado de ser un agente
inventor de un estilo de vida radicalmente nuevo. (p 172)
... La fase III se apoya menos en un consumidor hipnotizado por la magia de las marcas
que en un consumidor distanciado y nómada. Aunque este cambio no significa
soberanía del consumidor, al menos permite vaciar de contenido el paradigma de la
omnipotencia publicitaria. (p 175)
... Encerrado en el universo de las cosas, víctima de una sed insaciable de goces y
novedades, siempre deseoso de lo que se le pueda ofrecer, el neoconsumidor es esclavo
de un juego de resultado negativo en el que las insatisfacciones no dejan de
intensificarse. Apenas se sacia una necesidad cuando aparece otra que reactiva la
sensación de privación y empobrecimiento psicológico... Un nuevo sentido trágico se ha
apoderado de nuestra vida: lo trágico de la “satisfacción perpetuamente insatisfecha”
[Jean-Marie Domenach] (p 175-176)
... Por más que las mercancías seduzcan con paraísos ilimitados, los deseos de los
consumidores, a la postre, no son exagerados; las insatisfacciones pueden ser
recurrentes, pero no por eso vuelven el presente “invivible” o desastroso, pues las
aspiraciones permanecen, en términos generales, dentro de los límites de lo “posible”.
La adaptación de la intensidad de las aspiraciones a las circunstancias define mejor al
hiperconsumidor que la hipertrofia de Penia. (pp 177-178)
A pesar de los deseos de más dinero que se expresan con frecuencia creciente, lo que
acarrea las mayores alegrías y las peores desgracias a la mayoría de nosotros no es la
adquisición de cosas, sino la relación con nosotros mismos y con los demás. Son los
demás y no las cosas quienes suscitan las pasiones más inmoderadas, las alegrías, pero
también los sufrimientos más vivos... Está claro que el Homo felix no se puede
identificar con el Homo consumans: el deseo de cosas está lejos de haber colonizado
totalmente los ideales y los fines de la existencia... Por lo cual, la relación con el otro es
lo que puede poner los mayores obstáculos a la felicidad y lo que impide a las cosas
cruzar el abismo de la insatisfacción. (pp 178-179)
Mediador de la “verdadera vida”, el consumo se tiene asimismo por algo que permite
librarse del desprecio social y de la imagen negativa de uno mismo... Así que la
sociedad de hiperconsumo se caracteriza tanto por el aumento de los sentimientos de
exclusión social como por la intensificación de los deseos de identidad, de dignidad y de
reconocimiento individual. (p 183)
Por un lado, los jóvenes de los barrios periféricos de las grandes ciudades asimilan
masivamente las normas y los valores consumistas. Por el otro, la vida precaria y la
pobreza les impiden participar plenamente en las actividades de consumo y en las
diversiones comerciales. De esta contradicción surge con fuerza un chorro de
sentimientos de exclusión y de frustración, al mismo tiempo que comportamientos de
tipo delictivo... Despreciando la condición obrera y la cultura laboral, rechazando la
política y el sindicalismo, los jóvenes “marginados” construyen su identidad alrededor
del consumo y de la “pasta”, de la pinta y el trapicheo [François Dubet]... pero estos
fenómenos no pueden aislarse del auge de la cultura consumista, que ha contribuido
abundantemente, por un lado a disolver las conciencias de clase y la autoridad familiar,
por otra a impulsar una nueva intolerancia a las frustraciones. La coincidencia de estas
dos series de fenómenos se encuentra en la base de la desculpabilización y la
trivialización de la delincuencia en las zonas sociales de exclusión... Privados de
Una de las ironías de la época es que los excluidos del consumo también son una
especie de hiperconsumidores. Privados de participación auténtica en el mundo laboral,
víctimas de la ociosidad y el hastío, los individuos con menos medios buscan
compensaciones en el consumo, en la adquisición de servicios o de bienes de equipo,
aunque a veces sea en perjuicio de lo más útil. Es así como algunos hogares pueden
abonarse a la televisión de pago, aunque no tengan para pagar el recibo de la luz. En los
medios desfavorecidos de Gran Bretaña, dos de cada tres niños tiene televisión en su
habitación. Las presiones y las actitudes consumistas no se detienen en las fronteras de
la pobreza y hoy se extienden por todas las capas sociales, incluidas las que viven de la
seguridad social. Por un lado, la fase III es una máquina tremenda de socialización por
el consumo; por otro, desorganiza los comportamientos de categorías enteras de la
población que son incapaces de adaptarse a la pobreza y de resistirse a las tentaciones
de la oferta comercial.
... En la fase III, los have nots no se sienten pobres sólo porque consuman pocos bienes
y diversiones, sino también porque consumen demasiadas imágenes de felicidad
comercial.
En este punto del análisis se podría formular una hipótesis: que por donde más influye
la televisión en la violencia de los jóvenes es por esta vía “feliz”, incitante y
publicitaria, y no, como se suele afirmar, por la inflación mediática de escenas de
sangre... En las horas de mayor audiencia, las cadenas de televisión de Estados Unidos
emiten más de quince minutos de publicidad por hora. Los concursos hacen soñar con
una vida rica, las películas y teleseries retratan las formas de vida de las clases medias.
¿Cómo es posible que esta sobreexposición a las imágenes del dinero y el consumo feliz
no aumente el malestar de los excluidos, no exaspere los deseos y las frustraciones de
los jóvenes con menos recursos? Lo que incita a la violencia real no es tanto el alud de
imágenes violentas como la diferencia entre la realidad y lo que se espectaculariza como
modelo ideal, la brecha que separa la exhortación al consumo del coste real de éste...
(pp 185-186)
...: desde fines de los años setenta, el número de menores juzgados por actos de
violencia se ha multiplicado por cuatro. Cuesta no relacionar este hecho directamente
con la disgregación de las familias, con la pérdida de autoridad parental, con las
insuficiencias de la educación, que dan lugar a la erosión del sentido de los límites, de
las reglas y de las prohibiciones, una juventud más abandonada a sí misma y que,
despojada de referentes, muestra menos capacidad para soportar las frustraciones y los
impedimentos... (p 187)
... la fase III es testigo de lo que podría llamarse individualismo salvaje, es decir,
anómalo y trasgresor, que combina lógica de la carencia (pobreza, fracaso,
insatisfacción) y lógica del exceso, lógica de la frustración y lógica de la
“heroificación”, pulsión de odio y estrategia utilitaria... (p 189)
... Si la fase III significa para unos tener cada vez más y vivir más, para los
desfavorecidos crea, en cambio, la convicción de vivir menos y de ser menos. (p 191)
Al hacer el balance humano de la fase II, Fouratié señalaba ya, en un libro famoso, que
la insatisfacción, el “estar hartos”, la melancolía, se habían vuelto los rasgos más
destacados del hombre medio de las sociedades prósperas. Atiborrado de bienes de
consumo pero solo e inestable, este hombre sabe ya “que es más difícil ser feliz siendo
rico que siendo pobre”. (p 191)
Hay otro factor que sostiene la epidemia hipermoderna de malestar: se trata de los restos
de la educación familiar. Son muchos. Por decirlo en pocas palabras, la educación de
tipo tradicionalista y autoritario ha sido desplazada por una educación psicologizada,
“sin obligación ni sanción”, entrega al desarrollo del hijo, a su satisfacción completa, su
felicidad inmediata. Ya no hay que “meter en cintura” ni que castigar, sino hacer todo lo
posible para que el hijo no se sienta nunca insatisfecho ni desdichado, hacer todo lo
posible, también es verdad en algunos casos, para evitar conflictos agotadores con él y
verse en la incómoda situación de tener que decir “no”. En la fase III, la coerción
parental se compara con el maltrato, con la “novatada”, con una forma de violencia
condenable porque puede acarrear frustraciones, complejos y otros trastornos. Así, hay
multitud de padres que no imponen reglas ni estructuras fijas aduciendo que lesionan la
personalidad del hijo y le ocasionan sufrimiento interior; ya no quieren tanto inculcar el
sentido del límite, respeto y obediencia, como escuchar y satisfacer los deseos de los
hijos. Si bien esta psicologización de las educación materializa, por exceso, ciertas vías
abiertas por el psicoanálisis y las teorías pedagógicas de comienzos del siglo XX, sólo
se ha impuesto socialmente con el florecimiento de la civilización consumista y sus
ideales hedonistas, ya que la negativa a frustrar al hijo aparece como el estilo educativo
acorde con los valores del confort y del bienestar individualista: la sociedad consumista
y la educación sin coerciones son parte del mismo sistema. La transformación de la
esfera educativa no ha dejado de tener consecuencias profundas en la vida psíquica de
los individuos.
Uno de los efectos de esta educación es que tiende a privar a los hijos de reglas, de
pautas ordenadas y regulares que son necesarias para la estructuración psíquica. De ahí
resulta una acusada inseguridad psicológica, personalidades vulnerables que no cuentan
ya con disciplinas interiorizadas, esquemas estructuradores que en otros tiempos
permitían hacer frente a los momentos difíciles de la vida. En este contexto se
multiplican las individualidades desorientadas, frágiles, caracterizadas por las
“identificaciones débiles” y la falta de defensa interiores. Mientras el hijo tiende a
perder la capacidad de superar las frustraciones, el adulto está cada vez menos
preparado para afrontar los conflictos, para soportar los reveses de la existencia y el
peso de las circunstancias. En la base de la fragilidad subjetiva hipermoderna se advierte
la ausencia de “gula” y de fuerzas interiores. Mientras el hijo tiende a perder la
capacidad de superar las frustraciones, el adulto está cada vez menos preparado para
afrontar los conflictos, para soportar los reveses de la existencia y el peso de las
circunstancias. En la base de la fragilidad subjetiva hipermoderna se advierte la
ausencia de “guía” y de fuerzas interiores que ayuden a resistir las adversidades; los
procesos de desinstitucionalización y psicologización se han desestabilizado
conjuntamente y han desequilibrado las identidades subjetivas. Es posible que una
sociedad que ordena a los individuos que sean ellos mismos esté exigiendo demasiado,
pero lo decisivo es que por la cultura del bienestar total se encuentran despojados de
recursos psíquicos, interiormente inermes para hacer frente a lo imprevisto y a la nueva
complejidad de la existencia, poco o mal preparados para someterse a los cambios de la
fortuna. En relación con este punto hay que acordarse de Durkheim, que concluyó su
estudio sobre el suicidio con estas palabras: “El malestar que padecemos no se debe,
pues, a que las causas objetivas del sufrimiento hayan aumentado en número o en
intensidad: no refleja una gran pobreza económica, sino una alarmante desdicha moral”.
(pp 193-195)
... La fase III no garantiza futuros memorables, pero los individuos, con más frecuencia
que antes, pueden ser movilizados por metas y proyectos aptos para reinventar el
optimismo, para volver a creer en la posibilidad de la felicidad. ¿Es esto engañarse? Es
también y sobre todo una condición para escapar a la desesperanza. Ni tierra prometida
ni valle de lágrimas, la sociedad de hiperconsumo es una sociedad de trastornos y
estímulos, de aflicciones y renacimiento subjetivo. (p 196)
La figura de Dioniso irrumpió en la escena intelectual a fines de los años setenta, para
conceptuar el paisaje cultural de las democracias rediseñadas por el ímpetu de los
valores hedonistas, disidentes y utópicos... En vez de adorar la disciplina, la familia o el
trabajo, una cultura nueva celebra los placeres del consumo y la vida del presente. Con
este telón de fondo, una generación contestataria que rechaza la autoridad y la guerra, el
puritanismo y los valores competitivos, llama a la liberación sexual, a la expresión
directa de las emociones, a las experiencias psicodélicas, a formas distintas de
convivir... Hacer retroceder las fronteras del Yo, “flipar”, vibrar y sentir, el espíritu de
los tiempos pide placeres sin restricción, subversión de las instituciones burguesas en
nombre de una vida intensa y espontánea. (p 197)
... para J. Brun, las pasiones que aparecen en las sociedades desarrolladas son búsquedas
de vértigo y embriaguez que pongan un poco de sabor a una existencia cada vez más
insulsa. Pues el hombre de tipo nuevo sólo está obsesionado por las “cosas” en
apariencia: lo que en realidad espera es una “sobreabundancia de ser”, convulsiones
eróticas y extasiantes que le liberen de la pesadez de su condición. Embriagado por el
consumo, sumergido en un torrente de incitaciones, al acecho del “viaje” y de lo
inusual, de transgresiones y músicas enloquecedoras, el hombre dionisíaco no tiene más
objetivo que romper los límites de su Yo, librándose de todo centro y de toda
subjetividad en un paroxismo de sensaciones y latidos del deseo. El gran deseo de
Dioniso es evadirse de sí mismo, repudiar el Yo sumergiéndose en lo informe y lo
caótico, hundiéndose en el océano de las sensaciones ilimitadas. Liberarse de la cárcel
del Yo, liberarse de los dolores de la individualización, hacer explotar el principium
individuationis: tal es el sentido profundo del hombre dionisíaco, el de ayer y el de
nuestros días. (pp 198-199)
... Cuanta más superficie conquistan las referencias lúdico-festivas, más se presenta la
sociedad, en realidad, con un aspecto radicalmente antidionisíaco. Lo que se nos pone
delante no son las nuevas epifanías del señor de los placeres, sino la escenificación
lúdico-hedonista de su entierro. No la reencarnación de los valores orgiásticos, sino la
invención del cosmos paradójico de la hipermodernidad individualista.
... Las alegrías colectivas de la comunidad reunida y desbordante han cedido el paso a
los placeres privados del consumo de distracciones, Viajes, turismo, deportes.... Nada
de “escapar de uno mismo”, sino todo lo contrario, abundancia de tiempo para el sujeto,
para hacer lo que le apetezca; no hay ninguna disolución del principium individuationis,
sino más bien un tiempo recreativo en el que se afirman los gustos subjetivos... Las
bacanales trastocaban las costumbres sociales y, en la fiesta colectiva y extática,
conducían al abandono del yo. El universo del ocio actual no es ni una cosa ni otra: es el
de la privatización de los placeres, la individualización y comercialización del tiempo
libre. Todo menos orgiástico-estática, la lógica que triunfa es la del tiempo
individualista del ocio-consumo. (pp 202-203)
Una expresión resume este desplazamiento: empezó a estar en boga en los años setenta:
se trata de la calidad de vida planteada como nueva frontera del confort, nuevo objeto
central de la fase III... (p 210)
... La fase III no se distingue por la resurrección de Dioniso, sino por la invención de
una nueva cultura del confort que, vuelta hacia el vivir mejor cualitativo y hacia las
subjetividades emocionales, no deja por ello mismo de evocar la figura representativa
de los excesos pulsionales. La “ley” es implacable: cuanto más se afirma el confort-
mundo, más desaparece Dioniso... (p 211)
... Con el gusto por la casa aislada no se expresa ya tanto el clásico deseo de hacer
alarde del éxito social como que la calidad de vida abarque la “tranquilidad”, la
autonomía de cada cual, la seguridad domiciliaria. Ya cosa normal, el chalé se ha
convertido en un símbolo de las nuevas exigencias individualistas de libertad, de
espacio habitable, de Naturaleza (el jardín). La intolerancia a las molestias ocasionadas
por otros, el gusto por la intimidad, la creciente necesidad de seguridad, todos estos
factores han propiciado la explosión de la casa unifamiliar, la voluntad de vivir lejos de
la ciudad, aunque sea a costa de perder más tiempo con el transporte diario. Vivida
como burbuja que protege del exterior, la casa es un signo entre otros mil de la pujanza
del neoindividuolismo, que no es repliegue autárquico, sino aspiración a la intimidad,
búsqueda de placeres resguardados, huida de un entorno humano inevitable y asfixiante.
(p 212)
... lo que constituye uno de los rasgos principales de la fase III: la privatización de los
modos de vida, la formidable expansión social de los deseos de independencia y de
bienestar de las personas... (p 213)
... Cuanto más se pregona la felicidad hedonista, más “miedos y agitaciones” comporta
ésta_ se propaga menos el carpe diem que la sensación de inseguridad. En realidad, el
culto al instante no va por delante de nosotros: retrocede. (p 228)
.. Menos “flipar” y más gestionar el capital cuerpo, conservarse con buena salud,
envejecer en “buen estado”: la vigilancia del Homo sanitas ha conseguido reducir como
nunca la sinrazón dionisíaca. (p 229)
... hay que desmentir las sociologías que interpretan la cultura actual bajo el signo del
culto al presente, dedicado a la celebración de las vivencias placenteras y a disfrutar el
momento. Por un lado, las incitaciones hedonistas; por el otro, raudales de información
sobre los riesgos que nos amenazan... En lugar de la conciliación con el instante, la fase
III comporta una relación cada vez más problemática y angustiante con uno mismo y
con el tiempo inmediato. (p 231)
... ¿A qué se debe esta “moderación” libidinal?... hay dos factores que merecen
destacarse. Se trata primero del peso del ideal relacional-afectividad y luego de la
necesidad de reconocimiento subjetivo.
Durante mucho tiempo, las principales fuerzas que contenían las pulsiones sexuales han
sido el código del honor y la moral religiosa. Esta época ha pasado. Lo que desempeña
ese papel en el presente es un orden cultural que valora los lazos emocionales y
sentimentales, el diálogo íntimo ente Yo y Tú, la proximidad comunicativa con el otro.
La relativa tranquilidad de las costumbres sexuales hipermodernas no es un residuo de
puritanismo: se nutre del ideal secular del sentimiento y la felicidad que se identifica
con la “felicidad de dos”. En una sociedad que no deja de rendir culto al ideal amoroso
y en la que la “vida de verdad” se asocia a lo que se gusta en pareja, la relación estable y
exclusiva constituye todavía un objetivo ideal. Así, el premio reconocido al amor y al
sentimiento, la búsqueda de una intimidad relacional, la necesidad de un sentido de
intensidad en la vida y en la relación con el otro tienden, al margen de todo principio
La relación sentimental no se valora sólo porque se identifique con una vida llena de
emociones y de sentido, sino también porque permite realizar una de las aspiraciones
más profundas de las personas: ser reconocido como subjetividad incanjeable. No
olvidemos que ser amado supone ser elegido, sobreestimado, preferido a todos los
demás, con todas las satisfacciones íntimas que eso comporta...: si la experiencia
amorosa propicia siempre una exaltación así es porque es inseparable de las seducciones
del espejo narcisista, porque halaga al yo, que se siente valorado o está esperando ser
valorado como sujeto único... En la base de la falta de interés de las mujeres en general
por la promiscuidad se encuentra el deseo preeminente de ser importante para alguien,
el placer de ser objeto de una atención especial, de existir para el otro en cuanto persona
“privilegiada”... La civilización hedonista ha traído menos el culto a un erotismo
extremo que una escalada de demandas de respeto, de reconocimiento individual, de
atención para uno. (pp 237-238)
Incluso las fiestas caracterizadas por la dimensión identitaria y comunitaria (...) ilustran
esta nueva preponderancia de la dinámica individualizadora, dado que funcionan según
una lógica de participación optativa, de búsqueda de “desarrollo personal” y de
reconocimiento particularista. La participación actual en las concentraciones festivas
indica un deseo, una elección individual, un acto de libre adhesión... Las neofiestas
tienden menos a renegar el orden social que a permitir a los individuos reivindicar sus
raíces, vivir una experiencia de comunión colectiva, afirmar un compromiso personal.
La fiesta se ha puesto al servicio del individuo que busca calor comunicativo, arraigo y
seguridad comunitaria... la fiesta funciona como un instrumento de autodefinición y
afirmación de uno mismo, en un tiempo en que las identidades colectivas ya no vienen
dadas de una vez para siempre... (p 245-246)
La fiesta hipermoderna no subvierte nada, no suspende ya ni regla ni tabú, ahora son los
propios principios de la vida cotidiana (seguridad, salud, vida higiénica, respeto por las
personas, sentido de la convivencia, educación, discreción) los que estructuran las
celebraciones colectivas. Estamos más allá de la trasgresión, de las subversiones y otras
dilapidaciones: es el tiempo de la fiesta lisa y llana, pues la fiesta light se alinea con los
valores de fondo del orden cotidiano... (p 247)
... ¿Obsesión por la proeza? ¿Fiebre del obrar por obrar? No es ésta exactamente la
imagen que dan la pasión colectiva por las vacaciones, la espera de los fines de semana
y los puentes, el deseo de encontrar un equilibrio mejor entre trabajo y vida privada, el
gusto por la holgazanería, el apego a la jubilación. Uno de los epitafios más apreciados
del siglo XIX era: “El trabajo fue su vida”... el trabajo ha dejado de ser la actividad más
importante para los dos tercios de los ciudadanos... En realidad, es el tiempo
extralaboral el que se impone como más atractivo, más cargado de valores esenciales.
La liturgia de los desafíos podrá inflamar a los incondicionales del trabajo, pero todo
indica que no es así para la inmensa mayoría, que encuentra más la plenitud personal en
el goce del tiempo libre y en la vida relacional que en el activismo profesional. (p 255)
... Cuando los asalariados se declaran favorables a la idea de poder trabajar más, no se
hacen eco del creciente empuje de la norma del triunfo, sino de la formidable expansión
del consumo-mundo y de las necesidades de dinero que engendra. En la sociedad de
hiperconsumo, el primer imperativo no es superarse, es tener ingresos holgados para
participar sin dificultades en el universo de las satisfacciones comercializadas... (p 256)
... Cuanto más proponen las empresas un modelo de triunfo individual, menos adhesión
y entusiasmo despierta. No hay culto a la proeza, sino miedo. Lo que progresa es la
ansiedad, la tensión, la crisis subjetiva, así como la desconfianza hacia la empresa, no la
furia de vencer a Superman. (p 258)
... Wendell Phillips afirmaba en 1926: “No conocemos a ningún superhombre sin
supersalud”: y ahí estamos, pues la salud no se define ya sólo como ausencia de
enfermedad o indisposición, sino, según la OMS, “como estado de completo bienestar
físico, mental y social”. “Salud exuberante” que Superman quiere alcanzar con las
nuevas píldoras de felicidad. (p 270)
... En análisis hoy famosos, Heidegger caracterizó la modernidad por la desaparición del
reinado de los fines en beneficio de la intensificación de los medios técnicos o por la
aplicación a todo del principio de eficacia y productividad...
Sobre este fondo se describe a Superman como voluntad para, tendencia pura a la
superación de sí mismo, como si el activismo sin freno, el despliegue del poderío, la
carrera por el éxito y el dinero hubieran absorbido toda la energía de las subjetividades.
Los goces sensibles, las voluptuosidades carnales y estéticas, esto es lo que naufraga...
Se acabaron los vagabundeos y los diletantismos del placer, el hedonismo ya no está de
moda y sólo es indicio de una “antropología ya superada”. Así es como en la
civilización del ajetreo y lo virtual, Superman aparece como un héroe descorporeizado.
(p 271)
... Los mercados del consumo reflejan en todas partes el retroceso de la “eficacia”
estricta en beneficio de un proceso de hibridación en el que la perfección técnica no
tiene valor si no está mezclada con lo que procura placer de los sentidos y de la
apariencia, ya que el hiperconsumidor es cada vez más sensible a la imagen personal, al
estilo, a la estética de los productos. El posicionamiento “funcional” no basta ya: la fase
III equivale mucho menos a la desrealización-desensualización del mundo que a la
cosmetización generalizada de los signos, los objetos y los cuerpos. (p 274)
... En la fase III, el hiperconsumidor tiene cada vez menos medios simbólicos para dar
un sentido a las dificultades que encuentra en la vida: en un tiempo en que el
sufrimiento no tiene ya el sentido de prueba que hay que superar, se generaliza la
exigencia de eliminar lo más aprisa posible, químicamente, los problemas que afligen al
paciente y que aparecen como una simple disfunción, una anomalía tanto más
insoportable cuanto más se impone el bienestar como ideal de vida predominante... La
novedad del asunto reside en la creciente intolerancia al malestar interior, así como en la
espiral de demandas consumistas en relación con el bienestar psicológico. La
“medicalización de la existencia” es menos la respuesta a la dictadura de la proeza que
el efecto de la fuerza del imaginario del bienestar y de la calidad de vida, que abarca ya
el campo psíquico. (pp 278-279)
... Los factores que alimentan el torrente consumista son de otro género y en cabeza de
los mismos figura, ya lo hemos visto, la consagración social de los valores hedonistas y
sanitarios. Pero hay otros: subrayemos en particular la disolución de los vínculos
sociales, el retroceso de los sentimientos de pertenencia a una comunidad, el
crecimiento de la incertidumbre, la fragilización de la vida profesional y afectiva, la
relajación de los lazos familiares. Todos estos factores han acentuado con fuerza,
durante la fase III, la sensación de aislamiento, la inseguridad interior, las experiencias
de fracaso personal, las crisis subjetivas e intersubjetivas. En una palabra, el malestar. lo
indican sobre todo la multiplicación de los suicidios, el crecimiento de la toxicomanía,
de los psicotropos y las demandas psiquiátricas. Pero también el entusiasmo de los
franceses por los animales domésticos, los clubs de solteros, el creciente mercado de los
contactos por Internet. Este estado de soledad, de angustia, de malestar subjetivo, es el
que sustenta en parte las furias consumistas, ya que éstas permiten “darse placer”,
regalarse con pequeñas alegrías que compensan la falta de amor, de vínculos o de
reconocimiento... Destinado a “elevar la moral”, a “amarse a uno mismo”, el consumo
de la fase III se define, en este plano al menos, en el modo emocional. El Homo
psychologicus se ha convertido en el multiplicador mayor del Homo consumericus. (pp
279-280)
... En los años cincuenta, los mejores observadores señalaban ya la anexión del orden
sexual por la dinámica consumista. Identificadas con una distracción fácil de obtener,
con un placer frívolo válido por sí mismo, las relaciones sexuales tienen tendencia a
convertirse en “bienes de consumo” que pueden elegirse a voluntad, sin auténtico
compromiso, un poco como en un autoservicio... Si el sujeto libidinal moderno se
beneficia de la relajación de las trabas tradicionales, no por ello está menos dirigido por
nuevos modelos estandarizados, por ejemplo la obligación de parecer libre, gozar al
máximo, estar a la altura de lo que se espera en el comportamiento erótico. En épocas
anteriores predominaba la norma de la mojigatería; en tal caso podríamos tener hoy una
“libertad impuesta”, una “manía persecutoria” de nuevo cuño, la de la sexualidad y el
“orgasmo obligatorio”.
Este enfoque ha tenido mucha difusión: guiado por autores diversos, no ha dejado de
oírse, presentándose como una victoria intelectual alcanzada con gran esfuerzo frente a
las ilusiones de la conciencia ideológica. Al cabo de cincuenta años hay una oleada de
escritos que atribuyen a la liberación sexual el “chantaje de la erección permanente”, el
“estajanovismo del hedonismo”, “la tiranía de lo genital”, la dictadura del coito. ¿Creéis
que habéis conquistado la libertad? Craso error, porque nuestra época nos ordena
sistemáticamente experimentarlo todo, que nos liberemos de los bloqueos e
inhibiciones, que gocemos al máximo, que seamos una especie de atletas de la libido.
Por lo visto, bajo la apariencia de la permisividad progresa la ferocidad de las normas de
la excelencia mensurable, un hedonismo cuantitativo y obligatorio que más que
desinhibir a los individuos, los acompleja. (pp 281-282)
¿Qué queda, en estas condiciones, de los juegos delicados y poéticos del amor? En la
era del porno y la sexología, afirman los decepcionados de la permisividad, no tenemos
ya más que un erotismo hiperrealista y obsesivo, deshumanizado, deslastrado de la
dimensión racional con el otro. La verborrea emancipadora y el hedonismo cultural se
aúnan para destruir el contenido afectivo de la sexualidad, reduciendo ésta a un savoir-
faire técnico, a una relación contractual pobre y despoetizada, sin imaginación ni afecto.
Mientras crecen la “deserotización del mundo” y la impersonalidad de la relación con el
otro, la fase III transforma a los individuos en “faltos de amor”, en sujetos calculadores,
incapaces de establecer vínculos reales entre ellos. En la lista de proezas de Superman
podría figurar ahora el haber decapitado al cariñoso Cupido. (p 283)
... Sin duda la fase III se caracteriza por el aumento de los hogares de un solo individuo.
Pero no por eso han desaparecido el ideal de la pareja, el deseo de vivir un “gran amor”,
los sueños secretos del Príncipe Azul... (p 284)
¿Habrá que afirmar, tras los pasos de Barthes, que la indecencia del sexo ha sido
reemplazada por “la obscenidad del sentimiento”? No parece que sea eso exactamente
lo que ocurre el día de san Valentín, cuando las páginas de los periódicos se llenan de
declaraciones ardientes. Tampoco es eso lo que revelan los mensajes amorosos que cada
día circulan más en forma digital. La verdad es que no ha habido ninguna devaluación
del “te quiero”: a lo sumo, se pronuncia después y no antes el acto sexual. La “muerte
... Cada vez son más los hombres y mujeres que reconocen tener dificultades para amar
de un modo prolongado y se muestran escépticos ante la posibilidad de amar a la misma
persona “toda la vida”. Desde este punto de vista, lo más notable no es tanto el sexo por
el sexo ni el crecimiento relativo de las parejas sexuales como la multiplicación de las
historias amorosas. Al final se anda menos de aventura sexual en aventura sexual que de
historia amorosa en historia amorosa. Por un lado, el ideal amoroso es un cortafuegos
ante el consumo-mundo; por otro, la vida sentimental tiende a alinearse con la
temporalidad efímera y acelerada del hiperconsumo. No hay anulación de la dimensión
afectiva, sino una vida amorosa que se está estructurando como el turboconsumismo,
por el destronamiento del mito del amor eterno, la descalificación de los ideales de
sacrificio, el aumento de las relaciones temporales, la inestabilidad y el zapeo de los
corazones. Consumismo sentimental que podrá ser cualquier cosa menos eufórica, dado
que produce sensación de vacío, decepción, resentimiento, heridas íntimas. Luego si hay
un consumo hedonista, también existe una dimensión sismográfica del hiperconsumo,
dominada por la repetida alternancia de felicidad y tristeza, exaltación y abatimiento.
(pp 285-286)
... Pero entre la valoración del polo sexual de la vida y la valoración de la eficacia hay
una brecha que nada autoriza a cruzar, ya que las mujeres, en términos generales, no
muestran un entusiasmo desbordante por el sexo cuantitativo u operativo. Más bien
rechazan el principio, que se considera una obsesión machista que comporta más la
cosificación de la persona que una respuesta satisfactoria al deseo. Hay que prestar
atención al detalle: al producir indiferencia, ironía o aburrimiento, el sexo eficaz,
liberado de la dimensión subjetiva y emocional, apenas encuentra eco en el universo
femenino... (p 286)
... Desdicha sexual y afectiva que deriva el alineamiento del orden erótico con el
económico. Así como el liberalismo económico produce una nueva pobreza, también el
liberalismo sexual engendra un neopauperismo libidinal y afectivo. En este universo
hipercompetitivo, sólo unos cuantos sacan provecho de la liberización de las
costumbres, ya que la mayoría está condenada a la soledad, a la frustración, a
avergonzarse de sí misma... Al fin y al cabo, el individualismo y el liberalismo cultural
no han hecho sino aislar paulatinamente a las personas, volverlas egocéntricas,
incapaces de hacer feliz a otro. Lejos de haber potenciado la felicidad de los sentidos, la
revolución sexual produjo un tremendo alud de frustraciones y malestar. Liberación de
los cuerpos, desamparo de los seres. (p 289)
... lo que interesa es saber si esto da derecho a afirmar, como hace Allan Bloom, que la
liberación de los cuerpos “nos hizo mucho más mal que bien”. ¿Avanza pues el orden
sexualista e hiperindividualista, lisa y llanamente, hacia el infierno de la soledad, la
insatisfacción y la ansiedad?...
[...]
... Si la sexualidad en época liberal crea ansiedad comparativa, también favorece una
sexualidad más sensualista, más recreativa, más lúdica. A fin de cuentas, lo que califica
el momento hipermoderno no es la obsesión plusmarquista que pregonan los medios,
sino la hedonización y la diversificación de los comportamientos sexuales de la
mayoría. No responsabilicemos a la era del sexo-placer de todos los males. Seamos
sinceros: ¿quién quiere realmente volver atrás? (pp 290-291)
Para finalizar, no vivimos tanto el fracaso de la revolución sexual como los límites
rigurosamente infranqueables del proyecto político de plenitud libidinal universal. La
ilusión fue creer que podía ser un progreso ilimitado, un avance ininterrumpido,
irreversible, universal, hacia la felicidad erótica. En las sociedades individualistas,
donde la vida sexual está libre de imposiciones colectivas, las exclusiones, las
frustraciones y las insatisfacciones no son anomalías, con realidades imposibles de
suprimir porque proceden de la propia dinámica de la individualización. Puesto que los
individuos se gobiernan solos, son sujetos de decisiones, pero también, por desgracia,
víctimas de las leyes el amor y del azar, de los mecanismos de las preferencias y los
desdenes, las atracciones y las repulsiones, los enlaces y los desenlaces. Las leyes de la
competencia interindividual, de las libres inclinaciones y aversiones de los individuos
crean “perdedores” de manera inevitable. Aquí es válida la idea de “ampliación del
No nos engañemos: lo que entorpece la plenitud libidinal no son las normas atléticas del
sexo, sino, mucho más crudamente, la ausencia de vida sexual, la soledad y también los
descensos del deseo del otro, la incomprensión en la pareja, el desencanto amoroso. La
satisfacción que se obtiene de la vida sexual no se reduce al número de orgasmos: está
relacionada con el deseo del otro, con complicidades, con el encanto de la seducción,
con la intensidad de los sentimientos por el otro. Fenómenos que el tiempo, por lo
general, acaba estropeando. Así pues, la satisfacción erótica disminuye con la duración
de la pareja, con la vulgaridad de la vida cotidiana, con la “rutinización” de las
relaciones y las heridas de cada uno. No buscamos la explicación de la disminución del
sexo o de la desaparición del deseo en los mandatos del hedonismo obligatorio, cuando
la razón se encuentra sobre todo en la labor corrosiva el propio tiempo. ¿Tiranía de
Superman? Aún está lejos de hallarse en condiciones de rivalizar con el empuje, más
lento pero inigualado, de Cronos. (p 293)
¿Hasta dónde llegará esta “pornografía del alma”?... En este capítulo me gustaría
analizar una dimensión de la vida subjetiva que, por escapar en amplia medida al
proceso de publicitación del yo, remite a una lógica de lo inconfesable. Este aspecto de
la vida psicológica es la envidia.
La envidia es la desazón que se siente a veces al ver las cualidades o la felicidad de otro;
fabrica alegría malsana ante la desgracia ajena, el anhelo de ver al otro privado de sus
ventajas, no tanto para adquirirlas uno como para que el otro deje de gozar de una
felicidad sin sombras. Ahora bien, hoy como ayer, “la envidia es una pasión callada y
vergonzosa que nadie se atreve a confesar nunca” (La Rochefoucauld)... (p 295)
... Jules Renard señalaba que “no basta ser felices, es necesario que los demás no lo
sean”. Este sentimiento está en todas partes y en todas las épocas. De lo que se trata, sin
embargo, por lo menos después de Tocqueville y Nietzsche, es de saber si las
democracias aumentan o reducen su volumen. ¿Qué clase de hostilidades contenidas
favorece el capitalismo de consumo? (p 296)
... En “el mundo que hemos perdido” había normas sociales imperativas encargadas de
contener el desbordamiento de la codicia ajena. Las cosas ya no son así: a diferencia de
entonces, las sociedades actuales han dinamitado todos los diques de “protección” y es
como si las costumbres hiperindividualistas nos hubieran liberado del miedo
inmemorial a las envidias.
El universo de los medios ofrece un ejemplo palmario de esta inversión porque no deja
de exhibir insolentemente y a escala enorme todo lo que hay de envidiable en este
mundo vil. En primer lugar, la publicidad, que se presenta como una escenografía
exuberante de felicidad y voluptuosidades del mundo. Ciertos anuncios promocionan
sus productos prometiendo a los compradores que despertarán la envidia de los demás.
John Berger identifica aquí el punto de apoyo de la publicidad, que según esto es el
medio que garantiza a los consumidores que serán deslumbrantes, es decir, envidiados
por su felicidad. Lo que causaba temor se ha convertido en argumento de venta,
sentimiento tratado con ironía y desenvoltura. (p 300)
... Tras una lógica tradicional de disimulo llega una lógica de sobreexposición de
imágenes de felicidad fuera de lo común. Los griegos pensaban que a los dioses les
molestaban las manifestaciones de triunfo y los éxitos demasiado grandes que ponían a
los hombres por encima de su condición mortal... (p 300)
... tenemos menos miedo a despertar codicia y envidia que a que crean que no somos
felices. Nos gustaría despertar en el otro una envidia que por nuestra parte no sentimos.
(p 303)
... Responder “no soy feliz” es desesperante, ya que entonces toda mi vida aparece como
un fracaso completo. Decir por el contrario “soy feliz o bastante feliz” es una forma de
convencerme de que, en conjunto, mi vida, a pesar de todo, tiene cosas buenas... Los
individuos se dicen felices porque reconocer lo contrario no es “bueno para la moral”.
En la sociedad de hiperconsumo, los individuos no se protegen ya el mal de ojo (envidia
de los demás), sino de sus propios juicios negativos que, demasiado condenatorios, les
devuelven una imagen lamentable de sí mismos. Se trata en suma de una actitud que
tiende a exorcizar el desánimo, a proteger la confianza en uno mismo. (p 307)
¿Qué mujer se muere de envidia al ver el vestido de otra? En la fase III los objetos de
consumo han perdido gran parte de su poder tradicional de despertar reacciones de
hostilidad. Los deseos consumistas proliferan, la alegría malsana de ver al otro privado
de sus ventajas materiales retrocede. Hay que corregir la tesis clásica de que la envidia
se desata conforme se difunde el bienestar material y progresa el estado social
democrático.
Los individuos, evidentemente, no son “mejores” ahora. Conforme acceden en gran
número al “mínimo confort” ven con menos resentimiento las diferencias materiales que
hay entre ellos y quienes les rodean... En la actualidad, los bienes materiales del otro ya
no nos amargan tanto la vida: lo importante es “ser más”, salir más, vivir experiencias
renovadas y euforizantes...
... Lo importante para la mayoría no es dar envidia, sino vestir lo que le gusta a cada
cual, lo que les va, lo que expresa su personalidad y sus gustos. (pp 311-312)
... Vivir el lujo por el lujo en vez de exhibirlo: la fase III se distingue por el retroceso de
las comparaciones denigrantes en beneficio de un neoaristocratismo “interior”, de la
experiencia emocional de cosas bellas, de un erotismo ampliado al campo de los bienes
comerciales. (pp 313-314)
... El lujo estaba pasado de moda, hoy está de moda; era indicio de alineación, hoy
señala la calidad de vida... El derecho democrático al lujo ha sustituido a sus antiguas
condenas: es el tiempo de la legitimación y la democratización de masas de los deseos
de lujo. Son muchas las transformaciones que indican el retroceso de la hostilidad
envidiosa por los bienes preciados. En la sociedad de hiperconsumo no se trata tanto de
combatir los privilegios quitando bienes a los ricos cuanto de acceder a ellos para el
goce emocional privado. (pp 314-315)
Los Modernos, afirmaba Nietzsche, gustaban de decir que ellos habían “inventado la
felicidad”... Al luchar contra la creencia en la corrupción de la naturaleza humana, al
rehabilitar el epicureismo, los placeres y las pasiones, los hombres de la Ilustración
elevaron la felicidad terrena al rango de ideal supremo...: el hombre ha nacido para ser
feliz... (p 319)
Ante la negligencia con que los hombres suelen tratar este “asunto”, los moralistas creen
su deber emplear todos los medios para ilustrar a sus semejantes sobre las condiciones
físicas, morales y afectivas que permiten obtener la vida feliz. Ya tenemos a la moral
convertida en ciencia de la felicidad, la única verdaderamente útil a los mortales. Moral
de la felicidad, pero también sueños de felicidad: los discursos utópicos que imaginan
una sociedad distinta, reconciliada con la felicidad, se multiplican: novelas y poemas,
canciones... (pp 319-320)
... La grande y buena nueva es que la dinámica de la historia nos prepara un futuro
necesariamente dichoso, cada vez mejor. Con los Modernos, el Homo felix dejó de ser
una promesa dirigida a los sabios y se convirtió en horizonte del género humano,
inscrito en la ley misma de la evolución histórica.
La ideología del capitalismo de consumo es una figura tardía de esta fe optimista en la
conquista de la felicidad por la técnica y la abundancia de bienes materiales.
Sencillamente, la felicidad no se concibe ya como futuro maravilloso, sino como
presente radiante, goce inmediato y siempre renovado, “utopía materializada” de la
abundancia. No la promesa de una salvación terrena por venir, sino la felicidad al
instante, liberada de la idea de ardid de la razón y de la positividad de la negatividad. La
plenitud celebrada por los tiempos consumistas ya no pone de manifiesto un
pensamiento dialéctico: es eufórica e instantaneísta, es lúdica y es exclusivamente
positiva... (pp 320-321)
... Las críticas contra la idea de progreso, iniciadas en los siglos XVIII y XIX,
adquirieron fuerza a raíz de las dos guerras mundiales, los genocidios...el peligro
atómico... Tras las promesas progresistas han llegado las visiones pesimistas, ya que la
tecnociencia se compara con una máquina satánica que trae más males que bienes. Los
filósofos prometían el paraíso en la tierra; algunos, en la actualidad, anuncian que lo
peor está a punto de llegar, y es casi seguro. En nuestros días, las innovaciones
producen más inquietud o escepticismo que entusiasmo, por doquier se expresan dudas
Felicidad y esperanza.
La sociedad del hiperconsumo se despliega en nombre de la felicidad. La producción de
bienes, los servicios, los medios, las distracciones, la educación, la ordenación urbana,
todo se concibe, todo se organiza en principio con vistas a nuestra mayor felicidad. En
este contexto abundan las guías y métodos para vivir mejor, la televisión y la prensa
destilan consejos de salud y buena forma, los “psi” ayudan a las parejas y a los padres
con problemas, se multiplican los gurús que prometen la plenitud. Comer, dormir,
seducir, relajarse, hacer el amor, comunicarse con los hijos, mantener el tono: ¿qué
esfera escapa ya a las recetas de la felicidad? Hemos pasado del mundo cerrado al
universo infinito de las claves de la felicidad: es el tiempo del coaching generalizado, de
la felicidad con instrucciones de uso para todos.
¿Hay que felicitarse por esta inflación de incitaciones y promesas de plenitud? Pascal
Bruckner, en un libro reciente, propone la idea de que a fuerza de haber hecho de la
felicidad el ideal supremo, se ha convertido en un sistema de intimidación, una “orden
aterradora” que nos afecta a todos. El derecho a la felicidad se ha transformado así en
imperativo eufórico que crea vergüenza o malestar entre quienes se sienten excluidos de
ella. En la época en que reina la “felicidad despótica”, los individuos ya no se limitan a
ser desdichados, ahora se sienten culpables por no sentirse bien. (pp 322-323)
... ¿Vemos a nuestro alrededor la sustitución del derecho democrático por alguna
coacción “despótica”? La verdad es que tenemos que ver menos con un “mecanismo
perverso” que con una dinámica implacable, sostenida por el desarrollo mismo del
reinado del individuo y del mercado. Desde el momento en que se propone al individuo
como valor primordial, se impone la felicidad como ideal supremo... Cuanto más
mercado, más incitaciones a vivir mejor; cuanto más individuo, más exigencia de
felicidad: estos fenómenos son interdependientes. No se ha trastocado ninguna lógica,
ya que lo que se muestra es una consecuencia coherente, cabal, completa, de la
civilización individual-comercial que abre sin cesar su abanico de ofertas y promesas de
una vida mejor. (p 323)
... Desde que el individuo se libera de las coacciones comunitarias, es inevitable que su
búsqueda de felicidad vuelva problemática e insatisfactoria su existencia: tal es el
destino del individuo socialmente independiente que, sin apoyo colectivo ni religioso,
afronta solo y desprotegido las pruebas de la vida. (p 324)
... ¿qué es una vida sin sueños de algo mejor o distinto? ¿Esperamos demasiado? Es
posible, pero para el común de los mortales y tal como está la vida, el grado cero de la
esperanza es mil veces peor: significa desesperación, postración inmovilizadora. La
felicidad venidera no se confunde con una felicidad ilusoria, pues es también lo que nos
permite confiar en la vida, proyectarnos en el futuro con algún optimismo. Bien puede
decir el filósofo que “la sabiduría es desesperar”, pues la vida exige esperanza y
ninguna sociedad es posible sin un cuerpo de mitos, imágenes y creencias que hacen
creer en la posibilidad de algo mejor. En este plano, Nietzsche tiene razón: la ilusión, las
ficciones, los simulacros son necesarios para la vida, porque es necesario que la vida
inspire confianza. Por eso se equivoca quien toma las promesas de la sociedad de
hiperconsumo por un sistema de intimidación y culpabilización, ya que aquellas son
ante todo un complejo de mitos, sueños y significaciones imaginarios que, al impulsar
... Los anatemas lanzados contra la modernidad productivista y consumista pasan cada
vez más del rojo al verde: vicios privados, desastres ecológicos; felicidad presente,
infierno de las generaciones futuras; paraíso prometido, clima apocalíptico. (p 326)
... Es la hora del control o la limitación del consumismo por esta razón de fondo, que los
consumidores han pasado a ser los principales responsables del efecto invernadero, los
primeros contaminadores del planeta. En la fase II se concebía al consumidor como una
víctima o una marioneta alienada; hoy está en el banquillo de los acusados y es un
sujeto al que hay que informar y educar, toda vez que se le ha responsabilizado de una
misión de primera magnitud: salvar el planeta cambiando la propia conducta cotidiana
y “consumiendo productos duraderos”. La responsabilidad principal no recae ya
exclusivamente en los productores, sino también en los consumidores... (p 326)
Frugalidad y felicidad.
... Consumimos el triple de energía que en los años sesenta: ¿a quién se hará creer que
somos tres veces más felices? La idea es justa: el Producto Interior Bruto no es la
Felicidad Nacional Bruta, la buena vida no se puede confundir con la huida hacia
delante el consumismo. (p 331)
... Una parte de nuestra dicha se compone de placeres “inútiles”, juego, superficialidad,
apariencias, facilidades más o menos insignificantes. Esta parte no moral del Homo felix
que alimenta la lógica de hiperconsumo no puede erradicarse, porque responde a la
necesidad humana de alegrías fáciles o ligeras. La sociedad de hiperconsumo tiene
muchos defectos: toma al hombre tal como es, múltiple, pueril y contradictorio, con sus
deseos de distracciones y evasiones que no serán muy nobles pero que por eso mismo
forman parte de la vida. Ecce homo. (p 332)
ideal obsoleto: ya la tenemos otra vez en primer plano. Lo que nace es una microutopía
psicoespiritual que reconfigura la mitología de la felicidad individualista en el núcleo
de la sociedad de hiperconsumo. (p 333-334)
... Los medios aplauden que se reemplace el Prozac por la sabiduría filosófica: falta
precisar de qué naturaleza es esta reivindicación de la filosofía. Es indudable que los
neolectores buscan en los libros de sabiduría vías que puedan acercarles a la felicidad,
pero la quieren con facilidades, cómodamente, enseguida, sin esfuerzos de voluntad, sin
los “ejercicios espirituales” continuos que prescribían los maestros de la antigüedad. Se
ojea a Séneca o a Epicuro como se va a ver una película o se hace un viaje: ahora,
incluso la sabiduría funciona como un “producto de salvación de eficacia inmediata”.
Centrada en la inmediatez y lo emocional, la sabiduría que viene es una sabiduría light
en armonía perfecta con el hiperconsumidor experiencial: menos una “revolución
espiritual” que una de las figuras del consumo-mundo. (p 335)
Ilusión de la sabiduría.
Es frecuente presentar el nuevo favor de que goza la espiritualidad religiosa y laica
como una gran conmoción que, por liberarnos de las falsas promesas del tener, nos abre
las vías de la felicidad auténtica. Mientras la búsqueda de bienes materiales engendra
insatisfacciones y frustraciones, la aventura psicoespiritual aporta una plenitud total,
llena de sentido y de armonía con uno mismo y con el cosmos. En el centro del increíble
supermercado que constituye la nebulosa neoespiritual se consolida la primacía de la
experiencia interior como condición para vivir bien. En relación con todos los
movimientos del Potencial Humano, basta con armonizar nuestro pensamiento para que
ocurra lo mismo por sí sólo en nuestra vida. Aprendamos a amarnos, modifiquemos
nuestra forma de pensar y la vida se volverá alegre, próspera, rebosante de salud. El
“nuevo paradigma” se construye según este silogismo: lo que nos llega es el reflejo de
nuestra actitud interior; nosotros podemos cambiar y dirigir nuestra conciencia; luego la
felicidad es nuestra, se aprende, está totalmente en nuestras manos. Podemos ser tan
felices como queramos: tal es el credo que repiten sin cesar los maestros de
espiritualidad y desarrollo personal. (pp 336-337)
... El proyecto del poderío ilimitado de los Modernos toca techo en este punto: la
felicidad no avanza, escapa obstinadamente a las manipulaciones de los humanos. Es
verdad que ya no se puede separar totalmente la búsqueda de la felicidad de las victorias
del mundo técnico, pero sigue habiendo un abismo entre estos dos universos. El hombre
prometeico parece todavía un enano sentado en los hombros de un gigante: no nos
queda sino vivir con la conciencia de que la felicidad no es domesticable, enigma
fugitivo, imprevisible e impenetrable de nuestros días y sin duda de mañana. (p 339)
... La cultura clásica tenía por finalidad elevar al hombre, las industrias culturales se
dedican a distraerle. El “valor de espíritu” de que hablaba Valery ha sido reemplazado
por el “valor de animación”, explotado sistemáticamente al servicio del valor comercial.
(p 340)
¿Barbarie estética?
Nuestra época es testigo de una inundación de imágenes vulgares y pornográficas. Lo
es también de una multitud de actos colectivos y actuaciones que, pulverizando los
objetivos de lo bello y la obra duradera, llevan el “haz lo que te plazca” a su
culminación... Paralelamente, la actitud propiamente estética o contemplativa ha sido
sustituida por un consumo de imágenes continuamente renovadas que se miran menos
que se engullen a gran velocidad. Sea ante el televisor o en el museo, se impone el
hiperconsumidor con su zapeo, su bulimia despreocupada, su curiosidad superficial o
turística. Triunfo de lo comercial, lo desechable, la dispersión: ¿es el Homo aestheticus
una especie en peligro de extinción? (p 341)
... Cuanto más rige el mundo de la eficacia tecnocomercial, más se estetiza la oferta y
más se caracteriza la demanda por deseos de gustar el goce de las “impresiones
inútiles”. (p 342)
... Pero hay otro aspecto que impide comparar unilateralmente el hiperindividualismo
con un proceso de decadencia. ¿Domina la lógica de los intereses individuales? Sin
ninguna duda. Pero también crecen como nunca, al mismo tiempo, los impulsos
solidarios hacia los desheredados, los donativos para las víctimas de enfermedades o
catástrofes. ¿Por qué criticamos la manipulación de los valores? ¿Por qué el comercio
justo ha encontrado cierto eco entre la opinión pública? ¿Cómo explicar la
multiplicación de las asociaciones y de los voluntarios? Estos fenómenos y muchos
otros indican que la sociedad de hiperconsumo no ha conseguido disolver totalmente el
valor de los principios morales. (pp 342-343)
... Por mucho que reine el “todo vale”, la mayor parte de los individuos tiene
convicciones morales que se expresan mediante reacciones de indignación y una
variedad de comportamientos “responsables” o altruistas. No presenciamos tanto la
decadencia nihilista de los ideales como una nueva regulación social de la ética,
compatible con el individuo hipermoderno. Los ideales del Bien y la Justicia no han
muerto: aunque no construyen un mundo a su imagen, permiten juzgar, criticar, corregir
algunos excesos o derivas del cosmos individual-consumista. (p 343)
... La utopía de la plenitud personal podrá tener influencia, pero sigue en pie la
exigencia de una educación que pasa necesariamente por el acceso al saber, la
imposición de contenidos y métodos, aprendizajes más o menos coercitivos. El ciclo de
la fe en la permisividad y la espontaneidad subjetiva se ha cerrado. Hemos pasado otra
página: ahora estamos ante los límites y contradicciones del panhedonismo. Aunque las
prácticas educativas están lejos de sacar todas las consecuencias de esta exigencia de
formación, la causa está vista para sentencia: el hedonismo liberal es incapaz de aportar
la base y los medios de un sistema educativo digno de este nombre. La conciencia del
problema ha comparecido, la manera de resolverlo está totalmente por inventar. (p 346)
Se equivocará asimismo quien afirme que la fase III ha acabado fabricando individuos
que ya no aspiran más que a divertirse y envejecer en forma. El sistema de referencia
hedonista y médico podrá ser dominante, pero no es el único. Crear, construir,
emprender, superarse, mejorar, estos valores y aspiraciones siguen orientando más o
menos las existencias... A los principios inmanentes de la diversión-conservación se
oponen las lógicas trascendentes de invención de lo nuevo y superación de uno mismo.
... Pero ¿equivale esta mutación a un proceso de “igualación ante los goces” bajo la
enseña del “imperativo de satisfacción consumada”? ¿Cómo no observar que en el
reino de la plenitud total se crea una acentuada discrepancia entre aquellos cuya
principal motivación es multiplicar los goces materiales y de distracción, y aquellos
cuyas metas existenciales presuponen esfuerzo y método, audacia y riesgo, invención y
creación? En este sentido, el futuro de la democratización del consumo podría ser
sistemáticamente desigualitario, ya que la mayoría aspira a las satisfacciones fáciles del
bienestar, mientras que una especie de hiperclase adopta reglas de vida más “austeras”,
caracterizadas por el deseo de afrontar los retos, crear y superar los obstáculos. No es
sólo el “grado de movilidad” de las personas lo que instituye las nuevas
diferenciaciones sociales, son también las formas de relacionarse con el trabajo, con los
goces del consumo, con las metas de la vida... Por primera vez, la “clase que se
divierte” no está en la cima de la pirámide social: ahora, cuanto más arriba se está en la
jerarquía, más se trabaja y menos aparece el consumo como eje principal de la vida.
Tras la antigua lógica del ocio de ostentación aparece una riada de activismo y
voluntarismo profesional entre las nuevas élites, que dedican la mayor parte de su
energía al trabajo, al que consideran un “juego”, una experiencia enriquecedora, un
medio de desarrollo personal. Bajo el estilo “bohemio”, col y desinhibido, se trata
todavía de “ganar”, de poner lo mejor de nosotros, de enorgullecernos de nuestros
logros, de trascendernos. Aunque la sociedad de hiperconsumo consagra las diversiones,
el descanso y la facilidad, no ha puesto fin en absoluto a la predisposición humana a
crear, dominar y superarse. (p 348)
... Aunque el capitalismo de hiperconsumo haya trastornado las relaciones con uno
mismo, con los demás y con la cultura, no ha conseguido crear una humanidad
poshistórica, pues la voluntad de aprender, comprender, progresar y trascenderse está
todavía vigente, aunque desigualmente repartida entre las personas, y se presenta con
aspectos completamente nuevos... Señalaré sólo dos razones para apoyar esta tesis.
En primer lugar, las ciencias, cuyo papel no cesa de crecer, son disciplinas de formación
intelectual ejemplar, escuelas rigurosas y racionales, invitaciones a comprender,
demostrar, progresar sin límites por la vía de la verdad. Por movilizar el esfuerzo y la
disciplina demostrativa, la ciencia es inseparable de una dinámica de trascendencia que
siempre hace preguntas y siempre está abierta. Por ello es una de las grandes fuerzas del
futuro que impedirán que la cultura sea totalmente fagocitada por el reinado del
espectáculo y la facilidad consumista.
En segundo lugar, en la medida en que las sociedades abiertas se basan en la valoración
de la innovación, la creación... es poco probable que los goces del bienestar lleguen a
ser la única exigencia de los individuos.... ¿Una pequeña minoría? Es posible, pero no
seguro. En cualquier caso, aventurarse, arriesgarse, descubrir, inventar y crear seguirán
siendo para muchas personas medios irremplazables de afirmarse, de conseguir el
aprecio propio y el ajeno, de intensificar la relación con ellas mismas y con el tiempo de
vivir. La gente seguirá buscando la identidad individual y la autovaloración, al menos lo
harán esas personas, por medios que exigirán trabajo, esfuerzo, movimiento y
superación, es decir, medios que estarán más allá del principio del placer consumista...
(p 349-350)
¿Quién sabe el tiempo que hará falta para que aparezca otra clase de conciencia, para
que se perfilen nuevos horizontes, nuevas formas de evaluar la huida consumista hacia
delante? La respuesta a esta pregunta no está a nuestro alcance, pero hay indicios,
aunque dispares, de que se desea algo distinto, de que se buscan cosas que no sean las
Dado que el hombre no es Uno, la filosofía de la felicidad debe hacer justicia a normas
o principios de vida antitéticos. Tenemos que reconocer la legitimidad de la ligereza
hedonista al mismo tiempo que la necesidad de construirnos personalmente por el
pensamiento y la acción. La filosofía de los Antiguos quería formar un hombre sabio
que fuera siempre igual a sí mismo, que quisiera siempre lo mismo para ser consecuente
y rechazara lo superfluo. ¿Es esto realmente posible? No lo creo. Si, como dice Pascal,
el hombre está hecho de “contradicciones”, la filosofía de la felicidad no puede excluir
la superficialidad ni la "profundidad”, la distracción pueril ni la formación concienzuda
de uno mismo. El ser humano cambia con los años y no siempre espera de la vida las
mismas satisfacciones. Es decir, que la única filosofía de la felicidad posible será una
filosofía desunida y pluralista, menos aséptica que ecléctica, menos definitiva que
móvil. (p 354)
CITAS INTERESANTES:
era del pecado, la del sexo eficaz); 283 (En la fase III, ¿el Superman ha decapitado al
cariñoso Cupido?); 284 (No ha desaparecido el ideal de la pareja); 284 (No ha habido
ninguna devaluación del “te quiero”. A lo sumo se pronuncia después del acto sexual);
285-286 (No tanto crecimiento de parejas sexuales cuanto multiplicación de “historias
amorosas”: el zapeo de los corazones. Consumismo que produce sensación de vacío);
286 (El sexo eficaz, liberado de lo emocional no encuentra eco en la mujer); 276-277
(La eficacia más ligada a la sexualidad masculina. Hoy ha de ir unido a lo relacional);
287 (Ideal de la cultura erótica de la hipermodernidad: reciprocidad hedonista, de
comunicación interpersonal); 288 (Don Juan no es el modelo del hipermoderno); 289
(La liberalización de las costumbres ha llevado a la soledad y la frustración); 290-291
(La liberalización de la sexualidad crea ansiedad comparativa, pero también es más
sensualista y lúdica); 292 (La revolución sexual a la vez como éxito y fracaso); 292-293
(Es imposible concebir la felicidad erótica como el resultado mecánico de una
liberación colectiva; depende de las preferencias y gustos de cada cual); 293 (El tiempo
–la rutina- disminuye la satisfacción erótica)[Cfr. Freud: “... está llamado a
extinguirse en la satisfacción”]; 294-295 (Somos sobreconsumidores de intimidad);
295 (La envidia: fabrica alegría malsana ante la desgracia ajena. Nadie se atreve a
confesarla); 300 (La publicidad promete a los consumidores que serán envidiados); 301
(La publicidad no despierta la envidia sino la glotonería consumista); 304-305 (Las
culturas modernas favorecen lo que podría agudizar la envidia); 307 (Hoy los
individuos no se protegen del “mal de ojo” sino de los propios juicios negativos); 310
(No se desean las cosas por sí mismas, sino porque las desean los otros; el otro se
convierte en modelo, rival y obstáculo: cuanto menos diferencia, más celos y envidia);
311-312 (Lo importante para la mayoría no es dar envidia, sino vestir lo que le gusta a
cada cual); 313-314 (Neoaristocratismo interior, no comparaciones denigrantes); 314-
315 (El lujo señala la calidad de vida); 316 (El imaginario de la revolución ha sido
barrido por el culto individualista al dinero y a la plenitud íntima); 319 (Los Modernos:
el hombre ha nacido para ser feliz); 319-320 (La moral convertida en ciencia de la
felicidad); 320-321 (La felicidad no está en el futuro sino el goce inmediato); 322-323
(Ahora los individuos se sienten culpables por ser desdichados); 323 (Cuanto más
mercado, más incitaciones a vivir mejor; cuanto más individuo, más exigencia de
felicidad); 324-325 (Es necesario que la vida inspire confianza); 326 (La
responsabilidad recae también en los consumidores); 329 (No hay salida de recambio al
hiperconsumo); 329-330 (Consumidor responsable: la compra es inseparable de la
pregunta ética: la compra inteligente); 331 (Críticas al desarrollo y economismo:
“Menos mercancía, más solidaridad”); 332 (Homo felix: alegrías fáciles o ligeras); 333-
334 (Cfr. éxito de las espiritualidades orientales. Lo importante no es cambiar el mundo
sino cambiarse uno); 335 (“Sabiduría” fácil e inmediata, no que suponga esfuerzo);
335-336 (Las técnicas de autoayuda no tienen nada de proeza ascética. Adaptar nuestro
estilo de vida a nuestro mundo); 336-337 (Podemos ser tan felices como queramos); 337
(El hiperconsumidor exige remedios milagrosos); 337-338 (No podemos ser dueños de
la felicidad que depende del otro); 338-339 (La felicidad es “un regalo que se recibe”);
339 (La felicidad no es domesticable); 340 (La era de la cultura desaparece en beneficio
del imperio del entretenimiento); 340 (El “valor de espíritu” ha sido reemplazado por el
“valor de animación”); 340-341 (Críticas al consumo-mundo); 341 (Triunfo de lo
comercial, lo desechable. ¿Barbarie estética?); 342-343 (La sociedad del hiperconsumo
no ha conseguido disolver el valor de los principios morales); 343 (Regulación social de
la ética, compatible con el individuo hipermoderno); 343-344 (No “muerte de los
valores” sino hundimiento de las reglas morales heterónomas e individualización de la
relación con la ética); 346 (El ciclo de la fe en la permisividad y espontaneidad