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G.

Lipovetsky, La felicidad paradójica


Ed Anagrama, Barcelona, 2007

Primera parte
La sociedad del hiperconsumo.

1. Las tres edades del capitalismo de consumo.

(Fase I: de 1880 a fin de la Segunda Guerra Mundial: “organización científica del


trabajo”, búsqueda del beneficio por el volumen y la práctica del bajo precio, invención
de la mercadotecnia de masas y el consumidor moderno: la marca, el envasado y la
publicidad. Grandes almacenes.
Fase II: de 1950 a 1980: economía fordiana, “sociedad de la abundancia”, poder
adquisitivo discrecional, reducir el tiempo de vida de las mercancías: sociedad de
consumo de masas. “La seducción reemplaza a la coerción, el hedonismo al deber, el
gasto al ahorro, el humor a la solemnidad, la liberación a la represión, el presente a las
promesas del futuro.” (p 31)

2. Más allá del “standing”: el consumo emocional.

Fase III: desde 1980: el consumo privatizado, el hiperconsumo: comercialización


desinstitucionalizada, subjetiva y emocional. Búsqueda de la felicidad privada.)

Lo que articula el orden del consumo no es ya la oposición entre la minoría dominante y


la masa dominada, ni la oposición entre las distintas capas de las clases, sino el “todavía
más” y el zapeo generalizado, las bulimias exponenciales de cuidados, de comunicación
y evasiones renovadas. Lo que ahora sostiene la dinámica consumista es la búsqueda de
la felicidad privada... (p 38)

... importa menos el valor estamentario que el valor privado y único del “como en casa”,
posibilitado por un “consumo creador”. Yo demuestro, al menos parcialmente, que
existo, como individuo único, por lo que compro, por los objetos que pueblan mi
universo personal y familiar, por los signos que combino “a mi manera”. En una época
en que las tradiciones, la religión y la política producen menos identidad central, el
consumo adquiere una nueva y creciente función ontológica. En la búsqueda de las
cosas y las diversiones, el Homo consumericus, de manera más o menos consciente, da
una respuesta tangible, aunque sea superficial, a la eterna pregunta: ¿quién soy? (p 40)

... Los placeres elitistas no se han esfumado, se han reestructurado con la lógica
subjetiva del neoindividualismo, creando satisfacciones que son más para uno que para
buscar la admiración y la estima del otro. Lo que importa no es ya “imponerse” a los
demás, sino confirmar el propio valor ante los propios ojos, estar, como dice Veblen,
“satisfecho de uno mismo”: “L’Oréal, porque yo lo valgo...
...Ha habido una ruptura...: la aceptación del destino social ha cedido el paso al
“derecho” al lujo, a lo superfluo, a las marcas de calidad... La atracción que ejercen las
marcas más costosas expresa menos la continuidad histórica de las estrategias
distintivas que la ruptura representada por la formidable difusión social de las
aspiraciones democrático-individualistas a la felicidad material y a vivir bien.
La felicidad paradójica 2

... ya no se compran marcas caras en razón de la presión social, sino en función de los
momentos y las ganas, del placer que se espera de ellas, y mucho menos para hacer
ostentación de riqueza o rango que para aprovechar una relación cuantitativa con las
cosas o servicios. Incluso la relación con las marcas está psicologizada,
desinstitucionalizada y subjetivada. (pp 42-44)

... El joven sale de la impersonalidad por una marca apreciada y con ella no quiere dar
testimonio de una superioridad social, sino de su participación total e igualitaria en los
juegos de la moda, de la juventud y el consumo... (p 45)

...A medida que se afirma el principio de soberanía personal sobre el cuerpo, el


individuo confía su suerte a la acción de sustancias químicas que modifican sus estados
psicológicos “desde el exterior”, sin análisis ni trabajo subjetivo, ya que sólo cuentan la
eliminación inmediata de los desarreglos (fatiga, insomnio, ansiedad), la mayor eficacia
posible, el deseo de producir estados afectivos “por encargo”. La exigencia de soberanía
individual se expresa aquí por un consumo pasivo de moléculas químicas. Si estos
trivializados recursos a la psicofarmacología dan fe del deseo individualista de controlar
el cuerpo y el estado de ánimo, reflejan al mismo tiempo cierta impotencia subjetiva,
dado que el sujeto renuncia a todo esfuerzo personal y se abandona a la omnipotencia de
productos químicos que trabajan por él, sin él. No buscamos ya la solución a nuestros
males en nuestros recursos interiores, sino en la acción de tecnologías moleculares que,
además, tienen efecto adictivo. El individuo deseoso de dirigir o rectificar a su gusto su
interioridad se transforma en individuo “dependiente”... (p 51)

3. Consumo, tiempo y juego.

... En beneficio de la fase III, la civilización del objeto ha sido reemplazada por una
“economía de la experiencia”, vale decir de la diversión y el espectáculo, del juego, el
turismo y la distracción... (p 57)

... La verdad es que existe un vínculo íntimo, estructural, entre hiperconsumo y


hedonismo: este vínculo es que el cambio y la novedad aparecen como principio
generalizado tanto de la economía material como de la psíquica. (p 61)

... En la fase III hay que entender el consumo como un proceso de intensificación
hedonista del presente por la renovación continua de las “cosas”. una estética del
movimiento perpetuo y de las sensaciones fugaces dirige las prácticas del
hiperconsumidor.
... Menos premio de consolación o “negación de la vida” que dopaje mental y minidosis
de aventura, el consumo nos atrae por él mismo, con su capacidad para la novedad y
para animarnos. Un poco como en el juego, el consumo tiende a ser su propia
recompensa...El Homo consumans es más hoy Homo ludens que nunca, ya que el placer
de consumir se parece al procurado por el juego... (p 62)

... la subjetividad del neoconsumidor se afirma menos en la relación con el objeto que
en la relación consigo mismo... Hay que interpretar el apetito consumista como una
forma ciertamente trivial, pero más o menos eficaz, de exorcizar la fosilización de lo
cotidiano, de escapar de la perpetuación de lo mismo mediante la búsqueda de pequeñas
novedades vividas... El modelo del consumidor no es el individuo manipulado e

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


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hipnotizado, sino el individuo móvil, el individuo trayectoria que zapea con las cosas
con la esperanza, por lo general defraudada, de zapear con su propia vida.
... En una época de consumo emocional, lo importante ya no es tanto acumular cosas
como intensificar el presente que se vive... Vaneigem sostenía que el consumo nos
condena a un “envejecimiento prematuro”: más justo sería decir que en él vive el sueño
de la eterna juventud, de un presente que siempre vuelve a comenzar y a vivirse: aquí se
encuentra el deseo más profundo del Homo consumericus...
Motivo por el que el consumo del ciclo III puede parecerse a una minifiesta... Aunque el
universo del consumo es inseparable de la relación con las cosas, paradójicamente es la
preocupación por el tiempo lo que constituye hoy su motivación subterránea. En el
bullir de las necesidades hay que oír los ecos de la búsqueda de una juventud emocional
estimulada hasta el infinito.
... Lévi Strauss señalaba que el consumo moderno estaba convirtiendo a los
norteamericanos en niños, siempre al acecho de novedades... (pp 63-5)

... Hay mucha injusticia caricaturesca en tomar la parte por el todo, el juego por la vida,
el consumo por la existencia. El neoadulto que se desahoga en Eurodisney no recae en
la infancia, se divierte infantilizándose, suspendiendo lo real en un espacio-tiempo
limitado, juega “a creer, a creer que cree o a hacer creer a los demás que es otra persona.
Olvida, disfraza, se despoja temporalmente de su personalidad para fingir otra”.... (pp
65-66)

... el “consumo regresivo” es sobre todo el signo de una cultura hedonista, lúdica y
juvenil, de una época en que las compras se realizan por mor de experiencias
subjetivas... (p 67)

... Si el cosmos de la racionalidad instrumental es testigo de la fuerza que tiene la


“búsqueda de sentido”, lo es todavía más de la creciente necesidad de olvidar el sentido,
de evadirse de la vida corriente con actividades insignificantes y gratuitas que “nos
liberan de la obra de la libertad, nos dan una irresponsabilidad que vivimos con placer”.
(p 68)

No es la levedad del ser lo que es insoportable, sino, de manera creciente, la inseguridad


del mundo liberal, el exceso de eventualidades, el peso del libre gobierno de uno
mismo. Cuanto más se preocupa y se responsabiliza uno de sí mismo, más crece la
necesidad de levedad vacía, de un descanso próximo al “esfuerzo cero”, de
despreocupación inocente. Ya no es alineación del sujeto, sino uso de la libertad para
dejar de pensar, olvidarse de uno mismo y “desembarazarse de la carga de su historia”...
(p 68)

4. La organización posfordiana de la economía.

,,, la fase III, en que se ve la hipertrofia de la oferta, aparece como una economía
dominada por la demanda. (p 73)

El desafío ya no es tanto producir en masa y continuamente sino asegurar la mayor


rapidez de salida de los productos al mercado, responder a la demanda antes que los
rivales. En las economías posfordianas de la fase III, el lugar esencial corresponde a la
reactividad, la concepción, la innovación rápida de los productos. (p 83)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


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... Lo que triunfa no es la omnipotencia del logotipo, sino la fuerza de los valores
hedonistas, el gusto por el cambio, el deseo generalizado de participar en la sociedad-
moda. (p 87)

5. Hacia un turboconsumidor.

La fase III de la economía de masas nace en el momento en que los hogares consiguen
estar bien equipados...
...: un teléfono, una televisión, un coche para la familia. La fase III se ha liberado de
esta lógica, ya que el equipamiento se centra cada vez más en el equipamiento de los
individuos que integran el hogar... Pluriequipamiento que, innegablemente, permite una
relajación de los controles familiares, una mayor independencia de los jóvenes, más
autonomía personal en lo cotidiano. En pocas palabras, prácticas de consumo más
individualizadas... (p 90-91)

... Con el autoservicio, la gran distribución ha posibilitado prácticas y un imaginario de


libertad individual, un universo de compra caracterizado por el principio de la libre
disposición de sí; no ha funcionado sólo como un agente de la democratización del
consumo, sino que ha contribuido, a su nivel, a la individualización de las prácticas de
compra, de los gustos y de las exigencias. (p 94)

La fase II no se reduce a la difusión de los bienes de confort entre las masas. Ha creado
al mismo tiempo una cultura cotidiana dominada por la mitología de la felicidad privada
y los ideales hedonistas... todo se vende con la promesa de felicidad individual. Vivir
mejor, “aprovechar la vida”, gozar del confort y de las novedades comerciales aparecen
como derechos del individuo, como fines en sí, preocupaciones cotidianas de masas...
pregona con letras de neón el nuevo Evangelio: “Comprad, gozad, ésta es la gran
verdad”. Tal es la sociedad de consumo, cuya ambición declarada es liberar el principio
del placer, descargar al hombre de todo un pasado de privaciones, inhibiciones y
ascetismo... La fase II corresponde a la puesta en órbita de un individualismo de masas,
hedonista y consumista. (p 94)

El turboconsumismo.
... Por conceptualizarla con una fórmula, la fase III representa el paso de la edad de la
elección a la edad de la hiperelección, de monoequipamiento al multiequipamiento, del
consumismo discontinuo al consumismo continuo, del consumo individualista al
consumo hiperindividualista...
... de un consumo articulado por la familia a un consumo centrado en el individuo. (p
96)

... La sociedad del hiperconsumo puede escribir en sus banderas, con letras triunfales:
“A cada cual sus objetos, a cada cual su uso, a cada cual su ritmo de vida”. (p 97)

... Lo que define la fase III es la debilitación del poder directivo de las reglas colectivas,
la creciente personalización de las prácticas cotidianas, la mayor libertad de los agentes
en relación con la clase a la que pertenecen... (pp 97-98)

En las fases I y II, los consumidores se desplazaban para ir a los establecimientos; en la


fase III es el comercio el que va a ellos, organiza lugares de venta en función de los
horarios de frecuentación y de los flujos de paso... (p 99)

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...: se extiende la costumbre de la gestión y el resultado instantáneos, dado que todos


quieren llamar y estar ya en comunicación, ver y comprar en el acto, en todas partes y
en cualquier momento. La época de la “bendita paciencia” en que la experiencia de la
espera era un elemento de felicidad desaparece en beneficio de una cultura de la
impaciencia y de la satisfacción inmediata de los deseos...: es el tiempo de la espera
cero, de “lo que quiero, cuando quiero, donde quiero”, ya que el turboconsumidor lo
quiere todo y enseguida, sin que importe el día ni la hora. Mientras proliferan las ofertas
y demandas en tiempo real, el Homo consumans se vuelve alérgico a la menor espera,
devorado como está por el tiempo comprimido de la inmediatez y la urgencia.
El empeño en comprimir el tiempo se ha interpretado como uno de los signos del
advenimiento de una nueva condición temporal del hombre, caracterizada por la
sacralización del presente, por un “presente absoluto”, autosuficiente, cada vez más
despegado del pasado y del futuro. Al invadir la cotidianidad y conquistar el conjunto
de las actividades humanas, el orden del tiempo precipitado hace desaparecer como
quien dice la distancia y la perspectiva necesaria para pensar, destruye los universos
simbólicos, encierra al hombre en la inmediatez activa. Nuevo modelo de nuestra
relación con el tiempo, la urgencia se presenta como el “metatiempo” de la fase III (p
104)

... No una temporalidad uniformemente apremiante, sino un sistema compuesto de


temporalidades muy heterogéneas: al tiempo operativo se opone el tiempo hedonista, al
tiempo de las obligaciones el tiempo recreativo, al tiempo precipitado el tiempo
descomprimido de los juegos y espectáculos, del descanso, de todos los momentos
centrados en los goces sensuales y estéticos... La fase III se organiza bajo el signo de un
consumo policrónico. (p 105)

... la pulverización de los sentimientos y las imposiciones de clase han posibilitado las
elecciones particulares y la libre expresión de los placeres y los gustos personales. El “a
cada cual su lugar”, que expresa la primacía del grupo social, se sustituye por un
principio de legitimidad opuesto: “que cada cual haga lo que le plazca”. La cuestión
central no es ya “ser como los demás”, sino qué elegir en la sobreabundante oferta del
mercado: el principio de autonomía se ha convertido en regla de orientación legítima de
las conductas individuales... En la actualidad, lo que marca la diferencia en los géneros
de vida no es tanto el origen de clase sino el dinero de que se dispone... (pp 107-108)

... Aunque el orden social esté escindido, el universo simbólico de las normas es
homogéneo... (p 109)

... El momento III es contemporáneo de la pulverización de esta lógica piramidal en


beneficio de un modelo horizontal o en red, fragmentado y policéntrico, en el cual los
microgrupos identitarios se yuxtaponen en un espacio heterogéneo de gustos, estéticas y
prácticas... (p 110)

... :La fase III ha forzado otro poco esta lógica, ya que el niño o el preadolescente ejerce
una influencia cada vez mayor en las compras realizadas por los padres: se ha
convertido en un comprador convertido en un comprador decisorio, por el dinero que le
dan para gustos, y al mismo tiempo en un prescriptor de compras, por el nuevo papel
que desempeña en relación con los padres... El hijo “mudo” forma parte de una época
pasada: en la situación actual, elige, emite voto, da consejo cuando se hacen las compras

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


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y los padres tienen en cuenta sus deseos y le transmiten un estilo hiperconsumidor, un


hijo al que se escucha, que tiene derecho a elegir por sí mismo, que dispone de una
parcela de poder adquisitivo y que controla directa o indirectamente una parte de los
gastos del hogar. (p 111-112)

...: en nuestros días el consumo se concibe como instrumento de placer, adiestramiento


y desarrollo de la autonomía del hijo. Al mismo tiempo, el consumo acentúa, para los
padres, una lógica experiencial que esencialmente es un momento de alegría ocasionado
por el espectáculo del placer de los hijos. La fase III es ese cosmos en el que prevalece
el “consumo-amor”, el consumo fiesta tanto de los más pequeños como de los más
ancianos. En la hora en que crece el “hijo-rey” informado, que decide y prescribe, el
consumo aparece como un medio de “comprar la paz” en la familia, una manera de
hacerse perdonar por demasiadas ausencias largas y al mismo tiempo un derecho del
hijo basado en el derecho a la felicidad, a los placeres, a la individualidad. (p 112)

... El hiperconsumo senior funciona, más aún que en otros tramos de edad, como una
especie de terapia cotidiana, como una forma de exorcizar el sentimiento de inutilidad,
la angustia de la soledad y del tiempo que pasa. (p 114)

... Según estas tesis, ha nacido una época nueva caracterizada por el advenimiento del
“consumidor emprendedor” que sustituye lo individual por lo familiar, el egoísmo por la
solidaridad, lo inútil por lo esencial, lo efímero por lo duradero... (p 116)

... Este consumo significa sobre todo que individualismo no es sinónimo de egoísmo
absoluto: puede ser compatible con el espíritu de responsabilidad, con la preocupación
por ciertos valores, aunque sea en un régimen de geometría variable, “sin obligación ni
sanción”. (p 118)

La relajación de los controles colectivos, las normas hedonistas, la superoferta, la


educación liberal, todo ha contribuido a producir un individuo separado de los fines
comunes y que, abandonado a sus propias fuerzas, se muestra a menudo incapaz de
resistirse tanto a las tentaciones exteriores como a los impulsos interiores... (pp 118-
119)

6. El fabuloso destino del “Homo consumericus”.

(Fase I) ... El sistema de créditos, en estos mismos años (años 20) y luego en la
posguerra, permitió desarrollar una nueva moral y una nueva psicología por las que ya
no era necesario economizar primero y comprar después. Nadie opinó en contra: el éxito
fue total, ya que la “domesticación” para el consumo moderno fue más allá de todas las
previsiones.
... Todas las inhibiciones, todas las defensas “retrógradas” se han eliminado; sólo
quedan en la palestra la legitimidad consumista, las incitaciones al goce del instante, los
himnos a la felicidad y a la conservación de uno mismo. El primer gran ciclo de
racionalización y modernización del consumo ha terminado: ya no queda nada que
abolir, todo el mundo está ya formado, educado, adaptado al consumo ilimitado.
Comienza la era el hiperconsumo... La fase III es esta civilización en que el referente
hedonista se impone como evidencia... (p 122)

Espiritualidad consumista.

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Ni siquiera la religión representa ya una fuerza de oposición al avance del consumo-


mundo. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, la Iglesia no pone ya por delante las
ideas de pecado mortal, no exalta ya el sacrificio ni la renuncia. El rigorismo y la
culpabilización se han atenuado mucho, lo mismo que los antiguos temas del
sufrimiento y la mortificación. Mientras las ideas de placer y deseo se desvinculan del
“pecado”, la necesidad de cargar con la propia cruz ha desaparecido. No se trata ya
tanto de inculcar la aceptación de las adversidades sino de responder a las decepciones
de las mitologías seculares, que no han conseguido mantener sus promesas de aportar la
dimensión espiritual necesaria para la plenitud de la persona. De ser una religión
centrada en la salvación de ultratumba, el cristianismo ha pasado a ser una religión al
servicio de la felicidad mundana que pone el acento en los valores de la solidaridad y el
amor, en la armonía, la paz interior, la realización total de la persona. Por donde se ve
que somos menos testigos de un “retorno” de lo religioso que de una reinterpretación
global del cristianismo, que se ha adaptado a los ideales de felicidad, hedonismo,
plenitud de los individuos, difundidos por el capitalismo de consumo: el universo
hiperbólico del consumo no ha sido la tumba de la religión, sino el instrumento de su
adaptación a la civilización moderna de la felicidad en la tierra. (p 123)

... En ninguna parte es tan manifiesto el fenómeno como en la “nebulosa místico-


esotérica” y los medios que asumen la “New Age”... En la sociedad del hiperconsumo,
incluso la espiritualidad se compra y se vende... Lo que constituía un cortafuegos para el
desenfreno de la mercancía se ha metamorfoseado en palanca de su propagación. La
fase III es la que ve difuminarse el espacio que hay entre el Homo religiosus y el Homo
consumericus. (p 124)

Al mismo tiempo, con el debilitamiento de la capacidad organizadora de las


instituciones religiosas como telón de fondo, la tendencia general es a la
individualización del creer y el obrar, a la afectivización y relativización de las
creencias. Actualmente, incluso la espiritualidad funciona en régimen de autoservicio,
en la expresión de las emociones y los sentimientos, en las búsquedas originadas por la
preocupación por el mayor bienestar personal, de acuerdo con la lógica experiencial de
la fase III. Lo que se encuentra cada vez más en el centro tanto de los creyentes
propiamente dichos como de las nuevas “religiones sin Dios” es la búsqueda de la
plenitud psicológica del sujeto. Lo que da valor a la religión no es ya su posición de
verdad absoluta, sino la virtud que se le atribuye de propiciar el acceso a un estado
ontológico superior, a una vida subjetiva mejor y más auténtica. Naturalmente –
conviene subrayarlo-, creer no es consumir: por inhibirse en la continuidad de una
tradición, por buscar lo “esencial”, lo divino y el sentido de la vida, el espíritu de la fe
no puede confundirse con el espíritu pragmático del consumismo... Como es lógico, no
se trata de la disolución de lo religioso en el consumo: simplemente asistimos a la
ampliación de la fórmula del supermercado hasta los territorios del sentido, a la
penetración de los principios del hiperconsumo en el interior mismo del alma religiosa.
(pp 124-125)

... La fase se organiza bajo los auspicios del consumo “correcto”, del gusto con
conciencia cívica, ecológica y socialmente responsable.
Al mismo tiempo, la mercancía “responsable” se complementa con un consumo de
acciones humanitarias, el auge de las galas mediatizadas de beneficencia de masas, con
estrellas, juegos, risas, lágrimas, diluvios de llamadas y donativos. El hiperconsumidor
experiencial vota por los megaespectáculos de la bondad, los testimonios desgarradores,

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


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el rock caritativo, las grandes estrellas al servicio de la solidaridad, todo inmerso en un


ambiente festivo e interactivo. El estadio terminal del consumo se realiza con la
consagración del valor ético, instrumento de afirmación identitaria de los
neoconsumidores y generador de emociones-minuto para los espectadores de los
maratones filantrópicos. (p 126)

Al festival del objeto se superpone ahora el consumo de responsabilidad cívica en la


fiesta de los buenos sentimientos. Se van las “aguas heladas el cálculo egoísta”, paso al
caritativismo de la felicidad dada y recibida en directo y en primer plano... Tras el
consumo demostrativo de las clases ricas, la subasta del Bien catódico. Ya no hay
antagonismo entre hedonismo y desinterés, entre individualismo y altruismo, idealismo
y espectacularismo, consumismo y generosidad, nuestra época ha mezclado estos
antiguos límites a mayor felicidad del hiperconsumidor sentimental-mediático,
movilizado episódicamente a distancia. (pp 126-127)

La dinámica del consumo-mundo no se ha detenido aquí. Todas las instituciones


sociales están reformateadas, “revisadas y corregidas” por el turboconsumismo. ¿La
pareja? Se desinstitucionaliza y se privatiza volviéndose más contractual, más inestable,
ya que cada parte quiere ser autónoma y quiere conservar su disponibilidad en un
compromiso que se considera rescindible. Descenso de las bodas, aumento de las
uniones libres, incrementos del divorcio, precariedad de los vínculos: la familia ya no se
libra en modo alguno de las estrategias temporales, individualizadas, contractualizadas
del individuo-consumidor. (p 127)

... ¿La política? Mientras crecen las oscilaciones de las urnas, muchos ciudadanos
manifiestan una adhesión más flotante a los partidos políticos, se orientan más
individualmente, cambian de voto según la naturaleza y la apuesta de las elecciones: el
voto estratégico del consumidor político tiende a reemplazar al voto de clase a la
antigua usanza. (p 127)

... ¿La actividad sindical? Aquí todavía vence el vínculo temporal y a distancia, ya que
el afiliado ha acabado por convertirse en un simple cotizante, un “cliente” que trata con
la organización sindical como con una institución corriente: tras el compromiso
identitario que prevalecía hasta hace poco ha llegado para sustituirle una relación de
tipo utilitario. (p 127)

... Estamos en un momento en que se impone más o menos en todas las esferas el
principio del autoservicio y la transitoriedad de los vínculos, la instrumentalización
utilitarista de las instituciones, el cálculo individualista de los costes y los beneficios. (p
128)

... El espíritu revolucionario no pudo resistirse a los encantos del Edén consumista. Se
construyó una nueva cultura que sustituyó los sueños de discontinuidad histórica por el
culto a la plenitud subjetiva, a la calidad de vida, a la salud infinita... (p 129)

... Cuanta menos utopía revolucionaria hay, más aumenta el carácter reflexivo del
consumo-mundo repintado de verde. (p 132)

... Rechazo de la homogeneización planetaria, ofensiva contra los transgénicos, cruzada


contra las marcas y la publicidad, todo esto se alimenta de los ideales de felicidad y

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calidad de vida, de hedonismo y mayor bienestar que sólo el capitalismo de consumo ha


conseguido difundir a gran escala. (Nota) Además, no se puede separar la nueva
fortuna de los derechos humanos de la expansión del universo consumista. Al elevar a
norma de vida la búsqueda de la felicidad privada, éste ha contribuido a desprestigiar
las grandes visiones de la Historia y la Nación, ha dignificado el eje del presente social
y, en consecuencia, al individuo y sus derechos como fundamento último y norma
organizadora de la vida pública. (p 133)

... Conforme el consumismo amplía su influencia, siguen reafirmándose las exigencias


de superación personal, de ser estimado y de estimarse a uno mismo por lo que
consigue. La existencia humana no está totalmente en manos el orden comercial y
hedonista: no nos hemos vuelto consumidores de nuestra propia de nuestra propia vida.
(p 135)

... Si las relaciones de vecindad se debilitan no es en beneficio del enclaustramiento


doméstico, sino de una “socialidad extensa” más selectiva, más efímera, más emocional
o, dicho de otro modo, en la onda del espíritu hiperconsumista. (p 137)

¿Aniquilación de los valores?


Sin embargo, otras razones permiten mostrarse menos pesimistas. Pues la
“desintegración de los valores” tiene un límite: los derechos humanos, las libertades
públicas e individuales, el ideal de tolerancia, el rechazo de la violencia, de la crueldad,
de la explotación de los más débiles son principios que no han naufragado. Aun cuando
el espíritu de sacrificio y el ideal de “vivir para los demás” apenas se profesen ya, no se
puede comparar la cultura hiperconsumista con el grado cero de los valores y de los
comportamientos altruistas... La compasión, la indignación, los actos de ayuda y
solidaridad, nada de esto se ha erradicado: por todas partes venos el florecimiento de
una generosidad circunstancial, emocional e indolora. Todavía sensible a la desgracia de
los demás, todavía deseoso de sentirse útil al prójimo, el “corazón” del individuo
hiperconsumidor no ha dejado de latir: aunque tiene otro ritmo. (p 138)

...: cuanto más se generaliza la comercialización de los modos de vida, más se afirma el
valor del polo afectivo en la vida privada. El universo el consumo-mundo no pone fin al
principio de la afectividad, lo consagra como valor superior, propio de la cultura del
individuo, que, por aspirar a la autonomía personal, rechaza las regulaciones
institucionales del tiempo privado... (pp 139-140)

En el horizonte no despunta la aniquilación de los valores y los sentimientos, sino, más


prosaicamente, la desregulación de la existencia, la vida sin protección, la fragilización
de los individuos. La sociedad de hiperconsumo es contemporánea de la espiral de la
ansiedad, de las depresiones, las carencias de autoestima, el duro trabajo de vivir.
Recordemos lo que dijo Woody Allen: “Dios ha muerto, Freud ha muerto y, en cuanto a
mí, no me siento bien”... Mientras resplandece la euforia del bienestar, todos tienen,
más o menos, la sensación de no haber vivido lo que habrían querido vivir, de no ser
comprendidos debidamente, de estar al margen de la “verdadera vida”... La civilización
que se avecina no elimina la sociabilidad humana, destruye la tranquilidad con uno
mismo y la paz con el mundo, ya que es como si las insatisfacciones respecto de uno
mismo aumentaran en razón proporcional a las satisfacciones aportadas por el
mercado... (pp 140-141)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


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Segunda parte.

Placeres privados, felicidad herida.

... Si nos concentramos en lo esencial, destacan cinco grandes modelos paradigmáticos


que gobiernan la inteligibilidad del placer y la felicidad en nuestras sociedades (Penia,
Dionisos, Superman, Némesis y Narciso) (pp 145-147)

... He aquí la paradoja mayor: las satisfacciones que se viven son más numerosas que
nunca, la alegría de vivir no avanza, léase retrocede; la felicidad parece siempre
inaccesible, aunque, al menos en apariencia, disponemos de más ocasiones para recoger
sus frutos. Este estado no nos acerca ni al infierno ni al cielo: define simplemente el
momento de la felicidad paradójica cuyas luces y sombras trato de describir aquí. (p
148)

7. Penia: goces materiales, insatisfacción existencial.

... Opulencia material, déficit de felicidad: proliferación de los bienes consumibles,


espiral de carencias: la sociedad de hiperconsumo es aquella en que las insatisfacciones
crecen más deprisa que las ofertas de felicidad. Se consume más pero se vive menos;
cuanto más se desatan los apetitos de compra, más aumentan las insatisfacciones
individuales. Derrota, decepción, desilusión, desazón, nueva pobreza: el universo
comercializado agrava metódicamente el malestar del hombre, poniéndolo en un estado
de insatisfacción irremediable. De aquí que Penia sea la figura representativa el
hiperconsumidor, el símbolo de lo “trágico” de la opulencia. (pp 149-150)

(¿Decepción?) ... Permítaseme dudarlo. Pocos son realmente los ciudadanos que acusan
a estos bienes de no aportar más que confort y casi ningún placer. La verdad es más bien
que no se les presta atención, que es distinto. No hay mal humor ni amargura: sólo el
uso vagamente indiferente del consumidor. (p 154)

La decepción de las “cosas” es más superficial que profunda: es sobre todo un


fenómeno más retórico que emocional...
Si el consumo de productos duraderos genera a la postre pocos sentimientos de
decepción es porque la relación con el objeto utilitario procede con una expectativa
limitada, concreta, que no abarca toda la existencia... (p 155)

... Abandonado a sus propias fuerzas, el individuo emancipado vive como un asunto
personal lo que es una realidad socioeconómica. La época ve consolidarse la
individualización del fracaso social, ya que todas las encuestas ponen de manifiesto que
el paro obsesiona a los ciudadanos, cuestiona la identidad personal y social. (p 1609

... proliferación de separaciones, espiral de divorcios, conflictos por la custodia de los


hijos, dificultades para comunicarse: el proceso de individualización comporta
expectativas más intensas en la vida de pareja y al mismo tiempo la multiplicación de
los conflictos y las decepciones íntimas: cuando la pareja se basa únicamente en el
sentimiento, todo acaba en rupturas, crisis relacionales y desilusiones. Así es la felicidad
paradójica: cuanto más deseo de proximidad emocional y más deseo de comunicación
intensa expresa el individuo, más decepciones experimenta. (pp 161-162)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 11

Al difundir por todo el cuerpo social el ideal de la realización personal, la sociedad del
hiperconsumo ha exacerbado las discordancias entre lo deseable y lo efectivo, lo
imaginario y lo real, las aspiraciones y las vivencias cotidianas. Como los modos de
existencia se destradicionalizan y como las vidas personales y profesionales se vuelven
inseguras y precarias, se multiplican las ocasiones en que se siente tristeza, se duda de
uno mismo y se emiten juicios negativos sobre la propia vida... todo hace pensar que la
civilización hipermoderna, al remitir cada vez más al individuo a sí mismo, crea más
ocasiones de angustia... (p 162)

... Ha llegado el momento de revisar estas tesis. Pues si hay algo “trágico”, en general se
encuentra menos en la esclavitud de las cosas que en la relación, cada vez más difícil,
con uno mismo y con los demás... El fracaso no es del consumidor, se refiere al
individuo-sujeto y a su existencia íntima. Ironía de la época: la civilización de la
hipermercancía no ha creado tanto la alineación de las cosas como ha acentuado los
deseos de ser uno mismo, los desacuerdos con uno mismo y con los demás, la dificultad
de existir como sujeto. (pp 162-163)

Decepción, frustración: en los procesos incoados contra el cosmos consumista, la


publicidad ocupa, como se sabe, un lugar primordial. Por machacar a los consumidores,
por crear necesidades superfluas, por lanzar incesantemente nuevos deseos de comprar,
por identificar la felicidad con los bienes comerciales, se ha acusado a la publicidad no
sólo de manipular, estandarizar e idiotizar a las personas, sino también de ser una
trampa diabólica que hincha hasta el infinito la insatisfacción individual. Espectáculo
eufórico, contribuye a propalar un sentimiento de infelicidad crónica: bajo su imperio,
Penia llega a su apogeo. (p 163)

... Controlar la esfera de las necesidades, condicionar al consumidor, aumentarle el


poder de decisión para transferirlo a la empresa, tal es la función de la publicidad.
Abrumando al consumidor con un diluvio de imágenes de felicidad, prometiéndole
salud y belleza, es ella la que crea y recrea las necesidades que el aparato productivo
quiere satisfacer. Dirigido por las técnicas de persuasión, se despoja al consumidor de
toda autonomía verdadera: la oferta y la comunicación comercial tendrán en adelante el
poder soberano. [John Kenneth Galbraith] (p 164)

Excitando los deseos de consumir, desculpabilizando el gusto por gastar, la publicidad


tenía por objetivo reorganizar de arriba abajo los modos de vida tradicionales: ella creó
una nueva cultura cotidiana basada en una visión mercantilizada de la vida. [Stuart
Ewen]
Por lo cual, la publicidad se presenta como un dispositivo de esencia modernista,
emparentado isomórficamente con los objetivos revolucionarios de la política, porque
afirma el poder absoluto de la sociedad sobre sí misma y su derecho a definirse y
organizarse, sin recurrir a ningún principio ajeno a ella. Así como el Estado moderno se
otorgó el derecho de revisar la sociedad, de reconstruirla de arriba abajo de manera
racional y ajena a todo fundamento trascendente, así la publicidad se las ha ingeniado
para alejar los modos de vida de la herencia tradicionalista. Soberanía del pueblo, poder
publicitario en ambos casos se ha materializado el mismo proceso de autonomización
frente a las fuerzas normativas recibidas del pasado ancestral... Este proceso de
destradicionalización y racionalización de la vida social define a la empresa publicitaria,
en las fases I y II, como un poder de tipo prometeico y constructivista, comparable a los
proyectos políticos y revolucionarios modernos. (pp 165-166)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 12

... Si hay que recusar la idea de que la publicidad tiene un poder demiúrgico, diré que el
consumidor criba y selecciona las invitaciones que le salen al paso y no presta atención
más que a lo que está en sintonía con sus intereses, sus expectativas y sus preferencias
[Rober Leduc]... si a usted no le gusta el whisky, ningún cartel lo convencerá jamás de
que lo compre. La publicidad propone, el consumidor dispone: aquélla tiene poder, pero
no todo el poder. (p 169)

Todo esto se impone ahora como algo evidente: “educadas” en el lenguaje de los bienes
comerciales, alimentadas con la leche de la mercancía-espectáculo, las masas son ya de
entrada consumistas y están espontáneamente prendadas de las compras y las evasiones,
las novedades y el vivir mejor. Por lo cual la publicidad ha dejado de ser un agente
inventor de un estilo de vida radicalmente nuevo. (p 172)

Los adversarios de la publicidad se enfadan porque las últimas tendencias se dedican a


difundir valores y mensajes con sentido, a semejanza de un sistema totalitario. La
acusación es fuerte, la argumentación débil. ¿Dónde está la dominación despótica
cuanto el marketing de los valores no hace más que alinearse con la ideología triunfante
de los derechos humanos, la moralidad mínima o la ecología?... Aún falta mucho,
porque la publicidad sólo exalta lo consensuado. Cuanto más creativa y social se quiere
la comunicación, más pone en escena sistemas referenciales que no son suyos, que
están ya consagrados por el cuerpo social. La publicidad hipermoderna se presenta más
como una caja de resonancia que como un agente de transformación social y cultural,
educa al consumidor y lo refleja... (pp 173-174)

... La fase III se apoya menos en un consumidor hipnotizado por la magia de las marcas
que en un consumidor distanciado y nómada. Aunque este cambio no significa
soberanía del consumidor, al menos permite vaciar de contenido el paradigma de la
omnipotencia publicitaria. (p 175)

... Encerrado en el universo de las cosas, víctima de una sed insaciable de goces y
novedades, siempre deseoso de lo que se le pueda ofrecer, el neoconsumidor es esclavo
de un juego de resultado negativo en el que las insatisfacciones no dejan de
intensificarse. Apenas se sacia una necesidad cuando aparece otra que reactiva la
sensación de privación y empobrecimiento psicológico... Un nuevo sentido trágico se ha
apoderado de nuestra vida: lo trágico de la “satisfacción perpetuamente insatisfecha”
[Jean-Marie Domenach] (p 175-176)

... Por más que las mercancías seduzcan con paraísos ilimitados, los deseos de los
consumidores, a la postre, no son exagerados; las insatisfacciones pueden ser
recurrentes, pero no por eso vuelven el presente “invivible” o desastroso, pues las
aspiraciones permanecen, en términos generales, dentro de los límites de lo “posible”.
La adaptación de la intensidad de las aspiraciones a las circunstancias define mejor al
hiperconsumidor que la hipertrofia de Penia. (pp 177-178)

A pesar de los deseos de más dinero que se expresan con frecuencia creciente, lo que
acarrea las mayores alegrías y las peores desgracias a la mayoría de nosotros no es la
adquisición de cosas, sino la relación con nosotros mismos y con los demás. Son los
demás y no las cosas quienes suscitan las pasiones más inmoderadas, las alegrías, pero
también los sufrimientos más vivos... Está claro que el Homo felix no se puede

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 13

identificar con el Homo consumans: el deseo de cosas está lejos de haber colonizado
totalmente los ideales y los fines de la existencia... Por lo cual, la relación con el otro es
lo que puede poner los mayores obstáculos a la felicidad y lo que impide a las cosas
cruzar el abismo de la insatisfacción. (pp 178-179)

... Dado que moverse-luchar-hacer-transformar-alcanzar-superarse es una necesidad


humana sin fecha de caducidad, fuente de satisfacciones y de movilización, las
insuficiencias del nivel de vida no suelen acabar en pesadilla: las prioridades del Hacer
relativizan o compensan las frustraciones del Tener...
... Las frustraciones vinculadas al consumo tienen un límite, las relativas a la existencia
subjetiva e intersubjetiva se agravan, ya que las sensaciones de carencia que más se
expresan se refieren a la comunicación, el amor, la realización profesional, el
reconocimiento, el respeto, la autoestima... (p 180)

... En esta constelación de dimensiones plurales no hay ni conciencia de clase, ni


solidaridad de grupo, ni destino común, sino trayectorias e historias personales muy
diferentes. Víctimas de procesos de descalificación o invalidación social, de situaciones
y dificultades individuales, los nuevos “desafiliados” aparecen en una sociedad que, por
ser brutalmente desigualitaria, también es hiperindividualista al mismo tiempo o, dicho
de otro modo, se ha liberado del marco cultural y social de las clases tradicionales.
Ya no existe una subcultura comparable a la de los guetos y de la pobreza tradicional.
Incluso excluida del universo laboral, la población de las zonas urbanas deprimidas y de
los barrios pobres de la periferia participan de los valores individualistas y consumistas
de las clases medias, la preocupación por la personalidad y por la realización del
individuo... Ahora, incluso los menos privilegiados quieren tener acceso a los signos
emblemáticos de la sociedad de hiperconsumo y dan muestras de aspiraciones y
comportamientos individualistas, aunque sea obedeciendo a la moda... El consumo, en
las condiciones presentes, construye gran parte de su identidad: cuando las además vías
del reconocimiento social fallan, “sacar pasta” y consumir se imponen como objetivos
preeminentes. (pp 182-183)

Mediador de la “verdadera vida”, el consumo se tiene asimismo por algo que permite
librarse del desprecio social y de la imagen negativa de uno mismo... Así que la
sociedad de hiperconsumo se caracteriza tanto por el aumento de los sentimientos de
exclusión social como por la intensificación de los deseos de identidad, de dignidad y de
reconocimiento individual. (p 183)

Por un lado, los jóvenes de los barrios periféricos de las grandes ciudades asimilan
masivamente las normas y los valores consumistas. Por el otro, la vida precaria y la
pobreza les impiden participar plenamente en las actividades de consumo y en las
diversiones comerciales. De esta contradicción surge con fuerza un chorro de
sentimientos de exclusión y de frustración, al mismo tiempo que comportamientos de
tipo delictivo... Despreciando la condición obrera y la cultura laboral, rechazando la
política y el sindicalismo, los jóvenes “marginados” construyen su identidad alrededor
del consumo y de la “pasta”, de la pinta y el trapicheo [François Dubet]... pero estos
fenómenos no pueden aislarse del auge de la cultura consumista, que ha contribuido
abundantemente, por un lado a disolver las conciencias de clase y la autoridad familiar,
por otra a impulsar una nueva intolerancia a las frustraciones. La coincidencia de estas
dos series de fenómenos se encuentra en la base de la desculpabilización y la
trivialización de la delincuencia en las zonas sociales de exclusión... Privados de

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 14

referencia y de horizontes, frustrados por su forma de vivir, desestabilizados por la


deficiencia de la educación parental, presente en todos los medios pero en particular en
las capas sociales afectadas por el desempleo y el choque de culturas, los jóvenes
urbanos reivindican la delincuencia como una forma de vida normal en un universo
percibido como una jungla en la que ellos no pueden vivir “como todo el mundo”. (pp
184-185)

Una de las ironías de la época es que los excluidos del consumo también son una
especie de hiperconsumidores. Privados de participación auténtica en el mundo laboral,
víctimas de la ociosidad y el hastío, los individuos con menos medios buscan
compensaciones en el consumo, en la adquisición de servicios o de bienes de equipo,
aunque a veces sea en perjuicio de lo más útil. Es así como algunos hogares pueden
abonarse a la televisión de pago, aunque no tengan para pagar el recibo de la luz. En los
medios desfavorecidos de Gran Bretaña, dos de cada tres niños tiene televisión en su
habitación. Las presiones y las actitudes consumistas no se detienen en las fronteras de
la pobreza y hoy se extienden por todas las capas sociales, incluidas las que viven de la
seguridad social. Por un lado, la fase III es una máquina tremenda de socialización por
el consumo; por otro, desorganiza los comportamientos de categorías enteras de la
población que son incapaces de adaptarse a la pobreza y de resistirse a las tentaciones
de la oferta comercial.
... En la fase III, los have nots no se sienten pobres sólo porque consuman pocos bienes
y diversiones, sino también porque consumen demasiadas imágenes de felicidad
comercial.
En este punto del análisis se podría formular una hipótesis: que por donde más influye
la televisión en la violencia de los jóvenes es por esta vía “feliz”, incitante y
publicitaria, y no, como se suele afirmar, por la inflación mediática de escenas de
sangre... En las horas de mayor audiencia, las cadenas de televisión de Estados Unidos
emiten más de quince minutos de publicidad por hora. Los concursos hacen soñar con
una vida rica, las películas y teleseries retratan las formas de vida de las clases medias.
¿Cómo es posible que esta sobreexposición a las imágenes del dinero y el consumo feliz
no aumente el malestar de los excluidos, no exaspere los deseos y las frustraciones de
los jóvenes con menos recursos? Lo que incita a la violencia real no es tanto el alud de
imágenes violentas como la diferencia entre la realidad y lo que se espectaculariza como
modelo ideal, la brecha que separa la exhortación al consumo del coste real de éste...
(pp 185-186)

...: desde fines de los años setenta, el número de menores juzgados por actos de
violencia se ha multiplicado por cuatro. Cuesta no relacionar este hecho directamente
con la disgregación de las familias, con la pérdida de autoridad parental, con las
insuficiencias de la educación, que dan lugar a la erosión del sentido de los límites, de
las reglas y de las prohibiciones, una juventud más abandonada a sí misma y que,
despojada de referentes, muestra menos capacidad para soportar las frustraciones y los
impedimentos... (p 187)

... Cuando se cierran las perspectivas de futuro, cuando la participación en el modo de


vida dominante no existe y cuando bajo el nivel de tolerancia a las frustraciones, la
violencia permite transformar la “desesperación” en afirmación subjetiva, en
“documento de identidad” que genera respeto y gratificación en ciertos medios. (pp
188-189)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 15

... la fase III es testigo de lo que podría llamarse individualismo salvaje, es decir,
anómalo y trasgresor, que combina lógica de la carencia (pobreza, fracaso,
insatisfacción) y lógica del exceso, lógica de la frustración y lógica de la
“heroificación”, pulsión de odio y estrategia utilitaria... (p 189)

... En la sociedad de hiperconsumo, la precariedad intensifica el trastorno psicológico, la


convicción de haber fracasado en la vida. Entre las clases móviles y socializadas por el
trabajo, las frustraciones propiamente materiales disminuyen, entre los “de abajo” se
agravan y generan la convicción de que se lleva una vida “que no es vida”. Ésta es la
violencia de la civilización de la felicidad, su nuevo vía crucis. (p 190)

... Si la fase III significa para unos tener cada vez más y vivir más, para los
desfavorecidos crea, en cambio, la convicción de vivir menos y de ser menos. (p 191)

Al hacer el balance humano de la fase II, Fouratié señalaba ya, en un libro famoso, que
la insatisfacción, el “estar hartos”, la melancolía, se habían vuelto los rasgos más
destacados del hombre medio de las sociedades prósperas. Atiborrado de bienes de
consumo pero solo e inestable, este hombre sabe ya “que es más difícil ser feliz siendo
rico que siendo pobre”. (p 191)

Nada revela mejor los perjuicios subjetivos de la civilización de la felicidad que la


tremenda multiplicación de los trastornos psíquicos... El hecho está ahí: cuanto más
triunfa el consumo-mundo, más se multiplican las desorganizaciones de la vida mental,
el sufrimiento psicológico, el esfuerzo de vivir. (p 192)

... Al romper las últimas costumbres y tradiciones estructurantes, la revolución del


consumo ha dejado a los individuos a merced de sus propias fuerzas y éstos deben
afrontar los problemas de la existencia sin contar con regulaciones ni apoyos
colectivos... Por empujar a los individuos a que juzguen y midan su vida por el rasero de
la imagen de la felicidad eufórica, siempre renovada y radiante, la civilización del
bienestar potencia, a escala masiva, las frustraciones y los malestares existenciales.
Instrumento de reflexión negativa, la socialización individualista y consumista crea la
convicción de que siempre falta lo esencial de la vida. (p 193)

Hay otro factor que sostiene la epidemia hipermoderna de malestar: se trata de los restos
de la educación familiar. Son muchos. Por decirlo en pocas palabras, la educación de
tipo tradicionalista y autoritario ha sido desplazada por una educación psicologizada,
“sin obligación ni sanción”, entrega al desarrollo del hijo, a su satisfacción completa, su
felicidad inmediata. Ya no hay que “meter en cintura” ni que castigar, sino hacer todo lo
posible para que el hijo no se sienta nunca insatisfecho ni desdichado, hacer todo lo
posible, también es verdad en algunos casos, para evitar conflictos agotadores con él y
verse en la incómoda situación de tener que decir “no”. En la fase III, la coerción
parental se compara con el maltrato, con la “novatada”, con una forma de violencia
condenable porque puede acarrear frustraciones, complejos y otros trastornos. Así, hay
multitud de padres que no imponen reglas ni estructuras fijas aduciendo que lesionan la
personalidad del hijo y le ocasionan sufrimiento interior; ya no quieren tanto inculcar el
sentido del límite, respeto y obediencia, como escuchar y satisfacer los deseos de los
hijos. Si bien esta psicologización de las educación materializa, por exceso, ciertas vías
abiertas por el psicoanálisis y las teorías pedagógicas de comienzos del siglo XX, sólo
se ha impuesto socialmente con el florecimiento de la civilización consumista y sus

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 16

ideales hedonistas, ya que la negativa a frustrar al hijo aparece como el estilo educativo
acorde con los valores del confort y del bienestar individualista: la sociedad consumista
y la educación sin coerciones son parte del mismo sistema. La transformación de la
esfera educativa no ha dejado de tener consecuencias profundas en la vida psíquica de
los individuos.
Uno de los efectos de esta educación es que tiende a privar a los hijos de reglas, de
pautas ordenadas y regulares que son necesarias para la estructuración psíquica. De ahí
resulta una acusada inseguridad psicológica, personalidades vulnerables que no cuentan
ya con disciplinas interiorizadas, esquemas estructuradores que en otros tiempos
permitían hacer frente a los momentos difíciles de la vida. En este contexto se
multiplican las individualidades desorientadas, frágiles, caracterizadas por las
“identificaciones débiles” y la falta de defensa interiores. Mientras el hijo tiende a
perder la capacidad de superar las frustraciones, el adulto está cada vez menos
preparado para afrontar los conflictos, para soportar los reveses de la existencia y el
peso de las circunstancias. En la base de la fragilidad subjetiva hipermoderna se advierte
la ausencia de “gula” y de fuerzas interiores. Mientras el hijo tiende a perder la
capacidad de superar las frustraciones, el adulto está cada vez menos preparado para
afrontar los conflictos, para soportar los reveses de la existencia y el peso de las
circunstancias. En la base de la fragilidad subjetiva hipermoderna se advierte la
ausencia de “guía” y de fuerzas interiores que ayuden a resistir las adversidades; los
procesos de desinstitucionalización y psicologización se han desestabilizado
conjuntamente y han desequilibrado las identidades subjetivas. Es posible que una
sociedad que ordena a los individuos que sean ellos mismos esté exigiendo demasiado,
pero lo decisivo es que por la cultura del bienestar total se encuentran despojados de
recursos psíquicos, interiormente inermes para hacer frente a lo imprevisto y a la nueva
complejidad de la existencia, poco o mal preparados para someterse a los cambios de la
fortuna. En relación con este punto hay que acordarse de Durkheim, que concluyó su
estudio sobre el suicidio con estas palabras: “El malestar que padecemos no se debe,
pues, a que las causas objetivas del sufrimiento hayan aumentado en número o en
intensidad: no refleja una gran pobreza económica, sino una alarmante desdicha moral”.
(pp 193-195)

Si apenas puede dudarse de los efectos desestructuradores y deprimentes de la sociedad


de hiperconsumo, otros efectos, en cambio, abren perspectivas menos sombrías. Nuestra
época genera a gran escala el “vivir mal” y el sufrimiento psíquico, pero al mismo
tiempo es en ella donde por lo general hay más oportunidades de volver a repartir las
cartas de la existencia y recomenzar sobre nuevas bases. Ella multiplica las razones para
deprimirse, pero ofrece muchos más medios de distracción, muchos más estímulos para
que la baza de las circunstancias cambie más aprisa. La aceleración de la
hipermodernidad nos pierde y nos salva al mismo tiempo: como la vida es más móvil y
está más abierta, los malestares individuales aumentan, pero en muchos casos son
también menos inmovilizadores... (p 195)

... La fase III no garantiza futuros memorables, pero los individuos, con más frecuencia
que antes, pueden ser movilizados por metas y proyectos aptos para reinventar el
optimismo, para volver a creer en la posibilidad de la felicidad. ¿Es esto engañarse? Es
también y sobre todo una condición para escapar a la desesperanza. Ni tierra prometida
ni valle de lágrimas, la sociedad de hiperconsumo es una sociedad de trastornos y
estímulos, de aflicciones y renacimiento subjetivo. (p 196)

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La felicidad paradójica 17

8. Dioniso: sociedad hedonista, sociedad antidionisíaca.

La figura de Dioniso irrumpió en la escena intelectual a fines de los años setenta, para
conceptuar el paisaje cultural de las democracias rediseñadas por el ímpetu de los
valores hedonistas, disidentes y utópicos... En vez de adorar la disciplina, la familia o el
trabajo, una cultura nueva celebra los placeres del consumo y la vida del presente. Con
este telón de fondo, una generación contestataria que rechaza la autoridad y la guerra, el
puritanismo y los valores competitivos, llama a la liberación sexual, a la expresión
directa de las emociones, a las experiencias psicodélicas, a formas distintas de
convivir... Hacer retroceder las fronteras del Yo, “flipar”, vibrar y sentir, el espíritu de
los tiempos pide placeres sin restricción, subversión de las instituciones burguesas en
nombre de una vida intensa y espontánea. (p 197)

... para J. Brun, las pasiones que aparecen en las sociedades desarrolladas son búsquedas
de vértigo y embriaguez que pongan un poco de sabor a una existencia cada vez más
insulsa. Pues el hombre de tipo nuevo sólo está obsesionado por las “cosas” en
apariencia: lo que en realidad espera es una “sobreabundancia de ser”, convulsiones
eróticas y extasiantes que le liberen de la pesadez de su condición. Embriagado por el
consumo, sumergido en un torrente de incitaciones, al acecho del “viaje” y de lo
inusual, de transgresiones y músicas enloquecedoras, el hombre dionisíaco no tiene más
objetivo que romper los límites de su Yo, librándose de todo centro y de toda
subjetividad en un paroxismo de sensaciones y latidos del deseo. El gran deseo de
Dioniso es evadirse de sí mismo, repudiar el Yo sumergiéndose en lo informe y lo
caótico, hundiéndose en el océano de las sensaciones ilimitadas. Liberarse de la cárcel
del Yo, liberarse de los dolores de la individualización, hacer explotar el principium
individuationis: tal es el sentido profundo del hombre dionisíaco, el de ayer y el de
nuestros días. (pp 198-199)

(Conmociones de la fase III) El espíritu de trasgresión ha pasado de moda, la revolución


sexual no es ya más que un viejo recuerdo, los temas de la seguridad y la salud inundan
la vida cotidiana: nuevo espíritu de la época que no impide en absoluto que una
sociología de lo cotidiano invoque el paradigma dionisíaco al subrayar la pujanza del
hedonismo y sensualismo de las costumbres... (pp 199-200)

... Cuanta más superficie conquistan las referencias lúdico-festivas, más se presenta la
sociedad, en realidad, con un aspecto radicalmente antidionisíaco. Lo que se nos pone
delante no son las nuevas epifanías del señor de los placeres, sino la escenificación
lúdico-hedonista de su entierro. No la reencarnación de los valores orgiásticos, sino la
invención del cosmos paradójico de la hipermodernidad individualista.
... Las alegrías colectivas de la comunidad reunida y desbordante han cedido el paso a
los placeres privados del consumo de distracciones, Viajes, turismo, deportes.... Nada
de “escapar de uno mismo”, sino todo lo contrario, abundancia de tiempo para el sujeto,
para hacer lo que le apetezca; no hay ninguna disolución del principium individuationis,
sino más bien un tiempo recreativo en el que se afirman los gustos subjetivos... Las
bacanales trastocaban las costumbres sociales y, en la fiesta colectiva y extática,
conducían al abandono del yo. El universo del ocio actual no es ni una cosa ni otra: es el
de la privatización de los placeres, la individualización y comercialización del tiempo
libre. Todo menos orgiástico-estática, la lógica que triunfa es la del tiempo
individualista del ocio-consumo. (pp 202-203)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 18

No hay duda de que en ciertos casos el ocio-espectáculo genera emociones colectivas


que crean un vínculo de sociedad. Pero es un error atribuirle una función de sustituto de
la religión. Pues si el ocio puede consolidar la cohesión comunitaria, es necesario
subrayar su carácter frangible, efímero, a menudo epidérmico... A través del ocio, lo que
se constituye es el cosmos relativista y pluralista del “al gusto de cada cual”... (p 203)

... El ideal no es ya disolver el Yo en las iconoclastias embriagadoras, sino encontrar la


felicidad en el equilibrio, acceder a la armonía interior, vivir en paz, sanamente y en
forma... (p 205)

... No es el escapar de uno mismo en emociones y fusiones colectivas lo que predomina,


sino el Homo individualis que es dueño de sí incluso en la definición social del yo. (p
206)

Por mediación de los modernos, la felicidad de la humanidad se identifica con el


progreso del derecho, la justicia y las condiciones materiales de existencia... Así como
la modernidad democrática es inseparable de los valores de libertad e igualdad, también
ella pertenece al mismo sistema que la cultura del bienestar y materializa el ideal de la
felicidad terrena, así como la fe en la razón y la acción transformadora de los hombres.
(p 208)

Una expresión resume este desplazamiento: empezó a estar en boga en los años setenta:
se trata de la calidad de vida planteada como nueva frontera del confort, nuevo objeto
central de la fase III... (p 210)

... La fase III no se distingue por la resurrección de Dioniso, sino por la invención de
una nueva cultura del confort que, vuelta hacia el vivir mejor cualitativo y hacia las
subjetividades emocionales, no deja por ello mismo de evocar la figura representativa
de los excesos pulsionales. La “ley” es implacable: cuanto más se afirma el confort-
mundo, más desaparece Dioniso... (p 211)

... Con el gusto por la casa aislada no se expresa ya tanto el clásico deseo de hacer
alarde del éxito social como que la calidad de vida abarque la “tranquilidad”, la
autonomía de cada cual, la seguridad domiciliaria. Ya cosa normal, el chalé se ha
convertido en un símbolo de las nuevas exigencias individualistas de libertad, de
espacio habitable, de Naturaleza (el jardín). La intolerancia a las molestias ocasionadas
por otros, el gusto por la intimidad, la creciente necesidad de seguridad, todos estos
factores han propiciado la explosión de la casa unifamiliar, la voluntad de vivir lejos de
la ciudad, aunque sea a costa de perder más tiempo con el transporte diario. Vivida
como burbuja que protege del exterior, la casa es un signo entre otros mil de la pujanza
del neoindividuolismo, que no es repliegue autárquico, sino aspiración a la intimidad,
búsqueda de placeres resguardados, huida de un entorno humano inevitable y asfixiante.
(p 212)

... lo que constituye uno de los rasgos principales de la fase III: la privatización de los
modos de vida, la formidable expansión social de los deseos de independencia y de
bienestar de las personas... (p 213)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 19

... el confort hipermoderno se valora porque transmite valores sensibles y táctiles, un


bienestar holístico, sensitivo y estético. Después de la tecnificación fría del confort, su
hedonización, su subjetivación, su polisensualización...
... el deseo de un confort al cuadrado, de un confort en el confort que no se define ya
exclusivamente por criterios objetivos de ahorro de tiempo y esfuerzo, sino por
cualidades perceptibles, hedonistas, estéticas y sensitivas. (p 214)

... Cuanto más se pregona la felicidad hedonista, más “miedos y agitaciones” comporta
ésta_ se propaga menos el carpe diem que la sensación de inseguridad. En realidad, el
culto al instante no va por delante de nosotros: retrocede. (p 228)

.. Menos “flipar” y más gestionar el capital cuerpo, conservarse con buena salud,
envejecer en “buen estado”: la vigilancia del Homo sanitas ha conseguido reducir como
nunca la sinrazón dionisíaca. (p 229)

Durante los años de la contracultura se conoció un individualismo de transgresión y


oposición. Más ampliamente, el último medio siglo ha estado caracterizado por un
individualismo de emancipación de los encuadramientos colectivos, fueran familiares,
morales, religiosos o políticos... En este contexto se ha recorrido otro tramo de
individualización: coincide con un individualismo de precaución y protección. Tras la
fiebre de la liberación llega la obsesión por la prevención; tras el éxtasis del instante, el
culto a la conservación personal. El ideal que persigue el hiperindividuo es menos el
goce que la salud.
... En la estela de la medicalización de la sociedad, Narciso ha vencido a Dioniso, un
Narciso menos despreocupado que vigilante, menos admirador de su belleza que
inquieto por su aspecto y su salud, menos replegado sobre sí mismo que atento a la
información y a los riesgos sanitarios. Narciso no se abandona ya a la contemplación de
su imagen... (p 230)

... hay que desmentir las sociologías que interpretan la cultura actual bajo el signo del
culto al presente, dedicado a la celebración de las vivencias placenteras y a disfrutar el
momento. Por un lado, las incitaciones hedonistas; por el otro, raudales de información
sobre los riesgos que nos amenazan... En lugar de la conciliación con el instante, la fase
III comporta una relación cada vez más problemática y angustiante con uno mismo y
con el tiempo inmediato. (p 231)

... ¿A qué se debe esta “moderación” libidinal?... hay dos factores que merecen
destacarse. Se trata primero del peso del ideal relacional-afectividad y luego de la
necesidad de reconocimiento subjetivo.
Durante mucho tiempo, las principales fuerzas que contenían las pulsiones sexuales han
sido el código del honor y la moral religiosa. Esta época ha pasado. Lo que desempeña
ese papel en el presente es un orden cultural que valora los lazos emocionales y
sentimentales, el diálogo íntimo ente Yo y Tú, la proximidad comunicativa con el otro.
La relativa tranquilidad de las costumbres sexuales hipermodernas no es un residuo de
puritanismo: se nutre del ideal secular del sentimiento y la felicidad que se identifica
con la “felicidad de dos”. En una sociedad que no deja de rendir culto al ideal amoroso
y en la que la “vida de verdad” se asocia a lo que se gusta en pareja, la relación estable y
exclusiva constituye todavía un objetivo ideal. Así, el premio reconocido al amor y al
sentimiento, la búsqueda de una intimidad relacional, la necesidad de un sentido de
intensidad en la vida y en la relación con el otro tienden, al margen de todo principio

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 20

moral, a favorecer la relación estable y no la dispersión sexual ni la promiscuidad...


Auténtico “caos organizador”, el código amoroso excita y al mismo tiempo pone límites
a los correteos de Eros. (pp 236-237)

La relación sentimental no se valora sólo porque se identifique con una vida llena de
emociones y de sentido, sino también porque permite realizar una de las aspiraciones
más profundas de las personas: ser reconocido como subjetividad incanjeable. No
olvidemos que ser amado supone ser elegido, sobreestimado, preferido a todos los
demás, con todas las satisfacciones íntimas que eso comporta...: si la experiencia
amorosa propicia siempre una exaltación así es porque es inseparable de las seducciones
del espejo narcisista, porque halaga al yo, que se siente valorado o está esperando ser
valorado como sujeto único... En la base de la falta de interés de las mujeres en general
por la promiscuidad se encuentra el deseo preeminente de ser importante para alguien,
el placer de ser objeto de una atención especial, de existir para el otro en cuanto persona
“privilegiada”... La civilización hedonista ha traído menos el culto a un erotismo
extremo que una escalada de demandas de respeto, de reconocimiento individual, de
atención para uno. (pp 237-238)

... No se trata ya tanto de reavivar la memoria sino de trasformar el presente en tiempo


lúdico y recreativo. ¿Qué es la Navidad sino una montaña de regalos para alegría de los
niños?... Cuenta menos el fenómeno que se conmemora que la diversión a que da
pretexto, menos la evocación del pasado que la hedonización del presente. Las fiestas
están dominadas en todas partes por la lógica de la diversión, los espectáculos y el
consumo: la fiesta tradicional o conmemorativa se ha sustituido por la fiesta consumista
o frívola, centrada en el presente. (p 243)

Incluso las fiestas caracterizadas por la dimensión identitaria y comunitaria (...) ilustran
esta nueva preponderancia de la dinámica individualizadora, dado que funcionan según
una lógica de participación optativa, de búsqueda de “desarrollo personal” y de
reconocimiento particularista. La participación actual en las concentraciones festivas
indica un deseo, una elección individual, un acto de libre adhesión... Las neofiestas
tienden menos a renegar el orden social que a permitir a los individuos reivindicar sus
raíces, vivir una experiencia de comunión colectiva, afirmar un compromiso personal.
La fiesta se ha puesto al servicio del individuo que busca calor comunicativo, arraigo y
seguridad comunitaria... la fiesta funciona como un instrumento de autodefinición y
afirmación de uno mismo, en un tiempo en que las identidades colectivas ya no vienen
dadas de una vez para siempre... (p 245-246)

La fiesta hipermoderna no subvierte nada, no suspende ya ni regla ni tabú, ahora son los
propios principios de la vida cotidiana (seguridad, salud, vida higiénica, respeto por las
personas, sentido de la convivencia, educación, discreción) los que estructuran las
celebraciones colectivas. Estamos más allá de la trasgresión, de las subversiones y otras
dilapidaciones: es el tiempo de la fiesta lisa y llana, pues la fiesta light se alinea con los
valores de fondo del orden cotidiano... (p 247)

... Es la hora de las simpafiestas o fiestas de la convivencia: la sinrazón festiva ha


cedido el paso a la razón distractiva.
... La risa, irremediablemente se “civiliza” a remolque de la individualización reflexiva
de las costumbres. Reír a mandíbula batiente, reír a carcajadas sin contenerse, con risa
que sale de todo el cuerpo, se ha vuelto ya tan raro que es sinónimo de vulgaridad. El

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 21

mundo festivo se ha liberado en gran parte de su antiguo carácter desbordante de


alegría. (p 248)

9. Superman: obsesión perfeccionista, placeres de los sentidos.

... Otra época, otra mitología: Superman ha destronado a Dioniso.


... Al leer ciertas descripciones tengo a veces la sensación de que toda la textura de la
sociedad y de la vida está fagotizada por el ideal competitivo. ¿Es realmente así? (pp
251-252)

Vida profesional, vida privada.


... No hay que optimizar sólo el savoir-faire, sino también el “saber ser”, los
sentimientos, todos los componentes de la personalidad individual... (p 253)

... ¿Obsesión por la proeza? ¿Fiebre del obrar por obrar? No es ésta exactamente la
imagen que dan la pasión colectiva por las vacaciones, la espera de los fines de semana
y los puentes, el deseo de encontrar un equilibrio mejor entre trabajo y vida privada, el
gusto por la holgazanería, el apego a la jubilación. Uno de los epitafios más apreciados
del siglo XIX era: “El trabajo fue su vida”... el trabajo ha dejado de ser la actividad más
importante para los dos tercios de los ciudadanos... En realidad, es el tiempo
extralaboral el que se impone como más atractivo, más cargado de valores esenciales.
La liturgia de los desafíos podrá inflamar a los incondicionales del trabajo, pero todo
indica que no es así para la inmensa mayoría, que encuentra más la plenitud personal en
el goce del tiempo libre y en la vida relacional que en el activismo profesional. (p 255)

... Cuando los asalariados se declaran favorables a la idea de poder trabajar más, no se
hacen eco del creciente empuje de la norma del triunfo, sino de la formidable expansión
del consumo-mundo y de las necesidades de dinero que engendra. En la sociedad de
hiperconsumo, el primer imperativo no es superarse, es tener ingresos holgados para
participar sin dificultades en el universo de las satisfacciones comercializadas... (p 256)

... Cuanto más proponen las empresas un modelo de triunfo individual, menos adhesión
y entusiasmo despierta. No hay culto a la proeza, sino miedo. Lo que progresa es la
ansiedad, la tensión, la crisis subjetiva, así como la desconfianza hacia la empresa, no la
furia de vencer a Superman. (p 258)

... La sociedad de hiperconsumo ha hinchado mucho la exigencia de bienestar, que al no


limitarse ya al confort material doméstico, engloba ahora la relación con el otro, nuestra
valoración y reconocimiento en el trabajo.
La felicidad no sale ilesa de esta dilatación de los territorios del bienestar: a medida que
se extiende lo imaginario del confort, aumenta irremediablemente la deprimente
convicción de ser tratado mal y poco apreciado por los demás... (p 259)

... A pesar de todo lo que se le opone, el individuo atareado y el individuo distanciado


reflejan, cada uno a su manera, el triunfo del individuo psicologizado y centrado en la
búsqueda de goces y de emociones subjetivas. Unos en el trabajo, los otros al margen de
la empresa. Pero, subterráneamente, el ideal hedonista de la civilización consumista
prosigue su labor por doquier... (p 261)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 22

... Wendell Phillips afirmaba en 1926: “No conocemos a ningún superhombre sin
supersalud”: y ahí estamos, pues la salud no se define ya sólo como ausencia de
enfermedad o indisposición, sino, según la OMS, “como estado de completo bienestar
físico, mental y social”. “Salud exuberante” que Superman quiere alcanzar con las
nuevas píldoras de felicidad. (p 270)

... En análisis hoy famosos, Heidegger caracterizó la modernidad por la desaparición del
reinado de los fines en beneficio de la intensificación de los medios técnicos o por la
aplicación a todo del principio de eficacia y productividad...
Sobre este fondo se describe a Superman como voluntad para, tendencia pura a la
superación de sí mismo, como si el activismo sin freno, el despliegue del poderío, la
carrera por el éxito y el dinero hubieran absorbido toda la energía de las subjetividades.
Los goces sensibles, las voluptuosidades carnales y estéticas, esto es lo que naufraga...
Se acabaron los vagabundeos y los diletantismos del placer, el hedonismo ya no está de
moda y sólo es indicio de una “antropología ya superada”. Así es como en la
civilización del ajetreo y lo virtual, Superman aparece como un héroe descorporeizado.
(p 271)

“Mayor bienestar” y cuerpo de sensaciones.


... técnicas de relajación, yoga y zen... que el usuario “se sienta bien de cuerpo y de
cabeza”. De lo que se trata en esta nebulosa psicocorporal de orientación hedonista es
de “despertar la sensibilidad adormecida”, de “volver a centrarnos en la respiración”,
“volver a descubrir el cuerpo”, “entrar en contacto con las sensaciones y amplificarlas”:
“la era del ser” se presenta como una nueva modalidad de asociar lo físico y lo
psicológico, de expandir la conciencia para percibir mejor el cuerpo. Más que la
descorporeización de los placeres, vemos el advenimiento de una nueva cultura del
cuerpo y del bienestar: el bienestar sensación.
El bienestar moderno era funcional, objetivista, mecanicista: el de la fase III aparece
como un bienestar cualitativo y reflexivo, centrado en el cuerpo percibido, en la
atención a uno mismo, en el aumento del registro de sensaciones íntimas (relajación,
respiración, visualización, forma y equilibrio). El informe general apenas titubea: en la
sociedad de hiperconsumo, el “heroísmo” de la autosuperación ha sido reemplazado en
gran medida por las pasiones narcisistas de probar los placeres del mayor bienestar, de
sentirse, lisa y llanamente, bien. (pp 272-273)

... Los mercados del consumo reflejan en todas partes el retroceso de la “eficacia”
estricta en beneficio de un proceso de hibridación en el que la perfección técnica no
tiene valor si no está mezclada con lo que procura placer de los sentidos y de la
apariencia, ya que el hiperconsumidor es cada vez más sensible a la imagen personal, al
estilo, a la estética de los productos. El posicionamiento “funcional” no basta ya: la fase
III equivale mucho menos a la desrealización-desensualización del mundo que a la
cosmetización generalizada de los signos, los objetos y los cuerpos. (p 274)

Así pues, aunque la sociedad de hiperconsumo es testigo el crecimiento de la ideología


y las prácticas de la autosuperación, es también, con más fuerza, la que consagra el
cuerpo de sensaciones, un nuevo imaginario del bienestar que abarca las dimensiones
estéticas y sensitivas, psicológicas y existenciales. De esto se sigue que el
individualismo actual se presenta con un doble aspecto, sensualista y perfeccionista,
narcisista y prometeico, estético y bulímico. Su modelo no es ni Dioniso ni Superman,
es Jano, el de las dos caras, un Jano híbrido, hipermoderno, que “explota” en todas

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 23

direcciones las potencialidades abiertas por esas dos grandes finalidades de la


modernidad que son la eficacia y la felicidad terrena. (p 276)

... La sociedad del hiperconsumo es circunstancialmente sociedad del dopaje, pero


estructuralmente está obsesionada por la prevención y la “conservación sanitaria”. (pp
276-277)

... En la fase III, el hiperconsumidor tiene cada vez menos medios simbólicos para dar
un sentido a las dificultades que encuentra en la vida: en un tiempo en que el
sufrimiento no tiene ya el sentido de prueba que hay que superar, se generaliza la
exigencia de eliminar lo más aprisa posible, químicamente, los problemas que afligen al
paciente y que aparecen como una simple disfunción, una anomalía tanto más
insoportable cuanto más se impone el bienestar como ideal de vida predominante... La
novedad del asunto reside en la creciente intolerancia al malestar interior, así como en la
espiral de demandas consumistas en relación con el bienestar psicológico. La
“medicalización de la existencia” es menos la respuesta a la dictadura de la proeza que
el efecto de la fuerza del imaginario del bienestar y de la calidad de vida, que abarca ya
el campo psíquico. (pp 278-279)

... Los factores que alimentan el torrente consumista son de otro género y en cabeza de
los mismos figura, ya lo hemos visto, la consagración social de los valores hedonistas y
sanitarios. Pero hay otros: subrayemos en particular la disolución de los vínculos
sociales, el retroceso de los sentimientos de pertenencia a una comunidad, el
crecimiento de la incertidumbre, la fragilización de la vida profesional y afectiva, la
relajación de los lazos familiares. Todos estos factores han acentuado con fuerza,
durante la fase III, la sensación de aislamiento, la inseguridad interior, las experiencias
de fracaso personal, las crisis subjetivas e intersubjetivas. En una palabra, el malestar. lo
indican sobre todo la multiplicación de los suicidios, el crecimiento de la toxicomanía,
de los psicotropos y las demandas psiquiátricas. Pero también el entusiasmo de los
franceses por los animales domésticos, los clubs de solteros, el creciente mercado de los
contactos por Internet. Este estado de soledad, de angustia, de malestar subjetivo, es el
que sustenta en parte las furias consumistas, ya que éstas permiten “darse placer”,
regalarse con pequeñas alegrías que compensan la falta de amor, de vínculos o de
reconocimiento... Destinado a “elevar la moral”, a “amarse a uno mismo”, el consumo
de la fase III se define, en este plano al menos, en el modo emocional. El Homo
psychologicus se ha convertido en el multiplicador mayor del Homo consumericus. (pp
279-280)

Los motores del hiperconsumo son múltiples y sus funciones “terapéuticas” o


secundarias no llegan a agotar su sentido. No por ello son menos fundamentales.
Sucedáneo de la vida a la que se aspira, el hiperconsumo crece conforme se multiplican
las “conciencias desdichadas” y la dirección del mundo parece escapar al control de los
hombres. Cuando los vínculos sociales se relajan, cuando la capacidad de influir en las
tendencias pesadas del mundo ya no es creíble, el consumo representa un dominio
elegido y “domesticado” por los sujetos, un universo para uno mismo en el que se
buscan incesantemente elementos de felicidad. Hiperconsumo: no la técnica al servicio
de la autosuperación, sino búsqueda de un “tiempo para sí mismo” en el que “cuidar de
uno mismo”, forma de elegir y encontrar satisfacciones compensatorias, medio de
apropiación subjetiva de tramos enteros de nuestra existencia privada. (p 280)

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La felicidad paradójica 24

... En los años cincuenta, los mejores observadores señalaban ya la anexión del orden
sexual por la dinámica consumista. Identificadas con una distracción fácil de obtener,
con un placer frívolo válido por sí mismo, las relaciones sexuales tienen tendencia a
convertirse en “bienes de consumo” que pueden elegirse a voluntad, sin auténtico
compromiso, un poco como en un autoservicio... Si el sujeto libidinal moderno se
beneficia de la relajación de las trabas tradicionales, no por ello está menos dirigido por
nuevos modelos estandarizados, por ejemplo la obligación de parecer libre, gozar al
máximo, estar a la altura de lo que se espera en el comportamiento erótico. En épocas
anteriores predominaba la norma de la mojigatería; en tal caso podríamos tener hoy una
“libertad impuesta”, una “manía persecutoria” de nuevo cuño, la de la sexualidad y el
“orgasmo obligatorio”.
Este enfoque ha tenido mucha difusión: guiado por autores diversos, no ha dejado de
oírse, presentándose como una victoria intelectual alcanzada con gran esfuerzo frente a
las ilusiones de la conciencia ideológica. Al cabo de cincuenta años hay una oleada de
escritos que atribuyen a la liberación sexual el “chantaje de la erección permanente”, el
“estajanovismo del hedonismo”, “la tiranía de lo genital”, la dictadura del coito. ¿Creéis
que habéis conquistado la libertad? Craso error, porque nuestra época nos ordena
sistemáticamente experimentarlo todo, que nos liberemos de los bloqueos e
inhibiciones, que gocemos al máximo, que seamos una especie de atletas de la libido.
Por lo visto, bajo la apariencia de la permisividad progresa la ferocidad de las normas de
la excelencia mensurable, un hedonismo cuantitativo y obligatorio que más que
desinhibir a los individuos, los acompleja. (pp 281-282)

Después del tiempo de trasgresión, el de la comercialización de Eros; tras la era del


pecado, la del sexo eficaz, hipertécnico y operativo... En la época de la proeza sexual se
incita a cada cual a ser una especie de héroe, de Superman de la libido adepto al cero
defectos. El imperativo de la eficacia ya no está encerrado en la empresa y el deporte, se
ha apoderado también del planeta sexo. (p 282)

¿Qué queda, en estas condiciones, de los juegos delicados y poéticos del amor? En la
era del porno y la sexología, afirman los decepcionados de la permisividad, no tenemos
ya más que un erotismo hiperrealista y obsesivo, deshumanizado, deslastrado de la
dimensión racional con el otro. La verborrea emancipadora y el hedonismo cultural se
aúnan para destruir el contenido afectivo de la sexualidad, reduciendo ésta a un savoir-
faire técnico, a una relación contractual pobre y despoetizada, sin imaginación ni afecto.
Mientras crecen la “deserotización del mundo” y la impersonalidad de la relación con el
otro, la fase III transforma a los individuos en “faltos de amor”, en sujetos calculadores,
incapaces de establecer vínculos reales entre ellos. En la lista de proezas de Superman
podría figurar ahora el haber decapitado al cariñoso Cupido. (p 283)

... Sin duda la fase III se caracteriza por el aumento de los hogares de un solo individuo.
Pero no por eso han desaparecido el ideal de la pareja, el deseo de vivir un “gran amor”,
los sueños secretos del Príncipe Azul... (p 284)

¿Habrá que afirmar, tras los pasos de Barthes, que la indecencia del sexo ha sido
reemplazada por “la obscenidad del sentimiento”? No parece que sea eso exactamente
lo que ocurre el día de san Valentín, cuando las páginas de los periódicos se llenan de
declaraciones ardientes. Tampoco es eso lo que revelan los mensajes amorosos que cada
día circulan más en forma digital. La verdad es que no ha habido ninguna devaluación
del “te quiero”: a lo sumo, se pronuncia después y no antes el acto sexual. La “muerte

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La felicidad paradójica 25

de la afectividad” es sólo un lugar común de la época hiperindividualista: presenciamos


menos la pérdida de la afectividad que la creciente sentimentalización de las relaciones
entre las personas. (p 284)

... Lo que califica a la fase III no es tanto la desimbolización y el colapso afectivo


cuanto la psicologización de masas de la sexualidad y la vida de pareja. (p 285)

... Cada vez son más los hombres y mujeres que reconocen tener dificultades para amar
de un modo prolongado y se muestran escépticos ante la posibilidad de amar a la misma
persona “toda la vida”. Desde este punto de vista, lo más notable no es tanto el sexo por
el sexo ni el crecimiento relativo de las parejas sexuales como la multiplicación de las
historias amorosas. Al final se anda menos de aventura sexual en aventura sexual que de
historia amorosa en historia amorosa. Por un lado, el ideal amoroso es un cortafuegos
ante el consumo-mundo; por otro, la vida sentimental tiende a alinearse con la
temporalidad efímera y acelerada del hiperconsumo. No hay anulación de la dimensión
afectiva, sino una vida amorosa que se está estructurando como el turboconsumismo,
por el destronamiento del mito del amor eterno, la descalificación de los ideales de
sacrificio, el aumento de las relaciones temporales, la inestabilidad y el zapeo de los
corazones. Consumismo sentimental que podrá ser cualquier cosa menos eufórica, dado
que produce sensación de vacío, decepción, resentimiento, heridas íntimas. Luego si hay
un consumo hedonista, también existe una dimensión sismográfica del hiperconsumo,
dominada por la repetida alternancia de felicidad y tristeza, exaltación y abatimiento.
(pp 285-286)

... Pero entre la valoración del polo sexual de la vida y la valoración de la eficacia hay
una brecha que nada autoriza a cruzar, ya que las mujeres, en términos generales, no
muestran un entusiasmo desbordante por el sexo cuantitativo u operativo. Más bien
rechazan el principio, que se considera una obsesión machista que comporta más la
cosificación de la persona que una respuesta satisfactoria al deseo. Hay que prestar
atención al detalle: al producir indiferencia, ironía o aburrimiento, el sexo eficaz,
liberado de la dimensión subjetiva y emocional, apenas encuentra eco en el universo
femenino... (p 286)

... la dimensión de la eficacia parece consustancial a la sexualidad masculina. En tal


caso la novedad no estaría en la promoción del heroísmo sexual narcisista, sino en la de
un nuevo ideal de virilidad, forzado a tener en cuenta la dimensión del deseo femenino.
Durante mucho tiempo, la virilidad se definió “en sí”, al margen de su capacidad para
satisfacer el deseo femenino. Ya no ocurre lo mismo hoy, cuando la satisfacción
femenina es inexcusable. Sin duda se trata de un nuevo imperativo sexual: pero
conviene que no se le identifique sin más ni más con un narcisismo operativo,
impermeable al sentido del otro. En realidad, el imaginario de la excelencia técnica y el
imaginario relacional avanzan de la mano: lo que triunfa no es una sexualidad
monádica, sino un modelo basado en la dimensión intersubjetiva, que engloba la
alteridad deseante del otro. (pp 286-287)

... Lo que califica la cultura erótica en la hipermodernidad no es la orden de ser eficaz,


sino un ideal de reciprocidad hedonista que comporta un modelo de comunicación
interpersonal. (p 287)

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La felicidad paradójica 26

El aggiornamento del imaginario del bienestar se expresa también en las mutaciones


masculinas del modelo donjuanesco. Multitud de indicios, en efecto, señalan que las
nuevas generaciones están menos obsesionadas por las conquistas femeninas y valoran
más la vida en pareja, los sentimientos y la calidad de la relación. El Don Juan sediento
de proezas amorosas ya no es el modelo del individuo hipermoderno... la fase III no
registra tanto el triunfo del imaginario de la eficacia cuanto su retroceso. (p 288)

...: lo que estructura la nueva cultura libidinal no es el mandato de lo cuantitativo, sino


la búsqueda cualitativa de vivencias... (pp 288-289)

... Desdicha sexual y afectiva que deriva el alineamiento del orden erótico con el
económico. Así como el liberalismo económico produce una nueva pobreza, también el
liberalismo sexual engendra un neopauperismo libidinal y afectivo. En este universo
hipercompetitivo, sólo unos cuantos sacan provecho de la liberización de las
costumbres, ya que la mayoría está condenada a la soledad, a la frustración, a
avergonzarse de sí misma... Al fin y al cabo, el individualismo y el liberalismo cultural
no han hecho sino aislar paulatinamente a las personas, volverlas egocéntricas,
incapaces de hacer feliz a otro. Lejos de haber potenciado la felicidad de los sentidos, la
revolución sexual produjo un tremendo alud de frustraciones y malestar. Liberación de
los cuerpos, desamparo de los seres. (p 289)

... lo que interesa es saber si esto da derecho a afirmar, como hace Allan Bloom, que la
liberación de los cuerpos “nos hizo mucho más mal que bien”. ¿Avanza pues el orden
sexualista e hiperindividualista, lisa y llanamente, hacia el infierno de la soledad, la
insatisfacción y la ansiedad?...
[...]
... Si la sexualidad en época liberal crea ansiedad comparativa, también favorece una
sexualidad más sensualista, más recreativa, más lúdica. A fin de cuentas, lo que califica
el momento hipermoderno no es la obsesión plusmarquista que pregonan los medios,
sino la hedonización y la diversificación de los comportamientos sexuales de la
mayoría. No responsabilicemos a la era del sexo-placer de todos los males. Seamos
sinceros: ¿quién quiere realmente volver atrás? (pp 290-291)

Límites de la revolución sexual.


Así pues, está bien visto anatematizar la “revolución sexual”, alegando que fue incapaz
de hacernos felices. ¿Le hace esto justicia? La verdad es que la revolución sexual
aparece a la vez como un éxito y como un fracaso... (p 292)

Para finalizar, no vivimos tanto el fracaso de la revolución sexual como los límites
rigurosamente infranqueables del proyecto político de plenitud libidinal universal. La
ilusión fue creer que podía ser un progreso ilimitado, un avance ininterrumpido,
irreversible, universal, hacia la felicidad erótica. En las sociedades individualistas,
donde la vida sexual está libre de imposiciones colectivas, las exclusiones, las
frustraciones y las insatisfacciones no son anomalías, con realidades imposibles de
suprimir porque proceden de la propia dinámica de la individualización. Puesto que los
individuos se gobiernan solos, son sujetos de decisiones, pero también, por desgracia,
víctimas de las leyes el amor y del azar, de los mecanismos de las preferencias y los
desdenes, las atracciones y las repulsiones, los enlaces y los desenlaces. Las leyes de la
competencia interindividual, de las libres inclinaciones y aversiones de los individuos
crean “perdedores” de manera inevitable. Aquí es válida la idea de “ampliación del

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 27

ámbito de lucha” (Michel Houellebecq). Aunque la evolución sexual derribó los


principios victorianos que encuadraban los comportamientos individuales, no consiguió
impulsar el deseo de todos por todos, la armonía o coincidencia de apetitos, la igual
deseabilidad de cada uno. Las máscaras han caído: evidentemente, todo no es político.
Es imposible concebir la felicidad erótica como resultado mecánico de una liberación
colectiva, ya que depende de la seducción de las personas, de las preferencias y gustos
de cada cual, de la alquimia de los cuerpos y las almas individuales. Está claro que la
revolución que prometía poner fin a la desdicha sexual no llegará a sus últimas
consecuencias: estos límites no se deben al despotismo de la eficacia, proceden de la
cultura de los individuos autónomos, que disponen de sí mismos en un “mercado”
desregulado. (pp 292-293)

No nos engañemos: lo que entorpece la plenitud libidinal no son las normas atléticas del
sexo, sino, mucho más crudamente, la ausencia de vida sexual, la soledad y también los
descensos del deseo del otro, la incomprensión en la pareja, el desencanto amoroso. La
satisfacción que se obtiene de la vida sexual no se reduce al número de orgasmos: está
relacionada con el deseo del otro, con complicidades, con el encanto de la seducción,
con la intensidad de los sentimientos por el otro. Fenómenos que el tiempo, por lo
general, acaba estropeando. Así pues, la satisfacción erótica disminuye con la duración
de la pareja, con la vulgaridad de la vida cotidiana, con la “rutinización” de las
relaciones y las heridas de cada uno. No buscamos la explicación de la disminución del
sexo o de la desaparición del deseo en los mandatos del hedonismo obligatorio, cuando
la razón se encuentra sobre todo en la labor corrosiva el propio tiempo. ¿Tiranía de
Superman? Aún está lejos de hallarse en condiciones de rivalizar con el empuje, más
lento pero inigualado, de Cronos. (p 293)

10. Némesis: superexhibición de la felicidad, retroceso de la envidia.

... Éramos consumidores de objetos, de viajes, de información y ahora somos por


añadidura sobreconsumidores de intimidad.
... La fase I vio nacer las sublimes estrellas del cine; la fase III es contemporánea de la
promoción de celebridades cualesquiera, que lo son por estar en la vulgaridad cotidiana
y en la puesta en escena de la autenticidad del yo...
En este contexto, las fantasmas, lo vulgar, el erotismo, la convicción subjetiva, todo
vale para ser expresado y consumido en abundancia. “Enseñarlo todo, decirlo todo,
verlo todo”, esto es lo que ha hecho que la sociedad de hiperconsumo se califique de
“sociedad transparente”, en un momento en que parece que los individuos no tienen
nada que ocultar a un público al que le gusta muy particularmente el desnudamiento de
los estados anímicos. Después del sensacionalismo de diversos acontecimientos y las
exclusivas de la vida política, nuestra época está hechizada por el exhibicionismo de la
intimidad del ciudadano corriente. (pp 294-295)

¿Hasta dónde llegará esta “pornografía del alma”?... En este capítulo me gustaría
analizar una dimensión de la vida subjetiva que, por escapar en amplia medida al
proceso de publicitación del yo, remite a una lógica de lo inconfesable. Este aspecto de
la vida psicológica es la envidia.
La envidia es la desazón que se siente a veces al ver las cualidades o la felicidad de otro;
fabrica alegría malsana ante la desgracia ajena, el anhelo de ver al otro privado de sus
ventajas, no tanto para adquirirlas uno como para que el otro deje de gozar de una

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 28

felicidad sin sombras. Ahora bien, hoy como ayer, “la envidia es una pasión callada y
vergonzosa que nadie se atreve a confesar nunca” (La Rochefoucauld)... (p 295)

... Jules Renard señalaba que “no basta ser felices, es necesario que los demás no lo
sean”. Este sentimiento está en todas partes y en todas las épocas. De lo que se trata, sin
embargo, por lo menos después de Tocqueville y Nietzsche, es de saber si las
democracias aumentan o reducen su volumen. ¿Qué clase de hostilidades contenidas
favorece el capitalismo de consumo? (p 296)

... En “el mundo que hemos perdido” había normas sociales imperativas encargadas de
contener el desbordamiento de la codicia ajena. Las cosas ya no son así: a diferencia de
entonces, las sociedades actuales han dinamitado todos los diques de “protección” y es
como si las costumbres hiperindividualistas nos hubieran liberado del miedo
inmemorial a las envidias.
El universo de los medios ofrece un ejemplo palmario de esta inversión porque no deja
de exhibir insolentemente y a escala enorme todo lo que hay de envidiable en este
mundo vil. En primer lugar, la publicidad, que se presenta como una escenografía
exuberante de felicidad y voluptuosidades del mundo. Ciertos anuncios promocionan
sus productos prometiendo a los compradores que despertarán la envidia de los demás.
John Berger identifica aquí el punto de apoyo de la publicidad, que según esto es el
medio que garantiza a los consumidores que serán deslumbrantes, es decir, envidiados
por su felicidad. Lo que causaba temor se ha convertido en argumento de venta,
sentimiento tratado con ironía y desenvoltura. (p 300)

... Tras una lógica tradicional de disimulo llega una lógica de sobreexposición de
imágenes de felicidad fuera de lo común. Los griegos pensaban que a los dioses les
molestaban las manifestaciones de triunfo y los éxitos demasiado grandes que ponían a
los hombres por encima de su condición mortal... (p 300)

... Daniel Bell habla de un “institucionalización de la envidia” ¿Es adecuada la


expresión? Si a ello vamos, la publicidad no trata en absoluto de estimular la codicia:
exalta el lado optimista de las novedades, los deseos y los goces... Aquí “todo el mundo
es guapo, todo el mundo es amable”: la publicidad no funciona como una catapulta de
sentimientos malévolos, sino como un instrumento de legitimación y exacerbación de
los goces individualistas. No hace que nos fijemos en el otro, sino en nosotros mismos.
No se amenaza a nadie, a nade se ofende, ya que todo el mundo tiene el mismo derecho
a aspirar a la felicidad por medio de los bienes comerciales... La publicidad no despierta
la envidia furiosa, sino la glotonería consumista... (p 301)

... tenemos menos miedo a despertar codicia y envidia que a que crean que no somos
felices. Nos gustaría despertar en el otro una envidia que por nuestra parte no sentimos.
(p 303)

El segundo gran factor histórico que merece tenerse en cuanta es la invención y


expansión de la ideología económica, característica de los tiempos modernos
individualistas. Ésta en efecto, sustituyó la condena moral de los “vicios privados”
(celos, codicia, vanidad, etc.) por su defensa en tanto que instrumentos para aumentar la
riqueza material y el orden público. Las competencias envidiosas se consideraban
tradicionalmente un peligro o una amenaza mortal y ahora se tienen por elementos de
progreso que permiten escapar a la pobreza y la violencia. En este sentido, las culturas

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 29

modernas se dedican menos a exorcizar la envidia que a favorecer lo que podría


agudizarla. Nace una civilización nueva en la que es concebible y loable vivir como si la
envidia no existiera o no comportara ningún peligro destructor.
Sobre este fondo de agitaciones seculares el capitalismo de consumo remató el proceso
de erosión de miedo a la envidia. Al propalar una cultura que estimula a vivir para uno
mismo y a amarse, las sociedades consumistas sustituyeron el pánico a la envidia por el
exhibicionismo de la felicidad, el miedo a la maledicencia por la indiferencia ante el
otro... (pp 304-305)

... Responder “no soy feliz” es desesperante, ya que entonces toda mi vida aparece como
un fracaso completo. Decir por el contrario “soy feliz o bastante feliz” es una forma de
convencerme de que, en conjunto, mi vida, a pesar de todo, tiene cosas buenas... Los
individuos se dicen felices porque reconocer lo contrario no es “bueno para la moral”.
En la sociedad de hiperconsumo, los individuos no se protegen ya el mal de ojo (envidia
de los demás), sino de sus propios juicios negativos que, demasiado condenatorios, les
devuelven una imagen lamentable de sí mismos. Se trata en suma de una actitud que
tiende a exorcizar el desánimo, a proteger la confianza en uno mismo. (p 307)

La interpretación que afirma que la modernidad democrática favorece la envidia y el


nivel general de frustraciones se prolonga en nuestros días con el refuerzo de la escala
del “deseo mimético”. Principio de partida: el deseo no tiene objeto privilegiado, es
siempre imitación de otro deseo; no se desean las cosas por sí mismas, sino porque las
desea otro. Principio dos: al hacer converger los deseos en un mismo objeto, el Otro se
convierte a la vez en modelo, rival y obstáculo. Principio tres: cuando el imitador y el
imitado se parecen, los deseos miméticos se exasperan y las rivalidades se agudizan
cuanto más insignificantes son las diferencias. Cuanta menos diferencia hay entre los
individuos, más se imitan y más sucumben a los celos, la codicia y las envidias. Cruel
lección: lejos de preparar una paz armoniosa, la igualdad y el bienestar democráticos
propician las rivalidades y los resentimientos [René Girard]. (p 310)

¿Qué mujer se muere de envidia al ver el vestido de otra? En la fase III los objetos de
consumo han perdido gran parte de su poder tradicional de despertar reacciones de
hostilidad. Los deseos consumistas proliferan, la alegría malsana de ver al otro privado
de sus ventajas materiales retrocede. Hay que corregir la tesis clásica de que la envidia
se desata conforme se difunde el bienestar material y progresa el estado social
democrático.
Los individuos, evidentemente, no son “mejores” ahora. Conforme acceden en gran
número al “mínimo confort” ven con menos resentimiento las diferencias materiales que
hay entre ellos y quienes les rodean... En la actualidad, los bienes materiales del otro ya
no nos amargan tanto la vida: lo importante es “ser más”, salir más, vivir experiencias
renovadas y euforizantes...
... Lo importante para la mayoría no es dar envidia, sino vestir lo que le gusta a cada
cual, lo que les va, lo que expresa su personalidad y sus gustos. (pp 311-312)

... Vivir el lujo por el lujo en vez de exhibirlo: la fase III se distingue por el retroceso de
las comparaciones denigrantes en beneficio de un neoaristocratismo “interior”, de la
experiencia emocional de cosas bellas, de un erotismo ampliado al campo de los bienes
comerciales. (pp 313-314)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 30

... El lujo estaba pasado de moda, hoy está de moda; era indicio de alineación, hoy
señala la calidad de vida... El derecho democrático al lujo ha sustituido a sus antiguas
condenas: es el tiempo de la legitimación y la democratización de masas de los deseos
de lujo. Son muchas las transformaciones que indican el retroceso de la hostilidad
envidiosa por los bienes preciados. En la sociedad de hiperconsumo no se trata tanto de
combatir los privilegios quitando bienes a los ricos cuanto de acceder a ellos para el
goce emocional privado. (pp 314-315)

... La abolición de la propiedad privada no está ya de actualidad y las grandes utopías


igualitarias han caducado, pues el imaginario de la revolución ha sido barrido por el
culto individualista al dinero y a la plenitud íntima... (p 316)

11. “Homo felix”: grandeza y miseria de una utopía.

Los Modernos, afirmaba Nietzsche, gustaban de decir que ellos habían “inventado la
felicidad”... Al luchar contra la creencia en la corrupción de la naturaleza humana, al
rehabilitar el epicureismo, los placeres y las pasiones, los hombres de la Ilustración
elevaron la felicidad terrena al rango de ideal supremo...: el hombre ha nacido para ser
feliz... (p 319)

Ante la negligencia con que los hombres suelen tratar este “asunto”, los moralistas creen
su deber emplear todos los medios para ilustrar a sus semejantes sobre las condiciones
físicas, morales y afectivas que permiten obtener la vida feliz. Ya tenemos a la moral
convertida en ciencia de la felicidad, la única verdaderamente útil a los mortales. Moral
de la felicidad, pero también sueños de felicidad: los discursos utópicos que imaginan
una sociedad distinta, reconciliada con la felicidad, se multiplican: novelas y poemas,
canciones... (pp 319-320)

... La grande y buena nueva es que la dinámica de la historia nos prepara un futuro
necesariamente dichoso, cada vez mejor. Con los Modernos, el Homo felix dejó de ser
una promesa dirigida a los sabios y se convirtió en horizonte del género humano,
inscrito en la ley misma de la evolución histórica.
La ideología del capitalismo de consumo es una figura tardía de esta fe optimista en la
conquista de la felicidad por la técnica y la abundancia de bienes materiales.
Sencillamente, la felicidad no se concibe ya como futuro maravilloso, sino como
presente radiante, goce inmediato y siempre renovado, “utopía materializada” de la
abundancia. No la promesa de una salvación terrena por venir, sino la felicidad al
instante, liberada de la idea de ardid de la razón y de la positividad de la negatividad. La
plenitud celebrada por los tiempos consumistas ya no pone de manifiesto un
pensamiento dialéctico: es eufórica e instantaneísta, es lúdica y es exclusivamente
positiva... (pp 320-321)

... Las críticas contra la idea de progreso, iniciadas en los siglos XVIII y XIX,
adquirieron fuerza a raíz de las dos guerras mundiales, los genocidios...el peligro
atómico... Tras las promesas progresistas han llegado las visiones pesimistas, ya que la
tecnociencia se compara con una máquina satánica que trae más males que bienes. Los
filósofos prometían el paraíso en la tierra; algunos, en la actualidad, anuncian que lo
peor está a punto de llegar, y es casi seguro. En nuestros días, las innovaciones
producen más inquietud o escepticismo que entusiasmo, por doquier se expresan dudas

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 31

sobre el progreso y demandas de protección y límites: se ha disuelto la fe en un futuro


necesariamente mejor y más feliz [Krysztof Pomian]. (p 321)

Felicidad y esperanza.
La sociedad del hiperconsumo se despliega en nombre de la felicidad. La producción de
bienes, los servicios, los medios, las distracciones, la educación, la ordenación urbana,
todo se concibe, todo se organiza en principio con vistas a nuestra mayor felicidad. En
este contexto abundan las guías y métodos para vivir mejor, la televisión y la prensa
destilan consejos de salud y buena forma, los “psi” ayudan a las parejas y a los padres
con problemas, se multiplican los gurús que prometen la plenitud. Comer, dormir,
seducir, relajarse, hacer el amor, comunicarse con los hijos, mantener el tono: ¿qué
esfera escapa ya a las recetas de la felicidad? Hemos pasado del mundo cerrado al
universo infinito de las claves de la felicidad: es el tiempo del coaching generalizado, de
la felicidad con instrucciones de uso para todos.
¿Hay que felicitarse por esta inflación de incitaciones y promesas de plenitud? Pascal
Bruckner, en un libro reciente, propone la idea de que a fuerza de haber hecho de la
felicidad el ideal supremo, se ha convertido en un sistema de intimidación, una “orden
aterradora” que nos afecta a todos. El derecho a la felicidad se ha transformado así en
imperativo eufórico que crea vergüenza o malestar entre quienes se sienten excluidos de
ella. En la época en que reina la “felicidad despótica”, los individuos ya no se limitan a
ser desdichados, ahora se sienten culpables por no sentirse bien. (pp 322-323)

... ¿Vemos a nuestro alrededor la sustitución del derecho democrático por alguna
coacción “despótica”? La verdad es que tenemos que ver menos con un “mecanismo
perverso” que con una dinámica implacable, sostenida por el desarrollo mismo del
reinado del individuo y del mercado. Desde el momento en que se propone al individuo
como valor primordial, se impone la felicidad como ideal supremo... Cuanto más
mercado, más incitaciones a vivir mejor; cuanto más individuo, más exigencia de
felicidad: estos fenómenos son interdependientes. No se ha trastocado ninguna lógica,
ya que lo que se muestra es una consecuencia coherente, cabal, completa, de la
civilización individual-comercial que abre sin cesar su abanico de ofertas y promesas de
una vida mejor. (p 323)

... Desde que el individuo se libera de las coacciones comunitarias, es inevitable que su
búsqueda de felicidad vuelva problemática e insatisfactoria su existencia: tal es el
destino del individuo socialmente independiente que, sin apoyo colectivo ni religioso,
afronta solo y desprotegido las pruebas de la vida. (p 324)

... ¿qué es una vida sin sueños de algo mejor o distinto? ¿Esperamos demasiado? Es
posible, pero para el común de los mortales y tal como está la vida, el grado cero de la
esperanza es mil veces peor: significa desesperación, postración inmovilizadora. La
felicidad venidera no se confunde con una felicidad ilusoria, pues es también lo que nos
permite confiar en la vida, proyectarnos en el futuro con algún optimismo. Bien puede
decir el filósofo que “la sabiduría es desesperar”, pues la vida exige esperanza y
ninguna sociedad es posible sin un cuerpo de mitos, imágenes y creencias que hacen
creer en la posibilidad de algo mejor. En este plano, Nietzsche tiene razón: la ilusión, las
ficciones, los simulacros son necesarios para la vida, porque es necesario que la vida
inspire confianza. Por eso se equivoca quien toma las promesas de la sociedad de
hiperconsumo por un sistema de intimidación y culpabilización, ya que aquellas son
ante todo un complejo de mitos, sueños y significaciones imaginarios que, al impulsar

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 32

metas y confianza en el futuro, favorece la oxigenación de un presente a menudo sin


aliento. Si, como se verá, hay una ilusión de la sabiduría, también hay una sabiduría de
la ilusión. (pp 324-325)

... Los anatemas lanzados contra la modernidad productivista y consumista pasan cada
vez más del rojo al verde: vicios privados, desastres ecológicos; felicidad presente,
infierno de las generaciones futuras; paraíso prometido, clima apocalíptico. (p 326)

... Es la hora del control o la limitación del consumismo por esta razón de fondo, que los
consumidores han pasado a ser los principales responsables del efecto invernadero, los
primeros contaminadores del planeta. En la fase II se concebía al consumidor como una
víctima o una marioneta alienada; hoy está en el banquillo de los acusados y es un
sujeto al que hay que informar y educar, toda vez que se le ha responsabilizado de una
misión de primera magnitud: salvar el planeta cambiando la propia conducta cotidiana
y “consumiendo productos duraderos”. La responsabilidad principal no recae ya
exclusivamente en los productores, sino también en los consumidores... (p 326)

... la lógica de la mercancía se anexionará el conjunto de las necesidades e instalará la


fase III en todo el planeta. Hay que rendirse a la evidencia, la sociedad de hiperconsumo
se impone como único horizonte, nada detendrá la expansión del consumo de pago a
todas las actividades, la omnicomercialización del mundo. Si hay diferentes políticas
económicas o sociales, no hay, por el momento, ninguna salida de recambio para la
sociedad de hiperconsumo. (p 329)

... Si la fase III potencia la “fiebre compradora”, ve crecer al mismo tiempo a un


consumidor comprometido, “responsable”, para el que la compra es inseparable de la
pregunta ética o cívica...
Es innegable que estos grupos de compradores representan una disidencia respecto del
modelo frenético del sobreconsumo. Quieren consumir “de otro modo”, se niegan a
comprar para tirar, denuncian los excesos del envasado, se interesan por el desarrollo
duradero, critican la búsqueda sistemática de novedades, renuncian a las grandes marcas
por productos menos caros. No son, pues, un grupo de “desconsumidores”. Su intención
no es salir del universo consumista: la prueba es que gastan más que la media de
consumidores por la cantidad de garantías del producto. Lo que le importa es consumir
“mejor”, elegir productos de mejor calidad, más respetuosos con el medio ambiente. Se
trata de hacer compras “inteligentes”, como un sujeto, no como un títere-consumidor.
(pp 329-330)

... Cuando privilegian la calidad de vida, cuando desean escapar el condicionamiento


publicitario, cuando desean escapar del condicionamiento publicitario, cuando se
preocupan por gobernar su vida cotidiana emancipándose del conformismo de masas,
los “alterconsumidores” no se oponen a la sociedad de hiperconsumo: son una de sus
manifestaciones ejemplares, sin duda destinada a crecer. Este movimiento no es en
modo alguno un intento de salida de la fase III: al acentuar la individualización de los
gastos, al diversificar y fragmentar los modos de consumo, al obligar al sector industrial
a abrir más aún su política de segmentación de mercados, el alterconsumismo no hace
otra cosa que poner en práctica la esencia de la sociedad de hiperconsumo. (p 330)

Frugalidad y felicidad.

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 33

La crítica de la producción y el consumo desenfrenados no se considera sólo algo


necesario para asegurar la supervivencia del planeta: a veces se considera la única
solución socialmente justa y la más deseable, en función del ideal de ser felices y vivir
mejor. Ante todo, y según los adversarios de la mundialización liberal, ésta ha traído un
crecimiento vertiginoso de las desigualdades entre los países ricos y pobres, entre la
fortuna de unos cuantos magnates y el espantoso nivel de vida de miles de millones de
personas. Romper con la sociedad de crecimiento se presenta como la única solución
capaz de restaurar un mínimo de justicia social. Además, el crecimiento forzado es
devastador para el equilibrio mental y social, porque esclaviza al dinero y a las
mercancías, reduce la importancia de la vida social, atrofia los bienes relacionales.
“Menos mercancías, más solidaridad”, proclaman los que hoy llaman a salir del
desarrollo y el economismo. (p 331)

... Consumimos el triple de energía que en los años sesenta: ¿a quién se hará creer que
somos tres veces más felices? La idea es justa: el Producto Interior Bruto no es la
Felicidad Nacional Bruta, la buena vida no se puede confundir con la huida hacia
delante el consumismo. (p 331)

... Una parte de nuestra dicha se compone de placeres “inútiles”, juego, superficialidad,
apariencias, facilidades más o menos insignificantes. Esta parte no moral del Homo felix
que alimenta la lógica de hiperconsumo no puede erradicarse, porque responde a la
necesidad humana de alegrías fáciles o ligeras. La sociedad de hiperconsumo tiene
muchos defectos: toma al hombre tal como es, múltiple, pueril y contradictorio, con sus
deseos de distracciones y evasiones que no serán muy nobles pero que por eso mismo
forman parte de la vida. Ecce homo. (p 332)

En los años cincuenta empieza a construirse un modelo de autorrealización alrededor de


dos polos básicos: la vida materialista y la vida afectiva, las “cosas” y el corazón, la
mitología del consumo y la del amor...
En los alborotados años de la revuelta adolescente aparece otra mitología. Se basa en la
exaltación de la liberación individual y se opone frontalmente a las normas del consumo
y a la moral tradicional. Denunciando falsas necesidades y la represión sexual, el
momento contestatario da prioridad a la autenticidad del yo y a la emancipación del
cuerpo. Incluso el término “felicidad” tiene mala prensa, ya que está asociado a las
coacciones familiares y burguesas. Se prefiere el goce, la fiesta, el deseo sin
restricciones. En el curso de un breve recreo, el segundo modelo consagró una utopía
transgresora y transpolítica.
Con la fase III, la ideología de la felicidad conoce un nuevo aggirnamento. A la
división felicidad consumista/felicidad amorosa se suma ahora la que opone felicidad
materialista y felicidad espiritual, felicidad-movimiento y felicidad-equilibrio. Dan fe de
este modelo “psicoespiritual” la proliferación de nuevas formas de religiosidad, la
recuperación del interés por las vías espirituales y las tradiciones místicas, el éxito de
las sabidurías antiguas... Son muchos los fenómenos que ilustran eso que algunos
califican de “cambio de paradigma”, una “Nueva Era” caracterizada por la búsqueda de
la “sabiduría” o el autoperfeccionamiento espiritual.
Al contrario que la concepción materialista de la felicidad, estas actitudes espirituales se
concentran en la búsqueda del equilibrio interior, la armonía del cuerpo y del espíritu, la
expansión y profundización de la conciencia. Lo importante no es cambiar el mundo
sino cambiarse uno, despertar la conciencia a potenciales desaprovechados, inventar un
nuevo arte de vivir conciliando al individuo consigo mismo. La sabiduría se tenía por un

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 34

ideal obsoleto: ya la tenemos otra vez en primer plano. Lo que nace es una microutopía
psicoespiritual que reconfigura la mitología de la felicidad individualista en el núcleo
de la sociedad de hiperconsumo. (p 333-334)

... Los medios aplauden que se reemplace el Prozac por la sabiduría filosófica: falta
precisar de qué naturaleza es esta reivindicación de la filosofía. Es indudable que los
neolectores buscan en los libros de sabiduría vías que puedan acercarles a la felicidad,
pero la quieren con facilidades, cómodamente, enseguida, sin esfuerzos de voluntad, sin
los “ejercicios espirituales” continuos que prescribían los maestros de la antigüedad. Se
ojea a Séneca o a Epicuro como se va a ver una película o se hace un viaje: ahora,
incluso la sabiduría funciona como un “producto de salvación de eficacia inmediata”.
Centrada en la inmediatez y lo emocional, la sabiduría que viene es una sabiduría light
en armonía perfecta con el hiperconsumidor experiencial: menos una “revolución
espiritual” que una de las figuras del consumo-mundo. (p 335)

En las sabidurías antiguas se trataba de despojar totalmente al hombre, de superar el yo


replegado en su estricta individualidad y liberándolo de sus vanos apetitos. Suponían un
cambio total de vida que pasaba por la práctica continua de ejercicios espirituales, la
indiferencia al mundo, una auténtica proeza ascética. Estamos muy lejos de eso. ¿Qué
buscamos en los maestros sino fórmulas para maximizar nuestros goces y nuestros más
diversos potenciales psíquicos? Los ideales de renuncia del mundo han sido
reemplazados por técnicas de autoayuda que garantizan a la vez triunfo material y paz
interior, salud y confianza, ímpetu y serenidad, energía y tranquilidad, en otras palabras,
felicidad interior sin necesidad de renunciar a lo que haya en el exterior (confort, éxito
profesional, sexo, diversiones). El individuo hiperconsumidor aspira a las ventajas del
mundo moderno y además a la armonía interior. La sabiduría se asociaba al alejamiento
y desposesión del yo (budismo): nosotros queremos la realización plena del yo.
Tratamos menos de cambiar nuestro estilo de vida que de adaptarlo a nuestro mundo,
viviendo en él confortablemente, sin tensiones ni ansiedad. El objetivo es que la
existencia materialista sea más cualitativa y equilibrada: y ya estamos en el momento
del imaginario del confort integral, material y emocional, consumidor y psicológico. Es
la búsqueda individualista de la felicidad terrena lo que prosigue al amparo de las
sabidurías antiguas. No es un “cambio de paradigma”, sino la dinámica pluralizadora de
las mitologías de la felicidad individualista. (pp 335-336)

Ilusión de la sabiduría.
Es frecuente presentar el nuevo favor de que goza la espiritualidad religiosa y laica
como una gran conmoción que, por liberarnos de las falsas promesas del tener, nos abre
las vías de la felicidad auténtica. Mientras la búsqueda de bienes materiales engendra
insatisfacciones y frustraciones, la aventura psicoespiritual aporta una plenitud total,
llena de sentido y de armonía con uno mismo y con el cosmos. En el centro del increíble
supermercado que constituye la nebulosa neoespiritual se consolida la primacía de la
experiencia interior como condición para vivir bien. En relación con todos los
movimientos del Potencial Humano, basta con armonizar nuestro pensamiento para que
ocurra lo mismo por sí sólo en nuestra vida. Aprendamos a amarnos, modifiquemos
nuestra forma de pensar y la vida se volverá alegre, próspera, rebosante de salud. El
“nuevo paradigma” se construye según este silogismo: lo que nos llega es el reflejo de
nuestra actitud interior; nosotros podemos cambiar y dirigir nuestra conciencia; luego la
felicidad es nuestra, se aprende, está totalmente en nuestras manos. Podemos ser tan

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 35

felices como queramos: tal es el credo que repiten sin cesar los maestros de
espiritualidad y desarrollo personal. (pp 336-337)

Lo que regresa al universo actual bajo una fachada de psicologismo triunfante no es ni


más ni menos que el pensamiento mágico. El hiperconsumidor se ha convertido en
demandante de neomagia, de remedios milagrosos basados en la omnipotencia de la
conciencia, de rituales y encantamientos que garanticen que la felicidad depende
únicamente de nosotros. (p 337)

No lo ocultemos: ¿cómo no quedarnos pasmados ante la riada de programas de beatitud


que difunden ingenuidades y falsas promesas? Pues si hay algo que nos enseña la vida
es que somos incapaces de gobernar la felicidad. Si esta recuperación de la
espiritualidad refleja nuevas aspiraciones, también es portadora de una ceguera que
podría condenar al oscurantismo...
Nadie supo poner de relieve mejor que Rousseau los dilemas insalvables del problema
de la felicidad. Incompleto, incapaz de bastarse, el ser humano necesita a otros para
conocer la felicidad. Y como ésta es inseparable de la relación con el otro, el individuo
está inevitablemente condenado a las decepciones y reveses de la vida. Puesto que
dependo de otros para ser completamente feliz, mi dicha es necesariamente fugitiva e
inestable. Sin otro no soy nada, con otro estoy a su merced: a lo único que puede
acceder el individuo es a una “felicidad endeble”. La lección no puede ser más
ilustrativa: como no podemos ser felices solos, no somos dueños de la felicidad.
“Viene” y se nos va en gran parte sin nosotros. Poderosa es la influencia del otro en
nuestra dicha, escasa nuestra capacidad para controlar su curso. Efímera, ay, es la
experiencia de la felicidad. (pp 337-338)

Como inevitablemente hay una parte “recibida”, inconsciente, incontrolable en la


experiencia de la felicidad, más que elegirla yo, me elige ella. Especie de estado de
gracia, “viene cuando quiere, no cuando quiero yo”. de ahí las limitaciones de todas las
doctrinas que enseñan el camino de la felicidad sobrevalorando el poder de la
conciencia en los estados de la experiencia. Lo más que podemos esperar –y no por eso-
es un remedio provisional, una muleta de duración limitada. Pero tampoco nos
engañemos, porque la “eficacia” de las escuelas de sabiduría será siempre muy reducida
en comparación con la resultante de la disposición psicológica o metapsicológica de los
individuos, ya que la felicidad y la alegría de vivir son más “estados de ánimo”, más un
“regalo que se recibe”, que resultado el despertar y la trasformación de la conciencia.
(pp 338-339)

... El proyecto del poderío ilimitado de los Modernos toca techo en este punto: la
felicidad no avanza, escapa obstinadamente a las manipulaciones de los humanos. Es
verdad que ya no se puede separar totalmente la búsqueda de la felicidad de las victorias
del mundo técnico, pero sigue habiendo un abismo entre estos dos universos. El hombre
prometeico parece todavía un enano sentado en los hombros de un gigante: no nos
queda sino vivir con la conciencia de que la felicidad no es domesticable, enigma
fugitivo, imprevisible e impenetrable de nuestros días y sin duda de mañana. (p 339)

... Mientras se debilita la autoridad simbólica de la vida intelectual, prosperan las


industrias de programa, los parques temáticos y los juegos atraen a las masas, aumenta
el tiempo que pasamos ante el televisor: la era gloriosa de la cultura desaparece en
beneficio del imperio del entretenimiento. (p 340)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 36

... La cultura clásica tenía por finalidad elevar al hombre, las industrias culturales se
dedican a distraerle. El “valor de espíritu” de que hablaba Valery ha sido reemplazado
por el “valor de animación”, explotado sistemáticamente al servicio del valor comercial.
(p 340)

Ante los estragos causados por el consumo-mundo, numerosos intelectuales condenan la


nueva “barbarie”, un nihilismo destructor de todo lo que constituye la humanidad del
hombre. Unos hablan de una “desimbolización generalizada” que se caracteriza por la
reducción nihilista del hombre a individuo calculador, liberado de toda preocupación
por los valores e ideales, motivado exclusivamente por el dinero y el propio interés.
Otros señalan la barbarie suave de una época relativista que, recusando el criterio
objetivo de la excelencia, se niega a establecer una diferencia jerárquica entre cultura
duradera y cultura de consumo pasajera. Para Michel Henry, los medios y la televisión
en particular son la “práctica por excelencia de la barbarie”. Bernard Stiegler denuncia
la lógica de “proletarización del consumidor”, que abarca todos los modos de vida
individual, todas las facultades, sean mentales, afectivas o estéticas. Todo ser vivo se
precipita así hacia un horizonte deshumanizado y nihilista, habitado por rebaños
humanos estandarizados, tan amorfos como sedientos de satisfacciones vulgares. La
esfera trascendente de los ideales, el saber vivir, los deseos de elevación, todo esto ha
sido liquidado por el consumo industrial, por un universo totalmente comercializado.
Sociedad de hipercunsumo y barbarie intelectual, moral y estética son uno y lo mismo.
(pp 340-341)

¿Barbarie estética?
Nuestra época es testigo de una inundación de imágenes vulgares y pornográficas. Lo
es también de una multitud de actos colectivos y actuaciones que, pulverizando los
objetivos de lo bello y la obra duradera, llevan el “haz lo que te plazca” a su
culminación... Paralelamente, la actitud propiamente estética o contemplativa ha sido
sustituida por un consumo de imágenes continuamente renovadas que se miran menos
que se engullen a gran velocidad. Sea ante el televisor o en el museo, se impone el
hiperconsumidor con su zapeo, su bulimia despreocupada, su curiosidad superficial o
turística. Triunfo de lo comercial, lo desechable, la dispersión: ¿es el Homo aestheticus
una especie en peligro de extinción? (p 341)

... Cuanto más rige el mundo de la eficacia tecnocomercial, más se estetiza la oferta y
más se caracteriza la demanda por deseos de gustar el goce de las “impresiones
inútiles”. (p 342)

... Pero hay otro aspecto que impide comparar unilateralmente el hiperindividualismo
con un proceso de decadencia. ¿Domina la lógica de los intereses individuales? Sin
ninguna duda. Pero también crecen como nunca, al mismo tiempo, los impulsos
solidarios hacia los desheredados, los donativos para las víctimas de enfermedades o
catástrofes. ¿Por qué criticamos la manipulación de los valores? ¿Por qué el comercio
justo ha encontrado cierto eco entre la opinión pública? ¿Cómo explicar la
multiplicación de las asociaciones y de los voluntarios? Estos fenómenos y muchos
otros indican que la sociedad de hiperconsumo no ha conseguido disolver totalmente el
valor de los principios morales. (pp 342-343)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 37

... Por mucho que reine el “todo vale”, la mayor parte de los individuos tiene
convicciones morales que se expresan mediante reacciones de indignación y una
variedad de comportamientos “responsables” o altruistas. No presenciamos tanto la
decadencia nihilista de los ideales como una nueva regulación social de la ética,
compatible con el individuo hipermoderno. Los ideales del Bien y la Justicia no han
muerto: aunque no construyen un mundo a su imagen, permiten juzgar, criticar, corregir
algunos excesos o derivas del cosmos individual-consumista. (p 343)

... No desaparición catastrófica de los valores, sino proliferación de ideas morales en


conflicto, multiplicación de los sistemas de valor, diversidad de concepciones del bien,
que hay que interpretar como una intensificación de la autonomía de la esfera moral, el
signo de una sociedad liberal y pluralista en la que los valores y su expresión social se
han emancipado de la autoridad de la Iglesia y de la tradición. Por un lado, vemos que el
poder de la democracia sobre sí misma se debilita; por el otro, que se consuma la
voluntad social o individual de hacerse cargo de las reglas que fundamentan sus actos.
No “muerte de los valores”, sino hundimiento de las reglas morales heterónomas y
correlativa individualización de la relación con la esfera ética. La sociedad
hiperindividualista no se reduce al culto obsesivo de los placeres privados, es también la
sociedad en que corresponde al individuo determinar lo que debe hacer, inventando las
reglas de su propia conducta. Consenso sobre los valores humanistas democráticos,
proliferación de la reflexión ética: la cultura de la fase III no puede compararse con un
estado de barbarie nihilista. (pp 343-344)

... Que la sociedad de hiperconsumo acarrea una crisis de la cultura, la escuela, la


política, es evidente. Pero este proceso no es inevitable; hay en marcha dinámicas
contrarias que autorizan a refutar las radiografías unilaterales que gustan a la clase
intelectual y que hacen ininteligible la fuerza autocorrectora de las sociedades
individualistas. (p 345)

... La utopía de la plenitud personal podrá tener influencia, pero sigue en pie la
exigencia de una educación que pasa necesariamente por el acceso al saber, la
imposición de contenidos y métodos, aprendizajes más o menos coercitivos. El ciclo de
la fe en la permisividad y la espontaneidad subjetiva se ha cerrado. Hemos pasado otra
página: ahora estamos ante los límites y contradicciones del panhedonismo. Aunque las
prácticas educativas están lejos de sacar todas las consecuencias de esta exigencia de
formación, la causa está vista para sentencia: el hedonismo liberal es incapaz de aportar
la base y los medios de un sistema educativo digno de este nombre. La conciencia del
problema ha comparecido, la manera de resolverlo está totalmente por inventar. (p 346)

... A pesar de las incitaciones a la felicidad, el orden consumista es legítimo mientras no


obstaculice la autonomía reflexiva de las personas, la exigencia educativa y el
perfeccionamiento de los sujetos. No es verdad que el principio del placer se haya
vuelto la medida de todas las cosas, el alfa y el omega de la vida. (pp 346-347)

Se equivocará asimismo quien afirme que la fase III ha acabado fabricando individuos
que ya no aspiran más que a divertirse y envejecer en forma. El sistema de referencia
hedonista y médico podrá ser dominante, pero no es el único. Crear, construir,
emprender, superarse, mejorar, estos valores y aspiraciones siguen orientando más o
menos las existencias... A los principios inmanentes de la diversión-conservación se
oponen las lógicas trascendentes de invención de lo nuevo y superación de uno mismo.

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 38

A pesar de los cantos de sirena de la vida fácil y narcisista, el deseo de trascenderse


sigue arraigado en la vida del sujeto... (p 347)

... Pero ¿equivale esta mutación a un proceso de “igualación ante los goces” bajo la
enseña del “imperativo de satisfacción consumada”? ¿Cómo no observar que en el
reino de la plenitud total se crea una acentuada discrepancia entre aquellos cuya
principal motivación es multiplicar los goces materiales y de distracción, y aquellos
cuyas metas existenciales presuponen esfuerzo y método, audacia y riesgo, invención y
creación? En este sentido, el futuro de la democratización del consumo podría ser
sistemáticamente desigualitario, ya que la mayoría aspira a las satisfacciones fáciles del
bienestar, mientras que una especie de hiperclase adopta reglas de vida más “austeras”,
caracterizadas por el deseo de afrontar los retos, crear y superar los obstáculos. No es
sólo el “grado de movilidad” de las personas lo que instituye las nuevas
diferenciaciones sociales, son también las formas de relacionarse con el trabajo, con los
goces del consumo, con las metas de la vida... Por primera vez, la “clase que se
divierte” no está en la cima de la pirámide social: ahora, cuanto más arriba se está en la
jerarquía, más se trabaja y menos aparece el consumo como eje principal de la vida.
Tras la antigua lógica del ocio de ostentación aparece una riada de activismo y
voluntarismo profesional entre las nuevas élites, que dedican la mayor parte de su
energía al trabajo, al que consideran un “juego”, una experiencia enriquecedora, un
medio de desarrollo personal. Bajo el estilo “bohemio”, col y desinhibido, se trata
todavía de “ganar”, de poner lo mejor de nosotros, de enorgullecernos de nuestros
logros, de trascendernos. Aunque la sociedad de hiperconsumo consagra las diversiones,
el descanso y la facilidad, no ha puesto fin en absoluto a la predisposición humana a
crear, dominar y superarse. (p 348)

... Salta a la vista que el consumo no es la principal motivación de los grandes


empresarios: trabajan “como locos”, olvidan los placeres y el confort de la tranquilidad,
a fin de satisfacer sus ansias de poder, de dominación y riesgo. A un nivel
completamente distinto, la fase III es escenario del éxito de la mitología de la
“aventura”, la multiplicación de los enfrentamientos al peligro, hazañas de todo género
realizadas por los amigos de lo “extremo” (alpinismo, senderismo, travesías en solitario,
etc.). La sociedad del goce no ha aniquilado en absoluto las motivaciones para llegar al
final de los propios límites y fuerzas, para afrontar riesgos y peligros. Más bien ha
contribuido a que el riesgo se conciba como prueba personal y opción ajena a toda
cultura de clase. La dinámica hiperindividualista no coincide sólo con el ansia de bienes
comerciales, además empuja a muchísimas personas a inventar desafíos, afrontar riesgos
para vivir más intensamente, romper las rutinas, experimentar un sentimiento de
renovación, sensaciones fuertes, probarse a sí mismas de lo que son capaces... (pp 348-
349)

... Aunque el capitalismo de hiperconsumo haya trastornado las relaciones con uno
mismo, con los demás y con la cultura, no ha conseguido crear una humanidad
poshistórica, pues la voluntad de aprender, comprender, progresar y trascenderse está
todavía vigente, aunque desigualmente repartida entre las personas, y se presenta con
aspectos completamente nuevos... Señalaré sólo dos razones para apoyar esta tesis.
En primer lugar, las ciencias, cuyo papel no cesa de crecer, son disciplinas de formación
intelectual ejemplar, escuelas rigurosas y racionales, invitaciones a comprender,
demostrar, progresar sin límites por la vía de la verdad. Por movilizar el esfuerzo y la
disciplina demostrativa, la ciencia es inseparable de una dinámica de trascendencia que

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 39

siempre hace preguntas y siempre está abierta. Por ello es una de las grandes fuerzas del
futuro que impedirán que la cultura sea totalmente fagocitada por el reinado del
espectáculo y la facilidad consumista.
En segundo lugar, en la medida en que las sociedades abiertas se basan en la valoración
de la innovación, la creación... es poco probable que los goces del bienestar lleguen a
ser la única exigencia de los individuos.... ¿Una pequeña minoría? Es posible, pero no
seguro. En cualquier caso, aventurarse, arriesgarse, descubrir, inventar y crear seguirán
siendo para muchas personas medios irremplazables de afirmarse, de conseguir el
aprecio propio y el ajeno, de intensificar la relación con ellas mismas y con el tiempo de
vivir. La gente seguirá buscando la identidad individual y la autovaloración, al menos lo
harán esas personas, por medios que exigirán trabajo, esfuerzo, movimiento y
superación, es decir, medios que estarán más allá del principio del placer consumista...
(p 349-350)

Guardémonos de confundir las fuerzas que contrarrestan el maremoto consumista con


vestigios de otra época. La verdad es que la sociedad de hiperconsumo sólo puede
existir porque su tendencia de fondo se ve obstaculizada por principios antagónicos. Si
consiguiera eliminar el espíritu crítico, la exigencia ética, el deseo de creación y los
esfuerzos de la persona por trascenderse, ella sola dejaría de funcionar. La sociedad de
hiperconsumo necesita contradicciones, resistencias, límites a su propio universo: lo que
se opone a las normas del hiperconsumo debe entenderse como condición necesaria para
su desarrollo.
Por eso mismo, la crítica no debe fijarse tanto en la espiral de las necesidades
comerciales como en las instituciones de base, encargadas idealmente de “montar” a los
individuos, de formarlos y pertrecharlos con los útiles necesarios para pensar, obrar y
perfeccionarse... (pp 350-351)

... Si hay una “salvación”, reside en la invención o perfeccionamiento de dispositivos


que permitan el desarrollo de gustos y pasiones distintos del consumo. Hay que
demonizar menos la epidemia consumista y buscar más los medios de orientar a las
personas hacia metas más diversas. ¿Qué puede conducir a los hombres a no buscar la
felicidad exclusivamente en los bienes materiales sino otros deseos y otros ejes de
interés: trabajo, creación, compromiso público? El imperativo futuro es inventar nuevos
modos de educación y trabajo que permitan a los individuos encontrar una identidad y
satisfacciones que no sean las de los paraísos pasajeros del consumo. (p 351)

Con el capitalismo de consumo, el hedonismo se ha impuesto como valor supremo y las


satisfacciones comerciales como la vía privilegiada hacia la felicidad. Mientras la
cultura de la vida cotidiana esté dominada por este sistema de referencia, y mientras no
se produzca una catástrofe ecológica o económica, la sociedad de hiperconsumo seguirá
inevitablemente su curso. Pero si apareciesen nuevas formas de evaluar los goces
materiales y los placeres inmediatos, si se impusiera otro modo de enfocar la educación,
la sociedad de hiperconsumo haría sitio a otro tipo de cultura. La mutación futura
vendrá por la invención de nuevas metas y nuevos sentidos, de nuevas perspectivas y
prioridades en la vida. (p 352)

¿Quién sabe el tiempo que hará falta para que aparezca otra clase de conciencia, para
que se perfilen nuevos horizontes, nuevas formas de evaluar la huida consumista hacia
delante? La respuesta a esta pregunta no está a nuestro alcance, pero hay indicios,
aunque dispares, de que se desea algo distinto, de que se buscan cosas que no sean las

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 40

ilusiones y la centralidad del consumo. No caeremos en la ingenuidad de creer que


bastan estas “disidencias” para que se cambie de rumbo: únicamente nos dan a entender
que la multiplicación y renovación perpetua de los bienes comerciales no pueden
considerarse la única y principal vocación del hombre. Llegará el día en que la
búsqueda de la felicidad en el consumo no tendrá ya el mismo poder de atracción, la
misma positividad: la búsqueda de la autorrealización acabará por desviarse del camino
sin fin de los placeres del consumo. (pp 352-353)

Según la hipótesis que se maneja aquí, la transformación se ha de esperar menos,


paradójicamente, de una revolución del modo de producción que de una revolución de
los valores o una mutación cultural que revise el lugar de los goces inmediatos. Una
revolución de la jerarquía de los valores que no anunciará el reinado del Superhombre,
sino, más probablemente, el de las democracias poscunsumistas, en las que el
hedonismo no será ya el principio axial o estructurador de la vida. En ese momento,
adquirir, comprar, renovar indefinidamente las mercancías no se considerará ya la
fórmula privilegiada de la felicidad. Un poshedonismo que inevitablemente tendrá
repercusiones en los sistemas de educación y formación, en las formas de pensar en el
futuro y de prepararse para él, en la concepción de la buena vida... (p 353)

Dado que el hombre no es Uno, la filosofía de la felicidad debe hacer justicia a normas
o principios de vida antitéticos. Tenemos que reconocer la legitimidad de la ligereza
hedonista al mismo tiempo que la necesidad de construirnos personalmente por el
pensamiento y la acción. La filosofía de los Antiguos quería formar un hombre sabio
que fuera siempre igual a sí mismo, que quisiera siempre lo mismo para ser consecuente
y rechazara lo superfluo. ¿Es esto realmente posible? No lo creo. Si, como dice Pascal,
el hombre está hecho de “contradicciones”, la filosofía de la felicidad no puede excluir
la superficialidad ni la "profundidad”, la distracción pueril ni la formación concienzuda
de uno mismo. El ser humano cambia con los años y no siempre espera de la vida las
mismas satisfacciones. Es decir, que la única filosofía de la felicidad posible será una
filosofía desunida y pluralista, menos aséptica que ecléctica, menos definitiva que
móvil. (p 354)

Lo que es verdadero para la sociedad lo es para el individuo: el hombre avanza hacia un


horizonte que se diluye mientras cree aproximarse, ya que toda solución plantea nuevos
dilemas. Hay que inventar la felicidad continuamente y nadie tiene las llaves que abren
las puertas de la Tierra Prometida: lo único que sabemos es pilotar con ayuda de
instrumentos y rectificar continuamente, con más o menos éxito. Luchamos por una
sociedad y una vida mejores, buscamos incesantemente caminos que nos lleven a la
felicidad, pero ¿cómo ignorar que eso que más apreciamos, la alegría de vivir, será
siempre una propina? (p 355)

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 41

CITAS INTERESANTES:

Cfr. tres fases del capitalismo de consumo: 38 (Búsqueda de la felicidad privada); 40


(Función ontológica del consumo); 42-44 (El destino social ha cedido al “derecho” al
lujo); 51 (Renuncia a todo esfuerzo personal y abandono a la química); 61 (Vínculo
entre hiperconsumo y hedonismo); 62 (El consumo tiende a ser su propia recompensa);
63-64 (El individuo zapea con su propia vida: se convierte en niño); 65-66 (El
neoadulto se divierte infantilizándose); 68 (Creciente necesidad de olvidar el sentido:
nos libra de la obra de la libertad, una irresponsabilidad que vivimos con placer); 68
(Despreocupación inocente: uso de su libertad para dejar de pensar); 90-91 (Prácticas
de consumo más individualizadas); 94 (Fase II: un individualismo de masas hedonista y
consumista); 96 (Turboconsumismo: de un consumo articulado por la familia, a un
consumo centrado en el individuo); 104 (Cultura de la impaciencia y la satisfacción
inmediata. Se suprime la distancia para pensar: la inmediatez activa); 105 (La fase III:
consumo policrónico); 107-108 (La diferencia no está en el origen de clase sino en el
dinero de que se dispone); 111-112 (El hijo da consejo, decide sobre las compras); 112
(El consumo un medio de “comprar paz” en la familia); 118-119 (Un individuo incapaz
de resistirse a las tentaciones exteriores y a los impulsos interiores); 123 (Una
reinterpretación global del cristianismo que se ha adaptado a la felicidad y el
hedonismo); 124 (La espiritualidad se compra y se vende); 124-125 (Individualización
del creer y el obrar. Los principios del hiperconsumo están en el alma religiosa); 126
(Galas de beneficencia: megaespectáculo de la bondad); 126-127 (Caritativismo de la
felicidad dada y recibida); 127 (Inestabilidad de la pareja: cada parte quiere ser
autónoma); 127 (Política: voto estratégico más que de clase); 127 (Actividad sindical:
relación utilitaria); 129 (Culto a la plenitud subjetiva, calidad de vida, salud infinita);
133 (El capitalismo de consumo alimenta los ideales de felicidad, calidad de vida,
hedonismo y mayor bienestar: ha dignificado el presente social frente a las grandes
visiones de la Historia); 137 (Las relaciones de vecindad se debilitan, no para
enclaustrarse, sino para abrirse a una socialidad más efímera y emocional); 138 (El ideal
de “vivir para los demás” no se profesa ya, pero vemos el florecimiento de una
generosidad circunstancial, emocional e indolora); 139-140 (Comercialización de los
modos de vida: más se afirma el polo afectivo de la vida privada. La autonomía personal
rechaza las regulaciones institucionales); 140-141 (La sociedad del hiperconsumo
acentúa la ansiedad, las depresiones...); 148 (Cfr. la felicidad paradójica: a más
satisfacciones, no aumenta la alegría de vivir); 149-150 (Opulencia material, déficit de
felicidad); 154 (No hay mal humor ni amargura, sino el uso vagamente indiferente del
consumidor); 155 (La relación con el objeto utilitario tiene una expectativa limitada, no
abarca toda la existencia) [Estímulo-Respuesta]; 161-162 (Cuando la pareja se basa
únicamente en el sentimiento, todo acaba en rupturas, crisis relacionales y desilusiones);
162 (Al remitir más al individuo a sí mismo, crea más ocasiones de angustia); 162-163
(El fracaso no es del consumidor sino del individuo-sujeto y de su existencia íntima);
164 (Críticas a la publicidad); 165-166 (La publicidad ha desmontado los modos de vida
de la herencia tradicionalista); 169 (Pero la publicidad propone y el consumidor
dispone); 172 (Las masas son ya de entrada consumistas); 173-174 (La publicidad sólo
exalta lo consensuado, es una caja de resonancias); 175 (En la fase III el consumidor es

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 42

distanciado y nómada); 175-176 (Tragedia de la “satisfacción perpetuamente


insatisfecha”); 178-179 (Los mayores obstáculos a la felicidad no están en las cosas sino
en el otro); 180 (Las frustraciones por el consumo tienen su límite, las intersubjetivas se
agravan); 182-183 (La población de las zonas deprimidas participan de los valores
individualistas y consumistas: el consumo construye gran parte de su identidad); 184-
185 (Los jóvenes de los barrios periféricos reivindican la delincuencia como una forma
de vida normal); 185-186 (Los excluidos del consumo son hiperconsumidores:
adquisición de bienes de equipo en perjuicio de lo más útil. Provocan más violencia las
imágenes de felicidad que las escenas de sangre); 187 (Cfr. delincuencia en los
menores); 188-189 (La falta de futuro, el bajo nivel de tolerancia de las frustraciones,
convierten la violencia en afirmación subjetiva); 190 (Violencia de la civilización de la
felicidad: la vida que se lleva “no es vida”); 193-195 (La educación psicologizada, sin
obligación ni sanción); 195 (La sociedad del hiperconsumo genera más sufrimiento
psíquico, pero también más oportunidades de comenzar de nuevo); 196 (Ni tierra
prometida ni valle de lágrimas); 197 (Finales de los 60: en vez de la disciplina, la
familia o el trabajo, los valores hedonistas, disidentes y utópicos); 198-199 (El gran
deseo de Dioniso es evadirse de sí mismo, repudiar el Yo, librándose de todo centro);
199-200 (Fase III: el espíritu de trasgresión y la revolución sexual han pasado en
beneficio de la seguridad y la salud); 202-203 (La lógica que triunfa es la del tiempo
individualista del ocio-consumo); 205 (El ideal no es disolver el Yo, sino la felicidad en
el equilibrio, la armonía interior...); 210 (La calidad de vida); 212 (El chalet como
símbolo del neoindividualismo, aspiración a la intimidad); 214 (El confort
hipermoderno se define por cualidades perceptibles hedonistas, estéticas y sensitivas);
229 (Homo sanitas); 230 (Individualismo de precaución y protección, no la fiebre de la
liberación. Medicalización de la sociedad: Narciso pendiente de la salud); 236-237 (El
reconocimiento del amor y el sentimiento, la intimidad relacional, la necesidad de un
sentido de intensidad en la vida y en la relación con el otro, favorecen la relación
estable); 137-138 (La relación sentimental no se reduce a una vida llena de emociones y
sentido sino que alcanza la aspiración de sentirse elegido y preferido); 243 (En las
fiestas cuenta menos la evocación del pasado que la hedonización del presente: la lógica
del presente); 245-246 (La participación en las fiestas es un acto de libre elección. La
fiesta se ha puesto al servicio del individuo: se busca arraigo y seguridad comunitaria);
147 (La fiesta hipermoderna es lisa y llana, sin trasgresiones); 148 (Fiesta: la razón
distractiva. No carcajadas); 253 (No sólo el savoir faire, sino el “saber ser”); 255 (El
trabajo ha dejado de ser la actividad más importante. Importancia del tiempo
extralaboral); 256 (El primer imperativo no es superarse sino tener ingresos holgados);
258 (No hay culto a la proeza -Superman-, sino miedo); 259 (No sólo confort material,
sino la relación con el otro y ser reconocido: esto aumenta la convicción de ser tratado
mal...); 261 (Triunfo del individualismo psicologizado: el ideal hedonista gira en torno a
lo subjetivo); 270 (Cfr. nueva definición de salud); 272-273 (Bienestar, sensación, no
heroísmo); 276 (Individualismo actual: un doble aspecto, sensualista y perfeccionista...
Es Jano: eficacia y felicidad terrena); 276-277 (Obsesión por la preocupación y la
“conservación sanitaria”); 278-279 (La intolerancia al malestar interior lleva a la
“medicalización de la existencia); 279-280 (Consagración social de los valores
hedonistas y sanitarios, disolución de los vínculos sociales, fragilización de la vida
profesional y afectiva, relajación de los lazos familiares: aislamiento, inseguridad, crisis
subjetivas e intersubjetivas. Entusiasmo por los animales, clubs de solteros... El
consumo destinado a elevar la moral); 280 (Hiperconsumo: forma de elegir y encontrar
satisfacciones compensatorias); 281-282 (Las relaciones sexuales ¿bienes de consumo
entandarizados? ¿Hedonismo cuantitativo y obligatorio que acompleja?); 282 (Tras la

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 43

era del pecado, la del sexo eficaz); 283 (En la fase III, ¿el Superman ha decapitado al
cariñoso Cupido?); 284 (No ha desaparecido el ideal de la pareja); 284 (No ha habido
ninguna devaluación del “te quiero”. A lo sumo se pronuncia después del acto sexual);
285-286 (No tanto crecimiento de parejas sexuales cuanto multiplicación de “historias
amorosas”: el zapeo de los corazones. Consumismo que produce sensación de vacío);
286 (El sexo eficaz, liberado de lo emocional no encuentra eco en la mujer); 276-277
(La eficacia más ligada a la sexualidad masculina. Hoy ha de ir unido a lo relacional);
287 (Ideal de la cultura erótica de la hipermodernidad: reciprocidad hedonista, de
comunicación interpersonal); 288 (Don Juan no es el modelo del hipermoderno); 289
(La liberalización de las costumbres ha llevado a la soledad y la frustración); 290-291
(La liberalización de la sexualidad crea ansiedad comparativa, pero también es más
sensualista y lúdica); 292 (La revolución sexual a la vez como éxito y fracaso); 292-293
(Es imposible concebir la felicidad erótica como el resultado mecánico de una
liberación colectiva; depende de las preferencias y gustos de cada cual); 293 (El tiempo
–la rutina- disminuye la satisfacción erótica)[Cfr. Freud: “... está llamado a
extinguirse en la satisfacción”]; 294-295 (Somos sobreconsumidores de intimidad);
295 (La envidia: fabrica alegría malsana ante la desgracia ajena. Nadie se atreve a
confesarla); 300 (La publicidad promete a los consumidores que serán envidiados); 301
(La publicidad no despierta la envidia sino la glotonería consumista); 304-305 (Las
culturas modernas favorecen lo que podría agudizar la envidia); 307 (Hoy los
individuos no se protegen del “mal de ojo” sino de los propios juicios negativos); 310
(No se desean las cosas por sí mismas, sino porque las desean los otros; el otro se
convierte en modelo, rival y obstáculo: cuanto menos diferencia, más celos y envidia);
311-312 (Lo importante para la mayoría no es dar envidia, sino vestir lo que le gusta a
cada cual); 313-314 (Neoaristocratismo interior, no comparaciones denigrantes); 314-
315 (El lujo señala la calidad de vida); 316 (El imaginario de la revolución ha sido
barrido por el culto individualista al dinero y a la plenitud íntima); 319 (Los Modernos:
el hombre ha nacido para ser feliz); 319-320 (La moral convertida en ciencia de la
felicidad); 320-321 (La felicidad no está en el futuro sino el goce inmediato); 322-323
(Ahora los individuos se sienten culpables por ser desdichados); 323 (Cuanto más
mercado, más incitaciones a vivir mejor; cuanto más individuo, más exigencia de
felicidad); 324-325 (Es necesario que la vida inspire confianza); 326 (La
responsabilidad recae también en los consumidores); 329 (No hay salida de recambio al
hiperconsumo); 329-330 (Consumidor responsable: la compra es inseparable de la
pregunta ética: la compra inteligente); 331 (Críticas al desarrollo y economismo:
“Menos mercancía, más solidaridad”); 332 (Homo felix: alegrías fáciles o ligeras); 333-
334 (Cfr. éxito de las espiritualidades orientales. Lo importante no es cambiar el mundo
sino cambiarse uno); 335 (“Sabiduría” fácil e inmediata, no que suponga esfuerzo);
335-336 (Las técnicas de autoayuda no tienen nada de proeza ascética. Adaptar nuestro
estilo de vida a nuestro mundo); 336-337 (Podemos ser tan felices como queramos); 337
(El hiperconsumidor exige remedios milagrosos); 337-338 (No podemos ser dueños de
la felicidad que depende del otro); 338-339 (La felicidad es “un regalo que se recibe”);
339 (La felicidad no es domesticable); 340 (La era de la cultura desaparece en beneficio
del imperio del entretenimiento); 340 (El “valor de espíritu” ha sido reemplazado por el
“valor de animación”); 340-341 (Críticas al consumo-mundo); 341 (Triunfo de lo
comercial, lo desechable. ¿Barbarie estética?); 342-343 (La sociedad del hiperconsumo
no ha conseguido disolver el valor de los principios morales); 343 (Regulación social de
la ética, compatible con el individuo hipermoderno); 343-344 (No “muerte de los
valores” sino hundimiento de las reglas morales heterónomas e individualización de la
relación con la ética); 346 (El ciclo de la fe en la permisividad y espontaneidad

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ


La felicidad paradójica 44

subjetiva se ha cerrado. Estamos ante las contradicciones del panhedonismo); 346-347


(No es verdad que el principio del placer se haya vuelto la medida de todas las cosas);
347 (A pesar de la vida fácil, el deseo de trascenderse sigue arraigado); 348 (Las
diversiones, el descanso y la facilidad no ha puesto fin a la creación, el dominio, el
superarse); 349 (Los grandes empresarios trabajan como locos: ansia de poder,
dominación y riesgo. Mitología de la aventura); 349-350 (No se ha creado una sociedad
poshistorica: sigue vigente la voluntad de aprender, comprender, progresar y
trascenderse: la ciencia es inseparable de una dinámica de trascendencia, y el
aventurarse inventar, crear, exigirán trabajo y esfuerzo); 250-251 (Si la sociedad
hiperconsumo consiguiera eliminar el espíritu crítico, la exigencia ética, el deseo de
creación y los esfuerzos por trascenderse, dejaría de funcionar. Necesita
contradicciones. Hay que pertrechar a los individuos para pensar, obrar y
perfeccionarse); 351 (Hay que suscitar gustos y pasiones distintas del consumo); 352
(Una nueva educación que abra a otra cultura: nuevas metas, sentidos y prioridades);
352-353 (La búsqueda de la autorrealización acabará por desviarse del camino sin fin de
los placeres del consumo); 353 (Hace falta una revolución de los valores, una mutación
cultural que revise el lugar de los bienes inmediatos, donde el hedonismo no sea el
principio estructurador de la vida: un poshedonismo que abra al futuro); 354 (Necesidad
de construirnos personalmente por el pensamiento y la acción); 354 (La filosofía de la
felicidad no puede excluir la superficialidad ni la profundidad. El ser humano cambia
con los años y no siempre espera de la vida las mismas satisfacciones); 355 (Hay que
inventar la felicidad continuamente, pero la alegría de vivir será siempre una propina).

Elaborado por Adolfo Chércoles SJ

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