Vivirlavidacomovocacion
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ESTUDIOS
Resumen
En un contexto en el que se habla de pérdida de sentido de la existencia como
vocación, este artículo presenta las claves de la vocación cristiana y se pregunta
cómo pensar y vivir hoy la vocación cristiana desde las posibilidades, valores y
dificultades que impone nuestra cultura.
paLaBras CLaVe: llamada, identidad, antropología, cultura.
«este es un ideal por el que espero vivir y espero lograr, pero, si es nece-
sario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir». Con estas palabras
concluía en 1964 su famoso alegato nelson Mandela, en el juicio que le
conduciría a prisión durante veintisiete largos años. aquel prometedor
abogado negro, que un día soñara con liderar un prestigioso bufete en
johannesburgo, había decidido consagrar su vida a una causa. y viendo
su trayectoria, no sería desacertado aplicarle las palabras que en su día es-
cribiera Gregorio Marañón: «la vocación mueve la eficacia verdadera de
los hombres». porque su trayectoria vital contiene aquellos elementos
que caracterizan la esencia de toda vocación: un noble propósito que
cumplir en la vida, junto al empeño y el coraje de llevarlo adelante; y la
pasión auténtica de las causas que merecen la pena.
Hay muchas formas de vivir la vida, pero solo algunas engrandecen a la
persona y dejan la sensación de una existencia plena. y tienen que ver
con aquellas elecciones conscientes que realizamos y que orientan nues-
tra vida y nuestras acciones. sentir vocación hacia algo es sentirse llama-
do por una realidad valiosa a realizar en la propia vida. implica no tan-
to hacer lo que queremos, cuanto descubrir aquello que estamos
llamados a hacer. «toda vida es una vocación», dejó escrito pablo Vi, re-
cordando que la idea de vocación es constitutiva de la idea ser humano,
que está inscrita en el hecho mismo de la existencia: nos sentimos lla-
mados a encontrar la vocación que hay en nosotros y a orientar nuestra
vida para seguirla, hasta alcanzar la plenitud de nuestra persona. La vo-
cación nos remite a aquello que estamos llamados a ser, al descubri-
miento de nuestra verdadera identidad. por eso la cuestión vocacional
está en el núcleo de la perspectiva antropológica, que nos dice qué es la
persona humana y cuáles son la dirección, el fin y la función de la vida.
¿qué debo hacer realmente en la vida y cómo saberlo?; ¿para qué he sido
creado?; ¿qué necesita el mundo que sea yo?; ¿a qué me debo?...: son pre-
guntas antropológicamente ineludibles, que apuntan a una dimensión
religiosa de la existencia. para la fe cristiana, que quiere ser la explicita-
ción más radical de cuanto se esconde en la realidad humana, la voca-
ción constituye el verdadero camino de la realización personal según
me». juan pablo ii lo expresó así: «el hombre que quiere comprenderse
a sí mismo hasta el fondo debe acercarse a Cristo con sus inquietudes e
incertidumbres y hasta con su flaqueza y pecaminosidad, con su vida y
con su muerte» (rH 10).
ha sido dado, sino que el hombre aparece como un ser que debe llegar a
ser aquello que él es. y este cambio pertenece a su libertad»8. el hombre está
llamado no solo a participar en el mismo designio de dios, a construir su
mundo, sino también a implicarse en la construcción del reino: dios es
aquel que «requiere mi libertad para que el mundo sea, para que el otro
sea, para que yo sea. dios convoca mi libertad para crear el mundo»9. por
eso decimos que el hombre recibe la libertad como don y tarea.
La libertad es algo que pertenece a la misma definición del hombre, al
ser mismo del hombre, a su esencia, que lo define frente a las demás rea-
lidades del mundo. Más allá de la capacidad de hacer elecciones cons-
cientes y personales, la libertad humana tiene un carácter ontológico y
teocéntrico: el hombre está llamado a adoptar una posición frente a
dios. somos libres, en primer lugar, para situarnos frente a dios. «La li-
bertad es la capacidad para lo eterno», dejó escrito K. rahner. en un
contexto de intensa valoración de la autonomía de la persona, es preciso
recordar que dios es aquel que me permite construirme ante su alteri-
dad, que es el fundamento de una verdadera confirmación del hombre y
no de su destrucción.
tura del propio yo al otro. Hemos de responder de la vida y del amor re-
cibido frente a dios y frente al otro. dios nos llama a ser la manifesta-
ción de su amor a la humanidad. La misión subraya el elemento que ga-
rantiza la libertad y que la hace verdadera: la responsabilidad11. porque,
como nos enseña Bonhoeffer, «la libertad no es en primera instancia un
derecho individual, sino una responsabilidad, la libertad no se dirige en
primera instancia al individuo, sino al prójimo»12.
el Concilio Vaticano ii nos ha recordado que el ser humano no realiza
su dignidad en una clausura solipsista, sino en el don de sí que se reali-
za en el amor: «el hombre no puede encontrarse plenamente sino a tra-
vés de una donación sincera de sí» (Gs 24). no hemos sido creados
como seres independientes, sino como seres «en relación», que nos ple-
nificamos en la apertura a los otros. tampoco podemos olvidar que
nuestra inserción en Cristo tiene un carácter comunitario. nuestra filia-
ción en el Hijo reclama necesariamente la fraternidad universal: «La re-
lación de filiación respecto de dios lleva consigo una nueva relación de
fraternidad entre los hombres»13. porque el único modo de vivir la con-
dición filial es vivir la condición fraterna.
en un mundo en el que «sé tú mismo» parece haberse convertido en una
de las consignas de nuestro tiempo, corremos el riesgo de interpretar la
vocación desde la lógica de la realización, la perfección y el bienestar in-
dividual. La vocación cristiana nos llama, no a una autorrealización ego-
céntrica, sino a la superación de nosotros mismos. porque el sentido, el
fin verdadero y último del hombre, está fuera del hombre: está en dios.
él es el único ser capaz de llevar al hombre a la completa realización de
sí mismo. dios llama a la persona a existir para los demás y a tener un
efecto transformador sobre el mundo. La vocación, desde la fe cristiana,
está siempre encaminada a mejorar la vida de los demás, a construir el
proyecto del reino. el hombre se realiza plenamente cuando se transfor-
ma en una relación para los otros.
11. Cf. a. CenCini, Llamados para ser enviados, Madrid 2009, 21.
12. Citado en ibid., 21-22.
13. L. f. Ladaria, op. cit., 262.
este cambio tiene no poco que ver con una sociedad de consumo, cuyas
prácticas reflejan una nueva forma de relacionarse con las cosas y con el
tiempo, con los demás y con uno mismo. Bauman se ha referido al con-
17. Cf. G. LipoVetsKy, La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad del hiper-
consumo, Barcelona 20145, 7.
18. z. BauMan, La sociedad sitiada, Buenos aires 2004, 188.
19. Cf. j. M. rodríGuez oLaizoLa, Hoy es ahora (gente sólida para tiempos líqui-
dos), santander 2014, 64-65.
20. Cf. z. BauMan, Vida líquida, Barcelona 2016, 11.
21. j. CHittister, op cit., 69.
La configuración de la identidad
y el compromiso: dos tareas pendientes
no resulta difícil intuir que tras el panorama descrito se esconde un
complejo problema identitario que no facilita la conformación de tra-
yectorias vitales ni la dimensión vocacional de la existencia. nunca ha es-
tado la sociedad tan centrada en la persona y nunca, sin embargo, ha
sido tan difícil configurar y vivir la propia identidad. en este tiempo de
«modernidad líquida», la noción de «identidad» como univocidad o pro-
yecto vital se diluye, volviéndose escurridiza. no hay identidad en senti-
do sólido, sino multiplicidad de identificaciones parciales, divididas,
«fragmentadas», según la conocida expresión de a. Giddens23, que gene-
ran un yo desarraigado sin un horizonte amplio de sentido. ese «hom-
bre elector» vive en una incertidumbre constante sobre la continuidad
del sí, impulsado por una dinámica de permanente redefinición y cons-
tante «reseteo», bajo una cultura del presente que urge a reinventarse de
modo continuo y que reclama un esfuerzo permanente de configuración
de la identidad.
en estas «sociedades de lo efímero», caracterizadas por vínculos débiles y
en las que no abundan los compromisos a largo plazo, tampoco resulta
tarea fácil comprometerse con algo que tenga visos de perdurabilidad,
como es un proyecto de vida. r. sennett repara en la dificultad de deci-
dir, en una sociedad impaciente y centrada en lo inmediato, aquello que
es duradero, o de perseguir metas a largo plazo en una economía corto-