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Orígenes de la sociedad campechana.

Vida y muerte en la ciudad de Campeche


durante los siglos XVI y XVII

Vera Tiesler ● Pilar Zabala


Editoras
Vera Tiesler
Pilar Zabala

Editoras

Orígenes de la sociedad campechana.


Vida y muerte en la ciudad de Campeche
durante los siglos XVI y XVII

Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán


Mérida, Yucatán, México, 2012
D.R. © UNIVERSIDAD AUTÓNOMA
DE YUCATÁN, 2012

Prohibida la reproducción
total o parcial de la obra sin
permiso escrito del titular
de los derechos.

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Mérida, Yucatán, México

Impreso en Mérida, México


Printed in Merida, Mexico.

ISBN: 978-607-8191-23-9

HB Orígenes de la sociedad campechana : vida y muerte en


1362 la ciudad de Campeche durante los siglos XVI y -
.C3 XVII / Vera Tiesler, Pilar Zabala, editores.- Mérida :
.074 Yuc. : UADY, 2012.
2012

293 p. : il.

1. Mortalidad—Campeche—Historia—Siglo XVI.
2. Mortalidad—Campeche—Historia—Siglo XVII.
3. Campeche—Vida social y costumbres—Historia—Siglo XVI.
4. Campeche—Vida social y costumbres—Historia-Siglo XVII.
5. Cementerios—Campeche—Historia.
6. Campeche—Población—Historia. I. Tiesler, Vera.
II. Zabala Aguirre, Pilar.

ISBN: 978-607-8191-23-9

Lib-UADY
Índice

Prefacio ------------------------------------------------------------------------------------------------ 11
Ney Canto

Presentación --------------------------------------------------------------------------------------- 15
Vera Tiesler y Pilar Zabala

Capítulo 1
A manera de introducción.
La vida y muerte en la ciudad de Campeche
durante los siglos xvi y xvii ---------------------------------------------------------- 17
Vera Tiesler y Pilar Zabala

Capítulo 2
Cartografía de la vida colonial en la plaza
de Campeche -------------------------------------------------------------------------------------- 31
Michel Antochiw

Capítulo 3
La primera fundación del Templo de Nuestra
Señora de la Concepción en la Villa de
San Francisco de Campeche ------------------------------------------------------------ 57
Heber Ojeda Mas y Carlos Huitz Baqueiro

Capítulo 4
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios
en la ciudad colonial de Campeche --------------------------------------------- 93
Vera Tiesler, Pilar Zabala y Cecilia Medina

Capítulo 5
Condiciones de vida, enfermedad y organización
social en la villa de Campeche de los siglos
XVI y XVII ------------------------------------------------------------------------------------------- 123
Monica Rodríguez Pérez
Capítulo 6
La desigualdad social durante la colonia:
patologías orales y defectos hipoplásicos
en la antigua población de Campeche ---------------------------------------- 145
Andrea Cucina

Capítulo 7
Identidad, enajenación e integración.
Modificaciones corporales en la población
SEPULTADA EN EL CAMPOSANTO DEL PARQUE
CENTRAL de Campeche --------------------------------------------------------------------- 167
Vera Tiesler e Iván Oliva

Capítulo 8
La presencia africana en Yucatán. Siglos XVI y XVII ------------------ 195
Pilar Zabala

Capítulo 9
Procedencia y etnicidad: evidencia isotópica
de las sepulturas en la Plaza Central de CampechE ---------------- 225
T. Douglas Price, James H. Burton y Vera Tiesler

Capítulo 10
Consideraciones finales. Desenterrando
la colonia temprana en Campeche ---------------------------------------------- 241
Matthew Restall

Anexo 1 ----------------------------------------------------------------------------------------------------- 258

Anexo 2 ----------------------------------------------------------------------------------------------------- 265

Anexo 3 ----------------------------------------------------------------------------------------------------- 285

Glosario ---------------------------------------------------------------------------------------------------- 289


Lista de COLABORADORES

Michel Antochiw (Gobierno de Campeche, Campeche)

James H. Burton (Department of Anthropology, University of Wisconsin-Madison,


EE.UU.)

Ney Canto (Universidad Autónoma de Campeche, Campeche)

Andrea Cucina (Facultad de Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma de Yu-


catán, Mérida)

Carlos Huitz Baqueiro (Instituto Nacional de Antropología e Historia, Centro Campe-


che, Campeche)

Cecilia Medina Martín (Centro Instituto Nacional de Antropología e Historia, Yucatán, Mérida)

Heber Ojeda Mas (Instituto Nacional de Antropología e Historia, Centro Campeche,


Campeche)

Iván Oliva Arias (Centro de Investigaciones Avanzadas (Cinvestav), Unidad Mérida,


Mérida)

Douglas T. Price (Department of Anthropology, University of Wisconsin-Madison,


EE.UU.)

Matthew Restall (Department of History and Religious Studies, Penn State University,
EE.UU.)

Mónica Rodríguez Pérez (Facultad de Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma


de Yucatán, Mérida)

Vera Tiesler (Facultad de Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma de Yucatán,


Mérida)

Pilar Zabala (Facultad de Ciencias Antropológicas, Universidad Autónoma de Yucatán,


Mérida)
PREFACIO

En memoria de nuestro amigo, Ricardo Encalada Argáez

El ejercicio de la investigación interdisciplinaria, a través de la aplicación de mé-


todos y técnicas científicas, es una vía efectiva para la producción del conocimiento
histórico. La presente obra, mediante el trabajo interdisciplinario de diferentes campos,
ha desarrollado la investigación científica como proceso que, en sí mismo, ha posibilita-
do dar sustento a los hechos o fenómenos sociales ocurridos durante la época colonial
temprana en la antigua villa de San Francisco de Campeche. Aquí se expone el trabajo
cotidiano que se sustenta en el rescate, ampliación y difusión del conocimiento histórico
regional.
A raíz del descubrimiento y conquista española, algunos sitios costeros de Cam-
peche fueron bautizados con nombres como San Lázaro, Salamanca, etc. Más tarde,
en el año de 1540, Campeche se fundó como villa con el nombre de San Francisco de
Campeche por Francisco de Montejo y León, conocido como El Mozo. No fue sino
hasta 1777 cuando la villa fue declarada ciudad. Posteriormente, se eliminó el San Fran-
cisco, y es hasta entonces que se conoció como Ciudad y Puerto de Campeche, luego
solo Ciudad de Campeche, hasta que en 2006, cuatrocientos sesenta y seis años después
de haberse fundado como villa, el Cabildo de la Ciudad acordó llamarla nuevamente San
Francisco de Campeche.
Durante el siglo xvi, con la fundación de la villa de San Francisco de Campeche
dio inicio la colonización española de Yucatán. A la par de la creación de la villa se
construyó un edificio dedicado a celebrar los servicios religiosos, es decir, se erigió una
iglesia, fabricada quizás con palmas y piedras. Pocas décadas después, el recinto religioso
fue insuficiente para albergar a la población que iba en aumento. Esta iglesia, con su
cementerio, es el punto de partida de este libro.
Más tarde, cerca de la primitiva iglesia se inició la construcción de otra de mayo-
res dimensiones que hoy conocemos como la Catedral. Las negociaciones para su edifi-
cación se iniciaron el 3 de julio de 1605, fecha en la que el obispo de Yucatán, don Diego
Vázquez de Mercado, solicitó al Patronato Real español su construcción. Asimismo, el
cabildo reunió a varios testigos para que declararan sobre la situación que presentaba
la antigua iglesia de la villa y así avalar la necesidad de construir una nueva. Las declara-
ciones subrayan la urgencia de erigir un nuevo edificio alegando que el templo en uso no

11
reunía las condiciones idóneas dado su avanzado estado de destrucción y debido a que
sus pequeñas dimensiones impedían albergar a una población en crecimiento. Uno de
los testigos consultados expresaba lo siguiente:

e presento por testigo a el padre Juan Gomez Pacheco beneficiado cura y bicario del partido
de Tiscoco por el Real patronazgo e residente en esta villa se a congregado toda la gente de
la dicha villa para oir los edictos generales y para otras cosas y avisto a munchas personas
en el cementerio en pie por no caver en la dicha santa yglesia.1

En el citado documento se hace referencia a la iglesia que se pretendía sustituir


por una nueva, la misma que se analiza en la presente obra, por su cementerio, como
punto de partida, y por los restos óseos en él localizados. Al respecto, existe infor-
mación, contenida en fuentes documentales, que testimonia la presencia en la villa de
esclavos negros, negros libres, mestizos, indios y castas. Dicha información se localiza
en los libros de registros sacramentales (bautismos, casamientos o matrimonios y entie-
rros o defunciones) del Archivo Diocesano de Campeche. Por el deterioro de algunos
documentos, debido a condiciones adversas en su conservación, solo se cuenta con los
ejemplares producidos a partir de la tercera decena del siglo xvii, lo cual no significa
que en tiempos de la Colonia temprana se hayan dejado de registrar dichos individuos,
simplemente las fuentes ya no existen.
Los hombres religiosos no fueron ajenos a la composición multiétnica que se dio
en la villa. Por sus propios intereses, principalmente por la recaudación de dinero, vía
diezmos, obvenciones y pagos por servicios sacramentales, entre otros, diferenciaron
a las castas según el estatus social y económico de la población, dado que tasaban los
montos de las recaudaciones de acuerdo con el grupo étnico. Esta diferenciación étnica
permitió también contabilizar, para la elaboración de padrones, el número de indivi-
duos que conformaba el conjunto de la población, ya fuera para controlar sus intereses
económicos, como para justificar la atención religiosa a tal o cual número de creyentes,
de una u otra. La diferenciación étnica es evidente en la catalogación social inscrita en
los libros de registros sacramentales, en los que se asentaban los datos de los individuos
que accedían a los sacramentos, incluido su origen étnico. Todo ello se puede observar
en los libros de registros de la iglesia parroquial y de las iglesias de los barrios de San
Román y Santa Ana, lugares en los que habitaba población afrodescendiente libre.

1 agi, México, 521, 1609 Escribanía de Cámara, 305-A. Catálogo “adicciones” Planos y Mapas de México.

12
Cada uno de los autores de los trabajos aquí contenidos aplica sus métodos y
técnicas, y, al conjugarlos con las demás disciplinas, se alcanzan conocimientos más
amplios sobre la realidad que se vivió en la época estudiada, ayudando a una mejor
comprensión del conjunto social.
Los conceptos fundamentales de la cultura, de la investigación, racionalidad, ver-
dad y objetividad se encuentran aquí en relación entre método y técnica, considerando
esta unión como estructura del proceso estratégico de la investigación científica. El pa-
pel de los archivos se identifica con la importancia de las fuentes y se constituyen así en
el primer escalón para el conocimiento histórico, fundamental e insustituible. Todo lo
que ha quedado del pasado puede servir como fuente histórica, pero entre ellas, las más
elocuentes son las escritas, como los cuerpos documentales, planos y mapas utilizados
aquí como sustento a los estudios de los investigadores y, claro está, unidas a las fuentes
arqueológicas que fueron el parteaguas de las investigaciones que nos ocupan. Locali-
zadas precisamente en las excavaciones realizadas en el parque principal de la ciudad de
Campeche, de donde sobresalen, en el cementerio desenterrado, las evidencias físicas
identificadas en esta obra como restos humanos, además de algunos vestigios arquitec-
tónicos de las construcciones coloniales tempranas.
La serie de investigaciones interdisciplinarias recopiladas en este libro permiten
ampliar nuestro conocimiento sobre la historia colonial temprana de Campeche, en
tanto al origen de la campechaneidad. Y la presencia de un cementerio, clave para el
desarrollo de esta obra, ayudan al conocimiento de las prácticas mortuorias; el ori-
gen y composición étnica; las condiciones de vida, trabajo y salud de la población;
la estructura poblacional multiétnica, según sus rasgos de identidad y costumbres; la
desigualdad social en tanto la diferenciación étnica; la presencia de población de as-
cendencia africana y su integración como factor social de la aculturación; las primeras
construcciones religiosas, de gobierno civil, defensivas y habitacionales; las costum-
bres alimenticias; sus actividades comerciales y, entre otros no menos importantes, los
hechos históricos.
Por todo ello, esta obra representa, a mi modo de ver, la recuperación de un
pasado cultural de mi querido Campeche. Un pasado que se ha “desenterrado” para
invitarnos a continuar interesándonos en nuestra singular historia regional. El ejem-
plo lo tenemos a la vista; armarlo llevó tiempo así como la búsqueda de todo tipo de
apoyos pero, sobre todo, se comprendió la importancia del hecho que conlleva el ob-
jetivo principal que no es otro que aportar conocimiento, aportar cultura. Conocer así
la historia de Campeche enriquece la cultura de propios y extraños y a los campechanos

13
nos enorgullece. La promoción y la difusión que sobre la cultura campechana se hace
con esta obra nos congratula, y la adoptamos como ejemplo para continuar trabajando
en aras del conocimiento de la verdad histórica de esta región del país. Gracias por res-
catar esta parte de nuestra herencia cultural, única e insustituible.
Doy las gracias a la Dra. Vera Tiesler y a la Dra. Pilar Zabala por el cariño a mi
tierra.

Ney Antonia Canto Vega


San Francisco de Campeche, enero de 2011

14
PresentacióN

El presente libro constituye el feliz término que corona un proyecto conjun-


to de más de una década, que se ha realizado por integrantes pertenecientes a dos
Cuerpos Académicos de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la uady: “Estudios
Arqueológicos” e “Historia del Sureste de México”. El Cuerpo Académico “Estudios
Arqueológicos” tiene como objetivo analizar la sociedad maya a partir de sus vestigios
arqueológicos y esqueléticos para reconstruir y explicar los procesos socioculturales,
económicos y políticos de ésta durante los periodos prehispánico, colonial y moderno.
Integra dos líneas de generación de conocimiento. La primera línea, la “Arqueología”,
está destinada principalmente al estudio de los productos tangibles de la actividad cultu-
ral maya, en tanto que la segunda, denominada “Bioarqueología”, abarca esta sociedad a
través de los vestigios esqueléticos de sus integrantes humanos dentro de sus contextos
mortuorios.
Por su parte, los componentes del Cuerpo Académico “Historia del Sureste de
México”, con sus líneas de investigación “Control Social y Familia” y “Sociedad e Ins-
tituciones”, tienen un particular interés en fomentar y desarrollar la investigación de la
historia colonial y decimonónica, centrándose en el conocimiento de la sociedad en su
término más amplio y en el análisis de las instituciones públicas, civiles y eclesiásticas en
un ámbito geográfico que incluye la península de Yucatán y regiones limítrofes.
Ambos grupos de académicos universitarios, el primero integrado por arqueó-
logos de formación y el segundo por historiadores, han sostenido una red académica
muy activa desde los inicios de su formación. Dicha colaboración ha dado pie con los
años a una serie de significativos trabajos académicos de índole inter y transdisciplinaria,
debido las características propias de cada Cuerpo y por los intereses académicos que les
une al centrarse su investigación en el rico legado cultural de la península de Yucatán.
Entre las investigaciones compartidas cuenta también la investigación conjunta de un
cementerio colonial temprano en la Plaza Central de Campeche, tema que ancla la pre-
sente publicación. La edición de esta obra corre a cargo de Vera Tiesler, responsable
del Cuerpo Académico “Estudios Arqueológicos”, y de Pilar Zabala, responsable del
Cuerpo Académico “Historia del Sureste de México”.
En el espíritu de aprender “del otro” y de compartir, discutir, reflexionar y de
crecer en el camino, las aportaciones dentro de este libro comparten el propósito de
trascender las fronteras disciplinarias y geográficas. Así, las diversas contribuciones

15
provenientes de distintos campos del conocimiento se van desarrollando a lo largo de
los capítulos que conforman este libro, dando como resultado final una nueva visión
histórica integral, con una perspectiva un tanto biocultural, la cual se centra en un objeto
de estudio compartido. Para alcanzar esta ambiciosa meta, se dieron cita historiadores
y arqueólogos, antropólogos físicos e ingenieros químicos, profesores y egresados, de
la Facultad de Ciencias Antropológicas y del Cinvestav de Mérica, así como arqueólo-
gos y arquitectos del Centro Inah Campeche, e historiadores, químicos y arqueólogos
de la Universidad de Wisconsin y de la Universidad Estatal de Pensilvania, en Estados
Unidos. Así concebido este libro, cada especialista ofrece, a lo largo de los distintos
capítulos, los resultados y perspectivas particulares de sus investigaciones, a la vez que
comparten y enriquecen la visión histórica global que la obra proyecta.
De esta forma, a través de la conjunción de diversas disciplinas y desde dife-
rentes perspectivas, hemos tratado de ofrecer a la comunidad académica, y al público
en general, un estudio inspirado, multifacético y novedoso sobre la sociedad colonial,
ejemplificado en este caso, en la villa de Campeche durante los siglos xvi y xvii.

Vera Tiesler y Pilar Zabala


Mérida, a 18 de junio de 2011

16
Capítulo 1

A MANERA DE INTRODUCCIÓN
LA Vida y muerte en la ciudad de Campeche
durante los siglos XVI y XVII

Vera Tiesler
Pilar Zabala Aguirre

En el año 2000 fueron descubiertos en la plaza principal de Campeche los des-


plantes de una pequeña construcción de tipo religioso cuya existencia era desconocida
hasta ese momento. Los hallazgos se produjeron durante la reconstrucción del antiguo
Palacio de Cabildo y pronto fueron identificados en los planos coloniales como los
restos de la primitiva iglesia de Campeche, la cual habría funcionado entre la segunda
mitad del siglo XVI y la primera del xvii, es decir, durante el primer siglo de existencia de
la villa. Dentro y fuera del área encerrada por sus fundamentos comenzaron a aparecer
una serie de osamentas humanas, vestigios tangibles de lo que resultó ser un pequeño
camposanto que rodeaba la iglesia.
El descubrimiento motivó un intenso rescate arqueológico que fue financiado
por el Gobierno del Estado de Campeche, a través de la Coordinación Estatal de Sitios
y Monumentos Históricos, y llevado a cabo bajo los auspicios del Centro Campeche
del Instituto Nacional de Antropología e Historia. El arqueólogo Heber Ojeda Mas, de
la Sección de Arqueología, y el arquitecto Carlos Miguel Huitz Baqueiro, de la Sección
de Monumentos Históricos del Centro INAH, encabezaron las labores de lo que sería el
proyecto Registro, Conservación, Restauración y Estudio de los Restos Arqueológicos
y Humanos Hallados en la Plaza Principal de Campeche. Entretanto, la doctora Vera
Tiesler de la Universidad Autónoma de Yucatán, Mérida, coordinó el registro y el resca-
te de las osamentas aparecidas en el área de los restos arquitectónicos. En el transcurso
de estos trabajos, que tuvieron una duración de cuatro meses, se llegaron a exhumar
unos 150 contextos con restos óseos pertenecientes a más de 180 individuos (Coronel
et al. 2001; Tiesler y Zabala 2001; véase también Ojeda y Huitz en esta obra).
17
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre

Tras desechar las ideas iniciales de que pudiera tratarse de un enterramiento ma-
sivo de víctimas por desastres naturales (como el huracán que azotó la villa en el siglo
XIX), por epidemias o ataques piratas (ante un estado de sitio de la población), se con-
firmó, todavía durante las excavaciones, la existencia de un cementerio, propiamente
dicho, perteneciente a la época colonial. Acorde con las costumbres impuestas por los
nuevos colonizadores cristianos, los difuntos aparecían alrededor de los cimientos pa-
rroquiales donde estaban enterrados en posición extendida y orientados hacia el Este.
Ya desde los comienzos de la Conquista, el emperador Carlos V señalaba tales dispo-
siciones en la Recopilación de las Leyes de Indias, práctica que aún se prescribía en la
Constitución Sinodal de 1722, y que no sería abolida hasta después de la Independencia
(Tiesler y Zabala 2001).
Como cementerio en funciones durante la Colonia temprana, el camposanto
comparte características con otros ciruncaribeños coetáneos siguiendo las tradiciones
cristianas impuestas por los colonizadores españoles (véase por ejemplo Handler y Co-
rruccini 1983; Larsen 1990; Jacobi 2000; Márquez et al. 2002). Pero al mismo tiempo el
cementerio campechano es singular en la dimensión multiétnica que presenta, ya que,
con los datos que contamos hasta ahora, los espacios mortuorios, urbanos y rurales
de la Nueva España, por lo general, alojan difuntos de una sola etnia, pero en nuestro
caso, hemos podido reconstruir la filiación de españoles, indígenas, mestizos y africanos
enterrados en el mismo espacio.
Resulta significativo también que el camposanto de Campeche estaba situado
encima de los desplantes de una estructura prehispánica (Coronel et al. 2001; véase
también Ojeda y Huitz en este volumen). Este hecho podría ser significativo, ya que
los religiosos españoles tenían por costumbre, cuando era posible, edificar los templos
cristianos encima de los lugares sagrados de los indígenas. Aunque en nuestro caso pa-
rece no haber existido una continuidad ocupacional entre la estructura prehispánica y la
posterior fundación del cementerio colonial.
Después de finalizar el rescate en el Parque Central en junio de 2000, y una vez
recuperados los restos humanos, se inició una exhaustiva investigación histórica y an-
tropológica. El camposanto situado en el subsuelo de la Plaza Central de Campeche fue
objeto de estudios para poder resolver su cronología y el tiempo que estuvo en uso, así
como las prácticas funerarias vigentes y las circunstancias históricas y socioculturales de
los procedimientos de inhumación. Entre tanto, de los restos esqueléticos se averigua-
ron marcadores que pudieran dar a conocer las condiciones de vida y muerte, salud y
nutrición de la población de la época. Otros análisis dieron respuestas a las interrogantes

18
La vida y muerte en la ciudad de Campeche durante los siglos XVI y XVII

sobre la integración, procedencia y composición étnica de los habitantes que fueron


sepultados en el pequeño camposanto de Campeche.
La información recabada hasta la fecha subraya la importancia histórica de los
hallazgos. Documenta una población multiétnica que, como se ha dicho más atrás, es
única en su composición en el área circuncaribeña, por lo que constituye una fuente
invaluable de datos no solo para la historia local de Campeche, sino para la peninsular
y el Nuevo Mundo en general. Entre los resultados antropológicos más destacados se
cuenta con el protocolo de una población colonial temprana constituida por individuos
de extracción europea, indígena y africana, al lado de otros que ya manifiestan indicios
morfológicos de mestizaje.
Los restos óseos testimonian además las duras condiciones de vida que hubieron
de soportar los habitantes de la villa durante las primeras décadas de la Colonia. Los
difuntos enterrados en el Parque Central morían en edades jóvenes y muchos habían
padecido enfermedades recién importadas, como la sífilis venérea, que dejaron sus se-
cuelas en los restos de algunos difuntos sepultados en el camposanto. En fechas recien-
tes se constató, además, el lugar de origen de lo que probablemente sean las primeras
evidencias físicas de africanos de primera generación halladas en el Nuevo Continente,
varios aún mostrando decoraciones dentales autóctonas de sus lugares de procedencia
en África occidental.
La villa de San Francisco de Campeche fue el primer municipio erigido por los
españoles en la Provincia de Yucatán, su fundación a fines de 1540 o comienzos de 1541
constituyó el primer paso hacia el afianzamiento de la dominación española. El progre-
sivo avance de la conquista hacia el norte tuvo su culminación con el establecimiento de
una nueva población española, así el 6 de enero de 1542 surgía la ciudad que había de os-
tentar la capitalidad administrativa de Yucatán, recibiendo el nombre de Mérida. Setenta
soldados fueron elegidos para constituirse en vecinos de la nueva población, entre los
que el cabildo, previamente elegido, distribuyó solares para sus viviendas y tierras para
sus labores agrícolas y ganaderas, tal como se había procedido en Campeche (García
Bernal 2005:372). La ocupación española siguió hacia la zona oriental de la península,
y en 1543 se fundaría la villa de Valladolid. Finalmente, en 1544, se creaba la cuarta y
última villa colonial de la región, Salamanca de Bacalar, en la actualidad en el estado de
Quintana Roo.
Las cuatro poblaciones coloniales tendrían un desarrollo diferente en la etapa
colonial, quedándose la ciudad de Mérida como cabeza administrativa, Campeche se
configuró como el principal puerto de la provincia de Yucatán y, como tal, su desarrollo

19
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre

tendrá ciertas peculiaridades diferenciadas, como es el de la conformación de una villa


multiétnica, cuya diversidad racial fue superior al de las otras zonas peninsulares.
San Francisco de Campeche, erigido en centro mercantil y marinero, acusó desde
un principio su carácter diferente, ya que la escasa población indígena y la continuada
renovación de la española impidieron que lo maya prevaleciera sobre lo español y deter-
minaron, en consecuencia, que las costumbres y modos de vida fueran muy diferentes
de las otras villas, como Mérida o Valladolid. El mestizaje con los mayas no fue tan
fecundo como en los otros núcleos urbanos, dándose, por el contrario, una mayor hibri-
dación con la población de ascendencia africana, que aunque minoritaria en la provincia,
dejó sentir su influjo en la villa campechana con mayor intensidad (Rubio Mañé et al.
1938:21).
Los españoles procuraron asegurarse dentro de los límites urbanos el estableci-
miento de grupos de indios en cantidad suficiente como para poder disponer de sumi-
nistros y de sus servicios de forma inmediata y permanente. Así fueron surgiendo los
barrios o arrabales de indios, poblados por los llamados “naboríos” y “mexicanos”,
estos últimos descendientes de los tlaxcaltecas que llegaron a Yucatán como parte de
las huestes de Montejo de tropas auxiliares, y los naboríos que fueron llevados, tras ser
sacados de sus pueblos, para prestar toda clase de trabajos a los españoles.
Esta división en barrios donde fueron asentándose los diferentes grupos étnicos,
también afectaba a aquellos de procedencia africana que habían logrado la libertad, “ne-
gros y mulatos libres”, como se les denomina en las fuentes, eran descendientes de los
esclavos negros que también habían participado en la conquista y que, por este hecho,
les fue concedida la manumisión.
No obstante, el centro de la ciudad, la plaza principal y sus calles adyacentes, se
destinaba para la vivienda y actividades de los vecinos españoles. En las Leyes de Indias
se establece que la fundación de una villa debía comenzarse por la plaza donde se ubica-
rían los edificios civiles y la iglesia principal. Del mismo modo, desde fechas tempranas,
en estos núcleos urbanos fueron asentándose también las órdenes religiosas, pero en
zonas separadas del centro, tal es el caso del convento de San Francisco en Campeche.
Una de las primeras preguntas que nos hicimos al comienzo de la investigación
era que, si en principio existía una separación de etnias dentro de los núcleos urbanos,
bien por zonas o barrios, ¿cómo era posible que en el cementerio hallado en la plaza
principal de Campeche se hubieran enterrado personas de las diversas etnias? No obs-
tante que, al parecer, este hecho no es muy común en otras regiones circuncaribeñas,
observamos que tanto en las leyes civiles como las constituciones sinodales eclesiásticas

20
La vida y muerte en la ciudad de Campeche durante los siglos XVI y XVII

de época colonial no existía, en principio, discriminación social a la hora de enterrar a


sus muertos. Y el hallazgo de restos de diferentes etnias inhumados en el mismo lugar
no ha de extrañar en principio, aunque esta realidad se contrapone a la separación por
castas en los distintos barrios de los núcleos urbanos, donde se fueron erigiendo iglesias
o conventos de órdenes religiosas, franciscanos sobre todo, alrededor de los cuales se
ubicaban los distintos cementerios para dar sepultura a los grupos étnicos que estuvie-
ran adscritos a los mismos.
En nuestro caso, tratamos de analizar un cementerio ubicado en el centro de un
núcleo de población, la plaza principal de Campeche. Al respecto las Leyes de Indias es-
tablecen que se debía iniciar el poblamiento de un lugar desde este punto central donde
se ubicaría, entre otros edificios, la iglesia principal destinada al clero secular. Es sabida
la importancia que tuvo la Iglesia católica durante los siglos coloniales, la cual abarcaba
todos los aspectos de la sociedad, más significativo aun cuando los reyes españoles
calificaban su conjunto de posesiones como “monarquía católica”, de manera que los
monarcas a la hora de elaborar sus leyes y regir sus dominios lo hacían bajo la premisa
del catolicismo. Este hecho ayuda a entender, por ejemplo, el tratamiento dado a la po-
blación de ascendencia africana. También en nuestro caso, a diferencia de otras regiones
con presencia de afrodescendientes, se planteó la incógnita del porqué de la existencia
de restos óseos en un cementerio que, en principio, estaba destinado a la población de
ascendencia española. No obstante, otra vez, las fuentes históricas nos han facilitado
la labor, en una manifiesta contradicción con las prácticas esclavistas en las que a los
esclavos se les consideraba más “cosas” que personas; la tradición católica mandaba
que a la llegada de los esclavos africanos a las costas mexicanas fueran bautizados. Del
mismo modo, se recomendaba a los dueños de esclavos que los adoctrinasen en los ritos
de la religión católica. En este sentido, a la hora de la muerte debían ser enterrados en
recintos sacralizados, siguiendo el ritual religioso católico. Del mismo modo, los hijos de
las esclavas, nacidos ellos mismos esclavos, se bautizaban en las iglesias, como se puede
observar en los registros parroquiales de la iglesia principal de Campeche.
Pero no solo de la muerte va a tratar este libro, también interesa conocer, en la
medida de lo posible, las condiciones de vida que pudieron haber llevado estos grupos
multirraciales que convivieron o trataron de convivir en la villa de Campeche durante
los dos primeros siglos de la Colonia. El primer problema con el que nos encontramos
corresponde a la carencia de fuentes demográficas fiables para este periodo, situación
agravada en el caso de los grupos más desfavorecidos, como es el caso de los esclavos de
ascendencia africana o de otras minorías étnicas. Sabemos que la presencia de población

21
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre

española y criolla nunca fue numéricamente importante en toda la provincia de Yucatán,


a pesar de detentar el poder político y económico. En el caso de Campeche hemos de
considerar también a la población flotante, importante en un centro portuario. Esta
población provenía de diversos países, a pesar de las leyes que prohibían la llegada a las
Indias de personas que no fueran castellanas, pero esta prohibición se evadía regular-
mente. Está claro que la mayor parte de la población flotante solo permanecería en la
villa cierto tiempo, pero también es probable que algunos se quedaran a vivir en ella,
si nos atenemos a los documentos del siglo XVIII (muchos más numerosos para poder
hacer este tipo de estudios) que mencionan a personas cuyas filiaciones se corresponden
a antepasados nacidos en lugares fuera de Castilla o España, como fue el caso de portu-
gueses, alemanes, franceses, ingleses y otros.
Tampoco parece que tuviera mucho peso la población indígena maya o mestiza
en los núcleos urbanos, su presencia mayoritaria se encontraba en el ámbito rural. De
las otras etnias, descendientes de mexicanos, poco sabemos, aunque al igual que los
“negros y mulatos libres”, debieron haber constituido una población poco numerosa.
En cuanto a la dedicación laboral de estos grupos podemos deducir que traba-
jaban en todos aquellos sectores que demandaba la economía dirigida por europeos o
criollos, soportando siempre la mayor carga del trabajo o las peores tareas, según se des-
cendía en la escala social de la época. Entre la multiplicidad de oficios, en el puerto de
Campeche destacan, por ejemplo, todos aquellos que se relacionan con las actividades
portuarias y comerciales, además de lo dedicados a trabajar en los astilleros donde se
construían embarcaciones.
De los restos encontrados en la plaza principal de la villa hemos considerado que
su dedicación sería el servicio a la población dominante, europea o criolla, que era la
que habitaba en las calles adyacentes a dicha plaza y, también, como servidores en las di-
ferentes tareas que demandaba la iglesia principal allí ubicada, sabemos que la jerarquía
del clero secular contaba con numerosos sirvientes y estos podían ir desde indígenas a
esclavos africanos.
Pues bien, a estas y a otras interrogantes se tratará de dar respuesta en los dife-
rentes capítulos que forman este libro; al final es muy posible que las preguntas superen
a las respuestas, pero esto es una constante del campo de la investigación, tratar de
resolver un problema para que surjan otros.
Desde el año 2000 las investigaciones sobre el cementerio del subsuelo del Par-
que Central de Campeche han dado pie a una serie de presentaciones, trabajos de tesis
y publicaciones que iluminan, desde diferentes ángulos, sobre la vida y muerte en la

22
La vida y muerte en la ciudad de Campeche durante los siglos XVI y XVII

época colonial en Campeche y en la península. Hemos concebido, por tanto, este volu-
men como una síntesis y a la vez actualización de toda la información que se ha venido
aportando sobre el tema desde diferentes perspectivas interdisciplinarias para ponerla al
alcance de un público de académicos y demás interesados en conocer la historia de esta
región. Al integrar las contribuciones de historiadores, arquitectos, arqueólogos, quími-
cos y antropólogos físicos, la presente compilación desea proporcionar una interpreta-
ción histórico-antropológica integrada del camposanto y su composición funeraria. Con
todo ello, esperamos dar a conocer una nueva visión sobre la sociedad de Campeche
durante el periodo que ahora se conoce como de la Colonia temprana y una visión inte-
gral de la vida y muerte de los distintos sectores que formaban parte de dicha sociedad.
Para cumplir con su cometido, la presente obra reúne —al lado de la información
primaria que se agrega en los anexos— una decena de capítulos que brindan, primero,
una introducción sobre la vida y muerte en la ciudad de Campeche durante los siglos
XVI y XVII. Siguen dos aportaciones que se aproximan al tema capital de este volumen
desde el estudio de los restos mortales recuperados. Los tres capítulos siguientes se de-
dican a temas específicos como son la esclavitud y los lugares de procedencia geográfica
de las afrocomunidades, para concluir con una reconstrucción general de la vida y muer-
te en la Colonia temprana. Tras la introducción inicia el trabajo de Michel Antochiw,
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche, ilustra sobre la primitiva iglesia de la
villa ubicada en su Plaza Central y sobre la construcción del nuevo edificio religioso que
vendría a sustituirla, además de mostrar una amplia panorámica sobre la evolución de
otros inmuebles de la plaza y demás lugares de la villa, en especial la construcción de los
baluartes defensivos. A través del análisis de los diversos planos que de Campeche se
hicieron durante el siglo XVII el autor va desarrollando no solo los cambios físicos que
se fueron produciendo, sino que también, basándose en otros documentos históricos,
aporta información sobre la sociedad y los distintos pobladores de Campeche durante
los siglos XVI y XVII.
Siguiendo con el desarrollo de la obra, en el capítulo “La primera fundación del
Templo de Nuestra Señora de la Concepción en la villa de San Francisco de Campe-
che”, el arqueólogo Heber Ojeda y el arquitecto Carlos Huitz desarrollan, en primer
lugar, todo el proceso de excavación y rescate arqueológico realizado en la parte donde
se halló la estructura de la primitiva iglesia y los restos óseos que se identificaron como
de época colonial, objetos ambos del presente volumen. Los autores analizan también,
de forma minuciosa, todos los elementos arquitectónicos de este edificio religioso y de
otras construcciones de la época erigidos en la villa de Campeche, entre otras de la nueva

23
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre

iglesia que se empezó a edificar cerca de la antigua a inicios del siglo XVII, ayudándose
para tal fin con una revisión en profundidad de la cartografía existente de los siglos XVI
y XVII, esto es, de varios planos que se hicieron durante estos siglos para la construc-
ción de iglesias, edificios civiles y baluartes. Por último, centran la atención en los restos
cerámicos encontrados en las excavaciones analizando su manufactura y procedencia,
además de utilizar los mismos como elementos de datación, ayudando así a concretar la
cronología.
En el capítulo siguiente, titulado “La trama social del morir en las colonias. Prác-
ticas mortuorias en la plaza principal de Campeche”, y a cargo de Vera Tiesler, Pilar
Zabala y Cecilia Medina, se plantean algunas explicaciones acerca de los sistemas de
inhumación y las prácticas funerarias del cementerio colonial hallado junto a la primitiva
iglesia de Campeche, fundamentándose en el registro arqueológico, la tafonomía y la do-
cumentación histórica (véanse también los Anexos 1 y 2). Para ello se describen las téc-
nicas y procedimientos generales empleados, tanto en la excavación como en gabinete, a
través de los cuales se dan a conocer el patrón de los enterramientos, el emplazamiento
y la disposición de las sepulturas. A partir de ahí y auxiliados con las fuentes históricas
se presentan las formas de enterramientos y las prácticas funerarias llevadas a cabo en
dicho cementerio.
Seguidamente se informa sobre las características antropológicas de los restos
óseos hallados en el cementerio. Para distinguir los diferentes grupos étnicos en esta
serie, los autores recurren a un estudio sobre los patrones dentales no-métricos (o ‘epi-
genéticos’) de Andrea Cucina, cuyos resultados distinguen los entierros según su proba-
ble ascendencia europea, indígena, africana y mestiza (véase el Anexo 3). Cada autor se
acerca a sus preguntas de investigación conjuntando los datos esqueléticos con la evi-
dencia histórica, contextual e isotópica. La última deriva de una investigación realizada
por Douglas Price y su equipo de la Universidad de Wisconsin, en Madison, que aporta
información sobre los lugares de origen de los individuos sepultados en la Plaza Central
(Price et al. 2005, 2006a, 2006b, 2008; véase también Price et al. en este volumen).
Así, en el capítulo “Condiciones de vida, enfermedad y organización social en la
villa de Campeche de los siglos XVI y XVII” Mónica Pérez indaga sobre las condiciones
de vida y morbi-mortalidad en los diferentes grupos étnicos de la colección, apoyándose
en marcadores macroscópicos e histológicos de estrés en el hueso.
En el capítulo siguiente, intitulado “La desigualdad social durante la Colonia:
patologías orales y defectos hipoplásicos en la antigua población de Campeche”, An-
drea Cucina profundiza sobre aspectos de salud de los habitantes campechanos. Parte,

24
La vida y muerte en la ciudad de Campeche durante los siglos XVI y XVII

al igual que el anterior, de la premisa de que la llegada de los colonizadores españoles y


la importación de esclavos africanos desde el siglo XVI, transformarían la villa de Cam-
peche en un ente social multiétnico, con una clara jerarquía social y económica. Plantea
que la distinción entre “castas blancas, indias, africanas, pardos y mestizos” debe haber-
se expresado también en una diferenciación en el acceso a los recursos alimenticios, así
como en el patrón de crecimiento y en el padecimiento de diversas enfermedades. El
autor analiza el patrón de las patologías orales y de los marcadores de estrés durante el
desarrollo (hipoplasia del esmalte) en los dientes de los individuos hallados en el cemen-
terio de la plaza principal de Campeche.
A continuación, en el capítulo “Identidad, enajenación e integración. Las prác-
ticas bioculturales en la población funeraria de Campeche”, Vera Tiesler e Iván Oliva
discurren sobre los posibles roles, como emblemas de identidad grupal indígena y afri-
cana, que engendran dos modificaciones corporales permanentes documentadas en la
serie: la deformación cefálica y las diferentes formas de decoración dental. Tras una
breve caracterización de las modificaciones en el ámbito mundial y, específicamente, en
Mesoamérica, se describen bóvedas modificadas culturalmente y un limado en indivi-
duos indígenas, remanente cultural autóctono en desaparición, considerando la reducida
frecuencia de ambas prácticas en el registro bajo estudio. La segunda parte del trabajo se
dirige a cuatro casos de una reducción dental que no es mesoamericana sino que denota
claramente una herencia africana. Se plantean técnicas e instrumentos de las prácticas
importadas y se discute su papel en el contexto de la población peninsular colonial tem-
prana y la incorporación de la llamada tercera raíz de México.
El trabajo de Pilar Zabala, “La presencia africana en Yucatán. Siglos XVI y XVII”,
versa específicamente sobre la presencia de la población de ascendencia africana en
Campeche. A través de documentos históricos, trata de reconstruir la llegada de los
africanos a la península y su inserción en la sociedad colonial. A partir de ahí se va ana-
lizando el sistema implementado por la monarquía hispánica para el tráfico de esclavos
africanos y los diferentes procedimientos a través de los cuales fueron arribando los
esclavos a Yucatán, y su posterior inserción en los diferentes ámbitos de la sociedad.
Fundamentando, de esta manera, la presencia de individuos africanos enterrados en el
cementerio de la plaza de Campeche.
Douglas Price, James Burton y Vera Tiesler en el capítulo “Procedencia y etnici-
dad: evidencia isotópica de las sepulturas de africanos en la Plaza Central de Campeche,
México” razonan sobre la movilidad y el origen geográfico de los difuntos de extracción
africana. Para ello se sirven de las nuevas posibilidades analíticas existentes para inferir

25
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre

la procedencia de las diversas poblaciones mediante las proporciones isotópicas del es-
malte dental. Los autores efectúan comparaciones de valores isotópicos procedentes de
la península de Yucatán con los resultados obtenidos en estudios sobre Mesoamérica y
de otras áreas del mundo. Al mismo tiempo, subrayan la aplicabilidad de los isótopos de
estroncio para este tipo de trabajos científicos.
Cierra la presente obra la recreación histórica de Matthew Restall titulado
“Desenterrando la Colonia Temprana en Campeche”. Más que una discusión o un resu-
men, Restall aporta una reconstrucción bien lograda y sorprendentemente vívida sobre
la vida colonial en la villa y la conformación de la identidad o identidades de sus habi-
tantes, desarrollado cuidadosamente por el autor desde la visión concedida por los pre-
sentes datos. Restall va detallando el proceso de conformación de la villa y la inserción
de los africanos y otras etnias a medida que se van integrando en la misma, poniendo el
acento en la descendencia afro-yucateca, ya notable en el siglo XVIII.

Agradecimientos. Quisiéramos aprovechar este espacio para reiterar nuestro


agradecimiento a las personas y organismos que hacen posible nuestro trabajo en gru-
po. En primer lugar, estamos en deuda con la Universidad Autónoma de Yucatán y, en
particular, con nuestra Facultad de Ciencias Antropológicas. Es realmente gracias a la
visión universitaria y al espíritu académico que impera en nuestra dependencia que supo
apreciarse el alcance de tan relevante hallazgo en el centro de Campeche, el cual sigue
siendo único en su tipo en la arqueología colonial del Nuevo Mundo. Y es gracias a este
apoyo universitario que podemos poner dignamente en manos del público una infor-
mación sustancial y la nueva visión histórica que nuestros coautores y nosotras mismas
hemos proyectado sobre la sociedad colonial de la península y los hombres, mujeres y
niños que en ella vivieron.
Nuestro agradecimiento va también al Gobierno del Estado de Campeche, a
través de la Coordinación Estatal de Sitios y Monumentos Históricos a cargo del arqui-
tecto Buenfil Burgos. En forma muy especial deseamos agradecer también al equipo
al frente del Centro INAH Campeche, que en el tiempo de los trabajos de excavación
estaba a cargo del licenciado Vidal Anglés, sin cuya iniciativa, interés y constante ayuda
esta investigación, en la presente forma, hubiera sido impensable.
De igual manera, estamos en deuda con las siguientes personas por su apoyo a lo
largo de la excavación, limpieza y restauración de las osamentas; gracias a Héber Ojeda
Mas, Carlos Huitz Baquéiro, Eyden Navarro Martínez, Jaqueline Cabrera Rodríguez,
Jaqueline Rodríguez Fuentes, Adalí Abarca y la restauradora Claudia García. Hubo una

26
La vida y muerte en la ciudad de Campeche durante los siglos XVI y XVII

estrecha comunicación con los otros integrantes del proyecto, lo cual facilitó mucho
este trabajo. Gracias también a todos los integrantes del equipo de limpieza y restau-
ración en Campeche y a los estudiantes involucrados de la Facultad de la UADY y de la
Escuela Nacional de Antropología del inah por su empeño y desempeño.
Por último, queremos expresar nuestra inmensa gratitud al doctor Andrea Cuci-
na, al doctor Joel Palka y a la historiadora Ney Canto, al maestro Hernán Lara Zavala y
a la doctora Nydia Lara Zavala, por su apoyo en la promoción de esta investigación en
diferentes momentos de su concepción y elaboración.

27
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre

Referencias

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Zabala
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La vida y muerte en la ciudad de Campeche durante los siglos XVI y XVII

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2004 La población africana en la villa colonial de Campeche. En los Investigadores de
la Cultura Maya 12, tomo I, pp. 164-173. Universidad Autónoma de Campeche,
Campeche.

29
Capítulo 2

cartografía de la vida colonial


en la plaza de campeche

Michel Antochiw

La iglesia, cuyos restos fueron excavados durante la temporada de trabajo del


año 2000, una vez construido el edificio central de aquel conjunto que formaba la Pla-
za Mayor o de Armas de la Villa de San Francisco de Campeche. Alrededor de esta
construcción se formularon proyectos y se edificaron y demolieron múltiples y variadas
construcciones. Sin embargo, este templo, el primer edificio público construido de cal
y canto en la Plaza, es el que mayor tiempo permaneció en pie, ya que su existencia está
documentada desde mediados del siglo XVI hasta casi la última década del siglo XVII
(Calderón Quijano 1984; Antochiw 1994).
Aunque durante el curso de este trabajo corramos el riesgo de divagar del tema
central de esta obra, que es el estudio de la iglesia y de los restos encontrados en el
cementerio que la rodeaba, nos pareció oportuno trazar un amplio panorama de la evo-
lución de los edificios de la plaza que le dieron vida, en particular de la iglesia nueva que
sustituyó a la aquí estudiada, que tanto se resistió a morir, como la otra a nacer. Al lado
daremos cuenta de las funciones públicas que desempeñaba la Plaza Central a lo largo
de la época colonial campechana, en vitalidad y evolución arquitectónica al paso de la
evolución histórica del pueblo y su población
Cuando el Adelantado Francisco de Montejo llegó a Can Pech en 1531, segui-
damente fundó la sexta Salamanca. Descontentos por los tributos impuestos, el 11 de
junio de ese mismo año, día de San Bernabé, los mayas se sublevaron contra los pocos
españoles que permanecieron en la Villa después de la partida de Alonso Dávila a Che-
tumal. A pesar de la victoria de los españoles, cuyo número se reducía cada día por la
salida de muchos que marcharon al Perú, en 1535 Montejo tomó la decisión de retirarse
a Santa María de la Victoria (Chamberlain 1974; Rubio Mañé 1957). Poco antes, en
1533, el Cabildo de Salamanca había comisionado a Alonso López para que lograra en

31
Michel Antochiw

la Corte la confirmación de los privilegios concedidos a Montejo, entre otros la licencia


para introducir a la provincia cien esclavos negros. Aunque la importación no se realizó
entonces, la licencia siguió vigente.
Prosiguiendo con su proyecto de conquista de Yucatán, el Adelantado mandó
a Campeche a su hijo en 1540, donde el 4 de octubre, el Mozo fundó la Villa de San
Francisco de Campeche. Según Cárdenas Valencia (1937:89), el único documento que
en 1638 todavía existía relativo a la fundación de San Francisco de Campeche, era un
Auto del Mozo fechado el 6 de enero de 1542, en Mérida, ante el escribano Hernando
de Esquivel, que afirmaba que treinta soldados habían sido escogidos como vecinos y
se había construido una iglesia bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción.
Este primer templo, anterior al que se exploró en la plaza, fue una modesta choza de
palos y palma, cuya ubicación se desconoce.
Si bien se cree que el asentamiento de Salamanca estuvo cerca del poblado maya
donde más tarde se fundaron la iglesia y el convento de San Francisco, no sabemos a
ciencia cierta dónde se asentaron el Mozo y su gente en 1540. Pensamos que San Fran-
cisco de Campeche se ubicaba frente al mar y que la plaza se encontraba en el centro del
asentamiento. Más tarde, para acercarse al lugar donde el agua es más profunda, el cen-
tro de gravedad del asentamiento se fue corriendo en dirección al barrio de San Román,
ocupado por los nahuas que Montejo trajo consigo de su encomienda de Azcapotzalco,
quedando la plaza casi en el otro extremo de la ciudad, como resultó cuando se edificó
el recinto amurallado.
No debemos olvidar que las disposiciones legales especificaban con precisión to-
dos los aspectos que debían respetarse para la fundación de nuevos pueblos, en particular

la plaza mayor donde se ha de comenzar la población, siendo en costa de mar, se debe hacer
el desembarcadero del puerto1.

El antiguo desembarcadero permaneció frente a la plaza hasta que se construyó


el recinto amurallado; sin embargo, otros desembarcaderos debieron existir durante el
siglo XVII. El trazo de las poblaciones debía empezar “desde la plaza mayor y, desde allí,

1 Esta disposición de Felipe II, establecida en sus Ordenanzas de Poblaciones, orden 118, es posterior a la
fundación de Campeche, pero disposiciones similares existían desde antes. Recopilación de las Indias, por
Antonio de León Pinelo. México 1992. Libro VIII. Título I, 9. Véase también: “Practicas funerarias e
idiosincrasia en la ciudad colonial de Campeche”. Varios autores. Investigadores de la Cultura Maya 9, tomo
I. 2001.

32
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

sacando las calles a las puertas y caminos principales”. El primer edificio que había de
construirse en la plaza era la iglesia

para el templo de la iglesia mayor (...) se señalen solares (...) y en isla entera de manera que
ningún otro edificio se le arrime…Siendo la población en costa, se edifique en parte que en
saliendo de la mar, se vea y su fábrica que en parte sea como defensa del mismo puerto2.

Y en la orden 124 de las Ordenanzas, se precisa que:

porque se pueda honrar mejor y tenga más autoridad ha se de procurar que sea levantado [el
templo] del suelo, de manera que se haya de estar en él por gradas, y cerca del (...) se edifiquen
las Casas Reales, del Consejo, Cabildo y Aduana, no de manera que den embarazo al templo
sino que lo autoricen. El hospital de los pobres, que no fueren de enfermedad contagiosa, se
edifique par del templo y por claustro de él.

Además, todos los edificios de la plaza debían cumplir una función pública y la
orden 126, ratificada en la Recopilación General de 1680, especificaba que “en la plaza
no se den solares para particulares”. Estas medidas no se respetarían en todos los casos,
no solo en Campeche, como se verá adelante, sino tampoco en Mérida, por ejemplo.
Poco tiempo después, sin que se sepa la fecha, la primitiva iglesia de palos y palma
fue sustituida por otra no mayor, construida de cal y canto, cuya planta está actualmente
indicada sobre la calle 8 y la Plaza. Orientada al noreste y paralela a la costa, medía en su
interior unos 30 por 7.3 metros. Los muros tenían en promedio 1.70 metros de espesor.
Del lado derecho de la puerta de entrada se erguía una torre-campanario de aproxima-
damente 4 por 5.70 metros de base, sin que se pueda precisar la altura ni tampoco si
tenía campana. En el fondo de la iglesia, a un costado del coro del lado de la plaza, había
una pequeña sacristía y posiblemente el baptisterio. (Coronel et al. 2001).
A finales del siglo XVI ya existían dos iglesias en el área de la actual ciudad de
Campeche: en el barrio de San Francisco o Campechuelo: la del convento de San Francis-
co, que a mediados del siglo XVII “estaba casi arruinada por cuya causa los oficios divi-
nos se celebran en la de los indios, conjunta a ella”. Pensamos que López de Cogolludo
(1954 I:387) se refiere a la segunda iglesia como Iglesia Nueva de San Francisco”, que así
viene nombrada en el plano de Campeche de 1658, ubicada a orillas del mar, conocida

2 Ordenanzas de Poblaciones. Orden 119-120, op. cit. Libro VIII. Título I, 12, en Recopilación de las Indias.

33
Michel Antochiw

hoy como Iglesia de la Mejorada. Ignoramos todo sobre el origen de esta segunda “igle-
sia de los indios”, que bien podría indicar el lugar donde se ubicaba la antigua Salamanca,
también a orillas del mar. Posteriormente, a mediados del siglo XVII, los franciscanos
edificaron una nueva iglesia en el interior de la ciudad, posiblemente sobre el emplaza-
miento de una pequeña iglesia más antigua, dedicada a San Roque. Según Cogolludo, la
construcción del nuevo convento fue iniciada en 1655 por Fray Francisco Bueno. Esta
iglesia fue también conocida como San Francisquito, en recuerdo del primitivo convento.
Es posible que este cambio de residencia haya motivado el cambio de nombre de iglesia
nueva de San Francisco a Mejorada, como aparece ya en el mapa de 1663.
Otros templos se edificaron en Campeche durante el siglo XVI: la ermita de “Nues-
tra Señora de Guadalupe en que está su imagen de bulto, de gran devoción”, y la del Santo
Nombre de Jesús, o El Jesús, que en cierto momento sirvió de iglesia mayor y en la que “se
administran los sacramentos a los morenos de la dicha villa” (Cárdenas Valencia 1937:90).
Más tarde, el barrio y la iglesia de los morenos se trasladaron a Santa Ana.
Mientras tanto en la Plaza de Armas, la pequeña iglesia central conocida como la
Parroquia, “administra a españoles, mestizos, mulatos, negros, indios naborías y otros
siete pueblos de indios” (López de Cogolludo 1954 I:386-387). Por lo tanto, hasta por
lo menos mediados del siglo XVII, la Parroquia atendía a todos lo grupos étnicos y su
cementerio recibía sus restos. En cuanto a los individuos de los barrios, estos recibían
sepultura en sus respectivos cementerios.
Para ubicar históricamente el plano más antiguo que se conoce de la Plaza de
Campeche, es conveniente recurrir a los datos que se refieren a continuación.

La Plaza de Armas en 1604


En 1598, Diego Velasco, gobernador de Yucatán, informa al rey (León Canales
2006) que para la defensa de la provincia no dispone de hombres

cuyo número es tan escaso que no llegará a cien y que, aunque deseara hacer alguna fortificación,
carece de orden para ello, y sin tener ni un arcabuz, ni pieza de artillería con qué defenderla.

Ese mismo año relata que

habiéndose en aquellas costas perdídose muchos buques, había aprovechado para extraer
diez piezas de hierro colado de doce a quince quintales y dos medias culebrinas de a diez y
ocho (...) pero que carecía de pólvora y de las municiones necesarias.

34
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

Su sucesor, el Mariscal Carlos de Luna y Arellano dice en 1604, que Campeche

está totalmente desamparado de defensa, que solo tiene la de las personas que tienen algunas
armas, las cuales, al menor rumor de enemigos, se huyen a la montaña. Suplica [a S.M.] se de
orden para que dicho pueblo se fortifique. Para ello, ha hecho una traza y planta (no se ha
hallado) que remite.

Ese “no se ha hallado” es erróneo ya que el mismo B. León Canales, en el cuader-


no 44, proporciona una copia de este plano, que llamaremos Plano 1 (Figura 2.1).

Figura 2.1. Plano de la Plaza de Armas y primer proyecto de fortificación. 1604. La fortificación
buscaba cubrir cuatro manzanas pero sólo estaba fortificado el frente de mar. La antigua iglesia
era parte de la fortificación. Microfilm del Servicio Histórico Militar de Madrid

Carlos de Luna actuó con energía y decisión ya que el 21 de junio de 1608, mandó
a España el plano del Fuerte de San Benito (AGI. MP. México 517; Antochiw. 2007)

35
Michel Antochiw

ubicado “en la playa de San Román” y el 19 de septiembre del mismo año, avisa que
“están casi acabadas las obras de fortificación de Campeche”. Mientras se concluían las
obras de San Benito, la Junta de Guerra de las Indias encargaba al virrey Luis de Velasco,
marqués de Salinas, que

veáis si convendrá que pasen adelante las dichas fortificaciones o si esto tiene inconveniente
en algunas de ellas3.

El plano y proyecto de 1604 representa el estado de la Plaza, tal y como existía


desde 1540, y las modificaciones que Carlos de Luna sugería para su defensa.
La carencia de defensas hacía prácticamente imposible impedir los asaltos de
los piratas y corsarios y la pobreza de la provincia no permitía destinar recursos para
construir grandes fortificaciones y pagar soldados. Para Carlos de Luna, como para
casi todos los gobernadores del siglo XVII, la única alternativa posible era que, como
en varios otros puertos de América, se fundara un presidio en Campeche. Más que
una simple fortificación, el presidio era una guarnición de soldados, de infantería y de
artillería en este caso, pagados por las Cajas Reales y estacionados permanentemente en
la fortificación edificada a costa del rey. Los proyectos que en seguida se presentan, son
propuestas hechas a la Corona en las cuales el gobernador muestra la disposición de
la provincia y del cabildo de defender los intereses del rey, al anticiparse a la requerida
decisión real edificando por sí sola las fortificaciones necesarias para tener presidio y
solicitando exclusivamente de la “bondad real” el sostenimiento de la guarnición y el
armamento requerido para su defensa.
En este Plano (Figura 2.1), a un costado de la plaza, se encuentra la iglesia mayor,
es decir, la de Nuestra Señora de la Concepción edificada ya de cal y canto. Una cortina
corre a lo largo de la Plaza, frente al mar, desde un baluarte marcado con la letra A, hasta
el final de la cuadra que sigue a la de la Plaza, esto es, hasta la actual calle 53, esquina con
la 8. La muralla, de 200 varas4 de largo, corría sobre la actual calle 8. Las cortinas tenían

(...) cinco tercias de grueso de paredes con escarpadas de seis pies, tienen de terraplenado
entre cortinas veinte pies de plaza de parapeto a parapeto y por la parte de la mar veinte y dos
tercias de alto, por la parte de adentro diez y ocho tercias.

3 Al virrey de la Nueva España. AGI. México 1065. L.5/I/167v-168r. Madrid a 22 de octubre de 1609.
4 Una vara medía 83.8 cm y el pie o tercia, 27.9 cm.

36
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

Esto significa que la plaza estaba un poco más alta que la parte exterior. El ba-
luarte marcado con la letra A

tiene de frente a la mar 18 varas de medir y otras tanto la vuelta hacia las cortinas o rincón de
ellas. Tiene por la frente de letras C-D, 25 varas. Tiene de alto por la parte de la mar 7 varas
con 7 pies de grueso de paredes (…) corren otras dos cortinas del baluarte A al baluarte E,
de 120 varas de largo, del mismo alto y plaza de 20 pies de parapeto a parapeto, debajo de la
cual plaza (…) se hicieron almacenes (…) que están debajo del cuerpo de guardia (…) de los
pertrechos de pólvora, balas y los demás necesarios, y el más grande, de alhóndiga y depósito
de maíz de la dicha villa, porque la dicha fuerza está proveída a cualquier necesidad por tener,
como tiene, mucha y buena agua de pozos dentro y los demás almacenes para necesidad y
propios de la dicha villa.

La artillería del baluarte A, que sobresalía de ambas murallas, barría el frente de
mar y la actual calle 57. Rematando la cortina que corría a lo largo de la Plaza hacia el
interior, había en la esquina de las calles 57 y 10, un baluartillo, marcado con la letra E,
cuyo propósito al ubicarlo en este lugar era barrer con su artillería, toda la calle 10 hasta
el otro extremo de la villa.
En el extremo B de la cortina de la mar, haciendo ángulo con la calle 53, estaba la
casa del alcaide

con su casamata debajo y servicio de arriba, con su escalera dentro de la dicha casamata para
el servicio de la casa de arriba. Por debajo de esta casa arrimada al hospital, queda puerta y
tránsito para esta fortificación por la gente de la mar.

Es importante precisar que hasta casi el final del siglo XVII, el puerto se ubicaba
frente a la Plaza, protegido por el baluarte descrito anteriormente. No fue sino hasta
cuando se construyó el recinto alrededor de la ciudad, cuando se cambió a donde está
actualmente la Puerta de Mar y la porción de playa cubierta por los cañones del baluarte
de San Carlos. En el plano de 1658, está indicado el “canal” por donde los barcos po-
dían acercarse al puerto, así como la profundidad del mar medida en brazas. La mayor
profundidad se alcanza entre San Román y Lerma.

37
Michel Antochiw

La ciudadela o castillo, así concebido, ocupaba cuatro cuadras, dos frente al mar y
dos colindantes atrás. Tanto el “baluartillo” como la casa del alcaide, topaban con los
predios vecinos, cerrando la plaza cuya entrada se hacía por la calle 10, cruce con la 53,
y la calle 55, cruce con la 12. En el plano

las letras M y N son traveses con que se cierran aquellas dos calles y quedan cerradas y fuertes
aquellas cuatro cuadras de casas.

En el cruce de las calles 53 con 12, se ubicaba

un puesto para dos piezas de artillería que barran y limpien aquellas cuatro calles donde está.
Es el puesto levantado del suelo porque no ocupa las calles.

Este puesto de artillería formaba un “puente” sobre la calle.


Lo importante del plano, además de la descripción de las fortificaciones existen-
tes, se refiere a las cuatro cuadras que conforman el perímetro defensivo. Exceptuando
la que era plaza, las otras tres manzanas, divididas cada una en cuatro solares, eran pro-
piedad y residencia de particulares. Los únicos dos solares que tenían función pública
eran los que ocupaban las casas reales, frente a la Plaza sobre la calle 10, esquina con
la 55. Sobre la calle 8, esquina con la 53, estaba el más antiguo hospital de Campeche,
anterior al que en 1626 fundara fray Bartolomé de la Cruz, cuya iglesia estaba dedicada
a Nuestra Señora de los Remedios, conocido como el hospital de San Juan de la Cruz.
(López de Cogolludo 1954 I:387).
La Plaza puede ser considerada como pequeña, ya que no medía más que unas
cien varas (casi 84 metros) y estaba proporcionada al número de habitantes de la villa.
La orden 118 de las Ordenanzas de Poblaciones, dictadas por Felipe II, precisaba que

La plaza sea en cuadro prolongado que, por lo menos, tenga de largo una vez y medio de
su ancho, porque esta manera es mejor para las fiestas de a Caballo (…) La grandeza de la
plaza sea proporcionada a la cantidad de los vecinos (…) no sea menos de doscientos pies
de ancho y trescientos de largo.

Tal y como aparece en el plano, este “castillo” propuesto en 1604 aparenta una
solidez a toda prueba contra los asedios de los piratas; sin embargo, exceptuando los dos
lienzos de muralla, las casas y predios de los vecinos no ofrecían la suficiente resistencia a

38
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

los ataques y el tamaño gigantesco del conjunto hacía incosteable su conclusión, que ade-
más, para ser efectiva, hubiera requerido de una guarnición muy numerosa, justificando
acaso la elaboración del proyecto que Carlos de Luna presenta en 1609 (Figura 2.2)5.

Figura 2.2. Plano de la Plaza de Armas. 1609. La fortificación pretendía rodear las dos manzanas,
incluyendo las iglesias. La iglesia nueva se proyectaba con tres naves. Detalle del plano de Carlos
de Luna y del obispo Vázquez del Mercado. agi. mp. México. 521

Antes de las modificaciones, la plaza debió ser un lugar muy concurrido. Las lan-
chas de los pescadores debían llegar hasta la playa para llevar el producto de la pesca al

5 AGI. MP. México 521. En la nota escrita sobre el plano, se lee “En la Ciudad de Mérida, en veinte y
ocho días del mes de enero de mil y seiscientos y nueve años, el reverendísimo obispo de Yucatán,
arzobispo electo de la Ciudad de Manila en las islas Filipinas y el mariscal don Carlos de Luna y Arellano,
gobernador y capitán general por su Majestad en estas Provincias de Yucatán, dijeron: que les parecía
ser esta traza la que conviene que lleve la iglesia y capilla que se ha de hacer en la villa y puerto de San
Francisco de Campeche”.

39
Michel Antochiw

mercado que a diario debía realizarse con la presencia de los indios naborías y, de los pue-
blos vecinos, de los mulatos y mestizos que ofrecían frutas y legumbres, pollos y aves así
como su producción artesanal. Los vecinos acudían también y participaban activamente
en los trueques y regateos, sobre todo cuando algún navío llegaba de Veracruz, de La
Habana o de algún puerto de la América central, trayendo productos tan importantes
como el vino y el aceite de oliva, el azúcar y el aguardiente y algunas otras cosas que
siempre le hacen falta a las damas (García Bernal 2006). También llegaba la pólvora que
dispensaba alegría cuando, para amenizar las fiestas y los bailes, los fuegos artificiales
multicolores iluminaban el cielo nocturno. Pero del mar llegaba también el miedo y la
tristeza, bajo la forma de hombres armados con los que no podían entenderse y que sin
piedad, se llevaban no solo los pocos bienes de las familias, sino también su felicidad y
esperanzas.

Los piratas
La Villa de Campeche fue varias veces objeto de ataques y saqueos durante los si-
glos XVI y XVII (García Venegas 2003; Pérez Martínez 1927). Durante el reinado de Car-
los V, las guerras con Francia propiciaron la visita de corsarios en el Golfo de México,
seguidos por piratas quienes asaltaban indistintamente a todos aquellos que estuvieran a
su alcance. Sin embargo, fue durante el conflicto entre España e Inglaterra durante los
reinados de Felipe II e Isabel I, cuando los grandes piratas ingleses asolaron las posesio-
nes hispánicas de América. Raleigh, Hawkins y Drake, entre otros, dejaron sus nombres
en la historia6.
Barcos campechanos o españoles fueron atacados frente a la Villa por lo menos
en cinco ocasiones durante el siglo XVI (1557, 1559, 1560, 1561, 1563) y en muchos más
casos durante el siglo XVII. En 1559-1560, Campeche fue saqueado, otro intento al año
siguiente fue rechazado. En 1597, William Parker logró en parte saquear el puerto.
Fue durante el siglo XVII cuando Campeche sufrió sus peores pérdidas y des-
trucción. En 1633, los piratas Cornelius Jol —Apodado Pie de Palo— y Diego el Mulato
lograron, con grandes pérdidas de vidas, saquear la Villa. La península entera estaba en
estado de sitio: en 1663, Mansvelt toma Campeche por asalto causando muchas muer-
tes entre su población. Años más tarde, en 1678, Lewis Scott dio otro golpe doloroso,
llevándose prisioneras a unas 250 personas. El asalto más grave fue perpetrado por

6 La bibliografía sobre piraterías en el Caribe es muy abundante. Recomendamos sin embargo: Juárez
Moreno, Juan. Corsarios y piratas en Veracruz y Campeche. Sevilla. 1972. Sainz Cardona, Carlos. Historia de
la piratería en la América española. Madrid. 1985.

40
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

Laurent Graff ―Lorencillo― y el caballero de Grammont, en 1685, quienes saquearon y


quemaron gran parte de la ciudad.
El inicio de la construcción de la muralla detuvo posiblemente estos ataques, aun-
que la situación política del Caribe había experimentado cambios tales, que la piratería
fue perseguida y castigada por todos.

El proyecto de 1609
El primer proyecto de fortificación de la plaza, sometido como todos al criterio
de la Junta de Guerra de las Indias, no parece haber logrado la aprobación real absoluta
y por lo tanto fue rechazado, por lo menos en parte, con las observaciones correspon-
dientes. Carlos de Luna no se rindió por eso y buscó la ayuda del obispo don Diego
Vázquez de Mercado, con quien presentó un proyecto conjunto en el que, para cumplir
con una Cédula real de 1597, relativa a los lugares de culto, y con las observaciones he-
chas a su primer proyecto, propone una nueva solución a la edificación del castillo en la
Plaza. La referida Cédula real de Felipe II ordenaba que los obispos de las Indias

se informen (…) del estado que tienen las iglesias de los pueblos de españoles (…) y pro-
curen (…) que se hagan de nuevo las que fueren menester (…) advirtiendo a los nuestros
gobernadores para que también ayuden por su parte a ello.

A pesar de que el obispo fray Juan Izquierdo, predecesor de Diego Vázquez de
Mercado, consideraba que existía en Campeche “una iglesia razonable con que se puede
el pueblo pasar buenamente”7 varias circunstancias parecen tender a su reubicación. En
primera instancia, su ubicación no permitía que el templo estuviera “en isla entera” y

que sea levantado del suelo de manera que se haya de estar en él por gradas (…) el hospital
de los pobres (…) se edifique par del templo y por claustro de él8.

En segunda instancia, la necesidad de contar con un espacio libre para la construc-


ción y operación de la fortificación que se proyectaba edificar en el frente del mar, pedía la
demolición de la iglesia para liberar el espacio. Finalmente, las Ordenanzas de Poblaciones
precisaban que la “fábrica [de la iglesia] que en parte sea como defensa del mismo puerto”.

7 Carta del obispo de Yucatán, fray Juan Izquierdo, a su majestad. México, 15 de junio de 1599. En: La iglesia
en Yucatán 1560-1660. J. Ignacio Rubio Mañé et al. Mérida. 1838:22.
8 Citado anteriormente.

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Michel Antochiw

El plano del castillo y de la iglesia fueron enviados al rey poco antes de que, tanto
el obispo como el gobernador, dejaran sus cargos y el 1º de noviembre de 1610, el rey
contesta, escribiendo al nuevo gobernador Antonio de Figueroa9:

Don Carlos de Luna y Arellano, vuestro antecesor, me escribió en carta de veinte y tres
de abril de seiscientos y nueve, que en virtud y cumplimiento de una cédula real de veinte
y tres de octubre de quinientos y noventa y siete, pronunciaron un auto, él y don Vázquez
de Mercado… en veinte y seis [sic] de enero de seiscientos y nueve, por el cual acordaron y
mandaron que la iglesia de la Villa de Campeche (…) se hiciese de nuevo en lugar y parte
acomodada, comprando el sitio que fuese necesario a donde se edificase y labrase la iglesia
y capilla, conveniente y capaz (…) la cual se hiciese y acabase por la traza que tenían dada
(…) y habiendo visto en mi Consejo de las Indias, con un testimonio del dicho auto y la
planta de la iglesia (…) juntamente de la fuerza que está hecha... ha parecido ordenaros,
como os lo ordeno y mando, que luego que lleguéis a la dicha provincia de Yucatán veréis y
entenderéis de todo lo susodicho (…) y en particular de hacerse la iglesia en la parte donde el
dicho vuestro antecesor y el obispo acordaron (…) y se va haciendo, y me informéis.

Según consta en el nuevo plano (Figura 2.2), la idea del “castillo” permanece, aun-
que de un modo mucho más realista ya que se reduce a la mitad de lo que se pretendía en
el primer proyecto, conservándose únicamente las dos manzanas ubicadas frente al mar.
En primera instancia, desaparece el “baluartillo” ubicado en la calle 10, liberándola para
el tránsito. En su lugar se prevé prolongar la cortina a lo largo de la misma calle 10, con
la misma disposición que las otras dos cortinas, con sus respectivos aposentos. Por el
otro extremo de la cortina de la mar, desde donde estaba la casa del alcaide, se levantaría
un muro que correría a lo largo de la calle 53, hasta un baluarte de planta cuadrada de
cuarenta pies por lado. El plano no especifica si el muro es en realidad una cortina con
aposentos cubiertos como los demás, que así parece por tener puertas sobre la sacristía
y la capilla abierta. El baluarte vendría a sustituir ventajosamente al “baluartillo”, ya que
su artillería podía barrer toda la calle 53 así como la 10 por ambos lados. Finalmente,
desde este baluarte, a lo largo de la calle 10, llegaría un muro hasta la cortina, dejando
una puerta de entrada al castillo.
El recinto así cerrado, se divide en dos grandes áreas: la plaza, a un costado de la
cual la vieja iglesia también llamada la Parroquia, cambia en el plano su denominación

9 El rey a Antonio de Figueroa. San Lorenzo a 1 de noviembre de 1610. AGI. México 1065, L. 5/I/
239v-240v.

42
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

a “iglesia vieja”, y el área de la iglesia nueva y la capilla, esta última ubicada sobre el em-
plazamiento del antiguo hospital. El proyecto de reubicar el hospital data por lo tanto
de esta época.
Así planteado, todo parece claro y comprensible; sin embargo, algunas dudas
surgen para nosotros. ¿Para qué una capilla abierta si los indios mayas tenían la suya en
San Francisco? ¿Por qué en ninguno de los dos planos se dice a qué se destinarán los
aposentos de la cortina de mar?
De este proyecto como del anterior, que tampoco logró una aceptación total o
que no pudo costearse integralmente, solo se edificaron el baluarte principal, que sería
conocido como la fuerza principal y que más tarde sería sustituido por el baluarte de
Nuestra Señora de la Soledad, y la cortina de mar en medio de la cual el ingeniero Martín
de la Torre propondría abrir la puerta de la mar.
Ahora bien, la otra mitad de la plaza estaría dedicada a los edificios del culto.
Es la parte del proyecto que mayor apoyo logró de las autoridades reales y, aunque no
concluida en su totalidad según los planos originales del obispo Vázquez de Mercado,
dejó la huella más importante en el paisaje urbano de Campeche. Ya vimos el interés
que Felipe III prestó al asunto en su Cédula de 1610, dirigida al gobernador Antonio de
Figueroa en la que además ordena

para esto y los salarios y demás gastos de la obra se echase por entonces un repartimiento de
hasta seis mil pesos de oro común en aquella Villa y su distrito a todos los encomenderos y
vecinos hacendados y a los indios de ella y a mi Real Hacienda por tercias partes, remitiendo al
mi gobernador que es o fuere de la dicha Provincia lo que toca a los demás repartimientos que
se hubieren de hacer para acabar de todo punto la dicha iglesia y ornato de culto divino de ella.

Conforme a la misma Cédula, las autoridades locales adquirieron sin dificultad los
tres solares que rodeaban el hospital con vista a la iglesia parroquial y al cementerio. Por
el lado de la calle 53, se trazó el espacio que ocuparía el baluarte que se proyectaba en el
cruce de las calles 53 y 10. Respetando el plano, se trazó asimismo el espacio que desde
la casa del alcaide permitiría a la gente del puerto acceder a la Plaza de Armas y el resto,
que formaba un cuadrado, se reservó para la construcción de una nueva iglesia mayor que,
según los deseos del obispo, rivalizaría, con sus tres naves, con la catedral de Mérida.
Esta iglesia mayor de tres naves debía tener cupo para todos los vecinos de Cam-
peche y sus haciendas. Detrás de los altares estaría la sacristía, cuya entrada desde el
exterior se haría directamente por la capilla abierta y se compondría de una antesacristía

43
Michel Antochiw

y de dos aposentos que formarían la sacristía propiamente dicha. Finalmente, entre la


sacristía y el muro exterior del recinto, quedaba un alargado espacio privado que per-
mitía la comunicación entre la capilla abierta y la sacristía, sin que se sepa si debía ser
techado o abierto. El conjunto de esta iglesia “que se ha de reedificar en este sitio [mide]
180 pies [50 metros] de largo y 100 pies [27 metros] de ancho”.
Sin embargo, la iglesia nueva no fue construida según los planos originales del
obispo. Para que el edificio “se moderase y proporcionase a la tierra” la iglesia sufrió
grandes alteraciones: se demolió parte de lo construido para que solo quedara la nave
central. A lo largo de la calle 53, una hilera de casas y predios particulares ocuparon el
espacio reservado inicialmente para los edificios militares y para la cortina. Esta situa-
ción vino a romper la antigua disposición que señalaba que la iglesia ocupara “una isla
entera de manera que ningún otro edificio se le arrime”.
Entre la iglesia y la calle 10, un espacio quedó reservado para un cementerio don-
de sepultar a los vecinos. Este espacio subsiste actualmente formando un patio lateral
sobreelevado, abierto sobre la calle.
Del lado de la calle 8, otro espacio con las mismas dimensiones que la iglesia,
estaría ocupado por una capilla abierta con tres arcos en fachada, de aproximadamente
28 metros de frente por unos 18 metros de fondo. El espacio libre delante de la capilla
abierta, más elevado que la Plaza y con gradas de acceso, formaría entre otras cosas, el
nuevo cementerio que vendría a sustituir al que existía delante de la ahora “iglesia vieja”
de la Plaza de Armas, reservado seguramente para aquellos que no eran vecinos. Como
información adicional, en el plano aparecen los nombres de los vecinos cuyos solares
miran a la iglesia, que son: Antonio Pérez e Íñigo de Suasti (por Sugasti) y, mirando a la
Plaza, las casas reales y la casa de Juan Blanco. Del lado de la calle 12, el primer nombre
fue tachado y le siguen otro solar de Íñigo de Suasti (sic), el de Alonso Pérez y finalmente
el de María de Florencio.
Adquiridos los solares, se inició de inmediato la construcción. La primera fase
consistió en levantar una base o plataforma sobre la cual se edificaría la iglesia, con-
forme a la Ordenanza 124. Sin embargo, en cartas del 4 de diciembre de 1646 y del 8
de abril de 1647, mucho después del saqueo de Campeche por los piratas en 1633, el
gobernador Esteban de Azcárraga comenta al rey que no era posible

fortificar la villa y puerto de San Francisco de Campeche (…) que es muy prolongada para su
circunvalación (…) y que están hechos los cimientos de una iglesia que se pretendió hacer de
tres naves y conforme a su planta, no se podía acabar con quinientos mil pesos.

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Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

Cogolludo (1954. I:387) comenta que

aunque se hizo gran parte de ella, ha muchos años que cesó la obra por no haber rentas par-
ticulares para su fábrica, y cada día ser mayor la pobreza que hay en todo Yucatán.

La alegría duró poco tiempo y la supervivencia debía prevalecer. Con el acuerdo del
Cabildo de la Villa se tomó la decisión de hacer un castillo en aquel sitio, es decir, en la plaza

dejando capacidad bastante en la nave de en medio para iglesia (…) con que se podrían ase-
gurar los vecinos con sus haciendas y tener templo y dentro de la fortificación, pozo de agua,
foso y puente levadizo (…) como parecía por las plantas que de uno y otro me remitiades.
Comenta el rey.

Estos planos permanecen extraviados.


El rey también comenta el proyecto del gobernador, en Cédula del 12 de febrero
de 1648,10 observando que careciendo de artillería para la defensa de la villa, el enemigo
podía desembarcar en cualquier punto de la costa y tomarla y que, si su deseo era sa-
quearla, lo haría a pesar del castillo, pero que si sus intenciones fueran distintas

sería fuerza rendirse y entregarlo y hecho esto le sería fácil al enemigo sustentarla por la
dificultad que hay en socorrerla, cosa de gran inconveniente pues, para desalojarle de él, [refi-
riéndose al castillo] y de esas partes, no habrá fuerza en esa provincia y podría sustentarse(…)
por ser tanta la facilidad de los indios que se puede temer se le agregarán todos, con que no
les faltaría bastimento.

Por lo tanto, el rey recomienda al gobernador que

Será bien si consideréis si será mejor excusar esta obra, derribando todo lo que de la iglesia
está levantado y ya que se quisiese hacer iglesia, convendría más que se moderase y propor-
cionase a la tierra, derribando lo demás y con sus despojos, acabándola porque el enemigo
no se fortificase si entrare en lo que está hecho de ella.

¿Se habrán resuelto el gobernador Azcárraga y los vecinos a cumplir con la vo-
luntad del rey?

10 AGI. México 1068. L.14/2/ 31r-35r.

45
Michel Antochiw

La defensa de Campeche dependía entonces de

dos baluartes, el uno que estando en la plaza está también a la lengua del agua, con algunas
piezas de artillería de hierro y confina con la iglesia que había, que también hace fuerza,
guarnecida de alguna gente.

El otro baluarte es el de San Román, defendido por una compañía de morenos.


Esta orden obligaba a derrumbar parte de los muros de la iglesia y utilizar los materiales
para levantar los de la nave central, la única que permanece de las tres proyectadas. Es pro-
bable que la actual capilla-museo del Jesús Nazareno, fuera parte de la nave lateral izquier-
da. No hay constancia de que la capilla abierta y su cementerio se hayan jamás realizado.
En 1656, el gobernador Francisco de Bazán escribe al rey que

me pareció hacer nueva la fuerza vieja que estaba en la playa y aunque no se mude de sitio, se
saca un terraplén a la mar doce varas a fuera11 (Figura 2.3).

Resultan interesantes las vistas holandesas del siglo XVIII del Puerto de Campe-
che, como la que enseguida presentamos, donde cada uno de los edificios mencionados
aparece visto desde el mar (Figura 2.4).
Ese mismo año, en previsión de los ataques enemigos que se sufrirían, a partir del
mes de junio se consolidaron las defensas del lado de San Román así como las del nuevo
fuerte de San Bartolomé, hecho “de fajina,” ubicado del lado de San Francisco. (Figura 2.3).
Todas estas medidas fueron inútiles cuando en 1663, la Villa fue de nuevo ocupada y saquea-
da. El gobernador interino, Juan Francisco de Esquivel, ordenó demoler parapetos y alme-
nas del techo de la Parroquia y de la casa del capitán José de Arce, situada en la esquina de las
calles 8 y 57, que dominaban la azotea del fuerte12. Algunos años más tarde, Juan Francisco
de Esquivel, entonces fiscal de la villa de Tacubaya, opinando sobre las medidas que debían
tomarse para la defensa de Campeche, recomendaba que debían demolerse

la iglesia vieja que está en la plaza de dicha villa y las dos naves colaterales de la iglesia nueva
que está allí junto (…) y hacer fuerza y castillo13.

11 Francisco de Bazán al rey. 5 de octubre de 1658. AGI. México 1006.


12 Auto para que se demuelan los padrastros de la fuerza de San Francisco de Campeche. 19 de julio de
1663. AGI. México 1006.
13 Parecer del fiscal don Juan Francisco de Esquivel, en Tacubaya, a 23-VI-1672. Incluido en la del virrey

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Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

Figura 2.3. Detalle del plano de Campeche remitido por el gobernador Francisco de Bazán
en 1658. Sólo aparecen las fortificaciones frente al mar con el nuevo baluarte sobre el mar.
La iglesia vieja sigue siendo la “iglesia mayor”. agi. mp. México 57.


Los testimonios sobre las tres naves de la iglesia nueva parecen contradecirse, a
menos que la primera orden dada en 1648, de demoler los muros de las naves laterales,
no haya sido ejecutada por lo menos en su totalidad. Mientras tanto, la iglesia vieja se-
guía en uso así como su cementerio (Figura 2.5).

Mancera a la reina gobernadora. En México, 1 de julio 1672. AGI. México 1008. Citado por J. A. Calderón
Quijano.

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Michel Antochiw

Figura 2.4. Detalle de un grabado holandés que representa la quema por Lorencillo de dos
barcos en construcción en el astillero de San Román en 1672. Se aprecian los edificios existentes
en la Plaza de Armas con su baluarte, su muralla frente al mar y entre otros, la antigua iglesia.
Las proporciones no son muy exactas. Tomado de Matacán vi. Campeche. 2008

Figura 2.5. Plano de Campeche remitido por el gobernador Juan Francisco de Esquivel en 1663.
La iglesia vieja permanece todavía en la Plaza, mientras que la nueva sigue sin terminarse.
agi. mp. México. 60

48
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

Algo sobre la población de la Plaza Central


Ya mencionamos que al fundarse San Francisco de Campeche en 1540, había
treinta vecinos. En 1562, según Diego Quijada14, la cifra subió a cuarenta y en 1615, al-
canzaba unos cien vecinos. Por vecinos se entendía españoles, ya que los mayas residían
en San Francisco, los nahuas o aztecas en San Román y los negros y mulatos libres en
Santa Ana, alrededor de las manzanas ocupadas por los vecinos.
En la fecha en que se dibujó el plano de la Plaza, el número de vecinos españoles
debió ser de no más de ochenta y si a cada uno le correspondía un cuarto de manzana,
la villa no podía ocupar más de veinte manzanas. Las Ordenanzas no precisan el tamaño
de las manzanas por ser adecuadas al tamaño de la Plaza, que en Campeche eran tam-
bién de tamaño reducido. Sin embargo, indicaban que debían construirse

los edificios de las casas de toda la población (…) de manera que sirvan de defensa y fuerza
contra los que quisieren estorbar o infestar la población. Y cada casa en particular la labren a
manera que en ella puedan tener sus caballos y bestias de servicio, con patios y corrales y con
la más anchura que fuere posible por la salud y limpieza (Orden 133).

Los africanos ocupaban predios detrás de las manzanas de los vecinos, donde
cultivaban frutas y hortalizas para el consumo de estos, a quienes también prestaban
diversos tipos de servicios domésticos. Había también un número creciente de mulatos
y negros libres, muchos de los cuales, como integrantes de las milicias, formarían la
guarnición del fuerte de San Benito. La presencia africana en América es casi contem-
poránea a la europea, por lo que puede decirse que fue compañera de la conquista, con
la salvedad de que su participación no fue voluntaria.
En 1501, al nombrar los Reyes Católicos a Nicolás de Ovando gobernador de la
isla Española, le recomendaron, en lugar de esclavos moros, estimular la importación
de esclavos negros. La recomendación real tuvo ciertamente eco, ya que dos años más
tarde, el mismo Ovando solicitaba al rey restringir la libre importación de negros porque
huían y se juntaban con los indios sublevados.
En 1518, Carlos V otorgaba licencia para ir a buscarlos “a las islas de Guinea y
demás lugares de donde es costumbre traerlos”. La trata de negros se volvía parte del
sistema colonial y la escasez hacía subir el precio del esclavo a tal punto que, una Cédula
real del 6 de junio de 1556 fijó un precio máximo que en Cuba era de cien ducados por

14 Diego Quijada al rey, 15 de abril de 1562, en Cartas de Indias, Madrid. 1877. pág. 370-371.

49
Michel Antochiw

pieza, con excepción de los de “Guinea” que, considerados superiores, tenían un sobre-
precio de veinte ducados.
El negocio era tan lucrativo que los procuradores de Cuba comentaban al empe-
rador que “aquí, la principal finca son los negros”. La demanda, a pesar de las altísimas
cargas fiscales, era insaciable y favoreció un “mercado libre”, o mejor dicho un “mercado
negro”, en que participaban tanto las autoridades como los colonos, los españoles como
los extranjeros15.
Hernán Cortés trajo negros a México para el arrastre de su artillería. En 1528, el ne-
gro Estebanico participó en la expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida junto con Álvar
Núñez Cabeza de Vaca. Sin embargo, a pesar de su abundante presencia, poca información
se registra sobre la presencia de esclavos africanos en México (Aguirre Beltrán 1946).
Los puertos eran, desde luego, la puerta de entrada de los esclavos al territorio y el
más importante de ellos era, en el Golfo de México, el de San Juan de Ulúa, que tenía una
estrecha relación con el de Campeche, el cual le proporcionaba los sillares necesarios para
la construcción de las defensas y recibía los productos venidos de España por Veracruz.
San Juan de Ulúa se compone de un arrecife —sobre el cual se edificaron las forti-
ficaciones— y de una parte arenosa donde era difícil construir, sobre la cual se levantaron
sin embargo simples palafitos y una pequeña iglesia de madera para los “trabajadores” de
las fortificaciones.
Al implementarse en 1570 el proyecto elaborado por el virrey Martín Enríquez, se
entregaron a Cristóbal de Eraso, encargado de las obras, “ochenta negros, oficiales canteros
y peones, los más jóvenes y de los mejores, y veinticuatro negras para el servicio” (Calderón
Quijano 1984). Algunos años más tarde, alrededor de 1590, Bautista Antonelli recomendaba
pagar “los negros de Guinea” con la recaudación de la avería. O sea que los esclavos negros,
en particular aquellos traídos directamente de África, llamados a veces “negros bozales”,
eran los preferidos para las labores pesadas y, como en San Juan de Ulúa, eran mantenidos
apartados del resto de la población, evangelizados y vigilados para evitar su fuga.
Desgraciadamente, no disponemos para Campeche de una descripción detallada
que nos permita precisar la participación de los negros en la construcción de las fortifica-
ciones ni en la tarea de extraer y cortar los sillares para Veracruz, sin olvidar a los esclavos
domésticos. Sin embargo, ya desde el siglo XVI, el barrio de Santa Ana estaba reservado
para los negros libres y los mulatos cuyo número se fue incrementando en toda la penín-
sula, como lo ilustra la existencia en Mérida del barrio negro de Santa Lucía.

15 John Hawkins, el conocido pirata inglés, era principalmente un tratante de esclavos negros. Ver: Fernando
Ortiz. Los esclavos negros. La Habana. 1996.

50
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

El puerto de Campeche

es el más rico en su comercio por causa de que es escala de todos los navíos que en estas
partes de las Indias se trajinan y de las de España y Guinea que de todas partes vienen a este
puerto (Cárdenas Valencia 1937:94).

Campeche fue inicialmente un puerto de navegación local, por lo que en la pe-


nínsula había una gran escasez de productos cuyos precios eran además exageradamente
elevados. Las continuas reclamaciones de los gobernadores, cuyos salarios no alcan-
zaban para cubrir los gastos normales de su estancia en Yucatán, permitieron que se
autorizara la venida de barcos directamente de España a Campeche. El primero llegó
de Sevilla en 1561, pero entre 1561 y 1577 solo llegaron tres, a pesar de que de Canarias
llegaban con bastante frecuencia aunque cargados solo con vino. Fue a partir de 1590,
cuando empezaron a llegar dos y tres navíos de pequeño porte, que salían de Sevilla para
Campeche junto con la flota de Nueva España. Es indudable que fue por lo tanto, desde
Veracruz, como llegaron los primeros negros a Campeche, sin descartar la posibilidad
de que algunos provinieran de la Habana o de Cartagena (García Bernal 2006).
Las fuerzas encargadas de la defensa de la península eran las milicias formadas
por todos los vecinos no indígenas de 14 a 60 años de edad, armados de su propio
peculio y organizados territorialmente en compañías. Con cierta frecuencia, estas eran
reunidas para pasar revistas llamadas “uniones de armas.” Uno de los primeros registros
completos de las milicias que hemos encontrado corresponde al año de 1712. Para esta
fecha, los españoles y mestizos sumaban 2,324 milicianos y los pardos, negros y more-
nos, 517, es decir, el 19% de la población no indígena de Yucatán. En Campeche, el total
de blancos era de 326, incluyendo los 36 forasteros —tripulantes de barcos y otros que
en ese momento se encontraban en el puerto— y 190 pardos, casi el 37% del total de
la población no india (Antochiw 2006). Si descontamos los 36 forasteros, la proporción
de los pardos en el puerto de Campeche era de casi 40 % de los residentes.
Así pues, la presencia africana, tanto en la península en general como en Campe-
che en particular, era numerosa e importante desde el siglo XVI, aunque documentada
de modo muy deficiente (Zabala, et al. 2004). En la época en que se edificaban las
fortificaciones de San Juan de Ulúa también se levantaban las primeras en Campeche, y
fue precisamente desde Campeche que se mandaban piedras labradas a Ulúa16.

16 Para más información sobre la presencia negra en la península de Yucatán y en Campeche en particular: “La
población africana en la Villa colonial de Campeche: un estudio interdisciplinario”. Pilar Zabala et al.

51
Michel Antochiw

La relación entre Veracruz y Campeche debió ser muy estrecha entonces, ya que la
construcción de las fortificaciones de San Juan de Ulúa exigía un abasto importante y re-
gular de sillares cuyo transporte debía realizarse en barcos del rey antes de la temporada de
nortes. Poco o nada sabemos de este comercio ni de los agentes implicados en el mismo.
Este comercio perduró hasta finales del siglo XVIII cuando todavía, para la construcción
de la batería de Sisal, se llevaron piedras talladas a este puerto provenientes de Campeche,
y que años después seguían aflorando dispersas en la arena (Antochiw 2004:113).
Ya anotamos anteriormente que en la Cortina de Mar, la primera que se edificó en la
Plaza, no se especificaba en los planos el uso que se daba o daría a los aposentos situados en
la planta baja. ¿Serían solamente para habitación de los soldados del futuro presidio? Solo se
indica, en ambos planos, la existencia de una escalera que daba acceso al camino de ronda,
debajo del cual estaban “los demás almacenes para necesidad y propios de la dicha villa”.
Por otra parte, en el plano de 1609 (Figura 2.2), aparece la planta de la capilla
abierta a un costado de la Iglesia Nueva con su cementerio al frente que, sin duda, se
proyectó para sustituir el de la Plaza. Las capillas abiertas, innovadas en América para
la evangelización de las grandes masas indígenas, ya no tenían razón de ser casi setenta
años después de fundado San Francisco de Campeche, si no fuera para evangelizar y
oficiar ante una abundante asistencia, distinta de la que asistiría a los oficios en la iglesia
nueva de tres naves. Carlos V, en Cédula del 25 de octubre de 1538 y Felipe II, en 18 de
octubre de 1569 y en 3 de diciembre de 1579, ordenaban que:

todas las personas que tienen esclavos negros, los envíen a cierta hora a la iglesia (…) para
que allí les sea enseñada la doctrina cristiana (…) y encargamos a los obispos de las Indias
que tengan particular cuidado de la conversión y doctrina de los negros esclavos y mulatos
(…) para que vivan cristianamente y que se tenga en ello la misma orden que se tiene en la
conversión y doctrina de los indios.

La razón que motivó la posible existencia de esta capilla abierta se nos escapa, a
menos que: Si en San Juan de Ulúa se requería de “ochenta negros de Guinea (…) y veinti-
cuatro negras para el servicio” para una obra no tan grande como la de Campeche donde,
simultáneamente a las fortificaciones de la plaza se levantaban las de San Benito y se labraban

En Los investigadores de la Cultura Maya. No. 12. Tomo I: 165-172. Early African Diaspora in Colonial
Campeche, Mexico. Strontium Isotopic Evidence. T. Douglas Price, Vera Tiesler y James H. Burton.
American journal of Physical Anthropology. 2006. “Detecting provenance of African origin individuals in the
Colonial cementery of Campeche, Yucatan…” Andrea Cucina, Hector Neff y Vera Tiesler.

52
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

las piedras para Ulúa ¿cuántos “trabajadores” habría en Campeche? Si en San Juan de Ulúa,
pernoctaban en los palafitos de la playa y eran evangelizados en una iglesita de ramas y pal-
mas, ¿no serían mejor tratados acaso, en las instalaciones “cinco estrellas” de Campeche?
Creemos que sabemos muy poco del aspecto humano de la plaza y que la hebra
que se encontró podría llevarnos, si fuera posible localizar alguna documentación sobre
el asunto, a un mundo olvidado y terrible de la colonización de América.

Las últimas representaciones de la iglesia


El plano de Campeche, elaborado en 1663 y remitido a España por Juan Francisco
de Esquivel, es el último que muestra la antigua Parroquia en un costado de la Plaza,
junto a la iglesia nueva de tres naves. Subsiste la antigua muralla frente al mar y en lugar
de la casa del alcaide, está ahora la “carnicería”, es decir, el rastro (Figura 2.5), que per-
manece en este lugar por lo menos hasta finales del siglo XVIII, como se observa en el
Plano de la Plaza de San Francisco de Campeche dibujado por Rafael Llobet en 1789.
El plano dibujado por Martín de la Torre en 1680, en el que expone su proyecto de
amurallamiento de la ciudad, se presta a confusión ya que indica en la plaza, en el lugar
de la iglesia nueva, una “iglesia cayda” que, sin duda, es la antigua Parroquia (Figura 2.6).

Figura 2.6. En el proyecto de construcción de la muralla, elaborado por Martín de la Torre en


1680, permanece la iglesia vieja como “iglesia cayda”, y otra iglesia, El Jesús, la sustituye. agi.
mp. México. 72

53
Michel Antochiw

La última referencia que haremos a un plano corresponde al que dibujó Jaime


Frank, que muestra el estado en que estaban la muralla y los baluartes de la ciudad en
1690 (Figura 2.7). Nada subsiste en la plaza de los antiguos edificios, con excepción de la
iglesia nueva, indicada como “iglesia mayor comenzada”, es decir, todavía no concluida
y por lo tanto no consagrada. Mientras, y con carácter provisional, El Jesús “sirve de
mayor” ya que en la plaza los restos de la “iglesia cayda” fueron removidos posible-
mente para concluir la nueva. La antaño poderosa “fuerza” o castillo ya está en ruinas,
al lado del flamante baluarte de Nuestra Señora de la Soledad. En la plaza se yergue la
“picota o rollo”, al lado de un pozo y en una esquina, la antigua casa del alcaide, ahora
rastro y carnicería, aislada sin la antigua cortina de la mar que también ha desaparecido.
Una nueva etapa de cambios se aproximaba.

Figura 2.7. En este plano de Campeche dibujado en 1705 por Jaime Frank, ya no existe la iglesia
antigua. La iglesia nueva aparece como “iglesia mayor comenzada”. agi. mp. México. 87

54
Cartografía de la vida colonial en la Plaza de Campeche

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55
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56
Capítulo 3

LA PRIMERA FUNDACIÓN DEL TEMPLO


DE NUESTRA SEÑORA DE LA CONCEPCIÓN
EN LA VILLA DE SAN FRANCISCO DE CAMPECHE

Heber Ojeda Mas


Carlos Huitz Baqueiro

Introducción

En el proceso de conservación de la zona de monumentos históricos de la


ciudad de Campeche, que dio inicio en el sexenio de 1979 a 1985, se presentó un
proyecto que se denominó “Revitalización del Recinto Histórico de Campeche”, y
que continuó en los subsecuentes sexenios con diferentes denominaciones en las que
se concretaron resultados a partir del año de 1997. Pero no es sino hasta 1999 que
el Gobierno del Estado de Campeche, a través de su Coordinación Estatal de Sitios
y Monumentos del Patrimonio Cultural, presentó a las autoridades del Instituto Na-
cional de Antropología e Historia el proyecto para la reconstrucción de la “Casa del
Cabildo”. Es uno de tres edificios que integraban la traza urbana en el costado norte
de la Plaza de Armas: la Aduana, la Casa del Cabildo y el Principal. Estas construc-
ciones datan del siglo XVIII, y originalmente estaban destinadas a las autoridades del
virreinato. Fueron demolidas en 1963 en un proceso de “modernización” para la
ciudad de Campeche, como se justifica en un dictamen con fecha del 20 de junio de
1962. El dictamen de demolición señalaba que el conjunto, por su ubicación, obstruía
la vía pública, carecía de valor arquitectónico, se encontraba en malas condiciones
de estabilidad estructural (por el deterioro de las vigas de madera de sus entrepisos
y cubierta) y, por último, no satisfacía las condiciones de funcionamiento (Álvarez
Ordoñes 1962). En su lugar se construyó una fuente y áreas verdes, se amplió el trazo
de la Plaza de la Independencia y el ancho del arroyo de la calle 8.

57
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

La reconstrucción del edificio central, “Casa del Cabildo”, se proyectaría con las
mismas proporciones y dimensiones del edificio del siglo XVIII, basándose en el análisis
arquitectónico de planos de ese siglo (Calderón Quijano 1984, Figuras 147 y 148). Se
tomaron también como referencias las unidades de medidas, fotografías de principios y
mediados del siglo XX y de construcciones del siglo XVIII que aún existen en el centro
histórico de Campeche. Su uso estaría destinado para la Biblioteca Campeche de acuer-
do con las normas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, para el equipamien-
to y función que se requiere actualmente. Con el interés del Gobierno del Estado de
Campeche por el proyecto para la recuperación del aspecto formal, espacial y urbano de
la Plaza de Armas (hoy Plaza de la Independencia), se iniciaron los trabajos de identifi-
cación de la traza urbana, edificios y elementos mobiliarios, que permitieron tener una
visión aproximada del área de estudio, en enero de 2000.

Exploraciones arqueológicas en la Plaza Central de Campeche


Es así que de enero a junio de 2000 se realizaron los trabajos de investigación
histórica y arqueológica, dirigidos por el arqueólogo Heber Ojeda Mas, de la Sección de
Arqueología, y por el arquitecto Carlos Huitz Baqueiro de la Sección de Monumentos
Históricos del Centro INAH Campeche, con el objetivo de hallar los vestigios de la antigua
traza urbana y de la recuperación de los materiales arqueológicos en el lado norte de la
plaza, con el propósito de determinar la ubicación de los restos de los distintos elementos
arquitectónicos y urbanos. Las exploraciones arqueológicas abarcaron tres espacios: la
fuente de las estelas, adyacente al baluarte de Nuestra Señora de la Soledad, los restos de la
muralla y el lado norte de la Plaza de la Independencia. Es decir, en el área donde alguna
vez estuvo el edificio del Cabildo, siendo el único que planteó recuperar el Gobierno del
Estado, ya que los otros dos inmuebles se rescatarían en posteriores etapas1 (Figura 3.1).

1 Con la finalidad de recuperar toda la información de manera adecuada y debido a que las excavaciones se
realizarían en un área donde existen datos históricos de antiguas fortificaciones, se establecieron retículas de
exploración, dividiéndose cada una de ellas en cuadros de 2.00 m por cada lado para obtener un control preciso
de la ubicación de la arquitectura y los materiales arqueológicos, a través de las calas y pozos estratigráficos que
se planearon. El primer espacio cuadriculado se situó de la calle 8 hacia la base de la muralla, con una superficie
de 1,668 m2. Apoyado en los planos originales de los edificios a ubicar, se realizaron varias calas estratigráficas
alternadas que permitieron encontrar los restos de las cimentaciones, muros y materiales culturales que ilustran
al antiguo edificio del Cabildo. En el segundo espacio, la retícula trazada cubrió una superficie de 1,364 m2 e
incluyó todo el lado norte de la Plaza de la Independencia, conocida también como parque principal, paralelo a
la calle 8 con 55 y 57 y que, con la ayuda de fotografías de épocas pasadas, mostraron que sí se podría localizar
en ese lugar el límite anterior de la guarnición del actual parque. Las calas que se excavaron alternadamente y en

58
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

Figura 3.1. Ubicación de las retículas de exploración en el lado norte del Parque Principal
de la Ciudad de Campeche en el año 2000 con los hallazgos de las estructuras prehispánicas,
coloniales y modernas

Pronto, las exploraciones llevaron al descubrimiento de los restos de la guarni-


ción. Además, comenzaron a aparecer gruesos tramos de un muro de mampostería que
tenían una orientación de este a oeste en los cuadros A y B de las calas 1, 3, 5, 7, 11, 13
y 15. Al extender las excavaciones, se encontraron otros muros de mampostería laterales

sentido de norte a sur permitieron localizar gradualmente los restos de la guarnición de mampostería de la traza
original de esta plaza. Al demolerse los tres edificios mencionados, hace casi cuatro décadas, se había ampliado
varios metros todo el costado norte de la plaza y, simultáneamente, la calle 8 quedó despejada sin el quiebre que
la caracterizaba cuando existían dichos inmuebles coloniales.

59
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

que se proyectaban hacia el norte y otro más, paralelo al primer muro mencionado, for-
mando así entre todos un perímetro rectangular. Los descubrimientos continuaron ya
que, vinculados con el costado sur del primer muro ya liberado, se hallaron otros muros
que, conforme se iban retirando los restantes pisos de concreto y jardinería del parque
que los cubría, comenzaron a mostrar que pertenecían a otros dos espacios arquitectó-
nicos, ambos de planta rectangular, pero de menores dimensiones que el anterior (Figu-
ra 3.2). Una vez que quedó expuesta esta arquitectura se infirió que habían pertenecido
a un edificio conformado por una crujía principal y otras dos de menores dimensiones,
y posiblemente una tercera. De esta forma, la crujía de mayor dimensión quedó situada
en la arista del parque (calle 8 con 55), es decir, paralela al mar, y las de menores dimen-
siones hacia la fachada contraria de los restos del edificio.

Figura 3.2. Detalle de las exploraciones arqueológicas en el parque principal de Campeche


(enero-julio 2000)

Durante los descubrimientos de los restos de la guarnición original del parque,


aproximadamente al centro del área de la cuadrícula de excavación, se encontraron las
primeras evidencias de entierros humanos que, para nuestro asombro, estaban depositados

60
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

inmediatamente debajo del jardín y del concreto del parque (Figura 3.3). Conforme se
avanzaba en los trabajos, se seguían detectando más entierros hasta contabilizarse más
de una docena y se pensó que la muestra podría aumentar ya que todavía estábamos en
las primeras semanas del rescate. Con este propósito, se sondearon varios cuadros en
otras calas en donde se hallaron todavía más osamentas dentro de un área de aproxima-
damente 288 m2 localizada en el centro de la retícula. Cabe señalar que la disposición
de las osamentas indicaba que no habían sido sepultadas acorde con las costumbres
prehispánicas sino ya según normas cristianas2.

Figura 3.3. Vista


general desde
el oeste de las
exploraciones
arqueológicas de la
antigua
parroquia en la
esquina noreste del
parque principal de
Campeche
(enero-julio 2000)

Estos descubrimientos, sin precedentes en la ciudad de Campeche, nos llevaron


a pensar que era necesaria la presencia de un antropólogo físico para que se encargara
del rescate de los entierros humanos así como de su estudio. De esta forma se incorpo-

2 Desde el momento del descubrimiento de los enterramientos humanos se observó que no estaban relaciona-
dos con ninguna práctica funeraria prehispánica, más bien, correspondían a individuos ajenos a esta cultura
ya que la gran mayoría se encontraron depositados en decúbito dorsal con la cabeza orientada hacia el su-
roeste, coincidiendo con la orientación de los restos del edificio de mampostería. Algunos de ellos se habían
dañado debido a que cada administración gubernamental habían realizado diversas obras de infraestructura
a través de los años, encontrándose evidencias de restos de drenajes de asbesto, tubos galvanizados y bases
en donde se colocaron postes de madera y de concreto; estas obras de infraestructura también afectaron
parcialmente los tramos de los muros aún existentes del antiguo edificio. El porcentaje de individuos ente-
rrados que iba en aumento durante el rescate suponía que se traba de un camposanto que debió albergar a
los primeros habitantes de la Villa de San Francisco de Campeche y que por su ubicación nos hacía pensar
que tenían vinculación directa con los restos del edificio encontrado que databa de la época colonial.

61
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

ró la Dra. Vera Tiesler, de la Universidad Autónoma de Yucatán, quien, con un equipo


de antropólogos, estudiantes y personal del mismo Centro INAH Campeche, realizó el
rescate y estudio de las osamentas3.
Los descubrimientos arqueológicos fueron aún más sorprendentes, ya que a cierta
profundidad en los cuadros –A, A, B y C de las calas de exploración 21 y 22, es decir, a
una distancia de 8 m al poniente de los restos del edificio ya mencionado, se encontraron
los fragmentos de una fachada de piedras labradas con vista al este, correspondiente a
una estructura prehispánica que fue mutilada conforme se depositaban los cadáveres
(Ojeda Mas et al. 2000:19). Los restos de este inmueble precolombino, que tuvo 10 m de
ancho aproximadamente, revelaron que la ocupación tuvo lugar desde mucho antes de la
fundación de la antigua Villa de Campeche. Los materiales asociados a él, como un frag-
mento y un metate completo elaborados en piedra caliza, una mano de moler también de
caliza y otra de basalto, varios núcleos, desecho de talla de pedernal y una punta de flecha
del mismo material anterior, así como cerámica doméstica procedente de su relleno cons-
tructivo, indicaban que habían formado parte de una unidad habitacional perteneciente a
un asentamiento precolombino que, de acuerdo con sus cerámicas asociadas, su mayor pe-
riodo de ocupación se remontaba al periodo Clásico Terminal, fechado entre los años 800
a 1000 d.C. (Smith 1971). Como las fuentes coloniales no mencionan ninguna evidencia
de ocupación nativa en el centro de la villa campechana todo indica que esta construcción
prehispánica ya estaba abandonada y en ruinas cuando el área fue ocupada por los espa-
ñoles, idea que se confirmó después con el análisis de cerámica4.
Por otra parte, en el extremo oriente de la retícula, específicamente en los cuadros
A, B, C, D, E, F y G de las calas 34, 35, 36 y 37 (ubicadas en la esquina de la calle 57 con
la calle 8), se detectaron fragmentos de muros de mampostería de menores espesores,
y que al parecer correspondieron a dos espacios arquitectónicos de un antiguo edificio,
posiblemente relacionado con el cuerpo de guardia, como se muestra en un plano del
año de 1734 (Antochiw 1994:231, Figura 9; véase también Antochiw, en esta obra) y

3 Los gastos fueron sufragados también por la misma Coordinación Estatal de Sitios y Monumentos del
Patrimonio Cultural, presidido por su coordinador, el arquitecto José Buenfil Burgos, quién una vez más
mostró un gran interés en apoyar los trabajos del rescate que constituirían una fuente de información de
gran importancia para la historia de Campeche de la época colonial.
4 No hay que olvidar que Campeche fue descubierta en el día de San Lázaro del año de 1517 por Francisco
Hernández de Córdoba, colonizador de Cuba. Al lugar que arribaron era nombrado por sus antiguos mo-
radores como Kin Pech a Ah Kinpech, nombre del pueblo principal de una región y fue un asentamiento
costero con modestos edificios (Piña Chan 2003 (B): 159).

62
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

otro de 1751 (Chueca Goitia y Torres Balbas 1981:189, Figura 211). Este edificio militar
se ubicó justamente en el área aproximada de nuestras exploraciones y estuvo relaciona-
do con la defensa de la antigua villa campechana.
En este capítulo deseamos confrontar la información arquitectónica con aquella
de las fuentes escritas y la mapografía de la época para ofrecer nuevas respuestas a una
serie de interrogantes que formulamos sobre la construcción, la funcionalidad y el estilo
de la primitiva iglesia recién descubierta. Evaluaremos también los restos de cerámica
que se recuperaron de sus alrededores, siendo valiosos testigos materiales de la vida
social y el intercambio en la temprana urbe.

Identificación de la primera parroquia de la Villa de San Francisco


de Campeche
Al contar con la definición de la planta arquitectónica de los restos del edificio de
mampostería encontrado en la esquina noreste de la plaza principal de Campeche, y al
contrastarlas con las descripciones y plantas existentes de las fortificaciones realizadas
antes del año de 1686, mostraron con más certeza que no tenía ninguna característica
militar, ya que la forma de disposición de los espacios interiores y orientación en general
eran completamente distintas. Inclusive el hallazgo de las osamentas humanas que se
incrementaron durante el proceso del rescate nos permitió identificar el área de un atrio
y de una estructura religiosa demolida y que estas evidencias habían quedado debajo de
las obras urbanas posteriores que se realizaron en la Plaza Mayor de la Villa. La amplia
crujía con sus espacios laterales de menores dimensiones, su sistema constructivo, los
espesores de muros y la orientación en general de toda la planta arquitectónica mos-
traban similitudes con las iglesias coloniales construidas en el siglo XVII en la antigua
villa campechana. Otro dato que reforzaba la hipótesis de que se trataba de los vestigios
de una iglesia era la situación de la misma, la cual era visible desde el mar, tal como lo
señalaban las Leyes de Indias. También el rescate de un total de 147 sepulturas con más
de 180 osamentas (Coronel et al. 2001:184) en el camposanto localizado en el atrio de
los restos de este edificio corroboró aún más que se trataba de una antigua estructura
religiosa, a sabiendas de que el sepelio en los templos y sus atrios fue una costumbre que
los conquistadores y primeros vecinos españoles trajeron a la villa campechana.
También se revisó la cartografía existente de la antigua Villa de San Francisco
de Campeche correspondiente a los siglos XVII y XVIII que habían elaborado diversos
autores, en su mayor parte con fines militares para la defensa de la Villa de los asaltos

63
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

piráticos. Así, se encontró la representación del equipamiento urbano en los planos de


los años de 1604, 1609, 1623, 1658 y 1663, en los cuales se ubicaba una construcción
religiosa en el ángulo noreste de la Plaza Mayor, con su fachada principal al poniente,
aunque variaba en la representación de algunos de sus componentes y elementos ar-
quitectónicos debido a la época e interpretación particular de cada uno de sus autores.
Todos coinciden en que era de una sola nave, con su planta arquitectónica rectangular,
con un vano de acceso principal al frente y posiblemente dos más hacia los laterales, con
otros vanos de ventanas altas, paramentos de mampostería, aunque dos planos de prin-
cipios del siglo XVII mostraban un elemento vertical similar a una torre con diferentes
dimensiones y en diversos lugares que pudo haber funcionado como campanario o en
su caso, para vigilancia.
En los templos religiosos erigidos en la península de Yucatán en los siglos XVI y
XVII era distintivo el diseño concebido con gran sencillez, austeridad y con carácter de
fortaleza, propio de las obras realizadas por los frailes franciscanos, así como el hecho
de tener una sola nave y al fondo de esta el presbiterio. De igual manera tenían entre
otros componentes, ventanerías altas, un vano de acceso en cada una de las fachadas la-
terales y un vano central en la fachada principal. También contaban con construcciones
anexadas para distintas funciones como los baptisterios, sacristías y camarines. Otra par-
ticularidad era la delimitación de sus atrios con muros bajos de mampostería (Catálogo
de Construcciones Religiosas del estado de Yucatán 1945, vols. I y II), aunque la misma
no estuvo presente en nuestro caso en particular.
Sin embargo, aún quedaba por saber a qué iglesia correspondía y que nombre
tuvo originalmente. Fue así que durante el transcurso de las investigaciones también se
consultaron algunas referencias históricas que mencionaban que, cuando se fundó en
1540 la Villa de San Francisco, por Francisco de Montejo el Mozo, se edificó la igle-
sia con el titular de Nuestra Señora de la Concepción (Cárdenas Valencia 1937:90-92;
López de Cogolludo 1996 (I):254; véase también Coronel et al. 2001; Tiesler y Zabala
2001), para el culto y la administración de los sacramentos a los españoles. Eso se mani-
fiesta en el auto de fundación de la ciudad de Mérida, por Francisco de Montejo, Ade-
lantado de Yucatán, elaborado el 6 de enero de 1542, de donde se extrae lo siguiente:

(...) Que por cuanto el Ilustre Señor Don. Francisco de Montejo, Adelantado, Gobernador y
Justicia Mayor para su Majestad en estas provincias de Yucatán y Cozumel (...). Y porque des-
pués de venido, y efectuado lo que fue mandado, conquistó y pacificó la provincia de Campeche

64
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

y Acanul, en ella donde mejor le había parecido conveniente, pobló una villa, que se llama la
Villa de San Francisco, y edificó la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, según más
largo se contiene en el libro del Cabildo que de la dicha villa se hizo (Rubio Mañé 1930:105).

López de Cogolludo (1996 (I):386) asienta que no se sabe la fecha de su cons-


trucción, estima que fue en 1540, y las dimensiones que tuvo estaban de acuerdo con
el número de habitantes con que contaba la villa. En un principio fueron treinta sol-
dados los escogidos para que fueran los vecinos de la nueva villa española, Francisco
Hernández quien llegó con las fuerzas armadas de Montejo el Mozo, era el cura de la
iglesia (Chamberlain 1982:33, 210). Originalmente, la iglesia debió elaborarse con pare-
des y techo de materiales perecederos y debió tener un nivel de piso interior de piedras,
que posiblemente provinieron de las estructuras precolombinas del lugar que sirvieron
como bancos de materiales constructivos.
Antes de concluir el siglo XVI, la parroquia era una construcción de mampostería.
En una Cédula del año de 1605 se menciona que la iglesia de los españoles de la Villa de
Campeche ya resultaba pequeña debido a que los vecinos ya no cabían en ella durante
la celebración del culto, aunado por la gente forastera que acudía al puerto, razón por la
cual muchos tenían que oír los sermones de pie, en el cementerio, junto a la puerta de
la iglesia (Coronel et al. 2001; Tiesler y Zabala 2001). El templo necesitaba reparaciones
porque se estaba cayendo, puesto que sus vigas ya estaban en malas condiciones de con-
servación, razón por la cual se iban a oír misa al convento de San Francisco; aún más,
iban por ornamentos prestados al convento ya que la iglesia era pobre, no tenía renta y
solamente contaba con las pocas limosnas que se recogían los domingos, que apenas al-
canzaban para el pan y el vino a causa de que fue saqueado por los piratas ingleses hacía
ocho años antes. A esto se sumaba la solicitud de la construcción de una capilla, y que
se debía comprar ornamentos y una cruz e incensarios de plata y otras cosas (Escalante
de Guerrero 2003:32-40).
Una vez analizados los datos arqueológicos, arquitectónicos, cartográficos e his-
tóricos, se concluyó que los restos del edificio encontrado con su cementerio en el año
2000, situado en la arista noreste del actual Parque Principal (calle 8 con 55 y 57), co-
rrespondieron a los restos del edificio de la primera parroquia con su camposanto de la
antigua Villa de San Francisco de Campeche y que llevaba el nombre de Nuestra Señora
de la Concepción (Coronel et al. 2001; Tiesler y Zabala 2001). Con ello quedaba claro el
lugar donde estuvo físicamente desde su construcción hasta que fue demolida y sustituida

65
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

por otra que se ubicó a pocos metros de distancia en la manzana este a la plaza y que se-
ría consagrada como catedral al finalizar el siglo XIX. Diversos autores habían pensado
que originalmente sus restos arquitectónicos se encontrarían en otro lugar o debajo de
la actual catedral (Alvarez Suárez 1991(II):439-449; Lanz Trueba 1984 (I):59, 71-72). A
continuación se irá explicando paso a paso el proceso evolutivo que tuvo este inmueble
religioso cuyas evidencias estuvieron ocultas en el subsuelo de la actual plaza principal
campechana por más de tres siglos.

La arquitectura de la parroquia
Las exploraciones arqueológicas en la plaza registraron los restos de la antigua
iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, dejando al descubierto las características
que conformaron su planta arquitectónica, su sistema constructivo y dimensiones, datos
relevantes que nos aproximan a un edificio realizado desde los albores del estableci-
miento de la antigua villa, ya que no es usual hallar este tipo de arquitectura española
tan temprana. La ubicación de esta parroquia en el vértice noreste de la actual Plaza de
la Independencia indicaba que la población hispánica se había asentado en la parte más
estratégica desde un principio. Debió elaborarse una planta urbana del lugar escogido,
dividiéndose en calles y solares a cordel y regla, comenzando por la plaza. Señalado el
lugar para la construcción del templo, al igual se realizaba la construcción de la casa real,
la casa del Consejo, el Cabildo, la aduana (Coronel et al. 2001; Tiesler y Zabala 2001;
véase también Antochiw en esta obra) y las atarazanas, que en conjunto con el puerto
debieron haberse apoyado en caso de defensa.
Su planta arquitectónica tuvo una orientación de oriente a poniente, caracterís-
tica común de las construcciones religiosas católicas. La excavación en general llegó
hasta 1.30 metros de profundidad, lo que permitió descubrir que los cimientos de los
muros de todo el edificio se habían desplantado desde el estrato rocoso. Como esta
cimentación era totalmente corrida, se pudo encontrar la mayor parte inferior de lo que
era su partido arquitectónico de forma rectangular y que correspondió a la nave de la
iglesia, así como tres crujías anexadas hacia ambos extremos de su muro sur, con vista
hacia la plaza principal (Figura 3.4). Estas crujías fueron también rectangulares, pero de
menores dimensiones que la anterior, que por los datos obtenidos de otras construc-
ciones similares de los siglos XVI y XVII, deducimos que correspondían al campanario,
baptisterio y a la sacristía. Los gruesos muros de mampostería de todo el conjunto
arquitectónico fueron elaborados con piedra caliza dura de la región, irregulares, con

66
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

dimensiones medianas, juntadas con argamasa de cal y sascab. El relleno constructivo


de los interiores de estos cuatro espacios fue realizado con una combinación de arena
mezclada con tierra café clara y tierra café oscura, con pocas piedras irregulares. Las di-
mensiones generales de la planta arquitectónica de la nave en su exterior fueron de 33.66
m de longitud por 11.00 m de ancho y en su interior fue de 30.26 m de largo, equivalente
a 36.22 varas por 7.30 m de ancho (8.73 varas).

Figura 3.4. Planta arquitectónica de la construcción religiosa encontrada en las exploraciones


arqueológicas en el año 2000, en la esquina noreste de la Plaza de Campeche, que perteneció
a la primera parroquia denominada Nuestra Señora de la Concepción

Aunque solo se encontró la parte inferior del muro lateral sur con vista hacia
el parque, fue el más completo, y contaba con un ancho promedio de 1.70 m (2.03
varas) (Figura 3.5). También los restos del muro inferior que formaba parte de la
fachada principal de dicha nave, y colindante con el cementerio, se encontraban
completos y contaban con un ancho promedio de 1.74 m. Del muro lateral norte

67
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

colindante con el mar solo se liberaron tres tramos inferiores con medidas variantes
de 3.50, 1.00 y 2.00 m de largo, y un grosor de 2.00 m (2.39 varas). Sirvió para resistir
con mayor seguridad los embates que pudieran provenir de la costa. Del muro de la
fachada posterior que colinda con la calle 55, solo se logró liberar una mínima sección
de aproximadamente 3.00 m de longitud y un grosor aproximado de 1.70 m.

Figura 3.5. Muro


lateral izquierdo de
la primera parroquia
visto desde la calle
55 (enero-julio 2000)

En lo que toca a la crujía izquierda, alineada con la fachada principal, que sostenía el
campanario, y que también formaba parte del muro lateral sur de la nave de la parroquia,
contaba con medidas interiores de 2.00 por 2.85 m y dimensiones exteriores de 3.23 por
5.70 m, con un ancho de muros de entre 1.15 y 1.30 m (Figura 3.6). Cabe mencionar que
el muro exterior de mayor longitud con vista hacia el parque continuaba proyectándose
hacia otra sección que conformaba un segundo anexo donde estuvo el baptisterio, del cual
no se pudo contar con más evidencias físicas que las ya mencionadas.
En la tercera crujía rectangular, ubicada en el costado posterior izquierdo, también
conformada por el muro lateral sur de dicha nave, otra de sus paredes se encontraba para-
lela a la calle 55. Los otros dos restantes, es decir, los muros sur y oeste estaban ubicados
dentro de la plaza. Estos muros, aunque solo se exploraron parcialmente, se encontraban
completos y permitieron definir la planta arquitectónica de esta crujía que estaba destinada

68
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

Figura 3.6. Vista de


las crujías lateral iz-
quierda que formaba
parte del baptisterio
y campanario
(enero-julio 2000)

a la sacristía; sus dimensiones interiores fueron de 3.80 por 6.30 m y las exteriores eran
de 9.80 por 6.12 m. Los grosores de estos muros oscilaban entre los 1.80 m, equivalentes
a 2.16 varas, y los 2.32 m a 2.77 varas (Figuras 3.7 y 3.8). La mampostería no presentaba
aplanados ni perfil en sus caras, por lo que se entiende era la cimentación de la primera
parroquia.

Figura 3.7. Vista


de una sección del
muro ubicado en la
fachada posterior
y el muro sur
correspondiente a la
sacristía
(enero-julio 2000)

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Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

Figura 3.8. Vista interior, en donde


se observan los muros gruesos de la
cimentación de la Parroquia, al fondo
la Catedral de Campeche
(enero-julio 2000)

Se encontraron también evidencias de varios fragmentos de piso de estuco en


el interior de la crujía de mayor dimensión, así como algunos fragmentos de ladrillos
de barro grueso en color rojo, tanto en el interior como en el exterior de la iglesia.
Estos pudieron constituir la evidencia de los materiales que se utilizaron como
pisos interiores de la parroquia. Sin embargo, los fragmentos de piso de estuco
hallados son de características similares a los documentados en edificios de algunos
sitios prehispánicos.
Con las características señaladas, las cimentaciones trazan la planta arquitectó-
nica de un templo con características renacentistas (Figura 3.9). Cuenta con una nave
rectangular, con el cuerpo del campanario al frente y adosado al costado izquierdo de
la nave. El baptisterio se halla en la parte posterior del cuerpo del campanario y está
integrado a la nave. La sacristía en el costado izquierdo posterior de la nave se acom-
pañaba de otras probables crujías en la parte trasera del muro testero o ábside que no

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La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

Figura 3.9. Planta arquitectónica en base a los elementos arqueológicos registrados e hipótesis
de los espacios con los que contaba el templo (Arq. Carlos Huitz – Arqlgo. Heber Ojeda)

se llegaron a explorar y donde estarían seguramente los aposentos para el servicio de los
religiosos, como se muestra en la planta arquitectónica hipotética5.

Esta estructura hace patente que se trataba de un templo destinado para los espa-
ñoles, en el cual se ofrecerían los servicios litúrgicos y sacramentales a los vecinos recien
llegados del Viejo Mundo. En el siglo XVI se tenía preferencia por los templos de una
nave, mas larga que ancha, como lo señala George Kubler (1992:255) y la villa de San

5 Es importante señalar que en el interior de la parroquia o en el área del panteón no se encontraron eviden-
cias de otra construcción con características arquitectónicas hispanas, a excepción de los restos de muros
de guardia en la esquina suroeste del parque como se ha mencionado.

71
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

Francisco de Campeche no podía carecer de este tipo de construcciones. Esta forma


arquitectónica difiere, por ejemplo, de las capillas abiertas destinadas a la evangelización
de los naturales que existen en diferentes localidades de la península de Yucatán, inclu-
yendo el templo original del Dulce Nombre del Jesús a unas cuadra de la Plaza Principal
(García Preciat 1965:plano)6 (Figuras 3.10 y 3.11).

Figura 3.10. Planta arquitectónica y corte transversal del Templo del Dulce Nombre de Jesús,
Campeche, en la que se señala la capilla abierta del siglo xvi (Archivo Sección de Monumentos
Históricos, Centro inah Campeche)

6 Claro ejemplo es el templo del Dulce nombre de Jesús, también en Campeche (Alcocer Bernes 1986:
499), construcción con antecedentes históricos del siglo XVI; en el cual se observa que, en su primer
proceso constructivo, corresponde a la planta arquitectónica de una capilla abierta integrada con el área
del presbiterio y que se comunica por un vano de acceso, en ambos lados de este, con las crujía laterales

72
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

Figura 3.11. Corte longitudinal del Templo del Dulce Nombre de Jesús, Campeche, en la que se
muestra la capilla abierta (Archivo Sección de Monumentos Históricos, Centro inah Campeche)

La relación de la parroquia que nos ocupa, que también fue el primero que hubo
en la villa, naturalmente adquiere importancia para conocer, a través de los estudios
convencionales, histológicos y moleculares, a los primeros pobladores que ahí fueron
sepultados (Figura 3.12) (véase las contribuciones de los capítulos subsecuentes). Ya
Cárdenas Valencia menciona en el año de 1639, que el templo administraba a dos mil
setecientas personas de todas las edades, incluyendo españoles, mestizos, mulatos, ne-
gros e indios naboríos y de otros siete pueblos que estaban sujetos a su administración
(Cárdenas Valencia 1937:90-92). Es probable que el camposanto asociado a la iglesia
estaba destinado a alojar los feligreses de esta diócesis.

de las sacristías. La estructura del presbiterio es de anchos muros de mampostería de piedra que soporta
la bóveda de cañón corrido, también de mampostería de piedra, y las sacristías construidas con muros de
mampostería de piedra de menor ancho y techos de vigas de madera hacheadas y abovedado de piedra,
esto último conocido en la región como bahpek. La estructura de la nave del templo, probablemente
construida en la segunda mitad del siglo XVII, está integrada de cinco secciones divididas por pilastras de
cantería que soportan arcos fajones de medio punto y muros de mampostería de menor ancho que el del
presbítero. La estructura, en general, es de mampostería de piedra caliza de la región y los techos son pla-
nos estructurados con vigas de madera de sección cuadrada y bóveda de mampostería de piedra, sistema
bahpek. En este caso, el templo cuenta con atrio en tres de sus frentes.

73
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

Figura 3.12. Osamentas humanas


encontradas en el cementerio de la
Parroquia de la Villa
de San Francisco de Campeche
(enero-julio 2000)

El templo en su contexto urbano


¿Cómo se integraba el templo en la Plaza de Armas de la Villa de San Francisco de
Campeche? ¿Cuáles eran los elementos arquitectónicos y constructivos que caracterizaban
la iglesia a lo largo de su funcionamiento? Los planos de la antigua villa brindan valiosa
información al incluir representaciones arquitectónicas de la parroquia de Nuestra Se-
ñora de la Concepción. Estos mapas, que eran elaborados con fines militares, también
muestran las distintas construcciones civiles, religiosas y de equipamiento urbano con
que contaba la villa en ese siglo.
En el plano de 1604 (véase Antochiw, Plano 1 en este volumen) se encontraron
datos sobre la ubicación de la antigua parroquia designada como “Yglesia mayor” si-
tuada en la esquina noreste de la Plaza Mayor de la villa (Figura 3.13a). En este mapa,

74
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

procedente del Archivo General de Indias (Sevilla-España) y el más antiguo que se


conoce de la Villa de San Francisco de Campeche, se aprecian la localización y planta
de una obra concluida, que correspondería a la fortificación que don Carlos De Luna
y Arellano dijo haber hecho con menos de dos mil quinientos pesos (Palacios Castro
2000:38, Figura 5; Escalante de Guerrero 2003:19, Fig. 1). En el interior de esa obra
militar, y en el lugar de la plaza mencionada, se representó a la parroquia de Nuestra
Señora de la Concepción como una obra realizada completamente de cal y canto y en la
que pueden observarse algunas características arquitectónicas importantes. Ello indica
que, desde mucho antes de finalizar el siglo XVI, la construcción del edificio religioso ya
había concluido y se encontraba prestando los servicios religiosos a los habitantes de la
villa campechana.
Un análisis minucioso de esta iglesia en el mapa mostró que estaba compuesta
de dos cuerpos: la nave principal y una torre, y a ambas se les representó sobre un
mismo plano y con sus vistas hacia la costa, aunque sus dimensiones eran despro-
porcionadas. El cuerpo de la nave principal era rectangular y todas sus fachadas eran
repetitivas; contaban con un vano de acceso adintelado, con arco de medio punto, y
en la parte superior había un par de vanos de ventanas ortogonales hacia ambos extre-
mos; el sistema constructivo de la cubierta posiblemente era de cuatro aguas. La torre,
que pudo haber servido como campanario, sobresalía en el lado izquierdo, y se aprecia
sobre una plataforma desplantada desde el nivel de piso terminado; en su cuerpo se
observan cinco vanos de ventanas: dos en la parte superior, dos más en la parte infe-
rior y un vano central en el medio de ellos. Su cubierta, aunque no es comprensible del
todo, pudo haber sido de cuatro aguas con estructura de madera con teja, rematada
con una cruz. En las exploraciones arqueológicas no se encontraron evidencias de
alguna plataforma correspondiente al campanario, en este caso, como se ilustra en el
plano, fue el muro corrido de la planta arquitectónica del edificio. Incluso, tampoco
se hallaron rastros de remodelaciones o ampliaciones que se hayan realizado durante
el uso del templo.
En el plano del año de 1609 encontramos nuevos datos sobre la misma parroquia
designada como “iglesia”, situada en el mismo lugar que en el mapa anterior y también
edificada de mampostería (Palacios Castro 2000:39, Figura 6; Figura 3.13b). Según la
información consultada, para ese año ya presentaba problemas de estabilidad estructu-
ral y, por ello, se solicitaba su reparación así como la construcción de un nuevo templo
que la sustituyera, porque ya resultaba insuficiente su espacio interior para alojar a los

75
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

feligreses durante los cultos religiosos. Este hecho fue registrado por Francisco de Sa-
nabria, escribano del rey, quien dio fe del acuerdo entre el gobernador De Luna de Are-
llano y el obispo don Diego Vázquez de Mercado, en la ciudad de Mérida de Yucatán,
el 26 de enero de 1609, en el que se asienta que los gastos para la obra de reparación y
para la construcción del nuevo templo se repartirían entre la villa, encomenderos e in-
dios, sumando en total seis mil pesos, y en caso necesario se obtendrían mas recursos de
otros repartimientos para concluir la iglesia con ornato del culto religioso (AGS, México
521 y Escribanía de Cámara 305-A).
El 19 de abril de 1610 se iniciaron las obras de construcción de la nueva pa-
rroquia, una vez adquiridos los cuatro solares de la manzana norte de la explanada
principal, y pocos meses después se suspendieron las obras. El proyecto de la nueva
parroquia mayor de la villa estaría integrado por el templo, una capilla abierta con
su atrio, el cementerio y los accesorios (AGS, México 524 y Escribanía de Cámara
305-A). Sin embargo la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción solo fue re-
parada ya que siguió prestando los servicios religiosos por más de medio siglo hasta
su desmantelamiento mucho antes de que concluyera el siglo XVII como veremos
mas adelante.
En el mismo plano se observa esta construcción religiosa de un solo cuerpo
de mampostería, representado en alzado y con dimensiones desproporcionadas. Las
fachadas lateral y posterior tenían sus vistas hacia el mar y ambas se representaron so-
bre un mismo plano. La nave era de planta rectangular y el sistema constructivo de su
techumbre se percibe de pendientes sobre ambas fachadas expuestas. La fachada late-
ral tenía un vano de acceso central rematado por un arco de medio punto, dos vanos
de ventanas ortogonales en la parte superior hacia ambos costados y sobre el mismo
otro vano de ventana ortogonal, pero de menor dimensión que los dos primeros. En
el extremo izquierdo de esta misma fachada, sobresaliendo de la cubierta de la nave,
se encontraba una delgada torre de un solo cuerpo, aunque únicamente mostraba una
de sus cuatro caras, seguramente todas fueron repetitivas; contaban con dos vanos
de ventanas, uno inferior y el otro superior debidamente alineados. No solo se pudo
haber utilizado como parte de los elementos ornamentales de ambas fachadas, sino
también pudo haber servido para la ubicación de una campana o como punto de vigía,
si se toma en cuenta que los primeros templos novohispanos fungían como fortalezas,
debido a la inseguridad del poblado ante los frecuentes asedios de piratas.

76
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

Figura 3.13. Detalle de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción representada en los planos
de 1604 (a); 1609 (b); 1623 (c); 1658 (d); 1663 (e); 1663 (f) y de la nueva iglesia caída frente a la
Plaza Mayor (g)

77
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

Más de una década después, en el plano de 1623 realizado por Nicolás Cardona
(Antochiw 1994:225, Figura 1) se muestra a la misma parroquia con dos cuerpos, con su
partido arquitectónico de forma rectangular claramente en perspectiva. Su portada prin-
cipal con vista hacia el oriente y con un vano de acceso central terminado con un arco
de medio punto (Figura 3.13c) y la parte superior de su techumbre rematada con una
cruz de gran proporción. Por lo que respecta al sistema constructivo de la cubierta de la
nave parece haber sido de pendientes de a dos aguas, aunque no se aprecia qué tipo de
materiales tuvo. La fachada lateral estaba situada paralela a la orilla de la costa, tenía un
vano de acceso central de menor dimensión que el de la fachada principal y flanqueado
por dos vanos de ventanas. En la fachada posterior se muestra también la torre con su
cubierta de pabellón rematado con una cruz. En la cara expuesta de esta fachada, existía
un vano de ventana que probablemente pudo repetirse en las restantes caras. Aunque la
figura del plano parece poco realista, la construcción religiosa no parece haber sufrido
cambios estructurales en su nave rectangular, que aún seguía conservándose, no así en
sus componentes anexos como en el caso de la torre que aquí aparecía en la parte pos-
terior y de mayor proporción que en el plano anterior.
Tres décadas después Diego López de Cogolludo (1996 (I):387) relata que la pa-
rroquia de la Villa de Campeche ya resultaba insuficiente para los feligreses, razón por
la cual se comenzó a fabricar otra cuyas obras se habían truncado por la falta de rentas
de los particulares, debido a la pobreza de la región. El fraile debió referirse a la nueva
construcción que se inició en 1610 y quedó interrumpida ese mismo año.
En el plano de la Villa de San Francisco de Campeche de 1658, remitido por el
gobernador de Yucatán D. Francisco de Bazán, con carta del 15 de julio de 1658 (An-
tochiw 1994:226, Figura 2), se observa a la misma parroquia nombrada como “Iglesia
Mayor”, seguía siendo de un solo cuerpo, mostrando una de sus fachadas laterales en
alzado y paralela a la costa (Figura 3.13d). La fachada principal con vista hacia el oriente
contaba con un elemento vertical similar a una espadaña rematada por una cruz. En la
representación solamente se llega a apreciar la fachada lateral mencionada, sin vanos
de accesos ni ventanas, aunque seguramente sí contaba con ellos. Así como también se
observa en la manzana contigua, la construcción de otra nueva iglesia (Chueca Goitia y
Torres Balbas 1981:Figura 204) que debió haber estado en obra, ya que se representó en
planta y no en alzado como la ya existente.
En otro plano remitido por el gobernador de Yucatán, D. Juan Francisco de Es-
quivel en fecha 20 de julio de 1663 (Antochiw 1994:226-227, Figura 3), de nueva cuenta

78
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

se presenta a la primera parroquia en alzado lateral, atravesada entre el límite suroeste


de la Plaza y de la manzana contigua, sin duda alguna se trata de la misma construcción
religiosa aunque mal ubicada (Figura 3.13e). Como en los planos anteriores, también
tenía su fachada principal al poniente y la lateral paralela a la costa y de un solo cuerpo.
Ya se percibe claramente que contaba con un elemento propio de la arquitectura militar
como eran las almenas en los muros laterales. La fachada lateral expuesta, en este caso,
contaba con un vano de acceso central rematado con un arco de medio punto, un vano
de ventana ortogonal en el costado superior derecho y otro vano de ventana en el lado
izquierdo rematado con un arco de medio punto.
La existencia de las almenas puede corroborarse, dado que en el mismo año de
1663 el propio gobernador ordenó que se demolieran los parapetos y almenas de la igle-
sia parroquial y de las casas del capitán José de Arce, inmediatas a la Fuerza Principal,
ya que desde ellas, si el enemigo lograba ocuparlas, sería fácil de combatirle por estar a
salvo la guarnición de la Fuerza Vieja. Ante esta situación se tomó el acuerdo de enrasar
sus azoteas, mientras se llevaba a cabo una forma de fortificación adecuada (Calderón
Quijano 1984:259-260). Como en el plano de 1658, el templo seguía conservando su
torre rematada con una cruz y la nueva iglesia seguía todavía en construcción.
En otro plano de la Villa de San Francisco de Campeche, del mismo año de 1663
(Antochiw 1994:228, Figura 4), se presentó un proyecto para rodear a dicha villa con un
recinto amurallado de planta rectangular y con cuatro torres en los ángulos (Calderón
Quijano 1984:261, Figura 129). Se trata solo de una sección del anterior plano remitido
por el mismo gobernador el día 20 de julio de 1663, en donde se vuelven a observar los
mismos edificios anteriormente descritos como la parroquia (Figura 3.13f). Este plano y
el anterior son los últimos en mostrar la ubicación a esta antigua construcción religiosa
en la Plaza de la Villa de San Francisco de Campeche, como se verá más adelante.
En un dictamen del 23 de junio de 1672 de don Juan Francisco Esquivel, fiscal de
Tacubaya y antiguo gobernador, recomendaba presidiar la villa, acabar el castillo de San
Benito, demolido en 1663, y hacer un castillo en el centro de la villa, en el lugar donde
estaba la fuerza vieja

y demoler el bonete y la iglesia vieja que están en la plaza de la villa y las dos naves colaterales
de la iglesia nueva que está ahí junto, y el un lienzo cae sobre la playa mirando al mar, y el
otro a la tierra, hacer fuerza y castillo, sacando a cada una de las cuatro esquinas sus traveses
en forma de puntas de diamante (Calderón Quijano 1984:262).

79
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

No se sabe si se realizó lo solicitado en este dictamen, lo que queda claro son las
demoliciones de los templos que debieron efectuarse en los años siguientes, ya que en
1678, al volver a irrumpir el enemigo en la villa, el entonces nuevo gobernador de la
provincia, don Antonio de Layseca y Alvarado, al bajar al puerto para conocer su esta-
do, dispuso que fuese reparado el castillo, que se levantaran dos torreones en forma de
baluartes e incluso trató de demoler algunas casas, sobre todo una muy antigua hacia la
cual podía saltar con facilidad el enemigo (Calderón Quijano 1984:263).
Después de esta fecha ya no se tienen noticias de la parroquia de Nuestra Señora
de la Concepción, deduciéndose que finalmente fue derribada entre los años 1672-1678.
Sin embargo, en el plano de la villa de 1680 realizado por el alférez e ingeniero Martín
de la Torre (Chueca Goitia y Torres Balba 1981:Figura 207), se representa a la parroquia
en otra manzana, hacia el oriente de la traza urbana, registrada como “Yglesia Cayda”
(Calderón Quijano 1984:Figura 131) (Figura 3.13g).
La representación de este inmueble en el plano se encuentra en alzado, con una de sus
vistas laterales paralela respecto a la bahía, presentando una sola nave de planta rectangular.
En la fachada principal se observa una sencilla torre de dos cuerpos, con su techumbre de
a cuatro aguas, rematada con una cruz. Aunque son casi incomprensibles algunos de sus
componentes, pudo haber tenido vanos de ventanas que sirvieran para iluminar el coro. Por
lo que respecta a la portada lateral expuesta, contaba con un vano de acceso en su costado
izquierdo y un par de vanos de ventanas contiguos hacia el lado derecho. El sistema cons-
tructivo de la cubierta parece ser de a dos aguas y la parte posterior se encontraba rematada
con una cruz de menor dimensión que la de la fachada principal; siendo esta, al parecer, la
última representación gráfica que se conoce del templo que nos ocupa.

Materiales culturales asociados


Aparte de los restos arquitectónicos de la parroquia y de sus representaciones
en los planos coloniales, brindan importante información los materiales que fueron
recuperado de las inmediaciones del templo y de su camposanto asociado. Entre los
artefactos cuentan fragmentos de diferentes vajillas, como cerámica alisada, mayólica,
jarras de olivo, barro vidriado, loza fina blanca, porcelana, y otros materiales, como son
caracol y fragmentos de botellas de vidrio. Su estudio concede una visión más amplia
sobre el funcionamiento del templo y en general sobre la ocupación hispana colonial,
cuya cronología abarca del siglo XVI hasta fines de la colonia, mostrándose una deposi-
ción mas o menos ordenada desde el estrato más antiguo hasta el más reciente.

80
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

Para tal fin se cuantificó una muestra de 83 fragmentos de la vajilla mayólica con
asociación cronológica bien establecida. Así, se identificaron once tipos cerámicos que
nos permitieron fechar la parroquia campechana y además obtener información cultural
relevante. La mayólica es una variedad de vajilla de barro con vidriado de estaño, produ-
cida durante el renacimiento en el Viejo Mundo, que en México se confeccionaba desde
finales del siglo XVI hasta el XX (Burgos Villanueva 1995:91). Las vasijas se moldeaban
sobre un torno y se pintaban a mano una vez secas. Tras un segundo secado, la cerámica
se sometía al cocimiento final (Figura 3.14).

Figura 3.14. Fragmentos de vajilla majólica encontrada

81
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

Tanto en el interior de la estructura religiosa como en el área de su antiguo ce-


menterio fueron localizados tres tipos de la vajilla mayólica fechados en el siglo XVI y
principios del XVII, que corresponden a platos Columbia plain, Ichtuknee azul sobre azul
y Ciudad de México blanco. La producción de los dos primeros mencionados se inicia
en Sevilla (España) y el primero, más concretamente, en el barrio sevillano de Triana
(Goggin 1968:125, 139). Columbia plain probablemente fue copiado y manufacturado
después en México (Burgos Villanueva 1995:98), más específicamente en Oaxaca (Ball
1978:103-104). En tanto que el Ichtuknee azul sobre azul pudo producirse también
posteriormente en Puebla, México (Goggin 1968:106). Por su parte, el tipo Ciudad de
México blanco presenta dos variedades, siendo la de esmalte color claro con acabado
grueso y brilloso, debido probablemente al contenido de plomo, el que consideramos
está presente en nuestro material analizado, en contraste con la segunda variedad cuya
calidad es muy inferior puesto que es una cerámica con esmalte delgado y de textura
granulosa (Lister y Lister 1978:17-18; 1982:22-24).
Para el siglo XVII se encontraron materiales representativos, como son los ti-
pos Fig Springs polícromo, San Luis azul sobre blanco, San Luis polícromo, Abó polícromo
(todos ellos en forma de platos) y Puebla polícromo (en donde además de platos encon-
tramos una especie de taza) que también estuvieron vinculados a la estructura reli-
giosa con su cementerio. Para el primer tipo se ha sugerido como su posible lugar de
manufactura a Puebla (Goggin 1968:153-154) y también la ciudad de México (Lister y
Lister 1982:12-14). En cuanto al tipo San Luis azul sobre blanco se ha insinuado que su
pasta de color rojizo, o bien crema, revelan su fuente de manufactura; el primer color
de pasta señalado podría provenir de la ciudad de México, mientras que el segundo de
Puebla (Goggin 1968:157). En nuestra muestra hemos hallado ambas pastas, lo que
nos permite rastrear su procedencia. Tanto el San Luis policromo, que es un buen mar-
cador cronológico para la última mitad del siglo XVII, como el Abó polícromo proba-
blemente tengan como lugar de manufactura la ciudad de Puebla (Goggin 1968:157,
171). Por último, al tipo cerámico Puebla polícromo se le ha atribuido su origen también en
la ciudad de Puebla.
En cuanto a los materiales cerámicos del siglo XVIII rescatados en el área de las
excavaciones, donde estuvo la parroquia, se identificaron los tipos San Agustín azul sobre
blanco con forma de platos, Puebla azul sobre blanco también con la forma de platos además
de cajetes, y Playa polícromo con ejemplares de platos. El probable lugar de manufactura
de los dos primeros tipos fue Puebla (Goggin 1968:188, 194), aunque también se ha

82
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

considerado la posibilidad de que el último tipo fuera elaborado en otra parte de Méxi-
co. Finalmente, por el momento no se ha identificado el lugar de manufactura del tipo
cerámico identificado como Playa polícromo.
Cabe mencionar que los fragmentos de estos últimos tres tipos cerámicos no
tuvieron ninguna relación con la parroquia y su cementerio cuando estuvieron en uso,
ya que antes de concluir el siglo XVII, como se ha mencionado más atrás, la iglesia había
sido derribada para sustituirla por una nueva, ubicada a pocos metros, en la manzana
oeste de la plaza, es decir, en las actuales calles 55 y 53 por 8 y 10. De manera que, los
trozos de mayólica más tardíos debieron llegar al lugar donde estuvo la parroquia con
su camposanto, formando parte del material de relleno que sirvió para nivelar la plaza o
de otras obras que ahí se realizaron.
En lo referente al tipo de vajilla denominada Jarra de olivo estilo medio, cuya
cronología global abarca del año 1580 al 1780 (Goggin 1960:17), se analizaron alrede-
dor de 300 fragmentos, identificándose las variedades Engobe blanco amarillento en el
exterior e interior sin engobe, Engobe amarillo pálido en el exterior y esmalte verde en
el interior y, finalmente, Esmalte verde en el exterior e interior. Estas variedades ubican
el funcionamiento de la estructura religiosa en del siglo XVII. En lo referente a la mis-
ma vajilla de Jarra de olivo, pero de estilo tardío, se encuentra representada la variedad
Engobe amarillo pálido en el exterior e interior sin engobe, misma que se ha fechado
en torno a 1780-1850 o posterior (Burgos Villanueva 1995:363-365; Goggin 1960:21).
Esta última variedad se halló en las capas superiores, en menor número que los ante-
riores, indicando una actividad humana esporádica en el área. Su presencia en el lugar
también se debe seguramente como parte del material que sirvió para nivelar la plaza
al demolerse la parroquia. En nuestra colección pudieron identificarse fragmentos de
bordes, cuerpos y fondos. La jarra de olivo (botija y botijuela otro término que recibe)
es una vasija de barro de cuerpo redondo u ovalado con cuello corto y angosto. El lugar
exacto de manufactura de las jarras de olivo aún no se conoce, pero se presume que los
estilos temprano y medio fueron hechos en España, especialmente en Andalucía. Por el
contrario, las formas tardías pudieron elaborarse en América (Goggin 1968:5).
Estos artefactos tuvieron como función principal contener y transportar acei-
te de oliva y vinos en los dominios coloniales españoles pero sirvieron también para
conservar aceitunas, alcaparras, frijoles, garbanzos y muchos otros productos (Goggin
1968:6). Algunos de los fragmentos de las jarras de olivo estilo medio, recuperados en
el parque principal, debieron servir para depositar diversos productos alimenticios

83
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

destinados al servicio de la parroquia cuando estuvo en uso, otros pudieron llegar al área
como parte del material de relleno durante la construcción de la iglesia; de hecho, es
común encontrar evidencias de estas vasijas en lugares donde hubo presencia colonial
española, como es nuestro caso. En otros lugares, las jarras oliveras o botijas fueron
empleadas para usos secundarios, como relleno constructivo en techos de iglesias y
otros edificios, como en la República Dominicana, Puerto Rico y Cuba; en la primera,
en muros de construcciones; y bajo pisos de iglesias y otras construcciones, en Cuba
(Goggin 1968). En la parroquia y en el cementerio recuperamos en su mayor parte los
tiestos de jarras oliveras en los niveles inferiores.
En algunas construcciones relativamente cercanas al parque principal campe-
chano se han rescatado materiales culturales históricos que testimonian la ocupación
española desde el siglo XVI y que guardan semejanzas con los encontrados en las explo-
raciones de la Plaza en el año 2000. Por ejemplo, algunos fragmentos de la vajilla mayó-
lica de los siglos XVI, XVII y XVIII se recuperaron de la antigua oficina del Departamento
de Averiguaciones Previas de Campeche (Burgos Villanueva 1991:66-67), ubicada a dos
cuadras al suroeste del parque principal. Otro lugar, donde también se han recobrado
fragmentos de la vajilla mayólica de los siglos XVI y XVII y de Jarra de olivo estilo medio,
fue en las excavaciones arqueológicas realizadas en los cimientos de un tramo de la mu-
ralla del Baluarte de Nuestra Señora de la Soledad a la Puerta de Mar, situado a escasos
metros de nuestras exploraciones (Ojeda Mas1998:394-395). En el predio número 6 de
la calle 57, ubicado en el lado este de la misma plaza principal, también se han rescatado
fragmentos de diferentes tipos de vajilla de mayólica de los siglos anteriormente men-
cionados, así como jarras oliveras estilo medio (Ojeda Mas y Rojo Aguilar 2002:237).
Estos materiales arqueológicos provenientes de los estratos ordenados han sido una
herramienta útil para fechar las ocupaciones de las construcciones mencionadas, como
es el caso de nuestros hallazgos que los ubican en un contexto mayor.
Durante la época colonial, Campeche era el principal puerto en la zona sures-
te, recibía productos manufacturados procedentes del puerto de Veracruz y princi-
palmente de La Habana (Burgos Villanueva 1995:392). Las clases acomodadas que
radicaban en la ciudad de Mérida y Campeche en los siglos XVII y XVIII consumían
productos y artículos suntuarios procedentes del extranjero como la porcelana, pero
también adquirían vajillas de mayólica de la ciudad de México y Puebla y tuvieron un pa-
pel de status social dentro de la clase pudiente. Las dos localidades coloniales menciona-
das eran centros mercantiles y comerciales de importancia ya que estaban habitadas por

84
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

un gran número de personas que tenían un mayor poder económico y, en consecuencia,


mayor capacidad de consumo al formar parte de las clases adineradas (Burgos Villanue-
va 1995:393, 395). La adquisición de estos artículos, debido a su alto costo, se asociaba
con el sector social. De esta manera, la cerámica de importación estaba asociada al esta-
tus de sus usuarios (Fournier 1990:33). Los materiales encontrados en las inmediaciones
de la iglesia y del cementerio son parte de las evidencias de los productos comerciales
importados a estas tierras por las clases pudientes que vivían en la villa campechana y
que nos ha permitido ubicar en el contexto cronológico los restos arquitectónicos de lo
que fue de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción.

Conclusión

Por mucho tiempo, la ubicación del templo de Nuestra Señora de la Concepción


en la Villa de San Francisco de Campeche había sido tema de debates. Finalmente, el
proyecto de reconstrucción de la Casa del Cabildo y la recuperación de la antigua traza
urbana del parque principal, realizado en el año 2000, llevó a su hallazgo junto con una
serie de entierros humanos de los cuales no se habían tenido conocimiento.
La definición de su planta arquitectónica y el análisis de los datos arquitectónicos
y arqueológicos, una vez contrastados con las descripciones y documentación histórica
existente de la antigua Villa de San Francisco de Campeche de los siglos XVII y XVIII,
confirman que los restos del edificio pertenecieron originalmente a la primera parroquia
con su camposanto. En esos planos se mostraba una construcción religiosa en el ángulo
noreste de la Plaza Mayor, aunque con variaciones en la representación de sus compo-
nentes y elementos arquitectónicos. Todos coinciden en que era de una sola nave con
planta arquitectónica rectangular, destinada al culto de los españoles y cuyos orígenes se
remontan al año de 1540.
De esta forma quedó claro el lugar donde estuvo físicamente la iglesia que se
identifica en las fuentes con el nombre de Nuestra Señora de la Concepción desde su
construcción en el siglo XVI hasta que fue demolida antes de concluir el siglo XVII. La
primitiva iglesia desde el momento del arribo de los españoles debió haberse elaborado
con paredes y techo de materiales perecederos hasta que fue reemplazada por un edifi-
cio de mampostería cuyos muros inferiores fueron las que encontramos. Las caracterís-
ticas que conformaron su planta arquitectónica y el sistema constructivo, permitieron

85
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

identificar la nave de la iglesia, el campanario, el baptisterio y la sacristía, elaborados con


gruesos muros de mampostería de piedra caliza de la región y su relación con el campo-
santo, el primero en la Villa de San Francisco de Campeche.
Los materiales arqueológicos rescatados en las excavaciones en el parque prin-
cipal de Campeche (vajilla mayólica de los siglos XVI y XVII, jarra de Olivo tipo medio,
de 1580-1780), probablemente formaron parte del mobiliario y de los utensilios de la
parroquia, con un carácter más funcional que suntuario. Los fragmentos de la vajilla ma-
yólica no fueron abundantes, destacando los productos de México, Puebla, e inclusive
de Sevilla, España. Este resultado no sorprende, ya que Campeche era el principal puer-
to de la península de Yucatán durante la época colonial y que recibía diversos productos
procedentes de diferentes puertos de Europa, México y el Caribe.
Sabemos cuál era el destino de la parroquia que a fines del siglo XVII fue sus-
tituida por otra de mayor dimensión. El nuevo recinto se ubicó a corta distancia, ac-
tualmente en el lindero oriente de plaza principal, y sería consagrada como parroquia
y posteriormente Catedral de la Diócesis de Campeche poco antes de concluir el siglo
XIX. A más de tres siglos de su derrumbe concluyeron los trabajos del proyecto de su
rescate. Ahora queda un testigo de sus desplantes inscrito en el pavimento de la calle 8 y
del Parque Central. Un acabado en color rojo, y una placa que refiere su ubicación, trazo
y fecha para evitar que se pierda de nuevo la memoria histórica.

86
La primera fundación del templo de nuestra señora de la Concepción

Tabla 3.1. Tabla de cantidades de tipos cerámicos históricos


del Parque Principal de Campeche
Periodo Complejo Grupo Tipo No. de tiestos
Columbia Plain 11
Ichtucknnee Azul
sobre Azul 6
Ciudad de México
Blanco 5
Fig Springs
Polícromo 4
San Luis Azul
Majolica sobre blanco 9
San Luis
Polícromo 15
Abo Polícromo 2
Puebla Polícromo 16
San Agustín Azul
sobre on Blanco 1
Puebla Azul sobre
Blanco 10
Playa Polícromo 4
Jarra de Olivo
Estilo Medio
Variedad: Engobe
blanco 251
Chauaca amarillento en el
Colonial exterior e
1580-1800 interior sin
engobe
Jarra de Olivo
Estilo Medio
Variedad: Engobe
amarillo pálido 22
en el exterior y
Jarra de esmalte verde en
Olivo el interior
Jarra de Olivo
Estilo Medio
Variedad: Esmalte
verde en el 6
exterior e
interior
Jarra de Olivo
Estilo Medio
Variedad: Engobe
amarillo pálido 16
en el exterior e
interior sin
engobe
TOTAL 378

87
Heber Ojeda Mas / Carlos Huitz Baqueiro

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92
Capítulo 4

Muerte, emplazamientos y PATRONES


FUNERARIOS EN LA CIUDAD COLONIAL
DE CAMPECHE

Vera Tiesler
Pilar Zabala Aguirre
Cecilia Medina Martín

Introducción

Los años pasados han visto un creciente número de estudios antropológicos sobre
cementerios coloniales en el Nuevo Mundo (véanse Handler y Lange 1978; Jacobi 2000;
Koch 1983; Mack y Blakey 2004; Stojanowski 2005). Al igual que los cementerios histó-
ricos de Europa, cuya investigación cuenta con una larga tradición académica, son aptos
para otorgar a la reconstrucción de la sociedad pretérita una faceta humana, en la medida
en que expresan la cotidianidad de la vida y la muerte, reflejan valores religiosos compar-
tidos y actitudes sobre el más allá. En un marco más amplio, los cementerios documentan
las condiciones de morbi-mortalidad de un grupo, la desigualdad económica y estructura
social. Complementan, verifican y en ocasiones contradicen la información archivada so-
bre los registros vitales y conceden una mirada más global y objetiva de las condiciones
sociales al aportar información también sobre aquellos facciones de la sociedad que co-
múnmente permanecen silenciosos en los registros históricos, es decir, los sectores popu-
lares, esclavos, campesinos y jornaleros, las mujeres y los menores.
Las investigaciones de los cementerios coloniales del Nuevo Mundo cobran un
especial interés para conocer el desarrollo del recién formado tejido social, en términos
de subordinación y dominación, de asimilación, enajenación y sincretismo. Otorgan una
“voz” no solo a los colonizadores europeos y sus descendientes, sino también a los gru-
pos que tradicionalmente pasan desapercibidos en las fuentes coloniales: las poblaciones
autóctonas y los afrodescendientes. Del mismo modo, los estudios bioarqueológicos nos

93
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

ofrecen información de otros sectores de la población como mujeres y niños, generalmen-


te ausentes en las fuentes históricas.
Siguiendo el carácter de esta obra, en este capítulo deseamos aportar una nueva
mirada sobre la sociedad colonial y sus miembros a través de las costumbres funerarias
observadas en el cementerio de la Plaza Central de Campeche. Desarrollamos un acer-
camiento interdisciplinario que combina información histórica, arqueológica y biológica.
En la intersección de los dos últimos enfoques se inserta una línea de trabajo en la que
haremos especial hincapié al reconstruir los cánones mortuorios de Campeche. Corres-
ponde a la tafonomía humana, una línea de estudio que reconstruye conductas funerarias
secuenciadas a partir del estudio de los restos humanos dentro su sustrato (Duday 1997).
Conjuntando estas líneas, esperamos otorgar una faceta que más que histórica es humana
de la vida y muerte de aquellos que forjaron la sociedad colonial en los primeros dos siglos.
Punto de partida es la información que deriva de la excavación del cementerio co-
lonial hallado en el subsuelo de la plaza principal de Campeche (véase también Coronel et
al. 2001; Tiesler y Zabala 2001; 2003). Tal como se detalló en los capítulos anteriores, este
trabajo inició como un rescate arqueológico que se llevó a cabo durante la reconstrucción
del antiguo Palacio del Cabildo en el año 2000. La exploración de las sepulturas se realizó
entre enero y junio de dicho año (Figura 4.1). Fue coordinada por la primera autora y
apoyado por el personal del Centro INAH Campeche. Además integraba siete pasantes
de arqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia/INAH y quince más
de la Facultad de Antropología/UADY. Los trabajos de conservación, restauración, foto-
interpretación y el estudio tafo-osteológico-dental se realizaron en las instalaciones del
Instituto Nacional de Antropología e Historia (Centro INAH Campeche) y en el Taller de
Biorqueología de la Facultad de Ciencias Antropológicas/UADY.

El estudio
A continuación referimos los procedimientos básicos empleados durante la exca-
vación, el registro y la restauración de las osamentas, además de su evaluación tafonó-
mica y esquelética.

Técnicas de excavación y registro. Sobre las técnicas generales, empleadas en el registro
y levantamiento durante la excavación de la plaza principal, ya se hizo referencia en otra
parte (Coronel et al. 2001; véase también informe final del Proyecto, 11/2000; Ojeda y
Huitz en esta obra), por lo que aquí nos limitamos a resumir los procedimientos básicos
y centrarnos en el registro de las osamentas. Debido a que se trataba de un rescate ar-
queológico, el área de excavación extensiva se orientó hacia el área de construcción del
antiguo Palacio de Cabildo, con sondeos que cubrían la totalidad de la zona sepulcral.

94
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

Figura 4.1. Excavación en el


parque principal de Campeche,
junio de 2000; foto: Proyecto
Parque Principal, inah)


Para ello se establecieron dos retículas, una cubriendo al área ocupada por el Palacio
y la segunda asignada a la parte noroeste del parque (Figura 4.2). La excavación se rea-
lizó por cuadros, capas culturales y naturales, además de niveles métricos de 20 cm. De
este modo se registraron cinco capas, siendo las dos primeras producto de la nivelación
y pavimentación del actual parque. Las tres inferiores corresponden a la matriz en don-
de se situaban los entierros (Capas II´, III y IV). Estas capas se delimitaron únicamente
por métrica. Presumiblemente pertenecen a un mismo periodo cronológico y por esta
razón únicamente dan una indicación sobre la profundidad máxima de los pozos en que
yacían las osamentas. Las tres capas están constituidas por arena de mar y tierra húmica
y muestran una serie de irregularidades y perturbaciones debidas a las remodelaciones y
obras que el parque ha sufrido a lo largo de su funcionamiento. Las capas se distinguen
entre sí por su tono, textura, grado de compactación, concentración orgánica, hidrata-
ción y material asociado. Las capas I y II son recientes, en tanto que las II´, III y IV se
remontan al periodo colonial.

95
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

Figura 4.2. Distribución funeraria (C. Medina)

96
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

Para la liberación y recuperación de los esqueletos se utilizó herramienta fina y de


poca penetración, descubriendo sistemáticamente las partes óseas. La tierra, producto
de la excavación, fue cribada en su totalidad. Cada fragmento mayor de 1 cm2 se registró
en un dibujo esquemático (escala 1:10; ver Anexo 3), identificando cada vez la parte ana-
tómica correspondiente. A través de cédulas, dibujos anatómicos y fotografías se regis-
tró in situ la información sobre ubicación, posicionamiento, asociación y conservación
de las osamentas. Los materiales orgánicos en contacto con las osamentas —aparte de
los restos humanos se hallaron numerosos fragmentos de animal, concha y de madera—
y los no orgánicos (lítica, cerámica, vidrio, metal) fueron embalados separadamente del
resto de los artefactos producto de la excavación. La consolidación in situ del material
óseo siguió un procedimiento uniforme para cada una de las osamentas. Paralelamente,
se procedió a la separación de las muestras destinadas a los análisis especiales, como son
ADN, radiocarbono y paleodieta.

Gabinete. Los restos óseos humanos, descritos, registrados y provisionalmente eva-


luados (en sus aspectos físicos contextuales y tafonómicos) al ser liberados, recibieron un
tratamiento de acuerdo con su estado de conservación y estabilidad al ser expuestos. De
esta forma, se consolidaron las partes óseas más frágiles con PARALOID al 10% en aceto-
na. Después de haberse levantado, las partes óseas se sometieron a un proceso de libera-
ción de la tierra, de cepillado y de secado controlado (en sombra y con nuevas aplicaciones
del consolidante en los casos indicados).
Paralelamente fueron capturadas las cédulas llenadas en el campo para facilitar su
manejo. Se organizaron carpetas en las que se incluyeron dichas cédulas de campo y las
completadas en laboratorio, así como los dibujos y las fotografías realizadas en la excava-
ción. Se procedió a contrastar ambas cédulas con los dibujos y el registro fotográfico, para
verificar la información sobre la posición y orientación del cuerpo, así como la orientación
del cráneo y de las extremidades superiores e inferiores. También se analizaron los pará-
metros de sexo, edad y filiación étnica según el espacio en el que estuvieron depositados;
estos datos biográficos y su distribución espacial se refieren en el capítulo 5.
Una vez ubicado cada entierro según la capa en donde estaba depositado, se pro-
cedió a establecer su secuencia estratigráfica unilineal, que indica una superposición de
varios eventos. Utilizando la matriz de Harris permite identificar algunos eventos secuen-
ciados (Harris 1991:51). Se estableció la profundidad de los entierros para reconocer la
horizontalidad de la secuencia de enterramiento o, en su defecto, si habían existido des-
plazamientos de inhumaciones posteriores a la capa estratigráfica.

97
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

Para la clasificación e interpretación de cada sepultura y del conjunto mortuorio


empleamos lo señalado por Henri Duday (1997). A través de los principios de descom-
posición y sus resultados, fueron reconstruidos en cada caso de acuerdo con su posi-
cionamiento original, efectos de constricción y disturbios posteriores. Se clasificaron
como entierros primarios no perturbados aquellos que conservan una clara relación
anatómica (Figuras 4.3 y 4.4), mientras que los entierros primarios perturbados son los
que conservan cierta relación anatómica y puede verse que han sido claramente modi-
ficados por eventos posteriores. Los secundarios corresponden a cúmulos esqueléticos
aislados sin relación anatómica alguna por lo que se infiere que fueron redepositados
(Figura 4.5).

Figura 4.3. Entierro en depósito sencillo Figura 4.4. Entierro múltiple simultaneo en
(Entierro 82; foto: Proyecto Parque Principal, depósito sencillo (Entierro 9; foto: Proyecto
inah) Parque Principal, inah)

98
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

Figura 4.5. Entierro


secundario
(Entierro 93; foto:
Proyecto Parque
Principal, inah)

Se elaboraron mapas en donde se señalaron los contextos primarios, secundarios


y los problemáticos, para compararlos con los espacios en que fueron depositados.
Cada dibujo tafonómico fue trazado de nuevo digitalmente e integrado en un mapa
topográfico elaborado con el programa de Photoshop 4.0.1. (Figura 4.2; véase tam-
bién los Anexos 1 y 2).
De los 147 entierros registrados en el transcurso de las excavaciones, unos 139 se
ubicaban en un área de 168 m2. Otros ocho depósitos se hallaban en la zona excavada
restante, fuera de las unidades definidas en el conjunto funerario (palacio y pozos de
sondeo al interior de la iglesia). En este estudio las tomamos en cuenta junto con las
otras sepulturas. El estado de conservación de la muestra en general va de regular a
malo, encontrándose mejor preservados los huesos largos. Pensamos que las discre-
pancias en presencia se deben, al menos en los entierros primarios, a los factores in-
trínsecos del material que benefician la preservación de los segmentos más robustos.
Entre los agentes del deterioro fueron identificados aparte de la erosión mecánica,
huellas de raíz, de roedor y micro y mesofauna.

Estratigrafía
Se ubicaron los contextos en relación con el área geográfica de excavación. Al
relacionar la profundidad de los niveles de excavación con el estado de conservación
de los restos, el material óseo mejor conservado se obtuvo de la capa más profunda.

99
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

Por lo demás, las disposiciones funerarias se presentaban de manera invariable en las


capas, si bien se observan algunas tendencias que permiten inferir el proceso de ocu-
pación del cementerio.
La capa II, de menor profundidad, fue ocupada casi únicamente en las par-
tes alejadas del templo. La capa III registró entierros en un área más extensa, pero
tendencialmente intermedia entre la iglesia y los límites del camposanto. Contenía
una mayor cantidad de entierros perturbados, secundarios y asociados que las capas
restantes, lo que sugiere una mayor actividad sepulcral por área. Por último, la capa
IV fue la que presentó el mayor porcentaje de individuos completos, no perturbados.
Estos fueron enterrados casi exclusivamente en las zonas aledañas a los cimientos del
templo. Podría inferirse que los cuerpos que yacían en la capa IV hayan sido introdu-
cidos en pozos de mayor profundidad. Una explicación alternativa, y a nuestro pensar,
más factible por el patrón espacial que cada capa muestra, es que en los 150 años de
ocupación se haya elevado gradualmente el nivel de la plaza y por tanto del campo-
santo. Ahí, la acumulación de sustrato habrá sido el producto, intencional o fortuito,
de las varias modificaciones y adecuaciones arquitectónicas que se dieron en la plaza
(véase también Antochiw en esta obra). Siendo así, las primeras fosas sepulcrales, que
pensamos rodeaban las cimentaciones de la primitiva iglesia, fueron enterradas con
los años debajo del nuevo sustrato y así quedaban más lejos de la superficie, es decir
incrementaba su profundidad. Los espacios más alejados del templo se ocuparían
posteriormente y, por tanto, estarían menos profundos al excavarse (véase el Anexo 3).
Esta explicación concedería importancia a la profundidad y por tanto a la capa métrica
de las fosas sepulcrales como marcador cronológico.
A falta de cambios de sustrato entre las tres capas que contenían restos hu-
manos, únicamente los entierros contiguos permitían establecer secuencias deposi-
cionales (Figura 4.6). La superposición de entierros tenía dos y cuatro niveles como
máximo, los que testimonia la reocupación de un mismo lote en hasta tres ocasiones
ulteriores al primer Entierro. Esta condición expresa en principio una sobreocupa-
ción del restringido espacio junto con una falta de planificación, aspectos que nos
introducen al siguiente apartado.

100
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

Figura 4.6. Esquema de la superposición estratigráfica de espacios funerarios (C. Medina)

Conjunto funerario
La mayor parte de los entierros se concentra al sudoeste de los desplantes de la
iglesia, enfrente de lo que antiguamente era el campanario y la entrada al fondo. Sigue el
eje trazado no solo de la capilla, sino de la línea costera y la trama general de la ciudad
colonial (véase el capítulo 3). No sabemos con exactitud cuál era la extensión máxima
del camposanto, ya que las excavaciones solo abarcaron una parte del recinto que, según
suponemos, se expandía hacia los lados de la iglesia. A un costado se encontraron ade-
más los fundamentos del antiguo Palacio del Gobernador que igualmente pudo haber
reemplazado el espacio mortuorio y con ello destruido muchas osamentas en el mo-
mento de su construcción.
Si bien no existen elementos fehacientes que evidencien la extensión total, pen-
samos que había una delimitación definida que implicó el reuso de los lotes dentro del
área. Los espacios de mayor ocupación sepulcral son los cuadros 25-26 b y C 22 y 24 D y

101
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

21-22 C (Anexo 1). En esas partes se hallaron, además de numerosas sepulturas intactas,
masas de huesos removidos, presumiblemente por las sucesivas aperturas durante el uso
del camposanto. En algunos cuadros de esta área hay un alineamiento. Posiblemente, el
patrón de distribución es producto de alguna vialidad que habría existido a lo largo del
uso de la capilla con su camposanto circundante. Conforme crecía el número de difun-
tos, la ocupación de la parte SO del cementerio llegó a un límite a la altura del cuadro 30,
a unos 25 m de la fachada parroquial. Probablemente fue al rellenarse el espacio cuando
se empezarían a reutilizar los espacios con mayor concentración de restos, lo que llevó
a los contextos perturbados y removidos encontrados cuatrocientos años después. La
presencia de espacios sepulcrales densos y otros relativamente libres de restos, igual-
mente hablan de un crecimiento gradual del camposanto con un pasillo central y quizá
varios otros laterales que dividían las parcelas.
Entretanto, los pozos de sondeo efectuados en el espacio encerrado por los fun-
damentos, que arrojaron varios entierros primarios y secundarios, confirman el uso
del interior de la iglesia como espacio funerario. Si bien no era posible establecer un
número mínimo de individuos en los restos óseos dispersos de los primeros dos pozos
dentro del área encerrada por los muros, se determinó un número de ocho (Pozo I) y
dos difuntos (Pozo II) a partir de la observación dental. Estas cifras atestiguan una cons-
tante ocupación y remoción sucesiva también de los espacios interiores de la capilla que
estaban libres de sepulturas primarias a la hora de la excavación, al menos de los pozos
descubiertos.
Cabe agregar que no se halló ningún tipo de artefacto que identificara su uso
como marcador funerario en superficie (piedras, cruces), lo que hace pensar, nueva-
mente, en que los espacios no se encontraban delimitados formalmente, y de modo
permanente, sino, cuando mucho, marcados solamente con una cruz de material pere-
cedero, implicando que los lotes individuales pronto habrían sido olvidados. Del patrón
funerario general dista el hallado en la Unidad 4 (cuadros 18-19 A’, A y B), espacio que
colinda con los desplantes de la capilla. Ahí, las sepulturas estaban mayormente intactas,
separadas por casi un metro entre sí. Consideramos, por tanto, que la deposición en ese
lugar, que pensamos fue realizado en las primeras décadas por la estratigrafía, había sido
mucho más planificada que en el resto del cementerio.
Con todo lo anterior, podemos hacer algunas generalizaciones sobre la orga-
nización y evolución del cementerio. La forma del camposanto lo identifica como
“cementerio lineal” al expandir horizontalmente desde los cimientos de la parroquia,
sin mostrar —al menos en las partes excavadas— segmentación u otros patrones que

102
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

pudieran indicar sectores separados o “segmentos” en su distribución, establecidos,


por ejemplo, por rangos de edad, parentesco, grupos corporativos o clase social (Parker
1999:13). Nuestras observaciones complementan aquellas expresadas en el capítulo 5
sobre la distribución topográfica de las edades a la muerte, los sexos, grupos étnicos y
grupos de procedencia en el área sepulcral. Los resultados de Rodríguez muestran una
distribución homogénea en todas las categorías menos en aquella de procedencia, ya que
aquellos restos identificados como foráneos (véase también Price et al. en este volumen)
se agrupan en las partes alejadas del cementerio. Siguiendo nuestro argumento sobre la
relación entre la estratigrafía, cronología y la distancia de la parroquia, la selección de
espacios alejados para los recién llegados parece haber respondido más a una cuestión
cronológica que a criterios sociales. La falta de segmentación del camposanto realmente
sorprende, a sabiendas de la brutal desigualdad social y económica que prevalecía entre
las castas en Yucatán y en la Nueva España en general. Retomaremos este aspecto en la
discusión.

Emplazamientos y disposición
De los 147 enterramientos registrados, 122 corresponden a sepulturas primarias
(Tabla 4.1; Figura 4.6: (véase también el Anexo 2). De estos, solo 18 difuntos fueron
recuperados completos, correspondiendo el resto a reducciones del cuerpo, es decir
partes del cuerpo o cuerpos incompletos tras la remoción de alguna porción de su
cuerpo ya esqueletizado. La mayoría de los entierros primarios perturbados se ubicaron
en la Capa III. Las partes remanentes de las sepulturas incompletas es señal de que los
individuos perturbados no eran removidos de su lugar original de descomposición sino
que permanecían a un lado de los difuntos subsecuentemente enterrados.

Tabla 4.1. Sepulturas primarias y secundarias

Depósito N Ø Profundidad (cm)

Primario 124 116.16 ± 18.11

Individual 122

Múltiple simultáneo a 2 (6 individuos)

Secundario 23 109.11 ± 23.12

Total 147 115.24 ± 18.80

a
Número de enterramientos múltiples simultáneos.

103
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

A estos se suman veinte depósitos secundarios, generalmente concentraciones de


huesos redepositados durante el uso del terreno como espacio funerario o, más recien-
temente, por las remodelaciones municipales.
En estos últimos no pudo determinarse un número mínimo de individuos por
tratarse de concentraciones dispersas mal delimitadas. El registro llevado a cabo, por lo
tanto, fue algo artificial, puesto que no corresponde a un tratamiento funerario parti-
cular sino constituye el producto final de varios procesos que incidieron en diferentes
momentos durante y después del uso del espacio como cementerio (drenaje, muro, etc.).
Unos 122 individuos de los 129 encontrados en contextos primarios estaban
depositados en espacios individuales y siete más se concentraron en dos depósitos pri-
marios múltiples (una sepulturas con cuatro y otra con tres individuos) (Anexo 2, Figura
4.4). La gran mayoría de los esqueletos en contextos primarios (N=111) fueron empla-
zamientos en decúbito dorsal. Solo tres se hallaron en posición lateral, aunque siempre
extendidos (véase la Tabla 4.2). La disposición de los miembros superiores en cambio
es variable. Un 26% de las osamentas mantenía sus manos sobre el abdomen, otro 15%
sobre la caja torácica. Menos frecuentes pero presentes eran las colocaciones sobre pel-
vis, cráneo y hombro. A su vez, las manos podían encontrarse juntas o separadas, y de
hallarse juntas podía estar una sobre otra o entrelazadas. En cuanto al arreglo del cuer-
po se puede advertir que la posición flexionada de las extremidades superiores (81%)
es significativamente mayor que la extendida (5%) sin encontrarse diferencias entre las
capas, lo que podría indicar que se mantiene estable a través del tiempo de ocupación
(Tabla 4.3). En las extremidades inferiores (N=72), la posición de los miembros era
mayormente extendida (94.5%) y rara vez flexionada (5.5%). Esta tendencia se refleja
en las tres capas de manera invariable. Los pies se encontraron en 53 casos (N=53),

Tabla 4.2. Posición en entierros primarios individuales

Positión N %

Dorsal extendido 111 90.98

Lateral izquierdo b 3 2.46

Irregular 1 0.82

No identificable 7 5.74

Total 122 100.00

b
Lateral izquierdo extendido.

104
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

colocados separados (77%) o cruzados uno sobre otro (23%). Pensamos que más que
una señal de sincretismo, la variedad de las posiciones denota un cierto descuido en las
inhumaciones, aspecto a retomar en el siguiente párrafo.

Tabla 4.3. Posición de las manos en entierros primarios individuales

N %

Pelvis 10 8.20

Abdomen 32 26.23

Caja torácica 18 14.75

Hombros c 1 0.82

Cráneo 1 0.82

Irregular 1 0.82

No identificable 59 48.36
Total 122 100.00
c
en este solo caso, las manos se ubicaban sobre el hombro.

Tabla 4.4. Orientación en entierros primarios individuales

Orientación N %

SO-NE 111 90.98

NE-SO 2 1.64

O-E 2 1.64

N-S 1 0.82

N.D. d 6 4.92

Total 122 100.00


d
No se pudo determinar la orientación en estos individuos.

Un patrón muy homogéneo expresa la orientación de los difuntos: el 91 por ciento


fue colocado con la cabeza orientada al so y solo tres osamentas se encontraron al revés,
con la cabeza orientada hacia el NE (Tabla 4.4). En dos de los casos se trata de inhumacio-
nes de varios difuntos en un mismo pozo. Estos habían sido acomodados más bien según

105
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

criterios prácticos, para acomodar cinco individuos en el reducido espacio de la excavación


(véase la Figura 4.4). Este entierro, como los otros que recibieron los cuerpos de más de
un difunto a la vez, manifiestan episodios de mortalidad elevada, fueran epidemias, ham-
brunas o ataques de piratas, sin que podamos especificar las causas concretas en cada caso
a falta de evidencias. De todas formas la orientación de estas sepulturas, como todas las
otras osamentas halladas en contextos primarios se alinean con la iglesia, identificando así
las modalidades de sepultura prescrita por el ritual católico.

Arreglos funerarios y objetos personales


Puede distinguirse si un cuerpo se sepultó amortajado o no al analizar la distri-
bución de los segmentos anatómicos del esqueleto. Al ajustarse la tela al cuerpo y apre-
tarlo suele limitar los desplazamientos de segmentos óseos durante la descomposición
cadavérica, expresándose en rotaciones en dirección medial, mismos que acompañan el
proceso de esqueletización o la verticalización en las clavículas (“efecto pared”; Duday
1997). Dichos fenómenos predominan también entre las sepulturas del Parque Central,
por lo que es probable que todos, o al menos la mayoría de los difuntos, fueron inhu-
mados en apretados envoltorios (sudarios) al ser depositados directamente en la tierra.
Esta interpretación se confirma por la ausencia de fragmentos de madera o clavos que
pudieran indicar el uso de ataúdes.
Sorprende la ausencia de indicios materiales de ataúdes, práctica extendida entre
los españoles, y que difiere de otros cementerios coloniales (Koch 1983). La ausencia
de ataúdes fue general en toda el área excavada, tanto en las afueras de la iglesia como
en los pozos que se efectuaron dentro de ella. A este respecto, en el mismo documento
citado del obispo Toral se indica que “hayan unas andas en que lleven el cuerpo y una
manta teñida de negro con una cruz para poner sobre ellas y vaya el cuerpo del difun-
to dentro amortajado y con una cruz entre las manos” (Rubio Mañé et al. 1938:31) y,
precisamente, en esta situación parece que se encontraban la inmensa mayoría de los
seres enterrados en la plaza de Campeche. Cabe considerar que la homogeneidad de
los entierros no indica igualdad social, sino que esta se debió a que en el cementerio se
enterraba a la gente de menores recursos económicos y que, seguramente, ni ellos ni sus
familias podían pagar un ataúd.
Como es de esperar en un cementerio cristiano, fueron escasos los artefactos en
contacto con los restos y ninguno puede calificar como “ofrenda” en el sentido prehis-
pánico. Se hallaron cuentas, aisladas o en conjunto, de forma esférica o cilíndrica y recu-
biertos de diferentes colores, en el espacio de siete sepulturas. Estaban confeccionadas de

106
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

vidrio, piedra y semillas estucadas en los estilos populares durante los siglos XVI y XVII
(Deagan 1987:160-183. Desafortunadamente, las cuentas se hallaron en partes removi-
das o de relleno por lo que es problemático asegurar una asociación individual.
Solo la sepultura 124 guardaba objetos de arreglo personal directamente sobre
su cuerpo, por lo que vale la pena extendernos en su descripción. Corresponde a la
osamenta perturbada de un joven de entre 13 y 17 años de edad a la muerte cuyo sexo
desconocemos. Sabemos por su decoración dental y los resultados isotópicos, que el di-
funto había llegado del oeste de África muchos años antes de morir en Campeche (Price
et al. 2006; véanse también los capítulos 7 y 9 de esta obra). El difunto portaba sobre
su cuerpo un medallón (Figura 4.7) y una serie de cuentas pequeñas de color negro que
originalmente habían formado un collar o rosario (Figura 4.8; véase también Coronel
et al. 2001; Medina 2003:137). Interesa saber que las cuentas con acabado burdo, fue-
ron encontradas a nivel de la tercera y cuarta vértebra cervical y la parte proximal del
esternón, cercanos al omóplato. Su forma y color permiten identificarlas como Cuentas
azabache (Jet beads) que hicieron su aparición en las colonias españolas a la mitad del siglo
XVII y fueron usadas mayormente como cuentas de rosario (Deagan 1987:182-183).

Figura 4.7. Medallón


de cobre (Entierro
124; foto: V. Tiesler)

Figura 4.8. Cuentas


de ambar negro
(Entierro 124; foto:
V. Tiesler)

107
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

El individuo también portaba otro objeto de devoción cristiana sobre su cuerpo,


confeccionado de una aleación de cobre que hoy guarda una tonalidad verdosa. Corres-
ponde a una medalla colonial ovalada con diseño en ambas caras (que estaba demasiado
erosionada como para identificar el motivo, aunque parece una cara de perfil en un lado),
un diámetro máximo de 3 cm y astas que originariamente protruían de los cuatro lados.
Sobre una de sus caras, restos de tela quedaron impregnados por lo que inferimos que
la medalla estaba en contacto directo con tela, séase de la vestimenta o del envoltorio,
no sabemos. Interesa saber que los manguillos, que en la literatura se interpretan como
puntos de fijación a marcos u otros elementos de adorno, solo figuran en contextos de
naufragios y fundaciones españoles fronterizas antes de 1650 (Deagan 2002:47-50), con
lo que este ejemplar es uno de los primeros excavados en contextos urbanos españoles
propiamente dicho, al tiempo de confirmar el rango cronológico del camposanto bajo
estudio y remarcando los inicios tempranos de la importación de africanos. El hecho
de hallarse sobre un individuo que sabemos que era un africano inmigrante de primera
generación, igualmente deja entrever que la conversión inmediata al cristianismo que
alegan las fuentes sobre las colonias españolas, fue muy diferente de las costumbres
mantenidas en las colonias británicas, por ejemplo.
Fuera de los artefactos descritos, el registro material denota una ausencia com-
pleta de ajuar, incluyendo cualquier ornamento metálico, anillos, crucifijos, agujas, bro-
ches, botones o hebillas. De estar presentes, estos se hubieran preservado, al menos en
parte, al ser confeccionados usualmente de materiales no perecederos (véase Deagan
2002). Por su ausencia inferimos entonces que los enterrados no contaban con ropa
sino que estaban envueltos únicamente en la mortaja fúnebre, emulando así la forma
de enterramiento de Jesús, como modalidad vigente de la época, que discutiremos más
adelante. Cabe agregar que la mayoría del material levantado en asociación espacial con
las osamentas, es decir, fragmentos minúsculos de concha, metal, cerámica y lítica, hasta
un fragmento de tela (preservado por impregnarse de óxido de cobre) y otro de plástico,
corresponden al relleno de los entierros y de excavaciones posteriores (véase también
Ojeda y Huitz en esta obra). Datan de tiempos prehispánicos, coloniales y modernos,
por lo que su valor es reducido hasta para la datación.

Normatividad ibérica y tradiciones funerarias


(siglos XVI y XVII)
En conjunto, lo arriba asentado manifiesta totalmente las prácticas funerarias
cristianas y difieren radicalmente de los cánones precolombinos, lo cual sugiere que los

108
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

párrocos habrán observado de cerca los preparativos y sepultura para que se adhirie-
ran a lo que prescribía la doctrina, al tiempo de suprimir cualquier práctica autóctona,
fuera de extracción mesoamericana o africana. De hecho, en ninguno de los aspectos
de tratamientos mortuorios pudimos observar trazos de sincretismos, sino todo lo
contrario, las modalidades reflejan uniformemente las costumbres españolas de la
Colonia temprana.
También encontramos aspectos sorprendentes en los patrones funerarios docu-
mentados. Entre ellos cuenta notablemente la falta de segregación entre los sectores
étnicos dentro del cementerio campechano, lo cual pareciera expresar una igualdad a la
hora de morir o, alternativamente, tratarse de un espacio sepulcral que estaba reservado
uniformemente a los más humildes de los campechanos.
Desde un principio, la existencia de restos óseos pertenecientes a distintas etnias
planteó serias dudas sobre la composición poblacional del cementerio, debido a que la
normatividad colonial segregaba en barrios a los distintos grupos étnicos. La pregunta
inicial, por tanto, fue la de ¿por qué pudieron enterrarse en un mismo lugar población
tan diferente? Por otra parte, este hecho se contradice con las dinámicas observadas en
otros cementerios coloniales del área cincuncaribeña, donde sí se muestra una sepa-
ración étnica tanto en la vida como en la muerte (véase por ejemplo Handler y Lange
1978; Koch 1983). En general, los cementerios cristianos de la época, tanto del Viejo
y del Nuevo Mundo, tienden a mostrar patrones jerárquicos en su disposición espacial
interna, bien por reglamento o por convención (Koch 1983:219-221 Mytum 2004:47-
54). En sociedades en las que convivían varias etnias, estas solían sepultarse en áreas se-
paradas o hasta en distintos cementerios segregados. Pensamos que esta situación debe
haberse dado también en Campeche, quizá posteriormente, al establecerse los barrios
con sus respectivas parroquias y camposantos asociados.
Esta aparente imparcialidad entre las etnias encuentra su explicación por dos
condiciones: una es de índole particular y tiene que ver con la ubicación del camposanto
en el centro de la Plaza de Armas, a discutir más adelante. La segunda, de índole gené-
rica, se relaciona con el poder de la iglesia que vigilaba la implementación de las tra-
diciones traídas de España. De esta manera, a su llegada los conquistadores españoles
se empeñaron en imponer las leyes, costumbres y prácticas de sus lugares de origen,
en ocasiones superponiéndose o adaptándose a estructuras sociales preexistentes; en
otras, creándolas específicamente para el Nuevo Mundo a imagen y semejanza de la
Castilla de la época. Es el caso de las prácticas funerarias y de los rituales de la muerte
establecidos ya desde el primer momento de la conquista. Hay que tener presente que

109
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

todo lo relacionado con las exequias e inhumaciones era una parte muy importante de
las funciones de la Iglesia, como se ha comentado líneas atrás, y, no hay que olvidar
la importancia tan grande que tuvo la Iglesia católica en la conquista y consolidación
del dominio español en suelo americano, tanto por parte del clero regular como del
secular1.
Desde principios de la Edad Media la Iglesia católica se había encargado en
Europa de todo lo relativo a la muerte, lo cual significaba un control importante
sobre toda la sociedad, además de un ingreso significativo para sus arcas. La Iglesia
católica se había superpuesto en una sociedad donde la existencia era muy precaria, la
esperanza de vida al nacer de pocos años y toda la vida del mortal estaba permeada
por la religión. El breve paso por el mundo era una preparación para alcanzar el premio
en el más allá, esto es, la salvación eterna para todos los creyentes bautizados. Por tan-
to, cuando los primeros eclesiásticos llegaron al Nuevo Mundo tenían tras de sí una
larguísima tradición para imponer, tanto en su ideología como en sus prácticas, en la
tierra recién conquistada.
Por tanto, la conquista política iba íntimamente unida a la conquista religiosa
o espiritual, la una se sirvió de la otra. Para los monarcas hispánicos la religión fue
un importantísimo elemento de sujeción y control de la población indígena, y los
eclesiásticos, por su parte, pudieron extender su dominio en todo el territorio, según
se iba colonizando. Y este dominio religioso se amplió también a los grupos que en
principio no se había planteado su existencia, como es el caso de la población africana
que poco a poco fue llegando de una manera u otra al nuevo continente.
¿Cómo se plasmaría el dominio religioso sobre todo y todos en la normati-
vidad de la muerte? Si nos adentramos en las leyes de Indias y en las constituciones
sinodales eclesiásticas, en principio, no existía una diferenciación social a la hora de la
muerte, y tampoco a la hora de participar en los sacramentos y rituales católicos. Las
prácticas implementadas por los nuevos dominadores europeos solo estipulan cate-
góricamente que los enterramientos debían efectuarse en las iglesias o en torno a ellas
en un terreno bendecido a tal efecto (Coronel et al. 2001:185). No hay que olvidar que

1 En nuestro caso, cabe mencionar que siempre que hagamos referencia a los eclesiásticos nos referiremos
al clero secular, debido a que la iglesia principal de Campeche estaba bajo su dominio. Las órdenes reli-
giosas, sobre todo los franciscanos, tuvieron una gran importancia en la colonización y administración
religiosa de la provincia de Yucatán, extendiéndose en diversas circunscripciones en todo el ámbito rural,
y en los núcleos urbanos edificaban sus conventos en áreas separadas del centro de la población adminis-
trando a algún grupo étnico en particular.

110
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

durante siglos todo lo referente a los rituales mortuorios fue privativo de la Iglesia y
no será hasta el siglo XIX, en un proceso largo y controvertido entre el poder civil y
el poder religioso, cuando se produzca la secularización de la muerte. En el caso par-
ticular de Campeche, los registros parroquiales de la época nos muestran en concreto
que en la iglesia principal, se administraban a “españoles, mestizos, indígenas y negros
y mulatos” (Cárdenas Valencia 1937:90).
Como se ha dicho, tales Constituciones no indican ninguna discriminación en
cuanto a diferenciación étnica. Según las mismas, todos los fieles de la parroquia
podían ser enterrados dentro o fuera de ella, bien fueran “españoles, mestizos, indí-
genas, mulatos o negros”. En este sentido, tampoco hallamos ninguna diferenciación
étnica en los registros parroquiales, tanto en las partidas de bautismo, matrimonio o
defunción se encuentran individuos de todas las castas en una misma parroquia. En
los registros de la catedral de Campeche del último tercio del siglo XVII podemos
observar que se impartían los sacramentos tanto a “españoles como mestizos, indíge-
nas, mulatos y esclavos negros”. También Cogolludo recoge este hecho señalando que
en el siglo XVII, la iglesia principal de la villa: “Administra a españoles, mestizos, mu-
latos, negros, indios naborios y otros siete pueblos de indios que están en la comarca
de la villa” (López de Cogolludo 1954:386). Por todo lo anterior, no ha de extrañarse
entonces que entre los restos hallados en la plaza de Campeche se hayan registrado
indistintamente individuos de las diferentes etnias.
Por tanto, aunque la política española intentó la segregación de las etnias existen-
tes en el momento de la organización de la población, el número creciente de mestizos,
africanos libres y mulatos nos confirma que las disposiciones en esta materia no se
observaron rigurosamente. Este hecho lo podemos observar a través de los resultados
obtenidos en el análisis de los entierros, donde se han hallado restos óseos indígenas
y europeos e, incluso, de ascendencia africana. En este sentido, está documentada la
presencia de esclavos africanos en Campeche desde los primeros años de la conquista.
También hay que tener en cuenta el reducido número de habitantes que poblaban la
villa en los primeros años de vida colonial. Los datos demográficos que hemos podido
extraer evidencian un escaso número de vecinos que habitaban en ella, debido a diversas
circunstancias, lo que habría hecho menos efectiva la segregación étnica en estos prime-
ros momentos.
Importa señalar que las estrategias de implantar la sociedad española y su do-
minio mediante la asimilación religiosa y espiritual, dista de las políticas observadas
en las colonias británicas del Caribe. Estas seguían, en primer lugar, un esquema de

111
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

producción basado en la explotación sistemática de la mano de obra esclava sin que


contemplara la integración cultural o espiritual de los sujetos no europeos. De hecho,
prevalecía una cierta aceptación británica de las costumbres autóctonas de África, que
en la práctica tenían un efecto de cohesión que mejoraría la moral de trabajo de los es-
clavos (véase Handler y Lange 1978; Handler 1997). Armstrong y Fleischman (2003:40)
especifican para las plantaciones de Jamaica:

prior to 1780s African slaves were not encouraged to participate in European religious prac-
tices and were thus indirectly allowed to retain elements of West African belief systems,
including mortuary and funerary practice that included house-yard burials. (...) They (the
plantation managers) understood that this acting out of Africa-based burial and mortuary
ritual actually tied the enslaved laborer firmly to the plantation.

Una cuestión a destacar es que, aunque según las leyes no se observa una di-
ferenciación social a la hora de la elección del lugar para las sepulturas, en la práctica
existía una discriminación económica debido a los aranceles que se debían pagar por
los enterramientos, cuyas cantidades dependían del lugar elegido para su sepultura2. La
inhumación dentro de las iglesias solo estaba al alcance de personas con medios eco-
nómicos elevados, de forma que los cementerios, entendidos como los lugares situados
junto a las iglesias, pero fuera de ellas, solían ser los destinos para los más pobres.
Según la Constitución Sinodal de 1722, existían diversos aranceles en los dere-
chos parroquiales que se debían pagar por el lugar de enterramiento elegido y las honras
fúnebres que quisieran celebrar. Se señalan hasta nueve diferentes apartados referentes
al ceremonial o rituales a seguir desde el momento de la defunción hasta la inhumación
del cadáver. Dependiendo del mayor o menor boato con el que se quisieran realizar las
exequias se indican los pasos a seguir y las cuantías a pagar en cada uno de ellos3. Así, los
deudos podían optar por un mayor o menor ritual según sus posibilidades económicas.
En el caso de la sepultura los precios más altos eran en los lugares más cercanos al altar
mayor, descendiendo a medida que se alejaban de aquel, siendo los de menor cuantía
los situados en el atrio de la iglesia donde también se solían enterrar aquellos que no

2 Constituciones sinodales dispuestas por el orden de libros y títulos y santos decretos del Concilio Mexicano III para el Obis-
pado de Yucatán por su Obispo el Ilustrisimo Señor Doctor Don Juan Gomez de Parada, del Consejo de Su Majestad, en
el sínodo que se comenzó en su Iglesia Catedral el dia seis de agosto de mil setecientos y veintidós y se finalizo el dia primero
de octubre del mismo año. Mérida 1722, fols. 216-245. CAIHY (Centro de Apoyo a la Investigación Histórica).
3 Idem.

112
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

dispusieran de medios económicos para pagar un lugar, ni dentro ni fuera de la iglesia,


esto es los pobres o menesterosos.
El segundo aspecto por discutir en relación con el patrón de distribución étnica
se vincula con la ubicación del cementerio en el centro neurálgico de la Villa de Campe-
che, como es la plaza principal. Las leyes de la época obligaban a iniciar el poblamiento
de un lugar a partir de la plaza principal, en la que se tenía que edificar, además de otros
edificios oficiales, una iglesia (Coronel et al. 2001:189). De la plaza debían salir las calles
principales, cuya línea de edificación se conservó cuidadosamente casi siempre. Allí,
cerca de la plaza, se afincaron los vecinos más pudientes y levantaron sus casas (véase
también el capítulo 2 en esta obra).
No hay que olvidar que el crecimiento de la Villa de Campeche fue lento. Al
principio eran muy pocos los vecinos que habitaban en el lugar y, además de la iglesia
de la plaza, solo existía el convento de franciscanos, fundado en 1548; por tanto, cabe
pensar que durante un tiempo los difuntos de todos los sectores serían enterrados en
un mismo lugar. Fue solo después, en la medida en que fue creciendo la población, que
en la villa se fue extendiendo y creándose diferentes barrios donde fueron ubicados los
componentes de las diversas etnias, quedando, de este modo, el centro de Campeche
como lugar de residencia de los españoles.
Al respecto, hay que tener en cuenta también que las clases más pudientes que
podían habitar las casas del centro de la villa contaban con un sinnúmero de criados
o servidores, bien fueran indígenas, mestizos o esclavos africanos. Pensamos, por lo
tanto, que algunos de los individuos enterrados en dicha plaza podrían haber estado
directamente al servicio personal de los españoles. De esta forma el hallazgo de restos
pertenecientes a individuos de diferentes etnias, nuevamente, no es de extrañar, aunque
en principio parece contrario a las normas que regían en la organización social y espa-
cial de la Colonia. Por otro lado, en el cementerio de la parroquia principal de una villa
podían inhumarse difuntos de diversas etnias, procedencias, oficios, también población
flotante.
Conforme crecían las comunidades europeas, se fueron distribuyendo los de me-
nos recursos, con frecuencia alrededor de las iglesias —parroquias a veces— que empe-
zaban a levantarse en los solares que les habían sido adjudicados a las diversas órdenes
religiosas. Surgieron así plazuelas, donde se instalaron fuentes, y en las que empezaron a
constituirse pequeños centros barriales, que congregaron grupos populares, a veces de
indígenas y otras de afrodescendientes, esto es, los descendientes de aquella población
africana que habían llegado como esclavos y habían obtenido la libertad. De forma que,

113
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

según iban creciendo las poblaciones se construían nuevas iglesias y no había iglesia
en cuyo interior no se abrieran sepulcros, o que no se uniera un cementerio contiguo
emplazado generalmente en el atrio. Así, de cualquier modo, el hecho constatable es la
invasión que del pavimento de las iglesias urbanas consumaron los muertos en el siglo
XVI y que se mantendría hasta la primera mitad del XIX (Romero 1976:100). La so-
breocupación del camposanto de la plaza testimonia un sobreuso de los lotes y con ello
refleja dramáticamente los problemas implicados en el dramático crecimiento demográ-
fico de la ciudades coloniales. Similarmente perturbado es el patrón de otro cementerio
explorado de la ciudad colonial española de St. Augustine, Florida, que se usó durante
tres siglos (s. XVI-XVIII; Koch 1983), lo que igualmente explica las cantidades de restos
desarticulados y perturbados que se documentaron. La correlación de perturbación con
la duración de uso y asentamientos urbanos se confirma cuando comparamos los cá-
nones funerarios encontrados con aquellos de los cementerios fronterizos no urbanos,
como son los camposantos de Tancah, Quintana Roo (Miller 1982) y Tipu en Belice
(Cohen et al. 1997). Ambos muestran un grado de pertubación que queda notablemente
por debajo de lo que registramos en la Plaza Central de Campeche.
Los problemas de sobreocupación sepulcral se hacen patentes en las recomen-
daciones a seguir en la inhumación de los cadáveres que aparecen ya hacia 1560 en
Yucatán. Un aviso del primer obispo de la Provincia, don fray Francisco de Toral, que
está destinado a los curas párrocos y vicarios del obispado, señala que a los difuntos
se debían enterrar en las iglesias y cementerios adyacentes al centro, y agrega que debe
procurarse que las sepulturas fueran muy hondas (Rubio Mañé, et al. 1938:31).
También existían normas concretas para la forma de inhumación, que están ex-
presadas en el orden de los entierros en la plaza de Campeche, pues el 91% de los
cuerpos estaban ubicados hacia el altar mayor y solo un entierro individual aparece
depositado de forma opuesta. Por la misma normatividad y el hecho que se le encontró
dentro de la iglesia, pensamos que este último perteneciera a algún eclesiástico. Este tipo
de ritual lo podemos observar, por ejemplo, en las Constituciones Sinodales de Málaga,
España, del año 1671, así como en el ceremonial de las Misas de 1721 (Martínez Gil
1993:424). Se enterraba el cuerpo usualmente con los pies hacia la iglesia de modo que
el cadáver pudiera ver al foco temporal de salvación, además así recibían las bendiciones
impartidas en los actos religiosos. A los curas se les enterraba en dirección opuesta, de
cara a sus feligreses.
Debido a la misma normatividad —aparte de la condición económica de los
difuntos— tiene que ver que, de los restos de los individuos hallados en la plaza de

114
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

Campeche, solo muy pocos portaban objetos personales. El hecho de no encontrar


ningún tipo de ajuar asociado a los entierros se debe a que estaba prohibido intro-
ducir junto al cadáver objetos, ricas vestiduras, prendas de oro o plata. Tres eran
básicamente las causas aducidas para tales prohibiciones: porque, según las creencias
de la Iglesia, las ofrendas o ajuares carecían de cualquier beneficio para los muertos,
también por el daño económico que pudiera ocasionar a los parientes del difunto tal
gasto y, por último, debido a la codicia que pudiera despertar la existencia de ofrendas
de algún valor y, con ello, dar lugar a la profanación y saqueo de los sepulcros. Por lo
anterior, las leyes resolvieron que el cuerpo únicamente se debía enterrar con un vesti-
do propio de su condición. ¿Cuál era entonces la vestimenta con que se enterraban los
difuntos de la plaza? Según planteamos arriba, parece que los individuos enterrados
en el camposanto de la plaza no portaban vestimenta alguna, lo que inferimos por la
total ausencia de objetos accesorios u ornamentales de vestimenta. Nos preguntamos,
por tanto, si la ausencia de ropa identificaría una modalidades implementada en la
colonias españolas (véase también Koch 1983:225), o si acaso la ropa era tan sencilla
que no incluía accesorios hechos de metal, vidrio, cerámica o hueso (salvo las conta-
das excepciones que se documentaron durante las excavaciones que se describen más
adelante).

Conclusión
Hemos intentado en esta investigación aportar información proveniente de di-
ferentes campos, en concreto los bioarqueológicos, los arqueológicos, tafonómicos e
históricos, para proponer una interpretación coherente del camposanto colonial en el
centro de Campeche y de los trasfondos culturales de los individuos allí inhumados.
Confirmamos que el conjunto funerario originalmente funcionaba durante los siglos
XVI y XVII, asociado a lo que corresponde a la primera iglesia registrada en la villa.
Como cementerio español en función durante la Colonia temprana, el templo com-
parte características con otros contemporáneos de las colonias españolas que han sido
investigado. Manifiesta poca planeación (al haber abundantes evidencias de remoción y
reutilización de las parcelas) y escasos cuidados generales (con pozos sencillos y de poca
profundidad) de los entierros, lo que sugiere que los enterrados en el atrio de la iglesia
fueron más bien de extracción humilde y que prevalecían condiciones precarias en la
villa. No podemos generalizar de la misma forma sobre los difuntos sepultados dentro
de la capilla, al no contar con suficiente número de casos, tarea que quedará para futuras
excavaciones dentro del recinto.

115
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

La ocupación temprana de la Villa de Campeche en la época colonial por los


españoles nos indujo a pensar que esa iglesia y su cementerio serían uno de los prime-
ros de esa ciudad que aún alojaba todos los individuos que conformaban la sociedad,
incluyendo aquellos que estaban al servicio de los españoles, lo que hemos explicado
por su condición de villa recién creada y las condiciones de asimilación prescritas
en las Leyes de Indias, las cuales seguían una estrategia de asimilación forzada de las
sociedades en el Nuevo Mundo que debieran estar regidas por la Iglesia católica. Esta
estrategia dista de la perseguida por otros imperios coloniales en el Caribe, como
el británico, que priorizaban una explotación económica sin esforzarse de la misma
manera de los españoles en la asimilación cultural de los grupos explotados y en su-
primir cualquier tipo de mestizaje que conllevaría a una creolización de las comunidades
recién establecidas. Como pudimos señalar, las diferencias de poder también quedaron
manifiestas, en la presencia o no de sincretismos, en los patrones mortuorios hallados.
En el caso de Campeche, pudimos constatar que había un mínimo de sincretismo en
los arreglos y disposición de las sepulturas cuya apariencia manifiesta únicamente
costumbres cristianas, sin importar la filiación étnica de los seres allí enterrados. Nos
preguntamos, por tanto, cómo se hubiera constituido la sociedad colonial y después
la sociedad nacional en el periodo independiente, cuál sería el grado de asimilación
o sentido de “otroriedad”, cuáles las identidades culturales y qué tipo de filiaciones
raciales de Campeche, si hubiesen regido otros criterios colonizadores, menos enfo-
cados en la pronta y completa asimilación de sus pobladores.
Esta última reflexión tiene mucha relevancia para entender el tejido social ac-
tual de Campeche y más allá, la situación vivida en las sociedades del Nuevo Mundo,
séanse hispanas o anglosajonas, francesas u holandesas. Concretamente, en la ciudad
de Campeche, del “hoy por hoy”, los ciudadanos conviven en lo que ahora es la ca-
pital de un estado mexicano del mismo nombre se definen como “campechanos”. Se
muestran orgullosos de su rico legado cultural, sus costumbres y tradiciones. Estas
se inscriben en las tradiciones peninsulares pese a que se percibe una competencia y
rivalidad con los yucatecos en particular con los ciudadanos de Mérida, al norte. Al
igual que en Mérida, persiste en Campeche una estructura de clases sociales que no
solo se define por su poder adquisitivo, sino que tiene su arraigo también en las tradi-
ciones familiares y el “apellido” que se transmite de generación a generación. Desde
los tiempos de la colonia, la mayoría de la población de Campeche es mestiza y en la
conciencia popular queda una vaga noción de las poblaciones y culturas forjadoras de
su “querido Campeche” y de la familia de cada persona.

116
Muerte, emplazamientos y patrones funerarios...

En décadas pasadas, se han promovido activamente programas de escuela, pro-


yectos de investigación y difusión para recuperar y cultivar el patrimonio autóctono
maya de Campeche para así fomentar una nueva conciencia y sentido de orgullo en
los ciudadanos, un esfuerzo que nos parece muy laudable. Sin embargo, al lado de esta
nueva conciencia de lo “nuestro”, es notable el olvido casi completo del legado afri-
cano campechano, tan importante raíz yucateca. En el caso concreto de la ciudad de
Campeche, la omisión sorprende aún más por la evidente importancia de su herencia
afroyucateca, que todavía hoy en día se conserva en la cultura popular e incluso en la
fisionomía de sus habitantes (véase Coyoc 1993). Matthew Restall señala en el capítu-
lo 10 que los registros de finales de la época colonial asientan que más de una tercera
parte de la población municipal de Campeche aún era clasificada oficialmente de as-
cendencia africana (véase también Restall 2005). Por tanto, este capítulo, y en realidad
este libro, invitan a fomentar el interés por el legado africano y crear una conciencia
e identidad más inclusiva en la población y cultura peninsular de Yucatán. Si hemos
cumplido con este cometido, estamos complacidos.

Agradecimientos y reconocimientos. Agradecemos a las siguientes personas por su apoyo a


lo largo de la excavación, limpieza y restauración de las osamentas. Gracias al licen-
ciado Carlos Vidal Angles y al arquitecto José Buenfil Burgos por su apoyo logístico y
financiero. Igualmente estamos en deuda con Héber Ojeda Mas, Carlos Huitz Baquéi-
ro, Gustavo Coronel, Gabriel Cortés, Karina Osnaya, Cybele David, Jaqueline Cabre-
ra Rodríguez, Jaqueline Rodríguez Fuentes, Eyden Navarro Martínez, Adalí Abarca y
la restauradora Claudia García. Gracias también a todos los integrantes del equipo de
limpieza y restauración en Campeche y los estudiantes involucrados de la Facultad de
la UADY por su desempeño.

117
Vera Tiesler / Pilar Zabala Aguirre / Cecilia Medina Martín

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121
Capítulo 5

Condiciones de vida, enfermedad


y organización social en la villa
de Campeche de los siglos XVI y XVII

Mónica Rodríguez Pérez

Los primeros años de la Colonia fue un periodo de adaptación para la recién


establecida sociedad multiétnica de la Villa de San Francisco de Campeche, fundada en
1540. Africanos, españoles, indígenas y mestizos irían marcando una diversidad social y
económica que llegaría a reflejar no solo una diversidad, sino también una desigualdad
en cuanto a la obtención de privilegios, en las condiciones de vida y el acceso a recur-
sos alimenticios (Rodríguez 2006:96). Aquí partimos de la idea de que esta desigualdad
social y heterogeneidad cultural, junto con una predisposición a enfermedades y, en
particular, a las epidemias, fue diferente en cada grupo étnico, con la consecuencia de
una distribución patológica diferencial, la cual según pensamos, deberíamos observar
también en el análisis de los individuos cuyos restos yacían en el camposanto de la plaza
principal de la villa colonial de Campeche. Aquí deseamos aportar con nuevos cánones
derivados de la información esquelética, al entendimiento del impacto que tuvieron el
estatus social y económico en los individuos de las diferentes etnias durante los siglos
XVI y XVII, y discutirlo comparando los resultados con los de otros sitios coloniales de
la región desde una perspectiva biocultural, económica y social.
La distinción étnica se realizó en este estudio con base en los rasgos “epigenéti-
cos” que fueron recabados por Andrea Cucina en las dentaduras de la población funeraria1
(véase también el Anexo 3 en esta obra), así como las proporciones isotópicas dentales del
estroncio (véase Price et al. en esta obra). Estos últimos ubican la procedencia del individuo,

1 En cuanto a la pertenencia étnica de los individuos enterrados en el camposanto se puede inferir que
por lo menos 22 de ellos eran indígenas; 14 sin una clara asignación étnica, probablemente mestizos; 5
europeos y 7 africanos.

123
Mónica Rodríguez Pérez

comparando sus indicadores químicos con aquellos de los potenciales lugares de origen que
en el caso de algunos individuos pudo ubicarse en el oeste de África (Price et al. 2005).
Un factor considerado en los estudios esqueléticos sobre condiciones de vida es
la nutrición y en general la alimentación. Desde antes de la conquista, la dieta cotidiana
peninsular estaba compuesta principalmente por el maíz, el frijol, el chile y la calabaza.
Este régimen alimenticio se complementaba con carne de animales como el venado,
el armadillo, el pecarí, el conejo, coatí y pavo. En las zonas costeras se aprovechaban
además los recursos marinos, mismos que se vendían a los habitantes del interior (Roys
1972:38-42). Pensamos, en principio, que los pobladores de extracción europea recién
llegados y mestizados debieron haber gozado un régimen alimenticio más equilibrado
que el resto de los campechanos, cuestión que retomaremos en la discusión.
Al igual que en otros lugares, las plagas y epidemias en la época colonial estaban
a la orden del día en la recién fundada villa: Cárdenas Valencia (1937:222) recuerda que:

en los primeros años de esta población sucedió sobrevenirle una gran cantidad de langostas
que destruyeron las sementeras, con lo que causaron hambre y desdichas en la Villa.

López de Cogolludo (1954:369) describe los azotes de otra epidemia a mediados


del siglo XVII:

En 1648 la peste hizo su aparición en la villa de Campeche, el mal causó estragos en todas
las edades y grupos sociales, afectó más a los hombres que a las mujeres, no así las que se
encontraban embarazadas.

Si bien los episodios epidémicos no dejan huellas visibles en las osamentas, sí


se expresan en un patrón de mortalidad alterada que se muestra elevada en todos los
grupos de edad y que dista de la curva de una población diezmada por factores comu-
nes y que discutiremos más adelante. En el caso concreto de Campeche la presencia de
entierros primarios múltiples —de dos, tres y hasta cinco personas que en su momento
habían sido sepultados al mismo tiempo— recuerda dramáticamente la vida precaria
que se vivía en la villa (véase también el capítulo 4 de esta obra).
Los resultados globales de la presente muestra valoran y amplían sobre las pato-
logías esqueléticas y datos poblacionales ya anteriormente presentados (Medina 2003;
Tiesler 2001; Zabala et al. 2004), además de integrar datos correspondientes a la filiación
étnica.

124
Condiciones de vida, enfermedad y organización social...

La población funeraria
Nuestro estudio paleodemográfico parte de un análisis del material óseo que,
integrando la información histórica, permite una aproximación a las circunstancias po-
blacionales vigentes durante la ocupación del cementerio colonial. Asimismo delimita la
muestra por sectores de población, en este caso por etnia, edad, sexo y lugar de proce-
dencia; datos que fueron asignados con la mayor precisión que permitía la muestra. Los
resultados obtenidos en cada categoría se sintetizaron en tablas y gráficos. Cabe recalcar
que el número de individuos evaluados varía en cada una de las categorías analizadas por
razones referentes al precario estado de conservación que además varía entre las partes
anatómicas. Además de la preservación fueron prácticas culturales, más notablemente
la remoción y redeposición de muchas osamentas, que dificultaron la individualización
en esta serie esquelética (véase Medina 2003).
Para la asignación crono-vital se emplearon los criterios dentales de desgaste,
crecimiento y maduración dental, siguiendo los estándares propuestos por Molnar y
Ubelaker, respectivamente; así como el aspecto de la superficie auricular, sínfisis púbica
y cierre epifisiaria (Buikstra y Ubelaker 1994). Para ampliar la muestra adulta con edades
asignadas, se seriaron los individuos según el grado de desgaste dental, una vez ajustado
con el rango otorgado acorde con la superficie auricular cuando estuvo presente. Con
base en estos criterios se asignaron los siguientes rangos: NON/NEO (0), 1ª. INF (0.05-
2.5), 2ª. INF (2.55-5.5), 3ª. INF (5.55-10), ADOL (10.05-15), SADO (15.05-25), ADJ (25.05-
35), ADU (35.05-45), ADM (45.05-55), ADV (55.05).
En la determinación del sexo se aplicaron los criterios morfoscópicos generales
de tamaño y complexión, auxiliados por los marcadores específicos en el cráneo y en
la pelvis y, cuando eran observables, se recurrió a la métrica discriminativa en tibias,
húmeros y fémures de acuerdo con los criterios descritos en Bass (1987).
La serie final analizable corresponde a 150 individuos, a los que se suman
restos de por lo menos otros 54 más que provenienen de contextos secundarios. En
ambos casos se encuentran representados neonatos, infantes y adultos. Es interesante
notar un patrón diferencial referente al sexo en la población, ya que los masculinos
estuvieron presentes en el 61.33% y los femeninos en un 38.46%. Entre los adultos,
26 corresponden a individuos femeninos, o probablemente femeninos, y 35 a mas-
culinos, o probablemente masculinos. De la muestra global, un 38.88 % corresponde
a individuos menores de edad. Como puede apreciarse en el gráfico (Figura 5.1), los
rangos de edad más representados son los subadultos y adultos jóvenes, al tiempo que
escasean infantes y de adultos de edades avanzadas. Cabe agregar que las evidentes

125
Mónica Rodríguez Pérez

fluctuaciones internas por etnia se deben al reducido número de individuos represen-


tados en cada rango de edad.

Figura 5.1. Distribución de la población colonial temprana de San Francisco de Campeche


por etnia y grupo de edad

En relación con la distribución por sexo y edad a la hora de la muerte, no se encuen-


tra una discrepancia significativa entre masculinos y femeninos. La prevalencia de feme-
ninos en la clase de los subadultos es más bien resultado del grado de desarrollo de los
rasgos sexuales secundarios en el esqueleto que, a esta edad, son más evidentes en los
femeninos. La distribución por sexos según la pertenencia étnica tampoco presenta un
patrón constante, pues en algunos casos prevalecen los individuos de un sexo y en otros
casos los del otro. Sin embargo, el pequeño número de individuos de la muestra reduce
las diferencias a factores aleatorios, sobre todo en lo que concierne a los de procedencia
africana, de los cuales solo pudieron ser evaluados tres individuos de sexo masculino
y uno femenino, lo que no permite hacer ningún tipo de inferencias sobre presencia
étnica y mortalidad diferencial.
La distribución de individuos foráneos por sexo no muestra un patrón discrimi-
nante, 4 de ellos (44.44%) se reconocieron como femeninos, mientras que 5 (55.55%) se
identificaron como masculinos. En cuanto a la distribución por edades, los infantes se
encuentran subrepresentados en tanto que individuos adolescentes (25%), subadultos
(16.66%), adultos jóvenes (25%) y adultos (25%) se distribuyen proporcionalmente.

126
Condiciones de vida, enfermedad y organización social...

Respecto a la distribución por sexo en individuos locales, los individuos femeninos


representan 38.46%, y se identificaron como masculinos el restante 61.54%.
Al encontrarse bien delimitada el área de las sepulturas, se procedió a analizar
la distribución de las mujeres y hombres y de los grupos de edad por ubicación espa-
cial. Encontramos que la distribución por grupo étnico no muestra agrupación algu-
na, como se puede desprender de la Figura 5.2. Tal parece que las etnias se enterraban
indistintamente en todo el espacio del cementerio sin evidencias de áreas reservadas
para algún grupo en particular. Los pocos restos determinados como europeos se
encuentran en las inmediaciones de los desplantes de la iglesia, mientras que la ubi-
cación de los africanos foráneos se encuentra en la parte más alejada de la estructura
religiosa. No obstante, debido a que contamos con un número reducido de individuos
y un patrón poco manifiesto, solo podemos hablar de tendencias. Tampoco podemos
inferir la presencia o ausencia de patrones dentro de la iglesia a falta de muestra.

Figura 5.2. Distribución en el cementerio colonial de la villa de Campeche por grupo étnico
durante los siglos xvi y xvii (sobre plano crc/inah)

127
Mónica Rodríguez Pérez

En cuanto a la disposición de los entierros por grupos de edad, en la Figura


5.3 se observa que los individuos más próximos al basamento de la antigua iglesia
son principalmente menores de edad (de primera a tercera infancia (N=3), adoles-
centes (N=2) y subadultos (N=8) con solo dos adultos); en las inmediaciones se
encuentran representados todos los grupos de edad y en el lugar más apartado del
espacio mortuorio se hallan los mismos grupos que se señalaron como más próxi-
mos a la iglesia. Tampoco se observó un patrón distintivo en cuanto a la distribu-
ción por sexo (Figura 5.4), ya que hombres y mujeres comparten indistintamente el
espacio mortuorio.

Figura 5.3. Distribución en el cementerio colonial de la villa de Campeche por grupos de edad
durante los siglos xvi y xvii (sobre plano crc/inah)

128
Condiciones de vida, enfermedad y organización social...

Figura 5.4. Distribución en el cementerio colonial de la villa de Campeche por género durante
los siglos xvi y xvii (sobre plano crc/inah)

Patologías esqueléticas
Las patologías esqueléticas fueron evaluadas en cada segmento anatómico, ma-
nejando los indicadores por presencia versus ausencia, grado de afectación(1 a 3), por
estado (activo, en vías de cicatrización y cicatrizado) y la parte del esqueleto afectado
(Hernández y Lagunas 2002; Ortner 2003). Para confirmar o descartar los diagnósti-
cos obtenidos macroscópicamente, nos auxiliamos en secciones histomorfológicas no
descalcificadas. La histomorfología puede proveer diagnósticos etiológicos en muchos
casos y precisar los diagnósticos convencionales en otros (Schultz 2001:120). Opera me-
diante una interpretación de la composición histológica del hueso cortical y esponjoso,
estructuras en que se distinguen reacciones proliferativas (productora u osteoblástica) y
osteolíticas (osteoclástica)(Schultz 2001:121).

129
Mónica Rodríguez Pérez

Hiperostosis porótica en el cráneo


En el cráneo se evaluó la hiperostosis porótica. Es un padecimiento infantil que
se manifiesta por cambios poróticos en la superficie del cráneo, es decir, la superficie lisa
y suave se engrosa y se vuelve porosa con pequeños orificios. Esta afectación se relacio-
na con anemia, deficiencia de hierro y de vitamina D. Se encuentra predominantemente
en individuos que padecen dietas pobres y poco balanceadas y, sobre todo, aquellas
basadas en el consumo del maíz. Asimismo, puede ser resultado de procesos infeccio-
sos. Entre los individuos aquí analizados se evaluó la localización en las zonas frontal,
parietal y occipital del cráneo y el estado activo, en vías de cicatrización y cicatrizado
(Hernández y Lagunas 2002; Ortner 2003).
Los resultados indican que la hiperostosis porótica afectó un 70.45% (31 de
44 casos evaluables) y que está distribuida de manera homogenea en los grupos de
edad que van desde la adolescencia a la edad adulta, en los cuales se presenta ya en
forma cicatrizada. Eso indica que debieron sufrir esta condición durante la niñez y
que la sobrevivieron. Llama la atención la elevada afectación en los grupos más jóve-
nes, indicando que había una asociación entre morbilidad y mortalidad. En relación
con la etnia, los indígenas fueron los más afectados, siguiéndoles los mestizos y los
africanos. Los menos afectados resultaron los de ascendencia europea. En cuanto al
sexo no se encontró una diferencia significativa en el porcentaje de afectación. En
cuanto a la presencia de hiperostosis en individuos de procedencia foránea (60%) y
local (66.66%) tampoco se notó un patrón discriminante que sea significativo esta-
dísticamente. Por cuestiones de conservación, únicamente fue elegido un caso para
diagnostico histopatológico. El cráneo afectado por hiperostosis porótica en estado
cicatrizado, procede del Entierro 89, que corresponde a un individuo adulto. La lámi-
na externa se observó engrosada y muestra las características lesiones de un proceso
anémico cicatrizado.

Infecciones y hemorragias en las extremidades óseas


Entre las alteraciones de las extremidades destacan la periostosis y la periostitis-
osteomielitis. Estos padecimientos se infieren por cambios específicos en la superficie
y morfología del hueso y del periostio, una membrana que recubre la superficie ósea.
Cuando la inflamación del periostio es generalizada, la respuesta subperiosteal da como
resultado una aposición de tejido recién osificado y, con ello, un aumento en el grosor
de la diáfisis (Steinbock, 1976:115). La etiología se relaciona comúnmente con hemo-
rragias, traumas y enfermedades infecciosas. Las primeras, denominadas periostosis,

130
Condiciones de vida, enfermedad y organización social...

encuentran su origen frecuente en traumas y desórdenes metabólicos, entre los cuales


destaca el escorbuto. Este es un mal ocasionado por una inadecuada ingesta de vi-
tamina C, también llamado ácido ascórbico, el cual es esencial para la formación del
colágeno (Ortner 2003:383). A través de la historia, el escorbuto se ha presentado en
gente privada de vegetales frescos y frutas, como consecuencia de guerras, hambrunas
o viajes prolongados por el mar (Ortner 2003:383). En este padecimiento hay una gran
tendencia a hemorragias, espontáneas o seguidas de un trauma menor en los vasos san-
guíneos, lo que expresa el problema subyacente en el metabolismo óseo .
Entre tanto, las inflamaciones esqueléticas propiamente dichas se dan como re-
sultado de traumas e infecciones y generalmente afectan más las extremidades inferio-
res, donde suelen presentarse bilateralmente (Hernández y Lagunas 2002; Ortner 2003).
En el caso de la periostitis infecciosa, esta suele acompañar una osteomielitis u osteitis
(Morse en Auftherheide y Rodríguez Martín 1998:179). A diferencia de poblaciones
modernas, las lesiones periostales en los huesos largos cuentan entre las anomalías
más comunes en series esqueléticas del pasado. La razón principal de esta diferencia-
ción, entre la experiencia clínica y la paleopatología, es que muchas de las reacciones
periostales pueden ser parte de la expresión de procesos de enfermedades específicas,
las cuales pueden ser identificadas en un paciente vivo, mientras que en las muestras
arqueológicas las características patológicas no hacen el diagnóstico confiable, lo que
puede incrementar el hallazgo de la frecuencia de periostitis en las series arqueológi-
cas esqueléticas (Ortner 2003:207). En la mayoría de los casos, la infección se propaga
al hueso por contigüidad con tejidos infectados y por la ruta hematógena de un foco
séptico remoto. El organismo causal, en cerca de 90% de los casos (osteomielitis no
específica), es Staphylococcus aureus; el segundo en frecuencia es Streptococcus, junto con
otros agentes infecciones.
Entre las infecciones específicas de interés para el tema que nos ocupa cuenta la
treponematosis, que es una infección crónica causada por microorganismos llamados
espiroquetas del género treponema (Auftherheide y Rodríguez Martín 1998:154). En la
sífilis venerea, que tuvo su temoroso auge tras el contacto entre las poblaciones del Vie-
jo y Nuevo Mundo, el Treponema palilidum entraba principalmente por áreas de contacto
sexual (Ortner 2003:274). Las lesiones que deja en las extremidades asemejan aquellas
producidas por otras las infecciones óseas no específicas, por lo que recurrimos a la his-
tología para un diagnóstico diferencial. En la literatura se considera la presencia de los
Polster (almohadas) y Grenzstreifen (bandas de delimitación) como rasgos morfológicos
característicos de la sífilis terciaria (Schultz 2001:126; 2003:91).

131
Mónica Rodríguez Pérez

Ahora bien, según nuestros resultados, el complejo periostítico-osteomielítico


estuvo presente en las extremidades superiores de un 26.19% y de un 54.96 % en
las inferiores de los individuos analizados. Por la dificultades de individualización ya
mencionadas líneas atrás, tomamos como referencia individual el fémur derecho que,
comparado con otros segmentos, no presentó resultados particularmente diferencia-
dos. En cuanto al estado y grado de la afectación, predominan el estado cicatrizado y
los grados 1 y 2.
Respecto a las edades estimadas de los individuos afectados al momento de la
muerte, estos van desde la tercera infancia hasta edades maduras y quizás seniles, si bien
los más numerosos, en promedio, fueron nuevamente los subadultos. En cuanto a la
etnia, en este caso fueron los africanos los que muestran, en mayor número, este tipo de
lesiones (100%), mientras que los otros grupos revelan un porcentaje entre 45 y 50%.
Los individuos femeninos presentan afectaciones en un 33.30%, en tanto que entre los
masculinos el porcentaje se eleva a un 52.63%. Cabe mencionar que la elevada frecuen-
cia de esta afectación encontrada, sobre todo entre los africanos, está vinculada también
a un tamaño extremadamente reducido de la muestra (2 y 3 individuos respectivamen-
te); por lo que no se permiten generalizaciones contundentes. En lo correspondiente
con la presencia de periostitis en relación con la procedencia, los individuos foráneos
fueron los que presentaron el mayor porcentaje de afectación (80%) y por su parte en
los individuos locales solo se alcanza el 33.33%.
Unos 26 individuos (N=54) presentaron alteraciones en el periostio, de los cua-
les cuatro ejemplos fueron elegidos para un diagnóstico diferencial. Dos de estos fue-
ron relacionados con procesos hemorrágicos (7.69%), uno con osteomielitis crónica
no específica (3.85%) y otro más fue definido como sífilis (3.85%). El 84.61% restante
permaneció sin un diagnóstico específico. El primer caso corresponde al de un indivi-
duo adulto procedente del Entierro primario 33 (Figura 5.5). En este caso se analizó
un fragmento de la tibia izquierda en la que, a nivel macroscópico, se observa un
proceso hemorrágico en vías de cicatrización que fue corroborado histológicamente
por la forma de “laberinto” que le es característico (Figura 5.6). Además, se confirma
que uno de los episodios se encuentra en proceso de cicatrización, en tanto que otros
ya estaban cicatrizados, lo que hace pensar en episodios sucesivos de la enfermedad.
Un caso similar representa la tibia izquierda de un individuo proveniente del Entierro
secundario 105 (no ilustrado). La superficie del hueso muestra una aposición cicatri-
zada lo que indica un posible evento hemorrágico, diagnóstico que fue corroborado a
través de la microscopía.

132
Condiciones de vida, enfermedad y organización social...

Figura 5.5. Proceso hemorrágico en vías de Figura 5.6. Mientras que el tejido compacto
cicatrización presente en tibia. Entierro 33 manifiesta un aspecto normal, se aprecia
una sobreposición periosteal en forma de
cepillo, típica en los procesos hemorrágicos.
Entierro 33

También se consideró como caso de estudio especial un fragmento de fémur per-


teneciente al Entierro secundario 49 (Figura 5.7). En la sección histológica se aprecia
un proceso inflamatorio donde la lámina interna y externa se encuentran muy re-
modeladas. Además se manifiesta un proceso prolongado probablemente de origen
infeccioso, mismo que originó que la trama osteonica original se perdiera. De acuerdo
con estas observaciones pensamos que con probabilidad se trató de una osteomielitis
no específica.

133
Mónica Rodríguez Pérez

Figura 5.7. Perdida de trama osteónica


original debido a osteomielitis crónica.
Entierro 49

De interés especial también fue un caso de treponematosis, presente en el pe-


roné izquierdo del Entierro secundario número 78 (Figura 5.8). Con base en la apa-
riencia densa del tejido, observada macroscópicamente, pensamos que se trata de un
proceso crónico repetitivo desde la médula ósea, característico de la sífilis. La evalua-
ción histológica confirma esta apreciación al mostrar dos rasgos característicos de la
sífilis: (a) la banda de delimitación (Figura 5.9) y (b) las almohadas (Figura 5.10), rasgos
ya antes descritos para este tipo de afecciones.

Discusión
En principio, dado el tamaño reducido de la muestra, y por contar solo con un
segmento poblacional, nuestros resultados no son demográficamente representativos
de la totalidad de la población campechana, por lo que las interpretaciones basadas en
las tendencias observadas solo reflejan a un sector de la sociedad de la época que se
encontraba enterrada en el cementerio campechano.

134
Condiciones de vida, enfermedad y organización social...

Figura 5.8. Peroné remodelado por Figura 5.9. Grenzstreifen o banda


treponematosis. Entierro secundario de delimitación característico en sífilis.
número 78 Entierro 78

Figura 5.10. Polsters o almohadas, rasgo


indicativo de treponematosis observado
en sección delgada. Entierro 78

135
Mónica Rodríguez Pérez

Aún así, la presente evaluación brinda una serie de pautas que ofrecen una nueva
vision sobre el vivir y morir durante los dos primeros siglos de la Colonia. De particular
interés era constatar que no se observaban agrupaciones de parcelas según las etnias que
pudieran marcar una discriminación étnica, sino que los individuos, indistintamente su
filiación, se encontraban distribuidos por todo el espacio del cementerio, dejando entre-
ver que, al menos a la hora de morir, prevalecía una cierta igualdad. Esta condición solo
cambió cuando comparamos individuos foráneos con locales. Los primeros son los más
próximos al basamento de la primitiva iglesia, en tanto que los foráneos se encuentran
ubicados en los lugares más lejanos a la misma. Pensamos que esta observación pudiera
tener su origen en factores de orden cronológico (y habiéndose emplazado los foráneos
en un tiempo que no había espacio en las inmediaciones de la iglesia), o de orden social,
ya que la población recién llegada habrá gozado de menos lazos afectivos o privilegios
que los campechanos ya arraigados.
Demográficamente hablando, la muestra ósea representa seguramente una pobla-
ción funeraria no estable, es decir, un grupo de personas heterogéneo y en constante
cambio por factores externos (como son las conocidas migraciones) más que internos
(fertilidad, mortalidad). En la colección esquelética se observa una abrumadora pre-
sencia de individuos subadultos y adultos jóvenes con una notable escasez de infantes
y adultos mayores. Comparando estos resultados con los de otros sitios contemporá-
neos como Mérida (Tiesler 2003), Xcaret (Márquez Morfín 2001) y Tipu (Cohen 1997),
encontramos una baja representación de adultos mayores de 40 años y de individuos
infantiles. La falta de infantes podría explicarse por el mal estado de preservación de
los restos, la re-deposición de osamentas o sitios alternativos de enterramiento para los
menores. Por otra parte, la escasez de adultos maduros, aun con las reservas impuestas
por el tipo de población esquelética, podría explicarse debido a que en esa época las
tasas de mortalidad eran elevadas (Zabala 2000) y la esperanza de vida corta (Tiesler y
Zabala 2001). La explicación es que los individuos morían jóvenes a causa de una com-
binación de enfermedades, epidemias, hambrunas y no alcanzaban una edad madura.
Por las ideas expresadas en otros capítulos de esta obra (capítulo 1, 4) y trabajos (Tiesler
y Zabala 2001; Zabala et al. 2004), también es probable que los campechanos sepultados
en la Plaza Central representen a los sectores sociales, si bien bautizados, de recursos
económicos y reconocimiento social bajo.
Por otra parte, es interesante notar un patrón diferencial entre los sexos, ya que
los masculinos estuvieron presentes en 61.33% y los femeninos en un 38.46%. Debido
a la importancia del puerto como centro comercial (Gerhard 1991), pensamos que estos

136
Condiciones de vida, enfermedad y organización social...

perfiles evidenciarían migraciones de poblaciones locales cercanas de individuos mas-


culinos jóvenes, por ser los individuos que cuentan con mayor facilidad de movilidad,
aunque desafortunadamente no contamos con otro tipo de evidencias que apoyen esta
interpretación.
Padecimientos carenciales, como es la hiperostosis porótica, predominan con un
70.45% en la colección esquelética. En tanto que con relación a la etnia, los más afec-
tados fueron los mestizos e indígenas, lo que podría indicar que la población local fue
la que más padeció de carencias nutricionales, aunque una vez más, dado el tamaño de
la muestra, solo podemos manifestar tendencias. Interesa comparar, por tanto, nuestros
resultados con los indicadores de salud obtenidos en otros asentamientos coetáneos de
la región. En Xcaret (Márquez Morfín2001) la patología se encuentra presente solo en
un 48.2%, y en Tipu (Cohen 1997) en un 24% en individuos femeninos y 11.6% en in-
dividuos masculinos. Estos porcentajes son bajos con relación a los datos que tenemos
sobre tiempos prehispánicos, lo cual según los autores pudo deberse a una combinación
de episodios de estrés vinculados con hambrunas y epidemias que, como todo proceso
patológico de corta duración, no deja un registro marcado en el hueso. Otra patología
evaluada es la periostitis relacionada con procesos infecciosos no específicos, la cual se
encontró presente en un 54.96% en las extremidades superiores, en Xcaret (Márquez
Morfín 2001), por el contrario, los individuos estuvieron afectados solo en un 41.51%.
Diferencias entre etnias también se encuentran en la evaluación de indicadores
nutricionales y de enfermedad, siendo en la mayoría de los casos los más afectados la
población local conformada por indígenas y mestizos, hecho que puede deberse a un
desigual acceso a recursos alimenticios. En opinión de Nancy Farris (1992:109), el sis-
tema de abastecimiento colonial del maíz y de carne, cuando funcionaba, lo hacía sin
provecho para los campesinos, en su mayoría indígenas. También diferencias genéticas
podrían explicar la mayor resistencia física de españoles y africanos a las enfermedades
importadas del Viejo Mundo, debido al contacto prolongado con el patógeno que les
otorgaba la inmunidad hereditaria (Farris 1992:297).
Si comparamos las condiciones de vida coloniales de Campeche con las de la
época prehispánica, las primeras igualmente manifiestan un declive. En la época prehis-
pánica, la hiperostosis porótica en Champotón (Gómez 2006) está presente tan solo en
un 16% y en Xcambó (Cetina 2003) en un 32%. La periostitis en Champotón (Gómez
2006) se manifestó en un porcentaje de 13%, mientras que en Xcambó (Cetina 2003) en
un 25%. Comparados con los de la muestra de la época colonial de Campeche, son rela-
tivamente bajos, lo que pudiera indicar un declive en la salud de los pobladores nativos.

137
Mónica Rodríguez Pérez

El declive en la calidad de vida está documentado de forma similar a la de Campeche


para poblaciones de contacto europeo como La Florida (Larsen 2000), el cual se vio
reflejado en alteraciones en la dieta, concentración de la población para labor de explo-
tación y en la introducción de nuevas enfermedades.
El mismo panorama parece darse en algunos otros lugares de la región durante
la época colonial. Para Mérida (Tiesler et al. 2003) se mencionan condiciones de vida ad-
versas en la población encontrada en el atrio del cementerio de la catedral; en Lamanai
(Pendergast et al. 1994) se infiere un alto estrés fisiológico y en la Florida (Larsen 2000,
2001; Larsen y Ruff 1994), al otro lado del Golfo de México, se constata un declive en
la calidad de vida durante este periodo. Más alejado aún, en un cementerio colonial de
esclavos negros de Nueva York (Blakey et al. 2004), igualmente se encontraron altos
grados de afectación en la evaluación de enfermedades carenciales e infecciosas, lo que
los autores interpretaron como señal de las duras condiciones de vida para los esclavos
enterrados en este cementerio.
Relacionando nuestros datos de patología esquelética con los estudios dentales
realizados, encontramos que los datos del análisis de la hipoplasia del esmalte, caries
y pérdida de dientes en vida confirman los resultados obtenidos para la hiperostosis
porótica y el complejo periostítico-osteomielítico. Indican que los grupos étnicos más
afectados por la colonización fueron los indígenas y mestizos y no los europeos y afri-
canos (véase Cucina en esta obra).
Inferimos con todo lo anterior que durante el periodo colonial se dio un declive
en la nutrición local con respecto a la era prehispánica, alteraciones en la dieta por la
introducción de azúcares y enfermedades que mermaban la población. Habrá sido por
una combinación de hostilidades que involucraba a los locales indígenas o que se daban
por la piratería, epidemias y hambrunas ocasionadas por sequías, plagas y pérdidas de
las cosechas. Aunado a la reubicación de los indígenas mediante el programa de con-
gregaciones masivas para facilitar su adoctrinamiento y nuevas cargas de trabajo, estos
repercutieron en un declive en las condiciones de vida de los pobladores de la villa de
Campeche, cuyos resultados observamos también en la población funeraria bajo estudio
(Farris 1992; Garza 1983; Ruz 1997).
Por último, destacamos la significativa identificación de enfermedades como es-
corbuto y la treponematosis, ya que a pesar de no conocer datos biográficos de los
restos óseos por proceder de contextos secundarios, su presencia en la muestra de Cam-
peche corroboran las condiciones medioambientales y sociales precarias documentadas
para los siglos XVI y XVII, mientras que contribuyen a reforzar la evidencia ya expresada

138
Condiciones de vida, enfermedad y organización social...

de la presencia de estas enfermedades, especialmente treponematosis (Powells y Cook


2005) en el Nuevo Mundo, al ser identificada microscópicamente y verificada con técni-
cas histológicas.

Conclusión
Este trabajo ofreció una interpretación biocultural de datos osteobiográficos que,
relacionados con la información histórica de la época, proporcionan un nuevo acerca-
miento a las condiciones de vida en la provincia yucateca, en particular de Campeche.
Los resultados proveyeron de una base para el análisis comparativo con otras muestras;
por otro lado se pudieron corroborar los diagnósticos para los casos de enfermedades
presentes en la muestra como ejemplos de casos únicos. Consideramos por tanto que
el cementerio colonial de la Villa de Campeche ha proporcionado una muestra esque-
lética extremadamente importante para la historia regional. Los resultados confirman
algunos otros estudios realizados a la colección ósea, ya presentados con anterioridad.
Encontramos una población residente en el puerto, de recursos económicos escasos y
posiblemente al servicio de los españoles. Se hallaron diferencias patológicas entre las
distintas etnias, aunadas a la información proveniente de algunas fuentes históricas que
mencionan una sociedad colonial estratificada socialmente y con diferencias en cuanto
al acceso de recursos alimenticios.
Las limitantes de este estudio consistieron principalmente en el reducido tama-
ño y estado de preservación de la muestra ósea, debido al deterioro tafomónico de la
misma y, por ende, un problema de representatividad en los resultados. Estos invitan
a profundizar en los reveladores patrones y tendencias encontradas e incursionar en
temas bioculturales adicionales que aún quedan por efectuar en esta importante serie
esquelética.

Agradecimiento. A los Dres. Andrea Cucina y Vera Tiesler por sus revisiones. El
trabajo histomorfológico de las muestras fue financiado por el Proyecto de Investiga-
ción Básica Conacyt (H-49982).

139
Mónica Rodríguez Pérez

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144
Capítulo 6

La desigualdad social durante la colonia:


patologías orales y defectos hipoplásicos
en la antigua población de Campeche

Andrea Cucina

Introducción

Tras el descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492 comenzó el proceso de co-


lonización, conquista y explotación de sus riquezas naturales. Para esta empresa se uti-
lizaban fuerzas de trabajo tanto autóctonas —la población indígena— como foráneas,
principalmente en la forma de esclavos importados desde el viejo mundo o directamen-
te desde África. Gracias a las fuentes históricas (Mallafé 1973) sabemos que, en la Villa
de Campeche, la presencia africana se remonta a la misma llegada de los conquistadores
(Zabala et al. 2004). Ya en la primera mitad del siglo XVI fue autorizada la introducción
y comercialización regular de esclavos (Redondo 1995).
A diferencia de otros lugares, en el nuevo continente, donde los esclavos afri-
canos eran explotados en las plantaciones o minas, en la ciudad de Campeche mayor-
mente servían en las casas españolas o en trabajos portuarios (Redondo 1995; Zabala
et al. 2004). Durante la Colonia convivían en la villa europeos, indígenas y un creciente
número de mestizos, según informan los registros que mencionan que la antigua iglesia
parroquial de Campeche, fundada en 1542, administraba españoles, negros, mulatos,
mestizos e indios (Cárdenas Valencia 1937). Es significativo que también su campo-
santo, excavado en el año 2000, presente una población funeraria multiétnica. La im-
portancia que tiene este hallazgo reside en el hecho que es uno de los más antiguos
cementerios coloniales encontrados hasta la fecha (Tiesler y Zabala 2001). Su población
funeraria es, por tanto, apta para representar las condiciones de vida a las cuales tuvieron
que enfrentarse las primeras generaciones que convivían en la recién fundada villa. A
lo largo del época colonial llegaron a integrarse en una estructura social encabezada

145
Andrea Cucina

por europeos, seguida de los mestizos y sostenida por indígenas, mulatos (o pardos) y
africanos (Negroe 1991). Los sectores indígenas y de extracción africana se encontraban
teóricamente amparados económica y jurídicamente; sin embargo, en la práctica existían
muchos abusos y explotaciones (Redondo 1995). Pensamos que esta condición social
repercutió más desfavorablemente en su estado de salud que en el resto de la población,
aspecto a averiguar en este estudio.
Recientemente, Price y colegas (2005, 2006, 2008) llevaron al conocimiento de la
comunidad internacional el descubrimiento de algunos individuos de extracción africana,
hallados en el antiguo cementerio colonial de la plaza de Campeche, quienes habían nacido
en el continente africano. Las proporciones isotópicas de estroncio halladas en algunos
restos óseos se cuentan entre las más elevadas medidas en poblaciones humanas, propor-
ciones que no son compatibles con aquellas que caracterizan la estructura geológica de
Mesoamérica (Hodell et al. 2004). No obstante, coinciden con valores isotópicos encon-
trados en la placa cratónica del oeste de África (Goodman et al. 2004; Price et al. 2006). En
este estudio hemos reelaborado según el lugar de procedencia, foráneo o local, los datos
sobre la muestra dental africana que se habían publicado anteriormente (Cucina 2005; Ro-
dríguez 2006), con la finalidad de indagar si existe una discrepancia entre las condiciones
de crecimiento y maduración entre ambos grupos de individuos.
Para dar respuestas a las interrogantes arriba planteadas, este estudio se dirige
al análisis de las patologías orales y de los marcadores de estrés en dientes durante su
formación, para proporcionar, de esta forma, una nueva mirada sobre las condiciones
de vida, nutrición y salud de los pobladores de la Villa de Campeche durante el primer
siglo de su existencia, y discutir los resultados dentro de un marco multidisciplinario
(antropológico, histórico y bioarqueológico) el cual fundamenta la presente obra.

Materiales y métodos
La colección ósea que sustenta el presente estudio es producto de un rescate ar-
queológico que se llevó a cabo durante la reconstrucción del antiguo Palacio del Cabildo
en el año 2000, ocasión en que fueron hallados también los fundamentos de su primi-
tiva iglesia. A lo largo de las excavaciones se encontraron un total de 150 entierros con
más de 180 individuos alrededor de los cimientos de la pequeña iglesia, la cual habría
funcionado desde mediados del siglo XVI hasta mediado del XVII. En espera de los re-
sultados del fechamiento por C14, la datación del cementerio aún se basa en las fuentes
documentales, las mapas y el registro arqueológico (para mayor detalle véase el capítulo
de Tiesler y Zabala, en esta obra).

146
La desigualdad social durante la colonia...

Este trabajo incluye a todos los individuos de la serie esquelética que cuentan con
dentición permanente. La división por grupo étnico se realizó analizando los rasgos
morfológicos dentales según las frecuencias reportadas por Scott y Turner (1997) para
poblaciones africanas y por Cucina et al. (2005) para poblaciones indígenas. No pudie-
ron ser contabilizados los individuos definidos como europeos debido a su reducido
número. La muestra final está compuesta por veinte individuos de pertenencia mestiza
o mulata, unos 41 indígenas y 22 africanos. De estos, unos quince resultan ser foráneos
(Price et al. 2007) y siete locales.
El análisis de las piezas dentales y de sus componentes óseos alveolares se con-
centró en el estudio de las manifestaciones patológicas dentales, es decir, la caries, la
pérdida de dientes en vida (AMTL – Antemortem Tooth Loss) y los defectos periapicales
(DPA o abscesos), además de la hipoplasia del esmalte.
Las caries dentales se evaluaron en cada pieza permanente de individuos adul-
tos. Se presentan como perforaciones en la corona, y muestran diversos grados de
afectación (Marafon 1976) como producto del proceso de desmineralización del com-
ponente inorgánico del esmalte y de la dentina, provocados por la flora bacteriana
bucal. Su etiología se relaciona con la dieta, especialmente la rica en carbohidratos,
que tiende a incrementar la actividad bacteriana. Sin embargo, el factor etiológico
es más complejo, pues otros factores intrínsecos individuales, como el pH bucal, la
salivación, la higiene, la lactancia en el caso de las mujeres, contribuyen también al
desarrollo de esta patología (Hillson 2002). En la presente evaluación, todas las caries
se estimaron según el grado de desarrollo, desde la afectación solo a nivel del esmalte,
hasta la total destrucción de la corona. Sin embargo, para limitar el sesgo introducido
por alteraciones del esmalte no relacionadas con caries, como por ejemplo hipopla-
sias puntiformes, se consideraron solamente aquellos casos que habían llegado a la
dentina. La frecuencia se analizó por pieza, por su posición en la arcada dentaria y por
dentición. La pérdida de los dientes en vida (AMTL) se calculó con base en la presencia
de los alvéolos dentales, sin tener en cuenta la presencia material de la pieza dental,
y se consideró perdida la pieza solo cuando el alvéolo estaba presente y claramente
reabsorbido (Cucina y Tiesler 2003).
El último elemento patológico dental analizado correponde a los defectos peria-
picales (DPA, o abscesos), que fueron examinados en los huesos maxilares y mandibula-
res. Un absceso se manifiesta como una reabsorción del hueso alrededor del ápex de la
raíz que se da a consecuencia de un proceso infeccioso. Bajo condiciones normales, las
bacterias responsables de la infección apical ingresan por el canal pulpal y penetran al

147
Andrea Cucina

alvéolo por medio de un proceso cariogénico (Hillson, 2002). Esta condición relaciona
la DPA con la caries misma. También desgastes elevados pueden fungir como vehículos
de infección. Sin embargo, el reducido nivel de atrición encontrado en la muestra de
Campeche induce a considerar el DPA como el producto casi exclusivo de procesos
cariogénicos.
La hipoplasia del esmalte se manifiesta como una serie de surcos horizontales
en la superficie del esmalte de la corona dental. Su presencia está relacionada con
fenómenos de estrés fisiológico durante el periodo de crecimiento dental a lo largo
de los primeros años de vida. Debido a que el esmalte no se remodela una vez for-
mado, la evidencia hipoplásica permanece en la dentición como un testimonio de
estrés infantil, independientemente de la edad a la muerte del individuo (Goodman
y Rose 1990). Su etiología es bastante variada, pues está relacionada con más de cien
factores causales, como son algunas enfermedades, en particular las infecciones, y
deficiencias nutricionales en general. Se considera como un indicador de estrés fi-
siológico no específico; sin embargo, normalmente es el producto de la interacción
entre fenómenos patológicos concretos y la desnutrición. En nuestro estudio, la
hipoplasia del esmalte se evaluó principalmente en los dientes permanentes ante-
riores, incisivos y caninos, independientemente de la edad a la muerte del individuo,
debido a que estos dientes son los más susceptibles a los accidentes estresógenos
(Goodman y Armelagos 1985), en particular en los incisivos central superior y en
el canino inferior. En cada diente se registró el número de defectos hipoplásicos, su
porcentaje y el promedio por tipo de diente.

Resultados
Los resultados de las patologías orales (caries, AMTL y DPA) registradas por indivi-
duo y por tipo de pieza dental y, separadamente, según la pertenencia étnica, se refieren
a la dentición anterior, posterior y total. No pudieron detallarse los resultados por tipo
de diente debido al reducido tamaño de las muestras.
Los valores absolutos y porcentuales de la afectación por caries de los grupos
de africanos foráneos, africanos nacidos en el Nuevo Mundo, indígenas y mestizos,
divididos en dentición anterior, posterior y total, aparecen en la Tabla 6.1. Según las
cifras, los individuos considerados indígenas presentan siempre valores elevados de
caries, con un total de 22.8% de sus dientes afectados, mientras que los africanos fo-
ráneos suman un 12.2%, los mestizos un 9.7% y los africanos locales un 9.6% en el
total de los dientes.

148
La desigualdad social durante la colonia...

Tabla 6.1 Valores absolutos y porcentuales de dientes afectados por caries


Caries Total %
Africanos foráneos Anterior 2 63 3.2
Posterior 25 159 15.7
Total 27 222 12.2
Africanos locales Anterior 3 31 9.7
Posterior 6 63 9.5
Total 9 94 9.6
Indígenas Anterior 21 139 15.1
Posterior 69 256 27.0
Total 90 395 22.8
Mestizos Anterior 1 79 1.3
Posterior 23 168 13.7
Total 24 247 9.7

Estas diferencias, sobre todo las que conciernen a los indígenas, aparecen gra-
ficadas en la Figura 6.1. Las pruebas de χ2 para la dentición anterior, posterior y total
marcan unas discrepancias estadísticamente significativas, con 3 grados de libertad (cada
matriz es de 2x4), p ≤ 0.01; χ2= 15.21, 18.35 y 26.48, respectivamente). Por el contrario,
no se encuentran diferencias significativas cuando se excluye el grupo de los indígenas.
Contrariamente a los datos de las caries, las restantes manifestaciones orales no
evidencian diferencias marcadas entre los grupos. En el caso de los dientes perdidos
en vida (Tabla 6.2), los africanos, indígenas y mestizos muestran valores totales muy
parecidos (respectivamente 5.4%, 3.5% y 4.4%), mientras que los africanos locales no
presentan ningún diente perdido (0.0%), aunque el número absoluto de alvéolos es bas-
tante reducido, solo se han podido registrar un total de 35 alvéolos para este grupo.
A pesar de la discrepancias que muestran los africanos locales con el resto de los
grupos respecto a las prueba de la χ2, no se manifiesta ninguna diferencia significativa
entre los cuatro grupos para las denticiones anteriores, posteriores y totales (p ≤ 1.00;
χ2 respectivamente 2.80, 1.08 y 2.35), ello podría ser debido al reducido tamaño de la
muestra africana local que hace que los resultados sean menos relevantes.

149
Andrea Cucina

Figura 6.1. Porcentaje de afectación por caries

Tabla 6.2. Valores absolutos y porcentuales de dientes perdidos en vida



AMTL Total %
Africanos foráneos Anterior 3 38 7.9
Posterior 5 111 4.5
Total 8 149 5.4
Africanos locales Anterior 0 12 0
Posterior 0 23 0
Total 0 35 0
Indígenas Anterior 2 82 2.4
Posterior 5 118 4.2
Total 7 200 3.5
Mestizos Anterior 3 47 6.4
Posterior 2 66 3.0
Total 5 113 4.4

150
La desigualdad social durante la colonia...

El hecho que 7.9% de los dientes anteriores, pertenecientes a africanos, hayan sido
perdidos en vida (véase también la Figura 6.2) podría deberse más bien a prácticas cultu-
rales y no, por lo menos en parte, estar vinculado directamente a fenómenos patológicos.

Figura 6.2. Porcentaje de dientes perdidos en vida

Por último, los defectos periapicales (DPA) (Tabla 6.3 y Figura 6.3) indican que los afri-
canos locales y los mestizos, aparentemente, no padecieron estas enfermedades, mientras
que los africanos y los indígenas alcanzan valores totales de 4.7% y 3.4%, respectivamente.
Pese a las diferencias de los valores, no se han encontrado discrepancias estadísticamente
significativas entre los cuatro grupos. Los análisis de la χ2 señalan valores de 5.02, p ≤ 0.20;
3.82, p ≤ 1.00 y 5.43, p ≤ 0.20, respectivamente, para la dentición anterior, posterior y total.
Los resultados relativos a las frecuencias de afectación de hipoplasia del esmalte se
desglosan en la Tabla 6.4. El daño que muestran los dientes anteriores es muy elevado.
Se mantiene siempre por encima del 50%, y en la mayoría de los casos arriba de 70-80%,
mientras que varía en la dentición posterior. Sin embargo, con la sola excepción del

151
Andrea Cucina

incisivo lateral superior y del incisivo central inferior en comparación con los mestizos,
los valores de los africanos que no nacieron en el Nuevo Mundo se encuentran por
debajo de todos los registrados en los otros grupos.

Tabla 6.3. Valores absolutos y porcentuales de los defectos periapicales


P.D.a Total %
Africanos foráneos Anterior 2 28 7.1
Posterior 3 78 3.8
Total 5 106 4.7
Africanos locales Anterior 0 9 0
Posterior 0 19 0
Total 0 28 0
Indígenas Anterior 1 77 1.3
Posterior 5 101 5.0
Total 6 178 3.4
Mestizos Anterior 0 37 0
Posterior 0 60 0
Total 0 97 0
a
Defectos periapicales

Figura 6.3. Porcentaje de alvéolos afectados por defectos periapicales

152
La desigualdad social durante la colonia...

Tabla 6.4. Afectación por hipoplasia del esmalte según el tipo de diente
Maxilar Afr.For.a Afr.Loc.b Natives Mestizos
I1 75.0 100.0 90.9 88.9
I2 100.0 50.0 72.2 90.9
C 62.5 100.0 90.9 92.3
P3 42.9 50.0 48.1 70.0
P4 14.3 66.7 52.0 53.8
M1 22.2 75.0 28.6 30.8
M2 0.0 50.0 31.8 28.6
M3 0.0 50.0 33.3 28.6
Mandíbula
I1 80.0 100.0 91.7 66.7
I2 57.1 100.0 88.9 69.2
C 66.7 85.7 100.0 93.3
P3 25.0 57.1 50.0 52.9
P4 30.0 42.9 47.4 40.0
M1 22.2 57.1 23.8 42.9
M2 25.0 66.7 35.3 28.6
M3 14.3 25.0 41.7 16.7

a
Africanos foráneos
b
Africanos locales

Los valores porcentuales son indicativos del número de piezas afectadas; sin embar-
go no explican la cantidad de veces que cada pieza estuvo sujeta a fenómenos de estrés
durante su formación. Esta información está resumida en la Tabla 6.5, que presenta
las estadísticas descriptivas, tamaño de la muestra, promedio y desviación estándar del
número de defectos encontrados en cada diente.
Los valores promedio de la dentición superior e inferior aparecen representados
en las Figuras 6.4 y 6.5, respectivamente. Las diferencias entre ambas se ilustran sobre
todo a través de la comparación de los dos caninos, maxilar y mandibular. Sin embargo,
la prueba ANOVA por cantidad de defectos, por tipo de diente y entre grupos solo pre-
senta diferencias significativas (p = 0.018) en el canino inferior.
Al analizar en detalle el canino inferior (Tabla 6.6) notamos que en todas las
pruebas de parejas los valores reducidos de los africanos distan significativamente de los
demás, mientras que no hay diferencias entre africanos locales, indígenas y mestizos.

153
Andrea Cucina

Tabla 6.5. Estadística descriptiva del número de6.5.


Tabla defectos registrados en la dentición anterior

Africanos foraneos Africanos locales Indígenas Mestizos

Maxilar I1 I2 C I1 I2 C I1 I2 C I1 I2 C

N 3 3 8 4 4 4 21 17 17 9 9 12

Promedio 2.00 1.33 1.00 3.00 1.50 3.25 2.52 1.88 2.53 2.00 1.56 2.42

s.d. 2.00 0.57 0.92 2.00 1.73 2.21 1.50 1.50 2.03 1.41 0.88 1.78

Mandíbula I1 I2 C I1 I2 C I1 I2 C I1 I2 C

N 4 6 9 4 5 7 12 16 17 8 13 14

Promedio 0.75 0.50 0.77 1.50 1.80 2.42 1.83 1.50 2.94 0.75 1.17 2.57

s.d. 0.50 0.54 0.66 0.57 0.83 1.27 1.47 1.03 2.01 0.71 1.03 1.60

Figura 6.4. Promedio del número de defectos en la dentición maxilar

154
La desigualdad social durante la colonia...

Figura 6.5. Promedio del número de defectos en la dentición mandibular

Tabla 6.6. Valores de significatividad para el canino inferior calculados a través de la prueba
de la “t” de Student

Africanos foráneos Africanos locales Indígenas Mestizos


Africanos foráneos 0.005 0.005 0.004
Africanos locales 0.535 0.832
Indígenas 0.581
Mestizos

Discusión
En la península de Yucatán, como en otras partes de Mesoamérica, la vida co-
lonial benefició, directamente o indirectamente, a los colonizadores a expensas de los
indios y de los esclavos traídos por la fuerza al Nuevo Mundo. Los esclavos africanos

155
Andrea Cucina

fungieron como fuerza de trabajo y hasta de mercancía de intercambio y compra-venta


(Ortiz 1996; Restall 2000; Zabala et al. 2004). Estudios previos de la colección esquelé-
tica del Parque Central de Campeche (Cucina 2005; Rodríguez 2006; Zabala et al. 2004;
véase también Rodríguez Pérez en este volumen), han apuntado hacia condiciones de
vida muy precarias, particularmente entre los individuos indígenas y mestizos. Al mismo
tiempo sorprende que los resultados sugieren mejores indicadores de salud en la mues-
tra africana, si bien los autores no diferenciaron a los africanos según el lugar de origen,
por lo que los resultados bien podrían no reflejar totalmente las condiciones de vida
locales.
Ahora bien, el presente análisis de las patologías orales (caries, AMTL y DPA)
muestran una relativa, aunque no completa, homogeneidad entre los cuatro grupos
analizados. En cuanto a las caries, todas las series manifiestan elevados porcentajes de
afectación que alcanzan o superan el 10%, en particular entre los individuos indígenas
y africanos foráneos. Al mismo tiempo, cabe señalar que las caries aíslan de manera
significativa solo a los indígenas, cuya afectación total de 22.8% (15.1% en los dientes
anteriores y 27.0% en los posteriores) es la más elevada. Recordemos que la caries es
una patología de origen infeccioso, ligada a la ingesta de carbohidratos en la comida
(Hillson 2002). Aunque también otros factores están en juego, su etiología es bastante
compleja y difícil de reconstruir, pues la alimentación, el sexo, la higiene oral, el embara-
zo y otros factores intrínsecos y extrínsecos tienen un papel importante en su formación
y en el ámbito arqueológico la mayoría de ellos no pueden ser detectados o reconstrui-
dos. Por otra parte, el ámbito sociocultural de un individuo puede predisponerlo a un
conjunto de factores de riesgo, condiciones que en el estudio dental pueden manifestar-
se como diferencias en afectación cariogénica entre distintos sectores (Cucina y Tiesler
2003; Larsen 1997). En nuestro caso, la comparación entre los cuatro grupos étnicos
identificaría a los indígenas con la unidad poblacional que tradicionalmente ha dependido
de una dieta basada en el maíz. En otras palabras, si consideramos la frecuencia de caries
solo como el producto de una dieta basada en carbohidratos, entonces los africanos (de
ambos orígenes) y los mestizos gozarían una dieta más variada o simplemente diferente.
Comparamos nuestros resultados con aquellos obtenidos en otras series de época
colonial del Nuevo Continente. Mack et al. (2004) calcularon en el rango de adultos del
cementerio africano de Nueva York (New York African Burial Ground Proyect – NYA-
BGP) una frecuencia de dientes afectados por caries, 12.23% de dientes anteriores y
25.36% de los posteriores, de un total de dientes afectados equivalente al 20.01% (he-
mos calculado los datos del proyecto estadounidense sumando los individuos de uno y

156
La desigualdad social durante la colonia...

otro sexo debido a que el reducido tamaño de la muestra de Campeche no permite hacer
análisis separados por sexo). Según la interpretación proporcionada por los autores cita-
dos, la población africana enterrada en la ciudad de Nueva York sufrió de altas inciden-
cias de caries y otras patologías orales, evidenciando regímenes dietéticos pobres, malas
condiciones de vida, falta de higiene oral y, para quienes las padecían, un sufrimiento
prolongado (Mack et al. 2004:350). En la comparación con la serie que nos ocupa desta-
can las discrepancias con los valores encontrados en el segmento indígena de la muestra
de Campeche y las diferencias con las otras muestras de la misma serie. Valores elevados
de caries no son una novedad en la población maya prehispánica. Cucina et al. (2003)
y Cucina y Tiesler (2003) encontraron elevadas cifras porcentuales tanto en Xcambó
como en el sector de población común de Calakmul. En conjunto, estas evidencias no
contradicen la interpretación presentada en trabajos anteriores (Cucina 2005; Rodríguez
2006; Zabala et al. 2004). Quienes sufrieron más por caries en el contexto colonial cam-
pechano fueron los indígenas, y esta situación podría estar ligada a factores dietéticos
cualitativos más que cuantitativos. Debemos recordar que el trabajo más duro sería el
sufrido por los esclavos importados y quizá aún más por los indígenas, pues eran menos
preciados en términos reales los indígenas que los esclavos, al ser considerados estos
últimos como una mercancía de alto valor económico para sus amos (Restall 2000). La
posición social de los indígenas mayas era supuestamente diferente a la de los africanos.
Redondo (1995) hace mención de la venta en Campeche de africanos e indígenas pero,
a partir de 1542 se prohibió esclavizar a los indígenas, debido a que estos habían sido
evangelizados (Negroe 1991). Aunque, junto a esto, muchas recomendaciones de no ex-
plotar o abusar de los indígenas aparecen en la documentación (Redondo 1995; Remesal
1881, citado por Redondo 1995) lo que indicaría que ellos seguían siendo abusados. Es
entonces posible presumir, con base en la evidencia dental, que el componente nutri-
cional de los indígenas fuese cualitativamente pobre y no muy variado, derivado de los
alimentos más económicos o tradicionales como el maíz y ello sería causa de tan elevada
frecuencia de caries.
La diferencia, aunque no muy significativa, entre africanos foráneos y aquellos
nacidos en Campeche también podría relacionarse con un diferente nivel social o, por
lo menos, con un diferente acceso a los recursos alimenticios entre estos dos grupos.
Mientras que podemos suponer que los africanos nacidos en África llegaron al Nuevo
Mundo como esclavos (Negroe 1991; Redondo 1995), no podemos estar seguros de
que los individuos que nacieron en Yucatán hayan vivido durante toda su vida en la
esclavitud. Como la mayoría de los autores mencionan, esta condición era reversible en

157
Andrea Cucina

Yucatán durante la Colonia, ya sea por matrimonio, por nacimiento de una esclava con
un hombre libre, comprando la libertad o alcanzándola por merced real (otras posibili-
dades como la fuga eran más bien raras) (Negroe 1991; Redondo 1995; Restall 2000). La
caries, a diferencia de otros indicadores, no es una manifestación patológica ligada al de-
sarrollo, sino puede afectar a los individuos en cualquier momento de su vida. Por esta
razón, esclavos nacidos en la península pudieron haber alcanzado la libertad y, como
hombres libres tener una posición social y quizá mejores condiciones alimenticias.
De los otros indicadores, abscesos y pérdida de dientes en vida, no se encontra-
ron diferencias significativas entre ninguno de los tres grupos. En general, los valores
no son muy elevados. El hecho de que tanto en AMTL como en la pérdida de dientes en
vida algunos grupos presenten valores de cero (0.0%) afectación no debe considerarse
como una señal de condiciones de salud óptimas, pues podría ser resultado de factores
aleatorios como el tamaño de la muestra, sobre todo entre mestizos y africanos locales,
en un contexto arqueológico de un deficiente estado de preservación de los esqueletos
(Tiesler y Zabala 2001).
Difiere de los anteriores el perfil que resultó del análisis de la hipoplasia del es-
malte dental, un defecto que testimonia procesos de estrés fisiológico durante los pri-
meros años de vida del individuo (Goodman y Rose 1990). En este caso, los africanos
que nacieron en el Viejo Mundo presentan valores promedios extremadamente bajos y
significativamente diferentes de los otros grupos, aunque los promedios de estos otros
grupos no alcancen los calculados para el contexto prehispánico de Xcambó en el norte
de Yucatán, una población del periodo Clásico Tardío, que supuestamente gozaban de
condiciones vitales favorables (Cucina et al. 2003).
Las diferencias significativas encontradas dentro de la muestra colonial de Cam-
peche pueden estar vinculadas también con fenómenos selectivos. La hipoplasia del
esmalte refleja traumas de estrés durante el crecimiento. Dientes adultos con marcas de
estrés puede significar, por tanto, que el individuo haya superado estos episodios por
tener una resistencia adecuada (véase el concepto de la paradoja osteológica - Wood et
al. 1992), o que los individuos que presentan marcas en sus dientes y que sobrevivieron
a los fenómenos de estrés, resultaron debilitados por ellos (Duray 1996). Viene al caso
que la salud y las condiciones físicas de los esclavos negros estaban sujetas a un severo
proceso de selección aun desde antes de que llegaran a la Nueva España. Los indivi-
duos atados y quizá encadenados solían caminar distancias considerables hasta llegar al
puerto de embarque de donde los buques salían rumbo al Nuevo Mundo. Esta era una
primera forma de selección, porque, según Aguirre Beltrán (1994), solo los individuos

158
La desigualdad social durante la colonia...

más fuertes, sanos y resistentes llegaban a la costa. Allá, los capitanes de los barcos rea-
lizaban una segunda selección al elegir a los más vigorosos y en buena salud para el em-
barque, pues una menor pérdida de esclavos durante el duro viaje significaba una mayor
ganancia económica. Por último, la selección operó también durante el largo trayecto
transatlántico. Ortiz (1996) describe las inhumanas condiciones que tenían que soportar
los cautivos africanos durante los largos viajes por mar, a veces de varios meses. Bajo
estas condiciones los menos fuertes y resistentes no alcanzaban con vida el continente
americano.
Todo ello implica, de acuerdo con la hipótesis de Duray (1996), que los escla-
vos que llegaban con vida al continente americano eran los más fuertes y resistentes.
Hipótesis similares son discutidas por Blakey et al. (2004) para los restos humanos del
cementerio de Nueva York y de otros cementerios de africanos del Nuevo Mundo. Se-
gún estos autores, las frecuencias reducidas de hipoplasia por individuo, encontradas en
la muestra de Nueva York, puede deberse a que estaba compuesta por mayor número
de individuos nacidos en África. Desafortunadamente, los datos presentados sobre la
muestra de Nueva York no son directamente comparables con aquellos elaborados para
el presente estudio, por lo que cualquier comparación directa sería aventurada.
Acorde con el planteamiento de esta investigación, se propone que la resistencia
inicial de los africanos recién llegados se perdió en las generaciones siguientes al afron-
tar las condiciones de vida en el nuevo lugar de vida (Goodman 1998), lo cual es con-
sistente con las resultados ya que los africanos locales, indígenas y mestizos presentan
aproximadamente los mismos valores, no hay diferencias estadísticamente significativas
entre ellos.

Conclusión
En conclusión, estar al servicio en las casas españolas, trabajar en el puerto como
esclavo u hombre libre, africano, indígena o mestizo implica que las condiciones de vida
de la población no europea en la ciudad de Campeche, durante los primeros dos siglos
de la Colonia, seguramente no eran de las mejores. Los indios y mestizos estaban explo-
tados y sometidos a diversos abusos (Redondo 1995), en tanto que los africanos eran
una propiedad adquirida por compra, a veces a precios muy elevados, por lo que eran
tratados como servidores humanos, pues de ellos los españoles dependían debido a su
presencia en las casas como trabajadores (Restall 2000). Según Ortiz (1996), los escla-
vos que vivían en las ciudades de Cuba y que estaban al servicio en las casas españolas
recibían un trato y condiciones de vida mucho mejores que los esclavos que estaban

159
Andrea Cucina

dedicados a las plantaciones o en otro tipo de trabajos. No obstante, fuera en Cuba o


en Campeche, los africanos, esclavos o libres, siempre eran subordinados y tratados al
margen de la sociedad.
Las evidencias dentales encontradas en el cementerio de Campeche indican con-
diciones difíciles, aunque es probable que no hubieran sido de las peores que hayan
sufrido las poblaciones subyugadas al dominio europeo (Blakey et al. 2004; Corruccini et
al. 1985; Mack et al. 2004), sobre todo gracias a la ausencia en el área cercana a minas o
plantaciones en las cuales pudieran ser explotados de manera mucho más intensa.
Pensamos que esta nueva reelaboración de los datos, bajo el criterio de un origen
local o foráneo, brinda información novedosa que, en conjunto con la información
arqueológica e histórica, permite una discusión más profundizada sobre la integración
social y las condiciones de vida vigentes en la población de la villa de Campeche y, en
particular, aquella sepultada en el antiguo cementerio asociado a la primera iglesia de
la villa. Esperamos que futuros hallazgos produzcan la posibilidad de analizar muestras
más amplias de series europeas para poder complementar la presente visión acerca de
los grupos sociales recién llegados y otros ya arraigados en la ciudad de Campeche en
los inicios de su vida colonial.

Agradecimientos. Agradezco a la Dras. V. Tiesler y Pilar Zabala la invitación a participar


en este volumen, las discusiones y bibliografía proporcionada sobre el tema, y a la Dra.
P. Zabala por la información histórica. También estoy en deuda con el Dr. D. T. Price y
el Dr. J. Burton por compartir generosamente la información desglosada de sus datos
en vías de publicación.

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La desigualdad social durante la colonia...

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165
Capítulo 7

Identidad, enajenación e integración.


modificaciones corporales en la población
SEPULTADA EN EL CAMPOSANTO del Parque
Central DE CAMPECHE

Vera Tiesler
Iván Oliva Arias

Las modificaciones del cuerpo que tienen un origen cultural, séanse prácticas in-
tencionadas o no, expresan una amplia gama de tradiciones e incluso estilos de vida que
se comparten por familias, ciertos sectores sociales o toda una sociedad. Aquellas mo-
dificaciones del cuerpo que quedaron plasmadas en la morfología del esqueleto guardan
por tanto un significado especial para la reconstrucción y comprensión de la identidad y
vida cotidiana a partir de las culturas arqueológicas. También en la población funeraria
que nos ocupa adquieren importancia en la medida en que se han encontrado en ella
evidencias de decoraciones dentales y modificaciones artificiales del cráneo (Ramírez et
al. 2003; Tiesler 2000, 2002, 2003; Tiesler y Zabala 2011).
Antes de adentrarnos en el tema, conviene aclarar el término de “modificación cor-
poral”, el cual algunos autores emplean como sinónimo de “práctica biocultural”. Ambos
términos designan intervenciones que alteran el aspecto de una persona (Alt et al. 1999;
Tiesler 1999, 2011). Se distinguen las decoraciones temporales, como es la pintura corpo-
ral, de aquellas que son permanentes. Estas últimas se refieren, por ejemplo, a las perfora-
ciones que sufren la piel y la mucosa y aquellas intervenciones que han dejado trazo en los
restos esqueléticos, notablemente las prácticas de modelado cefálico y de decoración den-
tal, así como una serie de marcas ocupacionales en dientes, en todas las que centraremos
nuestra atención en este capitulo (véase Capasso et al. 1999; Milner y Larsen 1991). En este
capítulo deseamos sintetizar la información que hemos dado a conocer en años pasados
e intentamos ofrecer nuevas respuestas sobre los motivos, las técnicas y las formas que
se empleaban para lograr las morfologías dentales y formas cefálicas deseadas. A partir

167
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

de la información biográfica, étnica, y de procedencia, establecemos —en los términos


dicotómicos de integración y enajenación— posibles motivos y significados que den
cuenta de las modificaciones intencionales del aspecto físico dentro del recién cuajado
tejido social de la Villa de Campeche. Además evaluaremos una serie de otros hábitos,
cuyas huellas fortuitas aparecen en las denticiones de algunos difuntos de la colección:
estas marcas nos hablan del uso de palillos dentales para la higiene oral, el empleo de la
dentición como herramienta y para mantener pipas en la ciudad colonial.
Como primer paso procesamos la información acorde con el sexo y la edad asig-
nados a las osamentas; para la procedencia usamos los resultados obtenidos por Douglas
Price y su equipo (véase el capítulo 9 en esta obra) y para asignación étnica de cada in-
dividuo recurrimos a la información de Andrea Cucina que aparece en el capítulo 6 de
este volumen. Se basa en rasgos dentales no métricos cuya expresión describe según el
estándar de Turner, utilizando para ello placas de referencia. El autor anotó cada rasgo
según su grado de expresión o en términos de la dicotomía presencia/ausencia y luego
comparó el perfil de los atributos con sus frecuencias reportadas para diferentes po-
blaciones en el mundo (Scott y Turner 1997). De esta manera asignó a cada individuo
de la serie una filiación poblacional tentativa. Esta se refiere para cada entierro como
“indígena”, “africano” y “europeo”. Una cuarta categoría, menos específica que las tres
anteriores, identifica los “mestizos” que designa aquellos individuos que, por la expre-
sión de sus rasgos, no pudieron ser asignadas claramente a ninguna de las tres filiaciones
poblacionales. Este grupo podría identificar personas con señas de mestizaje, aunque al
mismo tiempo expresa las limitaciones que tiene este método.

La modificación cefálica
Antes de la conquista, el modelado artificial de la cabeza era una tradición maya
muy popular en la cual se emplearon numerosas técnicas (Tiesler 2012). Estas tenían
en común el objetivo de modificar el aspecto externo de la cabeza y volverla ancha o
angosta, larga o alta. La costumbre gozó su auge durante el Periodo Clásico en términos
de la variedad de formas artificiales e implementos compresores. Posteriormente, pare-
cen homogeneizarse los cánones del modelado y en el momento del contacto europeo
solo perdura la modificación tabular erecta, lograda mediante cunas especiales que los
cronistas testimoniaron todavía en el siglo XVI (Landa 1982 [~1566]). Al imponerse la
cultura occidental y repudiarse las prácticas corporales de antaño, comienza a desvane-
cer su popularidad hasta desaparecer en los siglos subsecuentes (Romero 1958; Tiesler
1999, 2000, 2012; Tiesler y Zabala 2011).

168
Identidad, enajenación e integración...

Para los fines de la presente investigación, es decir, la evaluación de la perma-


nencia de la costumbre en la población colonial de Campeche, hemos revisado siste-
máticamente las calotas (en su mayoría fragmentadas) en cuanto a posibles alteraciones
morfológicas. Determinamos los planos de compresión, el tipo, la variante y el grado
de la modificación en los cráneos evaluables. Para la clasificación de los implementos
de prensa cefálica aplicamos la tipología propuesta por Dembo e Imbelloni (1938),
Romano (1965) y modificada por Tiesler (1998, 1999, 2012).
El deteriorado estado de conservación de la serie esquelética redujo sensiblemen-
te el número de los cráneos evaluables. La muestra global se limitó a 43 piezas e incluso
en este reducido número no fue posible averiguar los grados y tipos del modelado en
todas las calotas sino solo constatar su presencia o ausencia. De los siete cráneos arti-
ficialmente modificados, se determinó una modificación del tipo tabular erecto en tres,
que había sido logrado mediante la compresión dentro de una cuna especial. Las cunas,
o “aparatos corporales”, exigían la fijación del cuerpo del infante y resultaban en una
configuración ancha y elevada de la cabeza. Recordamos que este dispositivo se siguió
empleando entre los mayas durante el Posclásico y hasta después de la conquista (Tiesler
1998, 1999, 2012). Fray Diego de Landa, en su obra Relación de las cosas de Yucatán, la
menciona cuando afirma sobre las costumbres mayas del siglo XVI:

a los cuatro o cinco días de nacida la criaturita ponían la tendidita en un lecho pequeño, hecho
de varillas, y allí, boca abajo, le ponían entre dos tablillas la cabeza: la una en el colodrillo y
la otra en la frente entre las cuales se la apretaban tan reciamente y la tenían allí padeciendo
hasta que acabados algunos días les quedaba la cabeza llana y enmoldada, como la usaban
todos ellos (Landa 1982:54).

Información adicional la proveen los indicadores étnicos dentales, con los que
cuentan 32 de los 43 entierros evaluados. Estos identifican los individuos con modela-
ción como “indígenas” o “mestizos”. Tal como espereríamos. Muy distinta es la distri-
bución poblacional en el grupo de las osamentas no deformadas, con tres designados
“europeos”, ocho “africanos” y once “indígenas” o “mestizos”. Agregamos que los
individuos en esta última categoría eran tanto locales como foráneos, mientras que to-
dos los individuos con cabeza modelada aparecen como locales (véase Price et al. 2005
y Price y Burton en este volumen).
Las discrepancias entre ambos grupos, tanto en términos de la atribución étni-
ca y procedencia geográfica, vienen a identificar la deformación de la cabeza con una

169
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

costumbre autóctona mesoamericana. Según nuestros resultados, esta seguía practicán-


dose entre los mayas de Campeche y la región durante el tiempo del funcionamiento
del camposanto, es decir durante el siglo XVI y posiblemente todavía durante el XVII.
Su permanencia sorprende si tomamos en consideración el rechazo y repudio que cau-
só entre los colonizadores españoles, quienes juzgaban como actos idólatras cualquier
modificación de la anatomía natural humana concedida por Dios (véase por ejemplo
D’Olwer 1963).
Hay indicios para afirmar que la popularidad de la costumbre ya estaba en decli-
ve, aunque el reducido número de casos permite, cuando mucho, señalar tendencias. En
el grupo identificado como indígena/mestizo, son únicamente tres de once individuos
(27.3%) que muestran vestigios de modelado cefálico. Esta relación queda muy por de-
bajo de la proporción de deformados que todavía se observaba en la región durante el
periodo Postclásico, cuando un 90% de los bebés se sometía a esta práctica.

Las decoraciones dentales


Similar al modelado cefálico, la decoración dental cuenta como importante expre-
sión cultural de diferentes épocas y zonas culturales que conocían la coloración, el teñido,
la cauterización, la modificación posicional de los órganos dentales, la fractura intencional,
la extracción, la perforación y el limado de los mismos (Alt et al. 1999; Dembo e Imbelloni
1938; Feest y Janata 1989). Existen evidencias de modificiación dental en partes de Centro
y Sudamérica, así como en Filipinas, en el Archipiélago Malayo y en África, donde se
conocen o conocían la ablación (extracción dental), el limado y la fractura conseguida
con cinceles. En el área maya, como en el resto de Mesoamérica, los procedimientos
registrados son tres: el limado, la incisión (o gravado) y la incrustación (Tiesler 2000). El
limado implicaba un proceso de desgaste selectivo de los tejidos dentales con la finalidad
de lograr un contorno deseado de la dentición frontal. En la modalidad de “gravado”, el
desgaste adquiría la forma de surcos que incidían sobre la superficie labial. En tercer lugar,
la incrustación constituía un procedimiento relativamente complejo que requería —aparte
de la perforación parcial de la pieza dental— un ajuste preciso de la piedra a incrustar y su
fijación con pegamentos especiales. La conquista y los nuevos cánones estéticos llevaron
a la desaparición de esta práctica entre los indígenas, si bien sabemos que con los grupos
africanos que llegaron al nuevo continente se introdujeron nuevas formas de decoración
dental. Para mayor información, referimos a Dembo e Imbelloni (1938), Paúl y Fragoso
(1938), Ortner (1966), Stewart y Groome (1968), Handler et al. (1982), Crespo (1992) y
Rivero de la Calle (1974).

170
Identidad, enajenación e integración...

Para documentar posibles alteraciones en el cementerio de Campeche, fueron


revisadas sistemáticamente las denticiones de la serie. En la clasificación de las decora-
ciones utilizamos la tipología establecida por Romero (1958, 1984, 1986) y las especi-
ficaciones referidas en Handler y colegas (1982), Dembo e Imbelloni (1938) y Walker
y Hewlett (2001). Algunas piezas fueron sometidas además al análisis con microscopía
electrónica de barrido. A partir de las características formales de la reducción dental se
intentó reconstruir la secuencia de cada intervención y, con ella, los procedimientos y
dispositivos con que fueron logradas las decoraciones.
Entre las 54 denticiones evaluables en cuanto a reducciones artificiales, cuentan
cuatro que sí las muestran. A estas se suman dos incisivos que fueron recuperados de
contextos secundarios y de remoción, no-
tablemente aquellos asociados al Entierro
71.1 Se trata de un limado en los dos inci-
sivos centrales superiores de un individuo
adulto probablemente indígena, conside-
rando la fuerte expresión de “diente pala”
que exhiben ambos incisivos. La modifica-
ción corresponde al tipo “A3” y “A5” de la
clasificación de Romero y consiste en tres
y cuatro surcos, respectivamente, sobre su
borde incisal. Mientras que el primer tipo
se observa con frecuencia en denticiones
mayas prehispánicas, el segundo aún no ha
sido descrito para esta región (Tiesler 2000;
Figura 7.1).

Figura 7.1. Incisivo central con surcos sobre la


superficie incisal (Entierro 71 asociado)

1 Reconocimos además una serie de dientes sueltos, hallados en contextos de remoción o de pozo que
muestran ser culturalmente modificados. Destaca particularmente el número elevado de piezas limadas (11)
extraídas de dos pozos (1 y 2) que habían sido excavados dentro del área de la capilla. Las piezas muestran
limados en una o ambas esquinas, tanto en caninos e incisivos “pala” y no “pala”. Desafortunadamente
no es posible, por las características contextuales, asignarlas a individuos concretos o siquiera reconocer
patrones culturales específicos, razón por la que aquí no incluimos estos casos.

171
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

Los cuatro especímenes restantes corresponden a los Entierros 19, 41, 102 y 124.
La filiación poblacional de todos los que las ostentan fue asignada como “africana” por
su expresión de los rasgos no métricos dentales (Cucina, véase anexos de este volumen).
El individuo adulto masculino que identifica el Entierro 19 muestra reducciones en los
bordes oclusales de incisivos superiores e inferiores en forma de “B” (Figura 7.2; véase
también la reconstrucción hipotética de la Figura 7.3, mostrando el aspecto en vivo).
Para obtener un patrón de sierra, los cuatro pares de incisivos centrales y laterales fue-
ron modelados simétricamente, un procedimiento que resultó en dos picos compuestos
superiores y dos inferiores. La segunda decoración (Entierro 41) fue realizada en un
adulto de sexo probablemente masculino. Afecta en este caso solo a los incisivos centra-
les del maxilar (Figura 7.2). Cada corona fue modificada en la forma “B3” (reducción de
gran parte de la cara lateral), dando como resultado un diastema mesial. El adulto fe-
menino del Entierro 102 (Figura 7.2) muestra un patrón visual inverso al que presenta
la modificación del Entierro 19, ya que los incisivos superiores centrales muestran

Figura 7.2. Representación de modificaciones Figura 7.3. Representación hipotética


en cuatro denticiones (dibujo: V. Tiesler) de dentición alterada culturalmente,
Entierro 19 (dibujo: M. Sánchez)

172
Identidad, enajenación e integración...

reducciones diagonales en el ángulo distal, resultando en un pico medial compuesto.


A falta de los incisivos laterales no podemos inferir sobre la visual general. Igual que
en el segundo caso, los incisivos inferiores no fueron modificados culturalmente. El
cuarto caso (Entierro 124; Figura 7.2) corresponde probablemente a una mujer adul-
ta. Ostenta una reducción oblicua de la corona desde distal, observable tanto en los
incisivos superiores centrales como los laterales. Nuevamente, la dentadura mandibular
no fue modificada.
Aun por la diversidad en el aspecto de las cuatro denticiones, se pueden constatar
algunos patrones comunes. La intervención, efectuada en adultos de uno y otro sexo,
resultó en una reducción simétrica de la dentición frontal. Aparentemente solo implicó
los incisivos, sin dejar huella en caninos o premolares. Consiste, en el primer caso, en
el modelado de dientes adyacentes para formar un pico por pares de piezas. Otros dos
muestran solamente una reducción de los ángulos distales y en el cuarto ejemplar, la
modificación dejó un diastema mesial entre los dos incisivos superiores centrales.
El procedimiento dejó expuesta la dentina, estimulando la formación de dentina
reparativa adyacente al ángulo impactado y la reducción postraumática del canal pulpar
del lado correspondiente. Los bordes artificialmente producidos se presentan rectos o
ligeramente convexos en los incisivos laterales. Las superficies oclusales muestran una
superficie picada o desgarrada en algunos incisivos, en otros se aprecia lisa. En conjun-
to, los resultados de las intervenciones dentales distan notablemente del aspecto que
dejaron los limados e incrustaciones practicados entre los mayas en época prehispánica.
Por esta misma razón resulta difícil asignar una tipología según la tabla clasificatoria de
Javier Romero que el investigador había ideado originalmente para describir las modali-
dades mesoamericanas.

Análisis SEM. Tras su inspección ocular, decidimos someter una serie representativa de
piezas modificadas a la microscopía electrónica de barrido (SEM) en condiciones de
bajo vacío, eso con el fin de averiguar o tratar de inferir sobre las posibles técnicas y
herramientas con que se habían conseguido dichas reducciones artificiales. En nuestra
experiencia, para que el esmalte de los dientes de gran dureza superficial pueda sufrir
desgastes, debió requerir de una gran paciencia y tiempo para provocar algunas alte-
raciones (Tiesler 2000; Ramírez et al. 2003). Esto nos lleva a asumir que, además de
utilizar herramientas para la abrasión, los practicantes se apoyaban con sustancias de
enfriamiento con partículas microscópicas que causaban erosión y desgaste durante
la fricción. Esto disminuiría el calentamiento de la pieza dental durante el proceso y

173
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

resultaría menos doloroso para la persona. Así las huellas superficiales provocadas en
las piezas dentales no tendrían dimensiones visibles al ojo, lo cual requiere de técnicas
de alta resolución para encontrar evidencias. También estamos conscientes de que, si
la decoración dental se hacia a temprana edad, parte de estas huellas provocadas inten-
cionalmente, se verían disminuidas por la utilización de los dientes durante los años
siguientes de su vida. Otro aspecto que hay que considerar y separar son las huellas
provocadas por la caries que pueden ser confundidas fácilmente con estas alteraciones
intencionales. Con estas observaciones en mente, presentaremos a continuación algunas
evidencias, basadas en imágenes SEM.
Los análisis SEM fueron realizados en un equipo SEM PHILIPS XL-30 que per-
mite analizar muestras en las modalidades de alto vacío (10-5 Torr) y bajo vacío (0.1
Torr). Esta segunda modalidad, de reciente implementación en la nueva tecnología
de microscopios, permite analizar muestras biológicas y muestras de alta resistividad
eléctrica. El bajo vacío es controlado utilizando vapor de agua que se inyecta a la
cámara de vacío donde se ubican las muestras a analizar. Para los análisis de este tra-
bajo se utilizaron, en todos los casos, voltajes de emisión de 10 kV. Inicialmente, las
muestras fueron analizadas en las condiciones en que fueron recogidas del campo. Se
obtuvieron micrografías del área superficial superior donde el esmalte se ha eliminado
y acerca del espesor del esmalte, sobre los cuales se observaron capas de tierra pro-
veniente de las circunstancias del enterramiento que impedían ver el estado de la su-
perficie. En estas condiciones, las imágenes SEM obtenidas no fueron de gran interés
porque la cantidad de tierra cubría los detalles superficiales de las muestras. Con el fin
de conseguir mayor información de las superficies de los incisivos, se procedió a lim-
piar las muestras con alcohol isopropílico con ayuda de un baño ultrasónico durante 5
minutos. Con este tratamiento se eliminó por completo la capa de tierra que cubría la
superficie, dejando al descubierto una superficie más clara y la apertura de los poros,
sin que las muestras sufrieran alteraciones o daños. En estas nuevas condiciones de
limpieza, se procedió a realizar nuevos análisis.
Ahora bien, el análisis de la pieza dentaria con limado, asociado al Entierro 71,
que habíamos identificado como adulto de filiación indígena, indicó que los desgastes
se circunscribieron al entorno incisal. El análisis SEM de las superficies con desgaste
arrojó imágenes con estrías en dirección anteroposterior (Figura 7.4a). Las estrías pre-
sentan un patrón homogéneo y un grosor de aproximadamente una micra (Figura 7.4b),
sugiriendo definitivamente la intervención de un instrumento de tipo metálico como
responsable de la agresión.

174
Identidad, enajenación e integración...

Figura 7.4. a) Borde de limado con estriado en sentido anteroposterior

7.4.b) Acercamiento a estriado que evidencia surcos paralelos bien establecidos

175
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

La Figura 7.5 representa uno de los dientes después de la limpieza, donde pueden
observarse con claridad los espesores del esmalte y la dentina subyacente. La imagen
SEM muestra la parte superior del incisivo (Entierro 41) donde se aprecia una zona de
esmalte que fue arrancada. Se descarta un efecto de desgaste natural o provocado en
virtud de la superficie rugosa percibida en el espesor del esmalte. Esta rotura puede es-
tar asociada con un fuerte golpe recibido que ocasionó la eliminación de un gran sector
del esmalte. Por la poca magnificación de la imagen, se deduce la amplitud de la zona
afectada por el evento.

Figura 7.5. Arranque de esmalte en la superficie superior del incisivo (Entierro 41)

La Figura 7.6a se refiere a otro diente incisivo del Entierro 102. Aquí se detecta
que únicamente una sección menor de la superficie del esmalte fue separada. La pen-
diente de casi 90 grados entre la parte superior e inferior del esmalte, localizada en la
parte superior de la imagen SEM, nos muestra, sin duda, que la superficie fue desprendi-
da por arranque. La Figura 7.6b ilustra un segundo aspecto de la dentina con otro trozo
eliminado. Ningún indicio de huellas de pulido fue identificado a mayor magnificación
en esta superficie. Por otro lado, la forma detallada e irregular de los contornos del ma-
terial eliminado, aseguran que el material fue expulsado en una sola etapa.

176
Identidad, enajenación e integración...

Figura 7.6. a) Superficie de la dentina donde se observa el arranque del material

7.6. b) Otra zona del mismo incisivo que muestra otro arranque del esmalte

177
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

En la Figura 7.7a se advierten claras evidencias de un tratamiento de pulido o


tallado que muestra huellas de fricción sobre la dentina en diferentes direcciones sobre
la superficie de la muestra E-124. Al medir las distancias entre las marcas de las huellas
en imágenes con mayor magnificación (Figura 7.7b), nos arrojan valores promedios
de 5 micrómetros. Para generar esta distancia entre las huellas se requirió de una herra-
mienta muy fina en su superficie, lo cual resultaría si una serie de micropartículas fueran
frotadas sobre la superficie en combinación con una solución que las contenga.

Figura 7.7. a)
Superficie de
la dentina que
muestra huellas
claras de haber sido
pulida

7.7. b) Detalle
con mayor
magnificación de la
Figura A)

178
Identidad, enajenación e integración...

Estas evidencias pueden verse más claramente en incisivos bien preservados.


Existen muestras que al realizar el levantamiento de los entierros, los restos óseos pre-
sentan grandes deterioros, por el lugar y las condiciones en que fueron enterrados. A
pesar de ello, algunos incisivos han expuesto una combinación de las huellas de raya-
do y el deterioro por el paso del tiempo. Tal es el caso de la Figura 7.8 (muestra E-24),
obtenida de otra zona de la dentina donde se observan las huellas combinadas que se
han mencionado. Aquí, la superficie se advierte con un grado de rugosidad, representa-
tivo de una erosión causada tanto por el tiempo como por las condiciones ambientales
a que estaba expuesta la muestra, pero conserva todavía las huellas de frotado que se le
realizaron a la superficie.

Figura 7.8. Huellas combinadas de pulido o tallado y la erosión por el tiempo


en la dentina de un incisivo

Herramientas, modalidades y papel social. Hemos intentado hasta ahora constatar presencia
y técnicas de decoración dental en la serie esquelética de Campeche. Si bien pudimos
determinarla tan solo en cinco denticiones (además de dientes sueltos que se habían
rescatado de los dos pozos efectuados directamente debajo de la capilla), la informa-
ción que nos brindan es vasta. En el primer caso analizado, asociado al Entierro 71,

179
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

describimos un limado que resultó en cuatro surcos anteroposteriores sobre la super-


ficie incisal. Hemos argumentado, por las características dentales, que probablemente
se trata de un adulto de filiación amerindia que se había sometido a esta modificación.
Es el único de la serie indígena bajo estudio, lo cual da fe de la pronta pérdida de esta
costumbre mesoamericana que anteriormente se practicaba todavía en el área por un 20
a 50% de la población maya adulta (Tiesler 2000). Llama la atención también que, según
nuestros resultados obtenidos por SEM, parece que era una herramienta metálica y no
un implemento lítico la que consiguió la reducción, lo cual implica una innovación con
respecto a los implementos prehispánicos.
En cambio, en el caso de las cuatro denticiones africanas es difícil, a partir de las
observaciones microscópicas realizadas en diferentes muestras, determinar con preci-
sión el tipo de herramienta que pudo causar las huellas superficiales. También es com-
plicado asegurar el tipo de material o geometría de la herramienta para realizarlo. Lo que
sí podemos afirmar es que las zonas de esmalte que se observan arrancadas, tuvieron
que haberse originado con un fuerte y rápido golpe sobre el mismo con algún tipo de
objeto. Por lo pronto, las herramientas utilizadas para reducir la forma del diente se
manifiestan en el tipo de las huellas individuales encontradas y confirman que en la po-
blación africana se había empleado una especie de cincel para retirar grandes secciones
de los dientes. La distribución de las muescas sobre toda la superficie impactada en el
Entierro 19 (véase la Figura 7.9) además hace pensar en que, en este caso, la reducción
fue terminada a través de una serie de golpes dirigidos.

Figura 7.9. Muescas


de cincelado
en incisivo
central izquierdo,
Entierro 19
(foto: V. Tiesler)

180
Identidad, enajenación e integración...

Una variante interesante del procedimiento del cincelado se presenta en la denta-


dura del Entierro 41, gracias a que los bordes reducidos no fueron desgastados después
de la práctica. Aquí, la porción apical de ambas coronas maxilares modificadas muestra
valles accidentados de desgarre, mismos que hacia inferior se transforman gradualmen-
te en una línea recta regular sin muescas. Tal parece que la reducción no fue lograda en
este caso mediante un cincelado gradual sino que es el producto de un solo impacto.
También el contorno cóncavo de las dos lesiones acreditaría esta interpretación.
Menos evidente son las marcas de impacto en las superficies reducidas de los
Entierros 41, 102 y 124. Aunque presentes en las partes apicales de cada lesión, no
aparecen tan claramente en las superficies cercanas a la cúspide. Tras la evaluación con
SEM, atribuimos este hecho al desgaste con que los practicantes alisaron las superficies
golpeadas, a manera de acabado final, combinado en algunos casos con el desgaste fi-
siológico.
Como procedimiento, el proceso de percusión indirecta de precisión, guiada me-
diante cinceles, ha sido descrito por varios autores para el Continente Africano tanto
como en relación con grupos africanos introducidos en el Nuevo Mundo como escla-
vos (véase Dembo e Imbelloni 1938; Handler et al. 1982; Milner y Larsen 1991; Paúl
y Fragoso 1938; Stewart y Groome 1968; Rivero de la Calle 1974). Rivero de la Calle
(1974), en particular, describe un patrón de pequeñas cavidades irregulares que son si-
milares a las observadas en el presente estudio en cinco especímenes recuperados de un
cementerio en Taory, en Cuba. El investigador argumenta que este patrón debe haberse
originado en un procedimiento de lasqueo de precisión del borde oclusal, empleando
pequeños cinceles, un procedimiento cuyos resultados también se observaron en Cuba
durante la primera mitad del siglo pasado.
Por ser una costumbre que denotaba identidad e integración, se impone la pre-
gunta sobre la posible relación entre la forma de modificar los dientes y la pertenencia
étnica de sus portadores oriundos de África. Para aquellos difuntos africanos sepulta-
dos en el camposanto de Campeche, hemos constatado diferentes herramientas y pro-
cedimientos que llevaron a resultados visuales bastante variados. A sabiendas que los
individuos portadores de las decoraciones no habían nacido en Campeche, pensamos
que deben manifestar directamente las costumbres de sus lugares de origen y con ello
denotar sus pertenencias culturales y étnicas. Por lo pronto parece que las diferentes
decoraciones identifican distintos orígenes étnicos en el grupo de los individuos por-
tadores, lo cual queda confirmado cuando examinamos la geografía de procedencia
que el equipo de Douglas Price marca para cada uno de ellos (véase el capítulo 9 de

181
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

esta obra). Más allá de esta conjetura, todavía no es posible rastrear etnias o lugares
de origen a partir de los patrones dentales que documentamos. Esto, debido a que las
referencias sobre la costumbre en el continente africano son muy aislados, en particular
para la época colonial temprana. Hasta no contar con información cobertora sobre su
representación geográfica y cultural coetánea en África, quedarán ocultos, por tanto, sus
patrones de distribución y significado cultural (véase también Dembo e Imbelloni 1938;
Handler et al. 1982; Stewart y Groome 1968).
Otra pregunta que ha ocupado la comunidad académica (véase Handler et al.
1982; Milner y Larsen 1991; Rivero de la Calle 1974) es sobre si y donde las decora-
ciones portadas por los africanos también habían sido infligidas en el lugar de origen
o si se seguían practicando en el nuevo continente. En los casos que nos ocupan, al
menos parece que las decoraciones fueron importadas, como constatan los lugares de
procedencia foránea de los individuos que la portaban (Price et al. 2005; véase también
el capítulo 9 en este volumen). En cambio, ningunos de los africanos designados como
“locales” portaba dientes artificialmente reducidos, observación que hace pensar en la
pronta desaparición de las tradiciones autóctonas africanas.

Denticiones como herramientas de trabajo


Complementamos nuestras indagaciones sobre las prácticas bioculturales en el
camposanto colonial con algunas observaciones sobre desgastes dentales que —según
proponemos— fueron la secuela no deliberada de alguna actividad habitual más que
de una modificación corporal, propiamente dicho. Tras la revisión de la serie dental de
Campeche era evidente que los cánones alimenticios de la población distaban de aque-
llos observados en series peninsulares prehispánicas (véase también el capítulo 6 en esta
obra). De igual forma, el uso de los dientes en la masticación y su papel en ocupaciones
extramasticatorias debe haber sido diferente al considerar el grado y la distribución de
desgastes y fracturas que advertimos. Referiremos a continuación algunas de las marcas
mas notables en las denticiones de los campechanos enterrados en el Parque Central.

Desgaste lingual de la dentición maxilar. El desgaste desproporcional en la cara lingual de


los incisivos superiores (LSAMAT) se ha asociado en la literatura antropológica con la
fricción ocasionada por la masticación de la caña de azúcar o la yuca, y en general por el
procesamiento de sustancias fibrosas (Capasso et al. 1999; Irish y Turner 1987; Larsen
1997; Milner y Larsen 1991). Los desgastes generados así se perciben en mayor grado
en los incisivos y los caninos superiores y en menor grado también en los inferiores. En

182
Identidad, enajenación e integración...

la serie dental que nos ocupa fueron 24 individuos (41%) los que muestran trazos de
una abrasión lingual en desproporción con el grado de desgaste general (N=58). En tres
individuos, había llegado a eliminar por completo el esmalte, dejando expuesto un plano
ligeramente cóncavo de dentina (Figura 7.10). Interesa saber que eran individuos mayas
y africanos los mayormente afectados por estas reducciones, lo cual invita a reflexionar
tanto sobre los cánones alimenticios como los hábitos de preparación de los alimentos
que hayan resultado en citadas alteraciones y sus implicaciones sociales.

Figura 7.10.
Desgaste oblicuo
en incisivo central
superior, vista
lingual, contexto de
remoción (foto: V.
Tiesler)

Surcos entre dientes. El segundo atributo a describir testimonia el uso de medidas de


higiene oral, terapéuticas y paliativas entre los habitantes coloniales de la villa, en con-
creto el empleo de palillos dentales. Introducidos de modo habitual entre los dientes,
estos dejan defectos en forma de surcos, un fenómeno que se observa con frecuencia
en las denticiones de grupos pretéritos y también actuales (véase por ejemplo Alt y
Kockapan 1993). Entre las canaladuras observadas en esta serie destaca un molar aisla-
do proveniente de un contexto de remoción de la Cala 21 (cuadro D). Sobre la superficie
cervical de la pieza dental corre un surco horizontal que va en dirección buco-lingual
y aparece inmediatamente debajo de una extensa cavidad dental producida por caries

183
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

(Figura 7.11). Aún se observan las estrías a lo largo de la superficie de la canaladura que
incide sobre el cemento dental, apareciendo como producto de la acción repetitiva y
continua de abrasión de la arcada dental con palillos o fibras vegetales. Pensamos que en
este caso, la medida habrá sido impulsada, más que por la prevención, por la irritación
crónica que el nervio del molar ahuecado haya causado. A su vez, la repetida introduc-
ción de un palillo entre los dientes conllevó seguramente al desarrollo de un proceso
crónico inflamatorio e infeccioso de las encías en la persona que la practicaba.

Figura 7.11. Surco


debajo de cavidad
cariogénica en molar
mandibular, Entierro
92 (foto: A. Cucina)

Objetos en contacto con dientes. El último rasgo a referir corresponde a un desgaste ci-
runscrito a dos dientes aledaños que se detectó en varios de los individuos adultos del
cementerio. Como ejemplo describimos la arcada dental derecha de un adulto de edad
media identificado como Entierro 52 (Figura 7.12). Fue determinado como masculi-
no, de filiación poblacional africana y de origen local. La dentición de este individuo
muestra un desgaste antero-posterior que interrumpe el contorno del canino y primer

184
Identidad, enajenación e integración...

Figura 7.12. Desgaste convexo entre


canino y premolar mandibular
derecho, Entierro 52
(foto: A. Cucina)

premolar mandibular derecho, creando una superficie contigua pulida y de forma cón-
cava entre ambos dientes. La abrasión se hace más notable debido a que el resto de la
dentición está cubierto por una capa de sarro, exceptuando justamente las superficies
reducidas mecánicamente. Las piezas contra-laterales muestran el mismo fenómeno,
aunque menos pronunciado que en el lado derecho. Las características particulares, lo-
cales y circunscritas indican que las muescas eran productos de una fricción mecánica
repetitiva en sentido antero-posterior, quizá por la sujeción habitual de artefactos con
los dientes (como podría ser una pipa, clavos o herramientas). La afectación conjunta
de las piezas mandibulares y maxilares nos hacen pensar además en que el objeto/los
objetos se sujetaba entre las dos arcadas (Capasso et al. 1999:156-157; Milner y Larsen
1991; Ubelaker 1989). Interesa saber que Khudabux (1999:310-311) encuentra facetas
similares a las aquí documentadas en una serie colonial de esclavos masculinos y femeni-
nos, excavada en la plantación de Waterloo, en Suriname. Igualmente Handler y sus co-
legas (Corruccini et al. 1982; Handler 1979; ) identifican las facetas en una población de

185
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

esclavos africanos en Barbados. Los autores argumentan que se trata de las marcas de-
jadas por pipas de barro. Las marcas aparecieron en 25 de 60 denticiones evaluables de
Barbados y en todas las 17 denticiones de Suriname; confirman con ello, lo popular que
era fumar pipas de tabaco entre los esclavos de plantaciones. Estas eran confeccionadas
de barro en la isla o se importaban de Europa. Pipas de barro enteras o fragmentadas
hicieron su aparición también en una sepultura excavada en la Plantación de Waterloo
(Khudabux 1999:311) y en una proporción elevada de las sepulturas en el cementerio de
la Plantación de Newton, lo que viene a reforzar que los patrones de desgaste originaron
en el uso habitual de pipas de barro (Handler 1979:251).

Conclusión
Tras la conquista española, y al imponerse los patrones culturales europeos, las
milenarias prácticas de la decoración dental y de la deformación del cráneo entre los
grupos mayas comenzaron a desaparecer. Al igual que tantas otras tradiciones que for-
maban parte de su repertorio cultural, cayeron en el olvido o sufrieron transformaciones
al ser reemplazados paulatinamente por los patrones culturales importados de Europa,
tal como testimonian las evidencias sobre decoraciones y modelados cefálicos y que aca-
bamos de documentar en la serie colonial de Campeche. Nos preguntamos, por tanto,
qué impacto habrán tenido y qué respuesta causaron estas vistosas señas de identidad y
cohesión autóctona en la recién formada trama social. ¿Qué motivos o qué condiciones
sociales habrán llevado al abandono de las prácticas? ¿Qué transformaciones sufrieron
ambas costumbres durante el proceso de hispanización que se dio en Campeche al igual
que en las otras ciudades peninsulares recién formadas? ¿Acaso se dieron de la misma
forma en las comunidades rurales?
Pensamos que la clave para evaluar el impacto colonial de estas y otras prácticas
bioculturales mayas está en su resultado altamente visible, lo que las distingue de otras
tradiciones menos obvias y por tanto menos sujetas a las presiones ejercidas por los
sectores sociales dominantes, los que estaban interesados en promover la asimilación
cultural de los sectores no hispanos. La convivencia maya urbana en el siglo XVI, en
las periferias de la Villa de Campeche y pronto también dentro de los barrios destina-
dos a la población “india”, necesariamente implicaba una imposición cercana y directa
mediante el castigo, o al menos la reprobación de sus referentes culturales autóctonos.
Especialmente los emblemas visuales, que representan las decoraciones dentales y artifi-
cios cefálicos, antes señas de pertenencia e inclusión cultural, pronto estarían destinados
a sufrir una transformación radical en los ojos de los que los portaban para denotar

186
Identidad, enajenación e integración...

ahora exclusión y otrariedad en el nuevo tejido multiracial y cultural de la villa. Otro


aspectos que seguramente tuvieron un papel en el abandono de las prácticas pueden
encontrarse en el mismo mestizaje y en procesos sociales más amplios. Para los mayas,
este proceso estaba marcado por la catástrofe no solo demográfica sino cultural que
significó la conquista, el sentido de quiebra y de fracaso que manchaba su autoestima y
autodefinición, al tiempo que las presiones ibéricas persuadían su aculturación y asimi-
lación del nuevo orden (véase Chuchiak 2006).
Revisando los registros arqueológicos encontramos solamente evidencias aisla-
das de relevancia para evaluar la supervivencia colonial de las prácticas que nos ocupan
(Tiesler y Zabala 2011). Un registro funerario céntrico urbano más análogo al caso del
Parque Central de Campeche lo representa el atrio colonial de la catedral de Mérida que
fue excavado por un equipo del Inah poco antes que el Parque Central de Campeche
(Tiesler et al. 2003). La veintena de entierros del subsuelo del atrio no evidenciaba señas
de ninguna de las dos prácticas pese a la ascendencia indígena que mostraba la gran
mayoría de los esqueletos estudiados (Tiesler et al. 2003).
Estos resultados (aunque de reducido potencial generalizador a falta de infor-
mación cronológica más precisa y un número de muestra suficiente) contrastan con
la información recabada por otros autores, como muestran los estudios de Cozumel y
Tankah, en Quintana Roo, y de Tipu, en Belice, al documentar la pervivencia de lima-
dos y modelados cefálicos en poblaciones mayas coloniales más rurales del siglo XVI
(Saul 1979, 1980; Havill 1997). En nuestros propios estudios (Tiesler y Zabala 2011) la
documentamos todavía en un niño que había sido sepultado en una urna de cofección
colonial, en el sitio rural de Sihó, Yucatán, y en 6 de 10 cráneos igualmente coloniales,
recuperados del atrio de la iglesia del Barrio de San Francisco en Campeche. Habrá que
ampliar el marco de estos estudios para poder profundizar sobre las tendencias aquí
asentadas, en particular la comparación entre poblaciones mayas rurales y urbanizadas.
Al tiempo que nuestros resultados testimonian el paulatino abandono de las mo-
dificaciones corporales autóctonos mayas primero en las ciudades europeas y luego
también en el campo indígena, documentan otras decoraciones dentales que antes eran
desconocidas en el nuevo continente. Estas nuevas modalidades fueron llevadas por los
africanos que arribaron a las costas de Campeche durante los siglos de la Colonia, de
forma similar a otras partes del Golfo de México, el Caribe y de Sudamérica, donde se
refieren en las fuentes y se confirman por las evidencias dentales que se tienen de las
series esqueléticas. Nuestros hallazgos de Campeche conducen a una serie de nuevas
interrogantes de índole clasificatoria y relativas a la decoración dental y la situación

187
Vera Tiesler / Iván Oliva Arias

histórico-social que la definió en su tiempo. A la vez, remiten a cuestiones más amplias


de procedencia e identidad original, y otras más manifiestan la enajenación y asimilación
social de las diferentes etnias africanas en Campeche y en el Nuevo Mundo en general.
Al menos en nuestro caso, la presencia de los artificios dentales africanos no apunta
a que las tradiciones importadas siguieran siendo practicadas por las generaciones de
afrodescendientes. Al contrario, parecen haber compartido el destino de las prácticas
bioculturales indígenas que pronto fueron abandonadas al considerar la eliminación
de sus expresiones visibles en el registro esquelético, quizá muestra de subordinación,
quizá de asimilación, o al menos sustitución, sin que podamos conocer los mecanismos
sociales precisos que llevaron a su ocaso.
Un origen distinto tienen las marcas que no son el producto deliberado de prácti-
cas culturales autóctonas o introducidas. Las hallamos fortuitamente en la serie colonial
campechana durante el análisis dental. Tal como señalamos, hay alteraciones que testi-
monian tratamientos terapéuticos orales, mientras que otras podrían atestiguar desgas-
tes por masticación de alimentos fibrosos. En tercer lugar hemos referido las marcas
dejadas por artefactos, similares a otros patrones de desgaste que se han reportados en
series esqueléticas de esclavos africanos en el Nuevo Mundo que fueron identificados
con el consumo de tabaco.
Al respecto será importante ahora comparar nuestra información sistemática-
mente con aquella generada en otras colecciones de osamentas relevantes del nuevo
continente y quizá del africano, a fin de poder profundizar y generalizar sobre las inter-
pretaciones culturales e ideas aquí formuladas sobre identidades, asimilación, enajena-
ción y subordinación, y para conocer más sobre las vidas cotidianas de aquellos grupos
que forjaron las sociedades coloniales del Nuevo Mundo que típicamente están subre-
presentados en los registros históricos, como son los indígenas y afrodescendientes.

188
Identidad, enajenación e integración...

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194
Capítulo 8

LA PRESENCIA AFRICANA EN YUCATÁN.


SIGLOS XVI Y XVII

Pilar Zabala Aguirre

Introducción

El hallazgo de restos óseos de posible ascendencia africana en el cementerio


colonial de Campeche nos llevó a preguntarnos sobre el porqué de su presencia en un
lugar que, en principio, parecía destinado a la población española. Más atrás se han for-
mulado las diversas circunstancias que llevaron a conformar un cementerio multiétnico
en las primeras décadas del periodo colonial1.
Por tanto, en principio, no existía ninguna prohibición para que dentro del mis-
mo recinto mortuorio se hubiese inhumado población étnica tan diversa. No obstante,
la aparición de restos óseos señalados como de ascendencia africana vino a hacer más
compleja esa interpretación de la multietnicidad poblacional mortuoria. Surgieron varias
preguntas al respecto, ¿cómo llegó esa población africana a la villa?, ¿cuál fue su función
económica y su inserción social? Otra pregunta clave que nos hicimos fue ¿cómo era
posible que un grupo étnico como el africano que, en principio, llegaba como población
esclava, pudo recibir el mismo tratamiento, al menos a la hora de la muerte, que el resto
de la población? En la mentalidad colonial, el esclavo africano no era considerado como
una persona propiamente dicha, se le veía como un estadio intermedio, más como una
“cosa” que como una persona, denominándose en ocasiones como “bulto parlante” o
“pieza de indias”. Sin embargo, la población africana se insertaba en la sociedad colo-
nial, no solo como esclava, sino también como grupo étnico. Sobre todo si habían ob-
tenido la libertad, pasaban a considerarse como un elemento social más que pagaba sus
tributos a la Corona, aunque siempre se le considerase como el estrato más bajo de la

1 Vid., capítulo 4 en esta misma obra.

195
Pilar Zabala Aguirre

sociedad por llevar sobre sí el estigma de la esclavitud. Todo ello, además, se contrapone
al tratamiento dado a la población africana en otros lugares y su inserción en la sociedad,
realidad muy diferente a lo acontecido en otros países coloniales, como el anglosajón e
incluso en algunas zonas caribeñas.

La llegada de la población africana a las Indias


La presencia de población africana en las Indias se remonta a la llegada de los
primeros conquistadores quienes traían consigo esclavos africanos como criados para
servirlos y acompañarlos en las expediciones (Mallafé 1973:19)2. A partir de entonces,
el flujo de población africana hacia las Indias no se detendrá, sino que se irá incremen-
tando a lo largo del siglo XVI y continuando en los siguientes. Durante toda la época
colonial será la Corona española la que ostente el monopolio del tráfico de esclavos
hacia las Indias, de forma que no se podía transportar ningún africano a estas tierras sin
el consentimiento expreso de los monarcas de turno. En principio, hasta finales del si-
glo XVI, los reyes fueron otorgando licencias para el traslado de esclavos; posteriormente
puede decirse que se organizó el tráfico a gran escala a través del sistema de asientos.
Es en las Antillas donde se encuentra el origen y la consolidación de la esclavitud
negra en las Indias3 y de allí fue extendiéndose al resto del continente. La petición de
esclavos africanos se fundamentaba en la necesidad de hacerlos trabajar en las minas y
lavaderos de oro, y se insistía en que esta mano de obra aliviaría el peso de la población
indígena (Mallafé 1973:20). Aunque también se precisaban africanos para el auxilio de
los nuevos descubrimientos territoriales. A la vez, la demanda de trabajadores esclavos
se extendió a la producción de alimentos, cuidado del ganado, transporte de cargas y,
también, claro está, para las explotaciones de las plantaciones y trapiches azucareros.
La esclavitud tiene tres características que la definen: el esclavo es propiedad de otro
hombre, su voluntad está sujeta a la autoridad del amo, y su esfuerzo de trabajo y servicios
se obtiene bajo coerción. Además, su condición es hereditaria, desciende de la madre,
y la propiedad de su persona es alienable. Desde la perspectiva de la ley al esclavo se le
niega la condición de persona, lo ubica en el casillero de las cosas, de la mercancía, cuya
peculiaridad reside en su carácter de poseedor de un habla (Aguirre Beltrán 1994:110).

2 “La primera legislación americana sobre esclavos negros es nueve años posterior a la fecha del descu-
brimiento, lo que nos muestra que negros y blancos llegaron al mismo tiempo. La legislación que nos
referimos son las Instrucciones dadas por la Corona en 1501”.
3 Algunos autores han discutido sobre la presencia de negros en época prehispánica. En este trabajo vamos
a considerar dicho origen desde el descubrimiento y conquista castellana.

196
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

Sin embargo, de manera bastante contradictoria, a un esclavo se le podía aplicar la ley y


castigar por cometer delitos y otros crímenes, lo que sugiere que, desde el punto de vista
jurídico, el esclavo era una persona y no una mera cosa.
Con los conquistadores llegaron, por tanto, los primeros esclavos africanos. Ve-
nían en calidad de criados o auxiliares del conquistador, pero al poco tiempo se solicita-
ba permiso a la Corona para importar esclavos para realizar diversos trabajos. La teoría
más extendida sobre la justificación de la trata es la necesidad de recurrir a la mano de
obra esclava africana ante el descenso demográfico de la población indígena; no obs-
tante, no hay que olvidar que el tráfico de esclavos proporcionaba grandes ingresos a
los tratantes, de modo que, en muchas ocasiones, fueron los beneficios económicos
que proporcionaba la trata el aliciente para su comercio y no solo el mero hecho de
suplantar a la mano de obra indígena. Según señala Brion Davis, “en México los negros
importados superaron en número a los inmigrantes blancos por más de un siglo y con-
tribuyeron a suministrar el contingente laboral que convirtió a la Colonia en uno de los
países más ricos del mundo” (Brion Davis 1996:124).
Por tanto, se puede deducir que las premisas básicas para la llegada masiva de es-
clavos africanos fueron los beneficios económicos que se pudieron originar a través del
tráfico y la compra-venta de africanos y la explotación de mano de obra bajo el pretexto
de suplantar a los indígenas en diversas tareas, bien por la desaparición de la población
nativa, bien aduciendo su poca fortaleza física hacia los trabajos más pesados.
A todo ello habría que añadir también otros factores que incidieron en el desa-
rrollo de esta esclavitud, por ejemplo, la visión o percepción del esclavo como “pro-
ducto de ostentación” al servicio de las casas señoriales, para servir simplemente de
acompañantes o porteros de las mismas, o como simples criados domésticos. En defi-
nitiva, cualquier individuo que tuviera medios económicos para costearse algún escla-
vo podía utilizarlo en diversas tareas, ya que los africanos, tanto libres como esclavos,
fueron destinados a trabajos de todo tipo; además de los mencionados, se emplearon
como artesanos, jornaleros, estibadores de los puertos, en la construcción de edificios,
puentes, caminos, etc. En este sentido, Aguirre Beltrán hace la siguiente clasificación:
esclavos conquistadores, esclavos reales, esclavos domésticos, esclavos a jornal, esclavas
sexualmente explotadas, esclavos de minas, de las haciendas, de las plantaciones, de las
pesquerías y de los obrajes (Aguirre Beltrán 1994:26).
A la vez que este tráfico legal monopolizado por la corona castellana, las llegadas
ilegales de esclavos africanos se incrementaron, asimismo, a lo largo de todo el perio-
do colonial, y gran parte de los países de Europa Occidental tomaron parte en la trata

197
Pilar Zabala Aguirre

aunque fuera de forma clandestina. De esta manera, portugueses, holandeses, ingleses,


franceses o genoveses participaron en un momento u otro en este tráfico, obteniendo
con ello enormes beneficios económicos. No obstante, fue la Corona española la que
mantuvo el monopolio del tráfico a las Indias. La organización de dicho tráfico se efec-
tuó, como se ha dicho, primero a través de las licencias pero, sobre todo, por los deno-
minados asientos y, en este caso, la mayoría de los asentistas fueron los portugueses. La
Corona contrataba un asiento con particulares a fin de que le proveyesen de cierta can-
tidad de esclavos anualmente. En tales asientos, minuciosamente elaborados, se regulaba
la cantidad de esclavos, características físicas, costes, derechos, lugares de procedencia y
de destino4.

El tráfico de esclavos
Es sabido que el fenómeno de la esclavitud es muy antiguo, en todas las civiliza-
ciones se conoce la existencia de esclavos. En el caso del tráfico de africanos a las Indias
el fenómeno tiene, sin embargo, unas particularidades que le son propias. En opinión
de Bennassar, los esclavos africanos fueron introducidos en América como bienes de
capital, según las reglas del comercio, y en función de la coyuntura del momento (Ben-
nassar 1996:125). Pero antes de entrar a definir las características que tuvo este tráfico,
conviene tener en cuenta las posibilidades que compartían castellanos y portugueses
para su establecimiento y desarrollo. Para ello hemos de remontarnos, brevemente, a
las expediciones y descubrimientos geográficos llevados a cabo por ambos pueblos, al
menos desde el siglo XV.
En su lucha por expulsar a la población musulmana, que se mantuvo en el suelo
ibérico por más de siete siglos, castellanos y portugueses habían avanzado hasta el norte
de África. Se pretendía establecer en el área una barrera defensiva ante posibles invasio-
nes musulmanas africanas que, se sospechaba, estaban en connivencia con el Imperio
turco al este del Mediterráneo. La lucha contra el imperio turco y contra el infiel será
una constante entre las potencias ibéricas durante estos siglos. A estas causas geopolí-
ticas hay que añadir las de índole económica, surgidas de la necesidad de abrir nuevas
rutas hacia el Levante para la búsqueda de las especias y otros productos, como el oro
africano tan necesario para el desarrollo de la economía europea, por entonces ya en
expansión tras la gran crisis que asoló a Europa en el siglo XIV.

4 En el Archivo General de Indias de Sevilla (España), en los fondos de la Sección de Contaduría, por
ejemplo, en los legajos del 257 a 265 podemos consultar asientos efectuados con diversas compañías.

198
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

Los portugueses desde inicios del siglo XV fueron bordeando la costa africana y
estableciendo colonias en diferentes puntos de la misma. En 1444 se establecieron en
Cabo Verde y, por el tratado de Alcaçobas, firmado en Castilla en 1479, se reservaron
la exploración y explotación del África negra. Hacia 1481 construyeron el fuerte de Sao
Jorge da Mina, donde se ubicaría su factoría más importante sobre todo en relación con
la trata de esclavos. En 1483 fue el año en que fundaron su colonia en Angola y, en 1487,
Bartolomé Dias descubrió el Cabo de las Tormentas, donde acababa África (Lucena
Salmoral 1999:17). A principios del siglo XVI habían bordeado el continente africano,
llegando por esa vía hasta la India y Japón.
Portugal creó establecimientos mercantiles, sobre todo en la costa oeste africana,
para llevar a cabo sus intercambios con la población africana y pronto iniciaron al tráfi-
co de esclavos, primero hacia Europa y, tras la conquista de América, de forma masiva
hacia este continente. No obstante, cabe destacar que la Corona española al inicio de la
conquista concedió licencias a genoveses y alemanes para la introducción de esclavos,
sobre todo en la zona antillana y, posteriormente, en el siglo XVIII, se dará entrada a
franceses e ingleses en este comercio. Pero serán los portugueses los encargados del
tráfico durante casi cien años, sobre todo después de la incorporación en 1580 de aquel
reino y todas sus posesiones coloniales a la monarquía hispánica.
La fórmula empleada por los portugueses en el tráfico de esclavos era conocida a
través de otros pueblos. En el siglo XIII mercaderes genoveses y venecianos inventaron
las instituciones distintivas que luego se aplicarían a la trata africana, de forma que, lle-
gados estos a las costas del Mar Negro, acabaron por establecer bases o factorías que se
convirtieron en prósperos mercados para la compra de esclavos (Brion Davis 1996:40).
De la misma manera los portugueses explotaron las costas africanas mediante el sistema
de factorías que consistía en pequeñas poblaciones donde se ubicaban los comerciantes
para efectuar intercambios con los pobladores africanos. A estas factorías eran llevados
los esclavos capturados o intercambiados a los jefes tribales, donde se les internaba en
unos barracones a la espera de que fueran transportados a los lugares de destino.
Estos hechos ayudan a entender el porqué fueron los portugueses los que obtu-
vieron la exclusividad por parte de la Corona española en el tráfico de esclavos, al menos
hasta finales del siglo XVII. Los portugueses dominaban las costas de África y tenían los
establecimientos idóneos para poner en marcha el tráfico de africanos. Por medio de ra-
zzias, en connivencia con los jefes tribales o a través del intercambio con otros produc-
tos, penetraban en el continente africano y se aprovisionaban de los esclavos necesarios,
los cuales eran llevados a las ya mencionadas factorías desde donde eran embarcados

199
Pilar Zabala Aguirre

hacia las Indias. Por tanto fueron las facilidades ofrecidas por los portugueses lo que de-
cidió a la Corona hispánica otorgarles dicho tráfico en régimen de exclusividad durante
casi cien años.

Licencias y asientos
La organización del tráfico de esclavos africanos hacia las Indias atravesó dife-
rentes fases. Durante el siglo XVI la llegada de la población africana a la Nueva España
se efectuó sobre todo a través del sistema de licencias que el rey concedía, bien como
una merced gratuita, bien por venta. Existían, por tanto, dos tipos de licencias: las co-
merciales y las personales. Las primeras eran asignadas a las introducciones masivas que
buscaban satisfacer las necesidades de mano de obra que imperaban en América; con
las segundas se transportaba un número reducido de individuos que básicamente se
dedicaban al servicio personal (Mondragón Barrios 1999:20). En muchas ocasiones el
rey otorgaba permisos para pasar a las Indias con un determinado número de esclavos
que fluctuaba entre tres y ocho; este tipo de licencias se les concedió a casi todos los
funcionaros nombrados por el Consejo de Indias en el siglo XVI; desde virreyes a gober-
nadores, oidores, contadores, fundidores, así como a las dignidades eclesiásticas y hasta
a los simples párrocos (Mallafé 1973:26-27).
Un ejemplo de licencias comerciales es la contratada con Francisco Blasco, el
18 de diciembre de 1546 (Anexo 8.1), por la cual Francisco Blasco podía pasar a las
Indias 329 esclavos a 30 ducados cada uno5, libres de derechos de almojarifazgo y de
los dos ducados que se cobraban por licencia u otras cualesquier imposiciones. Con
todo, a la llegada a los diferentes puertos de las Indias o a consecuencia de la posterior
venta de dichos esclavos, se generaban derechos de almojarifazgo y, más adelante,
cuando se impuso la alcabala, también debían pagar este gravamen al efectuar las
compra-ventas.
Asimismo, tanto en las licencias como en los asientos, la Corona española se
reservó el privilegio de decidir de qué lugares de África se podían sacar los esclavos;
en este caso tenían que proceder de las Islas de Cabo Verde o de Guinea. De la misma
manera, se indicaba a qué lugares de las Indias podían ser llevados. En varias ocasiones,
como es el caso de la licencia de Francisco Blasco, encontramos la prohibición expresa
de ser vendidos en “tierra firme”, pero en otras no se indica tal limitación. Desde luego,

5 Por estas fechas, mediados del siglo XVI, un ducado castellano equivalía a 0.83 pesos de oro de minas y a
1.25 pesos de oro común. La equivalencia en maravedís era: ducado, 375 mrs.; peso de oro de minas, 450
mrs.; peso de oro común, 300 mrs.

200
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

el contingente más numeroso iba destinado a las islas de Cuba, La Española o Jamaica;
ya en el continente, Yucatán y el resto de México (Mellafé 1973:40).
En cuanto a los puertos de arribada en el virreinato de Nueva España, la misma
correspondió casi en exclusiva al puerto de Veracruz y, en algunas ocasiones, a Acapul-
co. Será a finales del siglo XVII cuando se incorpore el puerto de Campeche como punto
de llegada de los esclavos. Una vez en los puertos, los factores de las compañías negreras
se encargaban de su distribución y venta. En el caso de Campeche fueron los ingleses
los que establecieron su factoría más importante.
Otra de las condiciones que los monarcas trataban de imponer, tanto en las
licencias comerciales como en los asientos, era la obligación de que un porcentaje
de los esclavos transportados tenía que ser de sexo femenino, con miras a una futura
reproducción. Es conocido el proceso de segregación racial que impuso la monarquía,
estableciendo una serie de normas para evitar los vínculos raciales que se pudieran
establecer entre indígenas, españoles o africanos, normas y prohibiciones que no al-
canzaron la aplicación que se pretendía, ya que desde muy temprano se testifica la
existencia de mulatos6.
En cuanto al precio de venta de los esclavos en los lugares de destino, ya en estas
fechas, 1546, se daba libertad al vendedor; al parecer anteriormente había existido una
tasa con el precio de venta que a la sazón ya se había revocado, tal y como se expresa en
otro punto de la licencia de Francisco Blasco:

os lo dexen vender al presçio o precios que vos quisieredes y pon bien tobieredes por quanto
la tasa que por nos estava puesta çerca del valor a que se avian de vender los negros en las
Yndias esta por sobrerrevocada (Fuente: AGI, Contaduría, leg. 257 A).

No será sino hasta 1595 cuando el tráfico adquiera la fórmula de asiento de


forma generalizada. El primer asiento monopolista portugués fue concertado el 30
de enero de 1595 entre la Corona y el portugués Pedro Gómez Reynel (AGI, Conta-
duría, leg. 261). En este primer asiento se acordó, en régimen de exclusividad, por
nueve años, el transporte a las Indias de 38,250 africanos; solo contaban los que
llegaban vivos a sus destinos, en unos contingentes de al menos 4,250 anuales y con

6 Por ejemplo, hacia 1570 el rey manda tributar a la población negra y mulata libre. Ello se puede observar
en una carta del gobernador de Yucatán Francisco Gijón al rey en el que le comunica “mandame vra mag
que a todos los negros y mulatos horros les haga que contribuyan alguna cantidad cada un año y se a
acudido al efecto desto”. AGI, México, leg. 359.

201
Pilar Zabala Aguirre

un costo de 100,000 ducados también cada año. El proceso de adjudicar el asiento


se efectuaba por medio de almoneda pública, otorgándosele a quien hiciera una
postura superior.
Cincuenta años después de la licencia concedida a Francisco Blasco se amplían
las regiones de donde debían provenir los esclavos. Se señalan los lugares de Cabo Ver-
de, Santo Tomé, Angola o Mina, esto es, como se indica en el documento, “de las islas,
provincias y ríos de la Corona de Portugal”, y también se pormenorizan en el asiento
los lugares de destino. En este asiento se especifica que al menos 2,000 esclavos tenían
que llevarse a donde el “rey ordenare, dependiendo de la demanda de las minas y otras
cosas” (AGI, Contaduría, leg. 261).
En los diferentes asientos que el rey contrataba siempre se reservaba un número
indeterminado de esclavos para sí mismo y su explotación en las Indias. Es lo que se
denominaba esclavos reales, a quienes se les destinaba a diferentes trabajos u obras, como
es el caso de la edificación de baluartes u otras construcciones defensivas, o cualesquier
explotaciones que el monarca considerara conveniente. En Yucatán, por ejemplo, exis-
tían esclavos reales trabajando en las salinas, como es el caso de la Desconocida; cono-
cemos este hecho por los envíos de maíz que se hacían desde Mérida a dicha salina para
la alimentación de los esclavos destinados a la misma (AGI, Contaduría, leg. 912.). De los
2,250 africanos restantes del asiento de Gómez Reynel, al menos la cuarta parte debían
llevarse a las islas de La Española, San Juan y Cuba; por tanto quedaban unos 1,600 a
libre disposición del asentista para venderlos o llevarlos a los lugares que él decidiera. La
excepción era que no se vendieren esclavos en la provincia de tierra firme, a no ser que
“hubiera nesçesidad dellos” (AGI, Contaduría, leg. 261). En 1663, en el asiento contrata-
do con Domingo Grillo y Ambrosio Lomelin, de los 3,500 esclavos anuales que llegasen
a Cartagena y Veracruz al menos 500 de ellos se reservaba el rey para que trabajasen en
los astilleros y fábricas de navíos.
En los puertos de destino los asentistas tenían que tener a sus representantes
o factores quienes eran los que recibían la carga. Una vez desembarcados los esclavos
eran vendidos en almoneda pública, como si se tratase de cualquier otra mercancía.
Como expresa Aguirre Beltrán, los compradores de tierra adentro bajaban a los puer-
tos en procura de la mercancía humana cada vez que recibían noticias de las llegadas
de negros (Aguirre Beltrán 1994:49). En cuanto a los precios de venta, estos solían ser
libres, dependiendo de la demanda, aunque en este asiento sí se especifican los precios
de compra; así, en Cabo Verde se había de pagar por cada esclavo “la quarta parte del
preçio en que se vendiesen en las dichas Indias”, y en Santo Tomé, Mina y Angola “con

202
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

el terçio” (AGI, Contaduría, leg. 261). Este dato da a entender que en el primer lugar el
precio de compra de cada esclavo era más bajo que en los otros citados.
La Corona contrataba los asientos en régimen de exclusividad, es decir, que
mientras durase el asiento, en este caso nueve años, nadie más que el asentista podía
transportar esclavos. Tampoco se podía dar licencias a ninguna otra persona para ello,
en caso contrario había que indemnizar al asentista, en esta ocasión a Gómez Reynel.
También se exigía que tanto los pilotos como el resto de la tripulación del navío donde
se transportaban los esclavos fueran castellanos o portugueses. En dichos navíos se
prohibía llevar mercancías “para contratar”, solo podían ir los esclavos; el resto de la
carga únicamente debía estar compuesta por los víveres destinados a la alimentación
de tripulantes y esclavos. Y de ninguna forma, ni los asentistas ni cualquier otro oficial
podían comerciar con otro tipo de mercancías en las Indias.
No parece que este primer asiento fuera un éxito completo ya que Gómez Reynel
hizo dejación del mismo a favor del rey cinco años después. Así, el 1 de mayo de 1600
se realizó uno nuevo a beneficio de Joan Rodríguez Coutino, portugués y contratador
en Angola, en un precio mucho más elevado que el anterior, 170,000 ducados al año,
30 ducados por licencia más 20 reales de derechos por cada una de ellas. También el
contrato especificaba que era por nueve años y debían transportar el mismo número que
en el anterior, 4,250 esclavos al año (AGI, Contaduría, leg. 261).
A partir de 1615 los esclavos solo se podían descargar en Cartagena de Indias y
en la Nueva Veracruz. Los asientos contratados en los siguientes años, hasta 1674, ten-
drán ambos destinos; en esta fecha, en el concertado con Antonio García Principal por
4,000 esclavos al año, se indica de manera expresa que al menos 700 de ellos se debían
enviar a los puertos de Veracruz, Honduras, Campeche y La Habana.
Los asentistas tuvieron un éxito irregular en sus expediciones; se dieron varias
dejaciones que en ocasiones, como es el caso de las dos sufridas por Antonio Fernández
Delbas, la documentación indica que fueron debidas a quiebras. En 1609, terminado
el asiento de Coutino, se efectúa otro con Fernández Delbas; transcurridos dos años,
ante la quiebra sufrida por el primero, se comisiona a Juan Alfonso de Molina para con-
tinuar con el asiento. Sin embargo, pronto debió de recuperarse el asentista portugués
ya que en 1615 firmará otro por 8 años, asiento este que le duró un poco más, 7 años;
vuelto a quebrar, se comisionó para el año restante a don Gaspar de Monteses. Con
todo, prosiguen los asientos y durante la mayor parte del siglo XVII los firmantes, casi
invariablemente, son portugueses, salvo un periodo de cinco años (1676-1681) que, ante
la quiebra del asentista Antonio García Principal, estuvo en manos del Consulado de

203
Pilar Zabala Aguirre

Mercaderes de Sevilla. El último asiento de portugueses que hemos podido encontrar


data de 1696.
En 1702, con el cambio a la dinastía borbónica, se dio entrada a los intereses de
Francia, ajustándose un asiento con la Compañía Real de Guinea donde, al parecer, tenía
intereses comerciales el mismísimo Luis XIV. Finalmente, por el Tratado de Utrecht, en
1716 se firmó entre el rey de España y el de Inglaterra un convenio para transportar
esclavos, lo que dio entrada legal a los ingleses en este comercio hacia las Indias.

La llegada de los africanos a Yucatán


También en la Provincia de Yucatán la presencia africana se remonta a los inicios
de su conquista. Eran aquellos esclavos que, en principio, venían como criados de los
españoles y que ayudaron a la pacificación de estas tierras. A cambio, el rey les concedía
la merced de la manumisión por su participación en la conquista. Ya en la década de
los setenta del siglo XVI se conoce la existencia de “negros y mulatos libres” habitando
en barrios tanto de Mérida como de Campeche y Valladolid. La orden de tributar de
“negros y mulatos” aparece recogida en 1574, en la Recopilación de Leyes de Indias,
mediante una Cédula emitida por Felipe II en la que se mandaba contribuir a los africa-
nos que habían quedado libres y, en 1577, se pide que se haga padrón en cada distrito de
“negros y mulatos libres” para poder controlar el pago de los tributos (León Pinelo 1992,
Libro IV, Tit. XVIII, ley 3). Estos solían abonarse en dinero y, en la segunda mitad del siglo
XVI, ascendían a dos pesos al año. Todo ello indica que ya por entonces la presencia
africana en la ciudad y villas yucatecas y su integración en la sociedad, aunque, claro
está, siempre de forma marginal, si bien existe algún caso que indica lo contrario como
comprobaremos más adelante en la persona de Sebastián de Toral.
La presencia africana en Yucatán seguirá un proceso similar al visto con anteriori-
dad para todas las Indias y, parece ser, que fue a mediados del siglo XVI cuando comenzó
el tráfico a mayor escala hacia esta región. En 1550 arribó a Campeche el oidor de la
Gran Audiencia, don Diego de Santillán, acompañado de algunos clérigos entre los que
se encontraba fray Diego de Landa. En ese viaje se trajeron las autorizaciones para el libre
tráfico de esclavos a Campeche y su territorio (Redondo 1995:353). Por otra parte, hay que
tener en cuenta que antes de la fundación de la villa, en la década de los treinta, existía ya
en Champotón un ingenio azucarero, propiedad del Adelantado Montejo, donde es presu-
mible que se utilizara mano de obra esclava africana. Este tipo de ingenio exigía la acción
continuada de 80 a 100 esclavos, sin contar los que se dedicaban a la zafra y a las labores
de siembra y el cuidado total de las extensiones sembradas (Redondo 1995:357).

204
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

La primera petición de esclavos africanos que contamos para la Provincia de


Yucatán es, precisamente, la solicitada por Francisco de Montejo antes de dar por fina-
lizada la Conquista. Hacia 1533 el Adelantado rogó al rey que le concediera una licencia
para traer cien esclavos a Yucatán, merced que se le concedió, pero cuyo traslado ge-
neró una serie de dificultades. Una vez aprobada la licencia por el monarca, Francisco
de Montejo le solicita que la misma se envíe a nombre de su hermano Juan de Montejo
para que se encargase de buscar y comprar dichos esclavos, ante la imposibilidad de
poder hacerlo el propio adelantado en persona. En la misma solicitud pide que se le
otorgue el permiso para desembarcarlos en cualquier puerto de la Nueva España, libres
del pago de cualquier derecho, ya que en las costas de Yucatán no había calado suficiente
para que entrasen los navíos con tales cargas. El rey concede la licencia a nombre de
Juan de Montejo para que este pueda transportar los cien esclavos, libres de derechos,
desde Cabo Verde o Guinea, pero con el mandato expreso de que el lugar de destino de
los africanos había de ser la Provincia de Yucatán, además de la prohibición de traficar
con ellos o dejarlos en otro lugar de las Indias (Anexo 8.2).
A través de lo señalado en el texto es evidente que lo que el rey pretendía evitar
era que se comerciase con los esclavos, de ahí la prohibición de desembarcarlos en otros
puertos que no fueran de la Provincia.
No debió de tener mucho éxito el hermano del Adelantado en las gestiones de
compra ya que cinco meses después, en otra carta al rey, señala que no pudo conseguir
más que treinta de los cien esclavos solicitados. No sabemos en qué empleó Francisco
de Montejo tales esclavos ya que si bien en su petición aducía que, dada la belicosidad de
los indígenas, el objetivo era ayudar a la pacificación y poblamiento de la Provincia, no
podemos olvidar, como se ha dicho, la existencia del ingenio azucarero en Champotón
y hablar de azúcar en aquella época era hablar de esclavos negros puesto que fue una de
las explotaciones que más utilizó de africanos.
Durante el siglo XVI la llegada de población africana a Yucatán se produjo tam-
bién a través de licencias concedidas a particulares. Tanto a gobernadores como a obis-
pos y a otros oficiales se les daba la merced de transportar tres o cuatro esclavos como
criados y, en estos casos, se les eximía del pago de los derechos de la licencia y del almo-
jarifazgo, como puede verse en la concedida en 1553 por el entonces príncipe Felipe al
contador Juan de Mayorga (Anexo 8.3).
Fueron varios los esclavos que entraron en Yucatán de esta manera durante la
segunda mitad del siglo XVI, como se puede observar a través de los ejemplos recogidos
en la Tabla 8.1. El destino laboral de los esclavos en estos casos sabemos que fue el de

205
Pilar Zabala Aguirre

servir de criados o en otros menesteres domésticos a los personajes particulares. Es el


mismo destino, al parecer, de los africanos cuyos restos óseos se han encontrado en la
plaza principal de la villa de Campeche (Zabala et al. 2004:164-172).

Tabla 8.1. Licencias de esclavos a particulares

Año Nombre Oficio N. esclavos


1551 Antón Ruíz Contador 3
1553 Juan Mayorga Contador 3
1555 Fray Juan de la Puerta Obispo 4
1561 Francisco de Toral Obispo 4
1561 Francisco Nuñez de Contreras Presbítero 2
1561 Pedro Fernandez Licenciado 2
1562 Pedro Gómez Tesorero 3
1569 Diego de Santillán Governador 3
1575 Alonso de Contreras Treasurer 3
1575 Guillén de las casas Governador 3
1579 Francisco Soli’s Governador 4
1580 Fray Gregorio Montalvo Obispo 3
1581 Gil Carrillo Governador 3
1585 Antonio de Vozmediano Governador 3
1591 Alonso Ordoñez Capitán 3
1596 Diego Fernandez de Velasco Governador 3
1604 Diego Vazquez de Mercado Obispo 3

TOTAL 52
(Fuente: AGI, Mexico 2,999)

206
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

No obstante, también es conocida la utilización que hicieron algunos encomen-


deros de los africanos, enviándoles a recaudar los tributos a los pueblos indígenas, los
cuales manifestarán sus quejas ante las tropelías cometidas en sus personas. Menciones
de este tipo de acusaciones las encontramos en una fecha tan temprana como es 1550,
en una carta dirigida por tres frailes al monarca español, quienes denunciaban la utiliza-
ción que hacían de los africanos los encomenderos, enviándolos a recaudar los tributos
de los indios, y las vejaciones que efectuaban a los naturales (Anexo 8.4).
Ese mismo año se emitirá una Real Cédula, firmada por el entonces príncipe Fe-
lipe, prohibiendo la entrada de “negros en pueblos de indios” (Scholes, France V. 1936:
XIII y 5). Esta situación nos está indicando de la llegada de africanos a Yucatán, no sólo a
través de las licencias particulares a los funcionarios civiles o religiosos sino también que
los encomenderos contaban con esclavos, lo que demostraría la existencia del tráfico en
fechas tempranas y la utilización que hacían los encomenderos de esta mano de obra,
obligándoles a recaudar el tributo indígena.
No obstante, se hace preciso conocer cuáles fueron las causas que propiciaron la
llegada regular de población africana esclava a la provincia de Yucatán. Conocemos que
a otros lugares del continente la llegada masiva de esclavos fue debido a necesidades
económicas, esto es, de mano de obra barata para destinarla a explotaciones azucareras,
algodoneras, para la denominada economía de plantación, tanto en el área anglosajona o
caribeña por citar dos ejemplos. Esta no parece ser el caso de la provincia yucateca, don-
de no existían grandes explotaciones de este tipo, por tanto, las necesidades de mano de
obra esclava adquieren otros matices.

Necesidades económicas o razones sociales para la adquisición


de esclavos
Para poder explicar la existencia de la población esclava de origen africano en
esta provincia se ha de tener en cuenta varios factores. Estos los podemos situar en
dos planos diferentes. Por una parte las necesidades económicas o sociales que hacían
viables la esclavitud, por otra los intereses económicos que hacían de la esclavitud un
negocio considerable; en este segundo plano situaríamos los beneficios obtenidos por
los traficantes y la Corona española con el comercio de esclavos.
La cotización de un esclavo dependía de un gran número de variables como podían
ser su lugar de procedencia, edad, habilidades o condición física (véase la Tabla 8.2). Los
precios de los esclavos a principios del siglo XVII en Campeche se pueden conocer por las
fuentes fiscales, esto es, a través de los impuestos pagados por su compra-venta, como es

207
Pilar Zabala Aguirre

el caso de la alcabala. En este sentido, el precio de los esclavos osciló de 1632 a 1634 entre
150 pesos el precio mínimo, a 400, pesos el precio máximo7. Es conveniente señalar que
hemos recogido 17 partidas de compra-venta de negros, y de ellas ocho hacen referencia a
individuos masculinos y nueve a femeninos. Este dato estaría indicando una cuestión que,
en principio, contradice la norma general de entrada de individuos africanos a las Indias,
esto es que la proporción de sujetos masculinos solía ser muy superior al de femeninos.

Tabla 8.2. Precios de ventas de esclavos, 1631-1634

Año Lugar Propietario Sexo Precio


1631 Mérida Domingo Aguirre M 260
1632 Campeche Capitán Galván M 300
1632 Campeche Domingo Rodríguez F 300
1632 Campeche Alonso Rodríguez F 300
1632 Campeche Diego Aguilar F 340
1632 Campeche Capitán Martín M 360
1632 Campeche Pedro Fernández C. F 250
1633 Mérida Felipe Martín F 345
1633 Mérida Felipe Martín M 345
1633 Campeche Francisco Aguirre M 340
1634 Campeche Alonso Hernández M 200
1634 Campeche Damián Lorenzo M 150
1634 Campeche Francisco Díaz M 310
1634 Campeche Pedro Beleña M 400
1634 Campeche Juan de la Cerda F 300
1634 Campeche Vicente Saavedra F 300
1634 Campeche Domingo Aguirre F 300
(Fuente: AGI, Contaduría, leg. 914)

7 Don Domingo Lorenzo pagó por una negra 150 pesos y don Pedro Beleña, también por una negra, 400
pesos. La diferencia de precio se basaría en el “valor” que pudieran alcanzar ambas mujeres en el mercado
debido a su condición física, edad y demás características. AGI, Contaduría 914.

208
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

Se ha comentado que los primeros esclavos llegaron a Yucatán con los conquis-
tadores y durante todo el siglo XVI arribaron muchos más, bien a través del tráfico o de
una forma que se puede denominar particular. Está claro que lo que puede dar signi-
ficado a la mayor afluencia de esclavos son razones económicas, necesidades de mano
de obra barata para el funcionamiento de diferentes explotaciones, ya sean mineras,
azucareras o de cualquier otro tipo. Pero tampoco hay que olvidar aquella esclavitud de
servicio personal, algo que en la época que estamos tratando era algo muy común. Es
evidente que cuando el esclavo dejaba de ser rentable económicamente o sus gastos de
manutención superaban los beneficios que pudieran obtenerse con su explotación, el
tráfico dejara de existir, más que como consecuencia de las corrientes ideológicas que
propugnaban su extinción. No se debe olvidar que la propia Iglesia permitía su existen-
cia y que, además, la mayoría de los eclesiásticos que podían costeárselo tenían esclavos
a su servicio. Tampoco hay que olvidar, por último, la moda que se había extendido
entre las cortes europeas y la gente con mayores posibilidades económicas de considerar
al esclavo como un artículo de lujo para la ostentación de sus casas, corriente que no
dudamos se extendió también a esta parte del mundo.
Si nos atenemos a estos hechos, por tanto, no fueron solo las necesidades
económicas las que provocaron la existencia de numerosa población africana en la
provincia de Yucatán, aunque tampoco fue esta la provincia con mayor presencia
africana en la Nueva España, debido a la carencia de minas u otras explotaciones en
esta región. Pero, no obstante, su presencia está claramente atestiguada a través de
las fuentes documentales y aun en mayor medida cuando, a finales del siglo XVII, se
abra el puerto de Campeche como destino del tráfico africano, sumándose así a los de
Veracruz y Cartagena de Indias.
Una de las cuestiones a tener en cuenta al analizar la esclavitud son las caracterís-
ticas económicas del lugar y la necesidad de mano de obra a mayor o menor escala. Está
claro que los africanos participaron en lo que se ha venido a denominar economía o sistema
de plantación: allí donde hubiera plantaciones o ingenios de azúcar, cacao, tabaco o en
las haciendas agro-ganaderas se hacía preciso incrementar la mano de obra y se recurría
entonces a la esclavitud. En opinión de Brion Davis, “en las colonias más prósperas se
empleaban a los esclavos negros en las minas y para despejar territorios vírgenes, o en
las grandes plantaciones que proporcionaban a Europa azúcar, arroz, tabaco, algodón y
añil” (Brion Davis1996:8). Otro de los productos que requirió de la utilización de mano
de obra esclava fueron las tintóreas, principalmente el llamado palo de Campeche (Mar-
tínez Montiel, coord. 1995:438).

209
Pilar Zabala Aguirre

La población de Yucatán, al menos en la segunda mitad del siglo XVI, no parece


haber sido una población de grandes recursos económicos o, al menos, es eso lo que
dejan entrever en la petición que hacen al rey solicitando una licencia para contratar a la
población indígena, ante la carencia de medios para comprar esclavos y destinarlos a las
diferentes explotaciones. En 1573 el monarca remitirá una Cédula real concediendo la
licencia solicitada por el ayuntamiento de Mérida, a través de la cual se les daba permiso
para contratar a indígenas para realizar diferentes trabajos como eran la explotación del
añil, haciendas maiceras, estancias ganaderas, pesquerías y salinas; en la misma se hacía
mención expresa de que se les debía de pagar un salario justo. Los representantes de
Mérida habían basado su solicitud en una cédula similar concedida con anterioridad a la
ciudad de México (Anexo 8.5).
Sin embargo, seis años antes, en 1567, el rey había ordenado al gobernador de
Yucatán que no se empleasen indígenas en los trabajos que se estaban realizando en el
puerto de Campeche para la construcción del muelle de Veracruz. En esta carta el mo-
narca mandaba que se trajesen doce esclavos negros de aquella ciudad para trabajar la
cal y que no se hicieran vejaciones ni se explotase a los indígenas obligándoles a hacer
las tales tareas

dessa provinçia se sacan de ordinario cantidad de yndios para que hagan cal en el puerto della
para el muelle de la Veracruz en lo qual resçiven mucha vexaçion y molestia como sy fuesen
esclavos y para su salud y aumento se siguen muchos inconvenientes lo qual se podria escusar
con mandar que de la dicha Veracruz se truxesen a essa provinçia hasta en cantidad de doze
negros que hiziesen la dicha cal (Fuente: AGI, México, leg. 2.999).

Asimismo, algunos esclavos tuvieron oficios específicos (cochero, tendero, he-
rrero). Los oficios pudieron haber sido desempeñados en favor del amo, o bien, en
beneficio del propio esclavo, sirviéndole la remuneración obtenida, entre otras cosas,
para conseguir su manumisión, la de sus hijos o la de alguna otra persona (Fernández
y Negroe 1995:49-50). Fueron muchos los que, por diversos motivos, alcanzaron su
manumisión. A estos africanos libres u horros se les consideró como súbditos de la
Corona y les fueron extendidos los derechos y obligaciones que tal categoría presupo-
nía (Mallafé 1973:125). En este sentido hay que tener en cuenta que los esclavos que
participaron en la Conquista fueron fácilmente aliados y auxiliares de los españoles
y muchos de ellos obtuvieron su libertad por este hecho (Aguirre Beltrán 1994:52 y
Mallafé 1973:30-31).

210
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

Como se ha dicho, a partir de la década de los setenta del siglo XVI, encontramos
la existencia de “negros y mulatos libres” pagando tributos a la Corona, tanto en las
villas de Campeche y Valladolid como en la ciudad de Mérida. Cabe suponer que estos
serían los descendientes de los primeros esclavos llegados con los conquistadores. Con
todo, por los importes recaudados, no parece que fuera por entonces una población
muy numerosa. Lo percibido de esta tributación de 1577 a 1578, por ejemplo, apenas as-
cendía a dieciséis, seis y treinta y cuatro pesos respectivamente en Valladolid, Campeche
y Mérida, señalandose que eran gente muy pobre y con pocas posibilidades de trabajo
(AGI, Contaduría, leg. 911).
En ocasiones, la orden de tributar fue contestada, como es el caso de Santiago
de Toral. Conviene que nos detengamos un poco más en la situación de este esclavo
horro. Cuando el monarca manda recaudar el tributo de negros y mulatos libres Se-
bastián de Toral apela al rey para que se le conceda la exención del tributo, aduciendo
que llevaba más de cuarenta años sirviendo al monarca en la Provincia, primero ayu-
dando en la conquista y pacificación y, después, prestando servicios de guardia o cen-
tinela allí donde se le requería, sin percibir a cambio ningún salario ni remuneración.
También señalaba que era vecino de la ciudad de Mérida, casado y con hijos. Muchos
debieron de ser los servicios prestados por este personaje ya que el rey le concederá
tal merced (Anexo 8.6).
No solo se le otorga a Sebastián de Toral la exención del tributo sino que, incluso,
el rey le concede licencia para viajar y trasladarse a Castilla y regresar a Yucatán. Estas
licencias para dirigirse al reino de Castilla solía dispensarlas el rey a sus oficiales así como
a los clérigos y a algunos encomenderos que habían participado en la conquista o a sus
descendientes. Pero, además, también se le dio permiso para regresar portando armas,
algo bastante inusual en esta época ya que estaba prohibido por leyes y solo se permitía
portar armas a los españoles tras previa licencia por escrito del rey (Anexo 8.7).
Está claro que se trata de un caso muy aislado de integración y superación social
para un esclavo horro, ya que la mayoría de los esclavos que participaron en la conquista,
si bien consiguieron la libertad, no obstante siguieron manteniendo una situación social
y económica muy marginal.
Salvo en estos casos de esclavos liberados por su participación en la conquista, la
manumisión, por lo general, se podía conseguir de dos maneras, bien por compra de la
libertad que el esclavo hacía de sí mismo o bien por voluntad del propietario, general-
mente por disposición testamentaria; en muchos casos, eran los obispos u otros clérigos
quienes concedían la manumisión a sus esclavos domésticos.

211
Pilar Zabala Aguirre

La integración de la población africana en la sociedad campechana


La población de ascendencia africana era, de las tres razas que conformaban la
sociedad colonial, la más baja por llevar la marca de la esclavitud; por este motivo su
régimen jurídico y social era más severo que para los indios. Así, ni los africanos libres
ni los esclavos podían salir de noche en las ciudades ni en los pueblos, y tampoco podían
tener indias a su servicio o llevar armas. Sus mujeres no podían adornarse con oro, ni
perlas, ni seda. Sus hijos estaban excluidos de los establecimientos de enseñanza y solo
podían aprender la doctrina cristiana (Pérez de Barradas 1976:221). Además, dentro de
esa política de segregación étnica instaurada por parte de las autoridades españolas, “los
negros y mulatos libres” tuvieron sus propios asentamientos en los barrios de las villas
de Campeche y Valladolid y de la ciudad de Mérida. En todas estas poblaciones, en el
centro de la ciudad o villa, se situaba la Plaza Mayor, en cuyas casas más cercanas habita-
ban los españoles, en tanto que extramuros de las mismas se fueron creando diferentes
barrios para el resto de la población.
A pesar de todo ello, tanto entre los restos óseos hallados en el atrio de la catedral
de Mérida (Tiesler et al. 2003:29-41) como en la plaza de Campeche (Tiesler y Zabala
2001:197-206; Tiesler et al. 2001:183-196) se encontraron manifestaciones de individuos
pertenecientes a todas las castas. Entre los restos óseos de los individuos hallados en la
plaza de Campeche, los estudios osteológicos y macroscópicos presentan los siguientes
resultados: fueron 16 los individuos analizados cuyo origen se presupone africano, seis de
ellos importados de otro lugar, supuestamente del continente africano, la proporción de
sexos estaría en un 50% masculinos y un 50% femeninos, y sus edades oscilarían entre 10
y 40 años (Zabala et al. 2004:169). Todo ello confirmaría la presencia de población africana
en la villa de Campeche desde inicios de la Colonia. También, Aguirre Beltrán señala que
“por el mes de julio de 1599 entraron en el puerto de Veracruz cuatro navíos con negros
de Guinea, con 200, 150, 150 y 165 piezas de registro, respectivamente. Una de las naos se
derrotó, no obstante la prohibición que sobre ello había, entrando en Campeche donde
vendió cantidad de negros” (Aguirre Beltrán 1994:40).
Otra de las vías de acceso de población africana a las costas yucatecas era a través
del contrabando de esclavos. El contrabando con esclavos africanos se inició a princi-
pios del siglo XVI. Dos circunstancias propiciaron el comercio ilícito, una fue la carencia
española de un suministro directo de esclavos, la otra la gran cantidad de derechos a pa-
gar por la introducción de esta “mercancía”. Entretanto, el contrabando ofrecía mejores
precios y un abastecimiento clandestino constante. La importación encubierta se apoyó
en el soborno de funcionarios públicos en control del aparato administrativo. Como

212
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

señala, entre otros autores, Mondragón Barrios “es posible que las navegaciones con
carga de contrabando desembarcaron en el Caribe, iniciando desde ahí la distribución
de esclavos al interior del continente” (Mondragón Barrios 1999:24).
Uno de los aspectos que señalan la importancia de la llegada de africanos a esta
región se observa en el hecho de que a finales del siglo XVII se incorpora el puerto de
Campeche como punto de llegada de los esclavos. Una vez en los puertos, los factores
se encargaban de su distribución y venta y en Campeche fueron los ingleses los que
establecieron su factoría más importante.
Aunque, en teoría, los lugares centrales de las villas y ciudades estarían destinados
a la población española, a través de los hallazgos mencionados, cabe suponer que los
individuos de las otras castas estarían al servicio de los españoles y, a la hora de su muer-
te, fueron enterrados en los cementerios ubicados en las Plazas Mayores. Como se ha
indicado, ya Cárdenas Valencia señaló este hecho al afirmar que en la iglesia parroquial
de Campeche erigida en 1542 se administraban “españoles, mestizos, mulatos, negros e
indios naboríos”8. Y más adelante indica que “hay en esta villa dos ermitas pequeñas, la
una es de Nuestra Señora de Guadalupe (…) y otra es el del Santo Nombre de Jesús y en
esta se administran los sacramentos a los morenos de la dicha villa (Cárdenas Valencia
1937:89-90). Esto último estaría indicando la existencia de un barrio donde se ubicaban
los descendientes de africanos y mulatos libres.
En este sentido, la “legislación” eclesiástica, en principio, no contemplaba la se-
gregación étnica, al menos en la administración de los sacramentos ni en los lugares de
enterramiento. Del mismo modo podemos deducir que, en fechas más tardías, en la igle-
sia principal de Campeche, la actual catedral, se seguían administrando los sacramentos
a algunos esclavos, como es posible observar a través de los Registros Parroquiales. Así,
en el “Archivo de la Parroquia del Sagrario, ciudad y diócesis de Campeche”, en el libro
de bautismos de 1675-1708, por ejemplo, se puede leer: “Bautismos de negros, mulatos,
indios, laboríos de los españoles vecinos de esta villa de Campeche”. En él encontramos
también diversas partidas de bautismo de esclavos de ascendencia africana con el nom-
bre de sus dueños9.

8 Vid. capítulo 4, en esta misma obra.


9 Por ejemplo, el 27 de diciembre de 1675 fue bautizado un esclavo negro perteneciente al capitán Diego
García; el 15 de septiembre de 1686, un esclavo de Domingo de los Reyes; el 4 y 10 de noviembre del
mismo año fueron bautizados una hija cuyos padres eran los dos esclavos, y un varón perteneciente a
Diego García de la Gala respectivamente; y el 15 de junio de 1687 se bautizó al hijo de una esclava de
Salvador Alonso y Magdalena Caldera. AGN. Archivo de la Parroquia del Sagrario, Bautismo de Castas,
vol. I, Rollo 4.163.

213
Pilar Zabala Aguirre

A pesar de las características de los esclavos como de una “cosa con habla”,
tanto la Iglesia católica como la Corona mandaban que los esclavos recibiesen los sacra-
mentos y fueran instruidos en la fe como los indios. Los africanos tenían que adoptar
la religión cristiana como parte de las obligaciones que imponía la Corona. En este
sentido, los dueños tenían la obligación de enviar a sus esclavos a iglesias o monasterios
para instruirles en la doctrina (León Pinelo 1992 Libro I, Tít. I, Ley 9). Por tanto, los
africanos son obligados a adoptar la cultura cristiana sin salvedades ni contemplaciones,
y, a diferencia de los indios, caen bajo la jurisdicción del Santo Oficio de la Inquisición
(Aguirre Beltrán 1994:78). En 1554, en la Recopilación de Indias, encontramos ya leyes
que hacen referencia a esta condición, como es la disposición de que aquellos que mu-
riesen en los campos distantes de las iglesias fueran enterrados en sagrado y no como si
fueran infieles (León Pinelo1992, Libro I, Tit. XVII, ley 2).
Como se ha comentado, una de las cuestiones a tener en cuenta al analizar la escla-
vitud son las características económicas del lugar y la necesidad de mano de obra a mayor
o menor escala. Está claro que allí donde hubiera plantaciones o ingenios de azúcar, cacao,
tabaco o en las haciendas agro-ganaderas se hacía preciso incrementar la mano de obra y,
en este sentido, el recurso a la esclavitud. No obstante, en las ciudades o villas, bien de ser-
vicios o portuarias, la necesidad de mano de obra se “reduce” o adquiere otro matiz. De
manera que, los esclavos ubicados en la Villa de Campeche, estarían destinados al servicio
doméstico o como estibadores en el puerto o trabajadores de los astilleros o artesanos10 y,
por tanto, su inserción en la sociedad sería, en principio, más sencilla.
Los pobladores españoles de la península yucateca, a falta de minas y plantaciones
para el periodo colonial, emplearon a sus esclavos de la ciudad en los servicios domésticos
y como capataces y mayordomos en sus fincas rurales. En esta villa, la índole del trabajo
que realizaban estaría relacionada seguramente con el servicio doméstico, sin olvidar tam-
bién que los eclesiásticos solían tener a algún esclavo a su servicio. Pero tampoco podemos
ignorar el hecho de que, como se ha comentado más atrás, estaba bastante extendida la
utilización del esclavo como objeto de ostentación para su dueño, en ese caso se solía
preferir a individuos traídos directamente del continente africano por su exotismo.

10 La villa de Campeche era un puerto de entrada de los productos que llegaban desde el exterior y de sali-
da de los excedentes de las encomiendas y de los repartimientos, así como del palo de tinte y la madera.
Pero no fue sino hasta 1650, aproximadamente, cuando se volcaron decididamente hacia la actividad
mercantil, convirtiéndose en el mayor centro comercial de Yucatán. En esa misma fecha se había insta-
lado también el primer astillero en Campeche. González Muñoz, Victoria y Ana Isabel Martínez Ortega
(1989), Cabildos y elites capitulares en Yucatán. Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, Sevilla,
pp. 100-109. Campeche, (2004): 164-173.

214
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

Sin embargo, a los restos encontrados en la Plaza de esta villa podríamos asignar
probablemente un papel en las labores domesticas al servicio de los españoles tanto
civiles como eclesiásticos, además de señalar las variadas vías de gradual asimilación y
adopción de los nuevos esquemas religiosos y socio-culturales de la nueva sociedad.

Consideraciones finales
A través de las páginas precedentes hemos podido comprobar la existencia tem-
prana de la que se viene a denominar la “tercera raíz” de la población mexicana, hacien-
do referencia a la presencia africana en México y Yucatán desde el mismo momento en
que se produce el descubrimiento y conquista de estas tierras por parte de los españoles.
Ante el gran descenso de la población nativa producida por los efectos de la
conquista comienza el tráfico de población africana al Continente, iniciándose el mis-
mo en Las Antillas. No es posible negar que en la sociedad de la época la esclavitud
era una situación cotidiana, independientemente de las diversas características que la
conformen. Tanto las leyes civiles como las eclesiásticas sancionaban su existencia. No
obstante, sí está clara la especificidad del tráfico de esclavos hacia las Indias ya que el
mismo adquiere unas características propias desconocidas hasta entonces. La Corona
castellana no solo sancionará el tráfico sino que lo utilizará en su propio beneficio, tanto
como mano de obra para la construcción de las defensas costeras como en sus propias
explotaciones.
Aunque quizás el rasgo más destacado de su política sea la organización del tráfi-
co en régimen de monopolio y los beneficios económicos obtenidos a través del mismo,
sustentados en principios ideológicos y legales. Como consecuencia de tal monopolio,
las demás potencias europeas estarán marginadas de dichos beneficios y, tal y como
sucedió con la centralización del comercio a las Indias en Sevilla, el resultado será el
comercio ilegal a través del contrabando, imposible de cuantificar, por lo que es muy
difícil determinar el número de individuos africanos que entraron por los puertos lega-
les e ilegales al continente americano durante los cuatro siglos que con mayor o menor
intensidad duró el tráfico y la explotación de los africanos.
La situación social de la población africana o el destino de la misma no fue homo-
génea en el conjunto del Continente. En principio, parece sugerirse que los esclavos que
llegaron a la Provincia de Yucatán sufrirían menos la esclavitud en manos de sus amos,
pero no podemos olvidar que, en muchas ocasiones, se les encomendaban las tareas más
duras, como eran la explotación del palo de tinte, del añil, la construcción de baluartes,
de caminos, etc. Sin embargo, también es lógico pensar que aquellos destinados al trabajo

215
Pilar Zabala Aguirre

doméstico no tendrían una existencia tan severa. No obstante, la situación de la propia


esclavitud, la carencia de cualquier tipo de derecho, por más básicos que estos fueran, y
la situación de marginación en que se encontraban al no ser considerados seres huma-
nos, hacía casi imposible su plena integración en la sociedad aun cuando consiguieran la
libertad. A pesar de todo ello, hay una cuestión cierta, y es que, a pesar de todas las leyes
en contra de la unión de los africanos con otras castas o etnias, esta se produjo desde
un principio. La población negra fue asimilándose, a través de la sangre, al resto de la
población, ayudando a crear esa amalgama de culturas (indígena, europea y africana)
que conforman la población mexicana actual, presentes en la fisonomía y cultura de la
población. Esta compleja realidad se refleja ya desde la Colonia temprana, en los restos
óseos hallados en la plaza de Campeche.

216
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

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Castas, vol. I, Rollo 4.163.

220
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

Anexo documental

ANEXO 8.1
“Por la presente doy licencia a vos Francisco Blasco o quien vuestro poder obiere para
que destos reynos y señorios de Castilla y Portugal yslas de Cabo Verde y de Guinea
de donde quisieredes y por bien tubieredes podays pasar y paseys a las mis Yndias y a
cualesquier partes dellas como no sea a la provincia de tierra firme 329 esclavos negros,
la terçia parte hembras libres de todos derechos asi de los dos ducados de la licencia de
cada uno dellos como de los derechos del almoxarifazgo y de otros cualesquier que de
ellos se me devan en las dichas Yndias por quanto (los) 3.701.250 mrs con que por ellos
me servis y en los dichos esclavos se monta a razón de 30 ducados la licencia de cada
uno dellos me los aveys de dar y pagar (…) a la casa de contratación de Sevilla de que
an de hazer la quenta los mis presidentes y jueçes ofiçiales de la dicha casa y vos o quien
vuestro poder oviere (…) la qual dicha licencia os doy con tanto que los dichos esclavos
ni alguno dellos no ayan de quedar ni queden en la dicha provincia de tierra firme y si
por alli quisieredes llevar algunos a las provinçias del Peru y Chile o a otras partes os
ayais de obligar y dar fianças (…) de que no quedaran en la dicha provincia de tierra
firme que luego como llegaron al puerto del Nombre de Dios los esclavos que anssi
quisieredes enviar para quella provincia y (…)” (Fuente: A.G.I., Contaduría, leg. 257 A).

ANEXO 8.2
“e me suplico diese licencia a Juan de Montejo hermano del dicho adelantado para que
le pudiese llevar los dichos esclavos e que los pudiere desembarcar en cualquier puerto
de la dicha nueva espanna y de alli llevarlos por mar o por tierra a la dicha provinçia de
Yucatán o como la mi merçed fuese por ende por la presente doy liçençia e facultad a
vos el dicho Juan de Montejo para que destos nuestros rreynos e sennorios o del reyno
de portugal o yslas de Cabo Verde e Guynea podays pasar e paseys a las dichas pro-
vinçias de Yucatán y Coçumel para el dicho adelantado Françisco de Montejo los dichos
çient esclavos negros libres de todos derechos asy de los derechos de la liçençia de cada
uno dellos como de los derechos de almoxarifazgo y oros cualesquier que dellos nos
pertenezcan por quanto de lo que en (…) yo le hago merced al dicho adelantado atento
lo que me ha servido y sirve con tanto que los lleveys derechamente a la dicha provincia
e si a otra parte los llevaredes sean perdidos y desde agora los aplicaremos para nuestra
camara e fisco e mando a los nuestros officiales de la nueva espanna e de otras cuales-
quier yslas o proviçias de las nuestras Yndias (…) e sy a los dichos cient esclavos o parte

221
Pilar Zabala Aguirre

dellos en cualquier de las dichas yslas o provincias no los vendiendo y tornandolos a


envarcar o llevandolos por tierra derechamente a las dichas provinçias e no vos pidan
ni demanden derechos algunos pero sy los vendieredes o parte dellos o los dexaredes
en cualquier de las dichas yslas o provinçias o los llevaredes a otra parte alguna han de
tomar los dichos esclavos por perdidos e aplicarlos para nuestra camara e fisco segund
dicho es, fecha en la villa de madrid a veinte e dos dias del mes de henero de mill e qui-
nientos e treinta e cinco annos” (Fuente: AGI, México, leg. 2,999).

ANEXO 8.3
“por la presente doy licencia y facultad a vos Joan de Mayorga a quien su magestad
ha proveido por su contador de las provincias de Yucatán e Coçumel para que destos
reynos y sennorios podais pasar y paseis a la dichas provincias tres esclavos negros para
servicio de vuestra persona y casa libres de todos derechos ansi de los dos ducados de
la liçençia de cada uno de ellos como de los derechos de almoxarifazgo por quanto de
lo que en ello monta yo vos hago merced y mandamos a los oficiales de la dicha pro-
vinçia de Yucatán que tomen en su poder esta çedula original y la pongan en el arca de
las tres llaves que ellos tienen para que por virtud della no se puedan pasar mas de una
vez los dichos tres esclavos de que por esta vos damos licencia (...). Fecha en Madrid a
diez y ocho dias del mes de mayo de mill e quinientos e çincuenta y tres” (Fuente: A.G.I.,
México, leg. 2,999).

ANEXO 8.4
“ansi mismo se nos ha hecho relaçion que de entrar negros en los pueblos de los yndios
se siguen muchos inconvenientes y es causa que roben a los yndios y les tomen sus mu-
geres e hijas y me fue suplicado lo mandase tanvien remediar proveyendo que no entrase
negro alguno a pueblo de yndios en todas las dichas provinçias de Yucatán y Coçumel
ny que truxesen (…) proveerlo eys como vieredes que conviene dando en ello la firme
horden que os pareçiere (…) fecha e Valladolid a nueve dias del mes de septiembre de
mill e quinientos en cincuenta e un annos” (AGI, México, leg. 2,999).

ANEXO 8.5
“Nuestro governador de la provincia de Yucatán Alonso de Herrera en nombre del con-
sejo, justicia, regimiento dessa ciudad de merida me ha hecho relacion que los vecinos
della por ser pobres y no tener posibilidad para comprar esclavos dexan de labrar sus
milpas y heredamientos y benefficiar el anyr que se a comenzado a sembrar y hazer (…)

222
La presencia africana en yucatán. Siglos xvi y xvii

es granjería que podria venir en general aprovechamiento y ansi mismo para la guarda
de las estancias de los ganados mayores y menores que se comienza a criar y para pes-
querias y salinas y para conseguir las cosas susodichas tiene nesçesidad de la ayuda de los
yndios desa tierra suplicandome que acatando a que a la çiudad de mexico de la nueva
espanna se le a dado liçençia para que los yndios de su voluntad puedan trabajar en las
minas y edifiçios pagandoles lo que fuere justo por su jornal les diese liçençia para que
los veçinos desta dicha ciudad y provinçia puedan alquilar los yndios que quisieren yr
a trabajar en las cosas susodichas sin que se lo inpidiesedes y bisto por los del nuestro
consejo de las yndias fue acordado que devia mandar dar esta mi çedula por la qual os
mando que no haviendo inconveniente en lo susodicho a los yndios que de su volun-
tad quisieren trabajar en las cosas sobre dichas pagandoles un justo jornal les dexeis y
consintais que lo hagan y se ocupen en ello para que se consigan los buenos efectos que
se pretenden en essa (…) fecha en Madrid a diez dias del mes de noviembre de mill e
quinientas e septenta e tres annos” (Fuente: AGI, México, leg. 2,999).

ANEXO 8.6
“Nuestro governador de la provinçia de Yucatán Sebastián de Toral de color moreno
vezino desa çiudad de Merida provinçia de Yucatán nos ha hecho relaçion que ha mas
de cuarenta annos entro en esa provinçia y desde entonces nos a servido con sus har-
mas en las ocasiones que se an ofreçido espeçialmente en ayudar a poner esa provincia
devaxo de nuestra audiençia y después en cosas tocantes a nuestro serviçio que se le
han mandado por los nuestros governadores y haziendo guardia y çentinela en algunas
partes que ha sido nesçesario sin haver llebado por ello salario ni aversele hecho gratifi-
caçion alguna y esta casado y tiene su cassa muger e hijos en la dicha çiudad y estando
de gran manera en virtud de una nuestra çedula en que mandamos nos pagasen tributo
los esclavos y mulatos libres desas partes se le rrepartio y mando que nos pagase cada
un año doze rreales y su muger e hijos otro doze reales en lo qual avia reçibido agravio
por que hera digno de reçibir mucha merçed por lo que ansi nos havia servido como
todo largamente paresçia por cartas recaudos que an tenido en el nuestro consejo de
yndias fue fecha presentaçion suplicandonos que teniendo consideración a lo susodicho
mandasemos haçerle libre del dicho tributo y gratificarle sus serviçios e haviendose
visto por los del nuestro consejo de las yndias y los dichos recaudos de que de suso se
haze minçion acatando lo que por ellos han constado avernos servido el dicho Sebastián
Toral fue acordado que deviamos mandar dar esta nuestra çedula para vos por la qual
vos mandamos que sin envargo de lo que ansi mandamos por la dicha çedula de que de

223
Pilar Zabala Aguirre

susso se haze mençion no rrepartais al dicho Sebastián de Toral ni a la dicha su meger


e hijos tributo alguno y si se le ovieredes repartido proveais que no se cobre dellos ni
de alguno dellos en manera alguna por que de lo que en ello se montare les hazemos
merçed y a los nuestros offiçiales de nuestra hazienda desa provinçia mandamos que
guarde y cumplan esta nuestra çedula como en ella se contiene y lo que en virtud della
hordenareis (...) Fecha en Madrid a veinte e tres dias del mes de septiembre de mill e
quinientos e sententa e ocho annos” (Fuente: AGI, México, leg. 2,999).

ANEXO 8.7
“Por la presente damos liçençia y facultad a vos Sebastián de Toral de color moreno a
quien le havemos dado para volver a la provinçia de Yucatán para que destos nuestros
Reynos y sennorios podais llevar y lleveis aquella provinçia para guarda y defensa de
vuestra persona y casa quatro espadas quatro dagas y un arcabuz y para que en la dicha
provinçia y en la Nueva Espanna podais traer una espada y una daga como la traen los
españoles que en ella ay no embargante lo proveido en contrario que y por esta vez y
para en quanto a esto dispensamos con ello y mandamos que en lo susodicho sea puesto
ympedimento alguno/ fecha en Madrid a tres de octubre de mill y quinientos y setenta
y ocho annos” (firmado el Rey)” (Fuente: AGI, México, leg. 2,999).

224
Capítulo 9

Procedencia y etnicidad:
evidencia isotópica de las sepulturas
en la plaza central de Campeche

T. Douglas Price
James Burton
Vera Tiesler

La etnicidad en su dimensión biológica, geográfica y cultural es una insignia y a


la vez fuente de identidad de un grupo, la cual muchas veces permanece oculta en la
reconstrucción histórica. La presencia de africanos en la villa colonial de Campeche no
es la excepción. Desde los años de su fundación en el siglo XVI, los colonizadores espa-
ñoles introducían esclavos africanos en esta villa para ocuparlos en las tareas portuarias
y de servicio doméstico. Mathew Restall (capítulo 10) recalca el incremento notable de
la población urbana de descendencia africana, que llegó a representar hasta un tercio
del censo municipal de Campeche al cierre de la época colonial. Aún así, son escasas las
fuentes que refieren las vidas afro-yucatecas y su integración a la sociedad campechana
colonial. Aún más contadas son las menciones de los lugares de nacimiento de los afri-
canos recién llegados a Campeche y sus trayectos antes de instalarse en su nuevo lugar
de residencia. Por analogía con otras ciudades en el área pan-caribeña podemos supo-
ner, sin embargo, que había una elevada movilidad de este tipo de población. En las ta-
saciones de esclavos negros se refieren lugares en la península de Yucatán, en Veracruz,
en las islas caribeñas y en Europa como lugar de nacimiento y residencia previa. Como
lugares de origen en el continente africano se mencionan recurrentemente las colonias
del Congo, Guinea o vagamente “África Occidental” (Mallafé 1973; Redondo 1995;
Restall 2000a, 200b; Scholes 1936; Zabala et al. 2004; véase también Zabala y Restall en
esta obra).

225
T. Douglas Price / James Burton / Vera Tiesler

El motivo de este capítulo fue determinar mediante marcadores isotópicos los


lugares de origen de aquellos individuos de descendencia africana que fueron sepultados
en el camposanto de la plaza principal de Campeche1. Para ello, caracterizamos breve-
mente la información arqueológica de las muestras estudiadas. Una vez planteadas las
preguntas de investigación, comparamos sus indicadores químicos con aquellos de sus
potenciales lugares de origen geográfico y discutimos nuestros resultados en términos
más amplios de procedencia, integración local étnica e interacción social.
La colección ósea es producto de un rescate arqueológico que se llevó a cabo
durante la reconstrucción del antiguo Palacio del Cabildo en el año 2000, ocasión en la
que fueron hallados también los fundamentos de su primitiva iglesia (Tiesler y Zabala
2001). La evaluación general, ya presentada en los capítulos anteriores, indica la presen-
cia de restos óseos de individuos pertenecientes a diversas etnias y, entre ellos, también
de origen africano. De acuerdo con los resultados epigenéticos dentales, al menos 24
individuos fueron determinados de probable filiación africana (Scott y Turner 1997;
véase el Anexo 3). En cuatro de estos individuos se observaron vestigios de mutilación
dental: dos sujetos fueron sometidos a un proceso de golpeo intencional, práctica que
dejó la dentadura frontal en forma de sierra. Este patrón ha sido documentado tam-
bién en otros sitios coloniales circuncaribeños como práctica que fue importada por las
mismas poblaciones traídas de África como esclavos (Handler et al. 1982; Larsen 1997;
véase también Tiesler y Oliva en este volumen).
Una serie de interrogantes concierne al lugar de origen de los individuos de ex-
tracción africana enterrados en el cementerio: ¿cuántos individuos eran locales?, ¿cuán-
tos habían nacido en otra parte?, ¿nacieron las personas foráneas en algún otro lugar de
la península o de México? o ¿eran oriundos de las islas caribeñas o de otros continentes,
como son Europa y África? Este capítulo intenta dar respuestas a estas preguntas.

Principios básicos en el estudio isotópico


Con el fin de explorar sus posibles orígenes geográficos, estudiamos los valores
isotópicos del estroncio dental en diez individuos determinados como de ascendencia
africana. Nos interesan en particular los isótopos 87Sr y 86Sr, los cuales ocurren en una
proporción de aproximadamente 7 y 10%, respectivamente. De este modo, la razón de
87
Sr/86Sr tiene un valor en la naturaleza entre 0.703 y 0.750 y algunas veces puede ser
mayor. Aunque estos valores parecen bajos, las razones de 87Sr/86Sr pueden ser medidos

1 Una versión preliminar de este trabajo fue presentado en 2004 en el Encuentro Internacional de los
Investigadores de la Cultura Maya (Price et al. 2005).

226
Procedencia y etnicidad: evidencia isotópica de las sepulturas...

con una precisión de hasta la sexta cifra decimal, y han sido utilizados durante muchos
años por geólogos para caracterizar la formación de rocas.
El valor de esta relación varía entre los diferentes tipos de roca. El estroncio en-
tra al cuerpo humano a través de la cadena alimenticia, como nutrientes que pasan de la
tierra, por el suelo y el agua, hacia las plantas y animales. El estroncio sustituye al calcio
en el mineral de la hidroxiapatita del tejido esquelético donde es almacenado. El esmalte
dental, en específico, se desarrolla desde antes del nacimiento y durante la primera in-
fancia. Una vez formado este tejido inerte, la razón isotópica del estroncio no cambia
durante la vida del individuo y por tanto ofrece una medida idónea para rastrear el lugar
de su nacimiento. Siendo así, la aplicación de los isótopos de estroncio en una variedad
de estudios arqueológicos han revelado aspectos significantes de patrones pretéritos de
migración (Buikstra et al. 2003; Ezzo et al. 1997; Grupe et al. 1997; Price et al. 1994; Price
et al. 1998, 2001).
Aunque una complicación potencial de este método es la contaminación pós-
tuma (diagénesis), el esmalte dentario generalmente resiste a la diagénesis y suele estar
relativamente bien preservado aun cuando los huesos estén contaminados (Budd et al.
2000; Kohn et al. 1999; Price 1989). En cualquier caso, una huella isotópica no local es
siempre significativa, ya que la “contaminación” es siempre de origen local. Por esta ra-
zón, la diagénesis no nos lleva a malinterpretar a los individuos locales como foráneos.
Es también importante destacar en este punto, que el análisis isotópico puede distinguir
únicamente a los migrantes de primera generación. De forma que, solamente aquellos
individuos que fueron migrantes originales de la comunidad, no sus hijos, pueden ser
identificados. En un asentamiento ocupado durante varias generaciones, puede espe-
rarse que nada más que una proporción relativamente pequeña de individuos de un
cementerio pertenezca a la primera generación.
Una consideración importante para la aplicación del análisis de isótopos de es-
troncio es la geología del área de estudio. Debe haber suficiente variación en los isóto-
pos de estroncio presentes para poder distinguir los lugares de origen. El subsuelo de la
península de Yucatán está dominado geológicamente por la capa de carbonato del Petén
y de la península. Los carbonatos más antiguos de la era Cretácica yacen en la parte sur
de la península y muestran un cambio gradual hacia carbonatos cuaternarios más recien-
tes sobre la periferia norte (Hess et al. 1986; Hodell et al. 2004).
Los geólogos han documentado los cambios de las razones de los isótopos de
estroncio a través del tiempo. Debido a esta transición gradual, la dependencia con el
tiempo de los carbonatos marinos y las características isotópicas del estroncio de la

227
T. Douglas Price / James Burton / Vera Tiesler

región, pueden también inferirse siguiendo las razones bien establecidas del 87Sr/86Sr
del agua de mar en el terciario/cuaternario, las cuales deben ser de aproximadamente
0.7070 para los carbonatos del Cretácico en el sur con un aumento gradual a 0.7092
para los depósitos cuaternarios de las costas del norte. El patrón de reducción de estas
razones desde el norte hasta el sur puede apreciarse claramente en la Figura 9.1. Hodell
y colaboradores (2004) han documentado esta variación a través del área maya, em-
pleando para ello muestras ambientales de agua, plantas, suelo y roca.
Nuestra propia investigación en el área maya ha medido los isótopos de estroncio
en numerosas localidades de Mesoamérica con diferentes aplicaciones y preguntas de
investigación (Figura 9.2). Hemos vislumbrado de este modo los cambios en la cons-
titución poblacional a lo largo del crecimiento de Teotihuacan y averiguado los lugares
de procedencia de sus habitantes enterrados en los barrios foráneos y los individuos
sacrificados en la pirámide de la Luna. También hemos constatado las historias residen-
ciales de los jerarcas sepultados en Copán y Palenque. En un marco más amplio, hemos
examinado los orígenes isotópicos de numerosas osamentas de Tikal y Kaminaljuyu,
como parte de un proyecto cobertor sobre migración y movimientos poblacionales en
la antigua Mesoamérica, aspecto que nos introduce a la presente evaluación.
Geológicamente, el sitio de excavación en la Plaza Central de Campeche se ubica
en la parte sudoeste de la costa peninsular, donde se emplaza en una franja de transi-
ción entre depósitos cuaternarios costeros (en la parte sur y occidente) y el substrato
calcáreo eocénico hacia la parte norte y este (Figuras 9.1 y 9.2). La zona de roca caliza
del Eoceno caracteriza una razón isotópica de estroncio de aproximadamente 0.7077.
Los sedimentos marinos locales en esta región costera podrían proporcionarnos valores
ligeramente más elevados acercándose a 0.7092, lo que corresponde al valor actual para
el agua de mar. Así, podríamos predecir razones isotópicas de estroncio para Campeche,
entre 0.7077 y 0.7092.
Más al sur, las tierras bajas dominadas por carbonatos, están unidas al sur con las
rocas volcánicas de origen reciente de las tierras altas de Guatemala (Figura 9.2). Esta
región tiene razones de 87Sr/86Sr mucho menores (que oscilan entre 0.705 y 0.706), va-
lores que son característicos de las jóvenes cordilleras volcánicas de toda Mesoamérica.
Así, el patrón general que resulta de las conformaciones geológicas se expresa hacia
una disminución de norte a sur de las razones isotópicas que van de aproximadamente
0.704 en las tierras altas del sur, hasta un máximo de 0.7092 a lo largo de la costa norte.
Solo hay una excepción en las rocas de granito de las montañas mayas del sur de Belice,
donde se han medido razones isotópicas que exceden el valor de 0.7092.

228
Procedencia y etnicidad: evidencia isotópica de las sepulturas...

Figura 9.1. Distribución geológica en la península de Yucatán


y valores isotópicos correspondientes

Figura 9.2. Valores isotópicos de estroncio medidos en Mesoamérica

229
T. Douglas Price / James Burton / Vera Tiesler

Procedimientos analíticos
Para la presente investigación nos servimos de los primeros molares extraídos de
diez entierros que, según las características dentales no métricas, habían sido determina-
dos como africanos (Tabla 9.1; véase Cucina en este volumen, Anexo 3).

Tabla 9.1. Análisis de isótopos de estroncio de la plaza principal de Campeche



Lab# Designación de entierro Diente Sr
87 86
desviación
estándar
F2090 Entierro 31, Cala 18, Cuadrante A-B, Capa IV M1 Inferior 0.708205 0.000007
F2093 Entierro 60, Cala 21, Cuadrante C, Capa III UM1 0.708481 0.000007
F2089 Entierro 29, Cala 18, Cuadrante A, Capa IV UM1 0.708555 0.000007
F2097 Entierro 22, Cala 23-24, Cuadrante C, Capa II M1 Inferior 0.708671 0.000007
F2092 Entierro 52, Cala 22, Cuadrante A, Capa III UM1 0.708715 0.000007
F2088 Entierro 9-2, Cala 21-22, Cuadrante B, Capa III UM1 0.712592 0.000008
F2095 Entierro 102, Cala 27-28, Cuadrante B, Capa II UM1 0.715285 0.000006
F2091 Entierro 41, Cala 25-26, Cuadrante B, Capa II M1 Inferior 0.718690 0.000008
F2094 Entierro 73, Cala 24, Cuadrante D, Capa III UM1 0.722792 0.000008
F2096 Entierro 124, Cala 21, Cuadrante D, Capa III UM1 0.733420 0.000007

Se pulió ligeramente la superficie de la cúspide de un molar mediante un Dre-


mel “Moto-tool” con lijas. Se cortó la cúspide del molar con una navaja y se removió
el excedente de dentina con un taladro. Si la cúspide no queda limpia después de pulir
la superficie, removemos un trozo pequeño del lado del molar o barrenamos 5 mg de
polvo del esmalte para analizarlo por espectrometría de masa por ionización térmica.
Muestras de esmalte de 2-5 mg de peso fueron disueltas en una solución de ácido
nítrico al 5 molar. La fracción de estroncio fue purificada utilizando resina de EiChrom
SrSpec disuelta en ácido nítrico y después en agua. Las composiciones isotópicas se ob-
tienen sobre la fracción de estroncio usando un espectrómetro de masa por ionización
térmica VG (Micromass) Sector 54. Este es un instrumento con sector magnético, de
enfoque simple y equipado con colectores de Faraday múltiples. El estroncio es ubicado
sobre filamentos de Re y analizado usando un modo dinámico de quíntuple-colector
para la colección de datos. El rango de precisión de los análisis de 87Sr/86Sr se sitúa típi-
camente entre el 0.0006 y el 0.0009% del error estándar, basado en 100 ciclos dinámicos
de colección de datos (±0.000006). Nuestros análisis recientes del estándar de estroncio
(NIST 987) promedian un valor de 0.710260 ± 0.000010 (2s; N = 30). Las relaciones

230
Procedencia y etnicidad: evidencia isotópica de las sepulturas...

de 87Sr/86Sr se corrigen para fracciones de masa usando para ello una ley de fracciona-
miento de masa exponencial. Todas las relaciones de 87Sr/86Sr del laboratorio UNC-CH
se reportan en relación con un valor de 0.710250 para el estándar NIST 987 (es decir, si
las relaciones de 87Sr/86Sr, medidos para los estándares analizados, promedian 0.710260,
un valor de 0.000010 es sustraído de la relación obtenida en cada muestra). El procedi-
miento total se elimina para el estroncio cuando típicamente está debajo de 300 pg, lo
cual es insignificante respecto a las cantidades de estroncio contenidas en las muestras.

Resultados y discusión
Las proporciones isotópicas en los diez dientes aparecen en la Tabla 9.1 y también
fueron ilustrados en un gráfico (Figura 9.3). Los valores de Campeche son extraordinarios
y cuentan entre los más variados que el laboratorio ha obtenido en poblaciones humanas
durante sus más de diez años de funcionamiento. Diversos especimenes caen dentro del
rango de variación, esperado para las raciones locales (0.7077+) en Campeche. Específica-
mente, los Entierros 29, 31, 52, 60 y 22 exhiben valores que se ubican dentro de los límites
locales esperados y probablemente pertenecían a personas que nacieron en o alrededor
de la villa de Campeche. Sin embargo, los valores restantes varían enormemente entre sí y
alcanzan las cifras más altas que hemos medido en humanos. En particular, los Entierros
9-2, 41, 73, 102 y 124 corresponden a valores que van de 0.713 a 0.733. Estos valores
exceden todos los otros que hemos medido en Mesoamérica (más de 300).

Figura 9.3. Valores isotópicos de estroncio medidos en Campeche

231
T. Douglas Price / James Burton / Vera Tiesler

Excepto en pequeñas áreas de roca de granito en las montañas mayas, incluso


llegan a rebasar el rango del valor esperado en Mesoamérica con base en su geología
local (Hodell et al. 2004). Más aún, los valores más elevados (0.733) exceden los de todo
el continente americano, quizá exceptuando las latitudes altas del Escudo canadiense.
Todo indica entonces que los individuos estudiados habrían migrado de otro lugar.
Naturalmente surge la pregunta de dónde, exactamente, provienen estos valo-
res tan inusuales. Cinco de las muestras campechanas caen dentro del rango de la roca
calcárea de Yucatán, en tanto que los restantes cinco no parecen haberse originado en
Mesoamérica. Enfoquémonos primero en los tres valores más elevados por encima de
0.716. Estas proporciones requerirían una fuente muy alta en 87Sr, es decir, un sustrato tan
antiguo (>1 billion de años) como alto en rubidio, identificando zonas de granito ubica-
das en las áreas cratónicas continentales más antiguas de la tierra. Cratones son regiones
grandes de la costra primaria que han permanecido dormidos, tectónicamente hablando,
durante más de mil millones de años. Es probable entonces que el terreno que pueda
corresponderse con los excesivos valores hallados en Campeche se circunscriba a la parte
sur de África Occidental. Esta área, a excepción de una pequeña porción remanente de la
placa cratónica africana en el noreste de Sudamérica, también es la más cercana, geográ-
ficamente hablando, a valores similares a los de Campeche (Figura 9.4). Reid et al. (2000)

Figura 9.4. Distribución edafológica del oeste de África (Wright et al. 1985)

232
Procedencia y etnicidad: evidencia isotópica de las sepulturas...

han deducido, al igual que nosotros, que algunos esclavos sepultados en el ‘African Burial
Ground’ de Nueva York nacieron en la Costa de Oro, fundamentándose en la presencia
de decoraciones dentales africanas y valores isotópicos igualmente elevados, 0.7085 a
0.7275. Aunque difieren de otras piezas dentales que marcan los rangos locales de Nue-
va York de 0.71159, Reid et al. (2001) analizaron muestras de agua de pozos de Ghana
para su comparación y obtuvieron valores de 0.7355.
Ahora bien, el mapa de África Occidental muestra que la zona caracterizada por
valores elevados de 87Sr coincide con la distribución geográfica de la denominada Costa
de Oro, la cual alcanzó fama como importante centro de tráfico de esclavos africanos
que perduró hasta el siglo XVIII. Desde el siglo XVII temprano, los portugueses
suministraban esclavos a los españoles desde sus asentamientos a lo largo de la Costa
de Oro, principalmente a través de Elmina (actualmente Ghana), localizado en la parte
sudeste de África Occidental (DeCorse 2001). Bajo esta perspectiva, parece probable
entonces que los tres individuos hallados en Campeche con los valores isotópicos más
elevados (mayor a 0.715) hayan nacido en esta región africana, la cual también coincide
con el punto de partida del comercio de esclavos y desde donde salían muchas de las
rutas marítimas que comunicaban África con el Caribe.
También los dos valores intermedios (0.7125 y 0.7153) son de considerable in-
terés para nosotros. Es muy improbable que los individuos sean de la península de
Yucatán o de otra parte de Mesoamérica. Tal como mencionamos, existen muy pocas
áreas en esta zona que cuenten con valores isotópicos tan elevados. Sin embargo, hay
cierto número de áreas posibles que pueden corresponderse con los dos valores aquí
encontrados, incluyendo regiones de África Occidental y de Europa (Figura 9.4). De
momento no hemos podido delimitar las posibles fuentes geográficas de dichas cifras,
pero nuestra investigación continúa y somos optimistas de que el uso de raciones de
isótopos de oxígeno proporcionará información relevante.
Una última pregunta concierne a la distribución de los enterramientos locales y
foráneos (Figura 9.3, Tabla 9.1; véase también Rodríguez 2006). Tal y como se obser-
va en los restos de las otras etnias de la población funeraria, los difuntos africanos de
primera generación tendían a ser enterrados en las partes más alejadas del cementerio,
en tanto que los afro-yucatecos locales se inhumaban en lugares más cercanos a la igle-
sia. Si bien no podemos dar una explicación contundente a este fenómeno, caben dos
posibilidades; primero, que los difuntos foráneos fueron sepultados más tarde, después
de haberse ocupado las áreas más cercanas a la capilla, es decir, en los últimos años del
funcionamiento del camposanto. En segundo lugar, cabe preguntarse si las diferencias

233
T. Douglas Price / James Burton / Vera Tiesler

de ubicación, foráneos/alejados y locales/cercanos a la iglesia, responden a factores


económicos o sociales, un aspecto profundizado por Tiesler y Zabala en el capítulo 4
(véase también Coronel et al. 2001).

Conclusiones
Los resultados obtenidos en la investigación de la población del cementerio mul-
tiétnico colonial de Campeche subraya la utilidad del análisis de isótopos estables en la
detección de individuos foráneos en muestras arqueológicas, aportando valiosa informa-
ción sobre el lugar de nacimiento y patrones migratorios. Tal y como se ha demostrado,
varias personas allí enterradas no habían nacido en Yucatán, en tanto que otros cinco
de diez individuos de nuestra muestra muy probablemente son nativos de Campeche o
de sus alrededores. Los tres valores isotópicos más altos sin lugar a dudas proceden de
África Occidental y aquellos que marcaron valores intermedios parecen haber nacido
fuera de Mesoamérica, pero en un lugar cuya ubicación geográfica aún debe constatarse.
Ninguno de los cinco africanos con valores isotópicos locales mostraba modificacio-
nes culturales en su dentadura. Mientras que tres de los africanos foráneos sí exhibían
decoraciones dentales, sugiriendo que los individuos con decoración habían nacido en
África y esta costumbre está identificada como una tradición autóctona de África (véase
también Tiesler y Oliva en esta obra).

Reconocimientos. Los autores agradecen a la Dra. Pilar Zabala su generosa asesoría en


materia de la historia temprana de Campeche, al Centro INAH Campeche y al Gobierno
del Estado por su apoyo institucional. Agradecemos también a Mónica Rodríguez por
facilitarnos su plano de distribución mortuoria (Figura 9.2), a Paul Fullager por el análi-
sis de TIMS de las muestras y a la NSF de Estados Unidos por financiar estos estudios en
el Laboratorio de Química Arqueológica.

234
Procedencia y etnicidad: evidencia isotópica de las sepulturas...

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239
Capítulo 10

Consideraciones finales.
Desenterrando la Colonia Temprana
en Campeche

Matthew Restall

Campeche durante la Colonia temprana


Durante los dos primeros siglos de su existencia San Francisco de Campeche
aún respiraba el aire de una villa portuaria pequeña y soñolienta. La villa había sido ci-
mentada justo a las orillas del mar y su plaza principal daba directamente al mar abierto
(Antochiw, en esta obra). En días sin brisa, el mar se convertía en lago y sus olas eran
tan pequeñas que apenas se oían en la Plaza de Armas; en otras ocasiones, el mar se
precipitaba hacia la plaza e inundaba las calles que la circundaban, las cuales, por tanto,
poseían fundamentos profundos y espesos pavimentos. Las calles del centro eran estre-
chas y estaban mal ventiladas; cuando la brisa cesaba, el olor a pescado y otros hedores
penetraban de la bahía; durante los atardeceres los mosquitos atormentaban a la gente
(Hunt 1974: capítulo 1; Reed 2001:16-17).
A los inicios del periodo colonial se supone que Campeche era el principal portal
de Yucatán hacia el mundo exterior y debiera haber estado menos aislado que el resto de
la Colonia, pero en realidad solo atracaban ahí uno o dos barcos cada mes, en prome-
dio, llegados de Veracruz o de los puertos del Caribe. Era raro ver veleros de España
—cuando mucho pasaba uno cada cinco años— y usualmente los comerciantes de las
Islas Canarias traían solo vino (Antochiw, esta obra; García Bernal 2006:65, 69, 84, 87).
Los barcos tenían que echar sus anclas en las afueras de la Bahía de Campeche, al tiem-
po que su llegada impulsaba una actividad frenética a lo largo del muelle. Los lancheros
partían para encontrarse con el barco; otras personas preparaban el desembarque de
los pasajeros y marineros, de los esclavos africanos y de los bienes que se importaban
de otros rumbos del imperio. En ocasiones, los barcos se acercaban con intenciones

241
Matthew Restall

hostiles y entonces se producían diligencias frenéticas que iban en la dirección opuesta,


alejándose de la costa hacia los cerros interiores y subiendo por el camino real.
Cuando John Ogilby escribió América, su masivo compendio de descripciones
de las colonias del Nuevo Mundo, publicado en 1670, también retrató brevemente a
Campeche. Lo describe como

una villa grande que integró unas tres mil casas o más cuando fue conquistado por primera
vez por los españoles; quienes encontraron ahí monumentos de tal arte e destreza que el
lugar debe haberse poseído por una gente que no era bárbara, como ellos argumentan cla-
ramente. Se llama San Francisco y era sorprendido en el año 1596 por el capitán Parker, un
inglés que fue acompañado por el gobernador mismo y también por otras personas de im-
portancia junto con un barco ricamente cargado de oro y plata y otros productos de elevado
valor (Ogilby 1670:223)1.

Este retrato de la villa muestra la imagen de una sede española bien acomodada
que se había emplazado encima de las ruinas de una antigua civilización. Sin embargo,
no se mencionan a los mayas que en realidad constituían el sector más numeroso de la
población urbana y conurbana durante la época colonial, aunque se alude a ellos cuando
se les designa con el dudoso halago de una gente “no bárbara”; tampoco hay mención
alguna de la presencia africana.
Las omisiones de Ogilby no sorprende, ya que son parte de la tónica de su época.
En aquel entonces, los españoles aceptaban como hecho que la mayoría maya impulsara la
Colonia con su sangre y sudor. Aunque invisible ante los ojos europeos, también los afri-
canos se habían convertido en un componente básico y sustancial del tejido social urbano
como lo era Campeche. Como ocurrió en otras partes de las Indias, los africanos fueron
percibidos como propiedad y, por tanto, no se les concedía más mención de la que se daría
a los caballos o carruajes de la elite española o a los muebles de sus casas. Empero, y tal
como los caballos y carruajes, los africanos fueron requeridos; estaban por doquier y su
presencia se asumía como un hecho dado (Restall 2009: capítulo 2).

1 “a great Town, consisting of about three thousand Houses or more, when first conquer’d by the Spaniards;
who found such Monuments of Art and Industry in it, as did clearly argue, that the Place had been once
possess’d by some People that were not barbarous. It is now call’d St. Francisco, and was surpriz’d in the
Year 1596 by Captain Parker, an English-man, who took the Governor himself and some other Persons of
Quality with him, together with a Ship richly laden with Gold and Silver, besides other Commodities of
good value” (Ogilby 1670:223).

242
Consideraciones finales. Desenterrando la Colonia ...

Campeche se fundó en 1540, dos años antes de que se estableciera Mérida y de


cinco a seis años antes de que los españoles pudieran estar seguros de que su tercera in-
vasión a la península estableciera una colonia permanente. Como todos los otros asen-
tamientos yucatecos coloniales de diferentes tipos y tamaños, con algunas excepciones
durante la Colonia temprana, el área de Campeche era predominantemente maya. Había
también otros pobladores. En primer lugar cuentan las primeras familias españolas de
colonizadores que se congregaban alrededor de los conquistadores-encomenderos que
habían fundado la villa. Convivían también con los guerreros nahuas supervivientes
de la conquista y sus auxiliares, a quienes los Montejo habían traído como apoyo para
su invasión y que ahora residían junto con los mayas en vecindades seleccionadas, más
concretamente en el barrio de San Román, cercano a la Plaza Central de Campeche. A
estos grupos se sumaban, casi desde el comienzo, mestizos de descendencia española y
mesoamericana y pronto también de descendencia africana.
Debido a que los esclavos africanos acompañaban el consorcio de la invasión
encabezado por los Montejo, por consiguiente, constituían una parte integral del de-
sarrollo de Campeche desde sus inicios (Restall 2009: capítulo 1). Durante los años de
las décadas de 1540 y 1550, los hombres negros debieron haber desempeñado un papel
primordial en la evolución de Campeche como constructores, obreros y supervisores de
los trabajadores mayas locales. Es cuando la villa creció desde lo que era no mucho más
que un campamento fortificado en la playa hasta convertirse en un conglomerado de
casas de madera y, de allí, a un pequeño trazado de manzanas urbanas que se extendían
desde la Plaza Central.
El Campeche español se emplazó encima de un centro ceremonial compartido
por un grupo de aldeas mayas. Estas formaban parte de un pequeño reino que antes
había estado gobernado por un sacerdote de la dinastía de los Pech. De ahí deriva su
nombre: primero Ah Kin Pech, pronunciado como “Canpech” hacia 1540, y después
“Campeche” o “Campeachy” por los ingleses. En las afueras de Yucatán, los españoles
e ingleses solían llamar a toda la colonia “Campeche” durante el siglo XVI (varias fuen-
tes del AGI y AGN; Restall 1998:9-13; Redondo 1995:22, 56; Antochiw, en esta obra).
Anteriormente, a principios de la década de 1530, la manera de colonizar se había com-
probado que fue desastrosa en Chichén Itzá, pero luego se probó su eficacia en Tihó,
sitio maya donde fue erigida la ciudad de Mérida en 1542. La táctica facilitaba el acce-
so a la mano de obra maya y a la piedra labrada, que se encontraba en las pirámides,
plataformas y templos que caracterizaban a los centros ceremoniales mesoamericanos.
También permitía a la elite invasora erigir sobre las estructuras que antes simbolizaban el

243
Matthew Restall

dominio de los perdedores (es decir, los templos y palacios prehispánicos), los edificios
que simbolizarían la nueva estructura de poder: la iglesia, las oficinas gubernamentales
y los hogares de las primeras familias conquistadoras.
En cierto momento, quizá en sus inicios, los proyectistas de Campeche visuali-
zaban una villa portuaria que se alejaba del mar hacia tierra dentro para encerrar en sus
murallas todas las aldeas mayas que había, como fue el caso de Mérida. Pero esto nunca
se concretó; llevó siglos completar los muros y aún así quedaron fuera de su perímetro
defensivo algunos importantes asentamientos como fue la vecindad maya-nahua de San
Román. Mientras tanto, la iglesia, aún siendo una diminuta construcción de mamposte-
ría, se alzó en medio de la plaza. No fue sino hasta 1609 cuando se inició la edificación
de la iglesia grande que hoy domina el norte de la plaza y tuvo que transcurrir todo el
siglo XVII hasta que se pudiera dar por terminada.
Treinta conquistadores fundaron la villa. Cada uno recibió una encomienda de
comunidades mayas que se ubicaban en el sudoeste de la península. Sin embargo, no
había minas u otras fuentes lucrativas de ingreso en la región y el declive rápido de
la población maya, apenas comenzado en la década de 1530, continuó hasta el siglo
siguiente. Hasta las plantaciones de azúcar, que Francisco de Montejo el Adelantado ha-
bía creado en Champotón (al sur de Campeche) en aquellos años pioneros, tuvieron que
ser abandonadas veinte años mas tarde. Esta pérdida se produjo porque Montejo perdió
el acceso a su encomienda. Tampoco pudieron conseguir el número de obreros mayas
necesarios para su explotación y la plantación no era lo suficientemente redituable para
adquirir trabajadores africanos (Patch 1993:34; Redondo 1995:60).
Todos estos problemas pronto motivaron a los españoles campechanos a probar
suerte en el comercio externo —con Santo Domingo, Veracruz y, sobre todo, con La
Habana— a fin de depender menos de sus encomiendas. En este tiempo la mitad de
las familias fundadores de la villa recibieron licencias para adquirir esclavos domésticos,
principalmente importados de La Habana; parece ser que a lo largo de toda la época
colonial temprana Cuba fungía como fuente de esclavos importados, tanto de forma
legal como ilegal.
El comercio de esclavos entre La Habana y Campeche iba en las dos direcciones.
Los Montejo y sus aliados habían desarrollado un comercio constante con esclavos
mayas durante la década de 1530 y los vendían a La Habana principalmente. Si bien fue
declarada ilegal después de 1542, esta actividad continuó hasta la década de 1550. Esta
actividad, de hecho, acarreó la acusación más grave con la cual se incriminaba a la fac-
ción de los Montejo en los juicios de residencia gubernamentales. Interesa saber que hay

244
Consideraciones finales. Desenterrando la Colonia ...

indicios que apuntan a que también se encontraban algunos esclavos africanos entre los
cientos de desdichados mayas que se embarcaban rumbo a Cuba. Como ejemplo puede
citarse el año 1548 cuando los españoles de Campeche eran incapaces de reunir suficiente
tela, cera y cacao en sus encomiendas mayas para poder pagar los vestidos y comestibles
importados; estos bienes permanecían en un barco en la bahía de Campeche hasta que
las autoridades locales decidieron despachar a cambio algunos de sus esclavos (AGI Justicia
300, 3:ff. 219-442; Redondo 1995:49-50, 74; García Bernal 2006:29-43).

La primera iglesia de Campeche y su camposanto


Las reducidas dimensiones que Campeche mantuvo durante la Colonia tempra-
na, aunado a la cercanía en que los españoles, indígenas mayas o nahuas y africanos
tuvieron que convivir, trabajar y morir, se encuentra ilustrado vívidamente en el primer
cementerio de la villa. Situado en el subsuelo de la Plaza Central, este lugar fue excava-
do en el año 2000 por un equipo de arqueólogos y otros especialistas, cuyos resultados
ya fueron presentados en los capítulos precedentes y en otros trabajos anteriores. En
aquella ocasión fueron desenterrados no solo los cimientos de una iglesia de mediados
del siglo XVI sino que junto a ella se encontró un cementerio con los restos de más de
180 residentes en la villa de principios de la Colonia. Podemos suponer que durante
las décadas que siguieron a su fundación habría sido el lugar principal para la sepultura
de los pobladores de la villa. En el entorno de la misma comenzaban a coexistir otros
cementerios más pequeños que fueron estableciéndose en el transcurso de las obras
de otros edificios eclesiásticos que se emprendieron en los barrios, como en el de San
Román, durante la segunda mitad del siglo XVI.
Es preciso recalcar la extrema importancia que tiene la evidencia material que se
recuperó de la plaza al proveer valiosa información sobre la naturaleza de Campeche
durante la Colonia temprana. Era una comunidad sobre la cual aún sabemos relativa-
mente poco, en parte debido a la destrucción de los archivos urbanos de los primeros
siglos a manos de piratas que atacaron la villa en el siglo XVII. Cabe precisar que aunque
persisten algunas fuentes documentales sobre Campeche, estudiados o aún sin estudiar,
en archivos tales como el AGI y el AGN (véase Antochiw, en esta obra; Zabala, en esta
obra; Restall 2009), se ha perdido gran parte de la documentación local por los pillajes
e incendios del siglo XVII. Concretamente, la evidencia arqueológica del Parque Central
vislumbra una imagen del asentamiento, cuya composición multiétnica se remonta a su
misma fundación. Mientras que era de esperarse que los españoles fueran sepultados en
la plaza, es sorprendente quizá que una mayoría de no españoles hubieran compartido

245
Matthew Restall

con ellos el espacio mortuorio. Este hecho permite entrever la naturaleza de los hogares
urbanos españoles donde españoles, africanos, mayas y nahuas, mestizos y mulatos no
solo trabajaban juntos sino que convivían y morían juntos y, por ende, fueron enterra-
dos en un lote de tierra igualmente compartido. Los indígenas sepultados en la plaza
podrían haber habitado o trabajado junto a ella o en sus cercanías (como sugieren Co-
ronel et al. 2001 y Zabala et al. 2004), en tanto que los africanos podrían haber sido los
constructores de la fortificaciones (como sugiere Antochiw en esta obra). A mi parecer,
es igualmente factible que su espacio mortuorio simbolice su espacio vivendis: adyacentes
a los españoles en un rol de subordinación inmediata.
Los hallazgos en la plaza también dejan entrever algo sobre la presencia y el
papel desempeñado por los africanos y sus descendientes en la villa, siendo una con-
tribución particularmente significativa dado que la comunidad científica ha comenza-
do solo recientemente a prestar atención al estudio de la negritud en Yucatán (Zabala,
en esta obra; Fernández y Negroe 1995; Campos 2005; Restall 2009). Y, finalmente, la
evidencia confirma con perspicaz detalle científico aquel panorama vislumbrado por
las fuentes históricas. Documentan que los residentes no españoles de Campeche,
tanto los esclavos nacidos en África como los trabajadores mayas nacidos en Yucatán,
hubieron de soportar una vida laboral ardua. Al ser evaluados sus rasgos orales y den-
tales, el impacto de una nutrición deficiente, y de otros factores desfavorables, resultó
ser significativo en todos los grupos de no españoles sepultados en la plaza (Cucina,
en esta obra).
Vale resumir en estas líneas varios aspectos sobre el hallazgo de las osamentas de
africanos en Campeche. En primer lugar, por lo menos 13 (y hasta 23) de los más de 150
entierros contenían restos de africanos, inferidos por las características biológicas y las
modificaciones culturales en los dientes, proporcionando, así, una importante fuente de
información que complementa los testimonios documentales al confirmar que los escla-
vos negros constituían una parte integral de la historia campechana desde inicios de la
Colonia. En los individuos determinados como africanos se efectuó además un análisis
isotópico del estroncio, un elemento químico que se encuentra en el esmalte dental. Las
cifras encontradas en algunos individuos sitúan sus orígenes, hidro-geológicamente, en
la tabla cratónica de África Occidental; los autores infieren que allí debieron haber na-
cido y, además, haber vivido durante, al menos, los tres primeros años de su existencia.
Estos resultados subrayan que estos individuos debieron haber sido esclavos, al menos
cuando llegaron a las colonias españolas, asumiendo que no había africano que hubiese
migrado voluntariamente de su continente nativo hacia la Nueva España del siglo XVI.

246
Consideraciones finales. Desenterrando la Colonia ...

Pero no todos los africanos enterrados en la Plaza Central habían nacido en Áfri-
ca; el mismo análisis de isótopos estables identifica a individuos oriundos de Campeche
o de sus alrededores. Un segundo estudio dental, este basado en el perfil de elementos
traza contenidos en el esmalte, afirma que los infantes que fueron sepultados en el cam-
posanto debieron haber nacido en Campeche o, al menos, en un lugar de la península
de Yucatán (Zabala et al. 2004; véase también los capítulos de Rodríguez, Cucina y Price,
Tiesler y Burton, en este volumen).
Sobre el segmento africano, cabe agregar que varios hombres y mujeres negros
exhibían dientes limados y cincelados a precisión al estilo de las modificaciones que
se realizaban en el continente africano. Modificaciones dentales similares han sido ha-
lladas en osamentas de esclavos africanos en Cuba y otros lugares caribeños, todos
notablemente diferentes de las decoraciones dentales que se acostumbraban entre las
poblaciones autóctonas de Mesoamérica. En el caso de Campeche no podemos saber
si las reducciones se habían realizado en África o si los africanos continuaron con sus
tradiciones ancestrales en Yucatán durante la Colonia temprana. En todo caso, sabemos
que los africanos llegaron a la península en todo tiempo durante la época colonial con
marcas en los dientes y en la piel que derivaban de las diferentes culturas autóctonas
africanas de las cuales fueron separados. Un ejemplo es Joseph de Padilla, un escla-
vo africano del comerciante guipuzcoano Juan Antonio de Padilla, quien fue llevado a
Campeche en 1699 a una edad de 22 años; la descripción que se hizo de él incluía una
referencia de “su mejilla derecha, arada, y una cicatriz en la frente”. La frente arada pro-
bablemente se refería a unas líneas paralelas infligidas durante una escarificación ritual,
como parte de los ritos de pubertad acostumbrados en la zona occidental del continente
africano (AGI Contratación 5459, 214, 1: ff. 1r, 4v; Khapoya 1998: 46 sobre la decoración
corporal por escarificación en África occidental).
En segunda instancia, las exploraciones realizadas en el Parque Central de Cam-
peche muestran que el espacio mortuorio sirvió para enterrar a todos los segmentos de
la población que habitaban en la villa, convirtiéndolo, así, en un cementerio multiétnico.
Además de los cuerpos de los españoles, recibía los restos de difuntos mesoamerica-
nos —principalmente mayas, aunque seguramente también se enterraron allí algunos
indígenas nahuas y sus descendientes, quienes habían batallado, como aliados, con los
invasores europeos—, así como los mulatos y mestizos que resultaron del mestiza-
je temprano (Coronel et al. 2001; Cucina, esta obra). La composición del cementerio
muestra claramente las costumbres cristianas: los cuerpos descansaban sobre su espalda
acorde con la práctica colonial española; al lado no hay señas de las modalidades funerarias

247
Matthew Restall

autóctonas mayas o de otras importadas desde África (Tiesler et al., en esta obra). En
conjunto, la evidencia material viene a manifestar la naturaleza multiétnica, aunque cris-
tiana, de la villa; así como los ámbitos de trabajo y vivienda, cercanos a la plaza, de los
recién llegados colonizadores, de los trabajadores nativos y de los esclavos importados.
Con todo ello, se ilustran los procesos de hibridación y cambio cultural que comen-
zaron a darse desde inicios de la Colonia española; junto al estrecho control que los
sacerdotes españoles ejercían sobre las disposiciones en el camposanto que rodeaba la
pequeña iglesia ubicada en la Plaza de Armas campechana.
Las disposiciones implicaban también que, para ser enterrados en tierra con-
sagrada, los esclavos africanos tenían que ser cristianos al igual que los descendientes
mayas. En el Campeche de las primeras décadas de la Colonia ser sepultado en tierra
consagrada significaba ser enterrado en el camposanto de la Plaza de Armas.
Por otra parte, y pese a la aparente intimidad, interacción y dependencia mutua, la
jerarquía social quedaba bien establecida. Los habitantes no eran iguales, aspecto que se
ve reflejado en algunos detalles de la distribución de los emplazamientos fuera y dentro
de la iglesia, en la plaza. Como muestran las ilustraciones que acompañan algunos de los
capítulos precedentes, no todos los entierros se encontraban al lado de la iglesia (Ojeda
y Witz, en esta obra; Tiesler et al., en esta obra; Restall 2009: capítulo 6). Aunque no
difieren radicalmente de la distribución de los mestizos o mayas, los difuntos españoles
tendían a descansar dentro de o cercanamente al espacio eclesiástico. A los africanos
también se procuraba enterrarlos juntos, pero aparte de los otros grupos, algunos nota-
blemente alejados de la iglesia (véase Rodríguez, en esta obra).
De lo arriba asentado podemos deducir que la parroquia española de Campeche
ofrecía inicialmente los sacramentos tanto a los españoles como a sus esclavos, sirvien-
tes y dependientes no españoles. Al principio, la iglesia en la Plaza Central de Campeche
atendía hasta a los mayas de las aldeas circunvecinas, aunque no pasó mucho tiempo
para que la mayoría de los mayas fueran administrados espiritualmente en las pequeñas
iglesias que se construían en otros barrios o localidades. Todavía en 1599 el fraile Juan
Izquierdo, obispo de la Provincia, consideraba adecuado el tamaño de la iglesia de la
plaza. Al respecto escribía al rey Felipe III que “a la orilla de la mar está una villa llamada
Campeche. Tiene una iglesia razonable con que se puede el pueblo pasar buenamente
sin que haga otra de nuevo, y también por el riesgo que corre de los enemigos que or-
dinariamente vienen sobre ella a saquearla y robarla (…). Y supuesto este peligro que
queda dicho me ha parecido que en esta villa no se hagan gastos de iglesias ni ornamen-
tos” (Rubio Mañé et al. 1938:32).

248
Consideraciones finales. Desenterrando la Colonia ...

Campeche durante la Colonia media y tardía


Como puede observarse en el presente volumen, la iglesia del siglo XVI obvia-
mente no perduró mucho tiempo como el lugar central de culto en Campeche. Tan solo
seis años después de que el obispo Izquierdo había emitido su sentir sobre lo adecua-
da que era la primitiva iglesia de la Plaza Central, su sucesor, don Diego Vásquez de
Mercado, solicitó formalmente la opinión del cabildo de Campeche en este asunto. El
cabildo resolvió que se necesitaba urgentemente una nueva iglesia, puesto que la antigua
se estaba cayendo y, además, se había quedado tan pequeña que muchos vecinos debían
permanecer de pie sobre el cementerio para poder escuchar misa. Por todo ello, las mi-
sas que se celebraban durante los principales días festivos del calendario cristiano tenían
que oficiarse en el convento franciscano.
En 1609 se comenzaron las primeras excavaciones para cimentar una nueva igle-
sia, ubicada al lado de la anterior (coincidiendo la nueva iglesia a grandes rasgos con
la actual catedral; Ojeda y Huitz, en esta obra). Sin embargo, la construcción se fue
retrasando en la medida en que más tarde avanzaban las obras de las fortificaciones
encaminadas a circundar la villa (Antochiw, esta obra; Restall 2009: capítulo 5). Trans-
currió un siglo entero para que ambos proyectos se materializasen, y no fue sino hasta
1705 cuando se dio por concluida la nueva iglesia y, finalmente, pudo consagrarse, ese
mismo año, por el obispo (AGI México 521; AGI Escribanía 305a). El fraile franciscano
López de Cogolludo afirmaba a mediados del siglo XVII que “por ser la iglesia tan corta,
se comenzó a fabricar otra muy capaz, y aunque se hizo gran parte de ella, ha muchos
años que cesó la obra, por no haber rentas particulares para su fábrica, y cada día ser
mayor la pobreza que hay en todo Yucatán” (López de Cogolludo 1957 [1654], I:387).
Mientras tanto, y conforme crecía la villa, se fueron creando otras iglesias sepa-
radas y una parroquia específica para los residentes negros y mulatos libres. También
el culto al Cristo Negro se estableció en el barrio de San Román. Ahí fue donde se
asentaron los indígenas nahuas que habían acompañado a los conquistadores desde la
década de 1540 y, posteriormente, durante los siglos de la Colonia, la población de des-
cendencia africana (cuando se completaron las obras defensivas de la villa, San Román
quedó apenas afuera del perímetro amurallado). Y otro lugar cercano a Campeche se
documenta como residencia de africanos y mayas durante la Colonia temprana; se había
fundado bajo el nombre de Santa Lucía, o renombrado como tal, y había sido enco-
mendado a doña María Gertrudis de Echartea. Hacia 1630 el fraile Francisco Cárdenas
y Valencia anotó que además de la iglesia principal ahora existían también dos pequeñas
iglesias franciscanas o ermitas, una de ellas fue denominada como del Santo Nombre

249
Matthew Restall

de Jesús; como dice Cárdenas al respecto: “otra es del sancto nombre de Jessus y en
esta se administran los sacramentos a los morenos de la dha villa”; BL, Egerton 1791:
f. 50v). Sin embargo, cabe recalcar que la iglesia del Jesús estaba localizada, tierra aden-
tro, tan solo a una cuadra de la Plaza, por lo que no puede hablarse de una parroquia
completamente separada; los registros de bautizos, bodas y defunciones para negros y
mulatos todavía también estaban a cargo de la iglesia principal de la Plaza. Para ellos
había también un hospital llamado de la Misericordia. En 1724 fue la iglesia de Santa
Ana, un poco más alejada de la Plaza que la del Jesús, la que se convirtió en el centro
de la congregación afro-yucateca. Aún durante el siglo XVIII, los afro-yucatecos seguían
siendo atendidos por la iglesia del Jesús; no obstante, las parcelas situadas en las cuadras
centrales de la villa de Campeche, gradualmente, fueron ocupadas por los hogares de la
elite española. En 1830 la iglesia ya no era descrita como espacio de servicio exclusivo
para negros y mulatos (AGN Bienes Nacionales 20, 25; Redondo 1995: 57, 77, 97, 152, 155;
Campos: 35).
Hacia 1780 Campeche se describe en el famoso diccionario geográfico de Alcedo
como sigue:

La villa es pequeña, rodeada por tres torres defensivos denominadas La Fuerza, San Román
y San Francisco; estas se encuentran bien equipadas con artillería. Posé además una iglesia
parroquial, un convento de la orden de los franciscanos, un otro más de la orden de San Juan
de Dios, el cual integra un hospital llamado Nuestra Señora de los Remedios; en las afueras
de la villa hay otro templo dedicado a San Román, al cual se rinde un culto particularmente
devoto y quien es un santo patrón. En este templo se tiene una imagen referencial de Nuestro
Salvador con el mismo título de San Román que según una tradición maravillosa ya desde
antes de su colocación actual había efectuado unos milagros importantes; se dice que por esta
razón un comerciante llamado Juan Cano fue comisionado a comprarla en la Nueva España
y que la importó a Campeche en el año de 1665 tras un pasaje desde el puerto de Veracruz
que duró 24 horas. Realmente impacta la devoción y confianza se le tiene en este distrito a la
efigie. También existen dos adoratorios en las afueras de la ciudad. Una se llama Nuestra Se-
ñora de Guadalupe y el otro El Santo Nombre de Jesús, funcionando como iglesia parroquial
de los negros (Alcedo 1812, I: 255).

No es difícil de entender que tanto los campechanos indígenas como los afro-
campechanos vivían y trabajaban en todos los ámbitos de la villa y de sus alrededores.
Si en un principio la mayoría (si no todos) de los difuntos no españoles hallados en

250
Consideraciones finales. Desenterrando la Colonia ...

la Plaza Central habrían trabajado probablemente como sirvientes domésticos, tam-


bién en épocas posteriores los campechanos de ascendencia autóctona o africana se
dedicarían al servicio doméstico, al igual que a la construcción, además de desempe-
ñar otros oficios urbanos o rurales propios de los mayas y afro-yucatecos coloniales
(como he detallado en otra parte; véase Restall 1997; 2009: capítulo 4). En este sen-
tido, sus vidas no serían muy diferentes a las de sus semejantes en Mérida y en otros
sitios de la península, donde llegaron a establecerse españoles y afro-yucatecos en, o
junto a, los asentamiento mayas; forjando la sociedad multiétnica que llegó a caracte-
rizar la época colonial.
Al mismo tiempo, hay varios aspectos de la vida campechana que la hacían única
durante la Colonia, todos relacionados con su ubicación costera. El primero correspon-
de a la labor pesada que suponía la carga y descarga de los barcos anclados en la bahía,
el traslado en lanchas de las mercancías al puerto y su manejo hacia los atracaderos
situados a lo largo de la franja costera. Al inicio de la época colonial, Campeche no era
un puerto muy frecuentado; la actividad solía ser estacional debido a los vientos domi-
nantes que solo facilitaban la llegada de los barcos, desde los puertos caribeños antes
de 1770, durante los meses de verano. El número de barcos que llegaban a Campeche
anualmente varía en estos años, desde ninguno hasta más de una docena (Exquemelin
1969 [1678]:75; García Bernal 2006).
En este sentido, la mayor parte de la fuerza de trabajo la aportaban los mayas,
como era de esperarse, también porque la naturaleza estacionaria de las labores portua-
rias les permitía dedicarse a su actividad principal como agricultores del maíz o milperos,
siendo el trabajo en los atracaderos solo secundario como complemento de la agricul-
tura. La situación era similar en el caso de los esclavos negros y otros afro-yucatecos,
quienes se desempeñaban en las labores de embarque además de sus otras actividades
primarias, como la talla de sillares para San Juan de Ulúa, de herreros, arrieros, trajinantes
y tratantes y hasta milperos; un oficio, este último, que llegó a convertirse durante los siglos
XVII y XVIII en una actividad que era igual de común para afro-yucatecos rurales como
ya lo era para los mayas (Restall 2009: capítulo 4).
Durante el siglo XVII, otro tipo de industria portuaria se sumó a la experiencia
afro-yucateca. Hacia 1620 ya debían de existir algunos tipos de actividades dedicadas a la
construcción naval. En este sentido, el fraile Antonio Vásquez de Espinosa señaló hacia
1620 que había “leña excelente” alrededor de Campeche, “por lo cual barcos sólidos se
construyen en su puerto” (Espinosa 1942:122). Las fuentes sugieren que el primer asti-
llero grande fue establecido en 1650 por don Antonio Maldonado de Aldana, el mismo

251
Matthew Restall

quien después, en 1666, fue acusado por el gobernador Esquivel por explotar ilícita-
mente la mano de obra maya y destinarla al corte del palo de tinte, en la construcción
naval y en el comercio de madera hacia La Habana y Veracruz. Maldonado aducía en su
defensa que utilizaba 24 esclavos negros, que eran de su propiedad, en la explotación de
madera y construcción naval, y que recurría a la mano de obra indígena solo como ayuda
(AGI México 361:ff. 14-17; Hunt 1974:325-28; González Muñoz y Martínez Ortega 1989:
100, 106-9). En otras palabras, los africanos eran instrumentos para el desarrollo de la
industria naval de Campeche, dedicándose a un tipo de trabajo cualificado y de supervi-
sión, característicos de la posición intermedia que ocupaban en la sociedad y economía
colonial yucateca (Restall 2009).
Finalmente, otra dimensión de la vida de los habitantes de la villa portuaria era
su vulnerabilidad ante los ataques piratas. Si bien, algunos esclavos fugitivos y hombres
de color libres participaban en, o hasta lideraban, partidas de piratas, había con toda
probabilidad menos piratas negros efectuando ataques a Campeche que afro-yucatecos
defendiendo la colonia formando parte de la milicia (Restall 2009: capítulos 4-5). Dam-
pier ofrece una descripción vívida del saqueo de la villa a manos de corsarios ingleses en
1659, y otra vez en 1678, unos años después de que el propio Dampier visitara la villa,
a la cual describió mostrando “un aspecto agradable a la vista,” con sus casas de “piedra
fina” y “una cuidadela fuerte (...) dotada con muchos cañones”. Pese a la ostentación
defensiva de Campeche, Dampier afirma que el capitán corsario Sir Christopher Mims
(o Myngs) decidió conceder a sus habitantes tres días de aviso previo antes de tomar la
villa, ya que “se desdeñaba de robar una victoria”. Los corsarios que atacaron en 1678,
por su parte, sí adoptaron una táctica de ataque sorpresa y los campechanos, de hecho,
parece ser que les ayudaron, involuntariamente, en su estrategia; cuando se acercaban
los piratas al amanecer, los campechanos los sorprendieron con una cálida bienvenida
al confundirlos con su propia milicia de regreso después de un ataque contra grupos
mayas (Dampier 1699, II, vol. 2:45-46).
Los campechanos confundieron probablemente desde la distancia a los atacan-
tes, debido a que, tanto la milicia local como la compañía pirata de Mim, estaban com-
puestas por hombres armados y de diferentes colores. De ser así, tras la ironía de esta
historia está el hecho que durante los últimos años del siglo XVII, la elite española de
Campeche había llegado a confiar en, o tomar como un hecho normal, la ayuda de afro-
yucatecos no solo como fuerza de trabajo en los hogares, negocios y embarcaciones
locales, sino, incluso, en la milicia para defender a la colonia de los mayas rebeldes del
sur y de los enemigos piratas que amenazaban desde el mar.

252
Consideraciones finales. Desenterrando la Colonia ...

Desde el siglo XVI tardío hasta comienzos del siglo XVII, la ubicación de Campe-
che le proporcionó importancia como centro portuario y de comercio pero, al mismo
tiempo, la volvió extremadamente vulnerable como asentamiento; fue posteriormente,
avanzado el siglo XVII, que su localización proporcionaba cada vez más beneficios den-
tro de la trama colonial y, por lo tanto, prosperidad. El aumento de la población negra
y mulata durante la Colonia tardía estaba ligado al desarrollo económico de la villa por-
tuaria. Este desarrollo era, a su vez, resultado del incremento de la actividad comercial
entre la villa (o “ciudad” como fue declarada formalmente en 1777) y otros puertos
coloniales, en particular La Habana después de 1770. En este año, Campeche recibió la
licencia del libre comercio, lo que conllevó efectos dramáticos para sus actividades de
transporte marítimo. Durante la primera mitad del sigo XVIII anclaban una media anual
de doce barcos en el puerto de Campeche, y en los doce años previos a 1770, no había
desembarcado ni un solo velero en el puerto campechano, si hemos de creer lo recogido
en los registros oficiales. Estas cifran contrastan radicalmente con las de 1802, cuando
unos 960 barcos llegaron a visitar Campeche (Patch 1993:204-5).
En la medida en que Campeche fue integrándose a la red comercial y marítima
de los puertos españoles en el Golfo de México, los africanos que vivían en estos puer-
tos fueron involucrados económica y socialmente dentro de la nueva realidad. Hubo
también la demanda de mano de obra esclava que había en el siglo XVIII tardío en las
plantaciones azucareras situadas en los alrededores de Campeche; al mismo tiempo,
fue creciendo la demanda de su fuerza de trabajo en otras industrias relacionadas, es-
pecíficamente con las actividades portuarias, y en las casas de la próspera elite local. El
mercado existente para la mano de obra africana absorbía tanto a negros como a pardos
e involucraba tanto a personas esclavizadas como a libres.
La concentración de africanos en ciertos barrios de Campeche, la elevada pro-
porción de enlaces matrimoniales dentro de esos barrios y el acelerado aumento del
número de personas de color libres, fueron factores que creaban un sentido de unión
social al igual que la experiencia laboral compartida. Cabe recalcar que las comunida-
des no eran exclusivamente de afro-yucatecos o de afro-campechanos; la red social
se definía más bien por la ubicación dentro de Campeche y por los enlaces familiares
y ocupacionales que forjaron redes sociales cuyos miembros eran mayas y mestizos,
negros y pardos.
Hacia 1779, los españoles y los afro-yucatecos representaban cerca de un cuarto
de la población municipal de Campeche. Al final del periodo colonial, hasta una tercera
parte de la población de Campeche se clasificaba oficialmente como afro-yucateca; las

253
Matthew Restall

cifras reales eran aún más elevadas, ya que el censo oficial no tomaba en cuenta que
muchos de aquellos que se contaron como españoles, mestizos o “indios” tenían al-
guna ascendencia africana. En 1830, Campeche fue descrita contando con seis barrios
de indígenas, cada uno con un gobernador maya o cacique al frente (Guadalupe, San
Francisco, La Ermita, Santa Lucía, Santa Ana, y San Román; AGEC Estadísticas (Fondo
Gobernación) 1, 4: f.1). Sin embargo, esta clasificación en realidad era errónea. La persis-
tencia de las estructuras políticas coloniales en la práctica (y hasta en la terminología) y
el abandono de las etiquetas de castas, ocultaban el hecho de que estos barrios denomi-
nados “mayas” en muchos sentidos eran en realidad vecindades afro-mayas.
Siendo así, Campeche se había vuelto innegablemente una ciudad multiétnica
muy evidente hacia finales de la época colonial, donde sus residentes —de diversos
orígenes, pertenencias sociales y ocupaciones— interactuaban cotidianamente. Es en
este sentido que la plaza del siglo XVI con su primitiva iglesia y el camposanto multiét-
nico asociado, excavado recientemente tras cuatrocientos años de olvido, anticipa y a
la vez simboliza el espacio confinado y la intensa interacción social que iba a acompa-
ñar el desenvolvimiento fascinante y singular de Campeche a lo largo de los siglos de
la Colonia.
Por último, este trabajo, como los anteriores reunidos en este volumen, ha susci-
tado más preguntas que respuestas. Lo que sabemos de la ciudad de Campeche durante
la Colonia solo constituye la cima del iceberg por muy importante y absorbente que esta
información pudiera ser. Los trabajos de investigación conducidos por los especialistas
brindan las pautas a seguir ahora; plantea a los arqueólogos, historiadores e, igualmente,
a los expertos de otras disciplinas el reto de convertir las pistas proporcionadas en esta
obra en un estudio comprensivo, detallado de esta ciudad ya llamada por Ogilby (1670)
“la villa magnífica”.

Reconocimiento. Supe de las excavaciones conducidas en Campeche por la Dra. Vera Ties-
ler y sus colegas del INAH en el transcurso de mi investigación para mi libro sobre el
segmento africano durante la colonia en Yucatán (Restall 2009) y, por tanto, agradezco
la disponibilidad de la Dra. Tiesler en compartir los hallazgos, producto de los seis años
de estudio, y por su generosa invitación a participar en esta importante obra.

254
Consideraciones finales. Desenterrando la Colonia ...

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255
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1989 Cabildos y Elites Capitulares en Yucatán (dos Estudios). Escuela de Estudios Hispano-
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1974 Colonial Yucatan: Town and Region in the Seventeenth Century. Tesis doctoral, University
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256
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AGI
Archivo General de Indias, Sevilla, España.

AGN
Archivo General de la Nación, México, DF.

BL
British Library, Londres, Inglaterra

257
Anexo 1

Retícula
Capa 2
Capa 3
Capa 4
Total

258
Anexo 1-A

259
Anexo 1-B

260
Anexo 1-C

261
Anexo 1-D

262
Anexo 1 total

263
Anexo 2a – Lista de entierros y sus características

Entierro Capa Pozo Cala Cuadrante Prof. max.
1 III 21 G 1.20 m
2 III 30-31 N 1.36 m
3 II 23-24 B 1.13 m
4 III 24 B
5-1 III 25 B 1.04 m
5-2 III 24-25 B 1.10 m
5-3 III 24-25 D 1.18 m
5-4 III 24-25 B 1.16 m
6 II´ 24 A 1.28 m
7 III 21-21 C 1.31 m
8 II 23-24 B 1.06 m
9 III 22-23 B 1.24 m
9-1 III 22-23 B 1.10 m
9-2 III 21-22 B 1.47 m
9-2 ass III 21-22 B 1.04 m
9-3 III 22-23 B 1.55 m
9-4 III 23 B 1.17 m
9-5 III 23 B 1.17 m
10 III 23 C 1.16 m
10-1 III 23 C 1.05 m
11-1 III 25 B 1.12 m
11-2 III 25-26 B 1.10 m
12 III 24-25 C 1.15 m
13 II 18 D 1.14 m
14 III 3 A 1.37 m
15 III 3 B 1.68 m
16 III 16 E
17-1 III 22-23 C 1.10 m
17-2 III 21-22 C 1.05 m
17-3 III 22 C 1.05 m
17-4 III 22 B-C 1.12 m
17-5 III 22-23 B-C 1.18 m

265
Entierro Capa Pozo Cala Cuadrante Prof. max.
17-6 III 21-22 C
17-7 III 22 B-C 1.21 m
17-9 III 22-23 C 1.24 m
18 III 21 C 1.10 m
18-1 III 21 C 1.24 m
18-2 III 22 B-C 1.34 m
19 II´ 24-25 C
20 III 21-22 C 1.17 m
21 II´ 24 C 0.75 m
22 II 23-24 C 1.06 m
23 II 22 C 1.09 m
24 III 21-22 A 1.30 m
25 III 18 A´ 1.19 m
26 III 18 A´ 1.45 m
27 III 20-21 A 1.06 m
28 III 18 B 0.94 m
29 IV 18 A 1.42 m
30 IV 18 A-A’ 1.36 m
31 IV 18-19 A 1.35 m
32 IV 18 B 1.32 m
34 II 19 A
35 III 19 A’ 1.16 m
36 III 18 B 1.16 m
37 III 18 B 1.20 m
38 III 18 B 1.15 m
39 III 18-19 B 1.38 m
40 II ‘ 25-26 B 1.10 m
41 II ‘ 25-26 B 1.03 m
42 II ‘ 25-26 B-C 1.08 m
43 II ‘ 25 B-C 1.07 m
44 II ‘ 26 B 1.03 m
45 II ‘ 26 B-C 1.02 m
46 II ‘ 25 C 0.98 m
47 II ‘ 26 C 1.11 m

266
Entierro Capa Pozo Cala Cuadrante Prof. max.
48 II ‘ 26 B-C 1.16 m
49 II ‘ 26 B-C 1.19 m
50 III 21-22 A´-A 1.27 m
51 III 22 A´ 1.20 m
52 III 20-21 A´ 1.29 m
53 III 20 A´ 1.20 m
54 III 20 A´ 1.14 m
55 III 20 A
56 III 20 A 1.11 m
57 III 21 A´-B´ 0.89 m
58 IV 20-21 B´
59 IV 20-21 B-C 1.35 m
60 III 21 C 1.34 m
61 IV 20-21 C 1.51 m
62 IV 21 C 1.48 m
63 IV 20 C 1.36 m
64 III 21 B 1.21 m
65 III 23 C 1.09 m
66 III 21 C-D 0.86 m
67 III 21.22 D 0.62 m
68 III 22 D 0.85 m
69 III 21-22 D 0.84 m
70 III 23 D 1,11 m
71 III 24 D
72 III 24 D 0.82 m
73 III 24 D 0.87 m
74 III 24 D 0.79 m
75 III 24 D 0.85 m
76 III 24 D 0.80 m
77 III 23-24 D 1.08 m
78 III 24 D 0.96 m
79 II 23 D 0.73 m
80 II 23 D
81 III 20-21 B 1.32 m

267
Entierro Capa Pozo Cala Cuadrante Prof. max.
82 III 20-21 B 1.14 m
83 III 24 D
84 II 23 D
85 III 21-22 D 1.17 m
86 III 22-23 D
87 III 21-21 D 1.12 m
88 III 25 C-D 0.72 m
89 IV 20-21 B 1.28 m
90 III 19-20 A-B 1.31 m
91 III 1´-2´ C 1.82 m
92 II 22-23 D 1.00 m
93 III 18 C 0.79 m
94 III 18-19 B-C
95 III 24 D 1.22 m
96 II´ 23-24 D 1.00 m
97 II’ 26 B 1.29 m
98 III 24-25 C
99-100 II´ 26-27 B-C 1.20 m
101 II’ 27 B
102 II´ 27-28 B 1,16 m
103 II´ 28-29 B 1.18 m
104 II 29 B 1.07 m
105 II´ 26-27 C 1.16 m
106 II´ 26-27 C 1.24 m
107 II´ 28-29 B 1.12 m
108 III 21 D 1.11 m
109 III 21 D 1.05 m
110 III 21 D 0.97 m
111 III 28-29 B 1.40 m
112 II´ 21 D 0.90 m
113 II´ 27-28 C 1.18 m
114 II´ 27 C 1.20 m
115 III 24-25 D 1.22 m
116 II ‘ 27 B 1.30 m

268
Entierro Capa Pozo Cala Cuadrante Prof. max.
117 III 21 D 1.09 m
118 III 21 D 1.23 m
119 II´ 27-28 B-C 1.07m
120 III 21 D 1.20 m
121 III 23-24 D 0.98 m
122 III 22 D 1.20 m
123 III 21 D 1.33 m
124 III 21 D 1.29 m
125 III 19 D-E 1.06 m
126 III 18-19 D 1.22 m
127 III IV 3 D 1.37 m
128 IV V 4-5 E 1.41 m

269
Anexo 2b. Lista de entierros con características de disposición

Número Modalidad Tipo Posición Orientación de la cabeza
1 Directo Primario disturbado Flexionado sobre la derecha W-E
2 Directo Secundario
3 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
4 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
5-1 Directo Primario, multiple simultaneo Decúbito dorsal extendido SW-NE
5.2 Directo Primario, multiple simultaneo Decúbito dorsal extendido SW-NE
5-3 Directo Primario, multiple simultaneo Decúbito dorsal extendido NE-SW
5-4 Directo Primario, multiple simultaneo Decúbito dorsal extendido NE-SW
6 Directo Primario complete Decúbito dorsal extendido SW-NE
7 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE

271
8 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
9 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
9-1 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
9-2 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
9-2 asoc. Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
9-3 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido N
9-4 Directo Primario, multiple simultaneo Decúbito dorsal extendido SW-NE
9-5 Directo Primario, multiple simultaneo Decúbito dorsal extendido SW-NE
10 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
10-1 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
11-1 Directo Secundario
11-2 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
Número Modalidad Tipo Posición Orientación de la cabeza
12 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
14 Directo Secundario
15 Directo Secundario
16 Directo Secundario
17-1 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
17-2 Directo Primario complete Decúbito dorsal extendido SW-NE
17-3 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
17-4 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
17-5 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
17-6 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
17-7 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
17-9 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE

272
18 Directo Secundario
18-1 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
18-2 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
19 Directo Secundario
20 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
21 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
22 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
23 Secundario
24 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
25 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
26 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido S-N
27 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
Número Modalidad Tipo Posición Orientación de la cabeza
28 Directo Primario disturbado
30 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
31 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
32 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
33 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
34 Secundario
35 Directo Primario disturbado
36 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
37 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
38 Directo Primario disturbado
39 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
40 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE

273
41 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
42 Secundario
43 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
44 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
45 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
46 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
47 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
48 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
49 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
50 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido S-N
51 Directo Primario complete Decúbito dorsal extendido SW.NE
52 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW.NE
Número Modalidad Tipo Posición Orientación de la cabeza
53 Directo Primario complete Flexed on the right side
55 Secundario
56 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
57 Directo Primario disturbado Irregular
58 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
59 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
60 Directo Primario disturbado
61 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW.NE
62 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
63 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
64 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
65 Secundario

274
66 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
67 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
68 Secundario
69 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
70 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
71 Secundario
72 Secundario
73 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
74 Secundario
75 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
76 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
77 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
Número Modalidad Tipo Posición Orientación de la cabeza
78 Secundario
80 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
81 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
82 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
83 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
84 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
85 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
86 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
87 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
88 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
89 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido
90 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE

275
91 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido NE-SW
92 Secundario
93 Secundario
94 Directo Primario complete Decúbito dorsal extendido SW-NE
95 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
96 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
97 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
98 Secundario
99-100 Directo Primario disturbado
101 Secundario
102 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
103 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
Número Modalidad Tipo Posición Orientación de la cabeza
104 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
106 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
107 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
108 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
109 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
110 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
111 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
112 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
113 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
114 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
115 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
116 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE

276
117 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
118 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
119 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
120 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
121 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
122 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
123 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
124 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
125 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
126 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
127 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido NE-SW
128 Directo Primario disturbado Decúbito dorsal extendido SW-NE
Anexo 2c. Datos crono-vitales de cada entierro

Entierro Sexo Edad Comentarios
1 M? Adulto maduro/senil (45-60) Dentición asociada
2 Subadulto (15-20)
3 F? Adulto/ Adulto maduro (40-50)
4 Adulto (>20) Restos de un segundo individuo
5-1 Adolescente (10-15) Restos de cráneo asociado (5-1b)
5-2 F? Adulto/ Adulto maduro (35-55)
5-3 M? Young/ Adulto maduro (30-50)
5-4 F? Adulto joven (25-35) Restos de cráneo femenino adulto asociado (B5-5)
6 M Adulto (>20)
7 Infante 3 (8-10)

277
8 F? Adulto (>20)
9 F Subadulto/ Adulto joven (20-30)
9-1 Infante 1 (1-1.5)
9-2 M Adulto joven (25-35)
9-2 Adulto (>20) Asociado
9-3 M Adulto joven (25-35)
9-4 M? Subadulto/ Adulto joven (20-30)
9-5 Infante 1 (0-2)
10 M? Subadulto/ Adulto joven (20-30)
10-1 Adulto/Adulto joven (30-45)
11-1 F? Subadulto (20-25)
11-2 M Adulto (>20)
Entierro Sexo Edad Comentarios
12 M? Adulto joven (25-35)
13 Infante 2/3 (5-7)
14
15
16
17-1 Adolescente (10-15)
17-2 M? Adulto (>20)
17-3 Infante 3 (8-10)
17-4 F? Adulto joven (25-35)
17-5 F? Subadulto/ Adulto joven (20-35)
17-6 M? Adulto joven/Adulto (25-40)
17-7 M? Adulto joven/Adulto (30-45)

278
17-9 F? Subadulto (15-20)
18 M Subadulto/ Adulto joven (20-30)
18-1 M Adulto joven (25-30)
18-2 M? Adolescente/Subadulto (13-20)
19
20 Adulto (>20)
21 Infante 1 (0-2)
22 F? Adulto/ Adulto maduro (35-50)
23
24 M Adulto (>20)
25 Infante 1 (0-3)
26 M? Adolescente/Subadulto (14-18)
Entierro Sexo Edad Comentarios
27 Infante 2 (3-5)
28 Subadulto (15-25)
29 F? Subadulto (17-23)
30 Adolescente/Subadulto (13-17)
31 F Subadulto/ Adulto joven (20-30)
32 M? Adulto/ Adulto maduro(35-55)
33 M? Adulto (>20)
34 Adulto (>20)
35 Adulto (>20)
36 Infante 1 (1-2)
37 Infante 3/Adolescente (8-15)
38 M? Adulto (>20)

279
39 M? Subadulto (15-25)
40 M Adulto/ Adulto maduro (35-50)
41 M? Adulto joven/Adulto (25-40)
42
43 M? Adolescente (10-15)
44 Adolescente (10-13)
45 Adolescente (10-15)
46 Perinatal (0)
47 Infante 1 (0-1)
48 F? Adulto (>20)
49
50 Subadulto/ Adulto joven (18-28)
Entierro Sexo Edad Comentarios
51 Infante 1 (1-2)
52 Infante 1 (1.5-2.5)
53 M Adulto (30-50)
54 Infante 2 (3-5)
55
56 Adulto (>20)
57 F? Adulto joven/Adulto (30-40)
58 F? Adulto/ Adulto maduro (35-55)
59 F Subadulto/ Adulto joven (20-30)
60 Varios individuos
61 Varios individuos
62 F? Subadulto (15-25)

280
63 Adulto (>20)
64 M?
65 Varios individuos
66 Infante
67 M? Adulto (30-50)
68
69 F? Adulto maduro/senil (>45)
70 M? Adulto (>20)
71
72 M? Subadulto (15-25) Por lo menos dos individuos asociados
73 F? Adulto joven/Adulto (25-45)
74
Entierro Sexo Edad Comentarios
75 Infante 3/Adolescente (9-12)
76 Adulto (>20)
77 Por lo menos cinco individuos asociados
78 Por lo menos tres individuos asociados
79 Por lo menos tres individuos asociados
80 Varios individuos
81 Infante 2/3 (5-8)
82 Por lo menos dos individuos asociados
83 F? Subadulto/ Adulto joven(20-30) Por lo menos dos individuos asociados
84
85 Infante 3/Adolescente (8-11)
86 Adulto (>20)

281
87 F? Adulto/ Adulto maduro (35-55)
88 M? Adulto joven/Adulto (25-40) Asociado a un subadulto (88-ass)
89 M? Adulto/ Adulto maduro(35-55)
90 M? Adulto (>20)
91 Por lo menos tres individuos asociados
92
93
94 M? Adulto joven/Adulto (25-45) Asociado un subadulto femenino (15-20) (B94-2)
95 M Adulto joven/Adulto (25-40)
96 Por lo menos dos individuos asociados
97 Por lo menos dos individuos asociados
98
Entierro Sexo Edad Comentarios
99-100 F? Adolescente (11-15)
101
102 F? Subadulto (18-23) Asociado a un cráneo infantil
103 F? Adulto (>20)
104 Por lo menos tres individuos asociados
105
106 Adulto/ Adulto maduro (35-50) Por lo menos dos individuos asociados
107
108 Infante 1 (0.5-2.5)
109
110
111 Infante 2 (3-6)

282
112
113
114 Infante (0-10)
115
116 Infante (0-10)
117 M? Subadulto (15-25)
118 Infante 3/Adolescente (8-12)
119
120
121
122
123 Adolescente (10-15)
Entierro Sexo Edad Comentarios
124 Adolescente/Subadulto (13-17)
125
126 Adulto/ Adulto maduro(35-50)
127 Adulto (>20)
128 Adulto (>20)

283
Anexo 3. Lista de entierros del camposanto de la plaza principal
de Campeche y su filiación étnica

Africano?? 5-3 Europeo 5-4 Indígena 1 Mestizo 10 ? 4-1
Africano 9-2 Europeo 11-2 Indígena? 5-2 Mestizo? 12 ? 4-2
Africano? 18-2 Europeo??? 75 Indígena? 6 Mestizo 17-2 ? 17-1
Africano 19 Europeo??? 99 Indígena 7 Mestizo 17-3 ? 17-7
Africano?? 19 ass Indígena 9 Mestizo 17-5 ? 23
Africano?? 22 Indígena 9-3 Mestizo? 17-9 ? 32
Africano?? 29 Indígena 9-4 Mestizo 49 ? 40
Africano?? 31 Indígena 10-1 Mestizo 52 ass ? 45
Africano 33 Indígena 11-1 Mestizo 71 ? 53
Africano?? 41 Indígena 13a Mestizo 71-2 ? 59
Africano? 44 Indígena??? 13b Mestizo? 72-1 ? 70

285
Africano?? 49 Indígena?? 13c Mestizo 72-2 ? 78
Africano 49b Indígena??? 13d Mestizo 81a ? 84-2
Africano? 50 Indígena 17-4 Mestizo 81b ? 88-1
Africano? 52 Indígena???? 25 Mestizo? 84-1 ? 89
Africano?? 60 Indígena??? 26 Mestizo 88-2 ? 92
Africano?? 73 Indígena 30 Mestizo 120 ? 93-2
Africano 85-1 Indígena 39 Mestizo? 125 ? 106
Africano 85-2 Indígena??? 51 Mestizo 126 ? 110-2
Africano? 95 Indígena 57 Mestizo? n.b.n. ? 111b
Africano 102 Indígena? 61 ? 115 ass
Africano?? 123 Indígena 62 ? 122
Africano? 124-1 Indígena?? 66 ? 128-2
Africano 124-2 Indígena? 67
Indígena??? 72-3
Indígena 72-4
Indígena 74
Indígena 79
Indígena 79-2
Indígena 82
Indígena? 87
Indígena 93-1
Indígena 94-1
Indígena 94-2
Indígena? 98 ass
Indígena 107
Indígena 110-1

286
Indígena 111a
Indígena 113
Indígena 118
Indígena 121a
Indígena 128-1

a
La filiación étnica se estimó a partir de los rasgos morfológicos dentales. Rasgos bien expresados, como por ejemplo
el incisivo de pala, permiten distinguir entre poblaciones del Viejo Mundo de las del Nuevo Mundo, debido a que estos
rasgos son muy frecuentes en poblaciones mesoamericanas (más del 80%), mientras que su frecuencia es mucho más rara
(alrededor del 10%) en europeos o africanos. De manera similar, los africanos pudieron ser identificados por la presencia
de la séptima cúspide en los molares inferiores, pues este rasgo está presente en África Occidental con frecuencias del 40%
hasta el 60% en comparación con menos del 1% en Mesoamérica y el 5% en Europa. Los segundos molares con cuatro
cúspides se encuentran en europeos con frecuencias superiores al 70%, mientras que los africanos tienen un 10-15% y es
muy raro en los mesoamericanos, por lo que este rasgo, en combinación con otros, permite discriminar los europeos de
los otros grupos étnicos. Los “mestizos” corresponden a aquellos individuos que presentan un conjunto mezclado de ras-
gos que no caen en ninguno de los otros grupos étnicos. Por último, la filiación no pudo ser identificada en más de veinte
individuos debido a que faltaban de muchas piezas dentales o porque sus pocos rasgos disponibles no eran indicativos de
ninguna pertenencia étnica. Cabe mencionar que la variabilidad interna a cada grupo es muy alta, por lo que la asignación
étnica se basa en la mejor estimación posible y no es definitiva, en particular por lo mestizos, debido también a la pobre
preservación de los restos y a los contextos esqueléticos muchas veces mezclados y removidos. La frecuencia de los rasgos
se basó en Scott y Turner (1997) para los africanos y europeos, y en Cucina et al. (2005) para las poblaciones autóctonas.

287
REFERENCIAS

Cucina, Andrea
2005. Procedencia y estatus social de los africanos en la villa colonial de Campeche: un estudio químico y antropológico
preliminar. Estudios de Antropología Biológica 12:679-698.

Scott, Richard, y Christy G. Turner


1997 The Anthropology of Modern Human Teeth. Dental Morphology and its Variation in Recent Human Populations. Cambridge
Studies in Biological Anthropology, Cambridge University Press, Cambridge.
Glosario de términos

Adelantado: Oficio que corresponde a presidente o gobernador de Provincia que, junto


a la Audiencia, juzgaba todas las causas civiles y criminales.

Alcabala: Derecho real que grava las compra-ventas.

Alhóndiga: Casa pública donde se guarda el cereal para asegurar su abasto.

Almoneda: Venta de mercancías públicamente en presencia de la justicia, donde los com-


pradores van pujando.

Almojarifazgo: Derechos que se pagan al rey de las mercaderías que salen para otros rei-
nos o entran en los de España por mar.

Asentista: Persona o compañía que contrata un asiento.

Asiento: Contrato u obligación, en nuestro caso los asientos contratados entre el rey y
particulares (asentistas) para el comercio de esclavos.

Audiencia: Tribunal de justicia de nivel superior, tenía su sede en México con jurisdicción
para toda Nueva España.

Ayuntamiento: Lo mismo que cabildo, se forma en las ciudades y villas conformado por
alcaldes y regidores que tienen la función de gobierno político y económico de
la ciudad o villa.

Barrio: Distrito o parte de una ciudad o lugar que con nombre particular se distingue de
los demás de la ciudad.

Bozal: Apelativo que se daba a los negros, es especial cuando estaban recién llegados de
África.

Braza: Medida de longitud que abarca la extensión de dos brazos de una persona abier-
tos y extendidos.

289
Cabildo: Ayuntamiento o congregación de personas eclesiásticas o seglares que constitu-
yen y forman cuerpo de comunidad, llamado también ayuntamiento.

Casta: Distinción de la población según su origen étnico.

Cédula Real: Instrumento escrito de la monarquía para dar órdenes a los organismos y
funcionarios de la Corona.

Ciudad: Población de gente congregada a vivir en un lugar, sujeta a unas leyes y a un go-
bierno, gozando de ciertos privilegios, a veces exenciones, concedidas por el rey.

Criollo: El que nacía en las Indias de padres españoles.

Encomendero: Titular de una encomienda.

Encomienda: Atribución del derecho a recaudar los tributos pertenecientes al rey. El rey
renunciaba a los tributos en beneficio del encomendero por los servicios prestados
por éste.

Entierro primario: Entierro articulado, a diferencia del entierro secundario que ha perdido su
relación anatómica por haberse removido y redeposicionado.

Factoría: Establecimiento de comercio en país colonial.

Galeón: Navíos utilizados, especialmente para carga, en el comercio entre España y las
Indias.

Hacienda: Las heredades del campo y tierras de labor que se trabajan para que fructifiquen.

Heredad: La tierra que se cultiva y da fruto.

Horro: Se aplica al esclavo que ha obtenido la libertad.

Ingenio: Máquina con la que se muele o aprieta la caña de azúcar y por extensión lugar
donde se fabrica el azúcar.

290
Ladino: En nuestro caso, se aplica para el negro africano que había vivido en España.

Manumitir: Conceder la libertad a un esclavo.

Maravedí: Moneda de cobre muy antigua en Castilla que ha corrido con diversos valores,
convirtiéndose con el tiempo en moneda de cuenta.

Mestizo: Se aplica a la persona cuyos padres eran de diferentes castas. Persona de ascen-
dencia mixta española e indígena.

Monopolio: Privilegio exclusivo para vender o explotar alguna cosa.

Moreno: Se aplica al color oscuro, que tiende al negro. Se utiliza para designar al hombre
negro atezado para suavizar la voz negro, que es la que le corresponde.

Mulato: Se aplica a la persona que ha nacido de negro/a y blanca/o.

Naborío: Apelativo utilizado por los españoles para denominar a los indios a su servicio.

Natural: Aplicado para denominar a los indígenas, generalmente utilizado en plural.

Negro: Se aplica a las personas nacidas en algunas partes de África que tienen este color
de piel.

Obraje: Cualquier taller o manufactura, utilizado generalmente para textiles.

Oidor: Funcionario de la Audiencia Real.

Pardo: Se aplica al color que resulta de la mezcla de blanco y negro.

Patronato Real: Derecho que el rey tiene como tal, se aplica tanto para aspectos eclesiás-
ticos como laicos.

Pieza de Indias: Este término hace referencia a las características que tenía que tener el es-
clavo para el tráfico a las Indias, además de estar sano, tenía que medir “siete cuartas
de alto”, es decir, una estatura de aproximadamente un metro setenta u ochenta.

291
Plaza de Armas: Lugar central de una ciudad o villa donde realizaban la formación y el
ejercicio las gentes de armas.

Plaza Mayor: Lugar central donde comenzaba la formación de una ciudad y donde se
ubicaban los edificios civiles para su gobierno así como la iglesia principal.

Real: Se aplica para todo lo que toca o pertenece al rey.

Solar: Lugar para edificar.

Trata: Tráfico de negros esclavos.

Vara: Medida de longitud que proviene de un instrumento de madera que servía para
medir, graduado con varias señales.

Vecindad: Conjunto o número de vecinos de un pueblo.

Vecino: El que ha ganado domicilio en un pueblo por haber habitado en él el tiempo


determinado por la ley.

Villa: Población con ciertos privilegios y con jurisdicción separada de la ciudad.

Zambo: Cruce de negro e india.

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La edición del libro Orígenes de la sociedad
campechana, vida y muerte en la ciudad de
Campeche durante los siglos XVI y XVII se realizó
en el Departamento Editorial
de la Universidad Autónoma de Yucatán.
La impresión se hizo en los talleres de Impresos
Alamilla, calle 74 núm. 383-B x 41,
CP 97000, Centro, con un tiraje
de 500 ejemplares en papel cultural crema
de 75 g. en interiores y cartulina couché mate
de 250 g. en portada.

Se terminó de imprimir
en junio de 2012
en Mérida, Yucatán, México

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