Roso de Luna Mario - Wagner Mitologico Y Ocultista I
Roso de Luna Mario - Wagner Mitologico Y Ocultista I
Roso de Luna Mario - Wagner Mitologico Y Ocultista I
TOMO III
WAGNER,
MITÓLOGO Y OCULTISTA
(EL DRAMA MUSICAL DE WAGNER
POR
MADRID
LIBRERÍA DE LA VIUDA DC*PUEYO f
a, C»l!* del Area«), 6>
1917
ÖBRASÖDE" MARIO ROSO DELUNA
BIBLIOTECA DE LAS
4
MARAVILLAS
■
Tomo !.—Por la Asturias tenebrosa.—El Tesoro de los Lagos de Somledo,
narración ocultista.
Tomo II.—De Gentes de! otro mundo. f
-
Tomo 111.—Wagner, mitólogo y ocultista.—El Orama musical de Wagner y los
Misterios de la antigüedad.
WAGNER,
MITÓLOGO Y OCULTISTA
(EL DRAMA MUSICAL DE WAGNER *
POR
MADRID
LIBRERÍA DE LA VIUDA DE'PUEYO f
o, C»'1» del Areml, 6. x
1917
ES PROPIEDAD
mos ese tema, los 'ojos del Mago brillan con inusitado fulgor, y circulan
por todo su sér estremecimientos de alegría.
El otro lugar, hoy desaparecido, es la misteriosa Atlántida de Platón,
asunto frecuente de las indagaciones de Roso de Luna. Exponer las hipó-
tesis, las inferencias, -las reflexiones que sobre tal tema ha desarrollado,
llevaríanos demasiado lejos. La audacia del Mago, en esta materia, no re-
conoce límites: donde la llamada ciencia positiva se detiene, Roso avanza
sin dilación. ¿No ha llegado a formular la sospecha de que los soles, que
creemos fuentes de luz propia, no sean otra cosa «que opacos corpúsculos
de los cielos, iluminados desde lejos por un Sol central, obscuro por ultra-
luminoso, cual el arco voltaico que, con sus rayos, nos presenta aquellos
otros corpúsculos infinitesimales, falsamente luminosos por sí mismos?»
DUS PALABRAS DE INTRODUCCIÓN XV
CAPITULO PRIMERO
REALIDADES ANTIGUAS E IDEALES MODERNOS
r'
TOMO LII.-1
2 — BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
dero teatro debe realizar, ya que si por algo son augustos objetivamente
todos los templos, es precisamente por ser—dicho sea con respeto—verda-
deros teatros, en los que, entre música, canto, arquitectura, escultura, galas
de vestuario, pompa y luces, se representan, en lenguas casi siempre sabias
o perdidas, los simbolismos y misterios santos de su respectiva religión,
misterios que, por otra parte, la Religión o Mitología comparada demuestra
hoy ser de idéntico fondo tradicional, enseñando bajo velos exotéricos de
apariencias varias la misma Verdad Tradicional perdida, que data de los
tiempos más nebulosos y remotos de la prehistoria (I).
Y es natural que asi suceda, porque el sugerir grandes ideas abstractas,
poco abordables para las mentes ordinarias por lo mismo que son abstrac-
tas, exige ana fuerza máxima de sugestión, cosa que se consigue sólo gra-
cias a las sugestiones combinadas de las artes más diversas. Q
«¡Sólo adormeciendo a la Bestia es como puede despertarse a! Hom-
bre!»—dice la sentencia ocultista—. Y, en efecto, todo en el teatro verdad,
como en el templo, conspira de consuno a ese fin con el más admirable
de los sistemas de sugestión jamás ensoñado por ninguno de tantos infeli-
ces fautores de hipnotismos. Un público, ni hambriento ni ahito, un pú-
blico de suyo seleccionado, ya por el arte o por la fe—que es arte también
puesto que es aspiración y amor hacia el ideal inalcanzable de un mundo
superior, a la Bestia desconocido—, congrégase en el sagrado recinto, re-
cinto en el cual se ha trazado de antemano el círculo mágico, es decir, se ha
procurado el más casto aislamiento contra la barbarie brutal de los elemen-
tos exteriores, del hombre superior eternos enemigos. Se ha preparado ad
hoc un local a propósito, templo de la arquitectura, la escultura y las artes
decorativas, con techo contra la lluvia, con paredes contra los embates del
viento, con ámbito capaz para la respiración más franca, con pavimento
preservador de las húmedas emanaciones dañosas de! subsuelo,.., un nido
en fin, cual el de las aves para sus amores. Allí, al mortal, inconsciente en
su inocencia de la operación mágica a la que va a ser sometido para su di-
cha, se le instala mimosamente sobre cómodos asientos, sin ruidos exterio-
res, sin conversaciones que distraigan, sin calor y sin frío, sin temores ni
remordimientos... Delante tiene un telón enorme, que es un velo de miste-
rio, un efectivo Velo de Isis, que le oculta hasta el momento oportuno todo
tí mundo de grandes cosas que de allí a poco va a develar o desvelar. El
instante anhelado llega al fin; se cierran las puertas para que no penetre lo
profano ni los profanos; queda cada cual inmóvil en su puesto; apáganse
las luces, y se hace un silencio augusto, el silencio- y la obscuridad, que
son padres de toda Armonía y de toda Luz. De este silencio mágico, cual
en el primer día de la creación, brotan a manera de un vabo musical, que,
poco a poco, toma cuerpo con inefables cadencias, las notas misteriosas
de una orquesta invisible... Al conjuro del preludio armónico, las dos
hojas del telón se abren suaves, como se abren los pétalos de un cáliz floral
para dar a luz al mundo la policromía de ¡as corolas saturadas de perfu-
mes, y una escena ideal, una escena ensoñada en el deliquio artístico del
genio, un rayo de sol y de fuego robado a los dioses por el humano Pro-
meteo, comienza a derramar en nuestro ser, a través de todos nuestros
sentidos embebecidos, el encanto celeste de la sugestión integral, Velo in-
terior del Símbolo, Saiicla-Sanctorum de lo divino.
... Ya el hombre, inconsciente de cuanto no sea Aquello, flota en pleno
mundo astral, mundo del Hada-imaginación, poique 1a Bestia de nuestra
vida ordinaria de ciegos topos sublunares se ha dormido, aletargada en
todas sus pasiones contrarias a la vida superior del Símbolo, por la torta
soporífera que le ha servido el Genio, para poder descender él un mo-
mento a nuestro Infierno cotidiano, sm que los Cancerberos pisoteen su
obra y, feroces, le destrocen, pudicndo asi darnos, lleno de piedad, las
fórmulas salvadoras que consigan restituir a nuestras almas, cual eternas
Andrómedas o Eurídices, al Mundo Superior, del que, según Platón, y
Jesús hemos caído (1).
do suponer que una hoja está llena de vida, y que la vida no existe en las
inmensidades del espacio? La ley del Gran Sistema no permite que se des-
perdicie un solo átomo, ni conoce ningún sitio donde haya algo que no
palpite y viva. El microscopio nos ha revelado seres que antes no conocía-
mos, y si no descubrimos los de un género más elevado y perfecto que
pueblan el ilimitado espacio, es porque no hemos logrado aún los medios
a propósito. No obstante, entre estos últimos y el hombre existe una mis-
14 BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
- ■/
teriosa y terrible afinidad: de aquí los
cuentos y leyendas, ni del todo fal-
sos, ni del todo verdaderos, de apariciones
y espectros. Si estas creencias
fueron más comunes entre las primeras
tribus, es porque sus sentidos eran
más perspicaces, y lo mismo que el salvaje
descubre las huellas de un ene-
migo invisible a los embotados sentidos de
un hombre civilizado, así es
menos denso para él el velo que le oculta
los habitantes del mundo aéreo.
Para penetrar tamaño velo, es preciso que el
alma se sienta excitada por
un intenso entusiasmo, y purificada de todos
los deseos inferiores que la
esclavizan cruelmente al mundo de los
sentidos...» Ellos eran los sílfídes,
gnomos, etc., de los rosacruces silfos,
gnomos, ondinas y salamandras;
aljos, duendes, trasgos, nibelungos y, demás
gentes de lo astral que pro-
fusamente conviven con el hombre en todas
las obras de Wagnér, desde
Las Hadas, su primera producción, hasta la
última; el semicristiano y el
semipagano Parsifal; entidades míticas que
podrían explicarnos más de un
misterio psicológico y físico, si la ciencia
actual no fuera tan cretina y se
obstinase, para su mal, en querer vivir
divorciada de la eterna poesía de los
siglos... Silfos, gnomos, etc., en fin, que
acaso jugaron un papel tan esencial
en los Misterios iniciáticos, como le
juegan, aunque ello se nos quiera va-
namente ocujtar, en la propia vida de los
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 15
entre ios galo druidas; Heliópolis en Siria, Tara, en Irlanda, y acaso Tarra-
gona, Gades, Mérida, Andújar, etc., en España. Ninguna ciudad histórica
de notoriedad verdadera dejó d<; tenerlos en grado más o menos excelso;
de Roma, por ejemplo, se dice que tuvo un nombre etrusco-atlaníc, sagrado
y esotérico, cuya revelación al profano era castigada con la muerte, y don-
dequiera que había una sibila o profetisa, como las tan famosas de Cumas,’
Eritrea o Endor, allí había también un misterio délfíco, báquico, cabíricog
dáctilo o eleusino, que guardar a los ojos de las multitudes y que develar
ante la vista transcendida de los aspirantes esforzados y sinceros.
Pero, ¿en qué consistían tales Misterios? No vamos a hacer aquí una
de tantas disquisiciones históricas que, más o menos acertadas e incomplc^:
tas siempre, conoce el lector hasta por las enciclopedias. Bástenos recordar
que hombres de la altura mental de Cicerón y Séneca hablaron con el más
profundo respeto de estas instituciones venerandas que gozaban del privi-
legio de reunir periódicamente a ¡os pueblos de la misma sangre bajo su
tutela y enseñanza, por más enconadas que fuesen a diario las luchas na-
cidas de sus recíprocas ambiciones políticas.
Hay que ser perfectos iniciándose en ios Misterios perfectos, decía
Platón en sus Diálogos. Los Misterios y sus derivaciones gozaban del ex-
celso privilegio de establecer vínculos muy fuertes entre pueblos'en apa-
riencia distintos. Herodoto, en el libro IV, capítulos XXXII y XXXIV,
cuenta que los hiperbóreos enviaban periódicamente a Delos sus ofrendas
sagradas, envueltas en paja de fromentum. Tales ofrendas tenían marcado
su itinerario religioso. Pasaban primero a! país escita y después iban cami-
nando hacia occidente hasta el mar Adriático, itinerario igual al que seguía
el ámbar desde el mar Báltico hasta el río Po en la península itálica. Luego
seguían hacia el mediodía Los dódenos eran los primeros que recibían las
ofrendas entre los griegos. Bajaban luego éstas desde Dódona hasta el golfo
Maliaco y de allí a Eubea y Cariptia. Desde Cariptia, sin tocar en Andros,
sus ciudadanos los pasaban a Tenos y de allí a Delos. «Los delios, añaden,
que los hiperbóreos tenían la costumbre de enviar estas ofrendas por ma-
nos de dos vírgenes. Una de éstas fué Hiperocha, y Laodicea la otra. Para
cuidar de la seguridad de ellas, las habían hecho acompañar por cinco ciu-
dadanos de los llamados Perpheres, a quienes aún se rinde gran homenaje
en Delos; mas como estos perpheres jamás volviesen a su país, víctimas,
sin duda, de sus difíciles deberes tutelares, los hiperbóreos, temiendo la
repetición del hecho, tomaron el partido de llevar hasta sus fronteras sus
ofrendas y confiarlas a sus vecinos para que éstos, de unos en otros, las
fuesen entregando hasta su desyno. Los jóvenes delios se cortaron sus ca-
belleras en honor de aquellas vírgenes hiperbóreas que murieron en Delos
víctimas de su deber religioso y las jóvenes delias les rendían homenaje
también tomando uno de sus bucles y depositándole ensortijado a un huso
sobre el monumento alzado en "honor de aquellas víctimas que se decían
vinieron acompañadas por los propios dioses Artemisa y Apolo.»
Citamos este pasaje de la interesantísima obra de Alexandre Bertrand,
La religion des Galois-'Les Druides y le Druidisme, para que se vea
cómo en tiempos muy remotos de Orecia se conservaban todavía lazos re»
ligiosos comunes entre pueblos tan apartados como los griegos, los escitas
y los hiperbóreos, restos, sin duda, del lazo conector de unos Misterios ór-
fíeos que en tiempos inmemoriales hubo de unirlos.
Estas instituciones de los Misterios, cuya transcendencia social, religio*
sa y política no conocemos aún bastante por no conservarse de ellas más
que deficientes citas en los autores clásicos, desaparecieron en el Medite-
rráneo oriental, a raíz de la barbarie militar de Alejandro, y en Occidente
bajo la de César, o mejor dicho, se ocultaron, haciéndose herméticos hasta
bien entrada la Edad( Media, cuando el influjo orientalista de las Cruzadas
les resucitó un tanto bajo cien nombres, entre los que descuellan la Orden
del Temple, la Rosa-Cruz y varias otras instituciones de puro abolengo
masónico y ocultista. La Iglesia, por decontado, los conservó siempre, aun»
que desnaturalizándolos esencialmente en provecho de sus tendencias do»
minadoras y conservando hasta el nombre que aquellos habían tenido
entre los primitivos gnósticos cristianos. Misterios seguimos llamando por
eso, aún en nuestros días, a toda la raigambre dogmática del Cristianis-
mo: la Trinidad, la Encarnación, la Transubstanciación, la Resurrección,
etcétera.
Por los dispersos y desnaturalizados datos que pueden recogerse res-
pecto a la verdadera índole iniciática de los Misterios, cabe asegurar que
en el fondo constituían una especie de representación simbólica y como
teatral, por las que se daban, al vivo, las enseñanzas más abstrusas. Eran
estas representaciones a la manera de una fábula en acción, una fábula
real, transcendente, en cuyo contenido intrínseco podían penetrar hasta el,
fondo los ya preparados previamente por el estudio, el dolor y el sacrificio,*
mientras que los no preparados libaban también enseñanzas, más o meno|
confusas, pero siempre imborrables, por rodear a la representación de ella‘
de todo, cuanto, como a niño«, podía impresionar a su imaginación y a
sentidos, Para aquéllos era el Misterio representado una palpitante-reift
dad; para éstos, un delicioso mito, ni más ni menos que lo que en grado
inferior acontece con las obras clásicas del teatro: las tragedias de Shakes-
16 - ” BIBLIOTECA DB LAS MARAVILLAS
ranie Edad Media, vamos a intentar con este tomo el noble atrevimiento,
que bondadosamente nos habrá de ser dispensado, de sugerir cómo
nuestra época, supersticiosa por un lado, aunque escéptica y materialista
pototro, ha visto en nuestros mismos dias, sin casi darse cuenta, el resur-
gm^nto poderoso de los Misterios paganos, cuando menos podía espe-
rar!^ y figurando en las filas de los asistentes a ellos, sin ellos sospecharlo
tampoco, muchos de los más furibundos enemigos del viejo esplritualismo
iniciático, aunque con igual inconsciencia, repetimos, con que la masa de
¡OS pueblos antiguos concurriera a dichos Misterios, para no ver en su
trama sino la corteza, o sea el mito, la distracción musical y el arte, cosa,
en verdad, ya no pequeña de suyo.
Durante las solemnidades humanas por antonomasia, del templo de
Bayreuth, dado que gozan del privigelio de atraer a los hombres más cultos
de las cinco partes del mundo, todo en ellas recuerda, en efecto, a los festi-
vales de los misterios antiguos: el entusiasmo, el respeto religioso que reina
en las audiciones; la confusión de lenguas del exterior; la silenciosa e iniciá-
tica obscuridad del recinto; el brotar de las notas musicales cual sonoro
vaho que exhalase del seno de la tierra, producto de una orquesta invisible;
el mayor derroche de colorido, realismo y grandiosidades escénicas que
pueda alcanzar la magia moderna auxiliada por el hada de la electricidad y
de la mecánica con procedimientos llamados a perfeccionarse aún hasta
un grado inaudito; las voces humanas, en fin, como un instrumento más y
el mejor del sonoro conjunto. Recuerde el lector, en fin, cuanto sobre el
particular corre escrito en libros y revistas, y así estaremos dispensados de
relatar la parte exterior de los «Festivales de Wagner>, para entrar de lleno
en la esencia de los mismos.
Se nos dirá que todo esto, aunque en grado más o menos inferior, es
;tarfue se ve en todas las representaciones teatrales modernas, sin que por
eno se ose parangonarlas también con los Misterios antiguos; pero seme-
jante objeción está destruida por si misma, pues acabamos de ver que el
teatro todo, como escuela de costumbres, es una incipiente iniciación,
para bien o para mal, en los complejos misterios de la psiquis y de la
vida, y de aquí el cuidado con que el teatro debe administrarse y no se ad-
ministra a los niños. Iniciación, decimos, que alcanza un alto grado en el
repertorio teatral clásico de todos los países, rivalizando quizá con la más
alte forma del arte que sobreviviera a la ruina definitiva de los Misterios
paganos, es a saber: la tragedia griega de Esquilo, Sófocles y Eurípides,
continuada, pero no igualada, por el teatro romano de los siglas de oro y
precedida en las vías Urica y épica por los cantos de los bardos, tanto en
TOMO IIL -a
' 18 BIBLIOTECA DB LAS MARAVILLAS
Redención y el Aniquilamiento, el dfl oro del Rhin, los de los dioses, los
hombres, los gigantes, los enanos, las ondinas, etc., etc.
En otros (¿minos, el coloso de Bayreuth ha realizado a la inversa,
hasta en los más nimios detalles de su obra musical, la ley a que nos refe-
rimos, porque, así como en la vida asociamos inconscientemente tos he-
chos de ella a las notas musicales oídas al azar en aquel momento, en la
obra de Wagner se asocian conscientemente siempre determinados moti-
vos musicales a cada situación de la vida escénica que con ellos se va a
producir. Inútil es añadir que a la elección de semejantes motivos musica-
les ha presidido, además, una selección de honda técnica musical, al par
que una prodigiosa intuición filosófico-artística, contribuyendo más y más
a consolidar el lazo entre la frase musical y la idea por la escena repre-
sentada. Así, por ejemplo, toda escena que de lejos o de cerca roce con la
naturaleza, aparece basada en el divino motivo de los elementos primor-
diales, sin perjuicio de asociar a él, dentro del glorioso acoplamiento que
permite la ciencia moderna de la armonía, todos los demás motivos relacio-
nados con ella, y este es sin duda uno de los méritos mayores de la concep-
ción vagneriana, porque en este entrecruce de diversos motivos parece
vivirse todo el entrecruce penelópico de las opuestas ideas que a cada ins-
tante luchan en nuestra existencia. 4^
La música, que hasta los días de Wagner fué un arte autóctono, tan her-
moso como vago e indefinible por la propia amplitud de su abstracción
misma, pasa a ser así, bien empleado, un arte didáctico más concreto, un
arte auxiliar, por decirlo así, de la filosofía y de sus múltiples derivaciones
de exposición ideológica, porque la herida emotiva que deja por modo in-
deleble en nuestro inconsciente es al par el arraigarse para siempre de una
idea fundamental, de una enseñanza: aquella misma idea o enseñanza que
el compositor-filósofo quiso grabar en la mente de su auditorio. ¿Qué otro
contenido real tienen, por ejemplo, dentro de sus inevitables egoísmos, los
llamados himnos nacionales o los aires regionales, algunos de tan remotí-
simo origen prehistórico como el Qernikako-Arbola vasco o los cantos
norsos, bretones, gallegos o andaluces y la infinita variedad de fados, jotas,
baladas, malagueñas, etc., etc.? El alma entera de los pueblos parece haber
cristalizado en ellos para perpetuarse así a través de los siglos.
Por eso Iniciados como Pitágoras dieron tan suprema importancia a la
música que, con los himnos órficos y védicos primitivos, es probable fuese
el alma entera de los Misterios paganos. El bardo ambulante, las Valas,
Veledas y Woluspas nórticas, el recitador griego que, al son del arpa o de
1| lira, cantara homérica o pindáricamente las hazañas dq los dioses y los
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 21
«
héroes, el trovador medioeval, todos aquellos, en fin, que asociasen a una
melodía musical una concepción mítica o poética, hicieron lo que hoy con
análogo vigor ha realizado Wagner: grabar con letras de fuego en nues-
tros corazones y en los de nuestros sucesores mientras el'mundo sea mun-
do, las incomprendidas enseñanzas de la leyenda y del mito, ese archivo
de la ciencia tradicional, que comprende y encierra, según Platón, la Reli-
gión, la Ciencia y el Arte todo junto.
Estableciendo así el vínculo secreto que en todo momento puede unir
una idea o un sentimiento con determinada composición musical, el coro-
lario es sencillo: la música, como todos nuestros medios científicos o artís-
ticos de expresión, es un arma de dos filos, y si una música canallesca, de
la que tanto abunda hoy por desgracia, puede ser un instrumento más da
depravación en oidos pecadores, una música transcendental como la de
Wagner o sus precursores, cuya verdadera filiación nos llevaría muy lejos,
constituye el medio más prodigioso que puede idearse para estereotipar
las más altas enseñanzas en prosa o verso, y si estas enseñanzas son, por
ejemplo, tas de la Filosofía tradicional de las edades, por otro nombre Ocul-
tismo, la manera musical de presentarlas asociadas integralmente a las in-
finitas seducciones de la escena constituye una verdadera Magia, paralela,
cuando no idéntica, a la que se nos dice fué empleada durante la represen-
tación de los Misterios desde hace cientos de siglos.
No se trata aquí de ponderar una vez más los méritos técnicos y emoti-
vos de la música vagneriana, sobrado conocidos ya por los verdaderos e/e-
gldos musicales, clase que aumenta cada día, ni tampoco de demostrar la
transcendencia del vínculo que ligar puede en una síntesis suprema a esa
trilogía de ¡a Idea, el Sentimiento y la Armonía, sino de evidenciar, por el
análisis mismo de los argumentos de las obras de Wagner, y muy espe-
cialmente la de El Anillo del Nibelungo, o sea su Tetralogía, cuán oculta
raigambre filosófica se encierra en ellas. Si logramos esto, quedará plena-
mente justificado el título de este trabajo, que quiere ver en la epopeya
musical, impropiamente llamada «Drama lírico», que con tanta solemni-
dad se representa anualmente en los «Festivales de Wagner», el comienzo
de una posible resurrección nada menos que de los Misterios antiguos.
Perdone el lector si a la magnitud de la empresa no corresponde ni con
mucho la insuficiencia del que, por imperativo categórico de un deber de
investigador, se ve constreñido a intentarla. En los mitos de las obras de
WlgñCf, tü dccto, se hallan compendiados los más valiosos tesoros de la
Filosofía tradicional, con toda la profundidad de concepto que ella tiene y
que no ha sido debidamente comprendida hasta el día.
CAPÍTULO II
LA MAGIA Y LOS MISTERIOS 1NICIÄ TICOS
(1) • Hune dico Liberum cum Semele natum, non eum, quem nostrl majares
augustae, santeque Liberum cum Cerere, et Libera consecraverunt, quod quale fit,
ex mysteriis intelllgi potest, dice de ellos Cicerón en el libro II De Naturae, ca-
pítulo 24, y en el libro II, cap. 14, De legibus, añade: 'Quid ergo aget lacchus,
Eumolpidaeque vestrl et augusta illa mysteria, si quidem sacra nocturna tollimus?*
y más adelante añade *Nam mlhi aun multa eximia, divlnaque vtdentur Athenae
tuae peperisse, alque in vitam hominum attulisse, turn nihil melius mysterls, quibus
ex agresti, immanique vita excultl ad hwianiiattm, et mitigad sumas.»
WAONER, MITÓLOGO Y OCULTISTA ' 23
tomo II; pág. 322 de la traducción de Littré.) Y en el libro IV, cap. XXII
al XXIV, pondera Plinto a la Magia en su profundo y sugestivo alcance
científico y moral», yaque «hombrescomo Pitágoras, Platón, Empédocles,
Demócrito y cien otros lo hubieron de abandonar todo por.ella, hasta lo
más querido^ cruzando los mares y tierras más lejanos para iniciarse en
ella, y siendo, por causa de ella, en todas partes desterrados y perseguidos.»
Hacemos estas citas, que podrán considerarse’ poco pertinentes quizá,
para demostrar que la Magia, en grado superior a nuestras artes actuales
nacidas de nuestra, ciencia podía contribuir con sus extraños cuanto natu-
rales prodigios a operar el encanto, la total absorción hipnótica de todos
los sentidos, durante la representación del Misterio, dejando así libres y
sublimadas las facultades superiores del hombre, cual hoy, como siempre
sucede con todas las sugestiones de los narcóticos, la escena o la palabra
elocuente y, en general, de todo cuanto pueda adormecer a nuestro ser in-
ferior, despertando al ángel que duerme en nuestro Inconsciente.
«Como Dios crea, dice sabiamente «Isis sin Veto», deBlavatsky, así crea
el hombre, empleando, al efecto, una intensidad volitiva suficiente. Las for-
mas creadas por la imaginación pasan a ser subjetivas y se llaman aluci-
naciones, aunque para su creador son tan reales como para cualquiera lo
son tos objetos visibles. Concentrando más intensa e inteligentemente la
voluntad, las formas se concentran también hasta llegar a hacerse obje-
tivas y visibles, El hombre que así ha aprendido el secreto de tos secretos,
es un Mágico (/sis, I, 123). EL materialista no puede objetar nada a esto,
pues que considera el pensamiento como materia, Concediéndoselo, el in-
genioso mecanismo imaginado por el inventor, las escenas fantásticas naci-
das en el cerebro del poeta, la brillante obra pintada por la imaginación
de un artista, la incomparable estatua cincelada en el éter por el escultor,
tos palacios y castillos construidos en el aire por el arquitecto, todo ello,
aunque subjetivo e invisible, debe existir, porque a ellos tos constituye ma-
teria formada y moldeada (1). ¿Quién podrá decir,’ pues, que no existan
hombres de voluntad tan incontrastable que no puedan arrastrar estos va-
gos dibujos de la imaginación al mundo visible, envolviéndose en la dura;
cáscara de la substancia grosera para hacerlos tangibles? Semejante hom- ■
bre es un mágico sin disputa.
«Apolonio y jámblico sostienen que «no del conocimiento de las cosas
exteriores, sino de la perfección del alma interna, enseñada en tos Miste-
rios, depende el imperio de! hombre que aspira a ser más que los demás
(1) Además de las citadas obra» de Blavatsky, «Isla* y «La Doctrina Se-
creta», y de la de A. Besaßt, «El Cristianismo Esotérico y los Misterios Me-
nores», existe en Occidente una bibliografía, si no muy abundante, a! menos
escogida, acerca de estas obscuras materias. Las principales obras que puede
consultar el lector que no se satisfaga cor. tos presentes apuntes, son las si-
guientes: Dialoges de Platón, traducción de B, Jowett, profesor de Oxford (aun-
que estrecha y cretina); Alejandro Wilder, Neoplatonismo y Alquimia; M.J, Mat-
ter, profesor de Estrasburgo, Historia critica del Gnosticismo; Estanislao Julián,
Víq/e de los peregrinos budhistas, Memorias de la Sociedad de Anticuarios de
Francia, en especia! ios artículos de Müster; Diógenes Laertio, Vida de Detnó-
crito; Giauvil, Sadducismus Triumphatus; Creuzer, Introducción'a los Misterios
báquicos y eleusinos; Hargrawe Jemings, Falicismo; Cory, Fragmentos antiguos;
San Clemente de Alejandría, Slromatels; Alyer, Cábula; Piazzl Smith, Origen
de las Medidas; Eliphas Lévi, Dogma y Ritual de la Alia Magia e Historia de la
Magia; Ragon, Ortodoxia Masónica, Masonería Oculta y Fastos Metálicos;
R. H. Mackenzie, Real Enciclopedia Masónica; el Arzobispo Laurente, El Libro
de Enoch; obras de Kircher y de Comelío Agrippa; Arnaldo de Vilanova, Glo-
sario filosófico; Raimundo Luí!, Ab Angelis Opus Divinum de Quinta Essentia;
'31- BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
WAQNER, ¡HITÓLO 00 Y OCULTISTA --
más perfecta concepción psicológica, que aún hoy ignoran nuestros sabios.
Los iniciados druidas, coronados de roble, se reunfan a la luz de laguna
para celebrar sus misterios mayores, principalmente en el plenilunio—Pas-
cua—de primavera, cuando todo se dispone mágicamente a renacer sobre
la Tierra. Ellos, en fin, por vías oraculares que nos son desconocidas, pero
que no lo fueran al propio Terah, padre de Abraham, con su Terafin, ni a
los magos, celebradores de Misterios por todo el mundo de entonces, co-
nocían, según repetidos autores, la manera de ponerse al habla con los se-
res astrales que pueblan la faz de la reina de la noche.
Imposible hablar de los Misterios, sin copiar a Blavatsky, quien en
varias secciones del tercer tomo de La Doctrina Secreta nos informa
extensamente acerca de ellos. Para Blavatsky, aunque la aparición de
estas instituciones es objeto de tradición histórica respecto de las naciones
antiguas, su origen debe remontarse a los tiempos en que comenzara la
decadencia atlante, cuando ya resultaba peligroso comunicar a los per-
versos los secretos de la Naturaleza. La>ntigüedad de ellos puede cole-
girse de la del propio culto de Hércules en los Misterios de Egipto,
porque, según Herodoto, «no era griego este dios Hércules, como afir-
maban los sacerdotes saitas, sino uno de los doce dioses mayores, proce-
dentes de los ocho dioses primitivos, unos diecisiete mil años antes de
Amasis.i, pues era el Bala-r&ma o Bala-deva los arios (el hijo de la
Wala escandinava), que aparece ora como Wotan, ora como Sigfredo, en
la Tetralogía de Wagner. Un pasaje del Mahabharata está dedicado a la
historia de Hércules, y Diodoro Sículo nos enseña que nació en la India,
(1) Doctrina Secreta, t. Ill, sec. 28, pág. 224 de la edic. española.
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 33
(1) El enigma de estas frases es grande, pese a sus ciegos intérpretes. Se-
ría largo de contar el por qué ellas se relacionan con Eno, enas, enan (salir del
agua nadando, como Quetzalcoatl, Jonás, Moisés y tantos otros Cabires); con
el Eneas troyano, también «salvado de las aguas» en sus infinitos naufragios,
antes de poder fundar la Ciudad-Eterna y aun con Ennoea o Ennoia la «Mente
purificada» de los ophitas, la Sophia gnóstica o «Espíritu-Santo» flotando so-
bre las aguas astrales. Es harto curioso el observar asimismo el que todos los
redentores hayan tenido que ser relacionados en sus ocultos simbolismos con
cosas lunares o del agua, como la Vesica-Pisas, signo que servíanle mutuo re-
conocimiento a los primitivos cristianos. Para más detalles véase De gentes
del otro mundo, capitulo último sobre El misterio de los jiñas.
(2) En otro de ios tomos de esta BIBLIOTECA, el que consagraremos a la es-
critura ógmica, a los códices mayas y a los numerales del üaedil irlandés, es-
tadiaremos más al pormenor lo relativo a rápsodas o bardos y a las primitivas
doctrinas que ellos cantaban en medio de gentes paganas ya, y que, por tanto,
habían ya perdido Ules doctrinas atlantes de la remota época del esplendor
de aquel gran continente. AHI veremos a~los Tuatha de Danand y a los Fir-
'36- BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
cómo todos los géneros poéticos han empezado por ser populares y legenda-
rios-como ecos dispersos de verdades antiguas perdidas—, y cómo la lírica
y la épica aparecen unidas en la antigüedad en el seno de una verdadera dra-
mática, heredada, sin duda, de los tan repetidos Misterios, yen la que la idea
religiosa transcendente, por encima del cristianismo y del paganismo vulga-
res, da lugar al género literario más elevado de todos, no sólo por sus ense-
ñanzas, sino también por constituir una síntesis suprema de todos nuestros
medios de expresión artística, hoy agigantada por una música que excede
buenamente a toda ponderación.
Sobre las danzas puede verse también el capítulo VI, parte tercera, de El
tesoro de los lagos de Somiedo.
WAONBR, MITÓLOGO Y OCULTISTA ■ 38
<1 tie han existido un tronco ario, un tronco semita y un tronco turanio co-
munes, a cuyos tres troncos se pueden referir sin excepción cuantas len-
guas han hablado, hablan y hablarán los hombres a lo largo de la Histo-
ria. Dando por buena, pues, la clasificación de Max-Müller, que no lo es
ni por asomo, cual en su lugar veremos, la posibilidad de un lenguaje
universal primitivo empieza a dibujarse en la ciencia del gran filósofo
inglés.
Aparte de este lenguaje universal perdido, que fué probablemente sim-
bólico y matemático, el hombre posee aún hoy mismo un lenguaje uni-
versal: el derivado de la Matemática y del número, hasta el punto de que
de igual modo que chinos y japoneses se entienden por escrito, no obs-
tante ser diferente su lenguaje hablado, porque sus signos o símbolos fo-
néticos son los mismos en la escritura, todos los hombres pueden enten-
derse, y de hecho se entienden, cualquiera que sea su nacionalidad»
mediante la Aritmética, pues, ciertamente, sean cuales fueren nuestras
razas, opiniones, tendencias, historia, etc., no hay más que un modo uni-
versal de numerar, de sumar, restar, multiplicar y dividir, en cuanto a lo
esencial de estas operaciones se refiere.
No hablemos tampoco de cien otros elementos de comunicación no
hablada o no articulada entre los hombres, verdadero lenguaje universal,
como el de los colores, la música, las onomatopeyas e interjecciones, etc.
Basta para nuestro objeto, por el momento, consignar que el lenguaje de
la Matemática es universal.
Pero a este lenguaje de la Matemática no le ha asignado aún todo su
verdadero alcance transcendente el estéril positivismo contemporáneo.
La verdadera Matemática pitagórica no consistió tan sólo en el cono-
cimiento vulgar de esas admirables operaciones numéricas con las que
reglamos todos nuestros vivires en la producción, circulación, distribu-
ción, cambio y consumo de las riquezas, que diría la Economía Política;
ni siquiera en aquellas otras más dignificadas y difíciles con las que cons-
truimos nuestros puentes, vías, máquinas, artefactos de todo género, con
las que realizamos más o menos la belleza ideal del famoso canon de pro-
porción en Arquitectura, Escultura, Pintura, Arte coreográfico, Artes apli-
cadas, etc., etc.; ni, en fin, aquellas otras operaciones de cálculo con las
que, en alas de nuestras facultades más excelsas, tendemos nuestro vuelo
de dioses por todo el ámbito de la tierra y, nuevos titanes, arrancamos sus
secretos al cielo y al abismo.
No. La Matemática pitagórica, sin dejar de conocer la Aritmética uni-
versal numérica y algébrica, sin dejar de ir infinitamente más lejos que
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA ' 43
rrera está obligado, aunque no siempre cumple, ¡ay!, con tamaña obliga-
ción, a conocer el Algebra, la Geometría y algo de Trigonometría... De aquí
para arriba es precisa la llamada especializactón en ingeniería, milicia, etc.,
para asomarse tan sólo a los Cálculos diferencial e integral, Analítica, Des-
criptiva, etc., pero aún estos especializados, llegados a la Astronomía que
es el tercero de los cuatro portales, se detienen, mientras el vulgo desprecia
a la Astronomía en el fondo, aunque diga que la admira, con aquella mal-
hadada cuarteta atribuida a nuestro satírico que empieza: «d mentir de las
estrellas*... (1). En cuanto al cuarto portal del sendero, o sea la Música,
.aunque todas las niñas de nuestra generación saben aporrear el piano, con
vistas meramente a la danza y a sus ulteriores derivaciones, y aunque ne
pocos decimos gustar de Jos conciertos y óperas sin elevar con frecuencia
nuestro nivel interior música! por encima de más o menos discutibles y a
veces canallescas zarzuelas, el verdadero cu’to por la música, es decir, por
lo que merece en justicia el nombre de música, está verdaderamente por
desarrollar, salvo entre una ínfima minoría, pues e! frecuente tocar aquí y
allá en los sitios públicos, más que culto musical es un crimen de leso arte,
(1) No hablemos de cómo la parte más baja del vulgo desprecia a la músi-
ca con frases como las de «eso es música», para lo que es falso o nada vale;
«venirle a uno con música celestial», etc., etc.
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA ' 45
rado plectro griego, y sobre su tapa van escritos los sagrados cánones de
la música. Tienen los chinos un instrumenta! no inferior en calidad y va-
riedad al de nuestra orquesta moderna, hayan o no llegado ellos, en otros
tiempos, cosa que ignoramos, a la grandeza de la polifonía orquestal de
nuestros días. El ki-phé es un laúd de grandes dimensiones y cuerdas de
seda; el ghe-klem y el pac-kim, guitarras circulares de resonador metálico;
el sam-Jiam, timbal de pie! de culebra y cuerdas de tripa; el ho-jiam, vio-
lín de bambú, con arco de cerdas; el di-Jiam, violín análogo, de palma
real o nuez de coco, para sonidos más graves, a modo de nuestro violon-
cello. Entre sus instrumentos de viento pueden citarse el kienen o bisen,
hecho de barro, en forma ovalada; el Jo, flauta de bambú; el schieng u or-
ganillo y órgano de lengüetas libres; el Ayaa y el toa-tché, especies de
gaitas y oboes, con boquilla y campana movible, de latón; el siao, flauta
grande transversal u horizontal; el schieng o keng, antaño hecho sobre
una especie de sonora calabaza; el conocidísimo tam-tam; el king o fono-
litas, hecho con piedras sonoras; el plago xilófono, con tabletas de made-
ra construido; juego de campanas, tambores de diversas clases, etc.
>E1 más antiguo y apreciado de los instrumentos indos es la vina con
siete cuerdas. La saaríngan tiene una historia muy interesante. Ravana,
uno de ios héroes del Ramayana, rey de Lanka (Ceilán), creó el bin, des-
pués llamado ravanastron, de donde se originaron con el transcurso de
los siglos, y después de innumerables transformaciones, las 'diferentes es-
pecies de violas que inundaron a Italia en el siglo XVH, y de donde nacie-
ron a poco los instrumentos del cuarteto y del quinteto de cuerda actuales
(violines primero y segundo, viola, violoncello y contrabajo), alma de la
más excelsa expresión musical de los tiempos modernos o música de
cámara, en manos de Mozart, Haydn, y, sobre todo, de Beethoven. Al ra-
vanastron sucedió el ometri, con las mismas perforaciones elípticas de
nuestros violines; la sauringan o sarinda sucedió al ometri, y ella fué im-
portada por los expedicionarios de la primera Cruzada (1099) a Europa,
para luego, en el siglo Xlll, ser transformada en viola. El gondok de los
aldeanos rusos, el rabel o arrabel español y el cruth de los irlandeses, son
otros tantos congéneres de la sarinda.
»Entre los instrumentos egipcios se cuentan la lira, el arpa, la guitarra,
la trompa, la flauta, e! sístro, e! atabal y otros muchos. Ei Génesis designa
a Juba!, hijo de Lamech y de Ada, como patriarca de los instrumentistas
de cuerda (cithara) y de viento (organon), en especial del kinor (arpa) y
del hagab de los bajorrelieves de Tebas. En tiempo de David, el famoso
46 - BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
.....................—........ ....................................................................................... .
rey arpista, cuatro mi! levitas cantores y tañedores serían en e! templo (1),
El sdofür era una sencilla flauta. Josefo cuenta que en las bodas del rey
Salomón, con la hija de Vaphres, rey de Egipto, se entonó el Cantar de
los Cantares por cuarenta mil arpas, doscientas mil trompetas de plata y
otras tantas voces de coro (2). ' > ; ‘ .
»Sábese que los árabes antiguos eran amantísimos de la música y que
contaron con gran variedad de instrumentos adecuados al par que con un
alfabeto determinante o regulador de los sonidos. Entre los intervalos mu-
sicales de los árabes hay algunos que nosotros desconocemos y de los que
nos sería imposible hacer uso, pues cuentan, además de los semitonos, los
cuartos de tono, io que hace inarmónica a nuestros oídos, sin decir por
ello que lo sea en efecto, pues la música europea ha abierto nuevos de-
rroteros antes tenidos por inarmónicos con Wagner, y no ha podido aún
remedar o traducir la inmensa amargura de los cantos árabe-andaluces.
»Cuantos tratados se han escrito acerca de la Armonía entre los griegos,
incluso el de Qervasoni y «Pitágoras y la Filosofía pitagórica», de Chaignet,
adolecen de una confusión enigmática, demostración palmaria de que nos
falta la clave fundamental para comprender los restos que nos han sido
legados acerca de la técnica y el espíritu de la complicada música de este
gran pueblo. Tenían los griegos hasta quince modos o tonos, cuyos nom-
bres todos conocemos, siendo los principales, del grave de la cuerda li~
chanos-¡iypaion, ai agudo, el dorio, para ios asuntos solemnes; el jonio,
para los más plácidos; el frigio, para todo lo que era pasional, terrible y
violento, y el lidio, para lo dulce y amoroso. La notación griega nos es
conocida por el tratado de Alipio (360 años antes de J.-C.), cuyos manus-
critos se conservan en Oxford, Roma y Bolonia. Los pitagóricos tuvieron
una teoría numérica de la omofonía, diafonta y antifonla, y de Claudio
Ptolomeo, en Alejandría, se dice que descubrió por el cálculo la verdade-
ra índole del tono mayor. Los filósofos-legisladores griegos, que como más
o menos iniciados en los Misterios menores de su país tenían que ser con
arreglo al cuarto grado o portal de la preparación matemático-pitagórica,
poetas-músicos, dictaron severas reglas, nomos o leyes allí aprendidas,
(1) Bastante menor es el personal de los mejores teatros de ópera del mun-
do moderno.
(2) Al lado de esta enorme masa instrumental y coral parecen nada ios
doscientos o trescientos instrumentistas y cantantes que solemos consagrar a
la magna Novena Sinfonía, de Beethoven, la piedra miliaria musical de los
tiempos modernos.
WAGNER, MITÓLOGO V OCULTISTA .. 47
(1) La primitiva lira griega tenia tres cuerdas, que luego fueron cuatro {te-
tracordio). Terprandro de Lesbos, el instrumentador de los poemas de Home-
ro, creó el eptacordio, y por realizar tamaña irrespetuosa reforma en la lira
clásica (o más bien como innovador revolucionario musical al estilo de Bee-
thoven), fué condenado a muerte; pero el pueblo, enloquecido por la belleza
suprema de la reforma, le salvó, aclamándole como héroe. Pitágoras añadió
una octava cuerda (y acaso creó Ja octava musical) con el octoiordio. Timón,
el milesio, alteró la lira pitagórica ulterior de once cuerdas, llegando quizá al
magadis, de veinte, y al epigonion, de cuarenta, verdadero piano ya en cuanto
a su extensión musical, con sostenidos y bemoles, creando asá el género cro-
mático (de cromos, colorido). Olimpio aún dividió en dos el semitono, creando
el género enarmónico o temperado y los cantantes que lograban hacerle apre-
ciar en su imperceptible matiz eran muy estimados.
_ WAONM, MITÓLOGO Y OCULTISTA 51
í, .. . .. . . .- - C
cutorios del rey Saúl. La obra de Descuret, Medicina de las pasiones, na»
rra elocuentes osos de curación por la música; pero el caso más extraor»
diñarlo, sin duda* de! íntimo, secreto e inefable lazo matemático o super-
humano (!) que puede-crearse entre nuestro Ego (sobre todo cuando en la
niñez no está contaminado con la materia), y' el mundo exterior que. nos
rodea es el siguiente que trae también Ferrari: «El aria suiza Lt ranz de
vaches, toque montañés—y ocultista—que se emplea para reunir 1<® reba-
ños dispersos por la tempestad, ejercía tal influencia en los reclutas syizos,
excitándoles de modo tan irresistible a! llanto desesperado, a la deserción
y a! suicidio por la nostalgia del ausente país natal, que hubo necesidad
de prohibirla severamente en el ejército francés, para evitar verdaderas
epidemias de psicopatía colectiva. Análoga cosa ocurre con Ja gaita galle-
ga, la dulzaina pastoril valenciana, la guitarra andaluza, etc,, fuente-ínti-
ma, sobre todo para los seres de gran sentimentalídad y de dulces recuer-
dos y añoranzas de! lejano país nativo. ¿Quién no.conoce, por experiencia
propia, ese fenómeno terrible de la nostalgia de los lugares en los que
nuestra infancia ha corrido?,..
Desde las épocas más remotas, los filósofos, baña firmado el singular
poder curativo de la música sobre aquellas enfermedades cuyo origen
mediato o inmediato radica en tristezas, atonías y depresiones del espíritu.
(!) Cecilio Roda, .La evoludin i» fa dlsamo de recepción en i» Real Academia de Bellas
Artes de San femando, 190®.
54 ■-- BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
Cuanto antecede hace verdad el hecho de que «de todas las obras del
hombre, como dice Aseglio, la más maravillosa e inexplicable es la músi-
ca. Comprendo la poesía, la pintura, la escultura, las artes imitativas, en
fin, añade este autor... Había modelos que imitar, y la Humanidad los imi-
tó,,. Comprendo la ciencia como hija de la experiencia de los siglos, em-
jpero, ¿gdónde hemos ido a buscar la música? EUa es todo un misterio...
¿Cómo se exp.!ict.!a influencia de la melodía y de ta armonía en nuestras
.facultades morales? ¿Qué os dicen sus notas cuando os inspiran lo bello,
lo bueno y lo grande? ¿Será acaso la música una reminiscencia, una lengua
perdida de la cual hemos olvidado e! sentido, conservando sólo la armo-
nía? ¿Será ,ella la lengua primitiva y también la del porvenir?...» (1). Estas
lituana o la sánscrita, to palabras no eran sólo, como son hoy en sus bár.
batas lenguas simaras, expresión más o menos completa del pensamien-
to, sino un componente musical del periodo: anas silabas-notas, regidas,
en la poesía además, por el número. Así, por ejemplo, en la métrica lati-
na, cada pie puede ser considerado como una nota, pues que gasta mate,
máticamente un tiempo bien definido, y entran, además, un cierto número
y clase de ellas en cada especie de verso. Otro principio- cierto es que
estas especies de verso equivalen, en cuanto a métrica o medida, al compás
musical moderno.
Respecto de esto último, la variedad de la métrica latina asombra. Así el
exámetro admite seis pies, de los cuales el quinto ha de ser necesariamente
dáctilo, y espondeo d sexto, quedando los cuatro primeros, dáctilos o es-
pondeos, al arbitrio de! poeta, cuyo oido musical dará asi ligereza a la,ex-
presión, empleando los primeros, y majestad si usa los segundos, como
cuando va a cantar las proezas de los héroes. El pentámetro, con sus dos
dáctilos finales y cesuras; el senario yámbico, con sus seis pies, en los
que alternan seis sílabas breves y seis largas; el escazante, el dlmelro yám-
bico, $1 glicónico, el asclepiadeo, el falencia, el grande y el pequeño ar-
qalloco y los dos coriámbicos, el arcaico pindárico, el feracracio, el ana-
péstico, y otros muchos que pueden verse en los clásicos, completan el
conjunto orquestal de nuestra lengua madre, con una variedad musical
casi infinita, para la que no hemos contado, sin embargo, con otros ele-
mentos prosódicos nada despreciables, a su vez, nacidos de la diversidad
de los sonidos consonantes.
Un lector frívolo se sentirá inclinado a tratar todo lo que antecede
como deliciosas fantasías; pero podemos plantear el problema en términos
tan científicos y concretos que no nos sea permitido el dudar acerca de
nuestro aserto relativo a que la antigüedad sabia pudo realizar el ideal de
la armonía, mediante la palabra hablada-rimada (mantrams), con tanta
perfección, al menos, como mediante los conjuntos orquestales pretende-
mos realizarlo en nuestros días.
Sabemos, en efecto, por la Física, que dos sonidos no pueden diferen-
ciarse más que por su intensidad o amplitud vibratoria; por su tono o nú-
mero de vibraciones en cada unidad de tiempo (1), y por su timbre o nú-
como 4 a 3. Por último, los intervalos musicales que median entre la tónica o
fundamental, 1? cuarta, la quinta y la octava, se han llenado intercalando otras
cuatro notas y se ha formado asi nuestra escala musical, cuyas notas y relacio
nes numérico-vibratorias con aquella tónica son:
Do Re Mi Fa So! La Si Do
7, 7. 7* 7, 7, 7» 7i
*
La relación vibratoria de cada nota con la que precede puede obtenerse di-
vidiendo entre «i los quebrados respectivos, de donde nos resultan las siguien-
tes relaciones:
U OAE I
(si bemol,) (si bemol,) (si bemol 4) (si bemol,) (si bemol ¿)
(1) Dos sonidos unísonos producen una elipse cuando no son simultáneos,
y una recta (elipse de perfil) cuando lo son. Dos sonidos en octava producen
en la pantalla la figura de un ocho, que se deforma hasta presentarse de perfil
como una parábola. La mitad de alguna de estas figuras se reproduje en la
quinta en forma apioidal (o de pera), como la mitad de otra de las figuras de ta
quinta se reproduce en la cuarta en forma arriñonada, o como de habichuela.
De estas figuras musicales, a la forma de diversos frutos y aún a las formas y
leyes de ciertos astros (Toumer) no hay más que un paso en corroboración
de la indiscutible existencia de la «Música Pitagórica* o Armonía de las
Esferas.
TOMO LU.—6
_ 68_-_ <. - ‘ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
Desde que Guy d'Arezzo, en 1026, creó nuestra escala musical, dando
a las respectivas notas los nombres de las sílabas iniciales de la primera
estrofa del Himno a San Juan, que dice:
dado respecto de este siglo XVII, podía ser prolongada con los Pugnani,
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 75
Alcestes, con el credo de lo» nuevos ideales y del moderno teatro. «Hay perso-
nas, dice, que porque tienen dos ojos y dos orejas se creen con derecho a juz-
gar en bellas artes. En una obra del género del aria, por ejemplo, de Qrfeo,
Chgfaró serna Euridice, el menor cambio de tiempo o de expresión puede con-
vertirla en una canción de marionettes. Una nota más o menos sostenida, un
refuerzo de sonido, el no observar bien el compás, o agregar un simple trino,
puede destruir el efecto de toda una escena...» Raniero de Calsabigi (1715-
1795), fué el libretista predilecto de Gluck, a quien éste atribuía una gran
parte de sus ideas sobre ¡a reforma de la ópera. Suyos son los poemas de
Orieo y de Alcestes.
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 77
. .—.................. ...... ..... ....... . ........ .. ..... .. ..... . ........ . " ' " ......>... ........ ....
(1) Hecho para demostrar las ventajas de! temperamento igual, defendido
por el español Ramos Pareja, y que suprime la llamada coma pitagórica.
__81 BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
sinfonías escribió 118, y 83 cuartetos, en los que brilla el plácido genio del
maestro. Cuarteto y Sinfonía quedaron encuadrados con él definitivamen-
te en la forma ampliada de la sonata de cámara, y su influencia fue gran-
de, tanto en Mozart como en Beethoven. Con su Creación extendió tam-
bién los límites del poema sinfónico, y su alma noble voló a los cielos
aquellos por él cantados entre los estampidos continuos de los cañones
franceses que sitiaban a Viena en 18Q9... Haydn, como Haendel y como
Beethoven, eran verdaderos ascetas del arte, abnegados bajo la pesada cruz
de su incomprendido ideal, tan por encima de los de sus contemporáneos.
Y llegamos al divino Wolfgan Amadeo Mozart, el niño-prodigio, sin
cuya obra maravillosa no puede explicarse la de Beethoven, sobre todo en
la primera época. Nadie tan célebre y tan mimado como él en las Cortes
europeas; nadie como él tan dulcemente delicado y apacible como los en-
sueños todavía juveniles entre los que la muerte le sorprendiera... En mú-
sica religiosa sólo Haydn y Haendel pueden comparársele; en instrumen-
tación de conjunto nadie como él hasta entonces; en sonatas y sinfonías
sólo ha podido ser superado por el coloso Beethoven, quien sin él tampo-
co se explicaría. La ópera del nuevo estilo albora ya en su Don Juan, en
Los desposorios de Figaro y en La flauta mágica, y es tan inmenso el
catálogo de sus obras, que alcanza hasta unas 800 de todos los géneros
conocidos, desde la cantata Elogio de la amistad y las óperas La clemen-
cia de Tito, el Rapto, Idomeneo y otras de las que apenas si se recuerda
más que el nombre, hasta los más delicados cuartetos de cámara y la más
pura música religiosa bebida en la inagotable fuente de su maestro
J. S. Bach, a quien resucitara...
«La música instrumental de Mozart tiene hoy día un sabor arcaico como
de la edad de oro—dice Lenz—. Un gran número de sus sonatas han enve-
jecido ya, y nos parecen a modo de infantiles juguetes; pero las sonatas es-
cogidas de piano y violín las colocamos por encima de las homólogas de
Beethoven. Mozart ha dejado 33 sinfonías: seis fijan todavía la atención de
los artistas; de estas seis, dos son producciones de primer orden y lo serán
siempre: la sinfonía en do con la fuga y la en sol menor. Su fantasía para
piano, a cuatro manos, y la fantasía y sonata en do, serán nuevas siempre,
cual la gran serenata para trece instrumentos de viento y algunos de sus
cuartetos. En los tres colosales tomos de M. Oulibischeff acerca de Mo-
zart, hay amplia materia de estudio acerca de este precursor, con el sólo
defecto de que para engrandecer aún más la figura de su héroe, ha tratado
cu vano de rebajar la de Beethoven contra toda justicia.»
La sola biografía del divino, desarrollada a través de meros treinta y
TUMO 1U.—Ö
83 BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
cinco años, ocuparía muchas páginas y nada nuevo añadiría a lo que el pú*
tilico ilustrado ya conoce. Oír sus obras equivale a evocar aquella ’época
galante en que reyes, magnates y cortesanas, llenos de hipocresía- y de vi.
cios, querían vivir una vida arcadiana o pastoril en sus Trianones, bailando
menuetos y pavanas sobre una inmensa mina cargada de pólvora por sus
desaciertos, mina que estalló, al fin, con la Revolución francesa. -Recordar
su vida y sus triunfos es visitar aquellas Cortes, en las que el niño-prodigio
y su hermana María, casi tan buena pianista como él, llenaban de orgullo
a un padre, quizá excesivamente duro en sus exigencias para con los ni-
ños, como duro fuera asimismo el padre de Beethoven... También el ma-
logrado Mozart, como todos los genios, tuvo su vida rodeada de nada ex-
plicables hechos de lo oculto, y por más que la crítica escéptica haya que-
rido desvirtuarlo, su propia muerte se vió precedida por el extraño encargo
de su Misa de Requiem, que, con arreglo a sus premoniciones, fué canta-
da, en efecto, en sus funerales (1). .
Cuatro años después de Mozart, nacía en Florencia Luigi M. Cheru-
bini (1760-1842) il cherubino, que dijeron los venecianos al oír sus pri-
meras composiciones, toreante mena al sao nome dalla dolcenzza de suoi
canil. A partir de 1802, en que se estrenó su LodoTska, ene! Teatro Impe-
rial, de Víena, el éxito de sus Dos jornadas, El Monte de San Bernardo,
Medea, La Hostería portuguesa, y sobre todo Faniska, fué tan grande que
Haydn, Mehul y otros le reputaron como el primer compositor dramático
de su época. Según expresa Wilder, fué el músico contemporáneo suyo, a
quien más admiró y en quien más se inspiró Beethoven. En 1813, dice
Roda, fué nombrado director de! Conservatorio de París y sólo después
de estrenar, en 1833, su última ópera All-Babd, cuando ya contaba setenta''
y tres años, se dedicó a cultivar la música de cámara, en la que Fetis no:
(1) Franz Peter Schubert (1797-1826) es el maestro del lied, como Bach lo
es de la fuga y Beethoven de la sinfonía. Los Heder o baladas de Schubert no
tienen rival, y en ellos la poesía bucólica aparece rodeada de todos los encan-
tos anacreónticos de los griegos. Los restos mortales de Schubert descansan
en el cementerio de Vachring, a dos pasos de los de Beethoven, y, como
dice un autor, si en vida no lograron encontrarse nunca, la muerte igualitaria
ha unido a estos dos genios: encarnación de la música instrumental, el uno, y
creador de la poesía lírica cantada, el otro.
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 85
vimiento continuo.
(5) Reflejo de este romanticismo literario al que antes aludíamos, fué el alma
exquisita y enfermiza del polaco Chopin (1810-1849). En cada una de sus
obras, ya sean Estudios, Baladas, Polonesas, Sonatas, Mazurkas, Valses, Pre-
ludios o Scherzos, ha puesto Chopin toda la sensibilidad de su alma soñado-
ra. Ya exprese la melancolía, la desesperación o e! desconsuelo, sus inspira-
ciones son siempre distinguidas; es siempre un poeta. Los valses, de Federico
Chopin, son, más que música de baile, pequeños poemas escritos en el estilo
romántico del gran poeta del piano, tan rico de ideas y tan característico de
factura, como difícil de ser interpretado. Luis Schneider, dice de ellos que
son traducciones artísticas de sensaciones y sentimientos nacidos bajo la in-
fluencia del vais. No son danzas propiamente dichas, sino ideas que han asal-
tado a la mente de un artista« como recuerdos de los visiones del baile, entre
el torbellino de los vestidos de seda, las olas de encajes, el choque armonio-
so de los colores y la deslumbradora brillantez de las joyas. Melancólicos y
amorosos, poéticos y soñadores, apasionados y dolorosos, tienen un carácter
más novelesco aún que romántico... Podría jurarse que su compañera ¡orge
Sand ha colaborado en ellos. Su factura es aristocrática; nadie los ha supera-
do, y probablemente perdurarán frente a los embates del tiempo. «Respecto a
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 89
(14) Nos saldríamos de los moldes de este modesto capítulo si nos detuvié-
(15) sernos a estudiar aquí el colosal desarrollo wagneriano y ultrawagneriano
de i música rusa, desde Tchaikowsky hasta Borodin, Ella pone, entíCCtO,
un ez más el problema del nacionalismo en la música, problema'que,
por desgracia, habrá de agudizarse pasada la guerra.
(16) Preferimos sobre ello copiar los profundos conceptos de Don Alvaro
Arciniega, en sus estudios sobre La revolución en la Música.
(17) «Considerábamos—dice este autor—en nuestro artículo anterior a
Beethoven como fruto de la Revolución francesa, y, de una manera gene-
ral, nos inclinábamos a creer en la influencia de todos los acontecimientos
históricos en las obras de los genios.
(18) >En lo que a la música atañe, la veíamos manifiesta y clara en toda la
labor de Chopin, en el romanticismo de Schumann, en los conceptos de-
mocráticos de Berlioz y hasta en la unidad imperiosa de Wagner. Y en es-
tas notas, llenas de juventud y de aliento, nos parecía ver algo muy en ar-
monía con el temperamento de sus razas.
(19) »Porque, siendo la música uno de los medios más patentes de
expresión,
por fuerza ha de suceder que nos hable, con suma gallardía a veces, de
múltiples aspectos. Y sin llegar al extremo de aquel impresionista que creía
reconocer en un acorde disonante de la Sinfonía heroica todo el incen-
dio de Moscou, sí reconoceremos que en ella palpita a menudo cierto es-
tado de carácter nacional que hace a las obras imperecederas y a sus auto-
res inmortales.
(20) »He aquí el caso de Strauss.
(21) ' Es indudable que uno de los aspectos más sugestivos de la Alemania
moderna se halla reflejado en la obra de este músico; sus composiciones,
cúspide musical de la escuela alemana actual, son también la labor de toda
una generación.
(22) »No es éste el único ejemplo de nacionalidad musical. Lo presentan
también, y acaso de una manera igualmente sugestiva, César Eranck y
Debussy en la escuela francesa; Borodine y Rimsky-Korsakow, entre
otros, en la rusa. ¡Y qué distinta se refleja a través de sus obras esa nacio-
nalidad! ¡Qué diferencia entre la modestia y la abnegación de las Beatitu-
des o entre la melancolía y el fatalismo de Pelleas y Melisandra y toda la
obra irónica del autor de la Sinfonía doméstica! V, a pesar de estos anta-
gonismos, Strauss se nos muestra profundamente idealista como poeta y
como músico. Nada refleja tanto su temperamento como el final de su
poema sobre el Quijote. Strauss, cuya obra no desface agravios ni ende-
reza entuertos, tiene grandes analogías con nuestro héroe nacional. Com-
penetrado el músico con el novelista, obsesionado a la vez por el hidalgo
(23) manchego, también él ha sabido
sentirse el héroe y acudir a la batalla.
Pero su lucha, más egoísta, ha sido también
menos humanitaria y menos
noble. Por eso, acaso, ha llegado a
despreciarla.
(24) »Pero el aspecto más sugestivo, aquel que ha absorbido gran parte de
su obra, lo hallamos en la influencia preponderante de Nietzsche. Ricardo
Strauss, que une a un temperamento musical una alma grande de poeta;
Ricardo Strauss, cuya obra nos muestra, a pesar de todo, su aspecto senti-
mental elocuentísimo y marcado, no ha sabido librarse de esa filosofía de
su patria.
(25) »El caso no es nuevo en los anales de la música. Wagner ya nos lo
muestra palpablemente en su período revolucionario y pesimista. Bajo
este aspecto, la obra de Strauss merece un detenido estudio, que no pode-
mos consagrarle por falta de espacio. Sí diremos, sin embargo, que esas
Ideas han hecho del músico un tecnicista formidable y que, merced a este
dominio de la orquestación, en sus obras, pictóricas de matices y robustas
en sonoridades, se deja ver la energía y el colorido y toda la pasión con
que el autor ha tratado esas ideas. Zarathustra es, por esto, una de las
obras más significativas del enorme músico, ya que en ella se muestra y
revela todo su espíritu individualista. De aquí que creamos que el mérito
de la obra de Strauss se halla mucho más patente en su carácter expre-
sivo que en el puramente descriptivo. Este es más objetivo y, desde luego,
más material; aquél, por el contrario, encierra un carácter más subjetivo y
rs patrimonio del alma del artista. Bajo este concepto, uno de los errores
de Strauss creemos verlo en su tendencia preponderante al estudio de lo
eminentemente descriptivo. Algo de esto ocurre también con el resto de la
música moderna.
(26) • Y no bauticemos este hecho con el pomposo título de ultramodernis-
m<>, ni siquiera le califiquemos de modernismo, porque ello no será nunca
demento de mérito suficiente para designar toda una manifestación mo-
del mi del arte. Lo moderno en la obra de Strauss no se encuentra por este
Iml'’. Este carácter descriptivo lo conocemos desde que la música existe,
la danza primitiva, como todos los distintos aspectos que por entonces
adquiere la música en unión con la poesía, son pruebas palpables y termi-
nantes de lo que decimos. Y, si apenas separada, parece adquirir halaga-
do! as promesas en Haydn, Haendel y Mozart, bien pronto rezumará en
fui mu atávica para presentársenos en Beethoven obsesionado por el Des-
tino; en Wagner, mística hasta lo sublime. Es, pues, la idea poética en sus
multiples aspectos la que ha caminado inseparable con la música, idea
imélim que en ciertos momentos ha llegado hasta la concepción filosófica.
(27) Buena prueba de ello es el Fausto, de Berlioz; Zarathustra, de Strauss,
y la influencia queen toda la tetralogía de Wagner ejerció Schopenhauer.
(28) »La diferencia estriba únicamente en los asuntos de esta descripción.
Y convengamos que asuntos como el de la Sinfonía doméstica no podrán,
ciertamente, por sí solos dar a la música el carácter de ultramodernista.
Equivaldría a tomar como fin de este arte moderno una tendencia sin im-
portancia alguna. Si la obra de Strauss se redujese a la perfecta imitación
del balido de las ovejas o a la de! viaje en Clavileño, su música, bajo el
aspecto mecánico, podría calificarse de admirable; bajo el aspecto artístico,
no llegaría nunca a ser genial. .
(29) »Pero no; la obra de Strauss presenta otros más elevados aspectos, que
son lo que en justicia pueden darle el título de moderna. Esa forma con
que el autor ha sabido tratar a los clásicos constituye, sin duda, el carácter
más genuino de esa gigantesca figura alemana, Strauss, bajo este aspecto,
es, además de un músico nuevo, un artista revolucionario no igualado
en el pentagrama desde Beethoven y Wagner. Su inmenso talento le ha
llevado a engalanar sus ideas, fuertes y robustas, con la creación de timbres
y sonoridades que constituyen un dato aparte en la historia de la música.
(30) »Nada más falso, por consiguiente, que ese dogmatismo que crea en la
subordinación del pensamiento a la forma. En su obra, la inspiración late
constantemente, y esa inspiración, profundamente clásica muchas veces,
se halla expuesta con tal libertad de pensamiento, con tal originalidad ar-
mónica y tal dominio orquestal, que sólo puede concebirse en un tempe-
ramento genial. Si el arte es la perfecta materialización de la idea por la
forma, y si una de las dotes más elevadas del arte es crear, la concepción
de Strauss no debe dejarnos dudas respecto a su grandeza.
(31) »Este espíritu creador y este músico revolucionario—volvemos a repe-
tirlo—representa uno de los aspectos más elocuentes de la Alemania de
hoy. No son las escenas bíblicas que subyugaran a Franck las que, ni
siquiera por un momento, han merecido la atención de Strauss. Su obra
es la de un apasionado de Nietzsche. Y en Zarathustra, como en Don Qui-
jote, y en Una vida del héroe, como en Don Juan, brota constantemente
su idea filosófica.
(32) »Es el mismo caso de Wagner bajo un aspecto distinto. Ya en Tannhau-
ser nos anunciaba con su overture el formidable combate entre el espíritu
y la materia que perturbó todo el siglo XIX; ya su autor, con su espíritu
revolucionario, nos indicaba la influencia del materialismo intransigente
de Feuerbach; ya toda su tetralogía, con su pesimismo latente, nos mostraba
la influencia preponderante de Schopenhauer.
WAONER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 101
(33) »Pero hay una diferencia capital entre los aspectos filosóficos de estos
dos genios de la música, que tantos lazos de unión aparentan tener. Y es
que todo el materialismo y todo el pesimismo que sobre Wagner influyera
vienen a tierra gracias a la preponderancia de sus esperanzas consoladoras.
El himno de gloria al amor entonado en El ocaso de los dioses acabará de
coronarse en Parsifal. La idea mística, que hervía en el alma del poeta,
será la que le otorgará el triunfo.
(34) •No es así la victoria con que Strauss puede vanagloriarse. La risa fre-
nética del hombre, superior en Zarathustra; la burla de su idealismo en
Don Quijote; el modo sarcástico de todas las aventuras de Till, no son
sino el delirio patriótico de una nación fuerte que confía en su fuerza, la
desgarradora desilusión de una victoria costosa y fatal en la que ha palpi-
tado una voluntad de hierro, la ironía mordaz de un heroísmo triunfante
lleno de desprecio hacia todo lo existente...
(35) Y así es el poeta, y así es el músico, y así es
también toda la obra de
este coloso.» '.
(36) CAPÍTULO V
(40) (1) Nuestro fraternal amigo de Pontevedra, D. Javier Pintos Fonseca, pu-
blicó a sus espensas, este capítulo, en 1915, con ligeras variantes de adapta-
ción y bajo el titulo de Beethoven, teósofo, en elegante edición privada, hoy
agotada, que, cosso obsequio, fué repartida por el autor y el editor a sus
amigos.
(41) Sea, pues, esta nota notorio testimonio de gratitud eterna del autor a tan
«unifícente y nobilísimo amigo, místico y artista éste, como buen hijo de la
dulce Galo-Greda o Galicia.
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 95
(42) fectos, sus méritos, sus infortunios, sus dichas, y, sobre todo, sus
esperan-
zas. De Beethoven la última palabra no se ha dicho, ni se dirá jamás. Él no
habita este bajo mundo: siempre nos eleva a regiones superiores haciéndo-
nos saborear sus delicias celestes..., y su típica personalidad cifra por entero
en el cruel dualismo—dualismo de titanes—entre el mérito, las ardientes
aspiraciones del hombre, y la suerte miserable que con frecuencia place a
Dios el otorgarnos en este bajo mundo... Beethoven es apasionado; Bee-
thoven exige; hay mucho de Laoconte en Beethoven, de aquel humano
símbolo de la lucha homérica del hombre rodeado su cuerpo de serpien-
tes, cuando intenta por centésima vez esfuerzos libertadores» (1)... «Cuando
tengáis el alma profundamente agitada—añade J. F. Carbonell—, oid a
Beethoven. Él serenará vuestra tempestad. Vuestro dolor, duda o descon-
suelo, vuestros sentimientos obscuros, confusos o sombríos, harán resaltar
doblemente todos los tesoros de majestuosa pureza que se encierran en la
sobrehumana música de Beethoven. Después, al recordar que lo que aca-
báis de oir es la inspiración recibida por uno de vuestros semejantes, olvi-
daréis todos los crímenes y errores de la Humanidad, aún aquéllos de que
hayáis sido víctimas directas; vuestro corazón se henchirá de una piedad
inmensa y os sentiréis orgullosos de ser hombres...»
(43) «Llamo a Beethoven héroe y más que héroe—dice Romain Rolland en
■ui Vida de hombres ilustres, al ocuparse de la vida de Beethoven (2)—,
porque yo no tengo por héroe a los que triunfaron por el pensamiento o
por la fuerza, sino a los que fueron grandes de corazón... La vida de estos
hombres, casi siempre fue un prolongado martirio. Sea que un trágico
destino quisiera forjar sus almas en el yunque del dolor físico y moral, de
1¡i enfermedad y de la miseria, o que asolara stis vidas y desgarrara sus
corazones el espectáculo de los sufrimientos y vergüenzas sin nombreque
torturaban a sus semejantes, es lo cierto que comieron el pan cotidiano de
In prueba, y fueron grandes por el valor, porque también lo fueron por la
desgracia. Que no se quejen tanto los que son desdichados, pues que los
mejores de entre los hombres están con ellos. Nutrámonos del valor de
estos hombres, y si nos sentimos débiles, reposemos un momento nuestra
cabeza en sus rodillas. Ellos nos consolarán, que de estas almas sagradas
In otan un torrente de fuerza serena y de bondad omnipotente... Al frente
de esta legión heroica, demos el primer puesto al fuerte y puro Beethoven.»
(1) W. de Lenz, Beethoven et ses irois styles, edition nouvelle avec un avant-
piupiiH, etc., par M. D. Calvoceressi. París. Legonix, 1909.
(2) Traducción de Juan Ramón Jiménez, tercera edición, 1915.
06 BIBLIOTECA OB LAS MARAVILLAS
(46) (1) Schindler hizo la estadística de los retratos de Beethoven pintados del
natural, y contó cuatro: El primero, un pastel hecho por un anónimo pintor y
conservado por la familia; el segundo, el debido a Schimon (1819); el tercero,
por Stieler (1821), y el cuarto, por Vadlmüller (1823). Existen, además, de su
extrafia y difícil fisonomía, otro retrato debido a Moehler, otro a Heckel (1815),
y el más parecido de Letronne (1814). Hay, en fin, un dibujo de La Ruelle; un
medallón, de Qatteau (1823); una miniatura, de Hornement (1802); un retrato
por Joeger, citado ya por Breuning; media docena de grabados, una litografía
de cuerpo entero de Teycek (Praga, 1841); la mascarilla en yeso, de Klein
(1822), y la que Danhauser sacó de su cadáver en 1827, de la cual Fortuny hizo
un agua fuerte notabilísima. El color pronunciado de la tez del Maestro; los
rastros de viruela que hacían aún más ruda su fisonomía; su larga y desorde-
nada cabellera; su frente ancha y espaciosa; sus ojos grandes, de penetrante
mirar; su nariz algo desarrollada; la firmeza de las lineas de su boca; la forma
de su barba cuadrada, cuyas últimas lineas se perdían en las vueltas de su in-
conmensurable corbata a la moda, retrataban toda la varonil energía de su
alma. Era bajo de estatura, y sus dedos cuadrados no parecían hechos para la
ligereza maravillosa que en el piano tenían. (Víctor Wilder, Beethoven; sus
días de gloria y de sufrimiento; traducción de Marañón y Medina.)
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 97
(47) según afirmó Kloeber, que pintó su retrato hacia 1818: «Hermosos ojos
habladores, a veces dulces y joviales, otras emboscados, terribles y amena-
dores, como dice el Dr. W. C. Müller»; ojos pequeños y hondamente es-
condidos, que la pasión o la cólera dilataban bruscamente haciéndolos gi-
rar en sus órbitas y reflejando con maravillosa verdad todos sus pensa-
mientos, o volviéndose a menudo hacia el cielo, con mirada melancólica...
La nariz del Maestro era chata y grande, verdadera jeta de león; delicada
la boca, con el labio inferior avanzando sobre el otro; temibles las mandí-
bulas, que hubieran podido cascar nueces con sus dientes; en el mentón, a
la derecha, un hoyuelo profundo que daba al rostro una extraña asime-
tría. «Sonreía bondadosamente, dice Moscheles, y al conversar, cobraba
casi siempre un aspecto amable y alentador.» En cambio, su reir era des-
agradable, falso, rápido y violento, «la risa de un hombre que no está ha-
bituado a la alegría, porque su expresión ordinaria era de nostalgia y tris-
teza incurable.» Rellstab dice (en 1825) que tuvo que dominarse, apelando
a todas sus fuerzas, para no llorar al ver «sus dulces ojos y su dolor pene-
trante»... En los raptos de inspiración súbita, que de improviso le acome-
tían hasta en las calles, su faz se le transfiguraba, «los músculos del ros-
tro se le hinchaban, inyectábansele las venas, le temblaba la boca, los sal-
vajes ojos resultaban doblemente temibles, dándole el aspecto de un mago
poseído por todos los demonios que hubiera evocado: tal una cara de
Shakespeare, de Ossian, como apunta Kloeber, o del Rey Lear, que Benedit
dice...»
(48) Beethoven, como todos los redentores, los christos, no tuvo niñez
ni juventud. El terrible estigma del trabajo y del dolor se grabó sobre
él casi desde los primeros balbuceos: los puros placeres del hogar le fue-
ron negados, puede decirse, desde la cuna hasta el sepulcro, y las lágrimas
vienen involuntariamente a los ojos cuando uno lee en sus biógrafos aque-
llos pasajes en los que el niño infeliz, dormidito en las crudas noches del
invierno alemán, era arrancado al calor de su cama por la violencia de un
padre y de un maestro borrachos, para que diese a altas horas de la noche
la lección musical, que la intemperancia de aquellos dos compadres no ha-
bía tenido a bien dar durante el día... Como esas piadosas imágenes que
a veces se ven en los altares católicos, el tierno infante traía ya, pues, sobre
■ais hombros el pesado madero redentor de su cruz, que era su música,
mía música, ¡ay!, que estuvo condenado a hacer y a no oir desde los ii ein-
l.i años hasta el día de su muerte... Beethoven, sordo, y dándonos, sin em-
bargo, mundos de celeste armonía, como Homero, Milton y Bach, ciegos,
y dándonos, no obstante, sus paisajes divinos, son algo supci hnmanamen-
111. 7
98_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
(53) (I) En las optas de las Sonatas y Cuartetos de D. Cecilio de Roda, que
tanto
nos lian guiado en estos bosquejos, hay excelentes notas bibliográficas de lo
más completo y moderno que se hn escrito relativo a Beethoven. También he-
mos copiado en estos capítulos a F. Clement en sus Músicos célebres, y a Héctor
Berlioz, en sus Sinfonías de Beethoven, y encontrado otra buena bibliografía en
la obrita Beethoven, de Ramirez Angel. Los mejores libros de consulta menos
modernos son los de Breuning, D’lndry, Marx, Moscheles, los tres de Nohl,
los dos de Schindley, el del Dr. Wegeler, y, sobre todo, el de Thayer, por su
riqueza de información; y el de W. Lenz, por su aticismo y su culto al maes-
tro, culto sólo igualado por nuestro compatriota Mateo H. Barroso. El tema
beethoveniano es, como se ve, inagotable, y aún no ha producido todo lo que
tiene que producir cuando se investigue, más al pormenor, acerca de los pre-
cursores españoles de su alma y de su música, porque, como dice muy sabia-
mente este último y queridísimo amigo nuestro, Eudwig, abuelo de Beethoven,
fue natural de Aciberes, y probable hijo de aquellas familias españolas que
vivieron en Flandes, en los últimos dias de la dominación de España en aque-
llos territorios. Además, su negrísimo pelo y sus pasiones acusan su filiación
española, como también la acusan las burlas que sus compañeros de colegio
le hacían de niño, llamándole el españolito.
100_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
(54) lleva su nombre (la sonata Aurora u opus 53), y Maximiliano Federico,
archiduque de Austria, elector de Bonn y hermano de la infeliz María An-
tonieta, eran grandes protectores de las bellas artes, como todos los prínci-
pes alemanes de entonces, y se interesaron por el joven músico, conce-
diéndole socorros pecuniarios. El segundo le había nombrado su maestro
de capilla, y el primero le envió a Viena, donde fué presentado a Mozart,
entonces en la apoteosis de su gloria. El autor del Don Juan, por triste y
propia experiencia desconfiaba de los niños-prodigio; pero Beethoven,
con ese innato orgullo del genio, que es chispa divina, hubo de bordar
con tales y tan exquisitas variaciones improvisadas un tema dado en el acto
por aquél, que Mozart pronunció estas proféticas palabras: «—O mucho
me engaño, o este muchacho llenará el mundo con el ruido de su nom-
bre.» —Otro tanto acaeció años más tarde a Wagner, como veremos, con
el espíritu profético de su moribundo padrastro Oeyer... ¡Quién había de
decirle al autor de II flaulo mágico, que aquel adolescente que delante
tenía, había de ser el continuador y perfeccionador de su obra: el crea-
dor de la Sinfonía, entrevista tan sólo en toda su grandeza integral e ins-
trumental por Bach, por Haydn y por él mismo con su Apolo y con su
Júpiter!...
(55) Discípulo bien pronto del anciano Haydn, no se avino demasiado el
joven Beethoven en su rebelde, aunque nobilísimo espíritu, con el carác-
ter de metodista inglés, del autor de La Creación, y conocidas son del pú-
blico ilustrado sus anécdotas, con éste. Scheneck y el gran Albrechberger
le adiestraron en contrapunto y fuga, al par que el delicado Salieri le ins-
truía en canto y música dramática. Tuvo, en suma, siete profesores, de los
cuales tres poseían en grado eminente los secretos de la composición.
Además, en los salones vieneses del príncipe Lichnowsky, del conde Ra-
sumoffsky, embajador de Rusia; del barón de Swieeten, director de la Bi-
blioteca imperial; de la princesa Cristina de Thun; del conde de Brunswich,
de los príncipes de Erdoly y de los barones Qlechenstein y Pasqualati, y
otros geniales artistas que, en distintas épocas, se honraron, protegiendo al
genio de la sinfonía, pudo sorprender todos cuantos secretos de técnica y
de arte musical encerraban en sí artistas como el violinista Schupanzigh;
los violoncellistas Kraft y Weisz, el clarinete de Friedlowsky; el cornetín
de Pouto y la flauta de Scholl. El caballero Seigfried no halla "palabras
con que expresar la perfección nunca superada que alcanzara en tales ma-
nos la ejecución de las obras maestras del coloso. Todavía se esmeran
en emularlas en nuestros días, cuartetos como el Checo, el de Berlín,
el de Rossé, de Viena, y los españoles, que turnan en los programas de
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 101
(60) (1) Dada la manera de pensar y de escribir de los tiempos modernos, ma-
nera que no censuramos pero que tampoco querernos seguir, nada más im-
procedente quizá que nuestro aparente desorden de mezclar a los datos cien-
tíficos consideraciones de índole más o menos psicológica y emotiva,—¿A qué
mezclar tas modalidades de la historia y del carácter de Beethoven, en un es-
tudio, como éste, de ios precursores de Wagner?—nos dirán muchos—.
Creemos, sin embargo, estar en la razón. Por ligados que se hallen, en efecto,
102_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
(61) Todos estos dolores, todos estos desengaños inmerecidos del genio
completaron su iniciación ocultista, y, tras el breve chispazo de dicha
cuando el triunfo de los aliados contra Napoleón, y su apoteosis de La
Victoria de Wellington, las sombras de su mísero existir se entenebre-
cen en términos que no hay noche del alma quizá más obscura que la
suya. Esa noche espiritual, que alguien ha descrito con estos incompara-
bles términos:
(62) «Entre los peligros que se oponen a la marcha triunfal de los verda-
deramente grandes, no hay ninguno tan deprimente por su naturaleza, ni
tan fatal por sus efectos, como ese que se llama «noche espiritual», som-
bra de desaliento que desciende sobre nuestro corazón y nuestra mente, y
que nos envuelve con su velo sombrío, borrando todos los recuerdos de
la paz anterior y todas las esperanzas de un futuro mejoramiento. Así
como cierta densa neblina se esparce sobre las grandes ciudades, pene-
trando por todos sus rincones, emergiendo cuantos objetos nos son fami-
liares, interceptando toda perspectiva, cual si nada restase ya al extraviado
viajero, sino él y la angustiosa atmósfera que le rodea, así también, de un
modo parecido, la niebla de la noche espiritual desciende sobre nosotros.
Todos los puntos de descanso que en nuestra marcha tuvimos, desapare-
cen entonces; el sendero se desvanece en la sombra, perdidas las antor-
chas que le iluminasen, y los seres humanos aparecen como verdaderos
fantasmas que aquí y allá emergen de las tinieblas, nos codean un instante
y tornan at punto a desaparecer. Siéntese entonces el hombre perdido:
una terrible impresión de aislamiento le llena y a nadie ve a su lado para
atenuar su soledad. Las figuras humanas que le sonrieron, se han desvane-
cido; las voces que antes le dieran alientos, permanecen mudas, y aún el
amor humano que hasta entonces le acariciase, se convierte en una glacial
sensación de horror. Sus amigos y sostenes se encuentran rechazados
lejos de él; ni una sola palabra que le anime llega hasta él, desde él negro
silencio. Si pretende avanzar, siente el vértigo del precipicio, y un sordo
bramido de olas de incalculable profundidad, cuya lejanía inmensa parece
obra de Beethoven, la de Wagner nö habría podido existir, también es indis-
cutible el hecho de que aquella obra no fué sino el fruto de los dolores del
hombre, porque todo lo que hay de grande en el mundo ha salido de ese vien-
tre fecundo de la vida, que se llama Dolor. Hablar, pues, de los dolores del
sordo inmortal es tan científico precedente de la obra del autor de Parsifal,
como hablar de los atrevimientos sinfónicos de aquél, es preparar el estudio
de la revolución realizada por éste con el drama lírico. Pensar lo contrario, es
tener muy cretinos puntos de mira.
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(67) (1) Annie Besant, La noche espiritual. Revista Sophia, de Madrid. 1904.
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 105
(85) lor, siendo sensato, obtiene, al fin, cuanto desea, porque la fuerza como
unidad, prevalece siempre sobre el espíritu de ¡a mayoría, constantemente
dividido, y porque, en fin, «aunque los poderosos de la Tierra pueden con-
ferir puestos, honores y beneficios, jamás pudieron alcanzar a crear gran-
des hombres cuyo espíritu se eleve por encima del nivel ordinario en que
aquéllos yacen, por lo cual los más respetados por el vulgo son los más
despreciables, sin embargo» (párrafos 356, 357 y 358).
(86) A este precioso ramillete que antecede, añade aún Romain Rolland
las
frases siguientes del Maestro:
(87) —«Jamás tomo venganza de nadie—escribió a madame Streicher
—,
Cuando me veo obligado a ir contra los demás, no hago sino lo estricta-
mente necesario para defenderme o para evitar que se haga el mal.»
(88) Cuando el poeta Grillparzer, al verle por última vez en 1826, le
decía,
lamentándose de los duros tiempos de reacción monárquica que reinaban:
«¡Ay, si yo tuviese la milésima parte de su fuerza y de su firmeza!» I»
(89) Beethoven contagia de alegría al poeta desolado.
—«L.as palabras están presas; pero las notas, afortunadamente, están aún
libres.» A menudo habla del deber que tiene de «velar con su arte por la
Humanidad futura», «por la pobre Humanidad», haciéndola todo el bien
posible, infundiéndola valor, despertándola y flagelando su cobardía».
(90) El Dr. Müller dice, en 18'27, que «Beethoven se expresaba siempre
des-
caradamente, aún en público, sobre el Gobierno, la justicia y la aristocra-
cia. La Policía lo sabía; pero toleraba tales críticas y sátiras como delirios
inofensivos, y no molestaba al hombre cuyo genio resplandecía de manera
tan extraordinaria». Sus simpatías políticas parecían estar entonces con In-
glaterra, y su carácter de luchador eterno se refleja, cuando dijo:
— «Me siento feliz cada vez. que venzo cualquier cosa.» (Carta a la Ama-
da Inmortal.) —«Quisiera vivir mil veces la vida... No soy para una vida
tranquila.» (A. Wegeler, 1801.)
(91) «Beethoven—dice Schindler—me enseñó la ciencia de la
Naturaleza, y
me guió en este aprendizaje como en el de la música. Era el poder ele-
mental de la Naturaleza, no sus leyes, lo que le maravillaba.»
(92) —«II n’y a pas de régle—añade—qu'on ne pent blesser a cause de
Schooner. (La busca de lo mejor.) —«La música debe hacer resplandecer
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 115
el fuego del alma de los hombres.» —«Nada hay tan hermoso como coger-
le a lo divino sus más espléndidos rayos y derramarlos sobre la Humani-
dad.» — «Cuando el Espíritu me habla y escribo lo que él me dicta, pienso
en un violín sacrosanto.» (A. Schuppanzigh.) —«La libertad y el progreso
son el fin del arte, como de la vida toda. No somos tan fuertes como los
116_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
(97) (Hacer todo el bien posible, amar a la Libertad sobre todas las
cosas
y nunca traicionar la Verdad, aunque fuere por un trono.)
(98) (Hojas de Album, de Beethoven. 1792.)
(99) — «¡Desdichado—dice en otra parte—el que no sabe morir!
Cuando yo
tenía quince años, lo sabía ya.» —«Nada le digo de nuestros monarcas y
sus monarquías», escribía Beethoven en Kauka durante el Congreso de
Viena. «Para mí el imperio mejor de todos es el del espíritu, primero de
todos los reinos temporales y eternos.» —«Pienso con Voltaire que unas
picadas de mosca no pueden detener a un caballo en su fogoso galopar.»
—«No arrebatarán los imbéciles la inmortalidad a ninguno a quien Apolo
la tenga ya concedía.» —«Amaba Beethoven a los animales piadosamente.
La madre del historiador von Frimmel, decía que, durante mucho tiempo,
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 117
(102) tt) Otro detalle ocultista de Beethoven: Sir Rivet Carnac, coronel edecán
de S. M. británica en su célebre memoria Cup-Mark as an archaic form of ins-
cription, de la que nos ocuparemos al hablar de la escritura prehistórica por
puntos y rayas, llamada ogámica u ógmica, apunta que el Maestro, en sus úl-
timos tiempos, cuando ya no estaba verdaderamente en este bajo mundo, ha-
cía en el campo sus apuntes musicales en su Scrap-book empleando, no los
habituales signos del pentagrama, sino otros tan raros como indescifrables, '
una especie de criptografía jeroglífica, al modo como rayas y pimíos, con la
118_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
difícil.
120_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
(108) todo, con Cecilio Roda, que Haydn y Mozart laboraron en el viejo sentido
sin otra fin que el entretenimiento ni otro patrón que el de la forma; el pri-
mero escribe para los príncipes que le pagan, el segundo para el público;
los dos vierten constantemente en el pentagrama su propia manera de ser:
la dicha tranquila, mezclada con un jovial humorismo, el primero; la gra-
cia y el sentimentalismo de un temperamento de delicadeza y ternura, el
segundo; pero siempre en la forma más pura. Beethoven sigue sus pasos
al principio; pero, espíritu independiente, no se aviene a divertir a nadie.
Pictórico de ideas, quiere encarnar en cada obra una idea distinta: la he-
roica, la épica, la trágica, la dolorosa, la íntima. La música no es para él
un motivo de diversión, sino una expansión intencionada; en las notas no
se encierra la intención frívola o el propósito general que permite el yugo
de otros elementos; pero, poco revolucionario en sus procedimientos, no
intenta destruir ni derrocar la tradición; transige con ella, la acepta, y sólo
cuando le estorba da un rodeo para no chocar de frente con ella. Su arte
es al principio juvenil y ardoroso; tiene toda esa risueña confianza de la
juventud impetuosa. Después es un arte de tritezas, de dolores, de luchas;
un arte que avasalla y que domina, siempre influido por un pesimismo
desgarrador. En sus últimas obras, aislado del mundo por su sordera, su
alma se agiganta, crece hasta adquirir proporciones inconcebibles; vive
una vida de concentración interior, de intensidad espiritual; y todo eso, su
resignación, sus visiones, su cewfianza en el más allá, se exterioriza, sale al
mundo por la única válvula que había quedado en aquel espíritu sin igual.
Esa evolución pudo operarse en su alma en el transcurso de unos cuantos
años; pero ni los contemporáneos ni los sucesores lo advirtieron. Seguían
juzgando con el criterio frívolo de la música de diversión; seguían apli-
cando el doble decímetro a las medidas de la forma, y no encontrando ni
lo uno ni lo otro, declaraban en su dogmático atavismo que las últimas so-
natas, que los cuartetos finales, eran raquíticos de forma, enclenques de me-
lodía, ¡de su melodía!, delirios de un extraviado o febriles exaltaciones de
un enfermo.
(109) El trabajo intermediario en Haydn y en Mozart, con ser ellos autores
clásicos; su manera de desarrollar una idea y agotar en ella los recursos de
la melodía, la armonía y el ritmo, no está exenta de fatiga y, en ocasiones,
muestra esa monotonía que es el resultado de todo precepto de escuela,
por perfecta que ella sea. En Beethoven, a la inversa, la idea no sucumbe
jamás; por el contrario, es la forma la que se muestra impotente, porque la
idea desborda por ella hasta romperla. De aquí las formas nuevas de su
segundo y tercer estilo. Fetis, en su Biografía de los grandes músicos, ha
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 121
TOMO HI.- -H
124_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
gado a dar en ellas cortes monstruosos, sin los cuales no se las habría dis-
pensado el honor de figurar en los programas de aquellos •Conciertos es-
pirituales». En el primer ensayo de los pasajes tachados con el lápiz rojo,
125_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
(128) romántica, que Federico Schiller, el Goethe de los humildes, de los ator-
mentados, el precursor de Heine, había ejercido siempre con sus dulces
misteriosas poesías gran influencia en la mente de Beethoven. <Quien des-
pués de haber oido una de las sinfonías de éste lee las cartas de Schiller so-
bre la educación estética—dice Lickeffett—reconocerá que el idealismo ale-
mán jamás tomó tan alto, tan temerario vuelo como en aquellas obras (1).»
(129) El músico supo enlazar su destino con el poeta, y del consorcio de dos
artes tan supremas ha surgido El Himno de la Humanidad, que es como
siempre debería llamarse la letra y la música de la Novena sinfonía. Pero
hay mucho que anotar respecto de ella, que aún no se ha dicho, preocu-
pados los escritores y el público por la sublimidad de la partitura.
(130) En 1784—añade Lickefett—entabló Schiller estrecha amistad cotí cuatro
admiradores suyos: Koerner, padre del que luego fué célebre bardo de la
guerra de la Independencia; Huber y sus dos compañeras, las hermanas
Stock, residentes en Leipzig. Aceptando su hospitalidad generosa, aban-
donó el poeta para siempre a Manhein, pueblo donde le amargaron la
vida multitud de contrariedades y apremios pecuniarios, como luego a
Wagner. A los pocos días se hallaba ya Schiller en el mejor de los mun-
dos, al lado de sus nuevos amigos, en medio de la más santa y franca de
las intimidades que pueden hacer que el hombre bendiga a la Humanidad
de que forma ínfima parte, en lugar de maldecirla. La generosidad y amor
de aquellos hombres, en efecto, alejaron del poeta los bajos cuidados
todos de la existencia, dejándole vivir en el puro cielo de su excelso espí-
ritu durante aquellos los más tranquilos años de su vida, cual no los había
experimentado el infeliz ni aun en su propia infancia. Este calor fraternal;
esta amistad santa; esta disposición de ánimo hacia cuanto hay de verdade-
ramente humano y no animal en el hombre, inspiraron, pues, al noble
Schiller las estrofas inmortales de su himno A la alegría, ($n die Freude)
himno cuyo verdadero título es A la Voluptuosidad, en el más purísimo,
transcendente y originario sentido de la palabra: no en el degradado que
tiempos posteriores la diesen.
(131) No es indiferente este serio asunto: Voluptuosidad, en lengua latina, es
más que alegría ordinaria, pues que es alegría transcendente y pura; vo-
luptuosidad en lengua romance es algo bajo, casi obsceno... La primera
es alimento de ios dioses y de los grandes místicos, pues que equivale a
éxtasis, amor transcendente, deliquio divino; la segunda es indigna hasta
de los hombres..., pues conviene no olvidar nunca tratándose de asuntos
(133) elevados que en todas cuantas palabras de las lenguas neolatinas se hace
referencia a los incomprendidos conceptos filosóficos de la antigüedad
sabia, ha sido vuelto sencillamente del revés su primitivo significado, para
hacer verdadero aquel profundo aserto hermético de Blavatsky, de que dos
dioses de nuestros padres son nuestros demonios». Es decir, que respecto
a tales palabras, si bien se ha conservado el cuerpo, o sea la forma, hase
perdido del modo más lastimoso el espíritu. Por eso todas las palabras
neolatinas de dicha índole filosófica, como hijas que son de una lengua
sabia perdida cuyo espíritu se perdió también, son meros cadáveres, y
como tales cadáveres han de ser consideradas y reconstituidas a su signifi-
cado originafpor el verdadero filósofo. Tal sucede con la palabra «volup-
tuosidad», «voluptuoso» y sus afines (1).
(134)Con aquella primitiva significación transcendente tomada, la sublime
oda de Schiller «An die Freude», «A la voluptuosidad de Dioses» el su-
puesto canto anodino de «a la alegría», adquiere desconocido vigor, y un
relieve excelso, cual sucede siempre cuando a los buenos aceros damas-
quinos se los limpia de la herrumbre de los siglos, porque aquella com-
posición del mejor de los líricos alemanes parece un himno arrancado a los
Vedas o a los Eddas sagrados, no siendo ya de extrañar, por tanto, el que
Beethoven la tomase por tema de inspiración musical para la más ciclópea
de sus obras, donde, por vez primera en la historia del arte, se hace ele-
mento sinfónico a la voz humana, como prólogo verdad del moderno
(135) (1) Cualquier diccionario de las lenguas neolatinas, viene a decir asi: «Vo-
luptuoso, voluptuosa: adjetivo equivalente a muelle, blando, afeminado, sen-’
sual, libidinoso, lascivo, etc. Dicese de la persona dada a los deleites carna-
les, y se extiende a todo aquello que ¡pclina y provoca a ellos, o los fomenta.
Lo lúbrico, obsceno, impuro, torpe.» «Voluptuosidad», sustantivo femenino.
Cualidad, condición o naturaleza de lo voluptuoso. Malicie, afeminación, co-
rrupción de costumbres, libidinosidad, sensualidad. En mitología es una divi-
nidad alegórica, que se representa bajo la figura de una mujer joven, hermosa
y desnuda, coronada de flores y teniendo en la mano una copa de oro, en la
•que bebe una serpiente. Otros la pintan tendida en un lecho de flores, ardien-
te el rostro, lascivo el mirar y asiendo un globo de cristal con alas o un cadu-
ceo... En una palabra, el prototipo del mal, la bajeza y el vicio...» Tai es la
medalla neolatina.
(136)Veamos ahora el reverso en los clásicos, es decir, su nobilísimo significado
prístino.
(137)«Voluptas, voluptatis, femenino. Volutta, piacere, wollust, wolgejalen,
volupté,
plaisir, deleite, y todos los sinónimos de Ti’áovrf laetitia, praeter nioduni clata ex
oplnionc presentís alicuyus boni; omne id quo gaudemus. Dlcltur tan de animo
quam de corpore; tum de bona voluptate, tum de mala. Omne id, quo gaudemus,
118_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
(144) fronteras, no han enarbolado otra bandera que la del único dogma hu-
mano: ¡LA FRATERNIDAD UNIVERSAL!
(151) (1) De las «Notas para las audiciones», de los Conciertos en la Sociedad
Filarmónica de Madrid.
124_ BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
(152) había muerto, tiempo ha, para sus ojos. ¿Qué veta el soñador extático
cuando caminaba por el hormiguero de las calles de Viena, mirando fija-
mente ante sí, con los grandes ojos abiertos, viviendo únicamente en Ja
contemplación de su mundo interior de armonías?... ¡Un músico que no
oye! ¿Puede nadie imaginar un pintor ciego?... Él así, sin estar turbado
ahora por el ruido de la vida, escucha sólo las armonías de su alma, y
continúa desde el fondo de su sér hablando a un mundo que nada puede
ya decirle... ¡un mundo que vive en un hombre! ¡La esencia del mundo
convertida en un hombre que alienta! Ahora la vista del músico se escla-
rece en su interior. Ahora proyecta su mirada sobre las formas que, ilumi-
nadas por su luz interna, comunícanse de nuevo a su sér íntimo. Ahora es
la esencia misma de las cosas la que le habla, la que se las muestra a la
tranquila luz de la Belleza. Ahora comprende la selva, el arroyo, la prade-
ra, el éter azul, las masas alegres, la pareja enamorada, el canto de los pá-
jaros, el correr de las nubes, el rugido de la tempestad, la voluptuosidad
de su reposo idealmente agitado. Y en ese momento, esta serenidad mara-
villosa, convertida para él en la esencia misma de la música, penetra en
todo lo que ve, en todo lo que imagina. Aún la queja, elemento natural de
todo sonido, se suaviza en una sonrisa: en el mundo vuelve a encontrar su
\inocencia de niño... Crece y crece esta fuerza generatriz, de lo inconcebi-
ble, de lo jamás visto, de lo jamás realizado, que por su misma fuerza se
concibe, se ve y se realiza. Todos los dolores de la existencia vienen a es-
trellarse contra la enorme tranquilidad de su juego con la existencia mis-
ma: Brahma, el creador del mundo, ríe en su interior porque conoce la
Ilusión, la dulce Maya de cuanto existe.»
(154) (1) «Antiguamente sonata significaba música per suonare, o para ser
ejecu-
tada por instrumentos de arco, a diferencia de la toccata para instrumento de
teclado y de la para canto o cantata. Pronto, sin embargo, se llamaron sonatas
a obras escritas para violin o para clave. Semejantes piezas estaban formadas
por un solo tiempo y un tema único que se trabajaba en estilo fugado, fin los
siglos XVII a XVIII cambió la forma de la sonata, y adoptó la variedad de
tiempo de la suite, aunque conservando la combinación de temas que se deri-
vaba de la fuga. El plan de la sonata de Felipe Manuel Bach consistía en ex-
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 125
(158) ...Ä.
(159) flejan asimismo en las tres últimas sonatas, sobre todo en la XXXII
(op. 111), en la que, tras la fiereza de león del primer tiempo, el cisne
muere cantando una balada seráfica: la arieta con que aquel piano inmor-
tal enmudeciera para siempre...
(160) *
(161) **
(172) Terminemos, pues, con este largo capítulo diciendo que la influencia
decisiva que ejerciera Beethoven en el desarropo de! espíritu musical del
futuro creador del drama lírico está descripta de mano maestra por nues-
tro amigo D. Francisco Vera, en »Wagner y sus obras», cuando, después
de hablar de la que. antes ejerciera Weber en la infancia del mismo, y de!
fracaso total de sus profesores de piano y de violín, añade: «Con los
pésimos informes del joven estudiante, por todos sus profesores de mú-
sica, ¡cuál no sería la sorpresa de su madre al oirle decir, un día, que
«quería ser músico!...» Hubo, sin embargo, tal firmeza en sus palabras,
brillaron sus ojos tan intensamente y adquirió su rostro tal expresión de
seriedad, que el pequeño Ricardo pareció crecer en un instante, alcan-
zando la altura moral a que se llega cuando el más profundo conven-
cimiento dicta nuestras palabras. Esta súbita determinación de Ricardo
Wagner obedecía a una causa perfectamente justificada. Cuando su fami-
133 BIBLIOTECA DE LAS MARAVILLAS
(173) lia regresó de Dresde, en 1827, estableciéndose en Leipzig, el futuro ge-
nio asistió a los conciertos de la Gewandhaus, oyendo en una dé las oca-
siones la obertura de Egmonty una de las sinfonías de Beethoven, La im-
presión que le produjo la sinfonía del sublime sordo fué el «levántate y
anda» que despertó al genio latente que en Wagner dormía (1). El peque-
ño Ricardo quedó estático y mudo, sin poder pronunciar una sola pala-
bra; seguía los compases de la orquesta sin comprender la serie de emo-
ciones que embargaban su alma; dijérase que en lo más oculto de su sér,
en eso que los modernos llaman conciencia internuda!, se agitaba todo un
mundo de inéditas y sublimes armonías que, al mágico conjuro de la musa
beelhoveniana luchaban por salir al exterior... Aquel niño, aquel embrión
del futuro autor de Parsifal, supo acoplarse al.genio de Beethoven; y así
como éste estaba sordo para los ruidos exteriores, porque su percepción
acústica era de tan exquisita sensibilidad que sólo le permitía oír las subli-
mes armonías de otro mundo superior, aquél pareció quedar sordo de
alma, pero en el fondo de ella, en los más íntimos repliegues de su yo, latía
una infinita orquestación de silencios sonoros, de silencios áureos, cual los
cantados por Maeterlink, silencios armoniosos y sublimes que, después de
esa génesis interna cristalizan, y las notas surgen maravillosas y genia-
les, con algo de misterioso que atrae, que subyuga, que hace que el audi-
torio se olvide de todo cuanto le rodea, ligándole tan Intimamente a las
notas que llegan a su oído, como lo quedó a Beethoven Wagner, quien en-
tonces quiso ser »Beethoven o nada»... Como los de la orquesta, el joven
Wagner tuvo su silencio fecundo, porque en él vibró el germen de la mú-
sica, porque en él se condensó la primera partícula de la riquísima cantera
de su genio musical... Y entonces Wagner quiso ser músico, y fuélo».
(174) CAPÍTULO VI
(178)Tan cierto es esto, que la vocación originaria del futuro creador del
drama lírico fué literaria, no musical; y más que literaria, lingüística, cual
se requiere en un tan gigantesco comentador de los Eddas—los Vidas de
Escandinavia—como fuera después Wagner en su Anillo; en un tan excel-
so buscador de leyendas y mitos primitivos perdidos tras las tinieblas me-
dioevales de los Eddas derivadas, como Wagner resultó ser en todas sus
demás creaciones, incluso en la de los Maestros Cantores, los mester-sin-
gerde la tradición poétíco-musical heredada del verso latino, a! que en
capítulos anteriores también hemos aludido.
(179)Por eso su primer ambiente fué el de! teatro; sus antecesores menos
lejanos fueron mejores literatos y actores que músicos, y por eso, en fin,
cuando su madre le envió a uti renombrado colegio de Dresde, el Kreuzs-
¿hule, dió en él inmediatamente pruebas de una gran facilidad para las
lenguas antiguas, considerándole sus maestros como un filólogo de gran
porvenir, y, en el resto de su v*da, fueron sus favoritos los estudios lin-
güísticos, clave, según Blavatsky, de ios más enormes secretos ocultistas,
.como lo comprueba la gran cantidad de obras de este ramo de! saber hu-
mano que Wagner poseía en su biblioteca. Enamorado de los clásicos
griegos a los once años, antes de que Weber y Beethoven fecundasen su
vocación literaria con la chispa creadora de la expresión musical, él mis-
mo afirmaba que seria poeta... ¿Y quién duda que lo fué en el grado mas
excelso cuando más como filósofo aún que como literato? Desde luego
contra lo que suele acontecer a los músicos genuines, se hizo por si todos
los argumentos de sus obras, sacándolos de la Teosofía tradicional, es de-
cir, de la Lengua-Religión-Sabiduría primitiva, perdida an’es que alborease
loque llamamos Historia.
WAÍ.NBR, Mí s -JLOJO Y OCl't 12»
(180) Dijimos de Reethoven y ahoi a 'o reoetimos de Wagner que el califi-
carles a entrambos de teósofos, no quiere decir que fuesen unos secuaces
conscientes (te !»s doctrinas dadas a! mundo occidental por ¡a abnegada
H. P. Blavatsky, ni menos unos creyentes neocristianos al modo de algunos
teósofos alemanes modernos. El coloso de Bonn falleció en 1827, o sea tres
años antes de nacer la fundadora, de la Sociedad Teosófica, y mal podía
haber admitido en toda su primitiva integi"idad unas ideas que no han sido
divulgadas como cuerpo de (’ocinna en iioropa y en América hasta 1877,
fecha de la primera obra de Bíavaisky, ts:s MU Velo. En cuanto a Wagner,
apenas si pudo conucer esta obra w so vmez—-de hecho no la conoció—y
menos La Dodrínn Secrehi, que se publicó en 1888, unos anos después
del fallecimiento de éste.
(181) Llamamos, núes, teósofos a Beethoven y a Wagner de ia misma mane-
ra que historiadores como Cantó doman teóso’us a Alberto Magno, Fía-
me!, Agripa, Espinosa, Paracelso o Swedemborg, como partidarios de la
unidad substancial de la especie humana, con un criterio transcendente y
abstracto, ideológico y panteista, por encima ce todos ios credos exotéri-
cos; místicos verdad que sienten palpitar lo divina en la naturaleza; intui-
tivos admirables que en el más allá de las cosas adivinan la Unica-Reali-
dar', ¡a Fuerza-Inteligenc;a o Logos que al Cosmos anima.
(182) El genio aspira ai ideal; hacia lo Inalcanzable siempre. Hacia Ello eleva,
lleno de inspirada unción, el frágil cáliz de si: organismo psico-físico, y el
Idea!, que está por encima cobijándonos, desciende a consagrar el cáliz,
ora instantáneo y destructor como desciende el rayo de la nube; ora manso
y fecundo como cae la lluvia otoña! sobre los árboles. Baja así la inspira-
ción del cielo de lo abstracto; queda así el humano cáliz consagrado y aquel
Prometeo robador de' divino Fuego, consigue entonces, a costa siempre de
su tr;’tiqu¡!idad y aun de su vida, aportar una mejora, un progreso efectivo
que dar a sus hermanos menores: los desvalidos, los miseros del eterno
valle «hondo y obscuro» del vate salmantino.
(183) Disponiéndole sin duda para su titánica labor de músico y poeta dra-
mático, restaurador, en parte, de los Misterios antiguos, el Destino o Kar-
ma, le deparó a Wagner desde su infancia v.n adecuado campo.de influen-
cias que preparase en la escolástica tabula-rosa de su mente el indeleble
fondo escénico preciso para su labor, labor que no era otra en esencia que
la de restaurar las representaciones dramático-musicales, verdadera intro-
ducción a ios Misterios Menores iniciáticos, pues según sus mismas pala-
bras, su eterna aspiración fue la de crear un teatro tan vigoroso como el
griego clásico, que, como es sabido, no representa en la evolución histórica
'Tono m.—a
130 BIBLIOTECA DE LAS MARAVILUS__
(184) del arte en Qbras como la Trilogía de Esquilo, el Edipo, etc., siaq U degra-
dación, ya ea los tiempos históricos, de referidos Misterios; su catara tea-
tral y emotiva, en fin, sin las hondas enseñanzas científico-religiosas que
constituyeron el contenido íntimo de estos últimos.
(185)«Wagner—dice nuestro amigo D. f rancisco Vera, en su lindísima mo-
nografía del coloso (1)—nació predestinado para el teatro. Su padre era
muy aficionado al arte de Taha y varias veces tomó parte en las representa-
ciones teatrales que daban los aficionados de Leipzig. Schiller era su autor
predilecto, y asistir a la representación de algún drama del ilustre autor de
Guillermo Tell, era para Wagner padre lodo un acontecimiento... Muerto
este, su viuda casó con Geyer, gran pintor y ¡neje r cómico, a quien el pro-
pio Weber hizo cantar alguna de sus óperas. Además, Geyer fue autor dra-
mático, y sus obras obtuvieron envidiables éxito»... Ricarco Wagner, como
se ve, creció en un medio artístico que tuvo que ejercer marcadísima in-
fluencia en su espíritu. Su padre, su tío Adolfo, su padrastro Luis Geyer
fueron, pues, depositando en su alma infantil el germen que mas tarde
había de convertirse en dulce y sazonado fruto. A la edad en que ios niños
apenas conocen el teatro más que de nombre, Ricardo 'o frecuentaba con
asiduidad, asistiendo a las representaciones en que tomaba parte Geyer,
oyendo las conversaciones que se desarrollaban entre bastidores y ente-
rándose poco a poco de toda la trama interior que pasa inadvertida para el
publico. Guando su madre no le dejaba ir al teatro, el peutieño Wagner
lloraba furiosamente... Rosalía, Luisa y Clara, sus hermanas, también se
habían dedicado al arte escénico... Asi se comprende que a los once años
empezara a escribir un drama cuyos cuarenta y dos personajes morían
resucitaban con una facilidad asombrosa, apareciendo como fantasmas
apenas habían dejado de existir, para desaparecer a! instante, y dejar vacío
el escenai¡o...»
(186)La raigambre ancestral del espíritu de Wagner como músico, estaba más
oculta. Hasta la segunda generación anterior a Ricardo, ios Wagner fueron
humildes maestros de escuela y organistas de pequeños pueblecitos, y en
cuanto a la parte tercera de sus aptitudes, la que mira a la cultura clásica,
alma de toda su obra como poeta, conviene no olvidar tampoco que su
padre Federico Wagner era abogado, dotado de una inmensa cultura, como
lo demuestra el catálogo de su biblioteca privada, rico y variadísimo, espe-
cialmente en las grandes obias de la antigüedad clásica, y que su tío Ado! •
(187) (1) Wagner, ¿u vida y obras, publicada por la Casa editorial Hispano-
Americana, de París, 1913.
WAONER, MITÓLOGO V OCULTISTA 131
(202) (1) Nuestio amigo Gómez Carrillo con !a exquisitez característica de todas
sus aladas crónicas, donmia con vu o de í's^uiia el problema, ai decir en una
de éstas acerca de La Religión del Teatro, contestando a Cávia;
WAÜNER, MITÓLOGO v OCULTISTA 138
(203) Vimos, antes de la partida de Wagner para París, rechazadas sus tres
primeras producciones, ora por la vulgaridad de las gentes, ora por la
propia mano del Destino. Si la discordia de los actores en la propia escena
dió a! traste, en efecto, con la representación de La prohibición de. amar,
en Magdeburgo, la quiebra más estrepitosa cayó sobre la Empresa del tea-
tro del Renacimiento, en París, tan luego corno intentó, a su vez, ponerla
(206) en escena. A los miopes amantes de! hada Casualidad en la historia, brin-
damos estas CúíílCldeaáOS que, como era natural, no podía menos de con-
tinuar a lo largo de la vida del bardo perseguido. Cuando quiso poner mú-
sica a su Buque fantasma, calcado sobre la leyenda de El holandés errante,
un editor gustó del argumento y se le pagó... para encargar a un adocenado
artista que le pusiera en música. Cuando instrumentó una zarzuela de Du-
(207) »Es cierto. Sólo de ideal vive el arte. Mas, ¿a qué quejarnos de ello? El
mal
no está en que sea imposible llevar lo reai a las tablas o a las páginas de un
libro. El mal está en haber oido con complacencia a los falsos apóstoles que
hicieron creer que el arte es la copia de la realidad.
(208) »El teatro real, el teatro de vida, el teatro sin embuste, existe. Es la vida
misma. Es el formidable escenario en el cua’ 'odos representamos uifpapel
fastidioso y largo y monótono, repitiendo ski. ;>re las mismas palabras, llo-
rando por las mismas penas, engañándonos con las mismas ilusiones, fasti-
diándonos con el mismo fastidio. Y este teatro, por lo genera!, es tan poco
agradable, que todos nuestros esfuerzos tienden a no asistir a sus representa-
ciones con verdadera atención, sino en ias épocas en que alguna pasión gran-
diosa, personal o colectiva, hace que la monotonia desaparezca. ¡Oh! No son
los hombres de la Revolución francesa, ni ios hombres de ia Comuna, los que
tienen necesidad de cien teatros y de cien estrenos. Para ellos, como para los
franceses, los ingleses, los alemanes, los italianos y ios rusos de este tiempo,
el escenario de la existencia basta. Pero en naciones como la nuestra, tran-
quilas, ponderadas, ordenadas, corteses, «neutrales» y laboriosas, lo que
pasa en la calle y en los hogares no basta a divertirnos, menos aún a calmar
nuestra sed de ilusión. Porque, en el fondo, esta es la palabra; «sed de ilu-
sión».
(209) • Los filósofos más recientes lo reconocen. «Puede decirse—escribe
Gabriel
Tarde—que la sociedad actual, que está en la cima de la cultura, se halla
sedienta de ilusión; las necesidades sensitivas de los hombres se hacen cada
día más tiránicas, al mismo tiempo que los medios de satisfacerlas disminu-
yen con la paz y la riqueza. La religióncaq,tiene ya su poder antiguo. Hay que
buscar otras religiones de placer.» Ahora bien; entre estas r-.-hgiones laicas
de que habla el filósofo francés, una de las que más votos tiene es, sin duda
ninguna, el teatro. Yo lo había ya sentido confusamente desde hace muchos
años, al notar en mi alma el endiosamiento de los actores y la divinización de
las actrices; pero nunca como hoy me había dado cuenta de !a fuerza de mi
propio entusiasmo. La politic.;, la literatura, las relaciones sociales, los debe-
res, todos se me antojan meno» importante, en mi primer movimiento de cu-
riosidades, que el teatro. «Un estreno... una nueva actriz... un teatro que se
inaugura...», exclamo ai ver las columnas cubiertas de anuncios de espectácu-
los. Y en el acto siento cantar en mis oídos los nombres prestigiosos de los
dioses y de las diosas de nuestra época, de. los divinos histriones y de las his-
trionas más divinas aún... Porque, a! fin y al cabo, si algu queda aún de ideal
en el mundo, a ellos y a ellas se lo debemos.«
140 BtBUGTECA OB US MARAVILLAS
(214) (1) Listz—dice Lenz—no ha ejercido influencia por sus composiciones que
son el daguerrotipo de su prodigioso mecanismo. Su manera fue espontánea
siempre: hacía valer todos los estilos, pues todos se los hacia familiares la
honda cultura de su espíritu... Es el poeta, el inspirado rápsoda que parece
nacido del instrumento mismo.
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 141
(215)«Cuando Wagner salió desde Dresde, desterrado por sus opiniones po-
líticas— dice Vera—, ni una iágrima brotó de los ojos de su esposa, la vul-
gar Guillermina Planer, pero el músico no la olvida en sus soledades de
Suiza. En esto la vida de Wagner tiene muchos puntos de contacto con la
de Napoleón. El desterrado de Santa Elena tiene siempre un recuerdo para
María Luisa, quien no quiso compartir con el vencedor de Marengo las tris-
tezas del árido peñón inglés, y mientras Napoleón sufre las amarguras del
destierro, su esposa se arrojaba, en Parma, en brazos de un tenor italiano
sin mérito alguno.»
(216)Aquella misma esposa, vulgar y egoísta, que no quiso seguir a Wagner
al destierro cuando aquél se veta solo y perseguido, no tardó, sin embargo,
en unírsele de nuevo así que mejoró en Zurich su situación económica,
pero la famosa «soledad de dos en compañía» de que habló nuestro Cam-
poamor, era un constante obstáculo para los idealismos de! autor de Lo-
hengrin, y una desafinada nota de protesta dada por las tiranías e inercias
retardalrices del Destino contra todos los revolucionadores anhelos y
todos los ensueños del músico-poeta.
(217)La vida de los genios tiene, en verdad, cosas harto extrañas y doloro-
sas a los ojos de la filosofía. Diñase que es ley inexorable la de que sólo
el dolor puede engendrar las obras maestras, y que el temple de las gran-
des almas, como el temple del acero, no puede ser adquirido sin el brutal
contraste del trio con el fuego... A la manera de como la corriente eléctrica
no puede dar calor sino cuando sus impetuosidades chocan con resisten-
cias a su paso interpuestas, ni puede dar luz en la lámpara incandescente
sino cuando sus energías intensas se ven forzadas a circular aprisionadas
por tenuísimo alambre de platino, esa otra electricidad vital y transcenden-
te de los genios, idéntica a la que en el Cosmos llama Foal la literatura
sánscrita, no puede irradiar sus luces en el mundo si no ha brotado de!
choque rudo de! pedernal bruta! de la realidad externa con el humano
acero del corazón templado por el dolor, que, al fin, todo potencial eléc-
trico o dinámico no puede nacer sino del desequilibrio, y todo diamante
tiene que cristalizar bajo la crueldad mineral de las presiones más tre-
mendas... Esto, que también es una de las facetas de! gran tema humano
de la justificación que estudiaremos a su tiempo, demuestra a! filósofo, sin
dejar lugar a dudas, cómo hay una ley oculta, por virtud de la cual, cuan-
do en el paroxismo del dolor, de la rebeldía o del esfuerzo se Pega al lími-
te, o a lo que con un concepto gráfico tomado de la química podríamos
llamar el estado critico de las almas esforzadas, éstas rompen a! fin el circu-
lo de hierro que las aprisionaba saltando a una nueva dimensión, es de-
142 BtBUGTECA OB US MARAVILLAS
(228) vivido en el hotel, y, por fin, se ha hecho el traslado con un tiempo malísi-
mo y un frío glacial, tanto que no he podido conservar «pií buen humor,
sino diciéndome que este cambio de residencia era ya definitivo.
(229) »Todo está arreglado según nuestros deseos y necesidades; todo se
halla en su sitio. Mi gabinete de trabajo está dispuesto con la pedantería,
la afectada elegancia y las comodidades que sabes que tanto me gustan.
Mi mesa está a! lado de una gran ventana, desde donde tengo la hermosa
vista del lago y de los Alpes; gozo de tina completa calma, de una absoluta
tranquilidad. Un lindo jardín, que ya tiene buen aspecto, me da suficiente
espacio para pasear y encantadores sitios de reposo, y a mi mujer le pro-
porciona agradables ocupaciones y le ahuyenta sus ideas negras respecto
de mí; un huerto, sobre todo, que hay un poco más lejos, es objeto de su
más tierna solicitud.»
(230) Matilde, la gentil discípula de Wagner, que, a sus veinticuatro años de
edad, escuchaba a! Maestro «como Brunhilda a Wotan»; «la dueña de Co-
lina Verde, enamorada de! idea!, veía extenderse ante ella la V'da y el mun-
do como la corriente apacible de un río. Querida y admirada por su espo-
so, joven, madre feliz, vivía en el culto de lo Bello, en el Arte y en la Vida,
igual que en el del Genio del que no había visto aún ejemplar más pode-
roso por la voluntad y la imaginación creadora». El drama real, inspirador
directo de la Muerte de Iseo, ha quedado supremamente difuminado por su
verdadera protagonista, Matilde Wesendonk, artista a su vez de excepciona-
les méritos (1), con estas sencillas palabras estampadas en sus Recuerdos:
«Ricardo Wagner amaba su «Asilo». ¡Lo abandonó con dolor y tristeza!...
pero su abandono fué voluntario. ¿Por qué? ¡Inútil pregunta! Como testi-
(231) (!) Matilde Wesendonk (1831-1902) fué una genial artista. En sus precio-
sos Cuentos hay composiciones poéticas intercatadas, de verdadero mérito.
La más célebre de sus poesías es el lied Traiime (ensueño) que instrumentara
Wagner, y qua ae ha publicado, con otras de la misma autora, bajo el titulo de
Cinco poemas para una voz de mujer, a saber; A7 Angel, Deteneos, En el inverna-
dero, Sufrimientos y Ensueños. AI tercero y al quinto de estos poemitas los de-
nomina Wagner Estudios para el Tristón e Iseo. En efecto; los acordes lúgu-
bres que acompañan a ¡a canción En el invernadero, se han reproducido exac-
tamente en el preludio de! tercer acto, y la melodía de Ensueños sirvió de tema
at pasaje de1 dúo del acto segundo, pasaje denominado de ordinario el himno
a la noche, que corresponde a las palabras: «¡Noche de éxtasis! ¡Noche de
Amort Desciende y proporciónanos el supremo olvido del vivir, Acógenos en
tu seno y llévanos lejos del mundo.» La curiosa y equivocada teoría ocultista
de las almas gemelas, tiene un caso célebre, sin duda, en Ricardo Wagner y
Matilde Wesendonk.
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(232) monio de esta época tenemos su gran obra Tristón e Iseo. El resto queda
(233) en el misterio y en un respetuoso silencio»...
(234)Las pasiones, puras o no (que ninguna lo es), son e! acicate del genio;
pero el genio las remonta, al fin, como el águila remonta las nieblas inver-
nales para bañarse en el claro sol de las aburas. Con un supremo gesto
heroico, rompe Wagner, al fin, con las vulgaridades de su mujer y con los
encantos de aquella isla de Calipso de Colina Verde y de! Asilo, para resti-
tuirse al mundo a quien se debía por su obra, y así, en pocos meses, ha-
bita sucesivamente Venecia, Milán, Lucerna y París, donde le aguardaba
la terrible prueba de amargura del estreno de su Tannhauser en París,
uno de los fracasos más grandes que el mal gusto y la envidia pudieron
depararle nunca.
(235)No fué el público el mayor enemigo de la obra wagneriana—dice Fou-
tullo--; al fin y al cabo, éste, siempre inconsciente y frívolo, rechaza por
atavismo todo lo nuevo, lo mismo en arte que en cualquier otra manifes-
tación de la actividad humanx Los mayores detractores de Wagner, los que
con más encarnizamiento le persiguieron, fueron, ¿quiénes habían de ser?,
los profesionales de su época; los que habían logrado escalar, en fuerza de
halagar los instintos plebeyos de la multitud, las altas cumbies de una glo-
ria efímera que la Historia casi les niega hoy.
(236)• Meyerbeer, el flamante autor de cien obras soporíferas, decía que la
música de Wagner le atormentaba, que era un ruido nada más, queriendo
aplicarle la famosa frase napoleónica. ;ÉI, que jamás en su música habla
al alma; él que nunca supo dar la sensación exacta de un estado afectivo'
Presintió Meyerbeer la gloria futura de Wagner y el derrumbamiento de su
reputación artificiosa, y vendiéndole faSa protección quiso anularle por
cuantos medios tuvo a su alcance. La popularidad de! autor de Hugonotes
entonces era enorme; la Europa musical padecía verdadera fiebre meyerbe-
riana. Trataba amistosamente a ledos los reyes, príncipes y magnates de
la época, y de sus amistades, de su ascendiente sobre el populacho, de su
influjo material y moral sobre la crítica y de su dinero judaico se valió para
desacreditarle y escarnecerle. Él fué el que preparó aquel fracaso ruidoso
de Tannhauser en la Opera, fracaso que por la forma extemporánea y gro-
sera en que se llevó acabo, hizo que algunos periódicos, que no comul-
gaban ciertamente en el credo wagneriano, protestasen en nombre de la
educación y de las buenas formas. «Mi fracaso en Par's, dice Wagner, me
fué provechoso, y un triunfo, dados los medios que empleó contra mí un
antagonista que estaba oculto y para el cual yo era una inquietud efectiva.»
(237)«Rossini, el creador de El barbero de Sevilla, la única obra que de su
WAGNER, MITÓLOGO Y OCULTISTA 147
(238) copiosa producción va viviendo, también padeció manía wagneriana. Su
odio al autor de la Tetralogía le hizo concebir una Misa de Requiem que
se ejecutó en Nótre Dame de París. Sus amigos y admiradores, que enton-
ces formaban legión, fueron a la catedral parisina, creyendo que iban a
deleitarse ante una obra francamente rossiniana, digna hermana del Siabat-
Mater, con todos sus efectos de teatralidad; pero, ¡oh decepción!, el públi-
co no pudo soportar aquel alubión de notas, que se sucedían unas a otras,
en estrepitosas sonoridades, sin cohesión ni sentido musical. «—Pero,
maestro, ¿qué clase de música es esa?»—preguntábanle sus admiradores—.
«—Esa es música wagneriana—respondíales—; lo que los locos llaman mú-
sica del porvenir.* Rossini confundía lamentablemente, por ignorancia o
por mala fe, las creaciones geniales del autor de Los maestros cantores, con
aquellas lucubraciones de sus imitadores que encubrían su impotencia me-
lódica con el ropaje de combinaciones laberínticas así en la parte armónica
como en la instrumental. Con la Misa de Requiem, Rossini se proponía ha-
cer una grotesca caricatura de Ricardo Wagner; y mientras la figura de éste,
a medida que se aleja se agiganta más, la de Rossini está sufriendo un verda-
dero crepúsculo. De sus obras nadie se acuerda; el mismo Barbero agoniza
lentamente por la escena lírica. De Auber, otro de los furibundos detracto-
res de Wagner, no merece la pena de ocuparse. ¡Era tan poca cosa!...» (1).
(239)Berlioz, fué también enemigo irreconciliable de Wagner. Los dos per-
seguían un mismo ideal; eran soñadores y románticos; pero estas cualida-
des se acentuaban con más intensidad en el autor de Lohengrin. Además,
poseía éste sobre el autor de La condenación de Fausto, su enorme cultu-
ra; su triple personalidad de poeta, filósofo y músico, pues había lanzado al
mundo las leyes sobre las cuales había de fundarse una nueva estética del
arte lírico-dramático. No era posible la lucha. Berlioz sucumbió, porque
quiso elevarse hasta el Genio y el Genio le aplastó, le aniquiló. Si Berlioz
hubiese tenido una idea de su propio valer, si se hubiese concretado a
crear sus obras admirables sin que anidase en su pecho el gusano de la
envidia, Berlioz habría ocupado un lugar más preferente en la historia de
la música (2).
(243) mán, el genio alemán, el alma alemana; así, desde que se declaró la
guerra ha
sido innumerables veces maldecido como uno de los corifeos más ilustres del
germanismo. Sin embargo, un wagneriano de larga fecha, M. Maurice Kuffe-
rath, miembro de la Academia Real de Bélgica, antiguo director del teatro de la
Monnaie, publica en la Revue Bleue textos sumamente curiosos, de los cuales
resulta evidentemente que las ideas del gran músico, hacia el fin de su vida, es-
taban en notoria oposición con las de su hijo Siegfried y su yerno H. S. Cham-
berlain... Evaporada bien pronto la embriaguez de la victoria alemana, dice,
Wagner se inquietaba en una carta publicada en 1884, ante las consecuencias
de la guerra «criminalmente desencadenada» en 1870: «No ha sido posible con-
quistar las fortalezas, sino desmantelarlas... No se evocan ni se aplican más
que los derechos históricos, las reivindicaciones históricas, que de un modo
semejante se fundan sobre el derecho de conquista...»
(244) »En 1876, a propósito de una información sobre el tema «¿Qué es un ale-
mán?», dió Wagner su opinión en las Feuilles de Bayreuth, declarándose angus-
tiosamente incapaz de hallar una solución. «El patriota alemán pronuncia cons-
tantemente el nombre de su pueblo con veneración de convencido... Es muy
raro en Inglaterra y en Francia oir hablar de las virtudes inglesas y francesas;
nosotros, los alemanes, no cesamos de alabar la profunda fidelidad alemana,
etcétera. Desgraciadamente, un número infinito de casos nos ha demostrado
que esta vanidad no está completamente justificada... Ningún otro gran pueblo
se ha encontrado, como los alemanes, en situación de levantarse a sí mismo
una gloria fantástica.» Este sentimiento «puede conducir a las violencias más
irremediables y más peligrosas para el orden social». «¡No hay que hacerse ilu-
siones! ¡Es inútil que nos engañemos a nosotros mismos! Hemos obtenido la
unidad nacional; pero ¿qué vamos a hacer?» Todavía en 1882, el gran músico
señala el crecimiento incesante de los armamentos y la amenaza que ello en-
traña contra el derecho de gentes, «la ausencia de Estado jurídico que carac-
teriza nuestra situación, la energía más brutal de las fuerzas naturales más
bajas puestas artificialmente en acción». De tal suerte, Wagner previo la gran
catástrofe que había de hacer saltar en el aire al mundo entero y que arras-
traría infaliblemente a toda la familia universal.
(245) »Estas visiones pesimistas son tanto más dignas de tenerse en cuenta
cuanto que no provienen de un incomprensible, como Schopenhauer, ni de un
enfermo, como Nietzche, sino de un artista genial que llegó en vida a la
gloria y a la apoteosis...»
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(246) <De todos los profesionales de la época, sólo Listz, el autor insigne de
las rapsodias, se destaca noble y desinteresadamente, defendiendo las teo-
rías wagnerianas con una fe y una abnegación verdaderamente apostóli-
cas. El Arte debe a este gran compositor una gratitud eterna. Él solo tuvo
que luchar contra la estulticia del público, la ignorancia de una crítica
asalariada, y lo que es más, contra todo linaje de leyendas, absurdas y ca-
nallescas, que la envidia de sus compañeros iba forjando alrededor de la
figura de Wagner.
(247) «Tal odio se le tenía a Wagner en Alemania, que sus compatriotas de
París fueron quienes más contribuyeron al fracaso de la hermosa ópera en
la capital de Francia, para hacer verdad una vez más el dicho del adagio
de que nadie entre los suyos es profeta. El gran revolucionario musical, si
bien tenía a su lado a temperamentos de la exquisitez de Carlos Baudelai-
re, aquél que hablara de «las sinfonías de los colores y de los perfumes»,
tenía en contra a todos los críticos musicales y literarios de aquel enton-
ces, bien avenidos con el bon vivre de una vulgaridad talentuda e ilustra-
da, tales como Teófilo Gauthier, Cátulo Mendes y Julio Janin, aparte de
esas bajas luchas del oficio que tanto han rebajado a los Ojos de la poste-
ridad a las figuras de Rossini y de Meyerbeer, y de las cuales Wagner,
músico formidable a los ojos de los menos linces, no se podía evadir» (1).
(248) «El año de 1861, después del fracaso de Tannhauser, en París—dice el
maestro Borrell en una de sus conferencias—comenzó para el coloso de
Bayreuth el período más triste de su vida. A las preocupaciones morales de
su ruptura con su mujer, se unen las de índole económica, que dificultan
y reprimen la existencia del compositor por esta época. Viene en seguida
el punto trágico, la etapa crítica de la existencia de Wagner, con todos los
horrores de la insuficiencia de medios para vivir y viéndose precisado a
errar como alma en pena por Europa, perseguido de acreedores, y llega,
por fin, la transición violenta e inesperada de la miseria al poderío, transi-
ción interesante y original, sin precedentes en la historia de artista alguno.
(249) «En los últimos meses del año 1863 la situación era ya insostenible,
Falto de recursos, abandonado por todos, solo, en fin, llega a pensar en el
suicidio y, como salvación momentánea, el Dr. Wille le ofrece su magnífi-
ca casa de campo en Zurich. Allí permanece algunos meses, tranquilo, al
parecer; pero, repentinamente, en un día de Febrero de 1864, dispone su
marcha al día siguiente, y dice a sus hospitalarios amigos: «Por el conte-
nido de las cartas que acabo de recibir, entreveo la posibilidad de montar
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refiere.
(266)Pecaríamos también de injustos si al final de este capítulo no consagrá-
semos unas palabras a ese gran discípulo de Wagner que se llama Ricardo
Strauss. Deseosos en todos estos puntos de alta crítica musical de no decir
nada nuestro, por nuestra incompetencia en el asunto, cedamos para ello
la palabra a nuestro compatriota D. Alvaro Arceniega, que de Strauss dice:
(267)«Ricardo Strauss es, antes que todo, un músico realista. Este realis-
mo—a lo Beethoven unas veces, otras a lo Wagner—le ha llevado a culti-
var la música de programa. No vamos a exponer ahora los inconvenientes
de esta música; bástenos decir que es indicio de un esfuerzo extraordina-
rio que el autor realiza para desenvolver un asunto, un argumento cual-
quiera, sin acudir para ello a la ayuda de la representación escénica o a la
declamación. No es cosa fácil deducir hasta qué punto ha llegado a con-
seguir todo esto el poema sinfónico; pero sí desde luego comprender que
los casos de verdadero éxito han debido ser muy contados. La explicación
huelga; el autor que cultiva el poema sinfónico, al tratar de hacer con él
música descriptiva, debe reunir, bajo pena de incurrir en la más absurda
de las pretensiones, dos grandes cualidades: un temperamento de poeta y
un dominio de técnica extraordinario. La difícil pretensión de exponer con
meros sonidos el carácter de un personaje o de varios, es empresa harto te-
meraria y sólo realizable por temperamentos capaces de armonizar esas
dos cualidades. Un ejemplo de ello nos lo suministra Wagner: Los mur-
mullos de la selva, ¿no son acaso los encantos de un día de primavera,
lleno de luz y de vida, en que los árboles, al mover sus hojas ritmadas con
el canto de los pájaros y el ruido de los arroyos, entonan un himno a la
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(271) >Y ¿para qué seguir? Toda su obra la glosaríamos de la misma forma.
Yo no sé hasta qué punto Strauss será el sucesor de Beethoven y de Wag-
ner en estos cantos de victoria; pero no dudo que ellos son, en parte, ori-
gen de numerosos antagonismos despertados en la música contemporánea,
hasta el punto de que el debussismo o el arte ruso no parecen ser sino la
reacción protestante de esa encarnación del espíritu alemán. El hecho no
es nuevo y lo será cada vez menos si consideramos que todo ello no es
sino uno de los aspectos—el musical—de esa lucha de ideales nacionales
hoy, más que nunca, en pugna. De ahí la existencia de escuelas tan dife-
rentes y características como la francesa, la rusa o la alemana. El arte de
un César Franck, dócil y humilde, lleno de esperanza y de resignación, o el
de un Stravinsky, profundamente liberador, no armonizarán jamás con el
arte individualista de Strauss o con el pesimista de Mahler. Todo ello
tiende, indudablemente, a dar complejidad a este arte tan sencillo en sus
orígenes, aunque no por eso menos verdadero. ¿Caminaremos hacia una
música para iniciados?»
(272) No lo sabemos, añadiremos nosotros, pero es indudable que con todas
estas cosas caminamos, por la vía musical, hacia un arte integral que sirva
de base a verdaderas iniciaciones filosófico-artísticas, iniciaciones fundadas
en los Misterios antiguos, tal y como ensoñamos en esta obra, al tenor de
las enseñanzas transcendentales y simbólicas que vamos a ver derivarse de
los míticos argumentos de todas las obras del coloso de Bayreuth.
(273) *
(274) **
(277) (1) La veneración religiosa que Wagner sintiera por su precursor musical
stá escrita en caracteres indelebles en multitud de trabajos suyos. En el ca-
tálogo de las obras de Wagner, que abarca diez grandes volúmenes, en la edi-
ción de E. W. Fritzch (Leipzig 1871-1883'» hallamos los siguientes sugestivos
títulos; Una peregrinación a la casa de Beethoven (1840-41Sobre el estado de
la mijslta en Alemania.—Informe sobre ¡a e¡ecucion de la 9. a Sinfonía, con su pro-
grama (184«). — Programa explicativo de la •Sinfonía heroica» (1852). - Progra-
ma explicativo de la obertura de •Coriolano» (1852). —Beethoven (1870).—Para
la ejecución de la 9.1 Sinfonía (18731.
(278) (1) Entre la infinita bibliografía de Wagner, son recomendables como raras
las siguientes obras: Bouffon Stewart Chamberlain, Richard Wagner Mit
Zahbreichen portrat, Sahflmiles. llustrationen und Beilagen. München, Verlag-
ianftalt, 1896, in-4. Tristan und Isolde, von Richard Wagner-Voliotandiger Kla-
vierauszug von Hans Bülow. Leipzig, Breitkopy Alaitel, s. d., p. in-4, musique
etchand. Le Vaisseau cantóme. Opera en 3 actes de Richard Wagner, 't'radue-
tioa fran^aise de Charles Nuiter. Paris,"Flaxland, s. d., g. in-ri, rmtsiqite et
•chant, dem.-chag. l-arsifal. Version fran^aise de Víctor Wilde. Partition pour
chant et piano, réduite par R. KleiumicheL Paris, Schult, s. tí., in-í, musujue
etchant, demi-chag., tr. rouges. Lohengrin. Opéra en 3 actes et 4 tab'eaux.
Traduction fran^tise de Ch. Nuitter. Nouvelle édition conforme a la Represen-
tation deTOpéra de París. París, Durand, s, d., g. in-8, avec 1 figure, chant et
sasisique, demichag. Les maltres-chanteurs de Nürnberg. Poéme el musique de
Richard Wagner. Version fran^aise de Alfred Ernst. Partition pour chant et
piano réduite par R. Kleinmiclic’. Paris, Scholt, s. d., in—4 br., »nusique et
chant. L'anneau da Nibeioung. L or du Rhin. La Walkyrie. Siegfried, poéme et
imtstquede Richard Wagner; version fran^aise de Victor Wilder. P;ris, Scholt.
s. <1., 3 vols p. in-4, dem.-chag. rouge, dos orne, fr. rouges. Louis !! et R. UW-
tter, par Edmond Fazy, Paris. Libraire Perrin et Compagnie.