07 - Miriam Wlosko Las Cosas Del Cuidar

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Las cosas del cuidar: Relaciones de género, trabajo y

enfermería 1

Miriam Wlosko

Resumen

¿Qué perspectivas abre la noción de “relaciones sociales de sexo” para la compresión de los
procesos de subjetivación y la tramitación del sufrimiento en el trabajo? En este artículo intenta
una aproximación al campo abierto por el debate entre la sociología de las relaciones sociales
de sexo y la psicodinámica del trabajo. Se exponen e ilustran una serie de conceptos,
centrando el análisis en la población laboral enfermera.

Palabras Clave: Trabajo / Relaciones sociales de sexo / Enfermería / Subjetividad

¿Qué perspectivas abre la categoría de “relaciones sociales de sexo” (Kergoat,


2003; Hirata, 2000; Hirata & Kergoat, 2005) para la compresión de los procesos
de subjetivación y la tramitación del sufrimiento en el trabajo?
En este artículo intentamos aproximarnos al campo abierto por los debates
entre la sociología de las relaciones sociales de sexo y la psicodinámica del
trabajo, centrándonos en el análisis de la población laboral enfermera. A partir
de los aportes de algunos investigadores provenientes de la sociología laboral
y de la psicodinámica del trabajo, intentamos releer algunos de los problemas
que, en función de nuestras investigaciones, caracterizan a esta población
laboral2. Experimento heurístico y nada concluyente, se trata de hacer jugar
algunos conceptos a fin de analizar en qué medida las problemáticas
vinculadas a la dinámica del reconocimiento en el trabajo, la vivencia de falta
de valoración de la profesión, las dificultades para constituir colectivos de
trabajo y las modalidades específicas que adquiere la conflictividad en este
grupo laboral pueden ser reinterpretadas a partir de categorías analíticas
sexuadas.
1
Este artículo está publicado en Franco, S. Y Vásquez Echeverría, A. (Eds.): Trabajo y gobierno de las
organizaciones: Campo de producción y contradicciones. UdelaR y Psicolibros Universitario. ISBN 978-
9974-8260-0-7. Junio, 2010, Montevideo.
2
Nos referimos a la investigación: La vivencia subjetiva del personal de enfermería (Wlosko & Ros, 1994)
y Violencia laboral en personal de enfermería (Wlosko & Ros 2008, Wlosko 2008, Wlosko 2009).

1
Incorporar la perspectiva de las relaciones sociales de sexo /género3 para
afinar la comprensión de las vicisitudes laborales de las enfermeras es preciso
no solo por la composición predominantemente femenina de la fuerza de
trabajo, sino porque la enfermería constituye un paradigma del trabajo de care
(cuidado), situación que ha facilitado y facilita el deslizamiento de los saberes
específicos de la profesión a la esfera de lo natural sexuado en función de
estereotipos de género.

Las relaciones sociales de sexo


La noción de "relaciones sociales de sexo" (Kergoat, 2003; Hirata, 2000; Hirata
& Kergoat, 2005) surge en Francia a mediados de los años ´80 interpelando al
modelo asexuado de la sociología del trabajo cuyo sujeto - el hombre - es
erigido de modo tácito como universal 4. Los grupos sexuados lejos de ser
producto de destinos biológicos, son constructos sociales, y se construyen por
tensión, oposición o antagonismo en torno al reto del trabajo (Kergoat, 2003).5
La noción de relaciones sociales de sexo alude a: 1. relaciones transversales al
conjunto del sistema social; 2. relaciones históricas (se reproducen y a la vez,
cambian constantemente) 3. relaciones de poder y dominación, 4) relaciones
inseparables de las relaciones de clase: entre relaciones sociales de sexo y
relaciones de clase hay co-extensividad6. Un aporte de esta categoría analítica

3
En este artículo la noción de identidad sexual remite a la sexualidad como construcción fantasmática
que tiene origen en las relaciones tempranas del sujeto, mientras que “género” no remite a la sexualidad
en el sentido psicoanalítico, sino a la construcción social de las conductas específicamente identificadas
como características del género masculino o femenino. En psicodinámica del trabajo, las características
del genero social masculino se denominan “virilidad”, y las del genero social femenino “Mujeridad”
(Molinier, 1996). Contrariamente a lo que supone la construcción del sentido común, no hay continuidad
directa ni natural ni cultural entre identidad sexual y género. (Dejours 1998:87)
4
A partir de la reconceptualización del trabajo mediante la categoría de sexo social / género, la noción de
trabajo se amplía a la de trabajo no remunerado y al trabajo informal. Trabajo profesional y doméstico,
producción y reproducción, asalariado y familia, clase social y sexo social, son considerados como
categorías indisociables.
5
La categoría de “relaciones sociales de sexo” no alude a un mero principio de clasificación sino a una
relación de poder, que es a la vez, de una relación de clase. Las relaciones sociales de sexo son de la
misma índole que las demás relaciones sociales, aunque posee características propias: está presente en
la totalidad del espacio-tiempo conocido; las segregaciones que opera asumen formas singulares
(Kergoat, 2003)
6
Para Hirata & Kergoat (2005) la co-extensividad se refiere a la no existencia de de la relación de
determinación de clase por sobre las otras relaciones sociales: la explotación en el trabajo asalariado y la
opresión de sexo son indisociables. La preeminencia de lo económico, que hacía de la fuerza del trabajo
un concepto clave en el análisis marxista clásico de las relaciones de dominación da lugar -con la tesis de
la “co-extensividad” de las relaciones de clases y de sexos- al concepto de sujeto sexuado inserto en una
red de relaciones Intersubjetivas. Se trata de una subjetividad activa, y al mismo tiempo “sexuada” y
“clasista” (Trad. Propia)

2
es señalar el papel central del trabajo en la producción y reproducción del
género.
Con el término “género” no se alude a un marcador simbólico de una diferencia
natural, sino a un operador de poder presente en las relaciones sociales de
dominación (Molinier, 1999).
Hacia fines de los 80´, la Psicodinámica del Trabajo, llevó a cabo una relectura
de sus primeras construcciones teóricas vinculadas a las ideologías colectivas
de defensa –elaboradas de modo genéricamente “neutro” en relación a oficios
masculinos -, incorporando una lectura sexuada de las estrategias subjetivas
puestas en juego para hacer frente al sufrimiento en el trabajo. Mediante la
introducción de categorías como las de estrategias defensivas “viriles” y
“femeninas” se comenzó a pensar los procesos psicológicos que contribuyen a
transformar, desplazar o mantener las relaciones de dominación (Dejours,
1988, 1993; 1998, 2007; Guiho-Bailly, 1993; Molinier, 2002, 2005). Algunos de
los interrogantes que se abrieron a partir de ese momento fueron: ¿Existen
formas de cooperación y modalidades defensivas sexuadas en el trabajo?
¿Como son expresadas, interpretadas, propuestas, negadas o explotadas en el
trabajo la virilidad/femineidad?

Modalidades defensivas sexuadas


Al inicio de sus investigaciones la psicodinámica del trabajo describió el
funcionamiento de mecanismos colectivos de defensa, que se evidenciaron en
primer lugar, en trabajadores de la construcción (Dejours, 1980). Los
trabajadores durante su trabajo enfrentan riesgos relativos a su integridad
física, ante los que sienten miedo. Para poder seguir trabajando en el marco de
las condiciones de la organización de trabajo existente –determinados ritmos,
condiciones meteorológicas, presencia o ausencia de dispositivos de
seguridad, modalidades de mando, etc.; luchan contra el miedo mediante una
estrategia defensiva que consiste esencialmente, en actuar sobre la percepción
que tienen del riesgo. Oponen al riesgo una negación de la percepción, y
elaboran una estrategia mediante la cual transforman al riesgo en burla,
organizan colectivamente escenificaciones de riesgos o pruebas de coraje y

3
desafío al peligro. Para funcionar de modo eficaz, estas estrategias colectivas
de defensa deben alejar cualquier alusión al miedo. Negarse a participar de las
pruebas de coraje, adoptar conductas timoratas que revelan miedo, etc. son
actitudes que se decodifican como un sufrimiento propio de “mujeres” o de
“maricones”7.
Posteriormente Dejours caracterizó a la “virilidad” como una construcción
defensiva sexuada que se estructura no solo ante situaciones de trabajo
peligrosas para la integridad física, sino también ante las que suponen riesgos
para la integridad psíquica, en particular cuando se deben asumir
responsabilidades que comprometen la vida de otro, o que ponen en conflicto
el sentido moral propio. Los colectivos constituidos por hombres se defienden
del miedo y/o el sufrimiento moral en su gran mayoría, construyendo
estrategias colectivas de defensa centradas sobre: 1. la denegación de la
vulnerabilidad (un “verdadero” hombre no tiene miedo / no tiene “estados del
alma” o “crisis psicológicas”), y 2. el desprecio de la vulnerabilidad de los otros.
(Dejours, 1998)8.
Los términos “virilidad/mujeridad” no se refieren a la “naturaleza” de las
mujeres y de los hombres sino a lo arbitrario de la división social y sexual del
trabajo. De dicha arbitrariedad resultan modalidades de subjetivación
específicas que no solo serían diferentes, sino también antagónicas: existiría

7
Un hombre “verdadero”, un “macho”, no teme afrontar un peligro, y lo muestra para probar a sus colegas
que es macho. Las manifestaciones del sufrimiento – miedo, duda, conflicto moral, compasión – son
atribuidas a las mujeres como marca de su diferencia – es decir, de su inferioridad -. Un hombre que
expresa su sufrimiento o su sensibilidad respecto del sufrimiento de otro, se expone al riesgo de no ser
considerado como un hombre para los otros hombres. A mayor estructuración defensiva en la vertiente de
la virilidad, mas desprecio de lo femenino, y más alejamiento de la posibilidad de sentirse afectados ya
que esto puede desestabilizar sus defensas (Molinier, 1999). Esta misma estrategia defensiva ha sido
identificada en trabajadores de la industria química y nuclear, la pesca en altura, en el ejercito y en entre
los ejecutivos de empresas de punta.
8
El cinismo viril como estrategia colectiva de defensa ha sido elaborada por Dejours (1998) en relación a
ejecutivos con responsabilidades de supervisión deben hacer el “trabajo sucio” en una empresa (despedir
gente, instrumentar el acoso como modalidad de gerenciamiento, etc.). El que se niega o no logra hacerlo
es denunciado como alguien que “no las tiene bien puestas”, que no tiene coraje. Aquí se trata de
enfrentar el riesgo psíquico de perder la identidad ética. La estrategia colectiva de defensa consiste en
oponer una negación colectiva al sufrimiento que surge frente a esas ´tareas sucias´: “Es el trabajo y
punto!”. La angustia y el sufrimiento infringido a otros es borrado. Las defensas viriles no anestesian
solamente la percepción del miedo, sino también el sentido moral: operan justificando la propia
participación en el maltrato o la injusticia.

4
una sexuación de las estrategias defensivas vinculadas al trabajo (Molinier,
2004, 2005).9

Trabajo de care y enfermería


La noción “trabajo de care” (Paperman & Laugier, 2005) alude a un conjunto de
actividades que responden a las exigencias que caracterizan a las relaciones
de cuidado del otro. En inglés existen dos términos para aludir al cuidado: cure
y care. Mientras cure designa a la vertiente curativa del cuidado, care es
aplicable a todos desde el comienzo de la vida hasta su fin. No hay vida posible
sin care10. Dicha noción alude al cuidado de otro en el sentido del hacer, de
producir cierto trabajo para el mantenimiento o la preservación de la vida de
otro: ayudarlo o asistirlo en sus necesidades primordiales (comer, estar limpio,
reposar, dormir, sentirse seguro y poder dedicarse a sus propios intereses,
etc.), sin disociar las tareas materiales, del trabajo psicológico que las mismas
implican. Dicho de otro modo: el care denota la dimensión propiamente afectiva
movilizada por un tipo de actividades que necesitan ser realizadas con
“ternura”, “afecto” o “simpatía”. El concepto atraviesa todo el campo social
aplicándose tanto al trabajo de crianza y al trabajo doméstico, como al de
cuidados especializados de enfermos, niños, gerontes, etc.11.
¿De qué modo define la disciplina de la enfermería su objeto? Precisamente,
el objeto de la profesión enfermera son los “cuidados”, concebidos como el
abordaje integral de la persona. Las características subjetivas prescriptas en la
enseñanza profesional del trabajo de cuidado enfermero son: empatía, escucha
diálogo, respeto, apoyo, amor, ternura, compasión… 12,13. La enfermería se
centra en la tarea del cuidar humanizado.

9
La virilidad es una construcción social que hay que distinguir radicalmente de la masculinidad, que se
definirá precisamente por la capacidad que tiene un hombre para distanciarse y liberarse de lo que le
prescriben los estereotipos de la virilidad, para subvertirlos (Dejours 1998:81). Lo mismo vale para la
“mujeridad” y la feminidad.
10
El care involucra a una constelación de actividades en relación con el embarazo, la crianza y educación
de los niños, los cuidados de las personas, el trabajo doméstico.
11
En este sentido, el concepto de care permite superar la dicotomía entre trabajo doméstico de cuidado
realizado gratuitamente en el espacio privado, y el trabajo asalariado de cuidado, posibilitando el análisis
de las similitudes entre actividades en apariencia dispares que pertenecen al trabajo doméstico, al
cuidado de enfermos, a la educación, al secretariado y a la asistencia bajo todas sus formas.
12
La noción de “cuidados” se caracteriza por la relación de ayuda a la persona, familia y grupos
comunitarios con el fin de promover la salud, prevenir la enfermedad, intervenir en la rehabilitación y
aliviar el dolor (Marriner Tomey, 1994). Colliere (1999) clasifica los cuidados en función de la finalidad que

5
Históricamente la enfermería fue concebida y practicada como un oficio
exclusivamente femenino14. Aunque actualmente la profesión admite hombres,
el trabajo de care pareciera seguir deslizándose hacia la femineidad (sea la
mujer “dotada-para-lo-relacional”, o lo femenino del hombre). Nuevo ropaje de
la ideología naturalista, este deslizamiento se apoya en cualidades del “ser” -
don de sí o capacidad empática, que son a la vez “cualidades de género” -
tiene siempre como resultado el desconocimiento del saber-hacer adquirido en
el trabajo.
Ahora bien, no hay nada en el trabajo del cuidado que esté enraizado en la
naturaleza humana o dependa de cualidades naturales. Los cuidados
enfermeros no sólo suponen saberes técnicos, sino que implican a su vez
poder confrontarse al sufrimiento del otro.
Precisamente, la experiencia de tener que trabajar con la vulnerabilidad y el
sufrimiento de otro, está en el núcleo del trabajo enfermero. Para llevar a cabo

poseen: de estimulación, de conservación y continuidad de la vida, de compensación, de confirmación, de


auto imagen y de sosiego. El concepto de cuidado involucra diversas dimensiones: interacción,
participación, afecto, básicas del cuidado. Aunque el énfasis de cada dimensión varia en las diversas
teorías enfermeras; cabe señalar que la interacción alude al contacto entre personas e implica empatía,
respeto, responsabilidad, comunicación, reciprocidad, relación de ayuda, compasión y apoyo; la
participación se refiere a la relación que establece la enfermera con el paciente a fin de promover la
participación de éste en su cuidado: el paciente es el que sabe de sí mismo, y es la enfermera quien
facilita su descubrimiento y promueve el auto cuidado, basándose en la escucha y el diálogo continuo. El
afecto alude al tono emocional y al estado de ánimo que se evidencia en la relación interpersonal. Se
caracteriza por la empatía, la comunicación, el respeto, el apoyo y los sentimientos que emergen del acto
de cuidar, entre éstos: amor, ternura y compasión. Para Forrest (1989) "el cuidar es primero una
experiencia mental y emocional que emerge de sentimientos profundos frente a la experiencia del
paciente. Poder ponerse en la posición del paciente, es la fuente para que el sentimiento profundo que le
permite a la enfermera poner al paciente primero tanto en sus acciones como en su mente, al actuar en el
cuidado emerja".
13
Si en primera instancia pareciera que amor y trabajo se sitúan en esferas separadas- la de la intimidad,
y la de lo social - la separación entre ambas es mas permeable de lo que parece. El trabajo doméstico fue
y es frecuentemente confundido y ocultado en función del "amor" de las mujeres. Desde el punto de vista
de la movilización subjetiva, el amor aparece así como un resorte central de la servidumbre voluntaria y el
investimiento de las mujeres respecto de las actividades domésticas y de care. El amor supone también
un riesgo de desestabilización y confusión en la esfera de las actividades de servicio (enfermeras,
secretarias, cuidadoras de niños, etc.), ya que confrontan a quien trabaja a situaciones en las que "para
trabajar bien" uno es puesto a “prueba” por aquel a quien "sirve". Amor y trabajo, por tanto, no son
experiencias que se sumen necesariamente de modo armonioso. Al contrario, generan una ambivalencia
afectiva con la que es preciso lidiar (Molinier, 2002). No hay que perder de vista que el “amor” tiende a
enmascarar, justificar o a hacer soportable al trabajo del care y que, a su vez, contribuye a su
naturalización en el registro de la femineidad colabora con la invisibilización del trabajo.
14
La enfermería no fue siempre un oficio con mayoría femenina en la Argentina. Hacia fines del S XIX era
un oficio que estaba compuesto por casi la mitad de varones. En 1885, Cecilia Grierson crea la primera
Escuela de Enfermeros y Enfermeras (que fue además, la primera de América Latina). En ella se
formaban mujeres y varones. En 1912 comienza la feminización del oficio debido a una ordenanza que
limita la inscripción a la escuela solo a las mujeres. La reforma, en consonancia con el modelo de F.
Nightingale, se ampara en el argumento de que la enfermería es una actividad que puede ser mejor
realizada por mujeres dada la “naturaleza femenina del oficio”. Esto se prolonga hasta 1969, año en el
que se vuelve a permitir el ingreso a los varones (Wainerman & Binstock, 1993)

6
el trabajo, es preciso poder lidiar con la vulnerabilidad de los otros y con la
propia. Si las enfermeras /os, adoptaran una estrategia defensiva viril negando
la propia vulnerabilidad y desvalorizando la de sus pacientes, no podrían
realizar su trabajo, o lo harían mal.
Es en este punto en el que surge la pregunta relativa a la existencia de formas
de cooperación y modalidades defensivas diferentes a las del modelo viril.
Molinier y Dejours afirman que en el oficio de enfermería funcionan estrategias
de defensa que tienen una estructura radicalmente diferente a las estrategias
viriles. No solo la relación con el saber y el dominio, sino también la relación
con lo real, el fracaso y la falla serían elaboradas de modo diferente 15,16. El
trabajo de enfermería supone desarrollar una disposición específica: la
“identificación compasiva” (compasión: sufrir- con). La angustia engendrada
por el sufrimiento del otro desencadena un proceso psíquico de identificación
compasiva que se pone en marcha a fin de poder trabajar (Molinier, 2004)17.
La “identificación compasiva” se asocia a una serie de habilidades
tradicionalmente atribuidas a las mujeres: empatía, comprensión, escucha,
cuidado. Ahora bien, lejos de tratarse de virtudes “naturales” o de
disposiciones independientes al ámbito laboral, se trata habilidades adquiridas
en el ámbito concreto de trabajo, y que se elaboran en el marco del colectivo
de la profesión. La identificación compasiva permite la confrontación con el
sufrimiento y da sentido a la tarea18.
Carpentier Roy (1991) señala que la negativa a usar los guantes y la mascarilla
por parte del personal de enfermería es una práctica frecuente ante pacientes

15
Mientras que en las estrategias colectivas viriles, lo real y su corolario – la experiencia del fracaso – son
objeto de una negación colectiva y de una racionalización las enfermeras, en vez de oponer una negación
a lo real, utilizarían una estrategia defensiva que consiste en ir rodeando ese real (Dejours, 1998: 106;,
Molinier 2004, 2005)
16
Para Dejours, C. (2002) la diferencia relativa a la denegación o el reconocimiento de la percepción de lo
real echa sus raíces en lo inconsciente sexual infantil en función de las posiciones diferenciales respecto
a la diferencia anatómica de los sexos.
17
La percepción del sufrimiento ajeno no solo implica un proceso cognitivo, sino que supone una
participación pática o psicoafectiva del sujeto que lo percibe: activa un proceso afectivo que parece
indispensable para completar la percepción mediante una toma de conciencia. Ahora bien, el modo en
que esta percepción sea “recibida” por el sujeto depende de la reacción defensiva del sujeto frente a su
emoción: rechazo, negación o represión. “En el caso de la negación o el rechazo, el sujeto no recuerda su
percepción del sufrimiento ajeno, pierde conciencia de ella” (Dejours, 1998:44)
18 La psicodinámica del trabajo postula la doble centralidad del la sexualidad y el trabajo para el funcionamiento
psíquico. Asimismo sostiene la tesis de la contribución del trabajo a la construcción de las identidades de género.
Aunque la identidad nuclear de género se fija muy tempranamente en la vida, parecería que aquello que se esboza en
la infancia podría ser modificado por el encuentro con lo real del trabajo. (Molinier, 2004)

7
con sida en estado terminal, justamente en el estadio de la enfermedad donde
el riesgo de contagio es mayor. Esta conducta no constituye una brabuconada
frente al peligro al modo de la virilidad. Interrogadas por Carpentier Roy, las
enfermeras le responden: “No se le puede negar a un ser humano que va a
morir un último contacto humano, a pesar del riesgo de infección, se hace
atención, eso es todo”. Otro ejemplo: una enfermera cede al pedido de un
anciano que le solicita que se peine de determinada manera - utiliza su encanto
femenino - para lograr asearlo. Para Molinier (1999) este tipo de conductas -
que se ubican en un límite muy delicado respecto de la frontera entre cuidar y
transgredir - constituyen “transgresiones compasivas” y suponen una forma
diferente de coraje a la descripta en la virilidad.
Si la disposición compasiva no puede desplegarse (lo que no es tan inusual
que ocurra, sea por presiones de la organización del trabajo - de tiempo y/o por
falta de personal – sea por otros motivos), el trabajo no solo es juzgado como
“mal hecho” por el personal de enfermería, sino que además genera un
sufrimiento específico: el sufrimiento ético19. La instrumentalización de la
actividad es vivida como fuente de insatisfacción y angustia desde el punto de
vista de los valores y del sentido del oficio ya que trabajar “bien” es poder
construir un compromiso entre eficacia técnica y disposición compasiva.
Sin embargo, no pocas veces la identificación compasiva falla. La negación de
la propia vulnerabilidad genera insensibilidad hacia el sufrimiento, haciendo
fracasar la eficacia y el sentido mismo del trabajo. La experiencia de pérdida de
compasión – descubrir la propia indiferencia o “robotización” ante el sufrimiento
de otro, no soportar más a los pacientes, odiar su dependencia, etc. – son muy
penosas. Esto, en el caso de que el sujeto implicado logre aventurarse en ese
descubrimiento. De lo contrario, se tenderá a la construcción de estrategias
defensivas específicas.
19
El sufrimiento ético no resulta de un mal sufrido por el sujeto, sino algo que éste puede causar al
cometer en por su trabajo, actos que reprueba moralmente (Dejours, 1998: 32). Así, infringir a otro un
“sufrimiento indebido” ocasiona también un sufrimiento a quien lo hace en el marco de su trabajo. En
nuestras investigaciones hemos constatado que lo aprendido por las enfermeras en escuelas y
universidades se opone en muchas ocasiones a la cultura laboral que rige en la práctica de los servicios
asistenciales. Esta situación – que tiene estrecha relación con la sobrecarga de trabajo y la falta de
personal de los hospitales - lleva a tener que “hacer mal” el trabajo, violentando a los sujetos en sus
principios profesionales y éticos. La mayor parte de las personas tiene sentido moral y sabe que las
acciones que a veces realiza no están bien realizadas o son injustas. Esta es la fuente del sufrimiento
ético (Dejours, 1998).

8
Una de estas defensas específicas ha sido descripta por Molinier (2005): el
Kaporalismo o ideología defensiva del “orden de mérito”. Consiste en realizar
una clasificación de los pacientes entre los que están, por una parte, aquellos
que ameritan compasión y son tratados como personas (los que cooperan y
manifiestan gratitud), y por otra, los que son tratados como pacientes de
segunda e incluso como cosas, porque enlentecen y dificultan el trabajo sin
manifestar gratitud (dementes seniles, los toxicómanos, alcohólicos, etc.).
A diferencia de la defensa viril, el kaporalismo no retorna como valor que se
capitaliza en el registro identitario: hacerse el “macho” confiere seguridad,
prestigio, esperanza de éxito con las mujeres y reconocimiento por parte de los
otros hombres (se es parte del grupo de los machos) (Grenier-Peze, 2004),
mientras que las enfermeras que se defienden mediante este tipo de
estrategias son doblemente estigmatizadas: son juzgadas como malas
profesionales, y a la vez, como mujeres malvadas (la indiferencia respecto del
otro y la violencia son antinómicas respecto de la definición de la “feminidad
relacional”). Cuando la labor de enfermería es reducida a la instrumentalización
de los cuerpos, se desata un proceso de desubjetivación / objetualización que
coloca a las enfermeras en una situación insoportable: la de ser a la vez las
victimas del sistema de ocultación viril de lo real, y las agentes de injusticia del
mismo sistema, frente a los seres humanos a los que su trabajo se orienta
(Molinier, 1996).

“A tomar mate”. Espacios informales y elaboración del sufrimiento

No obstante, entre las enfermeras parecen ponerse en juego otra tipo de


estrategias colectivas de defensa que permiten seguir trabajando sin
enloquecer: Para Molinier (1996) las conversaciones que mantienen las
enfermeras en espacios informales, permiten desplegar narraciones cuyo tono
autoirónico da la posibilidad de poner en juego el miedo, el sufrimiento y la
vulnerabilidad. Impensables desde una posición viril, estas puestas en relato no
solo permiten construir un universo de referencias y reglas comunes, sino que
posibilitan una cierta toma de distancia que torna formulables las experiencias

9
vividas en el seno del colectivo de pares. Es decir, permiten circunscribir la
irrupción de lo real y elaborar sus efectos sobre el psiquismo20.
Es frecuente escuchar al propio personal de enfermería protestar porque
“Enfermería toma mate”. Ahora bien, ¿Qué espacios de deliberación
institucionalizados existen en la organización de trabajo hospitalaria para el
personal de enfermería? ¿En qué momentos y espacios es posible elaborar
sufrimiento generado en y por el trabajo? Es preciso que el cuidado
humanizado no repose sólo sobre la dedicación, la buena voluntad o las
calidades de las personas, sino que cuente con condiciones organizacionales
concretas: la existencia de espacios de deliberación entre iguales para respirar
y elaborar el sufrimiento generado por el trabajo. Este tiempo achacado de
improductivo es necesario para elaborar modalidades que permitan lidiar con el
trabajo real.

Grupos de mujeres. La (im)posible construcción de colectivos de trabajo


Las referencias abundan: “Enfermería es chismosa”, las enfermeras “son
envidiosas”, “las enfermeras son conventilleras”, “Para una enfermera no hay
nada peor que otra enfermera”, etc. 21
En otros trabajos describimos algunas características de la conflictividad entre
enfermeras destacando ciertas modalidades de estructuración de los vínculos:
la competencia, el boicot a los que estudian, las pruebas de iniciación a las que
se inician en el servicio, etc. 22 (Wlosko, 2008, Wlosko y Ros 2008).

20
En el colectivo femenino, a diferencia del colectivo viril, está autorizado hablar de la experiencia
sensible hasta en sus dimensiones más ambiguas: hablar del miedo que genera la violencia sufrida, pero
también el vértigo devastador de sentir que la violencia se apodera de uno. Esto es expresado a través de
relatos que constituyen una puesta en intriga del traumatismo, del sufrimiento y de la violencia (Molinier
1999).
21
Los datos que aparecen en este artículo surgen de las investigaciones realizadas con esta población
laboral. Las citas de frases de enfermeras/os surgen de entrevistas en profundidad y grupos de discusión
llevados a cabo en el marco de dichas investigaciones (Wlosko & Ros 2008; Wlosko 2008, Wlosko 2009).
22
Describimos dos modalidades de lazo: 1) el armado de camarillas en función de “madrinazgos” o
sistemas de lealtades informales, al comando de alguna enfermera jefe o supervisora y/o antigua. A esas
jefas-madres se les deben - a cambio de protección - favores de lealtad y apoyo ante diversas
situaciones. Se trata de un sistema de lealtades informales, en función de las cuales muchas veces se
reparten o niegan francos, horas extra, vacaciones, etc. 2) el control de la “distribución del saber”, que se
expresa a través del boicot – tanto por parte de supervisores como de pares - hacia quienes pretenden
formarse o estudiar, y en las reservas o negativas a transmitir cuestiones vinculadas al oficio a los recién
incorporados al trabajo (Wlosko & Ros 2008, Wlosko 2009).

10
¿En qué medida se puede hacer una lectura sexuada de estas modalidades de
23
conflictividad? Puede ser interesante en este punto, retomar el “silogismo
del sujeto sexuado femenino” de Kergoat (2001). Analizando un grupo de
obreras no calificadas la autora señala que el grupo obrero femenino está
constituido como un agregado atomizado cuyo funcionamiento está marcado
por una intensa competencia interindividual24. En lugar de pasar por alto los
discursos recurrentes relativos a la falta de solidaridad, la envidias, lo conflictos
interindividuales; decide darles la misma importancia que la que le otorgan las
propias trabajadoras a fin de indagar si esta situación es indicadora de una
articulación particular entre grupo e individuo. El silogismo sigue las siguientes
premisas: 1. “Todas las mujeres son envidiosas” (el mismo razonamiento
puede aplicarse al chismorreo, la hipocresía, etc.) 2. “yo no soy envidiosa”.
Formalmente, la conclusión debería ser la siguiente: 3. Luego, “yo no soy
mujer” (Kergoat, 2001). El silogismo ilustra el rechazo a identificarse con un
colectivo de mujeres, poniendo al descubierto que las bases para la creación
de un colectivo femenino están erosionadas. En tal situación, sólo puede
afirmarse la identidad individual, pero una individualidad neutra desde el punto
de vista del género. Al negar al grupo, las mujeres se niegan a sí mismas como
sujetos25.
¿Hasta que punto este silogismo es aplicable a los grupos de enfermeras y a
su dificultad de conformar colectivos de trabajo? ¿Cuál es, en este caso, el
grupo de pertenencia que se rechaza? ¿El de ser parte de un colectivo laboral
del cual se estigmatizan negativamente las características femeninas (el de las
enfermeras mujeres)? ¿En que medida la baja sindicalización y las dificultades

23
En ese momento hipotetizamos que estas modalidades de vinculo podrían relacionarse con: 1. la
arbitrariedad reinante las instituciones de salud (arbitrariedad en las maneras de ingresar al trabajo, en el
acceso a cargos y nombramientos, etc. 2. como mecanismos de aseguramiento el puesto de trabajo en
un contexto en el que muchos aun no poseen la titulación indicada por la ley para ocupar sus cargos
24
“Parecería que la solidaridad fuera algo exclusivo del grupo de los hombres, o al menos del grupo
mixto. Así, el problema de las envidias es un leitmotiv que aparece una y otra vez en casi todas las
entrevistas. Todo ocurre como si no hubiera compromiso posible entre el “yo” y el grupo social de
mujeres (salvo en caso de lucha o de desesperación extrema de una, por ej la muerte de un hijo; pero en
este ultimo caso se trataría mas de identificación colectiva)” (Kergoat, 2001).
25
Para Kergoat esta configuración del sujeto/grupo sirve para la reproducción y reforzamiento de las
relaciones de dominación en la medida en que hace suya una representación de sí misma forjada por el
discurso dominante. Además debilita la posición de las obreras en las relaciones de clase: prácticamente
todas se viven y se dicen explotadas, pero no perciben la sexuación de los mecanismos de explotación.
De ahí la tendencia a dejar a los hombres el campo libre en lo que concierne a la pelea con la empresa y
a no ser mas que sus “auxiliares” en la lucha de clases. (Kergoat, 2001)

11
crónicas vinculada con la organización de reclamos laborales se relacionan con
este rechazo al grupo de pertenencia laboral-sexuado? ¿Cómo se vincula esta
identidad negativa – o tal vez neutra - que se atribuye al colectivo femenino
con la sistemática vivencia de falta de reconocimiento que tienen las
enfermeras?

Falta de reconocimiento e invisibilidad del trabajo de cuidado


La falta de reconocimiento es un tópico recurrente en el discurso de las
enfermeras/os. Se trata de la una vivencia que está en la base de modalidades
específicas de tramitación de la identidad profesional (“enfermería está 24 hs
con el paciente pero es el último orejón del tarro”, “nadie reconoce a
enfermería”, “sin enfermería se cae el sistema de salud pero nadie lo
reconoce”, etc.), como de las modalidades conflictivas de lazo social y
cooperación ya mencionadas. Recordemos que la dinámica del reconocimiento
es un elemento central para conservar el equilibrio psíquico de los que
trabajan. Cuando no existe reconocimiento del trabajo realizado, se mina el
sentido subjetivo del esfuerzo, situación que además de fragilizar la identidad,
suscita frustración y dudas respecto de las propias aptitudes profesionales y
personales26. Sin duda, la organización de trabajo hospitalaria tiene un rol
central en esta falta de reconocimiento, tanto en lo que respecta a los salarios
como al reconocimiento profesional de la labor de enfermería. Hay sin
embargo, características intrínsecas al trabajo de care, que contribuyen a la
falta de reconocimiento. Una de éstas es que para ser eficaz, el trabajo de
cuidado debe borrarse como tal. De su invisibilidad depende su éxito: cada vez
que se trata de aliviar el sufrimiento, a fin de no molestar al paciente y, a la vez,
para economizar gestos o desplazamientos inútiles, es necesario saber
anticiparse a la demanda y disimular los esfuerzos realizados para llegar al
resultado deseado: se trata de la puesta en práctica de un “saber hacer

26
Todas las personas que trabajan esperan reconocimiento. La noción de dinámica del reconocimiento
implica la idea de una apuesta: el sujeto involucra su esfuerzo y creatividad en el trabajo, a cambio de lo
cual espera el reconocimiento de la contribución realizada a la organización del trabajo. Esta dinámica
puede jugar a favor de la realización de sí y de la construcción identitaria, o bien estar obstaculizada y no
permitir la adquisición de sentido. La retribución simbólica conferida por el reconocimiento no solo del
orden de la gratificación identitaria sino que permite proseguir la construcción identitaria del sujeto en el
campo social.

12
discreto” (Molinier 2005)27. Que el trabajo de care deba borrarse en tanto que
trabajo para ser eficaz, contribuye a que sea sub-evaluado en el registro del
hacer y sobrevaluado en el registro del ser (Molinier, 2005).
En este punto es preciso preguntarse en qué medida los posicionamientos
subjetivos prescriptos y asumidos por gran parte del personal de enfermería
para llevar a cabo los cuidados no implican valores y modalidades defensivas
opuestas a las del modelo curativo, instrumental y productivista - “viril” - de la
gestión medico-hospitalaria28. Se puede cuantificar el número de casos
tratados, la cantidad de patologías, el número de camas o de usuarios, pero la
relación de cuidado con los pacientes no puede ser evaluada según los
cánones y métodos de la gestión hospitalaria, y éste es, en consecuencia,
invisibilizado 29 (Molinier, 2008).
¿Cómo retorna esta sub-evaluación del hacer en el registro identitario de las
enfermeras? ¿Se capitaliza en el terreno profesional o en el de su ser femenino
(ser una “buena mujer”: compasiva/paciente/dulce) etc.? ¿Cómo impacta en su
autovaloración, en su posicionamiento organizacional y la ocupación de roles
de liderazgo dentro de la profesión?

Retomando las relaciones sociales de sexo


Simões, J & Amancio, L. (2004) muestran que las dinámicas que dificultan la
integración de mujeres en profesiones masculinas, no se verifican de modo
simétrico en la integración de los hombres a las profesiones femeninas, y
específicamente, no se dan en el caso de la integración de los hombres a la
profesión enfermera.

27
Saber- hacer discreto, en el sentido que, para llegar a su objetivo, los medios puestos en práctica no
deben llamar la atención de quien se beneficia del cuidado, y además deben poder ser realizados sin
esperar forzosamente gratitud por parte de quien lo recibe. El trabajo de care se ve sólo cuando sale mal,
cuando la sonrisa desaparece de la cara de la enfermera, cuando el gesto deviene mecánico, cuando la
respuesta a la demanda está demasiado diferida, cuando un niño regresa de la guardería arañado, o
cuando la domestica hace de la limpieza una forma de tiranía doméstica o la mujer de su casa se
transforma en la temible figura de la arpía. (Molinier, 2005)
28
Los modelos científicos dominantes que presiden a la organización de trabajo tienden a desconocer las
dimensiones de la experiencia sensible, ya sea que se trate de modelos biomédicos, de las ciencias de la
ingeniería y de la gestión, de las teorías de la inteligencia artificial, o aun, de las ciencias de la
comunicación y del lenguaje.
29
O reducido a los “gestos elementales de humanidad”, en donde “elemental” denota la banalización de la
complejidad del care y contiene implícita la idea de lo “humano” del cuidado puede ser dejado en manos
de la buena voluntad y conciencia de quienes se sienten “benévolos”.

13
Pareciera ser que la división sexual del trabajo no solo se establece entre
profesión médica (predominantemente masculina), y profesiones ligadas a los
cuidados (predominantemente femenina) sino dentro de enfermería, en la que
los hombres siendo minoría a nivel de la práctica de los cuidados, están sin
embargo sobrerepresentados en todos los niveles de gestión y supervisión
(Hugman, 1991) 30.
En otro estudio llevado a cabo en España (Vicente & Delgado, 2009) se
constata una distribución de puestos y tareas al interior del personal de
enfermería: la mayor parte de las enfermeras mujeres se desempeña en tareas
de cuidados (más tareas directas con los pacientes y mayor dependencia de
las decisiones médicas), mientras que los varones tienden a concentrarse en
servicios cuyas tareas son más técnicas e independientes (laboratorio,
radioterapia, etc.) o bien en servicios cerrados con manejo de aparatología
(cuidados intensivos, servicio coronario), o en tareas de dirección y gestión.
Los enfermeros varones buscan puestos de trabajo más “científicos” y
“prestigiosos”, acordes con lo que la sociedad categoriza de “masculino,
independiente o profesional”.
¿En que medida estas tendencias caracterizan el ámbito de la enfermería en la
Argentina? No podemos decir casi nada al respecto ya que no disponemos de
estudios en nuestro ámbito. Hay una gran cantidad de interrogantes por
investigar…
Para seguir pensando, es interesante citar el comentario realizado por un
enfermero varón: “Cuando una mujer entra a un trabajo con mayoría de
hombres, el asunto es quien se la c….Mientras que cuando un hombre entra
trabajar a enfermería, es el varoncito a quien todas miman”.

30
No hay datos actuales sobre el recurso humano enfermero en la Argentina, pero se calcula que cerca
del 20% es personal masculino. En conversaciones mantenidas con autoridades académicas de
enfermería, varias de estas características fueron estimadas como validas para nuestro medio:
sobrerepresentación de varones en asociaciones profesionales, gremios, y funciones de gestión en
enfermería

14
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