Aizpurua Donazar Fidel - No Apagueis El Espiritu
Aizpurua Donazar Fidel - No Apagueis El Espiritu
Aizpurua Donazar Fidel - No Apagueis El Espiritu
11 de noviembre de 2008
Introducción
“Nadie recorrería las sendas del pasado, si no subyaciese a ese recorrido el irre-
frenable deseo de reconocer, en él, todas aquellas semejanzas que nos llevan a entender
nuestra situación y a aprender de otras experiencias” (E. Lledó, El silencio, p.30). Este
deseo irrefrenable, o cuando menos interesado, es el que nos empuja a la hora de volver
a este viejo texto, el más antiguo de todo el Nuevo Testamento. Más allá de sus limita-
ciones históricas, consideramos a los textos Bíblicos como realidades vivas, capaces de
iluminar nuestro hoy, aparentemente tan distinto al del siglo I. Con esa luz pensamos
que nuestras situaciones de vida, tan complicadas a veces, reciben una iluminación y
que de ahí podemos aprender a caminar con humanidad y gozo.
Por otra parte, la carta de san Pablo que lleva el nombre de 1 Tesalonicenses, la
más antigua del corpus neotestamentario como hemos indicado, no es una gran carta de
las auténticamente paulinas: no tiene un contenido doctrinal sólido y estructurado, está
muy sujeta a las convulsiones comunitarias que Pablo ha vivido en su vida, carece del
aliento teológico de grandes textos como Romanos. Pero, por el contrario, es un texto
muy ceñido a la realidad comunitaria, lo que realmente pasa en el grupo humano cre-
yente. Y, aunque sin vuelo ideológico, es muy útil para hacer trasposiciones, para suge-
rir caminos, para establecer conexiones. En esto se demuestra que las cartas son textos
vivos: más allá de su sentido coyuntural, las cartas “renacen” en cada época de la cultu-
ra por su capacidad de iluminar, de sugerir, de contrastar.
Nosotros queremos hacer una lectura social de 1 Tesalonicenses. Tal lectura par-
tirá de un paso previo: releer sincrónicamente el texto. Luego, derivaremos hacia un tipo
de reflexión que postula la conexión del imaginario bíblico y el social, que trata de utili-
zar lenguajes comunes para ambos campos, que activa la conciencia de pertenencia co-
mún tanto al ámbito creyente como al social, que trata de iluminar situaciones y que
impulsa al lector en la línea de la humanización haciendo un esfuerzo explícito por leer
con corrección los signos de los tiempos, y que, finalmente, no descarta incidir en la
modificación del hecho social dejándose interrogar por el mundo de las pobrezas. Esto
nos llevará a hacer hincapié en el sustrato antropológico y social del texto como funda-
mentación de una espiritualidad que sea susceptible de ser utilizada por creyentes e,
incluso, por no creyentes.
parte por el pensamiento y las prácticas del sistema. El peligro de dejar de lado la reali-
dad del espíritu ha sido una constante de nuestra cultura. Desvelar las posibilidades de
una existencia espiritual es tarea necesaria y práctica. El aliento de Pablo en la lejana
carta primera a los Tesalonicenses es, todavía hoy, un apoyo.
1. Lectura sincrónica
Para avivar el espíritu es preciso cultivar una mística de acogida humana y cre-
yente que, en 1 Tes se concreta en la acogida a Pablo y al Mensaje. En la desconfianza,
en el rechazo, no solamente la comunidad se hace imposible, sino que el mismo espíritu
se apaga. Pablo afirma que la comunidad de los tesalonicenses ha sido elegida porque el
mensaje ha sido acogido: “Sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido
porque la buena noticia no se quedó en vosotros en palabras…sino que acogisteis el
Mensaje con la alegría del Espíritu Santo” (“Eidotes, adelphoi êgapêmenoi hupo
Theou, tên eklogên humôn, hoti to euaggelion hêmôn ouk egenêthê eis humas en logô
monon…alla dexamenoi ton logon …meta kharas pneumatos hagiou: 1,4-6). Los de
Tesalónica han hecho un hueco en su vida a la Palabra dándole otro rango que un mero
anuncio. Esa acogida a la Palabra les ha desvelado la elección que Dios hace con la per-
sona. Una elección que proviene no de ningún título religioso o racial (como lo era en
parte, en el judaísmo), sino por la simple acogida de la propuesta de Jesús.
No es otro que el avivamiento del espíritu. Taxativamente dice 5,19: “No apa-
guéis el espíritu” (To pneuma mê sbennute) de Dios. El verbo “apagar” (sbennumi) es
usado en el Nuevo Testamento para hacer referencia al acto de extinguir un fuego. Sin
embargo, en 5,19 se usa metafóricamente, y proyecta la idea de supresión. Uno no su-
prime o apaga literalmente al espíritu. En cambio, uno suprime la influencia del espíritu
en la vida de uno mismo al resistir la enseñanza de ese espíritu a través de la Escritura.
Si se puede apagar el espíritu, es una realidad que, de algún modo, está alcance de la
mano del creyente: la puede apagar o avivar. No se refiere, por tanto a la realidad teoló-
gica que posteriormente hemos denominado Espíritu Santo. Está hablando del “espíritu
en la historia”, del sentido de la vida, de la orientación de vida, de los por qués vitales.
Pablo propone dos caminos de avivamiento del espíritu:
No es otro que el tema de la vuelta de Jesús que, al parecer, ha pasado del mismo
Jesús a sus seguidores primeros y de estos a las comunidades del principio. Pablo viene
a decir que se “aguarda la vuelta” cuando el espíritu está vivo. Si no se urde la espera
próxima en la vivencia del amor, puede degenerar en un frenesí, en un extraño apocalip-
tismo.
De ahí la larga exhortación de 4,13-5,11. Se ve que algunas muertes recientes
han impresionado a la comunidad. Ésta, según Pablo, no puede reaccionar dejando de
lado la esperanza. La creencia popular helenista del hades, lugar de tiniebla y sombra,
tiene que dejar paso a una sosegante esperanza asentada sobre la fe en la resurrección de
Jesús.
Por lo demás, es cierto que en las primeras comunidades paulinas estuvo exten-
dida la idea de la inminente vuelta del Señor (1 Cor 7,19; 15,51s; 2 Cor 6,4; etc.) y en la
misma carta se menciona antes tres veces la venida (1,10; 2,19; 3,13). Según Pablo, la
confianza en el triunfo de Jesús ha de hacer ver que las muertes que inquietan, tampoco
caen fuera de la acción de la resurrección.
De ahí que, más allá del cuadro barroco que dibuja Pablo con imágenes judías
tradicionales (la voz del arcángel, el son de la trompeta, etc.), ningún muerto está en
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Para animar a una vigilancia activa, a una saludable tensión, más que a un temor
que acogote, Pablo sabiamente, no pone ninguna fecha para la tal venida del Señor. Su
concepción vindicativa es la propia del tiempo. Pero vuelve al tema principal de la car-
ta: hasta para este caso especial de la escatología cristiana son buenas herramientas las
mismas que para el avivamiento del espíritu: “La fe y el amor mutuo sean nuestra cora-
za, la esperanza de la salvación nuestro casco” (“Endusamenoi thôraka pisteôs kai
ágapes kai perikephalaian elpida sôterias”: 5,8b). O sea, la mejor manera de aproxi-
marse a la gran incógnita de la muerte y del acabamiento del tiempo es una fe y un amor
activo junto a una utopía esperanzada cultivada y actuante.
La carta se cierra, como suele ser habitual en Pablo, con una serie de exhortacio-
nes que, todas ellas, contribuyen directamente a avivar el espíritu, a dar un sentido nue-
vo a la existencia cristiana. Más que meras normas morales, de ahí el tono exhortatorio,
son deseos vivos y fraternos que desvelan la preocupación real, fraterna, de Pablo por la
comunidad de Macedonia.
Ese acompañamiento se vierte en las siguientes sugerencias: aprecio a quien
trabaja duro por el Señor (5,12-13), acompañamiento a quien anda en mayor debilidad
(5,14), decidirse a hacer el bien al hermano (5,15), mantenerse en estado de alegría
(5,16) y de oración (5,17), que prime en esta oración la acción de gracias (5,18), practi-
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car el discernimiento de espíritus para andar el camino cristiano con lucidez (5,20-21),
conservarse sin tacha en el corazón más que en la norma (5,23), desear vivir en fideli-
dad (5,24).
Este tipo de exhortación, además de poner rostro a los sentimientos fraternos de
Pablo, deja ver que la propuesta de un camino creyente con el espíritu avivado, con el
sentido orientado desde la experiencia de Jesús, no es una utopía inalcanzable, sino que
está a la mano de quien quiera, de quien vaya aceptando los planteamientos del Evange-
lio.
2. Lectura antropológica
Una lectura de este tipo, aunque rápida, deja ver que la Palabra apunta no tanto a
una superestructura religiosa, sino a la más elemental realidad personal. Por eso, mez-
clar el componente antropológico con la Palabra es potenciar éste y desvelar en aquella
su cualidad de semilla para ser sembrada en el campo de lo humano. Por eso, vamos a
consignar algunas resonancias que apuntan a la realidad personal:
3. Lectura social
• La vivencia del amor en la ciudadanía cotidiana: Porque los trabajos por avivar
el espíritu, por alimentar el sentido, por recrear la dignidad no demandan nor-
malmente obras extraordinarias. Más bien es en la ciudadanía cotidiana, en los
comportamientos de un buen vecino, donde se juega mucho del avivamiento del
espíritu. Esto tan simple se alimenta de la experiencia de que “no ha sido la lu-
cha por la supervivencia del más fuerte lo que ha garantizado la continuidad de
la vida y de los individuos hasta el día de hoy, sino la cooperación y la coexis-
tencia entre ellos. Los homínidos de hace millones de años se hicieron humanos
en la medida en que compartieron entre ellos, cada vez más, los resultados de la
cosecha y de la caza, así como su afecto. El lenguaje mismo, que caracteriza al
ser humano, surgió en el interior de este dinamismo de amor y de compartir” (L.
Boff, El cuidado esencial, p.89). Las sugerencias de Pablo (conservar la calma,
ocuparse de los propios asuntos, trabajar con las propias manos) hablan de esta
mística de lo cotidiano en donde se resuelve gran parte del sentido de nuestra
existencia. No es una mística ataráxica, impasible, sino vibrante y emocionada,
pero serena a la vez.
• Los caminos de una sociedad nueva: Ya que a esa sociedad apunta la utopía del
Mensaje cristiano y los sueños de Jesús. Pablo parece decir que esos caminos
(aprecio a quien trabaja duro, acompañamiento al débil, hacer el bien, orar con
profundidad, alegría equilibrada, cultivo del discernimiento, honradez con lo re-
al) están al alcance de la mano de cualquiera. De tal manera que todo el mundo
puede colaborar en ese sueño utópico de la nueva ciudad, la ciudad de los “seres
humanos”, de la que hablaban los Padres del desierto. “Está en nuestras manos
permitir que la humanidad y la Tierra alcancen estadios más avanzados de inter-
acción y de comunión de todos con todos, con el universo y con la Fuente origi-
naria de todo ser. Pero entra también en el ámbito de las posibilidades humanas
el permitir que una tragedia se produzca por un descuido, o por desinterés y des-
precio de la sacralidad de la vida y de nuestro pequeño y hermoso planeta. En-
tonces conoceríamos el ocaso del experimento humano y su lenta e inevitable
desaparición” (L. Boff, Hospitalidad, p.159-160). Este hermoso sueño está im-
plícito en las sencillas, pero útiles, sugerencias de Pablo.
4. Lectura espiritual
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También es posible una lectura desde la espiritualidad más básica, ésa que es
anterior al hecho religioso en sí mismo. Sin pretenderlo explícitamente, los contenidos
de las cartas paulinas, más allá de sus circunstancias coyunturales, contienen una her-
mosa espiritualidad que conecta con los veneros del mismo Evangelio.
Conclusión:
BIBLIOGRAFÍA
BOFF, L., El cuidado esencial. Ética de lo humano, compasión por la tierra, Ed.Trotta,
Madrid 2002.
ID., Hospitalidad: derecho y deber de todos, Ed. Sal Terrae, Santander 2006.
FERMET, A., El Espíritu Santo es nuestra vida, Ed Sal Terrae, Santander 1985.
MARINA, J.A., Por qué soy cristiano, Ed. Anagrama, Barcelona 2005.