Aizpurua Donazar Fidel - No Apagueis El Espiritu

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Aula de Teología

11 de noviembre de 2008

“NO APAGUÉIS EL ESPÍRITU” (1 Tes 5,19)


Una lectura social de 1 Tesalonicenses

Profesor Fidel Aizpurúa Donazar

Introducción

“Nadie recorrería las sendas del pasado, si no subyaciese a ese recorrido el irre-
frenable deseo de reconocer, en él, todas aquellas semejanzas que nos llevan a entender
nuestra situación y a aprender de otras experiencias” (E. Lledó, El silencio, p.30). Este
deseo irrefrenable, o cuando menos interesado, es el que nos empuja a la hora de volver
a este viejo texto, el más antiguo de todo el Nuevo Testamento. Más allá de sus limita-
ciones históricas, consideramos a los textos Bíblicos como realidades vivas, capaces de
iluminar nuestro hoy, aparentemente tan distinto al del siglo I. Con esa luz pensamos
que nuestras situaciones de vida, tan complicadas a veces, reciben una iluminación y
que de ahí podemos aprender a caminar con humanidad y gozo.

Por otra parte, la carta de san Pablo que lleva el nombre de 1 Tesalonicenses, la
más antigua del corpus neotestamentario como hemos indicado, no es una gran carta de
las auténticamente paulinas: no tiene un contenido doctrinal sólido y estructurado, está
muy sujeta a las convulsiones comunitarias que Pablo ha vivido en su vida, carece del
aliento teológico de grandes textos como Romanos. Pero, por el contrario, es un texto
muy ceñido a la realidad comunitaria, lo que realmente pasa en el grupo humano cre-
yente. Y, aunque sin vuelo ideológico, es muy útil para hacer trasposiciones, para suge-
rir caminos, para establecer conexiones. En esto se demuestra que las cartas son textos
vivos: más allá de su sentido coyuntural, las cartas “renacen” en cada época de la cultu-
ra por su capacidad de iluminar, de sugerir, de contrastar.

Nosotros queremos hacer una lectura social de 1 Tesalonicenses. Tal lectura par-
tirá de un paso previo: releer sincrónicamente el texto. Luego, derivaremos hacia un tipo
de reflexión que postula la conexión del imaginario bíblico y el social, que trata de utili-
zar lenguajes comunes para ambos campos, que activa la conciencia de pertenencia co-
mún tanto al ámbito creyente como al social, que trata de iluminar situaciones y que
impulsa al lector en la línea de la humanización haciendo un esfuerzo explícito por leer
con corrección los signos de los tiempos, y que, finalmente, no descarta incidir en la
modificación del hecho social dejándose interrogar por el mundo de las pobrezas. Esto
nos llevará a hacer hincapié en el sustrato antropológico y social del texto como funda-
mentación de una espiritualidad que sea susceptible de ser utilizada por creyentes e,
incluso, por no creyentes.

Centraremos la lectura de la carta desde la frase que da título a nuestra reflexión:


“No apaguéis el espíritu” (1 Tes 5,19). Los autores no subrayan este texto como central.
Pero a nosotros nos parece que tiene múltiples conexiones con la realidad de hoy, ya
que es preciso encontrar caminos para el espíritu en una sociedad dominada en gran
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parte por el pensamiento y las prácticas del sistema. El peligro de dejar de lado la reali-
dad del espíritu ha sido una constante de nuestra cultura. Desvelar las posibilidades de
una existencia espiritual es tarea necesaria y práctica. El aliento de Pablo en la lejana
carta primera a los Tesalonicenses es, todavía hoy, un apoyo.

1. Lectura sincrónica

La lectura sincrónica de un texto bíblico tiene el riesgo de aglutinar el pensa-


miento del texto desde ideas preconcebidas y de dejar de lado aquellas que no se consi-
deren importantes. Pero tiene también a su favor la posibilidad de una comprensión glo-
bal del escrito y de una valoración útil del texto de cara a la vida. Por eso, con todas sus
pegas, nos inclinamos por esta vía. Ya hemos dicho que el tema de “no apagar el espíri-
tu” será nuestro punto de apoyo central. 1 Tes, más allá de su evidente fragmentación,
da pistas útiles para esta tarea.

Momento primero: una mística de acogida:

Para avivar el espíritu es preciso cultivar una mística de acogida humana y cre-
yente que, en 1 Tes se concreta en la acogida a Pablo y al Mensaje. En la desconfianza,
en el rechazo, no solamente la comunidad se hace imposible, sino que el mismo espíritu
se apaga. Pablo afirma que la comunidad de los tesalonicenses ha sido elegida porque el
mensaje ha sido acogido: “Sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido
porque la buena noticia no se quedó en vosotros en palabras…sino que acogisteis el
Mensaje con la alegría del Espíritu Santo” (“Eidotes, adelphoi êgapêmenoi hupo
Theou, tên eklogên humôn, hoti to euaggelion hêmôn ouk egenêthê eis humas en logô
monon…alla dexamenoi ton logon …meta kharas pneumatos hagiou: 1,4-6). Los de
Tesalónica han hecho un hueco en su vida a la Palabra dándole otro rango que un mero
anuncio. Esa acogida a la Palabra les ha desvelado la elección que Dios hace con la per-
sona. Una elección que proviene no de ningún título religioso o racial (como lo era en
parte, en el judaísmo), sino por la simple acogida de la propuesta de Jesús.

Además han acogido a Pablo y a su palabra no meramente desde una perspectiva


humana, sino desde una mirada creyente. Pasado el vendaval por el que Pablo tuvo que
salir de Tesalónica, dirá que “la acogida que nos hicisteis no fue inútil” (“Tên eisodon
hêmon tên pros humas hoti ou kenê gegonen”: 2,1). Esa acogida ha contribuido decisi-
vamente a la formación de la comunidad creyente. Una comunidad que ha puesto como
cimiento la Palabra, ya que “al oírnos predicar el mensaje de Dios, no lo acogisteis
como palabra humana, sino como lo que es realmente, como la palabra de Dios”
(“Hoti paralabontes logon akoês par’hêmôn tou Theou edexasthe ou logon anthrôpôn
alla kathôs estin alêthôs logon Theou”: 2,13). Acoger es abrir la primera puerta del co-
razón de la comunidad. Si esa puerta se hubiera cerrado, cualquier ulterior orientación
habría caído en saco roto.

Pablo, por su parte, se ha presentado en la comunidad en modos de afabilidad y


benignidad humana. Una entrada a degüello, aunque hubiera habido motivo, habría ce-
rrado las posibilidades de la acogida y, con ello, las de avivar el espíritu personal y vital
de los tesalonicenses. “Impecable, honrado, sin tacha” (Hôs hosiôs kai dikaiôs kai a-
mempeptôs”: 2,10a). Así cree Pablo que ha sido su comportamiento con la comunidad
de Macedonia. Paternal, incluso (“Hôs patêr tekna heautou”: 2,11b). Sin esa actitud
benigna no habrían ellos correspondido con una acogida benevolente. Pretender avivar
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el espíritu desde la imposición, el desplante, el ataque, la prepotencia, es una imposibi-


lidad.

Momento segundo: el núcleo

No es otro que el avivamiento del espíritu. Taxativamente dice 5,19: “No apa-
guéis el espíritu” (To pneuma mê sbennute) de Dios. El verbo “apagar” (sbennumi) es
usado en el Nuevo Testamento para hacer referencia al acto de extinguir un fuego. Sin
embargo, en 5,19 se usa metafóricamente, y proyecta la idea de supresión. Uno no su-
prime o apaga literalmente al espíritu. En cambio, uno suprime la influencia del espíritu
en la vida de uno mismo al resistir la enseñanza de ese espíritu a través de la Escritura.
Si se puede apagar el espíritu, es una realidad que, de algún modo, está alcance de la
mano del creyente: la puede apagar o avivar. No se refiere, por tanto a la realidad teoló-
gica que posteriormente hemos denominado Espíritu Santo. Está hablando del “espíritu
en la historia”, del sentido de la vida, de la orientación de vida, de los por qués vitales.
Pablo propone dos caminos de avivamiento del espíritu:

• La recuperación del valor de la corporeidad: Eso se hace envolviendo de digni-


dad al hecho humano en todas sus facetas. Pablo enuncia, al estilo del tiempo:
“Dios quiere…que os apartéis del libertinaje…que cada cual sepa controlar su
propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión”
(Touto gar estin to thelêma tou Theou…eidenai ekaston humôn to heautou
skeuos ktasthai en hagiasmô kai timê, mê en pathei epithumias: 4,3-5). Se trata
de percibir el valor de la dignidad radical que acompaña a la persona por su ser
creacional. Esto requiere una mirada nueva a la realidad corporal, entendiendo
por tal no solamente la corporalidad, sino la corporeidad, el todo de “ser cuerpo”
(cuerpo, historia, sentimientos, perspectivas de vida, etc.). Para Pablo es claro:
ofender en la corporeidad es ofender al mismo Dios: “Quien rechaza estas ins-
trucciones, no rechaza a un hombre, sino a Dios” (“Ho athetôn ouk anthrôpôn
athetei alla ton Theon: 4,8a). El avivamiento del espíritu pasa necesariamente
por la asunción y dignificación de la corporeidad.

• La vivencia del amor en lo cotidiano: Si el amor es el centro del Evangelio, la


ley que fundamenta la comunidad (cf Jn 13,34-35), resulta lógico que Pablo lo
proponga como camino y herramienta para avivar el espíritu, el sentido profun-
do de la existencia. El apóstol dice que la comunidad de Tesalónica practica el
amor “con todos los hermanos de Macedonia” (Kai gar poieite auto tas pantas
tous adelphous en holê tê Makedonia”: 4,10), pero les anima “a seguir progre-
sando” (“Parakaloumen de humas, adelphoi, perisseuein mallon”: 4,10b). Ese
progreso se realiza en los caminos cotidianos y en concreto “conservar la cal-
ma, ocuparos de vuestros asuntos y trabajar con vuestras manos” (“Kai philo-
timeisthai hêsukhazein kai prassein ta idia kai ergazesthaitas khersin humôn:
4,11). Esto era un bálsamo para toda la comunidad: para quien vivía su vida con
cierta paz y para quien vivía sobresaltado, bien por la preocupación de la suerte
de los difuntos (que parece que era algo muy vivo en esta comunidad) o por
cualquier otra inquietud. Pablo propone la espiritualidad del amor en lo cotidia-
no como manera de alimentar el espíritu, el sentido humano y creyente de la per-
sona. Palabras humanizadoras, sosegantes, realistas. La comunidad era propensa
a una exagerada excitación. El remedio, la calma. Esa excitación podría llevarle
a descuidar sus obligaciones laborales: trabajad con vuestras manos. Quizá, por-
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que el nerviosismo es aliado de la imprudencia, les llevaba a meterse en camisa


de once varas. Solución: ocuparse de los propios asuntos sin fisgonear en los
ajenos. Remedios fáciles, asequibles, pero que apuntan a una vivencia histórica
del amor, capaz de avivar el espíritu del sentido y de la dignidad, sin el que no es
posible vivir bien orientado.

Momento tercero: consecuencias

Meterse en estos trabajos de avivamiento del espíritu tiene algunas consecuen-


cias inmediatas:
• Una fe y un amor activos: No puede ser la vida comunitaria una vida adormeci-
da, plana, sin relieve. La actividad cristiana y el amor han de ser activos, en con-
tinua ebullición, en movimiento. No ha de sucumbir la experiencia creyente al
peligro del narcótico de lo religioso. Por eso Pablo da gracias a Dios, y al hacer-
lo está animando a la comunidad de Tesalónica a seguir en el camino emprendi-
do, por “la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el tesón de
vuestra esperanza” (“Tou ergou tês pisteôs kai tou kopou tês ágapes kai tês
hupomonês tês elpidos: 2,3). Una fe activa proviene de la vivencia de un segui-
miento activo. Una vivencia religiosa en la pasividad no se reconoce en el se-
guimiento de Jesús. El amor ha de estar sustentado por un esfuerzo que se lo
comprenda y viva como un proceso, no como un mero impulso. La esperanza ha
de ser alimentada por el tesón de la utopía y la correosidad de la resistencia.

• El abandono de todo ídolo: No únicamente de los ídolos religiosos, cosa viva en


aquella época, sino de toda idolatría, de toda realidad que pretenda imponerse al
valor primordial de la dignidad de la persona. “Abandonando los ídolos os con-
vertisteis a Dios” (“Kai pôs epestrepsate pros ton Theon apo tôn eidôlôn: 1,9).
No es tanto una conversión religiosa, cuanto existencial, un cambio de rumbo vi-
tal, la manera de comportarse de quien mira y entiende la realidad en maneras
nuevas.

Momento cuarto: un caso específico

No es otro que el tema de la vuelta de Jesús que, al parecer, ha pasado del mismo
Jesús a sus seguidores primeros y de estos a las comunidades del principio. Pablo viene
a decir que se “aguarda la vuelta” cuando el espíritu está vivo. Si no se urde la espera
próxima en la vivencia del amor, puede degenerar en un frenesí, en un extraño apocalip-
tismo.
De ahí la larga exhortación de 4,13-5,11. Se ve que algunas muertes recientes
han impresionado a la comunidad. Ésta, según Pablo, no puede reaccionar dejando de
lado la esperanza. La creencia popular helenista del hades, lugar de tiniebla y sombra,
tiene que dejar paso a una sosegante esperanza asentada sobre la fe en la resurrección de
Jesús.
Por lo demás, es cierto que en las primeras comunidades paulinas estuvo exten-
dida la idea de la inminente vuelta del Señor (1 Cor 7,19; 15,51s; 2 Cor 6,4; etc.) y en la
misma carta se menciona antes tres veces la venida (1,10; 2,19; 3,13). Según Pablo, la
confianza en el triunfo de Jesús ha de hacer ver que las muertes que inquietan, tampoco
caen fuera de la acción de la resurrección.
De ahí que, más allá del cuadro barroco que dibuja Pablo con imágenes judías
tradicionales (la voz del arcángel, el son de la trompeta, etc.), ningún muerto está en
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desventaja por causa de la fecha de su óbito. Es preciso mantener firme la fe en el amor


cuidadoso de Dios a cada uno y en los efectos salvadores de la resurrección de Jesús con
toda criatura.

Para animar a una vigilancia activa, a una saludable tensión, más que a un temor
que acogote, Pablo sabiamente, no pone ninguna fecha para la tal venida del Señor. Su
concepción vindicativa es la propia del tiempo. Pero vuelve al tema principal de la car-
ta: hasta para este caso especial de la escatología cristiana son buenas herramientas las
mismas que para el avivamiento del espíritu: “La fe y el amor mutuo sean nuestra cora-
za, la esperanza de la salvación nuestro casco” (“Endusamenoi thôraka pisteôs kai
ágapes kai perikephalaian elpida sôterias”: 5,8b). O sea, la mejor manera de aproxi-
marse a la gran incógnita de la muerte y del acabamiento del tiempo es una fe y un amor
activo junto a una utopía esperanzada cultivada y actuante.

Momento quinto: confirmación de la palabra profética

Según Hech 16,11-40, Pablo había venido a Tesalónica procedente de Filipos,


donde había formado una pequeña pero aguerrida comunidad. Por una circunstancia
fortuita, el caso de una mujer adivina que daba muchos dineros a sus amos y que Pedro
“cura”, él y Silas son echados a la cárcel después de recibir una fenomenal paliza. La
buena acogida de algunos de Tesalónica fue un bálsamo y una sorpresa. Pero, también
allí hubo “fuerte oposición” por parte, probablemente de miembros de la colonia judía,
numerosa en Tesalónica, que veían que el número de sus prosélitos y adeptos podría
menguar a causa de la predicación de Pablo. Él no se arredró y ofreció el Evangelio con
valor: “Nos atrevimos, apoyados en nuestro Dios, a exponeros la buena noticia de Dios
en medio de fuerte oposición” (“Eparrêsiasametha en tô Theô hemôn lalêsai pro humas
to euaggelion tou Theou en pollô agôni”: 2,2b).

Este trabajo evangelizador no es para Pablo solamente un trabajo de predicador


itinerante o una exigencia moral de su propia de fe. Es, de algún modo la manera de
confirmar el camino por el que iban entrando los creyentes de la comunidad. No corro-
borar ese camino con el Evangelio sería haberlo reducido a un mero planteamiento éti-
co, valioso, pero sin las raíces de la experiencia cristiana. Así, la predicación de Pablo
se convertía en profecía que corroboraba la opción creyente de los tesalonicenses. El
Evangelio venía a confirmar la opción fundamental. “La disposición y el comportamien-
to habitual con los demás determina la opción. A la opción positiva responde el don del
Espíritu, que le da estabilidad y capacita para llevar a término el proyecto creador” (J.
Mateos, El horizonte humano, p.100).

Momento sexto: exhortación

La carta se cierra, como suele ser habitual en Pablo, con una serie de exhortacio-
nes que, todas ellas, contribuyen directamente a avivar el espíritu, a dar un sentido nue-
vo a la existencia cristiana. Más que meras normas morales, de ahí el tono exhortatorio,
son deseos vivos y fraternos que desvelan la preocupación real, fraterna, de Pablo por la
comunidad de Macedonia.
Ese acompañamiento se vierte en las siguientes sugerencias: aprecio a quien
trabaja duro por el Señor (5,12-13), acompañamiento a quien anda en mayor debilidad
(5,14), decidirse a hacer el bien al hermano (5,15), mantenerse en estado de alegría
(5,16) y de oración (5,17), que prime en esta oración la acción de gracias (5,18), practi-
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car el discernimiento de espíritus para andar el camino cristiano con lucidez (5,20-21),
conservarse sin tacha en el corazón más que en la norma (5,23), desear vivir en fideli-
dad (5,24).
Este tipo de exhortación, además de poner rostro a los sentimientos fraternos de
Pablo, deja ver que la propuesta de un camino creyente con el espíritu avivado, con el
sentido orientado desde la experiencia de Jesús, no es una utopía inalcanzable, sino que
está a la mano de quien quiera, de quien vaya aceptando los planteamientos del Evange-
lio.

2. Lectura antropológica

Una lectura de este tipo, aunque rápida, deja ver que la Palabra apunta no tanto a
una superestructura religiosa, sino a la más elemental realidad personal. Por eso, mez-
clar el componente antropológico con la Palabra es potenciar éste y desvelar en aquella
su cualidad de semilla para ser sembrada en el campo de lo humano. Por eso, vamos a
consignar algunas resonancias que apuntan a la realidad personal:

• El perviviente tema del sentido: Todas las filosofías, antropologías y sistemas


ideológicos en general, desde los antiguos pensadores bíblicos (Qohelet) hasta
los tiempos más recientes (el Manifiesto contra la muerte del espíritu escrito por
A. Mutis y la “nueva derecha”) han buceado en el tema del sentido. Con el sen-
tido desdibujado, la vida humana entra en zona de sombras y las consecuencias,
negativas, son impredecibles. Con el sentido clarificado, la existencia se orienta
hacia el horizonte de la fraternidad. ¿Cómo se trabaja el sentido? Según 1 Tesa-
lonicenses, sobre todo, con el amor activado. En esto conecta con el núcleo de
toda la Escritura: el amor activado hace que desvelemos con más facilidad que
nuestro sentido vital está ligado al hecho de amar. Por eso, amar no es un mero
acto de mecánica afectiva. Es también iluminar el sentido de la propia existencia
colaborando así a nuestra propia dicha. “El amor es el fundamento del fenómeno
social y no una consecuencia del mismo. En otras palabras, es el amor lo que
origina la sociedad; la sociedad existe porque existe el amor y no al contrario,
como suele creerse. Si falta el amor (el fundamento), se destruye lo social. Si, no
obstante, lo social persiste, adquiere la forma de agregación forzada, de domina-
ción y de violencia de unos contra otros, obligados a convivir. Por eso, siempre
que se destruye la unión y la concordia entre los seres, se destruye el amor y
también la sociabilidad. El amor es siempre una apertura hacia el otro, convi-
vencia y comunión con él” (L. Boff, El cuidado esencial, p.88-89). De esta cla-
se de valoración depende el sentido de la vida.

• La recuperación de la corporeidad: Para Pablo, esta es una manera de avivar el


espíritu. La sociedad moderna parece que cuida el cuerpo, incluso en exceso,
aunque sea solamente la parte de la corporalidad. Habría que ir construyendo
una espiritualidad sobre y desde el cuerpo, por paradójico que parezca. El aban-
dono del cuerpo lleva al abandono de la espiritualidad, no lo olvidemos. “Pode-
mos llegar a preguntarnos, y sólo en apariencia es paradójico, si la causa de que
en Occidente hayamos dejado de lado muchas veces al Espíritu Santo no será
precisamente haber desacreditado y marginado el cuerpo humano” (A. Fermet,
El Espíritu Santo, p.29) ¿Por qué, pues, no comenzar por una espiritualidad cor-
poral a través del aprecio sensato y valorativo de los sentidos? ¿Por qué no ela-
borar una saludable espiritualidad corporal desde el disfrute del cuerpo? Disfru-
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tar de la comida saludable, compartida; porque comer no es solamente nutrirse


sino, la evidencia de que estamos llamados al banquete grande de la vida. Dis-
frutar con la naturaleza porque es madre que cobija y hermana que acompaña.
Disfrutar con la lectura porque es lugar donde se recrea el alma. Disfrutar con el
silencio porque ahí nos resituamos y nos rehacemos. Disfrutar con los abrazos,
las caricias y el contacto físico porque con él hablamos el lenguaje del amor en
modos eximios. Disfrutar con el canto porque es una ventana del alma a la vida.
El disfrute, tan denostado por viejas espiritualidades, es un modo de reconcilia-
ción óptimo con nuestro cuerpo, un bálsamo y un paliativo de las incomprensio-
nes y heridas que le inferimos. Sin la recuperación de la corporeidad es imposi-
ble avivar el espíritu humano. San Pablo, a su manera, confirma estas intuicio-
nes.

• El amor como proceso: No solamente como impulso. Para avivar el espíritu 1


Tesalonicenses habla de un “amor esforzado”. Hay que contemplar el amor co-
mo una realidad viva, que no se posee de una vez para siempre, sino que ha de
quedar sometida a los vaivenes de un proceso y que, por lo tanto, ha de configu-
rarse de manera distinta según las épocas y las situaciones vitales. Un amor pro-
cesual: a ese amor se refiere Pablo cuando insta a esforzarse en el amor. Preci-
samente por eso, quien lee a Pablo ha de mirarse al propio interior para percibir
si su situación amorosa está en los parámetros de un proceso: cultivo, cuidado,
avivamiento, continua reorientación. Si esa realidad es algo estático, no cultiva-
do, no alimentado, no contrastado, si no se experimenta su vitalidad, su creci-
miento, su verdor, se arriesga el sentido de la vida porque éste, como decimos,
depende de un amor jugoso y en activo. El amor muerto (porque el amor puede
morir) es lo contrario de este amor en proceso, amor verdaderamente vivo.
Construir procesos de amor, en sí mismo, en los demás, en la sociedad, es cola-
borar decisivamente a la iluminación del sentido de la vida.

3. Lectura social

No creemos que sea violentar excesivamente el texto paulino si enfocamos su


caudal de luz al ámbito social. Es ahí donde, sobre todo, la Palabra quiere ser semilla
fecunda. Por eso, una lectura social está legitimada por la misma pretensión del Evange-
lio.
• La incansable acogida: Ya lo hemos dicho: es la puerta que abre al sentido, el
primer combustible del que se alimenta la llama del espíritu. Sin acogida, en
cualquiera de sus aspectos, es imposible dar un paso en orden a vivir con espíritu
el camino humano. “Cuando uno acoge al otro y así se realiza la coexistencia,
surge el amor como fenómeno biológico. Éste tiende a expandirse y a adquirir
formas más complejas. Una de estas formas es la humana, que no es simplemen-
te espontánea, como en los otros seres vivos; es un proyecto de libertad que aco-
ge constantemente al otro y crea condiciones para que el amor se instaure como
el valor más alto de la vida” (L. Boff, El cuidado esencial, p.88). Este proceso
se desencadena, pues, a partir de la acogida. Acoger al otro, a lo otro e, incluso,
al Otro demanda una evidente dosis de deseo. De esta manera el espíritu, el
humano y el creyente, se aviva y se presenta como una formidable posibilidad
para activar la vida.
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• Contra cualquier prepotencia social: Pablo se presenta en la comunidad de Te-


salónica como persona honrada y sin tacha, pero también como “un padre”, co-
mo alguien que se trata al otro en niveles de afectuosa igualdad. Por eso se auto-
califica de “una madre que cría con mimo a sus hijos” (2,7) Sus palabras destilan
la alegría de una relación igualitaria y la entrega sin miramientos: “Por el cariño
que os tenemos, os habríamos entregado con gusto…nuestra propia vida” (2,8).
El espíritu se muere en la desigualdad, cáncer de toda relación. La prepotencia
lleva a la destrucción de la comunidad, cristiana y social. La evidencia del daño
que hace el imperio (cualquiera de ellos) en la sociedad habría de llevarnos a
desconfiar de quien se presenta ante el mundo como árbitro único, paradigma de
valores, modelo a seguir. Cualquier prepotencia cultural, religiosa, política es un
chorro de agua helada sobre las pretensiones del espíritu que no son otras sino la
igualad y la pura fraternidad. Pablo estaba imbuido del sueño de Jesús (Mt 23,8)
y nunca se apeó de la evidencia de que la prepotencia corroe los cimientos de la
comunidad.

• La vivencia del amor en la ciudadanía cotidiana: Porque los trabajos por avivar
el espíritu, por alimentar el sentido, por recrear la dignidad no demandan nor-
malmente obras extraordinarias. Más bien es en la ciudadanía cotidiana, en los
comportamientos de un buen vecino, donde se juega mucho del avivamiento del
espíritu. Esto tan simple se alimenta de la experiencia de que “no ha sido la lu-
cha por la supervivencia del más fuerte lo que ha garantizado la continuidad de
la vida y de los individuos hasta el día de hoy, sino la cooperación y la coexis-
tencia entre ellos. Los homínidos de hace millones de años se hicieron humanos
en la medida en que compartieron entre ellos, cada vez más, los resultados de la
cosecha y de la caza, así como su afecto. El lenguaje mismo, que caracteriza al
ser humano, surgió en el interior de este dinamismo de amor y de compartir” (L.
Boff, El cuidado esencial, p.89). Las sugerencias de Pablo (conservar la calma,
ocuparse de los propios asuntos, trabajar con las propias manos) hablan de esta
mística de lo cotidiano en donde se resuelve gran parte del sentido de nuestra
existencia. No es una mística ataráxica, impasible, sino vibrante y emocionada,
pero serena a la vez.

• Los caminos de una sociedad nueva: Ya que a esa sociedad apunta la utopía del
Mensaje cristiano y los sueños de Jesús. Pablo parece decir que esos caminos
(aprecio a quien trabaja duro, acompañamiento al débil, hacer el bien, orar con
profundidad, alegría equilibrada, cultivo del discernimiento, honradez con lo re-
al) están al alcance de la mano de cualquiera. De tal manera que todo el mundo
puede colaborar en ese sueño utópico de la nueva ciudad, la ciudad de los “seres
humanos”, de la que hablaban los Padres del desierto. “Está en nuestras manos
permitir que la humanidad y la Tierra alcancen estadios más avanzados de inter-
acción y de comunión de todos con todos, con el universo y con la Fuente origi-
naria de todo ser. Pero entra también en el ámbito de las posibilidades humanas
el permitir que una tragedia se produzca por un descuido, o por desinterés y des-
precio de la sacralidad de la vida y de nuestro pequeño y hermoso planeta. En-
tonces conoceríamos el ocaso del experimento humano y su lenta e inevitable
desaparición” (L. Boff, Hospitalidad, p.159-160). Este hermoso sueño está im-
plícito en las sencillas, pero útiles, sugerencias de Pablo.

4. Lectura espiritual
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También es posible una lectura desde la espiritualidad más básica, ésa que es
anterior al hecho religioso en sí mismo. Sin pretenderlo explícitamente, los contenidos
de las cartas paulinas, más allá de sus circunstancias coyunturales, contienen una her-
mosa espiritualidad que conecta con los veneros del mismo Evangelio.

• Más allá de un conocimiento gnóstico de Dios: Según J.A.Marina, “la interpre-


tación ‘gnóstica’ de la experiencia cristiana nos dice que Dios es la Verdad y que
lo importante es conocerlo. La interpretación ‘moral’ nos dice que Dios es el
Bien y lo importante es realizarlo” (Por qué soy cristiano, p.121). Cuando Pa-
blo propone avivar el espíritu por la vía del amor efectivo vivido en lo cotidiano
está apelando a esa vivencia “moral” de la experiencia cristiana, que es la misma
que ha vivido Jesús. Por lo tanto, las cartas paulinas en general, y esta en parti-
cular, interpelan, como el mismo Evangelio, por la clase de caminos éticos que
recorre la existencia humana y cristiana. En 1 Tes no hay grandes problemas teo-
lógicos, pero persiste el tema moral: el espíritu se apaga en una moralidad egoís-
ta o en un dogmatismo gnóstico inoperante de cara a la vida. Dice con razón
J.M.Castillo: “No porque cambia la imagen que tenemos de Dios por eso cambia
nuestra vida. Todo lo contrario: cuando cambia nuestra vida, entonces es cuando
empezamos a pensar en Dios de otra manera” (El futuro de la vida religiosa,
p.204).

• El milagro de una fe activa: Porque, como se muestra en Jn 4,45ss (curación del


hijo del funcionario o, mejor, el milagro de un padre que se pone en seguimiento
y así su identidad, su hijo, vive), un seguimiento activo es realmente algo “mila-
groso”. Es característico del mecanismo religioso el adormecimiento y el uso del
miedo. Una fe activa conjura tales elementos. Por eso, Pablo plantea en toda la
carta la evidencia de una fe activa, de un seguimiento en obras contantes y so-
nantes. Si el seguimiento de Jesús no tiene su verificación en los comportamien-
tos éticos, se puede sospechar de su autenticidad. Una fe activa no es un modo
frenético y desasosegado de vivir el Evangelio. Es percibir con inmediatez que
el Evangelio está hecho para la vida. Es traducir con facilidad las propuestas
evangélicas a una clave social. Es entender que lo nuestro no es ni criticar ni
elaborar dogmas, sino poner en pie los criterios de Jesús. Esos criterios son su-
prarreligiosos y coinciden con el campo de la ética.

• El mantenimiento de una esperanza utópica y resistente: Ya que es imposible


trabajar en el avivamiento del espíritu, en el mayéutico trabajo del alumbramien-
to del sentido sin hacer recurso a la utopía y a la resistencia. Por eso Pablo ex-
horta a mantenerse en fidelidad a la comunidad por encima de limitaciones. Lo
dice el apóstol después de haber probado él mismo la amarga medicina del re-
chazo y del exilio. Pero, como dice E. Sábato, “en la resistencia habita la espe-
ranza”. Sin esa capacidad para el aguante humano, para no huir en el momento
de la dificultad, para mantener viva la utopía cuestionada, es imposible generar
un espíritu humano, avivado, fuerte, luminoso. Dice el mismo Sábato: “No po-
demos olvidar que en estos viejos tiempos, ya gastados en sus valores, hay quie-
nes nada creen, pero hay también multitud de seres humanos que trabajan y si-
guen en la espera, como centinelas” (La resistencia, p.120). El avivamiento del
espíritu, del por qué vital iluminado, demanda a raudales la resistencia correosa
y la utopía inabatible.
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• Las sempiternas asechanzas de las idolatrías: Pablo sostiene que la idolatría es


un obstáculo directo para el trabajo de avivar el verdadero espíritu humano y
cristiano. Probablemente se refiere a los cultos idolátricos. Pero es fácil derivar
hacia la totalidad de la idolatría que abarca más que el mero culto. Es un peligro
que persiste en nuestra cultura de hoy. La tentación de forjar ídolos de la misma
realidad de Dios por parte de los teólogos, la idolatría del consumo y sus marcas,
de la tecnociencia, de la fuerza, de las identidades colectivas, del imperio en su-
ma son amenazas de hoy con consecuencias decisivas en la vida de las socieda-
des y de las comunidades cristianas: “La idolatría moderna está al servicio del
poder, de la dominación y de la opresión. Los ídolos son siempre dioses de
muerte, que convierten los sistemas reguladores económicos, sociales y políticos
en auténticos laberintos diabólicos con las consecuencias de deshumanizar y
‘desfraternizar’ a sus adoradores y a través de ellos producir millones de vícti-
mas inocentes, a quienes envían a la muerte lenta y violenta de la represión”
(F.J.Vitoria, La violencia de los ídolos, p.127). El avivamiento del espíritu con-
lleva una crítica sistemática a la idolatría y el trabajo por generar caminos alter-
nativos que, al menos, nos alejen lo más posible de las sendas de la idolatría
abocadas al fracaso.

• Una escatología saludable: Una manera de medir la calidad de una comunidad


creyente es percibir qué tipo de escatología maneja. Quizá en esto no pueda ser
modelo Pablo, deudor en gran parte de la vieja espiritualidad judía. No obstante,
comparada con las visiones del entorno, la escatología paulina aún resulta relati-
vamente moderada. De cualquier manera, a tenor del resto de la carta, habrá que
decir que la verdadera preocupación del creyente no ha de ser la suerte de los
muertos, sino la responsabilidad de los vivos. La tarea humana es la gran tarea;
la historia el gran dilema; las relaciones el verdadero campo de batalla y creci-
miento. Por el Evangelio sabemos que trabajar en estos ámbitos es la mejor ma-
nera de cultivar la escatología, aquella que se entiende en parámetros de encuen-
tro con Jesús y de abrazo con Aquel que nos envuelve desde siempre.

Conclusión:

Podemos concluir nuestra lectura social de 1 Tes con algunos asertos:

1) La capacidad inspiradora de un texto menor como 1 Tes sigue vigente a través


de los años. Con ello se muestra que la Palabra no solamente es una realidad
inspirada, sino que tiene por finalidad, y la cumple, la de iluminar la senda
humana. Por eso resulta útil volcarse hoy a ella.
2) Es justo apreciar la contribución de Pablo con esta carta a aclarar el siempre ver-
sátil y difuso tema del sentido de la vida. Cuando Pablo anima a no apagar el es-
píritu está colaborando a hacer del camino humano una realidad más vivible y
valiosa.
3) Y al hacer esta aportación en clave histórica, cotidiana, al alcance de la mano de
cualquiera, huye de planteamientos inasequibles, teóricos, para hacer ver que to-
da persona, y en cualquier situación, puede contribuir al avivamiento del espíritu
y, con ello, a aumentar el caudal de humanidad.
4) Al fin de cuentas, para Pablo un espíritu más vivo no es otra cosa que una digni-
dad humana y cósmica más acendrada, más fraterna, más activa, más determi-
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nante. Si la lectura social de su carta primera a los Tesalonicenses nos empuja en


esa dirección, dejémonos influir por tal empuje.

BIBLIOGRAFÍA

BOFF, L., El cuidado esencial. Ética de lo humano, compasión por la tierra, Ed.Trotta,
Madrid 2002.
ID., Hospitalidad: derecho y deber de todos, Ed. Sal Terrae, Santander 2006.

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drid 19922.

MARINA, J.A., Por qué soy cristiano, Ed. Anagrama, Barcelona 2005.

MATEOS, J., El horizonte humano. La propuesta de Jesús, Ed. El Almendro, Córdoba


19924.

SÁBATO, E., La resistencia, Ed. Seix Barral, Barcelona 1999.

VITORIA CORMENZANA, F.J., La violencia de los ídolos versus la no violencia de


Jesús, en AA.VV., Idolatrías de occidente, Cristianismo y Justicia, Barcelona 2004.

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