José en La Vida de Jesús
José en La Vida de Jesús
José en La Vida de Jesús
EN LA VIDA DE JESÚS
PRESENTACIÓN
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ce, la mayoría de las veces, vinculado con María
como esposo fiel —5 veces como esposo, 2 como
desposado—.
El nombre de José era bastante común en el
pueblo de Israel. El primero fue el hijo de Ja-
Jn 4,5; Hb 11,21s. cob y Raquel. Su historia prefigura la de Jesús.
Gn 30,23s. El nombre es hebreo y significa, por una con-
tracción verbal, “que Dios te dé más hijos”. Jesús
Mt 13,55; tuvo un hermano —primo— llamado José. Y en
Mc 6,3; 15,40. el Evangelio aparecen otros más, como José de
Arimatea.
San Mateo nos dice que José era hijo de Jacob, y
por lo tanto, éste era el abuelo —legal— paterno
Mt 1,16. de Jesús; pero Lucas nos presenta otra genealo-
gía, y nos dice que el abuelo de Jesús era un tal
Lc 3,23. Elías. Las genealogías en ese tiempo eran rigu-
rosamente cuidadas. A pesar de las diferencias,
explicables por muchas razones, lo importante
es reconocer en Jesús a un descendiente de Da-
vid, porque eso era requisito indispensable para
ser el Mesías.
Algunos autores han querido relacionar a Jesús
con la casta sacerdotal de Levy, por medio de
María. Dado que era prima de Isabel, esposa de
Lc 1,5. Zacarías descendiente de Aarón. Pero el derecho
sacerdotal se heredaba solamente por parte del
padre y José era de la tribu de Judá. Para los
evangelistas era mucho más importante vincular
a Jesús, como Mesías, con la casta de David que
con la casta sacerdotal.
San Mateo presenta a José como el que de tiem-
po atrás había sido desposado con María. Los
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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Gn 24,2s; Dt 7,3; debía elegir la esposa para el hijo quien por me-
Jc 14,2s. dio de una dote adquiría a la esposa para su hijo.
En tiempo de guerra podía raptarla o ser parte
Jc 5,30. del botín. Pero también se da el matrimonio por
amor, cuando los jóvenes se conocen con ante-
Rt 2,7s. rioridad en el trabajo del campo, y El Cantar de
los Cantares nos habla de una pareja que se ama
tiernamente.
La mujer se tomaba preferentemente del propio
linaje. De este modo los bienes debían permane-
cer en la misma tribu. En el judaísmo tardío la
edad apta para el matrimonio de una niña eran
los doce años, y trece para el joven, pero normal-
mente se contraía hasta los dieciocho años del
joven. Antes se consideraban desposados, que
era ya un compromiso real y una especie de ma-
trimonio. Cuando se ha pagado el precio de la
esposa ésta viene a ser propiedad del marido, y
ella, la que pertenece a su señor. El precio era
una forma de compensación. Todo esto empeza-
ba a fungir cuando la mujer entraba a vivir en la
casa del esposo —la boda—. Al marido le tocaba
entonces mantenerla y protegerla. Lo que se sig-
nificaba cubriéndola con el manto.
Por estas razones José debió ser joven o niño,
cuando fue desposado con María. Pensar que era
un hombre viejo o viudo, va contra las costum-
bres del pueblo judío y parece un artificio para
defender la virginidad de María o justificar la
alusión a los hermanos de Jesús, como si se tra-
tara de medios hermanos.
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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píritu Santo era la fuerza y la vida de Dios que se
comunicaba al ser humano. No se consideraba
como tercera persona de la Santísima Trinidad,
por eso no se dice que Jesús sea hijo del Espíritu
Santo, sino Hijo de Dios por obra del Espíritu
Santo—. Su Esposo José, como era justo y no que-
ría ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en
Mt 1,18-19. secreto”. El embarazo de María debió ser un gra-
vísimo problema para José. Pudo haber pensado:
¡Cómo es posible que esa mujer que se ve tan lim-
pia de corazón, tan santa y tan buena, pueda es-
tar embarazada! Yo no he convivido con ella. Yo
soy su legítimo esposo. Las cosas son evidentes.
Hablan por sí mismas. No sé cómo pudo suceder.
¿Fue infiel a Dios y a mí que soy su esposo? ¿La
violaron?
La justicia de José consiste en la observancia de
la ley que manda: “Si no aparecen en la joven las
señales de su virginidad, entonces se la sacará a
las puertas de la casa de su padre y sus conciuda-
danos la apedrearán hasta que muera, por haber
Dt 22,20. 24. cometido una infamia en Israel prostituyéndose
en la casa de su padre”.
Estos textos nos hacen caer en la cuenta de la
gravedad del asunto, y de la confusión que debió
tener José. Por una parte debía cumplir la ley, o
por lo menos repudiar a María y no convivir con
ella; pero por otra parte ya la quería mucho y se
sentía incapacitado de hacer cualquier cosa que
la hiciera sufrir.
José era un hombre justo, es decir, observante
de la ley, pero también muy bueno. Incapaz de
hacer un daño a su amadísima María. Por eso “no
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el sueño puede ser tan importante como una vi-
sión o una aparición.
En el caso de José, Dios se sirvió de un sueño
para decirle algo de extraordinaria importancia,
algo que cambió su vida para siempre. “El Ángel
del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José,
hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu
Mt 1,20. esposa”. Al oír su nombre por boca del ángel y
su ascendencia davídica, José se sintió tocado en
lo más vivo y personal. Se sintió “conocido por
su nombre” y tomado en cuenta, es decir sintió
que Dios había escuchado su oración y que ha-
bía sido testigo de su angustia. Por eso le dice el
ángel: “No temas”. Dios siempre se aparece para
dar seguridad y confianza. Casi podríamos es-
tablecer como principio de discernimiento que
cuando no hay seguridad y confianza no se trata
del verdadero Dios. El Dios de los cristianos es
un Dios que causa seguridad, confianza y alegría,
no un Dios de temor y miedo. “No temas, es de-
cir, no dudes en tomar contigo a María tu esposa”
porque se trata de la obra de Dios por excelen-
cia, que es la plenitud de su comunicación. Y es
también el sentido último de la creación. Por lo
menos José comprende que se trata del Mesías
a quien han esperado durante tanto tiempo los
patriarcas y profetas, y todo el pueblo de Israel.
El matrimonio de José y María es algo pensado
Ef 1,3s. por Dios desde antes de la creación del mundo, y
ese es un matrimonio según el corazón de Dios y
confirmado por El.
No hay ningún precepto de matrimonio excep-
cional. La virginidad matrimonial resulta difícil
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En un día determinado por ellos y al caer la tar-
de, José con sus parientes cercanos y amigos, se
dirige a la casa de los padres de María para lle-
varla de forma solemne y festiva a la casa de sus
propios padres. Según la fe de la Iglesia, José y
María, después del anuncio del ángel pudieron
haber decidido la consagración plena de los dos
a Jesús, aún no nacido.
La virginidad en Israel no era común pero tam-
poco absolutamente rara. Antes del matrimonio
se daba una gran estima y quizá hasta sobreva-
loración de ella, como vimos en el texto del Deu-
teronomio. Los monjes de Qumrán eran no casa-
dos, célibes. Veían como impureza legal todo lo
relacionado con el sexo.
Juan Bautista no se casó, ni tampoco Jesús. Los
judíos podían interpretar su celibato como signo
escatológico. El fin del mundo está próximo, ya
Mt 24,19s. no vale la pena casarse. En el caso de José y Ma-
ría la virginidad matrimonial solo podía signifi-
car consagración a Dios.
¿Cómo era la fiesta de bodas?
Las fiestas de bodas eran diferentes en cada re-
gión, como lo son actualmente. Pero más o me-
Mt 25,1-13. nos eran así, lo que podemos deducir del relato
de la parábola narrada en el evangelio.
Tanto el novio como la novia, la desposada, se
preparaban con vestidos especiales y coronas de
flores para la fiesta, en sus respectivas casas. La
Virgen debió parecer preciosa, como la Macare-
na, pero de fiesta, no de luto.
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El punto cumbre y final de la fiesta era la entra-
da del novio con la novia en la casa paterna, que
tenía lugar en una hora de la noche.
Indudablemente que José y María debieron tra-
tar por extenso la situación de María. Para José,
María esperaba al Mesías, Hijo de Dios. Esto lo
llenaba de asombro, admiración, veneración y
alegría.
La boda no era un acontecimiento religioso, sino
social y civil. Duraba siete días, y en el caso de
José y María debió ser una celebración espléndi-
da, pero pobre; no podría ser de otro modo. Aun-
que las familias de uno y otro echaran la casa por
la ventana. Algunas de estas costumbres se con-
servan todavía en Israel y entre los palestinos.
José cambia completamente la vida de María.
Será una mujer comprendida, privilegiada y ve-
nerada en el corazón de José. Pero ahora José
tiene toda la responsabilidad sobre María. Según
la costumbre de Israel: “El marido es cabeza de
la mujer, la mujer debe ser sumisa a su marido en
Ef 5,21. todo”. Ya no depende de sus padres porque ella es
su verdadera esposa, y María ya no es una niña.
De ahora en adelante deberá andar siempre no
solo con manto, sino con la cabeza cubierta con
un velo, y al salir a la calle deberá seguir a José
unos pasos atrás de él.
María, mujer de José
“José, hijo de David, no temas recibir a María
Mt 1,20. como mujer tuya”, le dijo el ángel. El texto griego
de Mateo habla de María como mujer de José. En
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Cf Lc 11,27. tres años. Esto le daba un significado especial a
la virginidad de María porque su hijo Jesús per-
Cf Lc 1,20s. tenecía a Dios desde su concepción y no a José.
Para algunos padres de la Iglesia servía de argu-
mento para probar la divinidad de Jesús. Como
si dijéramos: Jesús es Dios por parte de Padre
y hombre por parte de madre. Es evidente que
esta no es la fe de la Iglesia, que entiende a Jesús
como uno y el mismo, totalmente Hijo de Dios y
totalmente Hijo de María. Jesús es, en la fe de la
Iglesia Dios y hombre, tanto por ser Dios su Pa-
dre, como por ser María su madre. La condición
divina de Jesús no es consecuencia de su concep-
ción virginal.
De acuerdo con las costumbres judías san Pablo
recuerda a las mujeres que deben estar sumisas a
sus maridos en todo, porque el varón —marido—
es cabeza de la mujer. Y ésta debe “estar sujeta en
todo” a su marido. Éste, por su parte, debe amar
a su mujer como a su propio cuerpo, y dice que
quien ama a su mujer, a sí mismo se ama. Nadie
Cf Ef 5,20-25. ha odiado jamás a su propia carne. Para Jesús y
Mt 19,5; Mc 10,8;
para san Pablo son una sola carne por el hecho
Ef 5,31; I Cor 6,16. de ser esposos.
Visita a Santa Isabel
Hay una escena en el evangelio de la infancia
donde José no aparece. Nada raro en el evange-
lio de san Lucas que se ahorró todo lo que pudo el
nombre de José, quizá para que no hiciera som-
bra a la virginidad de María. Lucas escribe su
evangelio a cristianos de origen pagano —grie-
gos— que no solamente no se extrañan del lugar
que el evangelista concede a María, y las mujeres
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Sucedió que “al sexto mes” de la concepción del
Lc 1,26. Bautista, el Ángel anuncia a María la concepción
del Hijo de Dios, y María permanece con su pri-
Lc 1,56. ma Isabel “tres meses” más. Lo que hace pensar
que fue y estuvo presente el tiempo necesario
para ayudar a su prima Isabel en el parto y en el
tiempo previo al parto; cuando las mujeres nece-
sitan más ser ayudadas.
El canto del Magnificat es una himno compuesto
por Lucas y atribuido a María. Parece una glosa
I S 2,1s. del canto de Ana, la madre de Samuel. Se pue-
de advertir un claro paralelismo entre Samuel y
I S 2,2; Lc 2,52. Jesús. Samuel fue un gran profeta que escuchó
la voz de Dios desde niño, como la escuchará y
cumplirá Jesús.
José en el nacimiento
Lc 2,1. San Lucas sitúa el hecho dentro de la historia
contemporánea. Jesús es el centro de la historia;
el que le da su sentido, el que plenifica el tiem-
Gl 4,4. po. La narración del nacimiento tiene un sentido
plenamente cristológico. A través de la estructu-
ra artística del relato, el evangelista presenta la
manifestación, o encarnación del Hijo de Dios en
el Hijo de María.
Lc 2,4. Jesús pertenece a la descendencia de David,
porque José era su descendiente. Este niño es el
Mesías y en él se cumplirá la promesa hecha a
nuestros padres. La Virgen está “desposada con
Lc 1,27. un hombre, llamado José, de la casa de David”. “Y
Lc 1,32. el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
su reino no tendrá fin”.
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Fue también un momento muy importante para
Jesús porque empieza a vivir como todo ser hu-
mano. Empezar a respirar fue toda una hazaña.
Se empieza a vivir desde el seno materno, pero
comúnmente hablando la vida empieza con el
nacimiento; quizá porque la fecha del embarazo
es un tanto incierta.
Jesús pudo decir, como cualquier persona: te
doy gracias, Padre, por haber nacido, y nacido
Jn 3,16. bien. La obra por excelencia de Dios es haber en-
viado a su Hijo al mundo.
Para José es el acontecimiento más grande de su
vida, aunque milagrosamente, tendrá un autén-
tico descendiente. A José le tocará desempeñar
la responsabilidad de Dios, hacerse cargo de su
Hijo... La filiación divina y la paternidad huma-
na no son cosas que se excluyen y rechazan, sino
que se complementan y se explican mutuamente.
Haber nacido es la condición necesaria para vi-
vir; califica a Jesús como auténtico ser humano.
Con Él y en Él empieza una verdadera historia.
Jesús nació pobre porque sus padres eran pobres.
Fue pobre como los pobres, sin opción.
El imaginar no es un ejercicio ajeno al Evange-
lio, ni a los evangelistas, y ayuda mucho a la con-
templación. Si María verdaderamente dio a luz,
y si Jesús verdaderamente nació, ¿Quién recibió
al niño? ¿Quién lo aseó? ¿Quién le cortó el cor-
dón umbilical? ¿La misma Madre? ¿José? ¿Una
comadrona? En las representaciones bizantinas
del nacimiento nunca falta José, aunque siempre
está presente, lo imaginan viendo hacia otra par-
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La parte central en el relato de Lucas es el anun-
cio del ángel, que no se hace a la gente importan-
te, sino a los pastores, los pobres, los humildes,
Lc 2,8. los marginados. El anuncio se hace por medio
de un ángel. Los ángeles son instrumentos de la
presencia y la revelación de Dios.
Existen documentos autorizados, de san León
Dz-H 291. Magno, en el año 449 donde se declara como fe
de la Iglesia la virginidad de María en el par-
to. Sabemos que en la fe definida tiene mucho
qué ver la devoción de la gente, la fe del pueblo,
y la visión que se tiene sobre la dignidad de la
sexualidad. Cuando se piensa que “nacer de una
mujer” es algo indigno de Dios, como pensaban
los marcionitas, se rechaza la realidad de la en-
carnación.
“Les anuncio una gran alegría, que lo será para
todo el pueblo”. El motivo de la alegría para los
pastores es que ha nacido su liberador, su Mesías,
el que cambiará sus vidas para bien. Lo que aquí
se anuncia, el tema de esta “evangelización” no
es el reino como acontecimiento, ni una doctrina,
ni un mensaje, es todo esto y más: es el nacimien-
to de una persona, Jesús. En él se contiene todo
el Evangelio, él es el Sí de Dios, su don, su Pa-
labra, su presencia y todo lo que Dios puede ser
para los hombres. Este anuncio y esta alegría son
algo que pertenece a todo el pueblo, es decir a
todos los hombres, pero de modo muy particular
es algo que toca a José y María. Porque en un na-
cimiento los primeros afectados son los padres.
En Lucas, el nacimiento de Jesús se presenta ya
como un acontecimiento universal. “Todos verán
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toles les toca dar a conocer y reflejar la gloria de
Dios en el rostro de Cristo. El anuncio del ángel
a María y a José se continúa en el de los pastores,
y estos prefiguran el anuncio de los apóstoles.
“Esto les servirá de señal: encontrarán al niño en-
Lc 2,12. vuelto en pañales y acostado en un pesebre”. El
signo no es ninguna cosa extraordinaria. Dios se
manifiesta en lo ordinario e insignificante. José
no aparece, en el nacimiento de Lucas, pero in-
dudablemente estaba presente. Si para los pasto-
res fue importante “ver” a Jesús, mucho más lo
debió ser para José. El primer contacto de Jesús
con el mundo exterior fue el ver y oler a María
y a José. Todo es para ellos una experiencia de
Dios encarnado. Si “María conservaba todas es-
Lc 2,19.51; tas cosas en su corazón”. Indudablemente José
Cf Lc 1,66. debió hacer otro tanto.
En el evangelio de Mateo, el nacimiento de Jesús
Mt 1,25. es extraordinariamente escueto. “Y —José— sin
haberla conocido, dio ella a luz un hijo”. Como
es frecuente en el Antiguo Testamento, el “cono-
cer” se refiere a la relación marital, por lo que en
este versículo se afirma de nuevo la concepción
virginal de Jesús, y en perfecta consonancia con
lo que dijo previamente: “Antes de empezar a estar
Mt 1,18. ellos juntos, se encontró encinta por obra del Es-
píritu Santo”.
Tanto el Evangelio de Lucas como el de Mateo
hablan de un nacimiento normal y de una con-
cepción milagrosa, “por obra del Espíritu Santo”,
donde el Espíritu se presenta como la fuerza y la
vida de Dios que se comunica al hombre, como
también es lo ordinario en el Antiguo Testamento.
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mente de los egipcios. Los habitantes preisraeli-
I S 14,6. tas de Caná la ignoraban.
Hch 7,8; Ex 4,25. En Israel se asumió como señal de alianza con
Yahveh y signo de obediencia, como pertenencia
Rm 4,11. al pueblo y a la comunidad en la fe. La circun-
Dt 10,1; 30,6; Jr 4,4; cisión es el “sello de la justicia de la fe”. Debía
Ez 44,7; Gl 5,3. traer a la memoria los deberes de la alianza. Y
era también un signo distintivo entre los otros
Jc 14,3; I S 14,6;
2 S 1,20. pueblos. Su institución se remontaba a Abraham,
Gn 17,9-14; Rm 4,12. padre de los creyentes y de los circuncisos.
Gn 17,12. En el Génesis se prescribe que la circuncisión
Lc 2,21. se realice a los ocho días del nacimiento. Sig-
nificaba un rito de incorporación al pueblo de
Fl 3,5; Jn 7,22. Dios y al tiempo del Mesías. En la antigüedad la
realizaban los padres de familia, sirviéndose de
un cuchillo de pedernal, pero después la lleva-
ban a cabo personas especializadas y probable-
mente se realizaba en la sinagoga o en el templo
de Jerusalén. En el evangelio de Lucas leemos
Lc 1,59. que el Bautista “fue llevado” a ser circuncidado.
Muy probablemente también Jesús fue llevado a
la sinagoga, y no lo circuncidó José en su propia
casa.
Con el signo de la circuncisión se unía la impo-
sición del nombre. Es de advertir la importan-
cia que estos momentos debían tener para José y
María que, como justos, cumplían perfectamente
la ley mosaica. Y no solo la importancia de tipo
ritual, sino espiritual y emotiva.
Jesús debió llorar fuertemente como todo niño
herido y José, que muy seguramente era quien
lo sostenía en brazos, debió sentir, por una parte
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Lc 1,31. una referencia implícita a su virginidad. Pero es
claro en Lucas también que la obligación y el de-
recho de poner el nombre corresponde al padre,
como dice el ángel a Zacarías, en el capítulo 1,13:
“Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pon-
drás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría
Lc 1,13.14. y muchos se alegrarán por su nacimiento”. Aquí
la alegría y el gozo van ligada en primer lugar al
padre de familia, en este caso a José, como debió
suceder también en el caso de Jesús.
La alegría de un padre de familia al tener un
hijo varón y primogénito, era inmensa porque
era más que la extensión de sí mismo. José no
debió considerarse menos padre debido a la con-
cepción milagrosa de Jesús. Para un judío de su
tiempo, toda concepción era como un milagro
y el ser humano le pertenecía a Dios en primer
lugar. “Habló Yahveh a Moisés, diciendo: “Con-
ságrame todo primogénito. Todos los primogénitos
de los hijos de Israel son míos, tanto de hombres
Ex 13,1. como de ganados”.
“Y cuando el día de mañana te pregunte tu hijo:
¿qué significa esto? Le dirás: Con mano fuerte nos
sacó Yahveh de Egipto, de la casa de servidumbre.
Como el Faraón se obstinó en no dejarnos salir,
Yahveh mató a todos los primogénitos en el país
de Egipto, desde el primogénito del hombre has-
ta el primogénito del ganado. Por eso sacrifico a
Ex 13,14s. Yahveh todo primer nacido macho, y rescato todo
primogénito de mis hijos”.
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implícita a Abraham, que rescató, por medio del
sacrificio de un cordero, a Isaac.
La ley del Antiguo Testamento prefigura a Cris-
to a quien Pablo llamará “Primogénito de toda la
creación”. Para José, Jesús era su hijo primogé-
Col 1,18. nito. Para san Pablo, Primogénito de todos los
hombres que habían de morir y resucitar.
Dt 26,1.11. Según la dinámica de los ritos de primicias Je-
sús debía de ser sacrificado, lo que significaba to-
tal entrega a Dios, pero según los ritos de rescate
debía ser sustituido –rescatado- por un cordero,
o en caso de extrema pobreza por unas palomas.
Porque Dios no se complace en la muerte de nin-
gún ser humano. José ofreció un par de tórto-
Lc 2,23. las. Este es un dato claro de la extrema pobreza
en que nació Jesús y de la pena que debió sentir
José al no tener un cordero blanco de un año y
sin ningún defecto para que sustituyera a Jesús.
Las palomas de José se ofrecían en lugar de Je-
sús; y el niño Jesús representaba a toda la familia
humana y a todo el universo. La Virgen le debió
entregar el niño a José, para que él lo entrega-
ra como propio, y al mismo tiempo lo rescatara
como ajeno. Porque ya no le pertenece, le perte-
nece a Dios, pero lo rescata, es decir, lo vuelve a
recibir para atenderlo, educarlo y formarlo.
Como ser humano, a Jesús lo formó José. Al mis-
mo Jesús, a quien María formó en su vientre, y a
quien dio a luz después de nueve meses. Desde
el punto de vista psicológico, uno de los factores
que más influyen en la masculinidad de un niño
es su propio padre; de él va aprendiendo la for-
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son leyes religiosas. Significaban la trascenden-
cia de Dios sobre la condición humana.
Para Jesús no tiene importancia la pureza ritual,
solo es importante la pureza moral, la pureza
Mc 7,15. del corazón. Para san Pablo, Jesús, con su vida,
muerte y resurrección, nos libró de toda impure-
Gl 5,1; 4,3. za a la que estaba sometido el judaísmo y en la
Rm 14,14; Economía de la salvación, nada es por sí mismo
Hch 10,15; 11,9. impuro.
La purificación de la Virgen María después del
parto fue un acto de obediencia legal y de puri-
ficación ritual con respecto a lo mandado en el
Antiguo Testamento: “Cuando una mujer conci-
ba y tenga un hijo varón, quedará impura durante
siete días, será impura como en el tiempo de sus
reglas. Al octavo día será circuncidado el niño en
la carne de su prepucio, pero ella permanecerá to-
davía treinta y tres días purificándose de su sangre.
No tocará ninguna cosa santa, ni irá al santuario
hasta cumplirse los días de su purificación”. “Pre-
sentará al sacerdote a la entrada de la tienda de
reunión un cordero de un año, como holocausto,
y un pichón o una tórtola como sacrificio por el
pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahveh, ha-
ciendo expiación por ella, y quedará purificada del
flujo de su sangre. Si no le alcanzara para presen-
tar una res menor, tome dos tórtolas o dos picho-
Lv 12,2-8. nes, uno como holocausto —de purificación— y
otro como sacrificio por el pecado”.
Según la fe de la Iglesia, José y la Virgen Ma-
ría cumplen con estos ritos como hijos de Israel,
pero no tanto como una necesidad de purifica-
ción real, que en el caso de María no se daba, so-
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“Entraron en la casa y vieron al niño con María,
Mt 2,11. su madre, y puestos de rodillas lo adoraron”. Es
de advertir que en este momento, que es el cul-
men del relato, no aparece José. Que en el texto
de Mateo es un personaje de suma importancia.
Quizá para que en la catequesis se hiciera notar
que Jesús es Hijo de Dios. Idea vinculada con la
adoración: “puestos de rodillas lo adoraron”.
Según el relato evangélico que tiene sentido teo-
lógico y no histórico, preguntarse qué hizo José
con el oro, incienso y mirra resulta una pregunta
fuera de lugar. Pero los regalos sirvieron para ha-
cer notar la naturaleza de Jesús. Incienso, como
al Hijo de Dios, mirra como a un hombre que ha
de morir, oro como a rey con corona de espinas.
José huye a Egipto
La huida a Egipto está en la misma línea de la
adoración de los magos, solo que en este relato
se le da su lugar a José: Dios se comunica con
José en sueños, tanto para que huya a Egipto
como para que regrese a Nazaret. “Él se levantó,
Mt 2,21. tomó consigo al niño y a su madre y entró en tierra
de Israel”.
Mateo aplica a Jesús, como Hijo de Dios, el texto
Os 11,1. de Oseas: “De Egipto llamé a mi hijo”, cuyo ori-
ginal se refiere a la salida de Egipto del pueblo
de Israel, y al pueblo en su conjunto, como hijo
de Dios. De esa manera Mateo hace que Jesús
viva en su propia persona la historia del pueblo
de Israel.
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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al lado de María de modo que ella solía estar al
pendiente de cualquier movimiento del bebito;
para consolarlo si lloraba, cubrirlo si tenía frio
o amantarlo si tenía hambre. Muy seguramente
Jesús dormía entre José y María. Hasta los tres
años el niño era amamantado y dependía total-
mente de la madre. Lo enseñaba a comer alimen-
tos sólidos: queso, dátiles, higos, el pan que ella
misma hacia como tortillas de harina
Para un niño de cinco años dormir con su papá
es toda una ilusión. Jesús lo debió registrar como
Lc 11,7. un recuerdo de su infancia. Ningún papá es ca-
paz de dar a su hijo una culebra cundo le pide
Lc 11,11. pescado, ni una piedra, si le pide pan. Todo papá
parte cariñosamente el pan cuando se lo pide su
hijo. O ¿qué papá hay que si su hijo se le cae a un
Lc 14,5. pozo no lo saca al momento, aunque sea sábado?
Un niño, cuando es muy pequeño, no tiene me-
jor cuna que los brazos de su madre; y cuando
es un poco más grande no tiene mayor ilusión
Lc11,7. que dormir con su papá. Su papá es autoridad,
fuerza, protección y entrega por amor. Ningún
miedo es superior al papá. “Él me libró de todos
Sal 34,5. mis temores”.
José un padre libre, consciente y responsable
Desde un punto de vista genético, la paterni-
dad consiste en engendrar y dar origen. Desde
un punto de vista humano, que tenga en cuenta
todos los aspectos de la persona, la relación pa-
ternal consiste en el cuidado, la continuidad y
la responsabilidad en el desarrollo del hijo. Esta
fue la misión de José con respecto a Jesús. No
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que pueden volar como ellos. Jesús debió volver
del mercado feliz con un par de pajarillos que
José pudo haberle comprado con una moneda de
Mt 10,29. poco valor.
José hombre de trabajo
El evangelio nos dice que José era un carpin-
tero: “¿No es este el hijo del carpintero? ¿No se
llama su madre María, y sus hermanos, Santiago,
Mt 13,55. José, Simón y Judas?” “¿No están sus hermanas
Mc 6,3. aquí entre nosotros?”, El oficio de José se ha de
entender como jornalero. Un hombre que vivía
de su trabajo y que estaba dispuesto a hacer lo
que se necesitara. Posiblemente, como casi todos
los galileos, tenía algún campo y ovejas. José en-
señó a trabajar a Jesús cuando éste tuvo edad
para hacerlo.
Lo primero debió ser, enseñarlo a cuidar las ove-
jas, a ir delante de ellas, pero atento a que no se
rezagara ninguna. A llamarlas por sus nombres.
A algunas él mismo se los habrá puesto. Apren-
dió a buscar la que se perdiera hasta encontrarla.
A curarla si estaba herida. José le enseñó a Jesús
a ser un buen pastor, a cuidar las ovejas como
Jn 10,1s. propias, no como un asalariado.
Es posible que también haya aprendido de José
a sembrar la semilla en el campo. Advertiría que
al esparcir la semilla no todas caen en buena tie-
rra, y que la tierra, que es como el corazón de los
Mt 13,4. hombres, es capaz de dar mucho, poco o ningún
fruto.
No cabe duda que la mayoría de las parábolas
de Jesús tienen sabor de experiencia personal.
36
JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
37
José, como padre, se sintió satisfecho al tener
un hijo, semejante a él pero independiente, cons-
ciente y responsable que piensa, juzga, decide y
actúa por sí mismo.
José, padre atento y delicado
Durante su infancia, muy seguramente Jesús se
enfermó más de alguna vez. Lo que debió preocu-
par a José y a María porque se ocupaban no solo
de su alimentación, sino también de su salud y
bienestar. Imaginemos a Jesús con un fuerte res-
friado. Esta acostado en una especie de zarzo,
suspendido por cuatro cuerdas de una viga del
techo. Era una especie de cuna que servía para
arrullar al niño. José esta junto a él cuidándolo
para que no se caiga y frotándole las manitas y
los pies para calentarlo un poco. María le pre-
para un té muy caliente. Y como los niños fácil-
mente se enferman y fácilmente se restablecen,
al poco tiempo Jesús está jugando como si nada
hubiera pasado.
José debió ser especialmente cariñoso con Je-
sús, y con un cariño incondicional, como lo da a
Cf Lc 15,20. entender la parábola del hijo pródigo cuando el
padre de familia cubre de besos a su hijo.
José como educador
Jesús aprende de José todo cuanto un niño
aprende de su papá: a caminar, hablar, comer,
bastarse a sí mismo, tener amigos y tratar a los
demás, a entender la Escritura con las categorías
de su tiempo; a entender su propia misión a par-
tir de la Escritura, y, sobre todo, por el fruto de
una reflexión personal y una oración profunda
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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persona psicológicamente sobre todo contem-
plando a José.
Nada influye tanto en un niño, en la formación
de su identidad, como la contemplación de sus
padres. Jesús entiende que él es “Yeshuá bar Yo-
sef ”, Jesús hijo de José, y así dirá su nombre y
Lc 3,23; Jn 1,45;
6,42; Mt 13,35; será conocido e identificado por sus contempo-
Mc 6,3. ráneos. O también como “el hijo del carpintero”.
Indudablemente José enseñó a Jesús a ir al cam-
po, a observar las flores que un día veía frescas
y al día siguiente estaban marchitas. A llevar las
ovejas, cuidarlas y traerlas a casa al ponerse el
Jn 10,1s. sol por la noche. Seguramente él las llamaba por
su nombre y se sentía conocido por ellas.
Jesús va aprendiendo a amar a Dios por encima
de cualquier satisfacción personal, como José.
Su centro de gravedad es la respuesta al Padre
en la libertad y el amor.
Normalmente cuando se trata a un niño con
agresividad el niño se hace agresivo; y cuando se
trata con amabilidad se hace amable. El Evan-
gelio atestigua que desde su infancia Jesús fue
Lc 2,52. extraordinariamente amable e indudablemente
porque fue tratado con máximo amor.
Jesucristo llegó a ser como fue, comprometién-
dose, acogiendo y amando a los demás. Jesucris-
to fue aprendiendo a ser no solamente para sí
mismo y para el Padre, sino también para los
demás. Aprendió a recibir a los demás, a comu-
nicarse, y a recibir la comunicación de los otros.
La educación y el trato de su padre con los demás
fue el mejor ejemplo para Jesús. Él sabía que del
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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fue conducido no precisamente a la escuela, sino
al templo, pues “sus padres iban todos los años a
Lc 2,41. Jerusalén a la fiesta de pascua” y a la sinagoga, y
a todos los lugares a donde el niño debía o quería
ir y no podía ir solo. José tuvo que enseñarle a
Jesús a orientarse y a cuidarse. A buscar el mejor
camino y a caminar con precaución.
La sinagoga en tiempo de Jesús no solamente
era la reunión de los judíos en algún lugar, sino
el lugar adecuado para la reunión. Se iba a la si-
nagoga todos los sábados y los días de fiesta. En
Nazaret, como en todas partes, el ábside estaba
orientado hacia Jerusalén, hacia el Templo. Allí
se guardaban en un armario las Sagradas Escri-
turas y se tenía por ellas una especial veneración.
Había bancos para los asistentes y un púlpito
para el lector o comentador de las Escrituras.
Los presentes podían hacer reflexiones. Toda
ceremonia o estudio de la Escritura empezaba
con el rezo del Shemá: “Escucha Israel Yahveh
es tu Dios, solo Yahveh”, etc. La reunión se ter-
minaba con la bendición del libro de los Núme-
ros: “Yahveh te bendiga y te guarde; que ilumine
su rostro sobre ti y te sea propicio; que te muestre
Nm 6,24; Mt 5,25s. su rostro y te conceda la paz”. Había un presiden-
Hch 13,15. te, que dirigía la ceremonia y designaba al lector
y un ministro, encargado de los libros sagrados,
había encargados del orden y del aseo.
Jesús va aprendiendo que en todo hay algo de
belleza, de bondad y de verdad, pero no se de-
tiene, como distraído, sin referirla al Padre. La
referencia al Padre es para Jesús el valor más
grande que encierran todas las cosas; y todo esto
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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Muy posiblemente Jesús tuvo una mascota, que
pudo haber sido un perrito, o una ovejita negra.
Jesús no tuvo hermanos carnales que de pequeño
jugaran con él y, por lo tanto, su primer compa-
ñero de juego fue su papá.
Para José y María, Jesús era el Primogénito, lo
que bíblicamente significaba un don especial al
que debieron disfrutar como unos papás jóvenes
disfrutan a su primer hijo.
José como modelo
Para un niño, en una familia funcional, el papá
es siempre un modelo a seguir. La capacidad de
admiración y amor, antes que en cualquier otra
persona se centra en el papá. La cercanía es un
elemento muy importante. El papá era la perso-
na que siempre estaba en el momento en que se
le necesitaba.
El niño aprende de su papá, incluso por mime-
tismo: a hablar como él habla, en el tono y en
la entonación; en el pretorio lo relacionarán con
Mc 14,70. Pedro. Pero también hacía los mismos adema-
nes que José. Usaba las mismas expresiones. Su
modo de hablar el arameo tenía un acento que lo
caracterizaba como un habitante de la región de
Mt 26,73. Galilea.
El arameo era la lengua paterna, aunque in-
fluenciada por los dialectos circunvecinos. El
Evangelio nos conserva algunas palabras, segu-
ramente pronunciadas por Jesús y propias de su
lengua paterna. Como “!Elí, Elí!, ¿Lema sabacta-
Mt 27,46; Mc 5,41. ní?; o “!Talitha qum!”. El término para referirse
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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la naturaleza con la gracia, lo material con lo
espiritual, la muerte con la vida eterna.
José, como “Padre de familia”
—Imagen existencial, viva, de Dios—
Los padres forman la atmósfera de atención
que el niño necesita. Los padres son autoridad,
protección y entrega por amor. Solo porque Je-
sús tuvo la experiencia de un gran papá, pudo
llamar a Dios “Padre”. San Juan, el evangelista,
y su comunidad consideró a Jesús como hijo de
José: “¿No es este Jesús, el hijo de José cuyo pa-
Jn 6,42. dre y madre conocemos?”. Mateo nos dice que Je-
Mt 1,16. sús es descendiente de David por parte de padre.
San Juan y san Pablo no hacen ninguna alusión
a la virginidad de María, aun cuando pudiera ser
Gl 4,4; Rm 1,1s. oportuno y favorecer la fe en Cristo como Hijo
de Dios.
Juan no parece relacionar la concepción vir-
ginal de Jesús con la filiación divina de los que
creen en Cristo, porque para él son verdades de
Jn 1,12; I Jn 5,18. distinto orden como leemos en el prólogo del
evangelio de Juan: insiste en que nacer de Dios
Jn 3,3. por la fe, ser hijo de Dios, nada tiene que ver con
Cf Coment. Bíblico la generación humana sino que es don de Dios.
san Jerónimo.
—“jói”, Jn 1,13, en todas las versiones griegas es
plural “los cuales, quienes” y se refiere a los que
creen en su nombre—. La generación humana
no está vinculada con la filiación divina recibida
por la fe. En la primera epístola de san Pedro lee-
mos; “Dios nos ha reengendrado a una esperanza
I P 1,3. viva…por medio de la fe”, “Han sido engendrados
I P 1,23. de un germen no corruptible, sino incorruptible,
por medio de la Palabra de Dios”.
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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Ex 12,26. Israel, en Egipto”. Y José tuvo que explicar con
detalle y gran devoción los hechos y ritos de la
celebración de la Pascua.
Jesús crecía a la sombra de José
Este aspecto del crecimiento de Jesús ya apare-
ce prefigurado en el Bautista: “El niño crecía y su
Lc 1,80. aspecto se fortalecía” y en el de Samuel: “El niño
I S 2,21. Samuel crecía ante Yahveh”.
Es frecuente en la Sagrada Escritura que unos
autores inspiren a otros; y los Padres de la Igle-
sia ven en las figuras relevantes del Antiguo Tes-
tamento preanuncios o figuras del mismo Jesús.
Era costumbre antigua en el pueblo de Israel
que la mujer se encargara del abastecimiento del
agua en la casa. Con un cántaro sobre los hom-
bros llevaba el agua de la fuente o del pozo al
recipiente que había en cada casa para los diver-
Jn 4,6s. sos usos. El agua se guardaba en grandes tinajas
de arcilla también en odres de piel de oveja. Era
común que la mujer se ocupara de lavar los pies
de su marido y de los invitados también, cuando
ITm 3,10. los había. La virgen María debió lavar los pies de
su esposo José cuando se sentaban a la mesa. Es
interesante advertir que en el Evangelio aparece
una mujer lavando los pies a Jesús, y Jesús lavan-
do los pies a sus discípulos, que era función de
Lc 7,39; Jn 13,14. mujeres y esclavos.
Jesús crecía en edad, sabiduría y en gracia. Iba
penetrando cada vez más en el misterio de Dios
y de sí mismo. Crecer en sabiduría significa ir
haciendo cada vez más personales, como motiva-
ción interna, los grandes valores de Israel. Crecer
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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La Tora mandaba que todo israelita se presenta-
ra en el templo con ocasión de las tres grandes
fiestas. La Pascua, o fiesta de los ázimos, se re-
cordaba y se celebraba la liberación de Egipto.
En esa fiesta se comía el cordero y se ofrecían las
primicias de la cebada. La fiesta de las semanas
o de pentecostés, a los cincuenta días de la pas-
cua, se ofrecían las primicias del trigo. La terce-
ra era de las tiendas o tabernáculos, era el día de
Ex 23,17; 34,23; acción de gracias por la recolección de los frutos.
Dt 16,16s. La primera y la tercera duraban ocho días, y la
segunda uno solamente.
No es seguro que las mujeres estuvieran obliga-
das a este peregrinaje, había rabinos que decían
que sí, y otros que no. Para la pascua era más
común que asistieran las mujeres.
Estaban exceptuados de la obligación de ir a Je-
rusalén los niños, las mujeres, los enfermos y los
ancianos que no pudieran hacer el viaje a pie.
Los niños estaban obligados a partir de los tre-
ce años. A esa edad se consideraba que ya eran
“mayores de edad religiosa”, es decir, sujetos que
debían conocer y cumplir las obligaciones de un
buen israelita, con respecto a los ayunos, a las
ceremonias y a las fiestas.
San Lucas empieza el relato diciéndonos que
“José y María iban todos los años a Jerusalén a
Lc 2,41. la fiesta de la pascua” pero ahora, que Jesús te-
nía ya doce años fueron a Jerusalén, como solían
hacerlo. Muy seguramente llegaban a la celebra-
ción un día antes, y se volvían a Nazaret un día
después de la fiesta, puesto que el camino de Je-
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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nuestros pies en tus puertas, Jerusalén! Jerusalén,
construida cual ciudad bien compacta, a donde
suben las tribus de Yahveh, es para Israel el mo-
tivo de dar gracias al nombre de Yahveh. Porque
allí están los tronos para el juicio, los tronos de
la casa de David. Pidan la paz para Jerusalén: ¡en
calma estén tus tiendas, haya paz en tus muros, en
tus palacios calma! Por amor de mis hermanos y
de mis amigos, quiero decir: ¡La paz contigo! ¡Por
Sal 122,1s. amor de la Casa de Yahveh nuestro Dios, pediré
todo bien para ti”.
La pascua se señalaba el quince del mes de Ni-
sán y los siete días siguientes, o sea, durante la
luna llena de marzo a abril. Esto debió ser para
Jesús algo maravilloso: el día de su primera Pas-
cua. El día catorce, después de puesto el sol, en
grupos de diez a veinte personas, comían el cor-
dero pascual, recordando la liberación de Egip-
to. Era el día de la fundación o constitución del
Ex 13,14s. pueblo judío. En la celebración Jesús debía estar
junto a José para que le explicara de cerca el sen-
tido de cada acto ceremonial.
Según la teología rabínica, en ese día, a los tre-
ce años y en la pascua, se colocaba en todo judío
el yugo de la Ley, para que controlara sus pasio-
nes y aprendiera a caminar según los caminos de
Dios. Para un judío la Ley es como un yugo ama-
do que se lleva atado a la cabeza por medio de
las coyundas que vienen a ser la educación que
se recibe. Las coyundas eran unas cintas de cue-
ro que unían la res con el yugo. La educación es
lo que une al pueblo de Israel con la ley de Dios.
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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por una especie de portales, probablemente bas-
tante sucio por la cantidad de peregrinos que se
habían apiñado en él días antes. Era costumbre
que algunos de los rabinos aprovecharan esta
afluencia de peregrinos para instruir a la gen-
te sobre distintos puntos de su interés, también
para responder a las preguntas de tipo doctrinal
y jurídico que seguramente se les ofrecían, por
ejemplo: ¿está permitido ir a la fuente por agua
cuando el ánfora de la casa se ha roto y derrama-
do el agua, o debemos quedarnos sin beber?
San Lucas nos dice que al tercer día encontra-
ron al niño entre los rabinos, contestando y ha-
ciendo preguntas. Los rabinos preguntaban, por
ejemplo, ¿cuál es el mandamiento más importan-
te de la ley? Jesús estaba entre ellos, metido en
la dinámica académica, porque el también hacia
preguntas y daba respuestas. Ya se veía que tenía
vocación de maestro de la ley.
Al encontrarlo José y María, le dice María:
“¿Hijo, porque nos has hecho esto? Tu padre y yo te
Lc 2,48. hemos andado buscando llenos de angustia”. José
y María experimentaron la angustia de perder a
Jesús pero también la inenarrable alegría de en-
contrarlo. En el relato de Lucas que como siem-
pre le da una importancia especial a María, la
pregunta es de María, aunque la hace en plural,
incluyendo a José, y poniendolo en primer lugar:
“Tu padre y yo”. Pero desde el punto de vista his-
tórico, pudo ser más probable que la pregunta
la hiciera José, que era el jefe de familia, y que
su pregunta tuviera un sentido de reproche y de
regaño: “Jesús, ¿por qué nos has hecho esto? Tu
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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sostiene, porque se une con nosotros, porque nos
llama y plenifica. Pero no es padre en sentido
sexual, ni de Jesús ni de nosotros.
La persona y la vida de Jesús rebasan la capaci-
dad de comprensión condicionada por una cul-
tura particular y por la limitación humana. Lo
que sucedió particularmente a José, que en ese
momento no tenía por qué darle un alcance más
trascendente de lo que le ofrecían sus percepcio-
nes. ¡El niño Jesús se había quedado en el templo
de Jerusalén sin la autorización de sus padres!
Jesús se olvidó de avisar. De pedir permiso. Esto
fue ocasión de gran angustia para ellos.
Indudablemente que su actitud pone de relieve
su sentido religioso, su deseo de servir a Dios, su
deseo de presenciar los ritos y servicios litúrgi-
cos. Él podría decir como el salmista: “Vale más
un día en tus atrios que mil en mansiones, estar
Sal 84,11. en el umbral de la Casa de mi Dios, que habitar en
las tiendas de impiedad”.
A la respuesta de Jesús de ¿por qué me busca-
ban?, José podría haber dicho: porque te quedas-
te sin avisarnos y sin permiso, y Jesús contesta
con otra pregunta ¿es que no sabían que para mí
lo mejor es estar en la casa de mi Padre?
Hay comentaristas que opinan que esto refleja
una consciencia clara de que Jesús es el Hijo de
Dios. Lo cual puede ser el sentido del evangelio y
de la mentalidad catequética de san Lucas. Jesús
es el Hijo de Dios desde el vientre virginal de su
madre. Pero no necesariamente de la conscien-
cia de Jesús real e histórico, porque en ese caso
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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cuartos pequeños con un patio de usos múltiples
que generalmente se comparte con las casas ve-
cinas.
Hay espacio para dormir en el suelo por grupos.
Los hijos por un lado, las hijas por otro. Un espa-
cio para los papás, otro para guardar las perte-
nencias, podía ser una caja o una especie de baúl
o arca de donde se podían sacar cosas nuevas y
Mt 13,52. cosas viejas. El mobiliario era muy escaso debi-
do a la falta de madera. La gente sencilla dormía
en el suelo sobre una especie de colchoneta. Te-
ner cama era propio de gente pudiente. Los en-
fermos usaban camillas, un bastidor con dos o
cuatro patas pequeñas y con un jergón amarrado
o cosido al bastidor. Jesús le dijo a un enfermo
curado: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu
Jn 5,8. casa”. Donde había una cama, de unos cuarenta
o cincuenta centímetros sobre el suelo, se usaba
durante el día para comer, como sobre una mesa.
Mc 4,21; Mt 5,15. “No se pone una lámpara debajo de la cama, sino
sobre la mesa”.
José es la autoridad en su casa de Nazaret. Él le
dice a Jesús, por ejemplo: Jesús, dile a tu mamá
—madre— que le baje la bastilla a tu túnica, o
que le añada unas diez vueltas más, con su gan-
cho o sus agujas, porque has crecido mucho y
ya te queda corta. Recuerda que nunca te debes
quitar la túnica ante nadie, solamente tu mamá
y yo podemos verte en cendal –calzones- . Se po-
nía mucho cuidado en que los niños no anduvie-
ran desnudos. El cendal era una tela triangular o
rectangular que se colocaba por atrás y se pasa-
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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el reino de los cielos vale la pena dejar la vida
familiar. Y todo aquel que cumple la voluntad
de su Padre, es como su madre y sus hermanos.
Cuando Jesús murió, los apóstoles volvieron a
Mt 28,16; Jn 21,1s. sus casas, —Emaús, Galilea— y cuando resucitó,
volvieron a dejarlas. Y “la casa” era la imagen
más bella para describir la vida eterna, donde se
vive en comunión con Dios.
José oculto en la vida oculta
Es evidente que los evangelistas tienen especial
interés en ocultar la figura de José. No es creíble
que hayan tenido más información sobre detalles
de la anunciación de María que sobre el influjo
de José en la educación de Jesús. Por otra parte,
tampoco se puede suponer fácilmente que José
haya muerto a edad temprana de Jesús. La ac-
titud espiritual de Jesús, sus enseñanzas y pará-
bolas, hacen pensar que estuvo existencialmente
marcado por la figura paternal de José. Jesús no
hubiera hablado espontáneamente del hombre
que parte el pan para sus hijos, del jefe de familia
que duerme en la misma cama con ellos, del hijo
pródigo, si le hubiera faltado la figura paterna.
El amor se realiza en la salida de sí mismo. No
hay amor más desinteresado que el que dispone
de sí mismo para entregarse. El amor humano
no es un movimiento instintivo sino un impulso
consciente y libre. El amor es la ofrenda de José
proyectada hacia Jesús. Cuando se hace el don
máximo se trata de la máxima generosidad. El
don máximo de José es el darse al Padre en su
amor a Jesús. “Nadie tiene mayor amor que el que
Jn 15,13. da la vida por sus amigos”. Jesús vio y fue apren-
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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los nuestros, por ser signos y no revelarnos to-
talmente su contenido, pueden ser traicionados.
Lc 7,36s. Pueden ser auténticos, como el de la pecadora, o
falsos, como el de Judas.
Jesús fue creciendo en su amor, en su entrega,
en su fidelidad al Padre y a nosotros. Jesús cre-
cía, era un hombre en camino.
Él, que procede totalmente del Padre, es el autor
de su propio desarrollo. Al hacerse hombre pasa
por todo lo que significa para los hombres “llegar
a ser hombre”.
Jesús, hijo de José, según se creía
Lc 3,23. “Era, según se creía, Hijo de José”. Al empezar a
narrar la vida pública de Jesús, es importante la
presentación que san Lucas hace de Jesús. Nos
pone a Jesús en relación con su pueblo, Naza-
ret. Todos lo conocen como el hijo de José. Lo
han visto trabajar y han convivido con él desde
pequeño, a lo largo de treinta años. Jesús se ha
ganado sus corazones por su presencia, su forma
de ser y su modo de tratar a los demás. Cuan-
do interviene en la sinagoga dando su punto de
vista, explicando las Escrituras, preguntando o
respondiendo, siempre han quedado “impresio-
nados por las palabras llenas de amor que salían
Lc 4,22. de su boca”. Jesús se ganó el corazón de sus con-
Cf Lc 2,52; ciudadanos y los llenó de ilusiones y de temores.
4,36; 4,28. Se le identificaba como el hijo de José. Ese era su
nombre y de esa manera la gente se relacionaba
con él.
La expresión de Lucas describe a Jesús como
el hijo de una familia cualquiera del poblado de
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
63
corresponde a papá, pero dicho con cariño de
Rm 8,15; Gl 4,6. niño bien tratado y querido. El arameo del térmi-
no hace caer en la cuenta de que ese atributo de
Dios es más familiar que bíblico.
No es extraño el nombre de Padre para Dios, en
la Biblia, pero tampoco es común. El término de
“Abbá” de Jesús, es único. Solo Jesús y los cristia-
nos llamamos a Yahveh “Abbá, Padre”.
La muerte de José
Es prácticamente seguro que José murió joven,
antes de que Jesús empezara su vida pública,
probablemente a los 25 años de haberse casado
y tal vez como a los 42 ó 45 años de vida. Esto lo
podemos imaginar porque a un judío lo casaban
normalmente alrededor de los 17 años, y José no
Mc 3,21.31s; aparece para nada, ni siquiera en los momentos
Mt 12,46-50; en los que debería aparecer, en la vida pública de
Lc 8,19.21.
Jesús. Hubiera sido inusitado que María y Jesús
asistieran a las bodas de Caná y no José, como
Jn 2,1. jefe de familia, que María, acompañada de los
Mc 3,32; 3,21. familiares, fuera a advertir a Jesús, y no José.
José vivió el tiempo de su vida breve con la mu-
Qo 9,9; Pr 8,19. jer que amaba, educando, protegiendo y con-
templando, no solo en el corazón, sino con sus
ojos, al Mesías Hijo de Dios. Y amando a Yahveh
con todo el corazón y durante toda la vida, como
hombre justo y santo. Pero en el plan de Dios
estaba llamarlo pronto para que no presenciara
la muerte de Jesús, sino desde el cielo y con el
corazón y los ojos del Padre-Dios.
José formará a Jesús en el sentido humano y re-
ligioso de todo buen israelita, para luego morir
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JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
65
Para Jesús, la muerte era el paso de esta vida al
reino de Dios en el cielo. No la comprendía como
separación del alma y del cuerpo; esa era una
forma de pensar no propiamente judía sino más
bien griega. Para Jesús el ser humano dejaba de
existir en este mundo para estar con Dios. Mo-
rir era como un “acostarse” a descansar, como
él mismo se acostaba con José para dormir. José
se iba a acostar con Dios para luego levantar-
se, resucitar. Morir era devolverle el espíritu a
Dios, el que había recibido cada quien desde su
creación, para volvérselo a Dios que es el único
Si 12,7; 1 Tm 6,16. inmortal. Jesús considera la muerte desde una
perspectiva de resurrección, no de inmortalidad.
Lo que resucitará es el hombre entero, como fue
ante Dios aquí en el mundo y esta vida es como
2 R 14,16; Jb 14,12; un germen o principio de vida eterna que se dará
Hch 13,36; 1 Co en la resurrección. Jesús conserva la imagen de
11,30;15,6.18.20.51; ir “a acostarse con sus padres”. Pablo que es he-
1 Ts 4.13s.
Rm 5,12.17; 6,23; 1 redero de la tradición sapiencial ve la causa de la
Co 15,21s. muerte en el pecado.
Jesús no atribuye la muerte al pecado ni la per-
sonifica, como si fuera alguien que llega inespe-
radamente. Lo que acontece es la muerte que de
alguna manera todos llevamos dentro. Porque
cuando se nos dio la vida se nos dio el privilegio
de poderla entregar en manos de Dios cuando él
Lc 23,46. nos llame. La muerte tenía un sentido profundo
de obediencia. —Señor, cuando tú quieras—.
El pueblo de Israel veía en una larga vida la
consecuencia de una vida justa, y en la muerte
temprana la consecuencia de una vida no justa.
Esa manera de pensar, con ser judía, muy segu-
66
JOSÉ EN LA VIDA DE JESÚS
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Se colocaba el cuerpo en una fosa no muy pro-
funda, luego se echaba tierra sobre él. Si se trata-
Mt 27,57s. ba de una persona pudiente se le enterraba en un
sepulcro cavado en la roca. A José se le enterró
de forma ordinaria.
El duelo que debía hacerse duraba siete días y
Nm 19,11s. éste terminaba con un rito de purificación. No
debía hacerse por más tiempo.
Para un israelita los muertos, aquí en la tie-
rra están muertos, no vivos. Eso significa que
su mundo es el sheol, que era como una región,
una morada común que constituía la región de
los muertos, una tierra de sombras habitada por
quienes perecieron. El sheol no se pensaba como
I P 3,19; un lugar individual, como una tumba, sino como
Hch 2,27. un lugar común. De ahí resucitarían los muertos.
Jesús creía firmemente en la resurrección y por
lo tanto que José resucitaría como él para estar
con Dios Padre.
Los israelitas solo dan culto a Dios y no a los
muertos, aunque sean Abraham, Isaac y Jacob,
Moisés o David. A ellos se les recordará pero no
se les venerará. A ellos se les honra cuando se
vive la fe de los antepasados.
A la muerte de José, Jesús se convirtió en el jefe
de familia. Jesús vivía con María, su madre, pero
muy probablemente también con sus parientes
o hermanos: Santiago, José, Simón y Judas y
Mt 13,55; Mc 6,3. ellos con sus respectivas mujeres e hijos. Debió
ser una familia unida cuyo primer dirigente fue
José, pero una vez que José murió, automática-
mente Jesús, como primogénito, se convirtió en
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BIBLIOGRAFíA
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