Pecado Estructural
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ARTHUR RICH
Pero, qu es lo que Dios quiere? La respuesta a esta pregunta es Jess, en cuya
existencia se hizo plenamente transparente la voluntad de Dios, y que quiso lo mismo
que Dios con una radicalidad y unicidad escatolgicas. En l se hizo realidad histrica
ese mismo amor que define a Dios y del que se dice que quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en l (1 Jn 4, 16). Lo que Dios quiere de los hombres, lo
articula Jess mediante dos mandamientos veterotestamentarios (Mc 12, 30ss): "amars
al Seor tu Dios con todo tu corazn, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y "amars
a tu prjimo como a ti mismo".
Esto, con otras palabras, significa lo siguiente: yo slo puedo querer lo que Dios quiere,
cuando me abro totalmente al TU de Dios y de los hombres, cuando no me vuelvo sobre
m mismo (homo incurvatus in se) y convierto mi propia autorrealizacin en meta
suprema. Pues amar significa no vivir para s, sino primariamente con el otro y para el
otro. El otro que es Dios y el otro que es el hombre. Y todo esto significa que la esencia
del amor es una existencia dialogal, una vida en dilogo con Dios y con Dios y con
todos los que nos salen al encuentro. Eso es lo que en realidad quiere Dios. Y eso es lo
que con pleno derecho puede ser designado como el Bien.
Pero si el Bien es esa existencia dialogal, en confianza orante para con Dios, en
solidaridad humana con todos los que comparten nuestro existir, entonces el Mal ser lo
contrario de eso: una vida en monlogo que gira alrededor de s mismo, se afirma a s
mismo desconsideradamente, y erige en principio absoluto la autonoma que a uno le
conviene. Segn la Biblia, el fundamento ms profundo del Mal es ese principio
absoluto que, en definitiva, se cierra a la voz tanto de Dios como del resto de la
creacin.
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All donde aparece concretado, ese Mal Fundamental es nuestra decisin ms ntima. Y
por eso le corresponde, en su mdula, un rostro totalmente personal.
Pero, en su realidad total, el Mal nunca es meramente personal. Pues all donde los
hombres viven juntos, nunca viven inmediatamente juntos como un puro rosario de
personas, sino que viven insertos en la mediacin de una serie de instituciones:
matrimonio, familia, vecindad, profesin, lugar de trabajo, economa, estado, etc., etc.
En este sentido, Marx da en el clavo cuando escribe que "el hombre no es una esencia
abstracta que flota fuera del mundo; el hombre es el mundo, estado, sociedad...". Hay
por tanto como un tejido inconstil entre hombre y persona.
Con otras palabras: el hombre, como persona, no puede ser separado de su mundo. Si el
mundo de la persona es malo, es decir, es una existencia que se afirma en s misma
monlogamente y crea as enemistad entre los hombres, entonces tambin el mundo del
hombre ser malo hasta en sus estructuras ms elementales las cuales a su vez
dominarn a las personas particulares, como dice Marx: "el autoafianzamiento de
nuestro propio producto hasta que llega a convertirse en un poder objetivo sobre
nosotros". Y si todo esto es as, debemos hablar no slo de un pecado personal sino
tambin de un pecado (o mal) estructural, que hace culpable al hombre aunque ste y su
mundo se encuentren siempre en l. Este es el contenido vlido de lo que la tradicin
cristiana llam pecado original.
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fatalidades a travs de las cuales nos hacemos culpables. Y si esto es as debemos hablar
tambin de un mal estructural en contraposicin al personal.
Pero es trabajoso comprender la realidad de ese pecado estructural y reconocerlo en
aquello que nos hace a nosotros corresponsables tambin personalmente. Nos limitamos
a hablar alegremente de estar expuestos a "necesidades que nos llevan a acciones que (al
menos despus) las lamentamos. Hablamos as sin preguntarnos si se trata realmente de
necesidades inevitables porque estn fundadas en las cosas mismas, o slo de las
necesidades fundadas en estructuras que, a su vez, proceden de los hombres y que
propiamente no deberan existir.
Un ejemplo personal permite aclarar lo que quiero decir. Conozco a un jefe de personal
que personalmente se esforz porque las relaciones con sus trabajadores fueran
humanamente buenas y que tuvo que palpar con dolor que, a pesar de eso, eran cada vez
peores. Un anlisis ms detenido de la situacin hizo ver que en la fbrica haba algn
fallo estructural sobre todo en el sistema de contratos que se practicaba all y que era segn l mismo reconoca- no slo opresor sino casi represivo. Le pregunt si la
relacin poco amistosa entre l y sus subordinados no tendra que ver esencialmente con
la desafortunada estructura salarial que l manejaba. Y la respuesta fue que
probablemente s, pero que precisamente ah estaba la injusticia que l padeca puesto
que no era l quien haba puesto en el mundo el mal sistema salarial: se trataba de una
disposicin superior, a la que l tena que acomodarse aunque a l mismo tampoco le
gustaba. Y que por eso, lo nico que se le poda exigir a l es que se esforzara por tener
buenas relaciones con sus trabajadores dentro de las estructuras concretas de su
empresa. Le pareca absurdo que se le responsabilizara de las estructuras de un sistema
salarial en el que l se encontraba metido y que slo deba vigilar como jefe de personal.
Este hombre era incapaz de comprender que aqu se trataba de una necesidad
empecatada y que l no poda separar su func in estructural como jefe de personal de la
empresa, y su humanidad personal. No quera reconocer que el mal al que le forzaban
las estructuras previas de la empresa era algo en lo que l mismo colaboraba, y con cuya
responsabilidad tena que cargar. De este modo "desactivaba la realidad del mal porque
slo quera reconocerlo en su aspecto personal muy frecuente entre los cristianos. Igual
que tambin trivializan la realidad del mal muchos marxistas que tienen una
sensibilidad despierta para el mal estructural en la sociedad y en la economa pero que,
en cambio, bagatelizan el mal personal o prescinden de l. En su realidad global, el mal
es, a la vez, personal y estructural. Y el mal estructural se manifiesta como malpersonal-objetivado hasta convertirse en una especie de "poder extrao" que domina
sobre nosotros. Mientras que el mal personal, es el fundamento y raz del estructural.
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Imperativos de la creacin e imperativos del pecado
La palabra "necesidad", fuerza o imperativo suena mal en nuestros odos. Hay una
resistencia grande contra todo lo que suene a imposicin. Y como el estado, sociedad,
economa... siempre estn ms o menos ligados con la necesidad, hay mucha gente,
sobre todo entre los jvenes de hoy, que en aparente radicalidad se rebelan contra toda
forma de imposicin, tratan de escaparse de ellas y suean con un mundo liberado de
toda necesidad.
Y sin embargo, tal mundo no existe ni puede existir. Entre otras razones porque el
mundo tiene estructuras limitadas igual que la vida que nos ha tocado. De entrada, nos
encontramos ya dentro de unas determinadas fronteras que limitan. Y de los lmites
surgen necesidades. As, por ejemplo, nuestras fuentes de energa y nuestras reservas de
materias primas son limitadas a pesar de las mil posibilidades alternativas que existen.
Y tambin lo es (en medida an ms clara) el terreno aprovechable de nuestro planeta.
Este dato fundamental hace cada vez ms necesario no slo que aprendamos a
administrar los bienes de la naturaleza que se estn volviendo escasos, sino tambin el
que tengamos cuidado para que la poblacin de la tierra no crezca desaforadamente,
aunque esto pueda sorprender al sentimiento vital ordinario. Se trata de datos objetivos
que ponen de relieve nuestra vinculacin ecolgica con la totalidad de la creacin y, con
ella, nuestra inevitable creaturidad.
Y cuando este tipo de necesidades, se refleja en la economa, aun con dureza, no deben
ser equiparadas al pecado estructural. Aunque s que conducen a situaciones no slo
empecatadas sino muy pecaminosas cuando el hombre, en su autonoma, se comporta
egostamente con la naturaleza como si fuese su dueo y seor, y, en una especie de
monlogo, deja de escuchar la voz que brota de las constantes leyes naturales. Con ello
el hombre desprecia abiertamente sus propios lmites creaturales, y de esto tenemos hoy
suficiente experiencia. Cuando esto ocurre, y ha ocurrido, entonces se crean situaciones
estructuralmente pecaminosas, las cuales nos imponen necesidades devastadoras y que
nos hacen culpables en un sentido personal. Pensemos sobre todo en nuestra civilizacin
tecnocrtica que, con una pretensin de no tener fronteras ha dado la espalda a la
naturaleza y se ha vuelto violentamente contra ella. Esta civilizacin ha producido una
devastacin del ambiente que hoy se vuelve amenazadora contra nosotros mismos . Pero
esto no son consecuencias derivadas de los lmites de la creaturidad, sino consecuencias
de haber despreciado criminalmente dichos lmites.
Aplicacin a la economa
Lo mismo ocurre con las necesidades que estn fundadas en datos objetivos, aunque con
algunas diferencias. Tambin estas necesidades deben ser distinguidas del pecado
estructural y esto pasa, por ejemplo, con la conocida necesidad de rentabilidad en la
economa. A la larga la actividad econmica slo es posible con la condicin de no
quedarse en "nmeros rojos"; y esto vale tanto si la economa tiene una estructura
capitalista como socialista. Es simplemente falso que una economa estructurada en
forma socialista sea en conjunto una economa desinteresada en las ganancias. Tambin
ella ha de tener en cuenta el inters por ser rentable, aunque con otros mtodos y bajo
otras palabras. Y as p. Ej. los economistas soviticos no hablan de "prdidas y
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ganancias" pero s de "Chorzratschoff" (en ruso: clculo de gastos), y con ello alude a la
diferencia contabilizada entre gastos e ingresos, y a los estmulos en forma de premios
necesarios para aumentar dicha diferencia. O sea, pura y simplemente: la ganancia y el
inters en ella. Por tanto no hay que condenar una orientacin de la economa hacia la
ganancia, pues se deriva de la realidad misma. Ms bien, hay que comprender que se
trata de una necesidad que no cabe ignorar a la larga, aunque pueda dar pie a los peores
abusos, de los que luego hablaremos.
Por consiguiente, en la economa hay necesidades que tienen su fundamento natural y
objetivo. Y aunque de ellas derive una cierta "coaccin" no se las puede equiparar al
pecado estructural o meterlas en un mismo saco con l, cosa que ocurre de hecho, y con
frecuencia, sobre todo en mentalidades que argumentan emotivamente o tienen una
orientacin idealista. Pero cuando esto ocurre abandonamos el suelo de la realidad para
entrar en ilusiones ajenas al mundo. Y ste es un peligro que hay que tener en cuenta en
este tema.
Pero el otro peligro consiste exactamente en lo contrario: necesidades que no brotan de
hechos naturales, sino que estn causadas por la conducta colectiva de los que manejan
la riqueza, y que luego, una vez puestas en marcha, actan como "poderes extraos" y
llevan objetivamente a decisiones que quizs uno lamenta objetivamente, esas
necesidades no puede pretenderse que tienen un fundamento natural y objetivo. En tales
situaciones de necesidad hablamos con demasiada prisa de "fuerzas mayores" buscando
slo, y desconsideradamente, nuestra propia justificacin.
Una vez ms, todo esto queda confirmado por lo que hace poco dijo un miembro
directivo de una empresa industrial suiza, hablando de al competitividad en su rama
particular. Utiliz una imagen bien lastimosa: hay una guerra internacional de todos
contra todos por la simple supervivencia, y el que no sabe afirmarse en ella sin ninguna
consideracin es barrido sin piedad. Esto, segn l, es la pura verdad.
No haba por qu dudar de casi ninguno de los hechos que ese empresario adujo. Vea
las cosas tal y como eran. Pero, a la vez, no las vea as: pues sin darse cuenta se
trasladaba a una interpretacin filosfica de todo. Y as ley un pasaje de Darwin (del
Origen de las especies) aadindole el siguiente comentario: igual que en el mundo de
las fieras slo sobreviven y se perpetan aquellas que han resistido en la lucha por la
existencia, lo mismo ocurre por doquier en la lucha por la comp etitividad econmica de
hoy. Las empresas aptas para la vida han salido a flote, las otras se han quedado por el
camino, o han sido devoradas por las que tuvieron xito. En uno y otro caso estaba en
juego la misma ley natural, y a ella haba que atenerse.
De esta manera, el sistema de competitividad que reina en el mundo occidental era
elevado a una especie de ley natural, a la que hay. que aceptar como se aceptan las leyes
de la fsica y de la cual los negociantes no podan escaparse. Lo nico que cabe hacer es
sacar de ah lo mejor para uno mismo.
Pues bien: es un engao el querer ver las cosas as. Pues no se trata ni de leyes de la
naturaleza ni de necesidades inevitables. Es el hombre quien ha creado este sistema con
su principio rector de la autoafirma cin desconsiderada de cada empresa. Para decirlo
con el lenguaje bblico, este sistema no pertenece al mundo creado por Dios, sino al
mundo tras la cada: al mundo de Eva y Adn, de Can y Abel.
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Con otras palabras: ese sistema tenemos que ponerlo en nuestro propio haber. Su
pecado es nuestro pecado, aunque sea un pecado convertido en estructura econmica y
que ahora nos impone sus leyes como si tuvieran que ser as las cosas. Pero las cosas,
no tienen que ser as! Pues el mal no debe existir, porque no es Dios quien le ha
llamado a la vida, sino que responde a nuestro modo de ser, que trastueca la voluntad de
Dios elevndose hasta lo ms alto.
Con todo esto hemos obtenido algo importante. Hay necesidades en la economa que
estn fundadas en el hecho mismo de la creaturidad o en imperativos objetivos., Y hay
otras que se apoyan en el pecado estructural, el cual, en ltima instancia, es obra
nuestra. O con otras palabras: hay necesidades justificadas y hay necesidades locas con
las que nunca debemos pactar porque proceden del mal y obran el mal. Esto mismo es
lo que resuena en la seria palabra del filsofo y telogo Friedrich Oetinger cuando
afirma que hay que pedir tres cosas: la tranquilidad para aceptar las cosas que no
podemos cambiar, el nimo para cambia r las cosas que podemos cambiar, y la sabidura
para distinguir las unas de las otras.
Absolutizacin de la rentabilidad
Ya hemos aludido antes a que el hecho de que las empresas econmicas estn orientadas
a la rentabilidad corresponde a una necesidad objetiva que no tiene nada que ver con el
pecado estructural. Si una empresa quiere sobrevivir debe sobrepasar sus gastos y por
tanto ser rentable. En este sentido el inters por la rentabilidad es legtimo porque
responde a la objetividad de las cosas. Y esto hay que mantenerlo.
Pero esto no significa en modo alguno que ese inters deba dominar a todos los otros.
Donde esto pasa, la aceptacin del inters por la rentabilidad (que es en s legtimo) se
convierte en la llamada "maximalizacin del beneficio". Maximalizacin del beneficio y
economa rentable son por tanto dos cosas diversas. Maximalizacin del beneficio
significa que la obtencin de una ganancia lo ms alta posible se convierte en el
objetivo supremo al que todo lo dems tiene que someterse; y, a veces, en el objetivo
nico. En economa sta es una actitud fundamental a la que se suele llamar capitalista.
Y cuando tal actitud condiciona la actividad econmica, entonces, tanto en las empresas
como en el comercio y en las finanzas, se producen estructuras que favorecen una
prosecucin eficaz de este objetivo. Antao esto llevaba a los salarios bajsimos y al
expolio masivo de los asalariados. Hoy ya no ocurre as, al menos en los pases
industrialmente desarrollados, debido a la proteccin de los sindicatos sobre los
trabajadores. Pero existen otras formas de reducir los costos salariales en favor de unas
ganancias mximas: por ejemplo intensificando el sistema de trabajo, o reduciendo los
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lugares de trabajo en aras de una racionalizacin sin escrpulos o con medidas
semejantes en la organizacin de la puesta a punto, o trasladando las fbricas a pases
con mano de obra ms barata. Habitualmente todo esto repercute como una carga en la
relacin salarial de los trabajadores.
Las consecuencias de todo esto son conocidas: experiencia de agotamiento, monotona
en el trabajo, temor a la prdida del empleo, etc. Y con ello se daa a otro inters que es
tan objetivo como el de la rentabilidad: el inters por unas condiciones humanas de
trabajo, sin cuya aceptacin decidida se convierte el trabajo en una tortura. Pues bien:
cuando no se hace justicia a ese objetivo fundamental porque las estructuras econmicas
estn orientadas unilateralmente a la realizacin del inters por la rentabilidad, entonces
est en juego el pecado estructural. Y a la larga, esto tendr consecuencias devastadoras
no slo en lo social, sino incluso en lo econmico.
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extendido que estn: puede servir para organizar la economa en libertad, para facilitar
oportunidades iguales a los aptos, los habilidosos o los audaces, y para armonizar los
intereses de productores y cons umidores, optimizando la productividad total de la
economa. El mercado no puede ser sustituido por una planificacin centralizada
directora. Pero todo esto slo es vlido en la medida en que, junto a los inevitables
mecanismos conductores, existen tambin condiciones vlidas que los enmarcan y que
han de ser determinadas y garantizadas por la poltica econmica del estado. Y dentro
del sistema de mercado se percibe por todas partes la tendencia a construir posiciones de
poder que derriban los procesos de competicin. Por tanto: all sonde faltan esos marcos
condicionantes, o son demasiado flojos para impedir la formacin de poderes que
dominan el mercado (sea en la forma de empresas particulares monopolistas como casi
todas las grandes multinacionales, o sea en la forma de grupos de empresas como las
confederaciones empresariales) all comienza la economa de competicin a convertirse
en un campo de minas donde ya no decide la habilidad econmica. La competicin se
convierte en un monlogo de los poderosos, en una especie de darwinismo econmico
donde el fuerte se come al dbil, y donde las concentraciones de poder econmico
desembocan en la desmesura.
Y cuando uno se encuentra metido en un proceso semejante entonces se vuelve de
hecho inevitable el que la ma ximalizacin del beneficio, con todas sus fatales
consecuencias se convierta en el principio vital de las empresas. Pues a mayor ganancia,
hay una posicin de poder ms fuerte, y son mayores las posibilidades de sobrevivir en
esa salvaje y descontrolada lucha por la existencia. Entonces reina un crculo diablico
que no slo lleva a peligrossimas presiones violentas tanto en la economa nacional
como en la mundial, sino que adems es en gran medida el responsable de los
provocativos desequilibrios econmicos del mundo actual y de que precisamente los
pases subdesarrollados ms pobres, se vuelvan cada vez ms pobres todava.
Finalmente, una alusin a otro contexto econmico que tambin proviene del pecado
estructural. En los pases industrializados (por tanto en occidente) no slo hay una
orientacin empresarial hacia la maximalizacin del beneficio, sino tambin un impulso
entre muchos estratos laborales, a aumentar constantemente las demandas, sea de
salarios cada vez mayores, de prestaciones sociales mejores, de tiempos de trabajo ms
cortos, etc., etc. Todo esto ha engendrado y engendra una orientacin hacia el
crecimiento cuantitativo de la economa precisamente en esas regiones que estn ya
altamente desarrolladas tanto econmica como tecnolgicamente. Esto lleva por un lado
a dificultar las condiciones de crecimiento de los pases menos desarrollados: lleva por
tanto a una nueva injusticia social. Y por otro lado, y de cara a las generaciones futuras,
est llevando a una disminucin amenazadora de las reservas existentes en energa y
materias primas. Y est llevando igualmente a un crecimiento descontrolado de la
degradacin, e incluso destruccin de nuestro entorno. Otra vez, detrs de todo eso est
un monlogo egosta. Se ponen los propios intereses por encima de todo, sin atencin al
todo, sin dilogo con el otro que en este caso no es ya slo el tercer mundo sino la
naturaleza maltratada. De esta manera se mete uno en estructuras vitales que han de
hacer necesarias cosas pecaminosas y que slo con mucha dificultad pueden
desmontarse o sortearse, si es que esto es posible en absoluto. Con esto llegamos a la
ltima de las cuestiones propuestas.
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IV. EXIGENCIAS DE LA TICA SOCIAL
Tratamos ahora de la exigencia moral ante la que se encuentra la fe cristiana, de cara al
pecado estructural de la economa. En el espacio que nos queda slo la podemos
abordar fragmentariamente. Con cinco tesis intentaremos al menos sealar la direccin
en la que la existencia cristiana tendra que responder a la mencionada exigencia tica.
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personal en la propia vida, no se disminuye automticamente el pecado estructural en el
mundo. Y por eso, un empresario cristiano, por ms buenas intenciones de amor al
prjimo que tenga en su actitud personal, se ve expuesto a imperativos que brotan de las
pecaminosas estructuras econmicas y que le obligan al revs de como l querra. En el
mejor de los casos podr suavizar algunas cosas, pero no ms.
Y por eso, si en la economa y en la sociedad han de tomar cuerpo los impulsos del
amor, que mueve a una concepcin dialogal de la existencia, entonces hay que crear all
estructuras que se opongan efectivamente al monlogo del poder, de los intereses y de
la toma de decisiones. De lo contrario todo se quedar en deseos piadosos. Tambin la
palabra amor, en el sentido neotestamentario, no se reduce a motivaciones personales,
sino que lleva consigo la fuerza del mundo futuro ya en la presente forma del mundo.
Por eso el verdadero amor significa un ataque no slo al pecado personal sino tambin
al estructural all donde ste se pretende como ordenamiento monocrtico y totalitario
de las relaciones de existencia.
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5. Estructuracin dialogal de la economa
Ms humanidad en la economa slo puede significar esto: quebrar sus estructuras
monologales, e introducir en ellas ese espritu de colaboracin y servicio, que vive de lo
dialogal y que, por tanto, no considera sin ms como un enemigo al competidor en la
lucha de las fuerzas econmicas, sino que lo mira como un posible compaero de
camino y por tanto busca soluciones pactadas que tengan ante los ojos el derecho de
todos. Por supuesto que no existe aqu ninguna receta, tampoco una receta cristiana.
Aqu estamos siempre en camino. Pero s que puede marcarse la direccin socialista en
la que hay que caminar y en la que hay que buscar la nueva orientacin de la economa.
Para concluir haremos algunas observaciones sobre esto.
a) Cogestin. Un paso en buena direccin ser el configurar de tal forma la concepcin
de la empresa que permita a la estructura garantizar lo mejor posible el derecho de
cogestin de los trabajadores incluso en las decisiones econmicas fundamentales. Bien
entendida, la cogestin apunta a que los portadores del "factor capital" y del "factor
trabajo" sean llevados juntos hacia una cooperacin participativa, para que se
encuentren estructuralmente obligados a convertir en asunto comn la responsabilidad
por la totalidad de la empresa. De tal manera que, de acuerdo con esto, sean
determinados en comn el inters objetivo de la rentabilidad, y los legtimos intereses
por la satisfaccin de las necesidades humanas y sociales en el trabajo. En su ncleo,
esto es coherente con esa exigencia responsable de dilogo que hemos sealado como
principio tico del bien. Cae de su peso que esa exigencia, tanto en la empresa como en
el trabajo, no puede ser forzada sin ms, sino que supone la disposicin voluntaria de
todos los afectados, para una colaboracin participativa. Pero tambin se sobreentiende
que esa buena disposicin, si quiere concretarse econmicamente y no quedarse en
declaraciones biensonantes de intenciones, ha de llevar a estructuras realmente
participativas de empresa y de trabajo, que hagan que la cogestin comience a significar
algo real.
b) Solidaridad contra liberalismo. Tambin es necesario repensar y reformular de
nuevo las relaciones entre libertad y atadura en la economa. Para una forma de
humanidad
entendida
dialogalmente
como
humanidad-en-comunidad
(Mitmenschlichkeit), resulta que libertad y vnculo no son opuestos sino correlativos. Y
as en la carta a los Glatas, y precisamente all donde les subraya a los creyentes que
Cristo los ha llamado a la libertad, afirma Pablo que han de estar unos al servicio de
otros en el amor, practicando as la solidaridad. Una libertad econmica que no incluya
la solidaridad econmica es una psima libertad. Y la orientacin hacia una solidaridad
cada vez mayor se convierte hoy en un mandamiento urgente, porque por razones
ecolgicas nos vemos obligados a limitar el crecimiento econmico, porque
necesitamos economizar en el uso de energa y materias primas, porque la situacin
estructural de paro nos obliga a ser cada vez ms recreativos y porque a la larga no
podremos escabullirnos de cargas cada vez mayores en favor de las economas de los
pueblos del tercer mundo. Pues no es posible que, en todos esos puntos, los hombros
ms dbiles lleven las cargas ms pesadas.
Para impedir eso y repartir equitativamente un probable descenso del nivel de vida hay
que ir ms all de las medidas puramente fiscales: hay que encontrar metas prioritarias y
dotarlas de los instrumentales necesarios para que. el principio de solidaridad en la
economa pueda jugar tambin realmente en el marco de un ordenamiento libre, sin
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convertirse en la vctima de una libertad econmica mal entendida y cuyas
consecuencias son desastrosas. Todo esto brota como consecuencia de una concepcin
dialogal del ser humano.
c) Nuevo orden econmico internacional. Y lo que urge ya a niveles nacionales, cobra
todava ms valor de cara al orden econmico mundial. En sus estructuras actuales el
orden econmico acta indiscutiblemente de tal manera que los pases no desarrollados
(prescindiendo de los pases del petrleo) cada vez cargan con ms desventajas, y
muchas veces de forma aplastante. Y esto vale sobre todo de los ms pobres de entre
ellos. Dadas las desiguales condiciones de la competicin internacional, no tienen
prcticamente oportunidades de mantenerse en el mercado. Y esto engendra el peligro,
cada vez ms serio, de que el tercer mundo intente desvincularse econmicamente de
los pases industrializados, de que quiera romper por completo el dilogo con ellos que
ya se ha vuelto sumamente precario y que, por este camino, se produzca (si es que no se
ha producido ya) una nueva forma de divisin de clases, esta vez a nivel global. Lo que
podra apuntar unas perspectivas desastrosas.
Tradujo y condens: CARLOS GONZLEZ