Patronato Regio

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Patronato regio

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Catedral de Santo Domingo.

El Patronato regio consistió en el conjunto de privilegios y facultades especiales que


los Papas concedieron a los reyes de distintas monarquías europeas del Antiguo Régimen y
que les permitían, al principio, ser oídos antes de una decisión Papal o elegir directamente en
sustitución de las autoridades eclesiásticas, a determinadas personas que fueran a ocupar
cargos vinculados a la Iglesia Católica (Derecho de patronato).
Más tarde, los monarcas lograron el ejercicio de todas o la mayoría de facultades atribuidas a
la Iglesia en el gobierno de los fieles, convirtiéndose, de hecho y de derecho, en la máxima
autoridad eclesiástica en los territorios bajo su dominio (Patronato regio stricto sensu).
El más importante históricamente es el que se concedió entre 1508-1523 a los reyes de
España o de la Monarquía Hispánica; pero ya en 1516 se habían concedido privilegios
semejantes al rey de Francia (por el Papa León X) y antes aún al rey de Portugal (por la
bula Dudum cupientes del papa Julio II, en 1506); ahora bien, estas prerrogativas «se
extendían solo a obispados y beneficios consistoriales». 1

Índice

 1Origen y significado

 2Patronato regio en la Monarquía Hispánica y las Indias

o 2.1Antecedentes

o 2.2Desarrollo

o 2.3Siglo XVIII

o 2.4Edad Contemporánea

 3Notas
 4Bibliografía

 5Enlaces externos

Origen y significado[editar]
Glorificación de la Inmaculada por Francisco Antonio Vallejo, Museo Nacional de Arte (México).
Representación de los dos poderes (Altar y el Trono) con la presencia del rey Carlos III y el
papa Clemente XIV, secundados por el Virrey y el Arzobispo de México, respectivamente, de hinojos
ante la Virgen María.

La desintegración del Imperio Romano primero, y del Sacro Imperio después, junto con el


proceso de rápida cristianización de la mayoría de los territorios que se encontraban en los
mismos, dio lugar a la creación de numerosos y pequeños reinos, enfrentados las más de las
veces, pero que mantenían unas mismas creencias espirituales. Así, el poder de los Papas se
fue incrementando, no sólo como autoridad espiritual, sino como autoridad terrenal también
dando lugar a una suerte de teocracia. El poder de la Iglesia se refuerza con el paso del
tiempo, y los pontífices dirimen disputas entre reinos, determinan los soberanos y sus líneas
sucesorias, avalan o condenan determinados actos y prácticas y se consolidan como garantes
frente a terceros. Nace el viejo concepto de que el poder real tiene un origen divino, y será la
Iglesia la encargada de señalar esa voluntad divina.
Esta situación no estuvo jamás exenta de disputas entre los reyes y señores de los territorios y
la Iglesia. Conforme los territorios adquieren importancia, incrementan sus recursos
económicos y militares y se estabilizan con el paso del tiempo, el recurso a la autoridad Papal
es menos necesario y mucho menos frecuente. A ello, se unen las alianzas entre soberanos
que refuerzan determinadas líneas de gobierno, muchas de ellas duraderas. Durante este
tiempo, los reyes se convierten en brazos ejecutores de las órdenes, instrucciones y medidas
de gobierno ordinario de la Iglesia en sus territorios. La situación beneficia a ambas partes (la
Iglesia y los principados): la primera no puede atender desde la lejana Roma todas las
necesidades y no puede, tampoco, evaluar de forma conveniente cada una de las decisiones
que sería preciso adoptar, por ejemplo, ante la sustitución de un determinado obispo; los
monarcas amplían su poder, y a su soberanía por imperio de la fuerza añaden, no ya la
bendición de la Iglesia, sino que ellos mismos reciben la autorización eclesiástica para tomar
decisiones que incumben al Papado. Este momento histórico, que no está definido para toda
Europa en un mismo periodo, sino que varía según los Estados, es el conocido como
del Derecho de patronato.
Una vez formadas las iglesias en los lugares de misión o de expansión del cristianismo, los
poderes políticos eran los únicos en condiciones de sostener la creación de diócesis y la
progresiva institucionalización. Por ello, el papa les concedió el derecho de presentación, que
consiste en proponer los nombres de quienes ocuparían cargos en la jerarquía eclesiástica del
lugar. A cambio, el rey o el príncipe debía financiar ("fundar" y "dotar") las nuevas iglesias. 2
Se puede afirmar que, hacia 1302, con la bula Unam Sanctam del papa Bonifacio VIII, se
alcanza el máximo grado de descripción teórica del poder eclesial: el poder temporal está
sometido al Papado y será el pontífice quién legitimará a los soberanos.
Clemente VI concedió al infante Luis de la Cerda las Islas Canarias para que fueran
cristianizadas: esto por medio de la bula Tuae devotionis sinceritas de 1344 pero aunque se
ofrecía la soberanía política no se daba derecho de patronato propiamente dicho a Luis de la
Cerda. Algo semejante ocurre en el caso de la corona portuguesa que recibió del papa la
legitimación de su expansión territorial pero, al menos inicialmente, no derecho de
presentación.
Será la Monarquía Hispánica, con su expansión territorial y militar antes del descubrimiento de
América, la que en primer lugar comenzará el camino hacia el Patronato regio. El poder de
los reinos de Castilla y Aragón en el siglo XV es más que significativo en el entorno europeo.
La llamada Reconquista, convierte a los monarcas hispánicos en defensores de la fe cristiana
frente a los seguidores del Islam, pero además ofrece a la cristiandad nuevos territorios que
evangelizar. Así, la creación de los diezmos (el pago a la Corona de una décima parte de las
aportaciones de los fieles) permitirá la extensión territorial de la evangelización y, además,
convierte al monarca absoluto y su Estado en recaudador y gestor de dichos bienes,
determinando la oportunidad o no de la creación de nuevas misiones, Iglesias, diócesis, etc.
Así, las relaciones entre el Papado y el Estado católico de finales del siglo XV se han invertido
parcialmente, y lo que era un derecho del soberano reconocido de iure y de facto por el Papa,
se convierte en un patronazgo regio, en el que la Corona representa y sustituye en muchas
ocasiones, a la autoridad eclesiática, que a través de instrucciones y bulas va cediendo su
poder. El contexto histórico europeo y atlántico que permite este cambio de roles está
marcado por dos sucesos: la colonización de América (1492) y la aparición de Lutero (1517),
hecho este último en el que el Papado precisará de todo el poder militar y político de los reinos
católicos para enfrentarse a la Reforma.

Patronato regio en la Monarquía Hispánica y las Indias[editar]


Para el particular caso de los Reyes de España y Portugal a cambio de que estos apoyaran
la evangelización y el establecimiento de la Iglesia católica en América y en Asia. Se derivó de
las bulas papales Romanus Pontifex (1455) e Inter caetera (1456), otorgados en beneficio de
Portugal en sus rutas atlánticas, y de las llamadas Bulas Alejandrinas emitidas en 1493,
inmediatamente después del Descubrimiento a petición de los Reyes Católicos. El patronato
regio o indiano para la Corona Española, fue confirmado por el Papa Julio II en 1508. La
enseñanza religiosa a los indios se vio beneficiada por los obispados.
Antecedentes[editar]
Ya antes, el 13 de diciembre de 1486, el papa Inocencio VIII había concedido a la reina de
Castilla y a su esposo, el rey de Aragón, a petición de estos, el patronato perpetuo de
Canarias y Puerto Real incluyendo además Granada, al prever su próxima conquista. Así
quedó estipulado con la bula Ortodoxae fidei. Sin embargo, no fue hasta 1505 que los
monarcas solicitaron al papa las prerrogativas plenas del patronato en las zonas descubiertas
y en el territorio español bajo su dominio. Y solo en 1523, el papa Adriano VI las concederá.
Desarrollo[editar]
Los poderes del monarca para dirigir la Iglesia fueron aumentando con el tiempo. Estos
poderes reales fueron: el envío y selección de los misioneros a América (bula Inter caetera,
1456), cobro del diezmo (bula Eximiae devotionis, 1501), facultad para fijar y modificar límites
de las diócesis en América (bula Ullius fulcite praesidio, 1504) y facultad para vetar la elección
de arzobispados u obispados, así como del derecho de presentación (bula Universalis
ecclesiae, 1508). En 1539 el emperador Carlos V exigió que las peticiones de los obispos a
la Santa Sede pasen por su mano, imponiendo el pase real (pase regio o regium exequatur) a
los documentos pontificios para poder ser ejecutados.
Se expidió la Real Cédula de Patronato en Indias (Real Patronato Indiano) que consolidó la
institución. En ella, quedaba bajo autorización real, la construcción de iglesias, catedrales,
conventos, hospitales, la concesión de obispados, arzobispados, dignidades, beneficios y
otros cargos eclesiásticos. Los prelados debían dar cuenta al Rey de sus actos. Para la
provisión de curatos el obispo debía convocar a concurso y de los candidatos seleccionados,
presentar dos a la autoridad civil para que esta decidiera. Además, se obtuvo la dispensa de
la visita ad limina apostolorum de los obispos a la Santa Sede; se sometió la correspondencia
de los obispos a la revisión del Consejo de Indias; los concilios provinciales debían celebrarse
bajo vigilancia de virreyes y presidentes de las audiencias reales; para erigir conventos o
casas religiosas debía enviarse informe al Rey sobre fundaciones, haciendas y número de
religiosos en región y esperar el beneplácito real; ningún superior regular podría ejercer su
oficio sin obtener la autorización real; se ordenó vigilancia a la vida conventual, castigando a
los eclesiásticos que no cumplían con sus deberes. La Real Audiencia se constituye en
tribunal para, en primera instancia, dirimir conflictos eclesiásticos. Finalmente, a algunas
órdenes religiosas como los Franciscanos, se les impuso la figura del Vicario Apostólico para
América, que limitaba el poder del superior general.
El patronato regio permitió que la Iglesia contara con numerosos misioneros, dispusiera de los
recursos económicos y financieros necesarios y, sobre todo, facilitara su movilización y
distribución. Sin embargo, tuvo también otras consecuencias menos favorables a la
perspectiva papal, como el sometimiento de la Iglesia al poder real, el aislamiento de Roma y
la relajación de la disciplina eclesiástica y religiosa al debilitarse la autoridad de los obispos y
superiores religiosos.
Instituciones como la encomienda y debates como el de los justos títulos dejan clara cuál era
la verdadera importancia de la justificación religiosa para el dominio colonial. El control de la
Monarquía Hispánica sobre la Iglesia, no sólo en América, sino en la Península (presentación
de obispos, bula de Cruzada, control sobre las órdenes militares y la inquisición) provocaba
envidias en otras monarquías europeas que no son ajenas a movimientos como la Reforma o,
en la Francia católica, el galicanismo o regalismo; a los que la Contrarreforma papal
respondió, entre otros movimientos, con la institución de Propaganda Fide (1622).
Siglo XVIII[editar]
En el siglo XVIII, con España y las Indias bajo la dinastía de los Borbones, se extendieron las
ideas regalistas añadidas a la propia tradición regalista española (Chumacero y Pimentel, en
el siglo XVII, Macanaz en la primera mitad del siglo XVIII). En 1735 la Junta del Real
Patronato que tenía a Gaspar de Molina y Oviedo como presidente proclamó que los reyes de
España tenían derecho al patronato universal que implicaba la asunción de todos los
beneficios del reino. Sobre estas bases, en el contexto de las interminables discusiones para
el Concordato de 1753, los conflictos fronterizos hispano-portugueses sobre el territorio
de Misiones y la expulsión de la Compañía de Jesús (1767); se desarrolló entre los juristas
españoles una tendencia a expresar el control regio sobre la Iglesia mediante nuevas
formulaciones doctrinales, que implicaban que tanto el Patronato como la sumisión de la
Iglesia al Estado no derivaban de una concesión de la Santa Sede, sino que era la resultante
de un derecho inherente a la soberanía de los reyes. El concordato refrendó esta idea aún
cuando se reservó 52 beneficios.
Edad Contemporánea[editar]
El nuevo concordato, firmado en 1851 mantuvo el patronato universal que permaneció como
derecho de la Corona española hasta el advenimiento de la Segunda República
Española (1931).
Esta doctrina, mantenida en España, fue invocada también por las recién formadas repúblicas
americanas después de las guerras de independencia hispanoamericana (1808-1821). Los
nuevos estados americanos querían mantener el derecho de patronato, al considerarse como
continuadores de las obligaciones históricas y legales de la corona española, sobre la Iglesia
católica dentro de sus territorios. El patronato regio se mantuvo hasta la separación Iglesia-
Estado a comienzos del siglo XX.

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