Guerra de Las Investiduras
Guerra de Las Investiduras
Guerra de Las Investiduras
Fue la confrontación que tuvo lugar en los siglos XI y XII entre el papado y algunos monarcas europeos
―especialmente emperadores germánicos― debido a la investidura de autoridades eclesiásticas por
parte del estamento monárquico, y el intento de la Iglesia de liberarse de toda influencia imperial.2
En la Europa carolingia y poscarolingia (s. VIII-XII) la escogencia de los obispos era realizada por el
monarca de turno y respondía más a sus capacidades políticas que a su categoría espiritual, lo que tu-
vo como consecuencia un progresivo abandono de la disciplina eclesiástica. La investidura de obispos
y abades en este ámbito feudal, en el que prevalecía la búsqueda de riqueza y placeres terrenales, con-
llevaba la donación de tierras y la concesión de beneficios por parte del emperador que incluían el ejer-
cicio de poderes civiles; de esta manera se unían la potestad eclesiástica y la secular bajo la autoridad
del rey. Esto propició una gradual degeneración de los valores morales, que conllevó a una mayor corrup-
ción y la práctica sistemática de la simonía.3 La Iglesia buscaba acabar con esta dualidad, procurando
que el poder secular se inclinase ante el poder espiritual de los papas; intentó, entonces, una reforma
desde comienzos del siglo XI, inicialmente en los monasterios exentos ―sometidos a la jurisdicción de
Roma― donde se adoptaron formas de monaquismo más cónsonos con la doctrina cristiana que propi-
ciaba una vida religiosa ascética. Inicialmente, los pontífices propusieron al clero secular un modelo de
vida monástico con la adopción de la llamada “regla de San Agustín”4 y las directrices de la Reforma
Cluniacense;5 posteriormente intentaron imponérselo, lo cual fue respaldado con revueltas de laicos que
exigieron a los sacerdotes la erradicación del boato y de la práctica de la simonía, así como la renuncia
al nicolaísmo6 que adversaba el celibato eclesiástico.
El Imperio, por su parte, conocedor de la decadencia en que se hallaban las instituciones monásticas,
emprendió su propia “reforma” valiéndose del privilegio que correspondía al emperador desde la creación
del Sacro Imperio Romano Germánico (962) de controlar los asuntos del papado, incluida su elección.
Así, en 1046 el emperador Enrique III, asumiendo la potestad que hasta entonces había sido competen-
cia casi exclusiva de poderosas familias romanas (Ruscolo y Crescenzi), impuso como papa a Clemente
II; quien poco después dictó un decreto que asignaba al emperador el derecho de designar al pontífice,
con la consecuente subordinación del papado al poder imperial.7 Con la muerte de Enrique III la influen-
cia y autoridad imperial se ven mermadas y el papado intensifica lo que posteriormente será conocido
1 También es denominada “Guerra de las Investiduras”; pero no fue tal, ya que no hubo confrontación armada por este
motivo.
2 Encicl. Círculo (GEIC), T. VII, p. 2195.
3 Hispánica, T. VIII, p. 252. La “simonía” originalmente hacía alusión al comercio con cosas sagradas; a partir de la Edad
Media, abarcó también la venta de cargos eclesiásticos. El término deriva del mago Simón, embaucador de la Samaria
del siglo I, quien pretendió pagar a los apóstoles Pedro y Juan para que se le concediera la potestad de imponer las ma-
nos en intercesión del Espíritu Santo (Hechos, VIII, 9-20).
4 Esta Regla dicta las normas para la vida monástica, las cuales fueron impulsadas con su ejemplo personal. Encicl. Salvat
(ES), T. I, pp. 68-69.
5 Fue el movimiento impulsado por importantes abades del monasterio benedictino de Cluny, que promovía la reforma del
monaquismo; el cual consistía en impedir la influencia de los laicos en la organización monacal y establecer mayores
lazos con el papado. Sus directrices incluían una sólida formación intelectual, una solemne liturgia coral y el culto a la
Cruz y a San Pedro. GEIC, T. III, p. 870.
6 Los nicolaítas (Apocalipsis, II, 6-15) constituyeron una secta herética de Éfeso y Pérgamo (s. I-II), cuya doctrina parte
del diácono Nicolás; y a la cual se le atribuyen prácticas inmorales y opiniones teológicas cercanas al gnosticismo. ES,
T. IX, p. 2374.
7 Historia de Las Religiones, T. I, p. 164.
como Reforma Gregoriana,8 cuando Nicolás II promulga un decreto que reivindicaba para el colegio car-
denalicio la elección del Papa y prohibía a los eclesiásticos recibir iglesias de los laicos.
Instruidos por la autoridad de nuestros predecesores, y por la de los demás santos padres, decidimos y
establecemos que, a la muerte del pontífice de esta Iglesia romana universal, ante todo sean los cardenales
obispos quienes puedan acceder a la nueva elección.9
Con la asunción de Gregorio VII (1073), la espontaneidad de la reforma se encuadra en instituciones
permanentes que dan al movimiento una rígida formalidad; el enfrentamiento no se centraba ahora en
temas espirituales sino en la estructura misma de la Iglesia que debía regirse por una disciplina cen-
tralizada y financieramente sólida. En el sínodo de cuaresma de 1075 depuso no sólo a los clérigos casa-
dos o que hubieran alcanzado su puesto por simonía, sino a todo eclesiástico que hubiese recibido la
investidura de un príncipe laico. Ante esta situación, el emperador Enrique IV, por intermedio de obispos
designados por él contraviniendo el dictado papal, depone al Papa mediante el sínodo de Worms (1076);
y, como respuesta, es excomulgado por Gregorio VII por medio del Dictatus papae de ese mismo año,
el cual establecía que “el auténtico emperador es el papa”, solamente él podía llevar los blasones im-
periales, sólo él era santo, tenía el derecho de consagrar al soberano y de deponerlo, y también de nom-
brar y deponer a los obispos. La excomunión representó para Enrique IV el riesgo de pérdida de su co-
rona, ya que los príncipes imperiales no respaldaron su enfrentamiento con la Iglesia; por lo que solicitó
en perdón papal y logró la absolución.10
El conflicto se reanuda en 1080 cuando Gregorio VII reconoce a Rodolfo de Suavia como antirrey, y
Clemente III es designado antipapa con el apoyo de Enrique IV; quien se apodera de Roma (1083-1084)
y se hace coronar emperador por Clemente. Gregorio huye y muere en el exilio (1085). Enrique había
triunfado, pero con el sometimiento de Canossa había reconocido el poder judicial del papa sobre su
cargo, renunciando al origen divino de su potestad.11 La querella de las investiduras pierde, entonces,
intensidad. Durante el pontificado de Urbano II la Iglesia centra su interés en Jerusalén y convoca la
primera Cruzada (1096); pero al asumir Pascual II, este intenta resistir la supremacía imperial, reanu-
dando el conflicto. En 1106, Enrique I de Inglaterra renuncia a la práctica de la investidura de prelados
obteniendo a cambio el que estos prestasen juramento ante el rey antes de su consagración; lo mismo
sucedió en Francia. Finalmente, en 1122 se logra la firma del Concordato de Worms por parte de Calixto
II y Enrique V; según el cual el emperador conservaba el derecho de presenciar las elecciones de ecle-
siásticos y a conceder la investidura temporal mediante el cetro, de forma que el poder imperial quedaba
ligado al poder de la Iglesia.12 Este acuerdo fue ratificado al año siguiente en el Concilio Ecuménico de
Letrán.13
Rafael Bervín F.
San Antonio de Los Altos, febrero 2019
8 La cual, más bien, pudiera catalogarse como reestructuración eclesiástica y se divide en cuatro etapas: eclesiástica, im-
perial, popular y pontificia; la fase final es la denominada “Gregoriana” y abarca desde 1073 hasta 1083. Ibid. p. 165.
9 Decreto de Nicolás II sobre la elección de los pontífices (abril 1059). Ibidem.
10 Para ello, realiza una peregrinación a Canossa, donde es sometido a una humillante espera de varios días por una au-
diencia con el Papa, ante quien reconoció su pecado. Ibid. p. 166.
11 GEIC, T. VII, p. 2195.
12 Hispánica, T. VIII, p. 252.
13 ES, T. VII, p. 1826.