Este documento resume el tema del perdón de ofensas según tres fuentes: la tradición cristiana, el refranero popular español y la Biblia. Brevemente describe que la tradición cristiana lo considera una de las obras de misericordia más difíciles de practicar. Explica que el refranero popular enfatiza tanto la dificultad de perdonar como las ventajas de hacerlo. Finalmente, resume que la Biblia ofrece varios ejemplos de reconciliación y perdón, como la historia de José y sus hermanos en el
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Este documento resume el tema del perdón de ofensas según tres fuentes: la tradición cristiana, el refranero popular español y la Biblia. Brevemente describe que la tradición cristiana lo considera una de las obras de misericordia más difíciles de practicar. Explica que el refranero popular enfatiza tanto la dificultad de perdonar como las ventajas de hacerlo. Finalmente, resume que la Biblia ofrece varios ejemplos de reconciliación y perdón, como la historia de José y sus hermanos en el
Este documento resume el tema del perdón de ofensas según tres fuentes: la tradición cristiana, el refranero popular español y la Biblia. Brevemente describe que la tradición cristiana lo considera una de las obras de misericordia más difíciles de practicar. Explica que el refranero popular enfatiza tanto la dificultad de perdonar como las ventajas de hacerlo. Finalmente, resume que la Biblia ofrece varios ejemplos de reconciliación y perdón, como la historia de José y sus hermanos en el
Este documento resume el tema del perdón de ofensas según tres fuentes: la tradición cristiana, el refranero popular español y la Biblia. Brevemente describe que la tradición cristiana lo considera una de las obras de misericordia más difíciles de practicar. Explica que el refranero popular enfatiza tanto la dificultad de perdonar como las ventajas de hacerlo. Finalmente, resume que la Biblia ofrece varios ejemplos de reconciliación y perdón, como la historia de José y sus hermanos en el
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Nuria Calduch-Benagues
Perdonar las injurias
EL PERDÓN DE LAS OFENSAS En la tradición cristiana el perdón de las ofensas es la cuarta de las siete obras de miseri- cordia espirituales y probablemente sea la más difícil de llevar a la práctica a causa de nuestra tendencia natural al rencor, al resentimiento y la venganza. Cuántas veces no habremos oído y/o pronunciado estas palabras: «Perdono, pero no olvido». Las ofensas duelen y por eso nos cuesta perdonarlas, pero si las retenemos, se irán adueñando poco a poco de nuestra existencia y, sin darnos cuenta, quedaremos a merced de la amargura y del odio. Y lo peor es que al final acabarán por invadir nuestro corazón sin dejar ni siquiera un resquicio para el per- dón. Perdonar las ofensas no es fácil, pero es un modo de poner en práctica el precepto del amor fraterno. Ya lo decía el autor del libro de los Proverbios: «Quien perdona la ofensa cultiva el amor» (Pr 17,9a). EL PERDÓN DE LAS OFENSAS EN NUESTRO REFRANERO Guardar un secreto, perdonar una ofensa y aprovechar el tiempo son, según la sabiduría popular, las tres cosas más difíciles de esta vida. Vamos a dejar el primer y el tercer reto para otra ocasión, para poder ocuparnos mejor del perdón de las ofensas. Por un lado, el refranero es tajante al respecto: «Ofensa recibida nunca se olvida». La misma idea expresada con dos imágenes opuestas suena mucho mejor, aunque no pierde ni un ápice de su fuerza: «Las ofensas se escriben en el mármol; los beneficios, sobre la arena». Parece ser que perdonar un agravio recibido sin guardar rencor a la persona que lo ha cometido ni querer castigarla o vengarse de ella es una empresa que raya lo imposible. De ahí que «Quien a otros ofende, siempre la venganza teme» da por supuesto que el ofendido reaccionará con violencia contra el ofensor y que éste cuenta con ello de antemano. Ahora bien, más que temer por la reacción del ofendido, el ofensor debería temer por sí mismo, pues «Quien al prójimo ofende, su propio daño pretende». Por otro lado, abundan los refranes sobre las excelencias del perdón. Algunos relacionan perdón con sabiduría: «Consejo es de sabios perdonar injurias y olvidar agravios», «Perdonar un agravio es de hombre bueno y sabio». Otros lo presentan como un gran trofeo: «Perdona al ofensor y saldrás vencedor», «Quien el agravio perdona a sí mismo se corona». Y también están los que consideran el perdón de las ofensas desde una perspectiva religiosa: «A quien perdona pudiendo vengarse, poco le falta para salvarse», «Por cada injuria que perdones, un galón para el cielo te pones». Dicho de otro modo, el perdón hace avanzar a quien lo practica por el camino que conduce a la salvación. EL PERDÓN DE LAS OFENSAS EN LA BIBLIA Y la Biblia, ¿qué dice del perdón de las ofensas?, ¿habla de ello?, ¿lo describe?, ¿pone ejemplos?, ¿da consejos para ponerlo en práctica? Pues bien, para intentar responder estas preguntas, les sugiero un viaje por las páginas del «gran código»'. El punto de partida será el Antiguo Testamento y el punto de llegada el Nuevo Testamento. El viaje será sosegado y tranquilo. Sin dejarnos llevar de la prisa y de la obsesión de querer visitarlo todo, nos detendremos solamente en los pasajes más significativos, aquellos que mejor ilustren la obra de misericordia sobre la que queremos profundizar. 'Expresión que Northrop Frye toma prestada del poeta inglés William Blake para referirse a la Biblia, cf. N. FRYE. El gran código. Una lectura mitológica y literaria de la Biblia. Barcelona: Gedisa, 2001. PRIMERA ETAPA: ANTIGUO TESTAMENTO Reconciliación entre hermanos Nuestra primera visita será el libro del Génesis, concretamente sus últimos capítulos conocidos como «La historia de José» o «José y sus hermanos» (Gn 37,2-50,26), una historia que me evoca gratos recuerdos. En el examen de reválida (así se llamaba en mis tiempos la prueba que había que superar para poder cursar el bachillerato), entre otras muchas asignaturas, nos examinábamos también de Religión. Había que responder una sola pregunta y esa resultó ser nada más y nada menos que la historia de José y sus hermanos. Me puse contentísima porque prácticamente me la sabía de memoria de tantas veces que la había leído. Así que escribí sin interrupción hasta que nos recogieron los folios. Ni que decir tiene que me pusieron un diez de nota. Según Luis Alonso Schökel, este texto de fraternidad es «una narración sencilla y bien hecha que puede atraer a espíritus sencillos por sintonía; pero también atrae a espíritus refinados, que sienten vivir provisoriamente su niñez soterrada»2. Ciertamente la historia de José es muy atractiva, sobre todo porque narra un conflicto familiar en el que todos nos podemos sentir identificados. Algunos la consideran una historia de reconciliación. Si bien es verdad que el término reconciliación no aparece en el texto, toda la narración es presentada como un largo camino de reconciliación entre José y sus hermanos. Tardarán veintidós años antes de reencontrarse y hacer las paces. El comienzo de la historia es poco reconfortante. Jacob siente preferencia por José, el hijo de Raquel, su esposa amada pero difunta, lo que suscita el odio entre sus hermanos, que eran hijos de Lía y de las esclavas: «le tomaron rencor e incluso le negaban el saludo» (Gn 2 L. ALONSO SCHÖKEL. ¿Dónde está tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis, (Institución San Jerónimo 19). Estella (Navarra): Verbo Divino, 21990, 258. 37,4). José es el último de los hijos de Jacob, le nació cuando él era ya anciano. Y sus hermanos no aceptan que su padre prefiera al último, no aceptan que al último le conceda los privilegios propios del primogénito. Quisieran que Jacob no le amase tanto. Tampoco José contribuye a calmar los ánimos de sus hermanos, al contarles, ingenuamente y sin tacto, sus sueños en los que él aparece como rey y señor envuelto de grandeza y esplendor. Esto les irrita aun más, pues temen que los sueños se conviertan en realidad y acaben dando rienda suelta a la envidia, el rencor, el odio y la mentira. Al final deciden dar muerte a José, pero gracias a la intercesión de Rubén, el primogénito, se evita el derrame de sangre y el pequeño es vendido como esclavo a los madianitas. Acto seguido engañan a Jacob mostrándole la túnica ensangrentada de José, para hacerle creer que su hijo ha muerto descuartizado por una fiera. No hay consuelo para Jacob, que se rasga las vestiduras y hace luto por su hijo muchos días. El dolor de Jacob será una constante en todo el relato hasta el capítulo 45. Los capítulos 39-41 narran la estancia de José en Egipto, donde después de pasar muchas vicisitudes y ganarse la confianza del faraón con su sabiduría e inteligencia, llega a convertirse en virrey de Egipto. Se incorpora con éxito a la vida y cultura egipcia, contrae matrimonio y forma una familia, aunque en el fondo no puede olvidar su aflicción y la casa paterna. Integro, perspicaz y prudente, «el soñador» (así le llamaban sus hermanos para burlarse de él) en ningún momento ha dejado de confiar en Dios y su providencia. A partir del capítulo 42, de nuevo entran en escena los hermanos. Movidos por el hambre y cumpliendo las órdenes de su padre, bajan todos (menos Benjamín, hijo también de Raquel como José) a Egipto en busca de grano para no morir. Allí se produce el primer encuentro con José, pues todos los compradores tienen que dirigirse personalmente al virrey. Sus her manos no lo reconocen, pues no se lo pueden imaginar en ese puesto, pero él en cambio los reconoce inmediatamente. Contando con esa ventaja, inicia un juego en el que representa un papel ficticio. Me gusta cómo Benno Jacob explica la actuación de José: «Pudo haber revelado inmediatamente su identidad, haberlos reprendido por sus acciones y haber mostrado cómo, a pesar de ellas, había hecho carrera. Es demasiado generoso para desear o disfrutar de la humillación de ellos y de su triunfo. Pudo haber tendido la mano en gesto de reconciliación. Era demasiado prudente para ello: no habría sido reconciliación auténtica si los hermanos no cambiaban primero»3. Para ponerlos a prueba, José se comporta muy duramente y los acusa de espionaje. Su respuesta («Éramos doce hermanos tus servidores, hijos del mismo padre, de Canaán. El menor se ha quedado con su padre, otro ha ' Citado en L. ALONSO SCHÖKEL, ¿Dónde está tu hermano?, 279. desaparecido») revela que el recuerdo, y quizás el remordimiento, está vivo en su corazón. José continúa poniendo a prueba a sus hermanos pidiéndoles que le traigan a Benjamín. Después de haberlos encarcelado a todos, cambia de idea y decide quedarse con uno solo como rehén, mientras los demás irán a casa para dejar el grano y regresarán a Egipto con Benjamín. Aunque lentamente, el proceso de reconciliación avanza. La vuelta a Egipto se convierte en cuestión de vida o muerte para todos. Ahora es Judá quien toma la iniciativa, ya que Rubén ha fracasado la vez anterior. Así pues, le pide a su padre que Benjamín le acompañe a Egipto: «Deja que el muchacho venga conmigo. Así iremos y salvaremos la vida y no moriremos nosotros, tú y los niños. Yo salgo fiador por él, a mí me pedirás cuentas de él. Si no te lo traigo y no te lo pongo delante, rompes conmigo para siempre» (Gn 43,8-9). «El padre acepta la soledad provisional y el peligro de perder a sus hijos: es el sacrificio que ofrece por la super vivencia de todos», comenta Alonso Schökel4. Los hermanos bajan de nuevo a Egipto, donde losé les recibe con un gran banquete que se celebra según el protocolo. Ansiosos y recelosos ante tanto agasajo, temen por su vida. Por su parte, José mantiene su secreto, aunque al ver a Benjamín, se emociona y se va de prisa a la alcoba para poder llorar sin ser visto. Parece que el virrey de Egipto ya ha perdonado a sus hermanos, pero maquina el último acto de su plan: una prueba falsa para provocar un pleito. En el capítulo 44 los once hermanos inician su viaje de regreso, pero son detenidos fuera de la ciudad y acusados de haber devuelto mal por bien y de haber robado la copa que José utilizaba para beber y para sus prácticas de adivinación. Sin querer, los hermanos pronuncian una sentencia de muerte para Benjamín («Si se la encuentras [la copa] a uno de tus servidores, que muera; y nosotros seremos esclavos de nuestro señor», Gn 44,9), en cuyo saco José ' L. ALONSO SCHÖKEL, ¿Dónde está tu hermano?, 288. había ordenado al mayordomo que pusiera su copa. En esta ocasión, sin embargo, los diez hermanos mayores no abandonan al menor y regresan a la ciudad. Judá toma la palabra en nombre de todos: son culpables, pero no de lo que les acusa el virrey sino de otra culpa: «Dios ha descubierto la culpa de tus servidores» (Gn 44,16). José capta la alusión a la culpa del pasado, pero una vez más pone a prueba a sus hermanos, pidiéndoles que sea Benjamín quien se quede con él como esclavo para pagar su culpa. Judá se adelante y pronuncia un gran discurso en el que se ofrece en lugar de Benjamín, pues no quiere causar otro dolor a su padre. En sus palabras se advierte la transformación interior que ha sufrido. Actuando como auténtico hermano e hijo, Judá se convierte en el elemento unificador de la familia. Estamos a un paso del reconocimiento y la reconciliación. No pudiendo aguantar la tensión por más tiempo, José rompe a llorar y se da a conocer a sus hermanos con unas palabras cargadas de emoción que dejan a todos boquiabiertos. José da una interpretación teológica de todo lo que ha acaecido, poniendo de relieve la mano providente de Dios. Tres veces repite que ha sido 1 )ios, y no ellos, que lo ha mandado a Egipto para la vida, la liberación y la supervivencia del pueblo. Como muy acertadamente comenta Alonso Schökel, José tiene que exorcizar la culpa y el sentimiento de culpabilidad de sus hermanos y lo va a hacer de la siguiente manera. Por un lado, contando con el arrepentimiento que la ha borrado y la tribulación que la ha expiado; por otro, mostrando que aún la culpa queda sujeta por la riendas que Dios controla firmemente'. Les invito ahora a contemplar la escena: 'José no pudo ya contenerse delante de todos los que estaban junto a él, y ordenó: «Haced salir a todos de mi presencia». Y no quedó nadie con él cuando José se dio a conocer a sus hermanos. 2Rompió a llorar tan fuerte que lo oyeron los egipcios y la casa del Faraón se enteró de ello. . ALONSO SCHÖKEL, ¿Dónde estd tu hermano?, 300. 3José dijo a sus hermanos: «Yo soy José. ¿Vive todavía mi padre?» Pero sus hermanos no pudieron contestarle porque estaban atónitos ante él. 4José dijo a sus hermanos: «Acercaos a mí». Ellos se acercaron y les dijo: «Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. 5Pero no os aflijáis ni os pese el haberme vendido aquí; pues para salvar vidas me envió Dios por delante. 6Llevamos dos años de hambre en el país y todavía nos quedan otros cinco años en que no habrá ni siembra ni siega. 'Dios me envió por delante para que podáis sobrevivir en este país y para salvaros de manera admirable. 8Así pues, no fuisteis vosotros quienes me enviasteis aquí, sino Dios; él me ha hecho ministro del Faraón, señor de toda su corte y gobernador de todo el país de Egipto. 9Daos prisa, subid a casa de mi padre y decidle: "Esto dice tu hijo José: Dios me ha hecho señor de todo Egipto; baja a mi lado, sin tardar. '9 Habitarás en la región de Gosén, y estarás cerca de mí: tú y tus hijos y los hijos de tus hijos, tus ovejas, tus vacas y todas tus posesiones. "Yo cuidaré allí de tu subsistencia, pues aún quedan cinco años de hambre, para que no te falte nada a ti, ni a tu familia ni a tus posesiones". '2Con vuestros ojos estáis viendo, y también vuestro hermano Benjamín lo ve, que os hablo en persona. '3 Contad a mi padre la fama que tengo en Egipto y todo lo que habéis visto; id aprisa y traed aquí a mi padre». 14Entonces se echó al cuello de su hermano Benjamín llorando, y Benjamín lloraba también abrazado a él. 15Luego besó llorando a todos sus hermanos. Solo entonces le hablaron sus hermanos (Gn 45,1-15). La familia queda finalmente unida, pero la historia continúa. Jacob viaja a Egipto y se en- cuentra con José que, con la ayuda de Dios, consigue asegurar la supervivencia no solo de su familia, sino de todo el imperio y alrededores (capítulos 46-47). Al cabo de diecisiete años I acob enferma gravemente y antes de morir deja el testamento a sus hijos (cap. 48-49). Se celebran los ritos fúnebres y lo entierran en Canaán tal como era su deseo (Gn 50,1-14). Pues bien, cuando parece que la historia ha llegado a su fin, el narrador añade un pasaje a modo de epílogo en el que se retorna el tema del rencor y el perdón. Después de la muerte de su padre, los hermanos de José, temiendo que todavía les guarde rencor, le envían un mensaje, recordán- dole que su padre le había ordenado que los perdonase. José tiene que perdonar por respeto a su padre y a Dios. Leamos el texto: 15Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, se dijeron: «Quizá ahora José guarde rencor contra nosotros, y nos devuelva con creces todo el mal que le hicimos». '6Entonces enviaron un mensaje a José, diciendo: Tu padre ordenó esto antes de morir: "«Así diréis a José: "Perdona a tus hermanos su crimen y su pecado y el mal que te hicieron". Por tanto, perdona el crimen de los siervos del Dios de tu padre». José, al oírlos, se echó a llorar. 18Entonces vinieron sus hermanos, se postraron ante él y le dijeron: Aquí nos tienes, somos tus siervos. '9Pero José les dijo: «No temáis, ¿acaso puedo ponerme yo en lugar de Dios? 20Vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien para que sucediera lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran pueb- lo. 21 Así Así que no temáis; yo cuidaré de vosotros y de vuestros hijos». Y los consoló hablándoles al corazón. En la historia de José y sus hermanos el proverbio «Perdona el ofendido, no el ofensor» no se cumple, porque en ella perdonan todos, (.1 ofendido y, en este caso, los ofensores. La ruptura de la fraternidad, por desgracia, también se da en nuestras familias, instituciones, lugares de trabajo y sociedades. Los lazos fraternos se rompen unas veces por nimiedades o insignificancias, otras veces por oscuras pasiones que se apoderan del corazón humano. ( Casi siempre tardan en restablecerse, pues las heridas son hondas y cicatrizan lentamente. En el peor de los casos quedan abiertas rezumando sentimientos innobles. La historia de José es un canto a la fraternidad, al perdón y a la reconciliación. Perdonar las ofensas recibidas crea familia, hermandad, unidad y, lo más importante, nos acerca a Dios. Mejor perdonar que guardar rencor Nuestra segunda visita será un libro sapiencial que se encuentra en la frontera entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Me refiero al libro de Ben Sira, conocido también como S irácida o Eclesiástico, un libro muy entrañable para mí porque fue el texto de mi tesis doctor- 27,30 ,El rencor y la ira también son abominables, el pecador las guarda en su interior. 28,1 Del vengativo se vengará el Señor, que llevará cuenta exacta de sus pecados. 2 Perdona la ofensa a tu prójimo, y, cuando reces, tus pecados serán perdonados. 3 Si una persona alimenta la ira contra otra, ¿cómo puede esperar la salvación del Señor? Si una persona no se compadece de su semejante, ¿cómo se atreve a suplicar por sus propios pecados? 5 Si es un simple mortal y guarda rencor, ¿quién le perdonará sus pecados? 6 Acuérdate de tu fin y deja de odiar; acuérdate de la corrupción y la muerte, y sé fiel a los mandamientos. ' Acuérdate de los mandamientos y no guardes rencor al prójimo. Acuérdate de la alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas. al'. Escrito por el sabio Ben Sira a finales del siglo II a.C. en Jerusalén, el libro es una especie de manual de sabiduría destinado a los jóvenes que frecuentaban su escuela para prepararse para el porvenir. Mediante proverbios, instrucciones, consejos, los textos antiguos y su ejemplo de vida, el sabio inculcaba a sus discípulos el amor por la sabiduría, el temor del Señor y la observancia de la Ley, entre otras muchas cosas. Vamos a detenernos en Sir 27,30-28,7, una instrucción sobre el recuerdo de las injurias, es decir, sobre el resentimiento o rencor7. En otras palabras, esa desazón, desabrimiento o queja que le queda a una persona después de recibir una ofensa ya sea verbal o física. El resentimiento puede perdurar, enquistarse y reaparecer cuando se recuerda la ofensa recibida. El texto de Ben Sira recita así: 6N. CALDUCH-BENAGES. En el crisol de la prueba. Estudio exegético de Sir 2,1-18 (ABE 32). Estella: Verbo Divino, 1997. 7 Para este texto, cf. N. CALDUCH-BENAGES. «Es mejor perdonar que guardar rencor: estudio de Sir 27,30-28,7». Gregorianum 81 (2000) 419-439. La instrucción se abre con una máxima sobre el rencor y la ira. Dicha máxima contiene dos afirmaciones. La primera, «el rencor y la ira también son abominables», establece una relación de continuidad entre nuestro texto y el anterior, dedicado a la hipocresía y a sus nefastas consecuencias (Sir 27,22-29). De este modo, al igual que la hipocresía, el rencor y la ira entran en la categoría de «cosas abominables» entre las que también se incluyen la soberbia, cierto tipo de habilidad y la idolatría. La segunda afirmación, «el pecador las guarda en su interior», nos introduce en un ámbito netamente teológico, donde rencor e ira aparecen intrínsecamente vinculados a la persona que ha transgredido su relación con Dios: ambos sentimientos le pertenecen, son posesión suya, habitan en lo íntimo de su corazón. Excepción hecha de Sir 27,30-28,7, del rencor como tal apenas se habla en el Sirácida. Por el contrario, la ira en cuanto pasión humana es un tema frecuente en la obra del sabio. En línea con el libro de los Proverbios, Ben S ira reflexiona sobre la ira humana y emite un juicio crítico al respecto, a partir del cual desarrolla su doctrina y fundamenta sus enseñanzas. El sabio presenta varios motivos que, en determinadas circunstancias, pueden encender la ira en el corazón del ser humano: el marido mantenido por su mujer, la mujer borracha, la caída en el pecado, la borrachera para el necio y los pensamientos relativos a la muerte. Sea cual sea el motivo que la ocasiona, la ira recibe siempre un juicio negativo. Valga a modo de ejemplo el texto de Sir 10,18: «No es propio del ser humano ser soberbio, ni del nacido de mujer ser violento». La ira es muy peligrosa. En primer lugar, por las consecuencias que acarrea a la persona que se deja arrastrar por ella: la persona irascible siempre acaba mal, pues el ímpetu de su ira abrevia sus días, la conduce a la ruina y la condena a una muerte implacable, como bien lo demuestra la historia antigua (cf. Nm 16,1- 35). En segundo lugar, por el daño que puede ocasionar a los demás: la persona irascible corre el riesgo de cometer homicidio, de encender disputas violentas, así como de herir gravemente al prójimo con su lengua afilada. Queda claro, pues, que según el pensamiento de Ben Sira, la ira tiene unas repercusiones morales y religiosas muy importantes: no sólo provoca la autodestrucción de la persona, sino que la aleja de Dios y, en consecuencia, la conduce irremisiblemente al pecado. Así como la ira es propia del necio, la paciencia es el distintivo del sabio. Leemos en Proverbios: «el irascible comete locuras, el reflexivo es paciente» (14,17) o también, «quien tiene paciencia abunda en sensatez, quien tiene poco temple delata insensatez» (14,29). En conclusión, rencor e ira pertenecen a la esfera del pecado y, por tanto, son rechazados por Dios y por aquellos que le temen, o lo que es igual, por aquellos que buscan la sabiduría. En Sir 28,1-2 se percibe cómo las acciones humanas no son indiferentes a Dios. Sean jus- tas o reprobables, siempre suscitan una reacción-respuesta de parte de Dios. Mientras la persona vengativa recibe la venganza del Señor, la misericordiosa recibe el perdón de sus pecados. Así pues, en nuestro texto tanto la venganza como la misericordia humanas encuentran sus respectivos correspondientes en la venganza y la misericordia del Señor. Hemos visto que en Sir 27,30 el sabio ha introducido los conceptos de rencor e ira. ¿Por qué ahora los abandona para hablar de la venganza? En realidad no los abandona, ya que rencor, ira y venganza están estrechamente relacionados entre sí. La experiencia enseña que el rencor y la ira suelen desembocar en la venganza (cf. Gn 4,5): un mecanismo de violencia que consiste en imitar la violencia ajena. En Sir 28,1 otra máxima, esta vez sobre el vengativo, completa la anterior. De hecho, Ben Sira ya había hablado de la venganza en Sir 27,28: «Escarnio e injuria esperan al soberbio, la venganza le acecha como un león», pero desde una perspectiva muy distinta. Nuestro texto insiste en el castigo que Dios inflige a la persona vengativa: no sólo le paga con la misma moneda, sino que además lleva cuenta exacta de todos sus delitos (cf. Sal 103,3 y Job 14,16-17). Y es que la venganza del Señor es implacable con los soberbios, malvados y pecadores. Si en Sir 28,1 el sabio ha hecho una descripción del pecador, en el versículo siguiente presenta a modo de contraste la suerte del misericordioso. Aquel que perdona las injurias recibidas de su prójimo, recibirá del Señor el perdón de los pecados. Las ofensas, pues, se curan con el perdón, jamás con la venganza. Así aconseja Ben Sira en 8,5: «No injuries a una persona que se aparta del pecado, recuerda que todos somos culpables». La misma enseñanza se encuentra en el Talmud de Jerusalén: «Cuando una persona se arrepiente, no le digas: "acuérdate de tus acciones pasadas"»8. La enseñanza del sabio no deja espacio para las dudas: hay que perdonar al prójimo, porque el Señor se venga del vengativo y perdona al que perdona. Estas palabras también resuenan en el Talmud de Jerusalén: «Siempre que tú eres misericordioso, el Omnipresente será misericordioso contigo; si tú no eres misericordioso, el Omnipresente tampoco será misericordioso contigo»9, y en varios pasajes del Testamento de los Doce Patriarcas, como por ejemplo: «Amaos, pues, de corazón unos a otros, y si alguno comete una falta contra ti, díselo con paz, apartando el veneno del odio sin mantener el engaño en tu alma. Y si tras confesar su culpa, se arrepiente, perdónale. Si la niega, no entres con él en disputa, no sea que se empecine entre juramentos y cometas tú una doble falta... Pero si lo niega y se avergüenza de sentirse reprobado, quédate tranquilo y no continúes arguyéndole, Baba Mesia 4,1. 9 Baba Qamma 8,10,6c. pues el que niega, da muestras de arrepentimiento. No te ofenderá más, sino que te honrará, te temerá y mantendrá la paz contigo. Pero si es un desvergonzado y persiste en la maldad, perdónale de corazón y deja a Dios la venganza»10 Por si su lección no resultaba del todo convincente, Ben Sira la completa con una nueva argumentación hecha a base de tres preguntas retóricas (Sir 28,3-5), cuyo objetivo es poner de manifiesto la incoherencia interior de la persona que exige a Dios que haga con ella lo que ella no hace con su prójimo: pretende que Dios le otorgue el perdón, mientras ella no perdona al hermano. El discurso del sabio resulta muy pedagógico e incluso nos atreveríamos a decir que no está exento de ironía. Exigir salvación, misericordia y perdón a Dios, cuando uno niega todas estas cosas al hermano, no sólo denota falta de coherencia (es decir, falta de sensatez, de sabiduría) sino también falta de sentido religioso. Y lo que es peor, estas exigencias, des- .. Testamento de Gad 6,3-7. provistas de toda lógica humana y religiosa, constituyen un auténtico desafío al Señor. Y desafiar al Señor es un pecado de soberbia que no pasará desapercibido a la justicia divina (cf. Sir 5,1-8; 16,11-12). También aquí las ideas de Ben Sira encuentran eco en el pensamiento rabínico. En el Talmud de Babilonia leemos: «Quien se apiada de los demás, el cielo se apiadará de él, mientras quien no se apiada de los demás, el cielo no se apiadará de él»". Nuestro texto concluye con un concentrado de nueve consejos sobre cómo debe actuar el discípulo en relación con su prójimo (Sir 28,6-7). De entre todas las recomendaciones, sobresale la invitación a mantener viva la memoria. Recordar es una actividad que el sabio recomienda en diversos pasajes de su obra (cf. Sir 7,16.28.36; 8,5.7, etc.). En este caso el discípulo tiene que recordar: por un lado, el final, la corrupción y la muerte y, por otro, los mandamientos y la alianza del Altísimo. Recordar '' Shabbat 151b. el final implica tomar conciencia de la finitud de la naturaleza humana a la vez que representa un estímulo para comprometerse a fondo en el tiempo presente. Recordar los mandamientos nos introduce en el tema de la Ley y, en particular, su concreción en los mandamientos o preceptos. Resulta bastante evidente que Ben Sira alude a Lv 19,18: «No tomarás venganza ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor», un texto en el que se aúnan dos formulaciones: una negativa, en forma de prohibición y otra positiva en forma de mandato. De esta manera, se establece un vínculo de unión entre la renuncia a la venganza y el amor al prójimo. Por el contrario, en Sir 28,7 sólo aparece la formulación negativa: «no guardes rencor al prójimo». Su correspondiente en positivo (ama al prójimo) hay que buscarlo en otros pasajes del libro. El mandamiento de Lv 19,18 concluye con una autopresentación del Señor: «Yo soy Yahvé». Nuestro texto, en cambio, aunque el contenido del mensaje es básicamente el mismo, termina más modestamente: «Acuérdate de la alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas». Cerrar los ojos a las ofensas recibidas del prójimo, involuntarias o no, significa: por un lado, renunciar al rencor y a la venganza y, por otro, estar dispuesto a perdonar a la persona que ha cometido el agravio. Ambas actitudes son propias del sabio que conoce la ley del Altísimo. Cerrar los ojos a las ofensas recibidas es hacer a los demás lo que a uno le gustaría que los demás le hiciesen. Este mismo pensamiento, pero formulado en negativo, lo encontramos en la famosa regla de oro del rabino Hillel: «Lo que es odioso para ti no lo hagas a tu vecino: en esto consiste la Torá»12. La lección de Ben Sira sobre el perdón de las ofensas es diáfana. Rencor e ira suelen de- sembocar en venganza, un acto violento que el Señor no duda en castigar duramente. El I2 Shabbat 31a. polo opuesto de estos sentimientos detestables lo constituye el perdón. Así pues, no lo dudes, perdona al prójimo y el Señor te perdonará. SEGUNDA ETAPA: NUEVO TESTAMENTO El Padrenuestro Los escritos del Nuevo Testamento presentan el perdón como un don gratuito de Dios. Sin embargo, para obtenerlo se requiere una condición indispensable: perdonar a aquellos que nos han ofendido. Este mensaje es tan importante para Jesús que lo ha incorporado en el Padrenuestro, la oración por excelencia de los cristianos, más conocida incluso que el «credo», es decir, que la misma profesión de fe. El Padrenuestro es la tarjeta de identidad del cristiano, es un signo de reconocimiento ante el mundo y ante uno mismo. Ahora bien, no hay que olvidar los lazos que unen el Padrenuestro con la tradición hebrea, sobre todo con la oración del Qaddish (el Santo), la oración con clusiva de la liturgia hebrea, y con la Amidá o Shemoné Eshré (las dieciocho bendiciones), el eje central del judaísmo que se recita diariamente en tres ocasiones. Todas estas oraciones nacen de una misma fuente y tienen por hogar un mismo universo de fe. Situado el centro del Sermón de la Montaña (Mt 5-7), el Padrenuestro recoge en forma de oración el contenido esencial del Evangelio. Según Tertuliano, en la oración que Jesús nos enseñó «está contenido, como en un resumen, todo el Evangelio» (totius evangelii brevíarium)" Escuchemos el precepto del Maestro: Vosotros, pues, orad así: «Padre nuestro que estás en los cielos: santificado sea tu nombre; venga tu reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; y perdona nuestras ofensas (deudas), así como también nosotros perdonamos a los que 13 TERTULIANO. Sobre la oración, 1,6. nos ofenden (a nuestros deudores); y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal» (Mt 6,9-13)". Antes de ocuparnos de la petición sobre el perdón de las ofensas, quisiera hacer una breve introducción a la entera oración para preparar el terreno. Lo primero que descubre un lector o lectora atento es que en el Padrenuestro faltan algunas expresiones que se suelen encontrar en la mayoría de oraciones, como por ejemplo: «Te alabo, te suplico, te doy gracias...». El estilo del Padrenuestro no es nada retórico ni farragoso. Al contrario, es más bien conciso, sobrio, se centra en lo esencial. Así lo vemos ya en la primera palabra: «Padre». También sorprende que la oración termine mencionando el mal, sin ninguna doxología final. Parece que le falta algo. De hecho, la liturgia le ha añadido una glosa final inspirada en 1Co 29,11-12, que ya se encuentra en la Didajé" hacia la mitad '4 En Mateo las deudas significan las ofensas, o sea el pecado. 15 La Didajé o Enseñanza de los doce apóstoles o Enseñanza del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles es una obra del siglo II d.C.: «Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por los siglos. Amén». Del punto de vista formal, el Padrenuestro se puede dividir en dos partes: en las primeras tres peticiones se repite el adjetivo «tu» (tu nombre, tu reino, tu voluntad) y en cada frase el verbo ocupa la posición inicial seguido del sustantivo correspondiente (santificado sea..., venga..., hágase...). Nótese además que estas peticiones se suceden una a otra sin ninguna conjunción que establezca algún nexo entre ellas. En las otras cuatro peticiones, en cambio, se repite el adjetivo «nuestro» (Padre nuestro, nuestro pan, nuestras ofensas) y están unidas por la conjunción «y» y la adversativa «mas». Si en la primera parte los verbos están en voz pasiva (así el texto original griego), en la segunda parte, todos están en forma activa. de la literatura cristiana primitiva compuesta por uno o varios autores a partir de materiales literarios judíos y cristianos preexistentes. Contiene las primeras instrucciones conocidas para la celebración del Bautismo y la Eucaristía, así como una de las tres redacciones que han subsistido del Padrenuestro. Si uno se fija detenidamente en dicha estructura, fácilmente advierte que la petición sobre el «pan» destaca por su posición central y su carácter peculiar. De hecho, se acerca a las tres primeras peticiones porque pide algo en positivo «danos hoy», pero, por otra, se acerca a las otras peticiones porque tiene por objeto algo que atañe al ser humano y no directamente a Dios. Además, la cuarta petición está colocada entre las dos que destacan por una formulación más desarrollada: la tercera termina con la frase «así en la tierra como en el cielo» y la quinta con «así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». A partir de estas observaciones podemos deducir algo importante para la comprensión del Padrenuestro. Nos referimos a lo siguiente: las dos partes de la oración están unidas por un elemento central, a saber la relación entre Dios y el ser humano. Se habla a Dios, partiendo del ser humano, y se habla del ser humano mirando a Dios. Es más, la oración empieza diciendo «Padre nuestro» y las últimas peticiones, aunque no repiten la palabra Padre, insisten en el adjetivo «nuestro»'. Así pues, desde el comienzo, el Padrenuestro no se presenta como una oración individual sino comunitaria, con una marcada dimensión eclesiológica. De por sí, la oración cristiana no se reduce al ámbito individual sino que se abre a la comunidad. El cristiano reza en comunión con Cristo y con los demás, por eso reza en plural. Escuchemos la reflexión de Cipriano al respecto: Ante todo, el doctor de la paz y el maestro de la unidad no quiso que rezáramos solos o individualmente, pues cuando alguno reza, no lo hace para sí solo. Porque no decimos: Padre mío que estás en el cielo [..]. La oración es pública y comunitaria para nosotros; cuando rezamos no lo hacemos por uno, sino por todo el pueblo, porque todo el pueblo somos uno 7 . En el Padrenuestro el orante no pide exclusivamente por su pan cotidiano, su perdón y su 16 En total, se repite cuatro veces «nuestro/as» y tres veces «tu». 17 CIPRIANO. Sobre la oración del Señor, 8. liberación del mal. Su oración nace de la conciencia de saber que no está solo y por eso sus ruegos incluyen los ruegos de todos, expresando y generando al mismo tiempo concordia y unidad. Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden El Antiguo Testamento, sobre todo en sus oraciones, enseña a pedir a Dios que perdone (redima, purifique, lave, borre) los pecados (delitos, culpas e iniquidades) de la persona consciente de sus faltas (cf. Sal 51; 103; 130). También en la sexta de las Dieciocho Bendiciones se pide perdón a Dios por todos los pecados y se le alaba como un Dios de perdón: Perdónanos, Padre nuestro, porque hemos pecado; absuélvenos, oh nuestro rey, porque eres un Dios bueno que perdona. Bendito seas, Señor, tú que eres misericordioso y perdonas con generosidad. En el Nuevo Testamento, la remisión de los pecados es un tema central que aparece en muchos textos, entre ellos la oración del Padrenuestro. En la quinta petición el orante invoca el perdón de Dios («perdona nuestras ofensas»), motivándolo con una afirmación audaz e impactante que le deja a uno asombrado: «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». La frase da a entender que nuestro comportamiento es tan impecable que se puede equiparar al de Dios. Ahora bien, ¿cómo es posible presentarse ante Dios de esta manera? ¿cómo es posible alardear de justicia y misericordia ante el Justo y Misericordioso por excelencia? Una tal actitud suena a atrevimiento, pues todos sabemos que no hay nadie que esté libre de pecado. La respuesta a estos interrogantes hay que buscarla en las páginas del Nuevo Testamento, donde el perdón de Dios no es la respuesta al perdón del ser humano sino la condición que lo hace posible. En palabras de Carmine di Sante, autor de un hermoso libro sobre el Padrenuestro: «El perdón del ser humano, del punto de vista teológico, no solo no es la causa del perdón de Dios sino el signo de su irrupción y de su presencia»". Así pues, la persona que ha encontrado al Dios que perdona, es llamada a su vez a perdonar las ofensas del prójimo tal como Dios ha hecho con las suyas. Dicho de otro modo, el perdón de Dios para con nosotros hace posible que nos perdonemos unos a otros. Después de lo dicho, podemos dar una explicación convincente al atrevimiento del que hablábamos antes. Cuando la persona que reza el Padrenuestro invoca el perdón de Dios, está testimoniando que precisamente gracias a ese perdón divino también ella es capaz de perdonar a los demás. En su Carta a los filipenses, Policarpo de Esmirna (69-165 d.C.) comenta la quinta pe- tición del Padrenuestro con mucha sencillez, apelando al día del juicio final: 18 C. DI SANTE. Il Padre Nostro. L'esperienza di Dio nella tradizione ebraico-cristiana, (Orizzonti biblici). Asís: Citadella, 1995, 201 (traducción nuestra). Si pedimos al Señor que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues estamos ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo'. Si nos adentramos en el ámbito patrístico no podemos dejar de citar a Tertuliano, Ci- priano y Agustín. Para ellos, el Padrenuestro adquirió un valor incalculable. Se convirtió en el texto base con el que las comunidades cristianas antiguas del África romana aprendieron a orar. Por este motivo, quisiera terminar este apartado ofreciéndoles algunos fragmentos de los comentarios que estos Padres de la Iglesia hicieron a la petición sobre el perdón de las ofensas. Empezamos con Tertuliano (160-220 d.C.). En su tratado sobre la oración escribe: Vista la generosidad de Dios, era natural que suplicáramos también su clemencia. ¿Para qué sirve el alimento corporal, si en su presencia somos como víctimas cebadas destinadas al sacrificio? El Señor sabía muy bien que él era el úni- '9 POLICARPO. Carta a los Filipenses, 6,2. co sin pecado. Por esto, nos exhorta a rezar así: «Perdona nuestras deudas». La confesión es una petición de perdón, porque quien pide perdón confiesa su delito. Así, la penitencia es agradable a Dios: Él la prefiere a la muerte del pecador. Cipriano (200-258 d.C.), discípulo de Tertuliano y obispo de Cartago, escribió un tratado sobre la oración del Señor del que entresacamos algunos fragmentos: Después de esto [de pedir el pan cotidiano], pedimos también por nuestros pecados, diciendo: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Después del alimento, pedimos el perdón de los pecados. Esta petición nos es muy conveniente y provechosa, porque ella nos recuerda que somos pecadores, ya que, al exhortarnos el Señor a pedir el perdón de los pecados, despierta con ello nuestra conciencia. Al mandarnos que pidamos cada día el perdón de nuestros pecados, nos enseña que cada día pecamos, y así nadie puede vanagloriarse de su inocencia ni sucumbir al orgullo. Es lo mismo que nos advierte Juan en su carta, cuando dice: «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero, si confe- samos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonard los pecados». Dos cosas nos enseña en esta carta: que hemos de pedir el perdón de nuestros pecados, y que esta oración nos alcanza el perdón. Por esto, dice que el Señor es fiel, porque él nos ha prometido el perdón de los pecados y no puede faltar a su palabra, ya que, al enseñarnos a pedir que sean perdonadas nuestras ofensas y pecados, nos ha prometido su misericordia paternal y, en consecuencia, su perdón20 . Agustín de Hipona (354-430 d.C.) escribió cuatro Sermones (56-59) sobre el Padrenues- tro dedicados a los catecúmenos «competentes» (los que pasaban a ser bautizados) que forman parte del rito bautismal. Suplicamos que se nos perdonen nuestras deudas. Tenemos deudas, no de dinero, sino de pecados. Aunque estamos bautizados, tenemos deudas. No porque quedase algo sin perdonar en el bautismo, sino porque, en el curso de la vida, hemos contraído otras que se nos han de perdonar cada día21. 2° CIPRIANO. Sobre la oración del Señor, 22-23. 21 AGUSTÍN. Sermón 56 sobre la oración del Señor, 7 . ¿Acaso es necesaria esta petición, a no ser en esta vida? En la otra no tendremos deudas. ¿Qué son las deudas, sino los pecados? Ved que vais a ser bautizados: todos vuestros pecados os serán perdonados; en aquel momento no quedará ni uno solo. Si alguna vez planeasteis o realizasteis algo malo de obra, de palabra, deseo o pensamiento, todo se os borrara22. Hay dos clases de perdón de los pecados: uno que se nos concede una sola vez; otro que se nos otorga cada día. El primero es el que se nos otorga, una única vez, en el santo bautismo; el segundo, el que se nos concede, mientras vivimos aquí, gracias a la oración del Señor. Por eso decimos: «Perdónanos nuestras deudas»23. Por tanto, dado que esta oración la vais a recitar a diario, os exhorto a vosotros que sois hijos míos por la gracia de Dios y, bajo tal Padre, mis hermanos, os exhorto —repito-- a que cuando alguien os ofenda y peque contra vosotros, si se os acerca, reconoce su pecado y os suplica perdón, le perdonéis al instante de corazón, no sea que cerréis el 22 AGUSTÍN. Sermón 57 sobre la oración del Señor, 8. 23 AGUSTÍN. Sermón 58 sobre la oración del Señor, 5. paso al perdón que os llega de Dios. Si vosotros no perdonáis, tampoco él os perdonará a vosotros24. La parábola del siervo despiadado Nuestro viaje bíblico termina en una página del evangelio de Mateo conocida como la parábola del «siervo deudor o despiadado», del «perdón ilimitado» o de la «infinita misericordia», que muy bien puede considerarse como un comentario a la quinta petición del Padrenuestro25. Mateo termina su cuarto discurso, el «discurso eclesial» (Mt 18), con el mandamiento del perdón fraterno a la vez que hace una severa advertencia contra el instinto de venganza. Pedro, el representante de todos los discípulos, se pregunta por los límites del perdón. A él le parece que perdonar hasta siete veces al que te ha ofendido es suficiente, es más, lo considera 24 AGUSTÍN. Sermón 59 sobre la oración del Señor, 7. 25 Para un breve comentario de la parábola, cf. N. CALDUCHBENAGES. La Palabra Celebrada. Explicación bíblica de las lecturas de todos los domingos y fiestas, (Dossier CPL 132). Barcelona: Centro de Pastoral Litúrgica, 2014, p. 144. un acto heroico. De todos modos, para asegurarse, se lo pregunta a Jesús: "Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» 22Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». La pregunta de Pedro menciona la expresión «siete veces» que equivale a decir «muchas» y la respuesta de Jesús acentúa ese modismo popular con un subrayado, «setenta y siete veces», es decir, «muchísimas» o lo que es lo mismo, «siempre». Si bien es verdad que Pedro se presenta dispuesto a una generosidad excepcional, en la óptica del Evangelio su medida no da la talla: el perdón ha de ser sin límites. Jesús le enseña que no existe un momento en que el cristiano pueda decir: «Ya he perdonado suficiente, a partir de ahora ya no tengo que perdonar más». No hay límites para el perdón. Hay que perdonar siempre y en toda ocasión. Consciente de que sus palabras son difíciles de entender, Jesús ilustra su doctrina con una parábola que, aunque va dirigida a todos los que le escuchan, a quienes más directamente se refiere es a los dirigentes o responsables, personificados en Pedro. Por medio de metáforas bien conocidas por el auditorio, Jesús compara lo que sucede en el Reino de los cielos con lo que sucede en el orden humano. En este caso, se trata de un rey (entiéndase Dios) que quiere hacer un ajuste de cuentas (entiéndase el juicio divino). La acción se desarrolla en tres escenas de dos protagonistas cada una: empleado y rey/ señor (Mt 18,23-27), empleado y compañero (Mt 18,28-30), rey/señor y empleado (Mt 18,31-34). La parábola gira alrededor de dos comportamientos «contrastantes». El empleado es un inmenso deudor, pero a su señor basta un gesto de buena voluntad para perdonarle la deuda. El deudor perdonado, en cambio, se muestra implacable con un compañero que le debe una cantidad insignificante. La reacción del señor ante este acreedor mezquino es seve- ra: le obliga a pagar toda la deuda. La lección conclusiva se encuentra en el último versículo (Mt 18,35). Leamos el texto completo: 23Por eso el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. 24Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. 25Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. 26Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré»27. Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. 28A1 salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: «Paga lo que debes». 29Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré». 30Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. 31Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. 32Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. 33¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" 34Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. 35Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano. En la primera escena (Mt 18,23-27) el rey/ señor, probablemente después de recibir denuncias o de advertir irregularidades en la gestión de sus bienes, pide a sus siervos (entiéndase a sus administradores o empleados) el estado de cuentas para cerciorarse de lo ocurrido. La deuda es enorme: diez mil talentos, lo que equivale al rédito anual de un pequeño estado. Es decir, se trata de una cantidad que supera con creces la capacidad económica de un particular. El talento (60 minas o 6.000 denarios de plata) era consid- erado como la máxima unidad de peso/moneda en la sociedad de la época26. En aquel entonces en Palestina, la expresión «diez mil talentos» 26 Para la información sobre pesos y monedas en la Biblia, cf. E KOGLER-R. EGGER- WENZEL-M. ERNST (eds.). Diccionario de la Biblia. Mensajero-Sal Terrae, Bilbao- Santander, 2012, pp. 537-538. indicaba una cantidad de dinero astronómica, ciertamente inasequible para el ciudadano medio. Queda claro, pues, que el administrador se encuentra ante una misión imposible: nunca podrá cancelar la deuda contraída ante el rey/ señor. No tiene salida. La única esperanza que le queda es que éste le conceda una gracia. La justicia fue siempre muy rigurosa con los deudores insolventes. Prueba de ello es la primera reacción del rey que, como juez inapelable, ordena al administrador que pague la deuda con su vida y la de su familia, además de sus posesiones. La orden del rey choca contra nuestra sensibilidad moderna, pero hay que tener en cuenta que «la parábola no juzga la moralidad de la real decisión; describe sencillamente la situación desesperada a que ha llegado el siervo por su culpa»27. Al escuchar la súplica angustiada del mal administrador que implícitamente reconoce su culpa, el rey experimenta una profunda misericordia 27I. GOMA. El evangelio según san Mateo, vol. 2 (Comentario al Nuevo Testamento 111/2 - Colectánea San Paciano 22/2). Madrid: Marova, 1976, p. 225. que lo conmueve interiormente. Y con una generosidad humanamente inconcebible perdona toda la deuda a su empleado. Acto seguido —y así pasamos a la segunda escena (Mt 18,28-30)— el deudor perdonado se encuentra con un compañero que le debe cien denarios. Es decir, una cantidad insigni- ficante si la comparamos con lo que él debía al rey. En contraste con la magnanimidad del rey, el administrador maltrata a su deudor con una violencia infame negándose a perdonarlo. Haciendo caso omiso de su súplica, se ensaña con su miseria y lo mete en prisión hasta que consiga saldar su deuda. La tercera escena (Mt 18,31-34) narra de forma dramática lo que expresa la carta de Santiago sin imágenes: «Juicio sin misericordia para el que no hizo misericordia» (St 2,12). La escena se traslada de nuevo al palacio real. Movidos por un sentimiento de solidaridad, unos compañeros de la pobre víctima deciden ir a palacio a contarle al rey lo ocurrido. Indignado por el comportamiento del mal administrador, a quien él le había perdonado toda la deuda, le recrimina su falta de misericordia para con su compañero, deudor como él. Con su comportamiento inmisericorde, el mal administrador se ha hecho justicia a sí mismo: pierde todo el beneficio que gratuitamente había recibido del rey, quien le manda a la cárcel (dice el texto «lo entregó a los verdugos») hasta que pague toda la deuda. El castigo será de por vida dada la desproporción entre la suma debida y la incapacidad de adquisición del condenado. «La sentencia no consiste solo en revocar la anterior absolución, pues añade una nueva irrevocable pena, precisamente por haberse negado a hacer obra de misericordia»28. La parábola termina con una lección conclusiva: «Esto mismo hará mi Padre celestial con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano» (Mt 18,35). En esta enseñanza de Jesús rige el principio «medida por medida» que "I. GOMÁ. El evangelio según san Mateo, vol. 2, 227. también está presente en Mt 7,2: «No juzguéis para no ser juzgados; pues con el juicio que juzgáis, seréis juzgados y con la medida con que medís, se medirá para vosotros». Bien mirado, la lección de Jesús parece una ampliación de la quinta bienaventuranza: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos serán tratados con misericordia» (Mt 5,7) o, como hemos apuntado al inicio, de la petición de los pecadores en el Padrenuestro: «Perdona nuestras ofensas así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12). En estos textos que acabamos de citar, el mensaje central es ob- viamente el perdón para con el hermano, y en esto coinciden con la conclusión de la parábola. Ahora bien, en Mt 18,35 Jesús no solamente exhorta a perdonar al hermano sino a hacerlo de corazón, lo que añade al perdón un matiz sabrosamente evangélico. El perdón se fragua en el corazón, es decir, en la intimidad profunda, en la sede de la inteligencia, los sentimientos y la voluntad. En la mentalidad bíblica el corazón es el origen de todos los afectos y las actividades del alma, allí donde la persona decide abrirse o cerrarse a la Palabra de Dios29. En la óptica del Evangelio, la razón por la que hay que perdonar al hermano es la siguien- te: todos somos deudores insolventes, todos delante de Dios nos sentimos pecadores y ne- cesitados de perdón. Dios, infinito en perdonar, nos concederá su perdón en la medida que nosotros perdonemos a nuestros hermanos. Por último, no olvidemos que quien contrae deudas (entiéndase, quien acepta el pecado formal), defrauda los talentos que Dios ha puesto en su mano para que los administre. 29 N. CALDUCH-BENAGES. Dame, Señor, tu mirada. Reflexiones bíblicas sobre la vida cristiana, (Sauce 150). Madrid: PPC, 2011, pp. 24-26. A MODO DE CONCLUSIÓN Después del viaje que hemos realizado es probable que algunos se sientan algo cansados, pues el recorrido ha sido largo y accidentado en algunos casos. Sin embargo, me atrevería a imaginar que a pesar de las inevitables dificultades y tropiezos, muchos habrán experimentado la alegría de haber redescubierto unos textos que creían conocer bien porque les eran familiares, los habían leído en algunas ocasiones o incluso se los sabían de memoria porque los habían aprendido de pequeños, como en el caso del Padrenuestro. El autor del libro del Génesis nos ha contado una historia de fraternidad emocionante, el sabio Ben Sira nos ha instruido sobre el sentimiento del rencor y el evangelista Mateo ha ilustrado la doctrina cristiana del perdón con el Padrenuestro y la parábola del siervo despiadado. Si bien es verdad que todas estas páginas bíblicas nos han ayudado a profundizar en la quinta obra de misericordia, no podemos concluir sin mencionar la ejemplaridad de Jesús en cuanto al perdón de las ofensas. Jesús selló con su vida la enseñanza sobre el perdón en el madero de la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Muchos siguieron su ejemplo, como Esteban, el primer mártir cristiano, que muere perdonando tal como lo hiciera su maestro: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (Hch 7,60). A la luz de estos ejemplos, queda claro que perdonar una ofensa en sentido bíblico no significa condonarla como se condona o dispensa una deuda, ni olvidarla como se olvida un mal trago; tampoco equivale a dejarla de lado o aparcarla como se hace con una persona o cuestión incómoda para protegernos de ella. Es mucho más que eso y se sitúa a un nivel mucho más profundo. El perdón bíblico consiste en ser capaz de mirar al otro sin juzgarlo negativamente, sino acogiéndolo y respetándolo tal como es. En otras palabras, perdonar es eliminar la categoría «enemigo» de nuestras relaciones. Si eso es el perdón bíblico, el primer beneficiado no es el perdonado sino el que perdona. Cada vez que perdonamos una ofensa restablecemos con el hermano y con el mundo una alianza que se había roto y, como consecuencia, nuestro corazón se pacifica. ÍNDICE EL PERDÓN DE LAS OFENSAS 5 El perdón de las ofensas en nuestro refranero 6 El perdón de las ofensas en la Biblia 8 Primera etapa: Antiguo Testamento 9 Reconciliación entre hermanos 9 Mejor perdonar que guardar rencor .... 21 Segunda etapa: Nuevo Testamento 34 El Padrenuestro 34 Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden 40 La parábola del siervo despiadado 47 A MODO DE CONCLUSIÓN 57