La Institución Eclesial Sigue Anclada en El Pasado
La Institución Eclesial Sigue Anclada en El Pasado
La Institución Eclesial Sigue Anclada en El Pasado
Crítico frente al mismo discurso "medieval, de siempre", Arregi reflexiona en esta entrevista
sobre la urgencia de reformar los códigos eclesiásticos y la teología de fondo, provocando la aparición
de una Iglesia que demuestre ser de veras samaritana.
Excelentes sus reflexiones, muy iluminadoras.
¿Cómo está percibiendo la sociedad española la implicación de la Iglesia y el papel que está
jugando en la pandemia? ¿Está cumpliendo su función social?
Carezco de datos sociológicos, pero mi impresión personal, desde este rincón de Gipúzkoa, es
que a la Iglesia institucional se la siente más lejana o ausente que nunca. Se comprende, pues
ninguna institución social estaba preparada para esta situación, local y planetaria, inédita; pero en el
caso de la Iglesia católica, su desubicación social y cultural se vuelve mucho más evidente. Con
contadísimas excepciones, la Iglesia católica ha acatado con civismo y responsabilidad las directrices
administrativas sobre el confinamiento –no podía ser de otra forma–; pero creo que, en general, se
revela incapaz de hacerse próxima y samaritana en esta situación, de mostrarse accesible, cercana,
presente de otra manera, de ponerse guantes y mascarillas y ofrecer sus casas y sus medios
materiales o personales al servicio de los más vulnerables, o de pronunciar al menos una palabra
humana, comprensible, de consuelo y de aliento tan necesarios.
¿Por qué no ha conseguido como institución visibilizar bien su lucha contra la pandemia y no ha
podido ni ha intentado romper el techo de cristal de los grandes medios, especialmente las televisiones?
La pandemia ha puesto aún más de manifiesto que la institución eclesial sigue anclada en
lenguajes, ideas, imágenes del pasado. Las eucaristías televisadas en iglesias desangeladas me
parecen rituales de otro mundo. Cuando los Estados están recurriendo a la geolocalización para el
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control de los contagios –con el riesgo de que el control acabe siendo tan peligroso como el contagio
del virus–; cuando los científicos recurren a la inteligencia artificial para buscar la vacuna del Covid-19
–sometiéndose casi a la fuerza a los intereses de grandes farmacéuticas en una loca carrera por ganar,
origen de todos los males–; cuando el mundo entero está en vilo ante un futuro que puede ser mucho
mejor o mucho peor que el que nos ha traído hasta aquí… los obispos siguen animando a rezar a Dios
por el fin de esta pandemia (que alguna vez acabará) y muchos teólogos siguen dando vueltas al
dilema de Epicuro (s. IV a.C): si Dios puede y no quiere o quiere y no puede evitarnos estos
sufrimientos… Mientras siga imaginando a Dios como Ente Supremo personal a imagen humana, la
Iglesia seguirá confinada, cada vez más lejos de esta sociedad, de sus angustias y alegrías.
¿Cree usted que la Iglesia institucional va a formar parte del nuevo contrato social que parece
estarse tejiendo?
Serán indispensables para ello dos condiciones. En primer lugar: que ponga la defensa efectiva
de los pobres de toda la Tierra, como lo hace el papa Francisco, por encima de todo dogma, rito y
norma moral, asuma un paradigma cultural, político y teológico integralmente ecológico y feminista, y
acepte radicalmente el principio de la laicidad tanto en el orden socio-político como espiritual. Y en
segundo lugar: que esté dispuesta a llevar a cabo una relectura de la Biblia y de toda la tradición
teológica, más allá de toda letra y de todo significado, una reinterpretación a fondo de todos sus
dogmas y categorías, y una reforma absoluta del modelo clerical de Iglesia. De otro modo, la Iglesia
institucional no será levadura, testigo, compañera de camino simplemente, y comensal en Emaús… Sin
eso, la Iglesia seguirá haciéndose cada vez más extraña y ajena a esta sociedad, hasta disolverse del
todo.
¿La crisis del coronavirus está haciendo aflorar el lado religioso de mucha gente, hasta ahora
escondido o tapado? ¿Los indiferentes religiosos volverán al catolicismo o se irán definitivamente en
busca de nuevas espiritualidades?
Parece claro que el coronavirus hace que sintamos en carne viva nuestra fragilidad y
vulnerabilidad, nuestra finitud, nuestra muerte. De pronto, la humanidad, empezando por las mayores
potencias, se encuentra confinada, confrontada con sus miedos, su soledad, su muerte y la muerte de
las personas queridas, en estado de duelo planetario como nunca se había conocido.
Pero creo que sería un gran error pensar que ello vaya a significar el reforzamiento de las
religiones tradicionales y, en concreto, de la Iglesia católica. Es muy posible que mucha gente
redescubra la profunda necesidad de mirarse más a fondo a sí misma, a la naturaleza que somos, al
cielo estrellado, de sumergirse en el Misterio de lo que es, de reconciliarse con sus heridas profundas,
de reconocer la necesidad de cuidado y de ternura, de reinventar la economía y la política, de
recuperar la paz, el respiro, el aliento a nivel personal y estructural, a nivel económico, político,
planetario, de volver a sentir que todos somos uno y que solo juntos podremos salvarnos. Es muy
posible que esta pandemia lleve a mucha gente a redescubrir la necesidad de la “espiritualidad” como
hondura de la vida y de todo lo real, pero no creo que, al menos la inmensa mayoría, la vuelvan a
encontrar en las instituciones religiosas tradicionales con sus dogmas, ritos y códigos.
¿El miedo a la muerte que ha recorrido el cuerpo social ha encontrado en la Iglesia sentido,
consuelo y esperanza? Sin posibilidad de realizar funerales, ¿ha perdido la Iglesia el último rito de paso
que le quedaba?
Espero que la situación actual sea un paréntesis y que podamos volver a despedir a nuestros
muertos de manera presencial y colectiva, sea en una forma religiosa o laica. Espero que vuelvan los
funerales religiosos, pero me gustaría que, después del coronavirus, cambie su lenguaje y su marco
arcaico, y en ellas se dé cabida a las demandas y propuestas (textos, gestos, palabra) de las familias
“no creyentes”, de modo que las alejadas y alejados de la iglesia puedan sentirse cómodos en ellas,
reciban real consuelo, y la frontera misma entre “liturgia” (“acción del pueblo”) religiosa y laica vaya
diluyéndose.
¿Se ha consagrado Internet (otrora demonizado por muchos clérigos) como un gran medio de
humanización y de evangelización?
¡Gracias a Internet! Sin internet, la pandemia hubiese sido una catástrofe familiar, social,
económica… mucho mayor para todos. Sin él, también las instituciones religiosas se hubiesen
resentido mucho más. Pero, a la vez, el coronavirus debería ser una ocasión para pararnos a pensar
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pausadamente sobre cómo utilizar Internet mucho más sabiamente, una ocasión para medir los
riesgos de pasarnos el día pegados a una pantalla o la amenaza de un control dictatorial de nuestras
vidas por parte de los Estados y de los grandes poderes inhumanos. Lo mismo vale para las
instituciones religiosas: muchos obispos utilizan masivamente las nuevas tecnologías para difundir el
mismo mensaje “de siempre”, medieval, incomprensible. Cuanto más se difunde, más negativo es su
efecto, más crece la distancia entre el Evangelio y la cultura, más descuida la Iglesia su misión
profética en el mundo de hoy. Es la hora de un gran discernimiento por parte de la Iglesia institucional.
¿Cómo será la Iglesia del postcoronavirus? ¿Qué características tendrá? ¿Hacia qué líneas de
fondo apuntará? ¿Afectará a las reformas del Papa Francisco?
El coronavirus nos ha demostrado, una vez más, que el futuro es imprevisible, y constituye una
clara invitación a la cautela también en lo que respecta al futuro concreto de la Iglesia. En cualquier
caso, esta pandemia podría constituir un signo de los tiempos que llama a la Iglesia a dar un salto
adelante histórico en una doble línea estrechamente relacionada: una llamada, en primer lugar, a
convertirse personal e institucionalmente en Iglesia de los pobres y para los pobres, dando prioridad
absoluta a la bienaventuranza y la liberación de los pobres respecto de la doctrina; una llamada, en
segundo lugar, a reinventar radicalmente otro modelo no clerical-jerárquico-masculino de Iglesia y, al
mismo tiempo, a renovar a fondo (no sólo en lenguajes y formas superficiales) toda la teología
(creencias, ritos, normas…).
Lo más probable, me parece, es que la Iglesia sea incapaz de responder a este doble y único
desafío, y que, en consecuencia, la distancia entre la Iglesia y el mundo de hoy se acreciente y la crisis
de la Iglesia se acentúe. El Papa Francisco está siendo un profeta mundial de una Iglesia pobre y para
los pobres, pero su teología sigue siendo muy tradicional. Mientras persista ese desajuste, la reforma
necesaria de la Iglesia me parece imposible.
¿La pandemia ha despertado en el laicado la conciencia de su ser 'pueblo sacerdotal' y, por tanto, la
exigencia de asumir ministerios ordenados?
Esa conciencia viene de mucho antes, pero es verdad que la pandemia y el confinamiento la
agudizan. Y no se trata de que los “laicos” asuman “ministerios ordenados”, sino de superar la
distinción entre laicos y clérigos (distinción creada por los clérigos) y, por lo tanto, entre “ministerios
ordenados” y “ministerios no ordenados”, como si los primeros emanasen de “Cristo” a través de su
representante sagrado (el obispo) y los segundos fuesen “mera delegación de la comunidad”. Ese
esquema ya no tiene sentido. ¿Lo aprenderemos en el confinamiento? ¿Nos tendrá que enseñar esta
nueva teología un coronavirus?