Talita Qum VC
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La Vi da Rel igi o6 a
cincuenta año6 de6 pué6 de Vaticano 112
Un poco de memoria
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fundadoras cada vez que nos alejamos de ellas clerificándo- nos o
mundanizándonos.
En esta larga historia de amores tumultuosos y apasiona- dos, el Concilio
Vaticano 11 constituye una luna de miel bas- tante excepcional, una
magnífica tregua. Todo parecía con- firmar el regreso de la Iglesia a sus
intuiciones carismáticas originarias. En el gran movimiento de
reconciliación universal puesta en marcha por el Concilio, la Vida
Religiosa parecía tener que desempeñar un papel privilegiado de
avanzada.
Indudablemente, todos hemos creído en esta primavera y, con valentía e
inteligencia, las órdenes y congregaciones em- prendieron su
aggiornamiento formal en vista a estar más ap- tas para el encuentro
con el mundo moderno, tan largo tiem- po mantenido a distancia.
Hemos repensado completamente nuestra identidad y nuestro rol
histórico, nuestros estilos de vida. Sobre todo, renunciamos a las formas
simbólicas y canó- nicas que nos identificaban demasiado con un pasado
caduco de la Iglesia y del mundo, sacando una nueva inspiración a la
vez de los manantiales más preciosos de nuestra Tradición y de la
creatividad siempre nueva del Espíritu. Como muchas veces en la
Historia, estuvimos entre los primeros y los más radicales en tomar en
serio las invitaciones conciliares y a ponerlas en práctica.
Pero, en dicha dinámica generosa, hemos perdido de vista dos cosas
importantes. La primera tenía que ver con la civili- zación moderna
occidental. En el preciso momento de nuestra reconciliación con ella,
esta entraba en una crisis sin retorno de la que experimentamos hoy las
consecuencias dramáticas. La segunda es más interna. En esta mutación
rápida, no nos dimos cuenta que todo nuestro mundo, nuestras
referencias espirituales, nuestro lenguaje litúrgico, aún reformado y
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'
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teológica y espiritual, sobre todo entre las mujeres, transfor- mó
radicalmente nuestro rostro. Ya no somos estos grupos infantiles por
ignorancia o santos por ausencia de riesgos y de exposición a la
realidad. De golpe, nos hemos vuelto "adul- tos", con todo lo que esto
conlleva de desnudez afectiva, de vulnerabilidad y de incertidumbre, de
contradicción y de in- coherencia, pero también de verdad y de lúcida
honestidad.
Pero esta "conversión" fue la obra de una generación hoy día "abuela" y
de gobiernos valientes que no lograron en- gendrar una mística conciliar
a largo plazo. Un cierto número entre nosotros, como en el desierto de la
liberación de Egipto, se han quedado afuera o, peor, han regresado
discretamente a las cebollas de Egipto, dentro o fuera de la estructuras
ins- titucionales.
Por el contrario, una generación militante y radical, a ve- ces mártir y
santa a pesar de sus contradicciones, parió una generación escasa,
muchas veces friolenta, asustada por sus mayores y, en ciertos casos,
hambrienta de seguridades mun- danas o clericales y de promoción
individual. Los mayores son vistos como idealistas ineficaces y superados.
Algunos buscan la alternativa en las formas más superficiales de un estilo
de vida preconciliar, a la vez que exigen conservar los privilegios
adquiridos del confort, del individualismo mundano y de la seudo-
independencia .
En dicha crisis de transmisión de Tradición, que compar- timos, además,
con la familia, la escuela, la política y las Iglesias, dos llagas, mucho
tiempo escondidas, supuran hoy
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¿Q ué futuro?
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En todo tiempo y todo lugar, el evangelio es, por esencia, contra cultural.
cuando se identifica con y se pierde en una cultura, sea la que sea, pierde
también su pertinencia. Esta interpelación es particularmente crucial
para los países po- bres donde, como lo hemos visto, el grueso de las
vocaciones
viene de medios de extrema pobreza.
En la misma línea, pondría en tela de juicio, al menos por un tiempo, la
pastoral vocacional de nuestros institutos. Es urgente poner nuestras
comunidades a un régimen tera- péutico pascual de muerte y
resurrección. En tal proceso, la preocupación por el número, visto como
condición de una sobrevivencia azarosa, es una falacia y una ilusión
que nos
impide renacer del Espíritu.
Por mi parte, renunciaría a buscar febrilmente nuevas "reclutas" y me
dedicaría del todo a la sanación evangélica de nuestras comunidades en
sus relaciones y su significa- ción mística. Un tiempo de "castidad
institucional" no puede hacernos daño. Esto nos permitiría repensar y
reevangelizar nuestras concepciones y prácticas rutinarias de los votos.
¿Acaso se trata de un riesgo suicida? No lo creo. Me parece mucho más
arriesgado, por el contrario, prolongar un estilo de vida agónico,
muchas veces patógeno para las personas y sus relaciones, al inyectar,
artificialmente y sin discernimien- to, "vocaciones" demasiado precarias,
poco creíbles desde el punto de vista carismático y profético, tanto como
en el plano
estrictamente humano.
Sigo creyendo, por supuesto, que Dios llama siempre y que necesitamos
de la visión de las nuevas generaciones de adultos para crear, de manera
significativa, nuestros estilos de comunidad. Pero, precisamente, esas
personalidades aparece-
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rán por sí mismas, sin seducción barata. Para atraer hay que er
atrayente. Si Dios nos necesita (lo que me atrevo a pensar) El sabrá cómo
dar vida nueva a nuestras instituciones. y si he- mos dejado de serle útil
bajo la forma a la que nos aferramos,
¿para qué sobrevivir indefinidamente en la falta de sentido? Por otra
parte, aprovecharía esta dieta de abstinencia vo-
cacional para irnos al encuentro de un mundo que se nos ha vuelto
enigmático y por el cual nos hemos vuelto enigmáticos. Co o lo sugiere el
documento final de la conferencia de Apa- recida, es urgente tomar el
bastón del peregrino para escu- char los nuevos lenguajes, las nuevas
inquietudes.
Nos toca desaprender el lenguaje incomprensible que habla- mos Y las
respuestas prefabricadas a preguntas que ya nadie s hace. Es tiempo de
renunciar a nuestras explicaciones y de d1s onernos a acompañar en la
escucha, la compasión y la soli- dand_ad, a los "hijos e hijas de Dios"
dispersos de este tiempo.
Finalmente, en estos tiempos pascuales, la prioridad de las prioridades se
ubica del lado de la contemplación, del retorno al silencio interior y a la
escucha espiritual. Reanudar con la experiencia fundadora de Jesucristo,
plantando nuestra tienda en medio de los pobres, las víctimas del
egoísmo humano.
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II
A la cuestión del "¿Por qué?" aportaría aquí algunos ele- mentos más.
Por cierto, existen conocidos motivos internos que explican nuestro
progresivo declive. Los he señalado muchas veces en el pasado4 • Estos
conciernen a nuestra in- consciente clericalización, nuestra asunción
implícita de los valores burgueses, nuestra inconsistencia moral y el
empo- brecimiento de nuestra vida espiritual y de fe. No conviene repetir
estas quejas, con el riesgo de desanimarnos.
,En cambio, me parece hoy que existe un reto global, más alla de las
diversas explicaciones. Creo que hemos emprendi- do todas estas
reformas sin percatarnos que el planeta religio- so en el cual nos
movíamos había cambiado y estaba, incluso, desapareciendo. Todo se
dio como si se tratara simplemente de cambiar de actitudes y de formas,
con la convicción que el piso social, cultural, religioso e histórico en el
cual nos movía- mos seguía constante.
El despertar actual es doloroso . Nos han cambiado el pla- neta y su mapa
y, en ellos, hacemos las veces de marcianos recién aterrizados, sin saber
cómo movernos adecuadamente en el contexto postmoderno,
postreligional. El mundo se ma- neja, ya no a partir de nuestras lógicas,
sino desde los Nuevos Paradigmas. Este despertar no concierne solo
nuestra buena voluntad moral y espiritual. Implica una transformación
men- tal radical, una muerte y resurrección mucho más costosas que las
anteriores reformas.
A la luz de esta constatación, la segunda pregunta sobre nuestro futuro
cobra una dimensión muchísimo más interpe- ladora. La cuestión es
doble: ¿Podremos vivir el proceso de cri-
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Un humanismo cristiano
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los niños, las mujeres etc. El debate religioso entre discípulos es casi
permanente.
Esta tentación de recuperación encontrará su punto de tensión más
álgido en el concilio de Jerusalén, donde Pablo y Bernabé se enfrentan
con el ala judaizante de la comunidad de Jerusalén sobre asuntos
legales y rituales típicamente reli- giosos. En esta oportunidad la profecía
y la libertad cristianas ganarán la batalla.
Sin embargo, ya en la segunda generación, con las cartas pastorales a
Timoteo y Tito, la tentación religiosa cobrará su revancha. Las prioridades
de la comunidad se desplazan sutil- mente hacia categorías netamente
religiosas.
La persecución de la Iglesia primitiva, tanto de parte del templo como de
la religión imperial romana, fue, en un primer tiempo, la oportunidad de
asentar en el testimonio del martirio el carácter suprarreligioso del
Cristianismo. Pero, muy pronto, esta amenaza inspiró una nueva actitud
de los cristianos. Se trataba de conseguir espacio religioso en el mundo
helenístico. Todo estaba maduro para el surgimiento de la Cristiandad
con la oficialización de la Iglesia como religión del Imperio, bajo
Constantino. La traición de la intuición humanista primi- tiva estaba
consumada. El Cristianismo se había vuelto Cris-
tiandad, es decir sistema religioso específico .
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oración se vuelve rutinaria y chatamente cumplidora y nues- tra vida
carismática pierde su filo alternativo.
El fundamento del carisma es, definitivamente, la expe- riencia mística
surgida del seguimiento apasionado de Jesús. "Ama y haz lo que quieras",
decía San Agustín. El amor mís- tico es, a la vez, la fuente de la
fecundidad carismática y la garantía del enraizamiento de nuestra
vocación en el terruño de la fe de discípulos y discípulas.
Más urgente es reencontrarnos con nuestro carisma co- mún que
precisar lo que nos diferencia. La contemplación es el espacio común
privilegiado donde nos reencontramos todos y todas como hermanos y
hermanas. Somos todos y pri- mero contemplativos y contemplativas,
testigos del encuentro fundante de J esucristo.
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Un espacio de diá/030
Urge releer nuestra misión no tanto como "servicio" sino como
"oportunidad" para el mundo y la Iglesia. No se trata ya de responder a
necesidades, sino de abrir espacios de en- cuentro, escucha, oración y
diálogo sobre los grandes y nue- vos desafíos de esta sociedad.
Desde el Concilio, hemos intentado, con valentía, dialogar con nuestra
realidad. Pero la propuesta va más allá. Antes que dialogar con el mundo,
se trata de abrirle espacios de diálogo, de búsqueda y construcción
mancomunada de sentido con otros y otras. Nadie, hoy, tiene las
respuestas ni las recetas. Pero podemos proponer y ofrecer nuestra
tradición y nuestro carisma como espacios abiertos de acogida de
preguntas, an- gustias, como laboratorios para ensayar una nueva
humani- dad a la luz del evangelio .
En este ministerio de hospitalidad simbólica, nuestra mar- ginalidad
religiosa es una ventaja. No proponemos un discur- so prefabricado al
que habría que adherir forzosamente. Se nos devuelve así a nuestra
vocación primitiva de buscadores y buscadoras de Dios.
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Entre un futuro inciert o y una memoria inacabada
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A sí, los primeros años después del Concilio y de Medellín fue- ron
marcados por un gran optimismo eclesial y político.
Fue un tiempo de Éxodo y de gran mudanza de la Iglesia. A pesar de las
persecuciones políticas por motivos proféticos, fue la época de las
comunidades de base y de opciones muy concretas por acercarse al
mundo de los pobres y de las cul- turas marginalizadas. La Vida
Consagrada, en ese momento, emprendió un arriesgado movimiento de
inserción profética.
Pero, muy pronto, pasamos a la perplejidad y desilusión del Exilio con los
años de represión y de terrorismo, de crisis económica aguda y de
violencia. Tiempo de la hegemonía im- perial bajo los auspicios de
neoliberalismo a ultranza y de las dictaduras militares. En ese contexto,
lo más cuestionante fue la atracción de los pobres y oprimidos por las
sirenas neolibe- rales, las nuevas ollas de Egipto. La prometida era
revolucio- naria se estaba alejando cada vez más.
En el plan eclesial oficial, asistimos al repliegue conserva- dor y, en la
Vida Religiosa, las nuevas generaciones empiezan a mirar a sus mayores
con sospecha y como zombis de otra era. El movimiento de la opción por
los pobres se estanca y el acomodamiento está más a la orden del día
que el compro- miso radical.
Después de los ensayos frustrados de la inserción, de la inculturación y
de la refundación, orquestadas por la CLAR, lo que empieza a asomarse
al horizonte es la crisis más funda- mental de un estilo de vida
aparentemente incapaz de una nueva palabra en un contexto social
diferente. El boom eco- nómico de nuestros países en los años 2000 a
2012 va a la par con una cruel pérdida de sentido entre nosotros. Es lo
que llamé la etapa apocalíptica de la Iglesia y de la Vida Religiosa, donde
todo debe ser recreado de la raíz hasta la cabeza.
III
Estas páginas pretenden ser, a la vez, una toma de con- ciencia lúcida y
realista, pero también, y sobre todo, un acto de fe en la propuesta
espiritual de la Vida Religiosa. Tal lectura dialéctica implica una doble
convicción cada vez más enrai- zada en mí: en primer lugar afirmo que
nuestros estilos de vida y nuestras imágenes interiorizadas están
profundamente enfermos y que, en muchísimos aspectos, tendrán que
mo- rir lo más pronto posible. Pero esta gran empresa comporta
también un valiente proceso de sanación y de recreación de lo esencial
de nuestra vocación. Es la hora de reinventamos desde nuestros
fundamentos. El presente capítulo quiere em-
prender esta tarea primero desde la perspectiva comunitaria, para
poder, después, mirar el horizonte.
La comunidad, lu3ar de la f e
La crisis comunitaria que atravesamos es el síndrome de la crisis de fe
que nos afecta. Entre fe y comunidad existe,
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50 - SIMÓN PEDRO ARNOLD
desde los comienzos del evangelio, un vínculo que nada pue- de romper.
No hay fe sin comunidad como no hay comunidad cristiana que no sea el
crisol de la fe. Como dice Isaac de la Estrella: "Ni la Iglesia sin Cristo ni
Cristo sin la Iglesia". De esta ruptura brota buena parte de nuestras
patologías de hoy.
La comunidad cristiana, y muy particularmente la comu- nidad religiosa,
es el crisol de la vida bautismal. De alguna manera hemos sido
bautizados "en" y "para" la comunidad. Lo sugieren varios pasajes del
Nuevo Testamento como, por ejemplo, el llamado de los primeros
discípulos en Juan 1, el encuentro de los discípulos de Emaús con la
comunidad de Jerusalén en Lucas 24 y toda la teología paulina del cuerpo
de
Cristo.
La comunidad es el espacio de compartir y de crecimiento de la
experiencia mística que certifica el bautismo. Esta voca- ción comunitaria
de intercambio y transformación mutua per- manente de la sabia
bautismal está muy dañada entre nosotros por el individualismo
reinante. Es nuestra capacidad de diálogo y de solidaridad la que se ve
seriamente cuestionada aquí.
La comunidad, lugar de la fe es, también, y de manera prioritaria, espacio
de celebración de la vida creyente Y de proclamación de nuestra
esperanza. La liturgia y el compartir de la Palabra son el terruño donde
germina el mundo nuevo. una práctica litúrgica pobre, rutinaria y
desconectada de la vida real, anecdótica, y una experiencia escasa y
superficial de la Palabra nos alejan de una fe y de una esperanza celebra-
das de verdad. La fe que no se celebra, la esperanza que no se anticipa
simbólicamente, mueren rápidamente. Una comu- nidad que ya no sabe
celebrar pierde las c laves y el sustento de lo que pensaba creer y
esperar.
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En cambio, lo que sí parece cada vez más claro es el "ya no": las maneras
de pensar, de vivir, de comprender, no sola- mente se han vuelto
caducas sino hasta insoportables. La serie de realidades que parecían,
hasta hace poco, totalmente vi- gentes, y que hoy se han vuelto
impensables, es interminable. Esta caducidad múltiple y definitiva hace
más trágicos todavía los retrocesos, anecdóticos o dramáticos, que
afectan esta épo- ca de transición "líquida". Desde las nostalgias
folklóricas de algunos sectores románticamente conservadores de la
Iglesia hasta la muy inquietante resurgencia de la barbarie religiosa, las
religiones nos preocupan. Pero estos dramáticos deslices no pueden
anunciarnos de nuevo una peligrosa restauración. Más bien urgen
nuevas definiciones, nuevas convicciones, un nuevo "contrato" social,
espiritual y político mundial.
El retorno, aparentemente victorioso, y tan amenazador, de una
barbarie, que pensábamos superada desde la caída del nazismo y del
comunismo real, nos advierte sobre la im- portancia de una firme y
unánime proclamación del "ya no" y la urgencia de trabajar, en este
"hoy" transitorio, a la configu- ración de una nueva humanidad. Todo nos
habla de un "post" que depende del "ya" que forjemos juntos.
En el campo de la fe y de los comportamientos religiosos,
particularmente, esta tensión entre el "ya no" y el "todavía no", es un
desafío grave. No son pocos, en efecto, los que piensan que la religión,
como tal, es la culpable de muchas de nuestras derivas societarias. Ante
los fenómenos aterrado- res del fanatismo planetario, acusan al
pensamie nto religioso en sí, especialmente cuando se apoya en una
doctrina y una pretendida posesión de la verdad divina (las religiones del
libro). El "ya no" se identifica cada vez má on la denuncia de la religión.
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A nosotros los creyentes, nos toca demostrar en los he- chos que,
adhiriendo al legítimo "ya no", somos capaces de un pensamiento y de
una práctica alternativa a todo fanatis- mo, todo dogmatismo
potencialmente mortífero.
En tal contexto, no creo, personalmente, en ningún movi- miento
restaurador en la Iglesia y en la Vida Religiosa. Opto resueltamente por lo
siempre nuevo e inédito del evangelio como inspiración exclusiva de
nuestro futuro. Las patologías que acabamos de enumerar más arriba no
son simplemente realidades aisladas que se trataría de curar para
recobrar la salud perdida. Son señales de una agonía. Atenderlas implica
optar por la novedad radical, arriesgar lo inédito de Jesucristo, más allá
de todas las rutinas.
Para nosotros tampoco el "ya" es tiempo de grandes reali- zaciones. Es la
hora de una transitoria convalecencia para aco- ger el "todavía no", la
enigmática era "post" que nos espera. Muchos hablan ya de
Postmodernidad, de lo "postrreligioso", de lo "postcolonial" etc. Estas
profecías no conciernen a otros. Nos tocan directamente en nuestra
propia autoimagen, en lo · que creemos y queremos para mañana.
Una actitud de f e
Esta transición es un desafío lanzado a nuestra fe. De la manera de
confrontarnos con este momento dependerá que Jesús pueda decirnos
como a tantos otros: "tu fe te salvó"
o no. Desde el punto de vista de la fe, esta civilización '
proceso de crisálida, como cualquier momento histórico, es, para el
creyente, un acto del Espíritu que supone una gran dosis de confianza y
una gran exigencia de conversió n, tanto intelectual, como moral y
espiritual.
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La era de l a mariposa
En mi último libro12, abordo detalladamente lo que, a mis ojos,
implicará, en adelante, ser creyente en lo que llamo la "era de la
mariposa", en referencia al proceso de profunda crisálida por la que está
pasando actualmente la humanidad. Quiero retomar aquí algunas de las
intuiciones que intento manejar al respecto, de cara a la Vida Religiosa.
Soy cada vez más consciente, sin embargo, que este proce-
so de la Postmodernidad no es homogéneo. Todo lo contrario. Las
incongruencias políticas, culturales, éticas y espirituales de un
Occidente en mutación y a la vez en crisis de valores, explican en buena
parte el terrible quiebre de la sociedad al que asistimos recientemente.
La irracional reivindicación del fanatismo religioso se ha vuelto, hoy, el
arma más preocupan- te de los excluidos, fabricados en masa por
nuestra civiliza- ción que endiosa el consumo y produce la exclusión.
Sin embargo, este quiebre y esta dramática contradicción
de nuestra sociedad planetaria, no hacen sino volver más ur- gente aun
la toma de conciencia, de parte de la religión del occidente (el
Cristianismo), de su responsabilidad espiritual Y
ética de cara al hoy.
En los países europeos, asistimos al surgimiento Y creci- miento de la
primera generación nacida atea desde el seno materno. A diferencia de
todas las épocas anteriores, la fe es hoy una decisión libre y una opción a
contracorriente. Esta afirmación vale tanto para el Cristianismo como
para el Islam y, en menor proporción, para otras es piritualidades . Hoy
en día ser creyente es más una decisión que una herencia.
-12 . Simón Pedro A rnold: La era de /a Mariposa, Edito1 i.il e
l.11<·11.111 .1, Uuenos Aires, 20 15.
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Talitha Qum - 63
teísmo premoderno ya no al ateísmo moderno sino a lo que llaman el
"anateísmo" 1 3 postmoderno.
Desde el punto de vista de la Vida Religiosa, nos urge emprender el
debate entre estas conciencias infantiles y más adultas que cohabitan en
cada uno de nosotros, en nuestros discursos y nuestras relaciones. Si no
tenemos la libertad, la sinceridad y la valentía de soltar lo mágico, de
reformular lo mítico y de cuestionar lo subjetivo, me temo que nos
estan- quemos en una personalidad a lo mejor híbrida o, a lo peor,
esquizofrénica, contraproductiva para nosotros mismos y para el mundo.
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14. J n 5.
15. J n 4.
16. J n 4, 35.
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Talitha Qum - 67
IV
Un síndrome depresivo
No podemos dejar de reconocer que la Vida Religiosa está atravesada
hoy por lo que llamaría un síndrome depresivo. Este se caracteriza
principalmente por un bajón mortal de las ganas y capacidades de vivir.
De una u otra forma, la obsesión de la muerte de nuestras obras que nos
habita, achica nuestro deseo más hondo, al enredarnos en culpabilidades
paraliza- doras, duda existencial y tentación de desesperación.
Este cuadro depresivo, tanto colectivo como individual, caracteriza
muchas (demasiadas) historias de personas y co- munidades en nuestro
medio. Y no son las compensaciones dudosas las que nos permitirán salir
de este hoyo. Evoco aquí, rápidamente, algunas de estas estrategias de
dopaje espiri- tual que me preocupan: la acción desenfrenada e
invasora, la obsesión del progreso individual (poder, estudios, jerarquía,
honores etc.), o la simple fuga (alcohol, sexo, televisión e in- ternet,
familia o salud).
El reto se sitúa en la recuperación de IJ ganas de vivir.
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Reivindicación y pérdida de la capacidad de placer
En un cuadro depresivo, existe siempre la tentación y la ilusión de
producir artificialmente la sensación de placer por una reivindicación
insaciable a todo nivel. Cuando sufrimos de lo que me atrevería a llamar
una impotencia endémica, y la f uente y el resorte interiores del placer
se han vaciado de su energía vital, caemos en la trampa de la cultura de
consumo, permanentemente insatisfecha y en búsqueda de impresiones
y experiencias cada vez más fuertes. La incapacidad creativa nos hace
adictos de sustitutos que nunca logran colmarnos.
En cambio, la verdadera fuente del placer y de las ga- nas de vivir se
encuentra en el cerebro y en el corazón. La imaginación compartida en
comunidad nos hace capaces de fantasía y de creación. Contemplación y
sensualidad son me- diaciones de la vida que nos urge recobrar en
nuestros es- pacios comunitarios. Transgredir el conformismo
normativo, relacional o pastoral, las prohibiciones de amar y sentir
que
nos insensibilizan, para atrevernos a imaginar algo nuevo y
distinto: esto es lo que nos hace tanta falta.
Nuestro entorno estético y gestual, a su vez, se ha empo- brecido
dramáticamente. Nos hemos acostumbrado a rodear- nos de objetos y
de relaciones convencionales, insípidas o
francamente vulgares. Lo bello y lo "sentido", la capacidad de
verdadera y sincera intimidad, son, sin embargo, la condición para
reactivar el resorte interior del placer. Es tiempo de rem- plazar la queja
por la capacidad de bendecir, la impaciencia por el deseo de verdadera
convivencia, el deber por la gozosa gratuidad de estar juntos.
La paradoja, además, es que, con la perdida de la capaci- dad de
bendecir, nos hemos cerrado también a la verdadera
Parsimonia y desborde
A veces yo siento la Vida Religiosa, con todo respeto para nuestros
hermanos y hermanas de la Reforma, un tanto "pro- testante". Hemos
sacralizado, casi deificado, el ahorro, inclu- yendo en esta "santa avaricia"
los propios sentimientos y más aún los sentidos. El catolicismo latino,
por el contrario, se caracteriza por la exageración y el desborde de
sentimientos y de sensaciones. Somos barrocos por tradición. Así lo
demues- tra la religión popular y el arte de la fiesta que muchos de
nosotros y nosotras conocimos antes de entrar al convento. creímos
necesario y santo dejar a la puerta esta experiencia afectiva y religiosa
superlativa y hemos aprendido a medir, controlar toda emoción o, al
menos, toda expresión que po- dría revelarla demasiado. ¿No
habremos tapado o secado así la fuente inspiradora de la utopía que
da a nuestras relacio-
nes su verdadero sabor?
Es necesario permitirnos exagerar, desbordar como Dios en su creación
permanente y en su opción incondicional por no- sotros.
Reencontrémonos con esta generosidad insensata que nos impulsó a
apostar por la locura de Jesucristo. En ella se encuentra el sentido último
y la verdadera reserva del placer en su más noble dimensión. El Reino, la
vocación, el kerigma, la fe en la resurrección implican, sí o sí, el
entusiasmo algo descon- trolado, como después del episodio ardiente de
Emaús o a la manera del prólogo de la primera carta de an Juan.
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toda vida social, no pudiendo tocar ni ser tocada por nada ni nadie sin
comunicar su propia exclusión.
Es esta norma injusta que se atreve a transgredir clandes- tinamente
para recuperar su integridad y su capacidad física, moral y socio-religiosa.
Estamos ante una típica experiencia de pérdida-ganancia. Jesús, como
una mujer en su período, siente que se le ha arrancado una fuerza vital,
mientras que la mujer acoge esta pérdida por identificación con ella, y
la reci- be por lo que es: una plena reincorporación. Esta experiencia la
libera, a la vez, de toda la opresión religiosa ligada a su feminidad y la
hace capaz de una audacia pública que Jesús llama su "fe" salvadora.
El segundo episodio que quiero resaltar está enmarcando el anterior.
Se trata de la hija de Jairo, el jefe de sinagoga. Se encuentra a la puerta
de la muerte a los doce años, precisa- mente la edad núbil donde
podría comenzar a ser portado- ra y dadora de vida. Entre esta niña y
la mujer hemorroisa, existe una evidente conexión, a través de la cifra
12. Es toda la fatalidad de la condición femenina en una sociedad y una
religión patriarcal que está puesta en escena aquí a través de dos
esbozos.
La que recién iba a poder dar vida está muriendo. Los vecinos pretenden,
inclusive, que ya está muerta. Jesús des- miente este diagnóstico: está
durmiendo. De alguna manera, se trata de un largo letargo en espera
de un deseado desper- tar vital. El maestro de la Vida expulsa a los
falsos testigos de la muerte y escenifica todo un espacio de
recuperación de la vitalidad, rodeando la "dormida" de un entorno de
intimidad familiar, con sus padres y el trío de sus ínt imos . Una vez más,
solo toma la mano e incita a la niña a que se levante, por su
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Talitha Qum - 75
Como lo expuse más arriba, estoy cada vez más conven- cido que el
Cristianismo no es una religión sino un nuevo humanismo. Jesús fue un
judío laico piadoso y a la vez crítico, fiel y profundamente anticlerical. En
este sentido, la Iglesia que Él fundó no fue un espacio específicamente
religioso. No inventó ningún culto nuevo alternativo, a no ser "la
adoración
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tan frecuente "como usted diga" o "como dicen los demás", embellecido
artificialmente de piadosa humildad obediente, es una enfermedad
frecuente entre nosotros. La tentación de fusión y los esfuerzos para
borrar toda diferencia, empezando por cierta simbólica del hábito,
participan claramente de este gregarismo nefasto.
Al otro lado del espectro está la ambición egocéntrica, también
enfermiza, que nos aqueja. Los estudios, la salud, la familia, se han vuelto
biombos sutiles de esta ambición. Más oscuras, pero no menos
presentes, están las segregaciones implícitas que pasan por lo étnico, las
clases sociales, etc. Por fin, las manifestaciones bulímicas diversas, las
carreras por los privilegios, la baja resistencia a la contrariedad, el
aburrimiento endémico, indican una fase patológica de este síndrome
egótico .
Hoy es el tiempo favorable, como dice la Escritura, para recuperar la
buena humanidad solidaria del yo arriesgado, y de una vivencia sana
de los votos como abertura sin temor a la alteridad en su más
amplia acepción.
Responsabilidad e iniciat iv a
Talitha Qum - 79
Para rehumanizar nuestra Vida Religiosa nos toca reanudar con el "plus"
evangélico. "Escoge la vida", dice el Deuterono- mio; escoge entre una
vida cumplidora, es decir finita, con- cluida en la norma, antesala de la
muerte, y una vida creativa en perpetuo inacabamiento y constante
impaciencia de amar más.
A veces, en nuestras comunidades, insistimos mucho en la
responsabilidad, es decir el cumplimiento de la tarea con- fiada. Está bien
pero totalmente insuficiente. En cambio sole- mos inquietarnos e incluso
sancionar las iniciativas. Nos sen- timos amenazados, como grupo o
institución. Así fue el caso del sanedrín con la libertad de Jesús y sus
ocurrencias, fre- cuentemente contrarias al cumplimiento estricto de la
norma religiosa. Para Jesús, cumplir la ley es ir más allá de su letra para
descubrir el espíritu que la inspiró y que se encuentra traicionado por la
manera como la encajonamos.
Soñar antes que cumplir, ensayar lo nuevo del evangelio, con aciertos y
errores en vez de servir estrictamente el buen funcionamiento y la
continuidad sin sobresalto y sin novedad del sistema religioso: esta es la
locura de nuestra vocación que hemos perdido de vista.
En muchas oportunidades, nos dedicamos a cortar las alas de los y las
que quieren aprender a volar y emprender el vuelo arriesgado .
Confundimos humildad con conformidad, cuando son precisamente los
más creativos, en nuestras co- munidades, los que pueden dar ganas a
los atemorizados y cumplidores sin perspectivas, de arriesgarse a su vez
por el Reino, sin miedo a equivocarse y hasta fracasar.
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Cumplir las Escr ituras, se3ún el Discurso de la Montaña (Mt 5 y 6)
Para J esús, cumplir las Escrituras es transfigurarlas y fe- cundarlas por la
novedad evangélica . Cumplir es engendrar. Es lo que aparece en el
discurso de la montaña en Mateo 5. Y 6 : Se les dijo... yo les di30. La
fórmula nos hace pasar de un neutro anónimo, externo y colectivo a un
"yo" personal, plural, encarnado, polifónico y creativo. El "se les dijo"
exige ser asumido cabalmente, mecánicamente y de manera pasiva. El
"yo les digo", en cambio, se dirige directamente a cada uno de nosotros y
a nuestras comunidades como una invitación activa a empoderarnos de
la vida ofrecida por Dios a cada ser humano.
Hemos tergiversado el "sean perfectos como su Padre es perfecto" que
clausura el discurso de Mateo, entendiéndolo de manera idealista,
moralizadora e irreal. La vida de perfec- ción, como se ha llamado a
nuestra opción específica de disci- pulado, nos mantiene en la ilusión de
que es posible conten- tarnos con un modelo por reproducir,
estandarizado y neutral. Más bien, la "perfección" divina a la que se nos
convoca es la del Dios creador permanente del Universo. Por su Palabra,
lo hace todo bien y muy bien, reempezando y reinventando el mundo a
cada instante. Si de ese Dios se trata, entonces la Vida Religiosa es un
intento constante de ser creadores, juntos y juntas, de nuestra propia
historia hoy.
Rehumanizarnos pasa por tal empoderam iento comuni- tario. Más
importante es el entusiasmo propositivo de los hermanos y hermanas
(aún con errores y fracasos) que una seudo santidad ilusoria y
conformista. Hoy, s i nos contenta- mos con repetir lo seguro, lo
conocido, esta mos condenados a
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La graci a d e envejecer
uno de los temas que preocupa cada vez más a la Vida Religiosa es el
envejecimiento creciente de nuestras congrega- ciones y comunidades.
Espontáneamente, lo vemos como un problema de cara a la escasa
renovación de nuestros miem- bros y la fragilidad de las vocaciones de
hoy. ¿Y si, por el contrario, se tratara de una gracia, precisamente en
relación con la crisis vocacional y la reducción del número de nuestros
hermanos y hermanas?
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El mismo Dios de la Biblia, sin embargo, diverge a menudo de este a
priori bíblico. Mientras Eva se gloría de su revancha sobre el dominio del
varón, al proclamar que se ha consegui- do un hombre con su
primogénito Caín, y parece desenten- derse de su segundo Abel, Yahvé
escoge a este, a pesar o a causa de su corta edad, de su esterilidad
impuesta y de su absoluto silencio. Solo su sangre derramada por su
hermano habla por él y es lo que Dios escucha.
A partir de este momento, Dios va a desmentir la arrogan- cia de Eva y la
autosuficiencia patriarcal de una progenitura abundante . Va a escoger a
una pareja anciana y estéril para dar inicio a su segunda creación: el
nacimiento de un pueblo según su corazón y sus criterios.
La risa escéptica de Abraham y Sara ante la promesa de una ancianidad
creativa, de una esterilidad fecunda, se vuel- ve el nombre propio de la
gracia, en adelante. Isaac significa "chiste de Dios" y es sinónimo de
gracia, de don gratuito y divino. Desde la risa abrahámica, Dios
confirmará siempre su preferencia por los y las estériles cuya risa
humilde y libre es testigo de la gracia: alegría de Ana, júbilo de Zacarías e
Isabel, entusiasmo de la María del Magníficat, etc.
Desde entonces, la elección de Dios, la vocación, no es más un privilegio
o el pago de un mérito cualquiera. Dios prefiere los humanamente
inútiles: un Moisés tartamudo para enfrentar al faraón, un niño para
vencer a Goliat, un engaña- dor (Jacob) para ser padre de multitudes etc.
La inutilidad se vuelve criterio vocacional según el Dios de la gracia.
Esta opción sorprendente de Dios hace de toda vocación una crítica
implícita de los sistemas de poder, de jerarquía y de valor. Tal es la
afirmación simbólica de las dos genealogías
La sabiduría popular suele decir que nuestro rostro tal como está a los
cuarenta o cincuenta, y más allá, es el reflejo de la manera como hemos
vivido. Se envejece exactamente como se vivió y se vive. Hay que
denunciar los mitos de una vejez que vendría a escondidas de no sé qué
país de la fatali- dad o de una muerte que se acerca a la puerta, desde un
le- jano mundo amenazador. Somos dueños y autores de nuestra propia
vejez y tenemos derecho a serlo también de nuestra muerte, sin que
nos la roben, de una u otro forma.
Si somos nómadas y peregrinos en busca de otra patria, entonces la
muerte es el asunto más importante de la vida. Desde ella, toda nuestra
historia de humanos se ilumina de manera completamente diferente. Los
valores y las priorida- des cambian de escalas y volvemos a darle su
verdadero peso a cada realidad que nos afecta. En esta antropología
nada es más importante que aprender a morir para vivir bien, según la
lógica de san Juan. El sentido de la vida, por lo tanto, depende
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