Unidad 7 PDF
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INTRODUCCIÓN
En esta Unidad se dedica al estudio de la escuela keynesiana, es decir, aquella corriente de pensamiento económico
que gira en torno a la obra del economista inglés John M. Keynes, mismo que al separarse de la escuela clásica y
neoclásica provocó la llamada Revolución Keynesiana, la cual con algunas adecuaciones predomino en la dirección de las
políticas gubernamentales desde las postrimerías de la crisis mundial de 1929-33, hasta finales de las década de los años
1960´s.
ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE
7.2 Elabora un cuadro sinóptico donde expongas las teorías principales de la Escuela Keynesiana, así como sus
aportaciones a la economía actual.
7.3 Elabora un cuadro en donde indiques y expliques los instrumentos de política económica propuestos por la Escuela
Keynesiana.
7.4 Analiza en una cuartilla de extensión el papel que la Escuela Keynesiana le otorga al Estado.
OBJETIVO PARTICULAR
CONTENIDOS
Finalmente, en 1945, negoció con la Tesorería norteamericana, por cuenta del Tesoro británico, la apertura de un
importante crédito americano a Inglaterra. El informe y el discurso que hizo a su vuelta a Inglaterra para obtener la
ratificación del acuerdo que había negociado, fueron sus dos últimas grandes obras. Murió el 21 de abril de 1946.
No consideraremos aquí, entre las obras de Keynes, más que la Teoría general de 1936; ¿no renegó en ésta de la
mayoría de las ideas presentadas por él antes?
El punto de partida de Keynes en este libro fue el deseo de demostrar la posibilidad de un desempleo involuntario
permanente. Los economistas, generalmente, distinguen cuatro clases de desempleo: el desempleo de frotamiento o "de
espera", que se produce cuando trabajadores tomados individualmente dejan un trabajo y buscan otro; el desempleo
estacional, debido a que algunas ramas de la producción no tienen trabajo que ejecutar en ciertos periodos del año; el
desempleo cíclico, es decir, períodos de depresión cíclica; finalmente, el desempleo estructural, que se produce cuando
ciertas ramas de la producción son abandonados. Los autores clásicos han tendido siempre, a considerar como
"voluntario" el desempleo, aun el cíclico y el estructural. En efecto, pensaban, esas formas de desempleo se deben a que
1
Roy F. Harrod ha publicado un estudio biográfico muy importante: The life, of John Maynard Keynes, Macmillan, Londres, 1951. [Fondo de Cultura
Económica, México, 1956.]
los trabajadores que han perdido sus antiguos puestos se niegan a ir a trabajar en otra parte, con un nivel más bajo de
salarios. Tal era, por ejemplo, el pensamiento implícito de Jacques Rueff en sus artículos sobre el desempleo británico.
Más explícitamente, Pigou en su Theory of unemployment (Londres, 1933) había sostenido que el volumen de empleo
dependía de la tasa de salarios reales y de la curva de la demanda de mano de obra; para él, pues, la baja de los salarios
reales debía ser uno de los correctivos utilizables contra el desempleo. En suma, los autores clásicos consideraban al
desempleo como una manifestación de desequilibrio momentáneo, excepcional. Pensaban que después de un tiempo
mayor o menor de adaptación, todos los recursos de trabajo disponibles en una economía tienden siempre a utilizarse.
No habían creído necesario elaborar un estudio de los factores que determinan el empleo de los recursos disponibles.
Para Keynes, por lo contrario, los desempleos, cíclico y estructural, son "involuntarios", es decir, que no se deben a la
negativa obrera de trabajar en ciertas condiciones, sino al mecanismo mismo de la economía de nuestro tiempo; no
podría remediarse con una baja de salarios. El desempleo se debe a una insuficiencia crónica de la demanda efectiva; esta
insuficiencia es la que limita las inversiones y, por lo tanto, el nivel de la ocupación.
Pero para demostrar esta tesis sobre el desempleo, Keynes fue llevado a rehacer sobre bases nuevas una teoría de
conjunto de la actividad económica. Para él, el establecimiento del equilibrio económico no implica necesariamente que
todos los recursos disponibles de una economía se utilicen. Así se plantea un problema nuevo y fundamental, que los
clásicos habían ignorado: ¿cómo se determinan teóricamente "las fuerzas que determinan los cambios en la escala de
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producción y de ocupación como un todo" Sólo después de esa investigación fundamental estudió Keynes la economía
de nuestro tiempo, caracterizada en su opinión por un capitalismo muy evolucionado y concluyó del modelo trazado que
el juego de las fuerzas que dirigen tal economía tiende precisamente al mantenimiento del subempleo.
Pueden notarse inmediatamente los puntos principales sobre los cuales la posición esencial de Keynes externó una
ruptura entre él y el pensamiento clásico o neoclásico.
1º Todos los clásicos han repetido más o menos la teoría de J. B. Say sobre los mercados; para ellos, al cambiarse los
productos contra los productos, la oferta global es siempre y necesariamente igual a la demanda global de mercancías.
2º Para los neoclásicos, más o menos favorables a la teoría del equilibrio, existen entre los diversos factores de la
actividad económica, no relaciones de causalidad sino de interdependencia recíproca, de manera que los precios,
cantidades ofrecidas y cantidades demandadas, actúan unos sobre otros; el precio desempeña el papel de realizar la
igualdad entre la oferta y la demanda. No hay posibilidad de desempleo involuntario; el salario, precio del trabajo, debe
realizar el equilibrio entre oferta y demanda en el mercado de trabajo. Igualmente, en el mercado de capitales, la tasa de
interés, precio del ahorro, equilibra la oferta y la demanda de capitales líquidos, es decir, el ahorro y la inversión.
3º Para los clásicos, la cantidad del ingreso es un factor conocido; el problema no es saber cómo puede hacérsela
variar, aumentarla por ejemplo, sino investigar cómo se reparte entre las diversas clases y como podría mejorarse esa
repartición.
4º Finalmente, los clásicos profesaron casi todos hacia la moneda cierta indiferencia, ya proclamando que tenía poca
importancia y que, en todo caso, la situación monetaria no podía tener influencia sobre el nivel de actividad ni sobre la
cantidad del ingreso, ya construyendo teorías de conjunto sobre la hipótesis del trueque y no volviendo a introducir la
moneda sino posteriormente como un factor excepcional de perturbación.
Keynes rompió con esas maneras de ver y de razonar. No es que haya renegado de todo el pensamiento económico
del siglo XIX, o del pensamiento clásico; les ha hecho, por lo contrario, muchas concesiones, ha proclamado con respeto
que fue educado en esa tradición y que pensaba serle fiel en numerosos puntos. Pero ha rechazado, entre las ideas
clásicas, las que acabamos de recordar: para él la demanda global puede ser insuficiente para absorber todo lo que los
productores podrían ofrecer, volvió al estudio de las relaciones de causalidad y no de interdependencia, actuando ciertos
factores de la actividad sobre los demás sin sufrir la influencia de éstos; para él, la cantidad del ingreso no es nunca un
2
Prefacio de la 1ª ed. inglesa, p. 8 de la traducción española de Eduardo Hornedo, Fondo de Cultura Económica, México, reimpresión de la 3ª ed., 1956.
Las notas que siguen, remitiendo al lector al texto de la Teoría general, se refieren todas a esta edición.
"factor conocido" y la primera investigación del economista debe ser, por lo contrario, saber cómo se establece esa
cantidad, finalmente, para Keynes la moneda no es nunca neutral, actúa sobre el nivel del ingreso, de la actividad y del
empleo.
Por otra parte, Keynes ha proclamado su acuerdo con autores que la escuela clásica ha colocado entre los heréticos,
sobre todo los que han pensado que la demanda global podía hacerse insuficiente en ciertos casos, o los que han creído
que una modificación de la tasa de interés o de la cantidad de moneda en circulación podía actuar sobre la cantidad del
ingreso global o sobre el nivel de la actividad general.
Esto obliga a preguntarse, evidentemente, si Keynes fue completamente original o si, por lo contrario, tuvo
precursores. El mismo quiso responder a esta pregunta: reconoció que se había inspirado mucho en Malthus; llamó a
Montesquieu el más grande de los economistas franceses y lo colocó muy por encima de los fisiócratas; por lo contrario,
no citó a Walras, a quien no parece haber leído en su totalidad. Entre los autores recientes, reconoció sus lazos de filiación
con Marshall, Hawtrey y Robertson. Pero Keynes tenía el sentido de la mistificación. A los verdaderos precursores hay que
buscarlos en otra parte...
3
Antes que nada, parece que debemos citar a Malthus y a Wicksell. De Malthus tomó Keynes la idea contraria a la de
Ricardo, de que la baja de la demanda efectiva a causa de los excesos del ahorro podía provocar depresiones económicas.
4
Fue Wicksell quien, con su igualdad entre I y S , planteó ciertos problemas de equilibrio que Keynes trató de resolver (los
resolvió, por lo demás, de manera diferente); fue también Wicksell quien orientó a Keynes hacia la idea de los procesos
acumulativos.
Al lado de esas influencias fundamentales, hay que citar otras: la de todos los economistas "heterodoxos" que el
iconoclasta Keynes prefería a los pontífices cuya gloria estaba consagrada, y que creyeron en una insuficiencia de la
demanda efectiva. No Marx (el análisis que el propio Keynes ha hecho de las conclusiones positivas de su sistema sobre el
futuro del capitalismo difiere del de Marx), sino todos los que han sostenido la idea del subconsumo global, apelando más
bien al ahorro excesivo que a la explotación obrera, deberían ser citados aquí: John Hobson (ver su artículo
"Underconsumption", en Económica, de noviembre de 1935); el economista socialista alemán Lederer; Dobb, quien
publicó en Londres, después de Keynes, en 1937 su Political economy and capitalism [Economía política y capitalismo,
Fondo de Cultura Económica, 3ª ed., México, 1945] pero que había expuesto antes sus ideas directoras; quizás también P.
W. Martín, cuya obra de 1931 The problem of maintaining purchasing power anunciaba algunas de las ideas keynesianas.
Habría que citar también aquí a los autores que sostuvieron que la insuficiencia de la cantidad de moneda en
circulación podía limitar la actividad económica, los últimos mercantilistas como J. Child o J. Law, (Keynes después de
Hecksher, apreció mucho a todo el mercantilismo y consagró todo el capitulo XXII de su Teoría general a rehabilitarlo) y, a
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un economista germano-argentino, Silvio Gesell, a quien Keynes consagró algunas páginas de su capítulo XXIII, o a
Proudhon; también a este respecto hay que hacer un lugar a Hawtrey.
Pero lo tomado a otros autores sólo fue parcial: consiste en materiales; el sistema que Keynes construyó es
completamente original.
Vamos a tratar de exponer lo esencial de ese sistema, sin seguir el orden en que Keynes presentó sus ideas, ya que
ese "orden" es verdaderamente desconcertante para lectores franceses. Empezaremos por indicar qué nuevos métodos de
análisis propuso Keynes y cómo éste llegó a la convicción de que el equilibrio económico no implica necesariamente la
ocupación plena de todos los recursos (trabajo o capital) disponibles. Precisaremos luego en qué consiste el modelo
keynesiano, es decir, cómo Keynes describió el funcionamiento de la economía contemporánea. Recordaremos,
3
Ver sobre esto Paul Lambert, “L´influence dominant de J. M. Keynes sur la pensée économique contemporaine, ou le triomphe de Malthus” Revue de
I´union des Industries Electriques de Belgique, mayo de 1953.
4
El empleo de la formula I = S, para indicar la igualdad (o la equivalencia) entre la inversión y ahorro, se ha hecho tan corriente, aun en los países de
lengua francesa, que conservaremos aquí las iniciales británicas de esta fórmula.
5
Después de publicaciones que datan de 1891 en Buenos Aires, Silvio Gesell dio lo esencial de su pensamiento en dos obras escritas en alemán (no
traducidas al francés): Die Verwicklung des Rechtes auf dem vollen Arbeitertrag (1906) (La realización del derecho al producto integral del trabajo) y Die
neue Lebre vom Zins (La teoría nueva del interés), Berlín, 1911.
finalmente, qué formas de acción propuso Keynes. Todo esto será completado con una exposición somera de las
principales críticas a las que se ha visto sometida la Teoría general desde su publicación.
I. Método de conjunto
En segundo lugar, el método de Keynes se opone al de los autores que habían procedido principalmente a una serie
de análisis parciales mal ligados unos con otros y habían separado, por ejemplo, una teoría de la producción, una teoría
del cambio, una teoría de la distribución. Para Keynes todo eso se relaciona y debe reagruparse en una vasta síntesis. La
cantidad del ingreso a distribuir depende de la importancia de la producción; las fluctuaciones de los precios dependen
de las tendencias del consumo y de las maneras de ser de la distribución. Hay que buscar los lazos que existen entre
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fenómenos estudiados hasta entonces demasiado aisladamente.
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Keynes protestó también contra el método consistente en eliminar primero el dinero de la teoría de los fenómenos
económicos esenciales y a no introducirlo de nuevo sino más tarde, como factor excepcional de trastornos. Para él, la
hipótesis del trueque induce al error a los que se sirven de ella; la política monetaria (emisión de moneda y fijación de la
tasa de interés) desempeña siempre un papel activo sobre el nivel de actividad y la cantidad del ingreso a distribuir. Hay
que integrar inmediatamente, pues, el dinero a la teoría general de la actividad económica.
Finalmente y sobre todo, las palabras "teoría general" sirven también para indicar que Keynes quiso presentar una
explicación del mundo económico válida en todos los casos y no sólo en caso de ocupación plena. A menudo reprochó a
los clásicos no haber pensado sino en esta última hipótesis. Uno de sus fines era, precisamente, investigar en qué
condiciones podía realizarse esa situación, muy particular en su opinión. Igualmente, quiso presentar una teoría capaz de
explicar tanto los desequilibrios o las discordancias como los equilibrios y los paralelismos.
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Esto ha atraído desde hace diez años las más vivas críticas, habiendo reprochado Keynes varios autores (especialmente Pigou y François Perroux) no
haber descrito sino un modelo muy especial. Ver mas adelante, p. 292.
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Hasta trató de trazar, en relación con esto, el plan de un tratado ideal de economía política: “La división, escribe (p. 281-82), de la economía en teoría
del valor y la distribución por una parte y teoría del dinero por la otra, es, en mi opinión, una separación falsa. Sugiero que la dicotomía correcta es entre
la teoría de la industria o firma individual y las remuneraciones y distribución de una cantidad dada de recursos entre diversos usos por una parte y la
teoría de la producción y la ocupación en conjunto por la otra...”
O quizá pudiéramos trazar nuestra línea divisoria entre la teoría del equilibrio estacionario y la del equilibrio móvil...”
8
Ver pp. 248 y 258.
B) En su exposición, Keynes consideró "cantidades globales", el ingreso, la ocupación, la oferta global, la demanda
global, el ahorro, la inversión, tomando cada una de esas variables en su conjunto. No es que haya querido hacer
abstracción de las divergencias entre el comportamiento de las diversas categorías de trabajadores, de compradores o de
vendedores, de gentes que ahorran o de empresarios, ni que haya desconocido toda discriminación entre todos los
individuos que desempeñan un papel económico, entre los más favorecidos y los que son marginales. Sólo querernos
decir que esas diferencias no fueron el objeto principal de su estudio. Lo que trató de conocer no fue el comportamiento
particular de tal o cual empresa, de tal o cual sujeto que ahorra; quiso conocer cómo se determinan las diversas variables
que interesan a la actividad económica, tornando a cada una de ellas en su totalidad. A eso se llama el punto de vista
"macroeconómico", en oposición al punto de vista "microeconómico" que habían adoptado la mayoría de los autores
neoclásicos, cuando se ocupaban del equilibrio de la empresa, o explicaban la formación del equilibrio general mediante
rasgos tomados de la psicología de las diversas unidades económicas. Habían sido llevados así, demasiado a menudo, a
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aplicar a conjuntos ciertos razonamientos válidos sólo para una unidad económica dada. Keynes pudo, de ese modo,
rectificar algunos errores. Es verdad también que más tarde pudo reprochársele este método, en el sentido de que le
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impedía ciertas distinciones, sin embargo, indispensables.
C) Keynes renunció a la idea de interdependencia de las variables económicas y buscó relaciones de causalidad entre
ellas. Es éste uno de los puntos más importantes de su método y quizás el que mejor explica por qué su sistema no
presenta ya el mismo optimismo que el de los clásicos.
La idea de interdependencia, en efecto, implica que los diversos elementos que determinan la actividad económica se
ajusten fácilmente unos a otros; tiende a la idea de vuelta automática al equilibrio, al menos al cabo de cierto tiempo.
Para Keynes, por lo contrario, hay elementos que no se ajustan, hay otros que reciben impulsos sin poder reaccionar
emitiendo otros. En todo sistema económico, en su opinión, hay factores conocidos, variables independientes y variables
dependientes. Los datos se consideran inmutables, al menos durante cierto tiempo; las variables independientes
desempeñan el papel de causas, actuando sobre las variables dependientes, sin poder deformarse a consecuencia de una
reacción de estas últimas. Estas están determinadas por los otros, sin poder reaccionar. La clasificación de los diversos
elementos de la actividad entre esas tres categorías presenta, desde juego, la mayor importancia. Ya se ha visto que el
nivel del ingreso, que era para los clásicos un factor conocido, es por lo contrario, para Keynes, la más importante de las
variables dependientes.
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D) La teoría de Keynes es mucho más estática que dinámica. Sin duda, hace intervenir a veces la noción de tiempo y
utiliza un poco la noción de “anticipación”, cara a los suecos, especialmente para definir los móviles de la inversión (ver
infra). No obstante, cuando describe el juego de las fuerzas económicas, es sólo el resultado final de ese juego lo que le
interesa; se preocupa poco de decir cómo nacen esas fuerzas, se deforman o se transforman, se intensifican o se debilitan
en el curso mismo de su acción. Por otra parte, siempre reina cierto equívoco en sus explicaciones; nunca se sabe bien si
las presenta como válidas para un plazo corto o largo. De hecho, lo único que le interesa es el resultado obtenido a corto
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plazo: él mismo lo ha dicho y se ha excusado de ello con una humorada célebre, afirmando que “en el long run todos
estamos muertos”, queriendo indicar sobre todo con eso que las adaptaciones que hay que esperar mucho tiempo no son
muy seguras y, además, no son interesantes.
Para Keynes, la principal incógnita a despejar para comprender el funcionamiento de una economía cualquiera es el
monto del ingreso nacional. Es él quien determina el nivel de la ocupación. Éste es función del ingreso y no lo es del
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Por ejemplo, habían podido pensar que la baja de los salarios podía facilitar una vuelta: la prosperidad en caso de depresión. Es verdad, piensa Keynes,
en una industria o empresa particular, que reduce así su costo; es falso en el conjunto de las empresas, que así disminuyen el poder de compra total,
destinado a los gastos de consumo.
10
Keynes deseó, por ejemplo, el desarrollo de la inversión en su conjunto, sin hacer las distinciones que se imponen entre buenas y malas inversiones
(ver más adelante las críticas dirigidas a1 sistema keynesiano).
11
Esto ha sido muy discutido. Ver más adelante, pág. 371 ss.
12
Si esto necesitaba confirmación, sólo habría que reportarse a1 inicio de su capítulo XVIIi; allí expone cuáles son los “factores conocidos” de su sistema;
la simple lectura de esos factores conocidos hasta para ver que elimina de su sistema todas las variaciones que pueden producirse a largo plazo.
salario. Keynes cree, en efecto, que en el mercado de trabajo existe siempre una reserva de mano importante, lista a
ofrecerse aún sin ser llevada a ello por un alza de los salarios. La demanda de mano de obra, única importante, depende
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del ingreso nacional.
Ahora bien, en la Teoría general el ingreso nacional es considerado en dos aspectos diferentes: si se considera su
papel, es la fuente de todo poder de compra, de toda demanda; si se considera su origen, proviene de ciertos gastos
hechos por las diversas unidades económicas; tiene como contrapartida el costo pagado por los autores de esos gastos
para obtener sus ventajas. Cuando más aumentan esos gastos, más sube el ingreso nacional. Estos gastos son de dos
clases, los gastos de consumo y los gastos de inversión.
A) La importancia, de los primeros depende de una disposición psicológica que Keynes considera como una variable
independiente, la propensión a consumir. Ha considerado ésta en un doble aspecto: por una parte, la "propensión a
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consumir" (sin epíteto) ha sido definida por él como “la relación funcional X entre Ys, un nivel de ingreso dado, medido
en unidades de salario, y Cs, el gasto que para el consumo se toma de dicho nivel de ingreso, de manera que Cs = X (Ys)”.
Digamos, haciendo abstracción de todos los escrúpulos keynesianos de expresión, que es la relación entre el consumo y
el ingreso. Keynes ha analizado cuidadosamente lo que puede determinar esta propensión (se trata, sobre todo, de
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disposiciones psicológicas), pero fue llevado a pensar que, salvo en ciertas circunstancias excepcionales, permanece
bastante estable.
Por otra parte, consideró la “propensión marginal a consumir” como “la relación entre el crecimiento del ingreso y el
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crecimiento correlativo del consumo, midiendo ambas cantidades en unidades de salario”; la representa con la
dCs
fórmula . La propensión marginal a consumir está sometida a una ley "fundamental": "los hombres están dispuestos,
dYs
por regla general y en promedio, a aumentar su consumo a medida que su ingreso crece, aunque no en la misma
17 dCs
proporción". En resumen, es positivo e inferior a la unidad; tiende a decrecer cuando el ingreso crece. A las
dYs
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explicaciones sobre la propensión marginal a consumir, Keynes unió las relativas al multiplicador. El profesor R. F. Kahn,
en 1931, había emitido la idea de que todo gasto (por ejemplo el del Estado efectuando grandes trabajos públicos) tenía
por resultado, después de haber hecho nacer una ocupación "primaria", el colocar un poder de compra nuevo en manos
de los trabajadores o de las empresas vueltas así al trabajo, y, por lo tanto, provocar una nueva demanda, fuente ella
misma de una nueva ocupación "secundaria"; de la misma manera pueden aparecer nuevas ocupaciones "terciarias",
"cuaternarias", etc. De modo que la ocupación creada, a fin de cuentas, es siempre un múltiplo de la que fue creada
inicialmente. Pero, desde luego, de una etapa a otra de ese proceso, no se vuelve a gastar sino una fracción del ingreso
que fue percibido por los trabajadores o las empresas vueltos al trabajo; el resto se dedica a extinguir deudas antiguas, o
a comprar productos originados en el extranjero, o bien se atesora, etc. El multiplicador, coeficiente que debe afectar a la
ocupación primaria para conocer la ocupación total así creada, dependía, según Kahn, de la importancia mayor o menor
de las sumas vueltas a gastar, así, en cada etapa. Llamando "k" a esa fracción, Kahn había dado al multiplicador la fórmula
1 k
. Keynes trata de perfeccionar esta idea. Su multiplicador, llamado multiplicador de inversión (en comparación
1
con el de Kahn, llamado multiplicador de ocupación) debía servir para medir cuánto crece el ingreso en relación con una
nueva inversión cuando esta se produce (Y kI ) .Este multiplicador "k" fue presentado como dependiente de la
13
Hay aquí, pues, una inversión de la posición clásica; no es la ocupación la que depende del salario sino, por lo contrario, el salario el que depende de
la ocupación. El salario permanece estable mientras que la curva que representa la demanda de mano de obra corta a la que representa la oferta en una
zona en que ésta se supone perfectamente elástica en relación con el Salario (zona de desempleo involuntario); sólo sube o baja si el punto de
intersección se encuentra fuera de esta zona.
14
Teoría general, p. 94.
15
Ibid., p. 99.
16
Ibid., p. 115 o 100.
17
Ibid., p. 99.
18
Ver el artículo titulado “The raction of home investment to employment", en E.J., de junio de 1931.
propensión marginal a consumir; en efecto, es forzosamente tanto más importante cuanto más fuerte es esa propensión.
Se llega así a la fórmula:
1
k
C
1
Y
C
dónde representa la propensión marginal a consumir.
Y
B) Segunda categoría de gastos indicados por Keynes: los gastos de inversión. Estas palabras designan todos los
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gastos hechos por los empresarios para crear maquinarias durables. Para indicar cómo se establece su monto, Keynes
expone los móviles a los cuales obedece el empresario. Éste hace una comparación entre la eficiencia marginal del capital
y la tasa del interés. Cuanto mayor es la diferencia entre los dos términos de esta comparación, más fuerte es la incitación
a invertir.
¿Qué es, pues, la eficiencia marginal del capital, según la variable independiente del sistema keynesiano? Ha sido
definida como sigue: “La eficacia marginal del capital es igual a la tasa de descuento que lograría igualar el valor presente
de la serie de anualidades dada por los rendimientos esperados del bien de capital, en todo el tiempo que dure, a su
precio de oferta. Esto nos da las eficacias marginales de determinados tipos de bienes de capital. La mayor de estas
eficacias marginales puede, por tanto, considerarse como del capital en general.” En esta definición muy condensada,
todas las palabras pesan. En términos vulgares, he aquí lo que Keynes quiere decir: el empresario que, en vísperas de una
inversión de disponibilidades, quiere calcular la eficacia marginal del capital, hace el total de lo que espera obtener de su
capital durante todo el tiempo en que éste sea utilizable. Este total representa sumas que sólo se percibirán poco a poco;
no tienen, pues, sino un valor actual menor. Este valor actual lo considera el empresario para calcular la tasa de lo que
espera que su inversión le rinda. La eficacia marginal del capital podría representarse, por ejemplo, por la tasa de
rendimiento que espera obtener quien hace una inversión de disponibilidades comprando valores reales (acciones) en la
bolsa. Todo el capitulo XII de la Teoría general, sobre el funcionamiento de las bolsas de valores, ese capítulo tan sutil y
tan realista, parece indicar que Keynes intentó dar como ejemplo representativo de la eficacia marginal del capital la tasa
de rendimiento descontada de las inversiones en la bolsa; pero fue desviado de esta idea por la observación de las
modalidades de esas inversiones; quienquiera que compre valores en el stock exchange lo hace, no pensando en lo que
podrá reportarle la maquinaria realizada gracias a su inversión, sino pensando en los precios que podrá hacer aparecer la
especulación mañana o un poco más tarde. La eficacia marginal de un capital está mejor representada por la tasa de
rendimiento esperado por el creador de una empresa industrial o comercial. Por otra parte, no podría olvidar que todo
empresario puede, cuando procede a una anticipación, equivocarse. La eficacia marginal del capital no es la tasa real del
rendimiento de los capitales, es la tasa esperada ex ante por el empresario. Finalmente, como todo empresario busca
siempre hacer las inversiones más rentables, es decir, a invertir sus fondos líquidos en forma de maquinaria de la que
puede esperar más, es perfectamente cierto que "la eficacia marginal del capital es la más elevada de las eficacias
marginales de los diversos tipos de capital".
La eficacia marginal del capital es el primer elemento de la comparación que decide al empresario a invertir; el
segundo es la tasa de interés. En efecto, el empresario no se decide a invertir fondos líquidos sino cuando la tasa de
interés a que los toma prestados es inferior a lo que espera obtener después de la inversión. La tasa de interés es
presentada por Keynes como la tercera variable independiente de su sistema; sin embargo, esa variable no es
verdaderamente independiente, puesto que el autor insiste en los factores que pueden hacerla variar: preferencia por la
liquidez y cantidad de la circulación monetaria. La tasa de interés tiene tal importancia en el sistema keynesiano que
debemos insistir en esto:
19
Teoría general, pp. 135 ss. No me ocupo, por falta de espacio, de las concepciones múltiples de la inversión en la obra keynesiana. Hay varias,
separadas por matrices bastante importantes, que han permitido a los comentadores especializados destacar impresiones y contradicciones en la obra
del maestro.
Para Keynes, al revés de lo que pensaban los clásicos, el interés no es el precio del ahorro y el ahorro no puede ser
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estimulado directamente por el alza del interés. Analizando psicológicamente el ahorro, Keynes lo presenta como un
simple residuo del consumo y declara que su monto está en función del ingreso distribuido. Cada uno de nosotros
considera que su ingreso está destinado a ofrecerle cierto número de satisfacciones. No ahorra sino cuando éstas han
sido aseguradas y los gastos suplementarios que podría hacer no le darían ya sino satisfacciones de escasa intensidad. A
medida que su ingreso aumenta, ahorra cada vez más fácilmente porque los gastos de consumo que hiciera no le darían
sino satisfacciones cada vez más débiles. El alza del interés no es un estimulo del ahorro. No es en razón del ingreso que
podemos esperar de la inversión de nuestro ahorro lo que nos decide a ahorrar; no ahorramos más si la tasa de interés
sube. Hasta puede suceder que ciertas personas que ahorran, cuando piensan asegurarse con la inversión del ahorro
cierto ingreso ulterior, son incitados a ahorrar menos cuando el interés aumenta: un sacrificio menor de consumo basta
para asegurarles ese ingreso ulterior descontado.
El interés no es el precio del ahorro, es la suma que el empresario paga a los poseedores de ahorros para hacerlos
renunciar a la liquidez, es decir, a la forma monetaria de una parte de sus ahorros; es el precio de la renuncia a la liquidez.
Esta liquidez presenta, en efecto, ventajas; da, a los que tienen ahorros monetarios, la posibilidad de escoger el mejor
momento y la mejor forma de inversión. Quien renuncia a ella pierde ese derecho de escoger y nadie renuncia, pues, sin
que le sea pagado ese sacrificio. La tasa de interés depende, pues, en principio de una disposición psicológica: la mayor o
menor preferencia por la liquidez, disposición debida a tres motivos: motivo de transacción, motivo de precaución y
motivo de especulación, bien analizados por Keynes, que atribuía, sólo al tercero (por ser el más variable) una gran
importancia.
Al lado de ese primer factor determinante de la tasa de interés, hay otro; es la cantidad de efectivo en circulación.
Cuando aumenta, la tasa tiende a ceder: en efecto, la oferta de fondos líquidos para invertir es entonces más fuerte, la
inversión más fácil; por otra parte, la emisión de moneda, facilitando un alza de los precios, debilita el deseo que tiene
cada uno de nosotros de conservar una masa de disponibilidades líquidas, ya que éstas pierden una parte de su poder de
compra.
Sin embargo, Keynes considera que a cierta tasa, muy baja, del interés la demanda de efectivo es ilimitada: toda oferta
suplementaria de efectivo es absorbida sin provocar ya una baja de la tasa de interés.
Cantidad de dinero
(variable independiente)
20
Puede serlo indirectamente por una baja de la tasa de interés, a través de un crecimiento de las inversiones y del ingreso.
Podemos trazar ahora el esquema general de los elementos de una situación económica, tal como los imaginaba
21
Keynes: hay, en primer lugar, los que llamaba factores conocidos. Son, dice "la habilidad existente y la cantidad de mano
de obra disponible, la calidad y cantidad del equipo de que puede echarse mano, el estado de la técnica, el grado de
competencia, los gustos y hábitos de los consumidores, la desutilidad de las diferentes intensidades de trabajo y de las
actividades de vigilancia y organización". Esta enumeración elimina, como se ve, todas las variaciones que pueden
producirse a largo plazo y esto bastaría para probar, si no hubiera además otras pruebas, que el sistema keynesiano está
construido como válido a corto plazo.
[…]
Después de esa clasificación de las fuerzas en juego en un sistema económico cualquiera, puede comprender cómo,
según Keynes, puede haber a veces "equilibrio de subocupación".
La idea que se hacía Keynes del equilibrio económico parece ser la siguiente: la demanda global se realiza en forma
de gastos monetarios que van a atribuir a la producción real de mercancías cierto valor. Para que haya equilibrio, hace
falta que ese valor sea tal que la producción se venda sin ganancias ni pérdidas. Es necesario para eso, pues, que la
demanda global y la oferta global de los bienes de consumo y de los bienes de inversión se ajuste. Pero como Keynes
supone que la propensión a consumir es constante, el desequilibrio no puede venir del lado de los bienes de consumo.
No puede producirse si no hay desajuste entre la oferta de bienes de inversión y su demanda. El equilibrio, a fin de
cuentas, se traduce esencialmente por la igualdad entre ahorro (S) e inversión (I).
21
Habría mucho que decir sobre la igualdad entre I y S. Keynes afirmó, como se sabe, que la inversión y el ahorro son
necesariamente iguales. Sin embargo, su libro contiene varios pasajes que testimonian una manera de ver que parece
23
contradecir esta afirmación . Así el autor, al analizar los móviles del ahorro y los de la inversión, ha mostrado claramente
24
que esos móviles son netamente diferentes y pueden, por lo tanto, dar lugar a resultados divergentes. Más aún, escribe:
"En el curso de toda la historia de la humanidad, la propensión a ahorrar ha tendido constantemente a ser más fuerte que
el incentivo a invertir. La debilidad del incentivo a invertir ha sido en toda época la clave del problema económico." Es
cierto que la divergencia entre esa propensión y ese incentivo es uno de los temas más corrientes del pensamiento
keynesiano y al principio explicativo de toda su teoría. ¿Cómo conciliar esto con el principio (que parece también
fundamental) de la igualdad entre I y S? Para ello, hay que hacer notar que el capítulo VI, donde se encuentra afirmado el
principio, contiene sobre todo una identidad de formulación (S=Y-C y I=Y-C). En definitiva, el pensamiento real parece ser
el siguiente: antes que toda adaptación por el proceso económico, ex ante, I y S no son necesariamente iguales. La
igualdad no se realiza sino ex post, cuando, después de un mecanismo de adaptación, el equilibrio acaba por establecerse.
Dicho de otra manera, la igualdad entre I y S no es una necesidad en el punto de partida, no es sino una característica de
las situaciones de equilibrio.
21
Teoría general, p. 235.
21
Teoría general, Cap V.
23
Ibid., pp. 333 y 334
24
Sería fácil señalar también a este respecto que ciertas contradicciones notables en la obra de Keynes se deben a que hay en la Teoría general varias
definiciones de ahorro y varias de inversión, como han mostrado algunas veces los especialistas de la interpretación keynesiana.
Queda por saber cómo se realiza ese equilibrio. Para Say, la demanda global y la oferta global debían ser
necesariamente iguales ex ante. No así para Keynes. Puede suceder, en efecto, que una parte del ingreso no se gaste
(atesoramiento); en ese caso la demanda global no puede absorber a la oferta global. Las curvas de la demanda y de la
oferta global no son sino curvas de oferta y de demanda potenciales. Se cortan en un punto que se representa el nivel de
la demanda efectiva. Cuando la demanda efectiva es muy escasa, las inversiones, desestimuladas, disminuyen y, por
consiguiente baja el ingreso. Entonces, la ocupación baja también puesto que en el sistema keynesiano, la ocupación está
en función del ingreso y sólo del ingreso. El movimiento de los salarios no puede modificarla. Una baja de los salarios no
podría mejorarle, por lo contrario, ya que la baja de los poderes de compra correría el riesgo de desencadenar una
disminución acumulativa de la demanda efectiva.
La escasez de esta última no impide el establecimiento final de un equilibrio entre la oferta la demanda global, ni
entre I y S, pero puede suceder que al nivel de equilibrio que puede alcanzar así, ciertas fuerzas de trabajo disponibles
permanezcan desempleadas. En efecto, la "cantidad actual de mano de obra disponible" ha sido expresamente colocada
por Keynes entre los "factores conocidos" del sistema, es decir, que no se ajusta. En resumen, en caso de demanda
efectiva muy escasa, el equilibrio económico se establece, pero no hay trabajo para todos. No se alcanza entonces sino sin
25
equilibrio de subocupación.
Para él, ésta (capitalismo avanzado, fiel en conjunto a un régimen de laissez-faire) se caracterizaba por la insuficiencia
de la demanda efectiva. De ahí surgía todo el mal. Pueden encontrarse gérmenes de esta idea en ciertos escritores
heterodoxos del siglo XIX, por ejemplo en Malthus, en Sismondi o en algunos marxistas (todos los que desarrollaron la
idea del subconsumo). Pero en Keynes toma una forma particular.
Las causas de la insuficiencia de la demanda efectiva le parecían múltiples. Pero tres de ellas tornaron una especial
importancia en su sistema: la disminución progresiva de la propensión marginal a consumir, el decrecimiento de la
eficacia marginal del capital, finalmente, el exceso de preferencia por la liquidez.
A) La causa principal, era la disminución progresiva de la propensión marginal a consumir. En nuestra economía
capitalista, pensaba Keynes, el ingreso distribuido tiende a crecer. Ahora bien, cuando éste crece, la parte dedicada a
26
gastos de consumo crece también, pero en menor proporción. Se debe a que los gastos de consumo que se hacen
posibles corresponden a satisfacciones decrecientes. El ahorro se hace cada vez más fácil. En una sociedad capitalista, esta
disposición está reforzada por el comportamiento de los diversos grupos sociales. Entonces, en efecto, la distribución de
los ingresos tiende a hacerse sobre bases cada vez menos igualitarias. En esas condiciones, el consumo de las clases
pobres tiende a aumentar poco, porque su ingreso aumenta poco, mientras que las clases privilegiadas, cuyo ingreso
crece más de prisa, encuentran un interés cada vez menor en las satisfacciones que les procuraría un aumento de sus
gastos de consumo: la parte de ingreso que renuncian a consumir es cada vez más fácilmente creciente.
A esta ley del decrecimiento de la propensión marginal a consumir, Keynes le atribuye una importancia "esencial". La
menciona varias veces y él mismo ha indicado su alcance. "Esto quiere decir que, si la ocupación y, por tanto, el ingreso
25
Esta noción del equilibrio de subocupación es muy difícil de admitir para espíritus formados en las teorías clásicas. Éstos se obstinan en pensar que la
subocupación es la manifestación de desequilibrio. Quizás pueda ayudarse a comprender a Keynes, recordándoles que en cualquier economía, aun
equilibrada, hay siempre recursos naturales no utilizados (campos no cultivados, minas abandonadas o no explotadas, por ejemplo). La subocupación de
la mana de obra disponible debe asimilarse a esta inutilización de los recursos naturales. Del mismo modo, puede producirse cuando, por añadidura la
economía está equilibrada.
26
Ver Teoría general, p. 99: “los hombres están dispuestos, por regla general y en promedio, a aumentar su consumo a medida que su ingreso crece,
aunque no en la misma, proporción".
27
total aumentan, no toda la ocupación adicional se requerirá para satisfacer las necesidades del consumo adicional.” Esto
explica, pues, la subocupación. Además, significa que "cuando la ocupación descienda a un nivel bajo, el consumo total
28
decaerá en proporción menor de lo que haya bajado el ingreso real". Ante esta situación, no hay sino una sola solución
“excepto que ha de haber suficiente desocupación para que seamos tan pobres que nuestro consumo descienda con
29
relación a nuestros ingresos”. En ese caso, en efecto, disminuyendo el ingreso, la propensión marginal a consumir tiende
a elevarse; puede establecerse un equilibrio, pero es un equilibrio de subocupación.
B) Pero la baja relativa de los gastos de consumo, ocasionada por la baja de la propensión a consumir ¿no podría
compensarse por un incremento de los gastos de inversión? De ninguna manera, piensa Keynes, ya que la segunda
característica de la economía de nuestro tiempo es la baja progresiva de la eficacia marginal del capital.
La insuficiencia de las inversiones es un fenómeno grave, dice Keynes, y muy real, aunque un poco disimulado en las
estadísticas, porque éstas no quieren tener en cuenta sino la inversión bruta. De las cifras dadas para ésta hay que deducir
todos los gastos ocasionados por el mantenimiento del capital existente y todas las depreciaciones (físicas o económicas
como la obsolescencia) de capital existente para saber cuál es el nivel de la inversión neta. Solo ésta debe tomarse en
consideración. Ahora bien, es insuficiente, a causa de la baja de la eficacia marginal del capital.
Esta baja, piensa Keynes, está ligada a la baja de la propensión a consumir. Los empresarios, menos seguros de
vender fácilmente y a un precio remunerador, cuando se hace más lento el ritmo del crecimiento de los gastos de
consumo, esperan menores beneficios. El incentivo a invertir disminuye. Keynes ha mezclado a veces esta idea a
polémicas contra los autores clásicos: éstos creían, dijo, que el desarrollo del ahorro podía favorecer la inversión; esto es
30
un error. Lo que impulsa a invertir no es la abundancia de ahorro sino el rendimiento probable del capital... “Ahora bien,
el rendimiento probable depende enteramente de la previsión de la demanda efectiva que habrá en relación con la
futuras condiciones de la oferta. Por tanto, si un acto de ahorro no hace nada por mejorar el rendimiento probable
tampoco lo hará para estimular la inversión.” En resumen, la baja de la propensión a consumir entraña la del incentivo a
invertir.
Por otra parte, Keynes pensaba que la acumulación pasada de capital tendía a hacer menos interesante la prosecución
ulterior de la capitalización. Bien porque la maquinaria nueva debida a ésta se hiciera cada vez menos útil, bien porque
funcione contra él la ley de los rendimientos decrecientes, parecía a Keynes que un nivel muy elevado de la existencia de
capital acumulado, la eficacia marginal de éste debía hacerse muy débil. Por eso, dice, evocando la fábula del rey Midas,
“Se deduce que de dos comunidades iguales, con la misma técnica pero diferente existencia de capital, la que tenga
31
menos puede ser capaz, por lo pronto, de gozar un nivel de vida más alto que la comunidad que tenga más”. En efecto,
la primera tiene mayor incentivo para invertir que la segunda; por lo tanto, el nivel de ingreso y de la ocupación pueden
elevarse más. Keynes, es cierto, no creía que en nuestro mundo la eficacia marginal del capital estuviera muy reducida
pero creía que tendía, poco a poco, a debilitarse peligrosamente.
C) La eficacia marginal del capital no es el único factor del incentivo a invertir: éste, en la Teoría general, es presentado
como dependiente de la separación existente entre esta eficacia y la tasa del interés. Ahora bien, a Keynes le parecía que
esta separación aumentaba sin cesar, no solo a causa de la baja progresiva del primero, sino a causa de la tendencia de la
segunda a mantenerse en un nivel demasiado alto. Todo el capítulo XVII de la Teoría general se dedica, en efecto, a
demostrar que la tasa del interés permanece espontáneamente demasiado alta en la economía de nuestro tiempo.
Esa tasa, como se sabe, es en el sistema keynesiano el precio de la preferencias que tenemos por conservar en forma
líquida, es decir, monetaria parte de nuestro patrimonio. Ahora bien, la preferencia por el dinero tiende a hacerse excesiva
en nuestro mundo, por razones propias al dinero: éste tiene una elasticidad de producción igual a cero (lo que quiere
decir que su encarecimiento en relación con el trabajo no puede traer un aumento de su cantidad); por otra parte, nada
27
Teoría general, pp. 100-101.
28
Ibid., p. 101
29
Ibid., p. 107.
30
Teoría general, p. 204.
31
Ibid.,p. 211.
puede substituirlo. Y el precio del dinero no puede bajar indefinidamente; ¿no es cosa admitida que John Bull puede
aceptar todo, salvo una tasa de interés inferior al 2%? ¿Qué puede suceder, pues, sino una baja de la inversión, cuando la
eficacia marginal del capital cae a un nivel demasiado bajo?
D) Sin insistir demasiado, Keynes añade que el exceso de las reservas para amortizaciones industriales podía
desempeñar un papel nefasto en el desarrollo de la actividad y, por lo tanto, del ingreso y, finalmente, de la ocupación.
Acusó sobre todo a las sociedades industriales de acumular provisiones financieras excesivas. "De este modo, los fondos
de amortización, etc… hacen disminuir la demanda efectiva corriente y sólo la aumentan en el año en que se hace la
32
reposición." Más aun, puede suceder que las provisiones financieras, acumuladas a consecuencia de una excesiva
prudencia de las sociedades industriales, excedan realmente a las sumas a gastar para el mantenimiento y la amortización
de la maquinaria; se conservan, entonces en forma de disponibilidades por las sociedades para remediar riesgos
ulteriores, "porque el monto de este excedente ni da origen de modo directo a una inversión corriente ni se encuentra
33
disponible para dedicarlo al consumo". Contribuye, también, pues, a disminuir la demanda efectiva.
En resumen, la economía contemporánea parecía a Keynes condenada a conocer una insuficiencia crónica y cada vez
más grave de la demande efectiva: esto era el resaltado de las mismas leyes de su funcionamiento y no de simples
contingencias históricas; se debía, sobre todo, a la acumulación de capital, a la ley psicológica de baja de la propensión
marginal a consumir y a la prudencia excesiva demostrada en materia de provisiones financieras por empresas que dan
prueba del mismo espíritu timorato que los rentistas, sus dueños. La insuficiencia de la demanda efectiva explicaba por
qué nuestro mundo estaba condenado a la subocupación. Una economía sin ninguna intervención no posee, pensaba
Keynes, ningún correctivo automática de esa tara.
Las perspectivas de Keynes para el desarrollo de la economía capitalista eran, pues, pesimistas. Dudaba que ésta
debiera conocer espontáneamente un nuevo período de brillante y continua expansión. Sin embargo, su pesimismo no
era tan absoluto como el de Marx. No creía ni que el capitalismo debiera llenar lógicamente a una catástrofe final en que
desaparecería, ni que su situación debiera hacerse verdaderamente insoportable, ni siquiera que debiera empeorar
rápidamente. Para él, la economía contemporánea tendía no a un desplomo, sino más bien a la mediocridad o al
estancamiento. "Oscilamos, evitando los extremos más graves de las fluctuaciones en la ocupación y en los precios en
ambas direcciones, alrededor de una posición intermedia, apreciablemente por debajo de la ocupación plena y por
34
encima del mínimo, ya que un descenso por debajo de él pondría en peligro la vida."
3. LA POLÍTICA KEYNESIANA
Pero Keynes no creía que la situación no tuviera remedio. Autor de un folleto sobre The end of laissez-faire, sólo
quería acusar a una política de abandono. Si siguió afirmando en su Teoría general que no había que esperar de un
mecanismo automático el restablecimiento de la ocupación plena, era para justificar una política de intervención activa y
proponer los principios de ella. "No debemos concluir, dice, que esta situación (subocupación e insuficiencia de la
demanda efectiva) esté fundada en leyes necesarias. El libre predominio de las condiciones anteriores es un hecho de
observación característica del mundo tal como es y como ha sido, pero no un principio necesario que no esté en nuestro
poder modificar."
¿Cómo remediar, pues, esa situación? Había que provocar indirectamente, según Keynes, al alza de esa variable
dependiente que es el monto del ingreso nacional, mediante un incremento de la demanda efectiva. Sólo que (y por eso
su libro hizo un escándalo en los medios tradicionalistas), preconizo remedios que iban casi todos contra los principios
admitidos en la terapéutica clásica de las depresiones. He aquí, en primer lugar, cómo rechazó los antiguos principios y,
luego, qué método de acción creyó posible aconsejar.
32
Teoría general, p. 103.
33
Ibid., p. 102.
34
Teoría general, ver el Cap. xviii, p. 243.
I. Rechazo de la terapéutica clásica
Los espíritus imbuidos del pensamiento clásico creían que, para salir del estado de depresión había dos
procedimientos utilizables –en momentos diferentes del ciclo- la baja de salarios y la manipulación de la tasa del interés.
Veamos cómo se representaba Keynes su pensamiento a este respecto. De la baja de salarios, esperaban una disminución
del costo de producción para las empresas productoras y un incremento de los rendimientos probables y, por lo tanto, un
estimulo de los gastos de inversión. Del alza de la tasa del interés esperaban, subsidiariamente y después de un periodo
de saneamiento (baja de los precios y paro de la especulación), un aumento ulterior del ahorro disponible. Contra esas
políticas, Keynes tomó partido claramente, por no creerlas capaces de agravar el mal que pretendían curar.
La baja de los salarios no puede sino agravar la subocupación. En efecto, se traduce por una menor distribución de
ingreso a las clases cuya propensión a consumir es mayor. En consecuencia, entraña una disminución de la demanda
efectiva y, consecuentemente, una baja de la eficacia marginal del capital y, por lo tanto, una baja del incentivo a invertir.
Recordemos que, para Keynes, la ocupación está en función únicamente del ingreso no del nivel del salario. Una parte del
35
capítulo XIX de la Teoría general, así como el apéndice que sigue, tiene el objeto de demostrar, contra los clásicos y
sobre todo contra el profesor Pigou, que la baja de los salarios reales para traer consigo un alza de la ocupación, no
podría actuar sino por intermedio de un movimiento de la propensión a consumir, o de la eficacia marginal del capital o
36
de la tasa de interés. Ahora bien, de hecho, dice Keynes, el nivel del consumo global tiende más bien a bajar, cuando se
reduce el ingreso de las clases que tienen más propensión a consumir, en beneficio del de las clases menos gastadoras.
Los precios bajan entonces, de donde se produce "cierta redistribución de los ingresos reales a) de quienes perciben
salarios a otros factores que entren en el costo primo marginal y cuya remuneración no haya sido reducida y b) de los
37
empresarios a los rentistas". Esa redistribución es de tal naturaleza que disminuye la propensión a consumir e,
38
indirectamente, el incentivo a invertir. En cuanto a la tasa del interés, Keynes pensaba que la baja de los salarios
nominales podría tender a reducirla, ocasionando una baja de la demanda de dinero, pero añadió en seguida que ese
resultado podría alcanzarse también por un aumento más o menos artificial de la oferta de dinero en circulación y que
39
sería mucho más fácil actuar de acuerdo con este segundo procedimiento.
Es inútil insistir en el segundo procedimiento de los clásicos: el alza de la tasa de interés. Los clásicos, pensaba Keynes,
habían creído que esa alza podría a la larga estimular el ahorro e, indirectamente, facilitar las inversiones. Ningún
razonamiento es más falso en opinión de Keynes: el interés no es para él el precio del ahorro, ya lo hemos visto, sino sólo
una compensación que se paga para hacer reiniciar a los que ahorran a la forma líquida de una parte de sus haberes; el
ahorro, simple residuo del consumo, obedece a otros móviles que la esperanza de percibir un ingreso; no puede ser
estimulado, pues, por el alza de la tasa de interés. Por lo contrario ésta, al limitar el incentivo a invertir, disminuye el
monto de los gastos de inversión y tiende, pues, a reducir cuantitativamente el ingreso Y. finalmente el nivel de la
ocupación. Sobre este punto, Keynes fue absolutamente formal. Aún, pensaba, si se quiere admitir (lo que ya le parecía
discutible) que el alza de la tasa de interés pueda provocar un desarrollo de la inclinación al ahorro, más que al consumo
para los poseedores de un ingreso dado como, por lo demás, la baja del consumo entraña una baja de la demanda efectiva
y. por lo tanto, del ingreso, debe resultar, a fin de cuentas, una baja del ahorre en valor absoluto. ". . . ambos (ahorro y
40
gastos) decrecerán." Y precisa en seguida: "En consecuencia, aunque un alza en la tasa de interés fuera motivo de que la
sociedad ahorrara más con un ingreso dado, podemos estar completamente seguros de que dicha elevación de la tasa de
41
interés hará disminuir el monto global real de los ahorros."
35
Teoría general, pp. 250 ss.
36
Debe notarse, sin embargo, cierta vacilación en el pensamiento positivo de Keynes sobre los salarios (ver las fórmulas muy flotantes: Es probable que...
; puede que ...) de la Teoría general, pp. 22-23.
37
Ibid., pp. 251-52.
38
Ibid., p. 252.
39
Ibid., P. 256.
40
Ibid., p. 112.
41
Ibid., p. 112.
Por lo contrario, vamos a verlo, Keynes deseaba que la tasa de interés permaneciera al nivel más bajo posible.
El objeto a perseguir era, para Keynes, el aumento de la demanda efectiva. Esto debía implicar un alza del ingreso y,
por lo tanto, de la ocupación. Los procedimientos propuestos por el autor fueron múltiples, pero no atribuía a todos la
misma importancia:
A) Antes que nada, había que adoptar una política monetaria que permitiera la expansión de la economía, es decir,
poner en circulación una cantidad suficiente de dinero, y mantener la tasa de interés lo más baja posible.
Sabernos que, para Keynes, siendo la preferencia por la liquidez espontáneamente excesiva, la tasa de interés era
demasiado elevada. Había que asegurar la baja de ésta. Y puesto que la excesiva preferencia por la liquidez provenía de
ciertos rasgos del carácter metálico del dinero, había que renunciar al patrón oro. Keynes no dejó jamás de hacer ironías
sobre el oro, calificándolo de vieja reliquia bárbara, burlándose de los trabajos consistentes en "hacer agujeros en el
suelo" para extraer el metal, afirmando que sería igualmente prudente esconder viejas botellas llenas de billetes de banco
para poder efectuar un poco después su exhumación. Siempre pretendió que valía más una moneda sana (es decir, que
permitiera a la economía ser sana y creciente) que un dinero estable. Si deseó así el abandono del patrón oro fue para
que los bancos de emisión pudieran practicar una política de manipulaciones monetarias. Manipulaciones en un solo
sentido, por lo demás, permitiendo siempre un debilitamiento del poder de compra de unidad monetaria. Dio su
aprobación a todos los proyectos tendientes a reducir el atesoramiento y acrecentar la velocidad de circulación del
dinero, especialmente al de Gesell, pidiendo que el dinero en circulación fuera sellado cada cierto tiempo para conservar
su poder liberatorio: "De este modo, aquellos reformadores que buscan un remedio en la creación de costos artificiales de
almacenamiento para el dinero, mediante el expediente de hacer el que la circulación legal haya de sellarse
periódicamente a determinado costo para que retenga su cualidad de dinero, o mediante otros procedimientos, han ido
42
por el buen camino; y el valor práctico de sus proposiciones merece ser tomado en consideración." Los resultados que
Keynes esperaba alcanzar así eran, por una parte, la disminución del atesoramiento, por otra la baja de la preferencia por
la liquidez: los poseedores de dinero se sentirían menos ligados a un valor en vías de depreciación; la tasa de interna
ligada a la posesión de instrumentos monetarios podría disminuir. Sin embargo, Keynes no dejó de observar que ese
sistema podría fracasar. "...si se había de privar a los billetes circulantes de dicha prima por el sistema resello, habría gran
cantidad de sucedáneos que le pisarían los talones –dinero bancario, deudas a la vista, dinero extranjero, alhajas y metales
43
preciosos en general, y así sucesivamente". Por lo demás, ese sistema trastornaría bastante él conjunto de las relaciones
económicas. ¿No podría llegarse al resultado buscado con otros procedimientos?
El aumento de la cantidad de dinero en circulación le parecía el mejor. Por una parte, puede compensar el exceso de
preferencia por la liquidez al permitir un alza de la oferta de dinero; por otra, puede reducir la preferencia misma por la
liquidez, ya que puede entrañar cierta depreciación del valor de la unidad monetaria, exactamente parecido al que
sufrirían instrumentos monetarios sometidos cada cierto tiempo a sellamientos regulares. "El único alivio...puede venir...
44
de un aumento en la cantidad de dinero."
Se comprende fácilmente lo que entendía por eso. Perteneciendo a un país en que el dinero es emitido por bancos y,
sobre todo, en forma de dinero escritural por bancos de depósitos, Keynes, deseaba ya sea emisiones de billetes de
banco, ya sea una política de amplias aperturas de crédito, manifestada por una bank rate oficial lo más baja, posible.
Sobre este punto, su pensamiento jamás fue equivoco y lo expresó a menudo de maneras diferentes. Como su "abuelo"
42
Teoría general, p. 225. Independientemente de esta alusión a la experiencia de Wörgl, ver también al final de la Teoría general, las páginas en el autor
hace el elogio del "dólar compensado" de I. Fisher y, sobre todo, de la política monetaria preconizada por Gesell (pp. 339ss.). Hasta trató de medir cual
debería ser el precio de esa estampilla: "en términos generales sería igual al excedente de la tasa monetaria de interés (fuera de las estampillas) sobre la
eficacia marginal del capital correspondiente a una tasa de nuevas inversiones compatibles con la ocupación plena" (pp. 342. 343). Y después de indicar
que, en su opinión, el precio de la estampilla propuesto por Gesell era demasiado elevado, concluye: "La idea base del dinero sellado es sólida" (p. 343).
43
Ibid., p. 343.
44
Ver Teoría general, p. 225.
Hawtrey, Keynes siempre protestó contra las elevaciones de la tasa oficial de descuento, y aconsejó una tasa de interés lo
más baja posible.
Pero sobre esto debía luchar contra tres clases de argumentos contrarios:
1º.Podía reprochársela renunciar a una política tradicional, tendiente a asegurar la estabilidad de la unidad monetaria
nacional en relación con el oro y las divisas extranjeras. Admite que la objeción está bien fundida, pero no deja de pensar,
sin embargo, que la búsqueda de la estabilidad en el mercado de cambios debía venir después de la de una política
monetaria favorable al desarrollo de la actividad nacional y de la ocupación.
2º. Podía reprochársela también (y no dejaron de hacerlo) preconizar así una política de inflación. Dedicó todo el
capitulo XXI de la Teoría general a contradecir esta tesis, y a mostrar que el alza de los precios no es absolutamente
inevitable en caso de incremento de la circulación. Su razonamiento fue el siguiente: en un sistema económico en que el
nivel de la producción fuera rígida, el incremento de la circulación haría subir, efectivamente, los precios, pero en una
economía de subocupación, el nivel de producción es relativamente elástico. Entonces todo incremento de la circulación
provoca un aumento de la demanda efectiva, que actúa más bien sobre el nivel de la actividad y de la producción que
sobre los precios. En principio "mientras que subsiste el desempleo, el incremento de la cantidad de dinero no producirá
ningún efecto sobre los precios; todo aumento de la demanda efectiva que resulte de ello, se traducirá por un alza
proporcional de la ocupación. Tan pronto como se logre la ocupación plena se elevarán, por lo contrario, la unidad de
salario y los precios, en una medida exactamente proporcional al aumento de la demanda efectiva... La oferta (de
mercancías) permanece perfectamente elástica mientras que subsiste el desempleo y, por otra parte, se hace rígida desde
que se logra la ocupación plena". La pura teoría cuantitativa no es, pues, verdadera, según Keynes, sino en caso de
ocupación plena.
Es la idea que generalmente se expresa en la fórmula abreviada: "no hay inflación en caso de subocupación". Parece
que Keynes la encontró en la obra de Hawtrey, pero la hizo suya y es uno de los puntos en los que parece haber sido
mejor seguido por los teóricos contemporáneos.
Sin embargo, el mismo propuso algunos límites a la aplicación de ese principio general. Admitió que, aun en caso de
ocupación plena, cierta alza de los precios podía producirse por causas secundarias: en primer lugar, las variaciones de la
demanda efectiva no son exactamente proporcionales a las de la cantidad de dinero; éstas pueden estimular a la
demanda más rápidamente que a la producción. La ley de rendimientos decrecientes puede desempeñar cierto papel: el
aumento de la ocupación puede estar acompañado de una disminución de la productividad, de donde resulta un alza del
costo marginal y, por lo tanto, del precio. Luego, mientras la ocupación aumenta, la oferta de ciertos factores de la
producción puede hacerse rígida aun antes de que la ocupación plena se realice, de modo que aparecen
embotellamientos estando entonces la producción provisionalmente bloqueada, pueden subir los precios. Por otra parte,
el precio del trabajo tiende a crecer antes de que se realice la ocupación plena: esta alza de un costo es factor de alza de
los precios. Finalmente, las remuneraciones de los factores que entran en el costo marginal no varían todas en la misma
proporción; de donde resulta un alza posible del costo y, por lo tanto, del precio. Pero esas distintas influencias no
pueden tener, según Keynes, sino una influencia secundaria; no hacen sino limitar la idea de que no puede haber alza
desordenada de los precios en caso de subocupación. En definitiva "el aumento de la demanda efectiva se traduce, por
regla general, en parte por el aumento de la ocupación y en parte por el aumento de los precios. En la realidad los
precios... suben progresivamente a medida que la ocupación aumenta". Esta alza de los precios, debida a factores
secundarios, no asusta en lo absoluto a Keynes. En primer lugar, porque no puede ser muy grande. Además, porque los
precios gently rising le parecen favorables a un aumento del incentivo a consumir y del incentivo a invertir, por lo tanto, a
la realización progresiva de la ocupación plena.
3º.La última objeción fue que, con esa política, Keynes aceptaba cierta baja de los salarios reales. Lo admitió, pero sin
preocuparse mucho, pensaba que los trabajadores podían muy bien aceptar esa ligera baja, si a ese precio debían pagar
la ocupación plena, y afirmando además que, de hecho, la política sindical obedecía bastante más al deseo de mantener o
de hacer progresar los salarios nominales que al de defender la integridad de los reales.
B) Keynes pensó que, para compensar la influencia depresiva que tiene la baja de las inversiones privadas sobre el
ingreso global y sobre la ocupación, debían aumentarse las inversiones públicas. Que el Estado proceda, pues, a grandes
obras. Aunque parezcan inútiles para la colectividad, pueden el menos servir para dar a los desempleados vueltos a
contratar un poder de compra. Keynes admiraba a los Faraones por haber hecho construir las pirámides sin utilidad
inmediata y a la Edad Media por haber edificado catedrales suntuosas: tenía tanto valor como excavar minas de oro.
Las grandes obras públicas, pensaba, llevan a nuevas distribuciones de los ingresos y esto puede servir para sacar de
su postración a la economía, haciendo aparecer nuevas demandas. Desde luego, utilizaba para su demostración la teoría
45
ya señalada del multiplicador de inversión.
No obstante, no creía que esa política pudiera dar siempre resultados excelentes había que manejarla con precaución.
En primer lugar, no debía practicarse sino en período de desempleo y no como remedio preventivo en vísperas de
depresión. Si no, llevaría a creaciones de poder de compra, sin que fuera posible un incremento de la producción y, por lo
tanto, a lo que se llama desde entonces overemployment, es decir, un alza inflacionista de los precios. Más aún, pensaba
Keynes, hay que tomar ciertas precauciones para que, según la teoría del multiplicador aparezca un proceso acumulativo
de incremento del ingreso. Indicó, entre otras, tres precauciones principales.
1º.No debe suceder que las nuevas inversiones públicas sean financiadas por un método tal "que tenga el efecto de
elevar la tasa de interés y, por consiguiente, detener la inversión en otras direcciones". He aquí lo que sin duda, quería
decir: si las obras públicas son financiadas por empréstitos, pueden escasear más las disponibilidades liquidas en el
mercado financiero, hacer subir la tasa de interés e, impedir inversiones privadas. Hay que evitarlo y hacer el esfuerzo de
mantener la tasa de interés al nivel más bajo posible. ¿Es esto un llamado a una acción bancaria? Sin duda, pero Keynes
no lo precisó.
2º.Hay lugar a evitar que el alza del costo de los bienes de capital, que puede provocar una política de inversiones
públicas, disminuya la eficacia marginal de esos bienes para los particulares que procederían a inversiones. Esto parece
querer decir que había que evitar que, con una política de grandes obras, el Estado provocara un alza general del costo de
maquinarias en las que se realizarían las inversiones. Si no, las inversiones se reducirían y lo economía no sería estimulada
en su conjunto.
3º.Hay que evitar también que eso perjudique a la confianza y aumente la preferencia por la liquidez, lo que
ocasionaría un alza del interés y el paro de las inversiones privadas. Para ello, Keynes habló de "medidas compensatorias",
pero no indicó cuáles. También aquí pensaba, sin duda, en una acción bancaria.
Vemos que, de manera muy realista, Keynes no subestimada las dificultades con que podría tropezar una política de
grandes obras públicas. Sin embargo, la creía necesaria en caso de depresión.
C) Keynes preconizaba también una política de redistribución de los ingresos en beneficio de las clases más gastadoras.
Era hostil a los rentistas, favorable a los asalariados y a los empresarios que proceden a grandes inversiones; deseaba que
las grandes empresas no cayeran en manos de individuos con el espíritu de pequeños rentistas.
Sus ideas en materia de distribución de los ingresos, es verdad, no fueron agrupadas de manera sistemática; quizás
vaciló en esa materia. Sin embargo, pueden destacarse algunos temas esenciales:
Keynes, aunque favorable a los asalariados, tomó partido varias veces contra la escala móvil de los salarios, temiendo
que perjudicara la estabilidad de toda la economía: un alza de los salarios nominales en caso de alza de los precios
provocaría, por el funcionamiento del multiplicador, tal extensión de la demanda que se llegaría a la inflación; su baja
46
llevaría a un hundimiento de la ocupación. No deseaba tampoco una estabilización de los salarios reales comprendidos
en un largo plazo. Lo que le preocupaba era la subocupación y no la injusticia de la distribución o, al menos, la mala
45
Ver supra, p. 269.
46
Ver p. 229. "En verdad, si se hiciera un intento para estabilizar los salarios reales fijando los salarios en términos de artículos para asalariados, el efecto
solamente podría ser ocasionar una violenta oscilación de los precios monetarios; porque cada pequeña fluctuación en la propensión a consumir y el
incentivo a invertir haría que los precios monetarios, oscilaran violentamente entre cero y el infinito."
distribución no lo inquietaba sino en la medida en que podía provocar indirectamente una disminución de la ocupación.
Ya hemos visto que aceptaba que los asalariados pagarán con una baja de los salarios reales la ocupación plena.
No pensaba, pues, sino en los salarios nominales, afirmando que los sindicatos sólo se interesaban por éstos. Ese gran
burgués no pidió jamás, por lo demás, su elevación sino sólo una política tendiente a impedir su baja. En un mundo como
el nuestro, que creía amenazado por el estancamiento y la propensión a degenerar, en ese mundo caracterizado por la
estrangulación de las utilidades, el paro de la actividad, la baja de los precios y el desaliento general, la estabilidad de los
salarios nominales y la plenitud de la ocupación le parecían deber presentar para las masas obreras ventajas muy
apreciables, las únicas, en todo caso, que esas masas podrían pretender.
47
Además, pidió expresamente una política fiscal que tendiera deliberadamente a una repartición más equitativa de
los ingresos; ésta sería favorable a un aumento de la propensión a consumir y, por lo tanto, de la demanda efectiva. Se
sabe que los gobiernos británicos que se sucedieron después de ese consejo, no dejaron de tenerlo muy en cuenta.
D) Finalmente, Keynes deseó la vuelta a una política proteccionista. Sabemos que escribió al final de su libro una nota
para gloria de los mercantilistas. Es verdad que no es su proteccionismo lo que más anhelaba; es la preocupación que
tuvieron por provocar un aumento del ingreso nacional, sobre todo gracias a la abundancia monetaria y a la baja de la
tasa de interés. Pero, sin embargo, alabó el proteccionismo aduanal por poder ser, en ciertos casos, un medio de
aumentar el nivel de la ocupación; cuando un país que sufre de desempleo cierra sus fronteras para dar trabajo a sus
desempleados y permitir así la creación de empresas, aunque éstas deban producir a alto costo y no puedan soportar la
competencia extranjera, no es verdad decir que esa política es irracional y que el país debería comprar al extranjero lo que
no puede producir en tan buenas condiciones; de hecho, no hace mal uso de su mano de obra disponible; las pone a
trabajar en vez de conservarlas inactivas; con esto gana. El razonamiento librecambista no parece, pues, válido sino en la
hipótesis especial de la ocupación plena.
He ahí los principales consejos que Keynes creyó poder extraer de su "teoría general’. Sin duda, marcan una reacción
muy clara contra los modos de pensar clásicos. Sin embargo, hay que reconocer que ninguno de ellos implica un
verdadero trastorno del capitalismo. Keynes no pensó en modificar el capitalismo sino reformando su funcionamiento con
medidas de detalle. La propiedad es conservada, la libertad sólo sufre débiles ataques, no se trata de dirigismo o de
planificación sistemática, no se contempla ninguna importante reforma de la estructura. Más tarde se verá que algunos
discípulos de Keynes se apoyarán en su pensamiento para mostrarse mucho más audaces.
En el fondo, el autor de la Teoría general se mantuvo lógico consigo mismo no pidiendo medidas verdaderamente
revolucionarias. Denunció, sobre todo, una tara del capitalismo, la insuficiencia de la demanda efectiva; lo hizo sin acusar
ni siquiera verdaderamente al ahorro; no incriminó a éste, sino más bien al exceso de atesoramiento, o mejor, a la
diferencia amenazadora entre el ahorro y la inversión y, más bien, a fin de cuentas, a la insuficiencia de la inversión. De ahí
que le bastara con preconizar medidas que pudieran permitir la intensificación de ésta. El capitalismo le parecía
corregible.
47
Entre otras, p. 98.
obra de Kalecki y Keynes)" (1991, p. 184). Por su parte, G. Harcourt precisa más y señala varios caminos que, partiendo de los
clásicos, desembocan en una pluralidad de enfoques postkeynesianos contemporáneos: "El primer camino conduce a
Marshall, que influyó directamente sobre Keynes y sobre los postkeynesianos que parten del Treatise y de la Teoría General,
Sidney Weintraub, Paul Davidson [los cofundadores del Journal of Post-Keynesian Economics] y (en menor medida) Kregel y
Minsky. La segunda ruta nos lleva a Marx. Comprende el enfoque revivido por Sraffa, al que recientemente se le ha añadido
la contribución de Keynes sobre la demanda efectiva, principalmente en los trabajos de Gareganani, Bharadwaj, Eatwell,
Milgate y Pasinetti. Dobb y, más tarde, Meek, que desempeñaron un papel excepcionalmente importante en el
mantenimiento a flote de la economía marxista en el Reino Unido desde 1920 hasta los años 50, fueron igualmente
importantes en la tarea de relacionar las contribuciones de Sraffa con la economía política clásica y marxiana en los 60 y los
70. El tercer camino pasa también por Marx y llega, pasando por la adaptación de Kalecki de los esquemas de la
reproducción de Marx para abordar el problema de la realización, hasta Joan Robinson y sus seguidores (...) Además de estos
grupos principales, están algunas figuras individuales sobresalientes, siendo Kaldor la más notable de ellas" (Harcourt 1987,
p. 924).
A pesar de que por el énfasis relativo que pone Harcourt en esta descripción, podríamos bromear diciendo que hay en el
postkeynesianismo dos tercios de Marx y un tercio de Marshall, quizás lo más exacto que puede afirmarse de este
paradigma, después de analizar los precedentes reivindicados por sus defensores, es que, en el término "post-keynesiano",
lo "keynesiano" remite, evidentemente, a Keynes, y lo "post" significa que se incorpora a lo anterior algún elemento de la
teoría de Kalecki. Aunque popularmente Kalecki aparece como una especie de Keynes polaco con cierta educación en
economía marxista -probablemente menos porque se le considere discípulo de Rosa Luxemburgo que por el hecho de
haber vuelto a trabajar a Polonia tras la segunda guerra mundial-, lo cierto es que el elemento distintivo del sistema
kaleckiano, y lo que lo diferencia principalmente de Keynes, es su énfasis en el monopolio y su influencia sobre la economía
1
capitalista. En este sentido, los auténticos postkeynesianos kaleckianos irían desde Steindl hasta Keith Cowling y M. C.
2
Sawyer.
Junto a Kalecki, otra economista considerada casi siempre parte de la corriente postkeynesiana es Joan Robinson, que,
desde que escribió su librito sobre economía marxista, en 1942, en el que declaraba no saber previamente nada sobre el
tema, sugirió que la única vía que le quedaba a la economía para progresar consistía en "usar métodos académicos para
3
resolver los problemas planteados por Marx" (Robinson 1942, p. 95) , entendiendo por "académicos", como dicen Howard y
4
King, "keynesianos" (1992, p. 19). En su etapa neoclásica, Robinson había escrito sobre la "competencia imperfecta" y el
monopolio (1933), y esto la predispuso favorablemente hacia la recepción del pensamiento de Kalecki, del que pensaba que
había mostrado cómo "el método de Marx proporciona la base para el análisis de la demanda efectiva" (Robinson 1941, p.
240). Robinson fue tan crítica, o más, de la teoría laboral del valor como lo había sido Kalecki. Sin embargo, aunque pensaba
que la teoría del valor trabajo es "una afirmación enteramente dogmática" (1942, p. 32), "únicamente una cuestión de
definición" (p. 34), también creía que era "un ejemplo notable de cómo una noción metafísica puede inspirar un
pensamiento original, pese a estar totalmente vacía ella misma de significado operante" (p. 6). Además, estaba convencida,
como Samuelson o Steedman, de que "cualquiera de las afirmaciones importantes que [Marx] expresa en términos del
concepto de valor pueden ser mejor expresadas sin él" (p. 41). Robinson confiesa que al leer El Capital se encontró "con
muchas cosas que ni sus discípulos ni sus adversarios me habían hecho prever" (p. 1); sin embargo, a pesar de ser novata, en
poco tiempo estuvo en condiciones de traducir "el lenguaje peculiar" y "el complicado método de argumentación" de Marx
"en un lenguaje intelegible para el economista académico" (p. 18), y ello a pesar de que Sraffa le "hacía bromas diciendo que
5
yo trataba a Marx como a un pequeño precursor conocido de Kalecki" (p. 1) . Treinta y cinco años después, Robinson seguía
1
En particular, el modelo de fijación de precios en condiciones oligopolistas, lo que equivale a la tesis de una jerarquía (y no una igualdad) de tasas
sectoriales de ganancia, como reflejo del diferente grado de poder de monopolio del que disfrutaría cada sector productivo (véase Sawyer 1985).
2
Véanse Cowling (1982), Cowling y Sugden (1987) y Sawyer (1985).
3
Esto puede traducirse, no obstante, a una interpretación diferente, según la cual la afirmación querría decir que la única vía que tiene la economía académica para progresar
es responder las preguntas de Marx con respuestas diferentes a las que dio él.
4
Entre los autores marxistas más críticos con la idea de fundir el análisis de Marx con el de Keynes destaca Paul Mattick, un discípulo alemán de H. Grossmann, que,
emigrado como él a los Estados Unidos, escribió en 1969 su libro principal sobre la materia (véase Mattick 1969).
5
A este respecto, añade: "Los dogmáticos afirman: 'Sraffa no es un marxista', y se han inventado una categoría especial -la de neorricardiano- para encasillarle" (1977, p.
98): la categoría ha triunfado. Por su parte, aunque "Piero se ha mantenido siempre cerca del Marx puro y sin adulterar, y considera con suspicacia mis correcciones", no lo
insistiendo en que la teoría del valor trabajo no es más que un "particular lenguaje" y un "ritual distintivo" o rito iniciático
para los marxistas, ya que para éstos "es necesario 'creer en' el valor trabajo" (Robinson 1977, p. 91). Sin embargo, ahora
añade, en una línea que recuerda al Sraffa de la teoría "triguera" de Ricardo, que no sólo sobra la teoría del valor sino
también la teoría de los precios: "Siempre he pensado que los marxistas cometían un error al dejarse arrastrar al terreno de
la teoría de los precios (...) Lo que los marxistas tenían que haber afirmado es lo siguiente: prescindamos de los precios (...) Si
dispusiéramos de información completa, sería posible presentar un flujo de producción industrial como una tabla input-
output de bienes físicos" (p. 93). Sin embargo, se contradice a continuación al afirmar que "lo operativo es el cálculo en
términos monetarios, puesto que las decisiones de los empresarios que controlan la inversión y la distribución de la renta se
ven influenciadas por los beneficios, no por los valores" (ibidem).
Recientemente, se le está dando a la economía postkeynesiana un alcance cada vez más amplio, que tiende a identificar
la corriente con las elaboraciones críticas, en general, del paradigma neoclásico. Para esta amalgama, Sawyer propone el
término de "economía política radical", que incluiría, junto a los postkeynesianos stricto sensu, a los marxistas, los
institucionalistas, los neorricardianos y los postkeynesianos (Sawyer 1989). Otros prefieren hablar de "programa de
investigación postclásico" (Henry 1982, Eichner 1986), y lo extienden todavía más hasta abarcar a "marxistas, radicales,
institucionalistas, estructuralistas, evolucionistas, socioeconomistas, las escuelas francesas del circuito y de la regulación,
neorricardianos y postkeynesianos (con o sin guión)" (Lavoie 1992, p. 5). Lo que Lavoie y otros postkeynesianos, o
postclásicos, propugnan es la necesidad de ofrecer una alternativa completa a la economía neoclásica, viciada en su origen
por su conexión con los "poderes económicos dominantes". La descripción que hace Lavoie del origen de la economía
neoclásica merece la pena citarse in extenso:
"Los lazos entre la economía neoclásica y los poderes económicos dominantes en cada nación ayudan a explicar cómo
vino a superar el programa de investigación neoclásico, en el siglo pasado, a la escuela clásica (...) la economía neoclásica se
preocupa únicamente por el individuo, mientras que el programa postclásico, siguiendo a los clásicos, se preocupa por las
clases socioeconómicas. En medio de las diferentes olas revolucionarias que golpearon a Europa en la segunda mitad del
siglo XIX, la aparición simultánea de los trabajos marginalistas, rompiendo con varios de los conceptos y preocupaciones
clásicos, proporcionó un soplo de aire fresco al establishment político y económico. Además, el marginalismo, como se lo
llamaba entonces, ofrecía una alternativa a los desarrollos hechos por Marx a partir de la escuela clásica (De Vroey 1975,
Pasinetti 1981, pp. 11-14). Puesto que las premisas de Marx eran similares a las de los clásicos en muchos puntos, era difícil
rechazar al mismo tiempo el análisis y las conclusiones de aquél. La respuesta de la burguesía europea consistió en
desembarazarse de la teoría clásica del valor y de la explicación clásica del origen del beneficio, embarcándose por la ruta
del marginalismo. Los economistas saltaron también a este tren, de modo que en 1900 el marginalismo se había apoderado
(swept over) de la economía. Hubo en aquellos tiempos una convergencia, que dura probablemente hasta hoy, entre los
presupuestos y la agenda de la economía neoclásica y los intereses del establishment político e industrial. Aunque habían
existido varias versiones del marginalismo antes de la década de 1870, la más famosa la de Cournot, los economistas no
parecieron ver en ellas ningún indicio de superioridad. Pero con el advenimiento de Marx se hizo imperativo para el
establishment, hacía tiempo molesto con algunas de las conclusiones extraídas de la economía clásica, encontrar una
6
alternativa más apologética y que ofreciera una menor conciencia de clase" (ibid., pp. 17-8).
Una rama especial, dentro de la corriente postkeynesiana, la constituyen los autores que se han ocupado
fundamentalmente de problemas monetarios con el enfoque analizado en este epígrafe. Estos autores se conocen bien
7
como "teóricos del circuito" -que son fundamentalmente franceses -, bien como partidarios del "enfoque endógeno del
incluye entre los dogmáticos (ibidem). En cambio, Meek era un "rígido dogmático, antes de 1956, porque la trató, junto a Lange y a Schlesinger, "como críticos hostiles,
conjuntamente conmigo" (ibid., pp. 89-90). Quizás ello no sea importante puesto que escribió el libro, no para "criticar a Marx", sino "para alertar a mis colegas burgueses
sobre la existencia en El Capital de ideas penetrantes e importantes, ideas que no podían continuar ignorando" (ibid., p. 90).
6
Como única explicación de por qué se deja posteriormente de lado a Marx, tan relevante en un principio, en el paradigma postclásico, Lavoie sólo ofrece una pista: "el
problema de la transformación de Marx y el problema ricardiano de la medida invariable del valor parecían intratables" (ibid., p. 18).
7
Como escriben Martínez y Valverde (1996), puede hablarse de dos grupos: el primero, encabezado por B. Schmitt, que se ha ocupado de estudiar principalmente la
naturaleza del dinero y el sistema institucional de pagos", y el segundo, "con F. Poulon y A. Parguez al frente, cuya preocupación principal es el análisis de la crisis y las
políticas de estabilización" (p. 39). Véanse Schmitt (1966), Parguez (1975), Poulon (1982), pero también Barrère (1985).
8
dinero" . La "teoría del circuito surgió en Francia a mediados de los 70 y, como han señalado dos seguidores españoles de
esta corriente, cuenta con los antecedentes lejanos de Quesnay, Marx, Schumpeter y Wicksell, y con los más recientes de
Kalecki, Keynes -"verdadero fundamento de la 'teoría del circuito' por su nueva concepción de la economía como economía
monetaria de producción"- y Hicks, con su "economía del endeudamiento" expresada en Hicks (1974) (véase Martínez y
Valverde 1996, p. 39). En realidad, estos autores también puede definirse como "ultrakeynesianos", ya que "su objetivo
principal no es otro que elevar hasta sus últimas consecuencias el pensamiento de Keynes, despojándolo de todos los
elementos que le son extraños" (ibidem). Por consiguiente, su heterodoxia consiste realmente en que "a diferencia de los
neoclásicos, que pretenden fundamentar la Macroeconomía en la Microeconomía, la posición de la 'teoría del circuito' es
justamente la contraria; los comportamientos individuales son condicionados por las leyes de funcionamiento
macroeconómico, hasta el punto de no poder escapar de ellas" (ibid., p. 40). Y son críticos con la economía marxista porque
"si el dinero no es integrado explícitamente en los esquemas de reproducción, como sucede en Marx, el circuito de estos
autores no puede ser una buena representación de la economía monetaria de producción", y es un hecho, según ellos, que a
Marx su objetivo "de probar la necesidad lógica del derrumbe del capitalismo le impidió llevar hasta sus últimas
consecuencias la integración", tal y como hizo más tarde Keynes (ibid., pp. 41 y 44).
Por último, digamos que la teoría del circuito sólo representa una sensibilidad especial dentro de los autores
postkeynesianos que defienden un "enfoque endógeno" del dinero, es decir, que no creen en la tesis ortodoxa d que la
oferta monetaria sea una variable exógena, sometido al control "político" de la autoridad monetaria (y, por tanto, vertical
desde un punto de vista gráfico, como consecuencia de venir fijada por el banco central en una magnitud determinada,
independiente del precio del dinero o tipo de interés). Los postkeynesianos son más bien partidarios de una interpretación
"horizontalista" de la oferta monetaria, aunque el debate sigue abierto sobre la cuestión de "si los bancos centrales don
ajustadores de precio (interés) o de cantidades" (ibid., p. 49). Como ha explicado Moore, el dinero crediticio "no es como las
otras mercancías", sino "una mercancía muy especial", debido a que los bancos pueden crearlo con sólo extender nuevos
créditos; esto explica que "la oferta de dinero crediticio responda endógenamente a los cambios en la demanda de crédito
bancario", y, como resultado, "en cada momento, la función de oferta monetaria debe considerarse horizontal" y, por tanto,
"la cantidad total de dinero está a la vez gobernada por el crédito y determinada por la demanda de dinero" (Moore 1988,
pp. xii-xiii).
8
Véanse Arestis (1988), Asimakopulos (1991), Davidson (1991), Lipietz (1983), Moore (1988), Pollin (1991), Wray (1990), Wolfson (1988), Minsky (1986), y un repaso de
la literatura en Galindo (1992) y en Román y Moral (1994).
GUÍA DE AUTOEVALUACIÓN
Preguntas abiertas
Contesta brevemente las siguientes preguntas:
7.1 Explica brevemente como concibe Keynes los conceptos de teoría general, dinero y cantidades globales.
7.2 Explica porque se dice que Keynes provoca la llamada revolución Keynesiana.
7.3 ¿Cuáles son las dos clases de gasto de que habla Keynes en la teoría general? (
)
a) Dinero
b) Capital
d) Bienes
Preguntas Falso-Verdadero
Coloca en el paréntesis “V” si el enunciado es verdadero y “F” si es falso.
7.11 La teoría Keynesiana identifica cuatro clases de desempleos: de frotamiento o espera, el estacional, el cíclico y el
estructural ( )
BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
OBREGON Díaz, Carlos Federico. Keynes: la macroeconomía del desequilibrio. Trillas, México, 1986.
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