Orientación Comunitaria
Orientación Comunitaria
Orientación Comunitaria
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“La singularidad de la comunidad que da lugar a una realidad psicológica, viene dada por el
sentido que sus vínculos cotidianos revisten para el hombre real, enfatizándose el momento del
sujeto, como aquel que las protagoniza” (Tovar, 1994, p. 87). Esos vínculos, a decir de Tovar, se
construyen en una práctica social concreta en torno a determinadas esferas de su vida
cotidiana. De ahí que sus miembros comparten configuraciones subjetivas (representaciones,
valores, normas, necesidades, vivencias), determinadas por el sentido psicológico que dichas
relaciones y prácticas cotidianas revisten para ellos.
Estas aristas de la conceptualización del término comunidad tienen diversas implicaciones teórico-
metodológicas para la conducción y efectividad de procesos de transformación en este ámbito.
La comunidad deberá de ser movilizada a participar, con un papel protagónico, en tareas y
acciones relacionadas con sus necesidades y problemáticas reales (reconocidas o no). Es
imprescindible identificar recursos y potencialidades que se encuentran en ella, y aprovechar los
sistemas de apoyo natural con que cuenta la comunidad; entendiéndose por estos: maestros,
sacerdotes, grupos de autoayuda, líderes comunitarios, médicos de familia, trabajadores
sociales, etc. La programación de acciones o actividades deberá concebirse con un carácter
dinámico, flexible, de manera que, durante el proceso de transformación, se pueda asimilar la
incorporación de nuevos problemas detectados o necesidades, dado el carácter dinámico que
tienen estas últimas. El papel del orientador debe ser considerado desde una concepción
basada en la relación sujeto-sujeto, lo cual significa, como señala Tovar (1994, p. 88): “...una
relación donde cada quien conserva su identidad, la cual es mediada por el coloquio en el que se
involucran las partes desde sus saberes respectivos”.
Las acciones de transformación pueden tener lugar a nivel de la comunidad como unidad social;
pero también en cualquiera de los subsistemas que integran la misma -individuos, grupos,
organizaciones, instituciones-, considerando tanto la identidad propia como la interacción con
otros elementos integrantes de la comunidad a la cual pertenecen (Sánchez, 1991). La
intervención en uno de los subsistemas incluso puede convertirse en un agente de cambio
social, multiplicador y dinamizador de experiencias de transformación al resto de la comunidad.
En consonancia con ello, por ejemplo, el Modelo Educativo Bolivariano venezolano concibe a la
escuela como: “…el centro del quehacer comunitario, donde todo el personal que la integra
debe implementar acciones que permitan dar respuesta a los problemas sociales del contexto
inmediato y en consecuencia a los problemas del Estado. Es a través de la escuela donde se
debe dinamizar a la comunidad, desarrollando la cultura de la participación mediante los
proyecto de aprendizaje y comunitarios” (Ministerio del Poder Popular para La Educación
[MPPE], 2004 citado en Camargo, 2009, p.27).
En tal sentido, González y Lessire (2009) reflexionan acerca de la necesidad de que la dimensión
comunitaria de la Orientación sea abordada desde la escuela, “…como centro desde donde se
puede irradiar una verdadera acción que involucre el desarrollo del individuo en su comunidad;
y el desarrollo económico-social-cultural-espiritual de la comunidad misma como ente donde se
desarrolla el individuo. Esta perspectiva supone considerar (…) la escuela, no como único
espacio donde se aprende; sino que la formación integral de los individuos y la creación de
ambientes educativos favorables al sano desarrollo le corresponde al trabajo compartido,
cooperado y comprometido de la escuela, la familia y la comunidad” (p.130).
Esta consideración acerca del papel de la escuela como actor social, agente de cambio, y la
educación como responsabilidad compartida con la comunidad de la cual forma parte, se
evidencia en una experiencia de transformación psicosocial en un barrio de la capital cubana.
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Dicha experiencia se llevó a cabo en escolares, a través del deporte coletivo, con el propósito de
propiciar comportamientos favorables: sociales, morales, y relativos a la salud, y el
mejoramiento de la calidad de vida. Las actividades deportivas, realizadas con fines educativos,
concebidas inicialmente en el ámbito de la escuela, se fueron extendiendo de manera
progresiva al escenario comunitario con la labor de investigadores-facilitadores, profesores,
entrenadores deportivos, actores claves de la comunidad y promotores deportivos
comunitarios voluntarios -fundamentalmente padres y madres-. De esta forma, la comunidad,
lidereada por un grupo gestor, y la escuela, como facilitadora del proceso de transformación, se
hicieron copartícipes de la formación de niños y niñas (Zas, López, & García 2010).
Precisamente, una de las estrategias empleadas en la implementación de programas
comunitarios -en particular en el ámbito de salud (Batliner, 1999; Roman, Linsday, Moore &
Shoemaker, 1999)- es la multiplicación de las acciones a través de promotores voluntarios,
como expresión del papel protagónico de la comunidad y del aprovechamiento de sus recursos
y potencialidades.
¿Qué se puede entender entonces por Orientación Comunitaria? ¿Es una dimensión de la
Orientación? ¿Es una forma de transformación psicosocial? ¿Es una relación profesional de ayuda?
La Orientación Comunitaria se inserta en un campo de acción, en el que confluyen experiencias,
desde diferentes denominaciones o referentes conceptuales, que comparten como finalidad la
transformación social, y el bienestar humano, en el escenario comunitario. Entre estas, por solo
citar algunas, se encuentran: trabajo comunitario, Educación Popular, Psicología Comunitaria,
etc. ¿Cuál sería entonces su especificidad?
La Orientación Comunitaria, entendida como una dimensión de la Orientación, más que una
especialidad de la misma (González & Lessire, 2009), tiene como propósito, según Gómez y
Suárez (2008 citado en González & Lessire), buscar la integración social comunitaria y se
visualiza en la socialización comunitaria y la participación de las comunidades en la solución de
sus problemas, siendo la Orientación Educativa la encargada de dinamizar ese proceso.
Se derivan de lo anterior tres ideas fundamentales: una que supone que aún cuando la
Orientación Comunitaria es una dimensión de la Orientación, al tener como escenario de
transformación a la comunidad, está sujeta a regularidades y particularidades que son propias
de este espacio; otra que advierte acerca de la necesidad de entenderla desde la participación;
y, por último, que tiene una función educativa. Ahora bien, cuál sería su especificidad, que la
distingue de otras prácticas afines en el escenario comunitario.
Para Calviño (2010), la Orientación Comunitaria, desde una aproximación psicosocial, es una
forma de intervención o acción profesional psicosocial. Esta última comprende formas de
atención, asistencia o acompañamiento, que se ofrece a la población, por personal
especializado -psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, educadores-. Es un proceso de
intervención que puede tener lugar a nivel personal, grupal o comunitario, “…que busca
favorecer en los participantes el restablecimiento, reforzamiento o desarrollo de su nivel
óptimo de desempeño “sociopersonal”. Se trata de la formación y optimización de capacidades
(competencias, habilidades, disposiciones, etc.) para lograr bienestar y crecimiento personal en
las condiciones reales de su vida (familiar, grupal, institucional, comunitaria), tanto en el
registro simbólico como real de sus espacios cotidianos. El énfasis está puesto en el sistema de
relaciones vinculares” (p. 178).
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Esta posición, que centra el objeto de la aproximación psicosocial en los procesos de
interacción, que pone de manifiesto el carácter bidireccional de la relación entre el individuo, el
grupo, la comunidad y la sociedad, es compartida también por Alvis (2009).
Según este autor, este tipo de intervención busca promover procesos de intervención social-
comunitarios. Privilegia –aún cuando se reconoce que, de acuerdo a la naturaleza de algunas
problemáticas o necesidades psicosociales, se hace necesaria la intervención asistida o
“dirigida”- la participación activa, el empoderamiento, y la toma de decisiones por parte de los
participantes en la construcción del cambio social; desde una perspectiva de desarrollo de sus
capacidades y potencialidades. Para ello, se advierte como necesaria la presencia de una ayuda
psicosocial, profesional y técnica, que tenga como objetivo la potenciación de los recursos,
tanto personales como comunitarios, la formación y la educación.
La profesionalidad no está dada solamente por el hecho de que se requieran conocimientos
científicos y recursos técnicos y, por tanto, adiestramiento, preparación y formación especial,
sino también por la necesidad de sistematizar y conceptualizar las prácticas.
La Orientación en el escenario comunitario no solo supone una práctica profesional, sino que
además, implica la realización de acciones multidisciplinarias e interdisciplinarias que
comprenden, por ejemplo: trabajadores sociales, sociólogos, psicólogos, dirigencia comunitaria,
instituciones educativas, sanitarias, entre otras (Camargo, 2009).
Puede ser comprendida entonces la Orientación Comunitaria como una actuación de carácter
profesional; que cumple diversas funciones, además de la remedial y de apoyo, la educativa, de
crecimiento, desarrollo; y cuyo rol se centra en la facilitación de los procesos de cambio
psicosocial. Está sujeta, por tanto, a exigencias profesionales y personales que propicien la
efectividad, sustentabilidad, potenciación, multiplicación de las acciones y efectos.
La Orientación Comunitaria, desde una dimensión psicosocial, no solo es una actuación
profesional, sino que además es una relación de ayuda (Calviño, 2010).
¿Cuáles serían entonces las implicaciones que conlleva esta comprensión: qué entender por
“relación” y por “ayuda” en este ámbito de intervención?
Es una relación, en tanto, es una forma de interacción, de vínculo, de contacto humano, que
tiene implicaciones: emocionales, intelectuales, actitudinales, compromisos, acuerdos; es
construida sobre la base de una ética de las relaciones interpersonales; que también supone el
establecimiento de determinados límites y clarificación de roles.
Ayudar significa facilitar, y que los actores reales, los miembros de la comunidad, sean los
protagonistas de la experiencia.
Así, a decir de Calviño (2010), la ayuda debe estar encaminada a “…favorecer un mejor ajuste de
las relaciones sujeto – grupo – condiciones de existencia. Un ajuste sin duda crítico constructivo,
no para reproducir las mismas condiciones que favorecen la aparición de su demanda, sino para
transformarlas partiendo del establecimiento de un “estar en condiciones personales (grupales,
comunitarias, institucionales)” de promover dicha transformación” (p.183).
De manera que, la Orientación Comunitaria tiene como finalidad facilitar un mejor desempeño
(funcionamiento, ajuste o gestión) e integración de la comunidad y sus integrantes (individuos,
grupos, instituciones); e incrementar la capacidad de desarrollo para afrontar, solucionar
problemáticas psicosociales en el entorno comunitario y lograr su bienestar; desde la
participación, crítica y constructiva, de los involucrados en el proceso de transformación.
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Desde esta perspectiva, el orientador comunitario, cumple esencialmente un papel de
facilitador de los procesos de transformación psicosocial.
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¿Quiere esto decir, entonces, que el orientador, en su rol de facilitador, no puede equivocarse,
cometer errores?
La Orientación, como actuación profesional, en cualquiera de los ámbitos en que se trabaje,
está sujeta a una serie de requerimientos profesionales y personales, entre los que se
encuentran competencias intelectuales, teóricas, metodológicas y competencias para la
conducción del proceso. Conjuntamente con estas, el orientador debe desarrollar la capacidad
para darse cuenta de sus errores, cambiar y trabajar en su auto corrección.
Cuando trabajamos y participamos en procesos humanos debemos ser capaces de reflexionar
sobre cómo nos sentimos, nos pensamos e interactuamos en ellos, cómo estamos viviendo lo
que hacemos. Ello significa estar abiertos no solo al aprendizaje acerca de la experiencia, sino
también sobre nosotros mismos desde lo profesional y lo personal.
Toda relación profesional de ayuda involucra un tipo de vínculo orientador-orientando(s), un
contacto humano, en el que hay: implicaciones emocionales, intelectuales, actitudinales;
compromisos, acuerdos; interés mutuo en un objetivo o tarea común; que suponen también
determinados límites. En la relación, aún cuando es de tipo profesional, intervienen
peculiaridades subjetivas de las personas que en ella se involucran, a lo que no está ajeno el
orientador. Esto hace que, por ejemplo, se depositen: características personales, modos de
relacionarse (autocrático, democrático), valores, referentes sociopolíticos, culturales, etc. Pero,
teniendo en cuenta su rol de facilitador, todo lo que sea dilemático, problemático en el
orientador, que transgreda los límites de la relación, que interfiera en el cumplimiento de sus
funciones, debe ser puesto bajo control (Calviño, 2000), y la labor de orientación comunitaria
no está al margen de ello.
En tal sentido, Davis (2011) señala que los miembros de las comunidades no son amigos o
familiares, sino que son parte del trabajo que realiza el facilitador. De manera que, si se rompen
las fronteras, los límites, el orientador se convierte en parte del problema y pierde las
perspectivas y, por tanto, su rol.
El orientador comunitario, por tanto, necesita también de la supervisión (ya sea organizada de
manera individual o grupal) como vía para clarificar incidencias, personalizaciones, que afecten
su desempeño profesional.
El rol del orientador tiene también implicaciones éticas, construidas desde una ética de las
relaciones interpersonales, toda vez que la Orientación Comunitaria, se concibe como un tipo
de relación profesional de ayuda. En este sentido, Calviño (2010) advierte: “Las prácticas
profesionales, vinculadas a las disciplinas sociales y humanas, tienen como exigencia la
autoformación, la autopreparación y estudio sometido a la más estricta disciplina
autorregulada. En ellas no se trata de aprender y aprehender un conjunto de operaciones
técnicas. Se trata de un proceso de autoeducación en cuya base está la responsabilidad
personal, la constante profundización de los conocimientos y el auto mejoramiento como seres
humanos…” (p.202).
¿Cuáles serían entonces las tareas o acciones del orientador en su rol de facilitador?
Entre las tareas o acciones que realiza el profesional de la Orientación en el escenario
comunitario, se identifican en la literatura especializada: planificar; asesorar; mediar (Camargo,
2009; González & Lessire, 2009); sensibilizar; comunicar; formar, capacitar; intermediar y
coparticipar en la construcción de intermediaciones (Calviño, 2010).
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Por solo comentar acerca de algunas de ellas:
La planificación, diseño u organización de programas, proyectos, acciones y actividades, es
pertinente en la medida que tenga como punto de partida tanto la perspectiva de los
orientadores o investigadores -en tanto contribuye a la toma de conciencia de necesidades,
problemas, potencialidades; como la participación de la comunidad.
Comprender la Orientación Comunitaria como un tipo de intervención psicosocial significa que
las acciones de planificación por parte del profesional están atravesadas también por la
comprensión de la complejidad de los sistemas sociales. En tal sentido, Espina (2010) apunta
acerca de la necesidad de entender que “…los sistemas complejos tienen la cualidad de la
emergencia, la posibilidad de aparición de cualidades nuevas, no contenidas en la historia del
sistema, ni explicadas por sus cualidades precedentes: el surgimiento de lo inesperado y no
previsible” (p.25). Implica entonces que, si queremos introducirnos en la transformación social,
debemos partir desde la idea de “…los cambios planificados tienen un límite o una zona caótica
y de incertidumbre. No todo puede ser sometido a control” (p.26).
La sensibilización es concebida como el proceso mediante el cual se favorece la toma de
conciencia, de los individuos, grupos, instituciones, comunidad, acerca de sus necesidades,
problemas y resistencias a los procesos de cambio. Mientras que la función educativa,
instructiva, de capacitación o formativa, es concebida no solo para los actores de la
transformación psicosocial, sino también para los orientadores involucrados en el proceso
(Calviño, 2010).
La comunicación es una de las herramientas que facilita y complementa las acciones de
orientación psicosocial en el ámbito comunitario. Ella posibilita multiplicar el impacto de las
acciones educativas y del poder de convocatoria de facilitadores, coordinadores y líderes
comunitarios, a los miembros de la comunidad, para su participación en las diversas acciones.
En este sentido, se reconoce el aporte de las televisoras y radios comunitarios (Calviño, 2010). A
decir del mismo autor: “…la Orientación psicosocial bajo el instrumental de los medios de
comunicación [radiales, televisivos, gráficos, etc.] supone el dominio de un conjunto de
habilidades profesionales y técnicas que trascienden el campo de la Psicología. Por lo que,
como tendencia, (…) supone (…) la constitución de equipos de trabajo interdisciplinarios (…) [,
al tiempo que,] en la función de comunicadores, los profesionales enfrascados en tareas de
Orientación psicosocial comunitaria necesitan de la aprehensión (y aprendizaje) de un “estilo de
comunicación” coherente con los principios y sustentos de las acciones psicosociales” (p.198).
La labor de los orientadores comunitarios debe comprender, además de sus funciones como
comunicadores, la facilitación del aprendizaje, la apropiación de habilidades y herramientas para
la comunicación por parte de los propios actores, de manera que se potencien los recursos
humanos y materiales de la comunidad y se propicie la sostenibilidad de las acciones
comunicativas. Como señala Camargo (2009), la sistematización de los procesos de cambio
deberá estar apoyada en la planificación de los proyectos y en las innovaciones tecnológicas
comunicacionales como herramientas, bajo un enfoque de construcción colectiva.
De manera similar, la función de mediación supone no solo la intermediación o negociación
asistida ante situaciones conflictivas, dilemáticas; sino también la facilitación de aprendizajes
para la intermediación de los propios actores comunitarios (Calviño, 2010).
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¿Cuáles serían las competencias necesarias para que el orientador sea capaz de desempeñar su rol?
Entre las competencias que debe tener un orientador, y en particular, para su desempeño en el
ámbito comunitario, se reconocen -sobre la base de las competencias básicas para la
Orientación establecidas durante la Conferencia Internacional sobre Calidad en Orientación,
celebrada en Berna, Suiza, en septiembre 2003, auspiciada por La Asociación Internacional de
Orientación Educativa y Vocacional (AIOEP)-: un conjunto de habilidades, conocimientos,
capacidades y actitudes necesarias para la comunicación, el diagnóstico, la evaluación, la
facilitación, la labor de promotor, la mediación, la planificación, etc. Por solo solo citar algunas
de las más importantes (AIOEP, 2003 citado en Camargo, 2009; González & Lessire, 2009):
Pero, cuáles serían entonces el rol, las competencias o funciones del multiplicador o promotor,
gestor o líder comunitario, teniendo en cuenta que, en este caso, no se trataría de una actividad
profesional propiamente dicha. Esto es un tema que merece una reflexión futura. No obstante,
en el contexto de la conceptualización de Orientación Comunitaria antes compartida, este es un
asunto que necesariamente implica de una construcción conjunta con la comunidad, en función
de sus expectativas, recursos y potencialidades. Esta deberá ser entendida en términos de: cuál
es el modelo o perfil de promotor qué se necesita, cuál es el que realmente es posible; con
cuáles personas contamos, cuáles son sus posibilidades y potencialidades; y cuáles serían los
retos para su formación.
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