Reseña MONTAIGNE ENSAYOS SOBRE EDUCACION

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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Michel de Montaigne 2008. Dos ensayos sobre la educación.

Reseñas Bibliográficas
(Traducción y Presentación de Jorge Orlando Melo). Medellín:
Universidad EAFIT. 133 pp. ISBN: 9588281995.

Los Ensayos de Montaigne, publicados en 1580, fueron según su autor un “libro


único en el mundo, de intención rara y extravagante” y todavía son sorprenden-
temente actuales. Su novedad estaba tanto en su tema, pues era insólito dedicar
un libro a las opiniones y estados de ánimo de un autor –“así pues, lector, yo
soy el tema de este libro: no hay razón para que pierdas tu tiempo en algo tan
frívolo y liviano”– como en su estilo, pues se alejaba de todas las convenciones
de los trabajos académicos de la época, sujetos a una retórica rígida y muy bien
establecida. No era un estudio ordenado y sistemático de los diversos temas
tratados, sino una conversación desordenada, llena de vacilaciones, vueltas
y revueltas, digresiones y marchas en todas las direcciones. Además, era una
conversación muy ágil, de ritmo animado y variado, y en un idioma que estaba
más cerca del habla que de la escritura: “hablo al papel como hablo al primero
con el que tropiezo”. Al adoptar este estilo –tan apropiado para la forma literaria
que inventaba al mismo tiempo, el “ensayo”, con su sugerencia de un proceso
de aproximación, de movimiento en un laberinto de posibles interpretaciones,
de intentos, vacilaciones y pruebas– buscaba separarse del idioma erudito de
su época, totalmente alejado del lenguaje oral, y reflejar el carácter cambiante,
diverso y contradictorio de la realidad, en especial del hombre mismo.
Miguel de Montaigne, un hidalgo francés culto y rico, había recibido una
educación formal rigurosa, en los mejores colegios de su tiempo, y había leído
mucho1. Su biblioteca, descrita con profundo afecto en los Ensayos, reunía el

1
Montaigne, de Hugo Friedrich (1949), me parece la mejor introducción a la obra del autor de los Ensayos.
Otras obras destacadas son Peter Burke. Montaigne, Madrid: Alianza Editorial, 1985, Jean Lacouture,
Montaigne a caballo, México, Fondo de Cultura Económica, 1999 y Adolfo Castañón, Por el país de

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saber de su tiempo, y en ella se refugió en una época de violencia, corrupción,


impunidad y guerras civiles, en la que los gobiernos y los que se enfrentaban a
ellos sacrificaban, a nombre de las ideas y los resultados, la justicia y la dignidad.
Abandonó el servicio público, convencido de que “el bien público exige que
se traicione, que se mienta y se masacre”: que gobiernen entonces gentes más
vigorosas y menos sensibles, capaces de sacrificar su honor y su conciencia. Los
Ensayos vuelven una y otra vez al tema de los tiempos oscuros que lo rodean,
para criticar la intransigencia y el amor a la guerra de sus compatriotas, para
rechazar la justificación de la acción inmoral o criminal a nombre de la eficacia
y los resultados, y para burlarse de un país en el que para cada nuevo problema
se creaban nuevas leyes, cada vez más embrolladas y difíciles de interpretar.
Pero sobre todo, los Ensayos muestran una inquietud muy grande del autor
con la ciencia y la educación de entonces. Montaigne, en un momento en el que
la imprenta amplía bruscamente la disponibilidad de los libros, las universidades
crecen, los científicos buscan más y más conocimientos, siente que la fascinación
con el saber está llevando a una serie de actitudes que terminan destruyendo el
sentido y la utilidad de la ciencia. En efecto, para Montaigne las instituciones
educativas y las comunidades científicas valoran cada vez más la simulación
del saber que el saber mismo. En las escuelas se enseñan muchas cosas, pero no
se aprende a pensar ni a hacer: los estudiantes acumulan en su memoria más y
más información, pero son incapaces de usar sus conocimientos en forma inde-
pendiente, y no relacionan de ninguna manera lo que saben con sus vidas. En
las escuelas se enseña en forma autoritaria y con una disciplina excesiva, que
recurre con frecuencia a los castigos violentos. Los maestros se concentran en
contenidos librescos, y no aprovechan la riqueza de la vida, de la naturaleza y de
la sociedad, que son un texto mucho más rico y seguro que el que pueda escribir
ningún autor. Los eruditos cada vez más se entretienen haciendo comentarios
más y más sutiles sobre temas menos y menos importantes, y la mayoría de los
libros que se publican son libros sobre libros, comentarios de comentarios. Para
dar aire de profundidad a estos trabajos, los sabios usan un lenguaje cada vez
más alambicado, inventando nuevas jergas más o menos incomprensibles, que
se extienden a todos los niveles de la sociedad y ocultan que lo que tienen en la

Montaigne, México, Paidós, 2000. Una excelente biografía es la de Donald Frame, Montaigne, a Biography
Londres, Hamish, 1960.

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cabeza es simple confusión. Incluso las mujeres, comenta, aparentan erudición


y usan términos novedosos en sus conversaciones, por sencillas que sean: “hasta
haciendo el amor hablan en sabio”, como decía Juvenal.
En varios ensayos el autor describe y comenta la forma de educar a los
niños de su época, en el hogar y la escuela, y sugiere formas menos absurdas y
más inteligentes y eficaces de de hacerlo. Los dos principales son “Sobre los
maestros” y “Sobre la educación de los niños”, que figuran como ensayos 25
y 26 del tomo primero, y que son los que se publican en este librito. Pero hay
muchos más que amplían o matizan sus puntos de vista, o tocan temas afines,
como “Sobre el afecto de los padres a sus hijos (II,8), “Sobre el parecido de
los hijos a los padres”(II, 28), que habla sobre todo de la medicina (o mejor,
contra los médicos) y tiene una discusión sorprendentemente aguda del papel
de la herencia y la educación en el carácter de los niños, “Sobre los libros” (II,
10), “Sobre la conversación” (III, 8), “Sobre los tres tratos” –amigos, mujeres y
libros– (III, 3) y “Sobre la experiencia” (III, 13). El lector que descubra en los
textos que aquí están el placer de conversar con Montaigne no perderá el tiempo
yendo a una edición completa de los Ensayos y recorriéndolos, sin prisa ni orden
si lo prefiere, pues también así son deliciosos y provechosos.2
En estos temas educativos, que están lejos de ser una ciencia exacta, como
insiste el autor cuando invita a los maestros a seguirlo sólo en lo que encuen-
tren razonable, desde hace cuatrocientos años los más innovadores pensadores
pedagógicos no han hecho sino descubrir y redescubrir, una y otra vez, los
mismos principios. Que la educación debe ser activa, basada en el ejercicio de
las habilidades y capacidades naturales de los estudiantes, y no una recepción

2
Existen cinco traducciones completas en español y una en proceso de edición. La de Diego de Cisneros, hecha
en 1634, no pudo publicarse, probablemente por problemas con la censura: los Ensayos fueron puestos
en el Índice español de Libros Prohibidos en 1640, y en 1676 en el Índice Romano. La primera que se
publicó fue la de Constantino Román y Salamero, de 1898, casi siempre confiable pero de estilo inflado y
arcaizante, ajeno al ritmo oral del libro original. Juan G. de Luaces publicó una segunda traducción, alterada
por la censura franquista (Madrid, Iberia, 1947). En 1971 salió la de Enrique Azcoaga. (Madrid, Edaf).
Recientemente han aparecido las traducciones de Almudena Montojo, en Cátedra (Madrid, 1985-1987),
de Jordi Bayod Brau en Acantilado (Madrid 2007), De una quinta traducción, la Marie Jose Lemarchand,
ha salido solo el volumen 1 (Madrid, Gredos 2005); el volumen 2 está anunciado para 2008. La lista de
traducciones parciales es enorme e incluye escritores de prestigio como Enrique Díez-Canedo, Ezequiel
Martínez Estrada y Luis de Zulueta, quien publicó en 1916 (Madrid, Ediciones de La Lectura) una traduc-
ción de los ensayos pedagógicos.

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pasiva de información y preceptos. Que no sirve para nada llenar la cabeza de los
estudiantes de información y conocimientos, porque lo que importa es desarrollar
su capacidad de pensar con independencia y obrar bien. Que para educar y formar
al estudiante es tan importante la forma de ser del maestro como lo que sepa, y
que el alumno aprende más del ejemplo y de la práctica que de los sermones y
discursos. Que lo que ha aprendido el alumno no se puede averiguar haciéndolo
repetir sino aplicándolo a casos nuevos. Que lo único que sirve es el saber que se
hace realmente nuestro, no el que se tiene en la boca listo para recitarlo y lucirse
con él. Que nada sirve la teoría sin la práctica, el conocimiento sin la aplicación.
Que la disciplina no puede basarse en la coacción y la fuerza, pues el castigo
endurece o envilece el carácter. Que tan importante como el entrenamiento del
espíritu es el entrenamiento del cuerpo, y que por lo tanto los ejercicios físi-
cos deben tener tanto peso como los intelectuales. Que la educación debe ser
interesante y solo se aprende lo que se disfruta. Que nada debe aceptarse por
autoridad sino por convicción interna del alumno. Que hay que tener en cuenta
las diferencias entre las aptitudes y los intereses de todos los estudiantes, y no
imponer el mismo aprendizaje a todos. Que es mejor quedarse en la duda que
seguir una opinión porque otros la creen verdadera. Que el afecto es una fuerza
educativa más importante que el temor. Que el maestro debe hablar poco y oír
mucho al discípulo, y no imponer sus ideas y opiniones. Que el aprendizaje se debe
hacer a partir de experiencias vividas y de los objetos al alcance del estudiante,
y no a partir de premisas abstractas. Que hay que poner las palabras al servicio
del pensamiento, y hablar y escribir con sencillez y claridad, con la lengua del
pueblo y no de los pedantes. Que hay que aprender desde muy niño una lengua
extranjera. Todas las modas de los últimos siglos, la educación no autoritaria,
la educación activa, el constructivismo, las lecciones de cosas, la filosofía para
niños, la educación bilingüe, Rousseau, Pestalozzi, Montessori, Freinet, pueden
encontrar sus antecedentes en Montaigne. Por supuesto, a veces comparte los
prejuicios de su época, como cuando se refiere a la educación de las mujeres,
tema en el que lo que dijo ha envejecido; o cuando su elogio de la formación del
carácter da un gran peso a virtudes más bien guerreras que humanistas.
En conjunto, estos textos constituyen una visión muy novedosa, incluso
revolucionaria, de la educación, pero en muchos de sus contemporáneos, y en
algunos que lo antecedieron, se encuentran igual rechazo a la educación escolás-
tica y formalista y al uso de la fuerza por los maestros y similar búsqueda de una

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educación basada en el desarrollo libre de las aptitudes de los discípulos. Rabelais,


a quien Montaigne cita con frecuencia y que escribió medio siglo antes, se burla
también de la educación escolástica y uno de sus personajes propone quemar la
Universidad de París, refugio del saber inútil y coactivo, y coincide con Montaig-
ne en el rechazo a los castigos violentos y en su preferencia por una educación
cercana a la naturaleza. También Erasmo y Juan Luis Vives publicaron antes que
Montaigne tratados sobre educación que anticipan algunas de sus ideas.3
La traducción que se ofrece trata de atender al máximo las recomendaciones
del mismo Montaigne, y ofrecer un texto que tenga algo del ritmo de la con-
versación y del lenguaje oral. Esto, por supuesto, no puede llevarse al extremo.
Hay algo de contradictorio, en todo caso, en el esfuerzo propuesto. Los lectores
franceses encuentran en él, como los españoles en el Quijote, la gracia de un
lenguaje que evoca el pasado con sus arcaísmos. Un Montaigne absolutamente
actual, con un lenguaje coloquial y brusco, como lo habría quizás escrito él,
estaría en inevitable contradicción con buena parte del contenido, de las ideas y
de las referencias de la obra misma. He buscado, pues, cierto equilibrio, tratando
de evitar arcaísmos semánticos y formas retóricas que hoy suenan algo oratorias,
mientras dejaba formas complejas y variadas que pueden dar en alguna medida
un tono del pasado. En todo caso, el mayor esfuerzo ha estado en hacer una
traducción exacta, muy cercana al ritmo original, fácil de leer, que haga olvidar
en lo posible que es una traducción.
Espero que maestros y administradores de nuestras instituciones educativas,
así como jóvenes y estudiantes, lean estos brillantes ensayos, y se dejen llevar
de su flexibilidad, su escepticismo, su falta de dogmatismo, su desconfianza en
fórmulas y recetas expresadas en lenguajes burocráticos y pedantes, para que
estas virtudes transformen en algo lo que hacen.

Jorge Orlando Melo

3
Introducciones claras y ordenadas, pero elementales, al pensamiento pedagógico de Montaigne y de sus
antecesores se encuentran en Gabriel Compayré, Histoire critique des doctrines de l’éducation en France
depuis le seizième siecle, Paris: Hachette, 1904., 2 v. y Montaigne et l’education du jugement, Paris:
Librairie Classique Delaplane, 1890?, y en Guillermo Sanhueza Arriagada, Pensamiento pedagógico de
Montaigne, Santiago de Chile: Ed. Universitaria, c1962.

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