Varios - La Filosofia en La Historia - Richard Rorty Etal
Varios - La Filosofia en La Historia - Richard Rorty Etal
Varios - La Filosofia en La Historia - Richard Rorty Etal
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(compiladores) r»
LA FILOSOFÍA
EN LA HISTORIA
Ensayos de historiografía de la filosofía
Colaboraciones de C.Taylor, A. Maclntyre. R. Rorty,
L Kriiger, I. Ilacking, B. Kuklick, \Y. Lepenies.
J. 15. Schneewind y Q. Skinncr
¡J9
Richard Rorty, J. B. Schneewind, Quentin Skinner
(com piladores)
LA FILOSOFIA EN LA HISTORIA
Ensayos de historiografía de la filosofía
C olaboraciones de:
Charles Taylor
Alasdair Maclntyre
Richard Rorty
Lorenz Krüger
Ian Hacking
Bruce Kuklick
Wolf Lepenies
J. B. Schneewind
Quentin Skinner
ediciones
RUDOS
B a r c e lo n a
B u e n a s A ir e s
M é x ic o
......................i j ' i n . i l ! ‘¡u!oso¡>liy m Hislory
i"i 1 1■11, i.lii ■n inj’lcs por Cambridge University Press, Cambridge
/ I<m
P r e f a c i o ...................................................................................................................... 11
C olaboradores ..................................................................................................... 13
I n t r o d u c c i ó n .............................................................................................................. 15
1. La filosofía y su historia, Charles T a y l o r ............................31
2. La relación de la filosofía con su pasado, Alasdair M acintyre 49
3. La historiog rafía de la filosofía: cuatro géneros, R ichard
R o r t y .................................................................................................... 69
4. ¿P or qué estudiam os la h istoria de la filosofía?, Lorenz
K r ü g e r ............................................................................................. 99
5. Cinco parábolas, Ian H a c k i n g ................................................. 127
6. Siete pensadores y cómo crecieron: D escartes, Espinoza,
Leibniz; Locke,Berkeley, H um e; K ant, Bruce K u klick . 153
7. «Cuestiones interesantes» en la h isto ria de la filosofía y en
o tros ám bitos, W olf L e p e n i e s ................................................... 171
8. La C orporación Divina y la histo ria de la ética, J. B. Schnee
w ind t .................................................................................................... 205
9. La idea de lib ertad negativa: perspectivas filosóficas e his
tóricas, Q uentin S k i n n e r ......................................................... 227
I n d ic e a n a l í t i c o ..................................................................................................... 261
A M aurice M andelbaum
Las conferencias publicadas aquí fueron dictadas com o ciclo con
el títu lo general de «La filosofía en la historia» en la U niversidad
Johns H opkins d u ra n te 1982 y 1983. Ese ciclo fue posible gracias
a u n a subvención de la F undación Exxon p a ra la Educación, cuyo
presidente, d o cto r R obert Payton, hizo cuanto un am igo generoso y
paciente podía hacer p a ra ayudarnos en cada u n a de las etapas de
n u estra em presa. Su estím ulo y su fe en el proyecto nos alen taro n
con stan tem en te a lo largo de todos n u estro s cam bios de planes. E sta
m os p ro fu n d am en te agradecidos p o r esa confianza y p o r la genero
sidad de la Fundación.
Deseam os expresar n u estro agradecim iento a la U niversidad Johns
H opkins p o r habernos perm itido el uso de sus servicios de contabi
lidad y p o r habernos proporcionado los m edios p a ra celebrar nues
tra s reuniones. De los cuidados p rácticos de la organización se hizo
cargo la señora Nancy Thom pson, del D epartam ento de Filosofía de
la U niversidad Johns H opkins, quien resolvió las dificultades del
o tro lado del Océano y las contingencias locales con igual habilidad
y paciencia. Le expresam os n u estro m ás cálido agradecim iento. De
seam os tam b ién expresar n u e stra g ra titu d al señor T. Cleveland por
su ayuda, y n u estro profundo agradecim iento a Jo n ath an Sinclair-
W ilson, n u estro ed ito r en la C am bridge U niversity Press, y a Elizabeth
O’Beirne-Ranelagh, quien corrigió los m anuscritos, p o r el cuidado y
la eficiencia que p usieron de m anifiesto en todas las etapas de la
producción de este libro.
R ic h a r d R o r ty
J . B . S c h n e e w in d
Q u e n t in S k in n e r
COLABORADORES
LA FILOSOFIA Y SU HISTORIA
Charles Taylor
II
Alasdair M acintyre
BIBLIOGRAFIA
LA HISTORIOGRAFIA DE LA FILOSOFIA:
CUATRO GENEROS
R ichard R orty
2. A p ro p ó sito de e sta d istin ción , véase H irsch (1976: 2 y sigs.). D ebo decir
i | mo
no estoy de acuerdo con la afirm ación de H irsch, sem ejan te a la de Ayers,
ck; que no p od em os descub rir la significación sin haber d escub ierto antes el
eso, salvo que optem os por in sistir en que la ta re a del «historiador»
es la de d escu b rir el «significado» y (en el caso de los textos filosó
ficos) la del «filósofo» indagar la «significación» y eventualm ente la
verdad. Lo que im p o rta es a c la rar que la captación del significado de
una afirm ación depende de que se sitúe a ésta en un contexto, y no
es cuestión de esc arb a r en la cabeza de quien la form ula p a ra sacar
u na p ep ita de sentido. Que privilegiem os el contexto constituido p o r
lo que el que la form uló pensaba al respecto en la época en que lo
hizo, depende de lo que nos propongam os alcanzar pensando acerca
de la afirm ación. Si lo que nos proponem os es, como dice Skinner,
«consciencia», entonces debem os evitar el anacronism o tan to cuanto
sea posible. Si nos proponem os u n a autojustificación p o r m edio de
un diálogo con los pensadores m uertos acerca de n u estro s proble
m as actuales, entonces som os libres de en treg arn o s a ello ta n to cuan
to queram os m ien tras nos dem os cuenta de que estam os procedien
do así.
¿Y qué, pues, en cuanto a establecer si lo que el pen sad o r m uerto
dice es verdad? Así com o la determ inación del significado es cues
tión de colocar u n a afirm ación en el contexto de u n a conducta real
o posible, de igual m odo, la determ inación de la verdad es cuestión
de colocarla en el contexto de las afirm aciones que nosotros m ism os
estaríam os dispuestos a form ular. P uesto que lo que considerem os
p a u ta inteligible de conducta está en función de lo que creem os que
es verdad, no es posible establecer la v erd ad y el significado com o
cosas independientes la una de la otra.3 H ab rá tan tas re co n stru c
ciones racionales que p reten d an d esc u b rir verdades significativas,
o fecundas e im p o rtan tes falsedades, en las obras de los grandes
filósofos m uertos, cuantos contextos significativam ente distintos haya,
en los cuales pu ed an in sertarse esas obras. P ara re p e tir m i observa
ción inicial: la ap a ren te diferencia que existe en tre la h isto ria de la
ciencia y la h isto ria de la filosofía es poco m ás que u n reflejo del
significado, y ello por las m ism as razones, de insp iración davidsoniana, por las
q ue m e he m an ifestad o en d esacuerdo con Ayers en la n ota precedente.
3. E n los artículos de D onald D avidson reu nidos en su I n q u i n e s In to Inter-
p re t a ti o n and T ruth , que aparecerá próxim am en te, se hallarán razones en favor
de la afirm ación que h e consignad o en las n o ta s precedentes, de acuerdo con
la cual no p od em os descubrir lo que alguien dice sin descubrir antes en qué
sen tid o sus prácticas, tanto lin gü ísticas com o de otro carácter, se asem ejan a
las nu estras y difieren de ellas, ni p od em os hacerlo tam p oco al m argen de la
gen erosa su p osición de que la m a yo r ía de su s con viccion es son correctas. Tanto
la su p osición de Ayers, de que las recon stru ccion es h istóricas preceden natu
ralm ente a las racionales, com o la de H irsch, de que el d escub rim ien to del
significado precede n atu ralm ente al descu b rim ien to de la significación, descan
san, a m i m o d o de ver, en un a teoría insu ficien tem en te h o lística de la inter
pretación, teoría que he d efendido en o tro lugar (por ejem p lo, en «Pragm atism ,
D avidson and truth», que aparecerá en un volu m en de en sayos acerca de Da
v id so n com pilad os por E rnest Lepore).
hecho, caren te de interés, de que algunos de esos distintos contex
tos re p resen ta n las diferentes opiniones de m iem bros de la m ism a
profesión. P or eso, acerca de cuántas verdades pueden d escubrirse
en los escritos de A ristóteles, hallam os m ayor desacuerdo en tre los
h isto riad o res de la filosofía que en tre los h isto riad o res de la biología.
La resolución de esas discrepancias es u n a cuestión m ás «filosófica»
que «histórica». Si e n tre los h isto riad o res de la biología se a rrib a ra
a un desacuerdo sem ejante, su resolución sería un tem a «biológico»
an tes que «histórico».
III. Doxografía
cuestiones que todos los hom bres se form ularon efectivam ente, lo
supiesen o no. Una cosa es decir que el gran filósofo del pasado
s e h ab ría visto llevado a so sten er d eterm in ad a concepción acerca de
7. Una expresión de esa línea escép tica de p en sam ien to es la polém ica de
Jonathan Rée contra el papel de «la idea de la H istoria de la Filosofía» al pre
sen tar a «la filosofía com o un sector autón om o y eterno de la producción in te
lectual» y com o poseyen d o «una historia de sí m ism a que se interna en el pa
sad o com o un tún el a través de los siglos» (R ée, 1978: 32). E stoy enteram ente
de acuerdo con Rée, pero pienso que es p osib le evitar ese m ito, continuan do los
tres géneros que he encom en dado, sim p lem en te por m edio del uso c onscien te de
«filosofía» com o térm ino hon orífico antes que descriptivo.
E n esa suposición, lo que necesitam os es ver la h isto ria de la
filosofía com o la h isto ria de los h om bres que h an hecho in ten to s
espléndidos p ero m uy fallidos de fo rm u lar las p reguntas que noso
tros debem os fo rm ular. Esos serán los candidatos p a ra u n canon,
esto es, p a ra u n a lista de los au to res que uno debiera saber m uy bien
que debe leer antes de in te n ta r im aginarse cuáles son las cuestiones
lilosóficas en el sentido honorífico de «filosofía». P or supuesto, un
candidato determ in ad o puede co m p artir los intereses de éste o de
aquel grupo de filósofos contem poráneos, o no hacerlo. Uno no e sta rá
i-n condiciones de saber si la falla es de él o del grupo en cuestión
liasta que uno haya leído a todos los o tro s candidatos y establecido
su propio canon, o relatad o la p ro p ia G eistesgeschichte. C uanto m a
yor sea el carác te r de h isto ria intelectual de la h isto ria que ob ten
gamos, y del tipo de aquellas en las que no in q u ieta qué cuestiones
son filosóficas y quién debe ser considerado filósofo, tan to m ejores
serán n u e stra s posibilidades de disponer de una lista conveniente
m ente am plia de candidatos p a ra u n canon. C uanto m ás variados sean
los cánones que adoptem os —cuanto m ás rivalicen con las Geiste-
sgeschichten que tengam os a m ano— tan to m ayor será n u e stra apti-
11 id p a ra re co n stru ir, p rim ero racionalm ente y después h istó rica
mente, a los pensadores de interés. A m edida que ese certam en se
vuelva m ás intenso, la tendencia a esc rib ir doxografías será m enos
Inerte, y con ello ten drem os de sobra. No es probable que el ce rta
men concluya alguna vez, pero m ien tras p ersista no habrem os p e r
dido ese sentido de com unidad que únicam ente el diálogo apasionado
liace posible.8
BIBLIOGRAFIA
L orenz K rüger
II
15. Así, John P assm ore identifica «la historia problem ática de la filosofía»
con la «historia real de la filosofía», y afirma q u e só lo la historia de ese tipo
pu ed e ayudar al filósofo a convertirse en m ejor filósofo (P assm ore, 1965, 30-31).
En A lem ania K laus Oehler ha sosten id o la tesis de que «el problem a es el lazo
verdadero y esencial entre la filosofía y su historia» (O ehler, 1957, 524). V éase
tam bién la n ota 8 m ás arriba.
De hom ine y De cive ilu stra n con m ucha claridad aquello a lo que
aludo. P or o tra parte, ha sido u n a cosa m uy m anifiesta desde la b ri
llante época de la ciencia griega que las m atem áticas y las ciencias
exactas pueden g u ardarse a sí m ism as. Ellas contienen en sí las
norm as de sus p ro p ias verdades y de sus acciones. Dicho brevem ente,
asp iran a la autonom ía y son capaces de poseerla.
El térm in o «autonom ía» se opone aquí al térm ino «tradicionali-
dad», esto es, a la pro p ied ad de ser determ inado p o r la tradición.
E sta oposición es u n aspecto conocido de la caracterización que la
Ilu stració n hacía de sí m ism a, pero requiere de todos m odos un
com entario. Las ciencias exactas, ¿no tienen y necesitan de sus p ro
pias tradiciones? Parece b astan te evidente que sí; pero entonces debe
resolverse la difícil cuestión de cóm o pueden evitar re c u rrir a la
trad ició n p a ra ju stificarse a sí m ism as. Un cam ino m uy sencillo p a ra
hacerlo consiste en aducir la presencia y la p erm an en te disponibili
dad del o bjeto de estudio: la naturaleza. E n realid ad parece existir
un solo ejem plo en sentido co n trario de u n a ciencia 16 que no tiene
dificultades con la tradicionalidad sino que hace de ella un uso esen
cial p a ra su legitim ación: la teología. Su «objeto», Dios, es concebido
com o siem pre p resen te e inm utable (m ás que la naturaleza) pero
caren te del rasgo de la disponibilidad.
Ahora bien: la teología sum inistró un m arco de referencia con
fiable p ara todo conocim iento y p a ra toda acción h asta el surgim ien
to de la ciencia m oderna. A los efectos de mi argum ento, daré p o r
sentado que la confianza que se tenía en ese m arco tiene que h a b e r
ido pareciendo cada vez m ás discutible a m edida que se reconocía
la au tonom ía de la ciencia. La filosofía, que se hallaba entrelazada con
las ciencias que afirm aban su autonom ía y era aún casi inseparable
de ellas, se libró de su posición an cillar respecto de la teología y en
fo rm a m uy n atu ra l asum ió el papel de se r la única fuente alte rn a
tiva de o rien tació n p a ra el conocim iento y p a ra la acción. Sin em
bargo, en u n aspecto decisivo la filosofía no pudo asem ejarse a la
teología: no pudo som eterse a la tradicionalidad. En ese aspecto la
filosofía europea no sólo se inició com o disciplina secular, sino que
tam bién se reafirm ó com o tal, al m argen de todo lo que, p o r lo
dem ás, pued a distin guirla de las ciencias corrientes y útiles.
A consecuencia de ello la filosofía se vio fren te al problem a de su
relación con el m undo, esto es, com o un objeto de estudio que posee
la presencia y la disponibilidad necesarias p a ra hacer posible la
autonom ía. El ráp id o crecim iento de las ciencias n atu ra les en trañ ó
16. En este p u n to debo so licitar del lecto r perm iso p a ra em plear el térm in o
«ciencia» p a ra designar to d a disciplina con p a u ta s profesionales y p reten sio n es
cognoscitivas reconocibles que se enseña en in stitu cio n es de altos estudios; en
una p alab ra, p a ra designar todo lo que en alem án se denom ina «Wissenschaft».
P ara m i presen te pro p ó sito este uso inflacionario del térm in o tiene u n a v e n ta
ja: no p resupone un a d eterm in ad a clasificación de las disciplinas académ icas.
p a ra la filosofía una singularización institucional y sustancial cada
vez m ayor, lo cual obligó a los filósofos a p ro c u rar una fundamenta-,
ción independiente y específicam ente filosófica de la autonom ía. La
filosofía derivó hacia una filosofía trascendental, esto es, hacia un
in ten to de ju stificar toda pretensión de objetividad m ediante la in
dagación que el sujeto cognoscente hace de sí m ism o. La filosofía
halla su p ropio objeto en el intelecto hum ano y en la consciencia
hum ana, o en la razón en sus dos aspectos, el teórico y el práctico,
con el objeto de conectarlos en una e stru c tu ra conceptual unitaria.
Con ello pareció posible u n conocim iento filosófico que no apela a
la tradicionalidad, puesto que o tras ciencias habían alcanzado la
autonom ía estableciendo u n a relación específica con determ inados
aspectos o p artes de la n atu raleza (no hum ana).
No m e propongo indagar las dificultades y el eventual fracaso de
la filosofía trascendental. (Creo que es posible y necesario co n tin u ar
exam inando las cuestiones y los argum entos trascendentales, pero
no disponer de una teoría o u n a disciplina trascendental.) Ya hem os
dado p o r sentado ese fracaso al reconocer la inicial plausibilidad de
la concepción de la h isto ria de la filosofía com o h isto ria de p ro b le
m as. El re c u rre n te conflicto de las afirm aciones filosóficas a priori
con los descubrim ientos científicos no es la m enos im p o rtan te de las
razones de ese fracaso. Los principios de la ciencia n atu ra l de K ant
rep resen tan uno de los casos a los que se refiere lo anterior. Se trata ,
no o b stante, de un fracaso que se p ro d u jo debido a razones de m u
cho peso, e n tre las cuales se destacan el entrelazam iento de la filo
sofía con o tras ciencias y su orientación hacia una autonom ía.
Con estas breves observaciones históricas no pretendo ofrecer
sino perspectivas conocidas; no obstante, pueden p erm itim o s ad v ertir
con m ayor claridad las posibilidades que se ofrecen p a ra u n a cap
tación teórica de la historicidad, firm em ente establecida, de la filo
sofía del presente que se observa en la p ráctica académ ica actual
y, ocasionalm ente, en la autoevaluación consciente de los filósofos.
Veo dos posibilidades de esa índole: a) ro m p er los vínculos que
unen a la filosofía con las ciencias n atu rales (p resu n tam en te) ahistó-
ricas y ligarla con las ciencias históricas y sociales, disciplinas algo
m ás recientes pero en vigoroso desarrollo, o b ) m o stra r la historici
dad in trín seca de todas las ciencias, en p a rtic u la r y principalm ente
de las ciencias n aturales. D iscutiré am bas posibilidades en ese orden.
Puede decirse que la posibilidad a) fue puesta de m anifiesto por
p rim era vez p o r Hegel. E ste filósofo se m antuvo dentro del m arco
de la filosofía trascendental, pero dio ya p o r sentada la p rio rid ad
de la com prensión histórica respecto de la de la ciencia n a tu ra l y
p re p a ró con ello el terren o p ara la p o sterio r alianza de la principal
co rrien te de la filosofía continental con las G eistesw issenschaften
históricas. Si bien las tesis trascendentales de Hegel y su idealism o
fu ero n du ram ente criticados, esa nueva alianza arraigó en la m ente
de algunos de los pensadores posthegelianos m ás sobresalientes, com o
Marx, Nietzsche, Dilthey y H eidegger. La o b ra de Hans-Georg Ga-
dam er re p resen ta una fase reciente de ese desarrollo y u n a expre
sión p artic u la rm en te explícita de sus supuestos fundam entales. P or
ello me propongo exam inar su concepción de la inevitable h isto rici
dad de la filosofía a fin de esbozar con la m ayor claridad posible
una altern ativ a de la concepción de la h isto ria de la filosofía com o
h isto ria de problem as, concepción de la que he afirm ado que es
au fond ahistórica.
III
17. Gadam er, 1960, V o rw o r t; véase tam bién «EHe U n iversalitát des herme-
neutisch en P roblem s» en G adam er, 1967a, 101-112.
en el acontecim iento de la tradición.» 18 P ara ver en qué sentido estos
principios ro m pen radicalm ente con el m odelo epistem ológico tra
dicional es ú til o bservar que, de acuerdo con G adam er, un sim ple
cam bio de lado, esto es, de las ciencias natu rales a las ciencias so
ciales e h istóricas, no h ab ría sido suficiente p a ra tra n sfo rm a r la
filosofía dándole su nueva configuración. E n una detenida discusión
de las ideas de Dilthey, G adam er m u estra que los estudios históricos
am plios y u n a autovaloración h isto ricista no b astan de p o r sí p ara
p o n er de m anifiesto una verdadera dim ensión h istórica en el conoci
m iento. De acuerdo con este análisis, la principal razón de esa insu
ficiencia debe buscarse en el hecho de que Dilthey hubiese invocado
el p aradigm a de las ciencias naturales. Dilthey cree que sólo es
posible aseg u rar el carác te r científico y cognoscitivo de la h isto ria
alcanzando u n a objetividad. Se propone com pletar la em presa ini
ciada b ajo la égida de las ciencias naturales con una Ilustración
histórica. E n la p ráctica ello significa sencillam ente que Dilthey p er
sigue el ideal de en ten d er los testim onios del pasado de m anera
acabada y en to ta l coherencia con los hechos que ellos expresan.
Una cita aclarará lo que G adam er tiene en m ente: «El in té rp re te es
en teram en te contem poráneo del autor. Ese es el triu n fo del m étodo
filológico, (...) D ilthey está en teram en te poseído p o r la idea de ese
triunfo. E n él apoya la equivalencia de las G eistesw issenschaften
[con las ciencias n atu rales]» (G adam er, 1960: 227). E sta in te rp re ta
ción de D ilthey hecha p o r G adam er arm oniza con el hecho, su b ra
yado p o r los h isto riad o res de los problem as, de que el m étodo his
tórico crítico surgió al m ism o tiem po que la Nueva Ciencia. (El
trata m ien to crítico de la B iblia hecho p o r H obbes y p o r Espinoza
son ejem plos de ello.) C oncuerda, adem ás, con la idea de que una
h isto ria de problem as realistas depende esencialm ente de la posi
bilidad de u n a filología objetiva (B rehier, 1975: especialm ente pági
na 170). Lo m ism o que la h isto ria de los problem as, el historicism o
de Dilthey no tran sg red e los lím ites de un p resen te espurio am plia
do. Ni aun u n a percepción agudizada de la historia como cam bio
objetivo m u estra p o r qué tenem os que estu d iar la historia. Gada
m er cree que tal razón surge sólo de u n m odelo epistem ológico
rad icalm en te distinto: el de la com prensión (V erstehen).
La com prensión, entendida como desplazam iento a la situación que
se ocupa en la tradición, rom pe con la idea de un observador im pa
sible. La experiencia obtenida en ese desplazam iento es analizada
según el m odelo de la relación personal que cada uno de nosotros
puede m an ten er con o tra persona: la relación de ser un tú p a ra un
yo, la cual difiere de toda relación que un tú o u n yo pueda m ante
18. G adam er, 1960, 275. H ay que citar esta afirm ación, particu larm en te im
p ortante, en su original alem án: «Das Verstehen ist se lber nicht so se h r ais
eine H a n d ltm g d e r S u b j e k t iv i ta t zu denken, so n d er n ais Einrücken in ein Über-
lieferungsgeschehen, ...»
n er con u n a te rc era persona (G adam er, 1960: 340 y sigs.). Sólo si al
m ism o tiem po descubro y determ ino activam ente m i situación re s
pecto de o tro m e hallo en condiciones de ad q u irir conocim iento de
mí m ism o y de la o tra persona. Sólo si descubrim os y, al m ism o
tiem po, determ inam os n u e stra situación respecto del pasado alcan
zamos un autén tico conocim iento histórico. La unicidad de esta expe
riencia herm en éu tica se opone a la repetibilidad de las experiencias
en las ciencias experim entales.19
De tal m odo, o tro rasgo de este enfoque —rasgo im plicado en las
tesis 1) y 2) consignadas m ás a rrib a — es el siguiente: 3) queda su
p erad a la oposición epistem ológica tradicional en tre lo subjetivo y
lo objetivo. Ya no se tra ta de p reg u n tarse si una concepción es
aceptada p o rq u e se a ju s ta con los llam ados hechos o porque se
a ju sta con teorías previas. El m odelo que perm ite lograr esa descon
certan te fusión no es algo en absoluto m isterioso sino un aconte
cim iento h istórico de ca rác te r en teram en te usual: la in terp re tació n
teológica y legal. Las fuentes —libros sagrados o d eterm inadas le-
19. G adam er, 1960, parte 2, II. 3.b, esp ecialm en te págs. 330 y 340. E s ése un
rasgo decisivo de la concep ción de G adam er que éste tom a de H eidegger. N in
guno de los dos filósofos procura hallar verdades antropológicas universaliza-
bles. Dicho m ás precisam ente: para ellos la antropología tien e un carácter inelu
dib lem en te h istórico. David H oy se equivoca en su fino análisis de la con cep
ción heideggeriana de la h istoria (H oy, 1978) cuando espera hallar en S e r y
T ie m po una antropología tran sh istórica, esto es, «un análisis o n tológico [qu e]
produce una categoría característica de la existen cia hum ana en general y no
es aplicab le só lo a una cultura o a una tradición h istórica específicas com o la
de E uropa occidental» (pág. 344). David H oy continúa diciendo: «[H eidegger]
no sugiere que la historia se refiera a la un icidad de los h ech os pasados. Para
H eidegger el h istoriad or debiera recuperar para su propia época las p osib ili
dades existen cia les de la época pasada» (pág. 347). La recup eración de las p o si
bilid ades del pasado es en realidad tod o el ob jeto de la tarea de hacer h isto
ria; pero cuáles sean esas p osib ilid ad es, es un a cu estión de la «fa k tis c h e exis-
tentielle Wahl» ún ica que se origina a partir del futuro: «Die H isto ire... ze-itigt
sich aus d e r Z u k u n f t » (H eidegger, 1926, 395). E ntiend o que esta extraña frase
quiere decir algo así com o la sim ple verdad de que escribir h istoria es in evita
blem en te tam b ién continuar la h istoria activam en te con vistas a un fu tu ro
anticip ado. E s é se el sen tid o en que la h istoriografía carece de «validez u n i
versal» (H eidegger, 1926, 395), afirm ación que H oy correctam en te p ercibe com o
enigm ática (pág. 348). Por tanto, no es «subjetiva»; p orqu e cada individuo p er
ten ece a una cultura social integrada. N o ob stan te, es específica y única para
un a situ ación h istórica (por op osición a situ ación ind ividu al) dada. ¿Cómo pudo
haber creído H eidegger, si no, hacer una con trib u ción a la filosofía ahondando
en las p rofun didad es de una tradición h istórica ún ica y llam arla «historia del
Ser»? R orty ha expresado una idea decisiva al escribir: «Toda la fuerza del
pen sam ien to de H eidegger resid e en su con cep ción de la h istoria de la filosofía»
(R orty, 1978, 257; véase tam bién 243). T odo ello es asim ism o acep tado delib e
radam ente por G adam er. Para m í es una cu estión im portante la de estab lecer
hasta qué pu nto eso im plica un im p erialism o in telectu al europeo en n u estra
situ ación h istórica presente. E sa cu estión haría que nos resu lte b astan te m o
lesta la b ú sq ueda de con cep tos alternativos de la h istoricid ad esen cial aun
cuando no pod am os aguardar un retorno a algo sem ejan te a la antropología
universal.
yes— son aplicadas a situaciones nuevas, y de ese m odo se crean
nuevos dogm as o nuevos precedentes legales. El logro filosófico de
G adam er consiste en hab er conferido a esos acontecim ientos digni
dad ontológica, esto es, en habernos enseñado que se los puede ver
com o fenóm enos que re p resen ta n la e stru c tu ra general de todo lo
histórico.
Un últim o rasgo debe m encionarse ahora: 4) como sólo puede
alcanzarse la com prensión m ediante u n intento, siem pre renovado,
de redefinir las relaciones entre la persona que com prende y la que
es com prendida, «finalm ente —señala G adam er— toda com prensión
es com prensión de sí mismo».20
Preguntém onos ah o ra si la reo rien tació n de la filosofía que la
ap a rta de las ciencias natu rales y la acerca a las ciencias históricas
fue exitosa. En vistas de 4), parece claro que un éxito pleno reque
rirá que todo lo h istó rico pueda a ju sta rse al m odelo de la auto-
com prensión. ¿E n qué consiste la h isto ria hum ana consciente? O, m e
jo r, ¿cuál es el o bjeto de la com prensión? (H asta aquí m e he refe
rido ú nicam ente a la e stru c tu ra form al del conocim iento histórico.)
P robablem ente la breve resp u esta de G adam er sería: toda la he
rencia cu ltu ral en la m edida en que está incorporada en el lengua
je, u n a herencia que ab arca tam bién a la naturaleza, pero la n a tu
raleza tal como la conocem os o la n atu raleza tal como hem os llegado
a p o d er h a b la r de ella. Así dice G adam er: «El ser que puede ser
contendido es lenguaje» (G adam er, 1960: 450).
E sa sentencia provoca dudas: ¿basta con com prender el lengua
je? ¿R ealm ente n ad a com prendem os ap a rte del lenguaje? ¿C om pren
d eríam os el lenguaje si com prendiéram os sólo lenguaje? Después
de todo, el lenguaje se refiere a algo que sólo ocasionalm ente es a
su vez lenguaje o la actividad inteligible de un hablante. El lenguaje
se refiere tam bién a aquellas condiciones de las acciones y del habla
que se hallan m ás allá del alcance de la acción hum ana, esto es, a
la naturaleza. ¿No com prendem os la naturaleza, p o r lim itada que
pued a ser n u e stra com prensión? 21 Con estas preguntas retó ricas me
20. G adam er, 1960, 246. Es ilum inador com parar esta afirm ación con la no
ción de G adam er de dos esp ecies de experiencias (1960, parte 2, I I .3.b ) . G adam er
so stie n e que, m ientras que la experiencia repetible de las ciencias natu rales ne
cesariam en te elim ina tod a historicidad , la experien cia herm enéutica resulta ser
la «propia» porque sólo ella transform a nu estra conscien cia y crea con ello el
carácter irred uctib lem ente h istórico de tod o con ocim ien to.
21. T engo conocim ien to del con texto en que G adam er presenta su tesis
de que tod o lo que puede ser com prendido es lenguaje. A m pliando la expe
riencia con textos y con versacion es llega a hablar de la acción de las cosas
m ism as («das Tun d e r Sache s e l b s t ») que se apodera de n osotros, que p od em os
hablar, de m anera que en este sentido las cosas acerca de las cuales puede
hab er un len guaje p oseen ellas m ism as la estru ctu ra de un lenguaje. D icho
aún m ás exactam ente: «El len guaje es el m edio en el cual el yo y el m undo
se m u estran com o originariam en te un idos (G adam er, 1960, 449 y sig.). Mi crítica
propongo ex p resar m i inquietud ante la autosuficiencia de un cosm os
intelligibilis de aspecto idealista. Me parece que esa tendencia idea
lista, si bien puede ser sep arad a de la actividad de la herm enéutica,
no puede serlo de la tesis de la universalidad de la herm enéutica.22
pero en tal caso el análisis, estru c tu ra lm e n te atractivo, de la h isto rici
dad se logra a un alto precio: el confinam iento de lo histórico en la
esfera del lenguaje y del significado o, dicho en térm inos algo dis
tintos, la concepción de que la h isto ria se agota en la continuación
de sí m ism a de la c u ltu ra consciente a la m an era de u n a levadura
que ap a ren tem e n te crece desde sí m ism a.
¿E s ésa u n a concepción perjudicial? R orty, nuevo defensor de la
herm enéutica, cree que «los acontecim ientos que nos to rn an capaces
de decir cosas nuevas e in teresan tes acerca de nosotros m ism os son
... m ás “esen ciales” p a ra nosotros (...) que los acontecim ientos que
m odifican n u e stra s form as o n u estras norm as de vida» (R orty, 1979:
359). Tal afirm ación sería increíblem ente fuerte e inaceptable si no
fu e ra p o r la restricción señalada en tre paréntesis y om itida en la
cita precedente, la cual dice: «al m enos p a ra nosotros, in telectu a
les relativ am en te ociosos que hab itam o s u n a región del m undo esta
ble y próspera». Si elim inam os esa restricción, o con sólo d u d ar de
la estab ilid ad (p ara lo cual existen m ás razones de las que posible
m ente cu alq u iera desearía), se insinúan dos peligros de la concepción
h erm en éu tica: 1) la subestim ación de las innovaciones m ateriales y
2) la falta de ad ap tación al pluralism o histórico o cultural.
R especto de (1), podem os conceder que los cam bios m ás d ram á
ticos e irrevocables que se p roducen en la h isto ria dependen, e n tre
o tras cosas, de las condiciones de la com prensión y de la autocom -
pren sió n que caracterizan a u n a c u ltu ra determ inada; pero no se
los puede co m p ren d er únicam ente en relación con esas condiciones,
y m ucho m enos pueden p roducirse a p a rtir de ellas. El m undo
tecnológico y científico de la actualidad no es p o r cierto re su ltad o
de u n a tran sfo rm ació n de n u estra s consciencias, aun cuando tales
tran sform acio n es desem peñan sin duda un papel en ello. Una de las
se dirige precisam en te a esa su erte de esp ecu lación poskan tian a referente a
la unidad del m undo, el len guaje y la conciencia reflexiva.
22. La observación de que la idea de un m undo am plio y cerrado de la com
pren sión trae con sigo con n otacion es id ealistas se halla exp lícitam en te form u lada,
por ejem p lo, en G eldsetzer, 1968a (véan se págs. 10-11). K arl-Otto Apel ha se ñ a
lado las raíces id ealistas de las G e istes w is se n sc h a fte n (Apel, 1967, esp ecialm en
te 35-53). R ichard R orty cita e sto s te x to s y so stie n e que la asociación del id ea
lism o con la herm en éu tica está fuera de lugar (R orty, 1979, VII.4); pero puede
decir tal cosa sólo porque desea d efender la necesid ad de la herm en éu tica, no
su universalidad. A dem ás, considera a la h erm en éu tica com o vehícu lo de ed i
ficación antes que de la verdad, en ta n to que G adam er es m ucho m ás am bi
c io so al decir: «La com p ren sión ... es au tén tica experiencia, e sto es, un en cu en
tro con algo que se afirm a com o verdadero» (1960, 463).
tareas principales de n u estra com prensión es no reflexiva: concierne
a la interacción m aterial entre el hom bre y la n atu raleza y a las con
diciones naturales que gobiernan a la conducta hu m an a en esa in
teracción.
E n cuanto a 2), el p ro g ram a herm enéutico (el de G adam er, no el
de R orty), p o r su propia lógica in tern a (aunque quizá co n tra su
propio espíritu), se refiere siem pre a una tradición p artic u la r, a sa
ber, la trad ición respecto de la cual el ocupar la pro p ia situación
constituye el acontecim iento de la com prensión. E n el enfoque de
G adam er queda com o problem a sin resolver el análisis de la es
tru c tu ra de los acontecim ientos de com unicación que unen a dos
tradiciones independientes, salvo en térm inos de subordinación de
una a otra. Bien podría ser que la com prensión tra n sc u ltu ra l de la
natu raleza y de la relación del hom bre con la n atu raleza resu lte ser
un elem ento esencial en el análisis de esos acontecim ientos.
Como conclusión de las consideraciones precedentes deseo consig
n a r lo que sigue: acaso pueda reten erse la e stru c tu ra de la h isto ri
cidad d escrita p o r G adam er rechazando al m ism o tiem po su exclu
siva orientación hacia las G eistesw issenschaften históricas. El con
tra s te en tre las ciencias natu rales y las G eistesw issenschaften en lo
que se refiere a la historicidad bien puede ser erróneo. De ello con
cluyo que vale la pena co n sid erar la posibilidad b), m encionada al
final de la sección II, esto es, la historicidad intrínseca de las pien-
cias n atu rales.
IV
23. En esta con clu sión coin ciden en teram en te filó so fo s fu n d am en tales tan
d istin to s entre sí com o Karl P opper y T hom as Kuhn.
dentes son irrelevantes. Ahora bien: en esa form a la objeción ni si
quiera es com patible con la histo ricid ad local. Más im p o rtan te es
ad v e rtir que la variedad de teorías em píricam ente adecuadas que
pueden concebirse, es m ucho m ás am plia. Sus lím ites son siem pre
evasivos. Es p robable que esa variedad ni siquiera sea finita. ¿Cómo
las reducim os, entonces, en la investigación real, a m edidas m aneja
bles? En to d as las disciplinas que avanzan exitosam ente ello se logra
con la ayuda de teorías ya existentes y (en parte) exitosas. (P or cier
to, no todas las teorías de esas características sirven a tal propósito;
la cuestión es que algunas sí. Sólo en el caso de disciplinas cuyo
progreso es dudoso puede e sta r ausente la historicidad global, y ser
su h isto ricid ad de una especie distinta: no intrínseca sino extrínse
ca.) P ara ilu strarlo podem os rem itirnos nuevam ente a N ew ton y a
E instein: de no h a b e r sido p o r la m ecánica y la teo ría de la gravi
tación new tonianas, sería difícil en ten d e r que se haya descubierto
la relatividad general o se haya considerado atractiv a su e stru c tu ra
conceptual.24
Sólo la h isto ricid ad global nos p erm ite considerar a cada teoría
nueva no com o u n a teo ría que com pite con las anteriores, sino como
su continuación corregida. Sin ello difícilm ente podría p resen tarse
com o aceptable una tesis que, p o r cierto, es com patible con el cono
cim iento científico actual, aunque no acreditado p o r él, a saber, la
de que las teo rías sucesivas tra ta n de la m ism a realidad; p o r ejem
plo, la gravitación. (Se adm ite, p o r supuesto, que se refieren, al m e
nos en p arte, a los m ism os fenóm enos observables.) Sólo la h isto ri
cidad global, entonces, hace posible el progreso teórico, puesto que
la adm isión del progreso excluye la visión del cam bio teórico como
la sim ple su stitución de una teo ría p o r otra.
Si consideram os asim ism o el progreso tecnológico, esto es, el cre
cim iento, en alcance y en intensidad, de la interacción en tre hom bre
y n atu raleza («progreso» no es aquí u n térm ino que exprese u n
valor), tendrem os que a d m itir la com binación de dos cosas: 1) una
natu raleza invariable (o cuya variación es im perceptible p o r su len
titu d ) m ás allá del poder hum ano, y 2) u n a h isto ria única de la
investigación de la naturaleza y de su utilización. La ciencia es acce
sible sólo como algo histórico, incluyendo en ello sus afirm aciones
referen tes a algo transhistórico.
E ste sim ple estado de cosas está íntim am ente ligado con la n a tu
24. E s m ucho lo que podría añadirse en e ste respecto; por ejem plo, que
algunos elem en tos específicos de la teoría de N ew ton , com o la equivalencia
entre la m asa inercial y la m asa gravitacional, h allan una explicación por m edio
de la teoría de E instein; o que no es p osib le determ inar la adecuación em píri
ca de la teoría de E in stein sino m ediante el em pleo de la de N ew ton (su p on ién
dose en ton ces la com p atib ilid ad concep tual y nu m érica de am bas teorías), com o
en el caso del cálculo del valor observando del m ovim ien to del perih elio de
M ercurio.
raleza de la verd ad científica. Sólo las proposiciones acerca de las
que es posible, en principio, decidir de m anera directa, pueden ser
v erd ad eras o falsas en el sentido co rrien te y no problem ático del
térm ino; en el caso de las teorías científicas —en realidad, ya en el
caso de las afirm aciones teóricas p articu lares que ad q u ieren signi
ficado y verificabilidad sólo en el m arco de u n a teoría— ello no es
así. Ni la teo ría de la gravitación de N ew ton ni (probablem ente) la
de E instein son sim plem ente verdaderas o falsas, si bien alguna p ro
piedad que guarda cierta relación con la diferencia en tre «verdade
ro» y «falso» es com ún a am bas y las distingue, p o r ejem plo, de la
teoría de la gravitación de D escartes (cuya refutación consideró
N ew ton que m erecía todo un libro de sus Principia).
Por tanto, es im posible in te rp re ta r las teorías científicas com o
entidades que, al final de la investigación o en u n caso fáctico ideal
en sentido co n trario, q u ep a en ten d e r com o una im agen de la reali
dad que sea v erd ad era en el sentido corriente del térm ino. No sólo
el sueño filosófico de u n a ciencia a priori fue una ilusión: la con
cepción teleológica del conocim iento científico, tal com o es defendi
da p o r C harles S anders Pierce o p o r K arl R aim und P opper no es
m enos im posible.25 Me propongo sostener la concepción opuesta:
no es posible evaluar el objeto de la ciencia y el conocim iento que
tenem os de él en relación con un punto im aginario de convergencia
situado en el futu ro, sino en relación con el cam ino cognoscitivo de
experiencia y de teorización re co rrid o en el pasado.
Una elaboración y u n a defensa m ás detalladas de esta tesis se
hallan m ás allá de los propósitos de este trab a jo .26 No obstante, pue
de ser provechoso concluir esta p a rte de m i ensayo con el agregado
de u n a breve lista de los p untos que a m i juicio m erecen u n exam en
u lte rio r y que pueden avalar m i tesis ante el lector. 1) La tesis arm o
niza con la realid ad de la investigación en el sentido de que los
logros científicos siem pre tienen u n com ienzo pero nunca tienen un
fin. 2) Es un lu g ar com ún a trib u ir a la ciencia u n papel (auto-)crítico,
25. D ebe observarse en este con texto que esa concep ción ayuda a G adam er
a establecer el con traste entre la ciencia y las discip lin as h erm en éu ticas que
e sto y in tentand o destruir. E scrib e Gadamer: «El ob jeto de las ciencias n atu
rales puede ser determ inad o idealiter com o lo que se conocería una vez conclu id a
la in vestigación» (G adam er, 1960, 269).
26. Uno de los pu ntos fu n d am en tales de esa elab oración y de esa defensa
sería la explicación de por qué el carácter h istórico de la ciencia, que sosten go
que es esencial, no involucra, sin em bargo, la práctica de una investigación
h istórica en la ciencia. P arece necesario invocar aquí el carácter n o reflexivo
de la ciencia: jam ás una discip lin a científica inclu ye una in vestigación de su
propia actividad y de su d esarrollo. Si, com o he de sosten er, en la d ivisión del
trabajo de investigación la filosofía se ha con vertid o (o ha de con vertirse) en
la con scien cia del m un do científico, tien e que cargar con tod o el p eso de la
h istoricidad . La práctica de la filosofía osten tará ese rasgo en m ayor o m enor
grado, según las con d icion es h istó rica s (m ás abajo, en la sección V, se hallarán
ind icaciones referentes a lo que quiero dar a entender).
esto es, re s ta r credibilidad a cualquier sugerencia en el sentido de
que un logro científico pueda ser definitivo. 3) N u estra relación p rác
tica con el m undo, en la m edida en que está d eterm in ad a por la
ciencia, es la de e n fre n ta r un fu tu ro abierto, antes que la de a p u n ta r
a u n a m eta preconcebida; ello es v erd ad tanto a propósito de la
orientación in telectual como a propósito de la aplicación tecnológica.
En este sentido la ciencia se asem eja al lenguaje natu ral. E ste últim o
sirve perm an entem ente p ara h acer fren te a situaciones nuevas, y ello
b asta p ara que nunca pueda convertirse en u n lenguaje com pleto o
ideal, o nunca pueda adm itirse la aproxim ación a u n lenguaje tal
como m edida de su adecuación. De igual m odo, la ciencia no adm ite
la aproxim ación a u n tipo ideal de conocim iento com o m edida de
su progreso. Por últim o, 4) la ciencia sólo es posible com o experien
cia. La experiencia de un individuo no se desarrolla en u n lapso breve,
sino sólo en el curso de la vida. P or ser u n a especie de experiencia
social o colectiva, la ciencia no es, ni siquiera en principio, pro
ducto del p resen te (de u n m om ento afortunado, p o r así decir), sino
sólo de una prolongada historia. Sólo cuando se la ve com o tal es
posible en ten d erla y tam bién, cabe esperar, controlarla.
27. Jonathan Rée (R ée, Ayers, W estoby, 1978, 18) agrupa a H usserl ju n to con
W ittgenstein, el Círculo de V iena y otros revolucionarios an tih istóricos. Eso
es correcto en relación con el prim er H usserl, y m uestra lo d rástico de su
cam bio en los ú ltim o s añ os de su carrera.
28. El germ en del enfoqu e de H eidegger se encuentra ya en su obra de
1926; en ella contrasta la vida cotid ian a con la experiencia científica. Su diag
n ó stico del p en sam ien to m oderno (1950a) representa una fa se ulterior. En 1949,
1953a y 1953& se hallan tesis salien tes acerca de la consecuencia fundam ental
de la h istoria del Ser: la tecnología. H ay m ucho m aterial disp erso acerca de
la cien cia y la tecn ología en H eidegger; un estu d io al resp ecto se halla en
Franzen, 1975, 4.2.1. El de L oscerbo (1981) es un am plio estu d io en el que se
m u estra la persisten cia del tem a a lo largo de gran parte del pensam iento
de H eidegger.
29. Si W indelband no hu b iese trabajado aún b ajo la irresistib le influencia
de K ant, y tam bién b ajo la de H egel, o si hubiera vivid o en una época en la
que la am bivalen te dinám ica de la ciencia fu ese tan clara com o lo es ahora,
podría haber extraído ya la m ism a conclu sión. Al m en os él vio ya en la ciencia
la principal preocu pación de la filosofía, según se pu ed e ver en textos com o el
siguiente: «Die Geschichte de s N a m e n s Philosophie ist die Gaschichte d e r Kul-
tu r b e d e u tu n g d e r W issen sc h a ft» (W indelband, 1882, 20). El objetivo fundam ental
del estu d io de la filosofía antigua es, para él, el de perm itir «com prender el
origen de la ciencia occid en tal en general» (W indelband, 1893, 1). E se es ya un
tem a heideggeriano.
o con la recusable idiosincrasia de Heidegger. Más bien m e refiero a
lo que considero concepciones erróneas residuales de la ciencia y
de la filosofía que se hallan en m uchos de los llam ados enfoques
«trascendentales» adoptados en la trad ició n alem ana, especialm ente
p o r H usserl, H eidegger y G adam er. Esos autores parecen p en sa r que
p a ra ver a la ciencia y a la tecnología como algo así como n u estro
sino o n u e stra tare a h istó rica hace falta, ante todo, cierta d istancia
respecto de la ciencia; p o r así decir, u n espacio libre de ciencia p a ra
m an io b rar in telectualm ente. Aunque difieren m ucho en tre sí en otros
aspectos, H usserl, H eidegger y G adam er coinciden en su enfoque
fu n d am en tal de este problem a: buscan el espacio de m aniobras en
la experiencia precientífica o extracientífica, en el «Lebensw elt», que
incluye al a rte y a la cu ltu ra.30 In ten ta n , adem ás, a p re sa r esas expe
riencias en u n a disciplina filosófica autónom a: u n a teoría « trascen
dental» dirigida a d em o strar, en p rim e r lugar, las condiciones que
hacen posible to d as las investigaciones m etodológicas de la n a tu ra
leza y del hom bre.11 (Debe n o tarse que el últim o H eidegger reem
plazó la distinción e n tre la filosofía trascen d en tal y las disciplinas
p articu lares p o r la oposición e n tre todas las disciplinas trad icio n a
les, incluida la filosofía, y una nueva form a de pen sar el ser; pero
no me propongo d iscu tir aquí esa decisión. H a sta donde se m e al
canza, ello no afecta al siguiente argum ento.)
Ahora bien: es indudablem ente cierto que todas las disciplinas
m etodológicas se originan en la vida com ún, y que posiblem ente no
pueda in tro d u cirse ningún lenguaje científico si no es con la ayuda
del habla cotidiana. Pero es erróneo to m a r este tru ism o com o p u n to
de p a rtid a de una crítica filosófica, independiente, de la ciencia y lo
es en dos aspectos. 1) El L ebensw elt precientífico, extracientífico o
exento de ciencia, es u n artificio. N uestra vida h a pasado a estar,
BIBLIOGRAFIA
32. N ancy C artw irght, Ian H aking y L orraine D aston tuvieron la am abili
dad de leer un borrador de este trabajo y m e ayudaron a aclarar m is p en sa
m ientos; sé, em pero, que no pude h ab érm elas deb id am en te con su s críticas
y con su s preguntas. Fueron m uy in stru ctivas para m í las d iscu sion es que
m antuve en la U n iversidad Johns H opk in s y en la U n iversidad de T ubinga, y
es m ucho lo que aprendí esp ecialm en te de Jerom e Schn eew ind , R ichard R orty y
R üdiger B ubner, y asim ism o de las con versacion es que so stu v o con H ans-G eorg
G adam er y con H ans-Friedrich Fulda. N orton W ise m e ayudó en la traducción
de las citas de autores alem an es. Por ú ltim o —aunque no es lo m en os im
portante— , debo m encion ar m i deuda con R ichard R orty por su m eticu losa
corrección e stilístic a , sin la cual el texto de e ste trabajo d ifícilm en te habría
resultado legible.
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C a p ít u l o 5
CINCO PARABOLAS
la n H acking
L o q u e c a r a c t e r i z a a l a s r e v o lu c io n e s e s , p u e s , e l c a m b i o d e m u
c h a s d e la s c a t e g o r í a s t a x o n ó m i c a s n e c e s a r i a s p a r a l a d e s c r i p c i ó n y
p a r a l a g e n e r a li z a c ió n c ie n tíf ic a s . A d e m á s , e l c a m b i o c o n s i s t e e n la
a d a p t a c i ó n n o s ó lo d e lo s c r i t e r i o s r e l e v a n t e s p a r a la c a te g o r iz a -
c ió n , s i n o t a m b i é n d e l m o d o e n q u e se d i s t r i b u y e n o b j e t o s y s i t u a
c io n e s e n t r e la s c a t e g o r í a s p r e e x i s t e n t e s .
« V e rd a d » d e b e e n t e n d e r s e c o m o u n s i s t e m a d e p r o c e d i m i e n t o s
o r d e n a d o s p a r a la p r o d u c c i ó n , la r e g u la c i ó n , l a d i s t r i b u c i ó n , l a c i r c u
la c i ó n y l a o p e r a c i ó n d e a f ir m a c io n e s .
L a « v e rd a d » m a n tie n e u n a re la c ió n c ir c u la r c o n s is te m a s d e
p o d e r q u e l a p r o d u c e n y l a s u s t e n t a n , y c o n lo s e f e c to s d e p o d e r
q u e e ll a in d u c e y q u e la e x ti e n d e n .
Si la verdad en cierra p ara n o so tro s un interés filosófico, debié
ram os p re s ta r atención al m odo en que pasan a la existencia afirm a
ciones con el c a rá c te r de susceptibles de ser verdaderas o falsas y de
posibles objetos de conocim iento. Pero aun en este caso «verdadero»
es red u n d an te, p o rq u e aquello de lo que nos ocupam os es sim ple
m ente el m odo en que las afirm aciones pasan a la existencia.
Tal es la observación incidental que m e proponía hacer. Veamos
ah o ra qué o cu rre con la crítica que W illiam s dirige a F oulcault. No
ob stan te las opiniones acerca de The Order of Things que m e form é
después, las observaciones de W illam s me parecen curiosam ente
fu era de lugar. Los libros de Foucault tra ta n en su m ayor p arte
acerca de las prácticas y del m odo en que afectan el h ab la en la
que las fijam os y son a su vez afectadas p o r ella. El re su ltad o de
ello es m enos u n a fascinación p o r las p alab ras que p o r los seres
hum anos y las instituciones, p o r lo que les hacem os a los seres h u
m anos o hacem os p o r ellos. F oucault está noblem ente obsesionado
p o r lo que considera que es opresión: el asilo, la prisión, el hospital,
la salud pública y la m edicina forense. Su m isión de esas prácticas
puede ser en teram en te errónea. Hay quien dice que ya h a provocado
u n daño in d escriptible a los pobres desequilibrios a los que se dejó
an d a r lib rem ente p o r las calles de las ciudades de los E stados Uni
dos p o rque F oucault convenció a los m édicos de que no se debe
d eten er a los desequilibrados. Pero una cosa es clara: sin p re te n d er
en m odo alguno ignorar el valor de las im p o rtan tes actividades po
líticas de C harles Taylor, F oucault h a estado m ás lejos de en cerrarse
en u n a celda de p alab ras que cualquiera de quienes h an sido invita
dos a co n trib u ir al presente volum en. Además, es precisam ente su
o b ra intelectual, su o b ra filosófica, la que ap a rta n u e stra atención
de n u e stra habla p ara dirigirla a n u estra s prácticas.
No estoy negando el verbalism o de Foucault. Pocas personas han
leído su p rim e r libro, acerca del su rre alista R aym ond R oussell. Rous-
sell parece ser un verdadero com pendio del hom bre encerrado en
la celda de las palabras. Uno de sus libros se titula: «Cómo he es
crito algunos de m is libros.» Dice que in te n ta ría h allar u n a frase
tal que, si se cam biase la le tra de una de las palabras, se m odificaría
el significado de todas las p alab ras de la frase y asim ism o la gra
m ática. (E sp ero que nadie en el MIT se en tere de eso.) E ntonces
se escribe la p rim era frase al comienzo de una novela y se sigue
h a sta term in ar el libro con la segunda frase. E scribió un libro, «Im
presiones de Egipto», y después recorrió E gipto p a ra asegurarse de
que n ada de lo consignado en su libro era verdad. Provenía de buena
estirp e. Su m adre, rica y loca, fletó u n a nave p a ra h acer un viaje a
la India. Al acercarse a la costa extendió su catalejo, dijo: «Ahora
ya he visto la India», y em prendió el viaje de regreso. Roussell se
suicidó. Todo ello puede in te rp re ta rse en el nivel de una obsesión
lingüística hiperparisina. Pero una caricatu ra, aun cuando se la viva
seriam ente, puede ser in te rp re ta d a tam bién com o algo que nos orien
ta hacia su exacto opuesto.
Sea com o fuere la cuestión de la frase de Roussell, considerem os
la secuencia fu n d am ental de la o b ra de Foucault: el m anicom io, la
clínica, la prisión, la sexualidad y, en general, el entrelazam iento de
«conocim iento» y «poder». H e señalado que K uhn nada dice acerca
de las ciencias sociales o del conocim iento de los seres hum anos,
del m ism o m odo, F oucault n ad a dice de las ciencias físicas. Sus
observaciones acerca de lo que, de m anera encantadora, llam am os
ciencias de la vida, están dirigidas principalm ente, aunque no ente
ram ente, al m odo en que interferim os en las vidas hum anas. He
escuchado c ritic a r a F oucault p o r tem er a la ciencia física. Consi
derem os, en lu g ar de eso, la hipótesis de que la división del trab a jo
es en lo esencial correcta: K uhn p a ra las ciencias físicas y Foucault
p a ra las cuestiones hum anas.
Me ce n tra ré en u n a sola cosa, estableciendo u n c o n tra ste espe
cífico con el nom inalism o revolucionario de K uhn. El p roblem a del
nom inalism o escolástico, pienso, consiste en que deja en to tal m isterio
n u e stra in teracción con el m undo y la descripción que hacem os de
él. Podem os en ten d er m uy bien p o r qué la p alab ra «lápiz» se co rres
ponde p erfectam en te con determ inados objetos. Fabricam os lápices:
p o r eso éstos existen. El nom inalism o referen te a los p ro d u cto s del
artificio h um ano no constituye ningún problem a. Es el nom inalism o
referen te a hierbas, árboles y estrellas el que constituye u n p ro b le
m a. ¿E n qué fo rm a pueden n u estra s p alab ras c u a d ra r a la tie rra y
a los cielos si no hay, an tes que nosotros, árboles y estrellas? Un
nom inalism o estricto y universal es un absurdo m isterio. ¿Qué ocu
rre, em pero, con las categorías que se aplican a los seres hum anos?
Los seres hum anos están vivos o m uertos, son grandes o peque
ños, fu ertes o débiles, creadores o trab a jad o res, disp aratad o s o inte
ligentes. E stas categorías surgen de la naturaleza de los propios
seres hum anos, aunque ah o ra sabem os m uy bien en qué form a es
posible re to rc e r la «inteligencia» m ediante cocientes. Pero considé
rense las categorías tan reelaboradas p o r Foucault, que com pren
den la locura, la crim inalidad y o tras desviaciones. C onsidérese in
cluso su afirm ación (en la cual no creo dem asiado) acerca de lo que
era u n soldado en la época m edieval y lo que ha llegado a ser con
las nuevas in stituciones de la disciplina y el uniform e: los propios
soldados p asan a ser especies de seres hum anos distintos. Podem os
com enzar a ca p ta r u n a form a d iferente de nom inalism o a la que
llam o nom inalism o dinám ico. Las categorías de seres hum anos pasan
a la existencia al m ism o tiem po en que las especies de seres hum a
nos pasan a la existencia p a ra co rresp o n d er a esas categorías, y existe
e n tre esos procesos u n a interacción en am bas direcciones.
E sto no es dem asiado sensacional, cuando la m ayoría de las cosas
in teresan tes en n o so tro s son lo que elegim os h ac er o intentam os no
hacer, cómo nos conducim os bien o nos conducim os mal. Adhiero
a la concepción sostenida por G. E. M. Anscombe en In ten tio n , según
la cual en todo respecto la acción intencional es acción con arreglo
a una descripción. Tiene que haber, pues, descripciones. Si podem os
d em o strar que las descripciones varían, que algunas llegan y o tras se
van, entonces sencillam ente h a b rá u n a variación en lo que podem os
(como u na cuestión de lógica) h acer o no hacer. Es posible re in te r
p re ta r m uchos de los libros de F oucault com o consistentes en p arte
en histo rias acerca de la conexión en tre ciertas especies de descrip
ciones que pasan a la existencia y dejan de existir, y ciertas especies
de seres hum anos que pasan a la existencia y dejan de existir. Y, lo
que es m ás im p o rtan te, uno m ism o puede h acer expresam ente tra
bajos de ese tipo. E studio el m ás insípido de los tem as: las estad ís
ticas del siglo X IX . R esulta ser uno de los aspectos de lo que Foucault
llam a u n a «biopolítica de la población», la cual «da lugar a am plias
m ediciones, a evaluaciones estadísticas, a intervenciones dirigidas a
la to talid ad del cuerpo social o a grupos considerados com o u n todo».
¿Qué hallo al com ienzo del gran torbellino de núm eros, alrededor
de 1820? No o tra cosa que la estadística de las desviaciones, o de la
locura, del suicidio, de la prostitución, de la vagancia, del crim en
c o n tra las personas, del crim en c o n tra la propiedad, de la ebriedad,
de les miserables. Ese vasto conjunto de datos reciben el nom bre de
anályse morale. E ncontram os constantes subdivisiones y reo rd en a
m iento del loco, p o r ejem plo, com o progresos válidos. H allam os
clasificaciones de m ás de cuatro m il casilleros diferentes de los m o
tivos de asesinato. No creo que los locos de esas especies, o esos
m otivos de asesinato, hayan existido en general h asta que pasó a la
existencia la p ráctica de com putarlos.
C onstantem ente se inventaban nuevas form as de hacer el recuen
to de los seres hum anos. Se creaban nuevas ab e rtu ras en las que
se podía caer y se r contado. Incluso, los censos hechos cada diez
años en los distintos E stados revelan asom brosam ente que las ca
tegorías en las que se distribuyen a los seres hum anos varían cada
diez años. En p a rte ello se debe a que el cam bio social genera nue
vas categorías de seres hum anos, pero pienso que los recuentos no
eran m eros inform es. E ra n p arte de una creación —elaborada, hon
ra d a y, a decir verdad, inocente— de nuevas especies del m odo de
ser de los seres hum anos, y éstos inocentem ente «elegían» caer en
esas nuevas categorías.
Foucault h abla de «dos polos de desarrollo», uno de los cuales
es la biopolítica y el otro u n a «anatom opolítica del cuerpo hum ano»,
referen te al individuo, al cuerpo y a sus acciones. E sto es una cosa
acerca de la cual no sé tan to que pueda fo rm u lar un juicio fundado.
Pero sigo, no obstante, un hilo, y sostengo que se inventó al m enos
u n a especie de insania, y entonces los seres hum anos desequilibrados
h asta cierto punto eligieron ser locos de esa form a. El caso es el
de la p erso n alid ad m últiple. H asta 1875 no se registran m ás que uno
o dos casos de personalidad m últiple por generación. Después hay
u na m u ltitu d de ellos. Además, esta especie de insania desem peñó
un papel político m uy claro. P ierre Janet, el disi infinido p siq u iatra,
refiere que u n a tal Félida X, que a tra jo m ucho l a a l c i u ion en 1875,
cobró la m ayor im portancia. «Su h isto ria fue el ¡irán argum ento
que los psicólogos positivistas em plearon en la época de las heroi
cas luchas co n tra el dogm atism o espiritualista d e l a e s c u e l a de Cou-
sin. Pero p a ra Félida no es seguro que existiese u n a c á t e d r a de Psi
cología en el Collége de France.» Jan et o c u p o p i e < ¡sám ente esa
cátedra. D espués de Félida, hubo u n tó rre n le d e c a s o s d e personali
dad m últiple que aún no se h a agotado. ¿ Q u i c i o d e u que virtual
m ente no hubo casos de personalidad m ú l t i p l e a n t e s d e I e l i d a ? ¿No
o cu rre sólo que los m édicos sim plem ente ...... in-...... registrarlos?
Puedo e s ta r en un erro r, pero lo que quien» dei u es <|ne solam ente
después de que los m édicos hubieron hecho su tiat>.i|o las personas
p e rtu rb a d a s dispusieron de ese síndrom e para ado|>i.u los 1 I síndro
m e floreció en F ran cia y pasó después a los l i t a d o ■. i lindos, que ahora
es su hogar.
No tengo u n a idea de lo que tal nom inalism o d i n á m i c o puede
re p resen ta r. C onsiderem os de todos m o d o s mi-. mi|>ln .......... e s p ara la
h isto ria y la filosofía de las ciencias s o c i a l e s l <> >m mo qne el no
m inalism o revolucionario de K uhn, el nom inalism o dinám ico de Fou
cau lt es un nom inalism o historizado. Pero hay d|-o <|m es funda
m en talm en te distinto. La h isto ria desem pen a u n i | I e s e n c i a l en
la co n stitución de los objetos allí donde los ol>|i ios ..... los seres
hum anos y las form as en que se com portan A |» . u d- mi d octrina
ra d ic a l a c e rc a d e la c r e a c ió n e x p e rim e n la l de i . i ...... .......... .. s o s te n g o
la visión del sentido com ún según la cual el <t <• i>> i.. i ■.. le. i rico es
atem p o ral al m enos h a sta este grado: si uno I■ • ■!< h i m inadas
cosas, ap arecerán determ inados fenóm enos. ....... .i <| ■*.........ion has
ta este siglo. N osotros los produjim os. Pero lo ............ m n- eslá im
puesto p o r «el m undo». Las categorías creadas | >>.i lo ,|u, l'oiicault
llam a an atom opolítica y biopolítica, al igual que .1 m m o |(> inter
m ediario de relaciones» e n tre aquellas dos pul 1 1o i • i < <ousiiiuido
en u n m arco esencialm ente histórico. No obsiani. , . . u u i minos
de esas m ism as categorías com o las ciencias hum an.■ • .u nesgan
a describirnos. Además, esas ciencias generan n u e v a s . ii.|>.nias, las
cuales, en p arte, generan nuevas especies de seres .............. Ií chace
m os el m undo, pero cream os seres hum anos. I’n >i ..mu uh de su
advertencia acerca de los escritos pesados y las p a l a i n a . h.un esas
extravagantes con que cerré mi cu a rta parábola. Ad.h .........si nl>ió
lo siguiente: «es u n a cosa m uy cierta que un aulm q ........... lia apren
dido el a rte de distin g u ir las p alab ras y las cosa ., v poner en
o rd en sus p en sam ientos y expresarlos según su modo .1. v. i perso
nal, sean cuales fueren los conceptos que tengan, se ¡■. ni. m en la
confusión y en la oscuridad». Creo que, en las llam adas ciencias
sociales y h u m anas, nos perderem os en la confusión y en la oscuri
dad aún p o r un tiem po, porque en esos dom inios la distinción entre
p alab ra y cosa se to rn a p erm anentem ente borrosa. Son precisam en
te los m étodos experim entales, a m i m odo de ver esenciales p ara
las ciencias físicas, los que —afirm o— hacen que el nom inalism o
revolucionario historificador de K uhn no llegue a ser un nom inalis
mo estricto. Los m étodos experim entales de las ciencias hum anas
son algo distinto. La falta de u n a n ítid a distinción en tre p alab ra y
cosa está en la base de la fam osa observación final de W ittgenstein,
de que en psicología (y en disciplinas com parables) «existen m éto
dos experim entales y confusión conceptual». Aquí la «arqueología»
de F oulcault puede todavía re su lta r útil, no p ara «enseñar a la m osca
a salir»,* sino al m enos p a ra ca p ta r las form as de la in terrelación
en tre «poder» y «conocim iento» que literalm en te nos constituyen
com o seres hum anos. Ello re p re se n ta ría la incidencia m ás fu e rte de
la h isto ria en la filosofía. Pero m ien tras no podam os realizar m ejor
esa tarea, d eb erá seguir siendo u n a paráb o la m ás, deliberadam ente
abierta, com o todas las parábolas, a dem asiadas interpretaciones.
Bruce K u klick
W olf Lepenies
No sólo hay m uchas h isto rias de la filosofía: tam bién hay filosofías
de la h isto ria de la filosofía, h isto rias de la filosofía de la historia, e
histo rias de la h isto ria de la filosofía. La m ayor p arte de ellas con
firm a la creencia de que la dem asiada reflexión sólo conduce hacia
atrá s, y que el erudito caviloso siem pre corre el peligro de conver
tirse en lo que D iderot llam ó a su vez «un systém e agissant á re-
b o u rs». La p rofusión de libros de h isto ria de la filosofía no señala la
legitim idad del género, sino m ás bien la dificultad de lograrla. Con-
d o rcet debe de h ab e r estado de h u m o r irónico al afirm ar que no hay
m ejo r indicio del avance de un cam po que la facilidad con que
es posible escrib ir libros m ediocres acerca de él.
H éroes y villanos aparecen u n a vez m ás en la h isto ria de la filoso
fía. P ara algunos —com o B rucker— es u n a señal de erro res y de
infinitos ejem plos de pensam iento equivocado y que induce a equi
vocación. A m enudo es una h isto ria de dilem as (R enouvier), pero a
la vez —al m enos p a ra la m irada retrospectiva de Hegel— «una su
cesión de m entes nobles». Difícilm ente so rp ren d a que los m anuales
de h isto ria de la filosofía suenen m uy parecidos a los m anuales de
h isto ria de la ciencia p o r ser escritos desde u n pu n to de vista filo
sóficos diferente. La influencia de la ortodoxia p ro te sta n te y la in
fluencia de Leibniz son m anifiestas en B ru ck n er (H istoria critica
philosophiae, 1742-1744), lo m ism o que en Tiedem ann (Geist der spe-
kulativen Philosophie, 1791-1797), y la h isto ria de la filosofía de Ten-
nem ann (G eschichte der Philosophie, 1798-1819) revela su origen
k antiano en no m en o r m edida en que la de H. R itte r (G eschichte der
Philosophie, 1829-1853) revela su esp íritu hegeliano (Delbos, 1917).
No con tin u aré discutiendo h isto rias de la filosofía. Es u n a ta re a
p a ra la cual no estoy p re p ara d o ni soy lo b a sta n te com petente. A pe
sar de lo que he señalado h a sta aquí, acerca de este tem a se h an
escrito valiosos estudios, com o la H istoire de l’histoire de la philo-
soprie de Lucien B raun, precisam ente u n discípulo de Georges Can-
guilheim . Debem os reco rd ar, em pero, que lo que se analiza aquí es
siem pre investigación filosófica. Pero no es del todo evidente que la
h isto ria de la filosofía haya desem peñado en la investigación y en
las publicaciones filosóficas el m ism o papel que desem peñó en la
enseñanza de la filosofía y, p a ra u sa r u n a expresión de R o b ert Mer-
ton, en la tran sm isió n oral del conocim iento filosófico.
Hay un pro fundo ánim o an tih istó rico en toda la filosofía, u n a con
fianza, continua y siem pre so rp ren d en te, del ego filosofante en sus
capacidades p a ra p ro c u rarse y gozar del encanto que sólo u n conoci
m iento definitivo y com pleto puede p roporcionar, u n conocim iento
llevado, como dice K ant en los Prolegóm enos, «a tal com pletud y
fijeza, que ya no req u iere de u lte rio r m odificación ni está su jeto a
argum entación alguna p o r descubrim ientos nuevos» (K ant, 1950: 115).
E n este sentido, la filosofía es u n a disciplina nostálgica, pero que
sólo puede ser colm ada en el presente, nunca en el pasado. La his
to ria de la filosofía parece ta n superficial p a ra los filósofos dogm á
ticos como fútil a los escépticos. Se convierte en u n a inquietud de
la m ente (N ietzsche) y, p o r últim o, el certificado de defunción que
la filosofía llena p a ra sí m ism a cuando al final se la reduce al p u n to
de que sólo es posible esc rib ir su h isto ria (Troeltsch).
/ E l pasado de la filosofía no es igual que, p o r ejem plo, el pasado
de la quím ica. Un quím ico puede h ab e r escuchado h ab lar de La-
voisier, o h ab er leído acerca de él, pero p a ra él sería un derroche
de tiem po, y no ten d ría m ucho sentido, re p e tir en su lab o rato rio los
experim entos del T raité élém entaire./Los filósofos, en cam bio, aunque
se les consiente desconfiar de la duda radical de D escartes, rechazar
la m onadología de Leibniz o d e te sta r la concepción del E stado de
Hegel, difícilm ente pu ed an desd eñ ar a D escartes, Leibniz y Hegel p o r
ser sim plem ente anticuados. El pasado de la filosofía está vivo p o rq u e
posee una inextinguible capacidad de g en erar polém ica (G ueroult).
Sólo es posible p re serv ar esa capacidad, sostienen los filósofos, en la
m edida en que el pasado filosófico sea despojado de su contexto his
tórico. El térm ino «presentism o» n u n ca suena a los filósofos com o
un reproche; no, al m enos, a aquellos que, como Hegel, declaran que
no hay p asado en la filosofía, sino sólo un presente. P or tan to , la
m ayoría de las h isto rias de la filosofía son o m eras clasificaciones y
cronologías, o u n a crítica de los dogm as y de las doctrinas. Sólo
ra ram en te in ten tan in te rp re ta r el pasado filosófico en su contexto
cultural.
P erm ítasem e ahora dirigirm e a cu atro filósofos y decir algo acerca
de sus concepciones de la h isto ria de la filosofía. E n tre ellos, Des
cartes ejem plifica el hum or an tih istó rico característico no sólo de la
filosofía, sino tam bién de m uchas h isto rias de la filosofía. Hegel
reem plaza la h isto ria p o r la teleología. Dilthey in te rp re ta a la filoso
fía como un sistem a cu ltu ral específico. H usserl in ten ta su p e ra r los
peligros del relativism o histórico in ten tan d o (re-)establecer a la filoso
fía com o ciencia estricta. Al hablar, siquiera brevem ente, de esos cua
tro filósofos, me propongo indicar que la h isto ria de la filosofía está
indisolublem ente entrelazada con la filosofía de la h isto ria y, en
principio, reducida a ella.
V ia je s c a r t e s ia n o s
E l ENSAYO DE HEGEL
Los A RCH IV O S DE D lL T H E Y
E n tre las ú ltim as obras que W ilhelm Dilthey fue capaz de con
clu ir se con tab a u na h isto ria de la ju v en tu d de Hegel: uno de sus
m uchos in ten to s, com o él m ism o lo describió, de revivir la vida de
u n filósofo y p o r re c o n stru ir u n sistem a filosófico a p a rtir de m a
n u scrito s («aus den Papieren zu schreiben»). D irigidas a com prender
la evolución del p ensam iento filosófico, las propias contribuciones
de D ilthey a la h isto ria de la filosofía están escritas incuestionable
m en te en c o n tra de Hegel y con u n esp íritu hegeliano. P or ejem plo, en
deliberado c o n tra ste con Hegel, D ilthey explica el desarrollo de la
filosofía, no com o un cam bio progresivo del pensam iento ab stracto ,
sino com o p a rte in teg ran te de u n a h isto ria cu ltu ral m ás am plia. P or
largo tiem po la h isto ria de la filosofía se lim itó o bien a la biografía
de filósofos fam osos o bien a la h isto ria de disciplinas y especiali
dades filosóficas de peso. Una h isto ria de la filosofía v erdaderam ente
«científica» re q u eriría tanto la adopción del m étodo filológico como
u n a ru p tu ra que dejase atrás el pensam iento histórico, esto es, un
pensam iento evolutivo (E ntw icklungsdenken). Esos dos presu p u esto s
existían an te todo en el pensam iento filosófico alem án, y Hegel se
h abía servido m uchísim o de ellos al d a r unidad a la h isto ria de la
filosofía revelando la e stru c tu ra de su desarrollo.
Pero Hegel no fue capaz de escrib ir la historia de la filosofía en
un contexto cu ltu ra l m ás am plio. Los prim eros atisbos de una his
to ria cu ltu ral de la filosofía com o ésa podían hallarse en Port-Royal
de Saint-Beuve, en la H istory of Civilization in England de B uckle y
en la H istoire de la littérature anglaise de H ipólito Taine.
La cu ltu ra de u n a nación y de u n a época está re p resen ta d a por
su teología y p o r su lite ratu ra , p o r sus ciencias y p o r su filosofía.
Dilthey piensa que no es posible escrib ir la h isto ria de uno de esos
estra to s de la c u ltu ra sin to m ar en consideración los re sta n te s. No
o bstante, la filosofía ocupaba en tre ellos u n decisivo lu g ar privile
giado. La poesía y la religión proporcionaban a la h u m anidad una
guía, pero les faltab a la sólida base de las ciencias positivas. En
cam bio, éstas podían ayudar al hom bre a explicar la naturaleza, pero
no podían indicarle ya el m odo de o rie n ta r su vida o ayudarle a com
p re n d er el m undo. Sólo la filosofía podía h acer am bas cosas. Consis
tía en una com binación de ciencia y W eltanschauung, y la h isto ria
de la filosofía siem pre debía re co n stru ir y exhibir esa im agen doble.
D ilthey h abía caracterizado a las biografías filosóficas com o in
ten to s iniciales e inm aduros de escrib ir la h isto ria de la filosofía.
N ada so rp ren dente hay en el hecho de que él m ism o hubiese escrito
las «vidas» de S chleierm acher y de Hegel y hubiese defendido vehe
m entem ente la investigación biográfica. P ara D ilthey la naturaleza
h istó rica del hom bre era su naturaleza m ás elevada, y las biografías
co n stitu ían el m ejor cam ino p ara d em o strar esa concepción an tro
pológica. La h isto ria de la filosofía no era un sistem a, com o Hegel
la h ab ía concebido, sino que era un in stru m en to : con su ayuda
p ueden identificarse, localizarse y m edirse transform aciones que an
tropológicam ente arraig an en visiones del m undo. Al escuchar a Dil
they h a b la r acerca de la necesidad de re co n stru ir el contexto de un
sistem a filosófico y de reestablecer su desarrollo, no a p a rtir de
libros publicados sino a p a rtir de los m anuscritos originales del
filósofo, se tiene la im presión de que se asem eja a un investigador
de cam po m ás que a un catedrático y filólogo. La h isto ria de la filo
sofía de Dilthey es una antropología llevada a cabo en el archivo.
L O S COMIENZOS DE HUSSERL
No todos los filósofos viajan, pero casi todos ellos son arq u ite c
tos, com o D escartes, que co m paraba la evolución de la filosofía con
el desarro llo de u n poblado antiguo. Pequeño villorrio al com ienzo,
se convirtió en u n a gran ciudad al final, aunque m al planificada, con
«un gran edificio aquí, uno pequeño allá» y con calles que eran to r
cidas y d esp arejas. D escartes, proyectando sobre esa ciudad una
m irada estética, decidió co n stru ir u n a m ejor, «concebida y realizada
p o r u n solo arquitecto», ordenada p o r él, ingeniero filosófico, «en
com pleto acuerdo con su im aginación». P redom ina en la h isto ria
de la filosofía un deseo de pureza arquitectónica y el gozo de la pla
nificación. Así, sugiere D escartes —puesto que no es posible recons
tru ir enteram en te toda la ciudad— «considerar cada uno de [su s]
edificios p o r sí m ismo». K ant, casi con las m ism as p alabras, define
la ciencia com o un sistem a por sí m ism o que «arquitectónicam ente»
debe ser tra ta d o com o «un todo que existe de por sí... un edificio
separado e independiente, ... y no com o u n a dependencia o como
u na p arte de otro» (Crítica del Juicio, § 68). Finalm ente, Hegel, con
el fin de no con fundir el tratam ien to de la historia de la filosofía, se
expresa en favor de su separación de o tro s dep artam en to s del co
nocim iento relacionados con ella.
Una pureza de esa índole —aunque tam poco en este pu n to estoy
seguro— puede ser ú til p a ra la epistem ología, pero tiene ciertam en
te sus peligros p a ra la investigación h istó rica en general y en especial
p a ra lo que a p a rtir de ahora denom inaré «la h isto ria de las disci
plinas».
P ara m o stra r lo que entiendo p o r ese género debo volver a los
escritos de m is filósofos y ser ¡ay! o tra vez rebelde a sus preceptos.
E n realidad pro pendo a p en sa r que p ara u n h isto riad o r las ciudades
viejas y m ad u ras que a D escartes no le agradan, son un lugar m u
cho m ás apto p a ra vivir que los «distritos regulares» que él p rom ete
trazar, y que u n a m irad a a «[la] h isto ria de las o tras ciencias, de la
c u ltu ra y, an te todo, a la h isto ria del a rte y de la religión» podría
—pace Hegel— en riquecer la h isto ria de la filosofía. En su «Ana
lítica del juicio teleológico» K ant distingue en tre los principia do
m estica —los principios de u n a ciencia inherente a ella m ism a— y los
principios extraños, principia peregrina, que descansan en «concep
ciones que sólo pueden ser confirm adas fuera de esa ciencia». K ant
dice que esas ciencias se basan en lem m ata, proposiciones auxiliares
que ellas «tom an en préstam o de o tra ciencia». N uevam ente, ésta po
d ría ser u n a distinción ú til a los fines de la epistem ología o, en su
caso, p a ra los de la m etafísica, pero tales distinciones no encierran
ninguna utilid ad a los fines históricos, a no ser que los pongam os
en m ovim iento. Si atendem os a sus com ienzos y a sus desarrollos,
h allarem os que no hay ciencias de principios extraños y dom ésticos,
que no se tra ta de principia dom estica o peregrina, sino siem pre de
procesos de dom esticación y de peregrinación que constantem ente
cam bian de dirección y de m archa. La h isto ria de disciplinas es un
in ten to p o r describir y p o r com prender ese m ovim iento: no a tra
vés de u n a búsq ueda de lo arquitectónico de la razón pura, «la doc
trin a de lo científico de n u estro conocim iento» (Crítica de la razón
pura, B 861), sino m ediante ejem plos de u n a arq u ite c tu ra h istó rica
que nos diga de qué m odo algo puede llegar a contem plarse com o
científico.
P ara em p lear fórm ulas de Q uentin Skinner: la h isto ria de disci
plinas p ro c u ra re c u p e ra r intenciones, re c o n stru ir convenciones y res
titu ir contextos. Se inicia con la observación, m ás bien trivial, de
que los am bientes cognoscitivos, h istóricos e institucionales de las
disciplinas están co nstituidos an te todo p o r o tras disciplinas, y que
debido a u n a «econom ía de recursos» (A bram s) cada disciplina que
se propone artic u la r, sistem atizar o institucio nalizar o profesiona
lizar u n co n ju n to de ideas y de prácticas, p ro cu ra tam bién d istin g u ir
se de o tras disciplinas existentes. P or lo com ún, im itará a algunas
pocas y critica rá a m uchas. E ste es uno de los presupuestos elem en
tales p a ra lo g rar el reconocim iento de los pares académ icos y el
apoyo del público m ás am plio.
No es posible a trib u ir id en tid ad disciplinaria de u n a vez y p a ra
siem pre apelando al «significado últim o» de u n a ciencia. Se la ad
quiere, se la pone en tela de juicio, se la m antiene y se la m odifica,
en circu n stan cias históricas y cu ltu ra le s específicas. Una disciplina
afirm a u n a identidad cognoscitiva, la unicidad y la coherencia de
«sus orientaciones intelectuales, sus esquem as conceptuales, sus p a
radigm as, sus p ro b lem áticas y sus h erram ien tas de investigación».
A la vez, debe h allar una identidad social «bajo la form a de sus
ord en am ien to s in stitucionales superiores» (M erton, 1979). F inalm ente
debe ad q u irirse u n a identidad histórica, la reconstitución de un p a
sado disciplinario al cual en principio todos los m iem bros de u n a
com unidad científica estarán de acuerdo en pertenecer. La p ru eb a de
id en tid ad cognoscitiva cum ple el papel de un p ro g ram a teórico p ri
m ariam en te distinguiéndola de disciplinas establecidas o rivales. Al
canza la id en tid ad social p o r m edio de la estabilidad institucional, la
cual la to rn a m ás a p ta p a ra sobrevivir a la p erm an en te lucha aca
dém ica. La afirm ación de u n a id en tid ad h istó rica la distingue de sus
com petidoras, p ero al m ism o tiem po im pide la diferenciación p re
m a tu ra de la disciplina. Yo su b ray aría especialm ente que el proceso
de institucionalización im plica actos de rechazo: las disciplinas ad
q u ieren su id en tid ad no sólo m ediante afirm aciones sino tam bién
m ediante negaciones. No sólo deben d ec la rar a quién desean seguir
sino tam b ién a quién desean abandonar. P ara esas estrategias de in
serción y de elusión, la reputación de la disciplina es de sum a im
p o rtan cia: h ab itu alm en te la id en tid ad cognoscitiva, la identidad so
cial y la id en tid ad h istó rica se form an según el m odelo de alguna
disciplina de m ucho prestigio, m ien tras que las afirm aciones de un i
cid ad o de im itación de los rangos m ás b ajo s queda com o la excep
ción de la regla. E n los tres niveles de form ación de id en tid ad pue
den o b servarse procesos de selección, rechazo, alm acenam iento y
de recu p eració n de orientaciones alternativas.
E sta p erspectiva cobró im p o rtan cia en los últim os años, no sólo
en la h isto ria de las ciencias hum anas y de las ciencias sociales, sino
asim ism o en la h isto ria de las ciencias natu rales (G raham , Lepenies
y W eingart, 1983). E n ese ám bito se increm enta la opinión de que
en el lab o rato rio puede h ab e r m enos racionalidad, y en el inform e
de investigación m ás razonam iento, de lo que h asta ah o ra se había
supuesto. E n o tro lugar he re cu rrid o a esta perspectiva p a ra anali
zar las relaciones, tan to históricas com o actuales, que existen entre
las disciplinas académ icas, y he in ten tad o explicar p o r qué esta
perspectiva, en m i opinión, h a com enzado a poner en tela de juicio
algunas de las concepciones m ás tradicionales de la h isto ria de la
ciencia que he m encionado al com ienzo del presente trab a jo . E n una
ob ra algo volum inosa acerca de h isto ria de la sociología (Lepenies,
1981) he p ro cu rad o re u n ir contribuciones que 1) discuten las rela
ciones en tre la construcción de teorías en sociología y la h isto rio
grafía del cam po, 2) sientan la im p o rtan cia de narraciones, biografías
y autobiografías p a ra la adquisición de la identidad h istó rica de la
sociología, 3) ponen en relación grupos de teorías, escuelas y proce
sos de institucionalización, 4) form ulan la distinción en tre la h isto ria
de la sociología propiam ente dicha y la h isto ria de la investigación
social em pírica com o diferencia en tre u n a h isto ria de discontinuida
des y u n a h isto ria de continuidad, 5) buscan el origen de las rela
ciones y los conflictos interdisciplinarios, 6) identifican las tradicio
nes sociológicas nacionales, y 7) persiguen los cam biantes contactos
en tre algunas de ellas.
Si se m e p id iera un ejem plo de esa h isto ria de las ciencias, m en
cionaría la obra de Georges Canguilhem , cuyo estudio de la com pli
cada relación en tre las disciplinas y las ciencias de la vida en el si
glo x v i i i qu ed ará com o un m odelo de precisión y com prensión (Can
guilhem , 1950).
H usserl sugirió o rd e n ar el m undo social y sus alter egos «en aso
ciados (U m w elt), contem poráneos (M itw elt), predecesores (Vor-
w elt) y sucesores (Folgew elt)». A tendiendo al m undo social de las
disciplinas, se puede distinguir la h isto ria tradicional de la ciencia,
com o h isto ria de los predecesores y los sucesores, de la h isto ria de
disciplinas aquí propuesta, com o h isto ria de asociados y contem po
ráneos. Son ah o ra m enos im p o rtan tes las secuencias de influencia
que u n a re d de relaciones interdisciplinarias, y la p re h isto ria del
p resen te no llam a tan to la atención como los géneros em ergentes
y las etnografías disciplinarias del pasado (Geertz, 1983).
A n t r o p o l o g ía f i l o s ó f i c a y la s o c i o l o g í a del c o n o c im ie n t o
BIBLIOGRAFIA
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C a p ít u l o 8
J. B. Schneew ind
II
III
IV
VI
C o m o n o s o m o s j u e c e s c o m p e te n te s d e lo q u e e s tá e n g e n e r a l p a ra
e l b ie n d e l m u n d o , p u e d e h a b e r o tr o s fin e s in m e d ia t o s a lo s q u e
e s t a m o s d e s tin a d o s a p e r s e g u ir , a p a r te d e l d e h a c e r e l b ie n o p r o
d u c ir d ic h a . A u n q u e e l b ie n d e la c r e a c ió n s e a el ú n ic o fin d e su
A u to r, n o o b s ta n te , é l p u e d e h a b e r n o s im p u e s to o b lig a c io n e s p a r
tic u la r e s q u e p o d e m o s d is c e r n ir o se n tir , m u y d is t in ta s de la p e r
c e p c ió n d e q u e la o b s e r v a n c ia o la v io la c ió n d e e lla s e s p a r a d ic h a
o d e s d ic h a d e la s d e m á s c r ia tu r a s . Y é s e e s en r e a lid a d el c a s o
( T h e W o r k s o f B i s h o p B u t l e r , 1, 166n).
V III
BIBLIOGRAFIA
Q uentin S kin n er
1. E sto y m uy agradecido a T hom as B aldw in, John Dunn, R ichard F lathm an,
R aym ond G euss, Su san Jam es, J. G. A. Pocock, R u ssell Price, Jam es Tully,
y a qu ienes ju n to conm igo son resp on sab les de esta com pilación, por la lectura
y el com en tario de los p rim eros borradores de e ste artículo. E stoy esp ecial
m en te en deuda con T hom as B aldw in y con Su san Jam es por las m uchas discu
sio n es que pu de so sten er con ello s, y porque m e brindaron una ayuda esencial.
U na versión anterior del p resen te en sayo con stitu yó la b ase de las leccion es
M essen ger que dicté en la U niversidad Cornell en octubre de 1983. P osterior
m en te h ice algunas revision es a la luz de la valiosa crítica que recogí en ese
en ton ces, en esp ecial de parte de Terry Irw in, John Lyons y John N ajem y.
2. D esarrollo, pues, una línea de pensam iento originariam ente esbozada al
final de Skinner, 1969, 52-53. E sa argum entación m antiene a su vez una m ani
fiesta deuda con las form u lacion es con ten id as en la In trod ucción a M aclntyre,
1966 y e n D unn, 1968, dos estu d ios que han influido m ucho en m í. D ebo añadir
que si al prin cip io tengo p resente que la tesis de la in conm ensu rab ilidad , tal
co m o es defendida esp ecialm en te por Feyerabend, 1981, sirve para pon er en
tela de ju icio la idea m ism a de segu ir la línea de p en sam ien to que tengo en
cuenta, só lo pu ed o resp on d er que u n a de las exp ectativas que ten go a propó
Una de las form as de avanzar en esta línea de pensam iento con
sistiría en p re se n ta r u n a defensa general de esta concepción de la
«relevancia» de la h isto ria de la filosofía p ara la com prensión de las
discusiones filosóficas contem poráneas. E n lugar de eso in ten taré,
em pero, a p o rta r u n a contribución m ás directa, aun cuando acaso sea
tam bién m ás m odesta, al tem a de este libro, centrándom e en un
concepto en p a rtic u la r que es, al m ism o tiem po, fundam ental en las
discusiones actuales acerca de teo ría social y política y, a la vez, a
m i juicio, postergado por este tipo d e trata m ien to histórico.
El concepto en el que pienso es el de lib ertad política, el grado
de lib ertad ifreed o m o lib erty] p ara la acción de que los agentes
individuales disponen dentro de los lím ites que les im pone su p er
tenencia a una sociedad política.3 Lo p rim ero que debe observarse es
que, en tre los filósofos de habla inglesa de la actualidad, la discu
sión de este tem a ha dado lugar a u n a conclusión que dispone de un
grado de aceptación notablem ente am plio. Es la de que —p a ra citar
una fórm ula debida originariam ente a B entham y difundida recien
tem ente p o r Isaiah B erlín—■el concepto de lib ertad es esencialm ente
un concepto «negativo». Esto es, se dice que su presencia está seña
lada p o r la ausencia de alguna o tra cosa; específicam ente, por la
ausencia de algún elem ento constrictivo que inhiba al agente de poder
ac tu a r de m anera independiente en la prosecución de los fines que
é l 4 h a elegido. Tal com o lo expresa G erald MacCallum, en térm inos
que se han vuelto clásicos en la bibliografía actual, «cada vez que
está en tela de juicio la lib ertad de u n agente, se tra ta siem pre de
la lib ertad respecto de alguna im posición o de alguna restricción
p ara h acer o no h acer algo, o p ara llegar a ser o no llegar a ser una
cosa, o de u n a in terferen cia o una b a rre ra p ara ello» (M acCallum,
1972: 176).5
sito de las argum entacion es que presento en este artículo —no la expectativa
central, si bien está lejo s de ser m od esta— es la de que pueda hacer algo (al
m enos en relación con las teorías acerca del m un do social) para poner en tela
de ju icio la tesis m ism a de la inconm ensurabilidad.
3. Al discutir este concep to algunos filósofos (p or ejem plo, O ppenheim , 1981)
prefieren hablar de lib ertad [ f r e e d o m ] social, en tan to que otros (por ejem p lo,
R aw ls, 1971) hablan siem pre de libertad [lib e rty ]. H asta donde pu ed o ver, esta
diferencia en la term in ología nada im plica. Por consiguiente, a lo largo de la
siguiente argum entación m e consideraré en libertad para tratar esos dos tér
m inos com o sin ón im os exactos y para em plear in d istin tam en te uno u otro.
4. O «ella», naturalm ente. En el curso de este artículo m e perm itiré, no
ob stan te, em plear «él» com o abreviatura de «él o ella».
5. N ótese que e llo im plica que si un análisis negativo de la libertad tom a
siem p re una form a triádica (com o en este p u n to sugiere M acCallum ), inclu i
rá siem pre al m enos una referencia im plícita a la p osesión , por parte del agente,
de una volun tad ind ep en dien te, no forzada, a consecu en cia de la cual es capaz
de obrar lib rem en te en la p rosecución de los fines que ha elegido. Es verdad
que en ocasion es eso ha sid o p u esto en tela de ju icio. John Gray, por ejem plo
(1980, 511), sostien e que «la libertad debe ser considerada básicam en te com o un
No sería exagerado decir que esa suposición —la de que la única
idea coherente de lib ertad es la idea negativa de no estar im pedido—
ha co n stituido el b asam ento de todo el desarrollo del pensam iento
político co n tra ctu alista m oderno. H allam os que ya Thom as H obbes
lo expresa en la conclusión del capítulo titulado «Acerca de la li
b e rta d de los sujetos» del Leviatán, en el cual p re sen ta u n a fo rm u
lación, llam ad a a ejercer una influencia m uy grande, de la tesis de
que «la lib e rta d [liberty or fre e d o m ] significa (propiam ente) la ausen
cia de oposición», y no significa ninguna o tra cosa (H obbes, 1969:
261). El m ism o supuesto, expresado a m enudo específicam ente en los
térm inos del análisis triádico de MacCallum, continúa circulando a
lo largo de la bibliografía actual. B enn y W einstein, p o r ejem plo,
ad o p tan im p lícitam ente el esquem a de M acCallum en su im p o rtan te
ensayo acerca de la lib ertad com o no restricción de opciones, y
lo m ism o hace O ppenheim en su reciente discusión de la lib e rta d
social com o capacidad de escoger alternativas.6 En Theory of Justice,
de Rawls, en Social P hilosophy, de Feinberg, y en m uchas o tra s
teorizaciones contem poráneas se invoca explícitam ente el m ism o
análisis, con u n a referencia d irecta al clásico artículo de M acCallum .7
Es cierto, sin duda, que, a pesar de esta coincidencia fundam ental
y p ersisten te, siem pre h a habido discusiones en tre los p artid a rio s
de la tesis «negativa» acerca de la n aturaleza de las circunstancias
en las cuales es propio decir que se h a infringido, o no se h a in frin
gido, la lib ertad de algún agente individual. P orque siem pre ha h a
bido convicciones divergentes respecto de lo que deba ser considerado
com o oposición y, p o r tan to , respecto de la especie de im posición
que lim ita a la lib ertad , com o opuesta a la m era lim itación de la
capacidad de los agentes de llevar a cabo acciones. Mucho m ás im
p o rta n te que ello, em pero, p a ra los fines de esta argum entación es
la generalizada adhesión de que es objeto la conclusión de que
con cep to diádico, y no com o un concep to triádico», afirm ación que él so stien e
recurriendo a la crítica que Isaiah B erlin form u la contra M acCallum en razón
de que é ste su p u esta m en te n o advierte que «un hom b re que lucha con tra su s
cadenas o un p u eb lo que lucha contra la esclavitu d no se propon e n ecesaria
m en te co m o ob jetiv o un estad o ulterior definido» (B erlin , 1969, xliii, n ota).
Pero es sin duda evid en te que el hom b re en lucha del ejem p lo de B erlin es
una p erson a que desea verse libre de un elem en to de in terferen cia y,»al m ism o
tiem p o, ser (lib rem en te, ind ep en d ien tem en te) capaz de hacer, de ser o de con
vertirse en algo —en últim a instan cia, para con vertirse e n un hom b re lib erado
de la coacción que le im ponen su s cadenas y, en con secu en cia (e ip so f a d o ) ,
libre para obrar, debe op tar por obrar así. P arece claro, para decirlo breve
m ente, que el ejem p lo m en cion ad o pasa por alto la cu estión plan teada por M ac
Callum , e sto es, que cuand o d ecim os de un agente que no es ob jeto de con s
tricción , e llo equivale a decir que e s capaz de obrar según su voluntad; o de
optar p or p erm anecer inactivo, por su pu esto.
6. V éase B en n y W einstein, 1971, 201; O ppenheim , 1981, 66.
7. V éase R aw ls, 1971, 202; Feinberg, 1973, 11, 16.
—como lo señala C harles Taylor en su arrem etid a co n tra este con
senso— la idea de lib ertad debe ser analizada como un m ero «con
cepto de oportunidades», com o consistiendo sólo en la ausencia de
constricciones, y, p o r ello, como desvinculada de la prosecución de
Lodo íin o todo p ropósito determ inado (Taylor, 1979: 177).
Es típico de los teóricos que sostienen una idea negativa de la
libertad —H obbes es una vez m ás el ejem plo clásico— que indiquen
las im plicaciones de esa tesis cen tral en térm inos polém icos. La fina
lidad de ese m odo de proceder ha sido p o r lo general el de rechazar
tíos postulados referen tes a la lib ertad social —ocasionalm ente de
fendidos los dos en la historia de la teo ría política m o d ern a— en
razón de que son incom patibles con la idea fundam ental de que gozar
de lib ertad social es sim plem ente cuestión de no ser obstaculizado,
lino de ellos ha sido la sugerencia de que sólo es posible ase g u rar la
libertad individual d en tro de una fo rm a p a rtic u la r de com unidad
auLónoma. Dicho m ás claram ente: lo que se afirm a es que (como
dice R ousseau en Du C ontrat Social) la conservación de la lib ertad
personal depende de la ejecución de los servicios públicos. La o tra
propuesta, relacionada con la precedente, que es objeto del ataque
de los teóricos del concepto negativo de la libertad, es la de que las
cualidades req u erid as en cada ciudadano individualm ente a fin de
aseg u rar la realización efectiva de esos deberes cívicos, deben ser las
virtudes cívicas. P ara decirlo, o tra vez, m ás claram ente (com o lo hace
Espinoza en el T ractatus Politicus), lo que se sostiene es que la liber-
Lad supone la virtud, que únicam ente los virtuosos son v erd ad era
m ente o plenam ente capaces de ase g u rar su propia lib ertad indi
vidual.
A m an era de resp u esta a esas p arad o jas, algunos teóricos con
tem poráneos de la lib ertad negativa sim plem ente han seguido a H ob
bes en su insistencia en que, puesto que la lib ertad de los sujetos
debe involucrar «inm unidad respecto del servicio del Estado», toda
afirm ación en el sentido de que la lib ertad involucra la ejecución
de tales servicios, y de que p ara ejecu tarlo s es necesario el cultivo
de las virtudes, tiene que e sta r com pletam ente desencam inada (H ob
bes, 1968: 266). Isaiah B erlín subraya, por ejem plo, al final de su
celebrado ensayo «Two concepts of liberty», que h ab lar de que uno
se to rn a libre llevando a cabo virtuosam ente sus deberes sociales y,
por tanto, equiparando v irtu d con interés, es sim plem ente «echar
un m anto m etafísico sobre una hipocresía que o se engaña a sí m is
ma o es deliberada» (B erlín, 1967: 171). La reacción m ás m oderada
y habitual, em pero, h a sido la de sugerir que, sean cuales fueren
los m éritos de las dos afirm aciones heterodoxas que he puesto de
relieve, no concuerdan p o r cierto con un análisis negativo de la li
b ertad , y deben de ap u n ta r en cam bio a una concepción diferente
—acaso, incluso, a un concepto diferente— de la lib ertad política.
Tal parece ser la concepción del propio B erlin en u n a sección p re
cedente de su ensayo, en la cual adm ite que podríam os co n sid erar
una versión secularizada de la creencia de que el servicio a Dios es
la lib ertad p erfecta «sin h ac er con ello que la palab ra “lib e rta d ”
p ierd a en teram en te su significado», si bien añade que el significado
que en tal caso debiéram os a trib u ir al térm ino probablem ente no
sería el exigido p o r u n a concepción negativa de la lib ertad (B er
lín, 1969: 160-162).
A p esar de esas lim itaciones, los defensores m ás im parciales de
la lib ertad negativa h an aceptado a veces la posibilidad de elab o rar
u na teo ría coh eren te —aunque inh ab itu al— de la libertad social, en
la que la lib e rta d de los individuos p u d iera conectarse con los idea
les de v irtu d y de servicio público.8 Como B erlín, en p articu lar, ha
subrayado, todo lo que hace falta añadir p a ra que tales afirm acio
nes com iencen a a d q u irir sentido es la sugerencia -—en ú ltim a ins
tancia aristo télica— de que som os seres m orales que poseen d eter
m inados fines v erdaderos y propósitos racionales, y que nos hallam os
en posesión de n u e stra lib ertad en el sentido m ás pleno cuando vivi
mos en u n a com unidad tal, y actuam os en fo rm a tal, que aquellos
fines y aquellos propósitos se logran tan to cuanto es posible (Ber-
lin, 1969: 145-154).
Algunos au to res contem poráneos h an añadido, adem ás, que de
bem os agregar esta p rem isa co m plem entaria y reconocer que (dicho
con p alab ras de C harles Taylor) la lib ertad no es un concepto de
« oportunidad» sino de «ejercicio», que som os libres sólo «en el eje r
cicio de ciertas capacidades» y, p o r tanto, que «no som os libres, o
m enos libres, cuando esas capacidades están obstaculizadas o no se
realizan» (Taylor, 1979: 179). Lo ca racterístico es que tales teóricos,
tra s h ab e r dado ese paso, procedan a observar que ello nos lleva al
m enos a co n sid erar la rehabilitación de las dos tesis acerca de la li
b e rta d social tan vigorosam ente rechazadas p o r H obbes y sus dis
cípulos m odernos. En p rim e r lugar, com o señala Taylor, si la n a tu
raleza h u m an a no tiene en realidad u n a esencia, no deja de ser
plausible la suposición —sostenida de hecho p o r m uchos filósofos de
la A ntigüedad— de que su plena realización sólo es posible «en
d eterm in ad a fo rm a de sociedad» a la que es m en ester que sirvam os y
defendam os, si tan to n u e stra v erdadera n atu raleza com o, p o r consi
guiente, n u e stra p ro p ia lib e rta d individual han de alcanzar su desa
rrollo m ás pleno (Taylor, 1979: 193). Y, en segundo lugar, com o Ben
jam ín Gibbs, p o r ejem plo, sostiene en su obra Freedom and Libera-
8. Pero en m odo alguno ocurre que tod os hayan sid o tan im parciales. Los
segu id ores estrictos de H obb es (com o Steiner, 1974-1975; Day, 1983 y Flew , 1983)
in siste n en que el ún ico m od o de dar cu enta del con cep to de libertad es el ne
gativo. Y, en la m edida en que el análisis de M acCallum su giere un a com
pren sión n egativa de la lib ertad com o ausen cia de co n striccio n es sob re las op
cion es del agente (las que él h ace), aq u ello es tam bién una im p licación de su
con cep ción y de las que depend en de ella.
limi, una vez que hem os reconocido que n u e stra lib ertad depende
■•ilc la obtención y el goce de los bienes cardinales apropiados a
lu ic s L r a naturaleza», difícilm ente podríam os evitar la u lte rio r con-
i-lusión de que la p rá ctica de las virtudes puede ser indispensable
p a r a la ejecución de las acciones m o ralm en te im p o rtan tes que sir
v e n p ara señalarnos com o «acabadam ente libres» (Gibbs, 1976: 22,
I.VM31).
I’nede decirse, pues, que b u en a p a rte de la discusión en tre los
que conciben la lib ertad social como una noción negativa de o p o rtu
nidad y los que la conciben como u n a noción positiva de ejercicio,
deriva de u na controversia m ás p rofunda acerca de la n atu raleza
hum ana. Lo que au fo n d está en cuestión es si podem os ten er la
rspi-ranza de d istin g u ir u n a noción objetiva de eudaim onía, o ple
n it u d hum ana.9 Los que desdeñan esa esperanza p o r considerarla
ilusoria —tal com o hacen B erlin y sus m uchos seguidores— conclu
yen que p o r ello es u n peligroso e rro r conectar la lib ertad individual
eim los ideales de v irtu d y de servicio público. Los que creen en
ni leí eses hum anos reales o identificables —Taylor, Gibbs y o tro s—
responden insistiendo que por ello puede al m enos su sten tarse que
•.iilo el ciudadano virtuoso, anim ado p o r los intereses públicos y que
■11 ve al E stado, se halla en plena posesión de su libertad.
I Ilo a su vez im plica, no obstante, que hay un p resupuesto fun
dam ental co m partido p rácticam ente p o r todos los que particip an en
l.i disensión actual acerca de la lib ertad social. Incluso C harles Tay-
l < e Isaiah B erlin pueden e sta r de acuerdo en lo siguiente: sólo si
l»<idemos d a r u n contenido a la idea de plenitud hum ana objetiva
«abe esp erar que adquiera sentido una teo ría que aspire a poner en
( iiesl ion el concepto de lib ertad individual con actos virtuosos de
s e r v i c i o público.
I a (esis que me propongo defender es la de que ese presupuesto
n i n n í n fundam ental es un erro r. Y a fin de defenderla me volveré
i l<> que considero que son las lecciones de la historia. In te n ta ré
...... - . l i a r que en una trad ició n de pensam iento m ás tem p ran a y ahora
ili-.n liada la idea negativa de la lib ertad com o m era ausencia de obs-
im eeinn p ara el o b ra r de los agentes individuales en la prosecución
d<- l o s lines elegidos p o r ellos, se com bina con las ideas de v irtu d y
d e s e r v i c i o público precisam ente en la form a en que en la actualidad
del térm ino «libertad» a fin de com prender el concep to, y su ataque a la
explicación de Parent en 1974, 435 en razón de que «evidentem ente (e s) con
trario al u so norm al» el que «se esté obligado a desconfiar de la caracterización
de la lib ertad que inclu so la hace posible».
13. A p rop ósito de esta indicación, véase O ppenheim , 1981, 179.
14. V éase Feinberg, 1973. Un p u n to de v ista sim ilar se halla en Parent, 1974a,
166; Raz, 1970, 303-304 y O ppenheim , 1981, 179-180, quien cita tan to a Feinberg
com o a Raz con aprobación.
15. V éase Berlín, 1969, esp ecialm en te 154-162; véase Ryan, 1980, 497.
Pero la re sp u esta m ás usual consiste en so sten er —-como hace, p o r
ejem plo, P are n t— que sim plem ente se debe de ser víctim a de u n a
confusión. El p o n er en conexión la idea de lib e rta d con principios
tales como la v irtu d o el dom inio racional de sí m ism o, según nos lo
advierte P aren t afablem ente, deja de expresar «lo que o rd in aria
m ente dam os a entender» m ediante el térm ino «libertad» o, aun,
no se relaciona con ello. De lo cual concluye que cualquier intento
de frag u ar tal vínculo sólo puede conducir a u n a com prensión e rró
nea del concepto en cuestión.16
Con la esperanza de ev itar de antem ano ser excluido de esa m a
n era antes de in iciarse la discusión, m e propongo eludir el análisis
conceptual y volverm e, en cam bio, a la historia. Antes de hacerlo,
es m enester, em pero, in tro d u cir aun o tra n o ta prelim in ar de adver
tencia. P ara que exista alguna perspectiva de ap elar al pasado en la
fo rm a que he esbozado —com o u n m edio p a ra poner en tela de
juicio n u estra s opiniones actuales an tes que p a ra ap u n tala rlas— ,
tendrem os que reexam inar, y h a s ta rechazar, las razones que h ab i
tu alm en te aducen p a ra ocuparse con el estudio de la h isto ria de la
filosofía los principales cultores de ese tem a en la actualidad.
Puede h allarse una discusión típica de esas razones, debida a un
especialista destacado, en la «Introducción» al libro de J. L. Mackie
que lleva el rev elad or títu lo de Problem s fro m Locke. Ella se inicia
con la enunciación de los p resu p u esto s básicos de gran p a rte de la
producción con tem poránea en el ám bito de la h isto ria de la filosofía:
el de que existe cierta esfera determ in ad a de problem as que cons
titu y en la disciplina que es la filosofía, y que, p o r consiguiente, po
dem os a g u a rd ar que hallarem os la esfera correlativa de los tra ta
m ientos histó rico s de esos problem as, algunos de los cuales pueden
re su lta r ser «de p erm an en te interés filosófico».17 De ello se sigue que,
si nos p roponem os u n a h isto ria provechosa, debem os aju starn o s a
dos pautas. La p rim era es la de co n cen trarse exactam ente en los tex
tos históricos, y exactam ente en las secciones de esos textos, en
los que se pone de m anifiesto inm ediatam ente que en verdad se desa
rro llan conceptos p a ra elab o rar argum entos conocidos con los que
podem os e n tra r d irectam en te en discusión. M ackie expresa clara
m ente esa regla al d estac ar en su «Introducción» que «no in ten ta
exponer o estu d ia r la filosofía de Locke com o u n todo, ni la p arte
de esa filosofía que se puede h allar en el E nsayo», puesto que su
objetivo es exclusivam ente d iscu tir «un conjunto lim itado de p ro
16. Parent, 1974a, 152, 166 y 1974b, 434. V éase tam bién Gray, 1980, 511, quien
in siste en que con u n a reflexión acerca de «las expresion es in teligib les que
tien en que ver con la libertad» p od em os desechar la afirm ación de M acCallum de
que el térm ino siem pre im plica u n a relación triádica.
17. M ackie, 1976, 1. De acuerdo con las form u lacion es m ás op tim ista s, tales
tratam ien tos h istó rico s pu ed en ser en oca sio n es de in terés filosófico p e r m a
nente. V éase, por ejem p lo, O’Connor, 1964, ix.
blem as de p erm a n en te interés filosófico» planteados y considerados
en diferentes lugares de la o b ra de Locke (Mackie, 1976: 1).
La segunda p a u ta es la de que, pu esto que la razón p a ra exhum ar
a los grandes filósofos del pasado es la de que nos ayudan a h allar
m ejores resp uestas a nu estras propias preguntas, debem os estar
suficientem ente p rep arad o s p a ra re fo rm u lar sus pensam ientos en
nu estro p ropio lenguaje, buscando u n a reconstrucción racional de
lo que ellos creían, antes que una im agen, en teram en te auténtica
desde el p u n to de vista histórico, en la que esos dos proyectos
com ienzan a e n tra r en conflicto. M ackie ofrece nuevam ente u n a afir
m ación p artic u la rm en te clara de su com etido al observar que el p ro
pósito p rincipal de su obra «no es exponer las concepciones de
Locke, o e stu d iar sus relaciones con sus contem poráneos o cuasi
contem poráneos, sino tra b a ja r con vistas a las soluciones de los p ro
blem as m ism os» (M ackie, 1976: 2).
El valor de la observancia de esas reglas, se nos asegura final
m ente, reside en su capacidad de proporcionarnos un m odo fácil y
rápido de re p a rtir n u e stra herencia intelectual. Si dam os con un
texto filosófico, o con u n a sección de un texto in teresan te p o r o tras
razones, en el que el au to r com ienza a d iscutir un tem a que (como
dice M ackie) «no es p a ra nosotros u n a cuestión viva», lo procedente
es cam biarlo de sitio p a ra p asa r a estu d iarlo b ajo u n títu lo aparte,
el de «la h isto ria general de las ideas» (M ackie, 1976: 4). Se consi
d era que ése es el nom bre de u n a disciplina distinta, que se ocupa
con cuestiones de significado «puram ente histórico», com o opuestas
a las de significación «intrínsecam ente filosófica».18 E n ocasiones se
da a en ten d er firm em ente que es difícil en ten d er cóm o tales cues
tiones (no siendo «vivas») puedan ten er en general alguna signifi
cación. Pero se adm ite h abitualm ente que bien pueden en c e rra r un
in terés p a ra quienes están interesados en tales cosas. Ellos serán
precisam ente los h isto riad o res de las ideas, los cuales no se en tre
g arán a investigaciones que revistan im p o rtan cia alguna p a ra la fi
losofía.
No deseo, p o r cierto, poner en tela de juicio la obvia verdad de
que en m uchos aspectos de la h isto ria de la filosofía m oderna se
reg istra una am plia continuidad, de m odo tal que en ocasiones po
dem os aguzar n u estro ingenio discutiendo directam ente con quienes
son n u estro s predecesores y n u estro s superiores. No obstante, deseo
su g erir que existen al m enos dos razones p a ra poner en tela de ju i
cio la suposición de que debiera escribirse la h isto ria de la filosofía
com o si no fuera realm ente historia. Una es que, aun cuando nos
sentim os seguros al decir de alguno de los filósofos del pasado que
h ab ita en un continuo atem poral, y que debate una cuestión que
18. Una afirm ación rep resentativa de la cu estión form ulada recientem en te
en esos exactos térm inos, puede hallarse por ejem p lo en Scruton, 1981, 10-11.
en la actu alid ad posee im portancia, y lo hace con u n estilo e n tera
m ente contem poráneo, difícilm ente podam os afirm ar que hem os en
tendido al filósofo en cuestión o arrib ad o a u n a in terp retació n de su
pensam iento, m ien tras nos lim item os sim plem ente a explicar y co
m en tar la e s tru c tu ra de sus argum entos. No proseguiré aquí con esta
objeción, p ero considero que em p re n d er u n a discusión es siem pre
discu tir con alguien, razonar en favor o en co n tra de d eterm in ad a
conclusión o de determ inado curso de acción. Al ser ello así, la ta re a
de in te rp re ta r u n texto que contenga tales form as de razonam iento
exigirá de no so tros (p a ra h a b la r hiperesquem áticam ente) que si
gam os en el enfoque dos líneas que m e parecen en últim a instancia
inseparables, si bien a m enudo se las sep ara en form a tal que la
segunda es om itida. La ta re a inicial es obviam ente re cu p erar la sus
tan cia del arg um ento m ism o. Si deseam os, em pero, llegar a u n a in
terp retació n del texto, a una com prensión de p o r qué sus contenidos
son com o son y no de o tra m anera, nos ag u ard a aún la u lte rio r ta re a
de re co b ra r lo que el a u to r p u ed a h a b e r querido decir al arg u m e n tar
en la p recisa fo rm a en que lo hizo. Debem os, pues, e sta r en con
diciones de d ar cu enta de lo que él hacía al p re se n ta r su arg u m en ta
ción, esto es, qué serie de conclusiones, qué curso de acción estaba
apoyando o defendiendo, atacando o rechazando, ridiculizando con
ironía, desdeñando con polém ico silencio, etcétera, etcétera, a lo lar
go de toda la gam a de actos de habla encarnados en el acto, v asta
m ente com plejo, de com unicación intencional que puede decirse
que toda o b ra de razonam iento discursivo com prende.
Una de m is dudas acerca del enfoque dom inante de que es objeto
la h isto ria de la filosofía, es que sistem áticam en te ignora este últim o
aspecto de la ta re a in terp retativ a. Paso ahora a mi o tra crítica, a la
cual me propongo d ar un tra ta m ie n to m ucho m ás extenso. E sta
crítica afirm a que la noción de «relevancia» contenida en el enfoque
ortodoxo es in n ecesariam ente re stric tiv a y, en realidad, filistea. De
acuerdo con la concepción que he resum ido, la h isto ria de la filo
sofía es «relevante» sólo si podem os utilizarla com o u n espejo que
nos devuelva reflejadas n u estra s propias creencias y supuestos. Si
podem os hacerlo, ello asum e «significación in trín secam en te filosófi
ca»; si no lo logram os, subsiste com o u n a cosa «de interés p u ram en te
histórico». E n pocas p alabras: el único m odo de ap ren d er del pa
sado es ap ro p iarse de él. E n lugar de eso, m e propongo sugerir que
pueden ser p recisam ente los aspectos del pasado que a p rim era
vista p arecen carecer de relevancia contem poráneam ente los que,
exam inados m ás de cerca, re su lten poseer una significación filosófica
m ás inm ediata. Pues su relevancia puede e strib a r en el hecho de
que, en lugar de pro p o rcio n arn o s el placer h ab itu al y cuidadosa
m ente am añado del reconocim iento, nos ponen en condiciones de
re tro c e d e r en n u estra s creencias y en los conceptos que em pleam os
p a ra expresarlas, obligándonos quizás a reconsiderar, a refo rm u lar
o aun (com o a continuación p ro c u ra ré indicar) a a b a n d o n ar algunas
de n u estras convicciones actuales a la luz de esas perspectivas m ás
am plias.
P ara a b rir la senda hacia esa noción m ás com prensiva de «rele
vancia», abogo, pues, p o r una h isto ria de la filosofía que, en lugar de
su m in istra r reconstrucciones racionales a la luz de los prejuicios
actuales, p ro cu re evitar a estos últim os tan to cuanto sea posible.
Es indudable que no se los puede ev itar en teram ente. Es, con razón,
un lugar com ún de las teorías h erm enéuticas que, com o especial
m ente G adam er lo h a destacado, en n u e stra aprehensión im aginativa
de textos h istóricos es fácil que nos hallem os condicionados en u n a
form a de la que ni siquiera podem os e s ta r seguros de p o d er llegar
a ser conscientes. Cuanto propongo es que, en vez de inclinarnos
an te esa lim itación y erigirla en principio, debem os lu c h a r co n tra
ella con to d as las arm as que los h isto riad o res ya com enzaron a ela
b o ra r en sus esfuerzos por re co n stru ir sin anacronism o las mentali-
tés extrañas a nosotros de períodos anteriores.
II I
19. Acerca del tr asfon d o de este desarrollo, véase Tuck, 1979, donde se h a
llará tam b ién una im p ortan te d iscu sión acerca de la con cep ción de H obbes
acerca de los derechos ind ividu ales. E n relación con los m ism os su p u estos com o
trasfon d o del p en sam ien to de Locke, véa se T ully, 1980.
20. Así, la frase inicial de N ozick, 1974 reza: «Los ind ividu os tien en dere
c h os, y hay cosas que ninguna p erson a n i nin gún grupo pu ed en hacerles (sin
v iolar su s derechos).» V éase N ozick, 1974, ix.
21. En relación con el trasfon d o de esta afirm ación, véase P ocock, 1981.
P ocock se h a esforzado m ás que nadie por revivir e sta p erspectiva harringto-
niana y por aclarar su s fu en tes en M aquiavelo. V éase P ocock. 1975, a quien
m u ch o adeudo. E n relación con la in d icación general que aquí form u lo, en e!
sen tid o de que a fin de ob ten er una p ersp ectiva m ás crítica acerca de los
su p u esto s y las creencias actuales deb em os volvernos a los m o m en tos h istóricos
en los que las ortod oxias del p resen te eran aún h eterod oxias, véase tam b ién el
trabajo de Charles T aylor in clu id o en este m ism o volum en.
22. T am bién in ten to hacerlo, a p r o p ó sito de otro a sp ecto de las op in ion es
de M aquiavelo acerca de la lib ertad social, en Skinner, 1893, a rtícu lo que
pu ed e ser leíd o co m o u n a co n tin u ación del p resente.
realidad debem os an te todo re cu p erar si deseam os h a lla r u n correc
tivo del dogm atism o referen te al tem a de la lib ertad social que ca
racterizan tan to al Leviatán de H obbes como a los escrito s de los
teóricos m ás recientes de los derechos n atu rales o hum anos. Y me
co n cen traré en los Discursos de M aquiavelo acerca de Tito Livio p o r
ser —p ara cita r el juicio de Espinoza— la reelaboración m ás ú til y
aguda de la teo ría clásica en los anales del pensam iento político m o
derno (Espinoza, 1958: 313). Me dedicaré, pues, a d e sa rro llar una
tesis h istó rica acerca de las intenciones de M aquiavelo en sus D iscur
sos y, asim ism o, u n a discusión m ás general acerca del valor de la
recuperación de lo que considero que fue la línea de pensam iento
de M aquiavelo. Mi tesis h istórica —a la que p o r el m om ento lam en
tablem ente sólo puedo a sp ira r a p re se n ta r de m anera escueta y
p rogram ática—23 es que, si bien puede afirm arse que son p o r cierto
m uchas las cosas que M aquiavelo lleva a cabo en sus D iscursos,
acaso lo que cen tralm en te le in teresa es expresar —en p a rte p ara
p o n erla en tela de juicio, pero prin cip alm en te p a ra re ite ra rla — aque
lla concepción de la libertas que h abía sido fundam ental objeto de
preocupación del pensam iento político republicano de los rom anos,
pero que p o sterio rm en te había sido obliterado p o r la com prensión,
m uy distin ta, de ese concepto que caracteriza a la E dad Media.24
Ya he sentado mi tesis m ás general, a saber, la de que la recuperación
de la e stru c tu ra de esa teoría, h asta donde es posible en sus propios
térm inos, puede ayudarnos a su vez a am pliar n u e stra com prensión
de la lib ertad negativa.
IV
E n los dos capítulos iniciales del libro p rim ero de sus D iscursos
M aquiavelo define lo que significa ser u n hom bre libre. Pero em
pren d e la discusión fundam ental de la lib ertad social en la u lterio r
23. Aguardo publicar en breve una m onografía acerca de la idea rep ublica
na de libertad, en la que presen taré y docum entaré m ás acabadam ente las d is
tin ta s afirm aciones que aquí debo form u lar de m anera inevitab lem ente concisa.
N ótese que, en lo que sigue, tod as las referencias lo son a M aquiavelo, 1980, y
que todas las traduccion es han sido hechas por m í, si b ien debo expresar m i
agradecim iento a R u ssell Price por su correspon dencia acerca de los problem as
de traducción que plan tea el texto de M aquiavelo, correspon dencia que ha sido
para m í un valioso auxilio. A dviértase tam bién que, debido a que el con texto
indica claram en te todas las veces que cito de los Disc ursos, m e ha parecido
su ficien te consignar la referencia a las páginas de esta fu en te dentro de mi
propio texto sin añadir en cada caso «M aquiavelo, 1960».
24. Para esta concep ción de la libertad política, véase H arding, 1980 y las re
ferencias indicadas allí.
secuencia de capítulos, en los cuales considera los fines y los pro
pósitos que los h o m bres com únm ente persiguen en la sociedad políti
ca y, en consecuencia, sus fundam entos p a ra v alo rar su lib ertad . No
obstan te, con el c a rá c te r de u n p relim in ar a esa discusión señala
ante todo que en todas las organizaciones políticas reco rd ad as por
la h isto ria h an existido siem pre dos grupos de ciudadanos, diferen-
ciables en líneas generales, que siem pre han tenido disposiciones
(um ori) co n tra p u estas y, p o r consiguiente, razones diversas p a ra va
lo ra r su lib e rta d de perseguir los fines que han elegido (137). Por
u n lado están los grandi, el rico y el poderoso, a quienes en ocasiones
M aquiavelo identifica con la nobleza (139). Lo característico es que sus
p rincipales deseos sean los de alcanzar el p o d er y la gloria p a ra sí
m ism os y ev itar la ignom inia a todo precio (150, 203). Además, a m e
nudo desean esos fines con ta n ta pasión, que los persiguen con in
tem perancia,25 tom ando su in tem perancia la form a de lo que Ma
quiavelo llam a am bizione, u n a tendencia a alcanzar la preem inencia
a expensas de cu alquier otro (139, 414).26 E stas actitudes p erm iten
explicar p o r qué los grandi otorgan u n valor tan alto a su lib ertad
p ersonal. Pues su principal objetivo es n a tu ra lm e n te m antenerse
cuanto es posible libres de toda obstrucción ( senza ostacülo) a fin
de o b ra r de m odo de alcanzar la gloria p a ra sí m ism os m ediante
la dom inación de los otros (176, 236). Como concluye M aquiavelo, una
m inoría así «desidera di essere libera p er com andare» (176).
Así com o siem pre h ab rá grandi, siem pre e sta rá la m asa de los
ciudadanos o rdinarios, la plebe o popolo (130). Su principal preocu
pación será h ab itu alm en te sólo la de vivir u n a vida segura «sin in
q u ietudes acerca del libre gozo de su propiedad, sin dudas acerca
del h on o r de las m ujeres y los niños de su fam ilia, sin tem o r alguno
p o r ellos m ism os» (174). Pero tam bién ellos son proclives a experi
m e n ta r esos deseos apasionadam ente y, en consecuencia, a perse
guirlos con in tem p erancia. E n este caso la tendencia a la in tem p eran
cia tom a la fo rm a de lo que M aquiavelo llam a licenza, «un deseo
excesivo de libertad», un afán p o r evitar toda intervención en sus
asuntos, au n de p a rte del gobierno legítim o (134, 139, 227). A con
secuencia de ello, tam bién el popolo m u estra u n a elevada conside
ración —dem asiado elevada en realidad— p o r su lib ertad perso
n al (139). P orque su objetivo fun d am en tal es n atu ra lm e n te el de
m an ten erse libre, h a sta donde es posible, de toda form a de in terfe
25. E sto es, por lo que M aquiavelo llam a m étod os stra o rd in a ri. N ó te se que
eso s so n m étod os, co m o dirían Cicerón o T ito Livio, ex tra o rd in em . Pero obrar
r e d e e t o rd in e (otra frase favorita de T ito L ivio), es sa tisfa cer uno de los dos
escritos del obrar tem p e ra n tia , con tem planza. (V éase la n ota 32 m ás abajo.)
D e ahí que p od am os d ecir que los m étod os stra o r d in a ri son , para M aquiavelo
lo m ism o que para su s fu en tes clásicas, ca so s de intem peran cia.
26. E l m ejor exam en del pap el de la a m b izio n e en el con ju n to del pensa
m ien to p o lítico de M aquiavelo se lo hallará en Price, 1982.
rencia a fin de p asa r sus vidas sin perturbaciones. Según resum e,
nuevam ente, M aquiavelo, «desiderano la liberta per vivere sicu-
ri» (176).
R esu ltará m anifiesto ah o ra que tal explicación de p o r qué todos
los ciudadanos valoran su lib ertad es al m ism o tiem po u n a expli
cación de lo que M aquiavelo da a e n ten d e r al h ab lar de la lib ertad
de los agentes individuales en la sociedad política. Es claro que
piensa que son libres en el sentido de no h allar obstáculos en la
prosecución de todo fin que ellos hayan decidido fijarse p a ra sí m is
mos. Tal com o lo señala en el capítulo inicial del libro prim ero, ser
un hom bre libre es hallarse en condiciones de ac tu a r «sin depender
de otros». Es decir, es libre en el sentido «negativo» o rd in ario de
ser independiente de toda lim itación im puesta p o r los dem ás agentes
sociales y, en consecuencia, libre —com o añade M aquiavelo en el
m ism o lugar con referencia a los agentes colectivos— p a ra ac tu a r de
acuerdo con la voluntad y el juicio de uno m ism o (126).
Es im p o rtan te su b ray ar este punto, siquiera porque contradice
dos afirm aciones sostenidas a m enudo p o r com entadores de los Dis
cursos. Una es la de que M aquiavelo in troduce el fundam ental térm i
no «liberta» en su discusión «sin tom arse el tra b a jo de definirlo», de
m an era que el sentido de esa palab ra aparece sólo gradualm ente en
el curso de la argum entación.27 La o tra es la de que, apenas co
m ienza M aquiavelo a aclarar su significado, se trasluce que el térm ino
«libertad», tal com o él lo usa, «no tiene el sentido» que en la actua
lidad debiéram os asignarle; p o r el co n trario , «debe tom árselo en un
sentido com pletam ente distinto».28
N inguna de esas dos afirm aciones parece h allarse garantizada.
Como acabam os de observar, M aquiavelo com ienza por se n ta r exac
tam en te qué es lo que quiere d ar a en ten d er cuando habla de liber
tad individual: entiende p o r ella ausencia de constricción, en especial,
ausencia de toda lim itación im puesta p o r otros agentes sociales a
la p ro p ia capacidad de ac tu a r de m anera independiente en la p ro
secución de los objetivos que uno h a elegido. Pero com o hem os visto
al com ienzo, no hay en m odo alguno nada inhabitual en la atribución
de ese sentido p a rtic u la r al térm ino «libertad». H ablar de la lib ertad
com o cuestión de ser independiente de o tro s agentes sociales y,
en consecuencia, de ser capaz de perseguir los propios fines, es re
p e tir una de las fórm ulas m ás conocidas e n tre las em pleadas p o r los
teóricos contem poráneos de la lib ertad negativa, con cuya e stru c tu ra
fu n d am en tal de análisis M aquiavelo no parece d iscrep ar en absoluto.
P uesto que son m uchas las m etas que nos proponem os perseguir,
obviam ente nos in tere sa rá en la form a de com unidad que m ejor nos
27. R enaudet, 1956, 186. Un ju icio sim ilar se hallará en Pocock, 1975, 196:
Cadoni, 1962, 462n; C olish, 1971, 323-324.
28. G uillem ain, 1977, 321; Cadoni, 1962, 482. Juicios sim ilares se hallan en
H exter, 1979, 293-294; P rezzolini, 1968, 63.
asegure la lib e rta d de perseguirlas, ya sea que los objetivos en que
pensam os sean el poder y la gloria p a ra nosotros m ism os, o sim ple
m ente los de aseg u rar el goce de n u e stra pro p ied ad y de n u e stra
vida fam iliar. La p reg u n ta que entonces se plan tea es claram ente
ésta: ¿en qué fo rm a de organización política podem os esp erar con
m ayor confianza que n u e stra lib ertad de p erseguir los fines que h e
m os elegido sea la m ás grande?
A títu lo de re sp u esta a esa pregunta, M aquiavelo in troduce —a
com ienzos del libro segundo— en su discusión de la lib ertad social,
una afirm ación inu sual pero fundam ental. La única form a de orga
nización política en la que los ciudadanos pueden te n e r la esperanza
de co n serv ar to d a lib ertad de perseguir sus propios fines, sostiene,
será la organización política en la que tenga sentido decir que la
com unidad m ism a «vive en un m odo de vida libre». Sólo en tales
com unidades pueden los ciudadanos am biciosos ten er la esperanza
de alcanzar p o d er y gloria «ascendiendo p o r m edio de su habilidad
a posiciones prom inentes» (284). Sólo en tales com unidades pueden
los m iem bros o rd in arios del popolo te n e r la esperanza de vivir en
la seguridad «sin in q u ietu d alguna porque su pro p ied ad les sea
quitada» (284). Sólo en u n a com unidad libre, en u n vivere libero, es
posible gozar librem ente de tales beneficios (174).
Pero, ¿qué es lo que M aquiavelo quiere decir al p red icar la liber
tad de una com unidad en su conjunto? Como lo aclara al com ienzo
del libro prim ero , lo que entiende p o r el térm ino «libertad» cuando
lo em plea en esa form a, es exactam ente lo m ism o que quiere decir
cuando h ab la de la lib ertad de los cuerpos n atu rales com o opuestos
a los cuerpos sociales. Es u n a ciudad libre la que «no está su jeta a
la supervisión de ninguna otra», y, p o r tanto, es capaz, debido a que
no está constreñida, «de gobernarse a sí m ism a de acuerdo con su
p ro p ia voluntad» y de o b ra r en la consecución de los fines que ha
elegido (129).
Al re u n ir estas dos afirm aciones llegam os a la siguiente tesis: de
acuerdo con M aquiavelo, el goce continuo de la lib ertad personal
es sólo posible p a ra los m iem bros de u n a com unidad au tárq u ica en
la que la voluntad del cuerpo político d eterm in a sus propias accio
nes, las acciones de la com unidad com o un todo.
R esta p re g u n ta r cuál es la fo rm a de gobierno m ás ap ro p iad a p a ra
m an ten e r tal vivere libero o lib ertad política. M aquiavelo cree que
es posible, al m enos teóricam ente, que u n a com unidad goce de un
m odo de vida lib re b ajo una form a m onárquica de gobierno. Pues
no hay en principio razón alguna p o r la que un rey no haya de orga
nizar las leyes de su reino en form a ta l que reflejen la voluntad ge
neral —y sirvan p o r tan to a la prom oción del bien com ún— de la
com unidad com o un todo.29 No obstante, insiste en general en que
29. En relación con esta posib ilid ad , véase M aquiavelo, 1960, 154, 193-194.
«sin duda ese ideal del bien com ún p ropiam ente es servido sólo en
las repúblicas, en las que únicam ente se sigue todo lo que tiende
a prom overlo» (280). De acuerdo con ello, la form ulación m ás p re
cisa de la tesis de M aquiavelo es la siguiente: sólo los que viven
bajo form as republicanas de gobierno pueden ten er la esperanza de
conservar todo elem ento de la lib ertad personal p ara p erseg u ir los
fines que h an elegido, ya sea que estos fines supongan la adquisición
de poder y de gloria, o m eram ente la preservación de la seguridad
y del b ien estar. Como señala en u n fundam ental resum en a com ien
zos del libro segundo, ello perm ite «com prender fácilm ente p o r qué
en todos los pueblos b ro ta u n a inclinación hacia el vivere libero».
P orque la experiencia nos dice que, ya sea que estem os interesados
en el po d er y en la gloria, o m eram ente en la segura acum ulación
de riqueza, siem pre será m ejor p a ra no so tro s vivir en esa organiza
ción política, en razón de que «ninguna ciudad h a sido jam ás capaz
de expandirse en cualquiera de esos dos aspectos —en p o d er o en
riqueza— si no h an sido State in liberta » (280).
E sta conclusión —la de que la lib ertad personal sólo puede ha
llarse plenam ente garantizada en u n a fo rm a au tárq u ica de com unidad
republicana-— re p resen ta el núcleo y el nervio de todas las teorías
republicanas clásicas de la ciudadanía. No obstante, los defensores
m ás recientes de la lib ertad negativa habitualm ente la h an desdeña
do com o un m anifiesto absurdo. H obbes, p o r ejem plo, p ro c u ra des
hacerse de ella m ediante el típico recurso de u n a afirm ación cate
górica, señalando en el Leviatán que «ya sea el E stado m onárquico
o popular, la lib e rta d sigue siendo la m ism a» (H obbes, 1968: 266).
Y su tesis ha sido a su vez rep etid a p o r la m ayoría de los defen
sores de la lib ertad negativa en el curso de la discusión contem po
ránea. N u estra próxim a tare a ha de ser, pues, exam inar las razones
que M aquiavelo ofrece p a ra insistir, en cam bio, en que la preserva
ción de la lib ertad negativa en realidad exige la m anutención de un
tipo p a rtic u la r de régim en.
30. V éase M aquiavelo, 1960, 136 y tam bién 142, 179-180, 218, 229-231, 243-244,
257, 314. En relación con la idea clásica de te m p e r a m e n tu m que M aquiavelo
tam b ién cita, véase Cicerón, De legibus, 111, 10, 24. R esp ecto de la im agen del
fren o, véase V irgilio, Eneida, I, 541 (lugar al que M aquiavelo parece aludir
en 173) y I, 523. En relación con el u so de la m ism a m etáfora en T ito Livio,
Ab u r b e condita , véase por ejem p lo, 26, 29, 7.
com unidad, deben ser h o m bres de prudencia. Si nos preguntam os,
p o r ejem plo, cóm o fue capaz la antigua Rom a de in stitu ir «todas las
leyes n ecesarias p a ra p re serv ar su libertad» du ran te tan to tiem po,
hallarem os que la ciudad fue p erm anentem ente organizada y reo r
ganizada «por m uchísim os hom bres que eran p ru d e n ti», y que ese
hecho es la clave p a ra explicar su éxito (241-244).
La o tra cualidad que todo ciudadano debe cultivar es el deseo
de ev itar to d a fo rm a de conducta in tem p era n te y desordenada, ase
gurando con ello que las cuestiones cívicas sean debatidas y decididas
en u n estilo ordenado, bien tem perado. E n este punto, recogiendo el
ideal rom ano de la tem perantia, M aquiavelo sigue de cerca sus fuen
tes clásicas —especialm ente Tito Livio y Cicerón— y divide su dis
cusión en dos p artes. Uno de los aspectos de la tem perantia, como
lo h ab ía explicado Cicerón en De Officiis, consiste en el con ju n to
de cualidades que u n ciudadano debe ad q u irir p a ra delib erar y ac tu a r
v erd ad eram en te a la m anera de u n hom bre de E stado. Y la m ás
im p o rtan te de ellas, según afirm a con insistencia, son m odestia y
m oderatio.31 M aquiavelo está en teram en te de acuerdo en ello. «El
consejero no tiene o tra fo rm a de ac tu a r ap a rte de la de hacerlo
m oderatam ente» y «defender sus opiniones desapasionadam ente y
con m o d estia » (482). La o tra existencia de la tem perantia, com o había
añadido C icerón (I. 40. 142), es la de que todos deben co m p o rtarse
«con orden» (ordine), sentim iento que se re en cu e n tra en la insisten
cia de Tito Livio en que es necesario a c tu a r recte et ordine, de m a
n era re c ta y o rd enada.32 Una vez m ás M aquiavelo está en teram en te
de acuerdo. P ara conservar un vivere libero los ciudadanos deben
ev itar todo disordine y co m p o rtarse ordinariam ente, de m anera orde
nada. Si se p erm iten los m étodos in tem p eran tes y desordenados
(m o d i straordinari), de ello re su lta rá la tiranía; pero m ien tras se
sigan m étodos tem perados ( m odi ordinari), puede p reserv arse exito
sam ente la lib ertad d u ra n te largos períodos de tiem po (146-149;
cf. 188, 191, 242, 244).
M aquiavelo nos ayuda resum iendo toda su argum entación hacia
el final del libro prim ero , en el curso de su explicación de p o r qué
cree que las ciudades de T oscana «fácilm ente h ab ría n intro d u cid o un
vivere civile» con sólo h ab e r surgido u n hom bre p ru d e n te (un uom o
p ru d en te) p a ra guiarlos «con un conocim iento de la política antigua».
Como fu n d am en tos de ese juicio señala el hecho de que los m iem
b ro s de las com unidades en cuestión siem pre h an exhibido animo,
valentía, y ordine, tem p eran cia y orden. De lo cual se sigue que con
sólo h ab e r añadido el fa lta n te ingrediente de un con d u cto r prudente
«h ab rían sido capaces de conservar su libertad» (257).
31. Cicerón, De Officiis, I, 27, 93; véase también I, 27, 96; I, 40, 143; I, 45, 159.
32. Por ejemplo, Tito Livio, Ab urbe condita, 24, 31, 7; 28, 39, 18; 30, 17, 12.
VI
Ahora podem os ver, sin em bargo, que H obbes o bien no com prendió
el quid del argum ento republicano clásico que he p rocurado recons
tru ir, o bien (lo cual constituye u n a hipótesis m ucho m ás probable)
in ten ta d eliberadam ente distorsionarlo. P orque el punto cen tral de
aquel argum ento es ciertam ente que la lib ertad del E stado y la li
b e rta d de los p artic u la res no pueden ser consideradas p o r separado,
en la form a en que H obbes y sus epígonos en tre los teóricos contem
poráneos de la lib ertad negativa, h an supuesto. La esencia de la tesis
rep u b lican a es que, a no ser que se m antenga una organización po
lítica «en un estado de libertad» (en el sentido negativo co rrien te de
hallarse libre de toda constricción p ara ac tu a r de acuerdo con la
p ro p ia voluntad), los m iem bros de tal cuerpo político se verán des
pojados de su lib ertad personal (u n a vez m ás en el sentido nega
tivo co rrien te de p e rd e r la lib ertad de p erseg u ir los propios fines).
Los fu n d am en to s de esta conclusión son que, tan p ro n to com o un
cuerpo político p ierde su capacidad de ac tu a r de acuerdo con su
voluntad general y pasa a e sta r som etido a la voluntad de sus propios
grandi am biciosos o a la de alguna com unidad vecina am biciosa, sus
ciudadanos se verán trata d o s como m edios al servicio de los fines
de sus dom inadores y p erd erá n p o r tan to la lib e rta d de perseguir sus
propios objetivos. P or tanto, la esclavización de una com unidad
ac arrea inevitablem ente la p érd id a de la lib ertad individual; inversa
m ente, la lib ertad de los p articu lares, pace H obbes, sólo puede ser
aseg u rad a en un E stado libre.
Además, co m prender este punto es, a la vez, ver que no hay difi
cultad alguna en defender las afirm aciones acerca de la lib ertad
social que, com o hem os visto al comienzo, los filósofos contem porá
neos pro p en d en a estigm atizar de p aradójicas o, al m enos, de incom
patibles con u n a concepción negativa de la lib ertad individual.
La p rim era era la sugerencia de que sólo los que de todo corazón
se ponen al servicio de su com unidad son capaces de aseg u rar su
propia libertad. Podem os ver ahora que, desde la perspectiva del
pensam iento republicano clásico, ello no equivale a fo rm u lar una
p arad o ja, sino u n a verdad perfectam en te cierta. P ara un a u to r com o
M aquiavelo la lib e rta d de cada uno de los ciudadanos depende en
p rim e r térm in o de su capacidad de co m b atir «la servidum bre que
viene de afuera». Pero ello sólo puede hacerse si desean em p ren d er
ellos m ism os la defensa de su p ro p ia organización política. Se sigue
de ello que la disposición a ofrecerse com o voluntario p ara el servi
cio activo, in co rp o rarse al servicio arm ado, llevar a cabo el propio
servicio m ilitar, constituye u n a condición n ecesaria p a ra conservar
la p ro p ia lib e rta d individual a salvo de la servidum bre. Si no nos p re
param os p a ra ac tu a r com o «los que con sus propias arm as conser
varon la lib ertad de Roma» y «estam os dispuestos a ac tu a r de ese
m odo p a ra defen d er n u e stra patria», serem os conquistados y esclavi
zados (237, 283).
P ara M aquiavelo la lib ertad personal depende tam bién de que
se im pida que los grandi fuercen al popolo a servir a sus fines. Pero
la ú nica m an era de im p ed ir que o cu rra tal cosa es organizar el
E stad o en fo rm a ta l que cada ciudadano sea igualm ente capaz de
desem p eñ ar u n papel en la decisión de las acciones del cuerpo po
lítico com o u n todo. E sto a su vez q uiere decir que la disposición
a serv ir en las funciones públicas, a llevar adelante una vida de ser
vicio público, a realizar servicios públicos voluntariam ente, consti
tuye o tra condición necesaria p a ra m an ten e r la propia libertad. Sólo
si estam os dispuestos «a a c tu a r en favor de lo público» (452), «a
h acer el bien p ara la com unidad» (155), a «prom over» y « ac tu a r en
beneficio» del bien com ún (153-154), a o b servar y seguir cuanto se
necesita p a ra apoyarlo (280), tendrem os esperanzas de ev itar un
estado de tira n ía y de dependencia personal.
Ya C icerón h ab ía señalado en De O fficiis (I. 10. 31) que sólo es
posible p re serv ar la lib ertad individual y cívica si com m uni u tilita ti
serviatur, si obram os «como esclavos del interés público». Y en Tito
Livio se re ite ra con frecuencia el llam ativo em pleo del m ism o voca
b u lario de la esclavitud p a ra describ ir la condición de la lib ertad po
lítica.33 M aquiavelo sim plem ente re ite ra el m ism o oxím oron clásico:
el precio que tenem os que p agar p a ra gozar de determ inado grado
de lib ertad p ersonal con determ inado grado de seguridad constante,
es la servidum bre pública voluntaria.
Paso ah o ra a la o tra afirm ación que, de acuerdo con lo que los
au to res contem poráneos generalm ente sostienen, es incom patible con
u n análisis negativo de la lib ertad individual. Es la afirm ación, rela
cionada con la p recedente, de que los atrib u to s que se req u ieren en
cada ciudadano en p a rtic u la r p a ra llevar a cabo aquellos servicios
públicos, deben ser, en efecto, las virtudes, y que, p o r tanto, sólo
los que o b ra n v irtu o sam en te son capaces de aseg u rar su p ro p ia li
34. Lo mismo me parece que se aplica a Price, 1973, si bien este trabajo
constituye la mejor discusión existente acerca de los usos del término virtü
a lo largo de las obras políticas de Maquiavelo.
V II
BIBLIOGRAFIA