Entrevista A Sartori
Entrevista A Sartori
Entrevista A Sartori
¿Es la televisión la causante de todos los males actuales? ¿Es acaso una mera
máquina de reproducción ideológica ante la cual los consumidores sólo pueden ser
pasivos? La llegada a Montevideo de Giovanni Sartori,* uno de los más conocidos
"telecríticos" de la actualidad, replantea estos debates.
Raúl Zibechi
El debate sobre la televisión y los medios audiovisuales debe ser uno de los más
importantes y abarcativos que se producen en estos momentos en el mundo, a juzgar por
la cantidad de artículos periodísticos y la proliferación de libros. El debate se ha
instalado y hasta los más destacados pensadores han decidido que llegó la hora de tomar
partido o adentrarse en el análisis: filósofos, sociólogos, antropólogos y un largo
etcétera se han propuesto poner la lupa sobre un fenómeno social que, como pocas
veces en tan poco tiempo, amenaza con trastocar -si no lo ha hecho ya- elementos clave
de la sociedad y los modos de convivencia actuales.
Entre la densa y extensa literatura acerca de los efectos de la tevé sobre individuos y
sociedades destaca una porción nada desdeñable dedicada a la influencia de la pantalla
chica en los niños, considerada, casi unánimemente, perjudicial. No obstante, en el
debate en curso tienden a confundirse los contornos y acciones recíprocas entre las
causas y las consecuencias del fenómeno: ¿es la televisión la culpable de la
desertización de la vida cotidiana y el empobrecimiento de los vínculos? ¿O sirve
apenas como elemento amplificador de un proceso que atraviesa la sociedad desde hace
algunas décadas?
El argumento central de Bourdieu -al igual que el de la mayoría de los que se muestran
horrorizados por la cultura mediática- hace referencia a la tiranía del rating. "La
competencia sin límites por los índices de audiencia" estaría en la base de lo que el
francés ve como la exclusión de todo discurso articulado en los platós de televisión. Lo
importante ahora es "ser visto" porque ya "no se está ahí para decir algo". Como ningún
otro medio, la tevé ejerce una forma sutil o invisible de censura -auspiciada por la
recomendación de mensajes breves, los únicos que el televidente puede asimilar- que
llevaría a un aumento del control político y social, al desarrollar una propensión hacia el
conformismo.
La argentina Beatriz Sarlo va más lejos, al suponer que los nuevos hábitos mediáticos
pueden afectar incluso el concepto de ciudadanía: "La escena televisiva es rápida y
parece transparente; la escena institucional es lenta y sus formas (precisamente las
formas que hacen posible la existencia de instituciones) son complicadas hasta la
opacidad que engendra la desesperanza". La reestructuración de las prácticas culturales
conduciría a la concentración de las decisiones en herméticas elites tecnológico-
económicas, excluyendo a las mayorías de toda decisión pero incluyéndolas como
consumidoras o clientes.
Este análisis es sostenido también por otro argentino, Néstor García Canclini,
especialista en el estudio de las culturas populares latinoamericanas, para quien "las
sociedades se reorganizan para hacernos consumidores del siglo xxi y regresarnos como
ciudadanos al xviii". En América Latina, indica García Canclini, el consumo televisivo
es mucho mayor que en Europa: aquí se trasmiten anualmente más de 500 mil horas de
televisión, mientras la Europa latina cuenta sólo con 11 mil horas. Y en países como
Colombia, Panamá, Perú y Venezuela hay más videocaseteras por hogar que en Bélgica
o Italia. "Somos subdesarrollados en la producción endógena para los medios
electrónicos, pero no en su consumo", concluye.
En el Tercer Mundo, los medios audiovisuales son la forma dominante de penetración
cultural de las metrópolis: mientras las identidades modernas eran territoriales y
monolingüísticas, las posmodernas tienden a ser transterritoriales y multilingüísticas, lo
cual provoca el desvanecimiento de las identidades colectivas que sustentaron durante
siglos las culturas autóctonas de los países periféricos.
El filósofo español Eduardo Subirats hizo hincapié, en una reciente visita a Montevideo,
en las peculiaridades del lenguaje televisivo. La tevé, señaló, "es un sistema
omnipresente de configuración, ostentación y movilización de pautas virtuales en la
sociedad tardo-industrial". Preocupado por el poder de lo mediático y reafirmando su
intención de realizar un "análisis crítico" de la tevé por la "amenaza que representa para
la cultura y hasta para la democracia", tema que ya había abordado en su libro Linterna
mágica. Vanguardia, media y cultura tardomoderna, el español apuntó en Montevideo a
la "banalización de la realidad" que la tevé hace a partir del tratamiento breve de los
temas, de sus mensajes simples y el peso dominante de la imagen sobre el discurso.
Algo inquietante cuando datos oficiales aseguran que 23 por ciento de los uruguayos
pasa más de cinco horas frente al televisor y más de la mitad no lee siquiera un libro al
año.
NO TODO ES TELEBASURA
Hipercríticos frente a este medio que hace apenas tres décadas atrás nadie podía suponer
que extendiera "su influencia al conjunto de las actividades de producción cultural,
incluidas las artísticas y científicas", Bourdieu, al igual que Derrida y Subirats, dicen de
todas maneras no manejar un discurso "apocalíptico". El español se dijo partidario de la
necesidad de desarrollar "estrategias" que apunten a modificar los contenidos actuales
de la oferta televisiva. Derrida sostiene por su lado que los receptores de mensajes
deben realizar "un trabajo de resistencia, de contrainterpretación vigilante" de lo que
hacen "periódicos, diarios, semanarios y noticieros de televisión". Bourdieu señala a su
vez que su enfoque procura evitar "una variedad de materialismo de poca altura
intelectual, asociada a una tradición marxista, que no explica nada, que denuncia sin
sacar a luz nada".
Hay quienes reivindican inclusive el papel formador que tienen algunos programas y las
posibilidades de información que brinda la tevé a grupos que de otra forma no tendrían
acceso a los bienes culturales. Es el caso de tres investigadoras argentinas, Graciela
Peyrú, Adriana Puiggrós y Adriana Zaffaroni. Para Peyrú, pedagoga, no es cierto que la
televisión atonte a los chicos. Cree que puede aumentar el conocimiento de los grupos
humanos y sus culturas así como la capacidad para percibir conflictos e informaciones:
"Como televidentes entrenados -dice-, a los 11 años los chicos ya pueden decodificar
los complejos códigos de la televisión". Aunque reconoce que la tevé puede interferir en
los procesos de aprendizaje de la lectoescritura, Peyrú afirma que los males de la tevé
pueden acotarse siempre que los padres elijan los programas que los chicos pueden ver
y que prohíban férreamente el zapping.
En los últimos años han cobrado cuerpo análisis que desmienten, parcialmente, la idea
de una audiencia pasiva que representa a los medios como una "aguja hipodérmica" que
inyecta mensajes en la mente de sujetos pasivos. Esta corriente hace hincapié en la
necesidad de representar a la audiencia como un agente activo toda vez que
relevamientos de campo demuestran la limitada capacidad de los medios para persuadir
a los televidentes. No existiría -sostiene- una audiencia sino una pluralidad de
audiencias, en función de la pertenencia a culturas determinadas, clases sociales y del
diferente posicionamiento en la estructura social.
"Es la cultura de las audiencias la que realiza el trabajo de apropiación del medio",
razona el sociólogo español Javier Callejo Gallego, exponente de una corriente que
desplaza el centro de gravedad de sus análisis de lo que sucede en la pantalla a lo que
sucede frente a ella. La diferencia entre esta concepción y la de quienes consideran al
televidente como un sujeto pasivo y manipulable estribaría entonces en el punto de mira
que se adopta.
Una de las principales conclusiones que cabría extraer de los análisis cualitativos de la
audiencia es el carácter instrumental del consumo televisivo. El aumento en la oferta de
canales y la multiplicación de televisores en el hogar, así como el paso de un sujeto que
se conectaba con el mundo cuando pulsaba el power al de un telespectador que
selecciona el mundo que desea consumir en virtud de una amplia oferta, "han traído una
distancia afectiva con el medio y la tendencia a concebirlo más como un instrumento-
pantalla, disponible para el consumo, que como un mensaje", destaca Callejo. Para este
analista, las clases populares, que algunos intelectuales ven como una suerte de "carne
televisiva", están "ausentes" en su relación con la pantalla, "lo que les permite
permanecer fieles a sí mismas, a sus certezas y rituales cotidianos", porque la televisión
"no irrumpe ni interrumpe, simplemente mantiene la actividad de sus audiencias".
Incluso el zapping puede ser entendido como una forma de consumo dinámica, más
propia de los jóvenes y los adultos de clase media, frente al consumo más estático de las
amas de casa y los varones de las clases populares.
¿De dónde provendría entonces tanta insatisfacción con las programaciones? Según
Callejo, de una suerte de negociación permanente que deja insatisfechos a todos los
miembros de la familia: así como las amas de casa buscan a través de la tevé mantener
el orden familiar y evitan todo aquello que lo perturbe, los varones apuntarían a
establecer a través del medio una relación constante con el espacio público (política,
fútbol). Las clases populares mantendrían gracias a la tevé una relación evasiva con la
realidad y las medias una suerte de distinción por intermedio de lenguajes formalizados.
"El resultado es paradójico: para estar reunidos ante la pantalla, en referencia a la
unidad familiar, los respectivos miembros de ésta ceden en sus gustos, con lo que, al
final, el conjunto familiar se encuentra ante programas que no satisfacen a ninguno, que
no les gustan, sólo por el hecho de estar junto a los demás."
Ciertamente, la posición social tiene su reflejo ante la pantalla. En los casos de las
clases más carenciadas aparece como una forma de legitimidad. En el otro extremo, las
clases medias visualizan la tevé como amenaza, ya que hábitos y lenguajes propios de
los sectores desplazados (en particular los de los jóvenes) irrumpen en la pantalla chica.
Sin embargo, la tan temida desestructuración familiar que la televisión generaría, para
analistas como Callejo no es tal sino que el aparato termina poniendo a cada sector en su
lugar.
EL HUEVO Y LA GALLINA
Si los estudios de los comportamientos y hábitos de las audiencias coinciden en que las
clases populares tienden a elegir programas que las evaden de la realidad, que las clases
medias en ascenso se inclinan por los programas de formación e información, que las
amas de casa adquieren un compromiso con una serie y la siguen y que el consumo
televisivo de los jóvenes está signado por la inmediatez, no se estaría más que
reflejando los roles sociales existentes ("la relación con la televisión es capaz de
condensar las relaciones con la sociedad", resume Callejo). A ello habría que agregar
que la audiencia, habitualmente, no elige tal o cual programa sino "ver televisión". En
suma, la tevé "viene a ser la práctica presente cuando no hay otras prácticas", concluye
el investigador español. En la misma línea, se pueden visualizar los conflictos familiares
acerca del uso de la televisión como un reflejo de la distribución de poderes en la
familia: mientras la mujer tiende a disputar el aparato para desplazar al varón -sentado
frente a la pantalla "central" con el mando en la mano- los jóvenes aspiran a la tele en el
cuarto, como forma de garantizar la independencia. Pero difícilmente se deje de hacer lo
que se tiene que hacer por estar sentado frente a la pantalla, una realidad que lleva a
pensar que las horas que se dedican a ver tele son parte del tiempo restante o "vacío".
Ciertamente, todos los estudios actuales demuestran que los nuevos medios
audiovisuales crean mayores y mejores condiciones para ejercer un control social más
profundo y, sobre todo, más cercano al sujeto y más sutil, por "invisible". Pero no llegan
a establecer que sea la televisión la culpable del incremento del control social ni de la
fragmentación o el desinterés de los ciudadanos por la suerte de sus semejantes y de
ellos mismos. Por el contrario, se trata de tendencias que vienen creciendo y
afirmándose, por lo menos, desde la década del 50, con un breve paréntesis hacia fines
de los sesenta, como afirma Cornelius Castoriadis.
La "crisis del sentido" que, siguiendo a este autor grecofrancés recientemente fallecido,
caracteriza a la sociedad actual, parece encontrar su reflejo en el producto televisivo. Si
los seres humanos han renunciado a la autonomía y a la creación, el consumo refleja esa
opción histórica. La historia de la modernidad puede leerse como el entrelazamiento de
dos dinámicas: "la significación de la expansión ilimitada de un supuesto dominio
pretendidamente 'racional' sobre todo" y, paralelamente, "la significación de autonomía
individual y social, de la libertad, de la búsqueda de formas de libertad colectiva, que
corresponden al proyecto democrático, emancipador, revolucionario".
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Publicado en Brecha