Connor Carolyn - La Esposa Inesperada
Connor Carolyn - La Esposa Inesperada
Connor Carolyn - La Esposa Inesperada
John Norris trató de contener las lágrimas. Los hombres duros como
él no lloraban, o por lo menos no en público, aunque acabara de
enterrar a su mujer y a su hijo.
Por ello permaneció simplemente ahí parado, dejando que los
dolientes le ofrecieran en voz baja palabras de consuelo y apoyo.
Sabía que nada de eso podría confortarle, pero se mantuvo firme
mientras oía una tras otra las condolencias y soportaba las
palmaditas en la espalda de los más osados.
Por suerte, Rosebud era un pueblo pequeño y no tardaría
mucho en recibir el pésame de todos. Por eso, aunque lo que más
deseaba era quedarse a solas, tuvo que afrontar erguido que todo
ese ritual sin sentido acabara.
Pero lo peor no era tener que escuchar las respetuosas
fórmulas de despedida, sino la insistencia de cada uno de los
presentes en que sus muertes se debían a un accidente, cosa que
él sabía que no era verdad.
Habían muerto por su culpa, pues si no los hubiera dejado
solos, nunca se habría producido el desastre. Él estaba convencido
de ello, y por mucho que insistieran, jamás podrían persuadirle de lo
contrario.
Cuando por fin se quedó solo ante la tumba de las únicas
personas que había amado en su vida, se dio cuenta de que la
soledad iba a ser mucho más angustiosa de lo que había imaginado.
Había amado a Eliza desde el momento en que la conoció, y
no sabía cómo podría seguir adelante sin ella.
Eliza había llegado a Rosebud para visitar a una prima de su
madre y no tardó en ganarse el corazón de todos. Tenía los cabellos
del color del trigo, unos ojos tan azules como las más cristalinas
aguas y una cara en forma de corazón que endulzaba su apariencia.
Pero lo que más le cautivaba de ella era su sonrisa constante y
su espíritu extrovertido.
A pesar de los cinco maravillosos años desde su casamiento,
John aún no conseguía entender por qué una muchacha como ella
se había fijado en él.
Un vaquero rudo e introvertido, que quedó prendado de ella
con la misma rapidez con que un rayo cae sobre la tierra.
Eliza le había dado luz y sentido a su vida, y un hijo
maravilloso al que adoraba. Will.
Su hijo… Simplemente no podía pensar en que nunca más
volvería a ver a su pequeño Will.
¿Qué mal habría hecho un niño de cuatro años para merecer
la muerte? Por mucho que se lo preguntaba, no encontraba
respuesta, como tampoco encontraba consuelo cada vez que le
decían que estaba en un lugar mejor.
Will era la viva imagen de su madre. Rubio, de ojos azules y
tan alegre y risueño como Eliza.
Los dos habían constituido su mundo durante los cinco años
que permanecieron juntos, y ahora tendría que aprender a vivir sin
ellos.
Algo que se le antojaba insoportable.
Miró a sus tumbas por última vez, mientras las nubes negras
cubrían el cielo. Si los hubiera acompañado a ir de compras al
pueblo, en lugar de negarse por tener mucho trabajo, tal vez…
Sabía que el recuerdo de aquel día permanecería con él el
resto de su vida, como también la culpa por no haber estado con
ellos.
Quizá habría podido controlar el carro cuando el caballo se
asustó y corrió desbocado. Tal vez podría haberlo calmado o podría
haber cogido a su hijo entre sus brazos y así haberlo salvado.
Pero eso nunca lo sabría, y tampoco qué fue exactamente lo
que asustó al caballo. Un animal dócil, que se conocía el camino y
que nunca había dado muestras de ser asustadizo.
Pero ya nada de eso importaba. Los había descubierto
cuando, extrañado por su tardanza, fue a su encuentro.
Jamás olvidaría la visión de sus cuerpos ensangrentados
tirados en el suelo, inertes y silenciosos. Por mucho que en un
principio se resistió a creerlo, estaban muertos y solo pudo recoger
sus cadáveres del camino y recordarles cada día venidero, mientras
se preguntaba cómo habría sido todo de diferente si aún siguieran a
su lado.
Se colocó el sombrero despacio sobre su cabeza y se giró
para marcharse. Ya no podía hacer nada por ellos, como nadie
podría hacer nada por él.
Se marcharía a su rancho a seguir con su vida, aunque le
faltase un buen pedazo de su corazón. Este se quedaría enterrado
junto a su esposa y su hijo, y con el recuerdo de unos días felices
que nunca más volverían.
Capítulo 1
Colorado, 1889
Bajo el tibio sol de primavera, Molly cerró los ojos por unos
segundos.
Solo quería descansar unos minutos bajo las ramas del gran
árbol que había tras su casa. Era su lugar favorito del jardín, pues
no solo le ofrecía la comodidad de la sombra, sino una privacidad
que ella adoraba.
Suspiró somnolienta y se dijo que solo permanecería ahí un
instante más, pero la pesadez de su cuerpo negaba su voluntad.
Se sentía cansada al apenas haber dormido esa noche, y el
calor de la mañana hacía que se sintiera más decaída de lo normal.
Su falta de sueño no se debía al insomnio o a una pesadilla que la
hubiera mantenido despierta, como en otras muchas ocasiones, sino
a que se había levantado antes del amanecer para tenerlo todo listo.
No importaba que hoy fuera domingo y por lo tanto se
considerara un día de descanso. Para Molly, todos los días de la
semana eran iguales, pues cada uno de ellos estaba repleto de
tareas que debía realizar.
Hoy por ejemplo, su madrastra se había empeñado en que
hiciera un asado, seguido de una tarta de merengue. La favorita de
su hija Fanny. Una muchacha egocéntrica que se pasaba el día
bordando y tumbada al fresco junto a su madre, mientras Molly se
ocupaba de todas las labores.
Molly sabía que tras la muerte de su padre, hacía ya cinco
años, se había quedado sin nadie en el mundo que la cuidara. No
tenía familia que quisieran hacerse cargo de ella, ni un lugar al que
ir que no fuera la casa donde había nacido y que siempre creyó que
sería suya.
Pero todo eso cambió cuando su padre se casó con la viuda
Harrys y la trajo a la casa.
Desde el primer instante, Maybelle nunca fue una madre para
Molly, como tampoco fue una hermana para ella su hija Fanny.
Siempre la consideraron como una intrusa en su propia casa,
cuando habían sido ellas las que habían llegado sin nada más que
sus maletas.
Por supuesto, su padre nunca se enteró del desagrado de
Maybelle por su nueva hija, pues aquella tomaba buena precaución
de que él no lo notara. Fue sobre todo tras la muerte del hombre,
cuando Maybelle dejó de andarse con tapujos y convirtió a Molly en
la criada.
Según Maybelle, Molly tenía que ganarse su sustento con su
trabajo si no quería verse en la calle, y por eso debía ocuparse de la
limpieza de la casa, el mantenimiento de la ropa, la cocina y hacer la
compra para abastecer la despensa. Así como atender a los
caprichos de las dos mujeres.
Si bien el trabajo era duro, peor eran las humillaciones. Algo
que cada vez se le hacía más difícil.
Elevando su vista al cielo, Molly deseó que su padre aún
siguiera con ella, pues desde su muerte cada día había sido un
verdadero infierno.
Solo los domingos mientras ellas iban a la iglesia, Molly tenía
unos minutos para sentarse bajo el árbol, pero temía que cuando su
orondo y maleducado vecino la descubriera, solo le quedaría
permanecer encerrada en su cuarto.
Un vecino mucho mayor que ella, y que no había dejado de
atosigarla desde la muerte de su padre. Sin lugar a dudas, él sabía
que ahora no tenía a nadie que la protegiera, y no perdía la
oportunidad de arrinconarla siempre que tenía ocasión.
A su madrastra y a Fanny esta actitud las hacía reír, alegando
que una mujer como Molly no se merecía nada mejor que ser la puta
del apestoso vecino. Y así, mientras pasaban los días, Molly trató de
mantenerse apartada de la vista de ese hombre y salir no menos
posible a la calle.
Si por lo menos alguien del pueblo se preocupara por ella y le
diera trabajo… Pero lo había intentado todo y nadie quería
enemistarse con Maybelle. Sola y sin dinero, no tenía más remedio
que asentir a todas sus demandas, aunque por dentro ardiera de
rabia.
De pronto, escuchó el sonido de la calesa acercándose y supo
que Maybelle y Fanny regresaban de la iglesia. Su tiempo de
descanso había terminado.
Antes de que la vieran, se levantó de un salto y fue a su
encuentro.
—¿Tienes todo preparado? En cuanto nos refresquemos
queremos comer —le dijo en tono seco Maybelle nada más verla
aparecer por la esquina de la casa.
—Sí, señora —le respondió Molly, como Maybelle había
insistido que la llamara, y sin que esta pareciera escucharla.
Como era costumbre, Molly caminó tras ellas con la cabeza
gacha, pues a su madrastra no le gustaba que la alzara en su
presencia. Decía que era una muestra de orgullo, y que este se
quitaba a base de palos.
La espalda de Molly era testigo de ello.
Cuando llegaron a la casa, ambas mujeres le dieron sus
sombreros y chales para que Molly los guardara.
Estaba tan cansada de esa vida…
La mente de Molly voló hacia dos semanas atrás, cuando
encontró una copia de la revista The Marriage Times en la tienda
general.
Por suerte, había conseguido esconderla antes de que nadie
se diera cuenta y, desde entonces, la releía cada noche antes de
acostarse.
Había encontrado el anuncio de un ranchero de Montana que
buscaba una esposa joven, honrada y trabajadora. En el anuncio no
había nada que lo diferenciara de otros muchos, y sin embargo, algo
la impulsó a leerlo y a desear tener el coraje suficiente como para
contestarlo.
Se miró en el espejo de la entrada y comprobó que a sus
veintitrés años no estaba tan mal. No tenía la belleza de su
hermanastra Fanny, pero su pelo castaño claro y ondulado, así
como sus grandes ojos verdes, era algo que la hacía sobresalir
entre las demás muchachas. Incluso había visto cómo Fanny la
observaba mientras se peinaba su larga melena, y en su mirada era
evidente la envidia.
¿Pero sería lo suficientemente atractiva para gustarle a ese
ranchero?
El sonido de pasos en lo alto de la escalera la hizo regresar a
la realidad y se dirigió a la cocina antes de que la pillaran sin hacer
nada.
Una vez allí, sacó el asado del horno y comenzó a poner la
mesa en el salón para su madrastra y Fanny. Sobra decir que nunca
podía compartir la mesa con ellas, y estaba agradecida por ello. Es
más, estaba convencida que le sería imposible tragar un bocado en
su compañía.
En cambio, las servía como si fuera un lacayo y, solo después
de haber recogido todo, Molly podía comer su pequeña ración.
Pero ahora no quería pensar en cómo la hacía sentir eso, y se
limitó a preparar la mesa de la forma más elegante.
—¿No dijiste que tenías todo listo? —La voz autoritaria de su
madrastra la sobresaltó, ya que no esperaba que esta entrase en la
cocina. Un lugar que Maybelle detestaba y que, por ello, era una de
las estancias favoritas de Molly.
—Y lo está.
—No me respondas, jovencita. Recuerda el sitio que ocupas
en esta casa.
A Molly le habría gustado decirle que su lugar era el mismo
que ocupaba su hija, pues ella también era de la familia, pero
prefirió callarse, pues sabía que solo conseguiría una paliza.
La experiencia así lo aseguraba, y la inteligencia que por
suerte tenía, la hizo callar a tiempo y salir del salón con la mirada
hacia el suelo, justo como a Maybelle le gustaba.
Sin más, esta salió de la cocina, y cuando Molly llevó el asado
al comedor, su madrastra ya ocupaba la cabecera de la mesa, al
lado de Fanny.
—Mamá, ¿te has dado cuenta de lo sucia que está Molly? —
comentó Fanny con la misma naturalidad como si hablara del tiempo
—. ¿No creerá que podremos comer con ese olor?
—Tienes razón, hija. Es muy desagradable —le respondió la
mujer con una expresión fría en su cara—. Molly, acaba de servirnos
y márchate.
—Regresa a la pocilga donde te has estado revolcando —
añadió Fanny.
Molly se irguió ante el insulto y deseó poder meter la cabeza
de la muchacha en el plato del puré de patatas. En su lugar, terminó
de servir y se retiró como se lo habían ordenado, sobre todo, para
no caer en la tentación de hacer algo de lo que luego se
arrepentiría.
Se husmeó por encima y, si bien era cierto que estaba
sudorosa, algo lógico después de haber estado cerca del horno, su
olor no podría considerarse desagradable. Su ropa estaba limpia, al
igual que sus cabellos y su cuerpo, y nada indicaba que la
afirmación de Fanny estuviese justificada. Aunque, conociéndola,
seguro que solo lo había dicho para humillarla.
Comenzó a sentir cómo se humedecían sus ojos, pero se negó
a que pudieran verla llorar. Hacía tiempo que se había prometido
que no derramaría una lágrima delante de ellas y estaba dispuesta a
conseguirlo. En vez de eso, atravesó el pasillo y subió a su pequeña
habitación.
Una vez a solas, dejó escapar todo el dolor y las lágrimas, que
pronto comenzaron a bañar su rostro.
Mientras pensaba en lo que acababa de suceder, Molly supo
que no podía quedarse en aquel lugar por más tiempo. Tenía que
salir de allí. ¿Cómo se suponía que iba a vivir el resto de su vida de
esta manera?
Trepó con torpeza a su cama y buscó la revista bajo el colchón
de paja.
Las páginas se abrieron para revelar un par de anuncios que le
llamaron la atención.
Uno de ellos pertenecía a un acomodado granjero que vivía en
Texas. Tenía dos hijos pequeños que habían quedado huérfanos al
nacer. Los pequeños necesitaban una madre y el granjero una
esposa.
El anuncio del tejano era corto y directo. Si bien a Molly le
gustaba la idea de ser su esposa, había algo en ese mensaje que
no le atraía. Al menos, no tanto como el segundo.
Se trataba de un ranchero de Montana llamado John Norris.
Vivía en Rosebud y se había quedado viudo hacía cuatro años.
Buscaba una mujer trabajadora que compartiera su vida. Le
daría un techo, la cuidaría y solo el cielo sabría hasta dónde podrían
llegar juntos.
No es que esa oferta tuviera algo especial que la diferenciase
de las demás, pero, sin saber por qué, le interesó de una forma
especial.
Quizá fuese porque el señor Norris era un viudo que sabía lo
que era el sufrimiento y, cansado de ello, buscaba una esposa que
le sacara de su pesar.
De todos modos, su vida en Montana junto a ese ranchero no
podía ser peor que la que tenía ahora en Colorado.
No sabía si le gustaría su aspecto, pero por mucho que Fanny
y su madrastra se empeñaran en decirle lo fea y desastrosa que era,
ella sabía que podría conseguir con el tiempo el cariño de un
hombre.
Rápidamente, secó sus lágrimas y sofocó su sollozo. Si no
podía quedarse allí para siempre, al menos podría intentar empezar
de nuevo y seguir adelante en un lugar distinto.
Sin duda, cualquier cambio sería para mejor.
Decidida, Molly sacó una pluma estilográfica y comenzó a
escribir.
Capítulo 2
«Rosebud, Montana.
Querida señorita Baker, es mi deseo que se encuentre bien al
recibo de esta carta.
Me ha encantado recibir su carta de presentación
respondiendo a mi anuncio en The Marriage Times.
Mi anuncio decía todo lo que hay que decir. Estoy buscando
una esposa, cuanto antes mejor, y me gustó la carta que me envió.
Es mi deseo saber si querrá venir a Rosebud para contraer
matrimonio conmigo a su llegada.
Si, por alguna razón, piensa que no consideraría ser mi
esposa, por favor, tenga la amabilidad de escribirme y hacérmelo
saber para no malgastar mi tiempo y energía.
Con todo, hay un exitoso rancho esperando sus toques
femeninos en la casa y el jardín. Tendrá toda la ayuda que necesite,
pues es mi intención velar por usted.
Espero que esta carta no sea en vano y que pronto reciba una
respuesta favorable de su parte.
Sinceramente,
John Norris».
Más segura que cuando lo había visto por primera vez, Molly
acompañó al señor Norris hacia la iglesia.
Puede que él no le hubiera ofrecido el brazo, como un
caballero haría, pero ella no podía decir nada malo de él al haber
aceptado a Mary.
Sin lugar a dudas, eso indicaba su buen corazón y le daba
esperanzas de que fuera un buen marido.
Esperanzada, caminó a su lado mientras sostenía entre sus
brazos a Mary, teniendo que alargar los pasos para poder
mantenerse a su altura.
Molly sabía que el señor Norris estaba nervioso, por la forma
en que cerraba la mandíbula con fuerza y por cómo hacía todo lo
posible por no mirarla ni hablar con ella. Y no podía reprochárselo,
pues a pesar de sus buenos presagios, ella también se sentía
nerviosa al ser su boda tan inminente.
No estaba segura de lo que la esperaba al llegar a Rosebud,
pero jamás se hubiera imaginado que acabaría con un bebé en
brazos y casada esa misma mañana.
De todas formas, no podía quejarse, ya que todo podía haber
acabado mucho peor.
No tardaron mucho en llegar hasta la escalinata de la pequeña
iglesia circular. La construcción, que se encontraba a las afueras del
pequeño pueblo, justo al lado de la escuela, no debía de tener
muchos años.
A Molly le gustó enseguida, pues tuvo la sensación de que era
un lugar sencillo y pensado para gente campechana.
No habían hecho nada más que subir el primer escalón cuando
la voz de un hombre los detuvo en seco.
—John, espera —dijo un hombre a sus espaldas.
Al girarse, Molly pudo ver a un hombre que corría hacia ellos.
Él estaba bien vestido, era moreno y tenía el pelo liso. Parecía
conocer muy bien a su futuro esposo.
—Scott, creía que no iba a verte en toda la mañana —le dijo
John a modo de reproche.
—Estaba en el banco cuando me he enterado de todo —
respondió el desconocido cuando por fin se detuvo ante ellos.
Como respuesta, John alzó una ceja, como indicando que
habían pasado tantas cosas que no estaba seguro de lo que su
amigo sabía.
Pero al parecer, este caballero tenía más modales que su
futuro marido, pues se quitó el sombrero y le mostró una brillante
sonrisa a Molly.
—Me imagino que usted debe de ser la señorita Baker.
Ante su galantería, Molly se ruborizó e inclinó la cabeza
asintiendo, ya que no podía ofrecerle la mano al tener entre sus
brazos a Mary. Aun así, era la única bienvenida cálida que había
recibido desde que llegó al oeste y estaba agradecida.
—Así es. ¿Y usted es?
—Este es Scott Sanders, un buen amigo y el hombre que te
escribió en mi lugar —intervino John.
Nada más escucharlo, Molly soltó un jadeo, nada refinado,
pues no sabía cómo tomarse lo que acababa de escuchar.
La cara del aludido se ensombreció y pasó a mirar a John con
desaprobación.
—No hacía falta que fueras tan directo.
—¿Entonces es mejor que se lo oculte?
—No, pero has podido elegir otra ocasión, cuando estuvierais
a solas y más tranquilos.
—Pues yo creo que este es un momento tan bueno como
cualquier otro. Además, es mejor que sepa la verdad cuanto antes.
Molly los miró confundida. Por lo visto, el honrado señor Norris
ni siquiera buscaba a una esposa, y ahora estaba a su lado a las
puertas de la iglesia. Y para colmo, había aceptado cuidar a Mary.
O algo escapaba a su comprensión, o es que todos en ese
sitio estaban locos.
—Un momento, por favor. ¿Quiere alguien explicarme lo que
está pasando.
Ambos hombres dejaron de hablar y se la quedaron mirando.
—Discúlpenos, señorita Baker —comenzó a hablar Scott,
endulzando su tono—. Es cierto que fui yo quien contactó con usted,
pero lo hice por el bien de mi amigo. Él lleva años sufriendo por la
pérdida de su esposa y de su hijo, y pensé que un matrimonio
podría sacarlo de su soledad y…
—Basta, Scott —le cortó John en seco, visiblemente enfadado.
Ante todas estas revelaciones, Molly se quedó en silencio
mientras sus ojos permanecían abiertos de par en par.
—Es la verdad, John, como tú acabas de decir, la señorita
Baker merece saber por qué está aquí y qué se espera de ella.
—Y eso es algo que tendremos que hablar ella y yo en
privado, no en medio de la calle.
En ese momento, Scott miró a su alrededor, como si hasta
entonces no se hubiera dado cuenta de dónde estaban. Luego,
como si acabara de despertar de un sueño, miró a Mary.
—Así que los rumores son ciertos. ¿Y qué hacéis a las puertas
de la iglesia?
John movió la cabeza, pero la reacción de Molly fue mucho
más directa.
—¿Qué rumores?
—Vamos a casarnos —acabó diciendo John al mismo tiempo
que Molly, desafiando a su amigo a que dijera algo.
Scott miró primero a Molly y luego a John, y de inmediato se
formó una amplia sonrisa en su boca. Acto seguido, se lanzó hacia
su amigo para felicitarle.
—¡Enhorabuena! —afirmó mientras sacudía enérgicamente la
mano de John.
—¿Qué rumores? —insistió Molly al ver que no le había
respondido.
Scott se giró hacia ella y, al verla, pareció recordar que le
había hecho una pregunta.
—Sobre el recién nacido y la forastera. Jamás pensé que fuera
usted la mujer de la que todo el mundo habla.
—¿Están hablando de mí?
Scott ya se había vuelto hacia su amigo para seguir con las
felicitaciones, pero se contuvo y volvió a mirar a Molly.
—Bueno, no diría que hablan exactamente de usted. —Y
volviendo su atención sobre John, le estrechó la mano—. No sabes
cuánto me alegro que hayas entrado en razón. Ya verás cómo el
matrimonio te sentará muy bien. Aunque Sally se enfadará cuando
se entere de que te has casado sin avisar a nadie.
—Lamento interrumpirle de nuevo, señor Sanders —dijo Molly
—, pero ¿puede decirme lo que se rumorea de mí en Rosebud? ¿Y
quién es Sally? Las preguntas comenzaban a amontonarse.
—Será mejor que le cuentes todo, antes de que mi futura
esposa pierda la paciencia —dijo John—. Al parecer, la señorita
Baker tiene carácter y no querrás ser el primero en Rosebud en
descubrir lo que es capaz de hacer cuando se enfada.
La voz de John parecía tranquila. Era como si se estuviera
tomando todo este asunto a broma o como si no le importara lo que
estuviera pasando. Era exasperante.
—No hay mucho que contar. Como ya he dicho, se rumorea
sobre una forastera que se encontró un recién nacido entre la
basura.
—¿Eso es todo? —preguntó Molly, incrédula, al haberse
imaginado toda clase de chismes.
—Bueno, según tengo entendido, esto pasó hace apenas una
hora, puede que Rosebud sea pequeño, pero necesitamos un poco
más de tiempo para que empiecen a circular los cotilleos más
jugosos sobre este asunto.
—No le hagas caso, Molly —declaró John—. Nadie dirá nada
malo de ti porque no has hecho nada reprochable. Más bien todo lo
contrario. Y estoy seguro de que te ganarás el respeto de todos por
haber sido tan compasiva.
Molly no sabía si estaba más sorprendida por que la hubiera
llamado por su nombre o porque le hubiera hecho un cumplido.
Es más, hacía tanto tiempo que nadie le decía algo agradable,
que estuvo a punto de soltar unas lágrimas. Por suerte, en ese
momento Mary decidió despertarse y comenzó a hacer ruiditos,
llamando su atención.
Esa mañana estaba siendo la más extraña de su vida, así
como la más fascinante. Se preguntaba si a partir de ahora su vida
sería así, pues no estaba segura de poder soportar tanta emoción a
diario.
Sin poder evitarlo, Molly sonrió, ya que parecía que su nueva
vida en Montana iba a ser de todo menos aburrida.
—¿Entramos en la iglesia? —Escuchó decir a John, y cuando
Molly alzó la cabeza, se dio cuenta de que se lo preguntaba a ella.
—Por supuesto —respondió.
Si esta iba a ser su nueva vida, estaba deseosa de que
empezara cuanto antes.
Capítulo 8
Un mes después
Durante el resto del día, todos los hombres del rancho, así como
voluntarios del pueblo y el propio John, hicieron indagaciones sobre
el forastero y buscaron cualquier pista sobre la desaparición de
Mary.
Todo Rosebud se había indignado al saber la noticia, y no
dejaban de llegar muestras de apoyo tanto para Molly como para
John.
Pero Molly apenas prestaba atención a todo el barullo que se
había formado en el rancho, y permanecía en el interior de la casa,
custodiada por una Guadalupe que no la dejaba sola.
La mujer se esforzaba para que Molly estuviera tranquila, y no
permitía que la atosigaran o que le metieran en la cabeza falsas
esperanzas. Y aunque Molly no parecía darse cuenta, le estaba
agradecida por su preocupación, pero no podía evitar ir hacia la
puerta cada vez que venía un jinete, por si este traía noticias o era
John.
Su marido se había marchado hacía una hora a comprobar él
mismo las huellas que se alejaban del lugar donde había estado
Mary, y desde entonces lo estaba esperando intranquila.
Si bien desde la desaparición de la pequeña, John había
estado organizando la búsqueda desde la casa, había llegado a un
punto en que tuvo que marcharse y comprobar por él mismo las
huellas que habían encontrado.
Molly comprendía que lo estuviera consumiendo el no poder
salir él a buscarla personalmente. Lo sabía porque ella misma tenía
ese desasosiego, y se sentía una inútil al no poder hacer otra cosa
más que rezar por su pequeña.
El sonido de unos cascos al galope acercándose a la casa
hicieron que Molly se levantara de su asiento en la cocina y saliera
corriendo hacia la puerta de entrada.
Resignada, Guadalupe suspiró y miró el consomé que ahora
se enfriaba sobre la mesa. Le había costado horas conseguir que
Molly aceptara probarlo y, cuando ya parecía más calmada y
receptiva a comer un poco, todo se desmoronó.
—Parece que viene alguien —dijo Molly cuando ya salía de la
cocina.
—Podía haber esperado unos minutos —farfulló Guadalupe
ante la inoportuna visita. Aunque debía reconocer que ella misma se
moría de ganas por saber algo de la pequeña y entendía la agitación
de Molly.
Desde la puerta, Molly observó al jinete que se acercaba, y
cómo John, junto a un par de hombres, salían a su encuentro desde
detrás de la casa. Indudablemente, regresaban de comprobar las
huellas.
Molly también observó que John había apostado un hombre
armado para resguardar la puerta de la casa, pues este la saludó
llevándose su mano al sombrero cuando la vio salir. Luego, el peón
se apartó y le dejó paso, y Molly pudo ver perfectamente que en sus
manos llevaba un rifle.
—¡Quédate en la puerta junto a Erick! —le gritó John en
cuanto la vio aparecer.
Él mismo se había colocado frente a las escaleras que subían
al porche, como si le indicara al jinete que tendría que pasar por
encima de él para llegar hasta la casa.
Molly agradeció la preocupación de John por ella, aunque
ahora, lo que más le urgía era saber quién era ese jinete y qué
quería.
—Parece que es Scott —volvió a gritar John a nadie en
particular, cuando el jinete estuvo lo bastante cerca como para
identificarlo.
Un minuto después, Scott llegó a donde ellos se encontraban,
alzando una nube de polvo al frenar en seco.
—Traigo noticias —soltó incluso antes de bajar de su caballo.
—Vallamos al cobertizo a hablar.
—John Norris. Ni se te ocurra mantenerme apartada de esto —
afirmó enfadada Molly mientras se les acercaba a zancadas.
John no pretendía ocultarle a ella lo que averiguase, pero
creyó mejor que antes supiera él la noticia. De esa manera quizá, al
contársela él, podría minimizar los daños si había descubierto algo
doloroso.
Scott pareció darse cuenta de lo que su amigo pretendía hacer
y de sus motivos, y se adelantó unos pasos para hablar con él.
—No pasa nada, John. Lo que tengo que decir puede
escucharlo Molly.
Durante unos segundos, John pareció debatir si debía o no
arriesgarse, pero al ver cómo Scott lo miraba convencido, y que
Molly esperaba de brazos cruzados, aceptó sin poner objeciones.
—Está bien. Entonces entremos en casa.
Sin más, los tres se dirigieron al interior y fueron a la cocina.
—¿Qué has descubierto? —preguntó John nada más entrar,
mientras Molly volvía a su asiento y apartaba a un lado el consomé.
—Como sabes, he ido al rancho de Curtis para preguntarle si
había visto algo extraño esta mañana. —La mirada que le dirigió a
John le dijo que también había ido a averiguar si conocía al
pistolero.
John asintió dando a entender que había captado el doble
sentido de sus palabras.
—Pues resulta que Curtis no está ni en el rancho ni en
Rosebud.
—¿Cómo que no está? No ha podido desaparecer —preguntó
John enfadado mientras Molly los observaba sin perderse detalle.
—Según una de sus criadas, se ha ido esta mañana a Helena.
—¿A la capital? No tiene sentido, ¿qué iba a hacer Curtis en
Helena?
—La mujer me dijo que él tenía un negocio urgente que
requería de su presencia.
John bufó, cada vez más convencido de que Curtis estaba
implicado en el secuestro.
—Es la mayor sarta de mentiras que he escuchado en años —
aseveró con enojo.
—¿Se sabe algo del sheriff? —preguntó Scott.
—Aún no, Frank mandó a uno de los muchachos a buscarlo. El
alguacil asegura que si lo encuentran donde dijo que iba a estar,
tardarán dos días entre llegar, localizarlo y regresar.
—Entiendo.
Durante unos segundos, ambos hombres permanecieron en
silencio, como si estuvieran recapacitando sobre los nuevos datos.
—Entonces… —La voz estrangulada de Molly llamó la
atención de ambos—. ¿Qué quiere decir todo eso?
John se le acercó, se puso delante de ella de cuclillas y le
cogió las manos.
—Eso significa que Curtis sabe algo y se ha marchado para
ponerse a salvo.
—Pero ¿por qué iba a querer secuestrar a Mary? Si está
implicado y se descubre, irá a la cárcel. ¿Qué sale ganando con
eso?
John le apretó las manos y suspiró, pues Molly tenía razón y
mucho se temía que este asunto iba a acabar mal.
—No creo que Curtis esté pensando con claridad. Como tú
dices, no es lógico que secuestre a Mary para conseguir lo que
quiere…
—El pedazo de tierra.
—Así es —respondió John.
—¿Pero de qué le sirve esa tierra si a acaba en la cárcel?
El silencio de John y su mirada asustada le dieron la respuesta
a Molly.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó ella.
Sin poder remediarlo, Molly comenzó a llorar, pues no le
gustaba cómo podía acabar todo.
—Tranquila, Molly —le dijo John mientras acariciaba sus
manos.
—¿Cómo puedes pedirme que esté tranquila, cuando ese loco
ha secuestrado a Mary para castigarte? Puede hacer lo que quiera
con ella…
—No creo que sea tan tonto —intervino Scott—. Una cosa es
que una niña desaparezca y se le pueda culpar a él, y otra que
tenga que responder por un asesinato.
Al escuchar la palabra asesinato, el llanto de Molly se agravó,
y John tuvo que abrazarla para intentar consolarla.
—Como dice Scott, no será tan tonto —le dijo él—. Seguro que
solo pretende asustarme para que le venda las tierras.
—Tienes que hacerlo, John. Mary es más importante que esas
tierras.
—Lo sé, Molly. Y estoy dispuesto a firmar lo que sea con tal de
que nos devuelva a Mary.
Si antes ella no estaba convencida de sus sentimientos por su
esposo, ahora lo estaba. Lo amaba. Solo así se explicaba el
estallido de sensaciones que se produjo en su corazón cuando lo
escuchó decir que vendería sus preciosas tierras a cambio de una
niña a la que apenas conocía, y que le había sido impuesta.
Sabía que ese no era el momento de preguntarse si también
haría lo mismo por ella, y si la creería más importante que sus
tierras.
Necesitando de alguna manera sofocar ese amor, Molly se
lanzó al cuello de John, que la recibió con un cálido abrazo. Solo
entonces ella pudo volver a respirar y a tener la esperanza de que
aquello fuera una estrategia para asustarles y que John firmara.
—Ojalá todo termine pronto —susurró Molly con la cabeza
apoyada en el hombro de su esposo.
—Probablemente —dijo John—, mañana mismo estará aquí
con unos documentos redactados por unos abogados de Helena
para que yo los firme.
—¿Eso crees? —le preguntó Molly, más esperanzada.
—¿Para qué si no ha ido a Helena? Además, querrá tener todo
solucionado para cuando venga el sheriff.
Molly asintió visiblemente calmada. El abrazo de John le había
sentado bien al haber alejado parte de su tensión.
Comenzó a limpiarse las lágrimas de la cara al mismo tiempo
que se repetía a sí misma que pronto terminaría todo y tendría a
Mary de nuevo a su lado.
—Encárgate de ella, Guadalupe —le pidió John a la mujer, que
no tardó en obedecer.
—Intentaré que coma un poco de consomé —le dijo la
empleada mientras se acercaba a Molly.
A John no se le escapó la mirada que Guadalupe le lanzó ni
cómo se había mantenido callada en un rincón de la cocina.
Tampoco tenía dudas sobre lo que pensaba Scott.
—Vayamos fuera —le susurró John a este para que Molly no
se enterara, pues ahora ella estaba hablando con Guadalupe.
—Hay más, ¿no es así? —le preguntó Scott cuando ambos
estaban en el porche y John contemplaba el sol, que pronto se
escondería para dar paso al crepúsculo.
—No necesitaba a un pistolero para secuestrar a una recién
nacida —declaró John—. Tampoco tiene sentido que lo haga por un
pedazo de tierra, si tiene que arriesgarse a acabar en la cárcel.
—Entonces, ¿qué crees que pretende hacer?
—No tengo ni idea —contestó John—. Y por eso estoy tan
asustado.
—No crees que mañana regrese y todo se solucione… —
afirmó Scott mirando también al horizonte.
—Algo va a pasar mañana, pero que me cuelguen sí sé qué va
a suceder. Lo único que sé es que todo este asunto se le ha ido de
las manos a Curtis y, al no estar el sheriff, nos toca a nosotros
solucionarlo.
—Sabes que puedes contar conmigo —dijo Scott, serio.
—Lo sé. Y si no fuera porque sé que no estoy solo me habría
vuelto loco.
La palabra loco cobró vida en su mente como si fuera la única
que tuviera sentido en todo este enredo.
Curtis tendría que estarlo para haber hecho algo así. Por
desgracia, todo apuntaba a que ese era el caso, pues era el único
motivo que podía explicar que matara a unas vacas para hacerle
vender unas tierras, que lo amenazara con documentos falsos y
ahora que secuestrara a un bebé para conseguir una pequeña
parcela, en comparación con el resto de tierras que poseía.
Loco, era sin duda la clave, y nada podía acabar bien cuando
se trataba con locos.
—Dios todopoderoso, ayúdanos —rogó alzando la vista al
cielo, pues solo un milagro podría hacer que las cosas se
solucionasen.
Y mientras este pensamiento se lo llevaba el viento, el sol
daba paso a una noche que nunca olvidarían.
Capítulo 15
[1]
Hormiga en idioma Navajo.
[2]
Plantas típicas de los barrancos de Montana.