El documento describe el desarrollo de la doctrina cristiana a lo largo de la historia como una tradición viva. Explica que la comprensión de Jesús ha crecido a medida que los creyentes viven su fe en nuevas situaciones y contextos culturales, expresando la fe de maneras apropiadas para su época. También destaca que cada generación debe responder a la pregunta "¿Quién dice que soy yo?" en función de sus propias experiencias y desafíos.
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El documento describe el desarrollo de la doctrina cristiana a lo largo de la historia como una tradición viva. Explica que la comprensión de Jesús ha crecido a medida que los creyentes viven su fe en nuevas situaciones y contextos culturales, expresando la fe de maneras apropiadas para su época. También destaca que cada generación debe responder a la pregunta "¿Quién dice que soy yo?" en función de sus propias experiencias y desafíos.
El documento describe el desarrollo de la doctrina cristiana a lo largo de la historia como una tradición viva. Explica que la comprensión de Jesús ha crecido a medida que los creyentes viven su fe en nuevas situaciones y contextos culturales, expresando la fe de maneras apropiadas para su época. También destaca que cada generación debe responder a la pregunta "¿Quién dice que soy yo?" en función de sus propias experiencias y desafíos.
El documento describe el desarrollo de la doctrina cristiana a lo largo de la historia como una tradición viva. Explica que la comprensión de Jesús ha crecido a medida que los creyentes viven su fe en nuevas situaciones y contextos culturales, expresando la fe de maneras apropiadas para su época. También destaca que cada generación debe responder a la pregunta "¿Quién dice que soy yo?" en función de sus propias experiencias y desafíos.
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Una tradición viva
Una semilla germina y se convierte en árbol frondoso. La
chispa de una idea madura hasta hacerse un pensamiento ple namente desarrollado. El joven enamorado descubre profun didades cada vez más hondas de su amada, pero le resultan inefables; con todo, las palabras de amor, una vez pronuncia das, hacen más intensa la relación. La nueva interpretación de una ley revela algo más de su riqueza original. Todas estas experiencias han servido para iluminar el desarrollo doctri nal, ese cambio en la herencia intelectual cristiana que tiene lugar cuando los seguidores de Jesucristo viven su fe en nue vas situaciones. La comprensión de Jesús crece mediante la oración y la reflexión en el contexto de nuevas iniciativas y respuestas dadas por la comunidad de creyentes. Diferentes maneras de expresar el significado de la fe se han desarrolla do de acuerdo con las variaciones culturales. De este modo, la doctrina se profundiza. Tanto si tomamos la imagen del mundo de la naturaleza como la de la psicología humana o el orden social, las analogías del árbol, el enamorado o la inter pretación de la ley sugieren algo vivo en la historia, apuntan a una vigorosa comunidad de fe que transmite, no una tradi ción muerta, sino una tradición viva. Con esto no pretendemos sugerir que el desarrollo doc trinal sea una imparable marcha triunfal que, en línea recta, va de una verdad a otra; todo lo contrario: la memoria histó rica muestra desvíos, pasos atrás y flagrantes olvidos de la comunidad en la asimilación de su herencia. Pero sí quere mos centrar la atención en el hecho de que los creyentes cris- tianos, guiados por el Espíritu de Dios, a lo largo de dos mil años nunca han dejado de expresar su fe en Jesucristo, su afecto por él y la comprensión de su significado con palabras y hechos coherentes con los tiempos y lugares en que vivían. El desarrollo de la historia de esta comunidad implica, pues, dos elementos: lo viejo con lo nuevo, o lo que nos ha sido dado históricamente con la actual forma de entenderlo. Al principio de un ensayo sobre la educación, el pensador religioso judío Martin Buber escribió estas cautivadoras lí neas que nos ofrecen otra analogía para nuestra situación como comunidad con una tradición viva: «La raza humana empieza en cada hora. Es algo que olvi damos con demasiada facilidad ante la imponente realidad de la vida pasada, de la llamada historia universal, del hecho de que cada niño nace con una determinada disposi ción de origen histórico, es decir, heredada de las riquezas de toda la raza humana; y también nace en una determina da situación de origen histórico, es decir, producida a par tir de las riquezas de los acontecimientos mundiales. Este hecho no debe ensombrecer otro no menos importante, a saber: que, a pesar de todo, en esta hora como en todas las demás, lo que no ha sido invade la estructura de lo que es, con diez mil rostros que nadie había visto antes, con diez mil almas aún por crecer, pero dispuestas a hacerlo -un acontecimiento creador como nunca lo hubo, la novedad que surge, el poder potencial original-. Esta potencialidad, que fluye sin control, aunque gran parte de ella se despil farra, es la realidad niño: este fenómeno de unicidad, que va más allá del mero hecho de engendrar y nacer, es el don de recomenzar una y otra vez»*.
En esta apasionada descripción del potencial creativo de
los nuevos seres humanos se destaca la importancia tanto de lo antiguo como de lo nuevo. Cada niño o niña recibe la ri queza del mundo a la vez que ofrece al mundo algo que nun
* Martin B uber, «Education», en Between Man and Man, Macmillan,
New York 1966, p. 83. ca se había visto antes. Como comunidad con una tradición viva, los cristianos se sienten igualmente privilegiados. Los creyentes de hoy reciben una herencia enormemente rica, tejida de luchas y avances de la nube de testigos que los pre cedieron, y deben a la vez testimoniar la buena nueva hacién dola creíble para su propio mundo y su propio corazón. Para evitar el estancamiento y que la fuente se seque, una tradi ción viva debe ser transmitida en buenas condiciones. Todo esto sirve para presentar la disciplina teológica que reflexiona sobre el significado de Jesucristo. Ya en los pri meros siglos del cristianismo tenemos un sorprendente ejem plo del desarrollo doctrinal en una Iglesia viva. Y también se da hoy en la teología católica una actividad que indica que el desarrollo todavía no ha concluido. A menudo se aborda este tema planteando la pregunta sobre Jesús como él mismo hace en los evangelios sinópticos. En la narración de Marcos se dice: «Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesárea de Filipo, y por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”. Ellos le dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elias; otros, que uno de los profetas”. Y él les preguntaba: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”» (Marcos 8,27-29).
La mayoría de los cristianos conocen la respuesta de Pe
dro: «Tú eres el Cristo» (v. 29); y la de Marta: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» (Juan 11,27); y las respuestas de las primeras generaciones de dis cípulos, cuyas reflexiones forman el testimonio neotesta- mentario. Pero la pregunta no se agota con estas respuestas. Se repite a lo largo de los siglos y pide la contestación de cada generación de creyentes y de cada discípulo. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Esta pregunta no es la única mane ra de abordar el tema del significado de Jesús, y hay momen tos, como veremos, en que podría no ser la mejor. Pero es una buena pregunta y nos invita a pensar tanto personal como colectivamente. La cuestión propiamente dicha no es académica, sino que surge de una experiencia de salvación. A la persona que se encuentra con Jesucristo le sucede algo extraordinariamente bueno. Fundamentalmente, pone en orden su relación con Dios. Y, en consecuencia, consigo misma, al recuperar su integridad interior y experimentar la sanación del cuerpo y del espíritu. Además, mejoran sus relaciones con los demás, y la paz se convierte en una posibilidad real. La persona experimenta un nuevo impulso, rebosante de esperanza en el futuro; una esperanza incluso contra toda esperanza. La comunidad surge de la unión de aquellos que han recibido de este modo los dones del Espíritu de Cristo. Dado el profun do impacto de Jesucristo en sus vidas, de inmediato se pre guntan: ¿quién es él? La experiencia de salvación que viene de Dios en Jesús hace que la persona de Jesús resulte suma mente interesante. La respuesta a esta pregunta tampoco ha sido académica. En la fe y la piedad personales, en la doctrina oficial, en la liturgia y en la forma de vida de la gente, la respuesta es siempre una cuestión de fe. Como la fe de un pueblo pere grino está siempre históricamente inculturada, los discípulos de todas las generaciones han formulado sus respuestas en modelos de pensamiento e imágenes comunes en sus respec tivas culturas. También la Iglesia universal ha pronunciado su respuesta cristológica en cada época como un acto eclesial. Todos y cada uno de los creyentes sentimos hoy que hemos sido configurados por las respuestas de nuestros padres en la fe. Herederos de dos mil años de una tradición viva, somos como «pigmeos a hombros de gigantes», que podemos ver a lo lejos gracias a la estatura de aquellos que nos han trans mitido la tradición. Ahora llega nuestro tumo. Nuestro tiem po se enfrenta a nuevas crisis, demandas y desafíos críticos, y el significado de Jesucristo se intensifica de nuevo al afron tar las necesidades en diversos lugares del mundo. Como per sonas bautizadas que recibimos la gracia del Espíritu Santo que mora en nosotros, se nos pide que demos nuestra res puesta cristológica personal de palabra y de obra; también a la Iglesia universal se le pide que responda con el lenguaje de nuestro tiempo. Nosotros no vamos a contestar al margen del tejido de la Iglesia, sino fieles a la verdad transmitida por una tradición viva. Un breve recorrido por la historia pondrá de relieve aquello que nuestros antepasados en la fe nos han legado con sus respuestas a la cuestión cristológica, y desta cará aquellos factores que, en el mundo, han dado un nuevo impulso al continuo proceso de búsqueda de una respuesta.
1. Cristología bíblica (siglo i d.C.)
Todo empezó con un encuentro, cuando las mujeres y los
varones judíos del siglo i entraron en contacto con el predi cador itinerante Jesús de Nazaret, judío como ellos, que fue aclamado como profeta poderoso en obras y palabras. Su predicación hacía hincapié en que la salvación viene de Dios, en que Dios está al lado de los pequeños, de los marginados, incluso de los pecadores, y les promete una nueva vida. A la luz de la salvación que llega, todas las personas, sin importar su status, son llamadas a la conversión y a abrir sus corazo nes para recibir la misericordia de Dios. Para los poderosos, esto exige un cambio del corazón y de la actitud hacia sus hermanos y hermanas. Jesús expresó esta buena nueva que predicaba en forma de parábolas orales y la representó con parábolas vividas. Al sentarse a la mesa con los pecadores, al sanar los sufrimien tos corporales y espirituales de la gente y al criticar con auda cia a las autoridades represoras, ofreció de formas concretas la promesa de vida para todos. A su alrededor reunió a muje res y varones llamados a ser sus discípulos, que seguirían sus pasos y compartirían sus esfuerzos en nombre del reino de Dios. Al cabo de poco tiempo fue rechazado por la mayoría de los jefes religiosos de su propia religión. Después de ser arrestado y torturado en la cárcel, fue ejecutado públicamen te por las autoridades civiles. Los discípulos que lloraban su muerte sintieron que estaba vivo de una manera nueva. ¡Dios lo había resucitado! Presente por el poder del Espíritu Santo, continúa siendo aquel a través del cual el amor compasivo de Dios se derrama sobre el mundo para sanar las penas y la alienación, para vencer el pecado e incluso la muerte. Los discípulos experimentaron cómo la salvación que venía de Dios a través de Jesús se manifestaba en todas las dimensiones de sus vidas. Predicaron la buena nueva y su frieron por ello. Expresaron lo que Jesús significaba en sus vidas anunciando su historia como la de un Viviente. Dado que los primeros discípulos fueron judíos, releyeron sus Es crituras buscando en ellas ayuda para interpretarlo. Descu brieron la promesa divina encamada en figuras como la del Mesías, el Hijo de Hombre, el Siervo Sufriente, la Sabiduría, el Hijo de Dios, etcétera. Usaron estos símbolos evocadores para explicar el significado de Jesucristo e incluso emplearon algunos de ellos como títulos cristológicos. Así fueron des cubriendo que la vida de Jesús, y especialmente la cruz, daban un nuevo significado a los símbolos. Por ejemplo, el Mesías dejó de ser simplemente el rey victorioso del linaje de David, y pasó a ser el crucificado y resucitado. En los años cuarenta y cincuenta del siglo i se formaron por todo el mundo mediterráneo comunidades de creyentes que reflejaban diferentes características, coherentes con sus diversos contextos culturales y sociológicos (judíos o genti les, perseguidos o en paz, de provincias o cosmopolitas). Al gunos de sus miembros tomaron la pluma para poner por escrito cómo entendían a Jesús con interpretaciones configu radas por la predicación y otras experiencias de sus Iglesias locales. Esto dio como resultado una diversidad de matices en las respuestas a la pregunta básica: ¿Quién decís vosotros que soy yo? Algunas de las respuestas clave son:
Pablo: Jesús es el Cristo crucificado y resucitado.
Marcos: Jesús es el Mesías sufriente. Mateo: Jesús es el nuevo Moisés, maestro de la nueva ley. Lucas: Jesús, lleno del Espíritu Santo, es el Salvador de todos. Juan: Jesús es la Palabra de Dios hecha carne.
Estos escritores -diferentes por lo que respecta a la cul
tura, el lugar y el tiempo en que viven, y también por los temas en los que insisten- ponen de manifiesto que desde el principio hubo más de una cristología en la comunidad cris tiana. Todos profesaban la misma fe, pero cada uno de ellos la expresaba de manera distinta. Al unir sus escritos, se for maron las Escrituras cristianas, fundamento de la cristología actual porque transmiten la memoria y el testimonio de las primeras comunidades.
2. Cristología conciliar (siglos n-vn)
Cuando la Iglesia se extendió por el mundo helenístico más
amplio, empleó, tanto en la predicación como en el pensa miento, categorías filosóficas propias de la cultura medite rránea. La filosofía griega se basaba en el conocimiento de la forma de actuar o funcionar de las cosas para plantear la cuestión de lo que las cosas son en sí mismas, formulándolo en términos como «naturaleza», «subsistencia» y otros. Mientras que las primeras comunidades bíblicas se habían concentrado en lo que Dios había hecho por ellas a través de Jesús y, en consecuencia, en quién era Jesús desde una pers pectiva funcional, las posteriores comunidades helenísticas, compuestas en su mayoría y casi exclusivamente por gentiles (no judíos), empezaron a preguntarse por Jesús desde una perspectiva ontológica. Dicho de otro modo: de la proclama ción de su actividad -Jesús salva- pasaron a hacerse pregun tas por el orden del ser: ¿quién es él en sí mismo, y cómo ello le permite actuar como nuestro Salvador? Sabían que venía de Dios, pero su reflexión les llevó a preguntarse cuál era su relación su relación con el Dios uno y único, llamado Padre. ¿Hay dos Dioses? Impensable. ¿Es Jesús un dios menor? Es posible; pero entonces ¿cómo podría realmente salvar? ¿Cómo podría Jesucristo ser Dios, y Dios Padre ser Dios y, no obstante, que sólo hubiera un único Dios? Además, se agudizaron las cuestiones referentes a su relación con la raza humana. Si de verdad procede de Dios, ¿es un hombre ver dadero? ¿Es su cuerpo realmente de carne y hueso? ¿Tiene un alma humana, con una auténtica psicología humana? Si no es así, ¿es la encamación sólo aparente? Pero si es así, ¿hay en él realmente dos personas, una humana y otra divi na? Si es verdaderamente humano, ¿cómo podemos conside rarlo a la vez verdaderamente divino y, no obstante, una per sona? Todas estas preguntas se formularon en el lenguaje de aquel tiempo y, en consecuencia, los cristianos se implicaron en las controversias. El debate sobre la identidad de Jesucristo se animó de tal forma que un obispo, al volver de comprar un trozo de pan, escribió que «¡hasta el panadero quería discutir acerca de si había una o dos naturalezas en Cristo!». Había dos tendencias en litigio. Por una parte, unos que rían minimizar cualquier identificación entre Dios y el ser humano Jesús, ya que, al fin y al cabo, éste es tan sólo una criatura. Es, indudablemente, una criatura superior -afirm a ba el sacerdote Arrio-, pero Dios no puede compartir su ser con nada finito o limitado. Llamar «Dios» a Jesús sería des honrar a Dios, al mezclar lo divino con las limitaciones de la carne. Así, «Dios» se aplica a Jesús sólo como título de cor tesía. En el año 325, en el concilio de Nicea, los obispos de Oriente declararon que este enfoque era falso. En el credo que escribieron -e l credo niceno, que aún hoy se recita y se canta en la Iglesia- se confiesa que Jesús es «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre». Si esto no fuera cierto, sostenían, Jesús no nos salvaría, porque el peca do es tan fuerte que ninguna criatura puede vencerlo: «sólo Dios salva». Por otra parte, algunos pensadores hicieron tanto hinca pié en la divinidad de Jesús que perdieron de vista su huma nidad real. Algunos ejemplos muestran cuán lejos llegó esta tendencia: «Cuando comía, no lo hacía para conservar la salud de su cuerpo, que se mantenía unido por una energía sagrada, sino con el fin de que los que estaban con él no concibie ran una opinión diferente de él» (Clemente de Alejandría). «Nuestro Señor sintió la fuerza del sufrimiento, pero sin dolor; los clavos que agujerearon su carne pasaron como un objeto pasa a través del aire, sin dolor» (Hilario de Poitiers). «Los seres híbridos se forman cuando diferentes propieda des se combinan en un ser; por ejemplo: de un burro y una yegua nace un mulo, y la mezcla del blanco y el negro pro duce el color gris. Pero ningún ser mixto contiene los dos extremos íntegramente, sino sólo en parte. Ahora bien, en Cristo hay un ser que es mezcla de Dios y hombre; por consiguiente, ni es totalmente hombre ni sólo Dios, sino una combinación de Dios y hombre» (Apolinar, obispo).
El concilio de Constantinopla, celebrado en el año 381,
consideró también que esta afirmación era falsa. Los obispos de Oriente argumentaron que Dios nos salva asumiendo todo lo que pertenece a la naturaleza humana; lo que no es asumi do en la encamación no queda redimido. De este modo, la auténtica e integral humanidad de Jesús se convierte en una verdad salvífica. Entre estas dos tendencias extremas, la Iglesia luchó por mantener un reconocimiento pleno de la identificación de Jesús tanto con Dios como con los seres humanos. Como escribiera el papa León i, «negar la verdad de la naturaleza humana de Cristo es un mal tan peligroso como negarse a creer que su gloria es igual a la del Padre». Finalmente, en el año 451, tras años de debates y episodios de conductas poco decorosas, el concilio de Calcedonia afirmó esta verdad de fe. En términos helenísticos, los padres conciliares confesa ron que Jesucristo es «consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humani dad», «verdaderamente Dios y verdaderamente hombre [compuesto] de alma racional y cuerpo», uno y el mismo Cristo manifestado en dos naturalezas que confluyen en una sola persona.
3. Cristología medieval (siglos xi -xvi)
Durante este periodo no hubo grandes controversias sobre
Cristo, aunque sí aparecieron algunos debates menores. El cambio principal se debió a la introducción del nuevo proce so de razonamiento y síntesis propio de la escolástica. En el contexto sociológico del feudalismo, Anselmo de Canterbury investigó por qué Dios se hizo hombre y tuvo que morir para salvamos: ¿acaso no pudo hacerlo de una manera distinta? Con una argumentación brillante Anselmo sostiene que Jesu cristo muere para satisfacer por el pecado, evitando así que el orden universal se altere para siempre. En las universidades, nuevo escenario de la teología, los maestros explicaron el esquema de las dos-naturalezas-en- una-sola-persona con la ayuda de la filosofía de Aristóteles, recientemente redescubierta. Imbuidos de piedad, algunos pensadores quisieron honrar a Jesucristo razonando según el principio de perfección, de acuerdo con el cual no era correc to negar a la naturaleza humana de Cristo ninguna perfección que pudiera haber tenido. Consiguientemente, lo considera ban el perfecto marino, el perfecto matemático, ¡incluso el perfecto canonista! Al final de este periodo, los reformadores protestantes pidieron que se abandonasen las especulaciones metafísicas escolásticas sobre la constitución intema de Cristo, con el fin de volver a una confesión de Jesucristo más existencial y fun damentada en la Biblia, pues fue él quien nos alcanzó la sal vación en la cmz, y su gracia nos salva ahora sin mérito algu no de nuestra parte. Lutero argumentó que conocer a Cristo es conocer sus beneficios, no los intríngulis del dogma. 4. Cristología post-tridentina (siglos xvi-xx)
Frente a la amenaza de la Reforma y, con ella, la amenaza del
mundo moderno que se encaminaba hacia la democracia y retaba a las autoridades tradicionales, la Iglesia católica asu mió una postura principalmente defensiva. Se atrincheró para proteger su gran herencia y, en general, se negó a abordar las nuevas preguntas planteadas por el mundo moderno. Junto a otras áreas de la teología, la cristología se organizó en forma de tratados o manuales en los que cada tesis doctrinal iba seguida de determinadas deducciones lógicas; todo ello esta ba sostenido por argumentos clásicos, y a cada elemento se le asignaba un peso teológico específico. Este formato se prestaba a la memorización, incluso cuando su contenido no resultara inteligible. En los Estados Unidos el formato del manual se adaptó al modelo de pregunta-respuesta del Balti more Catechism, una herramienta catequética que enseñó las respuestas cristológicas oficiales a generaciones de niños inmigrantes. La aridez de este enfoque intelectual se com plementaba con una rica vida de piedad que incluía la devo ción al Sagrado Corazón, el «via crucis» y otras prácticas de piedad centradas en Jesús.
5. A punto para la renovación (1951)
En 1951 se conmemoraba el concilio de Calcedonia, que
quince siglos antes había reconocido que Jesucristo era «verdaderamente Dios y verdaderamente hombre», dos natu ralezas en una sola persona. Este aniversario marcó clara mente el inicio de una renovación en la cristología católi ca, pues muchos estudios realizados por investigadores de todo el mundo trataron de buscar el significado original de las afirmaciones de aquel concilio, descubriendo nuevos sen tidos que habían quedado excluidos de la interpretación neo- escolástica. Entre los numerosos ensayos conmemorativos escritos aquel año, el redactado por el teólogo Karl Rahner, titula do «Calcedonia, ¿fin o principio?», ha tenido un impacto duradero. Al revisar el panorama del pensamiento católico, Rahner constató que la cristología estaba paralizada y en un estado lamentable. El uso de manuales que explicaban a Cristo aplicando una lógica deductiva daba la impresión de que lo conocíamos de una forma completa y definitiva. Esto impedía que aparecieran nuevas perspectivas. Además, el enfoque de los tratados tendía a ignorar la riqueza de la Escritura con su narración de los acontecimientos de la vida de Jesús, tales como su bautismo, las oraciones que dirigía a Dios y el abandono en la cruz. Todo ello había quedado rele gado a la devoción o a la meditación y no influía en los esfuerzos intelectuales realizados para entender y confesar a Jesucristo. La cristología se limitaba a repetir la vieja inter pretación neoescolástica sobre las dos naturalezas en una sola persona, sin una genuina comprensión contemporánea. El resultado de la suma de todos estos elementos fue que la cris tología, por lo general, hizo caso omiso de la verdadera huma nidad de Jesucristo, en la que está implicada una verdad bíbli ca y dogmática. Como señal de que la cristología estaba mori bunda, Rahner aplicó el interesante criterio de la controversia: «En la cristología católica», se lamentaba, «hay muy pocas controversias vivas -¿hay alguna en realidad?- que apasionen y exciten el interés existencial del cristiano ferviente. Hemos hecho del dogma calcedonense un fin en sí mismo, pero siempre debería ser considerado un principio de reflexión, ya que introduce la riqueza del misterio de la presencia de Dios en el centro de nuestra historia de sufrimiento». Desde 1951, los importantes cambios producidos tanto dentro como fuera de la Iglesia han reavivado la pregunta «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». El concilio Vaticano n, si bien no se centró de manera significativa en la cristología, sí exhortó a la Iglesia a dialogar con los gozos y las tristezas, las esperanzas y las angustias del mundo moderno. Cuando quisimos entablar este diálogo, nos encontramos con un mundo muy distinto del mundo medieval, donde el diálogo, en general, había estado presente por última vez. En la histo ria intelectual moderna de Europa destacan tres cambios que han ejercido particular influencia en la teología católica desde el concilio y, por consiguiente, en la cristología. En primer lugar, desde el punto de vista cronológico, está la llamada «vuelta al sujeto». Este cambio, asociado con la obra del filósofo alemán Immanuel Kant, centra por comple to la atención en la persona humana como sujeto libre en el proceso de su devenir. En consecuencia, la experiencia hu mana se convierte en una importante norma del conocimien to humano, lo cual pone en cuestión el predominio de la autoridad y la tradición. A este cambio se suma la fascina ción por la historia y los métodos históricos, por el modo en que se han formado las cosas a lo largo del tiempo. Cuando esta vuelta al sujeto afectó a la cristología, susci tó el interés por las experiencias originarias de la fe, un inte rés real por Jesús como auténtico sujeto humano, una perso na real de la historia con sus rasgos personales y su propia vida. También despertó un renovado interés por las experien cias de los discípulos que fundaron la fe cristiana y por nues tras experiencias como seguidores de Jesús hoy en día. Todo ello plantea la siguiente pregunta: ¿qué tiene que ver Jesu cristo con que nosotros lleguemos a ser personas plenamen te humanas y libres? El segundo cambio importante implica la vuelta a la ne- gatividad de muchas experiencias humanas. Dos guerras mundiales, el Holocausto, el Gulag, el colonialismo, la codi cia y el narcisismo del capitalismo, la tortura como instru mento de la política de Estado, la opresión política, el «apartheid», la crisis ecológica, la amenaza del desastre nu clear...: estos y otros males han hecho que centremos la aten ción en el sufrimiento de las personas en la historia y en quie nes actualmente son víctimas de la misma. El pensamiento actual muestra una nueva sensibilidad tanto hacia lo irracio nal como hacia la patología humana, individual y social. En la cristología, el impacto de este cambio se percibe en la recuperación de la relevancia del ministerio de Jesús con su predicación sobre el reino de Dios, un símbolo con impli caciones sociales y políticas. La interpretación de la cruz trata de descubrir el significado de esta pregunta: ¿por qué Jesús no murió de forma natural, sino que fue ejecutado? También se ha redescubierto el valor de lo demoniaco y lo apocalíptico como elementos simbólicos de pensamiento. La buena nueva de que Dios viene a salvamos adquiere un nuevo y específico poder. En el método cristológico se pro duce un cambio completo cuando se plantea esta pregunta: ¿de qué modo la praxis, el «hacer la verdad en el amor», o la acción en pro de la justicia, se convierten en un camino de conocimiento de Jesucristo? Un tercer cambio trascendental es la transformación de todo el planeta en un mundo pequeño e interconectado. Des de las telecomunicaciones hasta los medios de destrucción masiva, todos los pueblos y todos los seres vivos se ven afec tados por las acciones de todos. Nos percatamos de cuán interdependientes somos, aun cuando todavía no disponemos de las estmcturas necesarias para aprovechar y desarrollar esta realidad en una dirección positiva. Mientras unos tratan de dominar, otros luchan por una nueva humanidad transcul tural en la que se valoren las particularidades étnicas y, al mismo tiempo, la raza humana sea apreciada como única. En este contexto, las religiones se reencuentran y caen en la cuenta de la sabiduría de cada una de ellas, especialmente frente a los poderes mortíferos de este mundo. En la cristología, este cambio de conciencia ha dado ori gen a una nueva serie de preguntas: ¿qué significa la unici dad de Jesucristo como Salvador del mundo en el encuentro con las religiones del mundo? ¿Es posible creer que Dios ha actuado decisivamente en Jesucristo para salvar a todo el mundo y, al mismo tiempo, creer que judíos, musulmanes, hinduistas, budistas y personas de otras confesiones religio sas pueden continuar siendo lo que son, siguiendo los cami nos de salvación en que se encuentran? ¿Quién decimos que es Cristo, habida cuenta del hecho de que millones de perso nas no siguen ningún camino religioso y, no obstante, espe ramos que serán salvadas por la misma misericordia de Dios revelada en Jesucristo? En los capítulos siguientes exploraremos la respuesta que la teología está dando a estos grandes cambios en la expe riencia y la conciencia humanas. La confluencia de la expe riencia contemporánea con la herencia de la fe no es fácil. La comunidad católica tiene ahora en la cristología sobradas controversias, vivas y apasionadas, que despiertan el interés de los cristianos. ¡Rahner sería hoy un hombre feliz! Estos debates sobre la interpretación de Jesucristo son signos de una tradición viva en una Iglesia que, con su fe, ha salido del gueto en que se encerró y ha entablado un auténtico diálogo con los problemas contemporáneos. Desde mediados del siglo xx, los temas de cristología han ido surgiendo de mane ra más o menos secuencial, como olas que rompen en una playa. Al estudiar estos nuevos desarrollos de la cristología, no lo hacemos por mero interés intelectual -aunque constitu yen una fascinante historia-, sino, sobre todo, porque, guia dos por la Escritura y la tradición que nos transmiten la fe de nuestros antepasados, tenemos la responsabilidad de contes tar a la gran pregunta cristológica aquí y ahora: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
* * * Bibliografía
De entre la inmensa bibliografía sobre Jesucristo, se ofrecen
las siguientes obras como guía para los lectores que deseen seguir profundizando en algún aspecto en particular. Una de las visiones de conjunto más accesibles de la tradición teoló gica católica sobre Jesucristo es la de Gerard S loyan, The Jesús Tradition: Images o f Jesús in the West (Twenty-Third Publications, Mystic [cn ] 1986). Por su parte, George Tavard, Images o f Christ: An Enquiry into Christology (University Press of America, Lanham [md ] 1982), trata el mismo tema de una forma más técnica. En un contexto más amplio, Jaroslav P elikan , Jesús Through the Centuries: His Place in the History o f Culture (Yale University Press, New Haven [cn ] 1985 [trad. cast.: Jesús a través de los siglos, Herder, Barcelona 1989]), presenta un fascinante y ameno estudio de dieciocho imágenes de Jesús en relación con las cambiantes costumbres culturales. El dinamismo del desarrollo de la cristología bíblica de los nombres de Jesús es recogido por James D.G. D unn , Christology in the Making: A New Testament Inquiry into the Origins o f the Doctrine o f the Incarnation (Westminster, Philadelphia 1980). La diversidad de las cristologías del Nuevo Testamento es presentada en una prosa clara por Regi- nald F uller y Pheme P erkins, Who is this Christ? Gospel’s Christology and Contemporary Faith (Fortress, Philadelphia 1983). Jerome N eyrey , Christ is Community: The Chris- tologies o f the New Testament (Glazier, Wilmington [dl ] 1985), explora esta diversidad desde el punto de vista de las ciencias sociales que interpreta los textos partiendo de los tipos de comunidades que los produjeron. Las disputas en tomo a los primeros concilios ecuméni cos y sus decisiones en el ámbito de la cristología se exponen en la obra de J.N.D. Kelly, Early Christian Doctrines (Harper & Row, New York 1978) y Jaroslav Pelikan, The Emergence o f the Catholic Tradition (University of Chicago Press, Chicago 1971). Richard N orris, The Christological Controversy (Fortress, Philadelphia 1980), ha editado los textos originales pertinentes. Es muy útil el texto de Francés Y oung , From Nicea to Chalcedon: A Guide to the Literature and Its Background (Fortress, Philadelphia 1984). Uno de los más accesibles ejemplos de razonamiento escolástico en cristología sigue siendo C urD eus Homo?, de san A nselmo (ed. inglesa: Why God became Man?, Magi Books, Albany [n y ] 1969), estructurado como un diálogo entre el sabio Anselmo y su discípulo Boso, que le hace las preguntas. La obra de Zachary H ayes , The Hidden Center: Spirituality and Speculative Christology in St. Bonaventure (Paulist, New York 1981), capta la esencia de esta mezcla única en otro destacado escolástico medieval. Dada la sepa ración entre las universidades y el pueblo, buena parte de la cristología se desarrolló en las expresiones devocionales. Jesús in Christian Devotion and Contemplation (trad. de Paul Oligny, Abbey Press, St. Meinard [in ] 1974) presta par ticular atención a los enfoques medievales y de las postrime rías del medievo. Véanse también los ensayos de John M eyendorff, «Christ as Savior in the East», pp. 231-252, y Bemard M c G inn , «Christ as Savior in the West», en (Bemard McGinn et al. [eds.]) Christian Spirituality: Origins to the Twelfth Century (Crossroad, New York 1985), pp. 253-259; y Ewert C ousins, «The Humanity and the Passion of Christ», en (Jill Raitt [ed.]) Christian Spirituality: High Middle Ages and Reformation (Crossroad, New York 1987), pp. 375-391. Marc Lienhard , en Luther, Witness to Jesús Christ (Augsburg, Minneapolis 1982), rastrea los temas y las etapas de desarrollo en la cristología del Reformador. Un excelente ejemplo de la cristología católica anterior al Vaticano n es el texto de Karl A dam , El Cristo de nuestra fe (Herder, Barcelona 19724); su precoz intento personal de destacar la humanidad de Cristo se halla en Cristo nuestro hermano (Herder, Barcelona 19787), donde se puede percibir que fue escrito antes de la renovación bíblica. El ensayo esencial donde Karl R ahner analiza las dificultades que atraviesa la cristología y sugiere un camino hacia delante se titula «Problemas actuales de cristología», Escritos de Teología 1 (Taurus, Madrid 1961), pp. 169-222. Otro análisis de la mis ma situación se encuentra en Yves C ongar, Christ, Our Lady and the Church (Longmans, Green, London 1957). Una de las mejores descripciones de las influencias mo dernas en la cristología y el debate sobre Jesucristo después del concilio nos la ofrece William M. T hompson, The Jesús Debate: A Survey and Synthesis (Paulist, New York 1985), que también hace sus propias sugerencias constructivas en favor de una cristología de amor, justicia y paz. También es interesante -tanto por lo que revela como por lo que no reve la- la encuesta de George G allup, Who Do Americans Say T h a tl Am? (Westminster, Philadelphia 1986).