Fiestas Solemnes - Lib
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23, 25 y 16
Las fiestas judías eran celebraciones que tenían lugar en días especiales en los cuales
se ofrecían sacrificios, se hacían ofrendas, se leían algunos Salmos y se hacían algunas
oraciones. Estos días fueron establecidos por una autoridad divina, a quien ellos
adoraban, Dios.
Los hebreos celebraban varias fiestas sagradas al año a las que denominaban "santas
convocaciones" (literalmente, "los tiempos fijados de reunirse").
El vocablo hebreo traducido "fiesta", tiene dos significados: "una ocasión señalada" y
"fiesta". Por regla general eran ocasiones de un día o más de duración en que los
israelitas suspendían sus trabajos para reunirse gozosamente con Jehová. Se ofrecían
sacrificios especiales según el carácter de la fiesta (Núm. 28, 29) y se tocaban las
trompetas mientras se presentaban los sacrificios de holocausto y de paz.
Fueron instituidas como parte del pacto de Sinaí (Ex. 23:14-19). Todos los varones
israelitas estaban obligados a ir a Jerusalén anualmente para participar de las tres
fiestas de los peregrinos: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. Técnicamente
hablando no todas las convocaciones santas eran fiestas, pero seis de ellas eran
ocasiones para gozarse y disfrutar de las bendiciones divinas; sólo una se celebraba con
tristeza. En el cristianismo también es así. Gran parte de la vida en Cristo es gozosa y el
mandato apostólico es: "regocijaos en el Señor siempre" (Fil. 4:4).
El propósito principal de las fiestas: lograr que los israelitas tuvieran presente que
eran el pueblo santo de Dios. Se encuentra la palabra "santo" diez veces en el capítulo
23 de Levítico, recalcando el propósito de las fiestas. También se destaca el número
sagrado "siete" que significa “totalidad, culminación o perfección". El sistema de las
fiestas sobre el ciclo de siete:
El séptimo día era de descanso.
El séptimo año también era de descanso.
El séptimo año sabático era seguido del año del jubileo.
El séptimo mes era especialmente sagrado, con tres días de fiesta
Había siete semanas entre pascua y Pentecostés.
La fiesta de la pascua duraba siete días.
La fiesta de los tabernáculos duraba siete días.
Así las fiestas solemnes debían contribuir a que la santidad penetrase en la totalidad de
la vida del pueblo de Dios.
La celebración de las fiestas solemnes demandaba sesenta y siete días del año, en los
cuales los israelitas debían dejar sus trabajos y entregarse al culto a Dios. Así tenían la
oportunidad de ponerse en contacto con su Creador. Dios nunca quiso que las
convocaciones llegasen a ser un rito formalista y vacío. En varias ocasiones los profetas
reprendieron severamente a los israelitas por celebrarlas así. El gran propósito divino de
las fiestas era espiritual: la reunión gozosa de la nación con su Dios Jehová.
3. La pascua y los panes ácimos (sin levadura). Levítico Cap. 23:5-8: Era una de las tres
convocaciones anuales (pascua, Pentecostés y tabernáculos) en que todos los hombres
hebreos tenían que ir a Jerusalén para participar en su observación. Esta celebración
tiene lugar a principios del mes de abril, en el calendario gregoriano, a la vez que
constituye el momento más importante del calendario judío. Mediante esta celebración,
Israel recuerda el fin de la esclavitud de sus antepasados en Egipto. Durante esta jornada,
las familias se reúnen para compartir el tradicional cordero pascual, acompañado de
tortas de pan sin levadura. Con ellas, se rinde homenaje a aquellos israelitas que, al huir
precipitadamente de los dominios del faraón, no tuvieron tiempo de fermentar el pan.
Se celebraba la salida de Egipto y la redención efectuada con el cordero pascual (Ex.
12:1-13:10) y por lo tanto se consideraba una de las fiestas más importantes del
calendario hebreo. Durante los siete días de la fiesta no se permitía que los israelitas
tuvieran en casa pan con levadura indicando así que la nación redimida no debía vivir en
pecado. Se mataba el cordero y se lo comía en la noche del primer día de la fiesta.
Muchos estudiosos piensan que Jesús reemplazó esta fiesta por la santa cena (Lucas
22: 7-20), siendo Él mismo “la pascua sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7).
La fiesta de la pascua señalaba el comienzo de la siega de la cebada. La cebada
maduraba unas tres semanas antes que el trigo. Una vez que los israelitas entraran en
Canaán, tendrían que llevar una gavilla al sacerdote como ofrenda de las primicias y
después de eso podrían segar y comer la cosecha (23:9-14; Ex. 23:19; Núm. 28:26; Deut.
26:1-3). Así los judíos reconocían que recibían las bendiciones materiales de Jehová.
El primer día de la semana después de la pascua, el sacerdote presentaba la gavilla
meciéndola ante Jehová, el Sustentador de su pueblo. La ofrenda de las primicias es una
hermosa figura profética de Cristo “primicias de los que durmieron” (1 Cor. 15:20). Él
resucitó de los muertos el primer día de la semana. Por esto se cambió el día de reposo
del séptimo día al primero de la semana (Hech. 20:7; 1 Cor.16:2). En Apoc. 1:10 se le
llama “el día del Señor”. Lo interesante es que Cristo fue crucificado durante la semana
de la celebración de la pascua y resucitó el primer día de la semana siguiente.
4. La fiesta de las Semanas o Pentecostés. Levítico Cap. 23: 15-21: En la época de Jesús
se denominaba “Pentecostés”, palabra griega que significa “quincuagésimo”, pues caía
siete semanas o cincuenta días después de la pascua. Esta fiesta marcaba el fin de la
cosecha de trigo (Ex. 23:16), y se ofrecían a Dios las primicias del sustento básico de los
israelitas. Así como la pascua le recordaba a Israel que Dios era su Redentor, de igual
manera la fiesta de las semanas le recordaba que Jehová era también su Sustentador,
el dador de toda buena dádiva.
El Espíritu Santo fue derramado sobre los ciento veinte discípulos en la fiesta de
Pentecostés. Resultó que tres mil personas se convirtieron bajo la ungida predicación de
Pedro. Eran las primicias de una gran cosecha de almas.
5. La nueva luna y la fiesta de las trompetas. Lev. 23:23-25; Núm. 28: 11-15; 29: 1-6: El
son de las trompetas proclamaba el comienzo de cada mes, el cual, se llamaba la luna
nueva (Núm. 10:10). Se observaba la nueva luna ofreciendo sacrificios por pecado y
holocaustos acompañados de oblaciones de presente (Núm. 28: 11-15).
El primer día del séptimo mes del año religioso estaba designado como la fiesta de las
trompetas. Marcaba el fin de la estación de cosecha y el primer día del año nuevo del
calendario civil. Se celebraba entre los hebreos con gran festividad y gozo, y era introducida
con son de trompetas. Se ofrecían sacrificios y no se permitía en él trabajo servil alguno. El
motivo de la fiesta era anunciar el comienzo del año nuevo y preparar al pueblo para el
clímax de las observancias religiosas, la celebración del día de la expiación y la de la fiesta
de los tabernáculos.
Para nosotros, las trompetas anuncian la segunda venida de Cristo y el comienzo de la fiesta
perpetua de los redimidos (1 Tes. 4:16, 17; 1 Cor. 15:52). Al fin de la cosecha de almas,
cuando "haya entrado la plenitud de los gentiles, vendrá de Sion el Libertador" (Rom. 11:25,
26). ¡Aleluya!
6. El día de la Expiación. Levítico Cap. 16 y 23: 26:32: Era el día más importante del
calendario judío. Se llamaba yoma “el día”. Era la corona y punto culminante de todo el
sistema de sacrificios “Isaías 53 es la profecía mesiánica”. Lo que es Levítico 16 al entero
sistema mosaico de tipos, la flor más perfecta del simbolismo mesiánico”. En el día de la
expiación, el sumo sacerdote reunía todos los pecados de Israel acumulados durante el año
y los confesaba a Dios pidiendo perdón. Sólo él podía entrar en el lugar santísimo y hacer
expiación sobre el propiciatorio del arca. Lo hacía solamente una vez por año, el día de la
expiación.
a. Los preparativos. El pueblo no debía trabajar. Debían afligir sus almas ayunando,
demostrando así humildad y tristeza por su pecado. El sumo sacerdote se bañaba
completamente, simbolizando su purificación espiritual. No debía vestirse con las
magníficas vestiduras de colores como en otras ocasiones, sino llevar la túnica de
lino blanco que representaba la pureza absoluta, el requisito para entrar en la
presencia del Dios Santo. El vestido blanco y limpio simboliza la justicia perfecta de
Jesucristo, nuestro gran sumo sacerdote.
b. Aarón hacía una expiación por sus propios pecados y por los de los otros
sacerdotes: sacrificaba un becerro y llevaba la sangre en un tazón. Con un
incensario lleno de brasas encendidos del altar del incienso y con sus puños llenos
del incienso, entraba en el lugar santísimo. Inmediatamente ponía el incienso sobre
las brasas para que el humo perfumado cubriera el propiciatorio. Así sus pecados
eran cubiertos y no moría. El incienso simboliza la oración que subía a Dios por el
perdón de pecados. Luego rociaba la sangre siete veces sobre e propiciatorio, en el
lugar santo y sobre el altar de bronce, expiando los pecados del sacerdocio y sus
faltas al ministrar en el lugar santo.
c. Aarón hacía expiación por el pueblo: Los dos machos cabríos elegidos para el
sacrificio ya habían sido traídos al tabernáculo. Aarón echaba suertes sobre los
animales; una suerte para Jehová, y otra para Azazel. Sacrificaba Aarón el macho
cabrío sobre el cual caía la suerte por Jehová. Ya había entrado en el lugar santísimo
para expiar sus pecados y ahora de la misma manera hacía expiación por su pueblo.
Luego ponía sus manos sobre la cabeza del animal vivo y confesaba todas las
iniquidades de Israel. El macho cabrío era enviado al desierto para no volver nunca.
Entonces Aarón lavaba sus vestidos, se bañaba y se vestía. Ofrecía carneros como
sacrificios del holocausto.
Los israelitas construían enramadas y vivían en ellas para acordarse de los años en que
habían morado en tiendas. Era una fiesta gozosa. "Os regocijaréis delante de Jehová
vuestro Dios por siete días" (23:40). El primer día, los israelitas llevaban ramas de
palmeras y de otros árboles frondosos en la mano regocijándose en el Señor. El motivo
era recordar que Dios les había ayudado, les había dado gracia para soportar los
sinsabores y pruebas del peregrinaje y les había traído a la tierra que fluía leche y miel.
En el último día de la fiesta, se celebraba la provisión sobrenatural de agua en el desierto
(Juan 7: 37-39).
La fiesta de las tiendas o tabernáculos nos enseña que es un deber cristiano regocijarse
en el Señor acordándonos siempre de la bondad de Dios que nos ayuda en nuestro
peregrinaje. Algún día los peregrinos estarán en el cielo, "vestidos de ropas blancas, y
con palmas en las manos", regocijándose en la salvación de su Dios y del Cordero (Apoc.
7:9-10). Los sinsabores del peregrinaje ya serán una cosa pasada y las victorias serán
motivo de gozo inefable.
8. El año sabático. Cap. 25:1-7: Al entrar en la tierra prometida, los israelitas deberían
pasar un año de cada siete sin sembrar ni cosechar. La tierra debía descansar. Lo que
produjera la tierra espontáneamente aquel año sería para todos, tanto para las bestias
como para los hombres. Dios daría cosechas abundantes el sexto año para que no fuera
necesario trabajar al año siguiente (25:18-22). Los hebreos debían perdonar a sus
deudores pobres y poner en libertad a los esclavos (Deut. 15li-li; Ex. 21:2-6). Así
recordaban los israelitas que Dios les había liberado de la servidumbre de Egipto.
Sin embargo, no sería un año de ociosidad. Según la instrucción mosaica, los sacerdotes
y levitas les debían enseñar la palabra de Jehová y la ley (Deut. 31:10-13). No hay indicio
de que la nación haya observado esa ley, y ese desacato fue uno de los motivos del
cautiverio babilónico (2 Crón. 36:21).
9. El año de jubileo. Cap. 25:8-22: Además de observar los años sabáticos, los israelitas
debían celebrar el año de jubileo, es decir, dos años seguidos de descanso cada
cincuenta años. Debían pregonar libertad a los esclavos hebreos, devolver al dueño
originario la tierra que habían adquirido de él y perdonar las deudas de otros. Así se
ponía freno al deseo desmedido de acumular bienes materiales y se impedía que hubiera
extremos de pobreza y riqueza.
Al citar Isaías 61:1-2 en la sinagoga de Nazaret, Jesús anunció que había venido para
proclamar "el año de la buena voluntad de Jehová" (el año de jubileo). Se cumple en la
redención y libertad de los cautivos; esto será consumado en la segunda venida de Cristo
con la resurrección de los suyos y la liberación de la creación misma de la esclavitud de
la corrupción (Rom. 8:19-23).