Oro Incienso y Mirra

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 9

ORO, INCIENSO Y MIRRA

Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron y


abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” Mateo 2:11.

A pesar de que son diversos los comentarios sobre los “magos” de Oriente que visitaron
a Jesús a pocas horas de nacido, aprendemos mucho de ellos y de su actitud adoradora.
Prefiero aceptar la tesis de algunos estudiosos de que estos hombres eran reyes de países
lejanos; científicos estudiosos de la astronomía. Fue así como estudiando las estrellas, el
Espíritu Santo les mostró que un evento sorprendente tendría lugar en Israel; el
nacimiento del Rey de Reyes y Señor de Señores. Es realmente emocionante la
determinación de estos magos de Oriente. Ellos claramente expresaron: “¿Dónde está el
Rey de los judíos, que ha nacido?. Porque su estrella hemos visto en el oriente y
venimos a adorarle” (verso 2).
Ellos se habían propuesto adorar a Jesús. Su esfuerzo de viaje era mayúsculo; un
grandísimo sacrificio. Su meta era en verdad impactante viniendo de hombres de
autoridad y riquezas: “venimos a adorarle”. No tenían otra opción, sólo querían verle,
conocerle y adorarle. Aleluya.
Su devoción e intención adoradora sacudió a Herodes, hizo tambalear su reino y le
provocó a indagar sobre el Mesías. La adoración genuina y determinante sólo para Dios,
afectará a reinos y poderosos. Estos querrán ahogarla y destruir el motivo de nuestra
adoración (a Cristo), pero no lo podrán lograr. Pablo el apóstol lo afirmó: “¿Quién me
podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro?”.
Los magos de oriente nos muestran algunas características de los adoradores que
agradan al Padre. Veamos

a) Reconocieron a Jesús como el Rey de los judíos.

b) Reconocieron a Jesús como el Verbo encarnado de Dios.

c) Determinación total para adorar a Jesús.

d) Decisión plena de rendirse con su autoridad como reyes ante Jesús (reconocieron Su
Suprema Autoridad.)

e) Entendimiento de los tiempos y señales divinas.

f) Eran dirigidos hacia la presencia de Jesús por el Espíritu Santo (a través de la


estrella).

g) Se gozaron en llegar ante Él (con muy grande gozo).

h) Doblaron las rodillas ante Él y pusieron su rostro en tierra en humillación ante el


Señor.

i) Le adoraron fervientemente.

j) Le manifestaron su adoración, abriéndole sus tesoros y dándole presentes (lo mejor


que tenían).
k) Fueron obedientes al Espíritu Santo.

l) Guardaron con celo a la persona de Jesús.


Es interesante notar tantas cosas hermosas en un episodio bíblico tan corto. Pero lo más
relevante de todo este suceso son los presentes puestos a los pies de Jesús: Oro, incienso
y mirra.
Estos tres elementos son esenciales para darle al Señor la más sublime y excelente
adoración. Será necesario tomar cada uno de éstos y analizarlo con el deseo profundo de
incorporarlos cada día más a nuestra vida de comunión e intimidad con Dios. Amén.

I.- Oro
El oro es uno de los metales (sino el primero) más valiosos del mundo. Bíblicamente
hablando, el oro es símbolo de las cosas más preciadas del carácter y personalidad de
Dios, de Cristo, la Iglesia y el hombre.
El oro es símbolo de: realeza, dignidad, autoridad y soberanía. Representa gobierno,
posición, absolutismo y dominio. Este metal es una representación del carácter firme del
hombre, y de su reinado.
El oro da seguridad, influencia e identidad al que lo posee.
En el libro de Mateo vemos a los Reyes de Oriente abriendo sus tesoros a Jesús. Ellos le
darían de lo mejor que poseían. Esto es profundamente bello. Trajeron desde lejos todos
sus tesoros para adorarle y al verlo, pusieron a sus pies lo más significativo, valioso y
profético: El Oro, que en el contexto señalado representa la rendición total de su
influencia, poder, autosuficiencia y dominio a los pies de Jesús. El oro como presente a
los pies de Cristo significaba que los Reyes tomaban su realeza, posición y dignidad y la
sometían al GRAN REY. Toda su identidad, rango, seguridad e influencia la cedían a
Cristo. Dicho de otra forma, ellos se sometían, se sujetaban y en obediencia total
rendían sus coronas a Jesús. Aleluya.
Existe hoy un craso error en la Iglesia del Señor Jesucristo al considerar livianamente
que adoración es sólo música y cantos a Dios. No. La música y el cántico son parte de
nuestra devoción a Él y deben ser la consecuencia continua de nuestra comunión
personal con el Todopoderoso. Amén.
Adorar implica más que cantar; es rendición total, entrega, sometimiento y
reconocimiento de la máxima Autoridad en Jesús.
Todo lo que implica el oro debe ser puesto a los pies del Mesías; sólo así nuestro
cántico será aceptado por el Padre. El acto de los magos de oriente al tomar el oro y
adorar con éste al Señor, yo lo resumo en una sola palabra: “Obediencia”. Este es el
ingrediente esencial en la vida devocional de un adorador. Sin la obediencia a Dios, a su
Palabra y Autoridad y a su Santo Espíritu, nuestra ofrendas y alabanzas, sólo son fuego
extraño que se disipa antes de llegar a Su Trono.
Obediencia es el oro rendido a los pies del Creador. Jesús nos muestra este factor
trascendental de la adoración excelente con su vida rendida y sujeta al Espíritu.
Él, Jesús, es el Máximo Adorador, la Máxima Ofrenda aceptada por el Padre y Él es el
Cordero Inmolado.
Por lo que padeció, aprendió la obediencia, afirmó Pablo. El mismo apóstol nos provoca
a vivir bajo el mismo sentir que guió la vida de Cristo (Filipenses 2), la obediencia al
Padre. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo en Cristo Jesús, el cual, siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz...” (versos 5-8).
Hay miles de personas que se acercan todos los días ante el Señor para adorarle,
creyendo que esto sólo tiene que ver con entonar algunos himnos o Salmos, aunque sus
corazones estén llenos de rebelión, altivez y soberbia. Sus vidas son un reservorio de
murmuración a la autoridad delegada por Dios y no tienen la menor intención de
someter sus vidas a las autoridades de una Iglesia, menos al Espíritu Santo. Lo triste de
todo es que creen que porque cantaron, adoraron. Esta lamentable equivocación se
repite con líderes de alabanza, músicos y predicadores. Ellos no miran su carácter ni su
corazón al exaltar al Señor.
Cuando Jesús moría en la Cruz del Calvario, antes de entregar su espíritu al Padre dijo:
“consumado es”. Esta expresión previa a su muerte implicaba que todo lo que Dios
Padre le encomendó hacer, lo hizo obedientemente. La obra fue perfecta por su
obediencia total. Aleluya.
La mayor y mejor ofrenda a Dios por el hombre fue Su Sangre derramada. Él llevó
sobre sí el pecado de todos los mortales. Murió por ellos y por Su Obediencia salvó a
los humanos.
Si tan sólo entendiésemos este secreto de adorar a Dios con oro; obediencia plena,
rendición total, veríamos miles de propósitos divinos cumplirse por doquier. Como los
reyes de oriente hoy, abramos nuestros tesoros y pongamos a sus pies, en obediencia,
nuestro oro. Amén.

II.- INCIENSO
El incienso era la sustancia aromática que se quemaba en el Tabernáculo de Moisés y en
el Templo de Salomón sobre el altar de oro del incienso. Sólo podía ser preparado a
través de la fórmula dada por Dios a Moisés según Éxodo 34-36 y era para uso
exclusivamente sagrado. Tenía un simbolismo en sí mismo muy profundo y espiritual.
Tenía que ser quemado en el santuario cada día y cada noche como ofrenda agradable al
Señor. El incienso acompañaba necesariamente a cierto tipo de ofrendas al Señor como
parte de ellas (símbolo de la adoración), a las ofrendas de harina, primicias y a los panes
de la proposición (Levítico 2:1, 2, 15; 24:7).
El incienso era ofrecido una vez al año en el Lugar Santísimo en la Fiesta de la
Expiación (Día del Perdón) Levítico 16:12-13.
Dios, como medida disciplinaria, castigaba a los que no ofrecían el incienso ante Él,
según sus ordenanzas. Recordemos la muerte de Coré y sus seguidores y la lepra del rey
Uzías por ofrecerlo mal a Dios, al igual que Nadab y Abiu (Levítico 10:1-2). El incienso
ofrecido era sólo para Jehová, el cual se encendía en ira cuando Israel lo ofrecía a otros
dioses paganos en los lugares altos. Tanto Isaías (Isaías 66:2-3) y Jeremías (Jeremías
6:19-20), señalaron que Jehová rechazaba el incienso ofrecido si el corazón del
ofrendante no era recto.
El incienso era un símbolo de la oración, según ambos Testamentos (Salmo 141:2;
Apocalipsis 5:8) y era algo muy preciado y costoso. El incienso también era obtenido a
alto precio para perfume, de árboles de Arabia y África (Jeremías 6:20; Cantares 3:6).
Era un buen símbolo del amor o del enamoramiento entre dos personas.
Este incienso era colocado en una vasija llamada incensario, en la cual también se
colocaba el fuego para que ardiera en el culto judío.
Este incensario era de bronce y se usaba diariamente y también en el día de Yom Kipur
(Día del Perdón), en el Santísimo Lugar.
El fuego y el incienso juntos, eran portados en diversos incensarios en los rituales
hebreos y eran hechos por los más finos artífices en metales, acabándolos con finos
labrados.
Cada día era necesario tomar carbones encendidos del “fuego perpetuo” del Santuario
para llenar el incensario y así entonces quemar el incienso colocado allí y con ello
provocar la difusión del preciado perfume por todo el tabernáculo o Templo. La
fragancia característica del incienso llenaba de esta manera toda la Casa del Señor.
Amén.
Este incensario recogía el fuego o carbones del “altar de oro del incienso”, el cual debía
tener continuamente ardiendo el fuego, como un recordatorio del arder continuo del
amor de Jehová por Israel y de la imperiosa obligación del pueblo de orar ante Él cada
día y de adorarle siempre.
El altar del incienso, el incensario de oro y el incienso simbolizaron la mediación de
Cristo, su posición sacerdotal, su intercesión por el hombre y su contínua entrega,
adoración y sacrificio redentor. Estos tres elementos también hablaron del creyente y de
la Iglesia en su tarea de oración, alabanza y sobre todo, de adoración. Aleluya.
El incienso simboliza el amor del adorador, su conciencia de adorar contínuamente a
Dios y su anhelo por una cercanía e intimidad con Él
El incienso representa nuestra alabanza o gratitud, nuestro aprecio y amor por la
Presencia Divina y la oración intercesora por el hombre caído.
El incienso quemado cada día señala la necesidad y responsabilidad de orar cada día a
Jesucristo, que tiene Su Novia, la Iglesia.
Este incienso quemado ante el altar de oro del incienso y de frente al velo que separaba
el Lugar Santo del Santísimo, representa la preparación y deseo de la Iglesia de tener
comunión con Dios (ante el Arca de Su Presencia). El incienso es símbolo de santidad,
comunión, pero sobre todo de intimidad. El aroma del incienso quemado era un poema
de amor del pueblo de Dios ante su Rey y una invitación y anuncio amoroso de tener
“amores con Él”.
Por estos detalles es que el regalo del incienso por los magos de oriente a Jesús, cobra
relevancia. Este regalo implica que adoración verdadera para Dios es Intimidad.
Adoración de excelencia es tiempo dedicado a Él; es un corazón enamorado de Su
Gloria y dispuesto a dejar a los mortales para tener en lo íntimo, en lo secreto, comunión
y amores con el Esposo amado. Aleluya.
Abramos hoy, querido pueblo cristiano, nuestros tesoros ante Él y démosle lo mejor de
nuestro amor, el incienso aromático de nuestra adoración.

III.- MIRRA.
La mirra es la traducción de tres vocablos hebreos y dos griegos que aparecen en el
Antiguo y Nuevo Testamento.
En Génesis 37:25, lo correcto hubiese sido colocar la palabra ládanio y no mirra (el
término hebreo Lot) que hacía alusión a la gomorresina fragante de la estepa (cistus
Cretius), planta muy abundante en Palestina y cuyo producto es muy apreciado en
Oriente.
En el libro de Ezequiel aparece la palabra “quiddha”, que en realidad es casia y no mirra
(Ezequiel 27:19).
En el libro de Apocalipsis, en el capítulo 18 y verso 13, la palabra que aparece es
“Myrón”, que significa ungüento.
Las palabra Mor (en hebreo) y smyrna (en griego), son las que se traducen
apropiadamente “Mirra”. La mirra es la gomorresina fragante de la “Commiphra
myrrha” , planta que abunda en el sur de Arabia, Etiopía y Somolilandia.
Si la mirra se extrae de árboles nuevos, puede ser líquida (Cantares 5:5,13), o puede ser
sólida, en cuyo caso es cristalina, roja, semitransparente y frágil. La mirra era usada en
perfumería y medicina; también para embalsamar cadáveres. Según Éxodo 30:23,
debería ser un componente importante del aceite de la unción, el cual era sagrado y cuya
fórmula provenía de Dios mismo a Moisés.
Lo importante de la mirra en dicha fórmula es que debía ser “mirra excelente”. Era para
el aceite de la santa unción, para uso santísimo.
También desprendemos del pasaje narrado en Mateo 2, que la mirra se contaba entre los
elementos valiosos de los magos de oriente. Era parte de sus tesoros reales.
La mirra fue usada también aprovechando sus cualidades soporíferas, mezclándola con
diversas bebidas ofrecidas a personas torturadas. Jesucristo mismo, rehusó el vino
(vinagre) mirrado antes de morir (Marcos 15:23). Él quería tomar la copa de sufrimiento
por los mortales a plenitud. Su vida fue ofrendada hasta la muerte. Gloria a Dios.
Algunos comentaristas del Nuevo Testamento ven en la mirra una alusión al reinado de
Cristo, basado en sus padecimientos en la muerte de cruz.
Bajo el lente con que estamos mirando el pasaje: adoración, la mirra tiene un hondo
significado. Es importante recordar que los Magos o Reyes de Oriente venían para
adorar al niño Jesús. El término más correcto desprendido del texto original es “vinieron
a rendir homenaje”. Su homenaje no era sólo político o civil, sino un alto homenaje
espiritual.
El gozo expresado al encontrar al niño con su madre es la expresión de una exuberancia
de sentimientos, tuvieron sumo gozo. Ellos abrieron sus tesoros y ofrecieron sus dones u
oblaciones. La palabra traducida por dones aparece sólo siete veces en el Nuevo
Testamento y es la correspondiente a ofrendas u oblaciones que muchas veces se
menciona en el Antiguo Testamento. En cada ocasión, se menciona con relación a Dios.
Los Magos de Oriente reconocieron en Jesús al Dios encarnado. Aleluya.
La mirra vino a ser el regalo que anunció proféticamente momentos muy amargos en la
vida del Mesías. El sufrimiento y la negación continua de sí mismo sería la constante en
su peregrinar por la tierra.
La mirra es entonces representativa de aflicción, dolor, angustia, tiempos de amargura,
sufrimiento y muerte. La mirra vino a ser el símbolo de “humillación plena” en la vida
de Cristo. Curiosamente era un componente obligado en el “aceite de la santa unción”.
La humildad como fruto y la humillación continua ante Dios eran los grandes símbolos
encerrados en la mirra aromática; ambos necesarios en la vida del adorador.
El oro entregado por los magos a Jesús eran un reconocimiento de su realeza; el
incienso, un homenaje supremo a su divinidad y la mirra, un anuncio a sus
padecimientos como Redentor de la humanidad.
Estos tres regalos expresaron proféticamente su naturaleza divina y humana, así como
sus funciones de Rey, Profeta y Sacerdote (tres unciones) de Jehová. La mirra es el
ingrediente que faltaba para hacer de la adoración una ofrenda y oblación agradable al
Padre. Es el ingrediente que indica que el adorador debe siempre tener una actitud de
humillación y sujeción a los designios soberanos de Dios. David el rey, conocedor de
música y alabanza, tuvo que experimentar diversos tratos del Espíritu en su vida, hasta
llegar a comprender que adorar no era sólo traerle ofrendas al Señor. David
dijo:”Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los
sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios” Salmo 51:16-17. El salmista entendía con claridad que la más
excelente adoración que demos a Dios, debe estar impregnada de humillación total ante
Él. La verdadera adoración requiere de quebrantamiento genuino en Su Presencia, de
actitudes sumisas y no vanagloriosas. Aceptar Su voluntad y someterse día a día es la
mirra que perfuma nuestro cántico al Señor. Dios anhela la adoración de adoradores con
corazones humildes, que reconozcan su gran necesidad de Él y que estén siempre
contritos y humillados. Dios siempre vendrá al encuentro de un adorador humillado. Por
eso la Iglesia debe añadirle mirra a su adoración. Amén.
ORO, INCIENSO Y MIRRA
“Entonces Herodes, llamando en secreto a los sabios, indagó
de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella;
y enviándolos a Belén, dijo: «Id allá y averiguad con diligencia
acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para
que yo también vaya y le adore» Ellos, habiendo oído al rey, se
fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba
delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde
estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy
grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su
madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus
tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.”
(Mateo 2:7-11).
En la navidad del año 1998 escuché en la radio una prédica
con respecto a los presentes que trajeron los visitantes de
oriente a Jesús recién nacido. En la situación de reflexionar
sobre nuestro caminar en la vida de la fe. Y hoy la hago
escrita con una ampliación de nuestro obrar en la vida de la
fe.
No eran pues simples regalos como vemos, pues en toda la
Biblia el Señor nos habla de estos tres elementos muy
frecuentemente y de un significado espiritual para nuestra
vida en la gracia.
Los sabios de oriente no eran simples habitantes de estos
pueblos sino unos estudiosos de los astros, eran astrónomos
que venían de tierras lejanas a adorar al Rey de Reyes que
había nacido en Belén.
Cuando nosotros llegamos al camino de Jesús, cuando le
decimos “aquí estoy, perdóname, te recibo en mi corazón” es
cuando el Señor nos trae de tierras lejanas y nos limpia y
purifica de todas nuestras impurezas con agua limpia y nos
da un corazón nuevo (Ezequiel 36:24 y ss) para adorarle, para
vivir en su presencia no sólo un momento sino toda la
eternidad.
Estos sabios representan nuestro largo vagar por el desierto
buscando quién nos conforte, nos cobije, nos pastoree, nos
redima, nos perdone, nos limpie, nos proteja, nos sane, nos
salve. Y es así que llegamos a Jesús y nos postramos delante
de él para venerarle como nuestro único Dios.
Y al llenarnos de su Espíritu nos llena del gozo que solo los
hijos de Dios conocen el gozo que hace superar cualquier
adversidad, el gozo que nos fortalece.
Los sabios llevan a Jesús tres presentes y los sacan de sus
tesoros no de cualquier lugar, no los tenía nadie mas que
ellos como tesoros celosamente guardados y son los
siguientes:
EL ORO
Este metal es el más precioso del mundo, el más caro y el
más codiciado. El Señor en la Biblia nos habla mucho sobre
él.
En Génesis 13:2 y Génesis 24:35 señalaba riqueza desde esos
tiempos –y aún hoy lo es-. Se usaba para fabricar utensilios
para uso real (por los reyes), para un exclusivo como en el
Tabernáculo (Éxodo desde capítulo 25), pero muchas veces
también se le dio un uso profano como en Éxodo 32, cuando
los israelitas después de ver cómo Dios los salvó de las
manos de los egipcios fabricaron un becerro de oro para
adorarlo.
También se usaba para señalar autoridad como en Génesis
41:42 y en Lucas 15:22. En el Salmo 21:3 el Señor pone en
nuestra cabeza una corona de oro pues nos ve también en fe
como reyes pues reinaremos conjuntamente con Él. Nos
manda obedecer sus mandamientos más que oro muy puro
(Salmo 119:127), es decir, que Dios quiere que nuestra
obediencia a sus mandamientos sea considerada más que oro
muy puro.
Dios es el dueño del oro y de la plata (Hageo 2:8), es decir que
solo Él puede otorgar estos bienes, SOLO ÉL LOS DA, y por
algo nos dice en Éxodo 31:13 que Él es Jehová, EL UNICO,
que nos santifica. Y como el oro solo puede ser purificado por
el fuego, es el fuego del Espíritu Santo (Mateo 23:17) que
habita en nosotros (1ª Corintios 6:19) el que quemará y al fin
purificará estas ofrendas vivas, santas y agradables a Dios
(Romanos 12:1). Y al purificarnos el fuego y la sangre de
Cristo nos limpian de toda inmundicia, de todo pecado, de
toda maldición, de toda debilidad que pueda haber en
nosotros. Jesús nos da esa riqueza, ese oro espiritual
acrisolado al fuego, esa santidad y pureza, esos vestidos
blancos que necesitamos con las cuales viste nuestra
vergüenza y nuestra desnudez (Apocalipsis 3:18).
EL ORO EN NUESTRA VIDA REPRESENTA LA PUREZA Y
LA SANTIDAD QUE DEBEMOS GUARDAR CELOSAMENTE
COMO TESOROS PARA AGRADAR A DIOS COMO EL LO
MANIFIESTA EN SU PALABRA.
Pero aún nos recomienda que nuestro vestido no sea lleno de
lujos (1ª Pedro 3:3) sino que nuestra preciosidad sea “en lo
oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y
serena: esto es precioso ante Dios”. Que nuestra belleza ante
El no sea de joyas ni vestidos caros sino que nuestra belleza
sea la interior, la que está en el corazón.
EL INCIENSO
Usado también en perfumería, es una resina, una goma
aromática obtenida del árbol de la boswelia, que crece en el
sur de la península arábiga y en Somalia. Se obtiene
haciendo una incisión en el tronco, del que fluye un líquido
lechoso que se solidifica al contacto con el aire. El incienso
puro es costoso.
Dios mandó a Moisés en Éxodo 30 a construir dentro del
Tabernáculo el altar de incienso. “Y lo pondrás delante del
velo que está junto al arca del testimonio, delante del
propiciatorio que está sobre el testimonio, DONDE ME
ENCONTRARÉ CONTIGO. Y Aarón quemará incienso
aromático sobre él; cada mañana.” (Ex. 30:6-7). Solo los
sacerdotes podían ofrecerlo a Dios; el fuego se tomaba del
altar del holocausto y se ponía en el altar del incienso;
después el incienso, que estaba en un vaso de oro, se
derramaba sobre el fuego. (Lucas 1:8-10).
Nosotros, somos sacerdotes de un nuevo pacto, el nuevo
pacto de Jesucristo, somos sacerdocio real (1ª Pedro 2:9) y
también oficiamos en el templo de Dios (1ª Pedro 2:5) al
servirle, y así como el incienso se quemaba junto al arca del
testimonio de la presencia de Dios, así suben nuestras
oraciones a la presencia misma del Dios vivo: “Jehová, a ti he
clamado; apresúrate a mí; escucha mi voz cuando te invocare.
Suba mi oración delante de ti como el incienso…” (Salmos
141:1-2). “Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios
el humo del incienso con las oraciones de los santos.”
(Apocalipsis 8:4).
DIOS QUIERE QUE NUESTRO ANDAR SEA SIEMPRE EN
SU PRESENCIA, QUE TENGAMOS ESA COMUNION
PERMANENTE CON ÉL: “…Y LA COMUNION CON EL
ESPIRITU SANTO ESTE CON TODOS USTEDES” (2ª
Corintios 13:14) Y ESA COMUNION CON EL ESPIRITU
SANTO ES LA QUE MATARA LAS OBRAS DE NUESTRA
CARNE (Romanos 8:13).
LA MIRRA
El árbol de la mirra tiene un tronco largo y el producto se
obtiene al golpearlo para que expulse un fluido amarillo que
se recoge en lágrimas. Desde Arabia y Somalia, la mirra se
exportaba para su uso en perfumería y para embalsamar a
los muertos.
“Toma tú aromas escogidos: de mirra pura, quinientos siclos…
Prepararás con ello el óleo para la unción sagrada, perfume
aromático como lo prepara el perfumista. Este será el óleo para
la unción sagrada.” (Éxodo 30:23, 25)
La mirra era uno de los ingredientes del aceite de la unción y
esto es el perfume de Dios en nosotros, el grato olor de Cristo:
“Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se
salvan…” (2ª Corintios 2:15-16).
“Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más
que a tus compañeros; Mirra, áloe, y casia exhalan todos tus
vestidos…” (Salmo 45:8-9)
Nosotros somos la novia de Cristo, aquella que se unirá en
matrimonio eterno con el Cordero de Dios el día de las bodas
del Cordero. Y esta novia está ataviada con un vestido blanco,
con vestiduras blancas que además exhalan un olor grato,
como sahumada de mirra.
Las vestiduras blancas en la iglesia son las buenas obras de
los justos que están delante de Dios, al obedecer sus
mandamientos, nuestras obras, nuestra justicia es la justicia
de Dios.
Jesús nos dijo “buscad primero el reino y su justicia…”, es
decir, que obremos conforme a su voluntad para ser
atrayentes a Él, para que El se fije en nosotros:
“¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo,
sahumada de mirra y de incienso y de todo polvo aromático?”
(Cantares 3:6.)
De esta manera Dios nos muestra que la obediencia a su
palabra en una ofrenda muy importante en su presencia. La
vida de obediencia producirá una vida de bendición como lo
observamos en Deuteronomio capítulo 38; teniendo en cuenta
que hoy, en esta dispensación de la Gracia, todo es por
misericordia y que ninguna obra buena nuestra moverá la
mano de Dios a nuestro favor, sino que cada bendición que
tengamos será por misericordia, porque a Él le place hacerlo,
porque es una etapa de Gracia la que nos ha tocado vivir.
MEDIANTE LA COMUNIÓN CON EL ESPÍRITU SANTO (2ª
Corintios 13:14) LOGRAREMOS MATAR LAS OBRAS DE
NUESTRA CARNE (Romanos 8:13) DE MODO QUE JESÚS
IRÁ CRECIENDO EN NOSOTROS Y NOSOTROS IREMOS
DECRECIENDO HASTA LOGRAR LA ESTATURA DE LA
PLENITUD DE CRISTO.

También podría gustarte