Citas. Pierre Nora (2008)
Citas. Pierre Nora (2008)
Citas. Pierre Nora (2008)
“Se habla tanto de memoria porque ya no hay memoria” (Nora, 2008, 19)
“La curiosidad por los lugares en los que se cristaliza y se refugia la memoria está ligada
a este momento particular de nuestra historia. Momento bisagra en el cual la conciencia
de la ruptura con el pasado se confunde con el sentimiento de una memoria desgarrada,
pero en el que el desgarramiento despierta suficiente memoria para que pueda
plantearse el problema de su encarnación. El sentimiento de continuidad se vuelve
residual respecto a lugares. Hay lugares de memoria porque ya no hay ámbitos de
memoria” (Nora, 2008, 19)
“Si aún habitáramos nuestra memoria, no necesitaríamos destinarle lugares. No
habría lugares, porque no habría memoria arrastrada por la historia” (Nora,
2008, 20)
“El tiempo de los lugares es ese momento preciso en que un inmenso capital que
vivíamos en la intimidad de una memoria desaparece para vivir solamente bajo
la mirada de una historia reconstituida” (Nora, 2008, 24)
“Los lugares de memoria son, ante todo, restos. La forma extrema bajo la cual
subsiste una conciencia conmemorativa en una historia que la solicita, porque la
ignora” (Nora, 2008, 24)
“Los lugares de memoria nacen y viven del sentimiento de que no hay memoria
espontánea, de que hay que crear archivos, mantener aniversarios, organizar
celebraciones, pronunciar elogios fúnebres, labrar actas, porque esas
operaciones no son naturales” (Nora, 2008, 25)
“si bien es cierto que la razón de ser fundamental de un lugar de memoria es
detener el tiempo, bloquear el trabajo del olvido, fijar un estado de cosas,
inmortalizar la muerte, materializar lo inmaterial para […] encerrar el máximo de
sentidos en el mínimo de signos, está claro, y es lo que los vuelve apasionantes,
que los lugares de memoria no viven sino por su aptitud para la metamorfosis,
en el incesante resurgimiento de sus significaciones y la arborescencia
imprevisible de sus ramificaciones” (Nora, 2008, 34)
“la memoria se aferra a lugares como la historia a acontecimientos” (Nora, 2008,
37)
“A diferencia de todos los objetos de la historia, los lugares de memoria no
tienen referentes en la realidad. O más bien, son sus propios referentes, signos
que sólo remiten a sí mismos, signos en estado puro. No es que no tengan
contenido, presencia física o historia, por el contrario. Pero lo que los hace
lugares de memoria es aquello por lo cual, precisamente, escapan a la historia”
(Nora, 2008, 38-39)
“Pierre Nora […] enfatiza las formas públicas de memoria, tal como se presentan
en Francia, país en el que la historia del Estado Nación se constituye en una de
las más fuertes tradiciones colectivas. Para ello procede a identificar, clasificar y
analizar los ‘lugares de memoria’ o ‘sitios’ de la memoria que han sido investidos
con símbolos públicos, emotivos y significativos. Símbolos como los manuales
escolares, la bandera tricolor, monumentos, personajes, fechas
conmemorativas, exhibiciones, son identificados como esos lugares de memoria
que comparten una función común: todos evocan un conjunto de valores cívicos
que conducen a sus adherentes a una colectividad civil. Estos lugares se han
convertido para Nora en los receptáculos fijos, externos, de lo que fue en otro
tiempo una memoria colectiva internalizada” (Schwarzstein, 2002, 474)
“fuerte capital memorial y débil capital histórico” (Nora, 2008, 20)
“la memoria solo ha conocido dos formas de legitimidad: histórica o literaria” (Nora,
2008, 39)
“¿Por qué esta obsesión por la memoria y el pasado y por qué este miedo a olvidar?
¿Por qué construimos museos como si no fuera a haber un mañana?” (Schwarzstein,
2002, 471)
“La memoria se ha convertido en una obsesión cultural de proporciones monumentales,
pero al mismo tiempo se acusa a nuestra cultura de amnesia, de incapacidad de
recordar. El boom de la memoria, ¿está inevitablemente acompañado por el olvido?”
(Schwarzstein, 2002, 471)
“El mundo se está ‘musealizando’ y todos nosotros participamos de ese proceso, lo que
se expresa de formas públicas y privadas. Creación de nuevos museos, preocupación
por los ya existentes, restauración de edificios, historia familiar, reconstrucción de
árboles genealógicos, restauración de objetos viejos, grabación de testimonios,
colección de viejas fotografías. Intentos diversos por no perder los rastros de un pasado
que parece correr el riesgo de evaporarse. Y, sobre todo, temor frente a un futuro que
se presenta muy incierto y que despierta miedo […] pasado y futuro se han convertido
en fenómenos absolutamente independientes. Es en esta disociación entre pasado y
futuro donde la memoria alcanza el rol de único agente dinámico y única promesa de
continuidad” (Schwarzstein, 2002, 473)
“Nora cree que la memoria ha jugado un rol fundamental en la construcción del estado-
nación en Francia, pero que se ha debilitado en el mundo moderno. Esta memoria hoy
toma a la nación como algo ‘dado’, sus narrativas sirven sólo para entender lo que es,
mientras es la sociedad solamente la que marca las tendencias hacia el futuro. Es frente
a esa realidad que la memoria se ha ido independizando de la narrativa histórica y del
objetivo de forjar una continuidad entre el pasado nacional y el presente. Es por eso
que para Nora existe una clara separación entre Historia y memoria, y esta diferencia es
esencial para entender las sociedades contemporáneas” (Schwarzstein, 2002, 475)
“La memoria tanto individual como colectiva es necesariamente selectiva, está obligada
a olvidar […] La posibilidad de olvidar supone el ejercicio pleno de la memoria. O sea
recuerdo y olvido son aspectos inherentes a la memoria” (Schwarzstein, 2002, 480)
“The memory of the past then was fundamental to the understanding of the
contemporary world. The right to speak this tradition, whether in matters of dress and
hair style, or in law and lordship, was a claim to a fundamental power. Those who could
control the past could direct the future” (Geary, 1994, 6)
“The right to speak the past also implied control over that which have access to
past” (Geary, 1994, 7)
La colectividad-memoria.
“Pensemos en esa mutilación sin retorno que significó el fin de los campesinos, esa
colectividad-memoria por excelencia cuya boga como objeto de historia coincidió con
el apogeo del crecimiento industrial” (Nora, 2008, 19)
“las sociedades-memorias” (Nora, 2008, 20)
“ideologías-memorias” (Nora, 2008, 20)
La percepción histórica.
“lo que se dilató prodigiosamente, gracias a los medios masivos de comunicación, fue
el mismo modo de la percepción histórica, remplazando una memoria replegada sobre
la herencia de su propia intimidad por la película efímera de la actualidad” (Nora, 2008,
20)
Adecuación de la historia y la memoria.
“la distancia entre la memoria verdadera, social e intocada, cuyo modelo está
representado por las sociedades primitivas o arcaicas y cuyo secreto estas se han
llevado, y la historia, que es lo que hacen con el pasado nuestras sociedades condenadas
al olvido por estar envueltas en el cambio” (Nora, 2008, 20)
“Distancia que no ha hecho más que profundizarse a medida que los hombres
se han atribuido, y cada vez más desde los tiempos modernos, el derecho, el
poder e incluso el deber del cambio” (Nora, 2008, 20)
“En cuanto hay traza, distancia, mediación, ya no se está en la memoria
verdadera sino en la historia” (Nora, 2008, 20)
“una memoria sin pasado que desecha eternamente la herencia” (Nora, 2008, 20)
“Este desarraigo de memoria bajo el impulso conquistador y erradicador de la historia
produce un efecto de revelación: la ruptura de un vínculo de identidad muy antiguo, el
fin de lo que vivíamos como una evidencia: la adecuación de la historia y la memoria”
(Nora, 2008, 20)
“Memoria, historia: lejos de ser sinónimos, tomamos conciencia de que todo los opone.
La memoria es la vida, siempre encarnada por grupos vivientes y, en ese sentido, está
en evolución permanente, abierta a la dialéctica del recuerdo y de la amnesia,
inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las utilizaciones y
manipulaciones, capaz de largas latencias y repentinas revitalizaciones. La historia es la
reconstrucción siempre problemática e incompleta de lo que ya no es. La memoria es
un fenómeno siempre actual, un lazo vivido en el presente eterno; la historia, una
representación del pasado. Por ser afectiva y mágica, la memoria solo se ajusta a
detalles que la reafirman; se nutre de recuerdos borrosos, empalmados, globales o
flotantes, particulares o simbólicos: es sensible a todas las transferencias, pantallas,
censuras o proyecciones. La historia, por ser una operación intelectual y laicizante,
requiere análisis y discurso crítico. La memoria instala el recuerdo en lo sagrado, la
historia lo deja al descubierto, siempre prosifica. La memoria surge de un grupo al cual
fusiona, lo que significa […] que hay tantas memorias como grupos, que es por
naturaleza múltiple y desmultiplicada, colectiva, plural e individualizada. La historia, por
el contrario, pertenece a todos y a nadie, lo cual le da vocación universal. La memoria
se enraíza en lo concreto, el espacio, el gesto, la imagen y el objeto. La historia solo se
liga a las continuidades temporales, las evoluciones y las relaciones de las cosas. La
memoria es un absoluto y la historia solo conoce lo relativo” (Nora, 2008, 20-21)
“En el corazón de la historia, trabaja un criticismo destructor de memoria espontánea.
La memoria siempre es sospechosa para la historia, cuya misión verdadera es destruirla
y reprimirla. La historia es deslegitimación del pasado vivido” (Nora, 2008, 21)
“El movimiento de la historia, su ambición no son la exaltación de lo que pasó
verdaderamente, sino su aniquilamiento” (Nora, 2008, 21)
“es la historia entera la que entró en su edad historiográfica, consumando su
desidentificación con la memoria. Una memoria convertida ella misma en objeto de una
historia posible” (Nora, 2008, 22)
“Ya no se celebra la nación, se estudian sus celebraciones” (Nora, 2008, 25)
“Todo lo que hoy llamamos memoria no es memoria, entonces, sino que ya es historia.
Todo lo que llamamos estallido de memoria es la culminación de su desaparición en el
fuego de la historia. La necesidad de memoria es una necesidad de historia” (Nora, 2008,
26)
“Es sin duda imposible prescindir de la palabra. Aceptémosla, pero con la conciencia
clara de la diferencia entre la memoria verdadera, hoy refugiada en el gesto y la
costumbre, en los oficios a través de los cuales se transmiten los saberes del silencio, en
los saberes del cuerpo, las memorias de impregnación y los saberes reflejos, y la
memoria transformada por su pasaje a la historia, que es casi su opuesto: voluntaria y
deliberada, vivida como un deber y ya no espontánea: psicológica, individual y subjetiva,
y ya no social, colectiva, abarcadora” (Nora, 2008, 26)
“Es ante todo una memoria archivista, a diferencia de la otra. Descansa enteramente en
lo más preciso de la traza, lo mas material del vestigio, lo más concreto de la grabación,
lo más visible de la imagen. El movimiento que se inició con la escritura termina en la
alta fidelidad y la cinta magnética. Cuanto menos se vive la memoria desde lo interno,
más necesita soportes externos y referentes tangibles de una existencia que solo vive a
través de ellos. De allí la obsesión por el archivo que caracteriza a lo contemporáneo y
que implica a la vez la conservación íntegra de todo el presente y la preservación íntegra
de todo el pasado” (Nora, 2008, 26)
“Es una memoria registradora, que delega en el archivo el cuidado de recordar por ella
y multiplica los signos en los que se ubica” (Nora, 2008, 26)
“Lo que llamamos memoria es en realidad la constitución gigantesca y vertiginosa del
almacenamiento material de aquello de lo que nos resulta imposible acordarnos,
repertorio insondable de aquello que podríamos necesitar recordar” (Nora, 2008, 26-
27)
“La liquidación de la memoria se ha saldado con una voluntad general de registro”
(Nora, 2008, 27)
“producir archivo es el imperativo de la época” (Nora, 2008, 28)
“El archivo cambia de sentido y estatuto por su contenido. Ya no es el saldo más
o menos intencional de una memoria vivida, sino la secreción voluntaria y
organizada de una memoria perdida. Duplica lo vivido, que a su vez se desarrolla
a menudo en función de su propio registro” (Nora, 2008, 28)
Conciencia historiográfica.
“Uno de los signos más tangibles de este desarraigo de la historia respecto a la memoria
es quizá el inicio de una historia de la historia, el despertar, muy reciente en Francia, de
una conciencia historiográfica. La historia, y más precisamente la del desarrollo
nacional, constituyó la más fuerte de nuestras tradiciones colectivas, nuestro medio de
memoria por excelencia” (Nora, 2008, 21)
“toda la tradición histórica se desarrolló como el ejercicio regulado de la memoria y su
profundización espontánea, la reconstitución de un pasado sin lagunas y sin fallas”
(Nora, 2008, 21)
“Toda historia es crítica por naturaleza, y todos los historiadores han pretendido
denunciar las mitologías mentirosas de sus predecesores. Pero algo fundamental se
inicia cuando la historia comienza a hacer su propia historia. El nacimiento de una
preocupación historiográfica es la historia que se obliga a bloquear en ella lo que no es
ella, descubriéndose víctima de la memoria y esforzándose por liberarse de esta” (Nora,
2008, 22)
“Es introducir la duda en el corazón, el filo crítico entre el árbol de la memoria y la
corteza de la historia” (Nora, 2008)
El historiador.
“Su papel era sencillo en otros tiempos y su lugar estaba inscripto en la sociedad:
volverse la palabra del pasado y el pasa fronteras del futuro. En ese sentido, su persona
contaba menos que el servicio que brindaba: de él dependía no ser solo una
transparencia erudita, un vehículo de transmisión, un simple guion entre la materialidad
bruta de la documentación y la inscripción en la memoria. En último caso, una ausencia
obsesionada por la objetividad. De la desintegración de la historia-memoria emerge un
personaje nuevo, dispuesto a confesar, a diferencia de sus predecesores, el vínculo
estrecho, íntimo y personal que mantiene con su tema. Mejor aún, a proclamarlo,
profundizarlo, hacer de él no un obstáculo sino e impulsor de su comprensión. Porque
este tema le debe todo a su subjetividad, su creación y su recreación” (Nora, 2008, 32)
“Imaginemos una sociedad enteramente absorbida por el sentimiento de su propia
historicidad; se vería en la imposibilidad de generar historiadores. Viviendo por entero
bajo el signo del futuro, se limitaría a procedimientos de registro automático de sí
misma y se conformaría con máquinas para auto-contabilizarse, remitiendo a un futuro
indefinido la tarea de comprenderse a sí misma. Nuestra sociedad, en cambio,
ciertamente arrancada a su memoria por la amplitud de sus cambios, pero por ello
mismo más obsesionada por comprenderse históricamente, está condena a convertir al
historiador en un personaje cada vez más central” (Nora, 2008, 32)
“La historia que practican los historiadores de oficio podría mover a engaño y hacer
creer que combina mnemne y anamnesis por partes iguales. En realidad, esta historia
no es ni una memoria colectiva ni un recuerdo en su sentido primario. Es una aventura
radicalmente nueva. Casi siempre, el pasado que recompone constantemente es apenas
reconocible para lo que la memoria colectiva retuvo. El pasado que esa historia restituye
es en realidad un pasado perdido, pero no aquel de cuya pérdida nos lamentamos”
(Yerushalmi, 1989, 22-23)
“Para el historiador, Dios mora en los detalles. Pero la memoria se subleva, denunciando
que los detalles se han transformado en dioses” (Yerushalmi, 1989, 24)
“La historiografía -es decir, la historia como relato, disciplina o género con reglas,
instituciones y procedimientos propios- no puede […] suplantar a la memoria colectiva
ni crear una tradición alternativa que se pueda compartir. Pero la dignidad esencial de
la vocación histórica subsiste, e incluso me parece que su imperativo moral tiene en la
actualidad más urgencia que nunca. En el mundo que hoy habitamos, ya no se trata de
una cuestión de decadencia de la memoria colectiva y de declinación de la conciencia
del pasado, sino de la violación brutal de lo que la memoria puede todavía conservar,
de la mentira deliberada por deformación de fuentes y archivos, de la invención de
pasados recompuestos y míticos al servicio de los poderes de las tinieblas. Contra los
militantes del olvido, los traficantes de documentos, los asesinos de la memoria, contra
los revisores de enciclopedias y los conspiradores del silencio […] el historiador, el
historiador solo, animado por la austera pasión de los hechos, de las pruebas, de los
testimonios, que son los alimentos de su oficio, puede velar y montar guardia”
(Yerushalmi, 1989, 25)
Sentido común del pasado.
“Un conocimiento del pasado y del presente es producido en la vida cotidiana. Hay un
sentido común del pasado que aunque pueda carecer de consistencia y fuerza
explicativa contiene sin embargo elementos de buen sentido. Un conocimiento de esta
naturaleza puede circular en la charla cotidiana y en comparaciones personales y
narrativas. Puede ser registrado en ciertas formas culturales íntimas: cartas, diarios
autobiográficos, álbumes de fotografía, colecciones de objetos con asociaciones del
pasado. Puede estar encapsulado en anécdotas que adquieren la fuerza y la generalidad
del mito” (Schwarzstein, 2002, 474)
Olvido.
“si tanto tenemos necesidad de recordar como de olvidar, ¿dónde debemos trazar la
frontera? […] ¿En qué medida tenemos necesidad de la historia? ¿Y de qué clase de
historia? ¿De qué deberíamos acordarnos, qué podemos autorizarnos a olvidar?”
(Yerushalmi, 1989, 16)
“se trata de saber olvidar adrede, así como sabe uno acodarse adrede; es preciso que
un instinto vigoroso nos advierta cuándo es necesario ver las cosas históricamente y
cuándo es necesario verlas no históricamente. Y he aquí el principio sobre el que el
lector está invitado a reflexionar: el sentido no histórico y el sentido histórico son
igualmente necesarios para la salud de un individuo, de una nación, de una civilización”
(Nietzsche)
“Estrictamente, los pueblos y grupos sólo pueden olvidar el presente, no el pasado. En
otros términos, los individuos que componen el grupo pueden olvidar acontecimientos
que se produjeron durante su propia existencia; no podrían olvidar un pasado que ha
sido anterior a ellos, en el sentido en que el individuo olvida los primeros estadios de su
propia vida. Por eso, cuando decimos que un pueblo ‘recuerda’, en realidad decimos
primero que un pasado fue activamente transmitido a las generaciones
contemporáneas a través de lo que en otro lugar llamé ‘los canales y receptáculos de la
memoria’ y que Pierre Nora llama con acierto ‘los lugares de memoria’; y que después
ese pasado transmitido se recibió como cargado de un sentido propio. En consecuencia,
un pueblo ‘olvida’ cuando le generación poseedora del pasado no lo transmite a la
siguiente, o cuando está rechaza lo que recibió o cesa de transmitirlo a su vez, lo que
viene a ser lo mismo […] un pueblo jamás puede ‘olvidar’ lo que antes no recibió”
(Yerushalmi, 1989, 17-18)
“Lo que llamamos olvido en el sentido colectivo aparece cuando ciertos grupos
humanos no logran -voluntaria o pasivamente, por rechazo, indiferencia o indolencia, o
bien a causa de alguna catástrofe histórica que interrumpió el curso de los días y las
cosas- transmitir a la posterioridad lo que aprendieron del pasado” (Yerushalmi, 1989,
18)
Anamnesis.
“Llamaré memoria a aquello que permanece esencialmente ininterrumpido, continuo.
La anamnesis designará la reminiscencia de lo que se olvidó” (Yerushalmi, 1989, 16)
“todo conocimiento es anamnesis, todo verdadero aprendizaje es un esfuerzo por
recordar lo que olvidó” (Yerushalmi, 1989, 16)
Las relaciones con el pasado.
“The differing cultural, geographical, and political identities William constructs for
himself and for Constance thus represent two different relationships to the past: one of
radical discontinuity, the other of artificial continuity. William (or perhaps Rodulfus) is
suppressing some elements of the past, selecting others, and organizing them to
present a programmatic understanding of how the present ought to be. He is also
pressing claims about who should be allowed to speak for the past” (Geary, 1994, 6)
“Across the former Carolingian world, people of the eleventh century seemed as
interested in questions of continuity and discontinuity as subsequent historians, with
some emphasizing the novelty of their age and others its continuity with the past”
(Geary, 1994, 7)
“The creation of the past, then, whether individual or collective, seemed far from a
natural and spontaneous development from 'collective memory' or the inevitable result
of the transition from 'oral' to 'literate' modes of recalling” (Geary, 1994, 7)
“Not only is it proper for the new things to change the old ones, but even, if the old ones
are disordered, they should be entirely thrown away, or if, however, they conform to
the proper order of things but are of little use, they should be buried with reverence”
(Arnold of Regensburg)