Salvar Lo Que Estaba Perdido-Version Word

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SALVAR LO QUE ESTABA PERDIDO

PRESENTACION

Este libro, "Salvar lo que estaba perdido", ha sido un éxito en la lengua francesa. Nelly Astelli
expresa en sus líneas el resultado de su experiencia en la labor que ha realizado en los
últimos años dando retiros espirituales en Bélgica, Francia y otros países. Junto con el Padre
Alexis Smets, S.J., planificaron esta obra en base a preguntas y respuestas, logrando
agilidad y claridad notables en la presentación del ministerio de sanación interior. La síntesis
dada por Nelly, es corroborada por las abundantes experiencias tenidas en común en los
retiros que hemos dado en Chile. Creo muy válida la selección de los temas fundamentales
en este ministerio, y veo que estas líneas son una magnífica orientación para nuestra
actuación en los grupos de oración y en el apoyo a nuestros hermanos.
Al mismo tiempo, Nelly hace un llamado a incorporarse en el ministerio de sanación interior
tan necesario en la Iglesia de Hoy. Hay una labor de intercesión, fundamental del Evangelio,
que debe crecer en cada parroquia, en cada grupo de oración. Estas páginas son un aliento
para participar en esta obra de Jesús.
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La edición española ha sido revisada por Nelly, clarificando algunos términos propios de la
lengua española. Esta obra viene a llenar un vacío para muchas personas que se enfrentan
con la falta de conocimientos sobre sanación interior. Encontrarán aquí un apoyo brillante
para esta labor.
Agustín Sánchez, S J .

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"... Extendiendo tu mano para que realicen
curaciones, señales y prodigios por el Nombre
de tu santo siervo Jesús".
Hech. 4, 30

"Pero para vosotros los que teméis mi Nombre,


brillará el sol de justicia con la sanación
en sus rayos".
Mal. 3, 20

"¿Qué es, pues, la Iglesia? Es un grupo de


hombres desamparados ante el mal, que
abren la puerta para que los invada la
Misericordia".
Bernardo Bro o.p.

"La misión de la Iglesia consiste en ir


hasta las raíces del desgarramiento primordial
del pecado para obrar allí la
sanación y restablecer, por así decirlo,
una reconciliación primordial".
Juan Pablo II

INTRODUCCION
¡Jesús querría tanto “quedarse con nosotros”, tal como se quedó con Zaqueo, pues El vino a
“salvar lo que estaba perdido!”

¡Tenemos tanto miedo al efecto de la luz! ¡Amamos nuestras viejas culpabilidades,


preferimos llevar máscaras y aparentar buenos sentimientos! Disimulamos nuestras viejas
heridas. Pero nuestros males nos obsesionan. ¡Nos sentimos incómodos y llenos de
agresividad!

Quisiéramos ser servidores de Dios, pero todos los rechazos que hemos opuesto a Él nos
impiden llegar a serlo.

¡Sin embargo todo se hace posible desde el momento en que aceptamos que el Señor
venga a curar nuestras llagas!

Es lo que tuve ocasión de vivir al encontrarme con Nelly Astelli. Cuando la vi por primera
vez, hacía cerca de siete años que yo era Capellán de la cárcel. No pensaba que mi
ministerio pudiese ser bendecido por Dios. Tanto tiempo había deseado servir a los más
necesitados ¡Y lo estaba haciendo!, pero en realidad me engañaba a mí mismo; ¡no me
había dado cuenta de que al ocuparme de los presos, lo que buscaba era huir de un mundo
contra el que me rebelaba!

Me había convertido en una especie de sacerdote-asistente social, devorado por un montón


de actividades sociocaritativas. Este activismo ocultaba en realidad mi impotencia para hacer
el bien que deseaba para los prisioneros. No podía ya aceptar las continuas frustraciones de
la vida carcelaria, la pesadez de un sistema donde la torpeza y la maldad reinaban como
señores. Por otra parte me había vuelto irritable y agresivo. Era como si hubiese entrado en
el ánimo de rebelión de los detenidos. Y además, como consecuencia de un motín de una
rara violencia, mi equilibrio nervioso se había resentido.

Gracias a Nelly comprendí que Jesús “quería quedarse conmigo”, a fin de “salvar lo que
estaba perdido” Jesús quería quemar todos mis miedos, todos mis rencores, quería sanar
toda mi afectividad desgarrada. Quería realizar en mí, así como en el corazón de mis
hermanos, lo que yo era radicalmente incapaz de realizar por mí mismo. Por más que uno se
esfuerza por camuflar sus llagas y heridas, inevitablemente éstas llegan a manifestarse.
Ellas hipotecan nuestra relación con los demás y con Dios, y paralizan nuestra vida
profunda.

A través de la oración de sanación interior, Jesús vino a revelar tocar y sanar los sucesos
dolorosos del pasado en mi existencia; vino a aclarar las situaciones conflictivas, a liberarme
de todo mi pasado, que me ahogaba y que yo quería ignorar.

¡Esta oración que Nelly hizo por mí fue realmente el punto de partida de una nueva
conversión, el comienzo de una nueva fecundidad y la ocasión para maravillarme del poder
del Señor Resucitado!

Pocos meses más tarde, Nelly me invitada a que la acompañara a orar por personas que lo
pedían. Y fue así como me vi empujado a descubrir el maravilloso ministerio de sanación
interior.

La oración de sanación interior, tal como se la presenta aquí puede ser de gran ayuda para
muchos cristianos. Puede también aportar a los sacerdotes una nueva luz en el ejercicio de
su ministerio. Este camino puede abrir el camino de una auténtica vida mística; nos conduce
a una vida plenamente cristocéntrica, enteramente abierta a la acción del Espíritu Santo.
Prepara una nueva generación de cristianos libres y responsables que serán auténticos
testigos de Cristo vivo.

Doy gracias a Nelly por haber sido para mí, y para centenares de otros que han tenido la
felicidad de encontrarse con ella, ese ángel de luz que abrió mi corazón a la Palabra de
Dios, a la vida en el Espíritu.

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Esta es la razón por la que le he pedido que nos comunique su experiencia, para la gloria de
Dios y para ayudar a la construcción del Cuerpo de Cristo. No cabe duda de que en éstas
páginas s encierran numerosas riquezas.

Aprecio particularmente su testimonio personal; el de una mujer que ha dejado todo para
responder al llamado personal de Cristo y vivir únicamente del evangelio, al servicio de sus
hermanos y hermanas, en Chile primero, pero también en Europa, en Israel y en otras
partes.

Para nosotros ha sido una enorme felicidad encontrarnos con esta laica, enteramente
apasionada por la persona de Jesucristo y deseosa de llevar a sus hermanos el
conocimiento interior de Jesús, fuente de toda sanación.

Cuando Nelly habla de Jesús, lo hace de una manera admirable. Para ella Él es
verdaderamente el Viviente, el Resucitado, presente en su vida y el la nuestra, presente en
la Iglesia y en el mundo entero. El nombre de Jesús está en sus labios y en su corazón, ese
nombre trae la paz que sobrepasa todo entendimiento.

En este contexto, los dones del Espíritu Santo se despliegan libremente: gracia de fe, de
oración, gracia de confianza y seguridad, gracia de libertad interior y simplicidad, gracia d
alegría.

Los carismas se manifiestan entonces de un modo enteramente espontáneo. “Hay que ser
natural con lo sobrenatural le gusta decir a Nelly. ¿Por qué entonces no habría el Señor de
sentir agrado de dar a sus hijos “que abren la puerta a la invasión de la misericordia” la
palabra de conocimiento, la profecía, la sabiduría y el discernimiento e incluso
eventualmente, un don de sanación, todos ellos carismas necesarios para ir en ayuda de un
hermano o de una hermana enferma?

Y por último ¡qué riqueza la de ésta visión optimista del hombre y su destino! Aunque fuere
el más enfermo, el más desesperado, el más perverso, Dios reserva a quien le abre su
corazón una aco-

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gida única: quiere liberarlo de todo sufrimiento malo y traerle la salvación plena, en su
cuerpo, en su alma y en su espíritu (1Tes 5,23). Porque Dios es Padre, y el hombre
encuentra su origen y su fin último únicamente en su amor misericordioso.

La oración de sanación es un tema fácil. Se pueden escribir páginas enteras a propósito de


ella; ¿pero cómo resistirán estas páginas la confrontación con la realidad? ¿Cómo las
recibirán los más probados, los más pobres, los más desesperados, los más enfermos?
Lo maravilloso -de ello puedo dar testimonio- es que Nelly no teme encontrar a estas
personas en su propio terreno de pobreza: entonces el Señor obra maravillas por medio de
ella. ¡De esto he sido a menudo testigo!

Por mi parte puedo, en fin, atestiguar que he orado en los hospitales, junto a los enfermos o
en la celda de una prisión, como Nelly me enseñó a hacerlo; y a pesar de mi fe
desfalleciente, sé que el Señor ha escuchado el grito de mi oración por los privilegiados de
su amor. Allí donde parecía humanamente imposible que hubiese cambios, el Señor ha
obrado verdaderas liberaciones. Ha devuelto la paz y la confianza, ha alejado el suicidio. Ha
tocado cuerpos, corazones y espíritu. Ha fortificado la fe de los enfermos que El hacía
participar más de cerca en su pasión.

Bendigo al Padre, que nos ha hecho descubrir la grandeza y la belleza de su creatura y el


amor infinito de su corazón de Padre.

¡Quiera El hacernos comprender que no hay sanación sin conversión profunda a Jesucristo,
sin oración y sin vida sacramental! ¡Quiera El hacernos descubrir el poder del perdón, que es
el comienzo de toda sanación interior!

”Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar


misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna" (Heb 4, 16).

Alexis Smets, S J

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DESCUBRIMIENTO DE LA RENOVACION Y LLAMADO A UN MINISTERIO


DE SANACION INTERIOR
Alexis Smets. —Nelly, tú ejerces, desde hace más de diez años, un ministerio de
oración y de animación de retiros, en la Renovación Carismática en Chile y en otras
partes. ¿Puedes explicarnos cómo conociste la Renovación?

Nelly Astelli. — Atravesaba yo un período muy difícil de mi vida y me encontraba ya casi


exhausta. Un día, estando en mi habitación, me puse de rodillas ante el Señor y le dije:
“Señor, ¡si Tú no cambias mi vida, voy a la catástrofe!”.

Pocos días después, descubría la Renovación de una manera inesperada.

Yo tenía una hermana, cuyo marido había muerto de cáncer. Ella estaba ahora muy
enferma. Un día le pregunté si no conocía un grupo de oración, porque había leído en el
diario que existían estos grupos entre nosotros. Me había dicho también que uno pequeño
se reunía en el Hospital. Yo misma invité a mi hermana a ir allá, y le pedí a una amiga que la
acompañara.

Mi hermana fue a esta reunión de oración, y luego, cuando volvió por segunda vez, la que la
acompañaba no era su amiga, sino yo. Yo no deseaba entrar ni participar. Mi hermana
insistió en que la siguiera. Pero yo no sentía el menor deseo de hacerlo, porque yo era
católica y pensaba que se trataba de un grupo protestante.
Me sentí aliviada al ver a dos religiosas, una holandesa y una alemana, que participaban en
la reunión. Ellas animaban el grupo. Mi primera impresión no fue buena, sino todo lo
contrario...

Al salir hice muchas críticas, diciendo que este grupo se parecía a un grupo protestante, y
que en todo caso yo no entendía nada
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de lo que allí pasaba. Sin embargo, tomó de la biblioteca todos los libros que en esa época
había sobre la Renovación Carismática. Era 1976. Había por aquel entonces pocas obras
escritas por carismáticos católicos. La mayoría eran obras de autores protestantes, tales
como David WILKERSON, Nicky CRUZ, etc. Una de ellas, escrita por Merlín CAROTHERS,
El poder de la alabanza, me produjo una fuerte impresión. La lectura de este libro fue
capital para mí, porque después de esta primera reunión de oración yo no tenía ningún
deseo de regresar. El grupo me parecía un poco original. Y a mi modo de ver se hacía en él
cosas que no eran “muy católicas”.

Para mi propia sorpresa, el martes siguiente yo era la primera que quería participar en la
oración, pese a las críticas que habla hecho. En ese momento hice notar a mi hermana que
los carismáticos imponían las manos como los pentecostales. Desde mi niñez yo conocía
bien a los pentecostales, porque había muchos de ellos en nuestra ciudad en Chile. Ellos
evangelizan allí donde no hay parroquias católicas. Son generalmente personas muy
sencillas. Muchas veces yo los había visitado.

Conocía muy bien su manera de actuar. A veces incluso yo les había pedido que oraran por
mí. Ellos me invitaban a menudo a participar en sus reuniones de oración, pero yo les
contestaba siempre lo mismo: “Yo soy católica, yo no quiero quedarme con ustedes”. En
cierto modo, podría decir que me serví de ellos.

Para volver a lo de mi hermana, yo le decía: "Estos carismáticos imponen las manos igual
que tos pentecostales. ¿Por qué no les pides que hagan lo mismo por ti?". Ese martes, mi
hermana, que estaba cada vez más y más enferma, le pidió a la religiosa holandesa que le
impusiera las manos. “Y a tu hermana también”, replicó la religiosa. Y tomándome por la
mano me hizo sentar al lado de mi hermana.

Era allí donde el Señor me esperaba. La religiosa impuso las manos y cantó en lenguas.
Para mi propia sorpresa, me di cuenta de que podía interpretar su canto. ¡Era increíble! El
canto decía:

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“Hijita mía, yo te buscaba por todas partes, ¿dónde estabas tú?


Estoy contento de que te encuentres aquí”. Era como una canción de cuna que me cantaba
el Señor. ¡Yo estaba fascinada!

No he reflexionado en lo que pasó después. Creo que en ese momento recibí una efusión
del Espíritu Santo. Empecé desde entonces una vida de oración regular. Yo había rezado
desde mi infancia, pero a la manera como me había enseñado mi abuela.
Desde ese momento comencé a dialogar de un modo muy personal con Jesús. Iba de
asombro en asombro, porque al mismo tiempo descubrí el canto en lenguas.

Volví a tomar el libro de M. CAROTHERS pensando que yo estaba loca y que todo lo que
sucedía era un puro invento mío. Al releer El poder de la alabanza, comprendí que el autor
contaba allí su experiencia personal. Y era importante para mí poder decir: “lo que este
hombre ha vivido yo también lo estoy viviendo y lo acepto”.

El descubrimiento del carisma de las lenguas fue "el" descubrimiento de mi vida, pues, a
partir de ese momento, yo me sentí más y más cerca de Jesús: una presencia que se
manifestaba en mí a través de ese canto y me inundaba de una profunda paz y de un gozo
intenso. Yo experimentaba una intimidad con el Señor que nunca había conocido.
Ese fue el comienzo para mí de una aventura increíble. Yo no entendía lo que sucedía; tenía
miedo. Desgraciadamente, los responsables de la Renovación tampoco lo sabían. ¡Querían,
incluso, que me exorcizaran, porque había recibido carismas!

Formé un pequeño grupo de oración que se reunía en la capilla del cerro en que vivíamos.
Por la oración, el ayuno y los otros medios que nos ofrece la vida cristiana, buscaba yo
descubrir lo que el Señor me quería hacer conocer. En la Biblia El me decía: “Yo mismo seré
tu Maestro”. Y yo le contestaba: "Sí, Señor, tienes que ser mi Maestro, porque yo no sé
cómo progresar",

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Poco más tarde, hice la experiencia de los retiros. Ellos me permitieron profundizar ni
relación con Jesús y discernir todo lo que yo vivía. Me di cuenta de que el Señor quería que
yo comprendiera algo más profundo, a saber, que no tenía que apegarme a los carismas.
Ellos son instrumentos que el Señor pone a nuestra disposición para servirlo. Son
necesarios. Pero yo tenía que aprender a ser muy simple frente a lo sobrenatural, y no
pretender apropiarme de los carismas. Si me eran dados, tanto mejor. Pero, si no los recibía,
todo marcharía igualmente bien, Para mí, los carismas son un poco como las luces del árbol
de Navidad, que se encienden y se apagan: ellos se manifiestan o desaparecen según la
iniciativa de Dios. Que el Señor me los otorgue o no, no es problema mío.

Sentí también en mi corazón el deseo de ser un instrumento en las manos del Señor.
Pensaba que es imposible arrancar un sonido a una guitarra o a un violín si alguien no los
toca. Lo mismo ocurre con cada uno de nosotros. Somos instrumentos libres frente a Dios.
Pero El quiere servirse de nosotros y obrar a través de nosotros. El instrumento que somos
nosotros mismos debe ser lo más transparentemente posible para que Dios pueda ejercer su
poder, su sanación, como quiera y cuando quiera.

A- En algunos años, Nelly, has ido yendo de descubrimiento en descubrimiento…

N- Sí, poco a poco, entre los años 1976-1979, fui haciendo los descubrimientos
fundamentales de los que ahora vivo, y fue entonces cuando recibí el llamado al ministerio
de sanación. Mi comunidad me empujó a ello después de un año y medio de participar en la
Renovación. Se me decía que poseía el discernimiento y todas las cualidades necesarias.

A- Entonces ¿el ministerio de sanación existía ya en esa época?

N- El ministerio de sanación física sí. Es decir, -y fue el caso en toda la Renovación- se


admiraba las maravillas obradas por el Señor en la sanación física. Veíamos sanar el
cáncer, la diabetes y otras enfermedades graves.

El caso más increíble para nosotros fue el de una mujer que tenía una diabetes en último
grado. Estaba a punto de morir. Le dijeron: “¿Por qué no vas donde las personas que oran
en la capilla?”. Vino e inmediatamente tocada. Lo extraordinario es que su diabetes no
desapareció, pero no evolucionó más. Actualmente ella tiene fuerzas suficientes para
trabajar, mientras que antes era de tan manera débil que se pasaba los días enteros en
cama.

A.- ¿De modo que ustedes empezaron a orar por sanación física?

N.- Si. Pero tuvimos que hacer todo un aprendizaje. Porque siempre buscamos ser notados,
reconocidos. ¡Corremos tras la vanagloria! Y de alguna manera la sanación física es más
espectacular que la sanación interior. Así, por ejemplo, si se presenta una persona que tiene
una grave enfermedad pulmonar, y, al imponerle las manos, es sanada instantáneamente,
esto resulta mucho más impresionante que una sanación interior

Más tarde se nos presentó un nuevo problema. Después de tres años de ministerio (1976-
1979), de que había, sin lugar a dudas, sanaciones físicas extraordinarias (enfermedades
cardíacas, cánceres, y otros males incurables). Pero constatábamos también que las
personas que habían sido sanadas volvían a veces más enfermas que antes. ¿Qué es lo pa-

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saba? ¿Acaso el Señor no sanaba de una vez por todas? ¿Habíamos cometido errores? A
decir verdad, nos hacíamos muchísimas preguntas...

Hay algo que yo comprendí en aquel entonces: y es que siempre hay que estar atentos a los
signos que nos da el Señor. A través de lo que estaba ocurriendo, el Señor quería darnos a
nosotros, sus servidores, los signos necesarios para perseverar, pero yendo al mismo
tiempo más lejos.

Cuando el Espíritu se manifiesta, es para hacernos progresar.


El no quiere que nos quedemos al borde del agua, sino que avancemos hacia lo profundo:
los misterios del Señor, su Sabiduría, no tienen límites. Somos nosotros los que ponemos
límites a su acción.

La experiencia de la sanación física fue, pues, para nosotros, un estímulo para profundizar
nuestro ministerio.

No cabe duda de que la mayoría de las enfermedades son de origen psicosomático, es


decir, que a menudo una enfermedad física es signo y síntoma de una enfermedad psíquica
y espiritual más profunda, cuyo origen se encuentra en algún suceso desafortunado vivido
en la juventud, en la niñez o incluso durante el tiempo de vida intrauterina.

Yo me asombraba de ver cómo muchas personas volvían a nosotros más enfermas de lo


que estaban antes de su sanación. El Señor me dio la gracia de comprender que habíamos
orado por la sanación de los síntomas de las enfermedades y no por la sanación de la raíz
de las mismas. Comencé entonces a leer libros que trataban de la sanación de los
recuerdos. Lo hacían de un modo que en aquel entonces era aún bastante superficial. Yo no
estaba satisfecha. Decidí, pues, profundizar este tema en oración.
Era absolutamente necesario que el Señor nos mostrara lo que pasa en el origen de las
enfermedades. Y en este momento descubrimos que a la base de todo se halla, para cada
uno de nosotros, la necesidad de perdonar.

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A — Hemos llegado al corazón del tema, Nelly, y vamos a volver después a él. La
experiencia que ustedes han adquirido en la oración de sanación es notable. El modo
como ustedes oran ya está bastante elaborado actualmente. ¿Cómo descubrieron las
líneas de fuerza de la oración de sanación interior?

N. — Mi hermana Genoveva tenía una depresión nerviosa desde hacía muchos años. Mi
madre decía siempre que ella no haría nunca nada bueno. Cuando no había sol, mi hermana
se metía a la cama. Un día, le preguntó al P. Agustín, el jesuita con quien habíamos
comenzado a organizar los retiros, si no se podía hacer algo por ella. Él me contestó: “Nelly,
tendrás que hacer tu aprendizaje en tu propia casa”.
Yo me preguntaba cómo podía hacerlo. Me decía también que iniciar una oración de
sanación por una persona en plena depresión implicaba una grave responsabilidad.

Además, mi hermana no tenía una vida regular de oración, ni tampoco vida sacramental.
Creía aún en Dios, pero ya no practicaba. Me dije entonces que era yo la que tenía que
perseverar fielmente en la intercesión por mi hermana. Yo debía hacer por ella lo que ella
era incapaz de hacer por sí misma. Comencé pues a orar por ella, no la oración por la vida
en el seno materno, porque ésta la descubrí solamente más tarde, sino por el período que
iba desde el día de su nacimiento hasta aquel momento de su vida.
Ella tenía entonces 25 años.

A — ¿Presentabas simplemente al Señor, en oración, las diferentes etapas de la vida


de Genoveva?

N. — Sí. Yo oraba también por los sucesos dolorosos que ella había vivido. Recordaba, por
ejemplo, que cuando ella tenía dos años había sufrido un accidente al caerse en un brasero.

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Yo oraba en la habitación vecina a la suya. Ella permanecía en la cama, aunque el médico


decía que no estaba enferma. Pero ella no cesaba de exclamar: “¡Voy a morir, voy a morir...
Tengo que morir!”.

En esos momentos yo oraba en lenguas por ella. Ella me decía no ores por mí pierdes el
tiempo. Tú puedes sanar a todos los carismáticos, pero conmigo pierdes el tiempo. Vas a
ver cómo voy a morir, y no podrás hacer nada. Y “tu Cristo tampoco podrá hacer nada”. Yo
no le contestaba, pero oraba y oraba… a menudo ella abandonada la cama de noche para
huir afuera, muy lejos. Si no la seguían llegaba a la orilla del mar.

Un día recibí una visión: vi una gitana cerca de la iglesia del cero. Le pregunté a Genoveva”.
¿Has tenido alguna mala experiencia con una gitana?” Ella me respondió afirmativamente,
pero añadió en seguida que no se atrevería a hablar jamás de ello. “¿Cuéntame que pasó?”.
“Cuéntame…”

Ella me contó su historia. A la edad de 12 años estaba en el primer año de humanidades en


el liceo. Un día había ido a la escuela, como de costumbre, pero ese día no hubo clases
después de almuerzo. Entonces cinco niñas de su clase se juntaron. “los gitanos llegaron
cerca de la Iglesia”, dijeron.”Vamos a pedirle que nos pronostiquen el futuro…” todas
estuvieron de acuerdo. Bien podían volver a pie a sus casas, puesto que no había clases. El
dinero del bus les serviría para pagar a los gitanos.

Genoveva formaba parte de este pequeño grupo. Cuando las niñas llegaron al campamento,
las gitanas se pusieron a predecirles el futuro. Una de ellas se dirigió a mi hermana y le dijo:
“¡Tú estás en peligro de muerte! Una de tus compañeras de clase te matará. Si me das cinco
pesos puedo librarte de este peligro. Vuelve a tu casa,. Yo guardaré tu guante derecho para
estar segura de que volverás a verme”

Genoveva sabía que mi padre, que era policía, había pasado muchos malos ratos a causa
de los gitanos. No se atrevió, pues,

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A pedir plata a nuestros padres y guardó esta historia secretamente enterrada en su


corazón, sin atreverse a hablar de nadie de ella.
Habíamos encontrado el origen de su miedo y la angustia que le impedía dejar la cama por
la noche.

Le pedí al Señor que sanara esta herida, y, oramos con el P. Agustín por la liberación de
esta atadura. Todo quedó en orden.

Después seguí orando, y me di cuenta de que ciertos acontecimientos, si bien puramente


accidentales, pueden tener influencia en la personalidad y pueden marcar la vida entera.

Encontré también en la vida de Genoveva otro incidente que la había traumatizado. La


hermana de mi madre había muerto en circunstancias trágicas, con ocasión del incendio de
la tienda de un óptico. Alguien, por inadvertencia, había hecho un cigarrillo en un recipiente
que contenía líquido inflamable. Se produjo un violento incendio, y en menos de cinco
minutos todos los clientes se habían quemados vivos.

Era un sábado…

Como ya lo dije…

En oración, recorrí

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Entonces me dije: "Si el Señor ha hecho esto por mi hermana, bien puede hacerlo por
muchos otros". Y así abordamos con el P. Agustín nuevas experiencias. Organizamos
"retiros de sanación", primero con un pequeño grupo de personas. Estábamos aprendiendo,
porque no sabíamos mucho de la oración de sanación interior. Poco a poco el Señor nos
permitió descubrir la complejidad del ser humano.

Yo era profesora de filosofía, sumergida en un mundo heredero del pensamiento grecolatino


que divide al ser humano en alma y cuerpo. Esta división, a decir verdad, jamás había
quedado clara para mí. Sabía que algunos místicos habían hablado del espíritu como la “fina
punta del alma". Tenía que haber algo más profundo.
¡Cuál no sería mi asombro cuando me di cuenta de que mi filosofía grecolatina era falsa:
había mucho más en el ser humano! Descubrí en la Biblia que el ser humano está
compuesto de cuerpo, alma y espíritu. Y es allí donde reside la dificultad que encontramos
para lograr la armonía que Dios desea para nosotros.

El P. Carlos Aldunate S.J. explica claramente la estructura cuerpo-alma-espíritu tal como se


la encuentra en S. Pablo (1), El cuerpo es humano porque está animado por un alma humana
(cfr.1 Co 15, 39). Cuerpo y alma forman un todo. El espíritu es la capacidad de abertura a
Dios, la capacidad de recibir su Espíritu
Santo.

Mientras permanezca cerrado al Espíritu Santo, el hombre no será más que "carnal", es
decir' se limitará a las tendencias naturales. S. Pablo habla entonces simplemente de la
"carne" o del "hombre viejo", del "hombre carnal", del "hombre psíquico", del "hombre
exterior". Cuando el hombre se abre al Espíritu, S. Pablo habla de "espíritu" o del "hombre
nuevo", del "hombre espiritual", del "hombre interior" (cfr. 1 Co 2, 14; 3,3; 2 Co 4,16; Gal 5,
16; Ef 4, 22 - 24; Col 3 , 9 - 1 0 ).
(1) Transformación Espiritual y Sicológica, Ediciones Paulinas. Santiago de Chile. Ver Capitulo 1 y 2.

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Compara también la estructura del hombre con la de un vaso de arcilla que contiene la luz
del conocimiento de Cristo (cfr. 2 Co 4,6 - 7). El cuerpo y el alma serían el vaso de arcilla, el
espíritu humano sería la capacidad que tiene el vaso de recibir el Espíritu de Dios. El
"hombre exterior" no incluye el espíritu; el "hombre interior" incluye al hombre entero: cuerpo,
alma y espíritu.

El lenguaje de Jesús va en la misma dirección que el de S. Pablo. No distingue claramente


bs diferentes elementos, pero sus palabras corresponden a la misma idea.

En repetidas ocasiones habla de lo que es interior y de lo que es exterior al hombre. Las


apariencias no son suficientes; es necesario que el corazón se convierta, es decir, que se
abra a Dios y a su Espíritu. En ese momento, el hombre queda unido a Dios por lo interior y
recibe de El la vida; es capaz de responder en espíritu y en verdad. Entonces, "el Reino de
Dios está en medio de nosotros".

Esta nueva vida de que disponemos proviene de una fuerza divina; ella supera las simples
fuerzas humanas, pero se puede pedir recibirla. Sin esta vida divina, nada podemos hacer.
Este tesoro interior tiene tal importancia que bien vale la pena darlo todo para poseerlo. "E s
el Espíritu el que da la vida, la carne de nada s i r v e " (Jn 6, 63). cfr. También Mt 23, 26; Lc
17, 21; Mc 4; 1-20; 26-29; Jn 15, 4-5; Mt 13, 44).

Se encuentran trazas de esta estructura del hombre en la parábola de la semilla que puede
quedar al borde del camino o ser sembrada en buena tierra, en la que hunde sus raíces. Se
puede también pensar en el Hijo pródigo, que parte a un lejano país, dejando a su padre por
el mundo exterior; y cuando más tarde se convierte, lo hace entrando en sí mismo y
retornando a casa.

Encontré también en la Biblia que para la mirada del inmenso amor e infinita ternura de Dios
nada en el hombre es menospreciable: ni el cuerpo, ni el alma, ni el espíritu. Están estas tres
cosas

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tan unidas, que la enfermedad física resulta ser un signo de alguna herida del psiquismo o
del espíritu.

Actualmente, cuando veo a un enfermo, me pregunto dónde se esconderá la raíz de su


enfermedad. Merced a la experiencia adquirida a lo largo de los años, cuando un enfermo
viene a que ore por él, empiezo por pedirle al Señor que me indique dónde reside la raíz de
su mal. No hay que comenzar orando por los síntomas de la enfermedad. El Señor sabe
mejor que nosotros dónde se encuentra la raíz de la herida.

Por último, en lo que respecta a la iniciativa de Dios en los carismas, pienso que debemos
ser muy sencillos. ¡No nos hagamos falsos problemas! ¿Por qué? Cuando alguien viene a
mí y me pide que ore por él, la mayor parte de las veces yo no sé nada de esta persona.
Puede tratarse de un africano, de un israelita, de un alemán. Además, hay que tener en
cuenta la diferencia de culturas. En nuestra cultura latinoamericana tenemos la costumbre
de juzgar rápidamente, y a veces con mucha estrechez, en algunos puntos, especialmente
en lo que respecta a la sexualidad.
Pues bien, constato con asombro hasta qué punto Jesús supera la cultura. El siempre nos
da una "pequeña hebra" por donde será posible agarrar el problema. Yo no me preocupo.
Me digo a mí misma que si no hay nada que ver, Jesús no me dirá nada. Y que si hay algo
que ver, nos dará un signo, puesto que El nos ama.

A, -Tú descubriste la antropología revelada, y gracias a este descubrimiento estabas


tocando con el dedo la unidad del hombre y la Importancia de todo lo que hace un ser
humano. ¿A qué te llevó esto en la oración de sanación interior?

N — Este descubrimiento me llevó a no fijarme tan sólo en el aspecto psicológico de las


heridas y enfermedades. Aunque todo en el hombre tenga su importancia a los ojos de Dios,
he podido

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constatar que lo que más frecuentemente se enferma es el espíritu. Y he comprendido


también que el ser humano fue creado por Dios con todas sus cualidades. Es frágil, sin
duda, pero ¡es una maravilla!

Para m í, la peor de las enfermedades (y es lo que me ha llevado a orar por sanación


interior) es que el hombre no cree que Dios lo ama. Es inconcebible, por ejemplo, que
muchos sacerdotes y religiosas trabajen al servicio de Dios sin haber tomado realmente
conciencia de que son amados por El.

La gran enfermedad del mundo actual es la de estar separado de Dios. No es de este modo
como encontraremos la felicidad. Bien puede uno darse todas las satisfacciones artificiales
posibles, esas que hoy se llaman " felicidad", pero ellas no serán sino apariencias, una
máscara de la verdadera felicidad a la que Dios nos llama.

El gran descubrimiento que tenemos que hacer es, pues, que Dios ama a sus hijos tales
como son. Pero ¡cuidado!: si Dios me ama tal como soy, El no quiere que me quede así. La
sanación interior consiste en cambiar lo que está herido en nosotros. El Señor quiere
reconciliarnos con lo que somos: nuestra historia, nuestro pasado, nuestras heridas, etc.

A. — ¿Puede Dios realmente cambiar algo en nosotros cuando nuestra historia ha


sido herida?

N. — ¡Sí! ¡El es un Dios vivo! Todos estamos llamados a descubrir esto. El no está lejos de
nosotros; El se expresa a través de los menudos acontecimientos de una vida. No nos
atrevemos a creer que El sufría con nosotros cuando hemos sido heridos por sucesos
desdichados. El puede cambiarlo todo: ¡El puede sanarnos!

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Y la maravilla de las maravillas es que nosotros podemos vivir este dinamismo del evangelio,
todas estas promesas de Jesucristo, que son verdaderas. El es un Dios fiel y su palabra
hace lo que dice.

Personalmente, de descubrimiento en descubrimiento, he llegado a tomar conciencia de que


Dios es capaz de renovarlo todo. Y cuando dice que El puede restaurarnos, lo hace de
verdad: es capaz de hacerlo. Pero es igualmente verdadero que El no renueva a sus hijos
con un golpe de varita mágica. Muchas personas desean recibir la sanación interior de este
modo, como si fuera una nueva terapia psicológica.
Pero es enteramente diferente, porque abordar la sanación interior es entrar realmente en un
camino de sanación, ir de conversión en conversión, tornarse "cristocéntrico", sabiendo muy
bien que, aunque pongamos a Cristo en el centro de nuestra vida, muchas puertas quedarán
aún cerradas en nosotros. Ellas se abrirán cuando Dios lo quiera.

Porque la sanación al estilo del Señor es enteramente diferente de la de los médicos. El


médico cuida del cuerpo, el psiquiatra cuida del psiquismo, el sacerdote cuida de los
espíritus. El único que cuida de mi ser entero es Jesucristo. He ahí la maravilla de la
sanación interior.

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EL PERDON, COLUMNA VERTEBRAL DE LA SANACION INTERIOR.


A.— Cuando dices que oras por sanación interior ¿qué entiendes por eso?

N. — Orar por sanación interior es ante todo permitir a Jesús que visite todos aquellos
lugares de nuestra vida en que hemos sido heridos. Ya hemos hablado de ello: muy a
menudo, a la base de toda herida hay un problema de perdón. Es, pues, un problema
espiritual. A la raíz de un cáncer, por ejemplo, hay a menudo un asunto de perdón o de
culpabilidad. Conviene buscar el origen de esta culpabilidad, buscar el momento en que ella
nació y porqué.
Generalmente nos encontramos frente a una herida remachada.

¿Qué entendemos por herida remachada? Supongamos, por ejemplo, que yo no fui una hija
deseada. En mi nacimiento, mis padres, faltos de espacio y de medios materiales, no
pudieron tenerme en casa. Me confiaron a mis abuelos. En ese momento sufrí una herida
muy fuerte de abandono. A la edad de tres años me trajeron de vuelta a casa. Mis padres, al
igual que mis hermanos, me eran extraños. Esto fue una nueva herida de abandono. Pero
tuve también el sentimiento de haber sido abandonada por mis abuelos: otra herida de
abandono. En seguida, me envían a un pensionado: también herida de abandono. De este
modo, acumulándose, las heridas me van agravando.

Un enfermo de este tipo puede tomar muchos caminos psicológicos que no lo conducirán a
ninguna sanación, porque en el fondo de él mismo hay un gran perdón que tendría que dar.
Y si este perdón no se da, es imposible volver a encontrar la paz consigo mismo, con el
prójimo y con Dios. Orar por sanación interior es volver sobre todos estos sucesos que han
herido al ser humano, que

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lo han movido a ponerse una máscara tras otra, para responder a una sociedad que exige
reaccionar de una determinada manera frente a una situación dada y responder a
determinadas exigencias.

El ser humano es incapaz de esto. Tiene que jugar su papel en la casa, en el trabajo, en la
sociedad. Hay diversas funciones sociales, como la de profesor, la de padre, de sacerdote,
de policía, etc. Cada uno de nosotros se cree obligado a adoptar una cierta manera de obrar,
ciertas actitudes, ciertas maneras de vestirse, en función del rol que está llamado a
desempeñar. Somos grandes actores. No nos resulta fácil ejercer nuestra libertad frente a
nosotros mismos, frente a los otros y frente a Dios.

Para mí, el fruto de la sanación interior es hacernos hijos de Dios. El hijo de Dios es un ser
libre. Porque la libertad es uno de los grandes atributos de Dios. Si yo no soy libre como hijo
de Dios, hago mentir mi condición de tal. Si Dios es libre, sus hijos están llamados a llegar
también a serlo.

Gracias a la sanación interior llegaremos a no tener miedo de nada, a sentirnos confortables,


a ser nosotros mismos. No porque hayamos emprendido una terapia psicológica, sino
porque habremos descubierto un Cristo siempre viviente que no cesa de amarnos.

Y si caemos, será un accidente. Después de una caída, siempre es posible levantarnos y


volver a comenzar, porque se ha sido perdonado. A menos que se caiga por caer, por
mezquindad.

M, - Ya has hablado muchas veces de perdón. ¿Qué quiere decir propiamente esta
palabra? Porque muchas personas dicen que no tienen nada que perdonar o que ya
han perdonado. Pero, de hecho, cuando se ora por ellas, uno constata que están
bloqueadas frente al perdón.

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N. — Mi madre decía: "Yo he perdonado, pero no olvido". ¡Curiosa manera de perdonar! ¡Es
cómico! Mucha gente dice que está en paz, que no tiene rencor contra nadie, y no es cierto.

El perdón es lo más asombroso en el ministerio de sanación interior. A la base de cada


herida hay un perdón que dar o recibir. ¿Me atrevería a decir que hasta ahora el problema
del perdón ha sido mal comprendido?

Es verdadero incluso dentro de la Iglesia. Y esto no es una crítica, sino una constatación. A
través de mi ministerio he tenido ocasión suficiente de darme cuenta de que no se sabe
cómo perdonar. La gente se imagina haber perdonado cuando está, en cambio, impregnada
de falta de perdón. Basta con mirar a todos esos enfermos: ellos están enfermos por el
hecho de que su organismo ya no puede soportar todo el odio y el rencor acumulados
durante años.

El perdón no se sitúa en el nivel de los sentimientos. Es esencial comprender esto. Cuando


le digo a alguien que es importante para él perdonar, me responde que es incapaz de
hacerlo. Yo le respondo que eso es verdad, que dejado a sí mismo él no puede perdonar a
nadie. ¿Cómo llegar a perdonar tan sólo con nuestras fuerzas? ¡Sólo lograremos
enfermarnos más! Es con Cristo como debemos entrar en actitud de perdón. Esa es la única
manera de perdonar.

Ciertas personas dicen que quisieran perdonar, pero que ello sería una actitud hipócrita de
su parte. ¿Por qué? Una vez más, el perdón no se sitúa en el nivel de los sentimientos.
Estos constituyen un estrato inferior del ser humano. Yo no los desprecio, porque ellos
tienen su importancia y su valor. ¡Pero el perdón depende de la voluntad! Yo debo tomar la
decisión de perdonar y pedir a Jesús que venga a penetrar y a fortalecer con su presencia
las decisiones que acabo de tomar. Y hay que hacerlo todos los días y no tan sólo una vez
de pasada. Porque somos sumamente complicados y lentos para comprender...

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En definitiva, ¿qué es el perdón? El perdón es el fruto de una gracia. Tan sólo la gracia de
Dios puede hacernos capaces de entrar en una actitud de perdón.

Fue al profundizar en mi propio caso como pude hacer muchos descubrimientos a propósito
de la sanación interior. Si hablo profusamente de mi historia personal, es porque este
ministerio exige mucha discreción cuando se trata de otros. Cuando alguien me entrega su
testimonio por escrito, puedo hablar. Si no, me callo.
Esta es la única razón por la que es preferible que hable de lo que yo misma he vivido.

En lo que respecta al perdón, he descubierto que se sitúa a tres niveles:


 El perdón a los demás.
 El perdón a sí mismo.
 El perdón a Dios.

Cuando descubrí por primera vez que debía perdonar a los otros, este descubrimiento fue
dramático para mí, porque yo pensaba antes que no tenía nada que perdonar a nadie.
Pensaba que estaba en paz. Sin duda, yo tenía pequeños problemas, pero no dificultades
grandes respecto de mi prójimo.

Recuerdo bien el tiempo en que mi noviazgo fue roto. Me decía a mí misma que debía
perdonar a mi novio. Me ponía de rodillas exclamando que lo perdonaba por esto y
aquello...Aún no había descubierto la gracia del perdón.

Me mantuve en esta actitud hasta el día en que el Señor, quizás ya cansado de escucharme,
a mí que me encontraba tan dispuesta para perdonar a los demás, me hizo la siguiente
pregunta: "Y tú, ¿qué mal le has hecho a él?" Entonces vi el otro lado del problema. Mi
propia actitud frente a mi novio. Y tomé conciencia del sufrimiento que le había inferido.

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Me decía a mí misma: "De seguro que el pobre se salvó..." Pero el perdón no había sido
comprendido aún: yo oraba, claro pero me escapaba lejos de Dios.

Lo maravilloso que ocurre con el Señor es que cuando uno se da cuenta de que El sana sus
hijos. El ya está actuando desde mucho tiempo. Y es por esta razón por lo que debemos
estar siempre atentos a los signos que nos da cuando viene a emprender nuestra sanación.
Es lo que pasó conmigo.

Yo quería participar en un retiro de sanación. Me preparaba para él pidiéndole al Señor que


me mostrara lo que El quería sanar en mi corazón. El conocía muy bien lo que estaba herido
en mí. Yo, por mí parte, no veía lo que tenía que cambiar. Yo era profesora de filosofía,
había estudiado psicología y otras disciplinas. Pero nunca me había interesado por un
proceso terapéutico, porque eso no me atraía. Quince días antes del retiro, el Señor
comenzó a tocar mi corazón. Alguien me preguntó por qué no me había casado. Contesté
que me encontraba bien así: era libre, tenía una profesión, hacía lo que quería con mi
dinero, tenía la posibilidad de viajar. Por otra parte, mis padres encontraban muy inteligente
que yo me hubiera quedado soltera. ¡Tenía buena suerte! No estaba obligada a cocinar para
mi marido, ni a lavarle las camisas...

Más de quince personas me hicieron la misma pregunta y a todas les di la misma respuesta.
Por esos días tenía que entregarle un trabajo al Padre Carlos Aldunate, que era mi director
espiritual. El, de un modo muy abrupto, me preguntó de pronto: "Nelly, quizás soy curioso,
pero me gustaría saber la razón por la que no te has casado. Eres una mujer alegre, tienes
una cantidad de cualidades... Siempre me pregunto por qué una mujer como tú no se casa".

¡Fue el golpe de gracia! En ese momento, en oración, comprendí el sentido de la pregunta


que me había sido hecha por tantas personas. Tenía que haber algo torcido en mí. Frente al
matrimonio había una insensibilidad total de mi parte. Me reía

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mucho de esas mujeres que andan a la caza de marido. Hacían el ridículo al perder de este
modo su libertad. Sí, había en mí algo que estaba herido.

Partí al retiro en este estado de espíritu. Al segundo día, durante la oración de sanación,
comprendí que yo me negaba a casarme a causa de la infidelidad que había visto en mi
padre para con mi madre. Yo había sufrido por esta infidelidad desde mi niñez. Mi papá era
un hombre muy bueno, pero había hecho sufrir a mi mamá por sus muchas aventuras
amorosas. Y en mi corazón, inconscientemente, yo me decía: "Jamás me casaré, porque no
quiero ser engañada y traicionada como la mamá". Alguien dijo en la asamblea: "Vean qué
fácil es perdonar. Pídanle a Jesús que venga a ustedes para que perdonen a los que tienen
que perdonar".

Yo estaba feliz. Había perdonado a mi padre.

¡Cuál no sería mi asombro cuando, al volver a casa, y encontrarme con mi padre, sentí que
tenía ganas de cortarlo en pedacitos! Me pregunté qué es lo que pasaba conmigo. Entonces
comprendí la palabra de Jesús en el evangelio de San Mateo. Pedro le pregunta a Jesús
cuántas veces debe perdonar, y Jesús le responde: "No te digo hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete" (Mt 18,22). Fue para mí un gran signo del Señor. Si "setenta
veces siete" significa que hay que perdonar siempre, tendré que ponerme a orar y a
perdonar hasta que reciba la gracia del perdón. Debo hacer todos los días una oración de
perdón por mi padre hasta que esta gracia me sea otorgada.

Entonces, día tras día pedí: "Señor Jesús, dame la gracia de perdonar a mi padre todas sus
aventuras, todas sus infidelidades, todo lo que hemos sufrido a causa de él".

En esta época, mi padre se casó por tercera vez. A medida que yo oraba por el perdón, mis
sentimientos cambiaban frente a él. La oración modificaba mis emociones. Yo me tornaba
más apacible y la relación con mi padre se iba mejorando. Finalmente fue algo maravilloso.

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Hay que hacer notar también que cuando rehusamos el perdón a alguien, lo atamos;
guardamos sobre él algo así como un poder. Una vez que aceptamos perder este poder
sobre la otra persona, si continuamos orando por el perdón, el Señor viene a cortar las
ataduras y a restaurar el amor. Yo estaba maravillada al constatar el trabajo hecho por el
Señor no solamente en mi propio corazón, sino también en el de mi padre.

Insisto en la necesidad de una oración fiel para pedir esa gracia del perdón. Cometemos un
gran error en la Renovación cuando creemos que basta perdonar de una vez por todas y
que entonces todo queda arreglado como por encanto. Recordemos que somos cuerpo,
alma y espíritu, y que la herida inscrita en nuestro ser por tal o cual acontecimiento hace
más difícil el perdón. Sólo la oración cotidiana, hecha durante meses e incluso años, nos
podrá obtener la gracia del perdón.

Una vez que hube comprendido que estaba muy lejos de haber perdonado a mi padre, y que
las heridas se manifestaban con más fuerza, oró todos los días durante diez minutos
pidiendo a Dios la gracia de perdonarle todo lo que me había hecho padecer. A medida que
oraba así, el Señor me mostraba igualmente los buenos recuerdos que guardaba de él. Y
después de unos ocho meses recibí la gracia en mi corazón.

El Señor obra a través de su Palabra. Jamás olvidaré el siguiente texto del Eclesiástico
(3,16), en que El habla del deber de los hijos para con sus padres:
"Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su
madre".

En ese momento el Señor me dijo que quería darme la gracia de perdonar a mi padre. Y
durante ese año en que oré por el perdón, el Señor trabajaba igualmente en el corazón de
mi padre. Yo me di cuenta de que había rehusado toda la ternura que mi padre me había
querido manifestar, a causa del resentimiento que yo experimentaba hacia él, que había
hecho sufrir tanto a su familia.

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Pues bien, el Señor permitió que descubriera esa ternura.

A veces sucede que sorprendemos a los otros cuando queremos perdonarlos y restablecer
lazos que habían sido cortados. Comprendiendo que tenemos que perdonar, a veces, con
impaciencia, queremos dar un paso hacia el otro. Me acuerdo de aquel muchacho que le dijo
a su madre: "Mamá, yo quiero perdonarte por tal o cual cosa". La madre, que no estaba
preparada para recibir esto, sufrió un verdadero shock. Hay que pedirle al Señor que llene
nuestros corazones con su gracia, e incluso que nos sugiera los gestos y las palabras que
habrá que decir cuando venga el momento de la reconciliación. Todo esto, al in de evitar una
nueva herida.
Así, mi padre ignoraba totalmente que nos había herido. No sabía que por su causa yo me
había quedado soltera... ¿Qué habría ocurrido si yo le hubiera dicho: "Papá, te perdono tus
infidelidades?".

El Señor nos dio su gracia. Mi padre vivía a dos horas de nuestra casa. En cierta ocasión se
sintió movido a venir a vernos. Mientras yo escuchaba la palabra que acabo de mencionar,
él llegaba a nuestra casa. Me abrazó y me dijo que me quería mucho y que deseaba
verme...Yo sabía que era el perdón pedido el que estaba actuando en él.

Es importante, por último, hacer notar que la oración de perdón por un padre y una madre,
es igualmente necesaria para que seamos sanados de las falsas imágenes paterna y
materna: la primera nos permitirá descubrir a Dios, nuestro Padre. La segunda nos hará
descubrir a María, nuestra Madre. Son muchos los cristianos para quienes María no cuenta.
¿Cuántos son los que se atreven a creer que María intercede por cada uno de nosotros? No
nos atrevemos a pedirle nada, porque nuestra imagen materna está falseada. Por medio de
estos perdones que damos, el Señor viene, pues, a restaurar esas imágenes. Porque Dios
restaura, Dios no destruye nada. Y permite que veamos lo que está bien en nuestro pa-

34

dre y también lo que está mal. El quiere que la imagen paterna sea plenamente rehabilitada
en nuestra historia personal. ¡Esa es la maravilla de la sanación interior!

A. — ¿Podrías explicarnos en qué consiste el perdón a sí mismo?

N — El perdón a nosotros mismos es una realidad muy compleja, porque nosotros somos
seres repletos de culpabilidad, culpabilidad que puede comenzar ya en el período en que el
niño está en el seno materno: el hecho, por ejemplo, de no ser acogido, de no ser deseado,
de no ser aquel o aquella que se esperaba, todo eso hace que nos sintamos culpables de
vivir.

Puede pasar también que uno haya sido marcado por innumerables reproches humillantes,
que a veces son dirigidos a los hijos por los padres y educadores: "¡Eres un bruto! ¡No sirves
para nada! ¡Eres un inútil!" O a lo mejor emplearon la estrategia del silencio, porque los hijos
obraban de una manera que ellos no aprobaban. O puede que nos hayan hecho pasar
vergüenza ante los demás por habernos comportado de una manera que parecía reprensible
a los ojos de los mayores. La culpabilidad tiene los más diversos orígenes.

En el ministerio de sanación me ha llamado la atención encontrarme con personas que,


habiendo recibido el perdón sacramental mucho tiempo atrás, persisten, sin embargo, en
acusarse de la misma falta. Y no sólo eso, sino que siguen también sufriendo las
consecuencias de sus pecados. Y ello, porque no han descubierto la realidad profunda del
perdón.

¿De qué se trata, pues? Lo que sucede es que esa persona no se ha perdonado aún así
misma. Recuerdo el caso de una señora que sufría insomnios desde hacía veinte años. Se
había casado muy joven, alrededor de los 'dieciséis años, con un hombre de unos treinta. La
diferencia de edad entre ambos era muy grande.

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Cuando esta mujer llegó a la edad de veinte años, se enamoró de otro hombre y engañó a
su marido. De este modo tuvo una relación que duró una decena de años y que se habría
prolongado aún más si su amante no hubiera muerto. Después de esta aventura, ella volvió
a recibir los sacramentos. Tomó conciencia de su pecado y se confesó. Durante años siguió
confesando la misma falta sin poder encontrar la paz ni conciliar el sueño.

Con ocasión de un retiro de sanación, ella me relató su historia y me pidió que orara por ella.
Mientras oraba, recibí una visión en que esta mujer aparecía llevando una pequeña tumba
sobre su cabeza. Le pedí al Señor que me diera sabiduría para decirle lo que ella
necesitaba. Descubrí entonces lo que había pasado y le aconsejó que se perdonara a sí
misma. Me respondió que era incapaz de hacerlo. Cuando me confió que ya había
confesado su pecado y que en cada confesión volvía a confesarlo nuevamente, yo le
pregunté si acaso sabía lo que estaba viviendo: "Eso es una tentación. Usted está siendo
tentada de no creer que Dios ya ha perdonado su traición..."

Me preguntó si no sería bueno para ello poner a su marido al corriente de su infidelidad. Le


contesté que aquí precisamente se hallaba su cruz. Si quería que su marido se mantuviera
firme, era preferible que callara. Debía perdonarse a sí misma, pedir a Jesucristo la gracia
de entrar en una actitud de perdón y de reconciliación consigo misma.

Ella pidió esta gracia. Poco tiempo después, vino a encontrarme, radiante de alegría, y me
dijo: "Nelly, ¡por primera vez he dormido toda la noche!".

Usualmente sólo creemos lo que experimentamos. Cuando hayamos tenido ocasión de


perdonarnos a nosotros mismos algún hecho doloroso que nos ha marcado en lo profundo,
cuando hayamos tenido ocasión de constatar los efectos del perdón, solamente entonces
llegaremos, tal vez, a creer en la fuerza sanadora de la actitud perdonante frente a Dios, a
los demás y a nosotros mismos.

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Recuerdo todavía otro caso. Una dama estaba oprimida desde hacía muchos años. Su
madre había sido muy autoritaria con ella en sus años juveniles. Cuando esta dama
comenzó a trabajar, se llevó consigo a su madre, pues el padre ya había muerto. Desde ese
momento jamás quiso comprarle algo a su madre. Cuando ésta le pedía zapatos o
cualquiera otra cosa que necesitaba, ella le contestaba que no tenía dinero. La madre murió
de pena. Ella se puso entonces a comprar toda suerte de cosas, que amontonaba en
armarios sin usarlas jamás. Es que tenía que castigarse por lo que había omitido hacer por
su madre. Entonces descubrió su culpabilidad, que se originaba en el deseo de vengarse de
su madre, alimentado secretamente por mucho tiempo. Se confesó, y todos los días pedía,
por el poder de Jesús, la gracia de perdonarse a sí misma. Y de este modo sanó.

La culpabilidad nos destruye y corroe, porque ordinariamente somos para con nosotros
mismos los peores jueces. Nosotros nos juzgamos más duramente que lo que lo hace Dios,
que es por excelencia amor y ternura.

A.— Ya es hora de que nos hables del perdón a Dios. Dos palabras que no parecen ir
juntas. Y sin embargo, también morimos a causa de nuestros resentimientos frente al
Señor.

N. — A menudo alimentamos un gran resentimiento frente a Dios, y nos forjamos falsas


ideas acerca de Él. Mi ministerio de sanación está verdaderamente centrado en el amor de
Dios. Cuando un hombre o una mujer descubren que son amados por Dios, por un Dios que
está en todas las cosas y que nos acepta tales como somos, entonces muchísimos
problemas desaparecen.
Con gran asombro he podido constatar que aunque, por supuesto, yo oraba mucho y hacía
retiros..., en mi corazón me pre-

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guntaba constantemente si acaso Dios me amaba, si me amaba tal como yo era. En el fondo
yo abrigaba una gran desconfianza frente a Él.

¿Cómo descubrí la necesidad del perdón a Dios? Porque puede ocurrir que hablemos
hermosamente de su amor y que incluso lo sintamos muy cerca intelectualmente. Pero no
somos solamente inteligencia. Somos cuerpo, alma y espíritu; y es en estos tres niveles
como debemos experimentar el amor de Dios. No se trata tan sólo de un asunto de
sentimientos, porque los sentimientos se desgastan con facilidad y prontamente.

Cuando mi comunidad me animó a ejercer el ministerio de sanación, me dije a mí misma: "Si


el secreto de los cristianos ha de ser el amor, algo pasa conmigo, puesto que yo no acepto a
todo el mundo". Me gustaba encontrarme con gente inteligente, con gente con estudios,
porque podía hablar con ellos de cosas que yo juzgaba interesantes. Pero ahora estaba
embarcada en un ministerio de sanación, y quien dice ministerio de sanación, dice ministerio
de amor. Ahora bien, entre las personas que venían a verme, había algunas que me
fastidiaban porque decían siempre las mismas cosas. Me pregunté, pues, a mí misma por
qué yo no podía amar a estas personas. La primera respuesta fue que yo no me sentía
amada por Dios y que tampoco me amaba a mí misma. Entonces clamé a Jesús y le dije:
"Señor ¿porqué yo no amo como Tú amas? ¿Por qué no acepto a todo el mundo? ¿Por qué
esa falta de confianza frente al amor?".

Un día, yo me encontraba muy triste por no saber cómo amar. Con ocasión de una reunión,
una mujer pobre se había arrojado a mis brazos diciendo; "Lo que más me gusta en ti, Nelly,
es que estás llena de amor y que aceptas a todo el mundo. Vengo a abrazarte porque te
quiero y tú me quieres". Me sentí entonces tan hipócrita que quise escaparme. Luego le hice
a Jesús la misma pregunta que le había hecho antes: "Señor, te ruego que me respondas:
¿Por qué no amo yo como Tú amas? Jesús, ¿me amas Tú? ¿Me amas verdaderamente?".

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En la oración por sanación interior he podido descubrir lo que podríamos llamar la "herida
tapón". Es una herida que de alguna manera impide que el Señor entre libremente en
nuestra vida.
Durante un retiro ignaciano yo hacía una y otra vez la misma pregunta: "Señor, ¿me
quieres?" No pasó nada durante los dos primeros días. Pero al tercero recibí una visión en
que aparecía un canasto lleno de arvejas, secas y grises. Por encima de este canasto había
una vaina henchida de frutos espléndidos. Era maravillosamente verde, tal como podía
vérsela sobre una tierra fecunda. Esta vaina se entreabría de tal modo que podían verse sus
frutos.

Durante esta visión pude comprender que esa vaina era yo misma. Se había apoderado de
mí una enorme gula espiritual. Yo estaba llena, pero era incapaz de dar. Este diagnóstico del
Señor me entristeció (para mí, una visión es un diagnóstico del Señor).
Pero ese diagnóstico era justo: yo era una mujer golosa de las realidades espirituales. Pero
era incapaz de dar, en particular de dar amor...

Tenía, pues, que preguntarle al Señor por qué yo actuaba de esta manera. Yo tenía miedo;
no tenía la menor confianza en mí misma. Podía sin duda hablar en público, hacer una
conferencia sobre literatura..., pero, cuando hablaba de Jesús, se apoderaba de mí el temor
y me sentía angustiada. Nadie creía en mi angustia, porque me veían hablar ante mucha
gente. Pero mi corazón estaba muerto de miedo.

Era como medianoche cuando la respuesta me fue dada. Volví a verme a la edad de once
años en la biblioteca del liceo en que había comenzado mis humanidades. Pude ver a una
niñita muy menuda que venía a buscar libros para el año escolar.

Mi madre siempre tenía problemas económicos, porque mi padre era muy gastador. Yo
trataba de evitarle preocupaciones y no obligarla a comprarme los libros que necesitaba al
comienzo del año escolar. Procuraba obtenerlos por medio del servicio de prés-

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tamo. Pero lo que yo no esperaba era que esos libros estuvieran marcados con el sello de la
"Asociación de Estudiantes Pobres". Este sello en la primera página de los libros me
traumatizó para siempre, porque todo el mundo se podía dar cuenta de que yo había
obtenido los libros prestados. La caridad no se ejercía con discreción. Esa era la herida que
me impedía recibir el amor de Dios y sanar.

Por otra parte, como en casa éramos muchos, yo estaba haciendo mis estudios en el
internado gracias a una beca que mi padre había obtenido para mí. Cada vez que yo
reclamaba por algo, me decían: "Señorita, usted no tiene derecho a reclamar; ya sabe por
qué..." Había por último, otra cosa que también me molestaba mucho, y es que no se nos
llamaba nunca por el nombre propio. Decían: "Señorita Astelli". Desde muy pequeña siempre
había oído en el colegio: "Señorita Astelli, al pizarrón. Señorita Astelli, haga tal o cual cosa".
Esta manera de nombrársenos creaba una distancia entre el profesor y la niña que era yo,
una distancia que, a su vez, se manifestaba en mi vida espiritual, en mi relación para con
Dios.

Yo tenía una falsa idea de Dios. ¿Quién era El para mí? Un Dios muy atento a que yo
cumpliera todo lo que se me pedía. De otro modo, El me quitaría la beca de estudios. Un
Dios juez, que me seguía paso a paso, con una lupa en la mano, al igual que un científico
que observa una hormiga. Un Dios listo para aplastarme tan pronto como yo diera un paso
en falso. Por suerte, yo estaba en una escuela laica, y no conocí todo ese género de
culpabilidades insufladas en las escuelas cristianas a propósito del pecado y de la moral.

Cuando me di cuenta de la falsa idea que tenía de Dios, le pedí perdón y lo perdoné.
¡Pareciera una herejía decir que se perdona a Dios! Sin embargo, yo perdonó lo que había
imaginado a propósito de Él, y le pedí que me perdonara esas falsas ideas que yo me había
forjado de Él.

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Viví entonces una gran reconciliación. Desde ese momento mi vida fue una vida nueva. En
efecto, muchas de mis heridas se habían originado en esta falsa idea que yo tenía de Dios.
Era ella la que me impedía -y les impide a muchos- introducirme en la gratuidad del Reino.

¿Por qué no lograba yo creer que Dios me amaba? Porque alimentaba mucho resentimiento
para con El. Mi casa se había desplomado a raíz de un terremoto. Mi madre había muerto.
Yo había perdido injustamente mi trabajo...Me rebelaba pues contra ese Dios que no me
hacía justicia.

Podría pensarse que hablar de perdonar a Dios es una blasfemia. Pero, de hecho, en el
momento en que yo acepté perdonarlo, en ese mismo momento comencé a sanar. Y
también mi idea de Dios se fue modificando.

Yo oraba de esta manera: "Señor, yo te perdono porque mi casa se destruyó. Señor, yo te


perdono por haberte llevado a mi madre.
Oh Dios, yo te perdono por todas las cosas trágicas que han ocurrido en mi vida". Entonces
pude descubrir mi pecado, mi mala manera de ver las cosas. Dejé de culpabilizar a Dios por
todo lo que me ocurría. El no era el responsable del derrumbe de mi casa, pues yo le había
preguntado a mi padre, tiempo antes, si no sería bueno hacer un peritaje por parte de un
arquitecto, y él se había opuesto a ello, so pretexto de que la casa estaba en buen estado.
Dios no era tampoco responsable de la muerte de mi madre, pues ella se encontraba en
edad ya avanzada, y la hora de su muerte había llegado.

Sólo cuando me puse a perdonar a Dios, descubrí un sentido para mi vida. Todo quedó
puesto en su lugar propio. Abrigamos muchas veces resentimientos hacia Dios y lo
responsabilizamos de muchas cosas que, de hecho, son causadas por el pecado original
y por nuestros propios pecados personales y colectivos.

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42 libre

LA SANACION DE LA MEMORIA Y DE LOS RECUERDOS.

A. —Tú nos has hecho descubrir la importancia del perdón en todas sus formas. ¿No
sería bueno subrayar también que el perdón llega hasta las últimas fibras de nuestro
ser, especialmente hasta la memoria y los recuerdos?

N.— ¿Por qué tenemos tanta dificultad para sanar? "¿Llegaremos alguna vez a sanar?", se
preguntan muchas personas. Es importante saber que el camino de la sanación interior es
muy largo. No se sana de una sola vez. Yo suelo decir en mis retiros que ninguno de
nosotros puede recibir en sí todo el poder de sanación del Señor. Si El viniera y me dijera:
"Nelly, yo te voy a sanar de todas tus mentiras, de todo tu pecado, de todas tus heridas", yo
sería sin duda como un ángel del cielo.

Bastaría con que Dios nos tocara con el dedo para que nos desplomáramos... El quiere
sanar en nosotros lo que está preparado para sanar. El nos sana teniendo en cuenta nuestra
personalidad, nuestra historia, nuestra cultura. El sabe perfectamente cómo tocar nuestras
heridas.
Por consiguiente, nada de practicar la introspección... Es Dios quien tomará la iniciativa. Lo
que a nosotros nos corresponde es tener una vida de oración personal, en lo posible
prolongada. Me permito insistir en este punto: cuando hablo de oración personal, no me
estoy refiriendo a una breve detención de cinco minutos, o a decir, como lo hacen muchos
carismáticos mientras viajan en tren, en bus, o en auto: "¡Te alabo, Señor! ¡Gloria a Ti!
¡Aleluya!" Es bueno orar así, y yo también lo hago. Pero, cuando hablo de orar, lo que quiero
decir es que nos detengamos frente a nuestro Señor, frente a nuestro Dios. Un largo tiempo
de detención. Media hora o una hora, según el crecimiento de cada cual. Mientras más
sanada esté, más cerca estaré de mi Dios.

43

Esta oración personal y la vida sacramental, son indispensables para nuestra sanación
interior. No descuidemos, sobre todo, la vida sacramental: la Eucaristía, la Reconciliación, la
Unción de los enfermos. Su poder de sanación es inmenso. No olvidemos tampoco la
Palabra de Dios, y el acompañamiento espiritual.

La sanación interior ha de ser sostenida por todos estos medios que la Iglesia pone a
nuestra disposición. "Que no esperen recibir la gracia los que no oran", decía una persona
mística. Es una gran verdad. Porque, una vez más, la sanación no se recibe como por
encanto. Muchos cristianos quieren ser sanados sin comprometerse con Jesús. Pero es
imposible sanar si no nos pegamos, literalmente, a Jesús: sólo El podrá sanarnos.

A medida en que uno va siguiendo a Jesús, va entrando también en el camino de la


conversión, en una sanación continua. No sabemos a dónde llegaremos, pero no tengamos
miedo: estamos en la mano de Dios.

Es maravilloso descubrir hoy que a través de la pedagogía del Espíritu Santo, vivimos una
espiritualidad encarnada, "con los pies en la tierra". Somos seres humanos que vivimos en
medio del mundo, con una historia a nuestra espalda, en un país determinado y en
circunstancias concretas. Tenemos que vivir en este mundo. Y la única manera cómo
podemos hacerlo es vivir en él con Jesús y con la libertad de los hijos de Dios. Aunque
estuviésemos en la prisión. No es posible que un hijo de Dios pierda su libertad interior por el
hecho de que está encarcelado o porque haya sufrido las consecuencias de un terremoto o
de cualquier otro evento. Hay cristianos que nos han mostrado cómo es posible vivir una
espiritualidad encarnada, llegar a ser testigos y enseñar por la vía del testimonio personal.
¡Nunca se ha de aparentar lo que se dice, sino que hay que vivirlo!

Cuando oigo las críticas que se hacen contra la sanación interior, vuelvo a pensar en el
camino recorrido por tantas personas que a través de ella han descubierto lo que es la
pobreza espiritual, la castidad y otras virtudes que vemos en la vida de los santos. Yo

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sé que estamos en el buen camino. Gracias al capital universal de alabanza, gracias al


sufrimiento de todos los santos, esta nueva pedagogía se está desarrollando hoy en la
Iglesia.

Sin embargo, el Señor nos invita a seguirlo de una manera más y más profunda. El nos ha
hecho descubrir cosas increíbles dentro de esta misma perspectiva; como, por ejemplo, el
poder del perdón en la sanación de la memoria.

Conviene establecer una distinción entre memoria y recuerdo. No voy a hacer aquí eruditas
distinciones. Me atendré a lo esencial. Dejemos a los especialistas el cuidado de las
sutilezas. Por mi parte, tengo a Jesús y El me basta.
 La memoria es el almacén de los recuerdos, es decir, la permanencia de mi historia.

 El recuerdo es como la fotografía de un acontecimiento registrado en mi memoria.


Puede tratarse de un acontecimiento feliz o de uno desdichado. El acontecimiento
feliz queda registrado sin problemas y se convierte en parte integrante de mi vida.
Notemos que el Señor aprovecha los buenos acontecimientos de la vida para sanar
en nosotros lo que ha sido herido.

 El acontecimiento desdichado plantea problemas, porque, cuando fue registrado en


mi memoria, hirió mi afectividad. El recuerdo de esta herida, que siempre es signo de
una falta de amor o de una frustración, se convierte en un veneno que se infiltra en
nuestro ser enfermándolo.

Cuando hablamos de memoria, decimos generalmente que el cerebro es el lugar privilegiado


de la misma. Pero, en la oración de sanación interior, hemos descubierto que la memoria se
inscribe en nuestro ser entero. Por eso es tan difícil sanar ciertas heridas. Sabemos también
que las ideas se forjan por la vía de los sentidos. Por la misma razón podemos hablar, a
propósito de la memoria, de un nivel visual, de uno auditivo, olfativo, gustativo y táctil. De-

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bemos tener en cuenta también el nivel cenestésico, es decir, toda esa memoria que está
inscrita en la piel misma.

Este descubrimiento va más allá de lo que podemos imaginar. Un ejemplo es el caso de los
mecanismos de defensa que se pueden constituir en cualquier edad. He aquí un testimonio
personal: cada vez que iba yo a una tienda, rápidamente me dirigía a la sección de las
blusas para damas. Tenía la manía de comprar blusas. Buscaba las más bellas y de todos
los colores.

Yo acababa de llegar de un viaje y estaba buscando mis vestidos. Como sólo encontré seis
blusas, me encolericé con mi madre, porque había regalado todas las demás. Ella me decía
que yo tenía suficientes. Como yo no estaba aún en el camino del Señor, sufrí un espantoso
acceso de ira.

Un día, estando en Europa, unos amigos me invitaron a cenar. Una amiga mía acababa de
llegar de Chile. Antes de partir, yo le dije que me esperara mientras me cambiaba la blusa.
Ella, muy sorprendida, me replicó: "Pero Nelly, ¡es la tercera vez, en pocas horas, que te
cambias de blusa!" Yo le contestó que no me parecía estar presentable. Mi amiga insistió:
"Pero, si es la tercera vez que te cambias... Tu blusa está limpia". Esta observación me hizo
pensar. Yo misma no me sentía bien.

Pese a todo, fui a cambiarme, mientras me decía para mi interior que algo en m í no andaba
bien. Conté todas las blusas y pude constatar que había cincuenta...Salimos para la cena,
pero la tarde se había estropeado. Me alegré de volver a mi casa para pedirle a Jesús que
me mostrara lo que no andaba bien en mí. Mientras oraba, recibí una palabra de
conocimiento: "Cuello sucio". ¿De qué se trataba?

Siempre tuve una piel grasosa. Cada vez que me ponía una blusa limpia, ésta se ensuciaba
a la media hora. A veces mi madre entregaba el lavado a una mujer. Le decía: "¡Cuidado con
las blusas de Nelly, porque las ensucia mucho!" Cuando yo pasaba junto a esta mujer en el
patio donde ella estaba lavando, solía de-

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cirme que yo era una "bola de sebo". Esto me enojaba. Y como yo siempre tenía la última
palabra en las discusiones con mis hermanos y hermanas, Alicia, mi hermana mayor, se
vengaba de mí diciéndole a mamá: "Mamá, Nelly se duchó, pero no se lavó el cuello...". Mi
madre me regañaba: "Ven acá, vas a ir a lavarte". Aunque yo repitiera que me había lavado
bien, ella encontraba siempre que mi cuello no estaba suficientemente limpio.

Cuando llegué a la escuela secundaria, lo primero que mi mamá le dijo a la inspectora fue
que cuidara que yo me lavara bien el cuello. A decir verdad, durante todos los años viví
aterrorizada, porque constantemente me hablaban de eso. Llegué hasta la obsesión. Más
tarde, como profesora, me daba cuenta de que los estudiantes me querían, puesto que mis
cursos eran vivos y llenos de humor. Al término de las clases, ellos asaltaban mi pupitre.
Entonces yo me decía a mí misma: "Vienen a ver mi cuello..." Y los rechazaba con un gesto
de la mano, impidiendo que se acercaran a mí.

En la oración me di cuenta de que mi memoria visual y auditiva estaba herida. Comprendí, al


mismo tiempo, que tenía que perdonar a las personas del internado, y a la mujer que lavaba
la ropa en mi casa, lo mismo que a mis hermanos y a todos los que me habían fustigado a
propósito del cuello.

¿Qué fue lo que pasó entonces? Bueno, seguí comprando blusas, pero esto ya no era para
mí enfermedad. Empleé algodón y agua de colonia para desengrasar mi piel. Ahora estoy
reconciliada con mi piel, con mis hermanos, mi madre y el internado; en pocas palabras, con
todo lo que me había herido a este nivel. Oró durante tres meses acordándome de que en el
internado me levantaba por la noche para lavar mi blusa, que luego ponía bajo el colchón
para plancharla...

A.— Esta sanación de la memoria es realmente un descubrimiento extraordinario.


Atañe a muchos dominios de la vida y a muchos sufrimientos. Quizás sería

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bueno decir, en relación con la sanación de los drogadictos, que es importante orar
por la sanación de la memoria gustativa.

N.— He podido constatar por mí misma la sanación de algunos drogadictos. Una vez que
Jesús ha cortado las ataduras con la droga, la persona queda instantáneamente sanada.
Pero es importante seguir orando por la sanación de la memoria gustativa y olfativa, porque
es posible que haya recaídas a causa de las heridas acumuladas al nivel del olfato y del
gusto. Otro tanto sucede con los alcohólicos.

Tenemos otro ejemplo también en la violación. Algunas mujeres no se reconciliarán jamás


con este accidente tan destructivo de todo su ser. Pero es posible pedirle a Jesús que venga
a sanar toda la memoria en relación con este acontecimiento. Sólo Jesús es capaz de
reconciliar a una persona consigo misma después de un acontecimiento semejante.

Entre todos los aspectos de la memoria sensorial, es la memoria auditiva la que con más
frecuencia suele ser herida. ¿Quién de entre nosotros no ha escuchado reproches tales
como "eres feo", "eres falso", "eres mentiroso", "eres demasiado chico"? Conocí a un
sacerdote que había sufrido mucho por el sobrenombre que le habían puesto cuando era
niño. Un sobrenombre puede matar. Con razón Jesús nos dice: "No tratarás a tu hermano de
Rocca". (Cfr. Mt. 5,22). Un sobrenombre puede socavar la personalidad. Lo peor de todo es
que la palabra hace lo que dice. Es verdad. En todo caso, estoy persuadida de que es así en
lo que respecta a los sobrenombres.
Si una madre le dice a su hijo: "¡Tú no eres más mi hijo!", el niño queda tocado en su
corazón y todo su ser queda herido. La Biblia habla de la bendición y maldición del padre o
de la madre (Cfr. Eclesiástico 3).

Seamos, pues, cuidadosos de lo que decimos, porque todo queda registrado por la memoria
auditiva, y penetra en el corazón.

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Conocí el caso de una persona a quien habían maldecido antes de casarse. Todos sus hijos
nacieron con defectos. ¿Qué es lo que había ocurrido, ¿La maldición o la mujer? ¡Misterio!
Consideremos todo desde el ángulo del amor, porque él es la clave del ser humano. Desear
el mal es introducirse en el reino de las tinieblas. Nosotros, en cambio, estamos hechos para
el Reino de la Luz.

A. — Nelly, tú hablas a veces de una convalecencia de la memoria. ¿Qué es lo que


entiendes por eso?

N. — Es un momento muy importante de la sanación. Ya he subrayado el hecho de que


nuestro pasado se encuentra inscrito en todo nuestro ser. Si se ha recibido, por ejemplo, una
herida de orden auditivo y visual, esa herida afecta también el psiquismo y lo espiritual. Se
convierte entonces en fuente de enfermedad, y la sanación será larga.
Si en el curso de la oración, el Señor muestra una herida, su recuerdo será sanado de
inmediato. Pero este recuerdo se encuentra inscrito en la memoria y es portador de un
sufrimiento más o menos fuerte. Es esta carga afectiva la que hace sufrir, provoca una
reacción.

Cuando uno ha tenido una enfermedad física, por ejemplo, tifus, no se puede comer
inmediatamente todo lo que uno quisiera, sino que habrá que seguir un régimen, es decir,
pasar por un período de convalecencia.

De la misma manera, cuando el Señor opera una sanación, cuando sana el recuerdo de un
acontecimiento que ha herido toda nuestra historia, se requiere tiempo para que logremos
reconciliarnos en todos los niveles de nuestra personalidad. La duración de esta
convalecencia dependerá de nuestra fidelidad a la oración personal y a la vida sacramental.
Porque cuando uno ha sido herido, lo más grave es que la herida ha en-

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gendrado un mal comportamiento para con nosotros mismos, para con los demás y para con
Dios.

Por eso es importante que los comportamientos desviados también sean sanados. Esto no
se hace de un día para otro. Supongamos, por ejemplo, que he sido herida por una escena
de violencia verbal entre mis padres. He sido traumatizada a nivel de la vista y del oído.
Muchos de nuestros comportamientos, como la envidia, la cólera, el odio o los
resentimientos, provienen de hechos vividos durante nuestra infancia.

Estoy pensando en una mujer por la que yo oraba. Ella había perdido a su madre siendo
niña pequeña. Su padre se había vuelto a casar, y su madrastra la hacía sufrir mucho,
infligiéndole verdaderas torturas y diciéndole, por ejemplo: “Si le dices a tu padre que te he
pegado, pondré pedacitos de vidrio en su sopa y él morirá"! Esta mujer se había tornado
ansiosa hasta el último grado, pero ignoraba la fuente de su ansiedad. En el fondo de su ser
esperaba de continuo la muerte de su padre como consecuencia de las amenazas de su
madrastra. Un niño cree todo lo que se le dice. No era cierto, por supuesto, que la madrastra
tuviera la intención de matar a su marido, pero la niña pequeña lo creía.

Cuando este recuerdo apareció en la oración, todo lo que ella había sufrido en su memoria
visual se hizo presente. Volvió a ver los platos que le servían a su padre mientras ella creía
que había vidrio molido en esos alimentos. Le aconsejó que orara fielmente, por meses, si
fuera necesario. Ella seguía desconfiando de todo el mundo, y en especial de la comida que
le servían. A medida que iba entrando en la oración, fue siendo sanada, porque el Señor
puso en su corazón el perdón hacia su madrastra, y vino a tocar todos aquellos momentos
en que ella había imaginado a su padre en peligro. De esta manera vivió una auténtica
convalecencia de la memoria.

Muchas personas creen que el Señor borra simplemente los malos recuerdos acumulados
en la memoria. No es así. El viene a reconciliarnos con algún acontecimiento. Y es como si
permrtie-

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ra un nuevo registro de ese recuerdo, a fin de reconciliarnos con nuestra propia historia. El
no puede cambiarla, ni borrar un suceso desgraciado. Si lo hiciera, ya no tendríamos historia
personal.

A. — ¿Qué entiendes tú exactamente con eso de un "nuevo registro"?

N. — Cuando hablo de nuevo registro, lo que quiero decir es que yo vuelvo a registrar un
recuerdo del pasado en el momento presente, es decir, a la edad que tengo actualmente, y
ya no a la edad que tenía cuando hice aquel primer registro del acontecimiento doloroso.
Como en el caso de la niñita de que hemos hablado, la cual tenía siete años cuando su
madrastra la amenazaba. Cuando se hizo oración por ella, ya había llegado a la edad adulta
y era capaz de comprender las amenazas de antaño y echar sobre ellas una mirada nueva:
la mirada del amor y del perdón. Podía asimismo comprender que si ella era amada por
Dios, Dios también amaba a la persona que le hizo daño y la amaba tal como era. De este
modo, el recuerdo no es ya fuente de sufrimiento. Un acontecimiento toma su lugar en el
conjunto de nuestra historia. El Señor viene siempre a tocar la herida que puede ser sanada
y el sufrimiento desaparece.

M, _ El Señor viene a tocar las heridas que pueden ser sanadas, dices tú. No es
necesario pasarse el tiempo buscando las heridas recibidas en el pasado. La sanación
interior es todo lo contrario de una introspección.

N.- Exactamente. Y es importante decirlo. El camino del Señor es enteramente diferente de


lo que puede ser un procedimiento psicológico. No se trata de hacer introspección, sino de
vivir en la unidad de todo el ser: cuerpo, alma y espíritu.

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Repito una vez más que Dios nos sana por medio de signos. La sanación interior no tiene
nada que ver con psicoterapia. A medida que alguien ora y permanece fiel a la vida
sacramental y al acompañamiento espiritual, se va dando cuenta muy pronto de que está
bloqueado frente a una situación. Basta entonces con orar, todo lo que sea necesario, para
que el Señor nos muestre la fuente y el origen de este bloqueo.

Dejados a nosotros mismos, nada podemos hacer. En cada una de nuestras historias
personales encontraremos heridas. Nadie puede decir que no ha sido herido. Pero estas
heridas no deben inquietarnos, porque la luz de Jesús viene a revelar las heridas que están
preparadas para ser sanadas. Jesús nos conoce bien. Conoce nuestra personalidad, la
manera como se ha desarrollado nuestra historia. El estaba junto a nosotros. El vivía en
nosotros. El conoce todo. Sabe que des de nuestra niñez hemos escondido muchas cosas
"bajo la alfombra" Las hemos reprimido y hemos desarrollado ciertos mecanismos de
defensa. Nos hemos puesto máscaras, y hemos tenido que llevarlas por años para satisfacer
las exigencias de la sociedad, de nuestra familia, de la escuela o del trabajo.

Yo no he hecho nunca un tratamiento de tipo psicológico; y esto mismo me ha ayudado a


comprender qué es lo que el Señor quiere. El no quiere que yo haga introspección, que me
ponga en busca de los traumatismos que haya podido sufrir. Todo eso no serviría sino para
mirarme a mí misma. En cambio, lo que el Señor me pide es que lo mire a Él. Y que,
mirándolo, vea a los otros.

Si me vuelvo sobre mí misma con exceso, me hago egocéntrica y egoísta. El camino del
Señor es claro: El desea para mí la libertad de los hijos de Dios. Y para liberarme viene a
sanar mis heridas a su manera, por medio de signos, según mi propia personalidad. El se las
arregla siempre para hacerme comprender que viene a sanar tal o cual cosa ocurrida en un
momento determinado de mi historia. Estos signos del Señor son múltiples. Hay, por
ejemplo, los carismas, como el carisma de la palabra de conocimiento. Esta

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palabra puede ser escuchada por uno mismo o ser dicha por otra persona.

Me viene a la mente la palabra "conejo". ¿Qué puede significar eso? El conejo es un animal
tímido y miedoso. ¿Tengo yo una naturaleza medrosa? ¿Cuándo se desarrolló esa
naturaleza? Puede que la autoridad paterna tenga algo que ver con ello. Por medio de una
palabra tan trivial como ésta, el Señor puede desarrollar toda una sanación. Puede usarla
como anzuelo para una reconciliación a fondo con mi padre.

El signo de Dios puede ser también un sueño profetice A mí suele venirme hacia las tres de
la mañana. Cuando despierto, este sueño es tan claro en mi espíritu que me resulta
imposible olvidarlo. E incluso si llegara a olvidarlo, el Señor puede repetírmelo hasta que yo
me preocupe de su significación.

Recuerdo aquel sueño que tuve durante seis meses, hasta que me di cuenta de que Dios
quería decirme algo a través de él. Soñaba que venían hacia mí, sobre una especie de
correas mecánicas, gran cantidad de zapatos negros. Yo tos veía claramente, pero no me
hacía ninguna pregunta acerca de ellos. Después de seis meses de soñar lo mismo empecé
a preguntarme por su significado, y le pedí a Dios que me revelara lo que quería decir este
sueño profético

Entonces percibí en mi espíritu la palabra "chancletas". Cuando mi abuela se refería a las


niñas, le preguntaba a mi madre: "¿Dónde están tus chancletas?" En Chile, una familia
numerosa con muchos hijos hombres es algo maravilloso. Pero, cuando son puramente
hijas... A un papá joven se le pregunta: "¿Qué tuvo tu mujer, un niño o una chancleta?" Mi
abuela le decía a mi madre: "Si tienes un niño hombre, llámame por teléfono para ir a verlo;
pero si es una chancleta, no pierdas el tiempo..." Esta palabra "chancleta" me había herido, y
había herido también a mis hermanas. Nuestra familia estaba compuesta por dos "reyes" y
siete hermanas. A través de este sueño profético, todas fuimos sanadas en nuestra memoria
auditiva.

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Una pregunta indiscreta puede también ser un signo del Señor.


Recuerdo muy bien el caso de una mujer que tenía cinco hijas, pero ningún hijo varón. A
todo el mundo ella le decía que era muy feliz. La cosa cambió cuando llegó a la Renovación.
En cierta ocasión yo le dije que perdonara a Dios por no haberle dado ningún hijo hombre.
"Oh, Nelly, no hay problema", me respondió. "¿Tú crees?", le dije". Es bueno estar en la luz
delante del Señor".

Un día ella participaba en un té canasta cuando una persona, de pronto, le lanza a


quemarropa: "¡Qué lástima que no tengas más que hijas!" Ella sintió entonces rugir la
rebeldía en su interior, y confesó que estaba apenada de no tener un hijo varón.

También una broma pesada puede ser un signo de Dios.


Pero el medio más poderoso que el Señor emplea es, sin duda, su Palabra. ¡Si los
cristianos¡ pudiesen conocer el poder de sanación de la Palabra! La Palabra de Dios es
fecunda y viva. La gran debilidad de los católicos consiste en creer que la Palabra sana el
espíritu y la inteligencia, pero no el ser entero del hombre. Cuando empezamos a usar la
Palabra de Dios como instrumento de sanación, presenciamos maravillas. Es lo que dice la
Epístola a tos Hebreos: "Ciertamente es viva la Palabra de Dios y eficaz,¡ y más cortante
que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu,
hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón.
No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a
quien hemos de dar cuenta" (Heb4,12-13)

Yo constato el poder de la Palabra en los retiros ignacianos, donde los ejercitantes sólo
reciben cada día algunos textos de la Escritura. El Señor viene, a través de un texto
aparentemente conocido, a tocar algún recuerdo que ha sido causa de enfermedad, de
rebeldía o de alguna gran herida que ha malogrado quizás una buena parte de nuestra vida.

¿Cómo puede sanar la Palabra de Dios?

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Tomemos como ejemplo los capítulos 1 y 2 del Evangelio de san Lucas, llamados también
los Evangelios de la Infancia. Esta Palabra de la Escritura puede muy bien sanar a una
persona que "todavía no ha nacido", es decir, que de cierta manera no ha roto aún el cordón
umbilical que la ataba a su madre, o que está demasiado ligada a su padre.

El Señor utiliza los medios más increíbles para venir a nosotros y sanar lo que ya está
preparado para ser sanado. Tenemos que estar, pues, muy atentos al modo como El nos
habla en la oración de sanación interior. En efecto, si no respetamos cuidadosamente la
personalidad de tos otros y la voluntad de Dios, podemos causar mucho daño. Esto tiene
especial importancia cuando la persona está muy herida, porque ella no aceptará fácilmente
empezar un camino de sanación. Tomemos el caso de dos gemelos o mellizos. Ellos están
siempre a la búsqueda de su identidad. Podría citar el caso de tres o cuatro de estas
personas que fueron radicalmente sanadas de este problema durante una oración de
sanación.

La gente suele buscar en la oración de sanación interior una especie de terapia psicológica.
Y cuando se dan cuenta de que se trata de un camino de conversión espiritual y de
responsabilidad personal ante el Dios vivo, tienden a echarse para atrás.

A.— De lo que se trata en definitiva, es de llegar a ser adultos.

N.— Por supuesto. Adultos y responsables. En efecto, cuando alguien se convierte en


cristiano responsable, por el hecho mismo se compromete con la Iglesia y con su prójimo.
Descubre su misión en el interior del Cuerpo de Cristo; la misión que tienen tos ojos, las
manos, las piernas, como dice san Pablo. Si nos hacemos cristianos adultos, podremos
cumplir nuestra misión en el Cuerpo de Cristo y participar en la sanación de este Cuerpo
entero.

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La sanación interior interesa a toda la Iglesia. Desde el momento en que uno se vuelve
cristiano responsable, se hace también capaz de "re-sponder”, es decir, de aportar su propia
respuesta al Cuerpo de Cristo y de recibirla de los demás. Se convierte en una piedra viva
en la construcción de este Reino de gratuidad del cual nadie está excluido. Todos estamos
comprometidos en esta tarea.

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LOS MECANISMOS DE DEFENSA


M. — ¿Quieres decirnos ahora una palabra acerca de los mecanismos de defensa?

N. — Desde nuestra estada en el seno materno, ya comenzamos a crear mecanismos de


defensa.

Somos verdaderamente muy astutos. Una criaturita de cuatro o cinco años, que es golpeada
en la escuela por un compañero va a elaborar un sistema de defensa. ¿Cómo hemos
aprendido a conocer el mundo? A través de las ventanas abiertas sobre el mundo que son
nuestro padre y nuestra madre. Está también la educación, la cultura, la escuela. Mi madre
me puso en el mundo en un cierto medio. Todo exige que yo reaccione de una determinada
manera, que me conforme a las normas y exigencias del medio. Y yo ignoro además el
modo de armonizar entre sí estas diversas exigencias. En mi casa se quiere de mí tal cosa;
en la escuela, tal otra. La sociedad impone exigencias que me obligan a desplegar un modo
de defenderme.

Los mecanismos de defensa son numerosos. Recuerdo con buen humor que yo tenía
siempre un pañuelo en la cintura y otro en la manga. Cuando me invitaban a la mesa, y tenía
necesidad de sonarme, echaba mano de todos mis pañuelos. Tenía una impresionante
provisión: pañuelos con flores, pañuelos bien bordados, pañuelos con una "N" en la esquina.
Un día el P. Carlos Aldunate me pidió que lo acompañara a una reunión. En el momento de
dar la enseñanza, abro la cartera para sacar un lápiz y ¿qué es lo que encuentro? ¡Una
enorme cantidad de pañuelos! Comprendí que no era normal que una mujer llevara tal
reserva de pañuelos. Después de la enseñanza, volví a mi habitación y me puse a orar,
diciéndole a Jesús que no era posible que yo tuviera diez pañuelos en mi cartera. Y tenía
además otros treinta y cinco en mi maleta... Era verano. Bien podía lavar mis pañuelos. ¿Por
qué había llevado tantos?

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Después de una larga oración, Jesús me mostró la raíz de esta obsesión, dándome una
palabra de conocimiento: "Cordero moquillento". Yo estaba muda de asombro. ¿Qué podría
significar esta palabra?

En mi casa se criaban corderos. En una familia numerosa como la mía, los hermanos se
hieren recíprocamente. Supongo que yo no me sonaba cuando era necesario y que, cuando
estábamos peleando, mis hermanos me lanzaban por la cara la expresión "Cordero
moquillento". Otras veces me decían: "Anda a ver los corderos... Anda a sonar a tus amigos
los corderos".
Oré durante seis meses por esta herida. Hoy estoy sanada de ella. Y hasta suele ocurrirme
que me olvido de llevar pañuelos. Y ni falta que me hacen...

Ese es uno de los mecanismos de defensa: la obsesión.

Pienso en otro mecanismo de defensa: la insensibilidad. Suele presentarse con frecuencia.


Por ejemplo, en los países pobres hay a veces niños que viven en el frío sin sentirlo. ¿Cómo
llegan ellos a adquirir esta insensibilidad?

Cuando un niño llora porque tiene hambre, si sus padres, tal vez egoístas o nerviosos, le
pegan porque el niño llora, este niño se formará una especie de insensibilidad frente al
hambre. Porque tener hambre significa para él que le peguen.

Otro mecanismo de defensa consiste en rehuir una situación dada.

Cuando se huye así, se ignora, sin duda, la razón por la que se lo hace.

Pienso en aquella mujer de cuarenta y cinco años que era institutriz en una guardería
infantil. La elección de esta profesión había sido para ella una manera inconsciente de huir.
Ella formaba siempre un bando aparte, y así había creado su propio grupo de oración y
había rechazado en conjunto la Renovación, so pretexto de que allí no se escuchaba su
testimonio. Siempre hacía lo con-

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trario de lo que hacían los demás. Y por otra parte, su fuerte personalidad imponía respeto a
los demás.

Un día, durante el curso de un retiro hubo una palabra de conocimiento, en la que el Señor
decía que acababa de sanar a una persona gravemente herida a la edad de cuatro años,
cuando se la había obligado a inclinarse sobre un ataúd abierto en el que yacía un muerto.
Al escuchar esta palabra, la persona de laque estoy hablando se puso a llorar de un modo
terrible. Me acerqué a ella y comencé a orar por ella. Al mismo tiempo, le aconsejaba que le
pidiese a Jesús que fuese a ese preciso momento en que ella había vivido esta situación
dramática.

¿Qué es lo que había pasado? A la muerte de su madre, cuando ella tenía cuatro años, su
tío materno la había tomado en los brazos y la había llevado ante los despojos de su mamá,
que yacía en el ataúd, pidiéndole que la abrazara. Desde ese mismo momento ella cortó
toda relación con su tío. Había además un problema de perdón a Dios, que la había privado
de su madre a una edad tan tierna. Tenía también que perdonar a su tío, a quien no le había
dirigido más la palabra desde hacía 25 años. El Señor le reveló que ella había desarrollado
un mecanismo de fuga. Hoy día, ella está sana.

Hay otro mecanismo todavía: la sublimación. Un ejemplo podrá aclararlo: el caso de una
persona que no quiere reconocer que sus padres tienen defectos. ¿Cuántas personas se
han refugiado en la vida religiosa para escapar a la autoridad paterna o materna?
Una vez que estas personas se encuentran viviendo en el convento, piensan que sus padres
tenían todas las cualidades...Esa es una situación de falsedad, que lleva consigo, a veces,
consecuencias muy desagradables.

A. — Nelly, tú hablas a menudo, a propósito de la sanación interior, de una


"desestabilización” ¿Podrías precisar lo que quieres decir?
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N. - Es difícil aceptar, vivir esta desestabilización, es decir, el paso del "hombre viejo" al
"hombre nuevo". Conozco muy bien al "hombre viejo" en mi; pero no puedo aceptar al ser
nuevo que Jesús quiere crear. Para nacer del Espíritu, hay que abandonar todas las
antiguas máscaras, todas las caparazones, y revestir al hombre nuevo. Esto es difícil. Las
antiguas costumbres le caían bien al hombre viejo. Conocía bien sus refugios. Por eso,
busca aún ocultarse y rehuir. Quiere quedarse como estaba. Ahora bien, la vida espiritual es
un combate. Uno no puede quedarse como estaba, con las mismas faltas y pecados.

Frente a ciertas personas que piden que se ore por su sanación interior, nos damos cuenta
de que ellas a veces carecen del sentido del pecado. Su manera de obrar es mezquina.
Saben que pecan, pero creen que les bastará confesarse y todo quedará en orden.

En realidad, es necesario poner término a todas nuestras malas conductas. No es posible


recibirla vida de Dios, todo su amor y toda su ternura si no abandonamos ciertas actitudes y
maneras de actuar a las que estamos muy apegados. Por ejemplo, si tenemos la costumbre
de juzgar a todo el mundo, no podremos recibir el amor crístico que Jesús nos quiere dar.

Abandonar todas estas actitudes malas del hombre viejo supone una desestabilización, ya
que uno no conoce la nueva personalidad que va a recibir. Hay también las tentaciones y las
caídas. Pero si caminamos de la mano de Jesús, una caída no será más que un accidente
en nuestra vida espiritual. Nuestras debilidades irán disminuyendo.

A.— Hasta ahora no nos has hablado del pecado...

N.— Se lo toca con el dedo en la oración de sanación interior. Descubrir la propia naturaleza
pecadora, descubrirse incapaz de todo bien, comprenderse nada ante Dios. Pecamos con
nuestros ojos, con nuestros oídos, con nuestro ser entero. Jesús debe to-

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marnos de la mano para sanarnos y restaurarnos. Si llegamos a ser algo, es únicamente por
la gracia de Jesús.

Pero el pecado no es lo que la gente piensa habitualmente. Nuestro gran pecado consiste en
rehusar el amor de Dios. Apenas uno se da cuenta de que es amado por Dios, empieza
también a tomar poco a poco conciencia de que hay cosas que no se han de hacer ya más.

A veces, en el curso de la oración de sanación interior, uno descubre una falta precisa,
cometida en el pasado.

Lo que se había considerado como normal, es visto de pronto como un pecado que fue
cometido en ese momento. En este caso, es importante confesar esa falta, a fin de
reconciliarse con el Señor en este punto preciso.

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62 libre

LA ORACION DE PAZ, LA ORACION PUNTUAL Y LA ORACION


CRONOLOGICA
A — ¿Podrías explicarnos la diferencia que hay entre una oración de paz, una oración
puntual y una oración cronológica en la sanación Interior?

N.— Cuando alguien llega a un grupo de oración y pide que se ore por él, yo discierno
rápidamente entre tres maneras de orar por esa persona.

La más simple y la más fácil es la oración de paz. Esta todos la podemos hacer. ¿En qué
consiste?

Un día vino una mujer a nuestro grupo de oración. La capilla estaba abierta y todos nos
encontrábamos juntos orando. La mujer se quedó al fondo de la capilla. Yo había
comenzado a hacer una enseñanza sobre el amor de Dios. De repente, esta persona me
enrostró que hablara del amor de Dios cuando había tantas desgracias sobre la tierra:
tortura, prisión, tráfico de armas... ¿Cómo nos atrevíamos a hablar del amor de Dios
sabiendo que hay tanto sufrimiento en el mundo?

Me dije a mí misma que de nada serviría dirigirle la palabra. Simplemente le propuse orar
por ella, si quería venir adelante y sentarse.

Hice entonces una oración de paz, más o menos en los siguientes términos: "Señor, pongo
ante ti a esta hermana. Tú la conoces bien, Tú conoces su historia. Te ruego que colmes su
corazón, su espíritu y todo su ser con tu amor y tu ternura". Oramos en lenguas durante un
cuarto de hora. La mujer lloraba.

Una gracia de conversión le fue dada a través de esta oración de paz, y ella ha seguido
participando en la oración del grupo.

63

La oración de paz es sumamente simple. Basta con que le pidamos a Jesús que le dé su
paz a la persona por la que estamos orando. Habría muchas más conversiones si
tuviéramos la audacia de dar lo que en nuestra pobreza tenemos.

La oración puntual es otra cosa. Yo a veces oro de esta manera por personas que no
pertenecen a la Renovación. También esta oración es fuente de conversión. Le pido a la
persona que evoque lo que ella ha vivido, y en particular los acontecimientos que la hirieron.
En seguida oro por cada uno de los hechos que se me han confiado. La oración puntual es,
pues, una oración por ciertos hechos dolorosos que han marcado una existencia.

La oración cronológica es una oración más amplia, que no todo el mundo está preparado
para hacer. Para comprenderla bien y para vivirla de un modo responsable, es conveniente
pertenecer a la Renovación desde algunos años, tener una vida de oración personal y una
vida sacramental regular.

¿De qué se trata? La oración cronológica retoma toda la historia de una persona desde el
momento de su concepción hasta la edad que tiene cuando se está orando. Sabemos que el
Señor toca todos los acontecimientos que pueden ser sanados en el momento en que
oramos. El Señor va a tocar, pues, ciertos recuerdos.

Esta oración se hace partiendo del momento de la concepción. Oramos por cada uno de los
meses que el niño pasó en el seno materno. En seguida retomamos cada uno de los años
de su vida, en general, por períodos de cinco años.

Es importante saber que la época del embarazo y los diez primeros años de la vida son los
que marcan más nuestra evolución personal. Mientras oramos, estamos abiertos a acoger
los carismas que el Señor quiera darnos. De esta manera el Señor nos revela ciertos
acontecimientos conocidos por la persona -pero que ella no tiene el coraje de evocar- y otros
que le son desconocidos.

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De esta manera El aclara situaciones que constituyen la raíz de una herida o de un


comportamiento desviado.

Conviene hacer esta oración cronológica sin prisa, al ritmo propio de las distintas personas.
A veces será necesario orar durante un año entero, porque la sanación ha sido recibida con
tal fuerza, que se requiere tiempo para asimilar las gracias recibidas. De todos modos hay
que darse tiempo y recordar siempre a la persona la necesidad de oración personal y vida
sacramental, hasta el encuentro siguiente.

Esta oración ofrece muchas posibilidades. Y es bueno saber que se trata de un proceso que
no terminará jamás. La única manera de ir sanando más y más es hacerse responsable,
abrirse a los signos que el Señor nos da para sanar, como El lo quiere, a lo largo de nuestra
historia personal, que es extraordinariamente rica en acontecimientos.

Me llama mucho la atención que en mi propio "caso personal", después de varios años de
ministerio de sanación, el Señor sigue tocando, en las sesiones de oración y en los retiros
que doy, hechos dolorosos de mi vida que yo había olvidado o reprimido, y que me hicieron
sufrir.

Conviene recordar que esta oración provoca una gran desestabilización. El Señor a veces
opera cortes dolorosos. No siempre estamos dispuestos a abandonar nuestros mecanismos
de defensa. No nos gusta quedar desnudos e indefensos ante los otros y ante la vida. No
sabemos cómo actuar en tal o cual situación.

Si somos fieles, el Señor nos pondrá pronto nuevamente de pie: El nos hará libres. No
tengamos miedo. No perderemos nada. Todo lo recibimos de Dios. La vida se vuelve
enteramente diferente.

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A.— Dinos, por favor una palabra acerca de la oración por la vida Intrauterina.

N— Esta oración es la parte más hermosa de mi ministerio.


En ella puedo constatar muchas sanaciones.

Es necesario que sepamos que hemos sido heridos ya desde nuestra concepción. Aunque
parezca increíble, desde que estábamos en el vientre materno gozábamos de libertad. No se
trata, por supuesto, de la libertad psicológica, que es la capacidad de escoger entre A y B,
entre blanco y negro. Esta libertad es solamente una parte de nuestro ser.

La libertad de la que estoy hablando y que he llegado a descubrir, (y algunos sicólogos y


psiquiatras se opondrán ciertamente a esto), es la libertad crística, que está inscrita en todo
nuestro ser y que de alguna manera envuelve nuestra libertad psicológica en el momento en
que empezamos a actuar.

¿En qué consiste esta libertad crística?

Es la que nos ganó Jesucristo por su muerte y su resurrección. Remito aquí al texto de
Deuteronomio 30, versículo 15 y s : "Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad , la muerte y
desgracia . Si escuchas los mandamientos de Yahvéh tu Dios que yo te prescribo hoy, si
amas a Yahvéh tu Dios, si s i g u e s sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y
normas, vivirás y te multiplicarás..." (Cfr. Deut 30, 19; Ecl 15, 16-17).

Para ser libres, nos liberó Cristo (Gal 5,1). Porque el Señor es el Espíritu y donde está el
Espíritu del Señor allí está la libertad. Mas lodos nosotros, que con el rostro descubierto
reflejamos como un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma
imagen cada vez más gloriosa (2 Co 3,18-19) (Cfr Jn 8, 32-36;
Rm 8, 21).

El valor de esta libertad crística consiste en hacernos capaces de escoger la vida. En toda
situación podemos hacer una opción de vida o de muerte.

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¿Pero qué es lo que sucede en el seno materno? Basta, a veces, un accidente -incluso un
accidente trivial- para hacernos escoger la muerte.

Supongamos que una mujer que espera un hijo se encuentra sola en su casa.
Repentinamente entra un individuo y la amenaza de apuñalarla. La mujer se desmaya y el
hombre huye. Sin embargo el niño que ella trae en su seno habrá acumulado todo el temor
que provocó el desmayo de su madre. Este niño quedará marcado para siempre por este
acontecimiento. A causa de este shock, el niño va a escoger la muerte ya desde el seno
materno. Y junto con la muerte, la angustia y el temor.

En América Latina suele ocurrir que los padres deseen vehemente que el bebé que va a
nacer sea un varón. En nuestra casa, como ya lo he contado, éramos siete mujeres y dos
varones. Nace una primera hija, luego una segunda, una tercera...Esa era yo. Mi abuela era
realmente hiriente con mi madre, que entonces era muy joven. Ella le mandaba a mi padre
que tuviese un niño hombre, pero este hombrecito no llegaba. En la oración de sanación
sentí que se había esperado que yo fuese muchacho y no una niña. Mi madre vivió todo su
embarazo con temor. Durante la oración, una pregunta asediaba mi espíritu: "¿Será un
varón o será una niña?" Finalmente fui yo la que llegó. Yo rehusaba nacer, porque era niña.
Yo había hecho una opción de muerte por las circunstancias que acabo de describir.
Rehusaba aceptar la vida que me había sido dada. Constantemente peleaba con todo el
mundo, en ninguna parte me sentía bien. Me sentía rechazada.

De este modo es posible descubrir heridas acumuladas en el seno materno. Es maravilloso


ver hasta qué punto, cuando oramos por un pequeño ser en el seno de su madre, siguiendo
su desarrollo mes tras mes, el Señor nos hace descubrir heridas increíbles.

De esta oración derivan a veces verdaderas sanaciones físicas. Hasta hace poco tiempo yo
tenía un hígado sumamente débil. Un día estaba enferma y los exámenes médicos no
habían re-

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velado nada especial. Como yo estaba trabajando en la formación de equipos de sanación


interior, decidí pedirle a mis hermanos que oraran por mí y por mi hígado enfermo.

Una hermana recibió una luz merced a la cual pudo comprender que en el momento de la
formación del hígado en el seno materno (hacia el segundo o tercer mes), mi madre había
tenido ictericia. La solución consistía, sin duda, en pedirle al Señor que se hiciera presente
en ese preciso momento en que mi hígado se estaba formando y que sanara los daños
recibidos por causa de la ictericia de mi madre. Resultado: los médicos descubrieron que yo
tenía ahora un hígado perfecto...Sané rápidamente.

El niño siente, pues, ya en el seno materno, toda clase de perturbaciones, sufrimientos y


accidentes, que él mismo vive o que vive a través de su madre.

Imaginemos lo que debe sentir, por ejemplo, un niño cuya madre está forzada a guardar
cama para no perderlo. O lo que ocurre cuando la madre es víctima de un accidente en la
carretera, durante su embarazo. O cuando la madre sufre la pérdida de un ser querido. La
pequeña criatura que ella lleva en sí quedará marcada por la muerte o por el temor de morir.
No olvidemos que el corazón de la madre tiene una fundamental importancia en el desarrollo
del niño. El escucha el pulsar del corazón, que es signo de la presencia materna durante
todo su desarrollo fetal.

Recordemos, en fin, la importancia de los sentimientos experimentados personalmente o por


intermedio de la madre, de los shocks afectivos, los sentimientos de ausencia...Hay
personas que no toman conciencia de su embarazo más que al cuarto o quinto mes. El niño
que no se siente esperado desarrolla sentimientos negativos. Es increíble hasta qué punto la
oración sobre la vida intrauterina es rica y fundamental.

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Conviene, por último, subrayar la importancia del momento del nacimiento. Los médicos
deberían encontrar a toda costa, los medios adecuados para que el parto sea lo menos
traumatizante posible para la criatura naciente. ¿Qué decir del espanto causado por ese
primer contacto con el frío del mundo?

A veces el nacimiento del niño pone en peligro la vida de la madre. Desde el momento del
parto se separa al niño para velar por su madre. Esto lleva consigo el peligro de una
influencia negativa: "Ustedes no me quieren, ustedes me dejan de lado; pues bien, yo lo
haré todo por mí mismo… "Y ese ser va evolucionando de tal manera que llegará a ser un
depresivo cuando sea adulto. Porque nadie puede vivir por sus propias fuerzas.

El empleo de fórceps causa también muchas perturbaciones. Se irrumpe en el domicilio del


niño. Se lo toma por la cabeza. ¡Es una agresión!

Cuando el recién nacido no está suficientemente desarrollado, es colocado en una


incubadora. El niño puede sufrir una herida de abandono. Y luego, nueva herida si no es
alimentado al pecho...

En pocas palabras, podemos ser heridos por todos lados. Incluso si nuestra madre ha hecho
todo lo posible por acogernos.

El Señor, en su bondad, acude a aclarar nuestra vida intrauterina y a mostrarnos la raíz de


las heridas que hemos recibido en lo más profundo de nuestro ser. El quiere sanar así
nuestras enfermedades y nuestros comportamientos torcidos, para nuestro bien y para su
mayor gloria.
69
70 libre

RELACION ENTRE SANACION INTERIOR, PSICOLOGIA, SANACION


FISICA Y CRECIMIENTO ESPIRITUAL
A.— Pasemos a otro capítulo, si quieres. Me gustaría, por lo pronto, que hicieses un
paralelo entre sanación interior y psicología.
N.— Muchas personas se someten a psicoterapias o a otros tratamientos de tipo
psicológico. Están dispuestas a pagar muy caro para poder seguir estos métodos de
sanación que tanto abundan hoy en día. Después de haber ensayado todos estos
procedimientos en vistas de una mayor armonía, estas personas suelen conservar muchas
de sus heridas. La única persona que puede traer sanación es Jesucristo. Él, y nadie más.
Yo no menosprecio la psicología, pero el ministerio que ejerzo es un ministerio espiritual.

Todas las personas que se someten a procedimientos terapéuticos, abordan la sanación


interior a nivel psicológico. Para ellos el camino de la sanación es un nuevo camino
psicológico.

La gran diferencia entre esos procedimientos terapéuticos y la oración de sanación interior


es que aquí se trata de encontrar a Jesús, a Jesús vivo, al Jesús que sana, a un Jesús que
me convierte más y más a Dios. Figúrese que El es capaz de llegar en muy poco tiempo a
un resultado que los psicólogos y los psiquiatras sólo obtienen después de diez años o más.
En oración de sanación El se sirve de los carismas.

Tocando el espíritu, Jesús toca también el cuerpo y el alma. Por eso, a mí no me sorprende,
por ejemplo, constatar que un cáncer sana porque Jesús ha tocado una herida de
culpabilidad. Una herida que penetraba por el espíritu, el cuerpo y el alma. De un solo golpe,
Jesús lo sana todo.

71

Quisiera decir con toda la claridad posible que la psicología mantiene toda su importancia.
Hay personas que han sido heridas de tal manera que se requiere un paciente trabajo
psicológico o psicoanalítico para ayudarlas a nacer a la vida. A condición, eso sí, de que
este trabajo esté acompañado de mucha oración.

Sostengo, además, que si se quiere orar por sanación interior, hay que disponer de un
mínimo de buen sentido, de discernimiento natural y, a la vez, de mucho amor. Y esto
también es psicología. Para gente sencilla, como los que encontramos frecuentemente en
América Latina, e incluso en Europa, para personas que no han sido heridas demasiado
profundamente, para aquellos que oran y aceptan seguir a Jesús, la oración de sanación es
ampliamente suficiente.

Es necesario insistir en que lo que en el fondo nos enferma es haber cortado los lazos con
Dios. El pecado original, al separarnos de Dios hizo entrar el mal y la muerte en el mundo. Y
la única manera de sanar es retornar al camino de Dios, convertirse, y volver a tomar
muchas cosas que habíamos abandonado. En la sanación interior vemos constantemente
"con asombro" cómo la gente redescubre las riquezas de la Iglesia, la riqueza de los
sacramentos, el valor de la vida espiritual, ejemplarmente vivida por los santos. Volvemos a
descubrir un tesoro escondido. Así, por ejemplo, muchos jesuitas carismáticos han tenido la
alegría de redescubrir el poder de la sanación de los Ejercicios de S. Ignacio.

¿Habrá que decir que nosotros descuidamos la psicología? La psicología no es asunto


nuestro. ¡Nuestro Señor es Dios! Jesús es el Señor de la sanación. Nosotros no somos más
que instrumentos por los que pasa el poder de sanación de Jesús. Suya es la iniciativa de
tocar el espíritu de alguno o su psiquismo.

Yo no tengo la pretensión de ser una especialista en psicología, pero no se puede decir que
yo no ore y que no esté atenta a los

72
signos del Señor. No puedo negar tampoco que haya frutos en mi ministerio. Por ellos doy
gloria a Dios.

M. — Por supuesto, Nelly, que tú no descuidas las reglas más elementales de


psicología. SI un enfermo viene a verte, tú te muestras muy prudente.

N - Evidentemente. Las personas de la Renovación no son especialistas. Es necesario un


gran discernimiento en este campo. A toda costa debemos evitar un procedimiento
puramente psicológico. Nuestro camino es un camino espiritual, es una invitación a la
conversión continua.

Supongamos que un hombre está enfermo, que tiene sus pulmones totalmente destruidos.
Le aconsejan que vaya a un grupo de oración carismática para que le impongan las manos
para que sane. Le dirán: "Hay allí una mujer extraordinaria, que tiene carismas
excepcionales". Es posible que este hombre sane de sus pulmones. Pero vuelvo a decir que
con frecuencia me asombro de ver que personas sanadas físicamente no permanecen
después en los grupos de oración. Estas personas vienen a los grupos como "consumidores
de Dios". Este hombre ha sido sanado y cree que Dios estaba obligado a sanarlo. Entonces
se va y no sigue siendo fiel a la oración.

Por el contrario, en la sanación interior es tocado el ser entero. Uno conoce su estado, y
tiene conciencia del estado en que se encontraba antes. Personalmente yo no quisiera
recaer en ese estado anterior. Yo era una intelectual que se defendía mediante un espíritu
racionalista. Sé muy bien de dónde me sacó Jesús. Nadie puede decir que Jesús no sana.
De su sanación estoy segura, tanto en lo que personalmente me concierne como en lo que
concierne a mi propia familia.

Y para terminar con este tema, quisiera decir que el día en que los psicólogos se conviertan
en auténticos instrumentos del Señor, se redescubrirá el sentido del perdón. Cuando
acepten desaparecer ellos mismos para volverse instrumentos de Dios, enton-

73

ces el Señor hará milagros por su intermedio. Jesús ya obra milagros a través de médicos
que aceptan poner su ciencia a sus pies.

A.— ¿Podrías hablarnos ahora de la relación que hay


entre la sanación Interior y la sanación física?

N.— Para ello tengo que volver a algo de que ya he hablado varias veces: al hecho de que
el ser humano es un compuesto de cuerpo, alma y espíritu.

La mayor parte de las enfermedades tiene un origen psicosomático. Esto es un hecho bien
conocido. Y ello quiere decir que toda enfermedad física es signo de una enfermedad más
profunda.

El Señor nos conoce bien. Sabe lo que podemos recibir. A veces una persona no podrá
recibir más que una sanación física, que Dios otorga con vistas a su conversión. Pero a
menudo las personas sanadas físicamente no entran por la vía de la conversión. Sucede
frecuentemente que el Señor toca, en el curso de un retiro, la raíz de una enfermedad. Y
restaura de golpe la armonía del ser entero: cuerpo, alma y espíritu.
Estoy recordando el caso de una religiosa que vino a un retiro. Estaba afectada por una
enfermedad que los módicos habían declarado incurable. De puro dolor no podía
arrodillarse. Con el sacerdote que dirigía el retiro, le explicamos en qué consistía el perdón.
Le repetimos que el perdón no era asunto de sentimientos, que si ella sentía incluso
rebeldía, de todos modos bien podía dar el perdón. Jesús mismo quería ayudarla a llevar a
cabo este paso de la reconciliación. Ella aceptó hacerlo con la ayuda de Jesús.
Cuatro días más tarde comenzaba a gustar de la paz. En un momento dado, sintió que se le
quitaba un peso de encima. Entonces le propusimos una oración de sanación física.
Inmediatamente después de esta oración, ella fue sanada. Pudo entonces comprender hasta
qué punto a la base de la alteración de su estado fí-

74

sico se hallaba su mal o comportamiento y, en especial, su falta de perdón. Su cuerpo había


manado, en circunstancias de que los médicos la habían declarada incurable. Su psiquismo
volvió a encontrar su plena armonía, y otro tanto ocurrió con su espíritu. Porque el perdón
toca siempre el espíritu. Para coronarlo todo, recibió el sacramento de la penitencia y el
sacramento de los enfermos. Hoy está sana física, psíquica y espiritualmente.

Sin lugar a dudas, es a sanación no suprimía necesariamente toda su historia de


sufrimientos, de cerca de sesenta años. Había aún muchas cosas que sanar en ella. Pero, al
menos, su sanación abría una ventana hacia el amor y la ternura de Dios.

A.— Por favor Nelly, un último paralelo entre la sanación interior y el crecimiento
espiritual.

N.— La sanación interior está íntimamente ligada al crecimiento espiritual Vuelvo a repetirlo:
la sanación interior es la armonización de todo el ser (cuerpo, alma y espíritu) por el poder
de Jesús vivo. Si n e aboco a la sanación interior, es porque quiero volverme "cristocéntrica",
aunque queden aún, claro está, muchas puertas cerradas en mí. Sigue habiendo muchos
nudos, muchas cadenas, muchos "no" a Dios, muchos apegos desordenados.
Pero Dios es paciente. Sé bien que si soy fiel a la oración y a la vida sacramental, algo
cambiará en mí. Esto no va a ocurrir, por supuesto, sin problemas ni sufrimientos, porque se
trata de mi transformación profunda. De lo que se trata es de dejarme invadir por Dios, que
viene a poner luz en tal o cual rincón de mi historia personal.

A medida que Dios revela en mí una herida cuya existencia yo ignoraba, voy haciéndome
más y más libre. Crezco espiritualmente, y poco a poco voy saliendo de los aislamientos en
que suelo "acampar". La luz del Dios vivo me ilumina siempre más, y me invita a estarle
cada vez más adherida, a tornarme más y más "cristocéntrica", fija en Cristo.

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No me planteo el problema de la sant dad. No me lo plantearé jamás, porque la santidad es


una iniciativa de Dios.

Sin embargo, Jesús nos dice que seamos perfectos como nuestro Padre celestial es
perfecto. Y debemos comprender lo que El dice: se trata de amar como nuestro Padre. Es
en el amor donde se sitúa la perfección: por la gracia de Dios, llegar a ese amor crístico,
estar totalmente abierto al amor de Dios y al amor del prójimo, un amor que permitirá
expresar ternura a todos, sin excepción; llegar a verlo todo con los ojos de Cristo. Seremos
felices cuando podamos decir con S. Pablo: "Ya no soy yo quien vive, sino que Cristo
vive en mi" ( Gal 2, 20).
Siempre me ha impresionado el caso de S. Pedro. ¡A qué estado de conversión ha debido
llegar para que los enfermos fueran sanados cuando eran tocados por su sombra!

¿Acaso los carismáticos que hoy día oran por sanación son capaces de olvidarse de sí
mismos hasta ese punto y de dejar actuar a Jesús y su poder de sanación? Y todo esto, sin
búsqueda de vana gloria, muriendo totalmente a ellos mismos. ¡No creo haber llegado a eso!

Lo que me interesa, pues, es amar como Jesús, sin dejar de lado a nadie. Allí está el
verdadero sentido de la santidad.

A.— Con lo que acabas de decir, ¿no estamos tocando de cerca lo que se llama la
"vida mística"?
N.— Cuando se habla de "mística", se levanta tos brazos al cielo, se piensa en Santa Teresa
de Avila y en San Juan de la Cruz.

Un místico es alguien que está llamado a vivir los misterios invisibles pero reales, más reales
que lo que cae bajo nuestros sentidos. Nos planteamos problemas intelectuales a propósito
de la

76

mística. Pero, cada vez que ejercemos un carisma, estamos siendo místicos. ¡Es simple
como el agua!
A.— En el curso de la oración de sanación interior suele pedírsele a Jesús que ponga
en el corazón de aquel por quien se ora todo el amor paterno de que la persona en
cuestión tiene necesidad. O se le pide a María que le dé todo el amor materno que
necesita. ¿Es realmente fundamental descubrir este amor del Padre y de María para
sanar?

N.— Hemos constatado en la oración que Dios quiere restaurar la imagen del Padre y de
María en nosotros.

Descubrimos el mundo por medio de nuestro padre y nuestra madre. Un niño que ha tenido
un padre autoritario, queda marcado por este autoritarismo. Si no ha tenido padre, también
eso lo marca. Si ha sido rechazado por su padre porque éste deseaba una niña y no un niño,
queda marcado por este rechazo.

Un niño puede quedar marcado también por una madre posesiva que con su actitud lo ha
sofocado completamente.

Es toda una serie de comportamientos que influyen en la vida del niño y en seguida en la del
adulto. Incluso si llega a ser un gran sabio, en su inconsciente habrá siempre en alguna
parte un niño de dos o tres años, herido por un acontecimiento que bloqueó el desarrollo de
su personalidad.

Crece, pues, con una imagen deformada del padre, y esta deformación afectará también la
imagen que se forma de Dios, su Padre. Si su padre siempre estaba ausente, Dios Padre
será totalmente extraño a su vida. Además, si esta criatura es una niña y ella ha recibido una
herida de parte de un hombre (y Jesús es un hombre), Jesús puede tornarse y permanecer
un extraño para ella.

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En cuanto a la Virgen María, si ella está ausente de la vida de una persona, suele ser porque
ésta ha sido herida en su relación con su madre.
¿Qué sucede en la sanación interior? Es maravilloso constatar que Dios quiere restaurar la
imagen paterna y materna. El Señor viene a poner en el corazón del adulto la capacidad de
perdonar a sus padres (y a todos los sustitutos del padre y de la madre), de manera que se
reconcilie con la justa imagen del padre y de la madre.

Al comienzo de la sanación interior, no se ve aún muy claro, pero pronto se van dibujando
líneas precisas. Por ejemplo, la falta de ternura se debe al hecho de que el padre mismo, por
su parte, careció de
un modelo de ternura. ¿Podría haber dado más que lo que él recibió?

La restauración de la imagen de los padres contribuye en gran parte al crecimiento espiritual,


ensanchando nuestro universo espiritual; nos hace posible entrar en comunión con la
Santísima
Trinidad en su totalidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Pero también con la Virgen y los
santos. Nos permite recibir toda la riqueza espiritual de nuestra fe cristiana.

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LOS PILARES DE LA SANACION INTERIOR


La Vida en el Espíritu. La Disciplina del Espíritu.

A.— Jesús es nuestro camino hacia el Padre. María es nuestra Madre. ¿Qué podrías
agregar sobre la vida en el Espíritu?

N.— Estamos llamados a hacer el camino de la sanación interior en el Espíritu. La Palabra


de Dios nos asegura que es el Espíritu el que nos conduce hacia la verdad total. El es
nuestro guía. Esta vida en el Espíritu es muy importante: El es quien nos da todo. El abre
para nosotros la puerta del conocimiento de Dios y nos revela sus misterios. El es quien
hace de nosotros cristianos que viven una fe encarnada. El purifica nuestra mirada, nuestro
oído. El nos guía por el camino que lleva a Jesús.

El gran descubrimiento concerniente al Espíritu Santo es el de comprender que El es una


Persona: la tercera Persona de la Santísima Trinidad. El está vivo y tiene todos los atributos
divinos. Está en nosotros, y nosotros somos su Templo.

A.— Sin duda, estamos en el momento preciso para que nos hables de lo que llamas
la "disciplina del Espíritu".

N.— Para mí, el Espíritu Santo fue el descubrimiento más importante de mi existencia. Este
descubrimiento me ha hecho caminar por un camino de crecimiento espiritual. Si nos
hacemos cada vez más cristocéntricos, no debemos perder de vista, sin embargo, los
obstáculos que se alzan dentro de nosotros. ¡Hay tantos comportamientos que nos impiden
ser verdaderamente libres ante Dios, ante los demás y ante nosotros mismos!

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La disciplina del Espíritu es un excelente método para hacer caer todas las barreras que
bloquean nuestro crecimiento espiritual.

Sabemos lo que significa la palabra "disciplina". Seguir la disciplina del Espíritu, es aceptar
someterse al Espíritu. No nos gusta oír esta palabra. Y no es cosa de juego esto de pedir la
disciplina del Espíritu. Leemos, por ejemplo, en el evangelio de S. Juan:
"Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que os he dicho".
(Jn. 14,26).

La disciplina del Espíritu consiste en aceptar ser guiado por El.

Nuestro Padre celestial quiere que le pidamos esta gracia. Quiere dárnosla. Desea que
seamos perfectos como El es perfecto. El es todo amor, y el amor es lo esencial de toda la
vida cristiana.

Es bueno para nosotros pedir esta gracia, porque somos llamados a dar testimonio por
medio de nuestra vida. Si un día podemos convencer a alguien, no será porque le hayamos
hablado mucho de Jesús, sino porque daremos testimonio con nuestra vida de la
transformación obrada en nosotros por el Espíritu Santo.

¿En qué consiste la disciplina del Espíritu?

Es una dirección especial del Espíritu Santo para todos los cristianos, por medio de la cual él
corrige, enseña, purifica, aclara los comportamientos malos, indicando su voluntad por
medio de signos (físicos u otros), por la Palabra, por los carismas, por la oración y los
sacramentos, etc.

Esta disciplina del Espíritu es de tal manera evidente que no es posible ignorarla cuando
está actuando.

Comprenderemos fácilmente, que esta disciplina no es un juego. Jesús nos invita a ser una
enseñanza viva por medio de nuestro testimonio. Y, para ser testigos, es necesario que nos
dejemos

80

transformar por El. Esta transformación supone en nosotros el deseo sincero de seguir a
Cristo. Es también, por supuesto, lo que desea Jesús.

Cuando nos presentamos ante el Señor, nos damos cuenta de que hay todavía en nosotros
muchos comportamientos que no son rectos. Tenemos, pues, que buscar siempre una
experiencia más profunda de Dios.

Dios es el más interesado en que nos volvamos hijos suyos. Uno de los caracteres
esenciales de un hijo de Dios es la libertad. "Si , pues, el Hijo os da la libertad, seréis
realmente libres", dice Jesús (Jn 8,36). Si bien somos llamados a ser cada vez más
cristocóntricos, seguimos viendo mal, escuchando mal, haciendo malas opciones. Es
imposible crecer si no tenemos higiene espiritual. Jesús nos dice: "Cuando venga E l, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa". (Jn 16,13). El Espíritu nos da
claridad, no para reprendernos o aplastarnos, sino para iluminarnos más con su luz, y que
así nos hagamos más oblativos y cristocóntricos, abiertos a la comunión de amor que no
excluye a nadie.

¿Cómo obra esta disciplina del Espíritu?

Es un poco como el semáforo que hace detenerse la circulación.


Es magnífico ver con qué delicadeza nos creó el Señor. El salmista dice: "Apenas inferior a
un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor" (Sal 8,6). El Espíritu Santo
respeta nuestra naturaleza y obra con delicadeza, mostrándonos que algunos de nuestros
comportamientos son malos. Pero no se queda ahí: hace en nosotros la verdad,
mostrándonos el origen de esos comportamientos, es decir el momento y el motivo de su
nacimiento.

Cada uno de nosotros ha sido creado para adherir plenamente al amor. Si esta aspiración
fundamental de nuestro ser no ha sido colmada, sufrimos graves deficiencias, nos cuesta
aceptarnos a nosotros mismos. Comenzamos a jugar diferentes papeles, a es-

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condernos detrás de máscaras, para responder a las exigencias de los demás. Esa
respuesta que nos piden nuestros padres, la escuela, la sociedad..., nos lleva a adoptar
comportamientos que pronto se hacen habituales en nosotros y que no son buenos; son
como una vestimenta, como una segunda naturaleza. Cuando, por ventura, hacemos el
descubrimiento del Dios vivo, todavía jugamos frente a El ciertos papeles, buscamos ser
reconocidos, buscamos la vanagloria. En pocas palabras, es en ese momento cuando la
disciplina del Espíritu desempeña un rol decisivo, permitiéndonos echar fuera todas las
máscaras que hemos llevado por largos años.

Uno de los signos más elocuentes que nos da el Espíritu cuando hemos caído en la
debilidad o el pecado, cuando hemos agredido el amor. es la tristeza: "No entristezcáis al
Espíritu Santo de Dios", nos dice S. Pablo (Ef 4,30)

Recuerdo que un día, en mi casa, me habían pedido ir a la verdulería, y yo me había


percatado de que el verdulero se había equivocado en unos 12 pesos en la cuenta. Yo
estaba contenta y me decía a mí misma: "¡Tanto peor para él!"

Pero un hijo de Dios no puede hacer cosas semejantes. Me puse muy triste. No quería
escuchar al Espíritu Santo, pero El no me dejaba reposo, reprochándome el haber robado
doce pesos. Al cabo de dos horas, le dije a mi hermana que iba a restituir el dinero al
verdulero. "Estás loca", me dijo. "¿No ves que las verduras están medio podridas? Es él
quien te robó a ti..."

Observemos de paso el trabajo que hace el Maligno al comienzo de nuestra conversión. Yo


no tenía realmente paz, no me sentía bien en ninguna parte. Entonces decidí ponerme a
orar. Abriendo la Biblia, encontró estas palabras: "Y si no fuisteis fieles con lo ajeno,
¿quien os dará lo vuestro?" (Le 16,12).
Esta palabra me conmovió a fondo, y en seguida fui a devolver el dinero. El verdulero estaba
asombrado al escuchar que yo le de-

82

cía que se había equivocado en doce pesos, y que le traía de vuelta el dinero. En ese
momento experimentó un gozo grande.

Es muy importante descubrir esta disciplina del Espíritu. A menudo doy enseñanzas sobre
este tema. La gente me dice irónicamente que es el peor consejo que les puedo dar. En
efecto, tenemos abundantes testimonios que nos muestran hasta qué punto comprometerse
con Dios es cosa seria.

Así, por ejemplo, el de aquel hombre que contaba, tres meses más tarde de haberlo vivido,
que había ¡do a un supermercado para hacer diversas compras. A la salida, constató que la
cajera se había equivocado en tres mil pesos. Al subir a su automóvil, este hombre estaba
encantado de su buena suerte, pero al llegar a casa recordó mi enseñanza. De inmediato
volvió al volante, pero la tienda ya esta cerrada. Al día siguiente se acercó a la cajera. Esta
le confesó la confusión en que se encontraba. Porque esos tres mil pesos le habrían sido
descontados de su sueldo.

Hace ya años que experimento la disciplina del Espíritu Santo, y he podido darme cuenta de
que en todo momento, con mi naturaleza pecadora, yo voy a dar un paso en falso si la luz
roja del Espíritu Santo no me advierte, haciéndome tomar conciencia de lo malo de mi
comportamiento y de lo falso de mi juicio. Sin lugar a dudas, considerarse pobre y pecador
es penoso; pero el Espíritu nos ofrece la libertad.

Cuando comencé a orar por la sanación interior, recuerdo que siempre buscaba ser
reconocida por los demás. Yo estaba todavía herida y tenía necesidad de este
reconocimiento. Un día me dije que era absolutamente necesario que yo hiciera lindas
profecías. Se me había ocurrido aprenderme algunas frases de memoria para citarlas en el
momento oportuno. Entonces se diría, con seguridad: "¡Qué bonitas profecías hace Nelly!"
He ahí la película que yo me pasaba interiormente. Pero no contaba con la disciplina del
Espíritu.

83

Me había aprendido de memoria: "Pedid y recibiréis..." Había una reunión de Pentecostés.


En el curso de la vigilia, durante un silencio, yo lancé mi "profecía". Aún no había terminado
de pronunciar las palabras cuando mi lengua quedó paralizada. (Este es uno de los signos
que emplea el Espíritu para hacer notar su desacuerdo con tal gesto o palabra). Yo tuve
miedo y, temblando, pedí la oración de mis hermanos. Sin embargo, la angustia no pasaba
No sabía que el Espíritu me había dado un signo. Estuve, pues orando durante tres días sin
recibir respuesta. ¡La que recibí entonces me enseñó para siempre el respeto de la Palabra
de Dios! Leí en el Salmo 50,16: "Pero al Implo Dios le dice. ¿Qué tienes tú que recitar mis
preceptos y tomar en tu boca mi alianza, tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas
mis palabras?" Era duro de oír, pero fui sanada para siempre. Recordé que había pedido la
disciplina del Espíritu, y era el Espíritu el que obraba en ese momento. Si Dios me ama,
debe corregirme para hacerme progresar.

El Señor sana también a través de ciertos signos. Cuando comencé a trabajar con el P.
Agustín, me sucedió alguna vez el esta» muy irritada con él. Yo seguía unos de sus retiros
de sanación, y me sentí muy enferma porque el retiro era muy duro. Estaba totalmente
enervada. Sentía rabia contra este sacerdote que tenía la manía de hacer movimientos con
las manos mientras oraba. Murmuraba para mis adentros que él quería añadir aún más a lo
que el Señor estaba haciendo con tanta fuerza.

Seis meses más tarde me invitaron a dar una enseñanza en una pequeña ciudad. El
responsable decidió que había que aprovechar mi presencia para hacer una oración de
sanación. Tras una corta enseñanza, me puse a orar levantando mis manos en el aire.
¡Cual no sería mi asombro al darme cuenta de que ellas se agitaban sin que yo pudiera
dominar este movimiento! Realmente estaba sorprendida, pero de inmediato recibí del
Espíritu esta palabra: "¿Te acuerdas del modo como juzgabas a Agustín? Ahora pide
perdón". Entonces le pedí perdón al Señor por haber juzgado

84

sus misterios. En ese momento cesó el movimiento de mis manos y dejé, sobre todo, de
juzgar a la Iglesia.

Notemos que esta disciplina del Espíritu Santo puede manifestarse también físicamente, por
ejemplo, por medio de un dolor. Cuando comencé a orar por la sanación, Jesús obraba de
manera tan increíble que yo a veces me olvidaba que era El quien sanaba y no yo. Un día yo
había hecho una oración por una dama que quedó instantáneamente sana. Mi reacción fue
la siguiente: "¡Bravo, Nelly, perfecto! Oraste muy bien por esta persona". Apenas tuve este
pensamiento mis manos se pusieron rígidas y adoloridas. Pero en ese momento no asocié
esta rigidez y este dolor con lo que acababa de pensar. Una vez que llegué a mi casa, me
refugié en mi habitación para hablar con Jesús de lo que me ocurría. ¿Quizás habría sufrido
la influencia de un mal espíritu, o me encontraba enferma? Estaba aterrada. Desde el
comienzo de mi oración escuché que el Señor me decía: "Nelly, ¿Quién realiza la sanación?
¿Quién hace pasar su poder a través de ti?". Bañada en lágrimas, exclamé: "¡Eres Tú, eres
Tú el que sana!" En ese momento, mis manos cobraron su normalidad. Pero yo había
recibido una lección que no estaba dispuesta a olvidar.

Es, pues, excelente pedir esta disciplina del Espíritu, porque siempre nos gusta mentir, huir
lejos del Dios vivo y exigente. ¡Pero qué libertad da el Espíritu!

Por mi parte yo sigo siendo ignorante, limitada, pobre y pecadora, pero sé que el Espíritu
está atento en mí: El me habla y suscita los movimientos...Yo no sé si lloro más que antes,
pero ¡qué libertad, qué sanación me ha traído la disciplina del Espíritu!

A.— Nelly, tú has pronunciado dos palabras que no suelen escucharse en tu boca.
Hablaste recién del maligno y del espíritu malo. La oración de sanación interior pone
en su sitio toda la presencia y la acción de Satanás. Aun cuando a veces haya que
orar por una liberación, no es en esta presencia del maligno en lo que se centra la
oración de sanación.

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N.— Sin duda. Se requeriría un libro entero para desarrollar este asunto. Y conviene ser
prudente en esta materia.

No estemos encandilados por la presencia del maligno. A decir verdad, en ciertos grupos de
oración se atribuye más importancia a su acción que a la presencia de Jesús. Mientras más
miremos a Cristo, mientras más se torna Él el centro de todo, más iremos creyendo en su
poder: el poder del Salvador sentado a la derecha del Padre.

¡La sangre de Cristo es una fuente de protección insospechable! En la medida en que


creemos en la fuerza de sanación de Jesús, el maligno pierde todo su poder.
Verdaderamente, por su sacrificio, Jesús ha llegado a ser el Salvador del Universo, de todo
lo que está en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Su poder es universal.

Es igualmente verdadero que el hecho de entrar en la vida espiritual nos obliga a emprender
el combate con el maligno. El es el acusador; él desea mantenernos en sus redes. Y es más
fácil mecerse en ilusiones, creerse libre, cuando en realidad se es esclavo.

Se ha dicho que "la mayor astucia de Satanás consiste en persuadirnos de que él no existe".
Desde ese momento, él puede arrasar con nosotros y aprovecharse de nuestras heridas. El
está siempre presente en el combate espiritual y en particular en la sanación interior, que es
esencialmente -lo repito- un proceso de conversión.

¡El mundo ofrece tantas posibilidades! Recuerdo que en el momento de mi conversión el


maligno me soplaba el oído:" ¡Todo esto es una farsa! Te ofrezco dinero. ¡Abandona este
camino!"

La realidad de Satanás es profunda y misteriosa. Hay tanto daño en los que ven al maligno
en todas partes como entre los que no lo ven en ninguna. El maligno obra también en los
que quieren impedir a los laicos hacer cualquier cosa. Sé perfectamente que, como laica, yo
no debo hacer exorcismo. Lo que pertenece al

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Obispo, le pertenece en propiedad; pero el laico bautizado debe también ejercer los dones
recibidos de Dios. Tertuliano dice que el cristiano que no es capaz de expulsar un espíritu
malo, no merece ser llamado cristiano; merecería estar muerto...

Tenemos que redescubrir el poder de nuestro bautismo. Les agradezco a mis padres y a la
sabiduría de la Iglesia el haber hecho de mi un hijo de Dios desde mi más tierna edad.
Cuando hemos descubierto que Jesús está vivo, este descubrimiento reaviva la gracia de
nuestro bautismo. Entonces descubrimos, a la vez, que hay un campo de la vida cristiana de
donde el bautizado, el hijo de Dios, tiene derecho a expulsar las tinieblas, especialmente en
su propia vida y en la de los otros.

En virtud de nuestro bautismo, podemos obrar liberaciones muy simples. Si sentimos, por
ejemplo, agresividad o rebeldía, podemos decir: "Jesús, en virtud de mi bautismo yo te pido,
expulsa este espíritu de agresividad o de rebeldía que está en mí".

Recuerdo que yo tenía un apego inmoderado a los chocolates, carecía totalmente de


voluntad frente a esta tentación. Ahora bien, el Señor nos pide ser sobrios en lo concerniente
al alimento. Así, pues, yo oró diciendo: "Jesús, en virtud de mi bautismo yo corto toda
dependencia excesiva frente al chocolate". Hoy en día ya no soy golosa y como chocolate
moderadamente.

Si Jesús quiere revivir nuestra historia con nosotros, quiere también librarnos de toda clase
de apegos desordenados.

Otro tanto ocurre con la relación con el prójimo. Si me toca hablar con una persona
particularmente agresiva, oro en voz baja, y el Señor escucha siempre mi oración: "Señor,
por la gracia de mi bautismo y por la gracia de ser tu hijo, expulso todo espíritu de rebeldía,
de incredulidad, y los pongo al pie de tu cruz, para que tú dispongas de ellos". Siempre
sucede algo y puedo continuar mi conversación con la persona. El resultado será positivo.

Hemos experimentado tantas veces encuentros con personas+ bloqueadas por la timidez, el
miedo, la angustia o la culpabilidad.

87

En esos casos bastaba con realizar una liberación por la gracia de nuestro bautismo para
que el Señor obrara y abriera un corazón que se había cerrado.

Toda la riqueza del reino -de ello estoy segura- le está confiada a los hijos de Dios. Y en
esta riqueza va comprendido el poder de la gracia de nuestro bautismo.

Seamos prudentes, distingamos bien entre exorcismo y liberación, teniendo conciencia de


que los casos de verdadera posesión son raros. Estemos, sin embargo, seguros del poder
de Jesús: ¡El es vencedor! Su solo Nombre es una arma temible para rechazar los ataques
del maligno.

Sin lugar a dudas, el imperio de las tinieblas existe, pero el Reino de la Luz también existe.
¿Por qué dar tanta importancia al reino de las tinieblas si hemos descubierto que Jesús está
vivo?
Personalmente, más que preocuparme de la presencia de Satanás y de la necesidad de una
liberación, me dedico especialmente a encontrar la herida de las personas por las cuales
oro. Una vez que el Señor me ha mostrado la herida, puedo entrever la sanación, la
liberación de un cuerpo, de un alma o de un espíritu.

¿Por qué razón, por ejemplo, la gente se dedica a la astrología o al ocultismo? Porque están
a la busca de un amor que no han encontrado ni en ellos mismos, ni en su trabajo, ni en su
vida. Sufren de soledad. Y es por causa de ella, esta enfermedad del mundo moderno, por lo
que van a herirse, a infectarse, porque no han descubierto a Jesús, la llave del amor, el
Camino, la Verdad y la Vida.

¿Me hablan del maligno? El es poderoso, sin duda. ¡Pero Jesús es victorioso! ¡Él ha vencido
al mundo!
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La Alabanza

A.— Para que la oración produzca sus frutos, Nelly, es Indispensable cultivar un
verdadero espíritu de oración. Tú nos hablas a menudo de la alabanza. Descúbrenos
el secreto de esta oración.

N.— No esperemos recibir la gracia de Jesús si no oramos. Es absolutamente indispensable


que los cristianos redescubran la importancia de la oración en su vida. Una oración que sea
prolongada, alimentada por la palabra de Dios, los carismas, la oración en lenguas, etc. San
Ignacio enumera en sus Ejercicios Espirituales diferentes maneras de orar. Cada uno debe
encontrar la suya. En todo caso, será necesario pasar del monólogo ante Dios al diálogo
íntimo y profundo con El. Se requiere tiempo para ponerse a escucharlo y oír lo que El nos
quiere decir. La oración personal debe convertirse en una actividad muy natural en nuestra
vida. Lo repito: el Señor nos invita a una cita prolongada, por la mañana y por la tarde,
durante media hora por lo menos.
La alabanza debe penetrar asimismo nuestra oración. Alabar a Dios no es meter bulla
dándole gracias por tal o cual cosa: la alabanza es un camino espiritual muy exigente. Es
verdaderamente un gran descubrimiento el que el Señor nos reserva.
Importa recordar que Dios nos creó libres: la libertad está inscrita en lo más profundo de
nuestro ser. Sabía Dios muy bien que haríamos mal uso de ella, que lo haríamos a El
responsable de todos los males que nos abruman y de todas las desgracias del mundo.
Nuestra verdadera sanación comienza cuando tomamos conciencia del amor de Dios por
nosotros y de que El nos ama tal

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como somos. Comenzamos a sanar cuando comprendemos que nada nos pertenece en
propiedad, salvo nuestra voluntad que es libre de decir "sí" a Dios.
Alabar a Dios es reconocer todos sus beneficios y su presencia en todos los acontecimientos
felices o desdichados de nuestra historia personal.
Vivimos a veces momentos muy difíciles. Si llegamos a vivirlos en la alabanza, hacemos un
aprendizaje lleno de bendiciones y purificaciones. Cuando alabamos a Dios en todas las
cosas, empezamos a obedecer su mandato:"En todo dad gracias, pues esto e s lo que
Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Tes 5,18). San Ignacio nos dice que el
hombre fue creado para alabar, respetar y servir a Dios, nuestro Señor. Esta es una
afirmación fuerte. Hay, en efecto, situaciones en que somos incapaces de alabar a Dios.
Pero a partir del momento en que entramos en la alabanza, nos hacemos capaces de
alabar y bendecir a Dios, incluso en medio de las circunstancias más trágicas, como puede
ser un fracaso, una humillación, la pérdida de un ser querido o un accidente que nos mutila.
Oigo muchas objeciones: "¿Por qué alabar a Dios? Yo no le aporto nada alabándole. ¿Para
qué alabarlo si no aporto nada a lo que El es?". No comprendemos que la alabanza nos
aprovecha a nosotros mismos. Necesitamos alabar a Dios para que El pueda cambiar
nuestro corazón, a fin de que abra la vía que nos lleva a Él. ¡Pero cuan hábiles somos para
protegernos de Dios! Desplegamos un paraguas por encima de nuestra cabeza para
defendernos de tantas gracias que podrían cambiar nuestras vidas. Se oye también decir:
"¿Porqué alabar a Dios en la prueba? ¡Sería hipócrita! Si todo se rebela en mí, ¿cómo alabar
a Dios?" El Señor -lo he descubierto- está presente tanto en un acontecimiento desdichado
como en uno feliz. Como lo expliqué a propó-

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sito del perdón, conviene no apoyarse en los sentimientos, sino buscar la voluntad de Dios.

Insisto una vez más: el camino de la alabanza es una vía espiritual muy profunda que
permitirá al Señor cambiar nuestra vida.
Claro está que no alabamos a Dios por nuestras desgracias, sino porque El está con
nosotros, presente en el corazón mismo de un suceso desdichado, de una circunstancia
trágica. El estuvo allí, presente, en mi historia herida, cuando yo me sentía abandonada de
todos. ¿Se me humillaba? El estaba conmigo y no me ha abandonado jamás.

Frente a un suceso desdichado podemos adoptar dos actitudes:


 Elegir alabar a Dios y realizar de este modo su voluntad. La respuesta de Dios estará
siempre asegurada: nos colmará de sus gracias y de los dones del Espíritu Santo;
 Escoger la vía del resentimiento y de la amargura y abrir, de esta manera, nuestro
corazón al maligno. Las consecuencias de esta opción se manifestarán por la
presencia del pecado, del odio, de un espíritu de muerte.

Recuerdo lo que me sucedió con ocasión del último terremoto en Chile. Dirigía yo entonces
un retiro en el que participaba un joven seminarista. El no conocía nada de la locura de la
alabanza de los carismáticos. Aquel3de marzo de 1985, hacia las 19.40 hrs. de la tarde,
conocimos uno de los más espantosos terremotos que hayamos tenido, en todo caso en lo
que respecta a daños materiales.

Como ya estábamos entrenados en la alabanza, alabamos a Dios durante esos


interminables minutos del sismo, porque El era nuestra protección, nuestra roca. Creíamos
que El estaba presente en medio de ese desastre sin nombre. Cantábamos: "¡Aleluya!
¡Gloria a ti, Señor, porque Tú estás presente! ¡Tú, eres nuestro

91

Dios, nosotros somos tu pueblo; Tú nos miras y nos amas, Señor nuestro y Dios nuestro!"

El seminarista estaba increíblemente irritado. Vino a encontrarme y me preguntó cómo era


posible alabar a Dios a través de un acontecimiento tan espantoso. "¿De qué sin/e?",
exclamaba. Le respondí que habíamos encontrado la paz y el gozo de saber que la
presencia de Dios nos protegía en ese momento. En efecto, creo no haber gustado jamás
tanta paz como en ese preciso instante en que me era casi imposible mantenerme de pie.

Se trata, pues, de alabar a Dios no solamente porque El es capaz de modificar una


determinada situación, sino porque el solo hecho de obedecer a su voluntad nos permite
aprender a vivir con Dios. Alabarlo no me autoriza para esperar una intervención milagrosa
de su parte. El no quita el cáliz de amargura que hay que beber. Toda vida espiritual conoce
pasos a través de la muerte y de la resurrección. Pero la alabanza nos hará pasar de la
muerte a la vida, a ejemplo de Cristo. La cruz, que parece el mayor fracaso de Dios, es en
realidad el más esplendoroso misterio de vida. ¡La cruz revela que Jesús es el Señor!

Como hijos de la luz, somos invitados a caminar por el camino de la luz.

Estas palabras no son el fruto de una espiritualidad desencarnada: ellas traducen una
experiencia. Sostengo que a medida que entramos en la alabanza, con ocasión de un
acontecimiento desdichado, nuestros sentimientos se modifican y sentimos la mano de Dios
sobre nosotros. Su amor está presente en ese acontecimiento. El nos sostiene de la mano.

Muy a menudo, Dios es para nosotros el Dios "supermercado" que está allí únicamente para
procurarnos toda suerte de bienes. Nuestro Dios es, por lo pronto, el Dios lleno de ternura,
atento a su hijo en la congoja y la desgracia. Cuando entramos en su voluntad, cuando El ve
que vamos a El como a un padre que puede ayudar a sus hijos, nos colma, en su ternura, de
regalos extraordinarios.

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Muy a menudo ignoramos el provecho que El nos hará sacar de un acontecimiento


desdichado.

Me encantaba dar enseñanzas sobre ia alabanza en los grupos de oración. Al hablar, estaba
llena de fervor y me sentía tocada por la mano invisible del Espíritu Santo. Muchas personas
eran transformadas por mis palabras; pero yo no vivía lo que decía. Más aún, en esa misma
época, estaba de tal manera en rebeldía frente a lo que yo vivía que no sabía ya orar.

Me encontraba sin trabajo desde hacía bastante tiempo. Mi madre había muerto y mi padre
se había vuelto a casar. Con mis hermanas vivíamos de la pequeña pensión que nos
otorgaba nuestro padre. Teníamos apenas para alimentarnos, sin poder financiar la
mantención de nuestra casa.

Mi único trabajo consistía en hacer las camas todos los días. Cada día, yo tomaba una aguja
para intentar la reparación de los colchones que se despedazaban cada vez más. Bien sabía
que al día siguiente tendría que reiniciar la operación. Mientras cosía, lloraba y llenaba a
Jesús de reproches.

Un día, me quedé con la aguja en el aire. Había comenzado a llorar como de costumbre,
cuando de pronto una pregunta perforó mi espíritu: "Nelly, ¿crees tú en lo que enseñas?
¿Crees tú que Dios está presente en esta situación concreta? ¿Crees tú que Dios quiere que
sus hijos duerman de un modo indigno?". Interiormente tomó la siguiente decisión: "Nunca
más lloraré, Señor, no me lamentaré nunca más, quiero alabarte porque Tú me ves
reparando estos colchones".

A medida que iba alabando al Señor por esta situación, me fui llenando de paz y de gozo.
Tres meses más tarde, un llamado telefónico de mi mejor amiga me hacía saber: "Nelly,
acabo de recibir mi pensión, me gustaría darte dinero. Pero el Señor me ha soplado otra
cosa al oído: ¡voy a renovar el forro de tus colchones!".

93

De esta manera descubrí el poder de la alabanza. Porque es fácil leer el libro de Merlin
Carothers sobre EI Poder de la Alabanza; pero más difícil, alabar a Dios en toda
circunstancia.
En efecto, hay una cosa que Merlin Carothers no dice: no alabamos a Dios a causa de los
sucesos desdichados, sino porque Él está presente en medio de nuestras dificultades. La
alabanza es una vía espiritual, pero ella no es algo mágico que nos permitiría alcanzar
resultados materiales inmediatos.

No seamos superficiales. Necesitamos entrar en el plan de amor de Dios, porque es el amor


el que sana, y el amor es la única realidad que permanecerá (1 Cor 13,8). Alabando a Dios,
nos volvemos alabanza, entramos en armonía con Dios y con su creación entera.

El camino de la alabanza pasa por la pobreza y el desprendimiento. El Señor nos invita a


dejar de lado nuestras lamentaciones, nuestras rebeldías, nuestras falsas cruces, las falsas
escalas de valores, nuestro intelectualismo y nuestra vanidad, para que nos abramos a la
verdadera sabiduría. No nos preocupemos de lo que El va hacer. Es Él quien tiene la
iniciativa. A través de la alabanza, El nos hará superar una situación de sufrimiento y nos
colmará de gracias, de frutos del Espíritu que ni siquiera sospechamos. Recibamos la paz
que sobrepasa todo entendimiento, aceptando alabar a Dios.

Atrevámonos, por último, a aceptar el hecho de que Dios conoce nuestras necesidades. El
conoce nuestra historia mejor que nosotros. No nos atrevemos a creer que El quiere hacer
milagros para cada uno de nosotros, ahora mismo, porque El es "ternura y piedad". A
menudo nos ponemos en situaciones asfixiantes porque no creemos que Dios pueda
intervenir en tal o cual situación concreta.

Un día, en nuestro grupo de oración, una hermana se quejó de que su hijo, que era
pescador, no había pescado nada durante una semana entera. La situación se hacía crítica.
Le pregunté qué era

94

lo que ella había hecho, y me respondió que había orado. Sin embargo, me di cuenta de que
su oración era más que nada una manipulación del Señor. Le pedí que cambiara su modo
de orar y que comenzara a dar gracias a Dios por los lindos pescados que su hijo iba a
pescar. Es increíble lo que pasa cuando entramos en el dinamismo del evangelio: "Todo
cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis" (Mc 11,24). A la
semana siguiente esta hermana daba testimonio de la pesca milagrosa que había hecho su
hijo.

Si Dios puede cambiar una situación personal por medio de una alabanza fiel, El puede
también operar nuestra sanación, la reconciliación en nuestra familia, en nuestro país, en el
mundo entero.

Cuando la alabanza se convierta en nuestra carne y sangre, entraremos en la libertad de los


hijos de Dios, coherederos de Jesús, herederos de un Reino que ya ha comenzado aquí
abajo.

95

96 libre

La Intercesión y la Oración Compartida


A.— Después de habernos hablado de la alabanza, Nelly, ¿qué quisieras agregar
acerca de la oración de intercesión dentro de la oración de sanación interior?
N.— Es difícil hacer una distinción entre oración de intercesión y oración de sanación
interior, porque cada vez que alguien acepta ser instrumento del Señor al orar por un
hermano, está intercediendo por él, y es la gracia de Jesucristo mismo la que viene a colmar
esta petición.

La oración de intercesión es muy importante, porque es por ella por lo que se pone en obra
el poder del Cristo vivo, que quiere sanar a su pueblo y restaurar la armonía en los
corazones heridos. No nos atrevemos a pedir gracias al Señor, no creemos suficientemente
en nuestra responsabilidad en la intercesión. No osamos creer que Jesús nos escuchará
cuando le pedimos un favor. Sin embargo, El quiere vivir hasta en los menores detalles de
nuestra vida. Pedimos gracias importantes, por supuesto, pero yo he notado con asombro
que Jesús me escucha cuando le oro por cosas de poca importancia. ¡Tengo necesidad de
algo, y Jesús me lo otorga!

En el momento en que comenzamos a orar por la sanación interior, descubrimos también la


importancia de la intercesión. Si somos dóciles al Espíritu Santo, El se servirá de nosotros
en todas las circunstancias. El pondrá todo en obra para hacernos descubrir lo que podemos
recibir de la gratitud del Reino en tanto que coherederos de Cristo.

De esta manera, orando por los hermanos., si me mantengo sometida a la acción del
Espíritu Santo, recibiré eventualmente mensajes de su parte: "Haz esto, ora por tal intención,
etc".

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Recuerdo haber recibido una visión mientras oraba. Veía a una le mis hermanas con el
rostro deshecho como si hubiese sufrido un accidente. El Señor me invitaba a orar por ella.
Y mientras yo oraba, la visión se hacía más y más fuerte. ¿Qué es lo que había pasado? Mi
hermana se había caído en una escalera y había rodado dos pisos sin hacerse daño alguno
grave. Todo el mundo se preguntaba cómo era posible que no se hubiese fracturado un
hueso. Yo comprendí que el Señor me había pedido interceder en su favor. Y de este modo
ella fue protegida.

Muy a menudo no comprendemos lo que el Señor nos invita a hacer. El nos muestra una
situación que puede llegar a realizarse. Ese suceso puede tener lugar, pero también la
oración puede impedir que se produzca.

Supongamos que el Señor me comunique que una catástrofe va a tener lugar en tal o cual
país. Yo recibo esta visión no como una premonición en el sentido parasicológico, sino como
un signo de amor del Señor, dado a mi espíritu, como una invitación a ponerme en oración
con mis hermanos para detener ese acontecimiento de graves consecuencias. El Señor me
ha hecho conocer este eventual acontecimiento porque El quiere que sus hijos vivan en paz
y en gozo.

Así fue como le advirtió a nuestro grupo de oración de la inminente guerra entre Chile y
Argentina. Nosotros no consideramos esta guerra como inevitable: nos pusimos a interceder
para que el conflicto no tuviese lugar.

No estamos suficientemente atentos a los mensajes del Señor. Mientras más dóciles
seamos a la acción del Espíritu Santo, más audaz será El con nosotros. Nos invitará a orar
por situaciones o acontecimientos inimaginables, y ello nos parecerá absolutamente natural.

Nos puede decir, por ejemplo, como lo hizo conmigo: "Ve a tal calle y a tal número; allí
encontrarás a una mujer que clama hacia mí". Como yo no tenía aún el hábito de este
género de mensaje,
98 corregir esta página

le pedí al Señor un signo. Me encontraba en el correo, era la época de Navidad, y la


afluencia de público era inmensa. Le dije al Señor: "Si verdaderamente esta llamada viene
de Ti, has que me atiendan en cinco minutos". Ahora bien la fila de los que esperaban era
muy larga. La mayoría de ellos se fueron del correo y yo fui atendida inmediatamente. No me
quedaba sino ir donde se me había dicho. Me encontré frente a una dama que se hallaba en
cama esperando la muerte. Ella gritaba al Señor: "Si verdaderamente existes, envíame a
alguien que me hable de Ti". El Señor me había enviado para salvarla. Nuestro encuentro
fue el punto de partida de una verdadera conversión.

No compliquemos las cosas en lo relativo a la intercesión. Estamos acostumbrados a


analizarlo todo, a razonar...y de este modo nos falta simplicidad. No somos los niños
pequeños que el Señor busca para sanar a su pueblo. Cuando nos invite a interceder por tal
o cual persona o por este o aquel acontecimiento, tomemos nuestra responsabilidad y
oremos.

A.— Para confirmar la gracia de la sanación interior, Nelly, ¿es fundamental participar
en un grupo de oración?

N.— Por supuesto que el hecho de pertenecer a un grupo de oración es importante. La


comunidad es el lugar en que recibiremos una gracia de sanación más y más profunda.

Un grupo de oración debe ser una reunión carismática donde el Espíritu está en obra. El
conoce nuestras necesidades. En la medida en que participemos fielmente en la oración,
Jesús vendrá a sanarnos. Estoy asombrada de todos los regalos que el Señor me ha hecho
en esas reuniones semanales.

Abandonados a nosotros mismos, estaremos en la imposibilidad de emprender o continuar


un camino de sanación: tenemos necesidad de la comunidad. Siempre hay en un grupo una
u otra

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Persona con alguna experiencia que se capaz de ayudar a los hermanos a progresar.
Desgraciadamente, en Europa la gente no es suficientemente sencilla. A veces-ocultan
muchas cosas. Pero para el Señor nada está escondido.

La participación en la reunión de oración nos permitirá asimismo recargar las baterías,


gracias a la amistad compartida, a la Palabra de Dios. Y es esta Palabra de Dios la que
sana, la que anima y fortalece. Cada vez que llego a una región o a un país desconocido,
siempre me informo acerca del grupo de oración más próximo a fin de encontrar la presencia
del Señor y de los hermanos.

Evidentemente, no basta con la oración semanal. Muchas personas se contentan con ella
añadiendo unos padrenuestros o avemarías todos los días. La vida de oración exige una
oración personal asidua.

A medida que participemos en la oración compartida, redescubriremos también el sentido de


este diálogo con el Señor, que gusta tanto de conversar con sus hijos, descubriremos la
importancia de la oración personal y de la vida comunitaria y sacramental.
Mucho se critica a los grupos de oración. Y sin embargo es gracias a ellos como cientos de
miles de cristianos han encontrado el camino de la oración, de los sacramentos, el sentido
de la Iglesia y del amor fraterno.

100

Los Sacramentos
A.— Después de haber hablado largamente de la oración, Nelly, ¿no convendría añadir
una palabra sobre los Sacramentos?

N.— Hace algunos años, cuando emprendimos esta marcha de la oración de sanación
interior, estábamos lejos de suponer la potencia sanadora y la riqueza de los Sacramentos
que Jesús confió a su Iglesia.

Me sucede a veces que siento como un bloqueo en la oración de sanación. Por mucho que
ore, nada cambia. Lo único que permite echar abajo las barreras en una situación semejante
es que la persona reciba el sacramento de la reconciliación. Hay tal o cual pecado preciso o
tal o cual situación de pecado que está bloqueando toda la oración.

También se encuentran personas de tal manera bloqueadas por su sufrimiento que tan soto
el Sacramento de los enfermos les va a hacer posible continuar por un camino de sanación y
les dará la paz.

La unción de los enfermos es una fuente de bendiciones para la Iglesia, ¡y nosotros no la


utilizamos! Sería necesario que de una vez por todas se deje de considerar a este
sacramento como sacramento de los moribundos, y se lo tenga como la unción del Señor
para los vivos. El viene a derramar su bálsamo de sanación, su bendición sobre todas esas
heridas que soportamos con tanta dificultad.

A través de estos Sacramentos, es el poder del Señor el que se despliega: por su gracia me
atrevo a mirarme a mí misma, a enderezarme y a escoger el camino que conduce a la vida.

101

¿Qué decir de la Eucaristía, sino que ella es la cumbre de la sanación? Jesús se hace mi
cuerpo y mi sangre; me santifica, me fortifica, me trae la sanación física, moral y espiritual.
No se puede comprender la sanación interior si uno no se percata de que ella. Es un camino
de conversión que orienta al cristiano hacia la fuente de la vida, que es Cristo a través de su
Iglesia. Es un camino de sanación, de perdón y de reconciliación sacramental.

Se podría hablar largamente del poder de los sacramentos; sólo quiero añadir que muchos
sacerdotes no sospechan la riqueza qué está puesta a su disposición. Si tuviesen, por
ejemplo, la audacia de dar más a menudo el sacramento de los enfermos, ¡muchas cosas
cambiarían en la Iglesia!

A.— Pedimos también en la oración que el Señor venga a darle todo su vigor al
Sacramento del Bautismo, el Matrimonio, del Sacerdocio.

N.— Sí. Todo Sacramento puede volver a encontrar un nuevo vigor, perdido a veces a causa
del hábito, de la indiferencia o del pecado. Así ¿qué significa pedir la sanación de una pareja
sino permitir al Señor colmar a los esposos con toda la fuerza que ellos recibieron en el
Sacramento del Matrimonio? Es también despertar todo el poder de Dios contenido en el
Sacramento del Bautismo que nos ha hecho hijos de Dios e hijos de la Iglesia.
102

Los Carismas

A.— Los carismas suelen ser fuente de problemas. ¿Qué papel les atribuyes en la
oración de sanación interior?

N.— Ya hemos hablado profusamente de la relación entre la oración de sanación y los


carismas. Nosotros usamos casi todos los carismas cuando oramos por sanación. Ante todo,
hay que ser sencillos y someterse plenamente a la acción del Espíritu Santo, no querer
apropiarse de sus gracias, sino, al contrario, ser buenos administradores de los dones que
Dios ha hecho a su pueblo.

Es cuando El lo quiere y como Él lo quiere como el Señor otorga sus carismas. Toda la
iniciativa es suya. Incluso, a veces, la sanación de una persona es más fuerte cuando no se
ha hecho uso de ningún carisma. Nadie está obligado a aceptar estos signos de amor que el
Señor nos da. Hay personas que se extrañan y hasta se ofuscan cuando los carismas se
manifiestan. Conviene, pues, ser muy prudentes con el canto en lengua, pero también con
las palabras de conocimiento cuyo contenido podemos revelar o callar.

Pidamos en ese momento sabiduría para discernir si debemos o no hablar, si debemos o no


comunicar alguna luz que el Señor nos haya dado. Preguntémosle a la persona por la cual
se ora, para saber si to que hemos recibido es justo o no.

Mi experiencia me permite hablar de una localización de la palabra de conocimiento. Para no


perder tiempo y para permitir tocar rápidamente el corazón del problema, el Señor me hace
sentir ciertos dolores pasajeros en algunos miembros de mi cuerpo. Así, un dolor en la mano
me hace saber de inmediato que estoy en presencia de una persona que no se acepta a sí
misma. Por medio de un dolor en el antebrazo derecho el Señor me dice que esta persona
tiene que perdonar a su padre o a un hombre. Si el dolor nace en la parte superior del brazo
sé que hay un perdón que tiene que ser dado a Dios, etc.

103
FALTA 2104-105

sino de servirlo a EL. La sanación no es algo mágico. Jesús decía a la multitud que lo
buscaba: "Me buscáis no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los
panes y os habéis saciado" (Jn 6,26).

Muchas cosas podrían agregarse acerca de la palabra de conocimiento, pero hay libros muy
buenos que hablan de ella. (Cf. Philippe MADRE, "Le Charisme de connaissance", Ed. del
León de Judá, Nouan -le- Fuzelier, 1985). Lo mismo que la sanación interior, la palabra de
conocimiento es un camino. No se trata solamente de recibirla; hay que profundizaren ella y
aceptar lo que nos es dado. También a nosotros el Señor podría decirnos: "¡No echéis las
perlas a los puercos! " ¡Porque tenemos el arte de pisotear los regalos del Señor!

A.— ¿Hay alguna relación entre la generosidad de la persona y los carismas que ella
recibe?

N.— Hay un juego que al maligno le gusta mucho. Las personas que no tienen carisma
proclaman que no son dignas de recibirlos. Y una vez que han recibido un carisma, el
maligno les sopla a la oreja que son indignos y pecadores. Cuando alguien se da cuenta de
que Cristo vino por él y le pide al Señor sus gracias, entonces siempre recibe algo. Y el
maligno le sugiere que es un santo porque tiene carismas y que ahora puede hacer todo lo
que se le antoje.

Notemos también la reacción de la comunidad frente a la persona que ha recibido un


carisma. ¡La trata como a una santa! Vuelvo a repetir que la santidad es de iniciativa divina.
Lo que tenemos que buscar es ser purificados, ser un canal portador no de aguas turbias
sino del agua más pura posible, para el bien de nuestros hermanos. Esta purificación
conduce a la santidad, y la santidad es un don de Dios. Pensemos en el Cura de Ars, que

106

ignoraba el grado de santidad al que había llegado y atribuía los milagros que Dios hacía a
la intercesión de Santa Filomena.

A.— Volvamos a los carismas. Tú querías hablar aún, me parece, de uno u otro de
ellos.

N.— Sí. Yo quisiera señalar que el carisma de profecía tiene también su lugar propio en la
oración de sanación interior. Algunas personas necesitan ser animadas, pues están tristes y
su historia personal ha sido herida. Entonces, el Señor da a veces, una palabra para
animarlos y fortificarlos: no sólo una palabra de consuelo, como "Yo estoy contigo, no tengas
miedo", sino también una palabra de la Escritura, que es dada a modo de consolación o de
luz.

Quisiera, por último, hablar del carisma más delicado: el reposo en el Espíritu. Es un carisma
de sanación tan profundo que no podemos sospechar hasta dónde el Señor nos toca a
través de él.(1)

En efecto, corremos el riesgo de quedarnos en la superficie frente a los carismas. El Espíritu


Santo quiere que profundicemos en las cosas. ¿Hemos reflexionado ya en el alcance de una
palabra de conocimiento? ¡Limitamos tanto el efecto de los carismas! El Señor bien puede
operar durante tres o cuatro años por medio de una palabra de conocimiento, hasta que la
persona a quien esa palabra le ha sido dada llegue a la felicidad, a la salud física y espiritual.

(1) Dado el carácter delicado de estas páginas, referentes a un don controvertido, notemos:
 Que los fenómenos que implican elementos psicosomáticos no son reductibles sólo a
sus componentes, y que la gracia puede actuar en ellos y ser discernida en ellos, por
ejemplo, en sus efectos, y en la autenticidad del contexto;
 Que se impone una particular prudencia cuando este don se manifiesta en un grupo.
Es importante, en efecto, evitar las manipulaciones colectivas, las acentuaciones
emocionales, la fijación malsana sobre el aspecto insólito, la búsqueda de experiencia
de sanación sin acompañamiento espiritual de una persona bien instruida (más
adelante se hace alusión a esto).

107

Ignoramos cuáles son los acontecimientos que el Señor va a tocar por el reposo en el
Espíritu. Tenemos un conocimiento demasiado limitado de nosotros mismos, no sabemos
hasta qué punto ciertos acontecimientos de nuestra infancia nos han herido, qué secuelas
han dejado estas heridas recibidas en la primera infancia o en el seno materno. La única
cosa que sabemos es que tal o cual suceso ha sido registrado por nuestra memoria, y que
de este registro derivan ciertos comportamientos, una manera de proyectar nuestra herida
sobre los demás, y una cierta manera de juzgar a los demás.
En pocas palabras, hemos sido profundamente marcados. La única manera de llegar a ser
verdaderos es dejarnos sanar por el Señor; El nos ayudará a reconciliarnos con nuestra
historia personal y a hacer un nuevo registro de tal o cual acontecimiento del pasado.
Para ello se requiere tiempo, porque hay que quitar muchos obstáculos y abrir muchas
puertas.

Se han hecho muchas falsas apreciaciones acerca del reposo en el Espíritu. En las
reuniones de sanación en Chile, se lo vive de una manera muy sencilla. Las personas que
reciben esta gracia del reposo pueden recibir la gracia de un cambio de vida muy profundo.
Pero hemos descubierto también que esta gracia se recibe a diferentes niveles y que es
peligroso emplear técnicas de relajación en la sanación. Dejémosle la iniciativa al Señor, El
es capaz de realizar sanaciones extraordinarias.

Al recibir la experiencia del reposo en el Espíritu, ciertas personas descubren cómo


registraron un determinado suceso en su memoria, pero descubren también la influencia que
este suceso ha ejercido sobre su manera de ver el mundo y de ver a los demás.

He aquí un ejemplo: un hombre de unos 45 años se presentó a nuestro grupo de oración.


Soportaba a duras penas la vida en sociedad, no sólo en su medio familiar, sino también en
su medio laboral. Experimentaba un odio incoercible hacia su padre. No le encontraba
ninguna cualidad positiva. Cuando hablaba de él, era para tratarlo de borracho e
irresponsable. El mismo se espantaba

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a veces de la agresividad que abrigaba para con su padre. Sus padres se habían separado
cuando él tenía alrededor de tres años. El había quedado con su madre, y cuando su padre
lo visitaba se esforzaba por ganar el amor de su hijo. En cada visita le prometía una pelota
de football, que no llegaba nunca.

Durante el reposo en el Espíritu, el Señor le mostró a este hombre que la base de su


rechazo de perdonar al padre y la base también de su falsa idea de Dios se hallaba en esta
pelota, que él deseaba con todo el ardor de un niño y que su inconsciente seguía
reclamando. Este hombre lloró de arrepentimiento y de gozo cuando descubrió el poder de
reconciliación del amor de Cristo.

El reposo en el Espíritu permite experimentar una sanación interior profunda. Sin embargo,
es importante estar muy atento para discernir si se trata de un verdadero reposo en el
Espíritu o de simples fenómenos psicológicos.

Veamos esto un poco más en detalle:

1. Durante los retiros, se constata, en el momento de la oración por sanación interior, que
ciertas personas caen en un profundo sueño. A causa de sus heridas -lo hemos observado-
ellas manifiestan una gran tensión muscular, nerviosa y psicológica. No están dispuestas a
recibir la acción del Señor, y el hecho de que se duerman se debe únicamente a la relajación
que experimentan en ese momento.

2. Durante el reposo en el Espíritu, la persona pierde el control de sus músculos y cae al


suelo. Sigue estando plenamente consciente, pero es incapaz de hacer el menor
movimiento. Cuando no hay oposición a la acción del Señor, es posible recibir grandes
gracias de gozo, de paz, de arrepentimiento o de reconciliación, y experimentar una gran
proximidad del Señor. El va a tocar una herida profundamente arraigada en el inconsciente,
que es la
109

fuente, a veces, de mucha amargura y tristeza. No es raro


observar en estas personas un cambio radical de vida.

3. Acontece también que el Señor permite a la persona que acaba de entrar en el reposo en
el Espíritu quedar como dormida, a fin de poder tocar heridas muy delicadas del
inconsciente. Es el modo de actuar del Señor. Pero cuando venga el tiempo de asumir esta
sanación operada por Jesús, la persona vivirá momentos muy difíciles, y será conveniente
acompañarla con mucha solicitud y hacer una oración de paz muy intensa pidiendo al Señor
que intervenga y haga un nuevo registro de los recuerdos.

Tengo presente el caso de una mujer de cierta edad que había caído en el reposo en el
Espíritu. Imitaba los movimientos del feto, parecía querer ahogarse y manifestaba deseos de
vomitar. Entonces decidimos hacer la oración de los nueve meses en el seno materno.
Después de eso, en el momento de orar por su nacimiento, le pedimos al Señor que le
concediera la gracia de recibir la vida, de atreverse a respirar todo el aire necesario para la
dilatación de los pulmones y de recibir la libertad de los hijos de Dios que le estaba siendo
dada. Al volver en sí, ella había comprendido que antes le era imposible nacer y recibir la
vida.
¿Qué había descubierto esta mujer? Sus padres eran personas muy materialistas. Un día,
su padre había leído en el diario que todas las mujeres que dieran a luz en tal fecha se
beneficiarían con un suplemento de indemnización de un 25% por cada niño; recibirían
además un 25% suplementario si el niño nacía en enero. La madre debía dar a luz por los
días de Navidad. Su marido la forzó, con ayuda de medicamentos, a aplazar la fecha del
parto a fin de que el niño naciera a comienzos del mes siguiente.

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Cuando la niñita nació, no se amaba a sí misma, se sentía insegura y experimentaba


dificultades respiratorias. Gracias al reposo en el Espíritu, el Señor había operado una
reconciliación profunda al nivel de su vida en el seno materno y de su relación con sus
padres. Abandonada a sí misma, habría sido incapaz de darse cuenta de que su falta de
seguridad se remontaba tan atrás.

¡Estamos tan alejados de la realidad! Si nosotros m ismos hemos aprendido tantas cosas, lo
es, sobre todo, gracias al reposo en el Espíritu, un reposo donde Jesús trabaja en
profundidad mostrando dónde y cuándo alguien ha sido herido, y cuál es el falso
comportamiento que de ahí ha resultado. ¡Esta acción de Jesús es una verdadera maravilla!

4. Existe un reposo en el Espíritu durante el cual el Señor prodiga algunos dones especiales.
Por ejemplo, una gracia de oración, la inteligencia de la palabra y el don de explicarla bien.

5. - Hay también un reposo en el Espíritu cuya finalidad es la intercesión. Este género de


reposo se ha manifestado a veces de una manera enteramente particular. Para ser más
clara, pondré un ejemplo.

Estábamos dando un retiro en la localidad de Padre Hurtado, cuando una persona cayó
pesadamente al suelo. Durante su reposo, murmuraba sin cesar: "¡Mi hijo, mi hijo!".
Comenzamos a orar por ella y a interceder por su hijo, porque sabíamos que ella no tenía
más que uno solo.

¿Qué pasaba en ese preciso instante? Supimos después que el muchacho se paseaba por
una calle desierta de Santiago cuando dos hombres lo agredieron salvajemente. Lo
amenazaron con un cuchillo y le robaron todo lo que llevaba consigo. Estamos persuadidos
de que el

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muchacho salvó la vida gracias a este reposo en el Espíritu vivido por su madre con vistas a
la intercesión.

6. - Existen también formas de reposo que no tienen nada que ver con el reposo en el
Espíritu que son las producidas por un poder hipnótico. Por su propia fuerza, alguien hace
caer a un hermano al suelo.

Por nuestra parte, opinamos que hay que evitar imponer las manos sobre la cabeza, porque
ciertas personas son muy frágiles. Esta observación es importante, porque es peligroso
entregarse a ciertas manipulaciones. El Señor no desea esto.

7. - El reposo por sugestión o por sugestión colectiva se puede producir sobre todo en los
retiros de jóvenes. Estos creen que el solo hecho de tocar a su vecino le va a permitir tener
la experiencia del reposo: "¡Tú me tocaste en el Espíritu y yo caí a tierra!". A veces, estos
jóvenes no están satisfechos mientras no han caído. Pero la acción del Señor es a menudo
mucho más profunda sin esta caída al suelo.
Según mi experiencia, el reposo en el Espíritu constituye una gracia muy especial del Señor,
pero que debe ser objeto de un gran discernimiento. Sin él, este fenómeno puede causar un
grave daño. Es el Señor el que tiene la iniciativa y el que conoce el momento propicio para
conceder esta gracia.

Prácticamente, en nuestros retiros en Chile, nosotros no imponemos jamás las manos sobre
la cabeza. El reposo se produce de manera espontánea, y hay equipos que están listos para
asistirá las personas que caen para que cuando se levanten no tengan problemas
musculares debido a una mala posición o como consecuencia de un reposo prolongado.

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La duración del reposo varía de una persona a otra. Algunos permanecen en él hasta siete
horas, mientras que otros, sólo diez minutos.

Sabemos también que cuando una persona recibe esta gracia, hay que acompañarla en
oración. Pero, como los retiros duran cinco días, el tiempo es suficientemente largo para
permitir a las personas encontrar el equilibrio.

Si el Señor ha permitido que una persona pierda la conciencia a fin de tocarla en las
profundidades de su inconsciente, habrá un momento en que ella descubrirá lo que el Señor
ha tocado durante ese tiempo de inconciencia. Puede tratarse de una violación, un rechazo
vivido en el seno materno, un nacimiento difícil, que ha provocado timidez o angustia. Nunca
se sabe qué es lo que el Señor tocará.

Después del reposo y del nuevo registro del recuerdo permitido por Jesús, comenzará una
convalescencia de la memoria y una profunda reeducación de los comportamientos.
Todo ello es posible cuando se puede contar con la presencia de una comunidad amante y
orante.

Hay todavía muchas cosas por descubrir a propósito de esta gracia del reposo en el Espíritu,
como sucede con todas las demás realidades de la fe. Frente a los misterios de Dios,
debemos estar muy atentos; sin embargo, somos llamados a vivirlos. Y aunque estos
misterios sean invisibles, no son por ello menos reales. Si el Señor da estos carismas, quiere
que los acojamos, incluso cuando ellos parezcan extraordinarios. Ellos constituyen una
pedagogía del Espíritu en una época que lanza un desafío a la fe cristiana.

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A.—¿Qué responderías, Nelly, a quien preguntara sí hay que pedirle al Señor que nos
conceda tal o cual carisma?

N.— Mi punto de referencia es la Biblia. Jesús dijo: "Pedid y se os dará". (Mt. 7,7). Sin
embargo es necesario purificar nuestras motivaciones. ¿Está suficientemente claro que no
andamos en busca de un reconocimiento de parte de nuestros hermanos o de una vana
gloria? ¿Tenemos verdaderamente el deseo de ponernos al servicio del Señor para edificar
el Reino? Somos hijos de Dios y somos libres. Cada cual puede recibir los dones de Dios.
Desde el momento en que salimos de nosotros mismos y en que descubrimos a los demás,
el Señor nos empieza a colmar, en forma muy natural, de su gracia.
Pedir un carisma no es pedir un poder. Muchas personas aparecen como propietarios de los
carismas, "profesionales de los carismas", mientras que el Señor, por su parte, colma
simplemente a su pueblo.

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EL MINISTERIO DE SANACION Y SU ETICA

A.— ¿Cómo discernir si el Señor llama a alguien al ministerio de sanación interior?

N.— Para mí, es a la comunidad a quien le corresponde discernir si tal persona está llamada
a tal ministerio. No soy yo quien debo elegir un ministerio. Recuerdo haber quedado
profundamente asombrada cuando me enviaron a Valparaíso para ejercer el ministerio de la
sanación interior, porque yo no sabía mucho de él. Planteé mis preguntas a la comunidad y
los hermanos respondieron: "Hemos discernido que tú puedes orar por sanación".

La Iglesia no se equivocará jamás si ora. Una persona puede fácilmente equivocarse si


actúa por cuenta propia; la comunidad, no. Ella será capaz de ver si una determinada
persona ha hecho progreso, si goza de equilibrio psicológico y posee las cualidades
espirituales y humanas necesarias. Entonces es a la comunidad a quien corresponde
escoger a los que más convienen para tal o cual ministerio.

Es posible recibir un llamado personal, pero importa conocer bien su origen y motivaciones.
Todo llamado debe ser discernido, de preferencia en el curso de un retiro, tanto si se trata de
un llamado a la vida consagrada, como si se trata de un llamado a la vida en el matrimonio,
como también de todo llamado a ejercer un ministerio.

Con respecto a la oración de sanación dentro de grupos de oración, la cosa es distinta,


porque el Señor normalmente da al grupo lo que éste necesita. Si permite que algunas
personas vengan a un grupo, es porque quiere sanarlas. Entonces El hace manifestarse los
carismas y prepara de este modo sus instrumentos. El edifica la comunidad y hace
desarrollarse los ministerios poco a poco.

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Basta con dejarse hacer por el Señor, convertirnos más y más, buscar ser psicológica y
espiritualmente sólidos y asumir nuestras responsabilidades en la oración personal y
comunitaria.
Los grupos de oración no están suficientemente dedicados a discernir qué carismas les son
dados en particular. Algunos grupos son llamados a la paz, al arrepentimiento, a la
intercesión...; otros son llamados a visitar a los enfermos, etc.

A.— A propósito de ta sanación interior, tú hablas a veces de ética. Me parece que


sería bueno subrayar las exigencias que se imponen a los que oran por sanación.

N . — En primer lugar, lo que se impone es la discreción, sobre todo cuando se habla del
caso particular de una persona. Una indiscreción puede detener un camino de sanación,
provocar amargura y muchos sufrimientos inútiles. Es posible hacer mucho mal en aquellos
a quienes se quería ayudar. El que ora por sanación, si no obra como un instrumento
purificado, arde a veces en deseo de que se sepa que es a través de él como se ha obtenido
la sanación.

En todo caso, es preferible esperar que la sanación esté en buen camino antes de pedirle a
alguien que dé testimonio. Un testimonio dado demasiado pronto puede quebrar un camino
de sanación. Sin embargo, cuando alguien ha podido reconocer todo lo que el Señor ha
hecho por él, es muy importante que dé testimonio por escrito. Y esto, para la gloria de Dios
y con vistas a la evangelización. El Señor nos envía a evangelizar con nuestro testimonio, a
través de todo lo que Él ha realizado en nuestra vida.

Pero, una vez más, todo esto debe ser hecho con un máximo de discreción. Así, por
ejemplo, yo no he pedido jamás un solo testimonio de una persona que haya sido sanada de
homosexua-

116

lidad. Otro tanto habría que decir de casos de incestos o de violación. Se trata de casos muy
delicados que exigen una discreción absoluta.
Sin embargo, mientras más vamos siendo sanados, más nos atrevemos a hablar. El Señor
ha sanado mucho en mí, y cuando doy enseñanzas sobre la sanación interior, hablo de mi
propia experiencia. Un día, una argentina me hizo el reproche de exponer a plena luz toda
mi vida privada. Me di cuenta de que ella se defendía visiblemente de la acción del Señor.
¡Qué de sanaciones se han logrado gracias al testimonio de lo que Jesús ha hecho en mí.

Es para la gloria de Dios por lo quedamos testimonio, pero con discreción. Podemos hablar
de nuestra sanación personal. No corramos el velo de lo que ha pasado en otros sino
cuando ellos estén plenamente de acuerdo con esto, y nos hayan dado la autorización.

117
118 libre

AL SERVICIO DE LOS POBRES


A.— Una pregunta capciosa: ¿Es verdad que tos carismáticos no se interesan por los
problemas sociales? La oración de sanación Interior ¿no nos ha hecho descubrir, por
el contrario, toda suerte de pobrezas?

N.—Estas acusaciones contra los carismáticos son falsas y superficiales. Ellas salen
siempre de boca de quienes no los conocen.

Muy a menudo, las personas que vienen a un grupo de oración se hallan en una prueba.
Son los pobres del Señor. Unos pobres que no encuentran a nadie que los escuche en
ninguna Iglesia. Personas a quienes su familia rechaza a causa de su depresión, o que son
abandonados por sus amigos porque no conocen el éxito, personas cuyos jefes ya no los
quieren como colaboradores porque se han enfermado... ¡Pobres reales!

Se acusa a los carismáticos de estar siempre alabando a Dios, pero sin ver la pobreza. Yo
pienso que la pobreza es una enfermedad social, como el tifus o la tuberculosis son
enfermedades físicas.

Yo veo, en cambio, a personas devoradas por una actividad desbordante, dedicadas a!


trabajo social. ¿Cuál es la razón de su actividad? ¿Por qué toda esta agitación? ¿Qué es lo
que buscamos tratando de trabajar por los pobres? ¿Estamos del todo seguros de que no
experimentamos la necesidad de realizarnos a nosotros mismos por medio de nuestro
trabajo con los pobres? Sucede a veces que uno se aprovecha de otros para darle un
sentido a su vida.

Pienso en aquellos que han hecho una opción política —el marxismo, por ejemplo— y para
quienes se me pide a veces ora-

119

ción. Frecuentemente muy pronto uno se da cuenta de que son personas que han conocido
la pobreza y que han sido humilladas como consecuencia de heridas sociales, o familiares.
De alguna manera, ¿no buscan ellos una revancha, a través de la opción que hacen? El
problema es el mismo para aquellos que eligen una ideología de extrema derecha o de
extrema izquierda. Todo lo ven a través de los lentes deformadores de su ideología, y todo lo
que no está de acuerdo con ella es malo.

Yo creo, por mi parte, que es preferible elegir el servicio de los pobres después de haber
sido sanado por el Señor. Porque no se puede servir a los pobres más que a la luz de
Jesucristo.

Hay en la Biblia una economía, una política dada por Dios a su pueblo. Siempre me
pregunto lo que será del mundo el día en que los políticos participen en un grupo de oración,
cuando le hagan al grupo la pregunta si tal o cual ley respeta o no a los pobres, p bien si lo
que se hace por ellos, en un determinado caso, es una ayuda verdadera a la luz del
evangelio.

Necesitamos, pues, sanar primero personalmente, y en seguida hacer una opción social,
sabiendo que hay toda clase de pobres. Hay pobres que vienen a los grupos de oración y
que son verdaderamente pobres.

Recuerdo a aquel sacerdote que estaba muy comprometido con la teología de la liberación.
Estábamos conversando, cuando, repentinamente, se puso muy agresivo conmigo. El
problema era que yo llevaba la etiqueta de "carismática". Entonces le pregunté, con el coraje
que da el Señor, por qué razón me odiaba. Me respondió que bien sabía yo que él no
soportaba a los carismáticos. En efecto, él había tenido en su parroquia una colaboradora
muy activa y plenamente comprometida en la acción social. Esta persona lo había ayudado
mucho en su trabajo, hasta el momento en que entró en un grupo de oración. Desde ese
momento, se hizo muy dulce. Su fogosidad y su violencia se habían ido. "Entonces - me
decía él - usted se da cuenta de que he perdido un excelente instrumento de
concientización".

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Cuando se habla de sacerdotes o religiosas que agotan sus fuerzas trabajando entre los
pobres, no veo una justificación cristiana de su acción basada en su pura generosidad. Me
ponderan el trabajo que ellos realizan. Y yo les pregunto simplemente: "¿En qué momento
oran ustedes? ¿Cuándo piden ustedes al Espíritu Santo que les dé una solución a estos
problemas de pobreza, una sanación para esta pobreza?". Ellos me miran con los ojos muy
abiertos y no saben qué responder.

La pobreza es una enfermedad social que hay que sanar. Hay que buscar la sanación de la
pobreza del mismo modo como hay que buscar la sanación interior. El Señor puede sanar
un país de una situación económica desastrosa; puede sanar un país de la pobreza.

Cuando se nos acusa de ser los locos de la oración, que no se ocupan jamás de los pobres,
yo respondo que eso es falso, porque no hay nadie que esté más comprometido que
nosotros desde el punto de vista social. ¿En qué sentido? Cuando se presenta un problema
político, ¿quién es el que se pone a orar? ¡Nosotros! Cuando hay catástrofes naturales o
terremotos, ¿quién ora? ¿Quién se compromete? Los carismáticos. Porque cada vez que
hay una dificultad a escala regional, nacional o mundial, nosotros ayunamos y oramos. Esta
manera de actuar ¿no es lo mejor que puede hacerse?

La gente ignora que cuando oramos recibimos visiones sobre eventos futuros. Pienso en ese
ministro chileno que fue salvado por la oración de los carismáticos. El Señor nos había
advertido que habría un atentado contra su persona; nosotros oramos y él se salvó. El Señor
nos había hablado también del terremoto. Si no hubo más que ciento setenta muertos, ello
fue, sin lugar a dudas, gracias a la oración de los carismáticos. ¿No es todo esto
compromiso social?

Y para no exponerme a las críticas injustas de iluminismo y de desmovilización, añado de


inmediato que nosotros extraemos también de la oración el coraje para comprometernos,
para des-

121

pojarnos, la fuerza para ayudarnos entre nosotros a imaginar y realizar iniciativas que llevan
consigo transformaciones de estructuras (C. EL PASO y tantas otras responsabilidades
institucionales asumidas por las comunidades de la renovación).

No puedo asegurar que los carismáticos de Europa estén tan comprometidos socialmente.
En todo caso en Chile no cabe duda alguna de ello, porque los miembros de los grupos de
oración provienen de todos los medios sociales. La Renovación ha crecido mucho en las
clases pobres, Pero estas personas, a medida que van siendo sanadas, se van a los más
pobres. Tal será quizás el camino que el Señor escogerá para Europa. Porque, para mí, está
claro que el que tiene bienes debe compartirlos. Somos los administradores de los bienes
que el Señor nos ha confiado. Hay que poner a dios en el centro de la propia casa para
llegar así a compartir.

En Chile, hay muchos pobres, luego… pero el Señor tiene su camino para cada país… Una
vez que la sanación comienza a crecer, hay que pedirle que ella se expanda por todas
partes. Es quizás un poco lo que nos falta aquí: La evangelización. Sería necesario que los
carismáticos europeos fueran más valientes para evangelizar.

LOS OBSTÁCULOS A LA SANACION

A- Para terminar, Nelly ¿quisieras hablarnos de los obstáculos a la sanación?


N- Hemos dichos una y otra vez que la voluntad de Dios era sanar a sus hijos. Cuando
vemos a Jesús vivo, nuestra fe nos dice que no existe ninguna situación en la que él no
pueda intervenir.

Si esto es verdadero porque no hay más sanaciones, ¿por qué aún tantos enfermos, por qué
no se producen más milagros?

La razón de ello es que podemos obstáculos a la sanación.

En primer lugar está nuestra falta de fe. Creemos que a la sanación es para los otros. No
tenemos suficiente fe para creer que el Señor comienza orar una sanación que tardará
muchos años en completarse. La sanción es gradual. Nadie puede recibir de una vez todo el
poder de la sanación del Señor. Cada uno es sanado según su personalidad. El Señor no
quiere desgarrarnos, sino sanarnos.

A menudo, la persona cree que no pasa nada. Aunque el P. E. Tardif o Efraín o Nelly hallan
orado por ella no ha sanado. Además se culpabiliza a ésta persona diciéndole que le falta
fe. Ahora bien, a veces se requieren varios años para que podamos ver a la luz, tal o cual
herida profunda. Porque, cuando el Señor viene a sanar una herida muy profunda, la herida
queda puesta al desnudo. Cuando el Señor interviene fuertemente en nuestra vida, esto nos
hace reaccionar con violencia, y de ésta manera podemos tener problemas de perdón frente
a aquel que nos ha hecho mal. Pero en este momento nos resulta posible ver una verdad
que antes no podíamos soportar.

Me acuerdo de aquella mujer con quien me había encontrado ocasión de un retiro, y que me
decía que en su vida no pasaba nada. Yo le había dicho que posiblemente era el momento
escogido por el Señor para sanar en ella una herida muy profunda que había marcado su
vida. Esta persona tenía problemas matrimoniales y en particular a nivel de las relaciones
conyugales. Yo le aconsejé que le pidiera luz al Señor.

Un día, Jesús le mostró el acontecimiento que se hallaba a la base de toda su dificultad en la


relación con su esposo. A la edad seis años, huérfana de padre y madre, había sido puesta
en casa de un tío y una tía que tenían otros hijos, y la niñita se convirtió un poco en la
empleada de la casa. Mientras los otros niños podían quedarse en casa, ella debía
levantarse para ir a hacer las compras.

Esta familia habitaba en el campo y había largos caminos que recorrer a través de los
campos. Una mañana, la niñita había partido para hacer sus encargos cuando de pronto se
encontró cara a cara con un hombre que intentó abusar de ella. Dejando caer todo lo que
tenía entre las manos, ella huyó y se subió a un árbol. El hombre estaba borracho y trató de
sacudir el árbol para hacer caer a la niña. Afortunadamente no tenía fuerzas para subir. La
pequeña se puso a gritar, pero como el lugar era desierto, nadie la escuchó. El borracho
permaneció varias horas al pie del árbol tratando de hacer caer a la niña. Finalmente se
cansó y se fue. Sin embargo la niña permaneció todo el día en el árbol, devorada por el
miedo angustia.

Este es el acontecimiento que el Señor le había hecho recordar, Ella se había dado cuenta
de que, en cierta manera, ella seguía siempre encaramada en el árbol. El Señor la hizo
descender como a Zaqueo: la pareja sanó, por lo menos en lo que respecta a la relación
conyugal.

Anteriormente, esta mujer era incapaz de ver este suceso. No servía para nada acusarla de
falta de fe. Jesús, en su sabiduría, había escogido el momento favorable. El no quiere
hacernos da-
124

ño. El tiene tiempo. Y nos pide a nosotros también que seamos pacientes y que no
culpabilicemos a los otros reprochándoles su falta de fe.

Otro obstáculo es el pecado, la falta de reconciliación. Estas dos cosas constituyen una
barrera para la sanación. Es importante que nos reconciliemos con Dios, con los demás y
con nosotros mismos. El pecado es realmente una de las grandes causas de la falta de
sanación. ¡Cuántas personas quieren seguir en su pecado!

Existen también enfermos que no sanan por causa de una grave culpabilidad: no se sienten
dignos de sanar. Recuerdo a aquella mujer cuya rodilla había sanado. Ella volvió empero a
caerse, porque tenía una necesidad inconsciente de estar enferma. Se creía responsable de
la muerte de una persona y quería expiar este pecado.

Otro obstáculo para la sanación: el miedo.

Tenemos miedo de abandonar nuestro Egipto. Allí gozábamos de la carne, de la cebolla y de


tantas otras cosas agradables. Es un problema real al comienzo de la sanación, cuando
emprendemos la peregrinación hacia la Tierra prometida, esa tierra que mana leche y miel,
pero que aún no hemos alcanzado.

Estamos invitados a entrar en el combate espiritual, a crecer en la vida espiritual, a


convertirnos, a despojarnos del hombre viejo para revestirnos del hombre nuevo, a descubrir
nuestra identidad de hijos de Dios, a alcanzar la verdad; en breves palabras, a
comprometernos de una vez por todas con Dios.

Cuando yo recibí la gran sanación de mi vida —me acuerdo muy bien de ello— me puse a
temblar, porque me preguntaba lo que el Señor podría ahora esperar de mí. Yo no conocía
la gratuidad del Reino. Como siempre pagamos por todo, creemos que también Dios nos va
a presentar la factura. El viene para sanarnos, y nosotros suponemos que quiere exigirnos
alguna otra cosa en

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compensación. Yo tenía miedo que me llamase imperativamente a la vida religiosa. Yo no


consideraba la vida religiosa como lo peor de todo, pero no me sentía en absoluto llamada a
ella.

Le pedí al Señor que me manifestara su voluntad, y El me respondió claramente que yo no


tenía que hacer ninguna cosa. ¿Su voluntad para mí? ¡Que me dejara amar!

Somos absolutamente libres de comprometernos en el seguimiento de Jesús. El nos


propone aceptar la sanación o rechazarla. ¡Pero nosotros no queremos sanar, porque nos
encontramos muy bien en nuestro Egipto!

Muchos desean ser sanados sin tener el deseo real de convertirse: es otro obstáculo a la
sanación.

"¡Sáname y luego déjame tranquilo!". Esa es la reacción de muchos cristianos. Por eso se
los vuelve a encontrar más enfermos aún después de algún tiempo. No hay sanación sin
conversión. Si yo he sido sanada y no me dedico a seguir a Jesús, volveré a estar enferma.
Si no me convierto, no sanaré.
¿Qué sentido tiene rebelarme contra el Señor si es mi pecado el que es la causa de mi
rechazo a abrirme a la Vida? Yo no puedo decir: "Jesús, sáname", y a continuación, "¡hasta
luego Jesús!" Es la razón por la cual yo no creo que Jesús dé la sanación física a personas
que no quieren adherir a El.

Recuerdo a aquella persona a la que yo le había preguntado si ella pertenecía a un grupo de


oración. "No, me dijo, porque desde el momento en que participé en la oración, empecé a
sufrir".
¿Qué es el sufrimiento? Todos tienen miedo a la cruz, miedo a ser crucificados. Sepamos
que no todos estamos llamados a sufrir, sino que estamos llamados a salir de todos nuestros
malos sufrimientos, del sufrimiento inútil, el sufrimiento estéril, el del mal ladrón. Sólo hay un
sufrimiento verdadero: el sufrimiento redentor de Jesús que salva al mundo. "¿No eres tú el
Cristo? pues ¡sálvate a ti y a nosotros! (Lc. 23,39). Mientras se rebela, el

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mal ladrón hace sufrir a los otros. En cambio, el buen ladrón, dándose cuenta de la situación
desesperada en que está, se vuelve hacia Jesús y le dice: "Jesús, acuérdate de mí cuando
vayas a tu Reino" (Lc. 23,42). Y conocemos la respuesta de Jesús Yo te aseguro: hoy
estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,43). Desde el momento en que reconocemos que
nuestro sufrimiento es malo y que lo ponemos en manos de Jesús, el sufrimiento se vuelve
una fuente de riqueza, de reconciliación, y nos trae paz y gozo.

Otro obstáculo: Consiste en creer que somos nosotros los que obramos la sanación; sólo
Jesús sana. Muchas personas han venido a mí y me han pedido que las sanara "¡Que yo
sepa jamás he sanado a nadie!". Tal es mi respuesta. "Hay un error en alguna parte. Le han
informado mal
"Pero -continúa mi interlocutor- yo estoy enfermo desde hace bastante tiempo... ya no
duermo... no puedo seguir viendo así... entonces, yo le pido al Señor que me sane
Es única esperanza". Yo le pregunto: "¿Ora usted?".

—Algunas ave, cuando no estoy demasiado cansado...


—¿Qué significa entonces para Ud. la sanación interior?
—Bueno... alguien me toca y mi mal desaparece.
Como si la sanación interior fuese un acto mágico.

A veces me invitan a ir a orar por un enfermo en su lecho. De repente, me doy cuenta de


que está muy apegado a su enfermedad. Rehúsa sanar. Es para él un medio de ejercer
dominio sobre su familia, un pobre medio para suscitar la compasión y sentirse vivo. Hace
sufrir a todos los que lo rodean. Y cuando se le pregunta si quiere sanar, protesta
enérgicamente que sí. Pero, de hecho, no lo desea: ya no sería el centro de las
preocupaciones de los más.

Recuerdo a aquella mexicana que sufría de la pierna. Ella había sanado, pero lo ocultaba.
¿Cómo habría podido vivir sin su enfermedad? ¿Quién se interesaría entonces por ella?

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Prefería dejarse llevar en silla de ruedas. Un día solicitó que la llevaran a la capilla. Allí
comprendió que rehusaba la sanación porque quería dominar a su familia por medio de la
enfermedad. Se confesó y aceptó su sanación. Hoy en día goza de buena salud.

Todavía, otro obstáculo a la sanación: oramos por los síntomas de la enfermedad, en vez de
orar por su raíz. El Espíritu Santo nos pide orar en profundidad.
Supongamos que una persona está enferma de los riñones. Le puedo decir al Señor: "Pongo
ante ti a esta persona que sufre de los riñones, ven a sanarla: ella ya no duerme, sufre
mucho". Puedo orar por los síntomas de la enfermedad e ignorar su causa profunda.

Así nos ocurrió orando por una mujer que sufría de una determinada enfermedad. Le
pedimos al Señor que nos mostrara la raíz de la enfermedad. Uno de los presentes recibió
una visión. La veía durante su infancia sentada junto a su hermanito. Lo conversamos con
ella. Le preguntamos si había tenido un hermano y qué edad tenía ella cuando él nació. En
esa época, ella tenía tres años. No había aceptado la presencia del bebé que venía a
arrebatarle, según creía, el afecto de su padre y de su madre. Además, él siempre estaba
enfermo. Sufría de los riñones y se hacía pipí en la cama.

Nos dimos cuenta de que esta persona se había sentido abandonada por sus padres cuando
era muy niñita. En su inconsciente ella pensó que tenía que estar enferma para estar
rodeada de sus padres. Cuando ella a su vez dio a luz, la enfermedad empeoró. Lo
maravilloso es que el Señor nos permitió descubrir la raíz de su enfermedad.

Hoy día ella se ha convertido en una mujer adulta y de buena salud, porque Jesús le hizo ver
que había buscado estar enferma para que se ocuparan de ella. Ella ha perdonado a su
hermano el haber sido la causa del resentimiento experimentado, la causa de todo el
sufrimiento que ella tuvo que soportar.

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Hacer un diagnóstico erróneo, cuando nos contentamos con orar por los síntomas, es otro
de los obstáculos a la sanación. Vemos los síntomas de una enfermedad, digamos por
ejemplo, de una depresión. Si no logramos encontrar la verdadera causa de este mal, nada
pasará. Alguien puede sufrir de una gran tristeza, pero debemos encontrar la causa de esta
tristeza antes de pedir su sanación.

Pienso en aquella niñita que tenía que jugar siempre escondida, ya que su madre la reñía
cuando la encontraba jugando. Como los niños se apegan a sus juguetes, ella sufría cada
vez que su madre le botaba a la basura un juguete que estimaba demasiado viejo.

Pero sabemos muy bien que mientras más viejo es un juguete, más valor tiene a los ojos de
un niño. Así, el hecho de perder un juguete puede convertirse para el niño en un drama.

Pienso también en lo que pasa con los niños que viven en el campo. Reciben de regalo un
animalito. Una cabra o un cordero. Cobran amistad con el animalito. Lo domestican, lo
alimentan, le cuentan su vida... son felices. Y un buen día, al volver de la escuela se enteran
de que el animal ha sido muerto y echado a la olla. Eso provoca un drama que puede ser el
origen de una enfermedad grave. Es importante, pues, hacer un diagnóstico acertado.

No hacerse cargo de la propia sanación puede impedir que ésta se realice. Repito, sin temor
a las reiteraciones, que si no hay oración personal todos los días de nuestra vida, es
imposible consolidar una sanación.

A veces no logro discernir lo que pasa en mi vida. Todo está oscuro y nebuloso. Para ver
claro, necesito que alguien me ayude a discernir lo que ocurre en mí. Es imposible hacer un
camino de sanación sola, sin hablar de él con alguien. ¡Cuántas veces el solo hecho de
confiar a alguien tal o cual prueba, me permite encontrar verdaderamente la luz!

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Es obvio que el rol de la comunidad es importante. En ella encontraré la amistad, la
compasión y la oración de tos hermanos.

También es importante para los hermanos que oran por sanación pedir la oración del grupo:
ellos tienen necesidad de la fuerza del Espíritu Santo, para ejercer este pesado ministerio.

Por último, también puede constituir un obstáculo a la sanación el ambiente familiar en el


que vive la persona por la cual se ora.

A veces, yo comienzo un camino de sanación con alguien cuya familia se encuentra


igualmente herida; la sanación que se va adquiriendo vuelve a ser puesta en cuestión una y
otra vez.

Otro tanto ocurre con el ambiente profesional. Por ejemplo, quien ha sufrido por el
autoritarismo de su padre y tiene de nuevo un superior autoritario, no tendrá muchas
chances de sanar rápidamente. Si alguien tiene heridas de orden social y todo el mundo le
recuerda su origen en un medio pobre, experimentará igualmente muchas dificultades para
sanar.

Es necesario a veces salir del ambiente en que uno está sumergido para sanar en
profundidad. El barrio, la ciudad donde se ha crecido, pueden ser también lugares que
frenan o impidan la sanación. Es bueno, pues, romper con el ambiente, con ciertas
personas, con ciertos hábitos.

Pidámosle al Señor comprender que la sanación interior es un camino, que ella se realiza
día a día. Si tenemos confianza en Dios, y si somos fieles a la oración, es un camino de
conversión. Pidamos también comprender que el tiempo pertenece a Dios. Asimismo le
pertenece a Él la iniciativa de venir a sanar mi herida. Pidámosle que nos conceda la
paciencia y la disponibilidad. Tiempo vendrá, si sabemos esperar, en que el Señor nos
sanará.

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CONCLUSION:

JESUS, LLAVE DE LA SANACION INTERIOR

A.—¿No podríamos concluir, Nelly, con la afirmación de que Jesús, y sólo El, es la
fuente y la llave de sanación interior?

N.— Cuando Jesús fue a Nazareth, tomó el libro del profeta Isaías y se puso a leer: " E l
Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido . Me ha enviado a anunciara los
pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para
dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor" (Lc.4,18-1

"Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplí hoy" (Lc. 4,20). Y sigue cumpliéndose.
Si leemos los evangelios descubriremos en ellos la manera como Jesús sana, su cercan los
mil modos de salvar y de liberar a cada cual según sus necesidades.

Jesús será siempre fuente de sanación, porque "con sus Llagas hemos sido sanados" (Is.
53,5). Cuando comenzamos a descubrir a Jesús vivo, al principio nos asombramos. Pero El
quiere que nos quedemos en eso. El quiere que nos acerquemos a Él, que nos hagamos
parte de su familia, íntimos suyos, que saquemos provecho de su sacrificio, sacrificio de
amor.
Desea que nos beneficiemos de los beneficios de la reconciliación con nuestro pasado,
nuestra historia, más allá de toda injusticia. Es por El por quien todo es recreado, restaurado;

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de El como toda vida destruida puede se reedificada. Por cierto, habrá cicatrices, pero éstas
ya no se abren, cuando Jesús las sana.

Aprendamos a descubrir de verdad el rostro de Jesús: El es la dulzura misma, pura


delicadeza. Es El quien le pregunta al ciego: "¿Qué quieres que te haga?" (Me. 10,51).
Jamás entra El en mi vida para dañarme. El quiere reunir a los hijos de Dios que estaban
dispersos y hacernos volver al Padre. Su única meta, en efecto, es hacernos descubrir la
ternura del Padre, su Misericordia.
Una sanación carece de sentido si no quedo religado al Padre, a Jesús, al Espíritu Santo y a
la Virgen María, si no descubro toda la riqueza de la vida espiritual.

Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Tal vez los bienes de (atierra nos procurarán algún
consuelo pasajero, pero Jesús es el único que puede darnos "La paz que supera todo
entendimiento". Es el único que puede colmarnos con los dones del Espíritu. Es el único que
nos puede hacer tomar conciencia de que todo es gracia.

Cuando se ha descubierto a Jesús y su infinita riqueza, la vida se hace muy simple. Es


porque no somos suficientemente simples por lo que dudamos de esta llave increíble que es
Jesús.

Cuando alguien me pregunta por qué soy feliz, y le contesto que es por Jesús, me toman por
una loca. Si encuentran que soy una mujer abierta y equilibrada, y les digo que es por Jesús,
piensan que es imposible. Jesús es verdaderamente la Verdad y la simplicidad misma.
Nosotros ignoramos lo que es simplicidad y gratuidad. Con El no es necesario acumular
méritos. El nos da todo.

Y lo que siempre me asombra más es que cada vez que yo caigo— y a esto lo llamo un
accidente— El no me juzga, El me vuelve a levantar. Más aún: "El me hace subir más alto".

El día en que nos apoyemos en Jesús, Hijo de Dios, Sacerdote, Profeta y Rey, obtendremos
la sanación completa, porque seremos parte plena de la Iglesia, que es su Cuerpo.
Pertenecemos a
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la Iglesia todos los que por el bautismo somos discípulos, sacerdotes del Señor, (1 Pe. 2,9),
portadores de su Palabra, misioneros de la Buena Nueva del Reino. Jesús es la fuente de
toda sanación. Sin El nada podemos hacer. Que esto esté bien claro en nuestro espíritu
cuando oremos. ¡Sin El nada podemos hacer! ¡Y todo es gracia!

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INDICE

Presentación………………………………………………………………………………. 5
Introducción……………………………………………………………………………….. 9
Descubrimiento de la renovación
y llamado a un ministerio de sanación interior………………………………………… 13
El perdón, columna vertebral de la sanación interior…………………………………. 27
La sanación de la memoria y de los recuerdos………………………………………… 43
Los mecanismos de defensa……………………………………………………………. 57
La oración de paz, la oración puntual y la oración cronológica………………………. 63
Relación entre sanación interior, psicología, sanación física
y crecimiento espiritual , …………………………………………………………………. 71
Los pilares de la sanación interior………………………………………………………. 79
- La vida en el espíritu. La disciplina del espíritu………………………………………. 79
- La alabanza………………………………………………………………………………. 89
- La intercesión y la oración compartida……………………………………………….. 97
- Los sacramentos…..……………………………………………………………………. 101
- Los carismas....………………….……………………………………………………… 103
- El ministerio de sanación y su ética
- Al servicio de los pobres
- Los obstáculos de la sanación
- Conclusión: Jesús, llave de la sanación interior

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