La renovación carismática: Una experiencia de gratitud
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La renovación carismática - Vicente Borragán Mata
Índice
Portada
Portadilla
Créditos
Introducción
I. La Renovación Carismática: Orígenes y expansión
II. ¿Qué es la Renovación Carismática?
III. El bautismo en el Espíritu
IV. Los efectos del bautismo en el Espíritu
V. La gratuidad, fundamento teológico
VI. ¿Cómo funciona la Renovación Carismática?
VII. Críticas y peligros
VIII. ¿Hacia dónde va la Renovación?
Conclusión
Bibliografía
Biografía del autor
Notas
portadilla© SAN PABLO 2016 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723
E-mail: [email protected]
© Vicente Borragán Mata 2016
Distribución: SAN PABLO. División Comercial
Resina 1. 28021 Madrid * Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050
E-mail: [email protected]
ISBN: 9788428561884
Depósito legal: M. 35.100-2016
Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid)
Printed in Spain. Impreso en España
Introducción
No recuerdo cuándo oí hablar por primera vez de la Renovación Carismática, pero debió ser hacia el año 1971. Pero ese nombre no produjo en mí nada que pudiera llamar mi atención. Sin embargo, poco tiempo después entré en contacto con algunos amigos que frecuentaban los grupos de la Renovación, y las preguntas comenzaron a brotar en mi corazón: ¿Qué será todo eso? ¿Una nueva moda? ¿Una nueva manera de llamar la atención? ¿Qué se esconde detrás de ese nombre tan extraño? ¿Cuál es su origen? ¿De dónde procede? ¿Cómo se ha extendido por el mundo? ¿Dónde reside su fuerza y su atractivo? ¿Quién está detrás de todo esto? Solo posteriormente pude comprobar y experimentar que bajo ese nombre, aparentemente tan extraño, se ocultaba una realidad impresionante, una gracia de tal calibre que puede trasformar la vida por entero.
La mayoría de nosotros somos cristianos desde niños, pero, ¿cómo vivimos nuestra relación con el Señor? ¿Quién ocupa el primer lugar en nuestras preferencias? ¿Qué es lo capital, es decir, lo que nos trae de cabeza? ¿Qué es, ahora mismo, lo más importante de nuestra vida? ¿Qué es aquello a lo que no renunciaríamos por nada del mundo? ¿La salud, la familia, el trabajo, la posición social, el bienestar, el dinero, el pasarlo bien? ¿No sentimos la necesidad de vivir una vida nueva y mejor? ¿Por qué más del 80% de los bautizados han abandonado toda práctica religiosa? ¿Ya no atrae a nadie el Resucitado? ¿Ya no nos dice nada su triunfo sobre la muerte? ¿Nos hemos resignado a vivir y a morir sin esperanza alguna?
La Renovación Carismática apareció en nuestra tierra, como veremos, de la manera más sencilla e inesperada, en un retiro de fin semana celebrado en una pequeña mansión, llamada El Arca y la Paloma, cerca de la ciudad de Pittsburg, en los Estados Unidos. Fue un suceso sin importancia alguna, que no apareció en la prensa ni en los telediarios. Pero lo que allí sucedió ha tenido una trascendencia que jamás hubiéramos podido imaginar. A los ojos de todos aparece como una flor callada y humilde que, sin hacer mucho ruido, está trasformando la vida de millones de hombres y mujeres de nuestros días. Algo nuevo corre por los valles de esta tierra, un perfume que lo inunda todo, una dulce melodía que acaricia nuestros oídos. Ha sido mirada con recelos y reservas por unos y atacada y ridiculizada por otros, pero la Renovación ha adquirido ya el aspecto de una ola de proporciones mundiales. Se ha extendido prácticamente por todos los países y se ha propagado «como el fuego por el cañaveral», como la peste. Sin embargo, muchos fieles cristianos no han oído hablar de ella y viven al margen de esta corriente de gracia que está inundando de vida a tantos hombres.
Pero desde entonces han pasado cincuenta años. Los días 17-19 de febrero de 2017 la Renovación Carismática celebra sus bodas de oro, se vestirá definitivamente de largo. Será un año para dar gracias infinitas al Señor por tanta gracia derramada, por tantas vidas cambiadas y por tanta alabanza como ha arrancado de los labios y del corazón de los hombres. El papa Francisco ya se ha apuntado a la fiesta. El día 3 de julio del 2015 le dijo a los grupos de la Renovación Carismática de Italia:
Y después, si el Señor nos da vida, les espero a todos juntos en 2017 aquí, en la Plaza de San Pedro, para celebrar el jubileo de oro de esta corriente de gracia. Nos reuniremos para dar gracias al Espíritu Santo por el don de esta corriente de gracia y para celebrar las maravillas que el Espíritu Santo ha hecho durante estos cincuenta años, cambiando la vida de millones de cristianos.
Será también un buen momento para hacer un alto en el camino, para volver los ojos hacia los orígenes, para revivir y actualizar el entusiasmo de los primeros días y para detectar los caminos por donde el Señor quiere llevar a los hombres renovados por esta gracia desbordante, que sigue llamando al corazón de todos.
Los primeros años fueron de un gozo incontenible. Las publicaciones sobre la Renovación fueron innumerables. Por todas las partes aparecían artículos y libros en los que se exponía, con cierto temblor, pero con un entusiasmo casi indescriptible, la nueva experiencia que se estaba viviendo, la súbita aparición de los carismas y la renovación profunda que estaban experimentando los que habían recibido el bautismo en el Espíritu Santo. He vuelto a releer muchas de aquellas páginas, para revivir el momento en el que el manantial comenzó a brotar, y las aguas de esta corriente, limpias e incontaminadas, comenzaron a correr en todas las direcciones, dando una vida nueva a todo lo que encontraban a su paso.
Pero también será un buen momento para hacer una reflexión serena. La Renovación es joven, pero ya adulta: ¿Qué ha sido de ella durante estos cincuenta años? ¿Por dónde ha caminado? ¿Hacia dónde la está llevando el Espíritu? ¿A cuántos habrá llegado su influjo renovador? ¿Cómo ha madurado? ¿Qué efectos ha producido a su paso? ¿Qué peligros la han asaltado? ¿Sigue viva o está ya declinando? ¿Ha perdido su frescura original? ¿Ha perdido su carácter profético para toda la Iglesia? ¿Ha perdido ese poder de cambiar los corazones? ¿Hasta qué punto hemos tratado de encauzar esta corriente de gracia? ¿Estamos preparados para una nueva oleada de Espíritu? ¿Cómo formular de la manera más clara posible la experiencia que estamos viviendo ya millones de hombres? ¿Cómo será su futuro? ¿Qué será de ella dentro de cincuenta o de cien años?
En el año 1998 escribí un libro¹ en el que hice una breve exposición de los orígenes y expansión de la Renovación, de lo que es y de lo que no es, del bautismo en el Espíritu y sus efectos, de su fundamento teológico, de su estructura y organización, de las críticas que ha recibido, de los peligros y riesgos que puede correr y de las esperanzas que suscita para la Iglesia y para cada uno de nosotros en particular. Pero ahora, con motivo de las bodas de oro, lo he revisado de arriba abajo, dejando algunas cosas como estaban, ya que están muy bien asentadas, actualizando otras y añadiendo muchas reflexiones nuevas, que ponen en evidencia lo que estamos viviendo en estos momentos con una gran intensidad.
Pero, ¿se podrá decir algo nuevo? ¿O ya está todo dicho? No, no lo está. En los últimos años hemos conocido dos corrientes emergentes, que pugnan por saltar al primer plano: el peligro de institucionalización, por una parte, y la explosión de la gratuidad, por otra. ¿Por dónde caminará la Renovación en los próximos años? ¿Por las sendas de lo gratuito o de lo estructurado? La gratuidad es una palabra grandiosa, que ha tardado mucho en dar la cara de una manera manifiesta. Estaba ausente en la mayoría absoluta de libros, artículos y enseñanzas, como si no existiera. ¿Hasta qué punto habrá podido influir el hecho de que en inglés no exista la palabra gratuidad, y que tengan que recurrir a rodeos para expresar lo que nosotros decimos en ella? Pero la ausencia de esa palabra era verdaderamente llamativa, porque es la que mejor expresa la experiencia grandiosa que estamos viviendo. La gratuidad nos ha salido al encuentro de una manera descarada para hacernos tomar conciencia de la belleza suprema de esta corriente de gracia que atraviesa todas las Iglesias cristianas. Si esa palabra no aparece en primer plano, tarde o temprano, volveremos a lo de siempre: el ramalazo de las obras volverá a tirar de nosotros y en poco tiempo regresaremos a una espiritualidad de esfuerzos, de renuncias y de sacrificios. La gratuidad debería ser como la estrella polar que guíe nuestros pasos y atraiga nuestra atención. ¿A dónde iríamos sin ella? Me parece que ese es el susurro del Espíritu en estos momentos. La gratuidad es lo innegociable del cristianismo, la atracción irresistible de la vida cristiana, su gran desafío, la gran revolución, la palabra clave que abre las puertas al mundo divino y a la acción gratuita de Dios a favor nuestro. Eso es lo que nos ha hecho saltar de gozo y estallar en alabanzas. Gratuidad es la palabra que deberíamos llevar inscrita en nuestro corazón, en nuestra frente y en nuestros labios como un recordatorio imposible de olvidar. Si los autores espirituales de los últimos siglos pudieran levantar su cabeza no darían crédito a lo que está sucediendo en nuestros días. Pero el Señor nos está llevando «de lo bueno a lo mejor, y de lo mejor a lo sublime».
I
La Renovación Carismática:
Orígenes y expansión
Apartir del concilio Vaticano II una corriente de aire fresco ha bañado a la Iglesia por entero. La aparición de muchos movimientos y comunidades ha sido una de las gracias más maravillosas que el Espíritu Santo ha derramado sobre ella. Todos esos movimientos ofrecen a los fieles cristianos la oportunidad de vivir una vida nueva, pero la Renovación Carismática resplandece entre todos de una manera muy singular. Una corriente de gracia se ha abatido sobre la Iglesia como un vendaval o como un tsunami desbordante, y millones de vidas han sido cambiadas por el poder del Espíritu. Algo ha pasado y queremos ver qué es lo que está sucediendo.
Pero tengo la impresión de que incluso la mayoría de los que han entrado a formar parte de la Renovación no se han detenido a pensar cómo, cuándo y dónde ha surgido esta corriente de gracia. Por eso, me parece conveniente hacer un poco de historia, para que podamos rastrear los primeros destellos de esta manifestación tan novedosa del Espíritu. Solo serán unas pinceladas, porque esa historia ya ha sido tratada en muchos momentos. Sin embargo, no se puede comenzar a hacer una reflexión sobre ella sin conocer sus orígenes y sus primeros pasos.
Las preguntas son inevitables: ¿Cómo ha nacido la Renovación Carismática? ¿Dónde ha nacido? ¿Cuál es su origen? ¿De dónde procede? ¿Cómo se ha desarrollado? ¿Es una realidad muy antigua o reciente?
Los orígenes del movimiento pentecostal
La Renovación Carismática no es algo del todo nuevo. A lo largo de los siglos ha habido numerosos movimientos de tipo carismático, suscitados por el Espíritu, cuando la Iglesia tendía a instalarse en el mundo y a perder la gracia de los orígenes: el monaquismo y las grandes órdenes y congregaciones (benedictinos, franciscanos, dominicos, jesuitas, etc.) fueron movimientos que la animaron e impulsaron en momentos de cierta debilidad¹. Pero también las Iglesias hermanas han conocido grandes avivamientos o despertares (revivals) a lo largo de los siglos XVIII-XIX. Las asambleas del gran despertar del Oeste, en los Estados Unidos, consistían sobre todo en predicaciones ardientes en las que los pastores animaban a sus fieles a la conversión, a pedir un nuevo Pentecostés y un bautismo en el Espíritu, y les urgían a aceptar a Cristo como su Señor y Salvador.
Pero el más importante de todos esos avivamientos fue el pentecostalismo, cuyos orígenes se remontan al pastor Charles Fox Parham, un joven misionero metodista, que sentía en su alma una profunda inquietud. Había dedicado mucho tiempo a leer el libro de los Hechos y las cartas de san Pablo y a comparar lo que allí leía con su propia experiencia. ¿Dónde se había quedado aquel fuego, aquellas alabanzas y aquellas palabras que atravesaron el alma como un punzón el día de Pentecostés? ¿Dónde estaban aquellas curaciones y profecías de los primeros días? ¿Dónde se había quedado el carisma de hablar en lenguas? El pastor Parham decidió abrir una escuela bíblica para poder estudiar, juntamente con otros, lo que él mismo estaba meditando. Después de mirar por muchas partes, encontró un edificio en Topeka, en el Estado de Kansas (Estados Unidos). En aquella casa se instalaron unos cuarenta estudiantes que llegaron desde diversas partes del país. Y allí comenzaron a estudiar día tras día la palabra de Dios, sobre todo las cartas de san Pablo y el libro de los Hechos de los apóstoles, dedicando una atención especial a los textos que hablaban del bautismo en el Espíritu Santo, según la promesa de Jesús (He 1,5). Lo hicieron desde todos los ángulos y desde todas las perspectivas. Y oraron día y noche para que el Señor les bautizase en el Espíritu Santo. Lo que sucedió el 1 de enero de 1901 es bien conocido. El día había trascurrido en tensa espera. Al anochecer, una muchacha, llamada Agnes Ozman, pidió al pastor que rezara por ella, imponiéndole las manos sobre la cabeza, como se hacía en la Iglesia primitiva. Y, de repente, sucedió algo extraordinario: de una manera suave vino a sus labios como un torrente de sílabas, que ni ella ni el pastor podían entender:
En aquel momento, escribió, me sentí como arrastrada por un río en crecida y como si un fuego ardiese en toda mi persona, mientras que palabras extrañas de una lengua que jamás había estudiado me venían espontáneamente a los labios y se me llenaba el alma de una alegría indescriptible... Fue como si brotaran de lo más profundo de mi ser ríos de agua viva.
A partir de ese momento el pastor Parham y muchos de los estudiantes recibieron «el bautismo en el Espíritu y el carisma de hablar en lenguas». El pastor abandonó la escuela para comenzar a predicar por todas las partes lo que él denominó como «el Evangelio completo, que incluía el anuncio del don de lenguas y de curaciones». Pero cuando regresó a Topeka, la escuela bíblica se había disuelto y los estudiantes se habían dispersado. Pero no abandonó su sueño de tener una nueva escuela, y consiguió realizarlo en Houston (Texas). A ella llegó un día un pastor de color, llamado W. J. Seymour, y allí aprendió y vivió todo lo referente al mensaje pentecostal. Entonces se dirigió hacia Los Ángeles (California), y comenzó a predicar lo que él había experimentado. En la calle Azusa 312, en un edificio de dos plantas, comenzó un avivamiento extraordinario, que duró tres años. La noticia corrió como la pólvora. Muchos periodistas informaron sobre lo que estaba ocurriendo en Azusa Street y lo dieron a conocer al mundo entero. De todas las partes acudía gente para recibir el bautismo en el Espíritu y el don de lenguas. Eran hombres sencillos en su mayoría, pero, al volver a sus casas, llevaban algo que ganaba el corazón de aquellos que les escuchaban. Así surgió lo que se ha conocido desde entonces con el nombre de pentecostalismo².
Los que se sintieron tocados por la gracia de ese nuevo Pentecostés comenzaron a reunirse en grupos. Sus asambleas de oración llamaban mucho la atención, porque la alabanza brotaba como un torrente, y era expresada con los brazos levantados hacia el cielo, con cantos acompañados de palmadas e, incluso, con revolcones por el suelo, y estaba animada, además, por la presencia del carisma de hablar en lenguas, de profecía y de sanación. Aquellos carismas antiguos, que parecía que habían desaparecido de la vida de la Iglesia, comenzaron a inundarla de nuevo.
Pero las Iglesias protestantes tradicionales no acogieron el movimiento pentecostal y lo combatieron con aspereza, denunciándolo, incluso, como «cosa del diablo». Los pentecostales fueron acosados y expulsados de sus respectivas Iglesias, pero el movimiento pentecostal no desapareció. Desde 1910 en adelante se organizaron en federaciones e Iglesias, de las cuales las más conocidas llevan el nombre de asambleas de Dios. Hacia el año 1960 la cifra de pentecostales ascendía ya a unos diez millones.
Y sucedió que muchos fieles y pastores de otras Iglesias comenzaron a participar en aquellos grupos de oración y experimentaron también un cambio profundo en sus vidas. Así fue como las Iglesias protestantes tradicionales terminaron por dar su aprobación a la corriente pentecostal. La Iglesia episcopaliana lo hizo a partir del año 1958, la luterana y la presbiteriana a partir de 1962. Lo mismo sucedió en algunas comunidades ortodoxas. Así surgió lo que se conoce con el nombre de Neopentecostalismo o Movimiento neo-pentecostal.
La Renovación en la Iglesia católica
Los orígenes de la Renovación en la Iglesia católica se remontan, por decirlo de alguna manera, al papa León XIII. En ello tuvo una gran parte una monja italiana, llamada sor Elena Guerra, fundadora de las Hermanas Oblatas del Espíritu Santo. Entre 1895 y 1903 escribió doce cartas a León XIII, pidiéndole una predicación renovada sobre el Espíritu Santo. El Papa, accediendo a sus ruegos, publicó la encíclica Provida Matris caritate, en la que pedía a toda la Iglesia que celebrase una solemne novena al Espíritu Santo entre la fiesta de la Ascensión y Pentecostés. Y de nuevo volvió sobre el Espíritu Santo con la encíclica Divinum illud munus. Además, por sugerencia de sor Elena Guerra, el Papa invitó a los católicos de Roma a una vigilia de oración en la noche del 31 de diciembre de 1900. Y cuando el reloj de la Basílica de San Pedro daba las doce de la noche, León XIII entonó el himno Veni Creator Spiritus, poniendo el siglo XX bajo las alas del Espíritu. Aquel mismo día, en Topeka (Kansas), como acabamos de ver, se inició el pentecostalismo. Era un presagio feliz. El nuevo siglo nacía «hablando una lengua nueva», «la lengua del Espíritu».
Pero los orígenes más inmediatos de la Renovación podrían hacerse remontar a Juan XXIII. El día 20 de enero de 1959, el Papa estaba sentado en su escritorio y, en frente de él, el cardenal Tardini, secretario de Estado, a quien recibía cada mañana. Aquel día examinaron la situación crítica de la Iglesia en algunos países. El Papa se hacía a sí mismo un montón de preguntas y, de repente, susurró una palabra: «¡Un concilio! Flor de inesperada primavera», escribió en su diario. Y el día 25 de enero de 1959 fue anunciado solemnemente el concilio Vaticano II, que fue inaugurado el 11 de octubre de 1962. En él se reunieron unos dos mil quinientos obispos del mundo entero. Para prepararlo, el Papa compuso una oración en la que, entre otras cosas, decía: «Renueva en nuestros días los prodigios como de un nuevo Pentecostés». Lo que sucedió en el primer Pentecostés lo tenemos descrito en pocos versículos del libro de los Hechos de los apóstoles (He 2,1-36): fuego, lenguas, alabanzas, proclamación, dones, carismas, vidas cambiadas. Eso fue lo que pedimos en los meses anteriores al Concilio: «Renueva, Señor, todo eso en nuestros días; renueva el fuego y el poder, las lenguas y la alabanza, la alegría y el testimonio, los dones y los carismas, es decir, todas las gracias del principio». Eso fue lo que suplicamos: ¡Un nuevo Pentecostés! ¡Una efusión formidable del Espíritu que renovara nuestras vidas, nuestras parroquias, nuestras comunidades, nuestras instituciones, nuestras congregaciones religiosas, nuestros conventos y monasterios, nuestros sacerdotes, nuestra jerarquía! Esa fue