Estado y Sociedad
Estado y Sociedad
Estado y Sociedad
Al Estado no lo advertimos en forma corpórea sino a través de sus acciones, esto es, a través de la
legislación, de la administración pública, de la fuerza armada y de los símbolos. De ahí que su
naturaleza aparezca inaprensible, y es que el Estado es un concepto, ante todo. Su realidad se
concreta en la sociedad. El concepto de sociedad es más extenso que el de Estado; el primero
representa el género y el segundo la especie. No es un orden normativo, por más que las normas
reflejen la estructura que decide darse. No está formado por hombres sino por actividades
humanas.
Aclarando la noción, enseña Carnelutti que una sociedad se llama Estado en tanto y en cuanto
produce derecho. Precisamente la palabra Estado expresa la consistencia que la sociedad adquiere
merced al derecho. "El Estado es una sociedad que está, es decir, que dura, porque el derecho
impide la disgregación".
El destino del hombre es influido por lo social porque la existencia, como precisara Heidegger,
comporta la dimensión de vivir con otros. Esta condición gregaria está en la esencia de la historia.
El hombre es naturalmente social: ordena su vida a través de una convivencia necesaria. El Estado
realiza una inclinación humana radial: la de organizarse políticamente. Pero el hombre, a la vez que
recibe el Estado como una imposición de la realidad social, lo reforma a su voluntad.
La Filosofía del Derecho nos explica el sentido radical de lo jurídico en la vida humana y en el
universo. Nos presenta la sociedad como convivencia humana bajo unos mismos principios, según
definió Ortega y Gasset, el cual aclara que el Estado-es también sociedad, pero no toda ella, sino
un modo de ella. Es importante subrayar, además, la coexistencia de sociedad e individuo, para
valorizar que el hombre, sea como persona o como colectividad, es el sujeto final, por lo que no
puede ser como un medio para la grandeza del Estado.
Con un fin didáctico, puede definirse el Estado como la colectividad humana organizada
políticamente sobre un territorio. No tiene una existencia natural propia; es una entidad formada
por la agrupación de individuos. De ahí que se empleen indistintamente los términos Sociedad y
Estado, pues éste no es sino la forma más elevada de organización social. Como fenómeno social
concreto, se distingue de las demás agrupaciones por el elemento Poder. Ante todo, cabe
preguntarse, ¿cuál es la naturaleza o esencia del Estado? La naturaleza de su realidad es la de un
ser de relación, vale decir, un tejido de comportamientos.
Como estructura social-histórica, se basa y se sustancializa en los hombres en sociedad que lo
componen; sin esta base social, el Estado no es nada. El concepto Sociedad es más general que el
de Estado, pues éste, aunque muy importante, es sólo un aspecto de lo social, el aspecto político-
jurídico.
La naturaleza de su realidad es la de un ser de relación pues no existe a la manera de un árbol o un
animal los cuales tienen sustancia. El Estado no existe y subsiste por sí mismo; existe y subsiste en
el ser de los individuos. No es la mera pluralidad de éstos pues al conjunto de hombres agrega una
realidad nueva: la relación de poder indestructible y necesario. De otro lado el fenómeno social que
llamamos poder político suscita una actitud intelectual cuyo resultado es el Estado.
El Estado existe porque es pensado. No es una construcción a partir de lo real sino un concepto
porque su realidad reside en el espíritu de los hombres que lo componen corno explica Burdeau. Es
una institución de instituciones, la institución suprema, algo que ha sido fundado.
El Estado es un ser de derecho que resume abstractamente una colectividad humana. Definirlo por
sus elementos es didáctico pero equivale a una presentación heterogénea, que pugna con la esencia
unitaria y homogénea del Estado tal corno advierte Jorge Xifra Heras. Sumar sus elementos es una
manera aritmética de definirlo por yuxtaposición pero no brinda la concepción unitaria que le
corresponde. Con todo en calidad de aproximación al personaje Estado es válido definirlo por sus
tres elementos, pueblo, territorio y poder, agregando la finalidad que lo animal es decir el bien
común. El poder y el fin son los datos que fundamentan el orden jurídico, el cual es la textura
institucional del Estado.
TEORÍA ORGANICISTA
En general, los organicistas establecen analogías entre el individuo orgánico, inclusive los animales
inferiores, y el compuesto social. Para sus representantes, que son particularmente Spencer,
Spengler y Kjellen, la sociedad es un organismo, es el producto de la evolución histórica.
Bluntschli extremó tal concepción, afirmando que el Estado alemán era de sexo masculino y había
alcanzado su edad viril con Federico
La célebre comparación de Platón de que el Estado es como un hombre en grande, no da a entender
que el filósofo haya concebido el Estado como un organismo biológico, sino más bien como una
unidad de voluntad. La concepción de Aristóteles se acerca más a la teoría organicista, pues
advierte una analogía en el hecho de que el Estado, al igual que el hombre o los animales, posee
órganos y funciones que hacen posible la vida del todo.
Spencer vio en el Estado a un organismo biológico, pero se ufanaba de que el Poder iría
disminuyendo con el progreso democrático. La experiencia ha demostrado lo contrario, pues por
doquiera se ha producido la acentuación del poder. Por eso, el eminente biólogo Huxley afirma que
la analogía del cuerpo político con el cuerpo fisiológico sirve, más bien, para justificar el
crecimiento de la autoridad gubernativa. "Supongamos que, de acuerdo a esta doctrina, cada
músculo arguya que el sistema nervioso no tiene derecho a intervenir en su propia constricción si
no es para impedir la constricción de otro músculo; o que cada glándula pretenda segregar de modo
que su secreción no moleste a ninguna otra; supongamos a cada célula entregada a su propio
interés, y que el dejar hacer presidiese en «el todo», ¿qué ocurriría al cuerpo fisiológico? La verdad
es que el poder soberano del cuerpo piensa por el organismo fisiológico, actúa por él y gobierna
con mano de hierro todas las partes que lo componen. Inclusive los glóbulos sanguíneos no pueden
tener una reunión pública sin que se les acuse de causar una congestión, y el derecho, al igual que
otros déspotas que hemos conocido, llama enseguida al acero del bisturí".
La teoría organicista yerra en cuanto desconoce la diferencia radical que existe entre la
composición de la sociedad y la del organismo, pues mientras en éste los órganos existen para
servir al conjunto, en el Estado cada individuo tiene un fin propio. Pero tiene un mérito
indiscutible: haber puesto de relieve el carácter real del Estado, en oposición a la doctrina de los
liberales, imperante en el siglo XIX, que hacía del Estado una simple construcción jurídica, un
mero producto ideológico.
Para el más importante de los organicistas modernos, Rudolf Kjellen, los Estados cuyo proceso
conocemos por la historia son verdaderos seres vivos, aunque no en el sentido biológico; están
dotados de sensibilidad y de razón e influidos en cierta forma por el territorio. Fue él quien propuso
dar el nombre de Geopolítica a la investigación del fundamento geográfico de los Estados. Subrayó
así la importancia del elemento espacial para las naciones. En su célebre obra El Estado como
forma de vida, dice Kjellen: "Los Estados son realidades objetivas que residen fuera de los
individuos y al mismo tiempo dentro de ellos; por eso están sometidos al influjo de las leyes
fundamentales de la vida. Desde que Platón, por vez primera, concibió el Estado como forma
humana, no ha dejado nunca de discutirse filosóficamente este problema del Estado como perso-
nalidad. Desde que Menennius Agripa explicó la fábula del estómago y los miembros del cuerpo,
los estadistas prácticos no han abandonado la idea de que el Estado es un organismo. Si lo esencial
de éste es que puede desarrollarse en la lucha por la existencia mediante su propia fuerza interior,
podemos dar por terminada la discusión sobre la esencia del Estado. Estado es una forma de vida,
sujeta a la influencia de las grandes leyes que rigen la misma".
La concepción organicista tiene, similitudes con la concepción romántica e historicista que supone
la existencia del alma popular, es decir, de una psique colectiva. Ambas son de tipo comunitario;
hacen predominar el valor colectivo sobre las personas individuales. La tendencia es en gran parte
germana, pues el pensamiento alemán es proclive a atribuir esencia al todo social, a una estructura
que insume al hombre. Desde Hegel al comunismo de nuestros tiempos cabe observar que la
noción de individuo es sustituida por la de estructura o totalidad. En cambio los latinos admitimos
la importancia de la colectividad, pero mantenemos como sujeto real y esencial al hombre, cuyo
desarrollo debe armonizarse con el de la sociedad en que vive inmerso.
Los organicistas extreman el planteamiento forzando una disyuntiva, al igual que los
contractualistas, pues dicen: El Estado proviene o bien del impulso natural o bien de la libre
voluntad del hombre. Pero estos dos factores no tienen porqué ser opuestos corno lo hacen ambas
teorías, igualmente extremas y unilaterales, En efecto, la Sociedad y el Estado provienen de ambas
causas a la vez, esto es, de una inclinación que impele al hombre a la vida en sociedad, y de la libre
voluntad humana, que es la que da forma concreta a la comunidad y la remodela continuamente.
Sin conexión ideológica con Engels y Marx, algunos sociólogos con invocación a cierta
antropología arbitraria, han basado la diferenciación política en la raza y en las predisposiciones
individuales heredadas. Gumplowicz en el siglo XIX y Franz Oppenheimer en el XX han
asegurado que el Estado es una institución social impuesta por un grupo victorioso de hombres a
una estirpe vencida, con el único fin de regular la dominación y precaverse contra rebeliones
internas. Posteriormente, estas diferencias de raza se han transformado en diferencias de clase. El
Estado, para dichos autores, es un instrumento de opresión clasista. Al igual que Marx,
Oppenheimer sostuvo que, al desaparecer la expoliación de una clase por otra, desaparecerá
también el Estado para ser reemplazado por una sociedad de libre armonía.
Las teorías que conciben al Estado como un órgano de dominación clasista no alcanzan a explicar
la sumisión del grupo primitivo a la casta sacerdotal o la colonización de los territorios inhabitados.
Tampoco explican satisfactoriamente el Estado actual, cuya política consiste en prestar protección
a las clases no poseedoras y en regular el poder de la riqueza. En la actualidad, por elemental
sentido de defensa, el Estado impone restricciones al poder económico y hace viables,
continuamente, nuevas formas de redistribución del ingreso. La notable elevación del nivel general
de vida en los países de Europa Occidental, por ejemplo, así como la extensión de la clase media,
hacen patente dicho impulso. Nuestra era es altamente política y la jerarquía social resulta muchas
veces derivada de la jerarquía política. El poder político es hoy más fuerte que cualquier clase
económica y se dirige a la .protección jurídica general y al bienestar de la mayoría. El
nacionalismo de los países en desarrollo, que plantea re distribuir la riqueza, ha fortalecido al
Estado, tanto en lo interno como frente a los países altamente capitalizados.
En conclusión, después de haber analizado las diversas teorías que tratan de explicamos el origen
del Estado, cabe afirmar que la existencia de éste no puede explicarse si se toma como punto de
partida a los individuos, puesto que todo Estado surge de una sociedad y descansa sobre ella; más
aún, el Estado es la Sociedad en cuanto ella se estructura políticamente. El individuo aislado, el
hombre en abstracto, considerado independiente de la sociedad, no tiene existencia real, puesto que
el hombre ha vivido siempre en grupos, aun en las edades remotas. Los que creen en el hombre
asocial podrían proclamar que "nada existe en la sociedad que no haya sido antes en el individuo",
parafraseando el conocido aforismo de Aristóteles de que "nada hay en la inteligencia que no haya
estado antes en los sentidos". Pero, así como Leibniz refutó el alcance exa gerado del aforismo
aristotélico al añadir que "nada hay en la inteligencia que no haya estado antes en los sentidos,
salvo la inteligencia misma", puede decirse que nada existe en la sociedad que no haya sido antes
en el individuo, salvo la sociedad misma, pues lo social deriva del hecho de ser la sociedad
connatural al hombre.
La sociedad nacional no es mero agregado de hombres sino asociación natural. No se ha formado
por el pacto, como quiere Rousseau; tampoco para contrarrestar la ferocidad de los instintos, como
dice Hobbes, el cual se imagina al Estado o Leviatán como un gigante cuya silueta está
compuesta de formas humanas superpuestas. La sociedad política no puede disgregarse por la
disociación de los hombres que la componen, para entregarse a una lucha de todos contra todos. La
existencia del Estado es necesaria, impuesta por la naturaleza de las cosas. En lo que respecta al
Estado moderno, éste se constituye desde que el poder se despersonaliza institucionalizándose
como dice Burdeau. En la formación del Estado hay un hecho de conciencia: la aceptación de los
gobernados al establecimiento de un orden cuyo titularato es imputado a una entidad abstracta.
NACIONALISMO Y AUTODETERMINACIÓN
El nacionalismo es un sentimiento de adhesión a la comunidad ya los valores que ella encarna. En
muchos países del tercer mundo el nacionalismo tiene el carácter de reivindicación de su indepen -
dencia, dirigida contra los rezagos del colonialismo o bien contra las dependencias forjadas
después de la emancipación política. Fundamentalmente, el nacionalismo es un sentimiento y no
una doctrina; pero, dada su virtualidad impulsor a, actúa eficazmente al mezclarse con las
ideologías.
La palabra nación expresa un concepto de gran complejidad, pues en su realidad se entrecruzan
factores muy diversos y es la totalidad de ellos lo que confiere carácter nacional a una comuni dad
histórica. Entendida como empresa que se proyecta al futuro, es decir como unidad de destino, la
nación origina el nacionalismo, sentimiento apasionado en el que puede sustentarse una acción
política elevando a doctrina lo que es adhesión emocional. El nacionalismo es una exaltación del
patriotismo, un combustible que potencia las más diversas ideologías, una fuerza sicológica
altamente motivadora. Si se le atribuye la calidad de doctrina, el nacionalismo "'(invoca el sentido
de comunidad como si de ésta emanara la existencia individual o la identidad de las personas.
El nacionalismo está hecho de lealtad a la historia y de voluntad de forjar un porvenir común. Las
patrias son hechos legales por la historia, verdaderas creaciones colectivas. Constituyen una encar -
nación y una vocación; una unidad que ensancha y prolonga nuestra persona en el tiempo. Tal
unidad es indivisible. Supone una mística que sublima lo malo que haya en el pasado y exalta lo
bueno, en una continuidad que es arbitrario fragmentar, interrumpir o silenciar. Quiérase o no, en la
historia que se forja en el presente influye el pasado, pues constituye la historia ya producida, esto
es, un ámbito de cultura desde el cual se parte para mejorarlo.
Los brotes de nacionalismo, sobre todo en los países recién independizados o en aquellos que
desean reducir su independencia, alientan ideologías activas que se traducen hoy en una tendencia
desarrollista y de reformas estructurales. Comúnmente, el nacionalismo es mirado como si fuera
una "ideología de la nación", en cuanto conduce a la integración de sus componentes en un todo
solidario. Pero, en rigor, es un sentimiento, un hecho "a-ideológico", un combustible que puede ser
usado por diversas ideologías, como observa Mario Amadeo. En cuanto núcleo de valores y lealta-
des, es factor de movilización social que mira a un destino solidario. Con ello proporciona un
formidable impulso de autodeterminación en la marcha del Estado.
La combinación de factores que forman una nacionalidad adquiere mayor coherencia por obra de la
autoridad del Estado. Ello es patente en los países multinacionales, como la Unión Soviética, o en
aquellos que han partido de una situación de pluralidad de tribus rivales, corno en el África.
Muchas veces no puede distinguirse entre una nacionalidad en atisbas y el momento en que ella
forma un Estado. La nación es la materia prima del Estado, es una sociedad individualizada gracias
a un cierto grado de organización política. No es una entidad previa al Estado; más bien, se
constituye a medida que se va configurando la entidad política.
Los nacionalismos estrechos de base lingüística y étnica, los chauvinismos que deforman la
realidad social, llevan a la intolerancia o a la agresión. En cambio, un nacionalismo constructivo,
que no contradiga el humanismo, que tenga conciencia de la humanidad, permite al Estado
profundizar el carácter nacional, a la vez que contribuye a la armonía internacional. Al respecto
recordemos el pensamiento de Perroux: una sociedad nacional es una creación colectiva, pero lo
humano es un valor más alto y el culto al Estado nacional puede llevar a una alienación que hace
perder libertad de decisión a multitud de hombres concretos. La identidad y el valor de cada
persona humana deben ser considerados en la raíz de los grupos sociales que llamamos naciones, lo
mismo que el valor global de la humanidad.
Gracias al nacionalismo, el espíritu individual se funde en una conciencia colectiva. Ha sido la
religión del siglo XIX y de parte del XX hasta la Primera Guerra Mundial. Alentó la formación de
importantes Estados, bien fuera mediante la fusión de entidades políticas afines, como sucedió en
los casos de Alemania e Italia, o por formación de naciones dentro de cada demarcación
establecida por el coloniaje, como en el caso de América Latina. Fomentó también la expansión
imperialista, por razones económicas y de poderío, de orgullo patrio agresivo, como lo demostró el
reparto colonialista del mundo. Se inspiró unas veces en-razones étnicas, o por lo menos las invocó
como pretexto, como sucedió con el pangermanismo y el paneslavismo. Otras veces se reflejó en la
creencia de un "destino manifiesto", como fue la expansión de Estados Unidos a costa de México.
El nacionalismo de los poderosos fue agresivo. El de los países menores fue defensivo, por lo
menos de modo general como respuesta a la explotación y a las frustraciones.
El nacionalismo no está vinculado a ningún régimen político ni determinado por las concepciones
políticas que llamamos ideologías, como podría creerse por la exaltación que del Estado Nacional
y de la raza, respectivamente, hicieron el fascismo y el nazismo.
En verdad, el nacionalismo ha sido izado sucesivamente por los liberales románticos, por los
conservadores y luego por los socialistas. Desde fines del siglo XIX, el nacionalismo comenzó a
erosionarse por el cosmopolitismo burgués de ciertas elites y por el internacionalismo proletario
preconizado por los marxistas. En el período intermedio entre ambas guerras mundiales, el
comunismo preconizó el abatimiento de las fronteras, la solidaridad horizontal de todos los obreros
del mundo en sustitución de la solidaridad vertical pluriclasista que cada nación genera. Pero
luego, advirtiendo el inmenso valor del nacionalismo, lo adoptó corno ingrediente táctico en los
países del tercer mundo, sin perjuicio de recortarlo en los países de Europa Oriental sometidos a su
órbita de poder armado. Respecto de éstos, la Unión Soviética sustentaba la tesis de la "soberanía
limitada", que se contrapone al nacionalismo y que pudo llegar al extremo de las invasiones de
Hungría y Checoslovaquia, para conservadas corno satélites.
La autodeterminación aparece cuando hay voluntad común de pertenecer a una nación y al propio
tiempo a un Estado. El sentimiento de frustración si se pertenece al marco de otro Estado por
coacción, subleva el propósito de independencia política. Si ésta se ha logrado, el principio de
autodeterminación conduce a una nueva acción para alcanzar independencia económica, esto es,
para lograr que los centros de decisión sean nacionales y no externos. El nacionalismo se torna un
propósito de desarrollo en los países recién independizados o en aquellos que se emanciparon hace
tiempo, corno los de América Latina, y ahora toman conciencia de la necesidad de acentuar su
independencia económica para salir del subdesarrollo. Después de la Segunda Guerra Mundial el
proceso de descolonización se precipitó de modo irreprimible, pero la existencia de unos pocos
centros de decisión es obvia, marginando una vasta zona periférica. Dado que la configuración de
poder ha variado en la última década, pues se ha pasado de una situación bipolar de dos
superpotencias a otra de multipolaridad, las esferas de influencia tienden a una cierta atenuación, o
cuando menos se disimulan en homenaje a los nacionalismos.