El Calor Sale Por La Ventana

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El calor sale por la ventana

Era un día de invierno en 3° grado de una escuela secundaria.


Milena, la maestra de Química, trabajaba con los alumnos en una
didáctica sobre el calor y la temperatura.
Al comienzo de la clase, Milena les había dado a cada grupo de
estudiantes un vaso con agua caliente y un tubo de ensayo con
agua fría; les había pedido que colocarán el tubo dentro del vaso y
que registrasen con un termómetro la temperatura del agua en
cada recipiente cada 2 minutos, a lo largo de 10 minutos. Antes de
empezar, todos se pusieron de acuerdo en cómo y cuándo medir la
temperatura para que el experimento fuera confiable. También
pensaron en qué iba a suceder cuando colocaran el tubo de ensayo
dentro del vaso. La mayoría predijo que, luego de un tiempo, la
temperatura del agua caliente del vaso bajaría indefinidamente. Y
que la del agua fría del tubo de ensayo iba a subir, indefinidamente
también.
Los alumnos midieron y registraron los datos en sus cuadernos. Al
cabo de 10 minutos, cada grupo presentó sus resultados. Lo
primero que notaron es que no todos los grupos habían obtenido
las mismas temperaturas. Milena les preguntó por qué. Algunos
sugirieron que habían comenzado a medir en diferentes momentos,
y tal vez, la temperatura inicial del agua por cada grupo no fuera la
misma. Otros explicaron que había sido difícil medir, y que no
siempre habían medido las temperaturas cada 2 minutos como
habían previsto. Entre todos, pensaron en algunas maneras de
mejorar el experimento en caso de que tuvieran que repetirlo y
anotaron estas ideas en el pizarrón.
Milena pidió a los alumnos que miraran con atención sus resultados
y se fijaran en qué sucedía con la temperatura del agua en cada
recipiente a medida que pasaba el tiempo. Más allá de las
diferencias de datos obtenidas en los grupos, todos notaron algo
curioso: al pasar el tiempo, las temperaturas comenzaban a
igualarse. Pero ¿por qué?
Una de las alumnas sugirió que había “algo” que pasaba de un
recipiente al otro. Milena retomó la idea y les pidió que se
imaginaran dos recipientes, uno con mucha cantidad de ese “algo”
y otro con poca cantidad. Llamaron a las cosas con mucho “algo”,
cosas “calientes”. Y las que tenían poco, cosas “frías”. Para medir
ese “algo”, acordaron, se usaba un termómetro, que nos daba una
medida llamada “temperatura”. Milena anoto todas las
conclusiones en el pizarrón, y los alumnos las copiaron en sus
cuadernos.
La docente llevó a los alumnos a hacer una predicción:
-Si la explicación que dimos es correcta, ¿qué pasaría si los dos
recipientes se colocasen juntos, uno en contacto con el otro?
-Ese “algo” pasaría de un recipiente a otro, de donde hay más a
donde hay menos, dijeron los alumnos.
-¿Hasta cuándo?
-Hasta que ambos se igualen
-¿Y cómo puedo saber si se igualaron?
-Midiendo con el termómetro. Los dos van a medir lo mismo.
-¿Y después?
-Se van a quedar así.
Al cabo de cinco minutos, los alumnos volvieron a medir la
temperatura del agua en los dos recipientes y notaron que sus
temperaturas se habían igualado. Luego de otros cinco minutos,
volvieron a medirlas. Al hacerlo, notaron con sorpresa que, si bien
las temperaturas de ambos seguían siendo iguales entre sí, ambas
habían bajado, a pesar de que ellos habían predicho que se iban a
“quedar así” ¿Cómo podían explicar eso?
“¿Por qué bajó la temperatura del agua en los dos recipientes?, ¿por
qué no se quedó como estaba? Dijimos que había un “algo” que
pasaba del agua caliente al agua fría, y por eso, la temperatura del
agua caliente bajaba”, continuó Milena. “¿Se les ocurre dónde más
podrá pasar ese ´algo´, que haga que el agua de los dos recipientes
se enfríe?”.
Uno de los alumnos tuvo una idea: “¿Y si el agua le pasara ese ´algo´
al aire?
Milena volvió a la carga y nuevamente les pidió que formulasen una
predicción: “Si eso fuera cierto, ¿qué tendríamos que comprobar en
el aire? ¿Piensan que va a tener más o menos ´algo´ que el agua de
los recipientes?” La mayoría de los niños pensaba que iba a tener
menos. Pero entre todos, decidieron que lo mejor era medirlo.
Para la mayoría de los estudiantes, la posibilidad de medir la
temperatura del aire con el termómetro fue toda una revelación.
Milena explicó que algo parecido pasaba cuando los meteorólogos
medían la temperatura. Que esos “Veintitrés grados y dos décimos”
que nos decía la radia por la mañana provenían, justamente, de
medir la temperatura del aire.
Los alumnos comprobaron que, en efecto, la temperatura del aire
era menor que la del agua. Y que poco a poco, el agua iba alcanzando
la misma temperatura que la del aire que la rodeaba. La hipótesis de
los niños iba cobrando fuerza.
Milena retomó esta observación y la llevó todavía más allá: “Y
entonces, ¿por qué no vemos que la temperatura del aire aumenta
al mismo tiempo que la del agua baja?” Y fue guiando a los
estudiantes hacia la idea de que eso tenía que ver con la cantidad de
aire, que era mucho más grande que la del agua. Así, al pasar de ese
“algo”, de algún modo, se repartiría en una cantidad de aire mayor;
y la diferencia de temperatura no sería evidente. “Algo parecido pasa
cuando es verano y nos tiramos en una enorme pileta fría”, explicó
Milena “La temperatura de nuestro cuerpo baja enseguida, pero la
del agua casi no aumenta”
Al final de la clase, Milena comentos con sus alumnos que ya era
momento de ponerle nombre a ese “algo” que pasaba de un cuerpo
a otro, y que los científicos lo llamaban “calor”. Pero antes de
concluir la clase, preguntó: “¿qué va suceder si se abren las ventanas
al frío invernal?”. Una de las alumnas dijo, entusiasmadísima con su
propia respuesta: “¡El calor sale por la ventana, se va al aire frío de
afuera!”. Milena terminó la clase con una sonrisa de satisfacción.
Fuente: Ejemplo “El calor sale por la ventana” tomado del libro La aventura
de enseñar ciencias (Furman & Podestá, 2009; p. 10-11)

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