Cantalamessa RCC Corriente de Gracia para Toda La Iglesia
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En la Biblia surgen claramente dos modos de obrar del Espíritu de Dios. Existe,
ante todo, la forma que podemos llamar carismática. Consiste en el hecho de
que el Espíritu de Dios viene sobre algunas personas, en circunstancias
especiales, y les otorga dones y capacidades por encima de la capacidad
humana para desempeñar la tarea que Dios espera de ellas.[1] La
característica de este modo de obrar del Espíritu de Dios es que se da a una
persona, pero no para la persona misma, para hacerla más agradable ante
Dios, sino para el bien de la comunidad, para el servicio. Algunos de los que en
el Antiguo Testamento reciben estos dones terminarán llevando una vida en
absoluto conforme con el querer de Dios.
La novedad de este modo de actuar del Espíritu es que será sobre una
persona y permanece en ella y la transforma desde el interior, dándole un
corazón nuevo y una capacidad nueva de observar la ley. A continuación, la
teología llamará al primer modo de actuar del Espíritu «gratia gratis data», don
gratuito, y al segundo «gratia gratum faciens», gracia que hace agradables a
Dios.
Pasando del Antiguo al Nuevo Testamento, este doble modo de actuar del
Espíritu se hace incluso más claro. Basta leer primero el capítulo 12 de la
Primera Carta a los Corintios donde se habla de todo tipo carismas, y luego
pasar al capítulo siguiente, el 13, donde se habla de un don único, igual y
necesario para todos que es la caridad. Esta caridad es «el amor de Dios
derramado en los corazones mediante el Espíritu Santo» (Rom 5,5), el amor
—así lo de�ne santo Tomás de Aquino— «con el que Dios nos ama a nosotros
y con el que nos hace capaces de amarle a él y a los hermanos»[2].
Lo que hay que poner en claro enseguida es que esta vida nueva es la vida
traída por Cristo. Es él quien al resucitar de la muerte nos ha dado la
posibilidad gracias a nuestro bautismo, de «caminar en una vida nueva» (Rom
6,4). Por tanto, es don, antes que deber, y un «hecho», antes que un «tener
que hacer». En este momento se necesita una revolución copernicana en la
mentalidad común del creyente católico (¡no en la doctrina o�cial de la Iglesia!)
y esta es una de las contribuciones más importantes que la Renovación
Carismática puede aportar —y ya ha traído en parte— a la vida de la Iglesia.
Durante siglos se ha insistido mucho sobre la moral, el deber, sobre qué hacer
para ganar la vida eterna, hasta invertir la relación y poner el deber antes que
el don, haciendo de la gracia el efecto, en lugar de la causa, de nuestras
buenas obras.
No hay ninguna condena para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del
Espíritu, que da vida en Cristo Jesús, te liberó de la ley del pecado y de la
muerte (Rom 8, 1-2).
Parece que san Lucas ha descrito deliberadamente la venida del Espíritu Santo
con los rasgos que marcaron la teofanía del Sinaí; usa, efectivamente,
imágenes que recuerdan las del terremoto y del fuego. La liturgia de la Iglesia
con�rma esta interpretación, desde el momento que inserta Ex 19 entre las
lecturas de la vigilia de Pentecostés.
¿Cómo actúa, en concreto, esta nueva ley que es el Espíritu y en qué sentido
se puede llamar «ley»? ¡Actúa mediante el amor! La ley nueva es lo que Jesús
llama el «mandamiento nuevo» (Jn 13,34). El Espíritu Santo ha escrito la nueva
ley en nuestros corazones, infundiendo en ellos el amor: «El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se
nos ha dado» (Rom 5,5). Este amor, nos ha explicado santo Tomás, es el amor
con el que Dios nos ama y con el que, al mismo tiempo, hace que
nosotros podamos volverlo a amar y amar al prójimo. Es una capacidad nueva
de amar.
Hay dos maneras según las cuales el hombre puede ser inducido a hacer, o a
no hacer, cierta cosa: o por coacción o por atracción; la ley exterior lo induce
del primer modo, por coacción, con la amenaza del castigo; el amor lo induce
del segundo modo, por atracción. De hecho, cada uno es atraído por lo que
ama, sin que sufra ninguna coacción desde el exterior. La vida cristiana debe
ser vivida por atracción, no por coacción, por amor, no por temor.
«Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de
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Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el
miedo, sino que habéis recibido el Espíritu que hace hijos adoptivos, por
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medio del cual exclamamos: “¡Abbá! ¡Padre!” El Espíritu mismo, junto a
nuestro espíritu, testi�ca que somos hijos de Dios» (Rom 8,14-16).
Esta es una idea central del mensaje de Jesús y de todo el Nuevo Testamento.
Gracias al bautismo que nos ha injertado en Cristo, hemos sido hechos hijos
en el Hijo. ¿Qué puede llevar de nuevo a la Renovación Carismática a este
campo? Una cosa importantísima, a saber, el descubrimiento y la toma de
conciencia existencial de la paternidad de Dios que ha hecho que más de uno
rompa a llorar en el momento del bautismo en Espíritu. De derecho nosotros
somos hijos por el bautismo, pero de hecho lo llegamos a ser gracias a una
acción del Espíritu Santo que continúa en la vida.
Este especial conocimiento de Jesús es obra del Espíritu Santo: «Nadie puede
decir: “¡Jesús es el Señor!”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Cor
12,3). El don más evidente que yo recibí con ocasión de mi bautismo en el
Espíritu fue el descubrimiento del señorío de Cristo. Hasta entonces yo era un
estudioso de cristología, dictaba cursos y escribía libros sobre las doctrinas
cristológicas antiguas; el Espíritu Santo me convirtió desde la cristología a
Cristo. Qué emoción al escuchar en julio de 1977, en el estadio de Kansas City,
a 40 mil creyentes de diversas denominaciones cristianas cantar: «He’s Lord, He
is Lord. He’s risen from the dead and is Lord. Every shall bow every tongue confess
that Jesus Christ is Lord». Para mí, todavía observador externo de la
Renovación, aquel canto tenía resonancias cósmicas, cuestionaba lo que está
en los cielos, en la tierra y en los abismos. ¿Por qué no repetir, en una ocasión
como esta, aquella experiencia y proclamar juntos, en el canto, el señorío
de Cristo…? Cantémoslo en inglés los que lo sepan…
¿Dónde está, en todo esto, el salto cualitativo que el Espíritu Santo nos hace
hacer en el conocimiento de Cristo? ¡Está en el hecho de que la proclamación
de Jesús Señor es la puerta que introduce en el conocimiento de Cristo
resucitado y vivo! No ya un Cristo personaje, sino persona; no ya un conjunto
de tesis, de dogmas (y de las correspondientes herejías), no ya solo objeto de
culto y de memoria, sino realidad viviente en el Espíritu. Entre este Jesús vivo y
el de los libros y las discusiones doctas sobre él, corre la misma diferencia que
entre el cielo verdadero y un cielo dibujado en una hoja de papel. Si queremos
que la nueva evangelización no quede en un piadoso deseo, debemos poner
la «reja» delante del arado, el kerygma delante de la parénesis.
Creo que a estas alturas está claro por qué decimos que la Renovación
Carismática es una corriente de gracia para toda la Iglesia. Todo lo que la
Palabra de Dios nos ha revelado sobre la vida nueva en Cristo —una
vida vivida según la ley del Espíritu, una vida como hijos de Dios y una vida en
el señorío de Cristo—, todo esto no es más que la sustancia de la vida y de la
santidad cristianas. Es la vida bautismal actuada en plenitud, es decir, no sólo
pensada y creída, sino vivida y propuesta, y no a algunas almas privilegiadas
solamente, sino para todo el pueblo santo de Dios. Para muchos millones de
creyentes el bautismo en el Espíritu ha sido la puerta que les ha introducidos a
estos resplandores de la vida cristiana.
Una de las máximas que le gustan al papa Francisco es que «la realidad es
superior a la idea»[5], y que lo vivido es superior a lo pensado. Creo que la
Renovación Carismática puede ser (y en parte ha sido) de gran ayuda para
hacer pasar las grandes verdades de la fe desde lo pensado a lo vivido, para
hacer pasar el Espíritu Santo de los libros de teología de la experiencia de los
creyentes.
San Juan XXIII concibió el Concilio Vaticano como la ocasión para un «nuevo
Pentecostés» para la Iglesia. El Señor ha respondido a esta oración del Papa
más allá de toda expectativa. Pero, ¿qué signi�ca «un nuevo Pentecostés»? No
puede consistir sólo en una nueva �oración de carismas, de ministerios, de
señales y prodigios, en una bocanada de aire fresco en el rostro de la Iglesia.
Estas cosas son el re�ejo y el signo de algo más profundo. Un nuevo
Pentecostés, para ser verdaderamente tal, debe suceder en la
profundidad que el Apóstol nos ha revelado; debe renovar el corazón de la
Esposa, no sólo su vestido.
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[3] Cf. San Agustín, De Spiritu et littera, 16,28; Sermo Mai 158,4: PLS 2,525.
SEGUNDA PARTE: «CARISMÁTICO»
«El Espíritu Santo no sólo santi�ca y dirige el Pueblo de Dios mediante los
sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también
distribuye gracias especiales entre los �eles de cualquier condición,
distribuyendo a cada uno según quiere (1 Cor 12,11) sus dones, con los que
les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean
útiles para la renovación y la mayor edi�cación de la Iglesia, según aquellas
palabras: «A cada uno… se le otorga la manifestación del Espíritu para común
utilidad» (1 Cor 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más
comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo» [3].
Este texto no es una nota marginal dentro de la eclesiología del Vaticano II; es
su coronamiento. Es el modo más claro y explícito de a�rmar que junto a la
dimensión jerárquica e institucional, la Iglesia tiene una dimensión neumática
y que la primera está en función y al servicio de la segunda. No es el Espíritu el
que está al servicio de la institución, sino la institución al servicio del Espíritu.
No es cierto, como hacía notar polémicamente, el gran eclesiólogo del siglo
XIX Johannes Adam Moehler que «Dios ha creado la jerarquía y así ha provisto
más que su�cientemente a las necesidades de la Iglesia hasta el �n del
mundo»[4]. Jesús ha con�ado su Iglesia a Pedro y a los demás Apóstoles, pero
la ha con�ado antes todavía al Espíritu Santo: «Él os enseñará, él os guiará a la
verdad, él tomará de lo mío y os lo dará…» (cf. Jn 16, 4-15).
«Dejé de escribir el libro. Pensé que era una cuestión de la más elemental
coherencia prestar atención a la acción del Espíritu Santo, por lo que ella
pudiera manifestar de manera sorprendente. Estaba particularmente
interesado por la noticia del despertar de los carismas, puesto que el Concilio
había invocado un despertar semejante».
Y esto es lo que escribió después de haber constatado con sus propios ojos lo
que estaba sucediendo en la Iglesia:
«De repente, san Pablo y los Hechos de los apóstoles parecía que se hacía
vivos y se convertían en parte del presente; lo que era auténticamente
verdadero en el pasado, parece suceder de nuevo bajo nuestros ojos. Es un
descubrimiento de la verdadera acción del Espíritu Santo que está siempre a
la obra, como Jesús mismo prometió. Él mantiene su palabra. Es de nuevo una
explosión del Espíritu de Pentecostés, una alegría que se había hecho
desconocida para la Iglesia»[6].
Ahora está claro, creo, por qué digo que también como realidad carismática, la
Renovación es una corriente de gracia destinada y necesaria para toda la
Iglesia. Es la misma Iglesia la que, en el Concilio, lo ha de�nido. Sólo queda
pasar por la de�nición de la actuación, de los documentos a la vida. Y este es
el servicio que CHARIS, en total continuidad con la RCC del pasado, es llamado
a hacer a la Iglesia.
He dicho hasta aquí que la RC es una corriente de gracia necesaria para toda
la Iglesia Católica. Debo añadir que lo es doblemente para algunas Iglesias
nacionales que desde hace tiempo asisten a una dolorosa hemorragia de sus
propios �eles hacia otras realidades carismáticas. Es sabido que uno de los
motivos más comunes de dicho éxodo es la necesidad de una expresión de la
fe que responda más a la propia cultura: con más espacio dado a la
espontaneidad, a la alegría y al cuerpo; una vida de fe en la que la religiosidad
popular sea un valor añadido y no un sustituto del señorío de Cristo.
Otra virtud vital para un uso constructivo de los carismas es la humildad. Los
carismas son operaciones del Espíritu Santo, chispas del fuego mismo de Dios
con�adas a los hombres. ¿Cómo se hace para no quemarse las manos con él?
Esta es la tarea de la humildad. Ella permite a esta gracia de Dios que pase y
circule dentro de la Iglesia y dentro de la humanidad, sin dispersarse o
contaminarse.
* * *
Termino con una palabra profética que proclamé la primera vez que me
encontré predicando en presencia de san Juan Pablo II. Es la palabra que el
profeta Ageo dirigió a los jefes y al pueblo de Israel en el momento en que se
disponían a reconstruir el templo:
¡Sed valientes Jean-Luc y miembros del comité, sed valientes pueblo todo de
la RCC, , sed valientes hermanos y hermanas de otras Iglesias cristianas que
estáis con nosotros y a trabajar porque yo estoy con vosotros, dice el Señor!»
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[3] Lumen gentium, 12.
[7] Cf. João B. Ferreira de Araújo, La ritualità del Pentecostalismo. Cause di una
crescita imprevedibile in Brasile e nel mondo, Cittadella, Assisi, 2019.